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Harry tiene que realizar una tarea siniestra,peligrosa y aparentemente imposible: la delocalizar y de destruir a los Horrocruxes. Harrynunca se sintió tan sólo ni se enfrentó a unfuturo tan incierto. Pero Harry debe encontrarla fuerza necesaria para terminar la tarea quele han dado. Él debe dejar el calor, laseguridad y el compañerismo de LaMadriguera y seguir sin miedo el caminoinexorable marcado para él.En este final, la séptima entrega de la serieHarry Potter, J.K. Rowling revela de maneraespectacular las respuestas a las muchaspreguntas que se han estado esperando contanta impaciencia. Su rica prosa y su narrativa,llena de giros inesperados, han hecho queestos libros sean libros para leer y releer una yotra vez.

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J. K. Rowling

Harry Pottery las Relíquias de la Muerte

Harry Potter 7

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Título original: Harry Potter and the DeathlyHallowsJ. K. Rowling, 2007Traducción: Gemma Rovira OrtegaIlustraciones: Mary GrandPréDiseño de portada: Dolores Avendaño

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La dedicatoria de este libro se divide en siete partes: para Neil, para Jessica, para David, para Kenzie, para Di, para Anne y para ti si has seguido con Harry hasta el final.

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Harry Pottery las Relíquias de la Muerte

porJ.K. Rowling

Ilustraciones por Mary GrandPré

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¡Ay! el tormento arraigado en el linaje,el grito desgarrador de la muerte,el golpe que rasga la vena,la sangre que nadie restaña, la pena,la maldición insoportable.

Pero hay un remedio en esta casa,no fuera de ella, no,no venido de otros, sino de ellos mismosen su pugna sangrienta. A vosotros clamamos,oscuros dioses que habitáis bajo la tierra.

Escuchad con atención, dichosos poderessubterráneos,responded, enviad ayuda.Amparad a estos muchachos, concededles lavictoria ya.

ESQUILO, Las coéforas*

La muerte no es más que un viaje, semejante al querealizan dos amigos al separarse para atravesar los

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mares. Como aún se necesitan, ellos siguenviviendo el uno en el otro y se aman en unarealidad omnipresente. En dicho divino espejo seven cara a cara, y su conversación fluye conpureza y libertad. Tal es el consuelo de los amigos:aunque se diga que han muerto, su amistad y sucompañía no desaparecen, porque éstas soninmortales.

WILLIAM PENN, More Fruits of Solitude

* Traducción de la versión inglesa de RobertFagles.

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E

CAPÍTULO UNO

El ascenso del SeñorTenebroso

N un estrecho sendero bañado por la luna,dos hombres aparecieron de la nada a escasos

metros de distancia. Permanecieron inmóviles uninstante, apuntándose mutuamente al pecho consus respectivas varitas mágicas, hastareconocerse. Entonces las guardaron bajo las

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capas y echaron a andar a buen paso en la mismadirección.

—¿Buenas noticias? —preguntó el de mayorestatura.

—Excelentes —replicó Severus Snape.El lado izquierdo del sendero estaba bordeado

por unas zarzas silvestres no muy crecidas, y elderecho, por un seto alto y muy cuidado. Alcaminar, los dos hombres hacían ondear las largascapas alrededor de los tobillos.

—Temía llegar tarde —dijo Yaxley, cuyasburdas facciones dejaban de verse a intervaloscuando las ramas de los árboles tapaban la luz dela luna—. Resultó un poco más complicado de loque esperaba, pero confío en que él estarásatisfecho. Pareces convencido de que te recibirábien, ¿no?

Snape asintió, pero no dio explicaciones.Torcieron a la derecha y tomaron un ancho caminoque partía del sendero. El alto seto describíatambién una curva y se prolongaba al otro lado dela impresionante verja de hierro forjado quecerraba el paso. Ninguno de los dos individuos sedetuvo; sin mediar palabra, ambos alzaron el brazoizquierdo, como si saludaran, y atravesaron laverja igual que si las oscuras barras metálicas

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fueran de humo.El seto de tejo amortiguaba el sonido de los

pasos. De pronto, se oyó un susurro a la derecha;Yaxley volvió a sacar la varita mágica y apuntóhacia allí por encima de la cabeza de suacompañante, pero el origen del ruido no era másque un pavo real completamente blanco que sepaseaba ufano por encima del seto.

—Lucius siempre ha sido un engreído. ¡Bah,pavos reales! —Yaxley se guardó la varita bajo lacapa y soltó un resoplido de desdén.

Una magnífica mansión surgió de la oscuridadal final del camino; había luz en las ventanas decristales emplomados de la planta baja. En algúnpunto del oscuro jardín que se extendía más alládel seto borboteaba una fuente. Snape y Yaxley,cuyos pasos hacían crujir la grava, se acercaronpresurosos a la puerta de entrada, que se abrióhacia dentro, aunque no se vio que nadie laabriera.

El amplio vestíbulo, débilmente iluminado,estaba decorado con suntuosidad y unaespléndida alfombra cubría la mayor parte delsuelo de piedra. La mirada de los pálidospersonajes de los retratos que colgaban de lasparedes siguió a los dos hombres, que andaban a

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grandes zancadas. Por fin, se detuvieron ante unamaciza puerta de madera, titubearon un instante y,acto seguido, Snape hizo girar la manija de bronce.

El salón se hallaba repleto de gente sentadaalrededor de una larga y ornamentada mesa. Todosguardaban silencio. Los muebles de la estanciaestaban arrinconados de cualquier manera contralas paredes, y la única fuente de luz era el granfuego que ardía en la chimenea, bajo una eleganterepisa de mármol coronada con un espejo demarco dorado. Snape y Yaxley vacilaron unmomento en el umbral. Cuando sus ojos seacostumbraron a la penumbra, alzaron la vista paraobservar el elemento más extraño de la escena: unafigura humana, al parecer inconsciente, colgabacabeza abajo sobre la mesa y giraba despacio,como si pendiera de una cuerda invisible,reflejándose en el espejo y en la desnuda y pulidasuperficie de la mesa. Ninguna de las personassentadas bajo esa singular figura le prestabaatención, excepto un joven pálido, situado casidebajo de ella, que parecía incapaz de dejar demirarla cada poco.

—Yaxley, Snape —dijo una voz potente y claradesde la cabecera de la mesa—, casi llegáis tarde.

Quien había hablado se sentaba justo enfrente

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de la chimenea, de modo que al principio los reciénllegados sólo apreciaron su silueta. Sin embargo,al acercarse un poco más distinguieron su rostroen la penumbra, un rostro liso y sin una pizca devello, serpentino, con dos rendijas a modo deorificios nasales y ojos rojos y refulgentes depupilas verticales; su palidez era tan acusada queparecía emitir un resplandor nacarado.

—Aquí, Severus —dijo Voldemort señalando elasiento que tenía a su derecha—. Yaxley, al lado deDolohov.

Los aludidos ocuparon los asientos asignados.La mayoría de los presentes siguió con la mirada aSnape, y Voldemort se dirigió a él en primer lugar.

—¿Y bien?—Mi señor, la Orden del Fénix planea sacar a

Harry Potter de su actual refugio el próximosábado al anochecer.

El interés de los reunidos se incrementónotoriamente: unos se pusieron en tensión, otrosse rebulleron inquietos en el asiento, y todosmiraron alternativamente a Snape y Voldemort.

—Conque el sábado… al anochecer —repitióVoldemort. Sus ojos rojos se clavaron en los deSnape, negros, con tal vehemencia que algunos delos presentes desviaron la vista, tal vez temiendo

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que también a ellos los abrasara su ferocidad.No obstante, Snape le sostuvo la mirada sin

perder la calma y, pasados unos instantes, la bocasin labios de Voldemort esbozó algo parecido auna sonrisa.

—Bien. Muy bien. Y esa informaciónprocede…

—De esa fuente de la que ya hemos hablado—respondió Snape.

—Mi señor… —Yaxley, sentado al otroextremo de la mesa, se inclinó un poco para mirar aVoldemort y Snape. Todas las caras se volvieronhacia él—. Mi señor, yo he oído otra cosa —dijo, ycalló, pero en vista de que Voldemort norespondía, añadió—: A Dawlish, el auror, se leescapó que Potter no será trasladado hasta el díatreinta, es decir, la noche antes de que el chicocumpla diecisiete años.

Snape sonrió y comentó:—Mi fuente ya me advirtió que planeaban dar

una pista falsa; debe de ser ésa. No cabe duda deque a Dawlish le han hecho un encantamientoconfundus. No sería la primera vez; todos sabemosque es muy vulnerable.

—Os aseguro, mi señor, que Dawlish parecíamuy convencido —insistió Yaxley.

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—Si le han hecho un encantamientoconfundus, es lógico que así sea —razonó Snape—. Te aseguro, Yaxley, que la Oficina de Auroresno volverá a participar en la protección de HarryPotter. La Orden cree que nos hemos infiltrado enel ministerio.

—En eso la Orden no se equivoca, ¿no? —intervino un individuo rechoncho sentado aescasa distancia de Yaxley; soltó una risitaespasmódica y algunos lo imitaron.

Pero Voldemort no rió; dejaba vagar la miradapor el cuerpo que giraba lentamente suspendidoencima de la mesa, al parecer absorto en suspensamientos.

—Mi señor —continuó Yaxley—, Dawlish creeque utilizarán un destacamento completo deaurores para trasladar al chico…

El Señor Tenebroso levantó una mano grandey blanca; el hombre enmudeció al instante y lomiró con resentimiento, mientras escuchaba cómole dirigía de nuevo la palabra a Snape:

—¿Dónde piensan esconder al chico?—En casa de un miembro de la Orden —

contestó Snape—. Según nuestra fuente, le handado a ese lugar toda la protección que la Orden yel ministerio pueden proporcionar. Creo que una

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vez que lo lleven allí habrá pocas probabilidadesde atraparlo, mi señor; a menos, por supuesto, queel ministerio haya caído antes del próximo sábado,lo cual nos permitiría descubrir y deshacersuficientes sortilegios para burlar las proteccionesque resten.

—¿Qué opinas, Yaxley? —preguntó Voldemortmientras el fuego de la chimenea se reflejaba deuna manera extraña en sus encarnados ojos—.¿Habrá caído el ministerio antes del próximosábado?

Una vez más, todas las cabezas se volvieronhacia Yaxley, que se enderezó y replicó:

—Mi señor, tengo buenas noticias a eserespecto. Con grandes dificultades y trasímprobos esfuerzos, he conseguido hacerle unamaldición imperius a Pius Thicknesse.

Los que se hallaban cerca de Yaxley semostraron impresionados, y su vecino, Dolohov—un hombre de cara alargada y deforme—, le diouna palmada en la espalda.

—Algo es algo —concedió Voldemort—. Perono podemos basar todos nuestros planes en unasola persona; Scrimgeour debe estar rodeado porlos nuestros antes de que yo entre en acción. Sifracasara en mi intento de acabar con la vida del

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ministro, me retrasaría mucho.—Sí, mi señor, tenéis razón. Pero Thicknesse,

como jefe del Departamento de Seguridad Mágica,mantiene contactos regulares no sólo con elministro, sino también con los jefes de todos losdepartamentos del ministerio. Ahora que tenemoscontrolado a un funcionario de tan alta jerarquía,creo que será fácil someter a los demás, yentonces trabajarán todos juntos para acabar conScrimgeour.

—Siempre que no descubran a nuestro amigoThicknesse antes de que él haya convertido a losrestantes —puntualizó Voldemort—. En todo caso,sigue siendo poco probable que me haya hechocon el ministerio antes del próximo sábado. Si noes posible capturar al chico una vez que hayallegado a su destino, tendremos que hacerlodurante su traslado.

—En eso jugamos con ventaja, mi señor —afirmó Yaxley, que parecía decidido a obtener ciertaaprobación por parte de Voldemort—, puesto quetenemos algunos hombres infiltrados en elDepartamento de Transportes Mágicos. Si Potterse aparece o utiliza la Red Flu, lo sabremos deinmediato.

—No hará ninguna de esas cosas —terció

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Snape—. La Orden evita cualquier forma detransporte controlada o regulada por el ministerio;desconfían de todo lo que tenga que ver con lainstitución.

—Mucho mejor —repuso Voldemort—. Porquetendrá que salir a campo abierto, y así será másfácil atraparlo. —Miró otra vez el cuerpo quegiraba con lentitud y continuó—: Me ocuparépersonalmente del chico. Ya se han cometidodemasiados errores en lo que se refiere a HarryPotter, y algunos han sido míos. El hecho de quePotter siga con vida se debe más a mis fallos que asus aciertos.

Todos lo miraron con aprensión; a juzgar por laexpresión de sus rostros, temían que se lospudiera culpar de que Harry Potter siguieraexistiendo. Sin embargo, Voldemort parecía hablarconsigo mismo, sin recriminar nada a nadie,mientras continuaba contemplando el cuerpoinconsciente que colgaba sobre la mesa.

—He sido poco cuidadoso, y por eso la suertey el azar han frustrado mis excelentes planes. Peroahora ya sé qué he de hacer; ahora entiendo cosasque antes no entendía. Debo ser yo quien mate aHarry Potter, y lo haré.

En cuanto hubo pronunciado estas palabras y

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como en respuesta a ellas, se oyó un gemidodesgarrador, un terrible y prolongadísimo alaridode angustia y dolor. Asustados, muchos de lospresentes miraron el suelo, porque el sonidoparecía provenir de debajo de sus pies.

—Colagusano —dijo Voldemort sin mudar eltono serio y sereno y sin apartar la vista delcuerpo que giraba—, ¿no te he pedido quemantengas callado a nuestro prisionero?

—Sí, m… mi señor —respondió resollando unindividuo bajito situado hacia la mitad de la mesa;estaba tan hundido en su silla que, a primera vista,ésta parecía desocupada. Se levantó del asiento ysalió a toda prisa de la sala, dejando tras de sí unextraño resplandor plateado.

—Como iba diciendo —prosiguió el SeñorTenebroso, y escudriñó los tensos semblantes desus seguidores—, ahora lo entiendo todo muchomejor. Ahora sé, por ejemplo, que para matar aPotter necesitaré que alguno de vosotros mepreste su varita mágica.

Las caras de los reunidos reflejaron sorpresa;era como si acabara de anunciar que deseaba quealguno de ellos le prestara un brazo.

—¿No hay ningún voluntario? Veamos…Lucius, no sé para qué necesitas ya una varita

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mágica.Lucius Malfoy levantó la cabeza. Tenía los

ojos hundidos y con ojeras, y el resplandor de lachimenea daba un tono amarillento y aspectocéreo a su cutis. Cuando habló, lo hizo con vozronca:

—¡Mi señor!—La varita, Lucius. Quiero tu varita.—Yo…Malfoy miró de soslayo a su esposa. Ella, casi

tan pálida como él y con una larga melena rubiaque le llegaba hasta la cintura, miraba al frente,pero por debajo de la mesa sus delgados dedosciñeron ligeramente la muñeca de su esposo. A esaseñal, Malfoy metió una mano bajo la túnica, sacósu varita mágica y se la entregó a Voldemort, que lasostuvo ante sus rojos ojos para examinarla condetenimiento.

—Dime, Lucius, ¿de qué es?—De olmo, mi señor —susurró Malfoy.—¿Y el núcleo central?—De dragón, mi señor. De fibras de corazón de

dragón.—¡Fantástico! —exclamó Voldemort. Sacó su

varita y comparó la longitud de ambas.Lucius Malfoy hizo un fugaz movimiento

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involuntario con el que dio la impresión de queesperaba recibir la varita de su amo a cambio de lasuya. A Voldemort no le pasó por alto; abrió losojos con malévola desmesura y cuestionó:

—¿Darte mi varita, Lucius? ¿Mi varita,precisamente? —Algunos rieron por lo bajo—. Tehe regalado la libertad, Lucius. ¿Acaso no tienessuficiente con eso? Sí… es cierto, me he fijado enque últimamente ni tú ni tu familia parecéisfelices… ¿Tal vez os desagrada mi presencia envuestra casa, Lucius?

—¡No, mi señor! ¡En absoluto!—Mientes, Lucius…La voz de Voldemort siguió emitiendo un suave

silbido incluso después de que su cruel bocahubiera acabado de mover los labios. Pero elsonido fue intensificándose poco a poco, y uno odos magos apenas lograron reprimir un escalofríoal notar que una criatura corpulenta se deslizabapor el suelo, bajo la mesa.

Una enorme serpiente apareció y trepó conlentitud por la silla de Voldemort; continuósubiendo (parecía interminable) y se le acomodósobre los hombros. El cuello del reptil era tangrueso como el muslo de un hombre, y los ojos,cuyas pupilas semejaban dos rendijas verticales,

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miraban con fijeza, sin parpadear. El SeñorTenebroso la acarició distraídamente con suslargos y delgados dedos, mientras observaba conpersistencia a Lucius Malfoy.

—¿Por qué será que los Malfoy se muestrantan descontentos con su suerte? ¿Acaso duranteaños no presumieron, precisamente, de desear miregreso y mi ascenso al poder?

—Por supuesto, mi señor —afirmó Lucius y,con mano temblorosa, se enjugó el sudor del labiosuperior—. Lo deseábamos… y lo deseamos.

La esposa de Malfoy, sentada a la izquierda desu marido, asintió con una extraña y rígidacabezada, pero evitando mirar a Voldemort o a laserpiente. Su hijo Draco, que se hallaba a laderecha de su padre observando el cuerpo inerteque pendía sobre ellos, echó un vistazo fugaz aVoldemort y volvió a desviar la mirada, temerosode establecer contacto visual con él.

—Mi señor —dijo con voz emocionada unamujer morena situada hacia la mitad de la mesa—,es un honor alojaros aquí, en la casa de nuestrafamilia. Nada podría complacernos más.

Se sentaba al lado de su hermana, pero suaspecto físico —cabello oscuro y ojos depárpados gruesos— era tan diferente del de

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aquélla como su porte y su conducta: Narcisaadoptaba una actitud tensa e impasible, en tantoque Bellatrix se inclinaba hacia Voldemort, pues laspalabras no le bastaban para expresar sus ansiasde proximidad.

—«Nada podría complacernos más» —repitióVoldemort ladeando un poco la cabeza mientras lamiraba—. Eso significa mucho viniendo de ti,Bellatrix.

La mujer se ruborizó y los ojos se le anegaronen lágrimas de gratitud.

—Mi señor sabe que digo la pura verdad.—«Nada podría complacernos más…» ¿Ni

siquiera lo compararías con el feliz acontecimientoque, según tengo entendido, se ha producido estasemana en el seno de tu familia?

Bellatrix lo miró con los labios entreabiertos yevidente desconcierto.

—No sé a qué os referís, mi señor.—Me refiero a tu sobrina, Bellatrix. Y también

vuestra, Lucius y Narcisa. Acaba de casarse conRemus Lupin, el hombre lobo. Debéis de estar muyorgullosos.

Hubo un estallido de risas burlonas. Losseguidores de Voldemort intercambiaron miradasde júbilo y algunos incluso golpearon la mesa con

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el puño. La enorme serpiente, molesta por tantoalboroto, abrió las fauces y silbó, furiosa; pero losmortífagos no la oyeron, porque se regocijabancon la humillación de Bellatrix y los Malfoy. Elrostro de Bellatrix, que hasta ese momento habíamostrado un leve rubor de felicidad, se cubrió defeas manchas rojas.

—¡No es nuestra sobrina, mi señor! —gritópara hacerse oír por encima de las risas—.Nosotras, Narcisa y yo, no hemos vuelto a mirar anuestra hermana desde que se casó con el sangresucia. Esa mocosa no tiene nada que ver connosotras, ni tampoco la bestia con que se hacasado.

—¿Qué dices tú, Draco? —preguntóVoldemort, y aunque no subió la voz, se le oyó conclaridad a pesar de las burlas y los abucheos—.¿Te ocuparás de los cachorritos?

La hilaridad iba en aumento. Aterrado, DracoMalfoy miró a su padre, que tenía la miradaclavada en el regazo, y luego buscó la de sumadre. Ella negó con la cabeza de manera casiimperceptible y siguió contemplando de formainexpresiva la pared que tenía enfrente.

—¡Basta! —exclamó Voldemort acariciando a laenojada serpiente—. ¡Basta, he dicho! —Las risas

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se apagaron al instante—. Muchos de los másantiguos árboles genealógicos enferman un pococon el tiempo —añadió mientras Bellatrix lo mirabaimplorante y ansiosa—. Vosotros tenéis que podarel vuestro para que siga sano, cortar esas partesque amenazan la salud de las demás, ¿entendido?

—Sí, mi señor —susurró Bellatrix, y los ojosvolvieron a anegársele en lágrimas de gratitud—.¡En la primera ocasión!

—La tendrás —aseguró el Señor Tenebroso—.Y lo mismo haremos con las restantes familias:cortaremos el cáncer que nos infecta hasta quesólo quedemos los de sangre verdadera…

Acto seguido, levantó la varita mágica deLucius Malfoy y, apuntando a la figura que girabalentamente sobre la mesa, le dio una leve sacudida.Entonces la figura cobró vida, emitió un quejido yforcejeó como si intentara librarse de unasinvisibles ataduras.

—¿Reconoces a nuestra invitada, Severus? —preguntó Voldemort.

Snape dirigió la vista hacia la cautiva colgadacabeza abajo. Los demás mortífagos lo imitaron,como si les hubieran dado permiso para expresarcuriosidad. Cuando la mujer quedó de cara a lachimenea, gritó con una voz cascada por el terror:

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—¡Severus! ¡Ayúdame!—¡Ah, sí! —replicó Snape mientras la

prisionera seguía girando despacio.—¿Y tú, Draco, sabes quién es? —inquirió

Voldemort, acariciándole el morro a la serpientecon la mano libre. Draco negó enérgicamente conla cabeza. Ahora que la mujer había despertado, eljoven se sentía incapaz de seguir mirándola—.Claro, tú no asistías a sus clases. Para los que nolo sepáis, os comunico que esta noche nosacompaña Charity Burbage, quien hasta hace pocoenseñaba en el Colegio Hogwarts de Magia yHechicería.

Se oyeron murmullos de comprensión. Unamujer encorvada y corpulenta, de dientespuntiagudos, soltó una risa socarrona y comentó:

—Sí, la profesora Burbage enseñaba a los hijosde los magos y las brujas todo sobre los muggles,y les explicaba que éstos no son tan diferentes denosotros…

Un mortífago escupió en el suelo. CharityBurbage volvió a quedar de cara a Snape.

—Severus, por favor… por favor…—Silencio —ordenó Voldemort, y volvió a

agitar la varita de Malfoy. Charity calló de golpe,como si la hubieran amordazado—. No satisfecha

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con corromper y contaminar las mentes de loshijos de los magos, la semana pasada la profesoraBurbage escribió una apasionada defensa de lossangre sucia en El Profeta. Según ella, los magosdebemos aceptar a esos ladrones de nuestroconocimiento y nuestra magia, y sostiene que laprogresiva desaparición de los sangre limpia esuna circunstancia deseable. Si por ella fuera, nosemparejaríamos todos con muggles o, ¿por quéno?, con hombres lobo.

Esa vez nadie rió: la rabia y el desprecio de lavoz de Voldemort imponían silencio. Por terceravez, Charity Burbage volvió a quedar de cara aSnape, mientras las lágrimas se le escurrían entrelos cabellos. Snape la miró de nuevo, impertérrito,mientras ella giraba.

—¡Avada Kedavra!Un destello de luz verde iluminó hasta el último

rincón de la sala y Charity se derrumbó conresonante estrépito sobre la mesa, que tembló ycrujió. Algunos mortífagos se echaron hacia atrásen los asientos y Draco se cayó de la silla.

—A cenar, Nagini —dijo Voldemort en vozbaja.

La gran serpiente se meció un poco y,abandonando su posición sobre los hombros del

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Señor Tenebroso, se deslizó hasta la pulidasuperficie de madera.

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H

CAPÍTULO 2

In Memoriam

ARRY sangraba. Mientras se apretaba lamano derecha con la izquierda y maldecía por

lo bajo, abrió la puerta de su dormitorioempujándola con el hombro. De inmediato se oyóun crujido de porcelana al romperse, pues le habíadado un puntapié a una taza de té que había en elsuelo, delante mismo de la puerta.

—Pero ¿qué…?

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Echó un vistazo alrededor: el rellano delnúmero 4 de Privet Drive se hallaba desierto.Seguramente, Dudley había dejado allí la taza,convencido de que estaba haciendo una bromaingeniosa. Manteniendo la mano que le sangrabaen alto, Harry recogió los fragmentos de porcelanacon la otra y los arrojó a la papelera, ya rebosante,que había justo al lado de su dormitorio. Luego fueal cuarto de baño a poner el dedo bajo el grifo.

Era estúpido, absurdo y sumamente irritanteque todavía faltaran cuatro días para que se lepermitiera practicar magia. Pero tenía que admitirque no habría sabido qué hacer con aquel corteirregular en el dedo. Todavía no había aprendido acurar heridas y, pensándolo bien —sobre todo a laluz de sus planes inmediatos—, eso era un gravefallo de su educación mágica. Se dijo que debíapedirle a Hermione que le enseñara y acontinuación, con un gran puñado de papelhigiénico, limpió el té derramado antes de volver asu dormitorio y cerrar de un portazo.

Había pasado la mañana vaciando porcompleto su baúl del colegio por primera vezdesde que lo llenara seis años atrás. Al principiode cada curso escolar se limitaba a sacar de él lastres cuartas partes de su contenido y sustituirlas o

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ponerlas al día, pero dejaba una capa de residuosen el fondo: plumas viejas, ojos de escarabajodisecados, calcetines desparejados… Unosminutos antes, al meter la mano en ese mantillo,había experimentado un agudo dolor en el dedoanular de la mano derecha y, al retirarla, vio lasangre.

Esta vez tuvo más cuidado. Volvió aarrodillarse junto al baúl, buscó a tientas en elfondo y, tras sacar una vieja insignia donde se leíaalternativamente «Apoya a CEDRIC DIGGORY» y«POTTER APESTA», un chivatoscopio rajado ygastado y un guardapelo de oro que contenía unanota firmada «R.A.B.», encontró por fin el bordeafilado que le había producido la herida. Loreconoció de inmediato: era un trozo de unoscinco centímetros del espejo encantado que lehabía regalado Sirius, su difunto padrino. Lo pusoaparte y siguió tanteando con precaución en elbaúl en busca de la parte restante, pero del últimoregalo de su padrino no quedaba más que un pocode vidrio pulverizado que, como brillante arenilla,se había adherido a la capa más profunda deresiduos.

Se incorporó y examinó el trozo de bordesirregulares con que se había cortado, pero lo único

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que vio reflejado fue su propio ojo, de un verdevivo. Dejó el fragmento encima de El Profeta deesa mañana (todavía por leer), que estaba sobre lacama, y, para detener el repentino torrente deamargos recuerdos y punzadas de remordimiento ynostalgia originados por el hallazgo del espejoroto, arremetió contra el resto de los cachivachesque quedaban en el baúl.

Tardó otra hora en vaciarlo por completo, tirarlos bártulos inservibles y separar los demás endos montones, según fuera a necesitarlos o no.Acumuló en un rincón la túnica del colegio y la dequidditch, el caldero, las hojas de pergamino, lasplumas y la mayoría de los libros de texto, porqueno tenía intención de llevárselos. Entonces sepreguntó qué harían sus tíos con ellos;seguramente quemarlos a altas horas de la noche,como si fueran la prueba de algún espantosocrimen. En cambio, metió en una mochila vieja laropa de muggle, la capa invisible, el equipo depreparar pociones, algunos libros, el álbum defotografías que le había regalado Hagrid, un atadode cartas y su varita mágica. En un bolsillodelantero de la mochila guardó el mapa delmerodeador y el guardapelo con la nota firmada«R.A.B.». Al guardapelo le había concedido ese

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lugar de honor no porque fuera valioso —no valíanada, al menos a efectos prácticos—, sino por loque le había costado obtenerlo.

Encima del escritorio, junto a Hedwig —sulechuza blanca como la nieve—, aún quedaba unbuen montón de periódicos: uno por cada díapasado en Privet Drive ese verano.

Al cabo de un rato se puso en pie, se estiró yse acercó al escritorio. Hedwig no se moviómientras él se ocupaba de hojear los periódicosantes de tirarlos al montón de basura uno trasotro; la lechuza dormía o fingía hacerlo, ya queestaba enfadada con Harry por el poco tiempo quele permitía salir de la jaula.

A medida que llegaba al final de los periódicos,fue pasándolos más despacio, intentandorecuperar uno que había llegado poco después deque él regresara a Privet Drive a principios delverano; recordaba que la primera plana de eseejemplar incluía un breve comentario sobre ladimisión de Charity Burbage, la profesora deEstudios Muggles de Hogwarts. Por fin loencontró. Buscó la página 10, se dejó caer en lasilla del escritorio y releyó el artículo que buscaba.

REMEMBRANZA DE ALBUS

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DUMBLEDOREElphias Doge

Conocí a Albus Dumbledore cuando teníaonce años; era nuestro primer día enHogwarts. La atracción mutua queexperimentamos se debió sin duda al hechode que ambos nos sentíamos como intrusosallí. Yo había contraído viruela de dragónpoco antes de instalarme en el colegio y,aunque ya no contagiaba, mi cara —picada yde un desagradable tono verdoso— noanimaba a nadie a acercárseme. Albus, porsu parte, había llegado a Hogwarts bajo lacarga de una notoriedad en absolutodeseada. Apenas un año atrás, su padre,Percival, había sido condenado por unabrutal agresión, muy divulgada, contra tresjóvenes muggles.

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Él nunca intentó negar que su progenitor(que moriría en Azkaban) hubiera cometidoese crimen; es más, cuando reuní el valorsuficiente para preguntárselo, me aseguróque sabía que su padre era culpable. Apartede eso, se negó a seguir hablando de tanlamentable asunto, aunque muchosintentaron tirarle de la lengua. Algunosincluso elogiaban el acto de Percival y dabanpor sentado que su hijo también odiaba a losmuggles. Pero estaban muy equivocados,como podría atestiguar cualquiera que loconociera; él nunca manifestó ni la másremota tendencia antimuggle. De hecho, consu decidido apoyo a los derechos de los nomagos, se ganaría muchos enemigos en losaños posteriores.

Sin embargo, en cuestión de meses lafama que iba adquiriendo empezó a eclipsarla de su padre. Hacia finales de su primercurso, ya nadie lo conocía como el hijo de uncriminal antimuggles, sino como —nada másy nada menos— el alumno más brillante quejamás había pasado por el colegio. Quienestuvimos el privilegio de contarnos entre susamigos nos beneficiamos de su ejemplo, así

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como de su ayuda y sus palabras de ánimo,con las que siempre fue generoso. Añosdespués me confió que ya entonces sabíaque lo que más le gustaba era enseñar.

No sólo ganó todos los premiosimportantes del colegio, sino que prontoestableció una correspondencia regular conlos personajes del mundo mágico másdestacados de la época, entre ellos NicolásFlamel, el famoso alquimista; BathildaBagshot, la renombrada historiadora, yAdalbert Waffling, el teórico de la magia.Asimismo, varios trabajos suyos fueronincluidos en publicaciones especializadascomo La transformación moderna, Desafíosen encantamientos y El elaborador depociones práctico. La carrera de Dumbledoreprometía ser meteórica, y lo único quequedaba por saber era cuándo se convertiríaen ministro de Magia. Sin embargo, pese aque en los años siguientes a menudo sepredijo que estaba a punto de asumir elcargo, nunca tuvo ambiciones políticas.

Tres años después de nuestro ingreso enHogwarts llegó al colegio su hermanoAberforth. No se parecían mucho, pues éste

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nunca fue buen estudiante y, a diferencia demi amigo, prefería resolver las disputasmediante duelos en lugar de con discusionesrazonadas. Con todo, no es correcto insinuar,como han hecho algunos, que amboshermanos estuvieran enemistados. Sellevaban tan bien como podían llevarse doschicos tan diferentes. Para ser justos conAberforth, hay que reconocer que vivir a lasombra de Albus no era una experienciaagradable. Sus amigos teníamos quesobrellevar el hecho de quedar siempreeclipsados por él, y para su hermano debíade resultar aún más difícil.

Cuando Dumbledore y yo terminamos losestudios en Hogwarts, planeamos hacerjuntos la entonces tradicional vuelta almundo, visitando y observando a los magosde otros países, antes de emprender nuestrasrespectivas carreras. Pero se produjo unatragedia: la víspera del inicio de nuestro viajemurió la madre de mi amigo, Kendra, y él seconvirtió en el cabeza de familia y su únicosostén. Aplacé mi partida el tiemposuficiente para asistir al funeral y ofrecer mipésame a la familia, pero luego emprendí el

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viaje en solitario. Como Albus tenía unhermano y una hermana menores a su cargoy, además, les habían dejado muy pocodinero, no podía plantearse acompañarme.

Ése fue el periodo de nuestras vidas enque tuvimos menos contacto. A pesar detodo, me carteaba con él y le describía, quizácon escaso tacto, las maravillas de mi viaje,desde cómo me salvé por muy poco de lasquimeras en Grecia hasta los experimentos delos alquimistas egipcios. En sus cartas, élapenas me hablaba de su vida cotidiana, quea mí se me antojaba frustrante y aburridapara un mago tan brillante. Inmerso en mispropias experiencias, cuando mi año sabáticotocaba ya a su fin, me enteré horrorizado deque otra tragedia había golpeado a losDumbledore: la muerte de su hermanaAriana.

Pese a que ésta tenía problemas de saluddesde hacía mucho tiempo, el infortunio,acaecido poco después de la pérdida de lamadre, afectó mucho a los dos hermanos.Todos los que teníamos una relaciónestrecha con Albus (y me cuento entre esosafortunados) coincidimos en que la muerte

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de Ariana y el sentimiento de culpa que loembargó (aunque él no tuvo ningunaresponsabilidad en lo ocurrido, porsupuesto) lo marcaron para siempre.

A mi regreso encontré a un joven quehabía soportado un sufrimientodesproporcionado para su edad; se mostrabamás reservado que antes y mucho menosalegre. Por si fuera poca su desgracia, lamuerte de Ariana no propició el acercamientoentre él y Aberforth, sino que acentuó sudistanciamiento. (Con el tiempo, esasituación se resolvió, pues ambos hermanosrecuperaron, si no una estrecha amistad, almenos una relación cordial.) Sin embargo, apartir de entonces Albus raramente hablabade sus padres ni de Ariana, y sus amigosaprendimos a no mencionarlos.

Otras plumas se ocuparán de describirlos éxitos de los años siguientes. Lasinnumerables contribuciones de Dumbledoreal acervo del conocimiento mágico, entreellas el descubrimiento de los doce usos dela sangre de dragón, beneficiarán ageneraciones venideras, igual que lasabiduría de que hizo gala en las numerosas

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sentencias que dictó mientras fue Jefe deMagos del Wizengamot. Dicen, todavía hoy,que ningún duelo mágico puede compararsecon el que protagonizaron él y Grindelwalden 1945. Aquellos que lo presenciaron handescrito el terror y el sobrecogimiento quesintieron al ver combatir a esos dosextraordinarios magos. La victoria deDumbledore y sus consecuencias para elmundo mágico se consideran un punto deinflexión en la historia de la magia, semejanteal de la introducción del EstatutoInternacional del Secreto o a la caída de El-que-no-debe-ser-nombrado.

Albus Dumbledore nunca fue orgullosoni pedante; sabía encontrar algo meritorio encada persona, por insignificante odesgraciada que pareciera, y creo que sustempranas pérdidas lo dotaron de una granhumanidad y una enorme compasión. Notengo palabras para expresar cuánto echaréde menos su amistad, pero mi dolor no esnada comparado con el del mundo mágico.Nadie puede poner en duda que Dumbledorefue el más ejemplar y el más querido de todoslos directores de Hogwarts. Murió como

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había vivido: siempre trabajando por eltriunfo del bien y, hasta el último momento,tan dispuesto a tenderle una mano a un niñocon viruela de dragón como lo estaba el díaque lo conocí.

Harry terminó de leer, pero siguiócontemplando la fotografía que acompañaba lanota necrológica: Dumbledore exhibía su habitualy bondadosa sonrisa, y como miraba el objetivopor encima de sus gafas de media luna, almuchacho le dio la sensación, incluso en el papelde prensa, de que lo traspasaba con rayos X. Y latristeza se le mezcló con un sentimiento dehumillación.

Siempre había creído que conocía bien aDumbledore, pero tras leer esa nota necrológica sevio obligado a reconocer que apenas sabía nadade él. Jamás había imaginado su infancia ni sujuventud; era como si siempre hubiera sido comoél lo conoció: un venerable anciano de cabelloplateado. La idea de un Dumbledore adolescentese le antojaba rara; era como tratar de pensar enuna Hermione estúpida o en un escreguto de colaexplosiva bonachón.

Nunca se le ocurrió preguntarle acerca de su

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pasado (sin duda habría resultado extraño, inclusoimpertinente, pues al fin y al cabo todos sabíanque había participado en aquel legendario duelocon Grindelwald), ni le había pasado por la cabezapedirle detalles de ése ni de ningún otro de susfamosos logros. No, siempre habían hablado deHarry, del pasado de Harry, del futuro de Harry, delos planes de Harry… y ahora éste tenía laimpresión, pese a lo peligroso e incierto que era sufuturo, de que había desperdiciado oportunidadesirrepetibles al no preguntarle más cosas sobre suvida, aunque la única pregunta personal que lehabía formulado era también la única quesospechaba que el director del colegio no habíacontestado con sinceridad:

«¿Qué es lo que ve cuando se mira en elespejo?»

«¿Yo? Me veo sosteniendo un par de gruesoscalcetines de lana.»

Harry permaneció pensativo unos minutos;luego recortó la nota necrológica de El Profeta, ladobló con cuidado y la guardó dentro del primervolumen de Magia defensiva práctica y cómoutilizarla contra las artes oscuras. Entonces tiróel resto del periódico al montón de basura ycontempló la habitación: estaba mucho más

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ordenada. Lo único que seguía fuera de su sitioera el periódico de ese día, sobre la cama y con elfragmento del espejo roto encima.

Harry cruzó el dormitorio, cogió El Profeta,dejando que el fragmento de espejo resbalara ycayera a la cama, y lo abrió. Cuando la lechuza delcorreo se lo entregó enrollado por la mañana, nohabía hecho más que echarle un vistazo al titular ydejarlo por ahí, tras comprobar que no mencionabaa Voldemort. Estaba seguro de que el ministerio sevalía de El Profeta para ocultar las noticias sobreel Señor Tenebroso. Por eso no vio hasta esemomento lo que había pasado por alto.

En la mitad inferior de la primera plana había untitular más pequeño sobre una fotografía deDumbledore caminando a grandes zancadas, alparecer con prisa:

DUMBLEDORE, ¿LA VERDAD, POR FIN?

La semana que viene se publicará laasombrosa historia del imperfecto genio,considerado por muchos el mago más grandede su generación. Rita Skeeter echa por tierrala popular imagen del sabio sereno de barbaplateada y revela la problemática infancia, la

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descontrolada juventud, las eternasenemistades y los vergonzosos secretos queDumbledore se llevó a la tumba. ¿Por qué unhombre destinado a ser ministro de Magia secontentó con dirigir un colegio? ¿Cuál era elverdadero propósito de la organizaciónsecreta conocida como Orden del Fénix?¿Cómo murió realmente Dumbledore?

Estas y muchas otras preguntas seinvestigan en la explosiva biografía Vida ymentiras de Albus Dumbledore, de RitaSkeeter, entrevistada en exclusiva por BettyBraithwaite (véase página 13).

Harry abrió el periódico con brusquedad ybuscó la página 13. El artículo iba acompañado deuna fotografía de otra cara que también le resultófamiliar: una mujer de gafas con joyas incrustadasen la montura y de rubio cabello rizadoartificialmente; dejando entrever los dientes,esbozaba una sonrisa que sin duda pretendía serencantadora y saludaba agitando los dedos. Harryhizo todo lo posible por ignorar esa desagradableimagen y leyó:

En persona, Rita Skeeter es más dulce y

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afectuosa de lo que sugieren sus famosas ydespiadadas semblanzas. Tras recibirme en elvestíbulo de su acogedora casa, me llevadirectamente a la cocina para ofrecerme unataza de té, un trozo de bizcocho y, huelgadecirlo, una buena hornada de cotilleos.

«Sí, desde luego, Dumbledore es elsueño de todo biógrafo —afirma—. Tuvouna vida larga y plena. Estoy segura de quemi libro será el primero de una larga serie.»

Skeeter no ha perdido el tiempo, puesterminó su libro —de novecientas páginas—tan sólo cuatro semanas después de lamisteriosa muerte de Dumbledore, acaecidaen junio. Le pregunto cómo consiguió esahazaña.

«Bueno, verás, cuando llevas tantosaños como yo ejerciendo el periodismo teacostumbras a trabajar con un plazodeterminado. Era consciente de que elmundo mágico estaba pidiendo a gritos lahistoria completa, y quería ser la primera ensatisfacer esa necesidad.»

Menciono los recientes comentarios,ampliamente divulgados, de Elphias Doge,consejero especial del Wizengamot y gran

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amigo de Albus Dumbledore, según loscuales «el libro de Skeeter contiene menoshechos reales que los cromos de las ranas dechocolate».

Skeeter echa la cabeza atrás y ríe.«¡El bueno de Dodgy! Recuerdo que

hace unos años lo entrevisté acerca de losderechos de la gente del agua. ¡Pobrehombre! Estaba completamente ido; alparecer creía que nos hallábamos sentadosen el fondo del lago Windermere, y noparaba de decirme que estuviera atenta por siveía alguna trucha.»

Sin embargo, otras personas se hanhecho eco de las acusaciones de inexactitudformuladas por Elphias Doge. De modo quele planteo a Skeeter si cree que un tiempo tanbreve —cuatro semanas— le ha bastadopara hacerse una idea completa de la larga yextraordinaria vida de Dumbledore.

«¡Ay, querida! —replica componiendouna sonrisa, y me da unas afectuosaspalmaditas en la mano—. Tú sabes tan biencomo yo la cantidad de información quepuede obtenerse con una bolsa llena degaleones, con la determinación de no aceptar

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un no por respuesta y provista de una buenapluma a vuelapluma. Además, la gente hacíacola para criticar a Dumbledore. Verás, notodo el mundo lo consideraba tanmaravilloso, puesto que molestó a más de unpersonaje importante. Pero el bueno deDodgy Doge ya puede ir apeándose de suhipogrifo, porque yo he tenido acceso a unafuente por la que muchos periodistascambiarían su varita, alguien que hasta ahoranunca había hablado en público y queestuvo cerca de Dumbledore durante la etapamás turbulenta e inquietante de sujuventud.»

En efecto, los avances publicitarios de labiografía redactada por Skeeter sugieren queésta deparará sorpresas a los que creen queDumbledore llevó una vida sin tacha. Lepregunto cuáles son las sorpresas másrelevantes que incluye.

«Vamos, Betty, no creerás que voy adesvelar lo más destacado antes de que lagente haya comprado el libro, ¿verdad? —bromea la periodista—. Pero puedo adelantarque quien siga creyendo que Dumbledoreera tan inmaculado como su barba se va a

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llevar un chasco. Me limitaré a decir quenadie que alguna vez lo oyera despotricarcontra Quien-tú-sabes habrá podidoimaginar que tuvo sus escarceos con lasartes oscuras en su juventud. Y para tratarsede un mago que pasó los últimos años de suvida exigiendo tolerancia, de joven no eramuy tolerante que digamos. Sí, AlbusDumbledore tuvo un pasado sumamenteturbio, por no mencionar al resto de esasospechosa familia a la que tanto trabajo lecostó mantener a raya.»

Le pregunto a Skeeter si se refiere alhermano de Dumbledore, Aberforth, cuyacondena por parte del Wizengamot por usoindebido de la magia provocó un pequeñoescándalo hace quince años.

«Bueno, Aberforth sólo es la punta deliceberg —responde Skeeter riendo—. No,no; me refiero a algo mucho peor que unhermano aficionado a jugar con cabras, opeor incluso que un padre que iba por ahíagrediendo a muggles. Además, Dumbledoreno consiguió que se moderaran, y elWizengamot los inculpó a ambos. Enrealidad, las que me intrigaban eran la madre

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y la hermana, así que me puse a indagar y notardé en descubrir un verdadero nido deinfamias. Pero, como ya he dicho, tendréisque leer del capítulo nueve al doce parasaber todos los detalles. Lo único que puedoadelantar ahora es que no me extraña queDumbledore nunca explicara cómo se rompióla nariz.»

Le comento a Skeeter si, a pesar de esostrapos sucios que la familia intentaba ocultar,niega la genialidad que permitió aDumbledore hacer tantos descubrimientosmágicos.

«Era listo —admite—, aunque ahoramuchos ponen en duda si realmente merecíaque se le reconociera la autoría de todos suspresuntos logros. Como revelo en el capítulodieciséis, Ivor Dillonsby afirma que él yahabía descubierto ocho usos de la sangre dedragón cuando Dumbledore “tomóprestados” sus trabajos.»

No obstante, insisto en que laimportancia de algunos logros deDumbledore no puede negarse. Así pues,¿qué opina de la famosa derrota deGrindelwald?

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«Mira, me alegro de que menciones aGrindelwald —responde Skeeter con unaseductora sonrisa—. Me temo que aquelloscuyos ojos se humedecen con la historia dela espectacular victoria de Dumbledoredeberían prepararse para recibir un bombazo,o quizá una bomba fétida. Fue un asuntomuy sucio, ¿sabes? Lo único que voy a decires que no debéis estar tan seguros de quesea verdad que hubo un espectacular duelodigno de una leyenda. Cuando la gente hayaleído mi libro, quizá se vea obligada aconcluir que Grindelwald se limitó a haceraparecer un pañuelo blanco en el extremo desu varita mágica y entregarse sin oponerresistencia.»

Skeeter se niega a dar más detalles sobreese intrigante tema, así que pasamos a hablarde la relación amistosa que sin duda másfascinará a sus lectores.

«¡Ah, sí, sí —dice Skeeter asintiendoenérgicamente—, le dedico un capítuloentero a la relación de Dumbledore conPotter! Hay quien la ha calificado demorbosa, incluso siniestra. Una vez másinsisto en que los lectores tendrán que

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comprar mi libro para conocer toda lahistoria, pero no cabe duda de que el directorde Hogwarts desarrolló un interés poconatural por Potter desde el principio. Yaveremos si lo hizo realmente por el interés delchico. Desde luego, es un secreto a vocesque éste ha tenido una adolescencia muyturbulenta.»

Le pregunto si todavía sigue en contactocon Harry Potter, a quien entrevistódivinamente el año pasado y sobre quienpublicó un revelador artículo en el que élhablaba en exclusiva de su convicción deque Quien-ustedes-saben había regresado.

«Sí, claro, hemos desarrollado un fuertevínculo. El pobre Potter tiene muy pocosamigos auténticos, y nosotros nosconocimos en uno de los momentos másdifíciles de su vida: el Torneo de los TresMagos. Seguramente soy una de las pocaspersonas con vida que pueden jactarse deconocer al verdadero Harry Potter.»

Esa afirmación nos lleva a hablar de losnumerosos rumores que todavía circulanacerca de las horas finales de Dumbledore.¿Cree Skeeter que Potter estaba presente

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cuando murió el profesor?«Verás, no quiero hablar demasiado (está

todo en el libro), pero hay testigos ocularesdel castillo de Hogwarts que vieron a Potterhuyendo del lugar momentos después deque el director del colegio cayera, saltara ofuera empujado desde la torre. Más tarde,Potter acusó a Severus Snape, a quienguarda un profundo rencor. ¿Ocurrió todocomo parece? Eso tendrá que decidirlo lacomunidad mágica… después de leer milibro.»

Dejamos esa intrigante frase en el aire.No cabe duda de que Skeeter ha escrito unauténtico superventas. Entretanto, laslegiones de admiradores de Dumbledorequizá estén temblando por lo que prontodescubrirán sobre su héroe.

Harry llegó al final del artículo y se quedócontemplando la página como embobado. La rabiay el asco surgían en su interior como vómito;arrugó el periódico y lo lanzó con todas susfuerzas contra la pared, donde se unió al resto dela basura amontonada alrededor de la rebosantepapelera.

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A continuación se paseó abstraído por lahabitación, abriendo cajones vacíos y cogiendolibros para luego dejarlos en los mismosmontones, apenas consciente de lo que hacía.Algunas frases del artículo le resonaban en lacabeza: «[…] dedico un capítulo entero a larelación de Dumbledore con Potter […] hay quienla ha calificado de morbosa, incluso siniestra […]tuvo sus escarceos con las artes oscuras en sujuventud […] he tenido acceso a una fuente por laque muchos periodistas cambiarían su varita […]».

—¡Mentiras! —gritó Harry, y por la ventanavio al vecino de al lado que, mirándolo connerviosismo, se había detenido para volver aponer en marcha el cortacésped.

Se dejó caer con frustración en la cama,haciendo saltar el trozo de espejo; lo cogió y logiró entre los dedos, al tiempo que pensaba enDumbledore y en los embustes con que RitaSkeeter lo estaba difamando.

De pronto percibió un intenso destello azul. Sequedó paralizado, y el dedo que se había cortadose le deslizó otra vez por el borde irregular delespejo. Eran imaginaciones suyas, no había otraexplicación. Miró hacia atrás, pero la pared lucíaaquel asqueroso tono melocotón elegido por tía

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Petunia: allí no había nada de color azul quepudiera haberse reflejado en el espejo. Volvió amirarse en éste y no vio más que su ojo, de unverde vivo, devolviéndole la mirada.

Se lo había imaginado, era evidente; se lo habíaimaginado porque estaba pensando en el difuntodirector del colegio. Si de algo estaba seguro erade que los ojos azules de Albus Dumbledore jamásvolverían a clavarse en los suyos.

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E

CAPÍTULO 3

La despedida de losDursley

L portazo de la puerta de entrada resonó en elpiso de arriba y una voz gritó:—¡Eh, tú!Como hacía dieciséis años que lo llamaban así

cuando querían hablar con él, Harry no tuvoninguna duda de que su tío lo requería; con todo,

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no respondió inmediatamente. Siguiócontemplando el fragmento de espejo en que, poruna milésima de segundo, le había parecido ver unojo de Dumbledore. Sólo cuando su tío bramó«¡MUCHACHO!», se levantó poco a poco y fuehacia la puerta de su dormitorio, deteniéndosepara meter el trozo de espejo roto en la mochila,donde había guardado las otras cosas quedeseaba llevarse.

—Te ha costado, ¿eh? —rugió Vernon Dursleycuando el muchacho apareció en lo alto de laescalera—. Ven aquí, quiero hablar contigo.

Bajó despacio los escalones, con las manos enlos bolsillos de los vaqueros. Cuando llegó alsalón, vio que los tres Dursley se hallaban allí.Iban vestidos como si fueran a marcharse de viaje:tío Vernon llevaba una cazadora beis concremallera; tía Petunia, una pulcra chaqueta decolor salmón, y Dudley, su corpulento, rubio ymusculoso primo, la cazadora de piel.

