Heráldica. No Sin Mi Escudo

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  • 8/16/2019 Heráldica. No Sin Mi Escudo

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    ¿Por qué y para qué nace el escudo heráldico? ¿Fue realmente unrecurso para determinar la identidad del caballero medieval?

    ALEJANDRO MARTÍNEZ GIRALT, DOCTOR EN HISTORIA MEDIEVAL

    ESTOS SON

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    MISCOLORES

    BATALLA de Crécy, 1346, guerra de los Cien Años.Ilustración de las Crónicas de Jean Froissart.

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     El símbolo de los Stark es un lobo

    huargo. El de los Lannister, un

    león rampante. Y el de los Ba-

    ratheon, un ciervo, también

    rampante. Cualquier lector o

    espectador de Juego de tronos está fami-liarizado con estos y otros emblemas he-

    ráldicos que aparecen en la saga, y, por lo

    tanto, con las casas nobiliarias que repre-

    sentan. Que existan se debe a que la obra

    de George R. R. Martin, como toda fanta-

    sía medievalizante (es decir, que parece

    medieval), incorpora elementos propios

    de la Edad Media. De hecho, la heráldica

    nació durante el siglo xii. Sus símbolos

    no parecen ser más que combinaciones

    más o menos armonizadas de figuras y

    colores. Sin embargo, tras esa fachada se

    esconden unos orígenes que aún son ob-

     jeto de debate y una variedad de aplica-

    ciones quizá mayor de lo esperado.

    El alba del escudo de armasLa heráldica era un lenguaje basado en

    símbolos. Según la teoría dominante, ha-

    bría nacido de la necesidad de identificar

    a los caballeros, a los que no sería posible

    reconocer porque el yelmo les ocultaría el

    rostro. Primero lo haría el yelmo cónico

    con nasal. Luego el tophelm, casco de tonel,

    que cubriría la cabeza entera. En la penín-

    sula, este último habría tenido menor di-

    fusión que la cerbillera o el capacete, que

    solo protegían el cráneo, pero al combi-

    narse estos con una cofia de malla, que

    cubría parte de la cara, el caballero segui-

    ría siendo difícilmente reconocible.

    El ejemplo al que se suele aludir es una

    escena del tapiz de Bayeux, que narra la

    conquista de Inglaterra por parte del duque

    Guillermo II de Normandía. Avanzada la

    batalla de Hastings (1066), sus tropas pa-

    saban por un momento crítico. Sus aliados

    bretones huían, y el grueso de su ejército,

    tras muchos ataques sin éxito, cedía ya

    bajo la presión de los hombres del rey an-

    glosajón Harold II. Empezó incluso a correr

    EN EL SIGLO XII, EL YELMO, QUE OCULTABA EL ROSTRODE LOS CABALLEROS, HACÍA DIFÍCIL RECONOCERLOS

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    HERÁLDICA

    el rumor de que Guillermo había caído. La

    muerte de su líder solía destrozar la moral

    de un bando y convertirlo en el perdedor,

    así que el duque se volvió hacia sus hombres

    levantando el yelmo justo por el nasal, pa-

    ra que pudieran ver que estaba vivo, y loscondujo a un último asalto. Irónicamente,

    esto llevó a la muerte de Harold, alcanzado

    por una flecha y luego rematado por jine-

    tes normandos. Al morir este y caer su es-

    tandarte, muchos anglosajones perdieron

    su aplomo e iniciaron la huida.

    En Hastings la heráldica no estaba toda-

     vía presente. Los motivos geométricos y

    animales que llevaban los que participa-

    ron en ella se consideran preheráldicos,

    o protoheráldicos, porque, aunque hu-

    bieran podido adoptarlos como símbolos

    personales, estos no habrían tenido con-

    tinuidad. Al fin y al cabo, dos de las ca-

    racterísticas principales de los emblemas

    heráldicos serían la estabilidad en el

    diseño elegido y la costumbre de trans-

    mitirlos a los herederos. En 1066 era

    demasiado pronto para eso.

    Tampoco nos encontramos frente al tipo

    de enfrentamiento militar más usual. Es-

    te era la escaramuza entre jinetes, en la

    que participaban sobre todo pequeños

    contingentes de contendientes a caballo.

     Aun así, las protecciones seguían siendo

    las mismas que en las batallas campales.

    La idea, por lo tanto, es que había que

    encontrar un modo de poner nombre a

    unos guerreros irreconocibles.

