Historia

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HISTORIA. Es una mañana con un cielo despejado, soleada y tranquila, totalmente diferente a la tremenda discusión que tuve con mi esposa anoche. -Que piedra que me dio y me olvidédel favor que me pidió, carajo- Me escucho a mí mismo decir en voz alta, mientras camino y trato de llegar temprano al salón de clases, como acostumbro siempre desde que ejerzo de profesor, con la idea de permitirme un tiempo para aquietar mi mente, regalarme un poco de silencio después del largo camino de mi casa hasta la escuela y prepararme para la dura jornada que se avecina. Al llegar, me preparo un café oscuro y sin azúcar tal como me gusta, el aroma me recuerda que no tengo presente cual fue el favor que mi esposa me pidió;me aproximo al sillón y enciendo la radio que estásobre mi escritorio para enterarme un poco de las últimas novedades, según comentan en el noticiero. Mientras trato de escuchar la sección de deportes y enterarme del resultado del partido de anoche, la algarabía de los niños que empiezan a llegar me trae a la realidad y de inmediato enfrento la jornada que está por iniciar. Entre carrera y carrera, algunos pequeños me saludan con atención,otros por quedar bien conmigo; les recuerdo que deben entrar a la institución con calma y haciendo silencio, para evitar algún incidente. A pesar de ser el primer día del nuevo año escolar, reconozco por sus voces y gestos a casi todos los estudiantes, Álvaro como siempre ufanándose de tener los cuadernos nuevos de la última película de Disney, Andrea alardeando del paseo a la playa que su papá les hizo- inclusive llevando a toda su familia en avión- y Felipe feliz porque en vacaciones su papá lo llevó al estadio para que viera en acción a su equipo del alma. Sin embargo, un niño en particular me llama la atención, pues además de no haberme percatado del momento de su ingreso a la escuela, su actitud es muy diferente a la de los demás estudiantes. A pesar de su corta edad, tal vez tendrá siete u ocho años, presenta un aspecto serio como de hombre mayor de edad. Está sentado en una silla que se encuentra a la entrada del salón de clases. El bullicio de los otros niños, actitud que me parece normal en cualquier niño, me llega como pesadas capas que se adhieren sobre mi piel y me desconcentran de mi observación del niño sentado que escucha con atención, los juegos y gritos de los otros mientras dirige su rostro hacia arriba como contemplando el cielo. Cuando voy a saludarlo y preguntarle por su nombre y el porqué de su actitud, los que están jugando, entre ellos Felipe claro está, me dicen que por favor juegue con ellos, pues aún hay tiempo antes de entrar a clase. -Profe, profe, juegue con nosotros- me dice Felipe casi que rogándome. -Gracias, Felipe, pero no tengo ganas y ya casi vamos a empezar- le respondí. -Profe, hágale, hágale si- me reitera Felipe. -No.- digo tajantemente y agrego- pero, ¿porque mejor no invitan al niño nuevo?- -¿cuál?- Me pregunta Felipe.

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HISTORIA.

Es una mañana con un cielo despejado, soleada y tranquila, totalmente diferente a la

tremenda discusión que tuve con mi esposa anoche.

-Que piedra que me dio y me olvidédel favor que me pidió, carajo-

Me escucho a mí mismo decir en voz alta, mientras camino y trato de llegar temprano al salón

de clases, como acostumbro siempre desde que ejerzo de profesor, con la idea de permitirme

un tiempo para aquietar mi mente, regalarme un poco de silencio después del largo camino de

mi casa hasta la escuela y prepararme para la dura jornada que se avecina.

Al llegar, me preparo un café oscuro y sin azúcar tal como me gusta, el aroma me recuerda que

no tengo presente cual fue el favor que mi esposa me pidió;me aproximo al sillón y enciendo la

radio que estásobre mi escritorio para enterarme un poco de las últimas novedades, según

comentan en el noticiero.

Mientras trato de escuchar la sección de deportes y enterarme del resultado del partido de

anoche, la algarabía de los niños que empiezan a llegar me trae a la realidad y de inmediato

enfrento la jornada que está por iniciar.

Entre carrera y carrera, algunos pequeños me saludan con atención,otros por quedar bien

conmigo; les recuerdo que deben entrar a la institución con calma y haciendo silencio, para

evitar algún incidente.

A pesar de ser el primer día del nuevo año escolar, reconozco por sus voces y gestos a casi

todos los estudiantes, Álvaro como siempre ufanándose de tener los cuadernos nuevos de la

última película de Disney, Andrea alardeando del paseo a la playa que su papá les hizo-

inclusive llevando a toda su familia en avión- y Felipe feliz porque en vacaciones su papá lo

llevó al estadio para que viera en acción a su equipo del alma.

Sin embargo, un niño en particular me llama la atención, pues además de no haberme

percatado del momento de su ingreso a la escuela, su actitud es muy diferente a la de los

demás estudiantes. A pesar de su corta edad, tal vez tendrá siete u ocho años, presenta un

aspecto serio como de hombre mayor de edad.