—¿Qué ocurre? —preguntó Harry.—¡Siéntate! —ordenó tío Vernon, y su sobrino

enarcó las cejas—. Por favor —añadió e hizo unamueca, como si esas dos palabras le lastimaran lagarganta.

Harry se sentó; creía saber lo que iba a pasar.

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Su tío empezó a pasearse por el salón; tía Petuniay Dudley seguían sus movimientos con expresiónde angustia. Por fin Vernon Dursley, cuya enormey morada cara se contraía en un gesto deconcentración, se detuvo delante del muchacho yanunció:

—He cambiado de idea.—Qué sorpresa —replicó Harry.—No permitas que te hable con ese tono… —

chilló tía Petunia, pero su esposo la acalló con unademán.

—Todo esto es un cuento chino —continuóVernon, fulminando al muchacho con sus ojillosporcinos—. He decidido que no me creo ni unasola palabra. Nos quedamos aquí; no vamos aninguna parte.

Harry sintió una mezcla de regodeo yexasperación. Vernon Dursley llevaba cuatrosemanas cambiando de idea cada veinticuatrohoras: cargaba el coche, lo descargaba y volvía acargarlo cada vez que alteraba sus planes. Elmomento más divertido para Harry había sidocuando su tío, que no sabía que Dudley habíapuesto las pesas en su maleta después de la últimavez que su padre descargara el coche, intentólevantarla para meterla en el maletero y se cayó de

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golpe; había soltado una buena retahíla de gritos eimproperios.

—Según tú —prosiguió Vernon, reiniciandosus paseos por el salón—, Petunia, Dudley y yoestamos amenazados por… por…

—Algunos «de los míos», sí —afirmó Harry.—Pues no te creo —le espetó su tío, y volvió a

detenerse delante de él—. Me he pasado la nocheen vela dándole vueltas, y opino que es unaestratagema para quedarte la casa.

—¿La casa, dices? —repitió Harry—. ¿Quécasa?

—¡Esta casa! —chilló Vernon, y la vena de lafrente le latió—. ¡Nuestra casa! En este barrio, elprecio de la vivienda se está disparando. Lo quequieres es quitarnos de en medio para poder hacertus trapicheos y antes de que nos demos cuenta laescritura esté a tu nombre y…

—¿Te has vuelto loco? —replicó Harry—.¿Una estratagema para quedarme esta casa? ¿Deverdad eres tan estúpido como pareces?

—¡Cómo te atreves! —saltó tía Petunia, peroVernon la hizo callar de nuevo con un ademán. Alparecer, el escarnio de su aspecto personal no eranada comparado con el peligro que habíadetectado.

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—Por si no te acuerdas —dijo Harry—, yo yatengo una casa: la que me dejó mi padrino. ¿Paraqué iba a querer ésta? ¿Por los recuerdos felices?

Se produjo un silencio y Harry creyó que habíaimpresionado a su tío con ese razonamiento.

—Dices que ese lord como se llame… —retomó Vernon su argumentación.

—Voldemort —aclaró su sobrino, impaciente—, y ya hemos hablado de esto cientos de veces.Y no lo digo yo: es la verdad; Dumbledore te loexplicó el año pasado, y Kingsley y el señorWeasley…

Vernon Dursley encorvó los hombros, furioso,y Harry dedujo que intentaba ahuyentar losrecuerdos de la inesperada visita, reciénempezadas sus vacaciones de verano, de dosmagos. En efecto, cuando abrieron la puerta yvieron a Kingsley Shacklebolt y Arthur Weasley,los Dursley se habían llevado una desagradablesorpresa. Pero Harry reconocía que, dado que enuna ocasión el señor Weasley había destrozado lamitad del salón de aquella casa, era lógico que sureaparición no causara demasiado placer a tíoVernon.

—… Kingsley y el señor Weasley también te loexplicaron —repitió Harry, implacable—. En

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cuanto cumpla diecisiete años, el encantamientoprotector que me mantiene a salvo se romperá, yeso os expondrá al peligro tanto como a mí. LaOrden está segura de que Voldemort vendrá porvosotros, ya sea para torturaros e intentaraveriguar mi paradero, o porque crea que si ostoma como rehenes yo volveré para rescataros.

Las miradas de tío y sobrino se cruzaron, yHarry tuvo la certeza de que en ese instante ambosse preguntaban lo mismo. Entonces Vernonarrancó de nuevo a pasearse y el muchachocontinuó:

—Tenéis que esconderos, y la Orden quiereayudaros. Os están ofreciendo una protecciónexcelente, la mejor que puede haber.

Su tío no dijo nada y siguió dando vueltas porel salón. Fuera, el sol estaba a punto de ocultarsedetrás de los setos de alheña y el cortacésped delvecino volvió a calarse.

—Pero ¿no existe un Ministerio de Magia? —preguntó de pronto Vernon Dursley.

—Sí, claro que sí —contestó Harry,sorprendido.

—Pues entonces, ¿por qué no nos protege eltal ministerio? Me parece a mí que, como víctimasinocentes que somos, cuyo único delito ha sido

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hospedar a un individuo fichado, deberíamos tenerderecho a recibir protección del Gobierno.

Harry no logró contener la risa. Era típico de sutío depositar sus esperanzas en el Gobierno,incluso en el de ese mundo que tanto despreciabay del que tanto desconfiaba.

—Ya oíste lo que dijeron el señor Weasley yKingsley —repuso—. Creemos que se haninfiltrado en el ministerio.

Vernon fue hasta la chimenea y regresó;respiraba tan hondo que se le movía el espesobigote negro, y todavía tenía la cara morada por elesfuerzo de concentración.

—Está bien —dijo deteniéndose una vez másfrente a su sobrino—. Está bien, pongamos porcaso que aceptamos esa protección, pero sigo sinentender por qué no pueden asignarnos a ese talKingsley.

Harry se esforzó por no poner los ojos enblanco. Esa pregunta se la habían formuladomuchas veces.

—Como ya te he dicho —respondió apretandolos dientes—, Kingsley se encarga de proteger alministro mug… quiero decir, a vuestro primerministro.

—¡Exacto! ¡Porque es el mejor! —bramó tío

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Vernon señalando la pantalla del televisor. LosDursley habían visto a Kingsley en el telediario,caminando discretamente detrás del primerministro muggle mientras éste visitaba un hospital.Esa imagen, y el hecho de que Kingsley tuvierauna habilidad especial para vestirse como unmuggle, por no mencionar el efecto tranquilizadorde su grave y pausada voz, consiguió que losDursley confiaran en él como jamás habíanconfiado en ningún mago, aunque era cierto quenunca lo habían visto con el pendiente puesto.

—Sí, pero resulta que él está ocupado —aclaróHarry—. Y Hestia Jones y Dedalus Diggle estánperfectamente capacitados para realizar estetrabajo.

—Si al menos hubiéramos leído suscurrículos… —rezongó Vernon.

Entonces Harry perdió la paciencia. Se levantóy se aproximó a su tío señalando el televisor.

—Esos accidentes (aviones estrellados,explosiones, descarrilamientos), así comocualquier otra desgracia que haya sucedido desdeque vimos las últimas noticias, no son accidentes.Está desapareciendo y muriendo gente, yVoldemort se encuentra detrás de todo esto. Ya telo he dicho cien veces: Voldemort mata muggles

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por pura diversión. Hasta la niebla está producidapor los dementores, y si no te acuerdas de quiénesson, pregúntaselo a tu hijo.

Dudley levantó automáticamente ambas manosy se tapó la boca. Sus padres y Harry lo miraron; elchico bajó lentamente las manos y preguntó:

—¿Hay… hay más?—¿Más qué? —rió Harry—. ¿Quieres decir

más dementores, aparte de los dos que nosatacaron? Pues claro que hay más, cientos deellos, quizá miles a estas alturas, porque sealimentan del miedo y la desesperanza.

—Está bien, está bien —bramó Vernon Dursley—. Ya has dicho lo que querías decir…

—Eso espero, porque cuando cumpladiecisiete años todos ellos, los mortífagos, losdementores, quizá incluso los inferi, que soncadáveres embrujados por magos tenebrosos,podrán salir en vuestra busca, os encontrarán yatacarán. Y si te acuerdas de la última vez queintentaste huir de un mago, creo que meconcederás que necesitáis ayuda.

Hubo un breve silencio durante el cual ellejano eco de los golpes de Hagrid en una puertade madera resonó como si no hubieran pasado losaños. Tía Petunia miraba a su esposo, y Dudley, a

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Harry. Por fin el señor Dursley dijo:—¿Y qué pasará con mi trabajo? ¿Y el colegio

de Dudley? Supongo que esas cosas no lesimportan a un puñado de magos holgazanes…

—¿Es que no lo entiendes? —le espetó Harry—. ¡Os torturarán y matarán como hicieron conmis padres!

—Papá… —terció Dudley—. Papá, yo me voycon la Orden ésa.

—Por primera vez en tu vida dices algo consentido común, Dudley —afirmó Harry, ahoraseguro de que la batalla estaba ganada. Si Dudleyestaba lo bastante asustado para aceptar la ayudade la Orden, sus padres lo acompañarían, porquenunca se plantearían separarse de su cachorrillo.Miró el reloj de sobremesa que había en la repisade la chimenea—. Llegarán dentro de cincominutos —anunció, y como nadie dijo nada, salióde la habitación.

La perspectiva de separarse —seguramentepara siempre— de sus tíos y su primo le producíauna alegría considerable, pero en la casa reinabauna atmósfera un tanto violenta, ya que… ¿qué sedicen para despedirse las personas que llevandieciséis años detestándose?

Una vez en su dormitorio, Harry repasó el

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contenido de su mochila y luego metió entre losbarrotes de la jaula de Hedwig un par dechucherías lechuciles que cayeron con un ruiditosordo, pero la lechuza las desdeñó olímpicamente.

—No tardaremos en irnos —le dijo—. Yentonces podrás volver a volar.

De repente, sonó el timbre de la puerta. Harryvaciló un momento, pero salió de su habitación ybajó la escalera; era excesivo pretender que Hestiay Dedalus se las arreglaran solos con los Dursley.

—¡Harry Potter! —chilló una emocionada vozen cuanto el muchacho abrió la puerta; unindividuo bajito con sombrero de copa color malvale hizo una profunda reverencia—. ¡Es un granhonor, como siempre!

—Gracias, Dedalus —repuso Harrydirigiéndole una tímida y embarazosa sonrisa a lamorena Hestia—. Os agradezco que hagáis esto.Mirad, aquí están: mis tíos y mi primo…

—¡Buenas tardes, parientes de Harry Potter!—saludó Dedalus alegremente al entrar condecisión en el salón.

A los Dursley no les gustó nada esetratamiento, y Harry temió que volvieran a cambiarde idea. Al ver al mago y la bruja, Dudley seacercó más a su madre.

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—Veo que ya están listos para marchar.¡Excelente! El plan, como les ha explicado Harry, esmuy sencillo —dijo Dedalus mientras examinaba elenorme reloj que se sacó del bolsillo—. Nosiremos antes que Harry. Debido al peligro queconlleva emplear la magia en esta casa (puesto queel muchacho todavía es menor de edad, si lohiciéramos el ministerio tendría una excusa paraapresarlo), cogeremos el coche y nos alejaremosunos quince kilómetros; luego nosdesapareceremos e iremos al lugar seguro quehemos elegido para ustedes. Supongo que sabeconducir, ¿verdad? —le preguntó a tío Vernon.

—¿Si sé condu…? ¡Pues claro que séconducir! —farfulló Vernon.

—Es usted muy inteligente, señor, muyinteligente. Reconozco que yo me haría un líotremendo con todos esos botones y palancas —declaró Dedalus. Era evidente que creía estarhalagando a Vernon Dursley, pero éste ibaperdiendo confianza en el plan a cada palabra quepronunciaba el mago.

—Ni siquiera sabe conducir —masculló, y elbigote se le agitó con indignación, pero por suerteni Dedalus ni Hestia lo oyeron.

—Tú, Harry —continuó el mago—, esperarás

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aquí hasta que llegue tu escolta. Ha habido unpequeño cambio de planes…

—¿Qué quieres decir? —saltó el chico—. Yocreía que iba a venir Ojoloco y me llevaríamediante la Aparición Conjunta.

—No ha podido ser —intervino Hestia,lacónica—. Ya te lo explicará él mismo.

Los Dursley, que escuchaban la conversacióncon cara de no entender nada, dieron un respingocuando una fuerte voz chilló: «¡Daos prisa!» Harryrecorrió la habitación con la mirada hasta quecomprendió que la voz había salido del reloj debolsillo de Dedalus.

—Sí, es cierto; estamos operando con unmargen de tiempo muy ajustado —aclaró el magoasintiendo a su reloj y guardándoselo en el bolsillodel chaleco—. Intentaremos que tu salida de lacasa coincida con la desaparición de tu familia,Harry; de ese modo, el encantamiento se romperáen el preciso instante en que todos vayáis haciaun lugar seguro. —Se dio la vuelta hacia losDursley y añadió—: Bueno, ¿estamos listos parapartir?

Nadie le contestó: tío Vernon seguíacontemplando, horrorizado, el abultado bolsillo delchaleco del mago.

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—Quizá deberíamos esperar en el recibidor,Dedalus —murmuró Hestia, creyendo quedemostrarían muy poco tacto si se quedaban en elsalón mientras Harry y los Dursley intercambiabanafectuosas y quizá emotivas palabras dedespedida.

—No hace falta —murmuró Harry, pero su tíozanjó la situación diciendo en voz alta:

—Bueno, chico, pues adiós.Vernon Dursley levantó el brazo derecho para

estrecharle la mano, pero en el último momentodebió de sentirse incapaz de ello, porque cerró lamano y balanceó el brazo adelante y atrás como sifuera un metrónomo.

—¿Listo, Diddy? —preguntó tía Petuniacomprobando, nerviosa, el cierre de su bolso parano tener que mirar a Harry.

Dudley no contestó, pero se quedó allíplantado con la boca entreabierta, y Harry seacordó de Grawp, el gigante.

—Pues… ¡nos vamos! —anunció tío Vernon, yya había llegado a la puerta del salón cuando suhijo masculló:

—No lo entiendo.—¿Qué es lo que no entiendes, Peoncita? —

preguntó tía Petunia mirándolo con extrañeza.

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Dudley levantó una mano, enorme como unjamón, y señalando a Harry preguntó:

—¿Por qué no viene con nosotros?Sus padres se quedaron paralizados, mirándolo

como si acabara de expresar el deseo de serbailarina.

—¿Qué dices? —tronó Vernon.—¿Por qué él no viene con nosotros?—Pues… porque no quiere —repuso Vernon;

se dio la vuelta, fulminó a Harry con la mirada yañadió—: No quieres venir, ¿verdad que no?

—No, claro que no.—¿Lo ves? —le dijo Vernon a su hijo—. Y

ahora, vámonos.Vernon Dursley salió al recibidor y oyeron

cómo se abría la puerta de entrada, pero Dudley nose movió; tras dar unos pasos vacilantes, tíaPetunia se detuvo también.

—Y ahora ¿qué pasa? —gruñó su marido, yvolvió a plantarse en el umbral.

Al parecer, Dudley lidiaba con conceptosdemasiado difíciles para expresarlos con palabras.Tras unos momentos de dolorosa lucha interna,cuestionó:

—Pero ¿adónde va a ir?Los tíos de Harry se miraron, de pronto

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asustados por la pregunta de Dudley. Hestia Jonesinterrumpió el silencio.

—Pero… ustedes saben adónde irá su sobrino,¿verdad? —preguntó desconcertada.

—Claro que lo sabemos —contestó VernonDursley—. Se va con los de su calaña, ¿no?Métete en el coche, Dudley; ya has oído a esehombre: tenemos prisa.

Y volvió a ir hasta la puerta de entrada, pero suhijo no lo siguió.

—¿Ha dicho que se va con los de su calaña?—Hestia estaba escandalizada.

Harry ya había vivido otras veces esa reacción,pero los magos y las brujas no entendían que losparientes más próximos del famoso Harry Potter seinteresaran tan poco por él.

—No pasa nada —la tranquilizó Harry—. Noimporta, en serio.

—¿Que no importa? —repitió Hestia elevandola voz amenazadoramente—. ¿Es que esta gente nose da cuenta de lo que has llegado a sufrir, ni delpeligro que has corrido, ni de la excepcionalposición que ocupas en el seno del movimientoantiVoldemort?

—Pues… no, la verdad es que no. Ellos creenque lo único que hago es ocupar espacio, pero

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estoy acostumbrado a…—Yo no creo que lo único que hagas sea

ocupar espacio.Si Harry no hubiera visto cómo Dudley movía

los labios, quizá no lo habría creído. Miró a suprimo unos segundos antes de aceptar que era élquien había hablado, porque, para empezar,Dudley se había sonrojado. Harry se quedóabochornado y atónito.

—Bien… eh… gracias, Dudley.Una vez más dio la impresión de que Dudley

lidiaba con pensamientos demasiado complicadospara expresar, hasta que logró balbucear:

—Tú me salvaste la vida.—No exactamente —repuso Harry—. Lo que

te hubiera quitado aquel dementor habría sido elalma…

Miró con curiosidad a su primo. Durante eseverano y el anterior apenas se habían relacionado,porque Harry había pasado poco tiempo en PrivetDrive y casi siempre se encerraba en suhabitación. Sin embargo, entonces comprendióque la taza de té frío con que había tropezado esamañana no era ninguna broma. Aunque estabaemocionado, le alivió que Dudley hubiera agotadosu capacidad de manifestar sus sentimientos. Tras

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despegar los labios un par de veces más, su primo,rojo como un tomate, decidió guardar silencio.

Tía Petunia rompió a llorar. Hestia Jones ledirigió una mirada de comprensión que setransformó en indignación al ver que la mujercorría a abrazar a Dudley en lugar de a Harry.

—¡Qué tierno eres, Dudders! —sollozó Petuniahundiendo la cabeza en el inmenso pecho de suhijo—. ¡Qué chico tan encantador! ¡Mira que darlelas gracias…!

—¡Pero si no le ha dado las gracias! —protestó Hestia, ofendida—. ¡Sólo ha dicho queno creía que Harry únicamente ocupara espacio!

—Ya, pero viniendo de Dudley, eso es comodecir «te quiero» —aclaró Harry, que se debatíaentre el fastidio y las ganas de echarse a reír,mientras su tía seguía abrazando a Dudley como siéste acabara de salvar a su primo de un edificio enllamas.

—¿Nos vamos o no? —rugió tío Vernon, quehabía reaparecido en el umbral del salón—. ¡Creíaque tenían un margen de tiempo muy ajustado!

—Sí, es verdad —confirmó Dedalus Diggle,que había observado la escena con aire dedesconcierto. Tras recobrar la compostura, añadió—: Tenemos que irnos. Harry… —Decidido, fue

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hacia el muchacho y le estrechó la manoenérgicamente—. Buena suerte. Espero quevolvamos a vernos. Todas las esperanzas delmundo mágico están puestas en ti.

—¡Ah, vale! Gracias.—Adiós, Harry —se despidió Hestia, y

también le estrechó la mano—. Pensaremos en ti.—Espero que todo salga bien —repuso el

muchacho mirando de soslayo a tía Petunia yDudley.

—Sí, estoy seguro de que acabaremos siendoíntimos amigos —vaticinó el mago alegremente, yal salir de la habitación agitó su sombrero. Hestialo siguió.

Dudley se soltó con cuidado del abrazo de sumadre, se aproximó a Harry, que tuvo que dominarel impulso de amenazarlo con magia, y le tendióuna manaza rosada.

—Caray, Dudley —exclamó Harry mientras tíaPetunia sollozaba con renovado ímpetu—, ¿estásseguro de que los dementores no te metierondentro otra personalidad?

—No lo sé —farfulló el chico—. Hasta otra,Harry.

—Ya… —Harry le cogió la mano y se laestrechó—. Puede ser. Cuídate, Big D.

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Dudley casi compuso una sonrisa y salió de lahabitación con andares torpes. Harry oyó susfuertes pisadas por el camino de grava y cómo secerraba la puerta del coche.

Tía Petunia, que tenía la cara hundida en unpañuelo, alzó la cabeza al oír el ruido. Al parecerno había previsto quedarse a solas con susobrino, de modo que se guardó precipitadamenteel pañuelo húmedo en el bolsillo y dijo:

—Bueno, adiós. —Y caminó hacia la puerta sinmirarlo.

—Adiós —repuso Harry.Ella se detuvo y se dio la vuelta. Por un

instante Harry creyó que quería decirle algo,porque le lanzó una extraña y trémula mirada ydespegó los labios; pero entonces hizo un gestobrusco con la cabeza y salió presurosa de lahabitación tras los pasos de su esposo y su hijo.

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H

CAPÍTULO 4

Los siete Potters

ARRY subió corriendo a su habitación y seacercó a la ventana justo a tiempo de ver

cómo el coche de los Dursley salía por el caminode la casa y enfilaba la calle. Distinguió elsombrero de copa de Dedalus en el asientotrasero, entre tía Petunia y Dudley. El coche torcióa la derecha al llegar al final de Privet Drive y loscristales de las ventanillas se tiñeron de rojo un

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instante, bañados por la luz del sol poniente;luego se perdió de vista.

Cogió la jaula de Hedwig, la Saeta de Fuego yla mochila, le echó una última ojeada a sudormitorio, mucho más ordenado de lo habitual, ybajó otra vez con andares desgarbados alrecibidor. Dejó la jaula, la escoba y la mochila juntoal pie de la escalera. Oscurecía rápidamente y elrecibidor estaba quedando en penumbra. Leproducía una sensación extrañísima estar allíplantado, en medio de aquel completo silencio,sabiendo que se disponía a abandonar la casa porúltima vez. En otras ocasiones, cuando se quedabasolo porque los Dursley salían a divertirse, lashoras de soledad suponían todo un lujo, pues ibaa la cocina, cogía algo que le apetecía de la neveray subía para jugar con el ordenador de Dudley, oencendía el televisor y zapeaba a su antojo.Recordando esos momentos tuvo una extrañasensación de vacío; era como recordar a unhermano pequeño al que hubiera perdido.

—¿No quieres echarle un último vistazo a lacasa? —le preguntó a Hedwig, que seguíaenfurruñada, con la cabeza bajo el ala—. Novolveremos a pisarla, ¿sabes? ¿No te gustaríarecordar los momentos felices que hemos pasado

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aquí? Mira ese felpudo, por ejemplo. ¡Quérecuerdos! Dudley vomitó encima de él despuésde que lo salvara de los dementores. Y resulta queel pobre estaba agradecido y todo, ¿te imaginas? Yel verano pasado Dumbledore entró por esapuerta…

Harry perdió el hilo de lo que estaba diciendo yla lechuza no lo ayudó a recuperarlo, sino quesiguió inmóvil, sin sacar la cabeza. Harry se pusode espaldas a la puerta de entrada.

—Y aquí, Hedwig —prosiguió, abriendo laalacena que había debajo de la escalera—, esdonde dormía antes. Tú no me conocías cuando…¡Caray, qué pequeña es! Ya no me acordaba.

Paseó la mirada por los zapatos y paraguasamontonados y recordó que lo primero que veíatodas las mañanas al despertar era el interior de laescalera, casi siempre adornado con una o dosarañas. En esa época todavía no conocía suverdadera identidad ni le habían explicado cómohabían muerto sus padres ni por qué muchasveces ocurrían cosas extrañas en su entorno. Perotodavía recordaba los sueños que ya entonces loacosaban; sueños confusos en que aparecíandestellos de luz verde, y en una ocasión (tíoVernon estuvo a punto de chocar con el coche

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cuando se lo explicó) una motocicleta voladora…De pronto se oyó un rugido ensordecedor

fuera de la casa. Harry se incorporó bruscamente yse golpeó la coronilla con el marco de la pequeñapuerta. Se quedó quieto sólo lo necesario paraproferir algunas de las palabrotas más selectas detío Vernon y, frotándose la cabeza, fue tambaleantehasta la cocina. Miró por la ventana que daba aljardín trasero.

Observó unas ondulaciones que recorrían laoscuridad, como si el aire temblara. Entoncesempezaron a aparecer figuras, una a una, a medidaque se desactivaban sus encantamientosdesilusionadores. Hagrid, con casco y gafas demotorista, destacaba en medio de la escena,sentado a horcajadas en una enorme motocicletacon sidecar negro. Alrededor de él, otrosdesmontaban de sus escobas, y dos de ellos desendos caballos alados, negros y esqueléticos.

Harry abrió de un tirón la puerta trasera ycorrió hacia los recién llegados. En medio de ungriterío de calurosos saludos, Hermione lo abrazóy Ron le dio palmadas en la espalda.

—¿Todo bien, Harry? —preguntó Hagrid—.¿Listo para pirarte?

—Ya lo creo —respondió sonriéndoles a todos

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—. Pero… ¡no esperaba que vinierais tantos!—Ha habido un cambio de planes —gruñó

Ojoloco, que llevaba dos grandes sacos repletos ycuyo ojo mágico enfocaba alternativamente eloscuro cielo, la casa y el jardín con una rapidezasombrosa—. Pongámonos a cubierto y luego telo explicaremos todo.

Harry los guió hasta la cocina. Riendo ycharlando, algunos se sentaron en las sillas ysobre las relucientes encimeras de tía Petunia, yotros se apoyaron contra los impecableselectrodomésticos. Estaban: Ron, alto ydesgarbado; Hermione, que se había recogido laespesa melena en una larga trenza; Fred y Georgeesbozando idénticas sonrisas; Bill, con tremendascicatrices y el pelo largo; el señor Weasley, conexpresión bondadosa, algo más calvo y con lasgafas un poco torcidas; Ojoloco, maltrecho, cojo,y cuyo brillante ojo mágico azul se movía a todavelocidad; Tonks, con el pelo corto y teñido derosa, su color preferido; Lupin, con más canas ymás arrugas; Fleur, esbelta y hermosa, luciendo sularga y rubia cabellera; Kingsley, negro, calvo yancho de hombros; Hagrid, con el pelo y la barbaenmarañados, encorvado para no darse contra eltecho, y Mundungus Fletcher, alicaído, desaliñado

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y bajito, de mustios ojos de basset y peloapelmazado. Harry tuvo la impresión de que sucorazón se agrandaba y resplandecía ante aquelpanorama; los quería muchísimo a todos, incluso aMundungus, a quien había intentado estrangularla última vez que se vieron.

—Creía que estabas protegiendo al primerministro muggle, Kingsley —comentó.

—Puede pasar sin mí por una noche. Tú eresmás importante.

—¿Has visto esto, Harry? —dijo Tonks,encaramada en la lavadora, y agitó la manoizquierda mostrándole el anillo que lucía en undedo.

—¿Os habéis casado? —preguntó Harrymirándola, y luego a Lupin.

—Lamento que no pudieras asistir a la boda,Harry. Fue una ceremonia muy discreta.

—¡Qué alegría! ¡Felici…!—Bueno, bueno, más adelante ya habrá tiempo

para cotilleos —intervino Moody en medio delbarullo, y todos se callaron. Dejó los sacos en elsuelo y se volvió hacia Harry—. Como supongoque te habrá contado Dedalus, hemos tenido quedesechar el plan A, puesto que Pius Thicknesse seha pasado al otro bando. Por consiguiente, nos

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hallamos ante un grave problema. Ha amenazadocon encarcelar a cualquiera que conecte esta casaa la Red Flu, ubique un traslador o entre o salgamediante Aparición. Y todo eso lo ha hecho, enteoría, para protegerte e impedir que Quien-tú-sabes venga a buscarte, aunque no tiene sentido,porque el encantamiento de tu madre ya seencarga de esas funciones. Lo que ha hecho enrealidad es impedir que salgas de aquí de formasegura.

»Segundo problema: eres menor de edad, y esosignifica que todavía tienes activado el Detector.

—¿El Detector? No…—¡El Detector, el Detector! —repitió Ojoloco,

impaciente—. El encantamiento que percibe lasactividades mágicas realizadas en torno a losmenores de diecisiete años, y que el ministerioemplea para descubrir las infracciones del Decretopara la moderada limitación de la brujería enmenores de edad. Si alguno de nosotros hiciera unhechizo para sacarte de aquí, Thicknesse lo sabría,y también los mortífagos.

»Pero no podemos esperar a que se desactiveel Detector, porque en cuanto cumplas los añosperderás toda la protección que te proporcionó tumadre. Resumiendo: Pius Thicknesse cree que te

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tiene totalmente acorralado.Harry, a su pesar, estaba de acuerdo con lo que

creía ese tal Thicknesse.—¿Y qué vamos a hacer?—Utilizaremos los únicos medios de transporte

que nos quedan, los únicos que el Detector nopuede descubrir, porque no necesitamos hacerningún hechizo para utilizarlos: escobas, thestralsy la motocicleta de Hagrid.

Harry entrevió algunos fallos en ese plan; sinembargo, no dijo nada y dejó que Ojoloco siguieracon su explicación.

—Veamos. El encantamiento de tu madre sólopuede romperse si se dan dos circunstancias: quealcances la mayoría de edad, o… —Moody abarcócon un gesto del brazo toda la inmaculada cocina— que ya no llames hogar a esta casa. Tus tíos ytú vais a tomar distintos caminos esta noche,conscientes de que nunca volveréis a vivir juntos,¿correcto? —Harry asintió—. De modo que estavez, cuando te marches, ya no podrás regresar, y elencantamiento se romperá apenas salgas de suradio de alcance. Así pues, hemos decididoromperlo antes de hora, porque la otra opción esesperar a que Quien-tú-sabes venga aquí y tecapture el día de tu cumpleaños.

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»Lo único que tenemos a nuestro favor es queQuien-tú-sabes ignora que vamos a trasladarteesta noche, porque hemos dado una pista falsa alministerio: creen que no te marcharás hasta el díatreinta. Sin embargo, estamos hablando de Quien-tú-sabes, así que no podemos fiarnos simplementede que él tenga la fecha equivocada; seguro quehay un par de mortífagos patrullando el cielo poresta zona, por si acaso. Por eso les hemos dado lamayor protección a una docena de casasdiferentes. Todas parecen un buen sitio dondeesconderte y todas tienen alguna relación con laOrden: mi propia casa, la de Kingsley, la de tíaMuriel… Me sigues, ¿verdad?

—Sí… sí —contestó Harry, no del todosincero, porque todavía veía un gran fallo en elplan.

—Muy bien. Pues irás a la casa de los padresde Tonks. Cuando te encuentres dentro de loslímites de los sortilegios protectores que hemospuesto en esa casa, podrás utilizar un trasladorpara llegar a La Madriguera. ¿Alguna pregunta?

—Pues… sí. Quizá al principio ellos no sepan acuál de las doce casas seguras voy a ir, pero ¿noresultará evidente cuando… —hizo un rápidorecuento— vean a catorce personas volando hacia

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la casa de los padres de Tonks?—¡Vaya —masculló Moody—, se me ha

olvidado mencionar la clave fundamental! Es queno verán a catorce personas volando hacia la casade los padres de Tonks, porque habrá siete HarryPotters surcando el cielo esta noche, cada uno conun acompañante, y cada pareja se dirigirá a unacasa segura diferente.

Moody sacó de su capa un frasco quecontenía un líquido parecido al barro. Y no hizofalta que dijera nada más: Harry comprendió deinmediato el resto del plan.

—¡No! —gritó, y su voz resonó en la cocina—.¡Ni hablar!

—Ya les advertí que te lo tomarías así —intervino Hermione con un deje deautocomplacencia.

—¡Si creéis que voy a permitir que seispersonas se jueguen la vida…!

—Como si fuera la primera vez que lo hacemos—terció Ron.

—¡Esto es diferente! ¡Haceros pasar por mí,vaya idea!

—Mira, a nadie le hace mucha gracia, Harry —dijo Fred con seriedad—. Imagínate que algo salemal y nos quedamos convertidos en unos

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imbéciles canijos y con gafitas para toda la vida.Harry no sonrió y razonó:—No podréis hacerlo si yo no coopero.

Necesitáis pelo de mi cabeza.—¡Vaya! Eso echa por tierra nuestro plan —

intervino George—. Es evidente que no hayninguna posibilidad de que entre todos tearranquemos unos cuantos pelos.

—Sí, claro, trece contra uno que ni siquierapuede emplear la magia. Lo tenemos muy mal, ¿eh?—añadió Fred.

—Muy gracioso —le espetó Harry—. Meparto de risa.

—Si hemos de hacerlo por la fuerza, lo haremos—gruñó Moody, y su ojo mágico tembló un pocomientras miraba fijamente a Harry—. Todos losque estamos aquí somos mayores de edad, Potter,y estamos dispuestos a correr el riesgo.

Mundungus se encogió de hombros e hizo unamueca; el ojo mágico se desvió hacia un lado paraobservarlo.

—Será mejor que no sigamos discutiendo. Eltiempo pasa. Arráncate ahora mismo unos pelos,muchacho.

—Esto es una locura. No hay ningunanecesidad de…

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—¿Que no hay ninguna necesidad? —gruñóMoody—. ¿Con Quien-tú-sabes campando a susanchas y con medio ministerio en su bando? Consuerte, Potter, se habrá tragado el cuento y seestará preparando para tenderte una emboscada eldía treinta, pero sería estúpido si no ha enviado unpar de mortífagos a vigilarte: eso es lo que haríayo. Quizá no consigan cogerte ni entrar aquímientras funcione el encantamiento de tu madre,pero está a punto de romperse, y ellos conocenmás o menos la ubicación de la casa. Lo único quepodemos hacer es usar señuelos. Ni siquieraQuien-tú-sabes puede dividirse en siete.

Harry echó un rápido vistazo a Hermione ydesvió la mirada.

—Así que… los pelos, Potter, por favor.Entonces el muchacho miró a Ron, que le

sonrió como diciéndole: «Va, dáselos, hombre.»—¡Ahora mismo! —ordenó Moody.Con todas las miradas fijas en él, Harry se llevó

una mano a la cabeza y se arrancó varios pelos.—Muy bien —dijo Moody y, cojeando, se

acercó y quitó el tapón del frasco—. Mételos aquí.Harry lo hizo. En cuanto entraron en contacto

con aquella poción semejante al barro, éstaprodujo espuma y humo, y de repente se tornó de

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un color dorado, limpio y brillante.—¡Oh! Estás mucho más apetitoso que Crabbe

y Goyle, Harry —observó Hermione y Ron arqueólas cejas; entonces ella se sonrojó ligeramente yañadió—: Bueno, ya sabes a qué me refiero; lapoción de Goyle parecía de mocos.

—Muy bien. Que los falsos Potters se ponganen fila aquí —indicó Moody.

Ron, Hermione, Fred, George y Fleur formaronuna fila enfrente del reluciente fregadero de tíaPetunia.

—Falta uno —observó Lupin.—Está aquí —indicó Hagrid con aspereza.

Levantó a Mundungus por la nuca y lo puso allado de Fleur, que arrugó la nariz sin disimulo y secolocó entre Fred y George.

—Ya os lo dije, prefiero ir de escolta —protestó Mundungus.

—Cállate —ordenó Moody—. Como ya te heexplicado, gusano asqueroso, si nos encontramosa algún mortífago, éste intentará capturar a Potter,pero no matarlo. Dumbledore siempre dijo queQuien-tú-sabes quería acabar con Potterpersonalmente. Así pues, los que corren mayorriesgo son los escoltas, porque a ellos losmortífagos sí intentarán matarlos.

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Esta explicación no tranquilizó demasiado aMundungus, pero Moody ya había sacado mediadocena de copitas —del tamaño de una huevera—de debajo de su capa y, tras verter en ellas unpoco de poción multijugos, se las fue dando acada uno.

—Vamos, todos a un tiempo…Ron, Hermione, Fred, George, Fleur y

Mundungus bebieron. En cuanto tragaron lapoción se pusieron a hacer muecas y darboqueadas, y a continuación las facciones se lesdeformaron y les borbotearon como si fueran decera caliente: Hermione y Mundungus seestiraron; Ron, Fred y George, en cambio,menguaron y el cabello se les oscureció, mientrasque a Hermione y Fleur se les echó hacia atrásadherido al cráneo.

Moody, que no parecía en absolutopreocupado, se puso a desatar los nudos de losvoluminosos sacos que había llevado consigo.Cuando volvió a enderezarse, había seis HarryPotters boqueando y jadeando ante él.

Fred y George se miraron y exclamaron alunísono:

—¡Vaya! ¡Somos idénticos!—Sí, pero no sé, creo que aun así yo soy más

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guapo —alardeó Fred examinando su reflejo en latetera.

—¡Bah! —dijo Fleur mirándose en la puerta delmicroondas—. No me migues, Bill. Estoyhogogosa.

—Aquí tengo ropa de talla más pequeña paraaquellos a los que se os haya quedado un pocoamplia —dijo Moody señalando el primer saco—,y viceversa. No os olvidéis de las gafas: hay seispares en el bolsillo lateral. Y cuando os hayáisvestido, en el otro saco encontraréis el equipaje.

El Harry auténtico pensó que aquello era lomás raro que había visto jamás, y eso que habíavisto cosas rarísimas. Se quedó mirando cómo susseis clones rebuscaban en los sacos, sacabanprendas, se ponían las gafas y guardaban suspropias cosas. Cuando todos empezaron adesnudarse sin ningún recato, le habría gustadopedirles que tuvieran un poco más de respeto porsu intimidad, pues parecían más cómodosexhibiendo el cuerpo de Harry de lo que se habríansentido mostrando el suyo propio.

—Ya sabía yo que Ginny mentía sobre lo deese tatuaje —comentó Ron mirándose el torsodesnudo.

—Oye, Harry, tienes la vista fatal, ¿eh? —dijo

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Hermione al ponerse las gafas.Una vez vestidos, cada uno de los falsos

Harrys cogió del segundo saco una mochila y unajaula que contenía una lechuza blanca disecada.

—Estupendo —murmuró Moody cuando porfin siete Harrys vestidos, con gafas y cargadoscon el equipaje se colocaron ante él—. Las parejasserán las siguientes: Mundungus viajará conmigo,en escoba…

—¿Por qué tengo que ir yo contigo? —gruñóel Harry que estaba más cerca de la puerta trasera.

—Porque eres el único del que no me fío —leespetó Moody, y con su ojo mágico,efectivamente, no dejó de observarlo mientrascontinuaba—: Arthur y Fred…

—Yo soy George —aclaró el gemelo al queMoody estaba señalando—. ¿Tampoco nosdistingues cuando nos hacemos pasar por Harry?

—Perdona, George…—¡Ja! Sólo te estaba tomando el pelo. Soy

Fred.—¡Basta de bromas! —gruñó Moody—. El

otro (George, Fred o quienquiera que sea) va conRemus. Señorita Delacour…

—Yo llevaré a Fleur en un thestral —seadelantó Bill—. No le gustan las escobas.

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Fleur se puso al lado de su prometido y ledirigió una mirada sumisa y sensiblera. Harrysuplicó que aquella expresión jamás volviera aaparecer en su cara.

—La señorita Granger irá con Kingsley,también en thestral…

Hermione sonrió aliviada a Kingsley. Harrysabía que ella tampoco se sentía muy seguraencima de una escoba.

—¡Sólo quedamos tú y yo, Ron! —exclamóTonks, derribando un soporte de tazas al hacerleseñas con la mano.

Ron no parecía tan satisfecho como Hermione.—Y tú vienes conmigo, Harry. ¿Te parece bien?

—dijo Hagrid con cierta aprensión—. Iremos en lamotocicleta, porque ni las escobas ni los thestralssoportan mi peso. Pero no queda mucho espacioen el asiento, así que tendrás que viajar en elsidecar.

—Genial —dijo Harry con escasa sinceridad.—Creemos que los mortífagos supondrán que

vas en escoba —explicó Moody como si lehubiera leído el pensamiento—. Snape ha tenidomucho tiempo para contarles hasta el mínimodetalle sobre ti, así que si tropezamos con algunode ellos, lo lógico es que persiga al Potter que dé

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la sensación de ir más cómodo encima de laescoba. Muy bien —murmuró mientras cerraba elsaco con la ropa que se habían quitado los falsosPotters y los precedía hacia la puerta—. Faltanunos tres minutos para partir. No tiene sentido quecerremos la puerta, porque eso no impedirá entrara los mortífagos cuando vengan a buscarte.¡Vamos!

Harry pasó por el recibidor para recoger lamochila, la Saeta de Fuego y la jaula de Hedwigantes de reunirse con los demás en el oscurojardín trasero. Vio varias escobas saltando a lasmanos de sus conductores; Kingsley ya habíaayudado a Hermione a montar en la grupa de unenorme thestral negro, y Bill había hecho lo propiocon Fleur para instalarla en el suyo. Hagrid estabaplantado junto a la motocicleta, con las gafas demotorista puestas.

—¿Es ésta? Pero… pero ¿no es la motocicletade Sirius?

—Así es —confirmó Hagrid con satisfacción—. Y la última vez que montaste en ella cabías enla palma de mi mano, Harry.

El chico se sintió un poco ridículo cuando semetió en el sidecar, pues se hallaba varios palmosmás abajo que todos los demás. Ron compuso una

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sonrisita al verlo allí sentado, como un crío en unauto de choque. Harry dejó la mochila y la escobaen el suelo, entre los pies, y se puso la jaula deHedwig entre las rodillas. Estaba sumamenteincómodo.

—Arthur le ha hecho unos pequeños ajustes—comentó Hagrid sin reparar en la incomodidadde su pasajero. Enseguida se montó en lamotocicleta, que crujió un poco y se hundió unoscentímetros en el suelo—. Ahora lleva algunostrucos en el manillar. Ese de ahí fue idea mía. —Con un grueso dedo, señaló un botón morado allado del velocímetro.

—Ten cuidado, Hagrid, te lo suplico —leadvirtió el señor Weasley, que estaba de pie a sulado sujetando la escoba que iba a utilizar—.Todavía no estoy seguro de que eso fueraaconsejable, y, desde luego, sólo hay que usarloen caso de emergencia.

—¡Atención! —dijo Moody—. Todo el mundopreparado, por favor. Quiero que salgamos todosal mismo tiempo, o la maniobra de distracción noservirá para nada.

Las cuatro parejas que iban a viajar en escobamontaron en ellas.

—Sujétate fuerte, Ron —aconsejó Tonks, y

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Harry se fijó en que su amigo le lanzaba unamirada furtiva y culpable a Lupin antes deagarrarse con ambas manos a la cintura de la bruja.

Hagrid puso en marcha la motocicleta, querugió como un dragón, y el sidecar vibró.

—¡Buena suerte a todos! —gritó Moody—.Nos veremos dentro de una hora en LaMadriguera. ¡Contaré hasta tres! ¡Uno… dos…TRES!

La motocicleta arrancó con un rugidoatronador y el sidecar dio una fuerte sacudida. Alelevarse a gran velocidad, a Harry le lloraron unpoco los ojos y el viento le echó atrás el cabellodespejándole la cara. Alrededor de él, las escobasascendieron también, y un thestral lo rozólevemente con la larga cola negra al pasar por sulado. Le dolían las piernas y las notabaentumecidas, apretujadas al haber colocado entreellas la jaula de Hedwig, la Saeta de Fuego y lamochila. Iba tan incómodo que casi se le olvidóechar un último vistazo al número 4 de PrivetDrive, pero cuando se asomó por el borde delsidecar ya no logró distinguir la casa. Siguieronganando más y más altura…

Y de pronto se vieron rodeados. Al menostreinta figuras encapuchadas, aparecidas de la

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nada, se mantenían suspendidas en el aireformando un amplio círculo en medio del cual losmiembros de la Orden se habían metido sin darsecuenta…

Chillidos, una llamarada de luz verde a cadalado… Hagrid soltó un grito y la motocicleta sepuso boca abajo. Harry perdió el sentido delespacio: veía las farolas de la calle por encima de lacabeza, oía gritos alrededor y se agarrabadesesperadamente al sidecar. Sus cosas leresbalaron entre las rodillas…

—¡No! ¡HEDWIG!La escoba cayó girando sobre sí misma, pero

Harry consiguió atrapar el asa de la mochila ysujetar la jaula, al mismo tiempo que la motocicletavolvía a girar y se colocaba en la posicióncorrecta. Hubo un segundo de alivio… y luegootro destello de luz verde. La lechuza chilló y sedesplomó en la jaula.

—¡No! ¡NOOO!Hagrid aceleró y Harry vio cómo los

encapuchados mortífagos se dispersaban ante lamotocicleta, que arremetía a toda velocidad contrael círculo que habían formado.

—¡Hedwig! ¡Hedwig!La lechuza, inmóvil y patética como un juguete,

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yacía al fondo de la jaula. Pero Harry no podíaocuparse de su mascota; en ese momento, sumayor preocupación era la suerte de los demás.Miró hacia atrás y vio un enjambre de personas enmovimiento, destellos de luz verde y dos parejasmontadas en sendas escobas que se alejaban atoda velocidad, pero no las reconoció.

—¡Tenemos que dar media vuelta, Hagrid!¡Tenemos que volver! —gritó por encima delestruendo del motor. Sacó su varita mágica y dejóla jaula en el suelo, resistiéndose a creer que lalechuza hubiese muerto—. ¡DA MEDIA VUELTA,HAGRID!

—¡Mi misión es llevarte allí sano y salvo,Harry! —bramó Hagrid, y aceleró aún más.

—¡Detente! ¡DETENTE! —chilló Harry. Perocuando volvió a mirar atrás, dos chorros de luzverde pasaron rozándole la oreja izquierda: cuatromortífagos se habían separado del círculo y losperseguían apuntando con sus varitas a la anchaespalda de Hagrid.

El guardabosques hizo un viraje brusco, perolos mortífagos se acercaban peligrosamente; nocesaban de lanzarles maldiciones y Harry tuvo queagacharse para evitarlas. Retorciéndose en elasiento, gritó «¡Desmaius!» y su varita despidió

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un rayo de luz roja que abrió una brecha entre suscuatro perseguidores, que se separaron para eludirel encantamiento.

—¡Sujétate, Harry! ¡Se van a enterar! —rugióHagrid, y el muchacho alcanzó a ver cómo elguardabosques apretaba con un grueso dedo elbotón verde situado junto al indicador de lagasolina.

Por el tubo de escape salió una pared, unasólida pared de ladrillo. Harry estiró el cuello y viocómo la pared se extendía por el cielo. Tresmortífagos viraron a tiempo y la esquivaron, peroel cuarto no tuvo tanta suerte: se perdió de vista yde súbito cayó como una piedra por detrás de lapared, con la escoba hecha añicos. Uno de suscompinches intentó socorrerlo, pero tanto elloscomo el muro volador desaparecieron en laoscuridad. Hagrid se inclinó sobre el manillar yvolvió a acelerar.

Los otros dos mortífagos seguían lanzandomaldiciones asesinas que pasaban rozándole lacabeza a Harry. Éste respondió con más hechizosaturdidores: el rojo y el verde chocaban en el aireproduciendo una lluvia de chispas multicoloresque le recordaron los fuegos artificiales. ¡Y pensarque los muggles que vivían allá abajo no tenían ni

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idea de lo que estaba pasando!—¡Vamos allá, Harry! ¡Agárrate bien! —gritó

Hagrid, y pulsó otro botón.Esta vez una gran red salió por el tubo de

escape, pero los mortífagos estaban alertas y laesquivaron. Y el que había reducido la marcha parasocorrer a su camarada, surgiendo de pronto de laoscuridad, los había alcanzado ya. De modo quelos tres siguieron persiguiendo la motocicleta ylanzando a sus ocupantes una maldición tras otra.

—¡Esto los detendrá, Harry! ¡Sujétate fuerte!—bramó Hagrid, y el chico vio cómo apretaba contoda la mano el botón morado.

Con un inconfundible fragor, un chorro defuego de dragón —blanco y azul— brotó del tubode escape. El vehículo salió despedido haciadelante como una bala y produjo un ruido de metaldesgarrándose. Harry vio cómo los mortífagos sealejaban virando para esquivar la letal estela dellamas, y al mismo tiempo notó que el sidecaroscilaba amenazadoramente: la pieza que losujetaba a la motocicleta se había rajado debido ala fuerza de la aceleración.

—¡No pasa nada, Harry! —gritó elguardabosques, bruscamente inclinado hacia atráspor el repentino incremento de la velocidad. Pero

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ya no dirigía la motocicleta y el sidecar dabafuertes bandazos a su cola—. ¡Yo lo arreglaré, note preocupes! —chilló, y del bolsillo de lachaqueta sacó su paraguas rosa con estampadode flores.

—¡Hagrid! ¡No! ¡Déjame a mí!—¡REPARO!Se oyó un estallido ensordecedor y el sidecar

se soltó por completo. Harry salió despedido haciadelante, propulsado por el impulso de lamotocicleta, y el sidecar fue perdiendo altura…

Desesperado, Harry intentó arreglarlo con suvarita y gritó:

—¡Wingardium leviosa!El sidecar se elevó como si fuera de corcho;

Harry no podía dirigirlo, pero al menos no caía. Sinembargo, el chico sólo tuvo ese momento derespiro, porque los mortífagos se les echaronencima de nuevo.

—¡Ya voy, Harry! —gritó Hagrid desde laoscuridad, pero el muchacho vio que el sidecarcomenzaba a perder altura otra vez.

Se agachó cuanto pudo, apuntó a sus tresperseguidores con la varita y gritó:

—¡Impedimenta!El embrujo le dio en el pecho al mortífago del

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medio. El individuo se quedó suspendido en el airecon los brazos y las piernas extendidos, en unapostura ridícula, como si se hubiera empotradocontra una barrera invisible, y uno de suscompinches estuvo a punto de chocar con él…

Entonces el sidecar se precipitó en picado.Uno de los mortífagos que seguía persiguiéndoloslanzó una maldición que pasó rozando a Harry. Elmuchacho se agachó bruscamente en el hueco delsidecar y, al hacerlo, se golpeó los dientes contrael canto del asiento.

—¡Ya voy, Harry! ¡Ya voy!Una mano enorme lo agarró por la espalda de la

túnica y lo levantó, sacándolo del sidecar, quecontinuaba cayendo a plomo. Consiguió coger lamochila y se las ingenió para trepar al asiento de lamotocicleta, hasta que se encontró instaladodetrás de Hagrid, espalda contra espalda. Mientrasascendían a toda velocidad, alejándose de los dosmortífagos restantes, Harry escupió sangre,apuntó con su varita al sidecar y gritó:

—¡Confringo!El sidecar explotó y Harry sintió una tremenda

punzada de dolor por Hedwig, como si learrancaran las entrañas. El mortífago más cercanocayó de su escoba y se perdió de vista; su

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compinche cayó también y se desvaneció.—¡Lo siento, Harry, lo siento! —gimió Hagrid

—. No debí intentar repararlo yo mismo… Ahí notienes sitio…

—¡No pasa nada! ¡Sigue volando! —le gritóHarry al ver que otros dos mortífagos surgían de laoscuridad y se les aproximaban.