    Para conseguirlo hacía falta un soporte

    adecuado. Al principio este sería el estan-darte, como atestiguan las primeras evi-

    dencias gráficas. Originarias de Francia e

    Inglaterra y fechadas en la primera mitad

    del siglo xii, corresponden a sellos en los

    que se representaba un caballero cabal-

    gando en dirección a la derecha, con lo

    que el escudo (que se acarreaba en el bra-

    zo izquierdo) quedaba oculto. A partir de

    1140, en estas figuras se irían haciendo

     visibles el escudo (entonces ya triangular

     y de tamaño más reducido y manejable)

     y su contenido heráldico. Al perder el um-

    bo, o pieza metálica central, el escudoofrecería una superficie lisa ideal sobre la

    que representar el emblema del individuo.

    Para cuando la heráldica hubo llegado a

    territorio hispánico, ya se hacía visible en

    los sellos el exterior del escudo. Es el caso

    del sello de Ramon Berenguer IV, conde

    de Barcelona y de Provenza, del que se

    conserva una marca de 1150.

    ¿Individual o familiar?No deja de ser curioso que, siendo el es-

    cudo el soporte supuestamente ideal parael símbolo heráldico, su superficie exterior

    quedara durante un tiempo tan oculta en

    el sello como el rostro del caballero en el

    campo de batalla. Porque, desde luego,

    esto no encaja con la teoría clásica sobre

    la aparición de la heráldica.

    Hay al menos dos explicaciones para este

    desajuste entre teoría y realidad (y ambas

    están relacionadas). La primera es que la

    figura ecuestre del sello no es un retrato,

    sino un modelo ideal que indica la función

    social de un individuo, cuya identidad no

    sale a la luz hasta que no se lee la leyenda

    que bordea el sello. Esto refleja la menta-

    lidad propia de los europeos del sigloxii,

    para quienes la identidad personal de-

    pendía de la del grupo, ya fuera la fami-

    lia, el grupo social o toda la comunidad

    cristiana. Así pues, que en su sello de

    hacia 1146 alguien pueda reconocer al

    conde Raoul I de Vermandois es más bien

    TAMBIÉNELLAS IBANA CABALLO

     EN LOS SELLOS no se repre-

    sentaban únicamente guerreros a

    caballo. Los reyes solían aparecer

    sentados en un trono; los obispos,

    llevando el báculo. A todos se los re-

    presentaba con los atributos propios

    de su rango y condición social. Las

    primeras mujeres con sello propio

    fueron las reinas, pero se iría exten-

    diendo a otros sectores sociales, em-

    pezando por el de la alta nobleza.

    EN SUS SELLOS, las reinas y

    nobles de los siglos XII y XIII veían re-

    flejada su heráldica. No había un so-lo modelo para la figura humana que

    acompañaba a esa heráldica, aunque

    la de una reina fuera similar a la de

    un rey entronizado. Unas pocas eran

    incluso figuras ecuestres en las que

    a veces se añadía un halcón sobre la

    mano opuesta a la que sujetaba las

    riendas, como en el caso de Aurem-

    biaix, condesa de Urgel (siglo XIII,

    arriba). Con el halcón se aludía a la

    cetrería, una actividad de la alta so-

    ciedad. Así se recordaba la posición

    privilegiada de quien poseía el sello,

    al tiempo que se ofrecía una pers-pectiva vital distinta a la militar, co-

    mo es la del ocio cortesano.

    GUILLERMO el Conquistador (dcha., levantando suyelmo) en Hastings, 1066. Tapiz de Bayeux, s. XI.

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    secundario. Lo importante es que, viendo

    un caballero, entienda qué posición tenía

     y qué función social cumplía.

    La segunda explicación está vinculada a

    la realidad militar. Basta con reflexionar,

    como ha hecho algún especialista, acerca

    de la utilidad práctica del escudo, que tan-

    to podía usarse para desviar golpes como

    para propinarlos, y, sobre todo, de qué

    perspectiva había que tener para poder ver los símbolos que se exhibían en él. Si

    esta no era frontal, difícilmente valía. Y

    fuera del torneo se hace difícil de creer que

    la mayoría de combatientes anduvieran

    preocupados por distinguir uno u otro

    símbolo, porque sus prioridades habrían

    sido otras. En parte, quizá esto último mo-

    tivara la aparición del sobreveste (prenda

    con contenido heráldico que se llevaba

    sobre la armadura), así como la moda de

    forrar las cerbilleras con tela heráldica,

    que uno puede ver en las escenas de la

    expedición a Mallorca de Jaime I de Aragón

    (1228) de las pinturas del siglo xiii del

    Palau Aguilar de Barcelona. Pero, fuera

    como fuese, lo esencial habría sido no tan-

    to poder ver quién estaba presente, sino

    de qué lado estaba, para reconocerlo o

    descartarlo como amenaza.