Está sentado en una silla que se encuentra a la entrada del salón de clases. El bullicio de los

otros niños, actitud que me parece normal en cualquier niño, me llega como pesadas capas

que se adhieren sobre mi piel y me desconcentran de mi observación del niño sentado que

escucha con atención, los juegos y gritos de los otros mientras dirige su rostro hacia arriba

como contemplando el cielo.

Cuando voy a saludarlo y preguntarle por su nombre y el porqué de su actitud, los que están

jugando, entre ellos Felipe claro está, me dicen que por favor juegue con ellos, pues aún hay

tiempo antes de entrar a clase.

-Profe, profe, juegue con nosotros- me dice Felipe casi que rogándome.

-Gracias, Felipe, pero no tengo ganas y ya casi vamos a empezar- le respondí.

-Profe, hágale, hágale si- me reitera Felipe.

-No.- digo tajantemente y agrego- pero, ¿porque mejor no invitan al niño nuevo?-

-¿cuál?- Me pregunta Felipe.

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-El que está sentado allá, en la entrada del salón- le digo mientras señalo al niño que sigue

contemplando el cielo.

-Ese parece bobito- dice intempestivamente Álvaro con una carga de sarcasmo, mientras todos

se burlan fuertemente.

Como buen adulto y profesor a la vez, les recrimino su actitud y como una especie de castigo

por su intolerancia y falta de compañerismo, termino el juego inmediatamente y les doy la

orden expresa de que ingresen al salón de clases.

Todos entran con incomodidad y miran mal al niño nuevo que escucha y sigue con atención los

movimientos de los otros al ingresar al aula, pero sin mirarlos, situación que me resulta un

tanto particular pues aunque la actitud en su rostro es de tranquilidad, creo que no los mira

como ejerciendo una pequeña venganza.

Acaban de ingresar al aula y el niño continúa en la silla.

-¿Por qué no sigues, pequeño?- le digo mientras le toco el hombro, como queriendo

acercarme de alguna manera a él.

-¿cómo te llamas?- Le pregunto.

-Mi nombre es Pedro- me dice sin mirarme a la que vez se para con rapidez de la silla.

-Puedes acomodarte en esta silla a mi lado Juan- le señalo el pupitre que se encuentra al lado

de mi mesa de profesor.

Una rara situación ocurre pues con un paso parsimonioso pero seguro se aproxima y me

parece que se ubica por lo que escucha, a diferencia de los otros niños, sin embargo no reparo

mucho en ello e inicio la clase.

-Bueno, niños. Antes de hacer un pequeño repaso de lo que hicieron en vacaciones, quiero que

saluden a nuestro nuevo compañerito Pedro, que ha llegado el día de hoy a iniciar este año

lectivo con nosotros.- les digo e inmediatamente responden y saludan aunque lo hacen por

obligación más que por convicción.

-Ahora, quiero que cada uno escriba en su cuaderno que hizo durante las vacaciones y me

haga un dibujo donde coloree el día que más le gustó de sus vacaciones a cada uno.- Doy esta

instrucción y escucho el crujir de maletines, cierres, cuadernos que se abren y lápices en acción

sobre el cuaderno.

Me detengo a mirar a Pedro quien con paciencia saca de su maletín unos rudimentos bastante

especiales y empieza a trabajar con algo parecido a un punzón sobre una regla. Cuando le voy

a preguntar que hace, levanta su mano pidiéndome la palabra.

-Dime, Pedro- inmediatamente respondo.

-¿Profesor, si no puedo dibujar, qué debo hacer?- me pregunta con un tono tranquilo y firme.

-Aaaayyyy nnnooo,- escucho que vocifera alguien- me parce la voz de Álvaro que aún no ha

sacado siquiera su cuaderno-.

Se forma un murmullo que retumba en el salón de clases y para no dejar que esto avance,

exijo silencio con celeridad.

-¿cuál es la situación, Pedro? Le digo al niño.

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- Parece que ninguno se ha percatado aún de mi situación, lo que pasa es que me resulta

imposible dibujar las cosas, las puedo narrar y si quieren les puedo contar lo que oigo.

Por ejemplo, mientras usted me observaba con atención y los niños jugaban en el patio, la

mayoría de niñas escuchaba a una de ellas que les contaba sobre el sabor del agua salada del

mar y la molestia de los granos calientes de arena de la playa.

Yo creo que debe sentirse como el calor del sol mientras dirigía mi cara al cielo y escuchaba a

un niño que le pedía a usted profesor que jugara con ellos, y usted les decía que estaba

cansado y debe ser cierto porque en su voz se siente un poco de agotamiento.

Quede perplejo y todo el aula en silencio. En los rostros de todos me percaté que aunque

ninguno había pronunciado una sola palabra, en su expresión se notaba muchísima pena e

incomodidad, pues a pesar de que habíamos pasado por un lado del niño, lo habíamos

criticado y hasta juzgado, ninguno, hasta ese momento por muy buenos que tuviéramos los

ojos, no nos habíamos dado cuenta de su situación.

A.A.