Hagrid viraba hacia uno y otro lado,zigzagueando, mientras las maldiciones volvían adestellar en el espacio que los separaba de susperseguidores. Harry comprendió que Hagrid nose atrevía a apretar el botón del fuego de dragónpor temor a que él resbalara del asiento, de modoque no cesó de lanzar un hechizo aturdidor trasotro contra los mortífagos, pero a duras penaslograba repelerlos. Entonces les arrojó otroembrujo bloqueador. El mortífago más cercano virópara zafarse y le resbaló la capucha. Al iluminarlola luz roja del siguiente hechizo aturdidor, Harrydistinguió la cara extrañamente inexpresiva deStanley Shunpike, Stan.

—¡Expelliarmus! —bramó Harry.—¡Es él! ¡Es él! ¡Es el auténtico!El grito del mortífago encapuchado llegó a

oídos del muchacho pese al rugido de lamotocicleta. Al cabo de un instante, ambos

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perseguidores se habían quedado atrás y perdidode vista.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Hagrid—.¿Dónde se han metido?

—¡No lo sé!Pero Harry estaba asustado: el mortífago

encapuchado había gritado «es el auténtico»;¿cómo lo había descubierto? Miró alrededorescudriñando el oscuro cielo, aparentementevacío, y tuvo miedo. ¿Dónde se habían metido losmortífagos?

Se dio la vuelta en el asiento, se colocómirando al frente y se sujetó a la espalda deHagrid.

—¡Suelta el fuego de dragón otra vez, Hagrid!¡Larguémonos de aquí!

—¡Agárrate fuerte, chico!Volvió a oírse un rugido ensordecedor y Harry

resbaló hacia atrás en el poco trozo de asiento quele quedaba. Hagrid también salió despedido haciaatrás y aplastó a su pasajero, aunque se sujetó porlos pelos al manillar.

—¡Me parece que los hemos despistado,Harry! ¡Lo hemos conseguido! —gritó elguardabosques.

Pero Harry no estaba tan convencido. Presa

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del miedo, siguió mirando a derecha e izquierda enbusca de perseguidores, pues sabía que volverían.¿Por qué se habían retirado? Uno de ellos todavíaconservaba su varita. «Es él, es el auténtico»,habían gritado después de que intentara desarmara Stan.

—¡Ya estamos llegando, Harry! ¡Casi lo hemoslogrado! —exclamó Hagrid.

El muchacho notó que la motocicletadescendía un poco, aunque las luces que sedistinguían abajo todavía eran como estrellasremotas.

De repente, la cicatriz de la frente comenzó aarderle como si fuera fuego. En ese momentoaparecieron dos mortífagos, uno a cada lado de lamotocicleta, y dos maldiciones asesinas lanzadasdesde atrás pasaron rozándolo.

Y entonces lo vio: Voldemort volaba como elhumo en el viento, sin escoba ni thestral que losostuviera; su rostro de serpiente destacaba en laoscuridad y sus blancos dedos volvían a levantarla varita…

Hagrid soltó un chillido de pánico y lanzó lamotocicleta en un descenso en picado.Agarrándose con todas sus fuerzas, Harry arrojóhechizos aturdidores a diestro y siniestro. Vio

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pasar a alguien volando por su lado y comprendióque había alcanzado a uno, pero entonces oyó unfuerte golpe y observó que salían chispas delmotor. La motocicleta comenzó a caer trenzandouna espiral, fuera de control…

Los mortífagos continuaban lanzándoleschorros de luz verde. Harry no tenía ni idea dedónde era arriba y dónde abajo; seguía ardiéndolela cicatriz y suponía que moriría en cualquiermomento. Un encapuchado montado en unaescoba llegó a escasos palmos de él, levantó unbrazo y…

—¡NO!Con un grito de furia, Hagrid soltó el manillar y

se abalanzó sobre el encapuchado. Harry,horrorizado, vio que el guardabosques y elmortífago caían y se perdían de vista, porque elpeso de ambos era excesivo para la escoba…

Mientras se sujetaba con las rodillas a lamotocicleta, que seguía cayendo, oyó gritar aVoldemort:

—¡Ya es mío!Todo había terminado. Harry ya no veía ni

percibía dónde estaba su enemigo, pero distinguiócómo otro mortífago se apartaba y oyó:

—¡Avada…!

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El dolor de la cicatriz obligó a Harry a cerrar losojos, y entonces su varita actuó por sí sola.Percibió que ésta tiraba de su mano, como si fueraun potente imán; vislumbró una llamarada defuego dorado a través de los entrecerradospárpados y oyó un estruendo y un chillido derabia. El mortífago que quedaba gritó y Voldemortchilló: «¡No!» En ese momento el muchacho se diocuenta de que tenía la nariz casi pegada al botóndel fuego de dragón: lo apretó con una mano y lamotocicleta volvió a lanzar llamas hacia atrás y seprecipitó derecha hacia el suelo.

—¡Hagrid! —chilló Harry sujetándosedesesperadamente—. ¡Hagrid! ¡Accio Hagrid!

La motocicleta aceleró aún más, atraída por lafuerza de la gravedad. Con la cara a la altura delmanillar, Harry sólo veía luces lejanas que seacercaban más y más. Iba a estrellarse y no podríaevitarlo. Oyó otro grito a sus espaldas…

—¡Tu varita, Selwyn! ¡Dame tu varita!Sintió la presencia de Voldemort antes de verlo.

Miró de refilón, vio los encarnados ojos de suenemigo y tuvo la certeza de que eso sería loúltimo que vería: a Voldemort preparándose paralanzarle otra maldición…

Pero de pronto éste se desvaneció. Harry miró

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hacia abajo y vio a Hagrid tumbado en el suelocon los brazos y las piernas extendidos. Elmuchacho tiró con todas sus fuerzas del manillarpara no chocar contra él y buscó a tientas el freno,pero se estrelló en una ciénaga con un estruendodesgarrador, haciendo temblar el suelo.

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—H

CAPÍTULO 5

El guerrero caído

AGRID…Harry se levantó con esfuerzo entre

la maraña de cuero y metal que lo rodeaba; alintentar ponerse en pie, sus manos se hundieronvarios centímetros en el agua fangosa. Noentendía adónde había ido Voldemort y temía verloaparecer en la oscuridad en cualquier momento.Notando un líquido caliente que le goteaba de la

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barbilla y la frente, salió arrastrándose de laciénaga y fue tambaleante hasta un voluminosobulto oscuro que había en el suelo. Era Hagrid.

—¡Hagrid! ¡Dime algo, Hagrid!Pero el bulto no se movió.—¿Quién está ahí? ¿Eres Potter? ¿Eres Harry

Potter?Harry no reconoció aquella voz de hombre.

Entonces una mujer gritó:—¡Se han estrellado, Ted! ¡Se han estrellado

en el jardín!A Harry le daba vueltas la cabeza.—Hagrid… —repitió como atontado, y se le

doblaron las rodillas.Cuando volvió en sí, estaba tumbado boca

arriba sobre algo que parecían cojines, con lascostillas y un brazo doloridos. El diente que se lehabía saltado le había vuelto a crecer, pero todavíanotaba un dolor punzante en la cicatriz de la frente.

—Hagrid… —murmuró.Abrió por fin los ojos y comprobó que se

hallaba tendido en un sofá, en un salón que noconocía, iluminado por una lámpara. Su mochilaestaba en el suelo, a escasa distancia, mojada ymanchada de barro, y un individuo rubio ybarrigudo lo observaba con preocupación.

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—Hagrid se encuentra bien, hijo —dijo eldesconocido—; mi mujer está con él. ¿Cómo teencuentras? ¿Te has roto algo más? Te hearreglado las costillas, el diente y el brazo. ¡Ah,por cierto, soy Ted! Ted Tonks, el padre de Dora.

Como Harry se incorporó demasiado deprisa,vio un montón de estrellitas y se mareó.

—Voldemort…—Tranquilo, muchacho, tranquilo —susurró

Ted Tonks. Le puso una mano en el hombro y loempujó suavemente para que se recostara en loscojines—. Ha sido una caída brutal. Pero ¿qué hapasado? ¿Un fallo de la motocicleta? ArthurWeasley ha vuelto a pasarse de la raya, seguro. ¡Ély sus cacharros muggles!

—No, no… —dijo Harry, y la cicatriz le latiócomo una herida abierta—. Mortífagos, montonesde mortífagos… Nos perseguían…

—¿Mortífagos, dices? —se extrañó Ted—.¿Cómo que mortífagos? Tenía entendido que nosabían que íbamos a trasladarte esta noche; creíaque…

—Lo sabían —lo interrumpió Harry.Ted Tonks alzó la vista como si pudiera ver el

cielo a través del techo y afirmó:—Bueno, eso significa que nuestros

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encantamientos protectores funcionan, ¿no? Demodo que, en teoría, los mortífagos no puedenacercarse a esta casa en un radio de cien metros,desde ninguna dirección.

Entonces Harry comprendió por qué se habíadesvanecido Voldemort: la motocicleta habíatraspasado la barrera de los encantamientos de laOrden. Deseó con ansia que éstos siguieransiendo efectivos e imaginó a Voldemort volando acien metros de altura mientras ellos hablaban,buscando la forma de atravesar lo que elmuchacho visualizó como una gran burbujatransparente.

Bajó las piernas del sofá; necesitaba ver aHagrid con sus propios ojos para creer que estabavivo. Sin embargo, apenas se hubo puesto en pie,se abrió una puerta y el guardabosques entró en elsalón; tenía la cara cubierta de barro y sangre ycojeaba un poco, pero estaba milagrosamentevivo.

—¡Harry!Hagrid derribó dos mesitas y una aspidistra,

recorrió la distancia que los separaba en doszancadas y abrazó al muchacho tan fuerte que casile partió las recién reparadas costillas.

—Caray, Harry, ¿cómo has conseguido librarte

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de ésta? Pensé que íbamos a palmarla los dos.—Sí, yo también. No puedo creer que… —Se

interrumpió al ver a la mujer que había entrado enla habitación detrás de Hagrid—. ¡Es usted! —exclamó, y metió rápidamente una mano en elbolsillo, pero estaba vacío.

—Tu varita está aquí, hijo —intervino Teddándole unos golpecitos con ella en el brazo—.Estaba en el suelo, a tu lado, y yo la recogí. Y esamujer a la que estás gritando es mi esposa.

—Oh… lo siento…Cuando la señora Tonks se les acercó, quedó

patente que el parecido con su hermana Bellatrixera menos acusado, pues tenía el cabello castañoclaro y los ojos, más grandes, reflejaban mayorbondad. Sin embargo, se mostró un poco altivatras la exclamación de Harry.

—¿Qué le ha pasado a nuestra hija? —preguntó—. Hagrid dice que os han tendido unaemboscada. ¿Dónde está Nymphadora?

—No lo sé. Ignoramos qué ha sido de losdemás.

Ted y su esposa se miraron. Al observar suexpresión, se apoderó de Harry una mezcla demiedo y remordimiento: si había muerto algúnmiembro de la Orden, sería culpa suya y sólo suya.

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Él había dado su consentimiento al plan yentregado los cabellos que necesitaban parapreparar la poción…

—¡El traslador! —exclamó de pronto,recordándolo todo de golpe—. Tenemos que ir aLa Madriguera y averiguar… Entonces podremosenviarles noticias, o… No, Tonks se las enviarácuando…

—Seguro que Dora está bien, Dromeda —latranquilizó Ted—. Sabe lo que hace; ha realizadomuchas misiones peligrosas con los aurores. Eltraslador está por aquí —le indicó a Harry—. Siqueréis utilizarlo, se marcha dentro de tresminutos.

—Sí, nos vamos —dijo Harry. Cogió sumochila y se la colgó a la espalda—. Yo… —Miróa la señora Tonks; quería disculparse por el estadode temor en que la dejaba y del que tanresponsable se sentía, pero sólo se le ocurríanfrases vanas o superficiales—. Le diré a Tonks… aDora… que les envíe noticias en cuanto… Graciaspor ayudarnos, gracias por todo. Yo…

Sintió un gran alivio cuando salió de lahabitación y siguió a Ted Tonks por un cortopasillo que daba a un dormitorio. Hagrid fue trasellos y tuvo que agacharse para no golpearse la

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cabeza con el dintel de la puerta.—Ahí está, hijo. Eso es el traslador. —

Señalaba un pequeño cepillo de pelo de plataencima del tocador.

—Gracias —dijo Harry; estiró un brazo y pusoun dedo sobre el cepillo, listo para partir.

—Espera un momento —terció Hagrid mirandoalrededor—. ¿Dónde está Hedwig?

—Le… le dieron. —El recuerdo de lo ocurridolo golpeó fuerte; Harry se avergonzó de sí mismo ysus ojos se anegaron en lágrimas. La lechuza habíasido su compañera, su único vínculo con el mundomágico cada vez que se veía obligado a volver acasa de los Dursley.

Hagrid le dio unas palmadas de ánimo en elhombro.

—No importa, no importa —dijo conbrusquedad—. Tuvo una buena vida…

—¡Atento, Hagrid! —lo previno Ted Tonks alver que el cepillo emitía una luz azulada, y elhombretón le puso un dedo encima justo a tiempo.

Harry notó una sacudida debajo del ombligo,como si le hubieran dado un tirón con un ganchoy una cuerda invisibles, y se sintió lanzado alvacío, girando sobre sí mismo de formaincontrolada, con un dedo pegado al traslador.

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Ambos se alejaron a toda velocidad del señorTonks. Unos segundos más tarde, Harry tocósuelo firme y cayó a cuatro patas en el patio de LaMadriguera. Oyó gritos. Apartó el cepillo, que yano brillaba, se levantó trastabillando un poco y vioa la señora Weasley y a Ginny bajando a todaprisa los escalones de la puerta trasera, mientrasHagrid, que también había caído al aterrizar, seponía trabajosamente en pie.

—¿Harry? ¿Eres el Harry auténtico? ¿Qué hapasado? ¿Dónde están los otros? —gritó la señoraWeasley, ansiosa.

—¿Cómo que dónde están? —preguntó Harryjadeando—. ¿No ha vuelto nadie?

La respuesta se leía claramente en el pálidorostro de la señora Weasley. Entonces Harryexplicó:

—Los mortífagos nos estaban esperando. Nosrodearon en cuanto levantamos el vuelo; sabíanque iba a ser esta noche. Pero ignoro qué les haocurrido a los demás. Nos persiguieron cuatromortífagos y nos costó mucho librarnos de ellos. Ydespués nos alcanzó Voldemort.

Harry se dio cuenta de que su voz tenía undeje suplicante, como si intentara justificarse ohacerle entender a Molly por qué no sabía qué

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suerte habían corrido sus hijos, pero…—Por suerte estás bien —dijo ella, y le dio un

abrazo que el muchacho no creía merecer.—¿Tienes un poco de coñac, Molly? —

preguntó Hagrid, algo tembloroso—. Es para finesmedicinales…

La señora Weasley habría podido hacerloaparecer mediante magia, pero cuando se apresuróhacia la torcida casa, Harry comprendió que noquería que le vieran la cara. Entonces miró a Ginny,y ella respondió de inmediato a las preguntas queel muchacho no había formulado.

—Ron y Tonks deberían haber sido losprimeros en regresar, pero se les escapó eltraslador, que llegó sin ellos —dijo señalando unalata de aceite oxidada que había en el suelo—. Yése —añadió mostrando una vieja zapatilla de lona— era el traslador de mi padre y Fred, que deberíanhaber sido los siguientes. Hagrid y tú erais losterceros, y… —Consultó su reloj—. Si lo hanconseguido, George y Lupin deberían llegar dentrode un minuto.

La señora Weasley regresó con una botella decoñac y se la dio a Hagrid. El guardabosques ladestapó y bebió un largo sorbo.

—¡Mira, mamá! —gritó Ginny señalando a

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cierta distancia.En la oscuridad había surgido una luz azulada

que fue agrandándose y volviéndose más intensa,y entonces aparecieron Lupin y George, girandosobre sí mismos hasta caer al suelo. Harrycomprendió enseguida que algo iba mal, porqueLupin sujetaba a George, que estaba inconscientey tenía la cara cubierta de sangre.

Corrió hacia ellos y le cogió las piernas aGeorge. Entre Lupin y él lo llevaron a la casa,pasaron por la cocina y fueron al salón. Una vezallí, lo tumbaron en el sofá. Cuando la luz de lalámpara le iluminó la cabeza, Ginny sofocó un gritoy Harry notó un vuelco en el estómago: a Georgele faltaba una oreja. Tenía un lado de la cabeza y elcuello empapados de sangre, de un rojoasombrosamente intenso.

Tan pronto la señora Weasley se inclinó sobresu hijo, Lupin agarró con brusquedad a Harry porel brazo y lo arrastró hasta la cocina, donde Hagridtodavía estaba intentando hacer pasar su enormecuerpo por la puerta trasera.

—¡Eh! —chilló Hagrid, indignado—. ¡Suéltalo!¡Suelta a Harry!

Lupin no le hizo caso.—¿Qué criatura había en el rincón de mi

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despacho en Hogwarts la primera vez que HarryPotter vino a verme? —preguntó al muchachozarandeándolo ligeramente—. ¡Contesta!

—Un… grindylow dentro de un depósito deagua, ¿no?

Lupin soltó a Harry y se apoyó contra unarmario de la cocina.

—¿Se puede saber qué te pasa? —preguntóHagrid.

—Lo siento, Harry, pero tenía que asegurarme—se disculpó Lupin—. Nos han traicionado.Voldemort sabía que íbamos a trasladarte estanoche, y las únicas personas capaces de decírseloestaban directamente implicadas en el plan.Podrías haber sido un impostor.

—¿Y a mí por qué no me preguntas nada? —protestó Hagrid jadeando, aún sin conseguir pasarpor la puerta.

—Tú eres un semigigante. La pociónmultijugos sólo la usan los humanos.

—Ningún miembro de la Orden puede haberlerevelado a Voldemort que ibais a trasladarme estanoche —dijo Harry. Esa idea le parecía espantosa;no concebía que ninguno de ellos lo hubierahecho—. Voldemort no me ha alcanzado hasta elfinal, y eso significa que no sabía a quién tenía

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que perseguir. Si hubiera estado al corriente delplan, habría sabido desde el principio que yo eraquien iba con Hagrid.

—¿Que Voldemort te ha alcanzado? —saltóLupin—. ¿Qué ha sucedido? ¿Cómo has logradoescapar?

Harry le explicó brevemente que los mortífagosse habían percatado de que él era el Harryauténtico; entonces dejaron de ir tras ellos ydebieron de avisar a Voldemort, que apareciócuando Hagrid y él estaban a punto de llegar alrefugio de la casa de los Tonks.

—¿Dices que te reconocieron? Pero ¿cómo?¿Qué has hecho?

—Yo… —Harry intentó recordar, pero todo eltrayecto le resultaba un barullo de pánico yconfusión—. Vi a Stan Shunpike… ya sabes, elrevisor del autobús noctámbulo. Traté dedesarmarlo en lugar de… porque no sabe lo quehace, seguro. Debe de estar bajo la maldiciónimperius.

—¡Harry! —exclamó Lupin, mirándolohorrorizado—. ¡Los encantamientos de desarmehan pasado a la historia! ¡Esa gente intentabacapturarte y matarte! ¡Si no estás preparado paramatar, al menos atúrdelos!

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—¡Estábamos a mucha altura del suelo! ¡Stanno sabe lo que hace, y si lo hubiera aturdido y sehubiera caído, el resultado habría sido el mismoque el de una maldición asesina! El encantamientode desarme me salvó de Voldemort hace dos años—añadió desafiante. Lupin le recordaba aZacharias Smith, el desdeñoso alumno deHufflepuff que se había burlado de él porquepretendía enseñar a los miembros del Ejército deDumbledore a hacer encantamientos de desarme.

—Sí, Harry —repuso Lupin haciendo unesfuerzo por contenerse—, y muchos mortífagoste vieron hacerlo. Perdona que te lo diga, pero fueuna acción muy inusual en aquellascircunstancias, bajo una amenaza inminente demuerte. Y repetirla esta noche delante de unosmortífagos que presenciaron la primera ocasión, ohan oído hablar de ella, ha sido casi suicida.

—Entonces, ¿crees que debería haber matado aStan Shunpike?

—¡Por supuesto que no! Pero para losmortífagos… bueno, para la mayoría de la gente,francamente… ¡lo lógico habría sido quecontraatacaras! El Expelliarmus es un hechizomuy útil, Harry, pero por lo visto los mortífagospiensan que es tu distintivo, y te ruego que no

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permitas que se convierta en eso.Lupin estaba logrando que Harry se sintiera

idiota, pero el muchacho mantuvo una actituddesafiante.

—No pienso ir por ahí matando a todo el quese interponga en mi camino —declaró—. Así escomo actúa Voldemort.

Lo que replicó entonces Lupin no llegó a oírseporque Hagrid, que finalmente había conseguidopasar por la puerta, fue tambaleándose hasta unasilla y, al sentarse, ésta se rompió bajo su peso.Haciendo caso omiso de las palabrotas y lasdisculpas del guardabosques, Harry se dirigió denuevo a Lupin:

—¿Qué le ha pasado a George? ¿Se pondrábien?

Esa pregunta hizo que toda la frustración queHarry le había hecho sentir a Lupin se esfumara degolpe.

—Creo que sí, aunque no podrá recuperar laoreja, porque se la han arrancado con unamaldición.

Se oyó un correteo fuera de la casa. Lupin selanzó hacia la puerta trasera y Harry, saltando porencima de las piernas de Hagrid, echó a correrhacia el patio.

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Habían aparecido dos figuras. Al acercarse,Harry se percató de que se trataba de Hermione,que estaba recuperando su aspecto normal, yKingsley; ambos asían una torcida percha para laropa. Hermione se lanzó a los brazos de Harry,pero Kingsley no pareció alegrarse mucho deverlos. Por encima del hombro de Hermione, Harryvio cómo levantaba su varita y apuntaba al pechode Lupin.

—¿Cuáles fueron las últimas palabras que nosdijo Albus Dumbledore?

—«Harry es nuestra única esperanza. Confiaden él» —respondió Lupin con serenidad.

Acto seguido, Kingsley apuntó con la varita aHarry, pero Lupin dijo:

—Es él. Ya lo he comprobado.—De acuerdo —aceptó Kingsley, y se guardó

la varita bajo la capa—. Pero alguien nos hatraicionado. ¡Lo sabían! ¡Sabían que iba a ser estanoche!

—Eso parece —concedió Lupin—, pero por lovisto no sabían que habría siete Harrys.

—¡Qué gran consuelo! —gruñó Kingsley—.¿Quién más ha vuelto?

—Sólo Harry, Hagrid, George y yo.Hermione ahogó un grito tapándose la boca

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con una mano.—¿Qué os ha pasado? —le preguntó Lupin a

Kingsley.—Nos siguieron cinco, logramos herir a dos y

creo que maté a uno —recitó Kingsley de un tirón—. Y también vimos a Quien-tú-sabes. Se unió a lapersecución hacia la mitad, pero no tardó muchoen esfumarse. Remus, él puede…

—… volar —intervino Harry—. Yo también lovi. También nos persiguió a Hagrid y a mí.

—¡Por eso se marchó! ¡Para seguirte a ti! —exclamó Kingsley—. No entendí por qué se habíaesfumado. Pero ¿por qué cambió de objetivo?

—Harry fue demasiado considerado con StanShunpike —explicó Lupin.

—¿Stan? —se extrañó Hermione—. ¿No estabaen Azkaban?

—Hermione, es obvio que se ha producido unafuga masiva que el ministerio ha preferido nodivulgar —replicó Kingsley y soltó una amargarisotada—. A Travers se le resbaló la capuchacuando le lancé una maldición, y se supone que éltambién estaba en Azkaban. ¿Y a ti, Remus, qué teha pasado? ¿Dónde está George?

—Ha perdido una oreja —dijo Lupin.—¿Que ha perdido…? —terció Hermione con

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voz chillona.—Ha sido Snape —explicó Lupin.—¿Snape? —saltó Harry—. No sabía que…—También se le cayó la capucha durante la

persecución. A Snape siempre se le dio bien elSectumsempra. Me gustaría poder decir que le hepagado con la misma moneda, pero tenía quesujetar a George para que no cayera de la escoba,pues estaba perdiendo mucha sangre.

Los cuatro guardaron silencio y miraron elcielo. No había ni rastro de movimiento; lasestrellas brillaban en lo alto, impasibles,indiferentes, pero no vieron a ninguno de susamigos. ¿Dónde estaba Ron? ¿Dónde Fred y elseñor Weasley, y Bill, Fleur, Tonks, Ojoloco yMundungus?

—¡Échame una mano, Harry! —pidió Hagridcon voz ronca desde la puerta, donde había vueltoa quedar atascado.

El muchacho se alegró de tener algo que hacery lo ayudó a pasar. Luego cruzó la cocina yregresó al salón, donde la señora Weasley y Ginnyseguían ocupándose de George. Molly ya habíacontrolado la hemorragia, y la luz de la lámparapermitió a Harry ver un limpio agujero en el sitiodonde antes George tenía la oreja.

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—¿Cómo está?La señora Weasley volvió la cabeza y

contestó:—No puedo hacérsela crecer otra vez, porque

se la han arrancado mediante magia oscura. Perohabría podido ser mucho peor… Al menos estávivo.

—Sí —coincidió Harry—. Por suerte.—Me ha parecido oír a alguien más en el patio

—dijo Ginny.—Sí, Hermione y Kingsley —confirmó Harry.—Menos mal… —susurró Ginny.Se miraron. A Harry le dieron ganas de

abrazarla; ni siquiera le importaba mucho que laseñora Weasley estuviera allí, pero antes dedejarse llevar por el impulso se oyó un fuerteestruendo proveniente de la cocina.

—¡Te demostraré quién soy cuando haya vistoa mi hijo, Kingsley! ¡Y ahora te aconsejo que teapartes!

Harry jamás había oído gritar de esa forma alseñor Weasley, que irrumpió en el salón con lacalva perlada de sudor y las gafas torcidas. Frediba detrás de él y ambos estaban pálidos peroilesos.

—¡Arthur! —sollozó la señora Weasley—.

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¡Por fin!—¿Cómo está?El señor Weasley se arrodilló junto a George.

Por primera vez desde que Harry lo conocía, Fredno supo qué decir; miraba boquiabierto la heridade su hermano gemelo por encima del respaldo delsofá, como si no pudiera creer lo que veían susojos.

George se movió un poco, despertado quizápor la llegada de Fred y su padre.

—¿Cómo te encuentras, Georgie? —susurró sumadre.

George se palpó la cabeza con la yema de losdedos.

—Echo de menos mi lenteja —murmuró.—¿Qué le pasa? —preguntó Fred con voz

ronca, al parecer profundamente consternado—.¿Tiene afectado el cerebro?

—Lenteja, oreja… —explicó George abriendolos ojos y mirando a su hermano—. ¿No lo pillas,Fred?

Los sollozos de la señora Weasley seintensificaron, mientras el color volvía al pálidorostro de Fred, que dijo:

—Patético. ¡Patético! Con el amplio abanico deposibilidades que ofrece la palabra «oreja», ¿tú

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vas y eliges «lenteja»?—Bueno —dijo George sonriéndole a su

llorosa madre—. Ahora ya podrás distinguirnos,mamá. —Volvió la cabeza y añadió—: Hola, Harry.Porque eres Harry, ¿no?

—Sí, soy yo. —Y se acercó más al sofá.—Bueno, al menos hemos logrado traerte sano

y salvo —dijo George—. ¿Cómo es que ni Ron niBill han acudido a mi lecho de convaleciente?

—Todavía no han vuelto, George —repuso sumadre. La sonrisa del chico se borró de sus labios.

Harry miró a Ginny y le indicó que loacompañara fuera. Cuando atravesaban la cocina,Ginny dijo en voz baja:

—Ron y Tonks ya deberían haber regresado.Su trayecto no era muy largo; la casa de tía Murielno está lejos de aquí.

Harry no contestó. Desde que llegara a LaMadriguera había intentado mantener su miedo araya, pero ahora éste lo invadía: lo sentía treparpor la piel, vibrarle en el pecho y atascarle lagarganta. Bajaron los escalones de la puertatrasera y salieron al oscuro patio. Ginny le cogió lamano.

Kingsley iba de un lado para otro a grandeszancadas y miraba el cielo cada vez que daba

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media vuelta. Harry se acordó de tío Vernonpaseándose por el salón y tuvo la sensación deque esa imagen pertenecía a un pasado muyremoto. Hagrid, Hermione y Lupin estaban de pie,hombro con hombro, mirando también el cielo.Ninguno de ellos se volvió cuando Harry y Ginnyse les unieron en esa muda vigilancia.

Los minutos transcurrían con una lentitudinsoportable. De repente, un leve susurro lossobresaltó, y todos se giraron para comprobar sise había movido algún arbusto o un árbol, con laesperanza de ver asomar entre su follaje, ileso, aotro miembro de la Orden.

De pronto, justo encima de sus cabezas sematerializó una escoba y descendió como unacentella.

—¡Son ellos! —exclamó Hermione.Tonks aterrizó con un prolongado derrape,

salpicando tierra y guijarros en todas direcciones.—¡Remus! —gritó la bruja al mismo tiempo que

se apeaba de la escoba. Tambaleándose, fue aabrazar a Lupin, quien, pálido y serio, era incapazde articular palabra.

Ron fue dando trompicones hacia Harry yHermione.

—¡Estás sana y salva! —farfulló antes de que

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Hermione se abalanzara sobre él y lo abrazara confuerza.

—Creí… creí…—Estoy bien —dijo Ron dándole unas

palmaditas en la espalda—. Estoy bien.—Ron se ha comportado de una manera

espectacular —explicó Tonks con entusiasmo, ysoltó a Lupin—. Impresionante. Le ha lanzado unhechizo aturdidor a un mortífago, directo a lacabeza, y ya sabéis que apuntar a un objetivo enmovimiento desde una escoba en vuelo…

—¿Eso has hecho? —se asombró Hermionemirando a Ron, a quien todavía tenía abrazado porel cuello.

—Siempre ese tono de sorpresa —refunfuñó élsoltándose—. ¿Somos los últimos?

—No —respondió Ginny—. Todavía estamosesperando a Bill y Fleur y a Ojoloco yMundungus. Voy a decirles a mamá y papá queestás bien, Ron. —Y entró corriendo en la casa.

—¿Qué ha pasado? ¿Qué os ha retenido? —preguntó Lupin a Tonks, casi con enfado.

—Bellatrix, ni más ni menos —contestó ella—.Me odia tanto como a Harry; ha hecho todo loposible por matarme. Ojalá la hubiera pillado,porque se la debo. Pero al menos herimos a

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Rodolphus. Luego fuimos a casa de la tía de Ron,pero se nos escapó el traslador; tía Muriel estabamuy preocupada por nosotros…

Lupin, a quien le temblaba un músculo delmentón, sólo consiguió asentir.

—Y a vosotros ¿qué os ha ocurrido? —preguntó Tonks volviéndose hacia Harry,Hermione y Kingsley.

Cada uno relató su historia, pero daba laimpresión de que la tardanza de Bill, Fleur, Ojolocoy Mundungus los había recubierto de una especiede escarcha, y cada vez les costaba más ignorar elfrío que les imbuía.

—Tengo que volver a Downing Street; haceuna hora que debería estar allí —dijo Kingsley trasechar un último vistazo al cielo—. Avisadmecuando vuelvan.

Lupin asintió. Kingsley se despidió de losdemás con un ademán y echó a andar hacia laverja del oscuro patio. A Harry le pareció oír undébil ¡paf! cuando el mago se desapareció, justodetrás de las lindes de La Madriguera.

Los Weasley bajaron corriendo los escalonesde la puerta trasera, seguidos por Ginny.Abrazaron a Ron y luego se dirigieron a Lupin yTonks.

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—Gracias por devolvernos a nuestros hijos —dijo la señora Weasley.

—No digas tonterías, Molly —replicó Tonks.—¿Cómo se encuentra George? —preguntó

Lupin.—¿Qué le pasa a George? —inquirió Ron.—Ha perdido…Pero unos repentinos gritos de júbilo ahogaron

la respuesta de la señora Weasley, porque unthestral acababa de aparecer en el cielo. Trasdescender a gran velocidad, se posó a escasadistancia del reducido grupo. Bill y Fleur,despeinados pero ilesos, se apearon del animal.

—¡Bill! ¡Menos mal! ¡Benditos los ojos que teven!

La señora Weasley fue hacia ellos, pero Billsólo la abrazó de pasada. Miró a su padre yanunció:

—Ojoloco ha muerto.Nadie dijo nada, nadie se movió. Harry notó

que algo se desplomaba en su interior, como sialgo se le cayera y, atravesando el suelo, loabandonara para siempre.

—Lo hemos visto con nuestros propios ojos—explicó Bill. Fleur asintió; la luz proveniente dela cocina iluminaba los surcos que las lágrimas le

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dejaban en las mejillas—. Ocurrió justo despuésde que saliéramos del círculo; Ojoloco y Dungestaban cerca de nosotros y también iban hacia elnorte. Voldemort puede volar, ¿sabéis?, y fuederecho hacia ellos. Oí gritar a Dung, que se dejódominar por el pánico; Ojoloco intentó detenerlo,pero se desapareció. Entonces la maldición deVoldemort le dio a Ojoloco en pleno rostro; cayóhacia atrás y… No pudimos hacer nada, nada. Nosperseguían una docena de mortífagos… —Se lequebró la voz.

—Claro que no pudisteis hacer nada —loconsoló Lupin.

Se quedaron todos allí plantados, mirándose.Harry no era capaz de asimilarlo: Ojoloco, muerto;no podía ser. Ojoloco, tan fuerte, tan valiente, elsuperviviente por excelencia…

Al final todos cayeron en la cuenta, aunquenadie lo dijera, de que ya no tenía sentido seguiresperando en el patio, de modo que siguieron ensilencio a los Weasley y fueron al salón de LaMadriguera, donde encontraron a Fred y Georgeriendo.

—¿Qué ocurre? —preguntó Fred escudriñandosus rostros—. ¿Qué ha pasado? ¿Quién…?

—Se trata de… de Ojoloco —dijo su padre—.

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Ha muerto.Las sonrisas de los gemelos se convirtieron en

muecas de conmoción; parecía que nadie sabíaqué hacer. Tonks lloraba en silencio tapándose lacara con un pañuelo (Harry sabía que la brujaestaba muy unida al mago, pues era su favorita ysu protegida en el Ministerio de Magia), y Hagrid,que se había sentado en el rincón más despejadodel suelo, se enjugaba las lágrimas con un pañuelodel tamaño de un mantel.

Bill fue al aparador y sacó una botella dewhisky de fuego y unos vasos pequeños.

—Brindemos —propuso, y con una sacudidade la varita hizo volar los doce vasos llenos por lahabitación hasta cada uno de los presentes; cogióel suyo y lo levantó—. ¡Por Ojoloco!

—¡Por Ojoloco! —repitieron todos, y bebieron.—¡Por Ojoloco! —brindó Hagrid con retraso,

hipando.El whisky de fuego le abrasó la garganta a

Harry, pero fue como si le devolviera lasensibilidad, disipando el entumecimiento y lasensación de irrealidad e infundiéndole algosimilar al coraje.

—Conque Mundungus ha desaparecido, ¿eh?—masculló Lupin, que había vaciado su vaso de

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un trago.El ambiente cambió de inmediato: todos se

pusieron tensos, observándolo. A Harry le parecióque querían oír más pero, al mismo tiempo, temíanescuchar lo que Lupin opinase al respecto.

—Sé lo que piensas —dijo Bill—, y yo tambiénme lo he preguntado cuando venía hacia aquí,porque pareció ciertamente que los mortífagos nosestaban esperando. Pero Mundungus no puedehabernos traicionado. No sabían que habría sieteHarrys y eso los desconcertó cuando nos vieronaparecer. Por si lo has olvidado, fue Mundungusquien propuso nuestro ardid. Así que, dime, ¿porqué no iba a revelarles el dato más importante? Loque pasa es que a Dung le entró pánico, así desencillo. Él no quería venir, pero Ojoloco lo obligó,y Quien-tú-sabes fue directo hacia ellos; esohabría bastado para aterrorizar a cualquiera.

—Quien-tú-sabes ha actuado exactamentecomo Ojoloco previó que haría —repuso Tonkscon desdén—. Moody nos dijo que El-que-no-debe-ser-nombrado supondría que el Harryauténtico iría con los aurores más fuertes yexpertos. Así que primero persiguió a Ojoloco y,cuando Mundungus se delató, fue a buscar aKingsley.

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—Sí, todo eso está muy bien —intervino Fleur—, pego no explica cómo sabían que íbamos atgasladag a Hagy esta noche, ¿no? Alguien debede habeg tenido algún descuido. A alguien se leha debido escapag la fecha hablando con algúnintguso. Es la única explicación de que losmogtífagos supiegan la fecha del plan.

Los miró uno por uno a la cara —todavíaconservaba el rastro de las lágrimas en sushermosas mejillas—, desafiándolos en silencio acontradecirla. Nadie lo hizo. El único sonido queinterrumpió el silencio fue el de los hipidos deHagrid, que seguía tapándose la cara con elpañuelo. Harry lo miró; Hagrid era quien acababade arriesgar su vida para salvarlo; Hagrid, a quienquería y en quien confiaba, aquel al que en unaocasión habían engañado para que le diera aVoldemort una información crucial a cambio de unhuevo de dragón…

—No, no puede ser —dijo Harry con decisión,y todos lo miraron sorprendidos. El whisky defuego parecía amplificarle la voz—. Es decir… sialguien ha cometido algún error y revelado algúndetalle del plan, estoy convencido de que no fuesu intención. No es culpa de nadie —aseguró conun tono más fuerte del que habría empleado

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normalmente—. Tenemos que confiar los unos enlos otros. Yo confío en todos vosotros y no creoque ninguno fuera capaz de venderme a Voldemort.

Se produjo otro silencio. Todos contemplarona Harry, que, acalorado, bebió otro sorbo dewhisky de fuego sólo por hacer algo. Entoncespensó en Ojoloco, que siempre había sido muymordaz respecto a la buena disposición deDumbledore a confiar en la gente.

—Bien dicho, Harry —soltó de pronto Fred.—¡Eso! ¿Lo habéis oído todos? Yo sólo a

medias —bromeó George mirando de soslayo aFred, que tuvo que contener una sonrisa.

Lupin miró a Harry con una extraña expresiónde desdén, casi de lástima.

—¿Crees que estoy loco? —le preguntó Harry.—No, lo que creo es que eres igual que James,

que habría considerado que desconfiar de susamigos era la peor deshonra.

Harry sabía a qué se refería Lupin: a su padrelo había traicionado uno de sus amigos, PeterPettigrew. Sintió una rabia irracional. Quisodiscutir, pero Lupin, que ya no lo miraba, dejó suvaso en una mesita y le dijo a Bill:

—Tenemos trabajo. Puedo pedirle a Kingsleyque…

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—No —lo interrumpió Bill—. Iré yo.—¿Adónde? —preguntaron Tonks y Fleur a la

vez.—A buscar el cadáver de Ojoloco —contestó

Lupin—. Debemos recuperarlo.—Pero ¿eso no puede…? —musitó la señora

Weasley mirando suplicante a su hijo Bill.—¿Esperar? No, madre, a menos que prefieras

que se lo lleven los mortífagos.Nadie replicó. Lupin y Bill se despidieron y

salieron de la habitación.Los demás se dejaron caer en las sillas, todos

excepto Harry, que permaneció de pie. Lorepentino e irremediable de la muerte losacompañaba como una presencia.

—Yo también tengo que marcharme —anunció.Diez pares de ojos se clavaron en él.—No digas tonterías, Harry —dijo la señora

Weasley—. ¿De qué estás hablando?—No puedo quedarme aquí. —El muchacho se

frotó la frente; volvía a sentir pinchazos en lacicatriz; no le dolía tanto desde hacía más de unaño—. Mientras yo esté aquí, todos correréispeligro. No quiero que…

—¡No seas tonto! —saltó la señora Weasley—. El principal objetivo de esta noche era traerte

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aquí sano y salvo, y por suerte lo hemos logrado.Y como Fleur ha decidido casarse aquí en vez deen Francia, lo hemos organizado todo para estarjuntos y vigilarte…

Molly no entendía que con esas palabras sóloconseguía que Harry se sintiera aún peor.

—Si Voldemort descubre que estoy aquí…—Pero ¿cómo va a descubrirlo? —replicó ella.—Podrías estar en un montón de sitios, Harry

—arguyó su marido—. Él no tiene manera de saberen qué casa protegida te hemos escondido.

—¡No estoy preocupado por mí! —protestóHarry.

—Ya lo imaginamos —repuso el señorWeasley con calma—, pero, si te marchas, todo elesfuerzo que hemos hecho esta noche habrá sidoen vano.

—Tú no vas a ninguna parte —gruñó Hagrid—. ¡Jo, Harry! ¡Con lo que nos ha costado traerteaquí!

—Sí, ¿qué me dices de mi oreja? —intervinoGeorge incorporándose un poco.

—Ya sé que…—A Ojoloco no le habría gustado que…—¡YA LO SÉ! —bramó Harry.Se sentía acosado y chantajeado. ¿Acaso

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pensaban que no era consciente de lo que habíanhecho por él? ¿No comprendían que precisamentepor eso quería marcharse, para que no tuvieranque sufrir más por su culpa? Hubo un largo eincómodo silencio (durante el cual siguió notandopunzadas en la cicatriz) que por fin rompió laseñora Weasley preguntándole con diplomacia:

—¿Dónde está Hedwig, Harry? Si quieres,podemos llevarla con Pigwidgeon y darle algo decomer.

El estómago se le cerró como un puño. No eracapaz de decir la verdad, de modo que se bebió elresto del whisky de fuego para no tener quecontestar.

—Ya verás cuando se sepa que has vuelto aconseguirlo, Harry —dijo Hagrid—. ¡Espera a quetodo el mundo se entere de que lo rechazastecuando ya casi te tenía!

—No fui yo —replicó Harry con voz cansina—. Fue mi varita mágica; actuó por su cuenta.

Al cabo de unos instantes, Hermione dijo condulzura:

—Eso es imposible. Querrás decir que hicistemagia sin proponértelo, o que reaccionaste deforma instintiva.

—No, no —insistió Harry—. La motocicleta

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estaba cayendo en picado y yo no sabía dóndeestaba Voldemort, pero mi varita giró en mi mano,lo encontró y le lanzó un hechizo, un hechizo queni siquiera reconocí. Yo nunca he hecho aparecerllamas doradas.

—A veces —explicó el señor Weasley—,cuando uno se encuentra en una situación muycomprometida, hace una magia con la que nuncahabía soñado. Los niños pequeños, por ejemplo,antes de recibir formación…

—No, no fue eso —masculló Harry apretandolos dientes. Le dolía mucho la cicatriz, y le costabadisimular su enfado y frustración; detestaba laidea de que todos estuvieran imaginando que éltenía un poder comparable al de Voldemort.

Nadie insistió, pero Harry sabía que no lecreían. Y la verdad era que nunca había oído decirque una varita hiciera magia por su cuenta.

El dolor de la cicatriz era cada vez más intensoy ya apenas podía contener los gemidos. Dijo quenecesitaba tomar el aire, dejó su vaso y salió de lahabitación.

Cuando cruzó el oscuro patio, el enorme yesquelético thestral levantó la cabeza, agitó susinmensas alas de murciélago y continuó paciendo.Harry se detuvo ante la verja que daba al jardín y

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contempló la maleza mientras se frotaba la doloridafrente y pensaba en Dumbledore.

Estaba convencido de que éste le habríacreído. Él habría sabido cómo y por qué la varitade Harry había actuado por sí sola, porque él teníarespuestas para todo; además, entendía mucho devaritas y le había explicado a Harry la extrañarelación que existía entre su varita y la deVoldemort… Pero Dumbledore —como Ojoloco,Sirius, sus padres y su pobre lechuza— se habíamarchado y Harry nunca volvería a hablar con él.Entonces notó un ardor en la garganta que notenía nada que ver con el whisky de fuego.

Y de pronto el dolor de la cicatriz alcanzó supunto álgido. Harry se llevó las manos a la frente ycerró los ojos, mientras una voz le gritaba en lacabeza:

—¡Me aseguraste que el problema sesolucionaría si se empleaba la varita de otro!

En su mente surgió la imagen de un ancianoescuálido que, envuelto en harapos, yacía en unsuelo de piedra; el anciano soltó un grito horribley prolongado, un grito de insoportable agonía…

—¡No! ¡No! Se lo suplico, se lo suplico…—¡Mentiste a lord Voldemort, Ollivander!—No, yo no… Juro que no…

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—¡Querías ayudar a Potter, ayudarlo a huir demí!

—Juro que yo no… Creí que si utilizaba otravarita…

—Entonces explícame qué ha pasado. ¡Lavarita de Lucius ha quedado destruida!

—No lo entiendo. La conexión… sólo existe…entre esas dos varitas…

—¡Mientes!—Por favor… se lo suplico…Harry vio cómo la blanca mano levantaba la

varita, sintió brotar el odio de Voldemort y viocómo el frágil anciano que yacía en el suelo seretorcía de dolor…

—¡Harry!Las imágenes desaparecieron con la misma

rapidez con que habían aparecido. El muchachoestaba plantado en la oscuridad, temblando,aferrado a la verja del jardín; el corazón lepalpitaba y todavía notaba un hormigueo en lacicatriz. Tardó un poco en darse cuenta de queRon y Hermione estaban a su lado.

—Volvamos dentro, Harry —le susurróHermione—. Supongo que no seguirás pensandoen marcharte, ¿verdad?

—Tienes que quedarte, colega —dijo Ron

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dándole una fuerte palmada en la espalda.—¿Te encuentras bien? —preguntó Hermione,

que se había acercado para verle la cara—. ¡Tienesmuy mal aspecto!

—Bueno —repuso Harry con voz temblorosa—, seguro que tengo mejor aspecto queOllivander.

Cuando terminó de contarles lo que acababade ver, Ron se quedó consternado, pero Hermione,completamente aterrada, exclamó:

—¡Pero si eso había dejado de pasarte! Lacicatriz… ¡se suponía que no te sucedería nuncamás! No debes permitir que vuelva a abrirse esaconexión, Harry. ¡Dumbledore quería que cerrarastu mente! —Y como él no contestaba, lo agarró porel brazo y le advirtió—: ¡Se está apoderando delministerio, de los periódicos y de medio mundomágico, Harry! ¡No permitas que invada también tumente!

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E

CAPÍTULO 6

El ghoul en pijama

N La Madriguera todos estaban muyafectados por la muerte de Ojoloco. Harry

creía que en cualquier momento lo vería irrumpirpor la puerta trasera como hacían los otrosmiembros de la Orden, que entraban y salíancontinuamente para transmitir o recibir noticias.Del mismo modo, creía que sólo pasando a laacción aliviaría su dolor y su sentimiento de

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culpabilidad, de manera que tenía que emprendercuanto antes la misión de encontrar y destruir losHorrocruxes.

—Bueno, no puedes hacer nada respecto alos… —Ron articuló la palabra «Horrocruxes» sinpronunciarla— hasta que cumplas diecisiete años.Todavía tienes activado el Detector. Y aquípodemos diseñar nuestro plan igual que encualquier otro sitio, ¿no? —Bajó la voz y susurró—: ¿O crees que ya sabes dónde están las cosasésas?

—No, no lo sé —admitió Harry.—Me parece que Hermione ha hecho algunas

indagaciones. Me dijo que reservaba losresultados para cuando llegaras.

Ambos estaban sentados a la mesa deldesayuno; el señor Weasley y Bill acababan demarcharse al trabajo, la señora Weasley había idoal piso de arriba a despertar a Hermione y Ginny, yFleur se estaba dando un baño.

—El Detector dejará de funcionar el día treinta—dijo Harry—. Eso significa que sólo necesitoesperar aquí cuatro días más. Después podré…

—Cinco días —lo corrigió Ron—. Tenemosque quedarnos para la boda. Si no asistimos, nosmatarán. —Harry dedujo que ese plural se refería a

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Fleur y la señora Weasley—. Sólo es un día más—añadió al ver que Harry ponía cara decontrariedad.

—¿Es que no se dan cuenta de lo importanteque…?

—Claro que no se dan cuenta; no tienen niidea. Y ahora que lo mencionas, quería hablarcontigo de eso. —Miró hacia la puerta delrecibidor para comprobar que su madre todavía nohabía bajado, y luego se acercó más a su amigo—.Mi madre ha intentado hacernos hablar a mí y aHermione; pretendía sonsacarnos qué estábamostramando. Ahora lo intentará contigo, así queprepárate. Mi padre y Lupin también nos lopreguntaron, pero cuando respondimos queDumbledore te había pedido que no lo contaras anadie más que a nosotros, dejaron de insistir. Peromi madre no; ella está decidida a descubrir de quése trata.

La predicción de Ron se confirmó unas horasmás tarde. Poco antes de la comida, la señoraWeasley pidió a Harry que la ayudara a identificarun calcetín de hombre desparejado que tal vezhabía caído de su mochila. Una vez en el lavadero,lo miró con fijeza y, con tono despreocupado, ledijo:

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—Por lo visto, Ron y Hermione creen queninguno de vosotros tres irá a Hogwarts este año.

—Hum… Bueno, sí. Es verdad.El rodillo de escurrir la ropa giró

espontáneamente y arrojó una camiseta del señorWeasley.

—¿Te importa decirme por qué habéis decididoabandonar los estudios?

—Verá, señora, Dumbledore me dejó… trabajo—masculló Harry—. Ron y Hermione lo saben, yquieren ayudarme.

—¿Qué clase de «trabajo»?—Lo siento, pero no puedo…—¡Pues creo que Arthur y yo tenemos

derecho a saberlo, y estoy segura de que losseñores Granger estarán de acuerdo conmigo!

Su reacción sorprendió a Harry, que seesperaba un ataque estilo «madre preocupada». Seesforzó en mirarla a los ojos y se percató de queeran exactamente del mismo color castaño que losde Ginny. Pero esa constatación no lo ayudó aconcentrarse.

—Dumbledore no quería que lo supiera nadiemás, señora Weasley. Lo siento. Pero su hijo yHermione no están obligados a acompañarme, sonlibres de decidir…

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—¡Pues no sé por qué tienes que ir tú! —leespetó ella—. ¡Apenas habéis alcanzado lamayoría de edad! ¡Es una estupidez! SiDumbledore necesitaba que le hicieran algúntrabajo, tenía a toda la Orden a su disposición.Seguramente lo entendiste mal, Harry. Lo másprobable es que te dijera que había que hacer algo,y que tú interpretaras que quería que lo hicieras…

—No, no lo entendí mal. He de hacerlo yo. —Harry le devolvió el calcetín desparejado (dejuncos dorados estampados) que supuestamentetenía que identificar—. Y el calcetín no es mío. Yono soy seguidor del Puddlemere United.

—No, claro que no —repuso Molly,recuperando con asombrosa facilidad un tonoafable y despreocupado—. Debí imaginarlo.Bueno, Harry, mientras todavía estés en casa, note importará ayudarme con los preparativos de laboda de Bill y Fleur, ¿verdad? Todavía quedanmuchas cosas por hacer.

