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I. INTRODUCCIÓN “El Paso de la Patria es un hormiguero donde pululan los hombres, caballadas y boyadas en un espacio de una legua escasa”. Así escribía el día 7 de abril de 1866 en su diario sobre la campaña del Paraguay, el coronel León de Palleja, agregando el día 9 del mismo mes: “Estamos sumamente oprimidos; el ejército aliado está acampado en un espacio de tres mil metros; es un enjambre de hombres y bestias, apenas si cabemos en una columna”. Y no era para menos, el Ejército Aliado de Argentina, el Imperio de Brasil y el Estado Oriental concentraban en el Alto Paraná frente a “Paso de la Patria” una fuerza de 35.000 infantes (distribuidos en 81 batallones) 87 piezas de artillería distribuidas en 8 escuadrones de Artillería Ligera y 2 Batallones de Artillería a pie y unos 20.000 jinetes componiendo 75 escuadrones de caballería. Apoyando a este Ejército y como elemento de vital importancia para la operación que se iba a encarar, se encontraba la escuadra aliada, la cual contaba con 4 acorazados y 25 unidades de diferentes clases. Estaba a punto de comenzar el período más relevante de toda la guerra del Paraguay, pues entre los meses de abril y setiembre de 1866 se libraron las batallas más importantes por los efectivos empeñados, más sangrientas por la saña de los combatientes y por las pérdidas sufridas; hechos de armas que pudieron transformarse en acciones decisivas si no hubieran intervenido diferentes factores que durante la exposición de los acontecimientos trataremos de dilucidar. Este período constituye el objeto del presente estudio, el cual aparte de pretender cumplir con el cometido de relatar los acontecimientos pasados buscando rescatar del olvido las fuerzas morales, el valor físico y el patriotismo de todos los contendientes, procura extraer algunas breves consideraciones militares de los hechos aquí narrados. Será necesario hacer previamente un breve resumen de los acontecimientos que llevaron a que el Ejército Aliado se encontrara frente al Paso de la Patria esperando la orden para cruzar los 1.500 mts. de ancho del río Paraná y llevar la guerra al territorio paraguayo. En cuanto a la exposición de las operaciones, hemos seleccionado como “Cicerone” al coronel argentino Juan Beverina, quien ha hecho un monumental trabajo en 7 tomos sobre este conflicto. No obstante, hemos cotejado los hechos día a día con el diario del coronel oriental León de Palleja y con las versiones brasileras de los 1

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I. INTRODUCCIÓN

“El Paso de la Patria es un hormiguero donde pululan los hombres, caballadas y

boyadas en un espacio de una legua escasa”.

Así escribía el día 7 de abril de 1866 en su diario sobre la campaña del Paraguay, el

coronel León de Palleja, agregando el día 9 del mismo mes: “Estamos sumamente

oprimidos; el ejército aliado está acampado en un espacio de tres mil metros; es un

enjambre de hombres y bestias, apenas si cabemos en una columna”.

Y no era para menos, el Ejército Aliado de Argentina, el Imperio de Brasil y el

Estado Oriental concentraban en el Alto Paraná frente a “Paso de la Patria” una

fuerza de 35.000 infantes (distribuidos en 81 batallones) 87 piezas de artillería

distribuidas en 8 escuadrones de Artillería Ligera y 2 Batallones de Artillería a pie y

unos 20.000 jinetes componiendo 75 escuadrones de caballería.

Apoyando a este Ejército y como elemento de vital importancia para la operación

que se iba a encarar, se encontraba la escuadra aliada, la cual contaba con 4

acorazados y 25 unidades de diferentes clases.

Estaba a punto de comenzar el período más relevante de toda la guerra del Paraguay,

pues entre los meses de abril y setiembre de 1866 se libraron las batallas más

importantes por los efectivos empeñados, más sangrientas por la saña de los

combatientes y por las pérdidas sufridas; hechos de armas que pudieron

transformarse en acciones decisivas si no hubieran intervenido diferentes factores

que durante la exposición de los acontecimientos trataremos de dilucidar.

Este período constituye el objeto del presente estudio, el cual aparte de pretender

cumplir con el cometido de relatar los acontecimientos pasados buscando rescatar del

olvido las fuerzas morales, el valor físico y el patriotismo de todos los contendientes,

procura extraer algunas breves consideraciones militares de los hechos aquí narrados.

Será necesario hacer previamente un breve resumen de los acontecimientos que

llevaron a que el Ejército Aliado se encontrara frente al Paso de la Patria esperando

la orden para cruzar los 1.500 mts. de ancho del río Paraná y llevar la guerra al

territorio paraguayo.

En cuanto a la exposición de las operaciones, hemos seleccionado como “Cicerone”

al coronel argentino Juan Beverina, quien ha hecho un monumental trabajo en 7

tomos sobre este conflicto. No obstante, hemos cotejado los hechos día a día con el

diario del coronel oriental León de Palleja y con las versiones brasileras de los

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mismos.

Todos ellos sin excepción, reconocen y admiran el valor, el coraje y el patriotismo

del pueblo paraguayo que se desangró en esta guerra luchando denodadamente por

defender su suelo, pro lo que no hay desmedro en la perspectiva de los historiadores

de los países aliados sobre la actuación de los combatientes paraguayos.

Finalmente, haremos un suscinto análisis, como quedó dicho, desde el punto de vista

militar de las operaciones tratadas en este estudio.

II. BREVE RESEÑA DE LOS ACONTECIMIENTOS

ANTERIORES A LA PREPARACIÓN DE LA INVASIÓN

A. TODO EMPEZÓ EN EL ESTADO ORIENTAL

A semejanza de lo que ocurrió durante la gestación de lo que después fue

llamada la Guerra Grande, un conflicto interno de la República Oriental del

Uruguay se transformará en la mayor conflagración de Sudamérica.

Gobernaba el país por el período 1860-1864. Bernardo P. Berro quien:

• Combatió en las “divisas” (Blanca y Colorada) por un decreto que prohibía

su uso en la vía pública.

• Separó las Jefaturas políticas de las Comandancias militares.

• Pretendió de las Cámaras una amplia amnistía de todos los emigrados.

• Se vio envuelto en las luchas con la Iglesia y con sus propios partidarios de

la facción “amapola” (conservadores)

• Se mantuvo neutral en la lucha entre la confederación Argentina y Buenos

Aires.

• Se mostró firme ante las reclamaciones de Brasil por el tratamiento dado a

sus súbditos.

• Contó con la amenaza de Inglaterra y Francia por el cobro de las deudas de

la época de la Guerra Grande.

El general Flores, el cual hasta entonces había combatido a órdenes de Mitre,

invade el país el 19 de abril de 1863 con su “Cruzada Libertadora” alegando la

defensa de la religión y los fusilamientos de Quinteros, contando con el apoyo

abierto del Imperio del Brasil y el embozado del Estado de Buenos Aires.

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Se desata entonces una sangrienta guerra civil que se prolongará más allá del

gobierno de Berro, a quien lo sucederá Atanasio Aguirre el 1° de mayo de 1864.

Este a su vez será seguido de Tomás Villalba como Presidente del Senado en

ejercicio de la Presidencia de la República, a quien le tocará firmar la paz el 20

de febrero de 1865 basada en el triunfo total del general Flores.

Ahora bien ¿cómo se relacionan estos hechos con la Guerra de la Triple

Alianza? Sucede que el gobierno de Berro buscó el acercamiento a Paraguay

para fortalecerse ante los continuos reclamos del Imperio, enviando para ello a

Asunción al Dr. Juan José de Herrera en y al año siguiente a Octavio Lapido

quienes sostienen la posición del que “el sistema de equilibrio ha sido y es una

de las más fuertes garantías del derecho internacional”.

En mayo de el enviado brasileño en Montevideo presenta al gobierno 63

demandas formuladas por residentes norteños en el Estado Oriental.

En junio del mismo año se intentan negociaciones para hacer la paz entre las

partes en lucha, pero las posiciones intransigentes adoptadas las hacen fracasar,

entonces Aguirre envía a Asunción a Antonio de las Carreras para apurar las

gestiones ya iniciadas en mayo de 1864 por Vázquez Sagastume en el sentido de

alcanzar una alianza efectiva con Solano López. Este comunica al Imperio que

“cualquier ocupación del territorio oriental por los motivos consignados en el

ultimátum que Brasil presentó al Uruguay el 4 de agosto, será considerado como

atentatorio del equilibrio de los estados del Plata, que interesa a la República del

Paraguay...”

Brasil, haciendo caso omiso de esa advertencia, invade el Uruguay por Cerro

Largo con una Brigada al mando de Mena Barreto.

En 20 de octubre de 1864 Flores concreta la alianza con el barón de Tamandaré,

jefe de la escuadra brasileña iniciándose las operaciones por el río Uruguay.

El 12 de noviembre Paraguay captura el vapor brasileño “Marqués de Olinda” a

su paso por Asunción. El mismo transportaba al Presidente de la Provincia de

Mato Grosso, quien queda prisionero, transformándose el vapor en barco de

guerra de la escuadra paraguaya. Al preguntar el representante de Brasil en

Asunción por la causa de esta medida, recibe la respuesta de que Paraguay

“obraba con el mismo derecho que el Brasil al ocupar el territorio oriental”.

Como vemos, los acontecimientos se van encadenando de tal manera que un

conflicto comenzado en el territorio oriental, se va transformando en un

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conflicto mayor que traerá como consecuencia la gran tragedia bélica de la

cuenca del Plata.

En Uruguay se han sucedido entre otros hechos, la toma de Florida (4 de agosto)

la toma de Salto (28 de enero de 1865) y la entrada triunfal de Flores en

Montevideo (21 de febrero de 1865), el cual se encontraba completamente

comprometido con el Imperio merced a la ayuda que había recibido del mismo.

Este hecho implicaría la entrada de las fuerzas orientales en la guerra

internacional que se gestaba.

B. MOTIVOS DE DISCORDIA ENTRE PARAGUAY Y EL IMPERIO DE BRASIL

1. Problema de límites entre los dos Estados

La controversia entre ambos países consistía en la posesión del territorio

comprendido entre el río Apa (frontera pretendida por Brasil) y el río Blanco

(línea sostenida por Paraguay).

El carácter de aislamiento en que éste último fue mantenido por el dictador

Francia había hecho que quedara encarpetado el asunto por mucho tiempo. Al

asumir Carlos A. López el gobierno del país se pensó en renovar el tema de los

límites.

El Brasil por su parte, más interesado en la libre navegación de los ríos Paran y

Paraguay, había dejado en segundo término la cuestión de límites.

2. Problema de navegación de los ríos Paraná y Paraguay

Para el Brasil la libre navegación de esos cursos de agua era vital para atender su

lejana provincia de Mato Grosso.

Así es que en 1850 se firmó con Paraguay un tratado de Alianza Defensiva que

entre otros móviles pretendía obtener la libre navegación del Paraná obstruida

por Rosas.

Después de la caída del dictador argentino, Carlos A. López impedía la libre

navegación del río Paraguay provocando largas y enojosas discusiones con el

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gobierno del Río de Janeiro, pues López condicionaba el arreglo de la cuestión

de la navegación a la solución del problema de límites.

Por fin, en 1856 se llegaba a un acuerdo donde Brasil obtenía la libre navegación

para sus buques y se dejaba para seis años más tarde el arreglo definitivo de

límites.

3. Problemas por la intervención de Brasil en el Estado Oriental

Las gestiones que el gobierno uruguayo (Berro y Aguirre) realizaron ante el de

Asunción, convencieron a éste de la existencia de un pacto secreto entre Brasil y

Argentina para el reparto de Uruguay y Paraguay. De todas formas, Solano

López estaba convencido de que cualquier intervención de las naciones más

grandes del Plata en los asuntos internos de los otros estados, constituía una

ruptura del necesario equilibrio para asegurar la paz.

Así es que ofrece su mediación el 17 de junio de 1864 en el diferendo entre

Brasil y Uruguay, la cual es rechazada diplomáticamente por el primero,

ofendiendo altamente a Solano López en su intención de influir en los

acontecimientos del Plata.

El 4 de agosto de 1864 el comisionado de Brasil, Saraiva, presenta un ultimátum

al gobierno oriental exigiéndole satisfacciones por los reclamos de los residentes

brasileños.

En nota de fecha 30 de agosto, Paraguay advierte a Brasil sobre cualquier

ocupación permanente o temporaria del Estado Oriental, la cual sería

considerada “atentatoria del equilibrio de los estados del Plata, lo que interesa a

Paraguay... desligándose desde ahora de toda responsabilidad por las

consecuencias...”

Así las cosas, la posibilidad de una guerra era cuestión de tiempo, máxime que

Brasil seguiría adelante con su intervención en Uruguay, como ya vimos.

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C. MOTIVOS DE DISCORDIA ENTRE PARAGUAY Y

ARGENTINA

1. Problema de límites entre los Estados

Las mismas causas que en las primeras décadas de la independencia de Paraguay

concurrieron para demorar la solución de la cuestión de límites con Brasil,

intervinieron para que sucediera lo mismo con Argentina, aunque aquí las cosas

no fueron tan calmas como en el norte.

En efecto, la zona en disputa en el territorio de Corrientes y Misiones era de vital

importancia para Paraguay, puesto que le daba mayor seguridad en la zona

sudeste del país, pudiendo llegar a tener casi un punto de contacto con Río

Grande del Sur, constituyendo además una importante fuente de recursos vista la

anterior colonización llevada a cabo por los jesuitas.

Para Argentina, fijar el límite entre ambos estados en el río Paraná equivalía a la

conservación del límite geográfico-militar que a la par que le proporcionaba un

obstáculo natural importante para una mayor seguridad de su frontera, le evitaba

el cercenamiento de Corrientes y facilitaba la afirmación sobre sus derechos

sobre las misiones.

La región mencionada será objeto de repetidas invasiones por parte de los

paraguayos hasta culminar con la ocupación de hecho del territorio en litigio,

aprovechándose de las discordias entre Buenos Aires y la Confederación

Argentina.

Distinta fue la situación de límites en la región del Chaco, donde la solución del

litigio resultaba de un interés completamente secundario, por tratarse de una

zona casi desierta, solo habitada por tribus de indios nómades y belicosos.

Solano López inició los contactos con Mitre para intentar resolver el litigio

mostrando ambos gobiernos buena voluntad al principio, pero las diferencias no

tardan en surgir, primero por simples detalles y más tarde por la intervención de

otros factores que hacen que la cuestión de los límites pase a un segundo plano y

se desemboque en la ruptura definitiva y sangrienta de relaciones.

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2. Problemas por la supuesta violación de la neutralidad en los asuntos del Estado Oriental

El 6 de setiembre de 1863 Solano López dirige una nota al Presidente Mitre

solicitándole “amistosas y amplias explicaciones” sobre las quejas interpuestas

por el gobierno de Montevideo acerca de la participación del gobierno argentino

en apoyo a la revolución encabezada por el general Flores.

No olvidemos que éste combatió a órdenes de Mitre en las batallas de “Cepeda”

y “Pavón” antes de iniciar su campaña en el Uruguay y de que el 2 de junio de

1863 el navío “Villa de Salto” (oriental) había capturado al navío argentino

“Salto” con un cargamento de armas para los revolucionarios.

El gobierno argentino contesta al paraguayo negando dicha intervención, pero

López insiste nuevamente no dándose por satisfecho con las explicaciones

recibidas.

Se suceden notas cada vez más tirantes entre los dos estados, mostrándose Mitre

mucho más conciliador que su par paraguayo que había declarado el 6 de febrero

de 1864 que “en adelante sólo atenderá a sus propias inspiraciones sobre los

hechos” prescindiendo de las declaraciones amistosas solicitadas.

3. La actitud de la Prensa de Buenos Aires

El tono festivo y chancero con el que las publicaciones de la capital argentina

trataban a Solano López, tanto por sus preparativos bélicos, como por su

ambigua relación con Madama Lynch y los encomiásticos artículos de “El

Semanario”, mortificaba y enfurecía al presidente paraguayo y lo predisponía

contra esos “grandes anarquistas del sur” como los llamaba.

D. LA OFENSIVA PARAGUAYA Y LA INICIACIÓN DE LA

GUERRA

Como ya fue dicho, el 12 de noviembre de 1864 Paraguay apresa al vapor

brasileño “Marqués de Olinda” y con él al nuevo presidente de Mato Grosso y

algunos empelados estatales.

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El 24 de diciembre siguiente sale una expedición naval desde Asunción

compuesta por cinco buques y algunos barcos menores armados transportando

3.500 hombre de infantería y 12 piezas de artillería al mando del general Barrios

dando comienzo a la invasión del Mato Grosso.

Simultáneamente desde Concepción poníase en marcha por tierra una columna

al mando del coronel Resquín, formada por 2.500 jinetes y un batallón de

infatería.

La empresa no contó con mayores dificultades salvo lo difícil del terreno y la

distancia, puesto que Brasil contaba con muy pocas fuerzas en la región.

Tomaron el fuerte de Coimbra y Corumbá (la capital) regresando la expedición a

Asunción a mediados de 1865 dejando una guarnición de 1.000 hombres en las

localidades ocupadas.

Estas dos agresiones sucesivas contra la soberanía de Brasil llenó de indignación

al pueblo brasileño que se aprestó a vengar la ofrenta, quedando así

desencadenada la guerra entre los dos países.

Para ambos beligerantes el territorio natural para efectivizarse las operaciones

militares era el de la provincia de Corrientes. El primero en solicitar a Argentina

autorización para su empleo fue Brasil, pero recibió por respuesta la negativa

alegándose la posición de neutralidad en el conflicto.

El 14 de enero de 1865 Paraguay hace lo propio aduciendo una causal de

reciprocidad, puesto que Argentina (Buenos Aires y la Confederación) habían

autorizado en 1855 a la escuadra imperial a remontar el Plata y el Paraná para

solicitar explicaciones al gobierno por la expulsión del ministro brasileño en

Asunción.

El 9 de febrero de 1865, el gobierno argentino, al mismo tiempo que negaba el

tránsito solicitado, pedía la paraguayo explicaciones perentorias y urgentes sobre

la acumulación de tropas en la parte nordeste de la provincia de Corrientes. Esta

era la zona que se encontraba en litigio entre ambos estados, pero que de hecho y

desde mucho tiempo antes, ocupaba Paraguay, siendo ahora la novedad la

concentración de medios militares en ella.

El 13 de abril de 1865 cinco buques de guerra paraguayos con tropas de

desembarco aparecían frente al puerto de Corrientes atacando a dos vapores

argentinos (el Gualeguay y el 25 de Mayo) apoderándose de los mismos y

remolcándolos a Paso de la Patria, no sin antes haber efectuado algunos disparos

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de cañón sobre la ciudad.

Al día siguiente las fuerzas paraguayas invaden por agua y por tierra la provincia

de Corrientes, se posesionan de su capital y establecen en ella una Junta de

Gobierno.

Con estas agresivas acciones sobre Mato Grosso y Corrientes, el Paraguay daba

inicio a la guerra.

E. LAS DECLARACIONES DE GUERRA

El 5 de marzo de 1865 se reunía en Asunción un “Congreso Extraordinario”,

acorde a lo dispuesto por Solano López. El 17 del mismo mes una comisión

doble especial de dicho congreso se expedía por medio de un dictamen donde se

analizaban al detalle las circunstancias que habían creado al gobierno paraguayo

la situación del momento aconsejando la aprobación de un proyecto de ley

referente a la misma.

Al otro día, 18 de marzo de 1865, el Congreso declaraba la guerra a la República

Argentina y aprobada la conducta del Poder Ejecutivo en su actitud con el

Imperio de Brasil.

La comunicación oficial de la declaración de guerra fue firmada con fecha 29 de

marzo de 1865 y según la versión oficial argentina fue recibida recién el 3 de

mayo, es decir 35 días después y cuando hacían 19 días que la ciudad de

Corrientes había sido ocupada por fuerzas paraguayas.

En efecto, la noticia del apresamiento de los dos navíos argentinos en Corrientes

llegó a Buenos Aires el 16 de abril, y ese mismo día se decretó el “Estado de

Sitio”, el bloqueo de los puertos del Paraguay y la “Movilización de toda la

Guardia Nacional de la República”.

Sin embargo, la declaración oficial de guerra al Gobierno paraguayo, se producía

sólo el 9 de mayo de 1865, 8 días después de haberse firmado el Tratado de

Alianza y 6 días después de haberse recibido la declaración de guerra del

Paraguay.

A los efectos de provocar la reflexión del lector, agregamos aquí una carta del

Dr. Rufino Elizalde, canciller argentino, publicada en “La Tribuna” de Buenos

Aires el 16 de abril de 1868 por el Sr. Pastor Obligado. Dice: “Doy a vuestra

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señoría la mejor noticia de Pascua (las tropas guaraníes habían ocupado

Corrientes el 14 de abril de 1865) que podría esperar, por lo que lo felicito

cordialmente.

López cayó en la trampa, llevando los vapores de Corrientes. Nada de

reclamaciones, está dada la bofetada que Rawson esperaba, tendremos guerra.

Cambiamos dos viejos navíos por medio Paraguay. El oro de Brasil se derramará

abundantemente en su tránsito por nuestro territorio”.

F. LA ALIANZA Y SUS OBJETIVOS

El 1° de mayo de 1865 se firmaba en Buenos Aires el “Tratado de la Triple

Alianza” entre el Imperio de Brasil, la República Argentina y la República

Oriental del Uruguay.

Por este Tratado, cuyas cláusulas debían mantenerse secretas, las partes

contratantes se comprometían a concurrir con todos sus medios, por agua y por

tierra, a la guerra contra el “Gobierno” del Paraguay y a no deponer las armas

hasta no haber logrado echar a éste del poder. El mando supremo de los Ejércitos

quedaba confiado al general Mitre y el de la Escuadra al almirante Tamandaré.

Otros artículos determinaban una serie de mutuas obligaciones de carácter

militar, político, económico y administrativo, como también los beneficios a

obtener después de la guerra. Respecto a esta última consideración es de hacer

notar que por el artículo 8° “se obligaban a respetar la independencia, soberanía

e integridad territorial (del Paraguay)” y que por el artículo 16° se repartían gran

parte del territorio paraguayo entre Brasil y Argentina.

Ocioso es decir que el Uruguay no ganaba nada en esta guerra y que su

intervención obedecía a la deuda que había contraído el general Flores con el

Imperio.

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G. PRETEXTOS Y MOTIVOS VERDADEROS DE LA GUERRA

1. Del Paraguay

a. Pretextos

1) Con la Argentina

Surgen de la ley aprobada pro el Congreso por la cual se hace la

declaración de guerra:

• La negativa a la solicitud del tránsito por Corrientes alegando

neutralidad siendo que en 1865 Argentina apoyó a la escuadra brasileña

en el diferendo con Paraguay.

• El desconocimiento del derecho de la República al territorio de

Misiones entre los ríos Paraná y Uruguay.

• La protección que el gobierno de Buenos Aires le da al comité

revolucionario paraguayo que enganchan mercenarios para pelear

contra su patria.

• La actividad de la prensa que apoya abiertamente a Brasil y el carácter

insultante de sus publicaciones.

• Indudable mancomunidad entre Argentina y Brasil.

2) Con el Imperio del Brasil

Aquí, como ya hemos visto, se trata del rechazo de la oferta de mediación

formulada por Solano López en la cuestión del Estado Oriental y

posteriormente en la intervención de las tropas brasileñas desconociendo la

advertencia al respecto comunicada por aquel.

b. Motivos

• La posición geográfica del Paraguay que lo hace depender de los ríos para

comunicarse con el exterior. Esto lo obliga a detentar una influencia

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considerable en el Plata para asegurarse las comunicaciones con el mundo.

• La conciencia de ser un estado consolidado y ordenado que progresa

económicamente en paz interior, en oposición a las convulsionadas y

revoltosas regiones del sur. Esto lo induce a pretender ejercer un papel

estabilizador en la región.

