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1 La Arqueología Política de Giorgio Agamben: una aproximación estructural a la condición contemporánea. Sumario El análisis arqueológico de Giorgio Agamben destaca, entre los estudios sobre lo político, por su originalidad y fuerza argumentativa. Dos objetivos se persiguen en el trabajo: exponer las características y bondades de aquello que conocemos como Arqueología Política; y ejemplificar el trabajo del autor en cuestión por medio de sus exploraciones teológico‐políticas. La respuesta a ¿Qué es la Arqueología Política?, se responde con la puntualización de tres características primordiales: (1)El a priori histórico como fundamento epistémico, (2) Las signaturas como objetivos de la ciencia, y (3) Los paradigmas como herramientas de trabajo. La exposición del ejemplo de excavación de Agamben nos brinda dos conclusiones: (1) La anárquica naturaleza del gobierno, y (2) El carácter glorioso de las democracias contemporáneas. El análisis completo representa un recordatorio de aquellos enfoques teóricos distintos a la convención politológica actual. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐ El trabajo de Giorgio Agamben es, sin duda, una de las muestras contemporáneas de originalidad más notables. Su método, heredado de Michel Foucault, lo hace un autor peculiarmente distinto. Su análisis arqueológico‐político le ha permitido responder, o aproximarse, a preguntas fundamentales sobre la condición contemporánea. ¿Cómo funciona la maquinaria gubernamental?, ¿Qué envuelve al permanente Estado de Excepción en el que vivimos?, ¿Qué constituye a nuestra época?, ¿Cómo funcionan los mecanismos actuales de dominación? Interrogantes que intentan excavar, entender, indagar lo contemporáneo. El texto presente es una breve monografía. Una radiografía, con la generalidad que ello implica, que pretende mostrar las ventajas del análisis arqueológico de Giorgio Agamben. Ventajas no triviales. Bondades fundamentales para entender lo político. Un enfoque teórico distinto al politológico convencional que termina por esclarecer problemas tan tangibles como el verdadero papel de los medios de comunicación en las democracias de hoy.

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La Arqueología Política de Giorgio Agamben: una aproximación estructural a la 

condición contemporánea. 

 

Sumario 

El  análisis  arqueológico de Giorgio Agamben destaca,  entre  los  estudios  sobre  lo 

político, por su originalidad y fuerza argumentativa. Dos objetivos se persiguen en 

el trabajo: exponer las características y bondades de aquello que conocemos como 

Arqueología Política; y ejemplificar el  trabajo del autor en cuestión por medio de 

sus  exploraciones  teológico‐políticas.  La  respuesta  a  ¿Qué  es  la  Arqueología 

Política?,  se  responde  con  la  puntualización  de  tres  características  primordiales: 

(1)El  a  priori  histórico  como  fundamento  epistémico,  (2)  Las  signaturas  como 

objetivos de la ciencia, y (3) Los paradigmas como herramientas de trabajo. 

La exposición del ejemplo de excavación de Agamben nos brinda dos conclusiones: 

(1)  La  anárquica  naturaleza  del  gobierno,  y  (2)  El  carácter  glorioso  de  las 

democracias contemporáneas.  

El  análisis  completo  representa  un  recordatorio  de  aquellos  enfoques  teóricos 

distintos a la convención politológica actual. 

‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐ 

El trabajo de Giorgio Agamben es, sin duda, una de las muestras contemporáneas 

de originalidad más notables. Su método, heredado de Michel Foucault, lo hace un 

autor  peculiarmente  distinto.  Su  análisis  arqueológico‐político  le  ha  permitido 

responder,  o  aproximarse,  a    preguntas  fundamentales  sobre  la  condición 

contemporánea. ¿Cómo funciona la maquinaria gubernamental?, ¿Qué envuelve al 

permanente  Estado  de  Excepción  en  el  que  vivimos?,  ¿Qué  constituye  a  nuestra 

época?, ¿Cómo funcionan los mecanismos actuales de dominación? 

Interrogantes que intentan excavar, entender, indagar lo contemporáneo. 

 

El texto presente es una breve monografía. Una radiografía, con la generalidad que 

ello implica, que pretende mostrar las ventajas del análisis arqueológico de Giorgio 

Agamben. Ventajas no triviales. Bondades fundamentales para entender lo político. 

Un  enfoque  teórico  distinto  al  politológico  convencional  que  termina  por 

esclarecer  problemas  tan  tangibles  como  el  verdadero  papel  de  los  medios  de 

comunicación en las democracias de hoy. 

