Jugando

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JUGANDO El mundo es un tablero de juegos. Con un número indeterminado de jugadores, y otro igual de indefinido de casillas, cada casilla con una altura respecto a las demás y un valor que dependerá de su ocupante, de su camino previo, del momento y hasta del azar. Si quitamos mentalmente las fronteras de las casillas, el mundo es un juego aéreo de multitud de bolitas rodando sobre sí mismas y sobre una superficie invisible e imposible. Además chocamos unos con otros, unas con otras, unas con otros e incluso unos con otras, alegremente inconscientes de nuestra verdadera naturaleza, bolitas de un juego cósmico en un universo muy pequeño. Hay choques que nos convierten en “bolitas tangentes”. Meros roces que quizás nos hagan pararnos un momento. Un efecto sutil como un aroma exótico que frena nuestra energía cinética rotatoria y nos deja mirando en una dirección imprevista. Puede que recordemos qué bolita nos dejó en ese precario estado -pues la esencia del juego es moverse- o que nunca sepamos a quién bendecir o maldecir, según el resultado de la jugada. Otras bolas tienen un halo oscuro alrededor tan sólido y cortante como una sierra circular. Sus trayectorias son secantes, siegan la vida de cuajo a su paso y prosiguen su camino como si nada. Te dejan dividido en dos, el juego terminado, la vida trastocada para siempre, y siempre para mal. Pero entre unas y otras, entre el toque angelical y el demoníaco, lo que hacen la mayoría de las bolitas en este juego es buscarse. Nos buscamos, chocamos perfectamente,saliendo despedidos en cualquier dirección o quedando pegados hasta el siguiente choque o hasta el final del juego. ¿Cómo ha sido nuestro choque? ¿Rodábamos entre dos colinas y nos volveremos a encontrar o estábamos en lo alto de una y ahora rodamos cada uno por una ladera distinta de la vida? Miro al resto de bolitas de este sector del juego, y no te veo, necesito acudir a otros sentidos -porque este juego va más allá del tacto y la vista, y se juega en más dimensiones que tres más una- para saber de ti, o al menos para imaginarte, mientras lanzo incansables mensajes al “master” del juego para que nos permita repetir la jugada. Últimamente, lo confieso, también para que quieras repetir la jugada... Debe de ser cansado ser el “master” de un juego en que cada bolita se cree centro del universo y dueña de sus movimientos por una vida que no sabe que es sólo juego, pero no puede ser tanto pedir volver a chocar contigo, agarrados contra el frío, las puertas encerrando de nuevo tras de nosotros la música, el mar susurrándonos a unos metros... ¿No? 30 / xi / 2013, Irún, José Gregorio del Sol Cobos

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JUGANDO

El mundo es un tablero de juegos. Con un número indeterminado de jugadores, y otro igual de indefinido de casillas, cada casilla con una altura respecto a las demás y un valor que dependerá de su ocupante, de su camino previo, del momento y hasta del azar.

Si quitamos mentalmente las fronteras de las casillas, el mundo es un juego aéreo de multitud de bolitas rodando sobre sí mismas y sobre una superficie invisible e imposible.

Además chocamos unos con otros, unas con otras, unas con otros e incluso unos con otras, alegremente inconscientes de nuestra verdadera naturaleza, bolitas de un juego cósmico en un universo muy pequeño.

Hay choques que nos convierten en “bolitas tangentes”. Meros roces que quizás nos hagan pararnos un momento. Un efecto sutil como un aroma exótico que frena nuestra energía cinética rotatoria y nos deja mirando en una dirección imprevista. Puede que recordemos qué bolita nos dejó en ese precario estado -pues la esencia del juego es moverse- o que nunca sepamos a quién bendecir o maldecir, según el resultado de la jugada.

Otras bolas tienen un halo oscuro alrededor tan sólido y cortante como una sierra circular. Sus trayectorias son secantes, siegan la vida de cuajo a su paso y prosiguen su camino como si nada. Te dejan dividido en dos, el juego terminado, la vida trastocada para siempre, y siempre para mal.

Pero entre unas y otras, entre el toque angelical y el demoníaco, lo que hacen la mayoría de las bolitas en este juego es buscarse.

Nos buscamos, chocamos perfectamente,saliendo despedidos en cualquier dirección o quedando pegados hasta el siguiente choque o hasta el final del juego.

¿Cómo ha sido nuestro choque? ¿Rodábamos entre dos colinas y nos volveremos a encontrar o estábamos en lo alto de una y ahora rodamos cada uno por una ladera distinta de la vida? Miro al resto de bolitas de este sector del juego, y no te veo, necesito acudir a otros sentidos -porque este juego va más allá del tacto y la vista, y se juega en más dimensiones que tres más una- para saber de ti, o al menos para imaginarte, mientras lanzo incansables mensajes al “master” del juego para que nos permita repetir la jugada.

Últimamente, lo confieso, también para que quieras repetir la jugada...

Debe de ser cansado ser el “master” de un juego en que cada bolita se cree centro del universo y dueña de sus movimientos por una vida que no sabe que es sólo juego, pero no puede ser tanto pedir volver a chocar contigo, agarrados contra el frío, las puertas encerrando de nuevo tras de nosotros la música, el mar susurrándonos a unos metros...

¿No?

30 / xi / 2013, Irún, José Gregorio del Sol Cobos