• La conciencia de poseer el poder militar más sólido en toda la cuenca del

Plata. Esto lo lleva a pretender ejercer una influencia relevante en todos los

asuntos regionales.

• La existencia de problemas de límites para resolver con Argentina y Brasil.

• El convencimiento de la existencia de un pacto entre Argentina y Brasil para

repartirse Uruguay y Paraguay.

• La personalidad de Francisco Solano López, cuya sed de fama militar y

gloria así como un altísimo concepto de su propia grandeza y la de su país,

lo va a arrastrar a la destrucción de su propio pueblo. No se debe desdeñar la

influencia que en él debe haber tenido Madama Elisa Alicia Lynch.

2. De los Aliados

a. Pretextos

Como ya quedó expuesto, se refieren a las agresiones llevadas a cabo por

Paraguay:

• Captura del “Marqués de Olinda” y posterior invasión de Mato Grosso.

• Captura de los vapores “Gualeguay” y “25 de Mayo” y posterior invasión a

Corrientes.

b. Motivos

1) Del Imperio del Brasil

• El aislamiento de la provincia de Mato Grosso hacía absolutamente

necesario contar con la libre navegación de los ríos Paraná y Uruguay,

no pudiendo estar esto supeditado a la decisión de un arrogante

gobierno paraguayo.

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• La existencia de problemas de límites que era necesario resolver

favorablemente para el Imperio.

• Necesidad de eliminar o neutralizar en el escenario platense a un actor

con un poder militar, social y económico demasiado molesto para los

intereses del Imperio.

2) De la República Argentina

• La existencia de problemas de límites que era necesario resolver en

términos favorables a la República.

• La necesidad de conseguir la unión efectiva de la República

recientemente consolidada después de la batalla del Pavón (1861),

mediante una guerra nacional “no provocada” que amalgamara todas las

voluntadas tras la bandera nacional.

• La diferencia ideológica, tanto política como económica entre la idea

liberal triunfante en Buenos Aires y el régimen autoritario de Paraguay

con su sistema económico en que el estado dejaba un espacio

insignificante a la actividad productiva y comercial privada.

3) De la República Oriental del Uruguay

Es el único estado que no tenía ni pretextos ni motivos para entrar en el

conflicto, salvo la palabra empeñada por el general Flores.

3. De otros países

Los hubo y sobre todo de Inglaterra, pero este tema ha sido tocado en otro

trabajo sobre el mismo conflicto.

H. LAS OPERACIONES EN TERRITORIO ALIADO

Las fuerzas paraguayas de invasión se organizaban en la “división del río

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Paraná” a las órdenes del general Robles y la “división del río Uruguay” a

órdenes del teniente coronel Estigarribia.

Ambas columnas avanzaban hacia el sur a lo largo de los ríos. La columna del

río Uruguay, a su vez, a partir de San Borja lo hace dividido a ambas márgenes

del curso de agua. En territorio brasileño, Estigarribia toma Uruguayana y la del

lado argentino a órdenes del mayor Duarte choca con las fuerzas aliadas del

Ejército de Vanguardia a órdenes del general Flores en Yatay (17 de agosto de

1865).

El 18 de setiembre cae Uruguayana en manos de los aliados. Aquí en “Consejo

de Guerra” se decide concentrar los medios aliados en Curuzú-Cuatiá o en

Mercedes y avanzar contra los medios paraguayos que operan en el Paraná.

Sobre este eje, aparte de operaciones de menor envergadura, había tenido lugar

la batalla naval del Riachuelo, el 11 de junio de 1865, entre la escuadra

paraguaya y la brasileña, quedando el triunfo para esta última.

La división del Paraná paraguaya, al mando ahora del general Resquín, recibe

orden de retirarse y cruza el Alto Paraná en Paso de la Patria con 27.000

hombres y arriando 100.000 cabezas de ganado de la provincia de Corrientes, a

fines de octubre de 1865.

La escuadra brasileña permaneció inactiva en el puerto de Corrientes y el

general Resquín pasó a Paraguay con la división intacta.

III. LA GUERRA LLEVADA AL TERRITORIO

PARAGUAYO

A. LAS FUERZAS ENFRENTADAS

El estado de las fuerzas militares de un país durante el tiempo de paz, su

organización, efectivos e instrucción; son los factores que determinan su mayor

o menor eficacia y adaptación para la guerra. Creemos así necesario dar una idea

—naturalmente muy breve, compatible con la extensión y con la finalidad de

este trabajo— sobre la organización y las características de actuación de los

ejércitos que intervendrán en esta guerra, cuyo conocimiento permitirá una

mejor apreciación de las operaciones en las cuales serán actores.

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De los cuatro países que toman parte en esta guerra, solamente Paraguay tiene

servicio militar obligatorio, que lleva en sí el concepto de la Nación en armas,

con sus ventajas iniciales —a veces decisivas— de una más rápida movilización

y de la iniciativa en las operaciones por la posibilidad de echar mano de reservas

instruidas y de aprovechar todos los elementos válidos del país. En cambio, los

ejércitos de los tres países que forman la Alianza en la guerra contra Paraguay,

se componen de personal mercenario, que, voluntariamente o compelido a ello,

da su servicio en mérito a una retribución pecuniaria; enganchados o contratados

(pocos), voluntarios (muy pocos) y destinados (los más).

Son harto conocidas las diferencias que existen entre uno y otro sistema como

medio de reclutamiento de un ejército; diferencias que, al examinar en detalle la

organización militar de cada uno de los países beligerantes, se pondrán mas de

manifiesto por las ventajas y por los inconvenientes que surgirán de por si como

resultado del examen.

1. República de Paraguay

Las dificultades en que se había encontrado Carlos Antonio López en sus

primeros años de gobierno a causa de la intransigencia del dictador Rosas, le

obligaron a dedicar preferente atención al aumento de sus fuerzas militares y a la

creación de una escuadra, no con fines agresivos, sino para salvaguardar los

intereses paraguayos.

Esta prudente política no fue abandonada cuando la caída de Rosas en 1852,

podía hacer considerar eliminados los peligros de futuras complicaciones

internacionales. Si bien es cierto que la amenaza más grave para el Paraguay

había desaparecido, sin embargo, la eventualidad de entredichos con otros países

—siempre posibles cuando una naciente nacionalidad pretende tomar la

intervención que le corresponde en el concierto universal— aconsejaba al

Gobierno paraguayo mantenerse en estado de poder hacer respetar sus derechos.

Los acontecimientos posteriores demostraron la importancia que el factor de la

preparación militar podía tener en el desarrollo de la política exterior paraguaya,

tanto al hacer fracasar en 1855 la demostración naval de Brasil en el río

Paraguay, como al obtener idéntico resultado, tres años más tarde, contra una

demostración naval norteamericana en aguas paraguayas. En las dos ocasiones la

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dignidad del pueblo paraguayo quedo a salvo y el presidente Carlos Antonio

López pudo imponerse a los comisionados de aquellos dos países exigiéndoles

su llegada a Asunción sin el alarde de este aparato ofensivo, gracias a que esa

imposición podía ser eficazmente apoyada por la fuerza que encontraba en su

Ejército, en su Escuadra y en sus fortificaciones.

Llegado al poder Francisco Solano López, las ambiciones, del nuevo presidente

buscaban un más amplio campo de acción que no fuese el limitado donde se

había desenvuelto la actividad de su predecesor. Las aspiraciones de llegar a ser

árbitro en la política del Río de la Plata no podrían, naturalmente, ser realizadas

si en apoyo de sus buenas razones el presidente no contaba con un elemento

material capaz de convencer a los débiles y pusilánimes de la bondad de su

causa. Es así que "la República levantó en muy poco tiempo su Ejército y su

Marina a una fuerza superior a las necesidades de su defensa inmediata, y capaz

de abroquelarla contra las más formidables asechanzas. El carácter y habitudes

de la población favorecían admirablemente este designio”1.

Los planes del nuevo dictador podían ser llevados a la práctica por ser en aquel

tiempo muy próspera la situación económica del país. El Gobierno falta de tenía

deudas; aun más: poco antes de la guerra existía en las arcas del Estado una

fuerte reserva en metálico. Los recursos nacionales, que alcanzaban anualmente

a quince millones de francos, estaban constituidos por los siguientes ingresos:

los derechos aduaneros, el monopolio de la yerba mate y el valor del

arrendamiento o de la explotación de numerosas estancias y latifundios de

propiedad del Estado.

En víspera de la guerra, las fuerzas militares del Paraguay estaban constituidas

por: el Ejército permanente, formado por unidades de las tres armas, bien

armadas y ejercitadas, alcanzando su efectivo a 18.000 hombres: la reserva,

constituida por el personal que había recibido instrucción en las filas, cuyo

número era aproximadamente de 45.000 hombres; las milicias de los

departamentos, especie de guardia territorial, a la cual pertenecían todos los

individuos de edad militar que no habían sido llamados a los campamentos a

hacer su período de instrucción. Calculábase que el efectivo de las milicias

alcanzaba a 50,000 hombres.

1 José T. Guido: “Reflexiones sobre los destinos del Paraguay” (Artículo publicado en 1863 en la “Revista de Buenos Aires, tomo II, Pág.55).

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El servicio militar era obligatorio para todos los ciudadanos comprendidos entre

los 16 y los 50 años de edad, sin que exista causa alguna de excepción para los

que las autoridades departamentales designen, ya sea para el servicio en el

Ejército permanente, o bien para concurrir a los campamentos a efectuar el

período extraordinario de instrucción cuando el Gobierno haya creído

conveniente disponer tal medida.

Ya sea que se tratase de una u otra forma del servicio militar a prestar, el

Gobierno determinaba cada vez la cantidad de hombres a entregar por cada

departamento. Oficiales del Ejército recibían de las autoridades departamentales

la cantidad de hombres pedidos, y éstos concurrían a una simple citación, sin

necesidad de ser compelidos por la fuerza.

El tiempo de permanencia en las filas y en los campos de instrucción quedaba al

arbitrio del Gobierno; en estos últimos el aprendizaje militar duraba

generalmente seis meses, al cabo de los cuales los reservistas licenciados eran

reemplazados por otros.

Las unidades del Ejército permanente, además del servicio de guarnición en la

Capital, en los fuertes, etc., de vigilancia en la frontera y de ocupación de las

zonas en litigio, servían de cuadros para la instrucción del personal de la reserva

cuando éste era llamado a los campamentos de Cerro León, Humaitá, Paso de la

Patria y otros. Esto había sucedido especialmente en 1864, después que Solano

López creyó que los acontecimientos de la Banda Oriental obligaban a Paraguay

a tomar la intervención que le correspondía en este conflicto; la fuerza en armas

fue entonces aumentada a 60.000 hombres.

El morrión de la infantería se parecía al quepis de la guardia imperial francesa:

era de forma cilíndrica, negro, con una cinta rosa vertical, o rojo con una cinta

negra, y terminaba en punta. Un lirio blanco decoraba por delante el de los de

caballería, y un distintivo tricolor el de los artilleros. Infantes, jinetes y artilleros

utilizaban el sombrero como bolsillo: dentro metían el peine, la paga, el pañuelo,

los cigarrillos, los fósforos, la aguja, el hilo y los botones. Perderlo era un

desastre.

En el primer año de guerra los uniformes de los paraguayos aguantaron, luego se

fueron cayendo a pedazos y no se sustituyeron. Al final, los soldados estaban

semidesnudos, con un trozo de tela cualquiera que cubría los genitales y las

nalgas, atado a la cintura con una correa o un cordel.

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Incluso en la extrema derrota, el soldado paraguayo siguió siendo disciplinado,

considerando al oficial como un ser excepcional, al que se le debía en todo caso

respeto y obediencia. Cada uno llamaba a su superior directo “padre mío”, y a su

subordinado “hijo mío”. López era llamado por todos Caray guazú, el gran

señor.

Los castigos eran severísimos. Los cabos estaban encargados de aplicar las

penas corporales, y por eso llevaban siempre el látigo. Por su iniciativa podían

dar hasta tres latigazos al soldado que hubiera cometido cualquier falta; el

sargento podía dar hasta doce, el oficial cuarenta, si quería. Para las faltas más

graves el caso era llevado a López en persona, el cua1 dictaba inmediatamente la

sentencia, a menudo de muerte. A pesar de esta dureza, el soldado paraguayo no

se quejaba jamás; aunque sufriera una injusticia no perdía la fe en su superior y

aceptaba contento sus decisiones convencido de que actuaba por su bien. “Si no

lo sabe mí padre —decía—, ¿quién otro puede saberlo?”

Los oficiales eran ascendidos de las filas, y no había rango social que pudiera

garantizar el grado. Incluso los hijos de buena familia, ricos, se alistaban como

simples soldados e iban descalzos romo los demás. Nadie, a excepción de los

oficiales y los miembros de la Guardia, cuando estaban de servicio, tenía

derecho a llevar zapatos.

Los oficiales tenían uniformes parecidos a los del ejército francés, con una

casaca que les llegaba casi a las rodillas, bajo la cual llevaban una camisa negra

con solapas rosa. El quepis era bajo, con la visera casi horizontal. Al prolongarse

la guerra los bellos uniformes de los oficiales desaparecieron poco a poco,

primero las camisas negras que fueron sustituidas por las blancas que usaba la

tropa, en las que entretanto fue suprimida. Luego también los pantalones y las

casacas se volvieron andrajosos. Al final los oficiales de rango inferior se

distinguieron de los simples soldados, que andaban medio desnudos, sólo por el

quepis y la espada.

El ejército paraguayo tenía un cirujano en jefe, el doctor Stewart, con el grado de

teniente coronel, tres médicos de primera clase con el grado de capitán, y un

médico farmacéutico, con el grado de primer teniente. Todos estos oficiales eran

ingleses. De ellos dependían algunos médicos paraguayos y casi ciento cuarenta

estudiantes que les ayudaban en los hospitales.

Este cuerpo sanitario era suficiente cuando el ejército no superaba los quince mil

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hombres. Al multiplicarse el número de soldados casi hasta ochenta mil, se

encontró en dificultades, no pudiendo aumentar con la misma rapidez el

personal. Faltaban médicos, ayudantes, enfermeros, medicinas, instrumentos y

enseres. El transporte de heridos de un campo a otro durante las retiradas era un

problema insoluble, y a menudo se debían dejar en el sitio, al cuidado del

enemigo, el cual la mayoría de las veces los mataba cortándoles el cuello. Lo

mismo hacían los paraguayos con los aliados.

Un buey para ochenta hombres, y en los períodos mejores, cada cincuenta, era la

base de la alimentación del ejército paraguayo en las tres armas. Al principio de

la guerra no faltaba el ganado, y las tropas llevaban detrás grandes rebaños.

Luego fue difícil aprovisionarse y se llegó a un animal por cien, por ciento

cincuenta y finalmente por doscientos hombres. Junto con la carne el gobierno

distribuía una libra de yerba mate al mes, sal, tabaco y maíz. El pan y los

bizcochos eran desconocidos. En cuanto a las verduras, de las cuales los

paraguayos eran grandes consumidores en tiempos de paz, cada uno se proveía

como podía. Su escasez provocó graves desarreglos intestinales.

La Escuadra paraguaya comprendía unos quince barcos armados en guerra que,

con excepción de algunos pocos adquiridos en Europa, habían sido construidos

en los astilleros del Estado en Asunción.

Hasta principios de 1866 los buques de guerra paraguayos aparecían con

regularidad en los puertos del Río de la Plata, donde sus tripulaciones llamaban

la atención por su disciplina y buen porte. La carrera entre Asunción y aquellos

puertos era hecha dos veces al mes, transportando pasajeros y carga y llevando

al regreso los artículos que, de tránsito y con destino al Gobierno y a

comerciantes paraguayos, desembarcaban los transatlánticos en el puerto de

Buenos Aires.

El Gobierno paraguayo atribuía mucha importancia a la ejecución de la carrera

regular con el Río de la Plata por el doble beneficio que con ello obtenía: una

apreciable fuente de ingresos para el Tesoro con el producto de los fieles y con

la disminución del contrabando, y una escuela de entrenamiento permanente

para las tripulaciones de su Escuadra.

Las fortificaciones costeras con su dominio de las vías navegables formaban el

complemento de la organización militar de Paraguay. Los fuertes de intersección

de Humaitá y Olimpo, con una serie de puestos de observación (guardias) a lo

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largo del río, cerraban por el sur y por el norte el acceso por la vía de agua a la

Capital, donde también se habían establecido dos baterías acasamatadas en las

inmediaciones del puerto, cubriendo el Arsenal y los astilleros allí ubicados.

Pero no limitábanse a los elementos enunciados los preparativos militares que

los gobiernos paraguayos habían llevado a cabo durante una serie de años.

La posibilidad de un bloqueo y de quedar en tal caso reducido Paraguay a los

recursos de su territorio en caso de una guerra, había inducido al Gobierno de

este país a tratar de independizarse, en lo posible, de la industria extranjera para

la provisión de material con destino a la defensa nacional. Hizo grandes

adquisiciones de armamento para disponer de una abundante reserva; pero

simultáneamente, contrató personal técnico extranjero para la construcción de

sus buques de guerra, ferrocarriles y telégrafos (construidos con fines militares),

para la dirección de los arsenales, fundiciones y demás industrias relacionadas

con la fabricación de material de guerra, llevando así a un alto grado de eficacia

la preparación militar de Paraguay para la guerra.

2. República Argentina

La situación política interna de este país habíase definido finalmente en 1861

con la batalla de Pavón. Pero, como lo expresaba el presidente Mitre en su

primer Mensaje al Congreso Nacional en 1863, "después de cincuenta años de

lucha no interrumpida había que organizar por primera vez la Nación Argentina

en toda su integridad, con arreglo a los preceptos de nuestra ley fundamental;

había que consolidar la paz dominando con prudencia y con firmeza las

resistencias que podían obstar a ella, a la vez que hacerla gloriosa y fecunda para

el progreso de los pueblos; había que crear en cierto modo los recursos,

regularizando la renta nacional totalmente desquiciada, etc.".

Este cúmulo de tarea a llenar por el nuevo Gobierno debía obstar a una pronta y

eficaz organización de las fuerzas militares de la República. Una parte de las

tropas que, después de Pavón, había llevado el general Paunero en su expedición

al interior para "que contribuyese a mantener tranquilos a los que abrigasen aún

insensatas esperanzas de una imponente reacción", habían sido licenciados a su

regreso, una vez obtenido el éxito calculado.

Sin embargo, la tranquilidad debería durar muy poco. Los disturbios en La

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Rioja, encabezados por Peñaloza, y los que simultáneamente se producían en

Mendoza, promovidos por el ex-comandante Clavero, habían de perturbar la paz

interna hasta el año 1863, obligando al Gobierno nacional a enviar tropas

disponibles para el restablecimiento del orden y creándole una serie de

dificultades políticas y financieras que debían alterar el programa trazado por el

nuevo Gobierno.

Acallados los disturbios en el interior, podía creerse que, en adelante, se

disfrutaría de la calma necesaria para trabajar en bien de los intereses del país.

Sin embargo, la situación creada en la Banda Oriental por la revolución del

general Flores, la intervención armada del Brasil, la guerra promovida por

Paraguay al Imperio y, más que todo, los considerables aprestos bélicos

realizados por Solano López y la serie de cargos que éste formulaba al Gobierno

argentino por cualquier pretexto, mantenían, a principios de 1865, nubes

amenazadoras en el horizonte internacional.

El general Mitre creía poder conservarse alejado del conflicto desarrollando una

política prudente y discreta y observando una neutralidad absoluta. Sin duda,

este arbitrio hubiese dado sus frutos, pero a condición de que esa actitud de

prescindencia estuviese sostenida no sólo por la opinión pública, sino también

por un poder militar capaz de obtener el respeto necesario de los turbulentos

vecinos.

Pero la dificultad estribaba precisamente en la creación de ese poder militar, que

ni las modalidades del reclutamiento, ni los recursos del país, ni la idiosincracia

de los habitantes permitían llevar al grado requerido por la situación de conjunto

y por la necesidad de velar por los más sagrados intereses del país.

Las fuerzas militares de la República Argentina estaban constituidas por el

Ejercito Nacional permanente y la Guardia Nacional. Formaban el primero: el

Ejército de línea, algunas unidades de la Guardia Nacional en servicio activo y

un reducido número de indios amigos en servicio activo.

El efectivo de presupuesto del Ejército de línea era generalmente de 6.000

hombres; pero esta cifra no era nunca cubierta totalmente, a causa de las

dificultades del reclutamiento y por las numerosas deserciones que se producían

en las unidades de línea. Formábanlo siete batallones de infantería, nueve

regimientos de caballería y uno de artillería ligera.

Con excepción de muy pocas unidades que tenían su guarnición en la ciudad de

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Buenos Aires, todo el resto del Ejército de línea estaba distribuido en el servicio

de fronteras contra los indios; inmensa línea que cubría la extensión de 554

leguas solamente para las fronteras sur y este de la República.

La insuficiencia de las unidades de línea y de sus efectivos para cubrir el

servicio indicado obligaba al Gobierno nacional a echar mano de la Guardia

Nacional de algunas provincias. Es así que a principios de 1865, las de Buenos

Aires, Córdoba, Santiago del Estero, Santa Fe, Mendoza y San Luis, tenían en

conjunto 1.700 hombres de su Guardia Nacional en el servicio activo de

fronteras.

Por último, los indios amigos en servicio activo, que a las órdenes de sus

caciques y capitanejos reforzaban el servicio en los fortines, alcanzaban en esta

misma época a 41 oficiales (indios) y 532 de tropa.

Las dificultades que se presentaban para proveer al Ejército de línea del número

necesario de ''enganchados" en el país, había obligado al Gobierno nacional, no

solo a recurrir al enganche fuera del país, y especialmente en Europa —donde

existían agentes encargados de esa tarea—, sino también a echar mano de gran

cantidad de "destinados". Pero todos estos arbitrios eran insuficientes, pues el

mal tenía raíces muy hondas; y el ministro de Guerra y Marina no había vacilado

en manifestar en su Memoria de 1863 que "creo que lo único que pueda sacarle

de tan apremiante situación es, o bien una ley de conscripción, u otro medio que

V.H. arbitre en su ilustrado juicio".

¡Grande debió ser la responsabilidad y afligente el apremio del ministro de

Guerra para proponer, en aquellos tiempos de delicada situación interna y de

deficientes sentimientos de civismo en la masa del pueblo, la adopción del

servicio militar obligatorio!

El otro elemento —el más importante por su número y por sus tradiciones— que

entraba en la composición de las fuerzas militares de la República, era la

Guardia Nacional.

La denominación de la Guardia Nacional —aplicada a la milicia ciudadana por

decreto del 17 de marzo de 1852, cual consecuencia de la reorganización

nacional obtenida con la victoria de Caseros— tendía a hacer desaparecer todos

los vestigios de la antigua tiranía y los recuerdos trágicos de las luchas

anteriores. El término de "milicias'' con que hasta entonces se había designado a

las agrupaciones ciudadanas —a menudo armadas para la defensa del interés

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partidista, para el sostén de un credo político o, simplemente, de ambiciones

personales—, recordaba una época y unos hombres que habían llenado de sangre

y de odios muchas páginas de la historia del país. Esta nueva denominación

tendía, además, a enaltecer la misión del ciudadano llamado a defender la patria

y las instituciones, pues se abría el camino para nacionalizar un organismo

sometido hasta entonces al capricho de los gobiernos de provincia, que a

menudo lo hacían servir de instrumento para el logro de mezquinos intereses o

para sostener sangrientas luchas internas.

La obligación del servicio para todo ciudadano argentino en la Guardia

Nacional, era desde los 17 hasta los 60 años de edad, con las limitaciones que

naturalmente imponía el hecho de estar clasificado en la activa o en la pasiva.