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La  clarificación  del  término  “Arqueología  Política”  será  el  primer  componente 

importante de  la exposición;  la segunda parte servirá como ejemplo concreto del 

trabajo  de  Agamben.  Éste  ejemplo  residirá  en  la  conexión  teología‐política 

expuesta en El Reino y la Gloria. El balance final fungirá como el lugar en el que se 

ensamble parte del rompecabezas mostrado. 

 

¿Qué es la Arqueología Política? 

 

El análisis arqueológico de Michel Foucault encuentra en Signatura Rerum. Sobre el 

Método  una  profunda  reflexión  metodológica.  Agamben,  explicando  las 

herramientas  intelectuales  del  filósofo  francés,  termina  por  exponer  su  modo 

propio  de  trabajo.  Los  tres  capítulos  del  libro  parecen  guiarnos  por  un  aula 

didáctica, pero compleja. Un camino en el que se desentrañan y, al mismo tiempo, 

se hacen explícitos  los componentes  fundamentales del método arqueológico. Un 

texto,  con  todo  el  rigor  lógico  que  demanda  “una  metodología”,  que  tiene  la 

intención de exponer el funcionamiento, presupuestos y bondades de tan singular 

modo de proceder. 

Los  tres  componentes  primordiales  del  método  arqueológico  que  expondremos 

son:  1)El  paradigma  como  herramienta  explicativa,  2)  El  descubrimiento  de  las 

signaturas como objetivo y 3) El a priori histórico como fundamento metodológico. 

 

Agamben  se  envuelve  en  paradigmas  para  explicar.  El  Iustitum  romano,  la 

oikonomía trinitaria, el Homo Sacer, el Campo de concentración. Todos paradigmas. 

Modelos que acompañan a la obra completa del pensador. 

Entender  adecuadamente  qué  es  un  paradigma  parece  ser  necesario  para 

comprender el funcionamiento argumentativo del “arqueólogo político”. 

  Tanto  la  definición de Thomas Kuhn,  como  el  sentido usado por  Foucault 

permiten  un  acercamiento  certero  a  lo  que  se  entiende  por  paradigma.  Kuhn, 

filósofo de la ciencia, define el término en dos sentidos: como el conjunto de reglas, 

convenciones y modelos compartidos por cierta comunidad científica ; y como un 

ejemplo  singular  que  permite  explicar  principios  constituyentes  de  determinada 

comunidad. 

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El  segundo  sentido  esgrimido  es  el  que  parece  usar  Foucault  en  sus 

investigaciones. Sin embargo, el  filósofo no hace uso alguno de dicho término. En 

su lugar, Foucault nombra “régimen discursivo” a todas aquellas normas implícitas 

que moldean y dan sentido a los distintos enunciados particulares de una época. La 

omisión de la palabra no es gratuita: 

Foucault sintió, entonces, hasta cierto punto con mucha fuerza, la proximidad 

del  paradigma  kuhniano;  pero  no  era  tanto  el  efecto  de  una  afinidad  real 

como  el  fruto  de  una  confusión.  Para  él  fue  decisivo  el  desplazamiento  del 

paradigma de la epistemología a la política, su dislocación sobre el plano de 

una política de los enunciados y de los regímenes discursivos, en los cuales ya 

no  se  trata  de  una  «alteración  de  la  forma  teórica»,  sino  más  bien  de  un 

«régimen  interno de poder» que determina  el modo en que  los  enunciados 

«se gobiernan entre sí para constituir un conjunto». 1 

El  Régimen  discursivo  de  Foucault  es,  entonces,  similar  en  funcionamiento  al 

paradigma  de Kuhn.  La  distinción  reside  en  el  carácter  de  ambos:  el  primero  es 

político(envuelve un conjunto de relaciones de poder) y el segundo es epistémico 

(enteramente teórico). 

  Podemos, para los fines del trabajo, romper la estricta distinción semántica 

foucaultiana y llamar generalmente paradigmas políticos a los ejemplos usados en 

todo  trabajo  arqueológico.  Así,  el  panóptico  será  entendido  como  un  paradigma 

empleado  por  Foucault  para  dar  inteligibilidad  a  una  época.  Un  paradigma, 

sintetizando, sirve como el combustible que termina por ayudarnos a entender el 

funcionamiento de cierta máquina histórica. Un paradigma es un ejemplo, cargado 

de  la  singularidad  que  todo  ejemplo  trae  consigo,  que  nos  posibilita  la 

comprensión  de  aquello  que  articula.    Agamben,  refiriéndose  al  Panóptico,  nos 

dice: 