—Por supuesto, con mucho gusto —dijoHarry, desconcertado por ese repentino cambio detema.

—Eres un cielo —replicó ella; le sonrió y saliódel lavadero.

A partir de ese momento, la señora Weasley

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mantuvo a Harry, Ron y Hermione tan ocupadoscon los preparativos de la boda que los chicoscasi no tuvieron tiempo ni para pensar. Laexplicación más benévola de ese comportamientohabría sido que quería distraerlos para que nopensaran en Ojoloco ni en los terrores de sureciente aventura. Sin embargo, cuando yallevaban dos días limpiando cuberterías,agrupando por colores un montón de adornos,lazos y flores, desgnomizando el jardín yayudándola a preparar grandes bandejas decanapés, Harry sospechó que la madre de Rontenía otras motivaciones, ya que todas las tareasque les asignaba los mantenían separados. Tantofue así que Harry no tuvo ocasión de volver ahablar con sus dos amigos a solas desde laprimera noche, después de contarles que habíavisto cómo Voldemort torturaba a Ollivander.

—Me parece que mi madre confía en que siconsigue impedir que estéis juntos y hagáisplanes, podrá retrasar vuestra partida —comentóGinny en voz baja mientras preparaban la mesapara cenar la tercera noche después de su llegada.

—¿Y qué cree que va a pasar entonces? —murmuró Harry—. ¿Que alguien matará aVoldemort mientras ella nos tiene aquí preparando

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volovanes? —Lo dijo sin pensar y vio que Ginnypalidecía.

—Entonces, ¿es verdad? ¿Es eso lo quepretendéis hacer?

—Yo no… Lo he dicho en broma —rectificó,evasivo.

Sus miradas se cruzaron y Harry detectó algomás que sorpresa en el rostro de Ginny. De prontoél cayó en la cuenta de que era la primera vez queestaba a solas con ella desde aquellos momentosrobados en rincones apartados de los jardines deHogwarts, y tuvo la certeza de que Ginny tambiénlo estaba pensando. Ambos dieron un respingocuando se abrió la puerta y entraron el señorWeasley, Kingsley y Bill.

Esos días solían ir otros miembros de la Ordena cenar con ellos, ya que La Madriguera habíasustituido al número 12 de Grimmauld Place comocuartel general. El señor Weasley les habíaexplicado que, después de la muerte deDumbledore —Guardián de los Secretos de laOrden—, cada una de las personas a quienes elanciano profesor revelara la ubicación deGrimmauld Place se había convertido a su vez enGuardián de los Secretos.

—Y como somos unos veinte, eso reduce

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mucho el poder del encantamiento Fidelio. Losmortífagos tienen veinte veces más posibilidadesde sonsacarle el secreto a alguno de nosotros. Poreso, no podemos esperar que el encantamientoaguante mucho más tiempo.

—Pero si a estas alturas Snape ya les habrárevelado la dirección a los mortífagos, ¿no? —comentó Harry.

—Verás, Ojoloco puso un par de maldicionescontra Snape por si volvía a aparecer por allí.Suponemos que serán lo bastante poderosas parano dejarlo entrar y amarrarle la lengua si intentahablar de la casa, pero no podemos estar seguros.Habría sido una locura seguir utilizando la casacomo cuartel general ahora que sus defensasestán tan mermadas.

Esa noche había tanta gente en la cocina queresultaba difícil manipular los tenedores ycuchillos. Harry se encontraba apretujado al ladode Ginny, y todo aquello que no habían llegado adecirse mientras preparaban la mesa le hizo desearque hubiera varios comensales entre ambos. Teníaque esforzarse tanto para no rozarle el brazo, queapenas podía cortar el pollo.

—¿No se sabe nada de Ojoloco? —le preguntóa Bill.

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—No, nada.No se había celebrado ningún funeral por

Moody, porque Bill y Lupin no habían recuperadoel cadáver. Además, debido a la oscuridad y laviolencia de la batalla, les costó mucho determinardónde podría haber caído.

—El Profeta no ha dicho ni mu acerca de sumuerte, ni de que hayan encontrado su cadáver —continuó Bill—. Pero eso no significa nada,porque últimamente no explica gran cosa.

—¿Todavía no han fijado una vista por lamagia que utilicé al escapar de los mortífagossiendo todavía menor de edad? —le preguntóHarry desde el otro extremo de la mesa al señorWeasley, y éste negó con la cabeza—. ¿Seráporque saben que fue un caso de legítima defensa,o porque no desean que todo el mundo mágico seentere de que Voldemort me atacó?

—Supongo que por lo segundo. Scrimgeourno quiere reconocer que Quien-tú-sabes es tanpoderoso como en realidad es, ni que ha habidouna fuga masiva en Azkaban.

—Ya. Total, ¿para qué contarle la verdad a lagente? —musitó Harry, aferrando el cuchillo contanta fuerza que las finas cicatrices del dorso de lamano derecha se le destacaron sobre la piel: «No

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debo decir mentiras.»—¿Es que no hay nadie en el ministerio

dispuesto a plantarle cara? —refunfuñó Ron.—Claro que sí, Ron, pero la gente está muerta

de miedo —respondió su padre—. Temen ser lossiguientes en desaparecer, o que sus hijos seanatacados. Circulan rumores muy desagradables.Yo, por ejemplo, no creo que la profesora deEstudios Muggles de Hogwarts haya dimitido,pero hace semanas que nadie la ve. Entretanto,Scrimgeour continúa encerrado todo el día en sudespacho; espero que esté elaborando algún plan.

Hubo una pausa. La señora Weasley, mediantemagia, recogió los platos sucios y sirvió la tarta demanzana.

—Hemos de pensag cómo vamos adisfgazagte, Hagy —dijo Fleur cuando todostuvieron el postre—. Paga la boda —explicó al verel desconcierto del chico—. No hemos invitado aningún mogtífago, pog supuesto, pego tampocopodemos gagantizag que a algún invitado no se leescape algo después de bebegse unas copas dechampagne.

Harry comprendió que Fleur todavíasospechaba de Hagrid.

—Sí, tienes razón —corroboró la señora

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Weasley mientras, sentada a la cabecera de lamesa con las gafas en la punta de la nariz,repasaba la interminable lista de tareas que habíaanotado en un largo pergamino—. A ver, Ron, ¿yahas limpiado a fondo tu habitación?

—¿Por qué? —exclamó éste y, dejandobruscamente la cuchara en el plato, miró a sumadre—. ¿Por qué tengo que limpiar a fondo mihabitación? ¡A Harry y a mí nos gusta como está!

—Dentro de unos días, jovencito, tu hermanova a casarse en esta casa…

—¡Por el pellejo de Merlín! ¿Acaso va acasarse en mi habitación? —se soliviantó el chico—. ¡Pues no! Entonces ¿por qué…?

—No le hables así a tu madre —zanjó el señorWeasley con firmeza—. Y haz lo que te ordenan.

Ron miró ceñudo a sus padres y luego atacó elresto de su tarta de manzana.

—Ya te ayudaré. Yo también la he ensuciado—le comentó Harry, pero la señora Weasley lo oyóy dijo:

—No, Harry, querido. Prefiero que ayudes aArthur a limpiar el gallinero. Y a ti, Hermione, teestaría muy agradecida si cambiaras las sábanaspara monsieur y madame Delacour; ya sabes quellegan por la mañana, a las once.

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Pero resultó que en el gallinero no habíamucho trabajo.

—Preferiría que no se lo comentaras a Molly—le dijo el señor Weasley antes de entrar en elgallinero—, pero… Ted Tonks me ha enviado losrestos de la motocicleta de Sirius y… la tengoescondida… es decir, la tengo guardada aquí. Esfantástica: tiene una cañería de escape (creo quese llama así), una batería magnífica y me ofreceráuna gran oportunidad de averiguar cómofuncionan los frenos. Quiero ver si puedo montarlaotra vez cuando Molly no esté… bueno, cuandotenga tiempo.

Cuando volvieron a la casa, Harry no encontróa la señora Weasley por ninguna parte, así quesubió al dormitorio de Ron, en el desván.

—¡Estoy en ello! ¡Estoy en ello!… Ah, eres tú—resopló Ron, aliviado al ver que era su amigo, yvolvió a tumbarse en la cama de la que acababa delevantarse.

El cuarto continuaba tan desordenado como lohabía estado toda la semana; el único cambio eraque Hermione se hallaba sentada en un rincón,con su suave y sedoso gato de pelaje anaranjado,Crookshanks, a sus pies, separando libros en dosmontones enormes. Harry observó que algunos

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ejemplares eran suyos.—¡Hola, Harry! —lo saludó Hermione, y él se

sentó en su cama plegable.—¿Cómo has conseguido escapar?—Es que la madre de Ron no se ha acordado

de que ayer nos pidió a Ginny y a mí quecambiáramos las sábanas —explicó Hermione, ypuso Numerología y gramática en un montón yAuge y caída de las artes oscuras en el otro.

—Estábamos hablando de Ojoloco —dijo Ron—. Yo opino que podría haber sobrevivido.

—Pero si Bill vio cómo lo alcanzaba unamaldición asesina —repuso Harry.

—Sí, pero a Bill también lo estaban atacando.¿Cómo puede estar tan seguro de lo que vio?

—Aunque esa maldición asesina no diera en elblanco, Ojoloco cayó desde una altura de unostrescientos metros —razonó Hermione mientrassopesaba con una mano Equipos de quidditch deGran Bretaña e Irlanda.

—A lo mejor utilizó un encantamiento escudo.—Fleur afirma que la varita se le cayó de la

mano —comentó Harry.—Está bien, si preferís que esté muerto… —

gruñó Ron, y palmeó su almohada para darleforma.

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—¡Claro que no preferimos que esté muerto!—saltó Hermione con súbita consternación—. ¡Esterrible que haya muerto! Pero hemos de serrealistas.

Por primera vez, Harry imaginó el cuerpo sinvida de Ojoloco, inerte como el de Dumbledore,aunque con el ojo mágico todavía girandovelozmente en su cuenca. Sintió una punzada derepugnancia mezclada con unas extrañas ganas dereír.

—Seguramente los mortífagos lo recogieronantes de irse, y por eso no lo han encontrado —conjeturó Ron.

—Sí —coincidió Harry—. Como hicieron conBarty Crouch, a quien convirtieron en hueso yenterraron en el jardín de la cabaña de Hagrid. Lomás probable es que a Ojoloco lo hayantransfigurado, disecado y luego…

—¡Basta! —chilló Hermione y rompió a llorarsobre un ejemplar del Silabario del hechicero.

Harry dio un respingo—¡Oh, no! —exclamó levantándose con

esfuerzo de la vieja cama plegable—. Hermione, noquería disgustarte.

Con un sonoro chirrido de muelles oxidados,Ron bajó de un salto de la cama y llegó antes que

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Harry. Rodeó con un brazo a Hermione, rebuscó enel bolsillo de sus vaqueros y sacó un asquerosopañuelo que había utilizado para limpiar el horno.Pero cogió rápidamente su varita, apuntó alpañuelo y dijo: «¡Tergeo!»

La varita absorbió casi toda la grasa.Satisfecho, Ron le ofreció el humeante pañuelo asu amiga.

—¡Ay, gracias, Ron! Lo siento… —Se sonó lanariz e hipó un poco—. Es que es te… terrible,¿no? Ju… justo después de lo de Dumbledore.Ja… jamás imaginé que Ojoloco llegara a morir.¡Parecía tan fuerte!

—Sí, lo sé —replicó Ron, y le dio un achuchón—. Pero ¿sabes qué nos diría si estuviera aquí?

—«¡A… alerta permanente!» —balbuceóHermione mientras se enjugaba las lágrimas.

—Exacto —asintió Ron—. Nos diría queaprendiéramos de su propia experiencia. Y lo queyo he aprendido es que no tenemos que confiar enese cobarde asqueroso de Mundungus.

Hermione soltó una débil risita y se inclinópara coger dos libros más. Un segundo después,El monstruoso libro de los monstruos cayó sobreun pie de Ron. Al libro se le soltó la cinta que lomantenía cerrado y le dio un fuerte mordisco en el

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tobillo.—¡Ay, cuánto lo siento! ¡Perdóname! —

exclamó Hermione mientras Harry lo arrancaba deun tirón de la pierna de Ron y volvía a cerrarlo.

—Por cierto, ¿qué estás haciendo con todosesos libros? —preguntó Ron, y volvió cojeando asu cama.

—Intento decidir cuáles nos llevaremoscuando vayamos a buscar los Horrocruxes.

—Ah, claro —replicó Ron, y se dio unapalmada en la frente—. Olvidaba que iremos a darcaza a Voldemort en una biblioteca móvil.

—Muy gracioso —refunfuñó Hermionecontemplando la portada del Silabario delhechicero—. No sé si… ¿Creéis que necesitaremostraducir runas? Es posible. Creo que será mejorque nos lo llevemos, por si acaso.

Puso el silabario en el montón más grande ycogió Historia de Hogwarts.

—Escuchad… —dijo Harry, que se habíaenderezado. Ron y Hermione lo miraron con unamezcla de resignación y desafío—. Ya sé quedespués del funeral de Dumbledore dijisteis quequeríais acompañarme, pero…

—Ya empezamos —le dijo Ron a Hermione, ypuso los ojos en blanco.

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—Tal como temíamos —suspiró ella, y siguiócon los libros—. Mirad, creo que sí me llevaréHistoria de Hogwarts. Aunque no vayamos alcolegio, me sentiría muy rara si no lo…

—¡Escuchad! —insistió Harry.—No, Harry, escucha tú —replicó Hermione—.

Vamos a ir contigo. Eso lo decidimos hace meses.Bueno, en realidad hace años.

—Pero es que…—Cierra el pico, Harry —le aconsejó Ron.—¿Estáis seguros de que lo habéis pensado

bien? —perseveró Harry.—Mira —replicó Hermione, y lanzó Recorridos

con los trols al montón de libros descartados altiempo que le echaba una mirada furibunda—,llevo días preparando el equipaje, así que estamoslistos para marcharnos en cuanto nos lo digas.Pero has de saber que, para conseguirlo, he tenidoque hacer magia muy difícil, por no mencionar quehe robado todas las existencias de pociónmultijugos pertenecientes a Ojoloco delante de lasnarices de la señora Weasley.

»También les he modificado la memoria a mispadres, para convencerlos de que se llamanWendell y Monica Wilkins y que su mayor sueñoera irse a vivir a Australia, lo cual ya han hecho.

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Así Voldemort lo tendrá más difícil paraencontrarlos e interrogarlos sobre mí… o sobre ti,ya que, desgraciadamente, les he hablado muchode ti.

»Si salgo con vida de nuestra caza de losHorrocruxes, iré a buscarlos y anularé el sortilegio.De lo contrario… bueno, creo que elencantamiento que les he hecho los mantendráseguros y felices. Porque Wendell y MonicaWilkins no saben que tienen una hija.

Las lágrimas volvieron a los ojos de la chica.Ron se levantó, la abrazó de nuevo y miró a Harrycon ceño, como reprochándole su falta de tacto, yéste no supo qué decir, en parte porque era muyinusual que su amigo le diera lecciones dediplomacia.

—Yo… Hermione… Lo siento… No sabíaque…

—¿No sabías que Ron y yo somosperfectamente conscientes de lo que puedepasarnos si te acompañamos? Bueno, pues losabemos. Enséñale a Harry lo que has hecho, Ron.

—No… acaba de comer.—¡Enséñaselo! ¡Tiene que saberlo!—Está bien. Ven, Harry.Ron retiró el brazo de los hombros de

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Hermione por segunda vez y fue hacia la puertapisando fuerte.

—¡Vamos!—¿Qué pasa? —preguntó Harry, y siguió a su

amigo hasta el diminuto rellano.—¡Descendo! —murmuró Ron apuntando al

bajo techo con la varita mágica, donde deinmediato se abrió una trampilla por la que sedeslizó una pequeña escalera que descendió hastalos pies de los chicos. Por el hueco rectangular dela trampilla salió un tremebundo ruido, entregemido y sorbetón, junto con un desagradableolor a cloaca.

—Es vuestro ghoul, ¿no? —preguntó Harry,que nunca había visto a la criatura que a vecesalteraba el silencio nocturno de La Madriguera.

—Sí, es el ghoul —confirmó Ron, y se dispusoa subir—. Ven y échale un vistazo.

Harry lo siguió hacia el diminuto altillo. Yahabía metido cabeza y hombros por el huecocuando vio a la criatura acurrucada en la penumbraa escasos palmos de él, profundamente dormida ycon su enorme boca abierta.

—Pero si parece… ¿Todos los ghouls llevanpijama?

—No —dijo Ron—. Y tampoco son pelirrojos

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ni tienen tantas pústulas.Harry contempló aquella cosa repugnante de

forma y tamaño humanos, y cuando la vista se leacostumbró a la oscuridad, comprobó que elpijama era uno viejo de Ron. Hasta ese momentoestaba convencido de que normalmente los ghoulseran viscosos y calvos, en lugar de peludos ycubiertos de enormes ampollas moradas.

—Soy yo. ¿No lo entiendes? —comentó Ron.—No, no lo entiendo.—Ya te lo explicaré en la habitación. Este olor

me da náuseas.Bajaron por la escalerilla. Ron la recogió y

ambos se reunieron con Hermione, que seguíaseleccionando libros.

—Cuando nos marchemos, el ghoul bajará a midormitorio y vivirá aquí —explicó Ron—. Creo quelo está deseando. Bueno, es difícil saberlo porquelo único que hace es gemir y babear, pero cuandose lo menciono, mueve afirmativamente la cabeza.En fin, el ghoul será yo aquejado de spattergroit.Una idea genial, ¿verdad? —Harry estaba perplejo—. ¡Es una idea genial! —insistió Ron, frustradoporque su amigo no captara lo inteligente que erasu plan—. Mira, cuando nosotros tres noaparezcamos en Hogwarts a principio de curso,

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todo el mundo pensará que Hermione y yoestamos contigo, ¿no? Eso significa que losmortífagos visitarán a nuestras familias en buscade información sobre nuestro paradero.

—Si todo sale bien, parecerá que yo me he idocon mis padres; últimamente muchos hijos demuggles se están planteando esconderse —aportóHermione.

—Como es lógico, no podemos esconder atoda mi familia, porque resultaría sospechoso y,además, mi padre no puede dejar su empleo —explicó Ron—. Así que haremos correr la trola deque estoy muy enfermo de spattergroit y por esono he vuelto al colegio. Si alguien viene aquí ahusmear, mi padre o mi madre le enseñarán alghoul en mi cama, cubierto de pústulas. Como esuna enfermedad muy contagiosa, nadie se atreveráa acercarse a él. Además, no importa que el ghoulno diga nada porque, por lo visto, cuando elhongo se extiende por la campanilla te quedasafónico.

—Y tus padres ¿están al corriente de este plan?—preguntó Harry.

—Mi padre, sí. Fue él quien ayudó a Fred yGeorge a transformar al ghoul. Mi madre… bueno,ya sabes cómo es; no aceptará que nos vayamos

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hasta que nos hayamos ido.A continuación se produjo un silencio sólo

interrumpido por los débiles ruidos sordosproducidos por los libros que Hermionecontinuaba lanzando a uno u otro montón. Ron sesentó a contemplarla. Harry mirabaalternativamente a sus amigos, sin saber qué decir.Las medidas que habían adoptado para proteger asus respectivas familias, más que cualquier otraacción que hubieran emprendido, le hicieroncomprender que estaban decididos a acompañarlosabiendo con exactitud lo peligroso que resultaría.Le habría gustado expresarles cuánto significabaeso para él, pero no encontraba palabras lobastante solemnes.

En medio de ese silencio, oyeron los gritosamortiguados de la señora Weasley, cuatro pisosmás abajo.

—Seguro que Ginny se ha dejado una mota depolvo en algún maldito servilletero —dijo Ron—.No entiendo por qué los Delacour tienen que venirdos días antes de la boda.

—La hermana de Fleur será dama de honor, demodo que tiene que estar aquí para el ensayogeneral, y es demasiado joven para venir sola —explicó Hermione mientras examinaba, indecisa,

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Recreo con la banshee.—Bueno, tener invitados no va a ayudar a

reducir el estrés de mi madre —masculló Ron.—Lo que debemos decidir —apostilló

Hermione mientras desechaba Teoría de defensamágica y cogía Evaluación de la educaciónmágica en Europa— es adónde vamos a ir cuandosalgamos de aquí. Ya sé que dijiste que primeroquerías visitar Godric’s Hollow, Harry, y loentiendo, pero… no sé… ¿no deberíamos darprioridad a los Horrocruxes?

—Si supiéramos dónde están los Horrocruxeste daría la razón —repuso Harry, que no creía queHermione comprendiera de verdad su deseo de ir aGodric’s Hollow. No obstante, la tumba de suspadres no era lo único que lo atraía, pues tenía elclaro aunque inexplicable presentimiento de queese lugar le depararía algunas respuestas. Quizáfuera sencillamente porque era allí donde él habíasobrevivido a la maldición asesina de Voldemort,pero, ahora que se enfrentaba al reto de repetir esahazaña, se sentía atraído por el lugar donde habíasucedido, con la esperanza de entenderlo mejor.

—¿No crees que cabe la posibilidad de queVoldemort esté vigilando Godric’s Hollow? —preguntó Hermione—. Quizá sospeche que irás a

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visitar la tumba de tus padres cuando tengaslibertad de movimientos, ¿no?

Eso no se le había ocurrido a Harry. Mientrasbuscaba una respuesta convincente, Ronintervino siguiendo el hilo de sus propias ideas.

—Ese tal «R.A.B.»… ya sabéis, el que robó elguardapelo auténtico.

—Ya… En la nota ponía que iba a destruirlo,¿no? —observó Hermione.

Harry se acercó la mochila y sacó el falsoHorrocrux que todavía contenía la nota firmada por«R.A.B.».

—«He robado el Horrocrux auténtico y lodestruiré en cuanto pueda» —leyó.

—¿Y si es verdad que ese hombre lo destruyó?—aventuró Ron.

—O esa mujer —puntualizó Hermione.—Lo que sea, hombre o mujer. ¡Así tendríamos

uno menos que buscar!—Sí, pero de cualquier forma tendremos que

encontrar el guardapelo auténtico, ¿no? —observóla chica—. Para saber si lo destruyó o no.

—Y una vez que has hallado un Horrocrux,¿cómo lo destruyes? —preguntó Ron.

—Bueno —dijo Hermione—, he estadoinvestigando.

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—¿Cómo? —preguntó Harry—. Creía que en labiblioteca no había ningún libro sobreHorrocruxes.

—No, no los había —admitió Hermionesonrojándose—. Dumbledore se los llevó todos deallí, pero… no los destruyó.

Ron se enderezó y enarcó las cejas.—¡Por los calzones de Merlín! ¿Cómo has

conseguido echarles el guante a esos libros sobreHorrocruxes?

—¡No los he robado! —se defendió Hermionemirando a sus amigos con cierta aprensión—.Esos libros todavía pertenecían a la biblioteca,aunque Dumbledore los hubiera retirado de losestantes. Además, si de verdad no hubiera queridoque nadie los encontrara, estoy segura de quehabría hecho que fuera mucho más difícil…

—¡Ve al grano! —exigió Ron.—Fue muy sencillo —repuso Hermione con un

hilo de voz—. Sólo tuve que hacer unencantamiento convocador. Ya sabéis: «¡Accio!»Salieron volando por la ventana del despacho deDumbledore y… fueron derecho al dormitorio delas chicas.

—Pero ¿cuándo hiciste eso? —preguntó Harrymirándola con una mezcla de admiración e

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incredulidad.—Justo después del… del funeral de

Dumbledore —confesó ella con voz aún más débil—. Precisamente después de que acordamos novolver al colegio e ir en busca de los Horrocruxes.Cuando subí a buscar mis cosas, se me ocurrióque cuanto más supiera sobre ellos, mejor. Y comoestaba sola, lo probé… y dio resultado. Entraronvolando por la ventana y… los metí en mi baúl. —Tragó saliva y añadió—: No creo que Dumbledorese hubiera enfadado, porque nosotros no vamos autilizar esa información para hacer un Horrocrux,¿no?

—¿Acaso has oído que nos quejáramos? —inquirió Ron—. Pero, oye, ¿dónde están esoslibros?

Hermione rebuscó un momento y sacó delmontón un grueso tomo encuadernado en pielnegra y gastada. Lo miró con cara de repulsión ylo sujetó con la punta de los dedos, como si fueraun bicho muerto.

—Éste es el que da instrucciones explícitas decómo hacer un Horrocrux: Los secretos de las artesmás oscuras. Es un libro horrible, espantoso, llenode magia maligna. Me gustaría saber cuándo loretiró Dumbledore de la biblioteca. Si no lo hizo

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hasta que lo nombraron director del colegio,supongo que Voldemort sacó de aquí toda lainformación que necesitaba.

—Pero si ya había leído el libro, ¿por qué tuvoque preguntarle a Slughorn cómo se hacía unHorrocrux? —se extrañó Ron.

—Voldemort sólo acudió a Slughorn paraaveriguar qué podía pasar si dividía su alma ensiete partes —aclaró Harry—. Dumbledore estabaconvencido de que Ryddle ya sabía cómo hacer unHorrocrux cuando habló con Slughorn sobre ellos.Me parece que tienes razón, Hermione: es muyprobable que haya sacado de ahí la información.

—Y cuanto más leo sobre ellos —prosiguió lamuchacha—, más horribles me parecen y más mecuesta creer que Voldemort hiciera seis. En estelibro te advierten de lo poco sólido que queda elresto del alma cuando se divide, y eso creandosólo un Horrocrux…

Harry recordó que en una ocasión Dumbledorele había dicho que la maldad de Voldemort noconocía límites.

—¿Y no hay ninguna forma de volver a juntarlas partes? —preguntó Ron.

—Sí —afirmó Hermione con una sonrisaforzada—, pero eso resultaría terriblemente

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doloroso.—¿Por qué? ¿Cómo se hace? —preguntó

Harry.—Arrepintiéndote —respondió Hermione—.

Tienes que arrepentirte de verdad de lo que hashecho. Hay una nota a pie de página, ¿sabéis? Porlo visto, el dolor que sientes al hacerlo podríadestruirte. Pero, no sé por qué, no me imagino aVoldemort intentándolo. ¿Y vosotros?

—No, yo tampoco —opinó Ron antes queHarry—. Entonces, ¿en ese libro se explica quéhay que hacer para destruir un Horrocrux?

—Sí, en efecto —respondió Hermione, y pasólas frágiles páginas como si examinara entrañaspodridas—, porque hace hincapié en lo potentesque han de ser los sortilegios que les hagan losmagos tenebrosos. Por lo que he leído, deduzcoque lo que Harry le hizo al diario de Ryddle es unade las pocas maneras verdaderamente infalibles dedestruir un Horrocrux.

—¿Ah, sí? ¿Clavarle un colmillo de basilisco?—preguntó Harry.

—Pues menos mal que tenemos una granprovisión de colmillos de basilisco, ¿no? —dijoRon con sarcasmo—. Me preguntaba qué íbamosa hacer con ellos.

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—No tiene que ser necesariamente un colmillode basilisco —explicó Hermione sin impacientarse—, pero sí algo tan destructivo que el Horrocruxno pueda repararse por sí mismo. El veneno debasilisco sólo tiene un antídoto, y esincreíblemente escaso…

—Lágrimas de fénix —musitó Harryasintiendo.

—Exacto —confirmó Hermione—. Nuestroproblema es que hay muy pocas sustancias tandestructivas como el veneno de basilisco, yademás resulta muy peligroso manejarlas ytransportarlas. Ésa es una dificultad quetendremos que resolver, porque no basta conpartir, aplastar ni machacar un Horrocrux, sino quedebe quedar tan destrozado que no puedarepararse ni mediante magia.

—Pero, aunque destrocemos el objeto en quevive, ¿por qué no puede el fragmento de almaalojarse en otro objeto? —cuestionó Ron.

—Porque un Horrocrux es todo lo contrario deun ser humano. —Al ver que Harry y Ron sequedaban desconcertados, se apresuró a añadir—:Mira, si ahora mismo cogiera una espada, Ron, y teatravesara con ella, no le haría ningún daño a tualma.

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—Y seguro que eso sería un gran consuelopara mí —ironizó Ron.

Harry rió.—Pues debería serlo. Pero lo que quiero decir

es que le hagas lo que le hagas a tu cuerpo, tualma sobrevivirá intacta. En cambio, con unHorrocrux pasa todo lo contrario: para sobrevivir,el fragmento de alma que alberga depende de sucontinente, de su cuerpo encantado. Sin él nopuede existir.

—Podría decirse que ese diario murió cuandole clavé el colmillo —reflexionó Harry recordandola tinta que manaba como sangre de susperforadas hojas, y los gritos del fragmento dealma de Voldemort al esfumarse.

—Eso es. Y una vez destruido el diario, alfragmento de alma que se escondía en él ya no lefue posible seguir existiendo. Ginny intentódeshacerse del diario antes que tú, tirándolo por elretrete; pero el diario, como es lógico, no sufrióningún daño.

—Espera un momento —intervino Ronfrunciendo el entrecejo—. El fragmento de almaque había en ese diario poseyó a Ginny, ¿no esasí? No lo entiendo. ¿Cómo funciona eso?

—Verás, mientras el continente mágico sigue

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intacto, el fragmento de alma que hay dentropuede entrar y salir con facilidad de alguien que sehaya acercado demasiado al objeto. No, no merefiero a cogerlo; no tiene nada que ver con elhecho de tocarlo —añadió Hermione antes de queRon la interrumpiera—. Me refiero a acercarseemocionalmente. Ginny vertió su corazón en esediario, y eso la convirtió en un sersupervulnerable. Es decir, te pones en peligro si letomas demasiado cariño al Horrocrux, o siestableces una fuerte dependencia de él.

—Me intriga saber qué hizo Dumbledore paradestruir el anillo —comentó Harry—. ¿Por qué nose lo pregunté? La verdad es que nunca…

No terminó la frase; estaba pensando en todaslas cosas que debería haberle preguntado y en laimpresión que tenía, desde la muerte del directorde Hogwarts, de haber desaprovechado muchasoportunidades de averiguar más cosas, deaveriguarlo todo…

El silencio fue interrumpido por la puerta deldormitorio al abrirse con gran estrépito. Hermionedio un chillido y soltó Los secretos de las artesmás oscuras; Crookshanks se metió debajo de lacama, bufando indignado; Ron se levantó de unbrinco de la cama, resbaló con un envoltorio de

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rana de chocolate que había en el suelo y segolpeó la cabeza contra la pared, y Harry buscóinstintivamente su varita mágica antes de darsecuenta de que tenía delante a la señora Weasley,con el pelo alborotado y un humor de perros.

—Lamento mucho interrumpir esta agradabletertulia —dijo con voz temblorosa—. Ya sé quetodos necesitáis descansar, pero en mi habitaciónhay un montón de regalos de boda que debenclasificarse, y se me ha ocurrido que a lo mejorquerríais ayudarme.

—Sí, claro —repuso Hermione con cara desusto, y al ponerse en pie dispersó los libros entodas direcciones—. Vamos enseguida, losentimos mucho…

Angustiada, miró a sus amigos y salió de lahabitación detrás de la señora Weasley.

—Me siento como un elfo doméstico —selamentó Ron por lo bajo, frotándose la cabeza,cuando Harry y él salieron del dormitorio—. Perosin la satisfacción de tener un empleo. ¡Quécontento me voy a poner cuando mi hermano sehaya casado!

—Sí, tienes razón, entonces no tendremos otracosa que hacer que buscar los Horrocruxes. Serácomo unas vacaciones, ¿verdad?

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Ron se echó a reír, pero se calló de golpe al verla montaña de regalos de boda que los esperabaen la habitación de la señora Weasley.

Los Delacour llegaron a la mañana siguiente alas once en punto. Harry, Ron, Hermione y Ginnyestaban un poco resentidos con la familia de Fleur;por ello, Ron subió refunfuñando a su habitación acambiarse los calcetines desparejados, y Harryintentó peinarse también de mala gana. Cuando laseñora Weasley consideró que todos ofrecían unaspecto presentable, desfilaron por el soleadopatio trasero para recibir a sus invitados.

Harry jamás había visto el patio tan ordenado:los calderos oxidados y las viejas botas de gomaque normalmente estaban tirados en los escalonesde la puerta trasera habían desaparecido, siendosustituidos por dos arbustos nerviosos, uno acada lado de la puerta en sendos tiestos enormes.Aunque no corría brisa, las hojas se mecíanperezosamente, ofreciendo una agradablesensación de vaivén. Habían encerrado lasgallinas, barrido el patio y podado, rastrillado yarreglado el jardín. No obstante, Harry, a quien legustaba más cuando presentaba aquel aspecto deabandono, tuvo la sensación de que, sin suhabitual contingente de gnomos saltarines, el

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jardín tenía un aire tristón.El muchacho ya había perdido la cuenta de los

sortilegios de seguridad que la Orden y elministerio le habían hecho a La Madriguera; loúnico que sabía seguro era que ya nadie podíaviajar directo hasta allí mediante magia. Por eso elseñor Weasley había ido a esperar a los Delacour ala cima de una colina cercana, donde losdepositaría un traslador. Los alertó de su llegadauna estridente risa que resultó ser del señorWeasley, a quien poco después vieron llegar a laverja, cargado de maletas y precediendo a unahermosa mujer, rubia y con túnica verde claro, quesólo podía ser la madre de Fleur.

—Maman! —gritó ésta, y corrió a abrazarla—.Papa!

Monsieur Delacour no era tan atractivo comosu esposa, ni mucho menos; era bastante más bajoque ella y muy gordo, y lucía una pequeña ypuntiaguda barba negra. Sin embargo, parecíabonachón. Calzado con botas de tacón, se dirigióhacia la señora Weasley y le plantó dos besos encada mejilla, dejándola aturullada.

—Ya sé que se han tomado muchas molestiaspog nosotgos —dijo con su grave voz—. Fleugnos ha dicho que han tenido que tgabajag mucho.

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—¡Bah, no es para tanto! —replicó Molly—.¡Lo hemos hecho encantados!

Ron se desahogó dándole una patada a ungnomo que había asomado la cabeza por detrás deun arbusto nervioso.

—¡Queguida mía! —exclamó radiantemonsieur Delacour, todavía sosteniendo la manode la señora Weasley entre las suyas regordetas—. ¡La inminente unión de nuestgas familias espaga nosotgos un gan honog! Pegmítamepgesentagle a mi esposa, Apolline.

Madame Delacour avanzó con elegancia y seinclinó para besar a la señora Weasley.

—Enchantée —saludó—. Su esposo nos hacontado unas histoguias divegtidísimas.

El señor Weasley soltó una risita histriónica,pero su esposa le lanzó una mirada y él se pusomuy serio, como si estuviera en el entierro de unamigo.

—Y ésta es nuestga hija pequeña, Gabguielle—dijo monsieur Delacour.

Gabrielle, una niña de once años de cabellorubio plateado hasta la cintura, era una Fleur enminiatura; obsequió a la señora Weasley con unasonrisa radiante y la abrazó, y a continuación lelanzó una encendida mirada a Harry pestañeando.

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Ginny carraspeó.—¡Pero pasen, pasen, por favor! —invitó la

señora Weasley con entusiasmo, e hizo entrar alos Delacour con un derroche de disculpas ycumplidos: «¡No, por favor!», «¡Usted primero!»,«¡Sólo faltaría!».

Los Delacour resultaron unos invitados nadaexigentes y muy amables. Todo les parecía bien yse mostraron dispuestos a ayudar con lospreparativos de la boda. Monsieur Delacouraseguró que todo, desde la disposición de losasientos hasta los zapatos de las damas de honor,era charmant! Madame Delacour era una expertaen hechizos domésticos y dejó el horno impecableen un periquete, y Gabrielle seguía a todas partes asu hermana mayor, intentando colaborar en todo yhablando muy deprisa en francés.

El inconveniente era que La Madriguera noestaba preparada para alojar a tanta gente, demodo que, tras acallar las protestas de losDelacour e insistir en que ocuparan su dormitorio,los Weasley dormían en el salón; Gabrielle lo hacíacon Fleur en el antiguo dormitorio de Percy, y Billcompartiría habitación con Charlie, su padrino,cuando éste llegara de Rumania. Lasoportunidades para tramar planes juntos eran casi

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inexistentes, y, desesperados, Harry, Ron yHermione se ofrecían voluntarios para dar decomer a las gallinas sólo para huir de la abarrotadacasa.

—¡Nada, no hay manera de que nos dejetranquilos! —refunfuñó Ron al ver que susegundo intento de charlar en el patio con susamigos quedaría frustrado: su madre se acercabacargada con un gran cesto de ropa para tender.

—¡Ah, qué bien! Ya habéis dado de comer alas gallinas —dijo la señora Weasley—. Será mejorque volvamos a encerrarlas antes de que lleguenmañana los operarios. Sí, los empleados que van ainstalar la carpa para la boda —explicó, y se apoyócontra el gallinero. Parecía agotada—. EntoldadosMágicos Millamant; son muy buenos. Bill seencargará de escoltarlos. Será mejor que te quedesdentro mientras ellos montan la carpa, Harry. Laverdad es que todos esos hechizos defensivosestán complicando mucho la organización de laboda.

—Lo siento —se disculpó Harry.—¡No seas tonto, hijo! No he querido decir…

Mira, tu seguridad es lo más importante. Por cierto,hace días que quiero preguntarte cómo te gustaríacelebrar tu cumpleaños. Vas a cumplir diecisiete; es

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una fecha importante.—No quiero mucho jaleo —respondió Harry,

imaginándose la tensión adicional que esosupondría para todos—. En serio, señora Weasley,prefiero una cena tranquila. Piense que será el díaantes de la boda.

—Bueno, como quieras, cielo. Invitaré a Remusy Tonks, ¿no? ¿Y qué me dices de Hagrid?

—Me parece muy bien. Pero no se tomemuchas molestias, por favor.

—No te preocupes. No es ninguna molestia.La mujer le lanzó una mirada escrutadora;

luego sonrió con cierta tristeza y se alejó. Harryvio cómo agitaba la varita mágica delante deltendedero y cómo la ropa salía volando del cesto yse tendía sola, y de pronto sintió un profundoremordimiento por los inconvenientes y elsufrimiento que estaba causándole.

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I

CAPÍTULO 7

El testamento deAlbus Dumbledore

BA caminando por una carretera de montañabajo la fría y azulada luz del amanecer. En la

distancia, un poco más abajo, se distinguía elcontorno de un pueblecito envuelto en la neblina.¿Estaría allí el hombre al que buscaba? El hombreal que tanto necesitaba que casi no podía pensar

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en otra cosa, el hombre que tenía la solución a suproblema.

—¡Eh, despierta!Harry abrió los ojos; volvía a estar tumbado en

la cama plegable de la sombría habitación de Ron,en el desván de La Madriguera. Todavía no habíasalido el sol y el cuarto estaba en penumbra;Pigwidgeon dormía con la cabeza bajo una de susdiminutas alas. Harry notaba pinchazos en lacicatriz de la frente.

—Estabas hablando en sueños.—¿Ah, sí?—Sí, de verdad. Todo el rato decías

«Gregorovitch, Gregorovitch».Como Harry no llevaba puestas las gafas, veía

el rostro de Ron un poco borroso.—¿Quién es Gregorovitch?—Ni idea. Lo decías tú, no yo.Pensativo, Harry se frotó la frente. Le parecía

haber oído ese nombre antes, pero no sabíadónde.

—Creo que Voldemort está buscándolo.—Pobre hombre —se apiadó Ron.Harry ya estaba del todo despierto y se

incorporó sin dejar de frotarse la cicatriz. Trató derecordar qué había visto con exactitud en el sueño,

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pero lo único que logró reconstruir fue unhorizonte montañoso y el contorno de unpueblecito enclavado en un profundo valle.

—Me parece que está en el extranjero.—¿Quién? ¿Gregorovitch?—No, Voldemort. Y creo que se halla en algún

país buscando a Gregorovitch. No tenía aspectode ser Gran Bretaña.

—¿Insinúas… que has vuelto a entrar en sumente? —se preocupó Ron.

—No se lo digas a Hermione, por favor.Aunque no sé cómo, pretende que deje de vercosas en sueños. —Se quedó mirando la jaula dela pequeña Pigwidgeon, cavilando… ¿Por qué leresultaba tan familiar ese nombre, Gregorovitch?—. Yo diría —comentó con lentitud— que tienealgo que ver con el quidditch. Hay alguna relación,pero no sé… no sé cuál.

—¿Con el quidditch? —se extrañó Ron—.¿Seguro que no estás pensando en Gorgovitch?

—¿Quién has dicho?—Dragomir Gorgovitch, cazador. Lo

traspasaron hace dos años al Chudley Cannonspor una cifra astronómica. Tiene el récord deanotación en una sola temporada.

—No, no. No estaba pensando en Gorgovitch.

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—Yo también prefiero no pensar en él. Bueno,feliz cumpleaños.

—¡Vaya, es verdad! ¡No me acordaba! ¡Yatengo diecisiete años!

Harry cogió la varita mágica, que estaba al ladode su cama plegable, apuntó al desordenadoescritorio donde había dejado sus gafas y dijo:«¡Accio gafas!» Aunque las tenía a sólo un palmo,le produjo una gran satisfacción verlas volar haciaél, al menos hasta que una patilla se le metió en unojo.

—¡Vaya estilo! —resopló Ron.Para celebrar que se le había desactivado el

Detector, Harry hizo volar por la habitación lascosas de Ron. Pigwidgeon despertó y empezó arevolotear muy agitada por la jaula. Harry tambiénintentó atarse los cordones de las zapatillasdeportivas mediante magia (aunque luego tardóvarios minutos en desatar los nudos a mano).Luego, sólo por probar, cambió el naranja de lastúnicas de los pósteres del Chudley Cannons deRon por un azul intenso.

—Yo en tu lugar me subiría la cremallera amano —le aconsejó Ron, y se echó a reír cuandoHarry bajó la vista rápidamente para comprobar sillevaba la bragueta desabrochada—. Anda, toma

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tu regalo. Ábrelo aquí arriba, para que no lo vea mimadre.

—¿Es un libro? —se extrañó Harry al coger elpaquete rectangular—. Un cambio con respecto ala tradición, ¿no?

—No es un libro como otro cualquiera. Es unajoya: Doce formas infalibles de hechizar a unabruja. Explica todo lo que hay que saber sobre laschicas. Si lo hubiera tenido el año pasado, habríasabido cómo librarme de Lavender y qué hacerpara… Bueno, a mí me lo regalaron Fred y George,y he aprendido mucho con él. Te sorprenderá, yalo verás. Y no todos los trucos son a base devarita mágica.

Cuando bajaron a la cocina, encontraron unmontón de regalos esperando encima de la mesa.Bill y monsieur Delacour estaban terminando dedesayunar, y la señora Weasley, de pie, charlabacon ellos mientras vigilaba lo que tenía en unasartén.

—Arthur me ha pedido que te felicite de suparte, Harry —dijo la mujer con una sonrisa deoreja a oreja—. Ha tenido que ir temprano altrabajo, pero volverá a la hora de la cena. Ese deahí encima es nuestro regalo.

Harry se sentó, cogió el paquete cuadrado que

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la madre de Ron había señalado y lo desenvolvió.Dentro había un reloj muy parecido al que losWeasley le habían regalado a Ron cuando cumpliólos diecisiete; era de oro y, en lugar de manecillas,tenía unas estrellas que giraban en la esfera.

—Es tradición regalar un reloj cuando un magoalcanza la mayoría de edad —explicó la señoraWeasley mirando emocionada al chico, sinapartarse de los fogones—. Aunque ése no esnuevo como el de Ron, pues pertenecía a mihermano Fabian, que no era muy cuidadoso consus cosas. Verás que está un poco abollado por laparte de atrás, pero…

No pudo terminar su discurso, porque Harry selevantó y la abrazó. El muchacho intentó expresarasí muchas cosas que nunca había dicho, y laseñora Weasley debió de entenderlo, porque,cuando él la soltó, le dio unas palmaditas en lamejilla, haciendo un movimiento involuntario conla varita que provocó que un trozo de pancetasaltara de la sartén y cayera al suelo.

—¡Feliz cumpleaños, Harry! —exclamóHermione al irrumpir en la cocina, y puso su regaloen lo alto del montón—. No es gran cosa, peroespero que te guste. Y tú ¿qué le has regalado? —le preguntó a Ron, que simuló no oírla.

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—¡Vamos, abre el de Hermione! —lo incitóRon.

Su amiga le había comprado un chivatoscopio.Los otros paquetes contenían una navaja deafeitar encantada, regalo de Bill y Fleur («Ah, sí,con eso conseguigás el afeitado más suave quepuedas imaginag —le aseguró monsieur Delacour—, pego debes decigle clagamente lo quequiegues, pogque si no puedes acabag máspelado de la cuenta…»); bombones, regalo de losDelacour; y una caja enorme de los últimosartículos de Sortilegios Weasley, regalo de Fred yGeorge.

Harry, Ron y Hermione no se quedaron muchorato en la mesa, ya que, cuando madame Delacour,Fleur y Gabrielle bajaron a desayunar, casi nocabían en la cocina.

—Dame eso. Lo pondré con el resto delequipaje —dijo Hermione alegremente; le cogió losregalos de los brazos a Harry y los tres amigosvolvieron al piso de arriba—. Ya lo tengo casi todopreparado. Sólo falta que el resto de tuscalzoncillos salga de la colada, Ron.

Éste se atragantó, pero el ruido que hizo fueinterrumpido al abrirse una puerta del rellano delprimer piso.

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—¿Puedes venir un momento, Harry?Era Ginny. Ron se detuvo en seco, pero

Hermione lo cogió por el codo y lo obligó a seguirsubiendo la escalera. Nervioso, Harry entró en eldormitorio de Ginny.

Era la primera vez que visitaba esa habitación.Era pequeña pero muy luminosa; en una paredhabía un gran póster del grupo mágico Las Brujasde Macbeth, y en otra una fotografía de GwenogJones, capitana del Holyhead Harpies, el equipofemenino de quidditch. También había unescritorio enfocado hacia la ventana abierta quedaba al huerto de árboles frutales donde, una vez,Ginny y él habían jugado al quidditch —doscontra dos— con Ron y Hermione, y donde yaestaba montada la gran carpa blanca. La banderadorada que la coronaba quedaba a la altura de laventana.

La chica miró a Harry a los ojos, respiró hondoy dijo:

—Feliz cumpleaños.—Ah… gracias…Ginny lo miraba con fijeza, pero a él le costaba

sostenerle la mirada: era como mirar directamenteuna luz muy brillante.

—Qué vista tan bonita —murmuró señalando

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la ventana.Ella no le hizo caso, y a Harry no le extrañó.—No se me ocurría qué regalarte —murmuró.—No hacía falta que me regalaras nada.Ella tampoco prestó atención a esa réplica y

comentó:—Tenía que ser algo útil y no demasiado

grande; de lo contrario no podrías llevártelo.Harry se aventuró a mirarla. No estaba

llorando; ésa era una de las cosas que más lomaravillaban de Ginny: que casi nunca lloraba. Élsuponía que tener seis hermanos varones la habíacurtido.

Ginny se le acercó un poco.—Y entonces pensé que me gustaría regalarte

algo que te ayudara a acordarte de mí, por si… nosé, por si conoces a alguna veela cuando estés porahí haciendo eso que tienes que hacer.

—Sospecho que ahí fuera no voy a tenermuchas ocasiones de ligar, la verdad.

—Eso era lo único que necesitaba oír —susurró ella, y de pronto lo besó como nuncahasta entonces.

Harry le devolvió el beso y sintió una felicidadque no podía compararse con nada, un bienestarmucho mayor que el producido por el whisky de

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fuego. Sintió que Ginny era lo único real que habíaen el mundo: Ginny, su contacto, una mano en suespalda y la otra en su largo y fragante cabello…

De repente se abrió la puerta y ambos sesepararon dando un respingo.

—Vaya —dijo Ron con tono significativo—.Lo siento.

—¡Ron! —exhaló Hermione sin aliento detrásde él.

Hubo unos momentos de embarazoso silencio,hasta que Ginny dijo con voz monocorde:

—Bueno, feliz cumpleaños de todas formas,Harry.

A Ron se le habían puesto coloradas las orejasy Hermione parecía nerviosa. A Harry le habríagustado cerrarles la puerta en las narices, pero eracomo si una fría corriente de aire hubiera entradoen la habitación y aquel magnífico instante sehabía desvanecido como una pompa de jabón.Todas las razones que lo habían decidido a ponerfin a su relación con Ginny y mantenerse alejadode ella parecían haberse colado en la habitaciónjunto con Ron, y aquella feliz dicha lo abandonó.

Miró a Ginny; quería decirle algo pero no sabíaqué, y además ella se había dado la vuelta. Sepreguntó si por una vez habría sucumbido al

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llanto. Delante de Ron no podía consolarla.—Hasta luego —fue lo único que dijo, y salió

con sus dos amigos del dormitorio.Ron bajó resueltamente la escalera, cruzó la

cocina todavía abarrotada y salió al patio; Harryllevaba el mismo paso que él, y Hermione ibadetrás con cara de susto.

Cuando llegó a la zona ajardinada de la casa,donde acababan de cortar el césped y donde nadiepodía oírlos, Ron se dio la vuelta y espetó:

—¿No habíais cortado? ¿De qué vas? ¿Por quétonteas con ella?

—No tonteo con ella —se defendió Harry, y enese momento Hermione los alcanzó.

—Ron…Pero éste levantó una mano para hacerla callar.—Cuando cortasteis, mi hermana se quedó

hecha polvo…—Yo también. Ya sabes por qué le propuse

dejarlo, y no fue porque yo quisiera.—Sí, pero si ahora empiezas a pegarte el lote

con ella, volverá a tener esperanzas y…—Tu hermana no es idiota, sabe perfectamente

que no puede ser, no espera que… acabemoscasándonos ni…

Al decir eso, una vívida imagen se le formó en

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la mente: Ginny, vestida de blanco, casándose conun desconocido alto y aborrecible. De prontosintió vértigo y lo entendió: Ginny tenía ante sí unfuturo libre y sin obstáculos, mientras que elsuyo… Más allá, él sólo veía a Voldemort.

—Si sigues besándote con mi hermana cadavez que se te presenta una oportunidad…

—No volverá a pasar —aseguró Harry conaspereza. Hacía un día radiante, pero él sintiócomo si el sol se hubiera escondido—. ¿Vale?

Ron parecía entre resentido y avergonzado; sebalanceó adelante y atrás un par de veces y dijo:

—Está bien… Vale.Ginny no procuró volver a verse a solas con

Harry durante el resto del día, y nada en suaspecto ni actitud hizo sospechar que en sudormitorio hubieran mantenido otra cosa que nofuera una conversación normal. Aun así, la llegadade Charlie supuso un gran alivio para Harry; almenos lo distrajo ver cómo la señora Weasley loobligaba a sentarse en una silla, cómo levantabaadmonitoriamente su varita mágica y anunciabaque se disponía a hacerle un corte de peloapropiado a su hijo.