Si bien a principios de 1865 se calculaba en 184.478 hombres el efectivo de la

Guardia Nacional de toda la República, sin embargo debe considerarse que el

valor de esta cifra era nominal en lo que a la eficacia de su inmediato empleo en

campaña se refiere, pues, con excepción de un pequeño número de guardias

nacionales que habían hecho su aprendizaje militar en las luchas sostenidas entre

la Confederación y la provincia de Buenos Aires o en el servicio de fronteras

contra los indios, todo el resto de la Guardia Nacional del país —la inmensa

mayoría— representaba un elemento totalmente bisoño para la guerra.

La Escuadra argentina era de un valor completamente escaso por los elementos

de combate que la componían, más aún cuando se tomen en consideración los

intereses de su inmenso litoral marítimo y fluvial y, en especial modo, el

desarrollo alcanzado por las Marinas de guerra de Brasil y de Paraguay.

Son los mismos buques —solamente mas viejos y menos aptos para las proezas

navales— que han servido en las campañas de 1859 y 1861, sostenidas entre la

Confederación y la provincia de Buenos Aires, los que la Memoria de Guerra y

Marina de 1865 reseña como formando la Escuadra argentina. Sobre un total de

19 unidades, únicamente dos vapores (el Guardia Nacional y el Pampero) y una

goleta (Argos), se encuentran armados; el resto, o figura arrendado a particulares

(seis vapores y tres unidades menores), o en compostura (dos vapores), o en

desarme (un vapor).

Se trataba en su totalidad de viejos buques mercantes de madera. habilitados

para prestar servicio como unidades de la Escuadra después de recibir algunas

piezas de artillería y una pequeña tripulación de marineros y de infantería.

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Puede deducirse que, especialmente en los primeros tiempos de la guerra, la

utilización de las unidades de la Escuadra argentina se limitara al servicio de

transportes de las tropas y del material bélico, pues su escaso valor ofensivo no

le prometía mayores éxitos en apelaciones navales de otra naturaleza.

He aquí esbozados cuales eran los elementos militares a deposición del Gobierno

argentino para intervenir en la guerra a la cual lo había lanzado la provocación

del dictador paraguayo. No puede ser más desfavorable la situación de este país

frente a las exigencias que le crean la invasión de su territorio por el enemigo y

los preparativos que éste ha realizado en vista de una guerra ofensiva.

3. Imperio de Brasil

El largo período de paz de que había disfrutado este país y la política de

tolerancia y de moderación que desde 1853 siguieron sus ministerios con las

repúblicas del sur influyeron grandemente para crear una despreocupación total

en sus hombres de gobierno por los asuntos relacionados con la organización de

las fuerzas militares del Imperio.

''A pesar de que las declaraciones oficiales de los principales órganos del

Gobierno brasileño desde 1853 demuestran hasta la evidencia la convicción que

tenía el Gobierno imperial de que solamente por una guerra se acabarían las

pendencias que teníamos con el Gobierno de la República de Paraguay, aquel se

mantuvo en una inercia absoluta, y la guerra nos sorprendió en un verdadero

estado de desarme, tanto del Ejército como de la Escuadra. El Gobierno de

Brasil, en su imperial y soberbia indiferencia por los negocios del Río de la

Plata, que siempre pretendía resolver por medio de la diplomacia, llegaba hasta

ignorar el estado de preparación de Paraguay y con descuido más criminal

dejaba la lejana provincia de Matto Grosso sin recursos para defenderse de una

invasión repentina, y las fronteras de Río Grande do Sul desguarnecidas

completamente y sin una vía de comunicación estratégica que, para el caso de

una pronta e inesperada invasión, permitiese un movimiento rápido de las

fuerzas brasileñas”.

Una prueba concluyente de la desorganización reinante en las fuerzas militares

de este país se obtuvo en 1864 al hacer efectiva el Imperio su intervención

armada en el Estado oriental. Cuando en mayo de ese año resolvía enviar a

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Montevideo al consejero Saraiva, se ordenaba simultáneamente la concentración

sobre la frontera oriental de un Ejército de observación de 4.000 hombres.

Fracasada la misión Saraiva, el Gobierno de Río de Janeiro ordenaba al

presidente de Río Grande do Sul, el 11 de agosto, disponer la inmediata invasión

de la Banda Oriental con el Ejército que se había ordenado reunir sobre la

frontera. Sin embargo, sólo cuatro meses más tarde podía el mariscal Menna

Barreto llevar a cabo esa invasión al frente de una agrupación de hombres mal

armados y peor instruidos.

Constituían el Ejército de Brasil: el Ejército de línea y la Guardia Nacional.

También este país empleaba el recurso de completar los efectivos de presupuesto

determinados para el Ejércitos de línea, movilizando algunas unidades de la

Guardia Nacional.

La base del reclutamiento de las unidades de línea eran los voluntarios,

contratados por los presidentes de provincias en sus jurisdicciones hasta cubrir

las cifras que anualmente determinaba el Gobierno imperial para cada provincia.

Pero, resultando insuficiente este medio para obtener el personal de presupuesto,

se recurrió a otro arbitrio, cual era el de sortear entre los individuos de la

Guardia Nacional de 18 a 35 años, un cierto número de hombres que se fijaba

anualmente.

Los efectivos del Ejército de línea en circunstancias normales alcanzaban a

18.000 hombres, distribuidos en 16 batallones de infantería, 4 de artillería a pie y

1 de ingenieros, 5 regimientos de caballería, 1 regimiento de artillería a caballo y

un cierto número de unidades menores. Pero a mediados de marzo de 1865 estos

efectivos se habían duplicado, mas no por el refuerzo de las unidades de línea o

por la creación de otras nuevas, sino por la agregación de muchas unidades de la

Guardia Nacional y de algunos cuerpos de Voluntarios de la Patria de reciente

creación. Este aumento del Ejército respondía a la necesidad de prepararse para

la guerra iniciada por Paraguay en noviembre del año anterior. De los 35.689

hombres que componían el Ejército imperial en marzo de 1865, 13.000 se

hallaban en los alrededores de Montevideo al mando del general Osorio, e igual

número se encontraba reunido en Río Grande do Sul. El resto del Ejército

quedaba de guarnición en el interior del Imperio o se preparaba para ser

transportado desde Río de Janeiro hacia el Río de la Plata.

La Guardia Nacional debía constituir la base de la fuerza militar del Imperio en

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caso de guerra. Tal acontecía también en la República Argentina, a causa de los

defectos fundamentales del sistema de reclutamiento empleado en los dos países

para la formación del Ejército de línea.

Según el historiador Nabuco, al estallar la guerra con Paraguay, la Guardia

Nacional de Brasil "en el papel era una fuerza de 440.000 hombres, en la

realidad un estorbo". Y esta apreciación es muy exacta: sin contar la falsa

dependencia de este organismo2 sobre el cual el Imperio fundaba sus mayores

esperanzas en el caso de un conflicto exterior, el calificativo de "estorbo"

aplicado a esa turbamulta inscripta en los registros se fundaba en la absoluta

carencia de organización militar de la misma, en la ausencia de disciplina y de

instrucción de esa masa que sería forzoso arrancar a la fuerza de sus hogares y

arriar hacia los campamentos cuando hubiese que recurrir a ella, y en la falta de

un personal de comando capacitado que garantizase, a plazo más o menos largo,

un empleo eficaz de las unidades de la Guardia 'Nacional.

La Escuadra de Brasil constaba, a principios de 1865, de 17 unidades armadas

con 103 cañones. La totalidad de los buques se hallaba, en abril de este año, en

el Río de la Plata a las órdenes del almirante Tamandaré, preparándose a iniciar

operaciones en el río Paraná para bloquear los puertos de Paraguay. A bordo de

la Escuadra estaba la novena brigada de infantería del Ejército del general

Osorio y algunas piezas de artillería de desembarco.

4. República Oriental del Uruguay

Las discordias entre los dos partidos tradicionales que se disputaban el poder

mantenían en continua revuelta a este país, llegando a menudo a crear una

situación delicada para los dos Estados vecinos: Brasil y Argentina.

Tan pronto como uno de los dos partidos había logrado enseñorearse del poder

por el triunfo de las armas, encaminaba sus actos a afianzar su situación,

tratando de dar un carácter de estabilidad y de energía a las funciones de

gobierno, tanto para colocar al partido derrocado en situación de no intentar el

desquite, como para mantenerse en el poder con el apoyo de elementos y de

tropas fieles a su causa.

Para rehuir la venganza de los vencedores, los caudillos del partido derrocado y

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muchos de sus partidarios buscaban en el territorio entrerriano y correntino,

como también en el de Río Grande, un asilo generoso y seguro, donde con

pertinacia y con odio inextinguible preparaban los nuevos elementos de acción,

espiando pacientemente el momento favorable para caer contra los usurpadores

que, cesados por el éxito o confiados en la estabilidad de su situación, no

parecían notar la tormenta que se formaba sobre sus cabezas.

La gran masa de los partidarios vencidos, que en el momento subsiguiente a la

derrota habían ganado los montes, fueron más tarde regresando sigilosamente a

sus hogares para continuar en sus habituales ocupaciones, evitando toda

ostentación partidista para no incurrir en las iras de las autoridades, ciegos

ejecutores del partido en el poder.

Pero no bien la conocida voz de los caudillos volvía a resonar llamando a sus

secuaces a la lucha, renacían los instintos belicosos; se reanimaban los dolorosos

recuerdos de la última derrota con su fuga precipitada, buscando el amparo de

las impenetrables espesuras; el deseo de venganza, de lavar con sangre la

humillación sufrida y hacer probar al contrario todas las amarguras de la derrota,

las peripecias de la fuga, huyendo de las lanzas y del cuchillo, despertaba los

antiguos bríos, aparentemente dormidos. Se ensillaba el mejor caballo, se

esgrimía la lanza, se probaba el filo del cuchillo; a favor de la noche se tomaba

rumbo hacia los puntos de reunión señalados por sus caudillos; los hombres se

reunían en el camino; las partidas engrosaban cada vez más; y si bien el

armamento era primitivo, el ardor y el coraje que animaban a los revolucionarios

parecían asegurar el éxito de los combates singulares y sin cuartel que habían de

empeñarse muy pronto contra las huestes gubernistas.

Las masas revolucionarias son a base de jinetes, pues las agrupaciones de

caballería resultan las más fáciles de reunir y de conducir al combate; la

infantería y la artillería -difíciles de constituir y organizar en el secreto que debe

rodear la preparación del movimiento revolucionario- entorpecerían las

operaciones rápidas y arrojadas y harían ilusoria la realización de esta guerra

irregular, en que el éxito estriba casi siempre en la sorpresa, fuente a menudo de

resultados decisivos; en poder eclipsarse rápidamente en el caso de una situación

desfavorable, para caer más tarde como el rayo desde una dirección no prevista;

en la carga impetuosa contra la infantería y artillería enemigas detenidas en

2 En tiempo de paz la Guardia Nacional de Brasil dependía del Ministerio de Justicia.

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algún mal paso o en formación desventajosa para la utilización de sus armas; en

el entrevero, que permitirá desplegar toda la habilidad del jinete eximio y del

lancero temible; en la persecución tenaz y sin cuartel, que habrá de dispersar

hacia los cuatro vientos los componentes de una fuerza sobre la cual el Gobierno

descansaba seguro del éxito, jalonando con despojos sangrientos las rutas

seguidas por los fugitivos. Es la guerra primitiva en todo su apogeo, con su lujo

de crueldades y de sangrientas represalias, con el desahogo irrefrenable de la sed

de venganza, de un odio incubado en la impotencia durante mucho tiempo y por

esto mismo mucho más terrible y sanguinario. No hay orden, ni disciplina, ni

instrucción militar en estas masas adventicias; la cohesión indispensable para

evitar el desbande solo es mantenida por el prestigio del caudillo. La masa

anónima ha tomado las armas y juega su vida sin haber sido compelida por la

fuerza, sin interés personal egoísta, sin esperar una recompensa en caso de

triunfo; acude a engrosar las filas por creerlo sencillamente un deber, que no es

posible rehuir sin desmerecer en el concepto de hombre.

Esta idiosincrasia no se alterará mientras se trate de tomar parte en una

revolución contra el tradicional enemigo, aun cuando no se alcance a

comprender el fin especial —por no llamarlo personal— que mueve a los

caudillos a desencadenar la guerra civil.

Pero no sucederá lo mismo cuando la contribución de sangre sea pedida para

hacer la guerra contra el país vecino, en el cual tal vez se ha encontrado

hospitalidad en momentos críticos. El móvil de la lucha contra el pueblo vecino

no se alcanza; aun más: los del partido vencido juzgarán la campaña a

emprender en el exterior como una empresa destinada a afirmar al bando que se

encuentra en el gobierno. Las licitaciones para comparecer a prestar el servicio

militar no serán acatadas; la aparición de los gendarmes para arrear con todo

hombre válido será prevenida con la fuga al monte, fuera del alcance de la ley.

Se tendrá así la explicación del por qué el Estado oriental, en la guerra en la cual

tomaría parte cual aliado del Brasil, no logrará poner en armas ni la décima parte

de los efectivos que, en conjunto, habían actuado durante la reciente guerra civil

promovida por el general Flores. No será la falta de personal lo que impedirá a

Uruguay estar representado por efectivos más numerosos en el Ejército aliado,

sino la dificultad de reunirlos y encaminarlos hacia el teatro de la guerra.

Constituían el Ejército oriental las tropas de líneas y la Guardia Nacional.

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Las pocas unidades de línea que la pobreza del erario permitía sostener, tenían

un sistema de reclutamiento análogo al que se hallaba en vigor en la República

Argentina.

Cuando la tranquilidad interior estaba amenazada, el Gobierno ordenaba la

movilización de la Guardia Nacional de aquellos departamentos más próximos a

esa zona y la de la Capital y sus alrededores, a fin de prevenirse contra un sitio

posible.

Al terminar la guerra civil en febrero de 1865, se procedió al licenciamiento de

toda la Guardia Nacional que, en favor de uno u otro bando, había tomado parte

en aquélla.

Si se considera que esta medida era adoptada hallándose comprometido el

general Flores a auxiliar al Brasil en la guerra contra el Paraguay, solo puede

explicarse el móvil de la misma por el deseo de iniciar la era de pacificación

interna disolviendo los elementos adventicios que habían combatido en campos

opuestos.

Quedaba así el Ejército oriental, en el momento en que la República Argentina

entraba en la guerra, reducido a su mínima expresión, pues comprendía apenas

cuatro pequeñas unidades de línea que guarnecían la ciudad de Montevideo: dos

batallones de infantería, un escuadrón de caballería (la escolta) y un regimiento

de artillería.

5. Los principios orgánicos

La adopción inmediata en los países sudamericanos de los progresos que en

todos los órdenes de la actividad humana realizan las naciones más adelantadas

de Europa es un factor característico de la época actual, en que la rapidez de las

comunicaciones, la constante marcha hacia el progreso y el interés que en ello

encuentran los pueblos y los gobiernos permiten, sin mayor pérdida de tiempo,

adoptar lo que significa una mejora en el estado de cosas existente.

No debe así llamar la atención que el adelanto en la organización de los ejércitos

sudamericanos, en la época de la guerra que estudiamos, no haya marchado

paralelamente con el de las instituciones similares europeas, circunstancias

poderosas de ambiente, de tradiciones, de situación política y económica

obstaban a que se hubiesen mejorado los elementos que constituían las fuerzas

militares de los países que intervendrán en esta guerra.

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Es así que durante muchas décadas permanecen estacionados los métodos de

combate, el empleo de las distintas armas, la proporción de las mismas, la

constitución de las unidades superiores, la organización y el funcionamiento de

los servicios auxiliares, etc.

En los ejércitos europeos, las dos modificaciones fundamentales que en esta

época han sufrido las armas de fuego —el rayado y la carga por la culata—, no

sólo han revolucionado anticuados principios de organización y de empleo

táctico de las tropas, sino han obligado a desterrar de las marinas de guerra los

buques de madera y a iniciar la encarnizada lucha —que aún subsiste— entre la

coraza y el cañón.

En lo que a los ejércitos especialmente se refiere, los enunciados

perfeccionamientos de las armas de fuego, al traducirse en un mayor alcance y

precisión de tiro y en un aumento de la rapidez de fuego, han venido

modificando paulatina, pero fundamentalmente, los principios relativos a la

proporcionalidad de las distintas armas, hasta dar un absoluto predominio a la

infantería, al aumento de las distancias a que se iniciaban los combates, a hacer

desaparecer la caballería de los campos de batalla relegándola al servicio de

exploración, a un aumento constante de la artillería, y especialmente, a

caracterizar una nueva modalidad de empleo del arma principal, la infantería,

con la adopción general del orden abierto en el combate, antes patrimonio

exclusivo de las compañías y batallones de cazadores.

A pesar de las innegables ventajas que se derivaban de la aplicación de los

nuevos principios militares, éstos no habían sido adoptados aún por los ejércitos

sudamericanos, apegados a la tradición y a la rutina y reacios a seguir paso a

paso durante la época de paz el proceso de un continuo perfeccionamiento en

todos los problemas fundamentales del orden militar, para los cuales ni la

idiosincrasia y preparación general de la oficialidad facilitaban la tarea, ni las

preocupaciones de los gobiernos por los asuntos políticos y la despreocupación

de los mismos por los que se relacionaban con el ejército, ni, por último, el

estado de las finanzas permitían mantenerse al día en este orden de ideas,

adoptando no solo los perfeccionamientos en las armas de fuego, sino también

los principios tácticos y orgánicos en lo que éstos son la resultante del primer

factor.

Sin embargo, esta afirmación no debe tomarse con un alcance absoluto. Una

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rápida comparación entre algunos de los principios militares que imperaron en la

campaña de 1851-53 (cruzada contra Rosas) y las primeras disposiciones

orgánicas que se van a adoptar en 1865, permitirá comprobar que se ha realizado

un cierto progreso en lo que se refiere especialmente a la proporcionalidad de las

distintas armas que entrarán en la constitución de los ejércitos. Pero también hay

que dejar constancia que este progreso ha sido obtenido como fruto de la propia

experiencia.

Ya no se verán ahora las enormes masas de caballería que intervinieron en

Caseros y que también aparecen, en proporción cada vez menor, sobre los

campos de batalla de Cepeda y Pavón (1859 y 1861). Es cierto que en mucho

persiste aún la idea de que la caballería, el arma sudamericana por excelencia, la

que se organiza más fácilmente y con mayor rapidez, la que se arma y equipa

con mayor economía, la que no encuentra obstáculos en sus movimientos ni

enemigo numeroso y temible al cual no pueda arrolar sobre el campo de batalla

y perseguir después a lanza y a bolas, seguirá siendo, por mucho tiempo aún, el

arma predominante en la composición de los ejércitos, por lo menso hasta tanto

la adopción de las nuevas armas rayadas y de retrocarga la vaya desalojando

paulatinamente de los campos de batalla.

Ya en Pavón sufrió un rudo golpe el prestigio de esta arma, evaporándose la

creencia tradicional de que la caballería era le factor decisivo en el combate,

como lo había sido hasta el último momento en Caseros y Cepeda. Surgía, en

cambio, el convencimiento de que una infantería bien disciplinada y entrenada,

aun cuando poco numerosa, era capaz de imponerse y de decidir la batalla,

siempre que, sin dejarse atemorizar por las nubes de los escuadrones enemigos

remolineando sobre sus flancos y retaguardia, avanzase resueltamente hacia el

objetivo principal del combate para quebrar la línea de resistencia de la

infantería adversaria.

El primero en compenetrarse de este principio fundamental y en romper los

viejos moldes en que estaba vaciada toda la teoría orgánica de la constitución de

los ejércitos fue precisamente el general Mitre, quien, aleccionado por la

dolorosa experiencia de la derrota de Cepeda, donde su caballería e infantería

estaban en proporciones casi iguales, no reincidirá dos años más tarde, en la

campaña de Pavón, en mantener un defecto orgánico que fue la causa original

del desastre de 1859; pues, aun conservando una fuerte proporción de caballería

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–inevitable por las características del reclutamiento, por la extensión del teatro

de operaciones, etc.- aumentará su infantería hasta llegar a la proporción de 3 a 2

con relación a aquélla; y nadie puede negar que la victoria de Pavón fue debida a

la genial iniciativa del aumento de la infantería en Buenos Aires.

Bien es cierto que en Pavón las numerosas divisiones de caballería que

capitaneaba el general Urquiza, rodeadas del prestigio de las victorias anteriores,

conseguían arrollar fácilmente a la caballería adversaria situada en las alas, mas

nada pudieron, en cambio, los jinetes entrerrianos contra la compacta formación

de la infantería de Buenos Aires, que avanzó resueltamente contra la línea de los

batallones de la Confederación sin preocuparse de la masa de los jinetes

enemigos victoriosos que remolineaban a su alrededor, pero desorientados por la

comprobación de un hecho inaudito que los tomaba de sorpresa: el

derrumbamiento del prestigio y la desaparición de la importancia decisiva de las

masas de caballería en el combate.

En los ejércitos que organizaran los Aliados para hacer frente a la guerra que les

llevaba el dictador del militarizado Paraguay volverán a aparecer grandes masas

de caballería. Sin embargo, esto sucederá al principio de la guerra, como

consecuencia de la situación del momento y del desquicio general reinante en la

organización de los ejércitos de los países aliados. Además, la movilización de

esas grandes masas de caballería no se hará en perjuicio de la infantería, puesto

que, y desde el primer momento, la preocupación de los generales será constituir

numerosas unidades de infantería en cantidad superior a los efectivos de la

caballería, y la de tender constantemente al aumento de aquella arma, que se

considera ya decisiva e indispensable para hacer frente con ventaja a las

columnas invasoras, mientras que la constante disminución de la caballería,

eliminándose por sí misma a causa de la rápida inutilización de los caballos, no

preocupará mayormente a los comandos, sólo deseosos de aumentar su infantería

aún en perjuicio del arma tradicional.

El progresivo aumento de la infantería traerá aparejado el de la artillería, cuya

intervención se consideraba indispensable para apoyar a la infantería en el

combate. Y aun cuando la apremiante necesidad de hacer frente en el primer

momento al invasor no permitirá adquirir en el exterior un material más

perfeccionado, sin embargo será posible introducir en los cañones existentes

algunas modificaciones que, como el rayado, darán a esta arma una mayor

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eficacia, haciendo más valiosa su intervención en la batalla.

En cuanto al empleo de los Ingenieros, vemos que el mayor aporte entre los

Aliados lo hace el Imperio de Brasil con su cuerpo de Ingenieros aportando

Argentina también el suyo, siendo nula la participación oriental con esta arma.

Las tareas principales se concentraron en la construcción de posiciones para la

artillería, trincheras, zanjas, puentes, muelles, embarcaciones. Se hizo sentir la

falta de mayores medios de Ingenieros, lo que hubiera dotado de mayor

movilidad y rapidez a los medios de la Alianza.

Por su parte los paraguayos contrataron Ingenieros europeos los que fueron

responsables de importantes obras de fortificaciones como Olimpo, Curupaity e

Humaitá.

B. TERRENO Y CLIMA

El río Paraguay corta al país en dos regiones distintas. La Oriental, donde se

encuentra la mayoría de la población, es una planicie ondulada y fértil que

incluye las cordilleras de Amambay, Mbaracayú y Caaguazú, de las cuales se

desprenden la Sierra de Quince Puntas y las cordilleras de Altos y Villarrica.

La región Occidental es la gran llanura del Chaco Boreal donde apenas se elevan

unas pocas colinas que no sobrepasan los 100 mts.

Paraguay no tiene costas, pero sus dos ríos principales: el Paraguay y el Paraná

lo comunican con el Atlántico, poseyendo, además, numerosos lagos.

En cuanto al extremo sur-oeste del país, que es el que nos interesa a los efectos

de este estudio, está cubierto de lagunas, riachos, esteros, bañados, montes y

lodazales, todo lo que hace muy penosa la vida y los desplazamientos en la zona.

Una tercera parte del territorio paraguayo se encuentra en la llamada Zona

Tórrida y las otras dos terceras partes en la Zona Templada del sur. El verano es

muy caluroso con una temperatura media de 30°C. En invierno la temperatura

media es de 20°C. Los vientos que soplan de Brasil son excesivamente calientes

y cargados de humedad, mientras que los procedentes de Argentina son frescos y

secos. La precipitación alcanza un promedio anual de 1500 mm; llueve

considerablemente más en la región Oriental que en la Occidental.