Funciona,  en  resumen,  como  un  paradigma  en  sentido  propio:  un  objeto 

singular  que,  valiendo  para  todos  los  otros  de  la  misma  clase,  define  la 

inteligibilidad  del  conjunto  del  que  forma  parte  y  que,  al  mismo  tiempo, 

constituye.2 

                                                        1 Giorgio Agamben, Signatura Rerum. Sobre el Método (Barcelona: Anagrama, 2010), 18 2 Ibid, 22 

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La  Arqueología  Política  hace  empleo  de  paradigmas  como  herramientas.  El 

paradigma  es  el  punto  de  partida  y  el  punto  final  en  una  investigación 

arqueológica.  Es  el  ejemplo  analizado  y  la  consecuencia  final  de  lo  entendido.  Es 

aquello que ilustra, no metafórica sino constitutivamente al fenómeno histórico.  

 

  Pasemos  al  segundo  capítulo  de  caracterización.  El  conocimiento  de  las 

signaturas  como objetivo de  la  ciencia  arqueológica.  El mundo de  las  signaturas, 

como  nos  dice  Agamben,  es  bien  descifrado  por  Paracelso.  Según  el  antiguo 

alquimista,  todo  contiene  un  signo  secreto  que,  revelado,  explica  su  significado 

verdadero. Así, tanto las plantas y minerales (signados por la naturaleza), como las 

obras  de  arte  y  las  medallas  (signadas  por  hombres)  contienen  elementos 

semióticos  que,  más  que  constituir  una  estética,  son  determinantes  para 

comprender al objeto en cuestión. 

El  ejemplo  del  cuadro,  dado  por  Agamben,  es  ilustrativo.  A  la  hora  de 

observar  una  pintura,  independientemente  de  la  signatura  (firma,  nombre  del 

autor), hay una “realidad” material que construye a la obra. Sin embargo, el acto de 

observar  el  cuño  de  la  firma  modifica  nuestra  forma  de  abordar,  comprender, 

poner en contexto, al cuadro. La firma es fundamental. 

Si  ésta  faltase,  el  cuadro  permanecería  absolutamente  inalterado  en  su 

materialidad  y  en  su  cualidad.  Sin  embargo,  la  relación  introducida  por  la 

signatura es, en nuestra cultura, tan importante (en otras podría no serla y la 

obra viviría en el más completo anonimato) que la lectura del cartel cambia 

por completo nuestro modo de observar el cuadro en cuestión.3  

Una signatura no sólo nombra. Es un indicio, un signo signante, activo, eficaz, que 

construye relaciones, modos concretos de abordar algo. De esta manera, la estrella 

de David en las prendas judías del holocausto (y volviendo a un ejemplo dado por 

Agamben)  no  sólo  nombraba  a  un  “judío”;  modificaba,  constituía  la  forma  de 

dirigirse a ellos.  

En este sentido, la signatura toma distancia del signo. El signo no tiene vida propia, 

es  neutral.  La  signatura,  en  cambio,  es  activa  y da  inteligibilidad  a  los  signos.  La 

signatura es eficaz, transforma actitudes, modos de ser. Un ejemplo importante se 

encuentra  en  la  teología.  El  Sacramento,  no  un  signo  sino  una  signatura,  es                                                         3 Ibid, 52 

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performativo. Es signo eficaz que desencadena reacciones en  la vida. Es algo que 

modifica, genera consecuencias reales. Así, el bautismo confiere al bautizado (por 

medio  del  efectivo  uso  de  los  signos)  un  nuevo modo  de  dirigirse  al mundo.  Un 

sacramento es signatura. Es signo eficaz. 

Las signaturas, entonces, son lo que dan voz a los signos.  

El  signo  significa  porque  lleva  una  signatura,  pero  ésta  predetermina 

necesariamente  su  interpretación  y  distribuye  su  uso  y  su  eficacia  según 

reglas,  prácticas  y  preceptos  que  hay  que  reconocer.  La  arqueología  es,  en 

este sentido, la ciencia de las signaturas.4 

  La  ciencia  de  las  signaturas  (la  arqueología)  se  encarga  de  desentrañar  y 

comprender  el  papel  jugado  por  aquellos  signos  eficaces.  Pequeños  detalles  que 

explican relaciones discursivas completas. Indicios minúsculos que posibilitan una 

comprensión profunda del modo en que se dirigían (o nos dirigimos) a algo. 