Como en la cocina de La Madriguera no habíaespacio suficiente para celebrar la cena de

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cumpleaños de Harry —y aún faltaban por llegarCharlie, Lupin, Tonks y Hagrid—, juntaron variasmesas en el jardín. Fred y George hechizaron unosfarolillos morados, todos con un gran diecisieteestampado, y los suspendieron sobre las mesas.Gracias a los cuidados de la señora Weasley,George ya tenía la herida curada, pero Harrytodavía no se acostumbraba a ver el oscuroorificio que le había quedado en lugar de la oreja,pese a que los gemelos no paraban de hacerchistes sobre él.

Hermione hizo aparecer unas serpentinasdoradas de la punta de su varita mágica y lascolgó con mucho arte encima de árboles yarbustos.

—¡Qué bonito queda! —alabó Ron cuando,con un último floreo de la varita, Hermione tiñó dedorado las hojas del manzano silvestre—. Eres unaartista para estas cosas.

—Gracias, Ron —repuso ella, complacida y unpoco turbada.

Harry, muy divertido, se dio la vuelta para queno vieran su expresión; estaba segurísimo de queencontraría un capítulo dedicado a los cumplidoscuando tuviera tiempo de leer detenidamente suejemplar de Doce formas infalibles de hechizar a

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una bruja. Entonces advirtió que Ginny lo miraba,y le sonrió, pero recordó la promesa hecha a Ron yrápidamente entabló conversación con monsieurDelacour.

—¡Apartaos, apartaos! —vociferó la señoraWeasley, y entró por la verja con una snitch deltamaño de una pelota de playa flotando delante deella.

Segundos más tarde, Harry comprendió que lasnitch era su pastel de cumpleaños, y que laseñora Weasley la hacía flotar con la varita mágicapara no arriesgarse a llevarla con las manos poraquel terreno tan irregular. Cuando el pastel sehubo posado por fin en medio de la mesa, Harryexclamó:

—¡Es increíble, señora Weasley!—Bah, no es nada, cielo —repuso ella con

cariño. Ron asomó la cabeza por detrás de sumadre, le hizo una seña de aprobación con elpulgar a Harry y articuló con los labios: «¡Bien!»

A las siete en punto ya habían llegado todoslos invitados; Fred y George fueron a esperarlos alfinal del camino y los acompañaron a la casa. Paratan señalada ocasión, Hagrid se había puesto sumejor traje —marrón, peludo y horrible—. Lupinsonrió al estrecharle la mano, pero a Harry le

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pareció que no estaba muy contento (qué raro); encambio, Tonks, al lado de su marido, estabasencillamente radiante.

—¡Feliz cumpleaños, Harry! —lo felicitó labruja abrazándolo con fuerza.

—Diecisiete, ¿eh? —dijo Hagrid mientras cogíala copa de vino, del tamaño de un balde, que leofrecía Fred—. Ya han pasado seis años desde eldía que nos conocimos, ¿te acuerdas, Harry?

—Vagamente —sonrió—. ¿Verdad que echastela puerta abajo, provocaste que a Dudley le salierauna cola de cerdo y me dijiste que yo era mago?

—No tengo buena memoria para los detalles —repuso Hagrid riendo—. Ron, Hermione, ¿va todobien?

—Muy bien, Hagrid —respondió la chica—. Ytú, ¿cómo estás?

—No puedo quejarme. Un poco atareado,porque tengo unos unicornios recién nacidos; yaos los enseñaré cuando volváis. —Harry evitó lamirada de sus dos amigos mientras Hagridrebuscaba en un bolsillo—. Toma, Harry. No sabíaqué regalarte, pero entonces me acordé de esto. —Sacó un monedero ligeramente peludo que secerraba tirando de un largo cordón que tambiénservía para colgárselo del cuello—. Es de piel de

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moke. Esconde lo que quieras dentro, porque sólopuede sacarlo su propietario. No se ven muchos,la verdad.

—¡Gracias, Hagrid!—De nada, de nada —replicó el hombretón

haciendo un ademán con una mano tan grandecomo la tapa de un cubo de basura—. ¡Mira, ahíestá Charlie! Siempre me cayó bien ese chico. ¡Eh,Charlie!

El aludido se acercó, pasándose, compungido,una mano por la recién rapada cabeza. Era másbajo que Ron, más fornido, y tenía los musculososbrazos cubiertos de arañazos y quemaduras.

—Hola, Hagrid. ¿Qué tal?—Hace mucho tiempo que quiero escribirte.

¿Cómo anda Norberto?—¿Norberto, dices? —repitió Charlie, muerto

de risa—. ¿Te refieres al ridgeback noruego? ¡Puesquerrás decir Norberta!

—¿Cómooo? ¿Que Norberto es una hembra?—Ni más ni menos —confirmó Charlie.—¿Cómo lo sabes? —preguntó Hermione.—Las hembras son mucho más feroces —

explicó Charlie. Miró hacia atrás y, bajando la voz,añadió—: A ver si llega pronto nuestro padre,porque mamá se está poniendo nerviosa.

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Al mirar a la señora Weasley comprobaron, enefecto, que intentaba conversar con madameDelacour mientras echaba vistazos una y otra veza la verja.

—Creo que será mejor que empecemos sinArthur —anunció Molly al cabo de un momento alos invitados en general—. Deben de haberloentretenido en… ¡Oh!

Todo el mundo lo vio al mismo tiempo: un rayode luz cruzó el jardín y fue a parar sobre la mesa,donde se descompuso y formó una comadrejaplateada que se sentó sobre las patas traseras yhabló con la voz del señor Weasley:

—«El ministro de Magia me acompaña.»Acto seguido, el patronus se esfumó. La

familia de Fleur se quedó contemplando conperplejidad el sitio donde se había desvanecido.

—No quiero que nos encuentre aquí —dijo deinmediato Lupin—. Lo siento, Harry; ya te loexplicaré en otro momento. —Cogió a Tonks por lamuñeca y se la llevó de allí; llegaron a la valla, lasaltaron y enseguida se perdieron de vista.

—¿Que el ministro viene…? —balbuceó laseñora Weasley, desconcertada—. Pero… ¿porqué? No lo entiendo.

Pero no había tiempo para conjeturas; un

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segundo más tarde, Arthur Weasley apareció de lanada junto a la verja, en compañía de RufusScrimgeour, a quien era fácil reconocer por sumelena entrecana.

Los recién llegados atravesaron el patio y seencaminaron hacia el jardín, donde se hallaba lamesa iluminada por los farolillos. Los comensalesguardaban silencio mientras los veían acercarse.Cuando la luz alcanzó a Scrimgeour, Harrycomprobó que el ministro estaba flaco, ceñudo ymucho más viejo que la última vez que se habíanvisto.

—Lamento esta intromisión —se disculpóScrimgeour al detenerse cojeando junto a la mesa—. Y más ahora que veo que me he colado en unafiesta. —Clavó la vista en el enorme pastel conforma de snitch y musitó—: Muchas felicidades.

—Gracias —dijo Harry.—Quiero hablar en privado contigo —añadió

el ministro—. Y también con Ronald Weasley yHermione Granger.

—¿Con nosotros? —se extrañó Ron—. ¿Porqué?

—Os lo explicaré cuando estemos en un sitiomenos concurrido. ¿Algún lugar para conversar asolas? —le preguntó al señor Weasley.

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—Sí, por supuesto —respondió Arthur, queparecía nervioso—. Pueden ir al salón.

—Condúcenos, por favor —pidió el ministro aRon—. No es necesario que nos acompañes,Arthur.

Harry advirtió que éste le dirigía una mirada depreocupación a su esposa cuando Ron, Hermioney él se levantaron de la mesa. Y mientras guiabanen silencio a Scrimgeour hacia la casa, intuyó quesus amigos estaban pensando lo mismo que él: dealgún modo, el ministro debía de haberse enteradode que planeaban no asistir a Hogwarts ese año.

Scrimgeour no dijo nada mientras cruzaban ladesordenada cocina y entraban en el salón.Aunque la débil y dorada luz del crepúsculotodavía bañaba el jardín, allí dentro ya estabaoscuro. Al entrar, Harry apuntó con su varita hacialas lámparas de aceite, que iluminaron laacogedora aunque deslucida estancia. El ministrose acomodó en la hundida butaca que solía ocuparel señor Weasley y los tres jóvenes se apretujaronen el sofá. Una vez que los cuatro se hubieronsentado, Scrimgeour tomó la palabra.

—Quiero haceros unas preguntas, y creo queserá mejor que lo haga individualmente. Vosotros—señaló a Harry y Hermione— podéis esperar

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arriba. Empezaré con Ronald.—No pensamos ir a ninguna parte —le espetó

Harry mientras Hermione lo apoyaba asintiendoenérgicamente con la cabeza—. Puedeinterrogarnos a los tres juntos, o a ninguno.

Scrimgeour le lanzó una fría mirada. Harry tuvola impresión de que el ministro trataba de decidir sivalía la pena iniciar tan pronto las hostilidades.

—Está bien. Los tres a la vez, pues —concedió, y carraspeó antes de proseguir—: Comoseguramente suponéis, estoy aquí para hablar convosotros del testamento de Albus Dumbledore. —Los chicos se miraron perplejos—. ¡Vaya, os hedado una sorpresa! ¿He de deducir, entonces, queno sabíais que Dumbledore os ha dejado algo enherencia?

—¿A todos? —preguntó Ron—. ¿A Hermioney a mí también?

—Sí, a los…Pero Harry lo interrumpió:—Dumbledore murió hace más de un mes. ¿Por

qué han tardado tanto en entregarnos lo que noslegó?

—Eso es obvio —intervino Hermione—.Querían examinarlo. ¡Pero no tenían derecho ahacerlo! —protestó, y le tembló un poco la voz.

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—Tengo todo el derecho del mundo —sedefendió Scrimgeour con menosprecio—. ElDecreto para la confiscación justificable concedeal ministerio poderes para incautar el contenido deun testamento…

—¡Esa ley se creó para impedir que los magosdejaran en herencia artilugios tenebrosos —argumentó Hermione—, y el ministerio ha de tenerpruebas sólidas de que las pertenencias deldifunto son ilegales antes de decomisarlas!¿Insinúa que creyó que Dumbledore intentabalegarnos algún objeto maldito?

—¿Tiene intención de cursar la carrera deDerecho Mágico, señorita Granger? —ironizóScrimgeour.

—No, no es mi propósito. ¡Pero espero haceralgo positivo en la vida!

Ron se echó a reír y Scrimgeour le lanzó unvistazo rápido, pero volvió a prestar atención aHarry, que le preguntaba:

—¿Y por qué ahora ha decidido darnos lo quenos pertenece? ¿Ya no se le ocurre ningún pretextopara retenerlo?

—Debe de ser porque ya han pasado lostreinta y un días que marca la ley —respondióHermione en lugar del ministro—. No es lícito

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retener los objetos más días, a menos que elministerio logre demostrar que son peligrosos. ¿Noes así?

—¿Opinas que tenías una estrecha relacióncon Dumbledore, Ronald? —preguntó Scrimgeour,haciendo oídos sordos a la pregunta de Hermione.

Ron se sorprendió.—¿Yo? No… Bueno, no mucho. Siempre era

Harry quien… —Echó una ojeada a sus amigos, yvio que Hermione le lanzaba una mirada deadvertencia: «¡No digas ni una palabra más!»;pero el mal ya estaba hecho. Por lo visto, elministro acababa de oír exactamente lo que quería,de manera que se abatió sobre la respuesta de Roncomo un ave de presa.

—Si no tenías una relación muy estrecha conél, ¿cómo explicas que te recordara en sutestamento? Hizo poquísimos legados personales,ya que la mayoría de sus posesiones (la bibliotecaprivada, los instrumentos mágicos y otros efectospersonales) se las legó a Hogwarts. ¿Por qué creesque te eligió a ti?

—Pues… no lo sé. Yo… Cuando digo que noteníamos una relación muy estrecha… Es decir,creo que yo le caía bien…

—No seas tan modesto, Ron —terció

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Hermione—. Dumbledore te tenía mucho cariño.Esa afirmación significaba estirar al máximo la

verdad; que Harry supiera, Dumbledore y Ronnunca hablaron a solas, y el contacto directo entrelos dos fue insignificante. Sin embargo,Scrimgeour no parecía escucharlos; metió unamano en su capa y sacó una bolsita no mucho másgrande que el monedero que Hagrid le habíaregalado a Harry. Extrajo un rollo de pergamino, lodesenrolló y leyó en voz alta:

—«Última voluntad y testamento de AlbusPercival Wulfric Brian Dumbledore…» Sí, aquíestá: «… a Ronald Bilius Weasley le lego midesiluminador, con la esperanza de que merecuerde cuando lo utilice».

El ministro sacó de la bolsa un objeto queHarry ya conocía; era parecido a un encendedorplateado, pero poseía el poder de absorber toda laluz de un lugar, y el de devolverla mediante unsimple clic. Inclinándose hacia delante, el ministrole entregó el desiluminador a Ron, que lo cogió ylo hizo girar entre los dedos, atónito.

—Es un objeto muy valioso —comentóScrimgeour sin dejar de observar al muchacho—, yes posible que sea único. Lo diseñó el propioDumbledore, desde luego. ¿Por qué crees que te

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dejó un artículo tan exclusivo? —Ron negó con lacabeza, apabullado—. El antiguo director deHogwarts tuvo a su cargo a miles de alumnos…Sin embargo, vosotros tres sois los únicos aquienes tuvo en cuenta en su testamento. ¿A quése debe eso? ¿Para qué debió de pensar queusarías ese desiluminador, Weasley?

—Para apagar luces, supongo —musitó Ron—. ¿Qué otra cosa podría hacer con él?

El ministro no tenía ninguna otra sugerencia.Tras mirar a Ron con los ojos entornados, siguióleyendo:

—«A la señorita Hermione Jean Granger le legomi ejemplar de los Cuentos de Beedle el Bardo,con la esperanza de que lo encuentre ameno einstructivo.»

Scrimgeour sacó de la bolsa un librito queparecía tan antiguo como el ejemplar de Lossecretos de las artes más oscuras que Hermioneconservaba en el piso de arriba; la tapa estabamanchada y en algunos puntos despegada. Ella locogió sin decir nada, se lo puso en el regazo y sequedó observándolo. Harry se fijó en que el títuloestaba escrito con runas, pero él nunca habíaaprendido a leerlas. Mientras hacía estasconsideraciones, percibió que una lágrima caía

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sobre los símbolos grabados.—¿Por qué crees que te dejó Dumbledore este

libro, Granger? —Era más o menos la mismapregunta que le había hecho a Ron.

—Porque… porque sabía que me encantan loslibros —respondió Hermione con voz sorda, y seenjugó las lágrimas con la manga.

—Pero ¿por qué este libro en particular?—No lo sé. Debió de pensar que me gustaría.—¿Alguna vez hablaste con él de códigos, o

de cualquier otra forma de transmitir mensajessecretos?

—No, nunca —contestó Hermione, que seguíaenjugándose las lágrimas—. Y si el ministerio noha encontrado ningún código oculto en este libroen treinta y un días, dudo que lo encuentre yo.

La chica reprimió un sollozo; estaban tanapretujados en el sofá que Ron tuvo dificultadespara abrazarla. Scrimgeour siguió leyendo eltestamento:

—«A Harry James Potter —dijo, y a Harry laemoción le cerró de golpe el estómago— le lego lasnitch que atrapó en su primer partido dequidditch en Hogwarts, como recordatorio de lasrecompensas que se obtienen mediante laperseverancia y la pericia.»

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Cuando el ministro extrajo la diminuta pelotadorada, del tamaño de una nuez y cuyas alasplateadas se agitaban débilmente, Harry no pudoevitar sentirse decepcionado.

—¿Por qué te dejaría Dumbledore esta snitch,Potter?

—Ni idea. Por las razones que usted acaba deleer, imagino: para recordarme lo que puedesconseguir si… perseveras y no sé qué más.

—Entonces, ¿crees que esto no es más que unobsequio simbólico?

—Supongo. ¿Qué otra cosa podría ser?—Aquí el que hace las preguntas soy yo —le

recordó Scrimgeour arrimando un poco más labutaca al sofá. Fuera anochecía, y por lasventanas se veía la carpa que se alzaba,fantasmagórica, detrás del seto—. He observadoque tu pastel de cumpleaños tiene forma de snitch.¿A qué se debe?

—Uy, no puede ser una referencia a que Harrysea un gran buscador, porque resultaría demasiadoobvio —ironizó Hermione—. ¡Debe de haber unmensaje secreto de Dumbledore escondido en elrecubrimiento de azúcar glasé!

—No creo que haya algo oculto en el glaseado—replicó Scrimgeour—, pero una snitch sería muy

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buen sitio para guardar un objeto pequeño. Yasabéis por qué, ¿verdad?

Harry se encogió de hombros; Hermione, sinembargo, contestó, y él pensó que su amiga nohabía conseguido controlarse debido a loarraigado que tenía el hábito de respondercorrectamente a cualquier pregunta.

—Porque las snitches tienen memoria táctil —dijo ella.

—¿Quéeee? —saltaron Ron y Harry a la vez,extrañados, pues ambos consideraban queHermione no sabía nada de quidditch.

—Correcto —confirmó el ministro—. Nadietoca una snitch hasta que la sueltan; ni siquiera elfabricante, que utiliza guantes. Ese tipo de pelotaslleva incorporado un sortilegio mediante el cualidentifican al primer ser humano que las coge;facultad que resulta útil en caso de que seproduzca una captura controvertida. Esta snitch—especificó sosteniendo en alto la diminutapelota dorada— recordará tu tacto, Potter. Se meha ocurrido que quizá Dumbledore, que pese a susmuchos defectos poseía una prodigiosa habilidadmágica, encantó la snitch para que sólo pudierasabrirla tú.

A Harry se le aceleró el corazón, porque creía

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que Scrimgeour tenía razón. ¿Cómo podía evitartocar la bola con la mano desnuda delante de él?

—No haces ningún comentario —observóScrimgeour—. ¿No será que ya sabes quécontiene?

—No, no lo sé —contestó Harry, sin dejar depensar en cómo se las ingeniaría para engañar alministro y coger la snitch sin tocarla. Si hubieradominado la Legeremancia, lo sabría y le habríaleído el pensamiento a Hermione, a quien casi ledetectaba los zumbidos del cerebro.

—Cógela —le ordenó Scrimgeour conserenidad.

Harry clavó la mirada en los amarillentos ojosdel ministro y comprendió que no tenía opción.Así que tendió una mano con la palma hacia arriba.Scrimgeour volvió a inclinarse y, con muchaparsimonia, se la puso encima.

Pero no pasó nada. Cuando Harry aferró lasnitch, las cansadas alas de ésta se agitaron unpoco y luego se quedaron quietas. Scrimgeour,Ron y Hermione siguieron observando la pelotacon avidez, ahora parcialmente oculta, como sitodavía esperaran que sufriera algunatransformación.

—Ha sido muy teatral —comentó Harry con

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frialdad, y sus amigos rieron.—Bueno, ya está, ¿no? —dijo Hermione, e

intentó levantarse del sofá.—No del todo —replicó Scrimgeour con gesto

de enojo—. Dumbledore te dejó un segundolegado, Potter.

—¿Qué es? —La emoción de Harry se reavivó.Esta vez, el ministro no tuvo que leer el

testamento, sino que dijo:—La espada de Godric Gryffindor.Hermione y Ron se pusieron en tensión. Harry

miró alrededor en busca de la empuñadura conrubíes incrustados, pero Scrimgeour no sacó laespada de la bolsita de piel que, de cualquierforma, era demasiado pequeña para contenerla.

—¿Dónde está? —preguntó el muchacho conrecelo.

—Por desgracia —replicó Scrimgeour—,Dumbledore no podía disponer de esa espada a sugusto, puesto que es una importante joya históricay, como tal, pertenece…

—¡Le pertenece a Harry! —saltó Hermione—.La espada lo eligió, él fue quien la encontró, saliódel Sombrero Seleccionador y fue…

—Según fuentes históricas fidedignas, laespada puede presentarse ante cualquier miembro

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respetable de Gryffindor —aclaró Scrimgeour—.Pero eso no la convierte en propiedad exclusiva dePotter, independientemente de lo que decidieraDumbledore. —Se rascó la mal afeitada mejillaescudriñando el rostro de Harry—. ¿Por qué creesque…?

—¿… que Dumbledore quería regalarme laespada? —completó Harry, esforzándose porcontrolar su genio—. No sé, quizá imaginó quequedaría bien colgada en la pared de mihabitación.

—¡Esto no es ninguna broma, Potter! ¿No seríaporque él creía que sólo la espada de GodricGryffindor lograría derrotar al heredero deSlytherin? ¿Quería darte esa espada, Potter, porqueestaba convencido, como creen muchos, de queestás destinado a ser quien destruya a El-que-no-debe-ser-nombrado?

—Es una teoría interesante —repuso Harry—.¿Ha intentado alguien alguna vez clavarle unaespada a Voldemort? Quizá el ministerio deberíaenviar a alguien a probarlo, en lugar de perder eltiempo desmontando desiluminadores o tratar deque no se sepa nada de las fugas de Azkaban. ¿Demodo que eso hacía usted, señor ministro,encerrado en su despacho: intentar abrir una

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snitch? Ha muerto gente, ¿sabe?; yo mismo estuvea punto de morir porque Voldemort me persiguiópor tres condados y asesinó a Ojoloco Moody…Pero de eso el ministerio no ha dicho ni unapalabra, ¿verdad que no? ¡Y encima espera quecooperemos con usted!

—¡Te estás pasando, chico! —gritóScrimgeour levantándose de la butaca.

Harry también se puso en pie. El ministro se leaproximó cojeando y, al hincarle la punta de lavarita en el pecho, le hizo un agujero en lacamiseta, como quemada con un cigarrilloencendido.

—¡Eh! —exclamó Ron, levantándose asimismoy sacando su varita mágica, pero Harry gritó:

—¡Quieto, Ron! No le des una excusa paradetenernos.

—Has recordado que ya no estás en el colegio,¿verdad? —le espetó Scrimgeour, resollando y conla cara muy próxima a la de Harry—. Hasrecordado que yo no soy Dumbledore, quesiempre perdonaba tu insolencia einsubordinación, ¿verdad? ¡Quizá lleves esacicatriz como si fuera una corona, Potter, peroningún bribonzuelo de diecisiete años me dirácómo tengo que trabajar! ¡Ya va siendo hora de

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que aprendas a tener un poco de respeto!—Ya va siendo hora de que usted haga algo

para merecerlo —repuso Harry.De repente, el suelo tembló, se notó que

alguien corría por la casa, y la puerta del salón seabrió de par en par. Eran los Weasley.

—Nos ha… parecido oír… —balbuceó Arthur,alarmado al ver a Harry y el ministro con lasnarices tan juntas.

—… gritos —completó su esposa jadeando.Scrimgeour retrocedió un par de pasos y

observó el agujero que le había hecho en lacamiseta a Harry. Dio la impresión de quelamentaba haber perdido los estribos.

—No pasa nada —gruñó—. Siento mucho…tu actitud —masculló mirando a Harry una vez más—. Por lo visto, piensas que el ministerio nopersigue el mismo objetivo que tú o queDumbledore. ¿Cuándo entenderás que deberíamostrabajar juntos?

—No me gustan sus métodos, señor ministro—replicó Harry—. ¿Ya no se acuerda?

Como había hecho en una ocasión el añoanterior, Harry levantó el puño derecho y le mostróal ministro las cicatrices que conservaba en eldorso de la mano: «No debo decir mentiras.» El

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semblante de Scrimgeour se endureció y, trasdarse la vuelta sin decir palabra, salió cojeando dela habitación. La señora Weasley lo siguió; Harryla oyó detenerse en la puerta trasera. Al cabo deun minuto, ella anunció:

—¡Ya se ha ido!—¿Qué quería? —preguntó el padre de Ron

mirando a los tres amigos mientras su esposavolvía a toda prisa.

—Darnos lo que nos dejó en herenciaDumbledore —contestó Harry—. Acaba derevelarnos el contenido del testamento.

Fuera, en el jardín, los tres objetos queScrimgeour había llevado a los chicos pasaron demano en mano alrededor de la mesa. Todosprorrumpieron en exclamaciones de admiraciónante el desiluminador y los Cuentos de Beedle elBardo, y lamentaron que Scrimgeour se hubieranegado a entregarle la espada a Harry; sinembargo, nadie se explicaba por qué Dumbledorele había legado a Harry una vieja snitch. Mientrasel señor Weasley examinaba el desiluminador portercera o cuarta vez, su esposa dijo:

—Harry, cielo, están todos muertos de hambre,pero no queríamos empezar sin ti. ¿Puedo irsirviendo la cena?

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Comieron con prisas y después, tras entonar acoro un rápido «Cumpleaños feliz» y engullir cadauno su trozo de pastel, dieron por terminada lafiesta. Hagrid, que estaba invitado a la boda deldía siguiente pero cuya corpulencia le impedíadormir en la abarrotada Madriguera, fue a montaruna tienda en un campo cercano.

—Sube a la habitación de Ron cuando losdemás se hayan acostado —le susurró Harry aHermione mientras ayudaban a la señora Weasleya dejar el jardín como estaba antes de la cena.

Arriba, en la habitación del desván, Ronexaminó su desiluminador y Harry llenó elmonedero de piel de moke; lo que metió dentro nofueron monedas, sino los artículos que élconsideraba más valiosos, aunque algunosparecieran inútiles: el mapa del merodeador, elfragmento del espejo encantado de Sirius y elguardapelo de «R.A.B.». Cerró el monederotirando del cordón y se lo colgó del cuello; acontinuación cogió la vieja snitch y se sentó aobservar cómo aleteaba débilmente. Por fin,Hermione llamó a la puerta y entró de puntillas.

—¡Muffliato! —susurró la chica apuntandocon la varita hacia la escalera.

—Creía que no aprobabas ese hechizo —

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comentó Ron.—Los tiempos cambian. A ver, enséñame ese

desiluminador.Ron no se hizo de rogar. Lo sostuvo en alto

ante sí y lo accionó: la única lámpara que habíanencendido se apagó de inmediato.

—El caso es que podríamos haber conseguidolo mismo con el polvo peruano de oscuridadinstantánea —observó Hermione.

Entonces se oyó un débil clic y la esfera de luzde la lámpara subió hasta el techo y volvió ailuminar la estancia.

—Ya, pero mola —exclamó Ron un poco a ladefensiva—. Y según dicen, lo inventó el propioDumbledore.

—Ya lo sé, pero no creo que te nombrara en sutestamento sólo para que nos ayudes a apagar lasluces.

—¿Crees que él suponía que el ministerioconfiscaría sus últimas voluntades y examinaríatodo lo que nos legaba? —preguntó Harry.

—Sí, sin duda —respondió Hermione—. En eldocumento no podía aclararnos por qué nos lodejaba, pero eso sigue sin justificar…

—… ¿que no nos lo explicara en vida? —completó la frase Ron.

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—Eso es, ni más ni menos —afirmó Hermione,y se puso a hojear los Cuentos de Beedle el Bardo—. Si estas cosas son lo bastante importantespara dárnoslas ante las mismísimas narices delministerio, lo lógico es que nos dijera por qué… Amenos que creyera que era obvio, ¿no?

—Pues está claro que se equivocaba —concluyó Ron—. Siempre dije que estaba chiflado;era muy inteligente, de acuerdo, pero estaba comoun cencerro. Mira que dejarle a Harry una viejasnitch… ¿Qué demonios significa?

—No tengo ni idea —admitió Hermione—.Cuando Scrimgeour te obligó a cogerla, Harry,tuve la certeza de que pasaría algo.

—Ya —dijo Harry, y el pulso se le aceleró allevantar la snitch—. Pero no iba a esforzarmemucho delante del ministro, ¿no?

—¿Qué insinúas? —preguntó Hermione.—Ésta es la snitch que atrapé en mi primer

partido de quidditch. ¿No te acuerdas?Hermione puso cara de desconcierto. Ron, en

cambio, dio un grito ahogado, señalandoalternativamente a su amigo y la snitch, hasta querecuperó el habla.

—¡Es la pelota que casi te tragas!—Exacto —confirmó Harry y, con el corazón

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acelerado, se la llevó a los labios.Sin embargo, la pelota no se abrió. Harry sintió

frustración; pero, al apartar la esfera dorada de laboca, Hermione exclamó:

—¡Letras! ¡Han salido unas letras! ¡Mira, mira!La sorpresa y la emoción estuvieron a punto

de hacérsela soltar. Hermione tenía razón:grabadas en la lisa superficie dorada, dondesegundos antes no había nada, destacaban ahoracuatro palabras escritas con la pulcra y estilizadacaligrafía de Dumbledore.

«Me abro al cierre.»Apenas las hubo leído, las palabras se

borraron.—«Me abro al cierre.» ¿Qué querrá decir?Hermione y Ron negaron con la cabeza,

perplejos.—Me abro al cierre… Al cierre… Me abro al

cierre…Pero, por mucho que repitieron esas palabras,

dándoles diferentes entonaciones, no lograronarrancarles ningún significado.

—Y la espada… —dijo Ron al fin, cuando yahabían abandonado sus intentos de adivinar elsentido de la inscripción—. ¿Por qué querríaDumbledore que Harry tuviera la espada?

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—¿Y por qué no me lo dijo directamente? —sepreguntó Harry en voz baja—. Estaba allí mismo,colgada en la pared de su despacho, durante todaslas charlas que mantuvimos el año pasado. Siquería que la tuviera yo, ¿por qué no me la dioentonces?

Era como estar en un examen ante unapregunta que tendría que saber contestar pero sucerebro funcionara con angustiosa lentitud.¿Acaso se le había escapado algún detalle de laslargas conversaciones sostenidas conDumbledore el año anterior? ¿Debía conocer elsignificado de todo aquello, o tal vez Dumbledoreconfiaba en que lo entendiera?

—Y respecto a este libro —terció Hermione—,los Cuentos de Beedle el Bardo… ¡Nunca habíaoído hablar de esos cuentos!

—¿Que nunca habías oído hablar de losCuentos de Beedle el Bardo? —repuso Ron conincredulidad—. Bromeas, ¿no?

—¡No, lo digo en serio! —exclamó Hermione,sorprendida—. ¿Tú los conoces?

—¡Pues claro!Alzando la cabeza, Harry salió de su

ensimismamiento. El hecho de que Ron hubieraleído un libro que Hermione ni siquiera conocía no

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tenía precedentes. Ron, sin embargo, no entendíala sorpresa de sus amigos.

—¡Venga ya! Pero si, según dicen, todos loscuentos infantiles los escribió Beedle, ¿no? Porejemplo, «La fuente de la buena fortuna», «Elmago y el cazo saltarín», «Babbitty Rabbitty y sucepa cacareante»…

—¿Cómo dices? —preguntó Hermione con unarisita—. ¿Cuál es ese último título?

—¡Me tomáis el pelo! —protestó Ron,incrédulo—. Tenéis que haber oído hablar deBabbitty Rabbitty.

—¡Sabes perfectamente que Harry y yo noshemos criado con muggles, Ron! —le recordóHermione—. A nosotros no nos contaban esoscuentos cuando éramos pequeños. Nos contaban«Blancanieves y los siete enanitos», «LaCenicienta»…

—¿«La Cenicienta»? ¿Qué es eso, unaenfermedad? —preguntó Ron.

—¡Anda ya! Entonces ¿son cuentosinfantiles? —quiso saber Hermione inclinándosede nuevo sobre las runas grabadas en la tapa dellibro.

—Sí… Bueno, mira, al menos la gente aseguraque todas esas historias las escribió Beedle. Yo no

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conozco las versiones originales.—Pero ¿por qué querría Dumbledore que las

leyera?En ese instante se oyó un crujido proveniente

del piso de abajo.—Debe de ser Charlie; estará intentando que

vuelva a crecerle el pelo, ahora que mi madreduerme —dijo Ron, inquieto.

—En fin, tendríamos que acostarnos —susurróHermione—. Mañana no podemos dormirnos.

—No —coincidió Ron—. Un brutal tripleasesinato cometido por la madre del novioestropearía un poco la boda. Ya apago yo la luz.

Volvió a accionar el desiluminador y Hermionesalió del dormitorio.

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A

CAPÍTULO 8

La boda

las tres en punto de la tarde del día siguiente,Harry, Ron, Fred y George se plantaron frente

a la gran carpa blanca, montada en el huerto deárboles frutales, esperando a que llegaran losinvitados de la boda. Harry se había tomado unaabundante dosis de poción multijugos yconvertido en el doble de un muggle pelirrojo delpueblo más cercano, Ottery St. Catchpole, a quien

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Fred le había arrancado unos pelos utilizando unencantamiento convocador. El plan consistía enpresentar a Harry como «el primo Barny» y confiaren que los numerosos parientes de la familiaWeasley lo camuflaran.

Los cuatro chicos tenían en la mano un planode la disposición de los asientos, para ayudar a losinvitados a encontrar su sitio. Hacía una hora quehabía llegado una cuadrilla de camareros,ataviados con túnicas blancas, y una orquestacuyos miembros vestían chaquetas doradas; yahora todos esos magos se hallaban sentadosbajo un árbol cercano, envueltos en una nubeazulada de humo de pipa.

Desde la entrada de la carpa se veían en suinterior hileras e hileras de frágiles sillas, asimismodoradas, colocadas a ambos lados de una largaalfombra morada; y los postes que sostenían lacarpa estaban adornados con flores blancas ydoradas. Fred y George habían atado un enormeramo de globos (cómo no, dorados) sobre el puntoexacto donde Bill y Fleur se convertirían en maridoy mujer. En el exterior, las mariposas y abejasrevoloteaban perezosamente sobre la hierba y elseto. Como hacía un radiante día estival, Harry sesentía muy incómodo, pues la túnica de gala que

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llevaba puesta le apretaba y le daba calor; el chicomuggle cuyo aspecto había adoptado estaba unpoco más gordo que él…

—Cuando yo me case —dijo Fred tirando delcuello de su túnica—, no armaré tanto jaleo.Podréis vestiros como os apetezca, y le haré unamaldición de inmovilidad total a nuestra madrehasta que haya terminado todo.

—Esta mañana no se ha portado demasiadomal, a fin de cuentas —la defendió George—. Hallorado un poco por la ausencia de Percy, pero,bah, ¿para qué lo necesitamos? ¡Vaya, preparaos!¡Ya vienen!

Unos personajes vestidos con llamativas ropasmulticolores iban apareciendo, uno a uno, por elfondo del patio. Pasados unos minutos, ya sehabía formado una procesión que serpenteó por eljardín en dirección a la carpa. En los sombreros delas brujas revoloteaban flores exóticas y pájarosembrujados, mientras que preciosas gemasdestellaban en las corbatas de muchos magos. Amedida que se aproximaban, el murmullo de vocesemocionadas fue intensificándose, hasta ahogar elzumbido de las abejas.

—Estupendo; me ha parecido ver algunasprimas veelas —comentó George estirando el

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cuello para ver mejor—. Necesitarán ayuda paraentender nuestras costumbres inglesas; yo meocuparé de ellas.

—No corras tanto, Desorejado —replicó Fredy, pasando rápidamente junto al grupo de brujasde mediana edad que encabezaban la procesión,indicó a un par de guapas francesas—: Por aquí…Permettez-moi assister vous. —Las chicas rieron yse dejaron acompañar al interior de la carpa.

George se quedó atendiendo, pues, a las brujasde mediana edad, y Ron se encargó de Perkins, elantiguo colega del ministerio del señor Weasley,mientras que a Harry le tocó una pareja deancianos bastante sordos.

—Eh, ¿qué hay? —dijo una voz conocidacuando Harry volvió a salir de la carpa: Lupin yTonks, que se había teñido de rubio para laocasión, presidían la cola—. Arthur nos hachivado que eras el del pelo rizado. Perdona lo deanoche —añadió la bruja en voz baja cuandoHarry enfiló con ellos el pasillo—. Últimamente, elministerio no se muestra muy amable con loshombres lobo, y creímos que nuestra presencia note beneficiaría.

—No os preocupéis, ya me hago cargo —repuso Harry dirigiéndose más a Remus que a

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Tonks.Lupin compuso una sonrisa fugaz, pero

cuando Harry se separó de ellos, vio que elsemblante se le ensombrecía de nuevo. Nocomprendía qué le pasaba a Lupin, pero no eramomento para ahondar en el asunto, pues Hagridestaba provocando un buen alboroto: elguardabosques había entendido mal lasindicaciones de Fred, y en lugar de instalarse en elasiento reforzado y agrandado mediante magia quele habían preparado en la última fila, se habíasentado en cinco sillas normales que se habíanconvertido en un gran montón de palillos dorados.

Mientras el señor Weasley trataba de arreglarel estropicio y Hagrid se disculpaba a gritos contodo el mundo, Harry regresó a toda prisa a laentrada y encontró a Ron hablando con un magode aspecto sumamente excéntrico: un poco bizco,de pelo cano, largo hasta los hombros y de unatextura semejante al algodón de azúcar, llevaba unbirrete cuya borla le colgaba delante de la nariz yuna túnica de un amarillo que hería la vista; de lacadena que le colgaba del cuello pendía un extrañocolgante que simbolizaba una especie de ojotriangular.

—Xenophilius Lovegood —se presentó

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tendiéndole la mano a Harry—; mi hija y yovivimos al otro lado de esa colina. Los Weasleyhan sido muy amables invitándonos. Así, ¿dicesque conoces a mi hija Luna? —preguntó a Ron.

—En efecto. ¿No ha venido con usted?—Sí, sí, pero se ha entretenido en ese precioso

jardincillo saludando a los gnomos. ¡Quémaravillosa plaga! Muy pocos magos se dancuenta de lo mucho que podemos aprender deesas sabias criaturas, cuyo nombre correcto, porcierto, es Gernumbli gardensi.

—Los nuestros saben unas palabrotasexcelentes —comentó Ron—, pero creo que se lashan enseñado Fred y George. —A continuaciónacompañó a un grupo de magos a la carpa, y enese momento llegó Luna.

—¡Hola, Harry! —saludó.—Me llamo Barny —repuso el muchacho,

desconcertado.—Ah, ¿también te has cambiado el nombre? —

preguntó ella alegremente.—¿Cómo has sabido…?—Bueno, por tu expresión.Luna llevaba una túnica igual que la de su

padre y, como complemento, un gran girasol en elpelo. Cuando uno lograba acostumbrarse al

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resplandor de su atuendo, el efecto generalresultaba agradable; al menos no llevaba rábanoscolgando de las orejas…

Xenophilius, enfrascado en una conversacióncon un conocido suyo, no oyó el diálogo entreLuna y Harry; poco después se despidió de suamigo y se volvió hacia su hija, que levantó undedo y dijo:

—¡Mira, papá! ¡Uno de esos gnomos me hamordido y todo!

—¡Qué maravilla! ¡La saliva de gnomo essumamente beneficiosa, hija mía! —exclamó elseñor Lovegood, cogiendo el dedo que Luna lemostraba, y examinó los pinchazos sangrantes—.Luna, querida, si hoy sintieras nacer en ti algúntalento (quizá un irresistible impulso de cantarópera o declamar en sirenio), ¡no lo reprimas! ¡Esposible que los Gernumblis te hayan obsequiadocon un don!

En ese momento Ron pasaba por su lado en ladirección opuesta, y soltó una risotada.

—Ron quizá lo encuentre gracioso —comentóLuna con serenidad, mientras Harry losacompañaba hasta sus asientos—, pero mi padrelleva años estudiando la magia de los Gernumblis.

—¿En serio? —Hacía mucho tiempo que había

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decidido no contradecir las peculiares opinionesde Luna y su progenitor—. Oye, ¿seguro que noquieres ponerte algo en esa mordedura?

—No, no es nada, de verdad —repuso ellachupándose el dedo con aire soñador y mirando aHarry de arriba abajo—. ¡Estás muy elegante! Ya leadvertí a papá que la mayoría de la gente vestiríatúnica de gala, pero él cree que a las bodas hayque ir vestido de los colores del sol. Ya sabes, dabuena suerte.

Luna fue a sentarse con su padre, y entoncesreapareció Ron con una bruja muy anciana cogidade su brazo. La picuda nariz, los párpados debordes rojizos y el sombrero rosa con plumas leconferían el aspecto de un flamenco enojado.

—… y tienes el pelo demasiado largo, Ronald;al principio te he confundido con Ginevra. ¡Por lasbarbas de Merlín! ¿Cómo se ha vestidoXenophilius Lovegood? Parece una tortilla. ¿Y túquién eres? —le espetó a Harry.

—¡Ah, sí! Tía Muriel, te presento a nuestroprimo Barny.

—¿Otro Weasley? Vaya, os reproducís comognomos. ¿Y Harry Potter? ¿No ha venido?Esperaba conocerlo. Creía que era amigo tuyo,Ronald. ¿O sólo alardeabas?

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—No, es que… no ha podido venir.—Mmm. Habrá dado alguna excusa, ¿no? Eso

significa que no es tan idiota como aparenta en lasfotografías de los periódicos. ¡He estadoenseñándole a la novia cómo tiene que llevar midiadema! —le gritó a Harry—. Es una pieza deartesanía de los duendes, ¿sabes?, y pertenece ami familia desde hace siglos. Esa chica es muymona pero… francesa. Bueno, búscame un buenasiento, Ronald; tengo ciento siete años y no meconviene estar mucho rato de pie.

Ron le lanzó una elocuente mirada a Harry alpasar junto a él, y tardó un rato en reaparecer.Cuando los dos amigos volvieron a coincidir en laentrada de la carpa, Harry ya había ayudado abuscar su asiento a una docena de invitados más.La carpa estaba casi llena, y por primera vez nohabía cola fuera.

—Tía Muriel es una pesadilla —se quejó Ronenjugándose la frente con la manga—. Antesvenía todos los años por Navidad, peroafortunadamente se ofendió porque Fred y Georgele pusieron una bomba fétida en la silla nada mássentarnos a cenar. Mi padre siempre dice que debede haberlos desheredado. ¡Como si a ellos lesimportara eso! Al ritmo que van, se harán más

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ricos que cualquier otro miembro de la familia…¡Atiza! —Parpadeó al ver a Hermione, que corríahacia ellos—. ¡Estás espectacular!

—Siempre ese tonito de sorpresa —se quejóHermione, pero sonrió. Lucía un vaporoso vestidode color lila con zapatos de tacón a juego, y elcabello liso y reluciente—. Pues tu tía abuelaMuriel no opina como tú. Me la he encontrado enla casa cuando fue a darle la diadema a Fleur, y hadicho: «¡Cielos! ¿Ésta es la hija de muggles?», yañadió que tengo «mala postura y los tobillosflacuchos».

—No te lo tomes como algo personal. Esgrosera con todo el mundo —dijo Ron.

—¿Estáis hablando de Muriel? —preguntóGeorge, que en ese momento salía con Fred de lacarpa—. A mí acaba de decirme que tengo lasorejas asimétricas. ¡Menuda arpía! Ojalá vivieratodavía el viejo tío Bilius; te tronchabas con él enlas bodas.

—¿No fue vuestro tío Bilius el que vio un Grimy murió veinticuatro horas más tarde? —preguntóHermione.

—Bueno, sí. Al final de su vida se volvió unpoco raro —concedió George.

—Pero antes de que se le fuera la olla siempre

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era el alma de las fiestas —observó Fred—. Sebebía de un trago una botella entera de whisky defuego, iba corriendo a la pista de baile, se recogíala túnica y se sacaba ramilletes de flores del…

—Sí, por lo que dices debió de ser unverdadero encanto —ironizó Hermione mientrasHarry reía a carcajadas.

—Nunca se casó, no sé por qué —añadió Ron.—Eres increíble —comentó Hermione.Todos reían y ninguno se fijó en el invitado

que acababa de llegar, un joven moreno de grannariz curvada y pobladas cejas negras, hasta queentregó su invitación a Ron y dijo mirando aHermione:

—Estás preciosa.—¡Viktor! —exclamó ella, y soltó su bolsito

bordado con cuentas, que al caer al suelo dio unfuerte golpe, desproporcionado para su tamaño.Se agachó ruborizada para recogerlo y balbuceó—: No sabía que… Vaya, me alegro de verte.¿Cómo estás?

A Ron se le habían puesto coloradas las orejas.Tras leer la invitación de Krum como si no creyerani una sola palabra de lo que ponía, preguntó convoz demasiado alta:

—¿Cómo es que has venido?

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—Me ha invitado Fleur —respondió Krumarqueando las cejas.

Harry, que no le guardaba ningún rencor, leestrechó la mano; luego, creyendo que seríaprudente apartarlo de Ron, se ofreció paraindicarle cuál era su asiento.

—Tu amigo no se ha alegrado mucho de verme—comentó Viktor cuando entró con Harry en lacarpa, ya abarrotada—. ¿O sois parientes? —preguntó fijándose en el cabello rojizo y rizado deHarry.

—Somos primos —masculló Harry, pero Krumya no le prestaba atención. Su aparición estabacausando un gran revuelo, sobre todo entre lasprimas veelas; al fin y al cabo, era un famosojugador de quidditch.

Mientras la gente todavía estiraba el cuellopara verlo mejor, Ron, Hermione, Fred y Georgeavanzaron apresuradamente por el pasillo.

—Tenemos que sentarnos —le dijo Fred aHarry—, o nos atropellará la novia.

Harry, Ron y Hermione ocuparon sus asientosen la segunda fila, detrás de Fred y George.Hermione tenía las mejillas sonrosadas, y Ron, lasorejas escarlatas. Pasados unos momentos, éste lemurmuró a Harry:

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—¿Has visto qué barbita tan ridícula se hadejado?

Harry emitió un gruñido evasivo.En la carpa, muy caldeada, reinaba una

atmósfera de expectación y de vez en cuando unarisotada nerviosa rompía el murmullo general. LosWeasley aparecieron por el pasillo, desfilandosonrientes y saludando con la mano a susparientes; Molly llevaba una túnica nueva de coloramatista con el sombrero a juego.

Unos instantes después, Bill y Charlie sepusieron en pie en la parte delantera de la carpa;ambos vestían túnicas de gala, con sendas rosasblancas en el ojal; Fred soltó un silbido deadmiración y se oyeron unas risitas ahogadas delas primas veelas. Entonces sonó una música queal parecer salía de los globos dorados, y todoscallaron.

—¡Ooooh! —exclamó Hermione al volverse enel asiento para mirar hacia la entrada.

Los magos y las brujas emitieron un gransuspiro colectivo cuando monsieur Delacour y suhija enfilaron el pasillo; ella caminaba como si sedeslizara y él iba brincando, muy sonriente. Fleurllevaba un sencillo vestido blanco que irradiaba unresplandor plateado. Normalmente, su hermosura

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eclipsaba a cuantos la rodeaban, pero ese día, encambio, su belleza contagiaba. Ginny y Gabrielle,ataviadas con sendos vestidos dorados, parecíanincluso más hermosas de lo habitual, y cuandoFleur llegó junto a Bill, dejó de parecer que en elpasado éste se las hubiera visto con FenrirGreyback.

—Damas y caballeros… —dijo una vozcantarina, y Harry se llevó una ligera impresión alver al mismo mago bajito y de cabello ralo quehabía presidido el funeral de Dumbledore, de piefrente a Bill y Fleur—. Hoy nos hemos reunidopara celebrar la unión de dos almas nobles…

—Sí, mi diadema le da realce a la escena —observó tía Muriel con un susurro que se oyóperfectamente—. Sin embargo, he de decir que elvestido de Ginevra es demasiado escotado.

Ginny volvió la cabeza, sonriente, le guiñó unojo a Harry y volvió a mirar al frente. Él se sintiótransportado hasta aquellas tardes vividas conGinny en rincones solitarios de los jardines delcolegio, que se le antojaban muy lejanas; siemprele habían parecido demasiado maravillosas paraser ciertas, como si hubiera estado robándolehoras de una felicidad insólita a la vida de unapersona normal, una persona sin una cicatriz con

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forma de rayo en la frente…—William Arthur, ¿aceptas a Fleur Isabelle…?En la primera fila, la señora Weasley y madame

Delacour sollozaban en silencio y se enjugaban laslágrimas con pañuelos de encaje. Unostrompetazos provenientes del fondo de la carpahicieron comprender a todos que Hagrid habíautilizado también uno de sus pañuelos tamañomantel. Hermione se giró y, sonriendo, miró aHarry; ella también tenía lágrimas en los ojos.

—… Así pues, os declaro unidos de por vida.El mago del cabello ralo alzó la varita por

encima de las cabezas de los novios y, actoseguido, una lluvia de estrellas plateadasdescendió sobre ellos trazando una espiralalrededor de sus entrelazadas figuras. Fred yGeorge empezaron a aplaudir y, entonces, losglobos dorados explotaron, dejando escapar avesdel paraíso y diminutas campanillas doradas que,volando y flotando, añadieron sus cantos yrepiques respectivos al barullo. A continuación, elmago dijo:

—¡Damas y caballeros, pónganse en pie, porfavor!

Todos obedecieron, aunque tía Muriel rezongósin miramientos. Entonces el hombrecillo agitó su

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varita mágica: los asientos de los invitadosascendieron con suavidad al mismo tiempo que sedesvanecían las paredes de la carpa. De pronto sehallaron bajo un toldo sostenido por postesdorados, gozando de una espléndida vista delpatio de árboles frutales y los campos bañadospor el sol. Luego, un charco de oro fundido seextendió desde el centro de la carpa y formó unabrillante pista de baile; las sillas, suspendidas en elaire, se agruparon alrededor de unas mesitas conmanteles blancos y, con la misma suavidad conque habían subido, descendieron hasta el suelo,mientras los músicos de las chaquetas doradas seaproximaban a una tarima.

—¡Qué pasada! —dijo Ron, admirado.Entonces aparecieron camareros por todas

partes; algunos llevaban bandejas de plata conzumo de calabaza, cerveza de mantequilla y whiskyde fuego; y otros, tambaleantes montañas detartas y bocadillos.

—¡Tenemos que ir a felicitarlos! —dijoHermione poniéndose de puntillas para ver a Bill yFleur, que habían desaparecido en medio de unamultitud de invitados que se habían acercado adarles la enhorabuena.

—Ya habrá tiempo para eso —replicó Ron y

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cogió tres vasos de cerveza de mantequilla de labandeja de un camarero que pasaba cerca; le diouno a Harry—. Coge esto, Hermione. Vamos abuscar una mesa. ¡No, ahí no! ¡Lo más lejosposible de tía Muriel!

Ron guió a sus amigos por la vacía pista debaile, sin dejar de mirar a derecha e izquierda, yHarry tuvo la seguridad de que vigilaba por si veíaa Krum. Cuando consiguieron llegar al otroextremo de la carpa, casi todas las mesas estabanllenas; la más vacía era la que ocupaba Luna, sola.

—¿Te importa que nos sentemos contigo? —lepreguntó Ron.

—No, qué va. Mi padre ha ido a darles suregalo a los novios.

—¿Qué es? ¿Una provisión inagotable degurdirraíces? —quiso saber Ron.