Por lo que vemos, el teatro de operaciones donde se van a realizar las

operaciones que analizaremos en el presente trabajo, se nos presenta con un

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terreno sumamente dificultoso para los desplazamientos y la permanencia en él,

agravado por un clima cálido y húmedo con abundantes lluvias cuando no con

heladas y fríos, lo que sumado a la infinidad de sabandijas de toda especie

(moscas, mosquitos, jejenes, etc.) harán muy difícil la vida del soldado en

campaña.

C. EL AVANCE ALIADO HACIA LA FRONTERA

El desarrollo del plan de campaña combinado el 21 de septiembre en

Uruguayana veíase influenciado por la retirada a su territorio de la división

enemiga del río Paraná, pues en la realización de la segunda parte del plan —la

invasión a territorio enemigo— se acrecentaban las dificultades para el

comandante en jefe del Ejército aliado por la necesidad de calcular también, en

las operaciones de la invasión, con el importante elemento que para la defensa

de su territorio disponía ahora el mariscal López en la fuerza intacta de la

división del general Resquín.

Tratábase ahora para el general Mitre de dirigir el Ejercito aliado -concentrado

en una sola masa a sus inmediatas órdenes en los alrededores de Mercedes- hacia

el sector de la frontera que debía constituir el punto de partida para la invasión.

La idea fundamental aceptada en el Consejo de Guerra el 1º de mayo,

determinando a Humaitá como principal objetivo de las operaciones en el

territorio del adversario, indicaba, naturalmente, como sector de partida para la

invasión, los alrededores nordeste de la ciudad de Corrientes, tanto por la

cooperación que podría prestar la Escuadra, como por los beneficios que se

derivarían para los aliados al disponer de la vía del río Paraná como línea de

comunicación con sus centros de recursos.

La distancia a salvar por el Ejército aliado desde Mercedes era considerable:

había que recorrer unos 300 kilómetros en una época del año en extremo

lluvioso, a través de un terreno con caminos casi impracticables, cruzado por

corrientes de agua muy crecidas por las lluvias —los ríos Corrientes, Batel y

Santa Lucía y la serie de arroyos afluentes del Paraná— y atravesando una zona

en la cual las tropas no encontrarían recursos de ninguna especie, por haber sido

arrasado por el invasor. Pero la constancia de los jefes y la resistencia y la

abnegación de las tropas habían de vencer todas estas dificultades.

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En los primeros días de noviembre el Ejército aliado abandonaba Mercedes,

salvando en la primera semana la distancia que lo separaba del río Corrientes.

Este curso de agua fue atravesado en Paso Lucero con muchas dificultades, a

causa de su caudal y de la impetuosidad de la corriente. Aquí el general Flores

obtuvo la autorización del comandante en jefe para dirigirse con las fuerzas

orientales por Yaguareté Corá y San Miguel sobre el Alto Paraná, a lo largo del

cual marcharía después aguas abajo hasta alcanzar el sector de reunión frente a

Paso de la Patria. Presumía el general Flores que, aún cuando haciendo un largo

rodeo, sus tropas tendrían más facilidades en las marchas por la menor cantidad

de obstáculos a salvar y que se encontrarían en el trayecto los suficientes medios

de movilidad de que carecían con carácter alarmante.

Las fuerzas argentinas y brasileñas, en cambio, se dirigieron hacia Bella Vista,

franqueando el río Batel en Paso Cerrito y atravesando el Santa Lucía frente a

Isla Alta. A marchas muy lentas y dejando sobre su izquierda a Bella Vista, las

tropas argentinas alcanzaban el 3 de diciembre Rincón de Zeballos, donde el

general Mitre se detenía algunos días para hacer tirar a los soldados los andrajos

de invierno y para distribuirle el vestuario de verano, que acababa de llegar de

Buenos Aires por la vía del Paraná.

El 10 de diciembre se reanudaban las marchas, alcanzándose en los últimos días

del año el sector que debería servir de punto de partida para la invasión. Los

argentinos establecían su campamento en Ensenada, a 30 kilómetros al nordeste

de la capital de Corrientes; el general Osorio lo hacía en Laguna Brava (al este

de la misma ciudad) y el general Flores se establecía en San Cosme, a cuyo

punto había llegado el 20 de este mes. La caballería correntina se situaba frente a

Paso de la Patria.

Quedaba así, a fines de 1865, terminada la operación preliminar para la invasión

de los aliados al territorio enemigo.

D. ACCIONES PARAGUAYAS EN LA FRONTERA

No bien el mariscal López tuvo conocimiento de la llegada de los aliados al

sector inmediato al Paso de la Patria, ordenó efectuar incursiones a territorio

correntino, con el doble fin de mantener latente el espíritu combativo de sus

tropas y de orientarse sobre la dislocación en la frontera de los diferentes grupos

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enemigos.

Se trataba al principio, de pequeñas expediciones, cuyo fin principal parece ser

el de matar a algunos centinelas colocados en la costa y de introducir la

confusión en las guardias de caballería colocadas más hacia el interior. El éxito

obtenido en las primeras tentativas estimula al mariscal López a perseverar en

esos golpes de mano, aumentando cada vez más los efectivos de esas

expediciones.

Después de la retirada del general Resquín del territorio de Corrientes, el

mariscal López había reunido la mayor parte de sus tropas (unos 30.000

hombres) en el campamento de Paso de la Patria; fueron reforzadas las

fortificaciones que lo rodeaban, como también el pequeño fuerte de Itapirú, que

recibió algunos cañones de grueso calibre. Desde este último punto salían las

expediciones embarcadas en algunas canoas; y después de tomar tierra en la otra

costa y de cambiar algunos tiros con la caballería correntina, regresaban a su

punto de partida.

El 13 de enero, 107 soldados paraguayos de infantería atraviesan el río en 9

canoas; toman pie en la costa enemiga y atacan a las avanzadas correntinas; pero

se ven obligados a reembarcarse, perdiendo en la acción 2 muertos y un herido.

El 16 de enero, pasan en quince canoas 200 soldados paraguayos al mando del

mayor Viveros; contraatacados por la caballería correntina deben reembarcarse

precipitadamente.

Al día siguiente vuelven los paraguayos en número mayor; son como 600

hombres, que, protegidos por una pieza de artillería que emplazaron en una isla

frente a Itapirú y por un cohetera, turnan pie en la costa correntina. La caballería

del general Hornos salió desmontada a combatirlos, logrando causarles “buen

número de muertos y heridos, que se llevaron al reembarcarse junto con las

cabezas de cuatro de nuestros soldados muertos en la pelea y que las cortaron al

retirarse".3

El 19 y el 25 de enero se repiten las incursiones paraguayas con 200 y 400

hombres, respectivamente; no lograron mayor éxito, siendo rechazados por la

caballería correntina.

El día 29, una fuerza paraguaya de 500 a 800 hombres, llevando algunas

coheteras, desembarcaba cerca del puerto de Corrales; de aquí avanzaba bajo

3 Carta del General Mitre al vicepresidente. (Archivo del General Mitre, tomo VI, Pág. 35).

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una fuerte lluvia hasta atravesar el arroyo Pehuajó, dirigiéndose sobre el

campamento del grueso de la caballería correntina situado al sur del arroyo San

Juan. Pero el regimiento número 6 de Saladas, que estaba de vigilancia,

reforzado por otras unidades destacadas desde el campamento del arroyo San

Juan, lograba detener al enemigo, que poco después retrocedía al otro lado del

Pehuajó.

Pero el general Mitre, resuelto a escarmentar seriamente al enemigo y en vista

también de que la Escuadra no se resolvía a subir a Paso de la Patria por tener

órdenes del almirante Tamandaré de no abandonar el puerto de Corrientes,

ordenaba el 30 de enero que la segunda división Buenos Aires (formada por

cuatro batallones de la Guardia Nacional de la campaña de Buenos Aires)

marchase a reforzar la caballería correntina sobre el arroyo San Juan.

El coronel Conesa —comandante de esta división— salía el 31 de enero del

campamento de Ensenada, llevando también dos piezas de artillería. Después de

una corta marcha alcanzaba el campamento del arroyo San Juan, donde se ponía

a las ordenen del general Hornos.

La segunda división de Buenos Aires, de acuerdo con los estados del 31 de enero

que figuran en la Memoria de Guerra de 1866, tenía una fuerza efectiva de 128

jefes y oficiales y 1.751 de tropa, de los cuales no todos probablemente

intervendrían en el combate.

El mariscal López, resuelto a intentar una operación que tuviese un éxito más

ruidoso que el obtenido con las anteriores expediciones, ordenaba al teniente

coronel Díaz desembarcar en la costa correntina con 1.200 hombres de infantería

y algunas coheteras; una batería de artillería, emplazada en la isla frente a

Itapirú, protegería el desembarco y reembarco de las tropas.

La falta de embarcaciones obligaba a hacer la travesía en varios escalones, por lo

cual el teniente coronel Díaz determinaba organizar la operación en la siguiente

forma: en la mañana del 31 de enero, un primer escalón de 300 hombres con una

cohetera cruzaría el río hasta el puerto de Corrales; después de rechazar las

avanzadas enemigas de la costa, avanzaría lo más lejos posible hacia el sur. No

bien regresaran a Itapirú las embarcaciones, saldría el segundo escalón (200

hombres) en sostén del primero, que probablemente ya estaría combatiendo. Un

tercer escalón de 700 hombres debía quedar en Itapirú como reserva, pronto a

atravesar el río si la situación del combate lo hubiese exigido.

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De acuerdo con el plan anterior, el primer escalón (teniente Prieto)

desembarcaba en Corrales en la mañana del 31 de enero; después de rechazar las

avanzadas correntinas, se ponía en marcha sobre el arroyo Pehuajó.

Informado el general Hornos de esta operación, ordenaba al coronel Conesa

situarse con su división al otro lado del arroyo San Juan. Las tropas de la

segunda división se ocultan detrás de unas isletas de árboles que existían entre

los dos arroyos y allí esperan al enemigo, que avanzaba inconsciente de la

emboscada que se le había preparado.

Los paraguayos, no bien cruzaron el Pehuajó, siguieron confiadamente sobre el

arroyo San Juan. Mas al llegar a unos 250 metros de las isletas que ocultaban a

los batallones del coronel Conesa, éste creyó oportuno dirigir una corta arenga a

sus hombres, que por primera vez iban a entrar en combate. Enardecidos por las

palabras de su Jefe, los soldados prorrumpen en vítores entusiastas a la patria,

que tuvieron por resultado detener de golpe el avance del enemigo.

Frustrado en tal forma el éxito que debía esperarse de la sorpresa, el coronel

Conesa lanza sus batallones contra la columna enemiga, la cual retrocede

precipitadamente, poniéndole a salvo al otro lado del Pehuajó, después de perder

unos 30 muertos y 4 cabos prisioneros.

Pasado el Pehuajó, los paraguayos se guarecen en un gran bosque que cerraba el

camino al puerto de Corrales, dejando sobre sus flancos dos abras limitadas

también por los montes de la costa del río.

El coronel Conesa persigue al enemigo al otro lado del Pehuajó y marcha sobre

el bosque para desalojar de él a sus defensores. Pero al avanzar por terreno

descubierto sus batallones son acribillados por los tiradores enemigos abrigados

detrás de los árboles.

Sin embargo, ante la amenaza de verse envueltos por fuerzas enemigas que

trataban de rodear el bosque, los paraguayos lo abandonan y se guarecen en el

monte de la costa aguas arriba del puerto. En este preciso momento llegaba el

segundo escalón conducido por el teniente Viveros, con lo cual se intensifica la

resistencia de los paraguayos.

El coronel Conesa dirige sus batallones contra el nuevo objetivo; los pocos tiros

de que disponían las dos piezas de artillería se habían terminado: la infantería

estaba tirando sus últimos cartuchos. En vista de lo cual, y antes de que llegasen

nuevos refuerzos al adversario, los argentinos avanzaban a la bayoneta contra el

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enemigo, guarecido en los montes de la costa; muchos de sus jefes caen muertos

o heridos; las filas compactas ralean cada vez más, diezmadas por el fuego

certero de los paraguayos. Sin embargo, el empuje de los atacantes logra

rechazar hasta el río al enemigo que se defendía tan tenazmente. Mas la acción

debe ser aquí interrumpida, no sólo por la llegada de la noche, sino también por

recibirse la noticia de que 20 embarcaciones paraguayas, conduciendo unos 500

hombres, estaban desembarcando la gente un poco al este del lugar del combate.

El coronel Conesa ordena entonces la retirada y va a situarse con sus tropas

sobre el arroyo San Juan. Los paraguayos se reembarcan para Itapirú en la noche

del 1º de febrero.

Las pérdidas sufridas por la infantería argentina fueron muy importantes,

alcanzando casi a la cuarta parte de sus efectivos: 85 muertos, 259 heridos y 55

contusos constituyeron el bautismo de sangre de la segunda división Buenos

Aires. Los paraguayos —según versiones oficiales de esta procedencia—

tuvieron apenas doscientas bajas entre muertos y heridos, aun cuando la

apreciación de los jefes aliados las hacían ascender a unos 600 hombres.

Ambos adversarios se atribuyeron el triunfo en esta acción; y no hay que dudar

que si la tenacidad, el valor y el desprecio de la vida fuesen los únicos requisitos

para alcanzar la victoria, de hecho ésta hubiese correspondido a los dos

combatientes.

El 10 de febrero, 43 canoas paraguayas y un vapor, conduciendo de 1.500 a

2.000 hombres, atravesaban el río partiendo de Itapirú; la expedición

desembarcaba en el puerto de Corrales. Hallábase de servicio el regimiento 1° de

caballería de Curuzú Cuatiá, perteneciente a la división del general Cáceres. Los

paraguayos avanzaron hasta el Pehuajó, rodeados por la caballería correntina,

que se mantenía a prudente distancia para neutralizar la mayor eficacia de las

armas del enemigo. Este, después de detenerse un cierto tiempo sobre el

Pehuajó, retrocedía para reembarcarse en sus canoas.

El 17 de febrero se producía la última de las numerosas incursiones paraguayas

por Paso de la Patria, con el resultado y en la forma de las anteriores. La

Escuadra, con la llegada a Corrientes del almirante Tamandaré, había resuelto

salir de su inacción: trasladándose hasta frente a Itapirú, quitaba al mariscal

López toda veleidad de repetir sus favoritas expediciones a territorio correntino.

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E. LA PREPARACIÓN DE LA INVASIÓN

La iniciación de las operaciones de la campaña en territorio enemigo creaba a los

aliados una serie de dificultades, que debían ser previstas y afrontadas en las

mejores condiciones de preparación para que el éxito pudiese coronar su

empresa. Se trataba de dificultades de orden natural, representadas por la

magnitud del obstáculo a franquear a viva fuerza y por el terreno difícil y

desconocido donde las tropas deberían librar los primeros combates para hacer

pie en la costa enemiga; y de orden militar, constituidas no sólo por la temeridad

y el valor de que habían dado repetidas pruebas los paraguayos, sino también por

la desesperación con que el mariscal López trataría de impedir al adversario el

acceso y la permanencia en su territorio.

La organización de las futuras fuerzas invasoras y el aumento de sus efectivos

constituyeron una de las principales preocupaciones del Comando. Tanto el

Ejército argentino como el que estaba a las órdenes del general Osorio recibieron

numerosos contingentes que, en los momentos de efectuarse la invasión, habían

elevado los efectivos a cifras importantes. El primero constaba ahora de 36

batallones (11 de ellos de línea), 33 piezas de artillería y 25 unidades de

caballería, que hacían ascender sus efectivos a más de 24.000 hombres. El

primer cuerpo de Ejército brasileño, a su vez, estaba constituido por 33.000

hombres agrupados en 41 batallones de infantería (14 de línea), dos regimientos

de caballería de línea y 15 cuerpos de la misma arma, pero pertenecientes a la

Guardia Nacional, un regimiento de artillería a caballo y dos batallones de

artillería a pie con 48 bocas de fuego, y un batallón de ingenieros. Por último, el

contingente oriental alcanzaba a 2.847 hombres distribuidos en cuatro

batallones, cuatro regimientos de caballería y un escuadrón de artillería con seis

piezas.

Además, frente a Itapúa se encontraba el ejército de reserva del barón de Porto

Alegre, cuyos efectivos ascendían a unos 14.000 hombres: 6.000 de infantería,

7.000 de caballería y 26 piezas de artillería.

En conjunto, los aliados disponen, frente a Paso de la Patria, de un ejército de

35.000 infantes (distribuidos en 81 batallones) y de 87 piezas de artillería. De

15.000 a 20.000 jinetes, que servirán provisionalmente como reserva, completan

las fuerzas con que los aliados piensan invadir al Paraguay por el sector sudoeste

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de su frontera.

La encuadra aliada, poderoso e incontrastable elemento en la cooperación de las

operaciones que incumbirán al ejército, cuenta con cuatro acorazados y con 25

otras unidades, estando en estas últimas representada también la República

Argentina con todos sus buques disponibles.

La elección del punto de pasaje constituía el problema más serio a resolver por

el comandante en jefe. La presencia del ejército enemigo en el campamento

fortificado de Paso de la Patria hacía inaceptable la idea de un pasaje de los

aliados frente mismo a Itapirú, aun cuando las tropas pudiesen contar aquí con

todo el apoyo de los fuegos de la escuadra. Las primeras fuerza que

desembarcarán no podían pretender —por la proximidad de todo el ejército

enemigo— conquistar la suficiente zona de terreno hacia el interior que

permitiese el pasaje seguro del grueso ejército aliado con todos sus elementos.

El 25 de febrero se reunían los generales aliados en una Junta de Guerra, estando

también presente el almirante Tamandaré, para resolver lo relativo a la elección

del sector más favorable de pasaje. El almirante sostenía que el ejército debía

pasar por Itapirú: el general Flores se inclinaba a apoyar esta opinión. Pero los

generales Mitre y Osorio manifestaban que la operación debía efectuarse por

Itatí aguas arriba de Paso de la Patria, por un sector alejado de aquél donde el

adversario había acumulado sus medios de defensa.

Esta última opinión fue la que prevaleció, conviniéndose en iniciar los

necesarios reconocimientos no bien la escuadra subiese a Paso de la Patria.

El 21 de marzo, el mismo día en que la escuadra se estacionaba entre Itapirú y

las Tres Bocas, el Almirante destacaba un acorazado y dos cañoneras hacia Itatí,

a fin de reconocer las condiciones del río para la navegación.

Llenada esta comisión y de regreso los buques al fondeadero de la escuadra, el

23 de marzo los tres generales aliados, el almirante y el ministro Octaviano

subían en el vapor Cisne hasta cerca de Itatí, lográndose comprobar que en el

trayecto recorrido las condiciones generales eran desfavorables para el pasaje del

ejército.

Quedaba a reconocer el sector mismo de Itatí, que no pudo ser reconocido el día

23 por falta de tiempo. Esta misión fue encomendada al general Flores, quien,

embarcado con algunas fuerzas a bordo de los vapores argentinos Chacabuco y

Buenos Aires, y escoltado por la cañonera Henrique Martins, subía el 27 de

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marzo hasta Itatí, desembarcando en la costa paraguaya y penetrando tierra

adentro para reconocer prolijamente los alrededores.

A su regreso el general Flores informaba al comandante en jefe sobre la

imposibilidad de efectuar el pasaje por el punto reconocido.

Seriamente preocupado por los resultados desfavorables de los reconocimientos

de los días 23 y 27 de marzo, el general Mitre no tenía más remedio que aceptar

la proposición del almirante, que consistía en efectuar el pasaje del ejército por

Paso de la Patria; y, en tal sentido, puestos de acuerdo con Flores y con Osorio,

escribía a Tamandaré el 28 de marzo indicándole las tareas a llenar por la

escuadra para hacer posible el franqueo del río frente a Itapirú.

Pero en los días siguientes, "perseverando en mi idea de buscar un punto de

pasaje más arriba" —como escribía el 6 de abril al vicepresidente—, el general

Mitre decide enviar una nueva expedición al mando del general Hornos, quien

debía reconocer un sector más arriba de Itatí.

El 5 de abril subía el general Hornos hasta el Paso de Lenguas, comprobando la

imposibilidad de un pasaje en ese punto a causa de las condiciones desfavorables

de la costa enemiga.

Perdida esta última esperanza de poder realizar la invasión por un sector aguas

arriba de Itapirú, el general Mitre, adoptando, "más por necesidad que por

elección", la solución del Almirante, preocupábase de apresurar y de completar

los preparativos necesarios al buen éxito de la empresa.

Concentradas las fuerzas frente al sector de pasaje, reunido el material flotante

en los puntos designados para el embarco de las tropas, no quedaba más que dar

la orden para la ejecución del pasaje por Paso de la Patria. Pero el general Mitre,

con la constante preocupación de las dificultades que ofrecería el forzamiento

del río frente al enemigo, resolvía encomendar al mariscal Osorio un nuevo

reconocimiento, esta vez aguas abajo de Itapirú.

Dejando enteramente a cargo del jefe de la expedición la tarea de elegir el punto

más adecuado para su desembarco, el comandante en jefe le prescribía, sin

embargo, que debía estar en condiciones de transformar su misión en

reconocimiento ofensivo, para lo cual la expedición sería lo más fuerte posible:

"12.000 a 14.000 hombres de los tres ejércitos aliados, a saber: de 9.000 a

10.000 brasileños y de 4.000 a 4.500 argentinos y orientales". Misión esencial de

la columna expedicionaria del mariscal Osorio era: "tomar tierra, ocupar la

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posición de Itapirú, establecerse en ella y efectuar el reconocimiento del

terreno". La situación determinaría más tarde si el resto del ejército debía

efectuar el pasaje por el mismo lugar por donde lo hiciera el mariscal Osorio, o

bien por Itapirú mismo, una vez que este punto fuese ocupado por la primera

columna expedicionaria.

La resolución de los medios de pasaje constituía, a su vez, otro problema de

solución importante, que debía ser estudiado y resuelto desde los tres puntos de

vista siguientes:

a) La importancia del curso de agua a franquear y el largo recorrido a efectuar

por las embarcaciones, más aun si se deseaba tomar tierra en un punto

alejado del fuerte de Itapirú y del campamento enemigo.

b) La necesidad de constituir el primer escalón —la vanguardia— lo más

numeroso posible y combinando las tres armas, para poder resistir con éxito

a un probable ataque de fuerzas considerables del enemigo hasta la llegada

de los otros escalones.

c) La configuración de la costa del territorio del adversario, que no permitía en

todos sus puntos la aproximación de embarcaciones de un cierto calado.

Todos estos factores, juiciosamente apreciados y combinados, debían decidir

sobre la clase y sobre la cantidad del material flotante indispensable para el

pasaje del ejército.

Los pequeños astilleros que existían en la ciudad de Corrientes fueron puestos a

contribución para construir grandes balsas y canoas, pidiéndose con toda

urgencia a Buenos Aires el material de construcción indispensable; se

comprobaron y se arrendaron muchos buques mercantes que estaban anclados en

los puertos de Buenos Aires y de Montevideo, y Brasil puso a disposición de la

escuadra una cantidad de vapores apropiados para el remolque de las balsas y

canoas. La actividad en este sentido fue muy grande; y ya a principios de abril

de 1866 el material flotante a disposición de los aliados para el pasaje del Alto

Paraná era el siguiente:

Para las fuerzas brasileñas: 7 vapores, 5 grandes chatas, 6 piraguas, 6 pontones y

9 canoas, con una capacidad de transporte de 10.680 hombres y 1.830 toneladas

de carga accesoria.

Para facilitar el rápido embarco de las tropas en las embarcaciones fueron

construidos en la costa argentina, cerca del puerto de Corrales, numerosos

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muelles y plataformas.