Un  párrafo  final  de  Agamben,  envuelto  en  ejemplos,  termina  por  clarificar  la 

relación arqueología‐signatura de la que hemos hablado. 

La naturaleza de los indicios en la cual se fundan tanto el método de Morelli 

como el de Sherlock Holmes y de Freud, de Bertillon y de Galton, se ilumina 

singularmente si se  la ubica en  la perspectiva de  la  teoría de  las signaturas. 

Los detalles que Morelli recoge en el modo en que se dibujan los lóbulos de 

las orejas o la forma de las uñas, las huellas que Holmes indaga en el barro o 

en  las cenizas de  los cigarros,  los desperdicios y  los  lapsus sobre  los cuales 

Freud  concentra  su  atención  son  todas  signaturas  que,  excediendo  la 

dimensión  semiótica  en  sentido  estricto,  permiten  poner  en  relación  eficaz 

una  serie  de  detalles  con  la  identificación  o  la  caracterización  de  cierto 

individuo o de cierto acontecimiento. 5 

Las signaturas son el alma de los signos. Y como tales, son las que dan sentido (no 

unívoco) al objeto en sí. 

   

  La  tercera  característica  relevante  del  método  arqueológico  es  el  a  priori 

histórico como fundamento epistémico. La importancia de ésta premisa de trabajo 

es  significativa:  permite  entenderse  mejor  y  evadir  muchos  de  los  potenciales 

                                                        4 Ibid,  86 5 Ibid,  93 

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ataques  contextualistas.  El  adjetivo  “histórico”  pinta  su  barrera  con  la  noción 

kantiana.  De hecho, como Agamben nos recuerda, Kant fue el primero en hablar de 

una Arqueología de  la Filosofía.  Su  intención, dejando de  lado  las  convencionales 

historias de las ideas, era la de fundar   una ciencia que se permitiera conocer el a 

priori  que  posibilita  la  existencia  de  la  filosofía.  La  condición  de  posibilidad, 

universal y necesaria, que explicase el saber filosófico. 

La labor de Kant, o por lo menos su intención en esta tarea, era la de encontrar el 

Origen absoluto (no histórico ni temporal, sino trascendental) de las formulaciones 

filosóficas. 

  La  distancia  de  Foucault  es  entendible.  Las  críticas  antifundacionistas  al  a 

priorismo trascendental de Kant se han consolidado como potentes ataques a toda 

formulación meta­sistémica de la existencia humana.  

De ahí la resistencia foucaultiana al aparato trascendente kantiano. Su oposición a 

que la genealogía busca un Origen absoluto, aclara y hace comprensible su trabajo 

arqueológico. Lo que Foucault busca no son condiciones de posibilidad universales, 

sino  históricas.  El  rechazo  de  la  noción  “Origen”  se  debe  a  que  esta  evoca 

escenarios en los que se encuentran esencias puras, puntos de partida absolutos.  

Nietzsche,  omitiendo  el  uso  de Ursprung  (origen)  en  su  genealogía,  propone dos 

términos  menos  pretenciosos  :  “Herkunft,  que  traduce  corno  «procedencia»,  y 

Entstehung, «emergencia»”. 6 

  Así, podemos equiparar al a priori histórico de Foucault con la emergencia de 

Nietzsche. Pero, ¿qué es exactamente el a priori histórico?  

Podemos  entenderlo  como  las  condiciones  de  posibilidad  ontológicas  que 

permiten la emergencia de cierto discurso o episteme. Así 

El a priori, que condiciona la posibilidad de los conocimientos, es su historia 

misma, captada en un nivel particular. Este nivel es el ontológico de su simple 

existencia, el «hecho bruto» de su darse en un tiempo dado y de cierto modo; 

o para usar la terminología del ensayo sobre Nietzsche, de su «emergencia»7 

  El retroceso a prioristico de la arqueología no es completamente cronológico. 

No es remontarse al pasado a observar  fenómenos (quizás esa sea  la  función del 

historiador), sino “remontarse al presente”. Regresar a aquello que nos posibilita. 

                                                        6 Ibid,  112 7 Ibid,  127 

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Retornar a las prácticas y discursos  que terminaron por constituirnos.  

En el mismo sentido, la condición de posibilidad que está en cuestión en el a 

priori histórico que la arqueología intenta alcanzar, no sólo es contemporánea 

de lo real y de lo presente, sino que permanece inmanente a ellos.8 

La búsqueda del a priori histórico, entonces, no se remite a metasistemas, sino que 

encuentra  en  la  particularidad  histórica  (en  los  paradigmas  ya  analizados)  la 

posibilidad de la condición contemporánea. 