    No se puede negar tampoco que en cier-

    tas situaciones la heráldica haya podido

    desempeñar el papel que se le atribuye.

    En la batalla de Agincourt (1415) parti-

    ciparon dieciocho escuderos franceses

    que, según se dice, habían jurado matar

    a Enrique V de Inglaterra. Para lograr su

    propósito, primero debían localizar a En-

    rique, y para hacerlo debían ser capaces

    de reconocerlo a través de su heráldica.

    Su primer recurso habría sido fijarse en

    la posición del estandarte real inglés, ya

    que lo usual era que junto a él se encon-

    trara su objetivo. Una vez en la refriega,

    les habría tocado abrirse paso hasta él.

    Pero, llegaran hasta donde llegaran, nin-

    guno de los dieciocho sobreviviría a la

    batalla, a diferencia del hombre al que

    pretendían matar. Y, en cualquier caso,

    el método inicial que habrían seguido,

    localizar su objetivo tomando como refe-

    rencia el pendón real, era mucho más

    antiguo que la heráldica misma.

    ¿Para qué se concibieron entonces los

    emblemas heráldicos? Parece evidente

    que surgieron en un contexto bélico, pero

    también queda claro que no estaban pen-

    sados para facilitar el reconocimiento

    individual, sino para situar a un comba-

    tiente en uno u otro bando, ya fuera lide-rando una unidad o estando bajo el man-

    do de un señor más poderoso. Al margen

    de los desafíos caballerescos como el que

    adoptaron los mencionados escuderos

    franceses que murieron en Agincourt, la

    heráldica habría sido útil para, acabada

    la lucha, reconocer al individuo entre los

    caídos y, de haberlos, entre los capturados.

    E incluso así, lo normal era que su herál-

    dica no reflejara la identidad individual

    de esa persona, sino la grupal.

    Símbolo grupal y multiusosPor identidad grupal hay que entender un

    conjunto de rasgos comunes a los miembros

    de un grupo concreto, como el apellido que

    comparten los que pertenecen a una misma

    familia. En los tiempos en los que nació la

    heráldica, las familias más poderosas es-

    taban construyendo su identidad. Era una

    manera de consolidar su posición domi-

    nante. Así que crearon un patrimonio iden-

    titario a partir de unos pocos nombres

    propios, de un apellido... y de un símbolo

    heráldico. A veces había coincidencia o

    concordancia con el apellido, como sucedía

    con las armas de la familia aragonesa de

    los Luna, cuyo elemento principal era pre-

    cisamente una luna en cuarto creciente.

    En casos como este, los heraldistas suelen

    hablar de armas “parlantes”.

     A mediados del sigloxii, las familias de la

    realeza y de la alta nobleza europeas es-

    Las armas del heredero

     “PURAS Y SIN partición alguna”.A partir del siglo XIV, esta fórmula y

    otras similares se hicieron corrientes en

    los testamentos de aquellos padres de

    familia preocupados por su sucesión y,

    especialmente, por la supervivencia de

    la identidad familiar. La mayoría de ellos

    exigía que sus herederos y sucesores

    mantuvieran inmutables el apellido y la

    heráldica del linaje, aunque, dependien-

    do de la costumbre local, se habrían li-

    mitado a la heráldica. En 1333, Matteo

    Sclafani, conde de Adernò (Sicilia), de-

    terminó que su sobrino, destinado a

    sucederle, debía adoptar su heráldica“sin incorporarle otras armas”.

     A VECES SE HACÍAN excepcio-nes. Sin embargo, lo deseable seguía

    siendo que los herederos usaran las

    armas plenas. Las particiones, o brisu-

    ras, estaban reservadas para los her-

    manos y sus descendientes (lo que

    incluía a los bastardos reconocidos).

    En la batalla de Agincourt (1415),

    Eduardo, duque de York, y Tomás, du-

    que de Clarence, tío y hermano del rey

    Enrique V de Inglaterra, respectiva-

    mente, llevaban casi la misma heráldi-

    ca que este último. Lo que diferenciaba

    las suyas era un lambel de tres puntas

    (un tipo de brisura muy común) distin-to para cada uno de ellos.