El almirante Tamandaré habíase negado a emplear las unidades de la escuadra

en misión de transporte de tropas; aquélla debía conservar toda su libertad de

acción, a fin de estar en condiciones de escoltar a los transportes con las

pequeñas cañoneras y de bombardear las posiciones enemigas con los

acorazados y con las otras unidades mayores de la escuadra.

Los preparativos tácticos para el pasaje fueron comenzados no bien la escuadra

subió hasta Paso de la Patria en la segunda quincena de marzo. Los diferentes

grupos del ejército aliado fueron aproximados a la costa y concentrados en el

sector donde serían embarcadas las tropas, la caballería correntina corrióse hacia

el oeste para vigilar el terreno próximo a la desembocadura del río Paraguay,

encomendándose el servicio de seguridad del grueso del ejército a tropas de

infantería y de artillería. Además, con el fin de intensificar la acción del fuego de

la escuadra contra el fuerte de Itapirú, resolvíase hacer ocupar la isla situada

frente a este punto con un destacamento brasileño de dos batallones, apoyados

por cuatro cañones de a doce y cuatro morteros de 10 pulgadas.

La ocupación de la isla se llevó a cabo en la noche del 5 al 6 de abril, sin

mayores inconvenientes; las tropas se fortificaron en ella en previsión de un

ataque del enemigo y a fin también de resistir mejor el fuego de los cañones de

Itapirú.

El mariscal López, soportando mal la presencia del enemigo en la isla, ordenaba

al teniente coronel Díaz de atacarla por sorpresa durante la noche para

exterminar a su guarnición. El jefe paraguayo organizaba la expedición en la

siguiente forma: un primer escalón de 480 hombres de infantería y de 186

soldados de caballería armados a sable saldría en la madrugada del 10 de abril

con destino a la isla; un segundo escalón de 600 hombres le seguiría no bien el

primero hubiese desembarcado en la isla. Una fuerte reserva de infantería se

mantendría en Itapirú pronta a intervenir no bien regresaran las embarcaciones

que debían conducir los dos primeros escalones.

A las 4 de la madrugada del 10 de abril, el primer escalón, transportado en 32

canoas, desembarca en la isla frente a las fortificaciones en ella levantadas por el

destacamento brasileño; los centinelas dan la alarma cuando los paraguayos ya

habían tomado tierra, y la guarnición acude a ocupar sus puestos de combate.

En lugar de avanzar rápidamente sobre las trincheras, la infantería paraguaya se

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oculta entre los matorrales, abriendo desde allí el fuego contra los defensores.

Pronto llega el segundo escalón a reforzar la línea ya ocupada por las primeras

tropas; pero la intensidad del fuego de la defensa y la oscuridad, que no permitía

distinguir los puntos más favorables para el ataque, paralizan la acción de los

paraguayos.

Próximas a agotarse las municiones, la infantería brasileña, a la primera luz del

día, salta de sus trincheras y carga a la bayoneta contra el enemigo. El cuerpo a

cuerpo se hace muy reñido y produce numerosas víctimas. Pero al fin los

brasileños, auxiliados por la oportuna intervención de algunas de sus cañoneras,

que ametrallan al enemigo y echan a pique sus embarcaciones, logran rechazar a

los paraguayos, exterminando a un gran numero de ellos.

Esta empresa costaba al mariscal López unos 900 hombres entre muertos,

heridos y prisioneros, y la pérdida de 30 canoas y más de 700 fusiles. Los

defensores tuvieron 48 muertos y 102 heridos.

Después del combate, la guarnición de la isla era, reforzada con tropas frescas y

se intensificaba el bombardeo contra Itapirú.

Todas las medidas que hasta aquí hemos enumerado en forma suscinta no podían

considerarse suficientes para la preparación de la Invasión del ejército aliado al

territorio enemigo. Otras, igualmente importantes, exigían del comandante en

jefe una atención preferente, a fin de asegurar el adecuado funcionamiento de los

servicios de retaguardia.

Aun cuando las características del terreno donde se desarrollarían las

operaciones, después de realizada la invasión, resultasen una incógnita para los

generales aliados, sin embargo ninguno de ellos ignoraba, en términos generales,

las dificultades que se encontrarían para la movilidad; la inclemencia del clima,

la insalubridad de los futuros vivaques, las pérdidas que sufrirían en las acciones

contra un adversario dispuesto a defender tenazmente su territorio y —factor de

la máxima importancia—, la imposibilidad de encontrar en el nuevo teatro de

operaciones los recursos que permitiesen atender a la alimentación y a la

movilidad de las tropas como pudieron hacerlo los paraguayos durante sus

invasiones a Corrientes y a Río Grande.

Había, pues, que prever todas estas futuras dificultades, asegurándose la llegada

desde retaguardia de todos los aprovisionamientos necesarios al ejército y la

fácil evacuación de los enfermos, heridos, etc.

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La ciudad de Corrientes fue transformada en depósito principal del ejército,

estableciéndose en ella hospitales, depósitos de vestuario, equipo, municiones,

etc., talleres y demás dependencias. Ligada por la vía de agua con Buenos Aires,

Montevideo y Río de Janeiro, facilitábase la llegada de los aprovisionamientos al

depósito principal y la salida de las evacuaciones del ejército.

Además, en algunos buques habilitados al efecto se organizaron hospitales y

depósitos flotantes de víveres y de municiones, que prestarían excelentes

servicios durante el tiempo que el ejército operase cerca de la costa del Alto

Paraná o en las proximidades del río Paraguay.

A mediados de abril de 1866 se juzgaba terminada la preparación del ejército

aliado y, en consecuencia, eran impartidas las órdenes para la invasión del

territorio enemigo.

F. PASAJE DE UN CURSO DE AGUA: EL EJÉRCITO ALIADO INVADE EL PARAGUAY CRUZANDO EL ALTO PARANÁ

De acuerdo con las directivas recibidas del comandante en jefe, el mariscal

Osorio —a quien debía corresponder la gloria de guiar la primera expedición y

de abrir el paso al Ejército aliado frente a Itapirú- salía de la costa argentina el

16 de abril de 1866.

El almirante Tamandaré, cuya cooperación en la empresa confiada al Mariscal

Osorio alcanzaba una importancia muy grande, distribuyó a las unidades de la

escuadra las siguientes misiones:

De "escolta de la expedición", a desempeñar por cuatro cañoneras.

De "bombardeo del campamento enemigo", a cargo de un acorazado y de tres

cañoneras.

De "vigilancia de la costa enemiga” entre Itapirú y las Tres Bocas, a efectuar por

dos acorazados y cinco cañoneras.

Ya en la tarde del 15 de abril, el mariscal Osorio embarcaba en los transportes (8

vapores, 4 chatas y 12 canoas a remolques) el I escalón, compuesto del cuartel

general del I Cuerpo de Ejercito Imperal, la lª y 3ª divisiones de infantería y una

batería de artillería; en conjunto 9.465 hombres con ocho bocas de fuego. Al día

siguiente (16 de abril), a las 7 de la mañana, la expedición salía de la costa

argentina para descender el Paraná hasta la confluencia, desde cuyo punto

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remontaba por dos kilómetros el río Paraguay. Un lugar ventajoso para la

aproximación de los transportes a la costa enemiga y para el desembarco de las

tropas en la misma había sido ya reconocido el día anterior por las cañoneras

Magé, Ivahy y Araguay. En el sector de la costa así elegido tomaba, pues, tierra

el mariscal Osorio.

Simultáneamente con la salida del I escalón, la escuadra, apoyada por el fuego

de la batería de la isla Redención, inició un violento bombardeo contra Itapirú y

el campamento paraguayo de Paso de la Patria. Mientras tanto, en la costa

argentina se embarcaba el II escalón, constituido por la infantería del II Cuerpo

de Ejército argentino (general Paunero) y por las fuerzas a las órdenes del

general Flores. La salida de este escalón debía tener lugar recién cuando se

tuviese conocimiento del primer resultado de la expedición confiada al mariscal

Osorio.

Venciendo las numerosas dificultades naturales del terreno, las tropas que

formaban el I escalón desembarcan en la costa enemiga. El mariscal López, no

creyendo que los aliados intentarían un desembarco con fuerzas numerosas

aguas abajo de Itapirú, habíase limitado a destacar en esa dirección un pequeño

destacamento de las tres armas al mando del comandante Hermosa. Esta fuerza

hallábase apostada en las inmediaciones del punto donde tomaba tierra el

mariscal Osorio, y desde el primer momento trató de impedir el desembarco del

enemigo. Pero las primeras tropas brasileñas lograron contener brillantemente al

adversario, dando tiempo al resto de la expedición para poder desembarcar.

El II escalón, conducido por el general Flores, salía del puerto de Corrales a las 5

de la tarde, alcanzando recién a las 8 de la noche el lugar donde había

desembarcado el mariscal Osorio; por tal motivo, sólo una pequeña fracción de

las fuerzas argentinas y orientales pudo descender a tierra el mismo día 16.

Informado el mariscal López de la empresa enemiga sobre la costa del río

Paraguay, se apresuraba a enviar algunos refuerzos desde el campamento de

Paso de la Patria; pero las dificultades del camino impidieron que éstos pudiesen

llegar a tiempo oportuno.

El 17 de abril el mariscal López avanzaba sobre Itapirú, mientras los generales

Flores y Osorio apresuraban el desembarco de sus respectivas fuerzas. Las

tropas brasileñas debieron sostener un reñido combate contra el enemigo (4

batallones, 2 regimientos de caballería y algunas piezas de artillería), abrigado

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en los montes y malezas que interceptaban el camino a Itapirú; pero los

invasores no creyeron prudente avanzar hasta el fuerte mismo hasta no

habérseles incorporado las fuerzas de los generales Flores y Paunero.

Reunidas en la tarde del 17 todas las tropas aliadas que habían desembarcado en

la costa paraguaya, marchaban el 18 de abril sobre Itapirú que, bombardeado por

la Escuadra y amenazado por las fuerzas invasoras, había sido evacuado por

orden del mariscal López; Osorio siguió más allá de Itapirú, estableciendo sus

avanzadas a la vista del campamento enemigo de Paso de la Patria.

Bajo la protección de esta poderosa vanguardia de 15.000 hombres, el resto del

Ejército aliado realizó en los días siguientes el pasaje del Paraná frente mismo a

las ruinas de Itapirú. El general Mitre y el almirante Tamandaré pasaban a

Itapirú el mismo día 18 a las 11 de la mañana.

Quedaba así, felizmente, terminada la operación del pasaje de un curso de agua

muy importante, frente a un enemigo numeroso e intacto, al cual las condiciones

especiales del terreno y el perfecto conocimiento del mismo pudieron darle la

ocasión de hacer fracasar una empresa de tanta magnitud si hubiese sabido tomar

a tiempo las medidas oportunas para impedirla. Con razón, este pasaje de un

importante curso de agua puede ser citado en los tratados de arte militar como un

ejemplo modelo entre los de la misma naturaleza; y es forzoso reconocer que el

éxito de la operación correspondió por igual a las felices disposiciones del

Comando que la preparó y la dispuso y a la resolución y arrojo de los jefes y de

las tropas que supieron llevarla a cabo con tanto brillo.

G. EL COMBATE DE ESTERO BELLACO

El mariscal López, considerándose impotente para sostenerse en su campamento

fortificado de Paso de la Patria, bombardeado por la escuadra enemiga y

amenazado de un próximo asalto general por todo el Ejército aliado, resolvía

abandonarlo para ocupar una posición más favorable al norte del Estero Bellaco.

El 19 de abril las tropas paraguayas comienzan la evacuación del campamento,

que es continuada en los días siguientes sin que los aliados notaran esta

operación. En la madrugada del 23, la retaguardia paraguaya se retira a su vez

después de incendiar el campamento. En este mismo día los aliados atraviesan el

riacho que los separaba del campo abandonado por el enemigo y se instalan en él

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y en sus alrededores después de destacar hacia el norte las necesarias fuerzas de

seguridad.

El general Mitre, antes de iniciar el avance con todo el Ejército en persecución

del enemigo que se había retirado, consideró necesario esperar que las unidades

dispusiesen de todos sus elementos de movilidad, cuyo transporte hasta la costa

paraguaya requería un cierto tiempo. En los nuevos vivaques establecidos por

los aliados en el antiguo campamento paraguayo los argentinos ocupaban la

derecha y los imperiales estaban situados a la izquierda; sobre el frente hallábase

el general Flores como vanguardia, habiendo sido reforzado en este servicio por

algunas unidades de infantería y de artillería destacadas del I Cuerpo de Ejército

brasileño.

Las avanzadas paraguayas permanecían al norte del Estero Bellaco, cuyos pasos

principales ocupaban, habiendo, además, construido en ellos algunas obras de

fortificación; al sur del estero estaban establecidas las avanzadas de los aliados.

El grueso del Ejército paraguayo habíase retirado al norte de Tuyuty, cerrando el

camino que por Paso Gómez se dirige a Paso Pacú y Humaitá.

Deseando el mariscal López conocer la dislocación del Ejército enemigo —lo

cual le permitiría completar la organización de su línea defensiva al norte de

Tuyuty, sobre el Estero Rojas— ordenó la ejecución de un reconocimiento

ofensivo al sur del Estero Bellaco. La operación fue confiada al teniente coronel

Díaz, bajo cuyas órdenes se pusieron siete batallones de infantería, cinco

regimientos de caballería y ocho piezas de campaña, alcanzando en conjunto un

efectivo de 5.500 hombres.

El Jefe paraguayo decide valerse de la sorpresa para poder llevar a cabo con

éxito el reconocimiento. Para lo cual y en atención también al terreno, a la

interposición del estero que debía ser atravesado rápidamente y al poco espacio

que al sur del mismo existía disponible para el empleo de las fuerzas, el teniente

coronel Díaz fraccionó sus tropas en dos grupos: el "grupo de ataque",

constituido por 4 batallones de infantería y 4 regimientos de caballería; la

"reserva", formada por 3 batallones y un regimiento de caballería, a las órdenes

del mayor Cabral.

El ataque se desarrollaría en la siguiente forma: por los pasos Piris, Sidra y

Carreta pasarían los 4 regimientos de caballería, los cuales, lanzándose por el

frente y por los flancos contra los batallones enemigos de avanzadas, debían

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introducir el desorden en ellos. La infantería seguiría por Paso Sidra a fin de

completar el primer éxito alcanzado por la caballería. Desde las inmediaciones

del mismo paso la artillería debía apocar con su fuego el avance de las columnas

atacantes y sostener más tarde la retirada. La reserva quedaría al norte del estero,

haciendo ocupar Paso Carreta con dos compañías.

Dada la orden de iniciar el movimiento, la caballería paraguaya atraviesa el

Estero Bellaco y se lanza contra los batallones brasileños de avanzadas.

Sorprendidos por la rapidez del ataque, éstos retroceden abandonando las 4

piezas de artillería, que son inmediatamente tomadas por los paraguayos y

arrastradas en triunfo basta el campamento del mariscal López.

La retirada de los batallones brasileños, perseguidos de cerca por la infantería

paraguaya, contagia a los batallones orientales, que ceden terreno para no verse

envueltos y cortados por el enemigo. Pero la alarma es dada a las fuerzas aliadas

que se encuentran más a retaguardia; éstas avanzan inmediatamente en apoyo de

su vanguardia.

Los batallones paraguayos se ven obligados a detenerse frente al número

siempre creciente del adversario, que los contraataca de frente (6ª división

brasileña) y que tiende a ensolver su ala izquierda (regimiento Rosario y batallón

Corrientes, sostenidos por el batallón Tucumano y Catamarqueño). La acción se

vuelve cada vez más encarnizada y los paraguayos sufren considerables

pérdidas; lo cual induce al teniente coronel Díaz a ordenar la retirada al otro lado

del estero. Esta se efectúa en desorden, dejando el campo sembrado de

cadáveres, persiguiendo muy de cerca las tropas aliadas que en su

encarnizamiento llegan hasta el otro lado del estero, donde se apoderan de 4 de

las piezas de la artillería paraguaya.

También el regimiento de caballería argentino 1° de línea obtenía un brillante

éxito en una carga contra la caballería paraguaya que avanzó por Paso Carreta,

rechazándola y apoderándose de uno de los estandartes del enemigo.

En vista de la actitud de las reservas adversarias situadas al norte del estero y

ante el peligro de la llegada de refuerzos que pudiese enviar el mariscal López,

los jefes aliados hacen repasar el estero, a las tropas que lo habían franqueado en

la persecución y las conducen a sus posiciones anteriores, reforzándose el

servicio en las avanzadas.

Las pérdidas sufridas por los paraguayos fueron muy grandes a causa

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principalmente de la obstinación del teniente coronel Díaz en querer continuar el

ataque más allá del éxito obtenido en el primer momento contra la vanguardia

del adversario; aquéllas alcanzaron a 2.500 hombres fuera de combate (incluido

más de 300 prisioneros, en su mayor parte heridos). Los aliados, especialmente

los brasileños, tuvieron también un número importante de bajas, que en conjunto

alcanzaron a 1.552 hombres.

H. EL AVANCE DE LOS ALIADOS HACIA TUYUTY

La permanencia del Ejército aliado al sur del Estero Bellaco no podía

prolongarse mucho, pues se daría oportunidad al mariscal López para completar

su organización defensiva sobre el Estero Rojas.

La necesidad de un pronto avance del Ejército había sido apreciada en toda su

importancia por los generales aliados, los cuales habían discutido la situación en

sucesivas conferencias y resuelto la mejor forma de continuar las operaciones

hacia el interior del territorio enemigo. Pero, antes de iniciar el movimiento, se

deseaba disponer de más caballería montada, esperándose al efecto algunas

remesas de caballos que no tardarían en llegar de Entre Ríos y Corrientes, junto

con algunos centenares de bueyes que darían mayor movilidad al convoy.

Como preparación del próximo avance del Ejército, el general Mitre hacía

efectuar el 9 de mayo un reconocimiento de los pasos del Estero Bellaco, que

forzosamente tenía que atravesar el ejército. La misión fue encomendada al

general Cáceres, quien, al frente de la 1ª división de la caballería correntina,

sostenida por dos batallones argentinos, y por la artillería que se hallaba en las

avanzadas, logró obtener los datos que necesitaba el comandante en jefe sobre la

practicabilidad de los pasos del estero, habiendo debido, al efecto, sostener un

reñido combate con las avanzadas paraguayas que custodiaban los pasos.

El avance del Ejército aliado quedó fijado para el 20 de mayo. Por los pasos

Piris, Sidra y Carreta avanzaron tres columnas de las diferentes armas,

calculadas para vencer rápidamente la resistencia que el enemigo no dejaría de

oponer al pasaje. Especialmente en paso Sidra, donde los paraguayos habían

construido algunas obras de fortificación guarnecidas con artillería, se esperaba

encontrar serias dificultades, pero el general Flores, que con la infantería oriental

y con varios batallones brasileños formaba la vanguardia de la columna que se

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dirigía a atravesar el estero por ese paso, logró forzarlo atacando resueltamente a

las avanzadas enemigas que lo defendían. Los paraguayos después de oponer

una débil resistencia, se retiraban sobre paso Gómez por el camino de Humaitá;

y las columnas aliadas, habiendo terminado de franquear el estero sin otros

contratiempos, continuaban su avance hasta Tuyuty, cubierto su frente por tropas

numerosas de vanguardia que marchaban prontas a empeñar el combate.

En el campo de Tuyuty, en que el Estero Rojas4 separaba de la posición ocupada

por el Ejército paraguayo, los aliados establecieron sus vivaques, situándose los

argentinos a la derecha, los orientales al centro y ocupando la izquierda el primer

cuerpo del ejército del mariscal Osorio.

El mismo día de la llegada de los aliados a Tuyuty, el batallón de ingenieros

brasileño inició la construcción de una gran batería destinada a cerrar el camino

principal de Humaitá a Paso de la Patria por paso Gómez. Marcábase así el

comienzo de la característica "guerra de posición" a que se verían obligados los

invasores del territorio paraguayo, no sólo por la actitud defensiva asumida por

el enemigo detrás de un obstáculo muy importante, sino también por las

condiciones del terreno y en especial modo por la poca movilidad del ejército

invasor.

La distancia a que las fuerzas aliadas, con su avance hasta Tuyuty, se habían

alejado de los puntos de la costa del Alto Paraná, por donde pasaba su línea de

comunicación con la provincia de Corrientes, había inducido al comandante en

Jefe a organizar el tráfico entre Paso de la Patria y Tuyuty, utilizando columnas

de carretas a bueyes y a fortificar el antiguo campamento de Paso de la Patria,

dejando en él una fuerte guarnición de caballería desmontada, no sólo para evitar

una posible empresa de fuerzas móviles enemigas contra la línea de

comunicación terrestre de los aliados, sino también para contar con un sólido

punto de apoyo en el caso de verse obligados a abandonar Tuyuty.

I. LA BATALLA MÁS SANGRIENTA: TUYUTY

La llegada de los aliados a Tuyuty creaba a su comandante en jefe deberes de

suma responsabilidad, a causa de la pequeña distancia y del estrecho contacto a

4 Llamado por los paraguayos estero Bellaco Norte

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que habían llegado los dos ejércitos adversarios; pues, si bien existía un

obstáculo interpuesto, éste no podía ser considerado infranqueable, ni para el

defensor por su exacto conocimiento del terreno, ni para el invasor que, a menos

de eternizar la campaña, debería, en un momento dado, forzar los puntos de

pasaje o rodear el obstáculo para presentar batalla al enemigo abrigado detrás de

él.

Explícase así el muy natural interés del general Mitre por adquirir cuanto antes

una exacta orientación sobre la importancia del obstáculo que lo dividía del

adversario y sobre la naturaleza y la extensión de los trabajos defensivos que

aquél había ejecutado en la posición donde se conservaba con su ejército.

A este objeto el general Mitre había ordenado que el 24 de mayo se llevasen a

cabo varios reconocimientos del estero, empleando las fuerzas que se

considerasen suficientes para poder vencer la resistencia de las avanzadas

enemigas que ocupaban todos los pasos.

El mariscal López, tal vez informado de la operación que los aliados pensaban

ejecutar, o más bien, calculando que éstos no dejarían pasar la fiesta nacional

argentina del 25 de Mayo sin rememorarla con una victoria al igual de lo

realizado el ano anterior por el general Paunero con su ataque a la ciudad de

Corrientes, resolvió desbaratar ese posible plan "ganándoles de mano" y

llevándoles un ataque a fondo en sus propias posiciones.

Rápidamente fue concebido el plan, cuya idea esencial era la siguiente: todo el

frente del adversario sería atacado simultáneamente por tres fuertes columnas,

dirigidas contra el centro y contra las dos alas. Un doble movimiento envolvente

completaría la acción frontal, determinando, en caso de éxito de la operación de

conjunto, el total aniquilamiento del adversario.

La empresa estaría a cargo de cuatro columnas de infantería y caballería, dos

centrales y dos laterales, calculadas en sus efectivos y composición en vista de lo

que de cada una de ellas se esperaba en el desarrollo de la acción de conjunto,

para lo cual la organización de cada columna y su tarea especial fueron

determinadas en la siguiente forma:

Columna del Centro (comandante Marcó): 4 batallones de infantería y 2

regimientos de caballería (4.200 hombres); avanzando por paso Gómez a lo

largo del camino real a Paso de la Patria, debía atacar el centro del enemigo

formado por brasileños y orientales;

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Columna de la Derecha (coronel Díaz): 5 batallones de infantería, 2 regimientos

de caballería y 4 obuses (5.000 hombres); reunida previamente en el monte del

Sauce, debía avanzar más tarde por el abra llamada El Boquerón, para caer

contra las tropas situadas en el flanco izquierdo del enemigo;

Columna de la Extrema Derecha (general Barrios): 10 batallones de infantería y

2 regimientos de caballería. (8.700 hombres). Esta columna, después de

atravesar el monte del Sauce, debía penetrar en el potrero Piris para caer después

por sorpresa contra la retaguardia de la posición enemiga, buscando aquí

reunirse con la caballería de la:

Columna de la Izquierda (general Resquín): 2 batallones de infantería y 8

regimientos de caballería (6.300 hombres), la cual, reunida detrás de los

palmares de Yatayty Corá, atacaría después la derecha enemiga formada por los

argentinos, mientras la mayor parte de la caballería, efectuando un rodeo hacia el

este, caería contra la retaguardia de la posición, donde se uniría a la columna del

General Barrios.