Agamben  lo  pone  claro  y  con  ello  muestra  el  verdadero  sentido  de  un  análisis 

arqueológico. 

La  «historia  más  antigua»,  la  «franja  de  ultra‐historia»  que  la  arqueología 

pretende  alcanzar  no  puede  localizarse  en  la  cronología,  en  un  pasado 

remoto,  pero  tampoco  más  allá  de  ella,  en  una  estructura  metahistórica 

intemporal (por ejemplo, como ironizaba Dumézil, en el sistema neuronal de 

un homínido). 9 

 

  Considero se han expuesto los tres elementos que dan carácter a un análisis 

arqueológico.  Un  método  genealógico  (que  busca  el  a  priori  histórico,  la 

emergencia),  que  enriquecido  por  figuras  paradigmáticas  (que  ejemplifican  y 

explican  cierta  práctica  discursiva),  pretende  encontrar  signaturas  (signos 

eficaces, con sentido determinante para entender una época). 

 

Una arqueología: El Reino y la Gloria. 

 

  El  análisis  que Giorgio Agamben,  un  arqueólogo político,  ha  hecho  sobre  la 

modernidad  es  inmenso.  Tan  sólo  su  saga  Homo  Sacer  (4  libros  publicados) 

constituye una basta investigación, guiada por paradigmas, que pretende acercarse 

a una comprensión adecuada de lo contemporáneo.  

  El  ejemplo  ilustrativo  que  expondremos  será  el  de  El  Reino  y  la  Gloria, 

segunda parte de su largo recorrido arqueológico(Homo Sacer II, 2). 

El Reino y  la Gloria es una completa recopilación de genealogías; es un ensamble 

que  une  excavaciones  hechas  tanto  en  la  antigua  Roma,  como  en  los  nacientes 

                                                        8 Ibid, 129 9 Ibid, 125 

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reinos  del  medievo.  Es  una  persecución  que  busca  claridad.  Una  indagación  en 

aquello que Agamben considera lo constituyente de Occidente. 

Su  juego,  entre  elementos  paganos  y  la  teología  cristiana,  termina  por  moldear 

aquellas  condiciones  de  posibilidad  históricas  que  fundaron  nuestro  presente  y 

que, quizás, nos permiten comprenderlo mejor. 

Para exponer el trabajo realizado en dicha obra, habremos de concentrarnos en lo 

que  considero  son  las  dos  grandes  genealogías  del  trabajo:  La  Maquinaria 

gubernamental  y  la  Aclamación  pública  como  Gloria.    Amos  recorridos  serán 

expuestos  e  intencionados  a mostrar  algunas  de  las  consecuencias  políticas más 

plausibles. 

 

Para explicar la maquinaria gubernamental Agamben se vale del paradigma 

“económico‐gestional”  encontrado  en  la  fundación  oikonómica  cristiana.  La 

trinidad,  la  figura  del  Padre‐Hijo‐Espíritu  Santo,  fue  explicada  en  sus  primeras 

formulaciones  con  argumentos  económicos  (y  no  ontológicos).  Así,  en  la  primer 

gran genealogía, el misterio trinitario se convierte en el objetivo a excavar.   

Primero,  la  oikonomia,  siguiendo  la  clásica  explicación  Aristotélica,  se 

encarga  de  la  “gestión  del  hogar”.  Su  tarea  es  la  de  administrar,  sin  regla  o 

principio  alguno,  la  vida  doméstica.  El  funcionamiento  ordenado  es  su  única 

norma. 

¿Por qué usar argumentos oikonómicos para explicar un dogma sagrado? 

El  problema  al  que  se  enfrentaban  los  primeros  teólogos  cristianos  era  el 

siguiente:¿Cómo explicar la Trinidad sin caer en “amenazas profanas” politeístas?, 

¿Cómo articular Un Dios con tres figuras divinas de tal trascendencia? La respuesta 

dada  por  los  “pensadores  de  lo  divino”  es  completamente  económica  dados  las 

dificultades ontológicas que traería consigo  identificar una esencia( Un Dios) con 

otras dos completamente distintas. De ahí el argumento oikonómico: Dios (que es 

un  sólo  ser,  una  esencia)  gobierna,  gestiona,  administra  el mundo  a  través  de  la 

figura trinitaria. La Trinidad es praxis, acción en el mundo (divino y humano). 