Hermione le lanzó un puntapié por debajo de lamesa, pero no le dio a Ron sino a Harry, quien,lagrimeando de dolor, perdió momentáneamente elhilo de la conversación.

La orquesta había atacado un vals. Los noviosfueron los primeros en dirigirse a la pista de baile,secundados por un fuerte aplauso. Al cabo de unrato, el señor Weasley guió hasta allí a madameDelacour, y los siguieron la señora Weasley y el

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padre de Fleur.—Me gusta esa canción —comentó Luna

meciéndose, y segundos más tarde se levantó yfue a la pista de baile, donde se puso aevolucionar con los ojos cerrados y agitando losbrazos al compás de la música.

—¿Verdad que esa chica es genial? —comentóRon sonriendo con admiración—. Siempre tanlanzada.

Pero la sonrisa se le borró rápidamente, porqueViktor Krum acababa de sentarse en la silla deLuna. Hermione se aturulló un poco, aunque estavez Krum no había ido a dedicarle halagos. Con elentrecejo fruncido, el muchacho preguntó:

—¿Quién es ese hombre que va de amarillochillón?

—Xenophilius Lovegood, el padre de unaamiga nuestra —contestó Ron con tono cortante,indicando que no estaban dispuestos a burlarsedel personaje, pese a la clara incitación de Krum—.Vamos a bailar —le dijo con brusquedad aHermione.

Ella se sorprendió, pero asintió complacida yse levantó. La pareja no tardó en perderse de vistaen la abarrotada pista de baile.

—¿Salen juntos? —preguntó Krum.

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—Pues… más o menos —respondió Harry.—¿Quién eres tú?—Barny Weasley.Se estrecharon la mano.—Oye, Barny, ¿conoces bien a ese tal

Lovegood?—No, acabo de conocerlo. ¿Por qué?Krum miró por encima de su vaso a

Xenophilius, que charlaba con unos magos al otrolado de la pista.

—Porque, si no me hubiera invitado Fleur, loretaría a duelo ahora mismo por llevar eserepugnante símbolo colgado del cuello.

—¿Repugnante símbolo? —se extrañó Harrymirando también a Lovegood. Aquel extraño ojotriangular le brillaba sobre el pecho—. ¿Por qué?¿Qué significa?

—Tiene que ver con Grindelwald. ¡Es elsímbolo de Grindelwald!

—¿Te refieres al mago tenebroso que fuederrotado por Dumbledore?

—Exacto; ese mismo. —Krum movía lamandíbula como si mascara chicle. Añadió—:Grindelwald mató a mucha gente, ¿sabes? A miabuelo, por ejemplo. Aunque ya sé que nuncatuvo mucho poder en este país; dicen que le temía

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a Dumbledore, y con razón, en vista de cómoterminó. Pero eso… —Apuntó con un dedo aXenophilius—. Ése es su símbolo, lo hereconocido al instante. Grindelwald lo grabó enuna pared de Durmstrang cuando estudiaba allí.Algunos idiotas lo copiaron en sus libros y suropa; querían impresionar, darse aires… Hasta queun grupo de los que habíamos perdido a algúnfamiliar a manos de ese individuo les dimos unalección.

Krum hizo crujir los nudillosamenazadoramente y fulminó con la mirada aLovegood. Harry estaba perplejo. Parecía muyimprobable que el padre de Luna fuera partidariode las artes oscuras, y que nadie más de los que seencontraban en la carpa hubiera reconocidoaquella forma triangular que recordaba a una runa.

—¿Estás seguro de que es el símbolo de…?—No me equivoco —afirmó Krum con frialdad

—. Pasé por delante de ese símbolo muchos años;lo conozco muy bien.

—Bueno, es posible que Xenophilius noconozca su significado —aventuró Harry—. LosLovegood son un poco… raros. No me extrañaríaque lo hubiera encontrado por ahí y creyera que setrata del corte transversal de la cabeza de un

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snorkack de cuernos arrugados, o vete tú a saberqué.

—¿Un corte transversal de qué?—Yo no sé qué son, pero, al parecer, él y su

hija fueron de vacaciones en busca de… —Harryreparó en que no estaba trazando un perfil muypositivo de Luna y su padre—. Mira, es ésa —añadió señalando a la chica, que seguía bailandosola, agitando los brazos como si intentaraahuyentar moscas.

—¿Por qué hace eso?—Creo que trata de deshacerse de un

torposoplo —contestó Harry, que habíareconocido los síntomas.

Krum pareció sospechar que Harry se estababurlando de él. Entonces sacó su varita mágica dela túnica y se dio unos golpecitos amenazadoresen el muslo; del extremo de la varita salieronchispas.

—¡Gregorovitch! —exclamó Harryemocionado, y sobresaltó a Viktor. Al ver la varitade éste se había acordado del momento en queOllivander la cogió y la examinó con detenimiento,antes del Torneo de los Tres Magos.

—¿Qué pasa con ese hombre? —preguntóViktor con recelo.

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—¡Es un fabricante de varitas!—Eso ya lo sé.—¡Es quien confeccionó la tuya! Por eso

pensé… el quidditch…—¿Cómo sabes que Gregorovitch hizo mi

varita? —Cada vez desconfiaba más.—Pues… creo que lo leí en algún sitio. En… en

una revista de tus admiradoras —improvisó Harry,y Viktor se aplacó un poco.

—No recuerdo haber hablado de eso con misadmiradoras.

—Oye, ¿dónde vive Gregorovitch ahora?El otro puso cara de desconcierto y replicó:—Se retiró hace años. Fui de los últimos que le

compró una varita. Son las mejores, aunque ya séque vosotros los británicos tenéis muy bienconsiderado a Ollivander.

Harry no contestó y fingió observar a losbailarines, igual que Krum, aunque en realidadestaba sumido en sus pensamientos. ConqueVoldemort buscaba a un célebre fabricante devaritas… No tuvo que devanarse mucho los sesospara encontrar la razón: seguramente se debía alcomportamiento de su varita la noche en queVoldemort lo había perseguido por el cielo. Lavarita de acebo y pluma de fénix había vencido a la

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varita prestada, algo que Ollivander no habíaprevisto ni sabido explicar. ¿EncontraríaGregorovitch otra solución? ¿Sería verdad que eramás experto que Ollivander y conocía secretossobre las varitas que éste ignoraba?

—Esa chica es muy guapa —comentó Krum,sacando de su ensimismamiento a Harry. Señalabaa Ginny, que acababa de acercarse a Luna—.¿También es pariente tuya?

—Sí —contestó Harry con irritación—. Y salecon un chico. Un tipo muy celoso, por cierto. Yenorme. No te aconsejo que lo provoques.

Krum soltó un gruñido.—¿Qué gracia tiene ser un jugador

internacional de quidditch —dijo vaciando suvaso y poniéndose en pie— si todas las chicasguapas ya tienen novio?

Y se alejó a grandes zancadas. Harry cogió unbocadillo de la bandeja de un camarero que pasabay bordeó la concurrida pista de baile. Queríaencontrar a Ron para contarle lo de Gregorovitch,pero su amigo estaba bailando con Hermione en elcentro de la pista. Harry se apoyó contra unacolumna dorada y se dedicó a observar a Ginny,que bailaba con Lee Jordan, el amigo de George yFred, tratando de no arrepentirse de la promesa

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hecha a Ron.Era la primera vez que el muchacho iba a una

boda, de modo que no podía juzgar en qué sediferenciaban las celebraciones de los magos delas de los muggles, aunque estaba convencido deque en las de éstos no había pasteles nupcialescoronados con dos aves fénix en miniatura, queechaban a volar cuando cortaban el pastel, nibotellas de champán que flotaban entre losinvitados sin que nadie las sujetara. A medida queanochecía y se veían palomillas revoloteando bajoel toldo, iluminado ahora con flotantes farolillosdorados, el jolgorio se fue descontrolando. Yahacía rato que Fred y George habían desaparecidoen la oscuridad con un par de primas de Fleur; porsu parte, Charlie, Hagrid y un mago rechoncho quelucía un sombrerito morado cantaban Odo el héroeen un rincón.

Harry deambuló entre el gentío para huir de untío de Ron que estaba borracho y dudaba si él erasu hijo o no, y se fijó en un anciano mago sentadosolo a una mesa: una nube de cabello blanco leconfería el aspecto de una flor de diente de león,mientras que un apolillado fez le coronaba lacabeza. Aquel individuo le resultó vagamentefamiliar; se estrujó los sesos y, de pronto, cayó en

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la cuenta de que era Elphias Doge, miembro de laOrden del Fénix y autor de la nota necrológica deDumbledore.

Harry se acercó a él y le dijo:—¿Puedo sentarme?—Por supuesto, muchacho —repuso Doge

con su voz aguda y entrecortada.Una vez se hubo sentado, Harry se inclinó

hacia el mago y le susurró:—Señor Doge, soy Harry Potter.Doge sofocó un grito y exclamó:—¡Hijo mío! Arthur me ha dicho que estabas

aquí, disfrazado. ¡Cuánto me alegro! ¡Es un honor!—Entusiasmado, Doge se apresuró a servirle unacopa de champán—. Quería escribirte —añadió envoz baja—. Después de lo de Dumbledore… ¡Quéconmoción! Y para ti debió de ser… —Los ojillosse le anegaron en lágrimas.

—Vi la nota necrológica que escribió para ElProfeta —repuso Harry—. No sabía que conocierausted tan bien al profesor Dumbledore.

—Mejor que nadie —replicó Dogeenjugándose las lágrimas con una servilleta—. Almenos, era el que lo conocía desde hacía mástiempo, dejando de lado a Aberforth. Y, no sé porqué, la gente suele dejar de lado a Aberforth.

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—Hablando de El Profeta… No sé si viousted, señor Doge…

—¡Llámame Elphias, por favor!—Está bien, Elphias. No sé si leyó usted su

entrevista con Rita Skeeter sobre Dumbledore.Doge enrojeció de rabia.—Sí, Harry, la leí. Esa mujer (aunque sería más

acertado decir ese buitre) no dejó de acosarmehasta que accedí a su entrevista. Me avergüenzareconocer que fui muy grosero con ella; le dije queera una arpía y una entrometida, y, como quizáhayas comprobado, eso la animó a poner enentredicho mi cordura.

—Ya. En esa entrevista Rita Skeeter insinuabaque, en su juventud, el profesor Dumbledoreanduvo metido en las artes oscuras.

—¡No te creas ni una palabra de esa mujer! ¡Niuna sola, Harry! ¡No permitas que empañe turecuerdo de Albus!

El chico observó el serio y afligido semblantedel mago y en lugar de tranquilizarse se sintiófrustrado. ¿Acaso aquel hombre creía que eso eratan fácil, que a él le resultaba sencillo no darcrédito a semejantes acusaciones? ¿Tal vez noentendía que él necesitaba estar seguro y saberlotodo?

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Doge pareció adivinarle los sentimientos,porque puso cara de preocupación y se apresuró aañadir:

—Harry, Rita Skeeter es una espantosa…Pero lo interrumpió una estridente risa:—¿Has mencionado a Rita Skeeter? ¡Ah, me

encanta! ¡Leo todos sus artículos!Harry y Doge volvieron la cabeza y vieron a tía

Muriel plantada ante ellos, con una copa dechampán en la mano y las plumas del sombrerorevoloteando.

—¿Sabíais que ha escrito un libro sobreDumbledore?

—Hola, Muriel —la saludó Doge—. Sí,precisamente estábamos hablando…

—¡Oye, tú! ¡Cédeme tu silla; tengo ciento sieteaños!

Otro primo pelirrojo de los Weasley se levantóde un brinco de la silla, alarmado; tía Muriel le diola vuelta con sorprendente vigor y se sentó enella, entre Doge y Harry.

—Hola otra vez, Barry, o comoquiera que tellames —le dijo a Harry—. A ver, ¿qué estabasdiciendo de Rita Skeeter, Elphias? ¿Sabes que haescrito una biografía de Dumbledore? Estoyimpaciente por leerla; a ver si me acuerdo de

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encargarla en Flourish y Blotts.Ante semejante comentario, Doge se puso

tenso y muy serio, pero tía Muriel se limitó a vaciarsu copa de un trago y chascó los huesudos dedospara que un camarero que pasaba le sirviera otra.Bebió un nuevo trago de champán, eructó y dijo:

—¡No hace falta que me miréis como dos ranasdisecadas! Antes de que se convirtiera en unapersona tan decente, tan respetada y tal,circulaban ciertos rumores extraños sobre Albus.

—Chismes no contrastados —aseguró Doge,y volvió a enrojecer como un tomate.

—No me extraña que digas eso, Elphias —repuso tía Muriel riendo socarronamente—. Ya vicómo esquivabas los temas peliagudos en esanota necrológica que escribiste.

—Lamento que pienses así —se defendió elmago, todavía con más frialdad—. Te aseguro quela escribí con el corazón.

—Sí, todos sabemos que lo adorabas. Apuestoa que seguirás pensando que era un santo,aunque resulte que es verdad que mató a suhermana, la squib.

—¡Muriel! —exclamó Doge.Un frío que no tenía nada que ver con el

champán helado estaba invadiendo el pecho de

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Harry.—¿Qué quiere decir? —le preguntó a Muriel—.

¿Quién opinaba que su hermana era una squib? Yocreía que estaba enferma.

—Pues andabas equivocado, Barry —afirmóella, encantada con el efecto logrado—. Además,¿qué vas a saber tú de toda esa historia? Sucediómuchos años antes de que nacieras, querido, y laverdad es que los que entonces vivíamos nuncallegamos a averiguar qué pasó en realidad. Por esoestoy deseando saber qué ha descubierto Skeeter.¡Dumbledore mantuvo silencio sobre su hermanamucho tiempo!

—¡Falso! —farfulló Doge—. ¡Absolutamentefalso!

—Nunca me dijo que su hermana fuera unasquib —murmuró Harry sin darse cuenta; todavíatenía el frío metido en el cuerpo.

—¿Y por qué diantre iba a decírtelo? —chillóMuriel oscilando un poco en la silla mientrasintentaba enfocar a Harry.

—La razón por la que Albus nunca hablaba deAriana —terció Elphias con voz emocionada— es,creo yo, evidente: su muerte lo dejó tandestrozado que…

—Pero ¿por qué nadie la vio jamás, Elphias? —

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le espetó Muriel—. ¿Por qué la mayoría denosotros ni siquiera conocía su existencia hastaque sacaron su ataúd de la casa y celebraron unfuneral por ella? ¿Dónde se hallaba el venerableAlbus mientras Ariana se consumía encerrada enese sótano? ¡Pues estaba luciéndose en Hogwarts,y nunca le importó lo que sucedía en su propiacasa!

—¿Cómo que encerrada en un sótano? —preguntó Harry—. ¿Qué significa todo esto?

Doge estaba consternado. Tía Muriel volvió asoltar una estridente risotada y contestó:

—La madre de Dumbledore era una mujertemible, sencillamente temible; hija de muggles,aunque creo que ella pretendía no serlo…

—¡Nunca pretendió nada parecido! Kendra erauna buena mujer —susurró Doge con tristeza,pero tía Muriel no le hizo caso.

—… orgullosa y muy dominante, la clase debruja que se habría avergonzado de haber dado aluz a una squib…

—¡Ariana no era una squib! —resolló Doge.—Eso lo dices tú, Elphias, pero entonces

explícame por qué nunca fue a Hogwarts. —Y sevolvió hacia Harry—: En aquella época, a lossquibs se los escondía. Pero llevar las cosas al

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extremo de encarcelar a una niñita en casa y hacercomo si no existiera…

—¡Te digo que eso no ocurrió así! —insistióDoge, pero la anciana continuó como unaapisonadora, dirigiéndose a Harry.

—Enviaban a los squibs a colegios de mugglesy los animaban a integrarse en su comunidad. Esasolución era mucho más altruista que intentarbuscarles un lugar en el mundo mágico, dondesiempre habrían sido individuos de segunda clase;pero, como es lógico, Kendra Dumbledore jamáshabría enviado a su hija a un colegio de muggles…

—¡Ariana estaba delicada! —la interrumpióDoge a la desesperada—. Su mala salud nunca lepermitió…

—¿Nunca le permitió salir de casa? —soltóMuriel con sorna—. Sin embargo, nunca lallevaron a San Mungo, ni le pidieron a ningúnsanador que la visitara.

—¿Cómo puedes saber tú, Muriel, si…?—Por si no lo sabías, Elphias, mi primo

Lancelot era sanador de San Mungo en esa época,y le dijo a mi familia (en la más estrictaconfidencialidad) que nunca habían visto a Arianapor allí. ¡Lancelot consideraba que todo era muy,pero que muy sospechoso!

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Doge estaba al borde del llanto. Tía Muriel,que por lo visto estaba disfrutando de lo lindo,chasqueó otra vez los dedos para que le sirvieranmás champán. Mientras escuchaba comoatontado, Harry pensó en los Dursley, que lohabían recluido, encerrado y mantenido en secretopor el único delito de ser mago. ¿Había sufrido lahermana de Dumbledore el mismo destino pero alrevés: la habían encerrado por no ser capaz dehacer magia? ¿Y de verdad la había abandonadoDumbledore a su suerte mientras él se iba aHogwarts para demostrar lo brillante y genial queera?

—Mira, si Kendra no hubiera muerto primero—continuó Muriel—, habría pensado que fue ellala que acabó con Ariana…

—¿Cómo puedes decir eso, Muriel? —gimióDoge—. ¿Cómo puedes acusar a una madre dematar a su propia hija? ¡Piensa en lo que estásdiciendo!

—Si la madre en cuestión fue capaz deencarcelar a su hija años y años, ¿por qué no? —aventuró encogiéndose de hombros—. Pero, comodigo, eso no puede ser, porque Kendra murióantes que Ariana. De qué, nunca se supo, porcierto…

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—¡Ah, la mató Ariana, sin duda! —se burlóDoge con valentía—. ¿Por qué no?

—Sí, es posible que Ariana, desesperada,decidiera escapar y matara a Kendra en el intento—musitó la anciana, pensativa—. ¡Niégalo cuantoquieras, Elphias! Tú estuviste en el funeral deAriana, ¿verdad?

—Sí, estuve allí —confirmó Doge con labiostemblorosos—. Y no recuerdo otra ocasión mástriste. Albus tenía el corazón destrozado.

—Mmm… No sólo el corazón. ¿Aberforth no lerompió la nariz en plena ceremonia?

Hasta ese momento, la expresión de Dogehabía sido de consternación, pero de prontoreflejó verdadero horror, como si Muriel lo hubieraapuñalado. La bruja soltó una risa socarrona ybebió otro sorbo de champán, que le chorreó porla barbilla.

—¿Cómo te atreves…? —dijo Doge con vozronca.

—Mi madre era amiga de Bathilda Bagshot —explicó tía Muriel alegremente—, y ésta se locontó todo mientras yo escuchaba detrás de lapuerta. ¡Una pelea al borde mismo de la tumba!Según Bathilda, Aberforth acusó a Albus de ser elculpable de la muerte de Ariana, y le dio un

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puñetazo en la cara. Y también según Bathilda,Dumbledore ni siquiera se defendió, lo cual meextraña mucho, porque habría podido matar a suhermano en un duelo aunque hubiera tenido lasmanos atadas a la espalda.

Muriel siguió bebiendo champán. Daba laimpresión de que ir desgranando esos viejosescándalos le divertía en la misma medida en quehorrorizaba a Doge. Harry no sabía qué pensar niqué creer; quería conocer la verdad, pero Doge selimitaba a permanecer allí sentado y gimotear queAriana estaba enferma. El chico se resistía aadmitir que Dumbledore no interviniera sisemejante crueldad hubiera estado cometiéndoseen su propia casa, pero, aun así, no cabía duda deque en esa historia había algo extraño.

—Y te diré otra cosa —prosiguió Muriel,hipando un poco al dejar la copa en la mesa—:creo que Bathilda le descubrió el pastel a RitaSkeeter, porque todas las insinuaciones de ésta enla entrevista acerca de una fuente de informaciónimportante y próxima a los Dumbledore…¡Precisamente Bathilda estuvo allí mientras ocurríatodo eso, así que no me extrañaría!

—¡Bathilda jamás hablaría con Rita Skeeter! —susurró Doge.

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—¿Os referís a Bathilda Bagshot, la autora deHistoria de la magia? —preguntó Harry. Esenombre aparecía en la tapa de uno de sus libros detexto, aunque es verdad que no le había prestadodemasiada atención.

—En efecto, muchacho —afirmó Dogeaferrándose a su pregunta como a un clavoardiendo—. Una historiadora de la magia de grantalento y vieja amiga de Albus.

—He oído decir que ya chochea —aseguró tíaMuriel con desparpajo.

—¡Si así fuera, sería todavía más deshonrosopor parte de Skeeter haberse aprovechado de ella,y no se podría confiar en nada de lo que hubieradicho la pobre mujer!

—Bueno, existen maneras de rescatar losrecuerdos, y estoy segura de que Rita Skeeter lasconoce todas. Pero, aunque Bathilda esté chaladadel todo, también estoy segura de que todavíaconserva fotografías, quizá incluso cartas.Conocía bien a los Dumbledore. Yo diría que valíala pena hacer el viaje hasta Godric’s Hollow.

Harry, que estaba bebiendo un sorbo decerveza de mantequilla, se atragantó. Doge le diounas palmadas en la espalda mientras el chicotosía, mirando a tía Muriel con ojos llorosos.

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Cuando recuperó la voz, preguntó:—¿Bathilda Bagshot vive en Godric’s Hollow?—¡Sí, claro! ¡Lleva allí una eternidad! Los

Dumbledore se fueron a vivir a ese lugar cuandoencarcelaron a Percival, y ella era su vecina.

—¿Los Dumbledore vivían en Godric’sHollow?

—Sí, Barry, eso es lo que acabo de decir —remachó tía Muriel con impaciencia.

Harry se sentía vacío. En seis años,Dumbledore no le había dicho ni una sola vez queambos habían vivido y perdido a sus seresqueridos en Godric’s Hollow. ¿Por qué? ¿Estaríanlos padres de Harry enterrados cerca de la madre yla hermana del anciano profesor? ¿Habría visitadoéste las tumbas de su familia, y pasado quizá allado de las de Lily y James? Sea como fuere, jamásse lo había mencionado a Harry, jamás se habíamolestado en decírselo.

Y aunque el muchacho no habría sabidoexplicar —ni siquiera a sí mismo— por qué dichascuestiones eran tan importantes, tenía la impresiónde que el hecho de no haberle revelado que eselugar y esas experiencias les eran comunesequivalía a una mentira.

Así pues, se quedó sentado con la vista al

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frente. No se dio cuenta de que Hermione habíaabandonado la pista hasta que arrastró una silla yse sentó a su lado.

—No puedo seguir bailando ni un minuto más—resopló, y se quitó un zapato para frotarse laplanta del pie—. Ron ha ido a buscar más cervezasde mantequilla. Uy, qué raro; acabo de ver a Viktordarle la espalda bruscamente al padre de Luna,como si hubieran estado discutiendo. —Bajó lavoz y, mirándolo a los ojos, preguntó—: ¿Teencuentras bien, Harry?

Él no sabía por dónde empezar a explicarle lasnovedades, pero no importó porque en esemomento una figura enorme y plateada descendiódesde el toldo hasta la pista de baile. Grácil ybrillante, el lince se posó con suavidad en mediode un corro de asombrados bailarines. Todos losinvitados se giraron para mirarlo y los que sehallaban más cerca se quedaron petrificados enposturas absurdas. Entonces el patronus abrió susfauces y habló con la fuerte, grave y pausada vozde Kingsley Shacklebolt:

—El ministerio ha caído. Scrimgeour ha muerto.Vienen hacia aquí.

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F

CAPÍTULO 9

Un sitio dondeesconderse

UERON momentos muy confusos, de unaextraña lentitud. Harry y Hermione se

levantaron y sacaron sus varitas mágicas. Muchosmagos y brujas se iban percatando de que habíapasado algo raro; algunos todavía no habíanapartado la vista de donde poco antes se había

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esfumado el felino plateado. El silencio sepropagaba en fríos círculos concéntricos desde elpunto en que se había posado el patronus.Entonces alguien gritó y cundió el pánico.

Harry y Hermione se lanzaron hacia laatemorizada multitud. Los invitados corrían entodas direcciones y muchos se desaparecían. Lossortilegios protectores que defendían LaMadriguera se habían roto.

—¡Ron! —chilló Hermione—. ¿Dónde estás,Ron?

Se abrieron paso a empujones por la pista debaile, y Harry vio que entre el gentío aparecíanfiguras con capa y máscara; entonces distinguió aLupin y Tonks blandiendo sus varitas, y los oyógritar: «¡Protego!», un grito que resonó por todaspartes.

—¡Ron! ¡Ron! —vociferaba Hermione, casisollozando, mientras los aterrados invitados loszarandeaban.

Harry la cogió de la mano para impedir que lossepararan, y en ese instante un rayo de luz pasózumbando por encima de sus cabezas; él no suposi se trataba de un encantamiento protector o dealgo más siniestro…

De pronto apareció Ron. Cogió por el otro

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brazo a Hermione y Harry notó cómo ella girabasobre sí misma; no se veía ni se oía nada:alrededor todo estaba oscuro, lo único que notabaera la mano de Hermione, que apretaba la suya,mientras los tres surcaban el espacio y el tiempoalejándose de La Madriguera, de los mortífagosque se cernían sobre ellos y quizá del propioVoldemort.

—¿Dónde estamos? —se oyó la voz de Ron.Harry abrió los ojos. Por un instante creyó que

no habían salido de la carpa, porque seguíanrodeados de gente.

—En Tottenham Court Road —resollóHermione—. Seguid caminando. Hemos deencontrar un sitio donde podáis cambiaros.

De modo que, bajo un cielo estrellado, echarona andar —y a ratos corrieron— por una calleancha y oscura, repleta de trasnochadores; lastiendas en ambas aceras estaban cerradas. Unautobús de dos pisos pasó rugiendo y un grupode gente que salía de un pub miró a los tresjóvenes con extrañeza, porque Harry y Rontodavía llevaban las túnicas de gala.

—No tenemos nada que ponernos, Hermione—dijo Ron cuando una chica se echó a reír alfijarse en su atuendo.

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—¡Qué descuido no haber traído la capainvisible! —se lamentó Harry—. El año pasado lallevaba siempre conmigo, y…

—Tranquilo, tengo tu capa. Y también he traídoropa para los dos —dijo Hermione—. Procuraddisimular hasta que… Sí, ahí mismo.

Los guió por una calle secundaria hasta unoscuro callejón.

—Dices que tienes la capa y ropa, pero… —musitó Harry mirando ceñudo a Hermione, quesólo llevaba el bolsito bordado con cuentas, en elque se había puesto a rebuscar.

—Sí, sí, aquí están —afirmó ella y, para granasombro de ambos chicos, sacó del bolsito unosvaqueros, una camiseta, unos calcetines granatesy, por último, la capa invisible.

—Pero ¿cómo diantre…?—Encantamiento de extensión indetectable —

recitó Hermione—. Dificilillo, pero creo que lo hehecho bien. Bueno, el caso es que conseguí meteraquí dentro todo lo que necesitábamos. —Y le diouna pequeña sacudida al bolsito, de aspecto frágil;varios objetos pesados rodaron en su interior y seoyó un eco, como el que habría resonado en labodega de un carguero—. ¡Ay, porras! Eso son loslibros —musitó mirando dentro—, y los había

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ordenado todos por temas. Bueno… Harry, serámejor que cojas la capa invisible. Ron, date prisa ycámbiate.

—¿Cuándo has hecho todo esto? —preguntóHarry mientras Ron se quitaba la túnica.

—Ya os lo dije en La Madriguera. Hacía díasque tenía preparado lo imprescindible, por si habíaque salir huyendo. Esta mañana, después de quete cambiaras, cogí tu mochila, Harry, y la metí aquí.Tenía el presentimiento…

—Eres increíble, de verdad —se admiró Ron.Dobló su túnica y se la dio.

—Gracias —contestó ella y, esbozando unasonrisa, metió la túnica en el bolso—. ¡Por favor,Harry, ponte la capa!

Él se echó la capa invisible sobre los hombros,se tapó la cabeza y desapareció al instante.Apenas empezaba a entender qué había pasado.

—Pero los demás… toda la gente que estabaen la boda…

—Ahora no podemos preocuparnos por ellos—susurró Hermione—. Es a ti a quien buscan,Harry, y si volvemos, lo único que conseguiremosserá exponerlos aún más al peligro.

—Tiene razón —coincidió Ron, sabiendo quesu amigo intentaría discutir, aunque no le veía la

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cara—. Casi toda la Orden estaba allí; ellos seencargarán de protegerlos.

Harry asintió con la cabeza, aunque al repararen que sus amigos no lo veían, dijo:

—Está bien, de acuerdo.Pero pensó en Ginny, y el miedo le borboteó

como un ácido en el estómago.—¡Vamos! Debemos ponernos en marcha —

instó Hermione.Volvieron por la calle secundaria hasta la

principal, donde varios hombres cantaban yzigzagueaban por la acera de enfrente.

—Oye, sólo por curiosidad: ¿por qué hemosvenido a Tottenham Court Road? —preguntó Rona Hermione.

—Ni idea. Me vino a la cabeza, sin más, perocreí que estaríamos más seguros en el mundo delos muggles, porque aquí no se les ocurrirábuscarnos.

—Es verdad —admitió Ron mirando alrededor—, pero ¿no te sientes un poco… expuesta?

—¿Adónde quieres que vayamos, pues? —replicó Hermione, e hizo una mueca de aprensióncuando los tipos que estaban en la otra acera sepusieron a silbarle—. No alquilaremos unahabitación en el Caldero Chorreante, ¿verdad?, ni

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nos instalaremos en Grimmauld Place, porqueSnape tiene acceso a la casa. Supongo quepodríamos ir a casa de mis padres, aunque cabe laposibilidad de que nos busquen ahí… ¡Ay! ¿Porqué no se callarán?

—¿Todo bien, preciosa? —vociferó el másebrio de los individuos—. ¿Te apetece un trago?Deja al pelirrojo ése y ven a tomarte una pinta connosotros.

—Vayamos a algún local —urgió Hermione alver que Ron iba a contestar a los borrachos—.Mira, ahí mismo.

Era una pequeña y cochambrosa cafetería quepermanecía abierta por la noche. Una fina capa degrasa cubría todas las mesas de tablero de formica,pero al menos el local estaba vacío. Harry se sentóa una mesa y Ron se quedó a su lado, enfrente deHermione, que se sentía incómoda al estar deespaldas a la entrada, de manera que giraba lacabeza con tanta frecuencia que parecía aquejadade un tic nervioso. A Harry no le hacía ningunagracia quedarse sentado, pues mientras andabanal menos mantenía la ilusión de tener un objetivo.Bajo la capa notó que los últimos vestigios de lapoción multijugos dejaban de actuar y que susmanos recuperaban el tamaño y la forma

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habituales. Así que sacó las gafas del bolsillo y selas puso.

Pasados uno o dos minutos, Ron dijo:—Pues el Caldero Chorreante no queda muy

lejos. Está en Charing Cross.—¡No podemos ir, Ron! —saltó Hermione.—No propongo que nos quedemos allí, sólo

que vayamos para enterarnos de qué estápasando.

—¡Ya sabemos qué está pasando! Voldemortse ha apoderado del ministerio, ¿qué másnecesitamos que nos digan?

—¡Vale, vale! Sólo era una idea.Volvieron a sumirse en un incómodo silencio.

La camarera, que mascaba chicle sin parar, seacercó a la mesa y Hermione pidió doscapuchinos; como Harry era invisible, habríaresultado extraño pedir tres. Un par de fornidosobreros entraron en la cafetería y se sentaron a lamesa de al lado. Hermione bajó la voz y dijo:

—Propongo que busquemos un sitio tranquilodonde desaparecernos y nos vayamos al campo.Entonces podremos enviarle un mensaje a laOrden.

—Pero ¿tú sabes hacer eso del patronus quehabla? —preguntó Ron.

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—He estado practicando y creo que sí —respondió Hermione.

—Bueno, mientras eso no les causeproblemas… Aunque quizá ya los hayan detenido.Vaya, esto es asqueroso —masculló Ron trasbeber un sorbo de aquel café espumoso ygrisáceo.

La camarera, que lo oyó, le lanzó una mirada dereprobación y fue a atender la otra mesa, pero elobrero más corpulento —rubio y muy musculoso— le hizo un ademán para que se marchara. Lacamarera se quedó mirándolo fijamente, ofendida.

—¿Por qué no nos vamos? No quiero bebermeesta porquería —dijo Ron—. ¿Tienes dineromuggle para pagar, Hermione?

—Sí, cogí todos mis ahorros antes de ir a LaMadriguera. Supongo que las monedas estarán enel fondo. —Y metió una mano en su bolsito decuentas.

Entonces, los dos obreros hicieron el mismomovimiento a la vez, y Harry los imitó sin darsecuenta. Un instante después, los tres enarbolabansus varitas mágicas. Ron, que tardó unossegundos en comprender qué estaba ocurriendo,se lanzó por encima de la mesa y, de un empujón,tumbó a Hermione en el banco donde se sentaba.

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La potencia de los hechizos de los mortífagosdestrozó la pared alicatada en el mismo punto enque un momento antes se hallaba la cabeza deRon, y Harry, todavía invisible, chilló:

—¡Desmaius!Un gran chorro de luz roja golpeó en la cara al

mortífago rubio, que se desplomó inconsciente. Sucompañero, sin saber quién lanzaba el hechizo,disparó contra Ron: unas relucientes cuerdasnegras salieron de la punta de su varita ymaniataron al chico de pies a cabeza. La camareragritó y echó a correr hacia la puerta. EntoncesHarry le lanzó el mismo hechizo aturdidor a aquelmortífago de cara deforme, pero no apuntó bien yel hechizo rebotó en la ventana, dándole a lacamarera, que cayó al suelo delante de la puerta.

—¡Expulso! —bramó el mortífago, y la mesaque había detrás de Harry saltó por los aires. Laonda expansiva lanzó al chico contra la pared, ynotó cómo la varita se le iba de la mano al mismotiempo que se le resbalaba la capa.

—¡Petrificus totalus! —gritó Hermione,escondida en un rincón, y el mortífago cayó haciadelante como una estatua derribada, dando unfuerte golpe sobre el revoltijo de porcelana rota,madera y café. Ella salió arrastrándose de debajo

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del banco, sacudiéndose trocitos de un cenicerode cristal del pelo y temblando de pies a cabeza—.¡Di… diffindo! —balbuceó apuntando con lavarita a Ron, que aulló de dolor cuando ella leprovocó un corte en la rodilla—. ¡Ay! ¡Perdona,Ron! Es que me tiembla la mano. ¡Diffindo!

Las cuerdas, una vez cortadas, sedesprendieron. Ron se levantó y agitó los brazospara recobrar la sensibilidad. Harry recogió suvarita y se abrió paso entre aquel estropicio hastadonde yacía el mortífago rubio y corpulento,tendido sobre el banco.

—Debí haberlo reconocido; estaba en elcastillo la noche en que murió Dumbledore —comentó, y acto seguido le dio la vuelta al otrocon el pie; el mortífago miró con nerviosismo a lostres.

—Éste es Dolohov —dijo Ron—. Vi sufotografía en unos antiguos carteles de busca ycaptura que difundió el ministerio. Creo que el otroes Thorfinn Rowle.

—¡Qué más da cómo se llamen! —chillóHermione—. Lo que importa es cómo nos hanencontrado y qué vamos a hacer ahora.

Curiosamente, el pánico de la chica le despejóla cabeza a Harry.

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—Echa el cerrojo de la puerta —ordenó—. Ytú, Ron, apaga las luces.

Sin dejar de pensar a toda prisa, Harry miró alparalizado Dolohov mientras Hermione cerraba lapuerta y Ron utilizaba el desiluminador para dejarla cafetería a oscuras. En la calle, oyó a loshombres que poco antes se habían metido conHermione, ahora molestando a otra chica.

—¿Qué hacemos con ellos? —le susurró Ronen la oscuridad y, bajando más la voz, agregó—:¿Matarlos? Ellos nos matarían si pudieran; casi loconsiguen.

Estremeciéndose, Hermione dio un paso atrásy Harry negó con la cabeza.

—Les borraremos la memoria —decidió—. Esoes lo mejor; así nos perderán el rastro. Si losmatamos, quedará claro que hemos estado aquí.

—Tú mandas —aceptó Ron con alivio—. Peroyo nunca he hecho un encantamientodesmemorizante.

—Yo tampoco —terció Hermione—, pero sé lateoría. —Inspiró hondo para tranquilizarse, apuntóa la frente de Dolohov con la varita y dijo—:¡Obliviate!

En el acto, Dolohov se quedó como atontado,sin poder enfocar la mirada.

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—¡Fantástico! —exclamó Harry, y palmeó en laespalda a su amiga—. Ocúpate del otro y de lacamarera mientras Ron y yo recogemos un pocotodo esto.

—¿Recoger, dices? —se extrañó Ron mirandoalrededor. La cafetería había quedado parcialmentedestrozada—. ¿Por qué?

—¿No crees que si al despertar se encuentranen un local donde parece haber caído una bombase preguntarán qué ha pasado?

—Ya. Sí, claro. —Tuvo dificultades para sacarla varita del bolsillo—. No me extraña que mecueste tanto, Hermione. Metiste mis vaquerosviejos en el bolso. ¡Me aprietan mucho!

—Vaya, lo siento —se disculpó ella, y mientrasarrastraba a la camarera lejos de las ventanas,Harry la oyó murmurar una sugerencia de dóndepodía meterse Ron la varita.

Una vez que la cafetería hubo recuperado suaspecto habitual, los tres amigos pusieron a losmortífagos en la mesa donde se habían sentado alentrar, uno frente al otro.

—¿Cómo nos habrán encontrado? —preguntóHermione contemplando a los dos individuosinconscientes—. ¿Quién les dijo que estábamosaquí? —Y mirando a Harry, añadió—: No será que

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todavía llevas el Detector, ¿verdad?—No, no puede ser —intervino Ron—. El

Detector se desactiva cuando cumples diecisieteaños. Lo prescribe la ley mágica: no se lo puedenponer a un adulto.

—No que tú sepas —replicó Hermione—. ¿Y silos mortífagos han encontrado la manera deponérselo a alguien aunque sea mayor de edad?

—Pero Harry no se ha acercado a ningúnmortífago en las últimas veinticuatro horas. ¿Quiénpodría haberle reactivado el Detector?

Hermione no contestó. Harry se sentíacontaminado, mancillado… ¿Y si en efecto losmortífagos los habían encontrado mediante esaargucia?

—Si yo no puedo emplear la magia, y vosotrostampoco si estáis cerca de mí, sin que delatemosnuestra posición… —musitó.

—¡No vamos a separarnos! —le espetóHermione.

—Necesitamos un sitio seguro dondeescondernos —dijo Ron—. Déjanos pensar.

—Grimmauld Place —propuso Harry.Los otros dos lo miraron boquiabiertos.—¡No seas tonto, Harry! ¡Snape puede entrar

ahí!

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—El padre de Ron dijo que han hechoembrujos contra Snape. Y aunque haya logradoburlarlos —insistió, vista la vehemencia con queHermione había rechazado su propuesta—, ¿quéimporta? ¡Os juro que me encantaríaencontrármelo!

—Pero…—¿De qué otro sitio disponemos, Hermione?

Es nuestra mejor alternativa. Snape sólo es unmortífago, pero si todavía llevo el Detector,montones de esos indeseables nos perseguiránallá donde vayamos.

Hermione no pudo rebatir tales argumentos,aunque le habría gustado hacerlo. Mientras elladescorría el cerrojo de la puerta de la cafetería, Ronaccionó el desiluminador para volver a iluminar ellocal. Entonces Harry contó hasta tres y anularonlos hechizos que les habían hecho a sus víctimas,y antes de que la camarera o los mortífagos serecuperaran de su sopor, los tres jóvenes sesumieron de nuevo en una opresiva oscuridad.Pasados unos segundos, los pulmones de Harryse expandieron por fin. El chico abrió los ojos yvio que se hallaban de pie en medio de una placitabastante fea que le resultaba familiar. Rodeados decasas altas y descuidadas, distinguieron el número

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12, porque Dumbledore —el Guardián de losSecretos— les había revelado su existencia;corrieron hacia allí comprobando cada poco quenadie los perseguía ni observaba. Subieron a todaprisa los escalones de piedra y Harry golpeó lapuerta una sola vez con la varita. Enseguidaoyeron una serie de sonidos metálicos y el ruidode una cadena. Entonces la puerta se abrió de paren par con un chirrido, y los tres amigostraspusieron el umbral.

Cuando Harry cerró la puerta tras ellos, lasanticuadas lámparas de gas se iluminaron,arrojando una luz parpadeante en todo el largovestíbulo. La casa continuaba tan tétrica comoHarry la recordaba; había telarañas por todaspartes y las cabezas de los elfos domésticos,colgadas en la pared, proyectaban extrañassombras en la escalera. Unas largas y oscurascortinas tapaban el retrato de la madre de Sirius, ylo único que no se mantenía en su sitio era elparagüero, con forma de pierna de trol, que estabatumbado como si Tonks acabara de derribarlo otravez.

—Creo que alguien ha estado aquí —susurróHermione señalando el paragüero.

—Quizá se quedó así cuando la Orden se

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marchó —contestó Ron.—¿Y dónde están esos embrujos que pusieron

contra Snape? —preguntó Harry.—Quizá sólo se activan si entra él —especuló

Ron.Sin embargo, se quedaron sobre el felpudo que

había dentro, de espaldas a la puerta, sin atreversea adentrarse más en la casa.

—Bueno, no podemos quedarnos aquí parasiempre —decidió Harry, y avanzó un paso.

—¿Severus Snape?La susurrante voz de Ojoloco Moody surgió

de la oscuridad y los tres chicos retrocedieronasustados.

—¡No somos Snape! —replicó Harry con vozronca, y de pronto una especie de corriente de airele pasó zumbando por encima de la cabeza y lalengua se le enrolló, impidiéndole hablar. Pero nisiquiera tuvo tiempo de tocarse la boca para verqué le estaba ocurriendo, pues al punto la lenguase le desenrolló.

Los otros dos parecían haber experimentado lomismo y, mientras Ron daba arcadas, Hermionebalbuceó:

—¡Eso ha de… debido de ser la ma…maldición lengua atada que Ojoloco puso contra

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Snape!Harry dio otro paso cauteloso y algo se movió

en la oscuridad al fondo del vestíbulo. Antes deque alguno de los tres pudiera decir algo, unafigura alta, grisácea y terrible surgió de la alfombra.Hermione dio un chillido y la señora Black la imitóal abrirse las cortinas que tapaban su retrato. Lafigura gris —de rostro descarnado, mejillashundidas y cuencas vacías— se deslizaba haciaellos, cada vez más deprisa, con la larga cabellera yla barba flotándole hacia atrás. Era un rostroespantosamente familiar, aunque alterado de formagrotesca. La criatura levantó un consumido brazoy señaló a Harry.

—¡No! —gritó el chico pero, aunque levantó lavarita, no se le ocurrió ningún hechizo—. ¡No, no!¡No fuimos nosotros! ¡Nosotros no lo matamos!

Al pronunciar la palabra «matamos», la figuraestalló formando una gran nube de polvo. Harry,tosiendo y con los ojos llorosos, miró alrededor yvio a Hermione acurrucada en el suelo, junto a lapuerta, cubriéndose la cabeza con los brazos, y aRon, que temblaba de pies a cabeza, dándole unaspalmaditas en el hombro mientras le decía:

—No pasa na… nada, ya se ha i… ido.El polvo se arremolinó alrededor de Harry

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como una neblina, atrapando la luz azulada de lalámpara de gas, mientras la señora Black seguíachillando:

—¡Sangre sucia, inmundicia, manchas dedeshonra mancillando la casa de mis padres…!

—¡CÁLLESE! —bramó Harry apuntando alcuadro con la varita. Tras un fogonazo y una lluviade chispas rojas, las cortinas volvieron a cerrarsey silenciaron a la señora Black.

—Pero si era… era… —gimoteó Hermionemientras Ron la ayudaba a levantarse.

—Sí —afirmó Harry—, pero no era él. Sólo setrataba de un truco para asustar a Snape.

«¿Habría funcionado —se preguntó Harry—, oSnape habría destruido aquella horrorosa figuracon la misma facilidad con que había matado alDumbledore auténtico?»

Todavía notaba un cosquilleo de nerviosismocuando echó a andar por el pasillo precediendo asus dos amigos, preparado por si aparecía otrafigura aterradora; pero no se movió nada, exceptoun ratón que correteó por el zócalo.

—Antes de continuar, creo que tendríamosque asegurarnos —susurró Hermione, de modoque levantó su varita y dijo—: ¡Homenum revelio!

No pasó nada.

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—Bueno, ten en cuenta que acabas de llevarteun susto de muerte —observó Ron, amable—.¿Qué se supone que tenía que demostrar esehechizo?

—¡Ha hecho precisamente lo que yo pretendía!—refunfuñó Hermione—. ¡Es un hechizo pararevelar la presencia de humanos, y aquí sóloestamos nosotros!

—Nosotros… y el apolillado ése —soltó Ron,y le echó un vistazo a la parte de la alfombra dedonde había salido aquella figura con aparienciade cadáver.

—Subamos —sugirió Hermione mirando conaprensión la alfombra, y empezó a subir larechinante escalera que llevaba al salón del primerpiso.

La joven sacudió su varita para encender lasviejas lámparas de gas, y luego, temblandoligeramente a causa del frío que hacía en laestancia, se sentó en el borde del sofá y se abrazóel cuerpo. Ron fue hasta la ventana y apartó unpoco la pesada cortina de terciopelo.

—Ahí fuera no se ve a nadie —informó—. Ysupongo que si Harry todavía llevara el Detectornos habrían seguido hasta aquí. Ya sé que nopueden entrar en la casa, pero… ¿Qué sucede,

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Harry?Éste acababa de proferir un grito de dolor al

sentir una nueva punzada en la cicatriz, así comoun fugaz destello que le cruzó la cabeza, semejantea la brillante luz de un faro iluminando el agua.Percibió una gran sombra y notó que una ira ajenapalpitaba en su interior, violenta y breve como unadescarga eléctrica.

—¿Qué era? —preguntó Ron acercándose a él—. ¿Lo has visto en mi casa?

—No; sólo he sentido su cólera. Está furioso…—Pero podría estar en La Madriguera —

insistió Ron, preocupado—. ¿Y qué más? ¿No hasvisto nada? ¿Has visto si atacaba a alguien?

—No, no; sólo he notado la rabia que siente.No sabría decir…

Harry estaba fastidiado y confuso, y Hermioneno lo ayudó mucho cuando dijo con voz de susto:

—¿Otra vez la cicatriz? Pero ¿qué estápasando? ¡Creía que esa conexión se habíacerrado!

—Se cerró algún tiempo —masculló Harry;todavía le dolía y eso le impedía concentrarse—.Creo que… que se abre otra vez cuando él pierdeel control. Así fue como…

—¡Pues tienes que cerrar la mente! —chilló

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Hermione, histérica—. ¡Dumbledore no quería queusaras esa conexión, quería que la cerraras, poreso te hizo estudiar Oclumancia! ¡Si no, Voldemortpuede ponerte imágenes falsas en la mente,acuérdate…!

—Sí, me acuerdo, gracias —masculló Harry; nonecesitaba que le recordara que en cierta ocasiónVoldemort había utilizado la conexión entre ellospara conducirlo hasta una trampa, ni que eso habíatenido como resultado la muerte de Sirius. Searrepentía de haberles contado a sus amigos loque había visto y sentido, porque esasexperiencias hacían que Voldemort pareciera másamenazador, como si estuviera detrás de unaventana con la cara pegada al cristal; sin embargo,el dolor de la cicatriz aumentaba y él no sabíacómo combatirlo. Era como resistirse a lanecesidad de vomitar.

Dio la espalda a sus amigos fingiendo queexaminaba el viejo tapiz del árbol genealógico de lafamilia Black, colgado en la pared. Pero de prontoHermione soltó un chillido. Harry sacórápidamente su varita mágica y al volverse vio unpatronus plateado que entraba volando por laventana del salón y se posaba en el suelo delantede ellos, donde se solidificó y adoptó la forma de

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la comadreja que hablaba con la voz del padre deRon.

—Familia a salvo, no contestéis, nos vigilan.Acto seguido, el patronus se disolvió por

completo. Ron emitió un sonido entre gimoteo ygruñido y se dejó caer en el sofá; Hermione sesentó a su lado y le cogió un brazo.

—¡Tranquilo, Ron, están bien! —susurró, y élla abrazó, casi riendo de alivio.

—Harry —quiso disculparse Ron por encimadel hombro de Hermione—, yo…

—Tranquilo, no te preocupes —repuso Harry,mareado por el dolor de la frente—. Se trata de tufamilia; es lógico que estés inquieto por ellos. A míme pasaría lo mismo. —Pero entonces se acordóde Ginny y rectificó—: A mí me pasa lo mismo.

El dolor que le producía la cicatriz estabaalcanzando una intensidad insoportable; le ardía lafrente como le había ocurrido en el jardín de LaMadriguera. Oyó débilmente que Hermione decía:

—No quiero estar sola. ¿Podemos coger lossacos de dormir que he traído y pasar la nocheaquí?

Ron le dijo que sí. Harry ya no aguantaba eldolor; tenía que rendirse.

—Voy al lavabo —musitó, y salió del salón tan

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deprisa como pudo, aunque sin correr.Casi no llegó a tiempo. Una vez dentro, echó el

pestillo con manos temblorosas, se sujetó lapalpitante cabeza y cayó al suelo. Entonces, en unestallido de agonía, sintió cómo aquella cólera queno era suya se apoderaba de su alma, y vio unahabitación alargada, iluminada sólo por el fuego deuna chimenea, al mortífago rubio y corpulentochillando y retorciéndose en el suelo, y a unindividuo más delgado, de pie ante él yapuntándolo con la varita, y se oyó a sí mismodecir con voz aguda, fría y despiadada:

—Más, Rowle, ¿o prefieres que lo dejemos yque te entregue a Nagini para que te devore? LordVoldemort no está seguro de poder perdonarteesta vez. ¿Me has llamado sólo para esto, paradecirme que Harry Potter ha vuelto a escapar?Draco, demuéstrale a Rowle lo contrariados queestamos. ¡Hazlo, o descargaré mi ira sobre ti!

Un tronco rodó en la chimenea; las llamas sereavivaron y su luz iluminó un rostro aterrorizado,pálido y anguloso. Harry abrió los ojos y boqueóagitadamente, como si hubiera buceado desdegran profundidad para alcanzar la superficie.

Estaba tumbado en el frío suelo de mármolnegro, con los brazos y las piernas extendidos, la

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nariz a sólo unos centímetros de una de lasserpientes de plata que sostenían la enormebañera. Se incorporó. El consumido y desencajadorostro de Malfoy le había quedado grabado en laretina. Le asqueó lo que acababa de ver, así comocomprobar el modo en que Voldemort utilizaba aDraco.