Toda la artillería paraguaya —menos los cuatro obuses asignados a la columna

del coronel Díaz— se conservaría al norte del Estero en disposición de sostener

con su fuego el ataque de las diferentes columnas. Este sería iniciado desde las

respectivas posiciones de preparación a una señal dada con un disparo de cañón

hecho desde paso Gómez no bien el coronel Díaz hubiese anunciado con un

cohete que la columna del general Barrios —la que debía recorrer más camino y

la que también más lentamente avanzaría, por la gran cantidad de infantería que

llevaba—, hubiese alcanzado su posición de preparación para el ataque.

Son, en conjunto, más de 24.000 paraguayos los que el mariscal López va a

lanzar en este día contra 32.000 soldados aliados para empeñar la batalla más

importante, que por los efectivos que intervienen, es la más sangrienta batalla

que haya tenido lugar en el continente sudamericano.

Lleva el atacante una gran superioridad en caballería, pues a los 8.500 jinetes de

que dispone, los aliados no pueden oponer sino unos pocos centenares de

hombres montados; pero, a su vez, éstos cuentan con una superioridad

abrumadora en la artillería, lo cual contribuirá no poco a darles la victoria.

Hecha la señal convenida por el coronel Díaz —señal que equivocadamente fue

dada antes de que la columna del general Barrios hubiese alcanzado la posición

de preparación— y anunciada en toda la línea por el disparo de cañón hecho en

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paso Gómez, los paraguayos inician el ataque partiendo de los diferentes

sectores donde las respectivas columnas habían efectuado su reunión

completamente a cubierto de la vista del enemigo.

El primero en caer contra los batallones aliados es el coronel Díaz, quien,

favorecido por el terreno, había podido traer sus fuerzas hasta pequeña distancia

de las avanzadas enemigas. Los dos batallones orientales que cubrían este

servicio frente al Boquerón son arrollados por la caballería paraguaya y

deshechos totalmente. La columna del coronel Díaz se lanza entonces en

dirección a la gran batería central; pero, contenida por las tropas brasileñas (6ª

división) y orientales (dos batallones) que la protegían, el ataque cede frente a la

tenacidad de los defensores; y las tropas paraguayas que formaban esta columna

retroceden hasta el bosque del cual partieron, para reordenarse a su abrigo; una

parte de la caballería, después de haber salvado los fuegos de la batería central,

corrióse hacia la derecha de los aliados para reunirse con la columna del general

Resquín.

Casi simultáneamente con el ataque de las fuerzas del coronel Díaz, las del

general Resquín salían de los palmares de Yatayty Corá para lanzarse contra la

derecha de los aliados, ocupada por el Ejército argentino. Los regimientos de

caballería, después de efectuar el rodeo convenido para envolver el ala derecha,

caen contra los pocos escuadrones correntinos que cubrían esta ala y los

desorganizan totalmente; más la caballería paraguaya, en vez de seguir su

movimiento hacia el sur, que debería conducirla sobre la retaguardia de los

aliados, buscando reunirse allí con la columna de la extrema derecha paraguaya

—como era el plan establecido—, atraído por el ardor de la pelea, se dirige

contra el núcleo principal de las tropas argentinas, cuyos batallones, amenazados

por esa nube de jinetes que aparecía sobre sus flancos y espaldas, forman

rápidamente los cuadros. Los regimientos paraguayos, con ardor temerario, se

consumen inútilmente en cargas sucesivas contra los cuadros de la infantería

argentina y contra sus cañones, que los aniquilan a boca de jarro. La caballería

de Resquín resultaba totalmente destruida en una acción estéril, y la ausencia de

una dirección consciente hacía fracasar el éxito que hubiese podido obtener la

aparición de los regimientos paraguayos sobre las espaldas de los aliados en

circunstancias en que éstos no estaban en condiciones de contrarrestar

rápidamente su acción.

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Mientras tanto, el resto de la columna del general Resquín, que debería atacar de

frente a la línea argentina, ha visto retardado su avance por el franqueo del

bañado; y al caer su acción del efecto de la sorpresa permite que el defensor

tome sus medidas para el combate. La infantería paraguaya es recibida con un

fuego violento que paraliza su avance, impidiéndole llevar el ataque con la

necesaria energía; la acción se localiza en las proximidades del estero, donde los

atacantes se guarecen, sosteniendo el fuego durante algunas horas para retirarse

más tarde a su punto de partida, cuando el general Resquín comprende que sus

regimientos de caballería han sido totalmente aniquilados.

La columna paraguaya del centro, a las órdenes del comandante Marcó,

retardada por el pasaje del estero, inició el combate un poco después de haberlo

hecho las que se encontraban sobre sus dos flancos. La caballería se lanza, sable

en mano, contra la batería central brasileña, seguida por la infantería, que carga a

la bayoneta. Los paraguayos consiguen llegar hasta los cañones mismos; pero el

fuego de éstos y el de la infantería encargada de su protección rechaza con

grandes pérdidas a los asaltantes. Tres veces consecutivas lleva Marcó sus

soldados al ataque del centro del enemigo; pero es rechazado cada vez con

grandes pérdidas, por lo cual resuelve retroceder hasta el bañado, a fin de

reorganizar sus diezmadas tropas, que conducirá más tarde, en una última carga

desesperada —pero igualmente infructuosa— contra el centro enemigo, hasta

verse obligado a emprender la retirada al otro lado del estero.

El coronel Díaz, que después de su primer ataque contra la izquierda aliada

había retrocedido hasta el bosque para reorganizar allí sus tropas, desencadenaba

al poco tiempo un segundo ataque mas violento que el anterior. Los batallones

brasileños a su frente, que en el primer momento viéronse obligados a ceder

terreno, avanzan de nuevo al recibir refuerzos de infantería y de artillería, hechos

acudir de la segunda línea y aun retirando de la batería central los dos batallones

orientales que cubrían su derecha. Un violento contraataque de los aliados

detiene los progresos de las fuerzas del coronel Díaz, las cuales se ven obligadas

más tarde a batirse en retirada, dejando cubierto de cadáveres el campo de

combate y abandonando las cuatro piezas que apoyaban el ataque desde una

posición en la salida del Boquerón.

Varias horas después de empeñado el combate en toda la línea y poco antes de

que éste terminase con el rechazo general de las tres columnas atacantes, la del

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general Barrios lograba entonces hacer su aparición en la escena. Retardada

grandemente esta columna por la gran cantidad de infantería de que estaba

compuesta y debiendo recorrer un largo trayecto a través de un espeso bosque y

por un terreno cenagoso, el general Barrios se vio sorprendido en el camino por

la señal que determinaba el comienzo de la acción. Todos los esfuerzos para

apresurar el avance de sus tropas resultaban infructuosos ante los inconvenientes

naturales enunciados; después de penetrar al potrero Piris, de donde rechazaba

una guardia brasileña allí establecida, seguía hacia el sudeste para desembocar

sobre la retaguardia de la posición aliada, donde, de acuerdo con el plan

convenido, debía reunirse con la caballería del general Resquín.

La feliz idea del mariscal Osorio, de haber situado sus tropas en el campamento

de Tuyuty en tres líneas sucesivas —lo cual también era, hasta cierto punto, una

imposición del terreno— haría fracasar desde el primer momento el plan del

mariscal López en la parte que correspondía al empleo de la columna del general

Barrios. Al desembocar del bosque que cierra por el este el potrero Piris, los

paraguayos han formado varias columnas a fin de barrer de su frente toda

resistencia; pero ellas vienen a caer contra las masas de las divisiones de 2ª y 3ª

línea del mariscal Osorio, obligándole a cejar en sus esfuerzos y a retroceder a su

punto de partida.

Después de cinco horas de una lucha encarnizada y sangrienta terminaba el

combate con la victoria de las tropas aliadas, que habían rechazado en toda la

línea los multiplicados ataques de un enemigo dispuesto a vencer o a morir.

Las pérdidas paraguayas fueron enormes, pues alcanzaron a más de la mitad de

los efectivos empeñados: 7.000 muertos y más de 7.000 heridos atestiguaban el

temerario ardor de los atacantes y la tenacidad de los defensores, que hacían

pagar muy cara la locura del adversario al concebir y al hacer ejecutar un plan

cuyo fracaso pudo acarrear su total ruina. Los aliados, a su vez, sufrieron

pérdidas calculadas en unos 4.000 hombres, que representaban apenas la octava

parte de sus efectivos presentes en el campo de batalla (3.000 brasileños, 600

argentinos y 300 orientales fuera de combate).

Mucho se ha criticado el plan del mariscal López de lanzar casi todo su Ejército

contra un enemigo superior, atrincherado en su campo y completamente

prevenido por la proximidad misma de su adversario, concibiendo una maniobra

tan vasta cual era el ataque frontal con el doble envolvimiento de las alas;

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operación que será posible realizar sólo en circunstancias muy favorables y

disponiéndose de efectivos superiores en número. Además, el ataque debía

llevarse a través de un serio obstáculo, que algunas de las columnas necesitaban

franquear casi bajo el fuego enemigo, con el agravante de no ser posible, por la

naturaleza misma del terreno, la unión lateral permanente y la fácil retirada en

caso de un fracaso.

En Tuyuty —como ya el 2 de mayo en Estero Bellaco— la interposición de un

obstáculo entre el atacante y el defensor obliga al primero a ejecutar la maniobra

en varias columnas de ataque, con el objeto de que las tropas, salvando el

obstáculo y avanzando con rapidez, pudiesen contar con el primer éxito que se

derivaría de la confusión introducida en las fuerzas enemigas por el efecto de la

sorpresa. Este sistema es el que, como principio, corresponde en casos análogos,

pero a condición de que se asegure en una forma perfecta la cooperación y la

unión permanente entre las columnas laterales, factores indispensables para

asegurar la armonía en la acción y la uniformidad de los esfuerzos que requiere

el buen desarrollo del plan de conjunto. La maniobra concebida por el mariscal

López, si bien se ajustaba al principio general, fallaba por el factor de la

inferioridad numérica de los efectivos empeñados. Mas no limitábase a esto sólo

la mayor posibilidad del fracaso de la operación, pues a las fallas existentes en la

concepción del plan había que agregar las derivadas de una deficiente

combinación y preparación de la maniobra y de una ejecución falsa y mal

conducida.

La escasez de caballería, la llegada de la noche y la falta de reservas impidieron

a los aliados emprender una enérgica persecución del enemigo al otro lado del

Estero Rojas: el primero de los inconvenientes enunciados fue también la causa

principal de que los vencedores no se resolvieran a llevar a cabo en los días

siguientes operaciones ofensivas que hubiesen obligado al mariscal López a

abandonar su posición defensiva antes de haber recibido los refuerzos de que

necesitaba para reorganizar su diezmado ejército.

Aprovechando la inactividad operativa de los aliados después de la victoria por

éstos alcanzada el 24 de mayo, el mariscal López se dedicó febrilmente a

reorganizar su ejército y a completar sus fortificaciones de Rojas. Según el

historiador paraguayo Centurión, "de los restos de los cuerpos que entraron en

acción aquel día, de los heridos que sanaron y de las gentes traídas de la capital,

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de Cerro León, de la Encarnación (o Itapúa) y del paso del Tebicuary, formó

ocho batallones de infantería y cuatro regimientos de caballería. Además, hizo

venir de las estancias del Estado y establecimientos particulares 6.000 esclavos,

que los distribuyó en los distintos cuerpos para reemplazar las bajas".

Las obras de fortificación fueron extendidas y perfeccionadas sobre el frente, a

lo largo de la margen norte del Estero Rojas; además, para cubrir el flanco

derecho, que era vulnerable a un ataque envolvente de los aliados, hizo construir

algunas trincheras en los montes del Sauce. De Humaitá fueron traídas algunas

piezas; de grueso calibre, que se emplazaron en la primera línea defensiva para

poder bombardear las posiciones aliadas.

Con el objeto de distraer la atención del enemigo y de inmovilizarlo en su campo

por la amenaza permanente de un nuevo ataque, el mariscal López enviaba

frecuentes expediciones al sur del Estero, por el frente y por los flancos, que

también le permitían mantenerse orientado sobre los preparativos y las posibles

intenciones de los aliados. Pero como sus destacamentos sufrían cada vez bajas

muy sensibles, resolvió a mediados de junio reemplazar esas expediciones por

un activo y continuado bombardeo de las posiciones del enemigo, empleando al

efecto las piezas de mayor calibre y alcance que había hecho venir de Humaitá.

A su vez los aliados, aun cuando abligados a una inactividad operativa

momentánea, no permanecían ociosos en el propio campo. A la espera de

aumentar los medios de movilidad que les permitiesen iniciar operaciones

ofensivas, la atención del comandante en jefe se particularizó con la necesidad

de poner al ejército aliado a cubierto de toda futura sorpresa: se abrieron

numerosas trincheras en toda la extensión de la línea ocupada, organizándose

fuertes reductos en las segundas líneas y reforzando el servicio general de

seguridad sobre el frente y sobre los flancos.

A pedido del general Flores reuníase el 30 de mayo una Junta de Guerra, a fin de

considerar la situación creada al ejército aliado por la victoria del 24 de mayo, y

para adoptar, en consecuencia, las resoluciones más convenientes para la

continuación de las operaciones. De todo lo tratado y resuelto en esta Junta de

Guerra informa muy detalladamente el acta que se levantó con motivo de dicha

reunión.

Es de interés recordar los puntos fundaméntales de la misma.

De la cuenta recíproca que se dieron los tres generales aliados de la situación en

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que se encontraban sus respectivas fuerzan resultaba que el ejército aliado en ese

momento sólo tenía disponibles en Tuyuty 25.000 hombres de infantería y 3.700

de caballería, de éstos apenas 1.500 regularmente montados; que tanto la

artillería como los convoyes habían quedado casi sin ganado de tiro, a causa de

la extrema flacura de los anímales y de la mortandad diaria que en ellos

producían la falta de pastos y los malos campos.

Pasándose después a examinar la situación en que se encontraba el enemigo, se

llegaba a la conclusión de que éste, a causa de las bajas sufridas en la batalla del

día 24 y de la imposibilidad en que se encontraba de reponerlas totalmente, ya

no se encontraba más en condiciones de operar ofensivamente contra los aliados

y que "sólo puede sostenerse en una guerra defensiva de posiciones, salvándolo

de su total ruina tan sólo la superioridad relativa de su caballería y la

insuficiencia de caballos de la nuestra". Calculábase, sin embargo, que el

mariscal López, con los refuerzos traídos de Humaitá, debía tener disponible en

las posiciones de Rojas un ejército de 20.000 hombres, sabiéndose, además, que

había completado sus fortificaciones y aumentado su artillería.

Realizado el examen de la propia situación y de la del adversario, los generales

aliados pasaron a discutir el plan de operaciones que resultaría más ventajoso en

esas circunstancias. Analizado el caso de una ofensiva contra el enemigo

atrincherado en sus posiciones, el general Mitre sostuvo la opinión de que no era

prudente un ataque frontal a causa de la naturaleza del terreno y de la solidez de

la posición misma, defendida por más de 60 piezas de artillería; que, en el caso

de decidirse por una operación ofensiva, ésta debería efectuarse rodeando el

ejército aliado la posición enemiga por su ala izquierda, haciendo así caer de

revés todo el sistema defensivo del adversario; pero que, en este caso, era

indispensable asegurar la propia línea de comunicaciones sobre Paso de la Patria

contra empresas de la caballería paraguaya. Sin embargo, en vista de la propia

inferioridad momentánea en el arma de caballería para conjurar este peligro y en

atención también a los deficientes medios de movilidad del ejército aliado, se

creía prudente —y así fue resuelto— aplazar la ejecución de este plan ofensivo

hasta que hubiesen desaparecido esos dos inconvenientes capitales.

De acuerdo los tres generales aliados, resolvíase permanecer en Tuyuty haciendo

todos los esfuerzos encaminados a remontar cuanto antes la caballería y a poner

a las tropas en estado de moverse, no aceptándose la propuesta del general

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Flores de hacer incorporar al ejército de Tuyuty las fuerzas del barón de Porto

Alegre (ejército de reserva) que, de acuerdo con el plan combinado en

Uruguayana el 21 de septiembre de 1865, debía efectuar por Itapúa la invasión al

Paraguay. Dada la gran cantidad de caballería con que contaba el barón de Porto

Alegre, el general Flores juzgaba que se subsanaría prontamente la debilidad de

esa arma en el ejército de Tuyuty. Pero rebatida por el general Mitre esta

indicación, se resolvió que el ejército de reserva conservase la primitiva misión

recibida.

Por último, en consideración a que "el objetivo del plan de campaña es la

posición de Humaitá, sobre la cual sólo podrá operarse ventajosamente en

combinación con la escuadra y dominando la navegación del río Paraguay", los

generales aliados resolvían pedir al almirante que abriese operaciones con la

escuadra en este río, pues "el almirante había declarado, por dos ocasiones, en

junta de guerra con los generales aliados, que contaba con los medios suficientes

para forzar las fortificaciones de Curupaity y arrasar las baterías de Humaitá".

Encargado el general Osorio de transmitir el pedido al almirante Tamandaré,

aquél recibía la contestación de que el jefe de la escuadra estaba dispuesto a

iniciar operaciones contra las fortificaciones enemigas del río Paraguay y si así

lo pedían los generales aliados; pero que, para obrar con más eficacia, convenía

esperar la incorporación de un nuevo acorazado y de una bombardero que debían

reunirse muy pronto a la escuadra.

Sobre la base de lo resuelto en la Junta de Guerra del 30 de mayo, los generales

aliados se preocuparon de tomar las medidas para remediar la situación

desfavorable de sus elementos de movilidad. Se pidieron grandes cantidades de

caballos, mulas y bueyes y al mismo tiempo la remisión de forraje, a fin de

evitar la mortandad que los malos campos del Paraguay causaban en el ganado

por la falta de pastos.

En previsión de que la permanencia en Tuyuty pudiese prolongarse algún

tiempo, se tomaron disposiciones para aumentar la seguridad de las tropas en el

campamento. Adoptóse, al efecto, el siguiente dispositivo; fuertes avanzadas

cubrían la línea exterior, que estaba formada por una serie de pequeñas

trincheras situadas en todo el frente con intervalos más o menos grandes; una

primera línea constituida por un sistema de trincheras que abarcaba casi todo el

frente, permanecía constantemente ocupada por tropas que se mantenían prontas

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para entrar en combate en cualquier momento; éstas eran también las que daban

los núcleos para las avanzadas, las cuales se relevaban diariamente después de

efectuar la descubierta en el terreno situado más allá de la línea exterior; una

segunda línea, ocupada por el resto de las tropas, que venían a ser la reserva de

las de la primera línea, comprendía extensas obras de fortificación, organizadas

en vista de ofrecer una tenaz resistencia al adversario en el caso de que fuese

necesario abandonar la primera línea.

J. LAS OPERACIONES CONTRA LOS FLANCOS DE LA POSICIÓN DE TUYUTY

1. Combate de Yatayty Corá (10 y 11 de julio de 1866)

A medida que el mariscal López lograba mejorar la situación desastrosa en que

lo sumiera la derrota del 24 de mayo, ya sea con la incorporación de efectivos

que reemplazaban parcialmente las numerosas bajas sufridas, o bien con la

llegada de nuevo material de artillería o con el refuerzo de las obras de

fortificación, su actividad combativa crecía paralelamente cual si pretendiese

demostrar al adversario que el espíritu ofensivo de sus tropas se conservaba

intacto y que, a pesar de encontrarse aparentemente a la defensiva en una

posición fortificada, poseía en lodo momento la iniciativa en las operaciones.

Esta actividad sostenida del generalísimo paraguayo tenía, además, otro objeto,

cual era el de ir completando la preparación de sus nuevos soldados con

sucesivos y continuos combates parciales y el de mantener en alarma

permanente al campo adversario para obligar a éste a aferrarse más al terreno

extendiendo y completando sus obras de fortificación, distrayendo en tal forma

la atención de su comando de empresas que pudiese meditar fuera del sector en

el cual tendían a inmovilizar las acciones ofensivas de los paraguayos.

Es así que, a partir del 15 de junio en que fue iniciada una acción vigorosa de la

artillería paraguaya contra las líneas enemigas, los bombardeos eran casi

diarios, abarcando algunas veces todo el frente y limitados otras a los sectores

donde los aliados parecían demostrar una especial actividad. Junto con los

bombardeos -que, iniciados siempre por la artillería paraguaya, eran

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vigorosamente contestados por las baterías de Tuyuty- columnas móviles de

infantería y caballería, seguidas por algunas coheteras, salían de las posiciones

paraguayas y, después de atravesar el estero, venían a caer contra las avanzadas

enemigas, de preferencia contra las que estaban situadas en los flancos;

empeñaban con éstas un violento combate de fuego, que era sostenido hasta

que los refuerzos enviados por las reservas enemigas aconsejaban a los jefes

paraguayos -cuya misión no era la de empeñarse a fondo- repasar el estero para

guarecerse en sus líneas.

La pequeña distancia a que, en algunos puntos de la línea, estaban situadas las

avanzadas de los dos adversarios, conducía a combates diarios al tener lugar

cada mañana el relevo de este servicio y al efectuarse la descubierta delante de

las propias líneas; lo cual había obligado al general Mitre a ordenar que el

relevo de las avanzadas en todo el frente se efectuase a la llegada de la noche,

quitando así al enemigo la posibilidad de empeñar esos combates parciales de

fuego que ponían en alarma a todo el campo cada vez que las tropas se

mostraban al descubierto al efectuar el relevo de las avanzadas.

Especialmente molestos eran los ataques que el enemigo llevaba a cabo contra

las posiciones del ala derecha de los aliados, ocupada por los argentinos.

Favorecidos por el terreno y por la vegetación que ocultaba sus movimientos,

los paraguayos atravesaban el estero para situarse en los palmares de Yatayty

Corá, desde donde dirigían un violento fuego con sus coheteras contra las

avanzadas argentinas, mientras la caballería, por un rodeo hacia el este,

operaba sobre el flanco sin que la caballería correntina, mal montada, pudiese

rechazar a los siempre numerosos escuadrones paraguayos que, gracias a su

mayor movilidad, se ponían prontamente fuera de alcance de la infantería

argentina destacada para rechazarlos.

En el interés de evitar en lo sucesivo estas correrías del adversario sobre la

derecha de los aliados, el general Mitre ordenaba el 9 de julio la ocupación de

Yatayty Corá por una fuerte guardia de infantería, destacándose al efecto a dos

compañías del batallón Catamarca sostenidas por el batallón Corrientes, que se

situó más a retaguardia como reserva.

El 10 de julio, dos batallones paraguayos atacaban la guardia establecida en

Yatayty Corá. Las compañías del batallón Catamarca sostuvieron el primer

choque del enemigo hasta que la llegada del batallón Corrientes permitía un

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contraataque que obligaba al enemigo a retirarse. Este último batallón quedaba

ocupando Yatayty Corá.

El día 11 de julio los paraguayos renuevan el ataque. Son, esta vez, cuatro

batallones, un regimiento de caballería y algunas coheteras las fuerzas que el

mariscal López enviaba al mando del coronel Aquino para posesionarse de

Yatayty Corá.

Al primer ataque del enemigo, cuya caballería trataba de rodear el flanco

derecho del batallón Corrientes, éste retrocede combatiendo. Prontamente

acuden en su apoyo los batallones 1° de línea y San Nicolás (que formaban la

1ª brigada del ler. cuerpo), los cuales lograban detener el avance del enemigo.