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De ahí que la teología cristiana se defina desde sus inicios no como “un relato sobre 

los dioses”..sino como “inmediatamente economía y providencia, es decir, actividad 

de autorrevelación, gobierno y cuidado del mundo”. 10 

¿Cuál  es  la  relevancia  del  hallazgo,  de  saber  que  la  trinidad  se  funda  en 

argumentos económicos?   Los debates de aquella época muestran que el carácter 

otorgado a la oikonomía es caótico, anárquico, no fundado en el Ser; explicado sólo 

en  la  volición  de  Dios.  Es  decir,  la  actividad  providencial  no  tenía  fundamento 

alguno.  El  gobierno  de Dios  (  por medio  de  la  trinidad)  gestionaba  sin  regla.  Su 

fundación  así  lo  constituía.  La  trinidad  era  operación,  arreglo,  eficacia.  La 

aparecida  distinción  Ser‐Praxis  delinea  los  dos  componentes  de  la  maquinaria 

gubernamental  teológica.  La  figura  económica  trinitaria  explica  la  palabra  hecha 

obra  (la  gestión‐gobierno)  a  la  vez  que mantiene  la  unidad  del  Reino  (  una  sola 

esencia,  un  solo  Dios).  El  paradigma  trinitario  termina  por  articular  Reino  y 

Gobierno: esencia omnipresente y gestión anárquica de lo terreno a la vez. 

Pero  ¿Cuál  es  la  relevancia  política  de  toda  ese  trabajo  de  búsqueda 

teológica?  La  respuesta  de  Agamben  se  encuentra  en  su  hipótesis  sobre  la 

secularización.  De  acuerdo  al  pensador  italiano,  Occidente,  efectivamente,  se  ha 

secularizado. Pero la secularización no es un concepto común. No es, de hecho, un 

concepto.  Es  una  signatura:  un  espíritu  que  traslada,  más  no  inaugura.  La 

secularización  mueve,  cambia  nombres  y  etiquetas;  pero  no  desarticula  ni 

transforma de fondo estructuras. “La secularización actúa en el sistema conceptual 

de  lo  moderno  como  una  signatura  que  lo  reenvía  a  la  teología.”11.  Así,  “la 

secularización es una forma de remoción que deja intactas las fuerzas, limitándose 

a desplazarlas de un lugar a otro”.12 

He  aquí  la  relevancia:  Occidente,  secularizado,  conserva  las  mismas 

dicotomías  trinitarias  (con  nombres  distintos).  El  Reino  (antes  Dios,  ahora  el 

Parlamento  o  la  Constitución)  y  el  Gobierno  (antes  la  trinidad,  ahora  el  poder 

ejecutor) son el trazo de la maquina gubernamental.  

                                                        10 Giorgio Agamben, El Reino y la Gloria (Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2008) ,91 11 Ibid, 19 12 Giorgio Agamben, Elogio de la profanación, en Profanaciones(Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2009), 102 

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  10 

El gobierno anárquico, la policía eminentemente caótica, la administración sujeta a 

la arbitraria volición. Todos remanentes de la fundación cristiana. De las licencias 

teológicas que inauguraron prácticas terrenas y mucho de lo que nos constituye.  

El Reino inoperoso y el Gobierno anárquico encuentran su más añejo bosquejo en 

el paradigma teológico‐trinitario.  

 

   La segunda genealogía importante. El papel de la Gloria en “lo político”. 

Primero, ¿Qué es la Gloria?, ¿De dónde viene, y que debates la han pensado? 

La Gloria ‐entendida como el enaltecimiento simbólico por medio de aclamaciones, 

himnos,  liturgias,  oraciones‐  encuentra  su  expresión más  remota  en  la  grandeza 

imperial romana; y se consolida como primordial en la naciente tradición cristiana. 

Los  debates  teológicos  de  la  época  versaban  en  su  carácter:  ¿Era  ésta  necesaria 

para  El  Omnipoderoso?,  la  respuesta  triunfante  negaba  aquella  afirmación 

disfrazada de pregunta. Dios, con su perfectud innegable, no podía depender de la 

glorificación  terrena  para  existir.  De  ahí  aquella  distinción  técnica  entre  gloria 

interna  u  objetiva  (  aquella  que  posee  Dios  sin  lugar  a  dudas,  por  su  misma 

grandeza) y gloria externa o subjetiva (aquella que el mortal otorga como “un acto 

de gratitud”). 

La  Gloria,  entonces,  se  entendió  en  el  discurso  imperante  como  un  ornamento, 

como una estética del poder divino. 