Dio un respingo al oír unos golpes en la puertay la voz de Hermione:

—¿Buscas tu cepillo de dientes, Harry? ¡Lotengo yo!

—Sí, gracias —contestó procurando aparentarnormalidad, y se levantó para abrir la puerta.

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A

CAPÍTULO 10

El relato deKreacher

la mañana siguiente, Harry despertótemprano. Había dormido en el suelo del

salón, envuelto en un saco de dormir. Entre lasgruesas cortinas se atisbaba un trocito de cielo —tenía ese azul frío y desvaído de la tinta diluida,ese azul de cuando ya no es de noche y aún no es

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de día— y sólo se oía la lenta y profundarespiración de Ron y Hermione. Echó un vistazo alos oscuros bultos que reposaban a su lado. Ron,en un alarde de gentileza, se había empeñado enque Hermione durmiera sobre los cojines del sofá,de modo que la silueta de ella estaba un poco máselevada que la de él; apoyaba un brazo en el sueloy sus dedos casi tocaban los de Ron. Harry sepreguntó si se habrían quedado dormidos con lasmanos entrelazadas, y esa idea le produjo unasensación de extraña soledad.

Dirigió la mirada hacia el oscuro techo, dedonde colgaba una lámpara cubierta de telarañas.Hacía menos de veinticuatro horas se hallaba en laentrada de la carpa, al sol, esperando a losinvitados de la boda. Parecía que hubiera pasadouna eternidad. ¿Qué más iba a suceder? Siguiótumbado en el suelo, pensando en losHorrocruxes, en la difícil y complicada misión queDumbledore le había encomendado. Dumbledore…

La aflicción que lo embargaba desde la muertedel anciano profesor se había transformado,puesto que las acusaciones que le había oídoproferir a Muriel en la boda se le habían instaladoen el cerebro como células malignas, infectandolos recuerdos del mago al que había idolatrado.

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¿De verdad había permitido Dumbledore queocurrieran aquellas cosas? ¿Le dio realmente laespalda a su hermana, a quien habían confinado yescondido, y consintió que la abandonaran ymaltrataran, sin importarle mientras esa situaciónno lo afectara a él? De manera parecida habíaactuado su propio primo Dudley.

Luego pensó en Godric’s Hollow, en lastumbas que había allí y que Dumbledore nuncahabía mencionado; pensó también en losmisteriosos objetos que el director del colegio leshabía dejado en su testamento, sin darexplicaciones, y su resentimiento creció. ¿Por quéno había hecho ninguna referencia a todo eso?¿Era cierto que a Dumbledore le importaba Harry, osólo había sido un instrumento para limpiar yafinar, pero en el que el anciano profesor no creía ydel que no se fiaba?

Harry no soportaba seguir allí tumbadodándole vueltas a esos amargos pensamientos.Necesitaba actividad, distraerse de alguna forma;así pues, apartó el saco de dormir, cogió su varitay salió con sigilo de la habitación. Al llegar alrellano susurró «¡Lumos!», y subió la escalera conayuda de la luz de la varita mágica.

En el segundo rellano se encontraba el cuarto

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donde habían dormido Ron y él la vez anterior.Asomó la cabeza y, al ver el armario abierto y lassábanas revueltas, se acordó de la pierna de trolderribada que había en el vestíbulo. Alguien habíaregistrado la casa después de que la Orden laabandonara. Pero ¿quién? ¿Tal vez Snape, o quizáMundungus, que había robado muchas cosas deesa casa antes y después de la muerte de Sirius?Desvió la mirada hacia el retrato en que a vecesaparecía Phineas Nigellus Black, el tatarabuelo deSirius, pero estaba vacío y sólo mostraba un fondoindefinido. Por lo visto, Phineas Nigellus había idoa pasar la noche al despacho del director deHogwarts.

Siguió subiendo la escalera hasta el últimorellano, donde sólo había dos puertas. En la quetenía delante había una placa que rezaba «Sirius»;nunca había entrado en el dormitorio de supadrino. Empujó la puerta y mantuvo la varita enalto para que la luz llegara lo más lejos posible.

La habitación era amplia, y en otros tiemposdebía de haber sido bonita. Había una cama muyancha con cabecera de madera labrada, una altaventana tapada con largas cortinas de terciopelo yuna araña de luces cubierta de polvo, en cuyossoportes todavía quedaban cabos de vela de los

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que colgaban gotas de cera reseca. Una fina capade polvo cubría también los cuadros de lasparedes y la cabecera de la cama, y una telaraña seextendía desde la lámpara hasta lo alto del granarmario. Al entrar en la habitación, oyó un correteode ratones asustados.

Cuando todavía era un adolescente, Siriushabía colgado tantos pósteres y fotografías en suhabitación que casi no quedaba a la vista la sedagris plateada que forraba las paredes. Harrydedujo que los padres de su padrino no habíanlogrado retirar el encantamiento de presenciapermanente que los mantenía en la pared, porqueestaba seguro de que no compartían los gustos desu hijo mayor en materia de decoración. Daba laimpresión de que Sirius había hecho lo indeciblepara fastidiarlos. Se conservaban variosestandartes de Gryffindor, de colores escarlata ydorado ya desteñidos, con los que su padrinohabía querido subrayar sus diferencias con elresto de la familia, que pertenecía por entero aSlytherin. Había muchas fotografías demotocicletas muggles, y también (Harry tuvo queadmirar el descaro de su padrino) varios pósteresde chicas muggles en biquini; se dio cuenta deque eran muggles porque estaban quietas, con la

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sonrisa desvaída y los vidriosos ojos inmóviles enel papel, contrastando con la única fotografíamágica que colgaba en las paredes, en queaparecían cuatro alumnos de Hogwarts, de pie ycogidos del brazo, riéndole a la cámara.

Harry experimentó una gran alegría alreconocer a su padre, cuyo alborotado cabellonegro se ponía de punta en la coronilla —igualque a él—, y que también usaba gafas; a su lado,Sirius, despreocupadamente atractivo, mostrabauna expresión un tanto arrogante y parecía másjoven y feliz de lo que Harry lo había visto jamásen vida. A la derecha de Sirius aparecía Pettigrew,más bajo que los otros dos, rechoncho y de ojosllorosos; se notaba que estaba muy contento deque lo hubieran incluido en aquel grupo al quepertenecían James y Sirius, los más admiradosrebeldes de su generación. A la izquierda de Jamesse hallaba Lupin, que ya entonces tenía un airedesaliñado, pero que adoptaba la misma expresiónde satisfacción y sorpresa por verse aceptado eintegrado… ¿O acaso esas impresiones se debíana que Harry sabía lo que sabía, y por ello veíatantos detalles en la fotografía? Intentó arrancarlade la pared; al fin y al cabo, ahora era suya —supadrino se lo había dejado todo—, pero no lo

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consiguió. Sirius se había esforzado mucho paraimpedir que sus padres redecoraran la habitación.

A continuación echó un vistazo al suelo, y,como fuera ya no estaba tan oscuro, un haz de luzle permitió ver trozos de pergamino, libros ypequeños objetos esparcidos por la alfombra.Resultaba evidente que también habían registradoaquel dormitorio, aunque, por lo visto, casi todoles había parecido insignificante. Algunos libroshabían sido sacudidos con suficiente fuerza paraque se desprendieran las tapas, y había hojassueltas por el suelo.

Se agachó, cogió algunos trozos de papel y losexaminó. Una de las hojas correspondía a unaedición antigua de Historia de la magia, deBathilda Bagshot; otra, a un manual demantenimiento de motocicletas; la tercera era unahoja manuscrita y arrugada. Harry la alisó.

Querido Canuto:Muchas gracias por el regalo de

cumpleaños de Harry. Fue el que más legustó, con diferencia. Con sólo un año ya vazumbando en su escoba de juguete. ¡Se lo vetan satisfecho! Te mando una fotografía paraque lo compruebes. Imagínate, apenas

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levanta dos palmos del suelo y ya estuvo apunto de matar al gato y destrozó un jarrónespantoso que Petunia me envió porNavidad (lo cual no me importó nada). Jamescree que es un niño muy gracioso, claro; diceque será un gran jugador de quidditch, perode momento hemos tenido que escondertodos los adornos y asegurarnos de noperderlo de vista cuando coge la escoba.

Preparamos una merienda muy tranquilapara celebrar su cumpleaños. Únicamenteestuvimos nosotros y Bathilda, que siempreha sido muy cariñosa con todos y que adoraa Harry. Nos entristeció que no pudierasvenir, pero la Orden es más importante, y, decualquier forma, el niño es demasiadopequeño para saber que es su cumpleaños.James se siente un poco frustrado aquíencerrado; intenta que no se le note, pero amí no me engaña. Además, Dumbledoretodavía conserva su capa invisible, de modoque no puede salir ni a dar una vuelta. Sipudieras visitarnos, James se animaríamucho. Gus vino el fin de semana pasado; loencontré un poco desanimado, pero debía deser por lo de los McKinnon (lloré toda la

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noche cuando me enteré).Bathilda nos hace compañía casi todos

los días. Es una ancianita maravillosa y noscuenta unas historias asombrosas sobreDumbledore. ¡No sé si a él le gustaríaenterarse! Me cuesta creer todo lo que dice,porque parece increíble que Dumbledore

Harry notaba las extremidades comoentumecidas. Se quedó inmóvil, sujetando elfascinante pergamino con dedos inertes mientras,en su interior, una especie de serena erupción leimpulsaba por las venas chorros de felicidad ydolor a partes iguales. Fue dando bandazos hastala cama y se sentó.

Releyó la carta, pero no consiguió captar otrosignificado del que había asimilado la primera vez,y se quedó examinando la caligrafía. Su madreescribía la letra ge igual que él; así que buscó conilusión cada una de las que había en la carta,semejantes a un saludo amistoso vislumbradodetrás de un velo. La carta era un tesoro increíble,una prueba de que Lily Potter había existido —deverdad—, y que su cálida mano había rozadoaquella hoja de pergamino, trazando con tinta esasletras, componiendo palabras que hablaban de él,

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de Harry, de su hijo.Se enjugó con impaciencia las lágrimas y

volvió a releer la carta, esta vez concentrándose ensu significado. Era como escuchar una vozvagamente recordada.

Tenían un gato; quizá murió, como sus padres,en Godric’s Hollow… O quizá se marchó de allíporque ya no había nadie que le diera de comer…Sirius le compró su primera escoba… Sus padresconocían a Bathilda Bagshot; ¿los habríapresentado Dumbledore? «Dumbledore todavíaconserva su capa invisible.» Ahí había algo raro.

Se detuvo y reflexionó sobre las palabras de sumadre. ¿Por qué había cogido Dumbledore la capainvisible de James? Recordaba claramente que,años atrás, el director del colegio le había dicho:«No necesito una capa para ser invisible.» Quizá lanecesitaba algún miembro de la Orden con menostalento, y Dumbledore había hecho deintermediario. Siguió leyendo.

«Gus vino el fin de semana pasado…»Pettigrew, el traidor; su madre lo había encontrado«un poco desanimado»… ¿Sería porque Pettigrewsabía que estaba viendo a James y Lily vivos porúltima vez?

Y por último, de nuevo Bathilda, que contaba

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historias asombrosas sobre el director deHogwarts: «… parece increíble queDumbledore…».

Que Dumbledore ¿qué? Pero había muchascosas sobre el anciano profesor que podrían haberparecido increíbles: que en una ocasión hubierasuspendido un examen de Transformaciones, porejemplo, o que se hubiera dedicado a encantarcabras, como su hermano Aberforth…

Se levantó y recorrió el suelo con la miradapensando que tal vez el resto de la carta estuvierapor allí. Recogió algunos papeles, y los trató,debido a sus ansias, con tan poca consideracióncomo la persona que había registrado eldormitorio. Abrió cajones, sacudió libros, se subióa una silla para pasar la mano por lo alto delarmario y se agachó para mirar debajo de la cama yuna butaca.

Al final, tumbado boca abajo en el suelo,debajo de la cómoda vio algo que parecía una hojarota. Cuando la sacó de allí, resultó ser lafotografía que Lily describía en su carta: un bebéde cabello negro entraba y salía zumbando de ella,montado en una escoba diminuta y riendo acarcajadas; lo perseguían un par de piernas quedebían de ser las de James. Se metió la fotografía

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en el bolsillo junto con la carta y siguió buscandola segunda hoja de ésta.

Sin embargo, pasado otro cuarto de hora notuvo más remedio que aceptar que el resto de lacarta ya no estaba allí. ¿Se habría perdido durantelos dieciséis años transcurridos desde que sumadre la escribiera, o se la había llevadoquienquiera que hubiese registrado la habitación?Harry releyó la hoja que tenía, esta vez buscandoalgún indicio de por qué podía ser más valiosa lahoja perdida. No creía que a los mortífagos lesinteresara mucho una escoba de juguete, pero sele ocurrió que el valor de la misiva podía radicar encierta información sobre Dumbledore. «Pareceincreíble que Dumbledore…» ¿qué?

—¿Harry, dónde estás? ¡Harry! ¡Harry!—¡Estoy aquí! ¿Qué ocurre?Se oyeron pasos fuera, y Hermione irrumpió en

la habitación.—¡Nos hemos despertado y no sabíamos

dónde estabas! —jadeó la chica. Volvió la cabeza ygritó—: ¡Ya lo he encontrado, Ron!

La irritada voz de Ron resonó varios pisos másabajo:

—¡Me alegro! ¡Dile de mi parte que es unimbécil!

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—Harry, haz el favor de no desaparecer así.¡Nos has asustado! Pero ¿por qué has subidoaquí? —Paseó la mirada por la desordenadahabitación—. ¿Qué estás haciendo?

—Mira qué he encontrado. —Le mostró lacarta de su madre.

Hermione la cogió y la leyó mientras él laobservaba. Cuando llegó al final, lo miró y dijo:

—Vaya, Harry…—Y también he encontrado esto. —Le enseñó

la fotografía arrugada.Ella sonrió al ver al bebé que entraba y salía

montado en la escoba de juguete.—He estado buscando el resto de la carta,

pero no está aquí.—¿Todo esto lo has desordenado tú, o ya

estaba así? —preguntó Hermione echando unaojeada alrededor.

—No, alguien ha registrado este dormitorioantes que yo.

—Ya lo imaginaba. Todas las habitaciones a lasque me he asomado están patas arriba. ¿Qué creesque buscaban?

—Si ha sido Snape, información sobre laOrden.

—Pero si él ya debía de tener toda la

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información que necesitaba. Formaba parte de laOrden, ¿no?

—Bueno —dijo Harry, no muy convencido—,pues entonces información sobre Dumbledore, o lasegunda página de esta carta, por ejemplo. ¿Sabesquién es esa Bathilda a la que mencionaba mimadre?

—¿Quién?—Bathilda Bagshot, la autora de…—Historia de la magia —completó Hermione,

y su interés pareció reavivarse—. ¿Tus padres laconocían? Era una excelente historiadora de lamagia.

—Pues todavía vive. Y precisamente enGodric’s Hollow. Lo sé porque Muriel, la tía abuelade Ron, nos habló de ella en la boda. Al parecerconocía a la familia de Dumbledore. ¿No crees quesería interesante hablar con ella?

Hermione esbozó una sonrisa, y Harry supoque su amiga conocía perfectamente susverdaderos motivos. Cogió la carta y la fotografíay se las guardó en el monedero que le colgaba delcuello, para no tener que mirarla y acabar dedelatarse.

—Sé que te encantaría hablar con ella de tuspadres, y también de Dumbledore —dijo Hermione

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—. Pero eso no nos ayudaría mucho a encontrarlos Horrocruxes, ¿verdad? —Como Harry no dijonada, prosiguió—: Entiendo que quieras visitarGodric’s Hollow, pero me da miedo… me da miedola facilidad con que ayer nos encontraron esosmortífagos. Ahora todavía tengo más claro quedebemos evitar el sitio donde están enterrados tuspadres; estoy convencida de que los mortífagossospechan que irás ahí.

—No se trata sólo de eso —replicó Harry, queseguía evitando mirarla—. Verás, Muriel dijociertas cosas sobre Dumbledore en la boda, yquiero saber la verdad… —Y le explicó todo lo quele había contado tía Muriel.

Cuando hubo terminado, Hermione comentó:—Claro, ya entiendo por qué eso te ha

disgustado…—No estoy disgustado —mintió él—. Es sólo

que me gustaría enterarme de si es cierto o…—Pero Harry, ¿crees que una anciana maliciosa

como Muriel, o Rita Skeeter, te dirán la verdad?¿Cómo puedes hacer caso de lo que ellasaseguran? ¡Tú conocías a Dumbledore!

—Creía conocerlo.—¡Ya sabes la de mentiras que escribió Rita

sobre ti! Doge tiene razón: ¿cómo vas a permitir

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que personas como ésas empañen tus recuerdosde Dumbledore?

Harry desvió la mirada y trató de que no senotara lo resentido que estaba. Otra vez lo mismo:decide lo que quieres creer. Él deseaba saber laverdad. ¿Por qué, pues, se habían propuesto todosque no lo lograra?

—¿Quieres que bajemos a la cocina? —sugirióHermione tras una breve pausa—. Podríamosbuscar algo para desayunar.

Harry cedió a regañadientes, y siguió a suamiga hasta el rellano pasando por delante de lasegunda puerta de ese piso, en la que seapreciaban unos profundos arañazos debajo de unletrerito en el que no había reparado; se detuvopara leerlo. Era una nota pomposa, escrita con letramuy pulcra; la clase de aviso que Percy Weasleyhabría colgado en la puerta de su dormitorio:

Prohibido pasarsin el permiso expreso deRegulus Arcturus Black

Harry sintió un cosquilleo de emoción, pero alprincipio no se dio cuenta del motivo. Entoncesvolvió a leer el letrero. Su amiga ya bajaba por la

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escalera.—Hermione —la llamó, y le sorprendió la

serenidad de su propia voz—. Sube un momento.—¿Qué ocurre?—«R.A.B.» ¿Recuerdas? Creo que lo he

encontrado.Hermione sofocó un grito y subió a toda prisa.—¿Están esas iniciales en la carta de tu madre?

Pero si yo no las he vis…Harry negó con la cabeza y señaló el letrero de

Regulus. Hermione leyó y le estrujó el brazo a suamigo, que hizo una mueca de dolor.

—Es el hermano de Sirius, ¿verdad? —susurró.—Sí, y era mortífago —confirmó Harry—.

Sirius me habló de él. Por lo visto se unió a losseguidores de Voldemort cuando todavía era muyjoven; luego tuvo miedo e intentó echarse atrás, ylo mataron.

—¡Eso encaja! —exclamó Hermione,impresionada—. ¡Si Regulus era mortífago, debíade conocer algunos secretos de Voldemort, pero siéste lo decepcionó, es lógico que quisieradestruirlo! —Y le soltó el brazo, se inclinó sobre labarandilla y llamó—: ¡Ron! ¡Ron! ¡Corre, ven aquí!

El muchacho apareció resoplando un minutodespués, empuñando su varita mágica.

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—¿Qué sucede? Si se trata otra vez de esasarañas gigantes, quiero desayunar antes de… —Arrugó la frente al ver el letrero de la puerta queHermione le señalaba—. ¿Quién…? Ése era elhermano de Sirius, ¿no? Regulus Arcturus…Regulus… ¡R.A.B.! ¡El guardapelo! ¿Creéis que…?

—Vamos a averiguarlo —decidió Harry.Empujó la puerta, pero estaba cerrada con llave.

Hermione apuntó la manija con la varita y dijo:«¡Alohomora!» Se oyó un chasquido y la puertase abrió.

Cruzaron el umbral, mirando a diestro ysiniestro. El dormitorio de Regulus era máspequeño que el de Sirius, aunque en él reinaba lamisma atmósfera de antiguo esplendor. Y si bienSirius había querido subrayar que él era diferentedel resto de la familia, su hermano se habíaesforzado en demostrar todo lo contrario. Loscolores esmeralda y plateado de Slytherin se veíanpor todas partes, tanto en el cubrecama y lascortinas de las ventanas como en la tela queforraba las paredes; el emblema de la familia Blackestaba esmeradamente pintado encima de la cama,junto con su lema «Toujours pur», y debajo habíauna serie de recortes de periódico amarillentos quecomponían un irregular collage. Hermione cruzó la

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habitación para examinarlos.—Todos hablan sobre Voldemort —dijo—. Por

lo visto, Regulus ya era admirador suyo unos añosantes de unirse a los mortífagos.

Hermione se sentó en la cama para leer losrecortes y la colcha desprendió una nube depolvo. Harry, entretanto, había reparado en otrafotografía de un equipo de quidditch de Hogwartsque sonreía a la cámara y saludaba con la mano. Seacercó más y vio las serpientes de Slytherinestampadas en el pecho de los jugadores. ARegulus lo reconoció al instante: era el chicosentado en medio de la fila delantera; tenía elmismo pelo castaño oscuro y el mismo aireligeramente altivo que su hermano, aunque eramás bajo, más delgado y bastante menos atractivoque Sirius.

—Era buscador —comentó Harry.—¿Qué dices? —preguntó Hermione, todavía

enfrascada en la lectura de los recortes de prensareferentes a Voldemort.

—Está sentado en medio de la fila delantera;ahí es donde se coloca el… Nada, da lo mismo —dijo Harry al percatarse de que nadie lo escuchaba,puesto que Ron estaba a cuatro patas buscandobajo el armario.

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Echó un vistazo a la habitación en busca deescondrijos y se acercó a la mesa. Una vez más,comprobó que alguien la había registrado antesque él. Habían revuelto los cajones recientemente,porque el polvo no estaba repartido de manerauniforme. Tampoco encontró nada de valor enellos, pues sólo quedaban plumas viejas, antiguoslibros de texto maltratados y un tintero roto hacíapoco tiempo, cuyo pegajoso residuo manchaba elcontenido del cajón.

—Hay otra manera más fácil de buscarlo… —sugirió Hermione mientras Harry se limpiaba losdedos pringosos de tinta en los vaqueros.Levantó la varita y exclamó—: ¡Accio guardapelo!

Pero no pasó nada. Ron, que rebuscaba entrelos pliegues de las descoloridas cortinas, pareciódecepcionado.

—Bueno, entonces, ¿está aquí o no está?—Podría estar, pero bajo contrasortilegios —

repuso Hermione—, o sea, encantamientos paraimpedir que se lo convoque mediante magia.

—Como los que Voldemort puso en la vasija depiedra de la cueva —observó Harry al recordarque no había logrado convocar el guardapelofalso.

—Entonces, ¿cómo vamos a encontrarlo? —

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preguntó Ron.—Tendremos que buscar a mano —respondió

Hermione.—Buena idea —dijo Ron poniendo los ojos en

blanco, y siguió examinando las cortinas.Rastrearon cada centímetro de la habitación

más de una hora, pero al final se vieron obligadosa admitir que el guardapelo no estaba allí.

Ya había salido un sol que deslumbrabaincluso a través de las sucias ventanas del rellano.

—Sin embargo, tal vez esté en otro sitio de lacasa —insistió Hermione cuando volvían a bajarpor la escalera. Harry y Ron se habíandesanimado, pero ella parecía más decidida quenunca a seguir buscando—. Tanto si Reguluslogró destruirlo como si no, seguro que no queríaque Voldemort lo encontrara, ¿verdad? ¿No osacordáis de todas las cosas horribles de las quetuvimos que deshacernos la última vez queestuvimos aquí, como aquel reloj de pie que learreaba puñetazos a todo el mundo, o aquellastúnicas viejas que intentaron estrangular a Ron?Quizá Regulus los dejó aquí para proteger elescondrijo del guardapelo, aunque entoncesnosotros no… no nos diéramos…

Harry y Ron la miraron. Hermione se había

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quedado inmóvil con un pie en el aire, con el gestode estupefacción de alguien a quien acaban depracticar un hechizo desmemorizador; hasta se lenotaba la mirada desenfocada.

—… cuenta —terminó con un hilo de voz.—¿Te encuentras mal? —preguntó Ron.—Había un guardapelo.—¿Quéeee? —saltaron al unísono Harry y

Ron.—Sí, sí, en el armario del salón. Nadie

consiguió abrirlo. Y nosotros… nosotros…Harry tuvo la sensación de que un ladrillo le

bajaba hasta el estómago. Y entonces se acordó:incluso lo había tenido en las manos cuando se lopasaban unos a otros y todos intentaban abrirlo.Finalmente lo arrojaron a una bolsa de basura,junto con la caja de rapé de polvos verrugosos yla caja de música que les daba somnolencia…

—Kreacher nos robó un montón de cosas —recordó Harry. Era la última oportunidad, la únicaesperanza que les quedaba, y el chico pensabaaferrarse a ella hasta que lo obligaran a soltarla—.Tenía un alijo enorme guardado en su armario de lacocina. ¡Vamos!

Bajó los escalones de dos en dos y sus amigoslo siguieron atropelladamente. Hicieron tanto ruido

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que al pasar por el vestíbulo despertaron al retratode la madre de Sirius.

—¡Podridos! ¡Sangre sucia! ¡Canallas! —lesgritó la bruja mientras los tres se precipitaban a lacocina del sótano y cerraban la puerta tras ellos.

Harry cruzó la estancia corriendo y se detuvocon un derrape ante el armario de Kreacher, queabrió de golpe. Allí estaba el nido de mantassucias y raídas en que antes dormía el elfodoméstico, pero las alhajas que éste habíarescatado ya no relucían entre ellas. Lo único quequedaba a la vista era un ejemplar de La noblezade la naturaleza: una genealogía mágica. Harry,que se negaba a darse por vencido, tiró de lasmantas y las sacudió. Cayó un ratón muerto yrodó por el suelo. Ron soltó un gruñido y se subióa una silla; Hermione cerró los ojos.

—Todavía no hemos terminado —murmuróHarry, y llamó—: ¡Kreacher!

Se oyó un fuerte «¡crac!» y el elfo domésticoque Harry se había mostrado tan reacio a heredarde Sirius apareció de la nada ante la fría y vacíachimenea. Era muy pequeño —les llegaba por lacintura—, le colgaban pliegues de piel blancuzcapor todas partes, y unos mechones de pelo blancole salían por las orejas de murciélago. Todavía

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llevaba puesto el trapo mugriento con que lohabían conocido. La mirada de desdén que ledirigió a Harry demostró que su actitud, pese ahaber cambiado de amo, no había variado más quesu atuendo.

—El amo —dijo Kreacher con su ronca voz desapo, e hizo una reverencia murmurando como sihablara con sus rodillas— ha regresado a la noblecasa de mi ama con Weasley, el traidor a la sangre,y con la sangre sucia…

—Te prohíbo que llames a nadie «traidor a lasangre» o «sangre sucia» —le advirtió Harry.

Kreacher, de nariz con forma de morro de cerdoy ojos inyectados en sangre, no le habríainspirado la menor simpatía aunque no hubieratraicionado a Sirius entregándolo a Voldemort.

—Quiero hacerte una pregunta —continuó,mirándolo fijamente y con el corazón acelerado—,y te ordeno que contestes con sinceridad. ¿Mehas entendido?

—Sí, amo —respondió Kreacher, y de nuevohizo una reverencia.

Harry observó que movía los labios sinarticular sonido, sin duda formando los insultosque le habían prohibido pronunciar.

—Hace dos años —dijo con el corazón

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palpitándole— tiramos un gran guardapelo de oroque había en el salón. ¿Lo recuperaste tú?

Hubo un momento de silencio. Kreacher seenderezó y miró a Harry a los ojos.

—Sí —dijo.—¿Y dónde lo metiste? —preguntó Harry,

eufórico. Ron y Hermione también parecían muycontentos.

Kreacher cerró los ojos como si no quisiera verla reacción a su respuesta:

—Ya no está aquí.—¿Que ya no está aquí? —repitió Harry,

decepcionado—. ¿Qué quieres decir? —El elfo seestremeció y se balanceó un poco—. Kreacher —añadió Harry con fiereza—, te ordeno que…

—Mundungus Fletcher… —gruñó el elfo conlos párpados apretados—. Mundungus Fletcher lorobó todo: las fotografías de la señorita Bella y laseñorita Cissy, los guantes de mi ama, la Orden deMerlín, Primera Clase, las copas con el emblema dela familia y… y… —boqueó mientras su hundidopecho se agitaba y acto seguido abrió los ojos ysoltó un grito desgarrador—: ¡y el guardapelo, elguardapelo del amo Regulus! ¡Kreacher obró mal,Kreacher no cumplió las órdenes que habíarecibido!

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Harry reaccionó de manera instintiva: cuandoel elfo se lanzó hacia el atizador de la chimenea, elchico se precipitó sobre él y lo derribó. El chillidode Hermione se mezcló con el de Kreacher, peroHarry gritó más fuerte que los dos:

—¡Kreacher, te ordeno que te estés quieto!Cuando notó que se quedaba inmóvil, lo soltó.

La criatura permaneció tumbada en el frío suelo depiedra, los hundidos ojos anegados en lágrimas.

—¡Deja que se levante, Harry! —susurróHermione.

—¿Para que se golpee con el atizador? —replicó éste, y se arrodilló a su lado—. No, nihablar. Bueno, Kreacher, quiero que me digas laverdad: ¿cómo sabes que Mundungus Fletcherrobó el guardapelo?

—¡Kreacher vio cómo lo robaba! —respondióel elfo resollando, y las lágrimas le resbalaron porel hocico y se le perdieron en la boca de dientesgrisáceos—. Kreacher lo vio salir del armario deKreacher cargado con los tesoros de Kreacher.Kreacher le dijo al muy ratero que se detuviera,pero Mundungus Fletcher rió y… y echó a correr.

—Has dicho que el guardapelo era del amoRegulus —observó Harry—. ¿Por qué? ¿De dóndehabía salido? ¿Qué tenía que ver Regulus con él?

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¡Kreacher, levántate y cuéntame todo lo que sepassobre ese guardapelo, y qué relación teníaRegulus con él!

El elfo se incorporó, se hizo un ovilloocultando la cara entre las rodillas y se mecióadelante y atrás. Cuando se decidió a hablar, lohizo con una voz amortiguada, pero se le entendiómuy bien en la silenciosa y resonante cocina.

—El amo Sirius huyó (¡de buena noslibramos!), porque era muy malvado y le destrozóel corazón a mi ama con sus maneras anárquicas.Pero el amo Regulus tenía dignidad; él sabíacuánto le debía al apellido Black y estabaorgulloso de su sangre limpia. Durante años hablódel Señor Tenebroso, que iba a sacar a los magosde su escondite para que dominaran a los mugglesy a los hijos de los muggles… Y cuando teníadieciséis años, el amo Regulus se unió al SeñorTenebroso. ¡Kreacher estaba tan orgulloso de él,tan orgulloso, se alegraba tanto de servirlo!

»Y un día, un año después de haberse unido aél, el amo Regulus bajó a la cocina a ver aKreacher. El amo Regulus siempre había tratadobien a Kreacher. Y el amo Regulus dijo… dijo… —el anciano elfo se meció más deprisa que antes—dijo que el Señor Tenebroso necesitaba un elfo.

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—¿Que Voldemort necesitaba un elfo? —seextrañó Harry mirando a Ron y Hermione, tandesconcertados como él.

—¡Ay, sí! —se lamentó Kreacher—. Y el amoRegulus le ofreció a Kreacher. Era un gran honor,dijo el amo Regulus, un gran honor para él y paraKreacher, que tenía que hacer cuanto el SeñorTenebroso le ordenara y luego volver a ca… casa.—El elfo doméstico se meció aún más deprisa ysollozó—. Así que Kreacher se marchó con elSeñor Tenebroso. El Señor Tenebroso no le dijo aKreacher qué quería que hiciera, pero se llevó aKreacher a una cueva junto al mar. Y dentro de lacueva había una caverna, y en la caverna había unlago, negro e inmenso…

A Harry se le erizó el vello de la nuca. Era comosi la ronca voz de Kreacher le llegara desde el otroextremo de aquel oscuro lago. Veía lo que habíapasado con tanta claridad como si hubiera estadopresente.

—… había una barca…Claro que había una barca; Harry vio esa barca,

muy pequeña, de un verde espectral, encantadapara transportar a un mago y una víctima hasta laisla del centro del lago. De modo que así era comoVoldemort comprobó la eficacia de las defensas

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que rodeaban el Horrocrux: pidiendo en préstamoa una criatura desechable, a un elfo doméstico…

—En la isla había una va… vasija llena depoción, y el Se… Señor Tenebroso obligó aKreacher a bebérsela… —Temblaba de pies acabeza—. Kreacher bebió, y mientras bebía viocosas terribles… A Kreacher le ardían lasentrañas… Kreacher le suplicó al amo Regulus quelo salvara, le suplicó a su ama Black, pero el SeñorTenebroso sólo reía… Obligó a Kreacher a bebersetoda la poción… dejó un guardapelo en la vasijavacía… y volvió a llenarla de poción…

»Y entonces el Señor Tenebroso se marchó enla barca, dejando a Kreacher en la isla…

Harry se imaginó la escena: vio cómo el blancoy serpentino rostro de Voldemort se perdía en laoscuridad mientras sus ojos rojos se clavaban sinpiedad en el atormentado elfo, que sólo tardaríaunos minutos en morir cuando sucumbiera a lainsoportable sed que la abrasadora pocióncausaba a su víctima… Pero la imaginación deHarry no pudo ir más allá, porque no entendíacómo Kreacher había logrado escapar.

—Kreacher necesitaba agua, se arrastró hastala orilla de la isla y bebió agua del negro lago… yunas manos, unas manos cadavéricas, salieron de

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él y arrastraron a Kreacher hacia el fondo…—¿Cómo saliste de allí? —preguntó Harry, y

no le sorprendió que su voz fuera sólo un susurro.Kreacher levantó la fea cabeza y miró a Harry

con sus enormes ojos inyectados en sangre.—El amo Regulus ordenó a Kreacher que

volviera —respondió.—Ya lo sé, pero ¿cómo huiste de los inferi?Kreacher lo miró sin comprender.—El amo Regulus ordenó a Kreacher que

volviera —repitió.—Sí, eso ya lo has dicho, pero…—Hombre, Harry, es evidente, ¿no? —

intervino Ron—. ¡Se desapareció!—Pero en esa cueva no podías aparecerte ni

desaparecerte —razonó Harry—, porque si noDumbledore…

—La magia de los elfos no es como la de losmagos —dijo Ron—. Quiero decir que enHogwarts, por ejemplo, ellos pueden aparecerse ydesaparecerse, y nosotros no.

Guardaron silencio mientras Harry asimilabaesa idea. ¿Cómo había cometido Voldemortsemejante error? Y mientras el chico cavilaba,Hermione afirmó con frialdad:

—Claro, Voldemort debía de considerar que la

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magia de los elfos domésticos estaba muy pordebajo de la suya, como la mayoría de los sangrelimpia, que los tratan como si fueran animales.Seguro que nunca se le ocurrió pensar que loselfos poseyeran poderes que no estuvieran a sualcance.

—La primera ley de un elfo doméstico escumplir las órdenes de su amo —entonó Kreacher—. A Kreacher le ordenaron volver, y Kreachervolvió…

—En ese caso, hiciste lo que te habíanordenado —dijo Hermione con dulzura—. ¡Nodesobedeciste ninguna orden!

Kreacher negó con la cabeza y se meció aúnmás rápido que antes.

—¿Y qué pasó cuando llegaste aquí? —preguntó Harry—. ¿Qué dijo Regulus al explicarlelo sucedido?

—El amo Regulus estaba preocupado, muypreocupado. El amo Regulus le ordenó a Kreacherque se escondiera y no saliera de la casa. Yentonces poco después… una noche, el amoRegulus fue a buscar a Kreacher a su armario, y elamo Regulus estaba raro, no era el mismo desiempre, parecía trastornado; Kreacher lo notó… Yle pidió a Kreacher que lo llevara a la cueva, a la

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cueva a la que Kreacher había ido con el SeñorTenebroso…

Y allí fueron. Harry también los visualizó conclaridad: el asustado y anciano elfo y el delgado ymoreno buscador que tanto se parecía a Sirius…Kreacher sabía cómo abrir la entrada oculta de lacaverna subterránea y cómo alzar la diminutabarca; esa vez fue su adorado Regulus quien zarpócon él hacia la isla donde se hallaba la vasija deveneno…

—¿Y te obligó a beber la poción? —preguntóHarry, indignado.

Pero Kreacher negó con la cabeza y rompió allorar. Hermione se tapó la boca con las manos,como si de pronto hubiera comprendido lo quehabía ocurrido.

—El a… amo Regulus se sacó del bolsillo unguardapelo como el que tenía el Señor Tenebroso—explicó Kreacher mientras las lágrimas leresbalaban por ambos lados del hocico—. Y le dijoa Kreacher que lo cogiera y que, cuando la vasijaestuviera vacía, cambiara un guardapelo por elotro.

Los sollozos de Kreacher eran cada vez másdesgarradores; Harry tuvo que concentrarse paraentender lo que decía.

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—Y ordenó… a Kreacher… que se marcharasin él. Y ordenó… a Kreacher que regresara acasa… y que nunca le contara a mi ama… lo que élhabía hecho… y que destruyera… el primerguardapelo. Y entonces… se bebió… toda lapoción… y Kreacher cambió los guardapelos… yvio cómo… al amo Regulus… lo arrastraban alfondo del lago… y…

—¡Oh, Kreacher! —se lamentó Hermione, quetambién lloraba. Se arrodilló al lado del elfo eintentó abrazarlo, pero Kreacher se puso en pie,apartándose de ella como si le tuviera asco.

—La sangre sucia ha tocado a Kreacher, él nolo permitirá, ¿qué diría su ama?

—¡Te he dicho que no la llames sangre sucia!—lo reprendió Harry, pero el elfo ya se estabacastigando: se tiró al suelo y empezó a golpearsela frente contra él.

—¡Haz que pare! ¡Haz que pare! —gritóHermione—. ¿Lo veis? ¿Veis lo repugnante que esese sentido de la obligación que tienen?

—¡Basta, Kreacher! —ordenó Harry.El elfo se tumbó en el suelo resollando y

estremeciéndose. Unos mocos verdes le brillabanen el hocico, le estaba saliendo un cardenal en lapálida frente y tenía los ojos llorosos, hinchados y

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sanguinolentos. Harry nunca había visto nada tanlastimoso.

—Así que trajiste el guardapelo aquí —continuó interrogándolo, implacable, decidido asonsacarle el relato completo de lo ocurrido—.¿Qué hiciste con él? ¿Intentaste destruirlo?

—Nada de lo que probó Kreacher le hizoningún daño —se lamentó el elfo—. Kreacher lointentó todo, todo lo que sabía, pero nada, nadadaba resultado… La cubierta tenía hechizos muypoderosos, Kreacher estaba seguro de que habíaque abrirlo para destruirlo, pero no se abría…Kreacher se castigó, volvió a intentarlo, secastigó, volvió a intentarlo. ¡Kreacher no habíaobedecido las órdenes, Kreacher no conseguíadestruir el guardapelo! Y su ama estaba enferma dedolor, porque el amo Regulus había desaparecido,y Kreacher no podía contarle qué había pasado,no podía, porque el amo Regulus le había pro…prohibido decirle a nadie de la fa… familia quéhabía pa… pasado en la cueva…

Y se puso a sollozar tan fuerte que ya no logróarticular ni una palabra coherente más. Hermionelloraba a lágrima viva, sin dejar de mirarlo, pero nose atrevió a tocarlo otra vez. Incluso Ron, que nole tenía mucha simpatía al elfo, parecía

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preocupado. Harry se puso en cuclillas y movió lacabeza intentando aclararse las ideas.

—No te entiendo, Kreacher —dijo al fin—.Voldemort intentó matarte, Regulus murió parahacer caer a Voldemort, y sin embargo a ti no teimportó traicionar a Sirius y entregárselo al SeñorTenebroso. No tuviste ningún inconveniente en ira hablar con Narcisa y Bellatrix y pasarleinformación a Voldemort a través de ellas…

—Kreacher no piensa así, Harry —aclaróHermione enjugándose las lágrimas con el dorsode la mano—. Es un esclavo. Los elfos domésticosestán acostumbrados a que los traten mal, inclusocon brutalidad; lo que Voldemort le hizo no eranada fuera de lo corriente. ¿Qué significan para unelfo como Kreacher las guerras de los magos? Éles leal a las personas que son amables con él, y laseñora Black debió de serlo, y Regulus también,desde luego; por eso él los obedecía de buengrado y repetía sus creencias como un loro. Ya séqué vas a decir —añadió antes de que Harryprotestara—: que Regulus cambió de actitud. Peroeso no se lo explicó a Kreacher, ¿verdad? Y creoque sé por qué. Kreacher y la familia de Regulusestarían más seguros si seguían en la línea de lossangre limpia. Regulus intentaba protegerlos a

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todos.—Pero Sirius…—Sirius se portaba fatal con Kreacher, Harry, y

no pongas esa cara, porque sabes que es laverdad. El elfo llevaba mucho tiempo solo cuandotu padrino vino a vivir aquí, y seguramente estabaávido de un poco de afecto. Estoy convencida deque «la señorita Cissy» y «la señorita Bella»fueron encantadoras con Kreacher cuandoregresó, y por eso él les hizo un favor y les contótodo cuanto querían saber. Siempre he opinadoque los magos acabarían pagando por lo mal quetratan a los elfos domésticos. Ya lo ves: Voldemortpagó, igual que Sirius.

Harry se quedó sin réplica. Mientrascontemplaba a Kreacher sollozar en el suelo,recordó lo que Dumbledore le había dicho sólounas horas después de la muerte de su padrino:«Creo que Sirius… nunca consideró al elfo un sercon sentimientos tan complejos como los de loshumanos…»

—Kreacher —dijo Harry al cabo de un rato—,cuando estés recuperado… siéntate, por favor.

El elfo tardó unos minutos en dejar de llorar ehipar. Entonces volvió a sentarse, frotándose losojos con los nudillos como un niño pequeño.

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—Voy a pedirte una cosa, Kreacher —musitóHarry, y miró a Hermione solicitándole ayuda,porque quería formular la orden con amabilidad,pero al mismo tiempo tenía que quedar muy claroque era una orden. No obstante, el cambio de sutono mereció la aprobación de su amiga, quesonrió para darle ánimos—. Kreacher, por favor,quiero que vayas a buscar a Mundungus Fletcher.Necesitamos averiguar dónde está el guardapelodel amo Regulus. Es muy importante. Queremosterminar el trabajo que empezó el amo Regulus,queremos… asegurarnos de que él no murió envano.

Kreacher dejó de restregarse los ojos, apartólas manos de la cara y, mirando a Harry, dijo convoz ronca:

—¿Que vaya a buscar a Mundungus Fletcher?—Sí, y que lo traigas aquí, a Grimmauld Place.

¿Crees que podrías hacer eso por nosotros?Kreacher asintió y se levantó. Entonces Harry

tuvo una inspiración: cogió el monedero que lehabía regalado Hagrid y sacó el guardapelo falso,aquel en el que Regulus había guardado la notapara Voldemort.

—Mira, Kreacher, me gustaría… regalarte esto.—Y le puso el guardapelo en la mano—.

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Pertenecía a Regulus, y estoy seguro de que a él lehabría gustado que lo tuvieras tú como muestra deagradecimiento por lo que…

—Ya la has liado, colega —masculló Roncuando el elfo miró el guardapelo, soltó un aullidode sorpresa y congoja y se lanzó de nuevo alsuelo.

Tardaron casi media hora en volver a calmarlo;el elfo estaba tan emocionado por el hecho de quele regalaran un recuerdo de la familia Black que laspiernas no lo sostenían. Cuando por fin consiguiódar unos pasos, los tres jóvenes lo acompañaronhasta su armario. Le vieron guardar el guardapeloentre las sucias mantas y le aseguraron que,durante su ausencia, la protección de aquel tesorotendría para ellos la máxima prioridad. EntoncesKreacher dedicó sendas reverencias a Harry yRon, e incluso un pequeño movimientoespasmódico hacia Hermione que podíainterpretarse como un saludo respetuoso, y acontinuación se desapareció con el acostumbradoy fuerte «¡crac!».

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S

CAPÍTULO 11

El soborno

I Kreacher había sido capaz de escapar de unlago lleno de inferi, Harry tenía la seguridad de

que la captura de Mundungus le llevaría unashoras a lo sumo, pero aun así pasó toda la mañanarondando impaciente por la casa. Sin embargo, elelfo no volvió esa mañana, y tampoco por la tarde.Al anochecer, Harry estaba desanimado ynervioso, y la cena, que consistió en un pan

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mohoso al que Hermione intentó sin éxito hacerdiversas transformaciones, no logró mejorar suestado de ánimo.

Kreacher tampoco regresó al día siguiente, ni alotro. En cambio, dos hombres ataviados con capaaparecieron en la plaza frente al número 12, y allí sequedaron hasta el anochecer, sin apartar la miradade la fachada que no veían.

—Mortífagos, seguro —dictaminó Ron,mientras los tres amigos los espiaban desde lasventanas del salón—. ¿Creéis que saben queestamos aquí?

—Lo dudo —respondió Hermione, aunqueparecía asustada—. Si lo supieran, habríanenviado a Snape a capturarnos, ¿no?

—¿Creéis que Snape entró en la casa y lamaldición de Moody le ató la lengua? —preguntóRon.

—Me parece que sí —contestó Hermione—;de lo contrario, habría podido decirles a suscompinches cómo se entra, ¿no opináis lo mismo?Seguro que están vigilando por si aparecemos. Alfin y al cabo, saben que la casa es de Harry.

—¿Cómo lo…? —se extrañó Harry.—El ministerio examina los testamentos de los

magos, ¿recuerdas? Por tanto, deben de saber que

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Sirius te dejó esta casa en herencia.La presencia de aquellos mortífagos

incrementó la atmósfera de amenaza en la casa.Además, los chicos no habían tenido noticias denadie que estuviera fuera de Grimmauld Placedesde que vieran el patronus del señor Weasley, yla tensión empezaba a notarse. Ron, inquieto eirritable, se dedicó al fastidioso ejercicio de jugarcon el desiluminador que llevaba en el bolsillo; esoenfurecía sobre todo a Hermione, que mataba eltiempo estudiando los Cuentos de Beedle elBardo y a quien no le hacía ninguna gracia que lasluces se apagaran y encendieran continuamente.

—¿Quieres estarte quieto? —gritó la terceranoche de aquella larga espera cuando, por enésimavez, se apagaron las luces del salón.

—¡Perdón! ¡Perdón! —se disculpó Ron, yvolvió a encenderlas—. ¡Lo hago sin darmecuenta!

—¿Y no se te ocurre nada más útil con queentretenerte?

—¿Como qué? ¿Acaso leer cuentos infantiles?—Dumbledore me legó este libro, Ron…—Y a mí me legó el desiluminador. ¡Le habría

gustado que lo utilizara!Harry, harto de sus constantes discusiones,

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salió de la habitación sin que ninguno de los dosse diera cuenta. Se dirigió a la escalera conintención de bajar a la cocina, adonde acudía devez en cuando porque estaba convencido de quesería allí donde Kreacher se aparecería. Perocuando llegó hacia la mitad de la escalera que dabaal vestíbulo, oyó un golpecito en la puerta de lacalle, y a continuación unos ruidos metálicos y elrechinar de la cadenilla.

Con los nervios de punta, sacó su varitamágica, se escondió entre las sombras (al lado delas cabezas de los elfos decapitados) y esperó. Porfin se abrió la puerta y, por la rendija, distinguió laplaza iluminada; entonces una persona provista decapa entró despacio y cerró la puerta. El intrusoavanzó un paso y la voz de Moody preguntó:«¿Severus Snape?» De inmediato la figura depolvo se alzó desde el fondo del vestíbulo y seabalanzó sobre él levantando una manocadavérica.

—No fui yo quien te mató, Albus —dijo unavoz serena.

El embrujo se rompió y, de nuevo, la figura depolvo se descompuso, lo que hizo imposibledistinguir al recién llegado a través de la densanube gris que se formó.

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Harry apuntó con su varita al centro de la nubey gritó:

—¡No se mueva!Pero no tuvo en cuenta la reacción del retrato

de la señora Black, pues, al oír la orden, lascortinas que lo ocultaban se abrieron de golpe y labruja se puso a chillar: «¡Sangre sucia y escoriaque deshonran mi casa…!»

Ron y Hermione llegaron a todo correr hastadonde estaba Harry y también apuntaron con lasvaritas al desconocido, que permanecía plantadoen la entrada con los brazos en alto.

—¡No disparéis! ¡Soy yo, Remus!—¡Ay, menos mal! —dijo Hermione con un hilo

de voz al tiempo que desviaba la varita hacia laseñora Black. Con un estallido, las cortinasvolvieron a cerrarse y se produjo un silencio.

Ron también bajó su varita, pero Harry no.—¡Ponte donde podamos verte! —ordenó.Lupin se acercó a la lámpara, todavía con las

manos en alto.—Soy Remus John Lupin, hombre lobo,

apodado Lunático, uno de los cuatro creadores delmapa del merodeador, casado con Nymphadora(también conocida como Tonks), y yo te enseñé ahacer un patronus que adopta la forma de ciervo.

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—Uf, bueno —masculló Harry, y bajó la varita—, pero tenía que comprobarlo, ¿no?

—Como tu ex profesor de Defensa Contra lasArtes Oscuras, estoy de acuerdo en que teníasque hacerlo. En cambio vosotros, Ron y Hermione,no deberíais haber bajado la guardia tan deprisa.

Los chicos descendieron hasta el vestíbulo;Lupin, envuelto en una gruesa capa de viaje negra,parecía agotado pero contento de verlos.

—Así pues, ¿no hay señales de Severus? —preguntó.

—No, ninguna —contestó Harry—. ¿Qué hasucedido? ¿Están todos bien?

—Sí, sí —asintió Lupin—, pero nos vigilan.Ahí fuera, en la plaza, hay un par de mortífagos…

—Ya lo sabemos…—He tenido que aparecerme justo en el

escalón de la puerta para que no me vieran. Nodeben de saber que estáis aquí, ya que si losupieran habrían venido más compinches.Mantienen vigilados todos los lugares queguardan alguna relación contigo, Harry. Vamosabajo. Tengo muchas cosas que contaros y quierosaber qué ocurrió cuando os marchasteis de LaMadriguera.

Bajaron, pues, a la cocina, y Hermione apuntó

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la varita hacia la chimenea. El fuego prendió alinstante y su luz suavizó la austeridad de lasparedes de piedra y se reflejó en la larga mesa demadera. Lupin sacó varias cervezas de mantequillade su capa y todos se sentaron.

—Habría llegado hace tres días, pero tuve quedeshacerme del mortífago que me seguía la pista—explicó Lupin—. Bueno, decidme, ¿vinisteisdirectamente aquí después de la boda?

—No —respondió Harry—, primero nostropezamos con un par de mortífagos en unacafetería de Tottenham Court Road.

A Lupin se le derramó casi toda la cerveza queestaba bebiendo.

—¿Qué has dicho?Le contaron lo que había ocurrido y Lupin se

quedó perplejo.—Pero ¿cómo os encontraron tan deprisa? ¡Es

imposible seguirle el rastro a alguien que setraslada mediante Aparición, a menos que teagarres a él en el preciso instante en que sedesaparece!