    LO ESENCIAL HABRÍA SIDO NO TANTO VER QUIÉN

    ESTABA PRESENTE, SINO DE QUÉ LADO ESTABA

    ENRIQUE V DUQUE DE YORK DUQUE DE CLARENCE

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    HERÁLDICA

    taban empezando ya a adoptar muchos

    de los símbolos heráldicos que iban a ca-

    racterizarlas. Estos fueron haciéndose unsitio en los sellos, que solo los poderosos

    podían usar. Además, al ser considerados,

    por lo general, familiares, y no individua-

    les, incluso obispos y abades iban a adop-

    tar aquellos símbolos. En el sello de God-

    frey de Lucy, obispo de Winchester entre

    1189 y 1204, figuraba el emblema familiar,

    el lucio. Tampoco era un asunto solo de

    hombres: en el sello de la condesa de Lin-

    coln Rohaise de Clare (muerta en 1156),

    descendiente de una familia de la nobleza

    normanda que había acompañado al duque

    Guillermo a Inglaterra en 1066, estaban

    presentes las seis flechas de los Clare. Ha-

    cia 1250, la heráldica se había extendido

     ya a otros sectores sociales y a diferentesentidades. Concejos, gentes de negocios

     y corporaciones de oficios llegarían a te-

    ner sus propios emblemas.

    En manos de familias y de instituciones

    eclesiásticas y urbanas, los signos herál-

    dicos cumplieron más de una función. Por

    ejemplo, recordar la unión política de dos

    linajes. A partir del siglo xiv, esto solía

    representarse en los emblemas femeninos

    dividiendo el escudo en dos partes; la he-

    ráldica de la familia del marido quedaba

    entonces en el lado izquierdo, y la de los

    padres, en el derecho. Pero en fechas tan

    avanzadas como aquellas, la heráldica

    también podía emplearse como arma po-

    lítica. Así lo entendía Eduardo III de In-

    glaterra en 1340, y eso hizo.

    Eduardo era el mejor posicionado para

    acceder al trono de Francia a la muerte

    sin herederos de Carlos IV Capeto en 1328.

    Su madre, Isabel (el personaje real que

    inspiró el que interpretaría Sophie Mar-

    ceau en la película  Braveheart), que era

    hermana del difunto, reclamó la Corona

    de Francia para él. Sin embargo, los fran-

    ceses se acogieron a la ley sálica para im-

    pedir que el sucesor de Carlos IV fuera un

    pariente por línea femenina, y entregaron

    la Corona a Felipe de Valois, cuyo proge-

    nitor era tío paterno de Carlos IV.

     Al principio Eduardo aceptó el resultado,pero, al apoyar Felipe a los escoceses, con-

    tra los que por entonces estaba luchando,

    el inglés decidió replicar. Había estallado

    la guerra de los Cien Años (1337-1453),

    que Eduardo no inició dando solo golpes

    militares, sino también uno propagandís-

    tico: mandó acuartelar su emblema herál-

    dico para que en él tuvieran cabida los tres

    leopardos que representaban a la monar-

    quía inglesa y, además, las flores de lis de

    la francesa. Acuartelar el escudo (es decir,

    dividirlo en cuarteles, cuatro partes iguales)

    servía para reclamar derechos de sucesióno de herencia. De este modo, Eduardo III

    hizo visible la reivindicación de sus dere-

    chos familiares al trono de Francia.

    El acuartelado con las armas de Inglaterra

     y de Francia iba a mantenerse después de

    la muerte de Eduardo III. Su bisnieto En-

    rique V lo exhibiría en la campaña de Agin-

    court. Solo dejaría de usarse tras la renun-

    cia británica al trono de Francia en 1801.

    Un ejemplo que demuestra que la herál-

    dica es mucho más de lo que parece y de

    lo que se ha querido creer.

    ENSAYO

    GALBREATH, Donald Lindsay. Manuel du

    blason. Lausana: Spes, 1977. En francés.

    PARDO DE GUEVARA, Eduardo. Manual de

    heráldica española. Madrid: Aldaba, 1987.

    PASTOUREAU,Michel. Una historia simbó- 

    lica de la Edad Media occidental. Buenos

    Aires: Katz, 2006.

    RIQUER, Martí de. Heráldica catalana. Des

    de l’any 1150 al 1550  (2 vols.). Barcelona:

    Quaderns Crema, 1983. En catalán.

    PARA SABER MÁS

    LOS MONTCADA en una de las pinturas del Palau Aguilar sobre la conquista de Mallorca por Jaime I, siglo XIII.