Lo que  la teología  llegó a afirmar es  indagado por Agamben en  la segunda 

parte  del  análisis.  Su  “Arqueología  de  la  gloria”  se  propone  averiguar 

los verdaderos alcances de  la alabación ( de  la gloria mostrada, externada por  las 

multitudes). 

La averiguación, que recorre un sin  fin de oraciones e himnos  litúrgicos,  termina 

por  sugerir  la real importancia  de  la  glorificación.  El  elemento  ritual  deja  de 

entenderse  como complementario y  es visto  como  fundante. El  “agradecimiento” 

no es mas que la muestra de respaldo masivo que instituye a la autoridad divina. 

La gloria funda, respalda, posibilita. 

Quizá la glorificación no es simplemente lo que se agrega de más a la gloria 

de Dios, sino que es ella misma, como ritual eficaz, la que produce la gloria; 

y si la gloria es la sustancia misma de la divinidad y el verdadero sentido de 

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  11 

su economía, entonces ella depende de la glorificación de manera esencial y 

tiene, por lo tanto, para exigirla con improperios e intimaciones.13 

 

El  carácter  de  la  gloria  divina  apuntado  corresponde  con  el  de  la  gloria 

política.  Al  final,  el  trabajo  teológico  sólo  instauraba  un  gobierno  terreno 

amparado en uno sagrado. Lo político, afirma Agamben, esta repleto de figuras de 

gloria ( no sólo ello, lo político, como parece sugerir el autor, podría definirse en la 

medida  en  que  es  glorioso).  De  ahí  el  error  habitual  del  enfoque  politológico 

contemporáneo:  olvidar  los  elementos  simbólicos‐sentimentales  es  dejar  de 

apreciar gran parte del fenómeno político (sino es que todo). 

La  pregunta  que  formula  Agamben  es  de  suma  pertinencia,  y  conecta 

eficazmente  su  formulación  “teológica”  de  la  gloria  con  el  mundo  “político‐

profano” :  

Si el poder es esencialmente fuerza y acción eficaz, ¿por qué necesita recibir 

aclamaciones  rituales  y  cantos  de  alabanza  ,  vestir  coronas  y  tiaras 

molestas,  someterse  a  un  inaccesible  ceremonial  y  a  un  protocolo 

inmutable; en una palabra, inmovilizarse hieráticamente en la gloria: él que 

es esencialmente operatividad y oikonomía?14 

El poder político se alimenta de la aclamación popular. La democracia, como 

señala Schmitt, es aprobación masiva. El grito,  la expresión espontánea, el saludo 

nazi, todos elementos que fundan el poder. Objetos, cantatas, himnos que estriñen 

las  fibras  más  íntimas  de  las  audiencias.  De  ahí  se  alimenta  el  poder.  Del 

sentimiento más humano. De la muestra más espontánea. Del consenso absoluto. 

Los totalitarismos del siglo XX son la muestra perfecta de la tesis de Agamben. (Y 

así se entiende su siempre difícil trato por la ciencia política de hoy). 

 Pero,  ¿qué  sucede  con  las  Democracias  contemporáneas‐liberales‐

comunicativas‐racionales?  La  aclamación  ha mutado.  La  gloria  ya  no  se muestra 

con el aplauso masivo en la plaza pública. La gloria, que es una de las conclusiones 

finales, está ahora en la Opinión Pública. El Consenso masivo, lo que la gente cree, 

la  opinión  imperante  y  generalizada  es  lo  que  hoy  funda  a  las  democracias.  Los 

medios  de  comunicación  se  vuelven,  en  éste  punto,  el  objeto  de  deseo  por 

                                                        13 Giorgio Agamben, El Reino y la Gloria (Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2008), 397 14 Ibid, 343 

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  12 

excelencia.  La  “sociedad  del  espectáculo”  encuentra  su  auténtica  condición  de 

posibilidad  en el glorioso pasado cristiano. 

Lo  que  en  una  época  estaba  confinado  a  las  esferas  de  la  liturgia  y  los 

ceremoniales, se concentra[hoy] en los medios masivos y, a la vez, a través 

de  ellos,  se  difunde  y  penetra  a  cada  instante  y  en  cada  ámbito  de  la 

sociedad, tanto público como privado. La democracia contemporánea es una 

democracia basada  integralmente en  la gloria,  es decir  en  la  eficacia de  la 

aclamación, multiplicada y diseminada por los medios masivos más allá de 

toda imaginación.15 

 

  Mostradas las dos grandes genealogías de la excavación Agambeniana, sería 

oportuno  cerrar  la  exposición  con  una  de  las  conclusiones,  considero,  más 

relevantes de  su  arqueología.  En  el  apéndice de El Reino  y  la Gloria (un pequeño 

ensayo  llamado  La  Economía  de  los  Modernos)  se  explora  de  nueva  cuenta  la 

naturaleza  anárquica  del  gobierno  y  lo  que  ello  representa  en  la  tradición 

occidental. 