El coronel Aquino lanza entonces al combate sus reservas, viéndose obligado

el general Paunero a hacer adelantar la 2ª división del coronel Arredondo.

Los cohetes lanzados en gran cantidad por los paraguayos habían incendiado el

campo, dificultando así la observación y el combate mismo de las tropas.

Habiendo el jefe paraguayo ordenado la retirada al observar el avance de la 2ª

división argentina, el general Paunero retrocedía a su vez, recelando que las

grandes nubes de humo que envolvían el campo pudiesen encubrir una sorpresa

del enemigo.

En conocimiento el general Mitre de la medula tornada por el general Paunero,

ordenaba que la isleta de Yatayty Corá fuese ocupada enseguida. El coronel

Rivas (comandante de la 1ª división) marchaba personalmente con los

batallones 3° de línea y Legión Militar a establecerse en el lugar indicado.

Reorganizadas sus fuerzas, el coronel Aquino renueva con toda su infantería el

ataque contra Yatayty Corá, mientras la caballería busca caer sobre el flanco

derecho de los dos batallones argentinos. Estos se mantienen en su puesto hasta

que acuden en su apoyo los batallones 1°, 4° y 6° de línea y 1ª Legión

Voluntarios, a los cuales siguen otros batallones como reserva. La acción se

generaliza y se hace muy encarnizada, más no tarda en decidirse a favor de los

argentinos, que obligan a los paraguayos a retirarse al otro lado del estero.

Las pérdidas sufridas por los paraguayos fueron calculadas en 200 muertos y

400 heridos, alcanzando las de los argentinos a 30 muertos, 177 heridos y 51

contusos.

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2. Combate del Boquerón o del Sauce (16 y 18 de julio de 1866)

Fracasada la tentativa de obtener un éxito sobre el ala derecha de los aliados, el

mariscal López se lanzaba a buscar mejor fortuna contra el ala izquierda de los

mismos.

Con el fin de tomar por el flanco a la línea brasileña y por las espaldas a las

tropas orientales que se hallaban situadas delante de aquélla, el mariscal López

había mandado construir algunas trincheras, con frente al sur y al este, en el

bosque que por el norte cerraba el potrero Piris, haciéndolas ocupar con

algunos batallones y emplazando algunas piezas en la más adelantada para que

hiciesen fuego por el abra denominada "El Boquerón".

Ya el 14 de julio los aliados habían descubierto la extensión y la nueva

importancia de los trabajos de fortificación construidos durante la noche por el

enemigo sobre el flanco izquierdo. Por lo cual el comandante en jefe ordenaba

un ataque inmediato a esas obras para desalojar de ellas al enemigo.

La operación no pudo ser realizada el día 15, pues el mariscal Osorio entregaba

ese día el mando del ler. cuerpo de Ejército brasileño al mariscal Polidoro,

respondiendo al relevo que le fuera concedido por motivos de salud.

El ataque debió ser postergado así para el 16 de julio. Su ejecución fue

encomendada a la 4ª división brasileña (general Souza, siete batallones de

infantería con un efectivo total de 3.000 hombres), la cual, avanzando por El

Boquerón, lograba rechazar a los paraguayos de la primera trinchera,

apoderándose de ella. Aquí la 4ª división, reforzada por dos piezas de artillería

y por tres batallones (VIII brigada de la 1ª división brasileña), lograba

sostenerse rechazando varios contraataques llevados por las reservas

paraguayas que personalmente conducía al asalto el coronel Aquino.

Simultáneamente con el avance de la 4ª división, tres regimientos de caballería

desmontada, penetrando por el potrero Piris, debían avanzar contra las

fortificaciones enemigas para cooperar en el ataque a llevar por aquélla; pero

las dificultades del terreno impidieron la entrada en acción de estas tropas.

Nuevas unidades de refuerzo son enviadas en la tarde a los batallones que

habían ocupado la primera trinchera enemiga, pues los contraataques de los

paraguayos se hacían más frecuentes y más violentos a medida que acudían

nuevas tropas al lugar del combate. Fuerzas argentinas (2ª división Buenos

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Aires del coronel Conesa), son enviadas más tarde como reserva de los

batallones brasileños, los cuales lograban mantenerse en la trinchera

conquistada.

Este triunfo parcial del día 16 había costado a los brasileños numerosas bajas

(1.900 hombres fuera de combate) a causa de lo encarnizado de la lucha en un

terreno donde el enemigo encontraba un abrigo entre la vegetación.

Los paraguayos sufrieron pérdidas también importantes, experimentadas en los

numerosos contraataques para recuperar la trinchera perdida (2.500 hombres

fuera de combate).

El 17 de julio los dos adversarios permanecieron en sus posiciones reforzando

las obras de defensa. La división del coronel Conesa fue relevada por la del

coronel Domínguez (3ª división del II cuerpo de ejército argentino).

En la mañana del 18, brasileños y argentinos avanzan para apoderarse de los

otros elementos de trinchera ocupados por el enemigo; son recibidos con un

fuego violentísimo y el combate se generaliza. Un segundo trozo de trinchera

cae en poder del atacante, retirándose los paraguayos a su última obra de

defensa en la cual ofrecen una heroica resistencia. En sostén de las tropas

empeñadas en el combate acude el general Flores con dos batallones orientales

y con alguna infantería brasileña, asumiendo la dirección del ataque.

Hasta después de mediodía se repiten una serie de ataques infructuosos contra

la última trinchera -la del Sauce- que los aliados no logran conquistar a pesar

del valor temerario de que dan pruebas y de las enormes pérdidas que sufren en

ese callejón de la muerte, entre ellas la del heroico Cnel. León de Palleja.

El mariscal Polidoro, que había seguido muy de cerca las peripecias del

combate, hacía acudir la 4ª división brasileña; y el comandante en jefe, a su

vez, ordenaba al II cuerpo de ejército argentino que enviase otra división en

apoyo de las tropas del coronel Domínguez. trasladándose entonces al terreno

del combate el mismo general Emilio Mitre (comandante del II cuerpo de

ejército) con la 4ª división del coronel Agüero.

Con la llegada de estos refuerzos renovábanse los ataques a la trinchera del

Sauce; mas los resultados eran negativos, como los anteriores.

Convencido el general Flores de la imposibilidad de desalojar al enemigo,

ordenaba la retirada, que se efectuó sin molestias de parte de los paraguayos,

los cuales no se atrevieron a salir de su obra de defensa.

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Terminaba así este sangriento combate de dos días. Los aliados, a pesar de

haber empeñado en él sólo a una parte de sus tropas, experimentaron pérdidas

superiores a las que habían tenido en la batalla de Tuyuty, en la cual tomó parte

todo el ejército. Las bajas por éstos sufridas el 16 y 18 de julio alcanzaban a

5.000 hombres (entre ellos 3.700 brasileños y 750 argentinos), siendo bastante

inferiores las de los paraguayos. Esto se explica por la clase de terreno donde

se desarrolló el combate: el tupido bosque donde las tropas del mariscal López

habían establecido sus trincheras cerrando las abras de acceso que desde el

flanco izquierdo (de la posición aliada conducían sobre la derecha de la línea

paraguaya, no dejaba espacio para el despliegue de muchas fuerzas; los ataques

en formación cerrada, conducidos por esa especie de callejón, ofrecían un

blanco excelente a la artillería e infantería paraguayas parapetadas detrás de la

trinchera o situadas a los costados de la misma al abrigo de los árboles y entre

las malezas del bosque. Y como no era posible un rodeo para hacer caer la obra

de defensa mediante un ataque de flanco, o por la retaguardia, la acción frontal,

por más heroísmo que desplegaran los atacantes, se estrellaba frente a la

tenacidad de los que, sin exponerse mayormente, hacían fuego contra las

formaciones compactas de los batallones que marchaban al asalto.

Al mismo tiempo que sobre el ala izquierda del campo de Tuyuty se

desarrollaba este sangriento combate contra la trinchera del Sauce, una fuerte

demostración de la caballería paraguaya tenía lugar contra el flanco derecho de

la posición ocupada por los argentinos. Esta operación había sido ordenada por

el mariscal López con el fin de retener lejos del campo de batalla del Sauce a

las tropas argentinas.

Ante la amenaza que la caballería enemiga representaba sobre el flanco

derecho de los aliados, el comandante en jefe limitábase a destacar en esa

dirección al comandante Ayala con sus famosos piquetes de "guerrillas de

vanguardia", sostenida por el batallón XII de línea al mando del mayor

Mansilla. Estas tropas consiguieron atraer sobre sí la acción de la caballería

enemiga, localizándola lejos de las posiciones argentinas y obligando más tarde

a los escuadrones paraguayos a retirarse después de haber tenido pérdidas

importantes sufridas en las cargas infructuosas contra el cuadro del batallón

XII de línea.

Si bien los aliados no habían logrado con los combates del 16 y 18 de junio

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rechazar totalmente al adversario a sus antiguas posiciones de las líneas de

Rojas, sin embargo, consiguieron despejar de enemigos los bosques inmediatos

de su izquierda, cuya anterior presencia de éstos constituía una permanente

amenaza para las tropas del campo de Tuyuty.

K. OPERACIONES SOBRE EL RÍO PARAGUAY

El almirante Tamandaré, no considerando prudente iniciar operaciones decisivas

sobre Curupaity -posición avanzada de Humaitá- hasta no haber recibido el

refuerzo de los acorazados que esperaba de Río de Janeiro, habíase contentado

con permanecer con la escuadra en la desembocadura del río Paraguay.

El 3 de junio se le incorporaban los acorazados "Río de Janeiro" y "Lima

Barros" junto con dos bombarderas especialmente construidas para operaciones

en los ríos, aumentándose en tal forma la capacidad ofensiva de las unidades

navales que debían operar a sus ordenes en el río Paraguay.

En el mes de julio la escuadra subía hasta cerca de Curupaity, no con intención

ofensiva, sino con la de simple reconocimiento pues ahora el almirante pedía que

las fuerzas con que el barón de Porto Alegre debía efectuar la invasión al

Paraguay por Itapúa fuesen destinadas a obrar en combinación con la escuadra

sobre Curuzú y Curupaity. Solamente así la escuadra se encontraría en las

mejores condiciones para operar a fondo contra las posiciones fortificadas que el

enemigo ocupaba sobre el río Paraguay.

El II Cuerpo de Ejército brasileño (antes Ejército de reserva) a las órdenes del

barón de Porto Alegre, se encontraba desde el mes de abril sobre al Alto Paraná

procedente de Río Grande do Sul. En consideración a las dificultades que

existían para que estas fuerzas pudiesen operar en territorio enemigo invadiendo

por Itapuá o por un sector inmediato, el general Mitre había accedido a los

deseos de los otros generales y del almirante Tamandaré, que tendían a

demostrar la conveniencia de que el cuerpo de ejército del barón de Porto Alegre

se trasladase a Itapirú para cooperar más estrechamente con el resto del Ejército

aliado reunido en Tuyuty.

El 11 de julio llegaba a Itapirú el primer escalón (2.000 jinetes) de las fuerzas

del barón de Porto Alegre, y el 29 del mismo mes del todo el II cuerpo de

Ejército brasileño (unos 8.000 hombres de las tres armas con una reserva de

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2.000 caballos) hallábase reunido en Itapirú. Un destacamento de las tres armas

al mando del brigadier Portinho (2.000 hombres) había quedado de observación

frente al sector de Itapúa.

El general Mitre, en la imposibilidad de llegar a la pronta ejecución del plan por

él propiciado en la Junta de Guerra del 30 de mayo, de realizar una maniobra

sobre el ala izquierda de las posiciones enemigas de Rojas –pues subsistían, con

carácter agravado por las pérdidas experimentadas en los sangrientos combates

del 24 de mayo y del 11, 16 y 18 de julio, las circunstancias desfavorables de la

escasez de elementos de movilidad- se inclinó a la idea de realizar operaciones

contra el otro flanco del enemigo en el interés de hacer caer mediante el

envolvimiento con un ataque de revés la posición enemiga, que la naturaleza del

terreno y las obras de fortificación hacían casi inexpugnable a un ataque

simplemente frontal.

Sin embargo, no era ésta la operación en la cual más fe tenía el comandante en

jefe, pues consideraba que, tanto el terreno muy desfavorable como la presencia

de Humaitá sobre el flanco de las fuerzas aliadas que se lanzaran en la maniobra

contra el ala derecha y la retaguardia de las fortificaciones de Rojas crearían

graves inconvenientes a la feliz ejecución de la empresa. Con las operaciones

sobre Curuzú y Curupaity el general Mitre tendía, más bien, a crear una seria y

permanente amenaza sobre la retaguardia de las líneas de Rojas, al mismo

tiempo que se constituía para la escuadra una sólida base para sus futuras

operaciones contra Humaitá. Más la idea fundamental del general Mitre seguía

siendo el movimiento envolvente del ala izquierda de la posición enemiga, que

era la única operación que daría a los aliados un éxito decisivo, sin exponerse

ellos a su vez a una contramaniobra del adversario sobre el flanco de las

columnas empeñadas en el movimiento envolvente.

El 18 de agosto el comandante en jefe convocaba una Junta de Guerra, a la cual,

además del mariscal Polidoro y del general Flores, asistían el almirante

Tamandaré y el barón de Porto Alegre. Una segunda reunión tenía lugar dos días

después con el fin de concretar y uniformar los detalles de ejecución del plan

que se había acordado en la del día 18.

En estas dos reuniones el general Mitre exponía otra vez la conveniencia de

efectuar la maniobra envolvente hacia el este, ya expresada por él repetidas

veces a partir de la Junta de Guerra del 30 de mayo y suspendida

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provisionalmente a causa de la deficiencia de los elementos de movilidad. Todos

los generales se manifestaron de acuerdo con el plan del comandante en jefe,

menos el almirante Tamandaré, quien sostuvo la conveniencia de “una campaña

mixta a lo largo de la costa del río Paraguay”, a fin de apoderarse de Curuzú y

Curupaity, “para lo cual el almirante dijo necesitar sólo 6.000 hombres y 8 días”.

“Aún cuando esta operación no entraba en mi plan –como había de declarar más

tarde el general Mitre en su famosa Memoria sobre el “plan de operaciones”

relativa al “Paso de Humaitá”- la acepté como auxiliar, dí 8.000 hombres al

almirante, en vez de los 6.000 que pedía, y le dije que podía disponer, para el

efecto, de toda la columna del Alto Paraná (la del barón de Porto Alegre), y

además le dí quince días en vez de los ocho que pedía, pues antes de aquél

término no estarían completados los medios de movilidad que estábamos

recibiendo”.

Resuelta así la operación parcial sobre Curuzú y Curupaity a cargo de la

escuadra y de una columna del Ejército aliado, el comandante en jefe entregaba

el mismo día 18 de agosto un pliego de instrucciones al barón de Porto Alegre

para la ejecución de las operaciones a realizar en cooperación con la escuadra,

según se había acordado en la Junta de Guerra de ese mismo día. En el citado

documento, después de enumerar brevemente los puntos principales aceptados

en la reunión, el general Mitre llamaba la atención del comandante del II cuerpo

de Ejército brasileño sobre el siguiente punto: “La operación que V.E. va a

ejecutar es una operación combinada del Ejército de tierra con la Escuadra, “de

duración limitada”, siendo conveniente, por lo tanto, que V.E. mantenga los

elementos de que dispone prontos a incorporarse al Ejército cuando fuese

necesario”. Prescribíale, por último, “obrar de acuerdo con el excelentísimo

señor almirante Tamandaré, procediendo bajo su dirección”.

1. Ataque y ocupación de Curuzú (3 de setiembre de 1866)

Esta obra de fortificación adelantada sobre el río Paraguay constaba de algunas

trincheras construidas con frente el sur con el fin de impedir una operación

terrestre sobre Curupaity, cuyo principal valor defensivo estaba representado

por las baterías que dominaban el canal navegable del río Paraguay.

En previsión de un desembarco del enemigo, las trincheras de Curuzú habían

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sido ocupadas por tropas destacadas de la guarnición de Humaitá, y

componíanse de tres batallones de infantería, un regimiento de caballería

desmontada y 13 piezas de artillería, hallándose la defensa, a cargo del coronel

Giménez.

EÍ 1º de setiembre el barón de Porto Alegre embarcaba en los transportes de la

escuadra, frente a Cerrito, su cuerpo de ejército constituido por 4.500 hombres

de infantería, 3.800 de caballería desmontada y algunas baterías. Bajo la

protección de la escuadra el II cuerpo de Ejército brasileño desembarcaba a

mediodía del 2 de setiembre un poco abajo de Curuzú, aproximándose después

las tropas a la posición misma de Curuzú. Mas la llegada de la noche obligaba

a postergar el ataque para el día siguiente.

El 3 de setiembre el II cuerpo de Ejército brasileño, formado en tres columnas,

asaltaba las fortificaciones de Curuzú, apoderándose de ellas y poniendo en

fuga al enemigo, que, después de sufrir numerosas bajas, dejaba abandonadas

en las trincheras nueve piezas de artillería y abundantes municiones. Las

pérdidas experimentadas en esta jornada por el II cuerpo, las dificultades del

terreno, el cansancio de las tropas y el recelo de que el mariscal López pudiese

enviar a Curupaity importantes refuerzos, indujeron al barón de Porto Alegre a

dejar para mejor oportunidad el avance sobre Curupaity.

El comandante en jefe lamentaba que no se hubiese aprovechado el éxito del 3

de setiembre para ocupar Curupaity, "cuya posición considero de gran

importancia”, como manifestaba en una carta al vicepresidente Marcos Paz. La

empresa era posible si se tomaba en consideración la pequeña distancia a

recorrer por las tropas victoriosas, la ausencia de fortificaciones importantes en

el frente terrestre y la desmoralización que la caída de Curuzú debía producir

necesariamente en las tropas que guarnecían Curupaity. Además, teniendo en

cuenta la distancia que separaba este punto de las posiciones del grueso del

ejército paraguayo y el difícil terreno interpuesto, no es de creer que el mariscal

López hubiese podido enviar a tiempo tropas suficientes para reforzar la escasa

guarnición de Curupaity.

El día anterior al de la operación terrestre sobre Curuzú, la escuadra había

remontado el río y bombardeado a Curupaity, con objeto de impedir que

pudiesen enviarse refuerzos a Curuzú. Dos torpedos flotantes lanzados por los

paraguayos chocaron contra el acorazado Río de Janeiro que se fue a fondo

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instantáneamente.

Después de la toma de Curuzú el barón de Porto Alegre se limitó a adelantar

sus avanzadas hasta cerca de Curupaity y a fortificar el campo de Curuzú en

previsión de una empresa del enemigo para reconquistar esa posición. Los días

perdidos inmediatamente después de la victoria del 3 de setiembre le hicieron

recelar que ya no sería oportuno un ataque a Curupaity, a menos que el Ejército

de Tuyuty no hiciese una fuerte demostración contra las posiciones paraguayas

para impedir que el mariscal López enviase tropas a reforzar la guarnición de

Curupaity. Con este mismo criterio general y accediendo a un pedido del barón

de Porto Alegre que había prometido el ataque a Curupaity para el día 4, el

general Mitre había dispuesto que este mismo día toda la caballería aliada, a las

órdenes del general Flores, sostenida por algunos batallones argentinos del

coronel Rivas, hiciese por Yatayty Corá una fuerte demostración contra el ala

izquierda de las posiciones paraguayas.

La operación realizábase con todo éxito, rechazando previamente a dos

regimientos paraguayos, que sufrieron una sableada del regimiento de

caballería argentina número 3 de línea. La infantería paraguaya no salió de sus

trincheras y el general Flores, juzgando llenada su misión, regresaba en la tarde

al campamento de Tuyuty.

El barón de Porto Alegre no se movió el 4 de setiembre de Curuzú.

2. La conferencia de Yatayty Corá (12 de setiembre de 1866)

El 11 de setiembre un parlamentario paraguayo se presentaba en los puestos

avanzados del Ejército aliado, portador de un pliego del mariscal López para el

general Mitre solicitando una entrevista. Oída la opinión de los demás

generales, el comandante en jefe de los aliados la fijaba para el día 12 a las 9 de

la mañana en Yatayty Corá, lugar situado entre las líneas de los dos ejércitos.

A la hora convenida se reunieron los dos generales en jefe en Yatayty Corá. El

mariscal López "convido al general Mitre a encontrar medios conciliatorios e

igualmente honrosos para todos los beligerantes, para ver si la sangre hasta

entonces derramada no podía considerarse suficiente para lavar los mutuos

agravios". Contestóle el general Mitre que se reservaba la respuesta hasta

después de haber informado a su Gobierno y a los demás aliados, y que las

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decisiones que se tomasen al respecto le serían comunicados más tarde por

escrito. Después de lo cual separábanse los dos comandantes en jefe.

En atención a los compromisos contraídos por los tres países aliados por el

Tratado del 1º de mayo, la contestación a la propuesta del mariscal López no

podía ser otra que la de exigirle, como condición previa para la paz, el

abandono del Gobierno de su país; exigencia que era rechazada con

indignación por el presidente paraguayo.

Hay motivos suficientes para creer que este paso del mariscal López fue dado

exclusivamente con el móvil de distraer la atención de los aliados con las

proposiciones de un arreglo, ganando así el tiempo necesario para completar

las obras de fortificación que el coronel Díaz hacia levantar con toda urgencia

en Curupaity.

3. El ataque a Curupaity (22 de setiembre de 1866)

Las nuevas exigencias del comandante del segundo cuerpo de Ejército

brasileño, manifestadas al general Mitre en un documento que lleva la fecha

del 5 de setiembre, consistían en que era condición indispensable para que él

pudiese atacar a Curupaity con éxito, que desde el campo del Ejército aliado se

cooperase a esta operación, encargando a toda la caballería una maniobra

envolvente por la izquierda y la retaguardia de las posiciones enemigas hasta

unirse con las fuerzas de Curuzú; simultáneamente debía tener lugar una

demostración general de todo el ejército contra el frente de las líneas

paraguayas.

Recibida en Tuyuty la nota del barón de Porto Alegre, el general Mitre

convocaba a una Junta de Guerra al mariscal Polidoro y al general Flores. La

reunión tenia lugar el 6 de setiembre y en ella se convenía que el comandante

en jefe se trasladase a Curuzú para conferenciar con el barón de Porto Alegre y

con el almirante Tamandaré, "a fin de combinar operaciones llevando adelante

el ataque a Curupaity".

Las conclusiones a que habían llegado los tres generales aliados en la Junta de

Guerra del 6 de setiembre, eran las siguientes:

1. Sobre la base del cuerpo de Ejército del barón de Porto Alegre se formaría

sobre el río Paraguay un ejército de 18.000 a 20.000 hombres, encargado de

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atacar a Curupaity en combinación con la escuadra y de amenazar después la

retaguardia de las fuerzas principales enemigas de las líneas de Rojas;

2. Destacar toda la caballería a las órdenes del general Flores, para que,

rodeando por la izquierda la posición enemiga, avanzase hasta donde fuese

posible para cooperar con el ejército del río Paraguay y no para reunirse con

las tropas de Curuzú -como pretendía el barón de Porto Alegre- por cuanto

los generales aliados consideraban imposible esta reunión;

3. Mantener, mientras tanto, a la defensiva el campo de Tuyuty con su

guarnición de 20.000 hombres, pudiendo más tarde estas tropas "concurrir a

operar por la derecha o por el frente de las líneas fortificadas del enemigo".

Como estas conclusiones de los tres generales aliados presentes en Tuyuty no

coincidían con las exigencias presentadas por el barón de Porto Alegre en su

nota del 5 de setiembre, resolvíase también en la Junta de Guerra del día 6 que

el comandante en jefe se trasladase a Curuzú "para conferenciar con el barón

de Porto Alegre y con el almirante Tamandaré, a efecto de resolver

definitivamente sobre el particular''.