Para ello, Agamben se ocupa de la teorización de Rousseau. En Rousseau, nos dice, 

hay  mucho  que  ver  respecto  a  la  influencia  teológica  en  el  mundo  político.  El 

ilustrado francés recibe plenamente la distinción cristiana de las voluntades (una 

general, y  las particulares). En la tradición sagrada ésta diferencia de voluntades, 

mostrada por Malebranche, se articula así: la voluntad general (una, y de Dios) es 

aquella  que  constituye  al  Reino  (es  la  esencia,  el  Ser  divino  e  inmutable);  las 

voluntades particulares, en cambio,   son expresión de lo contingente, aquello que 

respecta al Gobierno divino, a la ejecución terrena( trinitaria y económica, como se 

ha mostrado). 

El  sentido  es  tomado  y  trasladado  a  la  esfera  profana.  La  voluntad 

generalque vista la definición enciclopédica coincide con el carácter inmutable y 

objetivo  del  término  divinoes  aquella  que  funda  a  la  soberanía:  al  ente 

que reina sobre  una  nación.  El  gobierno,  en  cambio,  se  ocupa  de  las  voluntades 

particulares;  es  el  gestor  inmediato  que  “lidia”  con  el  capricho  diario  al  que  se 

enfrenta. 

                                                        15 Ibid,  446. 

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  13 

En  términos  concretos,  la voluntad general  (el poder  legislativo)  se ocupa de  los 

grandes  asuntos;  el  ejecutor  sólo  administra,  “lleva  a  cabo  lo  que  la  soberanía 

dicta”. 

Éste  aparente  menosprecio  por  la  gestión  marca  los  ejercicios  teóricos  de  la 

modernidad.  La  concentración  en  “los  grandes  ideales”,  en  el  “problema  de  la 

soberanía”,  en  los  “principios  constitutivos”,  ha  dejado  de  lado  la  operación 

concreta, la praxis anárquica gubernamental. 

Agamben  es contundente en su conclusión: 

El equívoco que consiste en concebir al gobierno como poder ejecutivo es 

uno  de  los  errores  más  cargados  de  consecuencias  en  la  historia  del 

pensamiento político occidental. Esto hizo que la reflexión política moderna 

se extraviara detrás de abstracciones y mitologemas vacíos como la Ley, la 

voluntad general y la soberanía popular, dejando suspendido precisamente 

el problema político decisivo. 

Lo que nuestra investigación ha mostrado es que el verdadero problema, el 

arcano central de la política, no es la soberanía, sino el gobierno, no es Dios 

sino el ángel, no es el rey, sino el ministro, no es la ley, sino la policía‐o bien, 

la maquina gubernamental que ellos forman y mantienen en movimiento.16 

 

 La arqueología de Agamben es una apuesta teórico política innovadora. Su 

metódico  proceder,  respaldado  por  la  estructura  espitémica  expuesta,  lo  sitúan 

como un pensador argumentativamente fuerte. Sus conclusiones, elucidantes y de 

suma  relevancia,  lo  traen  (o  deberán  traerlo)  a  nuestro  escritorio  de  análisis. 

Entender lo que nos constituye, con estudios complejos y multidimensionales de lo 

político, deberá ser un paso más en la adecuada comprensión de lo contemporáneo. 

 

 

 

 

 

 

                                                         16 Ibid,  480 

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  14 

Referencias Bibliográficas  

 

1.‐  Agamben,  Giorgio.  Signatura  Rerum.  Sobre  el  Método.  Barcelona: 

Anagrama, 2010. 

2.‐  Agamben,  Giorgio. El  Reino  y  la  Gloria.  Buenos Aires:  Adriana Hidalgo, 

2008. 

3.‐ Agamben, Giorgio. Profanaciones. Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2009. 

4.‐  Agamben,  Giorgio.  Estado  de  Excepción.  Buenos  Aires:  Adriana 

Hidalgo,2003. 

 

 

Datos del Autor 

 

Nombre: Francisco Javier Osorio Adame 

Estudiante de Economía y Ciencia Política en ITAM 

Interés en  Teoría Política 

Contacto: [email protected]