El general Mitre se trasladaba a Curuzú el 7 de setiembre y el día 8, de regreso

en Tuyuty, informaba al mariscal Polidoro y al general Flores, nuevamente

reunidos en Junta de Guerra, sobre el resultado de la conferencia, en la que

"tanto el señor almirante Tamandaré como el señor barón de Porto Alegre

habían aprobado el plan acordado para dar mayor ensanche a las operaciones,

aceptándolo con empeño''.

A tal fin, habíase juzgado que una operación sobre las espaldas de las

posiciones de Rojas no era posible sin haber antes tomado a Curupaity, lo cual

venía a constituir "una operación previa indispensable y muy importante''. El

almirante Tamandaré había ofrecido su cooperación amplia para el ataque de

este punto, "para lo cual declaró que tenía elementos suficientes". Además, el

barón de Porto Alegre, en vista de las razones que habían tenido los generales

aliados para determinar al ejército de Tuyuty un papel defensivo, no insistió

sobre su primitiva exigencia de que estas fuerzas debían cooperar atacando el

frente de las posiciones del enemigo para inmovilizar sus reservas.

De todas las actuaciones que tuvieron lugar durante los días 6, 7 y 8 de

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setiembre levantóse un acta5 que lleva esta última fecha y la firma de los

generales Mitre y Flores y del mariscal Polidoro. Al final de la misma figuran

las siguientes conclusiones:

"Impuestos de todo los generales aliados, resolvieron definitivamente, como

complemento de lo acordado anteriormente (referíase a lo aprobado en la Junta

de Guerra del día 6) y del acuerdo subsiguiente con el señor barón de Porto

Alegre y almirante Tamandaré, lo siguiente: 1º) Que el general en jefe del

Ejército aliado con 9.000 hombres de infantería y 12 piezas de artillería del

Ejército argentino se trasladase a Curuzú, para formar la columna

expedicionaria por esa parte, abriendo operaciones según lo convenido,

dándose un plazo de tres días para su ejecución; 2º) Que el resto del Ejército

argentino quedase en este campo (el de Tuyuty) a órdenes del señor general

Flores, hasta tanto que éste se moviese con la caballería en la oportunidad ya

indicada, quedando el señor mariscal Polidoro a cargo del Ejercito".

Al día siguiente de la conferencia con el general Mitre en Curuzú, el barón de

Porto Alegre dirigíale una nota modificando el consentimiento dado

verbalmente el día 7 al general Mitre, en el sentido ahora de que el refuerzo

para las tropas de Curuzú fuese sacado exclusivamente del cuerpo de Ejército

del mariscal Polidoro (unos 4.000 hombres de infantería).

Esta nota era contestada por el comandante en jefe el mismo día de recibida (8

de setiembre). El general Mitre, fundado en las conclusiones de los generales

aliados y en la conformidad anteriormente prestada a ellas por el barón de

Porto Alegre, negábase a aceptar la nueva proposición del comandante del II

cuerpo de Ejército brasileño y le manifestaba que muy pronto marcharían a

Curuzú con las fuerzas argentinas convenidas a fin de hacerse cargo de la

dirección de las operaciones sobre Curupaity. Y para que no juzgase esta

resolución como un acto arbitrario del comandante en jefe, el general Mitre

remitíale una copia del Acta del 8 de setiembre.

Con fecha 10 el barón de Porto Alegre contestaba aceptando las conclusiones

contenidas en el Acta de la Junta de Guerra, mas dejaba constancia de su

protesta —como también de la del almirante Tamandaré— por el papel

5 Sobre este importante documento nos hemos basado para indicar las principales incidencias relacionadas con las operaciones sobre Curupaity. En igual forma, y sobre la base de una abundante y muy valiosa documentación inédita, haremos el relato de los acontecimientos que terminaron con el asalto de Curupaity.

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secundario reservado a los comandantes del I y II cuerpo de Ejército imperial6.

La toma de Curuzú por los aliados hizo reflexionar al mariscal López sobre la

necesidad inmediata de poner a Curupaity a cubierto de un golpe de mano de

las fuerzas que se habían apoderado de aquel punto; pues comprendía que la

caída de Curupaity en poder de los aliados obligaría en breve plazo al

abandono de las líneas de Rojas, que podrían ser tomadas de revés por la

columna enemiga que operaba sobre el río Paraguay.

El coronel Díaz fue encargado por el mariscal López de organizar la defensa de

Curupaity, cuya guarnición era aumentada a siete batallones de infantería,

cuatro regimientos de caballería, 49 cañones y dos baterías de coheteras7. Sin

pérdida de tiempo, el nuevo comandante de Curupaity procedió a poner este

punto en estado de defensa, especialmente del lado tierra, que era por donde

resultaba directamente amenazado por las tropas brasileñas de Curuzú.

En una extensión de más de mil metros, uniendo la anterior batería sobre la

barranca del río Paraguay con la parte norte de la laguna López (o Méndez) y

siguiendo una elevación del terreno orientada de este a oeste, se constituyó un

foso exterior de cuatro varas de ancho por dos de profundidad, empleándose la

tierra excavada en levantar un parapeto, cuya altura para tirador de pie fue

completada, abriéndose un pequeño foso interior que corría a lo largo de toda

la trinchera. Delante de todo el frente de esta obra se construyeron con los

árboles volteados fuertes "abatís"; el foso exterior quedó lleno de agua con las

fuertes lluvias que sobrevinieron; con lo cual resultaba más difícil el franqueo

de este obstáculo. Detrás del parapeto se distribuyó todo la artillería: 13 piezas

sobre el río y 36 defendiendo directamente la trinchera en el frente terrestre.

Las coheteras fueron intercaladas entre estas últimas.

Delante de esta posición principal y como a 500 metros de la misma se

construyó una trinchera adelantada, la cual era guarnecida por las avanzadas de

infantería y caballería, provistas también de algunas piezas de campaña8.

El 14 de setiembre el general Mitre desembarcaba en Curuzú con las tropas

argentinas sacadas del campo de Tuyuty. Eran éstas la infantería del I y II

6 Al pie de la nota del barón de Porto Alegre figuraba la siguiente manifestación del almirante Tamandaré: “Protesto contra la posición secundaria a que por el plan de operaciones quedan reducidos los generales brasileños comandantes de los dos Ejércitos”. 7 Tomamos los datos de fuente paraguaya. 8 Ocho de las piezas eran de calibre 68; cuatro fueron colocadas en la batería del río y las otras 4 se distribuyeron en la trinchera con frente a Curuzú.

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cuerpo de Ejército (30 batallones) y 12 piezas de artillería, en conjunto 9.500

hombres, habiendo quedado en Tuyuty con el general Gelly y Obes toda la

caballería, el resto de la artillería y dos batallones de la Guardia Nacional de la

campaña de Buenos Aires.

Del I cuerpo de Ejército brasileño había sido enviada como refuerzo de la

infantería del barón de Porto Alegre la brigada Paranhos (5 batallones).

Fue convenido que el ataque a Curupaity se efectuaría el 17 de setiembre.

Según el plan formulado al efecto por el general Mitre, la operación del ataque

a Curupaity comprendía dos puntos principales:

1. La acción concurrente de la escuadra y del ejército de Tuyuty;

2. El ataque mismo a llevar por las tropas brasileñas y argentinas reunidas en

Curuzú.

Los detalles de ejecución del plan determinaban para cada elemento las

siguientes tareas:

La escuadra iniciaría la acción con un violento bombardeo a Curupaity "de

modo de inutilizar sus defensas, dominar sus posiciones, apagando los fuegos

de su artillería y ahuyentando sus fuerzas de la trinchera". Conseguido esto —

que se calculaba poder obtener en dos horas de fuego— se llevaría el ataque

por las fuerzas de tierra y la escuadra forzaría el pasaje de Curupaity.

Las fuerzas del campamento de Tuyuty a las órdenes del mariscal Polidoro, al

tiempo de iniciarse el avance sobre Curupaity, debían hacer “un

reconocimiento sobre las posiciones de la línea enemiga, del modo más

vigoroso que sea posible, abriendo fuego activamente sus baterías y avanzando

fuerzas por la parte más accesible, de modo de poder convertir el

reconocimiento en un ataque sobre dichas líneas enemigas”.

Toda la caballería del Ejército aliado al mando del general Flores debía entrar

en acción por el ala izquierda de las líneas enemigas “para obrar sobre el flanco

y retaguardia del enemigo, concurriendo a las operaciones del Ejército

expedicionario por la parte del río Paraguay”.

El Ejército de Curuzú, a su vez, llevaría el ataque a Curupaity en cuatro

columnas paralelas, dos argentinas (las situadas a la derecha) y dos brasileñas,

correspondiendo el ataque principal a las dos columnas centrales y una acción

concurrente a las de las alas. Las fuerzas atacantes avanzarían escalonadas en

cuatro líneas: la primera formada por las tropas de asalto de las cuatro

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columnas y la segunda pos las reservas parciales de cada columna, llevando

todas ellas escalas y fajinas y precedida la primera por una línea de tiradores; la

tercera línea estaría constituida por las reservas generales argentinas y brasileña

y la cuarta por las tropas que debían quedar por precaución en el campo de

Curuzú.

El mal tiempo impidió el proyectado ataque el 17 de setiembre. La fuerte lluvia

que sobrevino y que duró hasta el día 20 aconsejó dejar la operación para el 22

de setiembre. Fueron efectuados algunos reconocimientos del terreno, pero no

en la extensión deseada, por impedir las avanzadas paraguayas que ocupaban la

trinchera adelantada.

El 22 de setiembre se realizó el ataque a Curupaity. La escuadra inició el

bombardeo, y después de algunas horas de fuego, el almirante Tamandaré

ordenó izar la señal convenida para que las tropas de tierra dieran comienzo al

ataque.

Las cuatro columnas aliadas avanzan resueltamente; más son recibidas muy

pronto por un fuego muy intenso de las baterías paraguayas que el almirante

habíase comprometido a destruir para facilitar la operación del ejército. Los

estragos que causa en las filas compactas el fuego concentrado de una

numerosa y formidable artillería, no logran detener las tropas de asalto que,

reforzadas oportunamente por las reservas, sobrepasan la trinchera adelantada

enemiga (que era abandonada a tiempo por los defensores, poniendo a salvo su

artillería) y continúan sobre la posición principal. Pero las dificultades del

terreno, las defensas accesorias que cubrían las obras de fortificación y el

mortífero fuego hecho por los paraguayos –totalmente abrigados detrás del

sólido parapeto- esterilizan los violentos y repetidos asaltos de argentinos y

brasileños, que no lograron penetrar en las obras del enemigo a pesar del

temerario arrojo de los jefes y de la tropa.

En vista de la inutilidad de continuar una operación que, por momentos y en

forma alarmante, acrecía el número de las pérdidas, el comandante en jefe

ordenaba la retirada, que se efectuó bajo la protección de las reservas

generales, sin que el enemigo se atreviese a salir de sus trincheras.

Simultáneamente con el ataque sobre Curupaity las tropas del campo de

Tuyuty habían efectuado las operaciones que les determinaba el plan general.

Sin embargo –como habría de reconocerlo más tarde el comandante en jefe-

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esa acción concurrente fue conducida con debilidad, no habiéndose obtenido

los resultados que se esperaban de ella.

Las pérdidas sufridas por los aliados en el ataque de Curupaity fueron

considerables, alcanzando a 1.000 muertos y 2.880 heridos, correspondiendo a

las tropas argentinas las cifras de 587 y 1.357, respectivamente. Los heridos del

combate fueron evacuados sobre los hospitales de la ciudad de Corrientes en

los transportes habilitados para hospitales flotantes.

Malogrado el ataque de Curupaity, el general Mitre resolvía dejar en Curuzú al

barón de Porto Alegre y regresar a Tuyuty con las fuerzas argentinas,

abandonando por lo pronto toda idea de renovar las operaciones sobre la

derecha del sistema defensivo del enemigo, para dedicar, en cambio, todas su

actividad a la realización de su idea primitiva de la maniobra envolvente por la

izquierda de las líneas fortificadas de Rojas no bien consiguiese reponer las

pérdidas sufridas en Curupaity y completar los medios de movilidad.

IV. ANÁLISIS DEL PERÍODO CONSIDERADO DESDE EL

PUNTO DE VISTA MILITAR Y CONCLUSIONES

A. ANÁLISIS A PARTIR DE LOS “FACTORES DE DECISIÓN”

El mismo se hará a partir del punto de vista de los aliados y enfocando

únicamente los elementos más destacados.

1. Misión

En esta etapa de la campaña se trataba de llevar la guerra al territorio paraguayo

cruzando el Alto Paraná por un lugar adecuado y avanzar lo más rápidamente

posible para alcanzar el objetivo fijado de conquistar la fortaleza de Humaitá.

Como se vio en la exposición de los hechos, el lugar seleccionado para el pasaje

del curso de agua fue el indicado, pero en cuanto al avance el mismo se verificó

con mucha lentitud por la concurrencia de varios factores, entre ellos por falta de

medios que les proporcionara la adecuada movilidad.

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2. Terreno

Las operaciones se desarrollan en uno de los peores terrenos para acciones

militares: esteros, bañados, riachos, lagunas y montes con sus pajonales, malezas

impenetrables y lodazales. A todo esto deben agregarse lo inclemente de un

clima cálido y húmedo con lluvias torrenciales que inundaban más aún el

terreno, o en su defecto frío, heladas y granizo en invierno. Los insectos hacían

insoportable la vida en campaña de las tropas, sobre todo las moscas.

3. Enemigo

Los aliados enfrentaban al Ejército mejor organizado desde tiempos de paz en la

región. Contaban con instructores y asesores extranjeros, sobre todo en las ramas

especializadas como Ingenieros y Salud. Se encontraban bien pertrechados y

poseían una moral elevadísima a más de un coraje y valor a toda prueba.

Combatían en un terreno y clima que les era propia, lo que les daba considerable

ventaja haciendo un uso admirable de la misma. El mando estaba totalmente

unificado y era inflexible en su determinación.

4. Medios

Al estar compuesta la fuerza de los aliados por tropas de tres estados diferentes,

se vieron afectados por los problemas inherentes a su diversidad. Uno de los

principales fue el de la coordinación y las desinteligencias entre los comandos.

Notoria fue la posición reticente y precavida de mas de la Escuadra comandada

por Tamandaré, que enlenteció en varias ocasiones el ritmo de la operaciones.

En todo este período el comando de la fuerza de tierra lo detentó el general

Mitre.

Las tropas orientales a pesar de ser minoritarias, tuvieron el raro privilegio de ser

vanguardia siempre en toda esta etapa.

La falta de suficientes tropas de ingenieros conspiró contra la velocidad de

progresión de los aliados, cosa de la que se quejara constantemente el coronel

León de Palleja en su diario.

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B. APLICACIÓN DE LOS PRINCIPIOS DE LA GUERRA

Brevemente mencionaremos los principios más característicos aplicados por

ambos contendientes.

1. Objetivo

El de los aliados era la toma de Humaitá, pero la lentitud de las operaciones por

los motivos que ya hemos expuesto le quitó fuerza a la aplicación de este

principio.

El de Paraguay era impedir que los aliados invadieran el territorio nacional y en

caso de hacerlo expulsarlo del mismo y/o infligirles tal desgaste que permitan

negociar con ventaja.

2. Sorpresa

Los aliados la obtuvieron al seleccionar el punto de desembarco en la costa

enemiga en el Alto Paraná eludiendo la fortaleza de Itapirú y logrando colocar

importantes fuerzas en la otra orilla.

Los paraguayos aplicaron este principio constantemente atacando sin cesar

cuando los aliados no lo esperaban, como pasó en el Paso de la Patria, Estero

Bellaco y Tuyuty.

3. Ofensiva

La actitud permanente de los aliados fue la ofensiva, pero por las razones

expuestas, faltó intensidad a la aplicación de este principio.

Los paraguayos lo aplicaron admirablemente, aún estando a la defensiva nunca

dejaron de atacar y contraatacar agresivamente.

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4. Maniobra

Respecto a los aliados podemos mencionar las acciones combinadas de la

Escuadra y las fuerzas terrestres.

En cuanto a éstas últimas podemos decir que siempre se mantuvo una adecuada

reserva merced a la fuente inagotable de personal, sobre todo aportada por

Brasil.

Los paraguayos, en base a la explotación del conocimiento del terreno, supieron

colocar sus medios por movimientos rápidos y seguros en mejor posición frente

al enemigo.

5. Masa

Los aliados, merced a sus efectivos, contaban con superioridad numérica, pero

en Curupayty fracasaron al no tener en cuenta la aplicación de este principio.

A los paraguayos les pasó lo mismo en Tuyuty, cuando atacaron a fuerzas muy

superiores en número en forma temeraria, confiando en el factor sorpresa.

6. Economía de medios

Principio mejor aplicado por los aliados que por los paraguayos que

normalmente sacrificaban a sus tropas en ataques que resultaban obviamente

estériles.

7. Seguridad

Este principio fue muy bien aplicado por Paraguay, pues contaban con una

excelente información sobre los aliados y practicaron con éxito la contra-

información por medio de la utilización de “pasados” o desertores que brindaban

informaciones falsas a los aliados.

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8. Simplicidad

Este principio fue atendido por ambos contendientes por igual, pues sus planes

carecían de complejidad.

9. Unidad de comando

Aquí la superioridad estaba claramente del lado paraguayo puesto que la

autoridad de Solano López era total y se consideraba infalible, lo que le daba una

unidad excepcional a las operaciones.

Del lado de los aliados existían dos comandos, el de la Escuadra y el de las

Fuerzas terrestres, y dentro de estas las autoridades de tres países diferentes que

era necesario coordinar y contemplar.

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V. CONCLUSIONES

El período de este conflicto bélico que va de abril a setiembre de 1866 reviste una

gran importancia porque en él se dieron las batallas más sangrientas de esta guerra,

con la participación de los efectivos más numerosos, la mayor cantidad de bajas y

hechos de armas que pudieron transformarse en decisivos si no hubieran intervenido

factores que hicieron que eso no sucediera y que esperamos que el presente trabajo

los haya evidenciado para un mejor entendimiento de la historia militar de nuestro

continente.

Coronel

Osvaldo Rosadilla

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B I B L I O G R A F Í A

Diario de la Campaña de las Fuerzas Aliadas contra el Paraguay. León de Palleja. Dpto.

Editorial General Artigas – Suplemento N° 59

La guerra del Paraguay. Cnel. Juan Beverina. Círculo Militar. Biblioteca del Oficial.

Buenos Aires 1973

Os conflitos da bacia do prata. León Pomer. Editora Brasiliense.

Historia da doutrina militar. Academia Militar das agulhas negas. 1959.

Mallet o patrono da artilharia. J.V. Portella Ferreira Alves. Biblioteca do Exército. Editora

1978.

Latorre – la unidad nacional. E. de Salterain y Herrera. Montevideo 1975.

Los proyectiles y sus efectos. Dr. Gonzalo J. Fernández. Dpto. Editorial General Artigas.

Volumen N° 49.

Apuntes sobre la guerra del Paraguay. Profesor Daniel Torena.

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I N D I C E

I. INTRODUCCIÓN................................................................................................................................ 1

II. BREVE RESEÑA DE LOS ACONTECIMIENTOS ANTERIORES A LA PREPARACIÓN DE LA INVASIÓN ..................................................................................................................................... 2

A. TODO EMPEZÓ EN EL ESTADO ORIENTAL ............................................................................. 2 B. MOTIVOS DE DISCORDIA ENTRE PARAGUAY Y EL IMPERIO DE BRASIL....................... 4

1. Problema de límites entre los dos Estados ........................................................................................ 4 2. Problema de navegación de los ríos Paraná y Paraguay ................................................................. 4 3. Problemas por la intervención de Brasil en el Estado Oriental........................................................ 5

C. MOTIVOS DE DISCORDIA ENTRE PARAGUAY Y ARGENTINA ........................................... 6 1. Problema de límites entre los Estados............................................................................................... 6 2. Problemas por la supuesta violación de la neutralidad en los asuntos del Estado Oriental ............ 7 3. La actitud de la Prensa de Buenos Aires........................................................................................... 7

D. LA OFENSIVA PARAGUAYA Y LA INICIACIÓN DE LA GUERRA........................................ 7 E. LAS DECLARACIONES DE GUERRA.......................................................................................... 9 F. LA ALIANZA Y SUS OBJETIVOS............................................................................................... 10 G. PRETEXTOS Y MOTIVOS VERDADEROS DE LA GUERRA.................................................. 11

1. Del Paraguay .................................................................................................................................. 11 a. Pretextos ...................................................................................................................................... 11

1) Con la Argentina.................................................................................................................. 11 2) Con el Imperio del Brasil..................................................................................................... 11

b. Motivos........................................................................................................................................ 11 2. De los Aliados.................................................................................................................................. 12

a. Pretextos ...................................................................................................................................... 12 b. Motivos........................................................................................................................................ 12

1) Del Imperio del Brasil ......................................................................................................... 12 2) De la República Argentina................................................................................................... 13 3) De la República Oriental del Uruguay................................................................................. 13

3. De otros países ................................................................................................................................ 13 H. LAS OPERACIONES EN TERRITORIO ALIADO...................................................................... 13

III. LA GUERRA LLEVADA AL TERRITORIO PARAGUAYO ..................................................... 14 A. LAS FUERZAS ENFRENTADAS ................................................................................................. 14

1. República de Paraguay ................................................................................................................... 15 2. República Argentina........................................................................................................................ 20 3. Imperio de Brasil ............................................................................................................................. 24 4. República Oriental del Uruguay ..................................................................................................... 26 5. Los principios orgánicos ................................................................................................................. 29

B. TERRENO Y CLIMA..................................................................................................................... 33 C. EL AVANCE ALIADO HACIA LA FRONTERA......................................................................... 34 D. ACCIONES PARAGUAYAS EN LA FRONTERA ...................................................................... 35 E. LA PREPARACIÓN DE LA INVASIÓN ...................................................................................... 40 F. PASAJE DE UN CURSO DE AGUA: EL EJÉRCITO ALIADO INVADE EL PARAGUAY

CRUZANDO EL ALTO PARANÁ ............................................................................................... 46 G. EL COMBATE DE ESTERO BELLACO ...................................................................................... 48 H. EL AVANCE DE LOS ALIADOS HACIA TUYUTY .................................................................. 51 I. LA BATALLA MÁS SANGRIENTA: TUYUTY.......................................................................... 52 J. LAS OPERACIONES CONTRA LOS FLANCOS DE LA POSICIÓN DE TUYUTY................. 62

1. Combate de Yatayty Corá (10 y 11 de julio de 1866)...................................................................... 62 2. Combate del Boquerón o del Sauce (16 y 18 de julio de 1866)....................................................... 65

K. OPERACIONES SOBRE EL RÍO PARAGUAY ........................................................................... 68 1. Ataque y ocupación de Curuzú (3 de setiembre de 1866)................................................................ 70 2. La conferencia de Yatayty Corá (12 de setiembre de 1866)............................................................ 72 3. El ataque a Curupaity (22 de setiembre de 1866) ........................................................................... 73

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IV. ANÁLISIS DEL PERÍODO CONSIDERADO DESDE EL PUNTO DE VISTA MILITAR Y CONCLUSIONES.............................................................................................................................. 79

A. ANÁLISIS A PARTIR DE LOS “FACTORES DE DECISIÓN” .................................................. 79 1. Misión.............................................................................................................................................. 79 2. Terreno ............................................................................................................................................ 80 3. Enemigo........................................................................................................................................... 80 4. Medios ............................................................................................................................................. 80

B. APLICACIÓN DE LOS PRINCIPIOS DE LA GUERRA.............................................................. 81 1. Objetivo ........................................................................................................................................... 81 2. Sorpresa........................................................................................................................................... 81 3. Ofensiva........................................................................................................................................... 81 4. Maniobra ......................................................................................................................................... 82 5. Masa ................................................................................................................................................ 82 6. Economía de medios........................................................................................................................ 82 7. Seguridad......................................................................................................................................... 82 8. Simplicidad...................................................................................................................................... 83 9. Unidad de comando......................................................................................................................... 83

V. CONCLUSIONES.............................................................................................................................. 84

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