—Pues no es muy probable que estuvieranpaseando por Tottenham Court Road porcasualidad, ¿verdad? —observó Harry.

—Hemos pensado que quizá Harry todavía

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lleve activado el Detector —comentó Hermione.—Eso es imposible —dijo Lupin; Ron sonrió

con suficiencia y Harry sintió un profundo alivio—. Dejando aparte otras cosas, si Harry aúnllevara el Detector, ellos habrían sabido a cienciacierta que estaba aquí. Pero no entiendo cómoconsiguieron seguiros hasta Tottenham CourtRoad. Eso sí es preocupante, muy preocupante.

Lupin parecía desolado, pero Harry opinabaque esa cuestión podía esperar, de modo quepreguntó:

—Dinos qué pasó cuando nos marchamos. Nohemos sabido nada desde que el padre de Ron nosdijo que su familia estaba a salvo.

—Bueno, Kingsley nos salvó —explicó Lupin—. Gracias a su aviso, la mayoría de los invitadosde la boda pudieron desaparecerse antes de quellegaran ellos.

—¿Eran mortífagos o gente del ministerio? —preguntó Hermione.

—Un poco de todo, pero a efectos prácticosahora son la misma cosa. Eran aproximadamenteuna docena, aunque no sabían que estabas allí,Harry. Arthur oyó el rumor de que habíantorturado a Scrimgeour antes de matarlo para queles revelara tu paradero; si eso es cierto, el

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ministro no te delató.Harry miró a sus amigos y vio en sus rostros la

mezcla de conmoción y gratitud que él mismosintió. Scrimgeour nunca le había caído bien, pero,si ese rumor era verdad, en el último momento elministro había intentado protegerlo.

—Los mortífagos registraron La Madriguera dearriba abajo —prosiguió Lupin—. Encontraron alghoul, pero no se atrevieron a acercársele mucho.Y luego interrogaron a los que quedábamosdurante horas; trataban de obtener informaciónsobre ti, Harry, pero naturalmente sólo losmiembros de la Orden sabíamos que habías estadoen la casa.

»Al mismo tiempo que arruinaban la boda,otros mortífagos allanaban todas las casas del paísrelacionadas con la Orden. No hubo víctimasmortales —se apresuró a precisar anticipándose ala pregunta—, pero emplearon métodos muycrueles: quemaron la casa de Dedalus Diggle,aunque, como ya sabéis, él no estaba allí, yutilizaron la maldición cruciatus contra la familiade Tonks. Querían saber adónde habías idodespués de visitarlos. No obstante, están todosbien; muy impresionados, desde luego, pero, porlo demás, bien.

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—¿Y los mortífagos lograron superar todos losencantamientos protectores? —preguntó Harry alrecordar lo bien que habían funcionado la nocheque se estrelló en el jardín de los padres de Tonks.

—Considera, Harry, que ahora cuentan contoda la potencia del ministerio —aclaró Lupin—, ytienen permiso para realizar hechizos brutales sintemor a que los identifiquen ni los detengan. Asíque lograron traspasar los hechizos defensivosque habíamos puesto para protegernos de ellos, yuna vez dentro no ocultaron a qué habían ido.

—¿Y al menos se han molestado en ofrecer unaexcusa por torturar a quienquiera que se hayaacercado alguna vez a Harry? —preguntóHermione, indignada.

—Bueno… —repuso Lupin. Vaciló unmomento y sacó un ejemplar de El Profeta quellevaba doblado—. Mirad esto. —Y empujó elperiódico sobre la mesa hacia Harry—. Tarde otemprano te ibas a enterar. Ése es su pretexto paraperseguirte.

Harry alisó el periódico, cuya primera planaincluía una gran fotografía de su cara, y leyó eltitular:

SE BUSCA PARA INTERROGARLO SOBRE

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LA MUERTE DE ALBUS DUMBLEDORE

Ron y Hermione prorrumpieron enexclamaciones, ofendidos, pero Harry no dijo naday apartó el periódico; no quería seguir leyendo,porque ya se imaginaba lo que diría. Sólo los quehabían estado presentes en lo alto de la torrecuando murió Dumbledore sabían quién lo habíamatado, y, como Rita Skeeter ya le había explicadoal mundo mágico, a Harry lo habían visto huir deallí momentos después de que el director deHogwarts se precipitara al vacío.

—Lo siento, Harry —murmuró Lupin.—Entonces, ¿los mortífagos también se han

apoderado de El Profeta? —preguntó Hermione,furiosa. Lupin asintió con la cabeza—. Pero seguroque la gente sabe lo que está pasando, ¿no?

—El golpe ha sido discreto y prácticamentesilencioso —repuso Lupin—. La versión oficial delasesinato de Scrimgeour es que ha dimitido; lo hasustituido Pius Thicknesse, que está bajo lamaldición imperius.

—¿Y por qué Voldemort no se ha proclamadoministro de Magia? —preguntó Ron.

Lupin se echó a reír antes de contestar:—Porque no lo necesita, Ron. De hecho, él es

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el ministro, pero ¿por qué iba a ocupar una mesaen el despacho del ministerio? Su títere,Thicknesse, se encarga de los asuntos cotidianos,y así él tiene libertad para extender su poder pordonde le venga en gana.

»Como es lógico, la gente ha deducido lo queha pasado, porque la política del ministerio haexperimentado un cambio drástico en los últimosdías, y muchas personas sospechan queVoldemort debe de ser el responsable de talcambio. Sin embargo, ésa es la clave: sólo losospechan. Pero no se atreven a confiar en nadie,porque no saben de quiénes pueden fiarse y les damiedo expresar sus opiniones, por si susconjeturas son ciertas y el ministerio tomarepresalias contra sus familias. Sí, Voldemort juegaa un juego muy inteligente. Si se hubieraproclamado ministro, habría podido provocar unarebelión; en cambio, permaneciendo enmascarado,ha logrado sembrar la confusión, la incertidumbrey el temor.

—Y ese cambio drástico de la política delministerio —terció Harry— ¿implica prevenir almundo mágico contra mí en lugar de contraVoldemort?

—Sí, desde luego —confirmó Lupin—, y es un

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golpe maestro. Ahora que Dumbledore estámuerto, tú, el niño que sobrevivió, podríasconvertirte en el símbolo y el aglutinante delmovimiento antiVoldemort. Pero insinuando queparticipaste en la muerte del antiguo héroe, elSeñor Tenebroso no sólo le ha puesto precio a tucabeza, sino que además ha sembrado la duda y elmiedo entre mucha gente que te habría defendido.

»Entretanto, el ministerio ha empezado a actuarcontra los hijos de muggles. —Lupin señaló ElProfeta y añadió—: Mirad en la página dos.

Hermione pasó las páginas con la mismaexpresión de desagrado que había adoptadocuando tenía en las manos Los secretos de lasartes más oscuras, y leyó en voz alta:

Registro de «hijos de muggles»: elMinisterio de Magia está llevando a cabo unestudio sobre los que atienden a esadenominación para entender mejor cómollegaron a poseer secretos mágicos.

Una investigación reciente realizada porel Departamento de Misterios revela que lamagia sólo puede transmitirse entre magosmediante la reproducción. Por lo tanto, si noexisten antepasados mágicos comprobados,

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es posible que los llamados «hijos demuggles» hayan obtenido sus poderesmágicos por medios ilícitos, como el robo oel empleo de la fuerza.

El ministerio está decidido, pues, a acabarcon esos usurpadores de los poderesmágicos, y a tal fin ha invitado a todos ellosa presentarse para ser interrogados por laComisión de Registro de Hijos de Muggles,de reciente creación.

—La gente no permitirá que esto pase —opinóRon.

—Ya está pasando —lo desengañó Lupin—.Mientras nosotros estamos aquí hablando, yaestán deteniendo a hijos de muggles.

—Pero ¿cómo van a tener magia «robada»? —se extrañó Ron—. La magia es mental; si pudierarobarse, no habría squibs, ¿verdad?

—Así es —repuso Lupin—. Pero a menos quedemuestres que tienes, como mínimo, un parientecercano mágico, se considera que has obtenidotus poderes mágicos de forma ilegal y debes sercastigado.

Ron echó un vistazo a Hermione y planteó:—¿Y qué pasaría si los sangre limpia o los

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sangre mestiza juran que un hijo de muggles formaparte de su familia? Porque pienso decirle a todo elmundo que Hermione es prima mía…

—Gracias, Ron, pero yo no te permitiría… —musitó ella dándole un apretón de manos.

—No tienes alternativa —replicó él con fiereza,asiéndole también la mano—. Te enseñaré mi árbolgenealógico para que puedas contestar a cualquierpregunta que te hagan.

—No creo que eso importe mucho —repusoella soltando una risita nerviosa—, mientrasestemos huyendo con Harry Potter, la persona másbuscada del país, Ron. Si tuviera que volver alcolegio, sería diferente. Por cierto, ¿qué piensahacer Voldemort con Hogwarts? —le preguntó aLupin.

—Ahora la asistencia es obligatoria para todoslos magos y las brujas en edad escolar. Loanunciaron ayer, y eso también representa uncambio, porque hasta ahora nunca había sidoobligatorio estudiar en Hogwarts. Casi todos losmagos y las brujas de Gran Bretaña se haneducado allí, por supuesto, pero sus padres teníanla posibilidad de enseñarles en casa o enviarlos alextranjero si lo preferían. De este modo, Voldemorttendrá a toda la población mágica controlada

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desde edad muy temprana. Y, asimismo, es otramanera de evitar que asistan los hijos de muggles,porque, para matricularse, los alumnos debenpresentar un Estatus de Sangre, un documentoque certifica que le han demostrado al ministerioque son descendientes de magos.

Harry estaba asqueado y furioso. Le daba rabiapensar que en ese mismo momento unosemocionados niños de once años estaríanestudiando minuciosamente montañas de libros dehechizos recién comprados, sin saber que nuncallegarían a ver Hogwarts, y quizá tampocovolvieran a ver a sus familias.

—Es… es… —masculló, buscando laspalabras para expresar el horror de suspensamientos, pero Lupin dijo en voz baja:

—Lo sé, muchacho, lo sé. —Vaciló unmomento y agregó—: Si no puedes confirmármelo,Harry, lo entenderé, pero la Orden tiene laimpresión de que Dumbledore te encomendó unamisión.

—Es verdad, y Ron y Hermione también estánimplicados y me acompañarán.

—¿Puedes decirme en qué consiste esamisión?

Harry le escrutó el rostro, plagado de arrugas

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prematuras y enmarcado por una mata de pelotupido pero canoso, y lamentó no poder dar otrarespuesta:

—No, Remus, lo siento. Si no te lo contóDumbledore, creo que yo tampoco debo hacerlo.

—Ya me esperaba esa respuesta —dijo Lupin,decepcionado—. Pero yo podría serte útil. Yasabes qué soy y lo que puedo hacer, de maneraque sería un ventaja que os acompañara y osproporcionara protección, aunque no haría faltaque me contarais exactamente qué os traéis entremanos.

Harry titubeó. Era una oferta muy tentadora,aunque no veía claro cómo iban a mantener ensecreto su misión si Lupin estaba siempre conellos. En cambio, Hermione se extrañó y dijo:

—Pero ¿y Tonks?—¿Qué quieres decir? —preguntó Lupin.—Bueno… ¡estáis casados! ¿Qué opina ella de

que colabores con nosotros?—Tonks no correrá ningún peligro; se quedará

en casa de sus padres.Había algo raro en la frialdad de Lupin, así

como en la idea de que Tonks se escondiera en lacasa paterna, porque ella, al fin y al cabo, eramiembro de la Orden. Harry creía conocer a la bruja

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y le sorprendía que no optara por estar en primeralínea.

—¿Va todo bien, Remus? —preguntó Hermionecon vacilación—. Ya me entiendes, entre tú y…

—Va todo muy bien, gracias —repuso Lupin,cortante.

Hermione se ruborizó. Hubo otra pausa, quelos hizo sentirse incómodos a los cuatro, yentonces Lupin, como si se viese obligado areconocer algo desagradable, dijo:

—Tonks va a tener un hijo.—¡Oh! ¡Qué bien! —exclamó Hermione.—¡Sí, qué alegría! —corroboró Ron con

entusiasmo.—Enhorabuena —dijo Harry.Lupin compuso una sonrisa forzada que más

bien parecía una mueca, y añadió:—Entonces… ¿aceptáis mi oferta? ¿Iremos los

cuatro juntos? Estoy seguro de que Dumbledorelo habría aprobado; a fin de cuentas, me nombróvuestro profesor de Defensa Contra las ArtesOscuras. Y os advierto que creo que nosenfrentamos a una magia con la que muchos denosotros jamás nos hemos topado ni llegado aimaginar.

Los tres amigos cruzaron miradas.

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—A ver si lo he entendido bien —recapitulóHarry—: ¿quieres dejar a Tonks con sus padres yvenir con nosotros?

—Allí no corre ningún peligro; sus padrescuidarán de ella —afirmó Lupin con unadeterminación rayana en la indiferencia—. Estoyseguro de que a James le habría gustado que mequedara contigo, Harry.

—Pues yo no —replicó el muchacho—. Yoestoy seguro de que a mi padre le habría gustadosaber por qué no te quedas con tu hijo.

Lupin palideció, y la temperatura de la cocinapareció descender unos diez grados. Ron sededicó a observar la estancia como si tratara dememorizar todos los detalles, mientras queHermione miraba alternativamente a Harry yRemus.

—Veo que no lo entiendes —dijo Lupin por fin.—Pues explícamelo.Lupin tragó saliva y alegó:—Cometí un grave error al casarme con Tonks.

Lo hice contra lo que me aconsejaba mi instinto, ydesde entonces me he arrepentido mucho.

—Ya —dijo Harry—. Y por eso vas a dejarloscolgados a ella y al niño y vas a acompañarnos anosotros, ¿no?

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Lupin se levantó de un brinco, derribando lasilla en que estaba sentado, y miró a los tresjóvenes con tanta fiereza que Harry vio, porprimera vez, la sombra del lobo que se ocultabatras aquel rostro humano.

—¿No entiendes lo que les he hecho a miesposa y a ese futuro hijo? ¡Nunca debí casarmecon ella! ¡La he convertido en una marginada! —Yle dio una patada a la silla que había derribado—.¡Tú sólo me has visto rodeado de miembros de laOrden, o en Hogwarts, bajo la protección deDumbledore! ¡Pero no sabes qué piensa la mayoríadel mundo mágico de las criaturas como yo! ¡Losque conocen mi condición apenas me dirigen lapalabra! ¿No te das cuenta de lo que he hecho?Hasta la familia de Tonks está molesta por nuestraboda. ¿A qué padres les gustaría que su única hijase casara con un hombre lobo? Y el niño… elniño…

Lupin se mesó unos mechones de cabello conambas manos; estaba trastornado.

—¡Los de mi clase no suelen reproducirse! Eseniño será como yo, estoy seguro. ¿Cómo puedoperdonarme si me arriesgué a transmitirle micondición a un niño inocente, a sabiendas de loque hacía? ¡Y si, por obra de algún milagro, el niño

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no es como yo, estará muchísimo mejor sin unpadre del que se avergonzará toda la vida!

—¡Remus! —susurró Hermione con lágrimasen los ojos—. No digas eso. ¿Cómo iba aavergonzarse tu hijo de ti?

—No creas, Hermione —intervino Harry—. Yome avergonzaría. —No sabía de dónde le salía laira, pero lo había obligado a levantarse también.Lupin encajó sus palabras como un bofetón—. Siel nuevo régimen piensa que los hijos de mugglesson inferiores —continuó—, ¿qué le harán a unsemihombre lobo cuyo padre pertenece a laOrden? Mi padre murió intentando protegernos ami madre y a mí, de modo que ¿tú crees que élaprobaría que abandonaras a tu propio hijo paraemprender una aventura con nosotros?

—¿Cómo… cómo te atreves? —replicó Lupin—. Esto no lo hago movido por ansias de… depeligro ni de gloria personal. ¿Cómo te atreves ainsinuar que…?

—Me parece que lo que quieres es demostrartu coraje —repuso Harry—. Y opino que teencanta la idea de pasar a ocupar el puesto deSirius.

—¡Calla, Harry! —suplicó Hermione, pero élsiguió mirando con desprecio el pálido rostro de

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Lupin.—Nunca lo habría dicho de ti —le soltó—. El

hombre que me enseñó a combatir a losdementores… ¡convertido en un cobarde!

Lupin sacudió su varita tan deprisa que Harryapenas tuvo tiempo de sacar la suya. Se oyó unfuerte estallido y el chico, como si hubiera recibidoun puñetazo, salió despedido hacia atrás y chocócontra la pared de la cocina. Mientras resbalabahasta el suelo, vio los faldones de la capa de Lupindesaparecer por la puerta.

—¡Remus! ¡Vuelve, Remus! —gritó Hermione,pero Lupin no contestó. Un instante despuésoyeron cerrarse la puerta de la calle—. ¡Harry! —gimoteó—. ¿Cómo has podido…?

—Ha sido fácil. —Se levantó y notó queestaba saliéndole un chichón en la cabeza, dondese había golpeado contra la pared. Todavíatemblaba de rabia—. ¡No me mires así! —le espetó.

—¡No te metas con ella! —gruñó Ron.—¡No, no, callaos! ¡No tenemos que

pelearnos! —exigió Hermione interponiéndoseentre ambos.

—No debiste hablarle así a Lupin —reprochóRon a Harry.

—Él se lo ha buscado. —Por la mente le

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pasaban imágenes rápidas e inconexas: Siriuscayendo a través del velo; Dumbledore herido demuerte, suspendido en el aire; un destello de luzverde y la voz de su madre suplicando piedad…—.Los padres —sentenció— no deben abandonar asus hijos a menos… a menos que no tengan másremedio.

—Harry —musitó Hermione, y le tendió unamano para consolarlo, pero él la rechazó y,apartándose, se quedó mirando el fuego que ellahabía hecho aparecer en la chimenea.

Una vez había hablado con Lupin por aquellachimenea; en esa ocasión se sentía muy confusorespecto a su padre, y las tranquilizadoraspalabras de Lupin lo habían consolado. Pero eneste momento, el pálido y torturado rostro deLupin parecía flotar ante él, y experimentó unarepulsiva oleada de remordimiento. Ni Ron niHermione dijeron nada, pero él estaba seguro deque se miraban, a sus espaldas, comunicándose ensilencio.

Se dio la vuelta y los sorprendió apartándoseprecipitadamente uno de otro.

—Ya sé que no debí llamarlo cobarde.—No, no debiste hacerlo —refunfuñó Ron.—Pero se comporta como tal.

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—Aunque así fuera… —intervino Hermione.—Ya lo sé. Pero si eso hace que vuelva junto a

Tonks, habrá valido la pena, ¿no? —Harry nopudo evitar el deje de súplica de su voz.

Hermione lo miró con indulgencia y Ron,vacilante. Harry se miró los pies; pensaba en supadre. ¿Habría defendido James la postura de suhijo, o se habría enfadado por cómo había tratadoa su amigo?

La cocina estaba en silencio, pero casi se oía elzumbido de la reciente conmoción y el de losreproches no expresados de Ron y Hermione. ElProfeta que Lupin les había llevado seguía encimade la mesa, y la cara de Harry contemplaba el techodesde la primera plana. El chico se aproximó a lamesa y se sentó. Levantó el periódico, lo abrió alazar y fingió leer. Pero no lograba concentrarse,porque sólo pensaba en su encontronazo conLupin. Sin duda sus dos amigos, tapados por elperiódico, habían retomado sus silenciosascomunicaciones. Pasó una página, haciendomucho ruido, y entonces descubrió el nombre deDumbledore. Tardó unos instantes en comprenderel significado de la fotografía, en la que aparecíaun retrato de familia. El pie de foto rezaba: «Lafamilia Dumbledore. De izquierda a derecha, Albus,

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Percival, con la recién nacida Ariana en brazos,Kendra y Aberforth.»

Intrigado, examinó la imagen con detenimiento.Percival, el padre de Dumbledore, era un hombreatractivo y sus ojos parecían brillar incluso enaquella fotografía vieja y deslucida. La pequeñaAriana era un indefinido bulto no más largo queuna barra de pan. Kendra, la madre, de cabellonegro azabache recogido en un moño alto, teníaun rostro esculpido con cincel y, pese a su vestidode seda de cuello alto, a Harry le recordó a losindios americanos: ojos oscuros, pómulosprominentes y nariz recta. Albus y Aberforthlucían sendas chaquetas con cuello de encaje eidénticas melenas cortas; Albus aparentaba serunos años mayor que su hermano, pero, por lodemás, los dos niños se parecían bastante, porquela fotografía se había tomado antes de que a Albusle rompieran la nariz y usara gafas.

Ofrecían el aspecto de una familia feliz y normalque sonreía con serenidad en el periódico. Lapequeña Ariana tenía un brazo fuera del chal quela envolvía, y de vez en cuando lo agitaba. Harryleyó el titular del artículo ilustrado con esafotografía:

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EXTRACTO DE LA BIOGRAFÍA DEALBUS DUMBLEDORE, DE PRÓXIMA

APARICIÓNRita Skeeter

Harry se dijo que aquel texto no empeoraríamucho más su estado de ánimo, así que inició lalectura:

La orgullosa y altanera Kendra Dumbledoreno soportó seguir viviendo en Mould-on-the-Wold después del arresto y elconfinamiento en Azkaban de su esposoPercival. Por eso decidió llevarse a su familiade allí y trasladarse a Godric’s Hollow, elpueblo que más tarde se haría famoso por serel escenario donde Harry Potter se libró —deforma muy extraña— de Quien-ustedes-saben.

En Godric’s Hollow, igual que en Mould-on-the-Wold, residían muchas familias demagos, pero como Kendra no conocía anadie allí, no sería objeto de la curiosidadque despertaba el delito de su esposo, comole había ocurrido en su anterior lugar deresidencia. Sin embargo, rechazó

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repetidamente las muestras de simpatía desus nuevos vecinos magos, y de ese modopronto se aseguró de que dejarían en paz asu familia.

«Me cerró la puerta en las naricescuando fui a darle la bienvenida llevándoleuna hornada de pasteles, con forma decaldero, hechos por mí —recuerda BathildaBagshot—. El primer año que vivieron ahísólo vi a los dos chicos, y no habría sabidoque también existía una niña si, en unaocasión (el invierno después de su llegada),no hubiera estado yo recogiendoplangentinas a la luz de la luna y la hubieravisto salir con Ariana al jardín trasero.Kendra le hizo dar a la niña una vuelta aljardín, sujetándola con fuerza por el brazo, yluego se la llevó dentro. No supe quépensar.»

Al parecer, Kendra creyó que el trasladoa Godric’s Hollow era una oportunidadperfecta para esconder a Ariana de una vezpor todas, algo que probablemente llevabaaños planeando. Era el momento másoportuno. La niña sólo tenía siete añoscuando se la perdió de vista, y, según la

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mayoría de los expertos, a esa edad escuando se habría revelado su magia, si lahubiera tenido. Nadie que todavía vivarecuerda que Ariana mostrara jamás la másleve señal de poseer aptitudes mágicas. Portanto, parece evidente que Kendra decidióocultar la existencia de su hija para no sufrirla vergüenza de reconocer que habíaalumbrado a una squib. Alejarse de losamigos y los vecinos que conocían a Arianafacilitaría mucho su confinamiento, porsupuesto. Y podía confiar en que las pocaspersonas que a partir de entoncesconocieran la existencia de la niña guardaríanel secreto, incluidos sus dos hermanos; ellosdesviaban las preguntas inoportunas con larespuesta que les había enseñado su madre:«Mi hermana está demasiado débil para ir alcolegio.»

La próxima semana: «Albus Dumbledore enHogwarts: los premios y las falsedades.»

Harry se había equivocado: el extracto de laobra de Rita Skeeter que acababa de leer le hizosentirse peor. Volvió a mirar la fotografía de la

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familia aparentemente feliz. ¿Era verdad lo quehabía leído? ¿Cómo lo averiguaría? Quería ir aGodric’s Hollow, aunque Bathilda no estuviera encondiciones de explicarle nada, y quería visitar ellugar donde Dumbledore y él habían perdido a susseres queridos. Cuando estaba a punto de bajar elperiódico para pedirles su opinión a Ron yHermione, un «¡crac!» ensordecedor resonó en lacocina.

Por primera vez en tres días, Harry se habíaolvidado por completo de Kreacher. Al principiopensó que Lupin había vuelto a irrumpir en lahabitación, pero no entendía qué era la maraña deagitadas extremidades que había aparecido de lanada justo al lado de su silla. Se puso rápidamenteen pie al mismo tiempo que Kreacher sedesenredaba y, haciendo una reverencia a Harry,anunciaba con su ronca voz:

—Kreacher ha vuelto con el ladrónMundungus Fletcher, mi amo.

Mundungus se levantó con dificultad y sacósu varita; pero Hermione fue más rápida que él ygritó:

—¡Expelliarmus!La varita mágica de Mundungus saltó por los

aires y ella la atrapó. Mundungus, despavorido,

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echó a correr hacia la escalera; sin embargo, Ron lehizo un placaje y lo derribó sobre el suelo depiedra con un amortiguado crujido.

—Pero ¿qué pasa aquí? —bramó retorciéndosepara soltarse de los brazos de Ron—. ¿Qué hehecho? ¿Por qué enviáis a un maldito elfodoméstico a buscarme? ¿A qué jugáis? ¿Qué hehecho? ¡Suéltame! ¡Suéltame o…!

—No estás en posición de amenazarnos —dijoHarry. Apartó el periódico, cruzó la cocina enpocas zancadas y se arrodilló al lado deMundungus, que dejó de forcejear y lo miróaterrado.

Ron se levantó jadeando y observó cómoHarry apuntaba su varita a la nariz de Mundungus.Éste apestaba a sudor y humo de tabaco; tenía elpelo enmarañado y la túnica manchada.

—Kreacher pide disculpas por el retraso entraer al ladrón, mi amo. Fletcher sabe cómo evitarque lo capturen, tiene muchos escondrijos ymuchos cómplices. Sin embargo, al fin Kreacherconsiguió acorralar al ladrón.

—Lo has hecho muy bien —lo felicitó Harry, yel elfo hizo una reverencia—. Bien, tenemos variaspreguntas que hacerte —le dijo a Mundungus,que se apresuró a farfullar:

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—Me entró pánico, ¿vale? Yo no quería ir, lodije desde el principio; no te ofendas, chico, peronunca me ofrecí como voluntario para morir por ti,y el maldito Quien-tú-sabes venía volando haciamí… cualquiera se habría largado. Ya advertí queno quería hacerlo…

—Para que te enteres, nadie más sedesapareció —le informó Hermione.

—Bueno, pues sois una pandilla de malditoshéroes, ¿vale?, pero yo nunca dije que estuvieradispuesto a dar la vida por…

—No nos interesa saber por qué dejasteplantado a Ojoloco —lo interrumpió Harry, y leacercó un poco más la varita a los ojos, con bolsase inyectados en sangre—. Ya sabíamos que erasun canalla y que no se podía confiar en ti.

—Entonces, ¿por qué demonios me ha traídoaquí ese elfo doméstico? ¿Es otra vez por lo de lascopas ésas? No me queda ni una; si las tuviera oslas daría…

—No, no se trata de las copas, pero te estásacercando —dijo Harry—. Y ahora calla y escucha.

Era maravilloso tener algo que hacer, alguien aquien poder extraerle una pequeña parte de laverdad. La varita de Harry estaba tan cerca de lanariz de Mundungus que éste se había puesto

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bizco intentando no perderla de vista.—Cuando te llevaste de esta casa todos los

objetos de valor… —empezó Harry, peroMundungus volvió a interrumpirlo:

—Sirius nunca le dio ningún valor a la chatarraque…

Hubo un correteo, un destello de cobre, unresonante golpazo y un chillido de dolor: Kreacherse había abalanzado sobre Mundungus paragolpearle la cabeza con una sartén.

—¡Sacádmelo de encima! ¡Sacádmelo! ¡Estebicho tendría que estar encerrado! —vociferóMundungus cubriéndose la cabeza con ambosbrazos al ver que el elfo volvía a levantar la enormesartén.

—¡Kreacher, no lo hagas! —ordenó Harry.Los delgados brazos de Kreacher temblaban

bajo el peso de la sartén que sostenía en alto.—Una vez más, amo Harry, por si acaso.Ron se echó a reír.—Nos interesa que esté consciente, Kreacher,

pero si necesita que se le persuada un poco,podrás hacer los honores —prometió Harry.

—Gracias, amo —replicó el elfo inclinando lacabeza; se retiró un poco y se quedó a escasadistancia vigilando a Mundungus con sus

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enormes y pálidos ojos, cargados de odio.—Cuando te llevaste de esta casa todos los

objetos de valor que encontraste —volvió a decirHarry—, cogiste unas cosas que estaban en elarmario de la cocina. Entre ellas había unguardapelo… —De pronto se le secó la boca ytambién notó la tensión y la emoción de Ron yHermione—. ¿Qué hiciste con él?

—¿Por qué lo preguntas? ¿Tiene algún valor?—¡Todavía lo tienes! —acusó Hermione.—No, ya no lo tiene —dijo Ron con astucia—.

Se está preguntando si habría podido pedir másdinero por él.

—¿Más dinero? —se extrañó Mundungus—.Eso no habría sido difícil, porque puede decirseque lo regalé. No tuve alternativa.

—¿Qué quieres decir?—Estaba vendiendo en el callejón Diagon

cuando una tipa se me acercó y me preguntó sitenía permiso para comerciar con artilugiosmágicos. Una fisgona asquerosa. Quería multarme,pero le gustó el guardapelo y me dijo que se loquedaba y que por esa vez me perdonaba, y… yque podía considerarme afortunado.

—¿Quién era? —preguntó Harry.—No lo sé, una arpía del ministerio. —Caviló

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un momento, frunciendo el entrecejo, y añadió—.Era bajita y llevaba un lazo en la cabeza. Ah, ytenía cara de sapo.

Harry bajó la varita y, sin querer, golpeó aMundungus en la nariz. Saltaron unas chispasrojas que le prendieron fuego a las cejas.

—¡Aguamenti! —gritó Hermione, y un chorrode agua salió del extremo de su varita y roció aMundungus, que, atragantándose, se puso afarfullar como un enloquecido.

Harry alzó la vista y percibió su propiasorpresa reflejada en las caras de sus amigos, altiempo que notaba un hormigueo en las cicatricesdel dorso de la mano derecha.

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A

CAPÍTULO 12

La magia es poder

medida que avanzaba agosto, el descuidadorectángulo de césped que había en el centro

de Grimmauld Place iba marchitándose al sol hastaquedar reseco y marrón. Los muggles que vivíanen las casas vecinas de esa plaza nunca habíanvisto a los inquilinos del número 12 ni la casa ensí, pero hacía mucho tiempo que habían aceptadoel gracioso error de numeración, en virtud del cual

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los números 11 y 13 eran colindantes.Y sin embargo, la plaza atraía un goteo de

visitantes que, por lo visto, consideraban esaanomalía de lo más intrigante. Así pues, no pasabani un día sin que una o dos personas llegaran aGrimmauld Place con el único propósito (al menosaparentemente) de apoyarse en la pequeña vallaque cercaba la plaza, frente a los números 11 y 13,y observar la unión de las dos casas. Esosindividuos nunca eran los mismos, aunque todossolían vestir de una forma muy rara. La mayoría delos londinenses que pasaban por allí,acostumbrados a ver personajes excéntricos, no sefijaban mucho en ellos, aunque de vez en cuandoalgún viandante volvía la cabeza y se preguntabacómo se le ocurría a alguien salir a la calle con unacapa tan larga, visto el calor que hacía.

No obstante, parecía que esos observadoresno obtenían mucha satisfacción de su vigilancia. Aveces, alguno echaba a correr hacia los edificios,como si por fin hubiera visto algo interesante, perosiempre regresaba decepcionado.

El 1 de septiembre merodeaba más gente quenunca por la plaza. Ese día, ataviados con largascapas, había media docena de individuos enactitud alerta escudriñando con esmero los

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números 11 y 13, pero lo que esperaban ver seguíaocultándose. Al anochecer cayó un inesperado yfrío aguacero por primera vez en varias semanas, yentonces se produjo uno de aquellos inexplicablesmomentos en que los mirones parecían haber vistoalgo fascinante: el hombre de la cara deformeseñaló los edificios y el que estaba más cerca deél, un tipo pálido y gordinflón, hizo ademán decorrer hacia allí, pero un instante más tarde ambosvolvían a estar inmóviles, con aspecto frustrado.

Entretanto, Harry entraba en el vestíbulo delnúmero 12. Había estado a punto de perder elequilibrio al aparecerse en el escalón de la puertade la calle, y temió que los mortífagos le hubieranvisto un codo que se le había salido un instante dela capa invisible. Cerró la puerta con cuidado y sequitó la capa; se la colgó del brazo y cruzó eltétrico vestíbulo hacia la puerta que conducía alsótano; en la mano llevaba un ejemplar robado deEl Profeta.

Lo recibió el habitual susurro: «¿SeverusSnape?» Acto seguido, lo envolvió la ráfaga deaire frío y la lengua se le enrolló.

—Yo no te maté —dijo Harry en cuanto lalengua se le hubo desenrollado, y contuvo larespiración mientras explotaba la figura de polvo.

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Se dispuso a bajar la escalera que conducía a lacocina y, cuando la señora Black ya no podía oírloy se hubo librado de la nube de polvo, gritó—:¡Tengo noticias, y no os gustarán!

La cocina estaba casi irreconocible, pues todorelucía de limpio: habían sacado brillo a loscacharros de cobre, que destellaban como sifueran nuevos; la mesa de madera resplandecía, ylas copas y los vasos que había en la mesapreparada para la cena reflejaban el alegre ychispeante fuego de la chimenea, sobre el quehervía un caldero. Sin embargo, nada en laestancia había cambiado tanto como el elfodoméstico que, envuelto en una toallainmaculadamente blanca, con el pelo de las orejastan limpio y esponjoso como el algodón y elguardapelo de Regulus rebotándole sobre eldelgado pecho, se acercó corriendo a Harry.

—Quítese los zapatos, por favor, amo Harry, ylávese las manos antes de cenar —pidió Kreachercon su ronca voz; le cogió la capa invisible y sepuso de puntillas para colgarla de un gancho en lapared, junto a unas túnicas viejas recién lavadas.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó Ron conaprensión. Hermione y él estaban examinando unmontón de notas garabateadas y mapas trazados a

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mano, esparcidos por un extremo de la larga mesade la cocina, pero levantaron la cabeza cuandoHarry se acercó y puso el periódico encima de lostrozos de pergamino.

Una gran fotografía de un hombre de narizganchuda y pelo negro los miró con fijeza, bajo untitular que rezaba:

SEVERUS SNAPE, NUEVO DIRECTOR DEHOGWARTS

—¡Nooo! —exclamaron Ron y Hermione.Hermione fue la más rápida: agarró el periódico

y empezó a leer en voz alta:—«Severus Snape, hasta ahora profesor de

Pociones del Colegio Hogwarts de Magia yHechicería, ha sido nombrado hoy director. Sunombramiento es el más importante de una serie decambios en la plantilla del antiguo colegio. Tras ladimisión de la anterior profesora de EstudiosMuggles, Alecto Carrow asumirá su cargo,mientras que su hermano Amycus ocupará elpuesto de profesor de Defensa Contra las ArtesOscuras. “Agradezco esta oportunidad paraconservar nuestras mejores tradiciones y nuestrosvalores mágicos”»… ¡Ya, como cometer

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asesinatos y cortarle las orejas a la gente! ¡Snapedirector! ¡Snape en el despacho de Dumbledore!¡Por las calzas de Merlín! —chilló Hermione, y losdos chicos se sobresaltaron. Ella se levantó de lasilla y salió en tromba de la estancia, gritando—:¡Vuelvo enseguida!

—¿Por las calzas de Merlín? —repitió Ron,divertido—. Debe de estar muy enfadada. —Cogióel periódico y, tras leer detenidamente el artículosobre Snape, comentó—: Los otros profesores nolo permitirán; McGonagall, Flitwick y Sprout sabenla verdad, saben cómo murió Dumbledore. Noaceptarán a Snape como director. Oye, ¿y quiénesson esos Carrow?

—Mortífagos. Dentro hay fotografías suyas.Se hallaban en la torre cuando Snape mató aDumbledore; están todos compinchados. Y nocreo que los demás profesores puedan hacer otracosa que quedarse en Hogwarts —añadió Harrycon amargura, acercando una silla a la mesa—. Siel ministerio y Voldemort apoyan a Snape, tendránque elegir entre quedarse y enseñar o pasar unosaños en Azkaban, y eso si tienen suerte. Supongoque se quedarán e intentarán proteger a losalumnos.

Kreacher se acercó muy animado a la mesa con

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una gran sopera y, silbando entre dientes, sirvió elpotaje con el cucharón en unos impolutoscuencos.

—Gracias, Kreacher —dijo Harry, y volvió ElProfeta para no verle la cara a Snape—. Bueno, almenos ahora ya sabemos con toda certeza en québando está.

Empezó a tomar la sopa. Las habilidadesculinarias de Kreacher habían mejoradonotablemente desde que le habían regalado elguardapelo de Regulus; la sopa de cebolla de esanoche, por ejemplo, era la mejor que Harry habíaprobado jamás.

—Todavía hay muchos mortífagos vigilando laplaza —le dijo a Ron mientras comía—, más de lohabitual. Parecen estar esperando vernos salircargados con los baúles del colegio y dirigirnoshacia el expreso de Hogwarts.

—Llevo todo el día pensando en eso —comentó Ron y consultó su reloj—. El tren salióhace casi seis horas. Qué raro no estar en él,¿verdad?

Harry visualizó la locomotora de vapor roja,como la vio el día que Ron y él la perseguían por elaire, reluciendo entre campos y colinas, semejantea una ondulada oruga escarlata. Estaba seguro de

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que Ginny, Neville y Luna estarían sentados en elmismo compartimento en ese preciso instante,preguntándose quizá dónde se habían metido sustres amigos, o debatiendo la mejor manera de minarel nuevo régimen de Snape.

—Casi me han visto cuando llegué —explicóHarry—. No caí bien en el escalón y se me resbalóun poco la capa.

—A mí siempre me pasa. ¡Ah, mira, ya estáaquí! —exclamó Ron cuando Hermione reaparecióen la cocina—. ¿Se puede saber, en nombre de loscalzones más andrajosos de Merlín, qué te hapasado?

—Me he acordado de esto —dijo ella con larespiración agitada.

Traía un gran lienzo enmarcado que apoyó enel suelo. Cogió su bolsito bordado con cuentas delaparador de la cocina, lo abrió y, aunque eraimposible que el cuadro cupiera, se dispuso ameterlo dentro. Unos segundos más tarde habíadesaparecido en las profundidades del diminutobolso, como tantas otras cosas.

—Phineas Nigellus —explicó, y dejó el bolsoencima de la mesa con el habitual estrépito.

—¿Cómo dices? —se asombró Ron.Pero Harry lo había entendido: la imagen

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pintada de Phineas Nigellus Black era capaz detrasladarse desde el retrato de Grimmauld Placehasta el que colgaba en el despacho del directorde Hogwarts, en la estancia circular de la partesuperior de la torre donde, sin duda, Snape estaríasentado en ese mismo momento, triunfante ysatisfecho de poseer la colección de delicados yplateados instrumentos mágicos de Dumbledore,el pensadero de piedra, el Sombrero Seleccionadory, a menos que la hubieran llevado a otro sitio, laespada de Griffyndor.

—Snape podría enviar a Phineas Nigellus aespiar aquí —explicó Hermione mientras sesentaba—. Pero que lo intente ahora, porque loúnico que verá Phineas Nigellus será el interior demi bolso.

—¡Bien pensado! —soltó Ron, impresionado.—Gracias —repuso Hermione con una sonrisa,

y se acercó su cuenco de sopa—. Bueno, Harry,¿qué novedades hay hoy?

—Ninguna. He pasado siete horas vigilando laentrada del ministerio. Ni rastro de ella. Pero hevisto a tu padre, Ron. Me ha parecido que estababien.

Ron asintió agradeciendo esa noticia. Habíanacordado que era demasiado peligroso intentar

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comunicarse con el señor Weasley cuando ésteentrara o saliera del ministerio, porque siempre ibarodeado por otros empleados. Sin embargo, eratranquilizador verlo, aunque fuera brevemente y apesar de que tuviera aspecto de cansancio ynerviosismo.

—Mi padre siempre nos decía que la mayoríade los empleados del ministerio utilizan la Red Flupara ir al trabajo —comentó Ron—. Por eso nohemos visto a Umbridge; seguro que nunca va apie, se cree demasiado importante.

—¿Y qué me dices de esa bruja estrambótica ydel mago bajito de la túnica azul marino? —preguntó Hermione.

—Ah, sí, el tipo de Mantenimiento Mágico —dijo Ron.

—¿Cómo sabes que trabaja en esedepartamento? —inquirió la chica con unacucharada de sopa suspendida ante la boca.

—Porque mi padre decía que los empleados deMantenimiento Mágico llevan túnicas azul marino.

—¡Nunca lo habías comentado!Hermione dejó la cuchara en el plato y acercó

el montón de notas y mapas que estabanexaminando antes de la llegada de Harry.

—¡Aquí no pone nada de túnicas azul marino!

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—protestó mientras revisaba febrilmente las hojas.—Bueno, ¿qué importancia tiene eso?—¡Claro que importa, Ron! ¡Si queremos entrar

en el ministerio sin que nos descubran, mientrasellos están en máxima alerta respecto a cualquierintruso, importa hasta el detalle más insignificante!Llevamos días dándole vueltas al asunto, pero ¿dequé van a servir todos estos viajes dereconocimiento si tú no te molestas en contarnosque…?

—Caray, Hermione, por una cosa que se meolvida…

—¿No te das cuenta de que seguramente nopodríamos estar en ningún otro lugar máspeligroso que en el Ministerio de…?

—Creo que deberíamos hacerlo mañana —lainterrumpió Harry.

Hermione se detuvo en seco con la bocaabierta, y Ron se atragantó un poco con la sopa.

—¿Mañana? —repitió Hermione—. No lo dirásen serio, ¿verdad, Harry?

—Sí, lo digo en serio. No creo que vayamos aestar mejor preparados de lo que estamos ahora,aunque nos pasemos otro mes entero vigilando laentrada del ministerio. Cuanto más lo retrasemos,más lejos podría estar ese guardapelo. Ya hay

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muchas probabilidades de que Umbridge se hayadeshecho de él, porque no se abre.

—A menos —intervino Ron— que hayaencontrado la manera de abrirlo y que ahora estéposeída.

—A ella no se le notaría mucho, porquesiempre ha sido rematadamente mala —repusoHarry y, dirigiéndose a Hermione, que estaba muyconcentrada mordiéndose los labios, continuó—:Ya sabemos lo más importante, es decir, que no sepuede entrar ni salir del ministerio medianteAparición, y que sólo a quienes ocupan un cargode responsabilidad se les permite conectar sushogares a la Red Flu, porque Ron oyó a esos dosinefables quejarse de ello. Y también sabemos, máso menos, dónde está el despacho de Umbridge,por lo que tú oíste que ese tipo barbudo lecomentaba a su amigo…

—«Voy a la primera planta; Dolores quiereverme» —recitó Hermione.

—Exacto. E igualmente sabemos que se entrautilizando esas extrañas monedas, o fichas o loque sean, porque yo sorprendí a esa brujapidiéndole prestada una a su amiga…

—¡Pero nosotros no tenemos ninguna!—Si el plan funciona, las tendremos —declaró

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Harry con serenidad.—No sé, Harry, no sé si… Hay muchas cosas

que podrían salir mal, dependen tanto del azar…—Eso no cambiará aunque pasemos otros tres

meses preparándonos. Ha llegado el momento deentrar en acción.

Harry comprendió, por la expresión de susamigos, que estaban asustados. Él tampoco lastenía todas consigo, pero estaba seguro de quehabía llegado la hora de poner en práctica su plan.

Habían pasado las cuatro semanas anterioresturnándose para ponerse la capa invisible y espiarla entrada principal del ministerio, que Ron, graciasa su padre, conocía desde su infancia. Del mismomodo habían seguido a varios empleados delministerio, escuchado sus conversaciones ydescubierto, mediante una atenta observación,quiénes solían aparecer solos a la misma horatodos los días. De vez en cuando birlaban unejemplar de El Profeta de algún maletín, y, poco apoco, trazaron los mapas y tomaron las notas queahora se amontonaban delante de Hermione.

—Está bien —dijo Ron con cautela—,supongamos que lo hacemos mañana… Creo quedeberíamos ir Harry y yo.

—¡Va, no vuelvas a empezar! —le espetó

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Hermione suspirando—. Creía que eso ya habíaquedado claro.

—Una cosa es merodear por las entradasprotegidos por la capa invisible, pero esto esdiferente, Hermione. —Ron hincó un dedo en unejemplar de El Profeta de diez días atrás—. ¡Túestás en la lista de hijos de muggles que no se hanpresentado voluntarios para ser interrogados!

—¡Y tú se supone que estás muriendo despattergroit en La Madriguera! Si hay alguien queno debería ir, ése es Harry, por cuya cabeza estándispuestos a pagar diez mil galeones…

—Vale, yo me quedo aquí. Ya me avisaréis siconseguís derrotar a Voldemort, ¿eh?

Mientras Ron y Hermione reían, Harry sintióuna fuerte punzada en la cicatriz. Se llevó unamano a la frente, pero, al ver que Hermione lomiraba con desconfianza, intentó disimular elmovimiento apartándose un mechón de cabello.

—Bueno, si vamos los tres, tendremos quedesaparecernos por separado —decía Ron—. Yano cabemos todos debajo de la capa invisible.

A Harry cada vez le dolía más la cicatriz. Selevantó y Kreacher fue rápidamente hacia él.

—El amo no se ha terminado la sopa. ¿Prefiereel sabroso estofado, o la tarta de melaza que al

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amo tanto le gusta?—No, Kreacher, gracias. Vuelvo enseguida.

Voy… al lavabo.Harry, consciente de que Hermione no le

quitaba ojo, subió a toda prisa la escalera quellevaba al vestíbulo, y de ahí al primer piso.Cuando por fin logró encerrarse en el cuarto debaño, se desplomó gimiendo de dolor sobre ellavamanos negro, de grifos en forma de serpientecon la boca abierta, y cerró los ojos…

Avanzaba como deslizándose por una calle enpenumbra, donde los altos tejados de los edificiosque la flanqueaban eran de madera a dos aguas;parecían casitas de chocolate.

Se acercó a una de ellas, y entonces su blancamano de largos dedos resaltó contra la oscurapuerta. Llamó. Sentía una emoción cada vezmayor…

Se abrió la puerta y apareció una mujer risueña,pero, al ver la cara de Harry, se puso seria y suexpresión jovial se trocó en una mueca de terror…

—¿Está Gregorovitch? —preguntó una voz fríay aguda.

La mujer negó con la cabeza e intentó cerrar lapuerta. Una blanca mano se interpuso,impidiéndole cerrarla…

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—Quiero ver a Gregorovitch.—Er wohnt hier nicht mehr! —gritó ella

sacudiendo la cabeza—. ¡Él no vivir aquí! ¡No viviraquí! ¡Yo no conocer!

La mujer desistió de cerrar la puerta yretrocedió por el oscuro vestíbulo. Harry la siguió,siempre deslizándose, y su mano de largos dedossacó la varita mágica.

—¿Dónde está?—Das weis ich nicht! ¡Él irse! ¡Yo no saber, no

saber!Harry levantó la varita y la mujer chilló. Dos

niños pequeños llegaron corriendo al vestíbulo yella intentó protegerlos con los brazos. Hubo undestello de luz verde…

—¡Harry! ¡HARRY!El muchacho abrió los ojos y comprobó que

había caído al suelo. Hermione golpeaba la puerta.—¡Abre, Harry!«He gritado en sueños», pensó. Se levantó y

descorrió el pestillo de la puerta. Hermione entrótropezando, recuperó el equilibrio y miró alrededorcon desconfianza. Ron apareció agitado detrás deella y apuntó con la varita a los rincones del fríocuarto de baño.

—¿Qué hacías? —preguntó Hermione con

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severidad.—¿Tú qué crees? —replicó Harry con un tono

bravucón nada convincente.—¡Chillabas como un condenado! —le espetó

Ron.—Oh, es eso… Debo de haberme quedado

dormido, o…—¿Nos tomas por tontos, Harry? —terció

Hermione—. Sabemos que en la cocina te dolía lacicatriz, y estás blanco como la cera.

El chico se sentó en el borde de la bañera.—Está bien, tienes razón —cedió—. Acabo de

ver cómo Voldemort mataba a una mujer. A estasalturas ya debe de haber acabado con toda lafamilia. Y no tenía ningún motivo para hacerlo. Hasido como lo de Cedric: ellos estaban allí y…

—¡No debes permitir que esto vuelva a pasar,Harry! —le recriminó Hermione con vehemencia—.¡Dumbledore quería que utilizaras la Oclumanciaporque creía que esa conexión era peligrosa!¡Voldemort puede utilizarla, Harry! ¿De qué te sirvever cómo él tortura y mata, en qué puedeayudarte?

—Así sé lo que hace —se defendió.—Entonces, ¿ni siquiera tratarás de cerrarle el

paso a tu mente?

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—No puedo, Hermione. Ya sabes que laOclumancia se me da muy mal, nunca llegué aentender cómo funciona.

—¡Porque nunca lo intentaste de verdad! —replicó ella, acalorada—. No lo entiendo, Harry.¿Acaso te gusta tener esa conexión o relación o…como quieras llamarla?

Vaciló al ver la mirada que Harry le dirigió allevantarse.

—¿Gustarme, dices? —musitó el chico—. ¿A tite gustaría?

—Yo no… Lo siento, no quería…—La odio. Detesto que él pueda meterse

dentro de mí, detesto tener que verlo cuando mássanguinario se muestra. Pero voy a utilizarla.

—Sin embargo, Dumbledore…—Olvídate de Dumbledore. Esto es asunto mío

y de nadie más. Quiero saber por qué busca aGregorovitch.

—¿A quién?—Es un fabricante de varitas extranjero —

explicó Harry—. Confeccionó la varita de Krum, yéste asegura que es muy bueno.

—Pero, según tú —intervino Ron—, Voldemorttiene a Ollivander encerrado en alguna parte. Si yatiene a un fabricante de varitas, ¿para qué necesita

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a otro?—Quizá piensa como Krum y considera que

Gregorovitch es mejor. O quizá cree queGregorovitch podrá explicarle lo que hizo mi varitacuando él me perseguía, porque Ollivander nosupo aclarárselo.

Harry echó un vistazo al resquebrajado y sucioespejo, y vio a Ron y Hermione intercambiandomiradas de escepticismo a sus espaldas.

—Harry, no paras de hablar de cómo actuó tuvarita —dijo la chica—, pero lo hiciste tú. ¿Por quéte empeñas en no asumir tu propio poder?

—¡Porque estoy seguro, y Voldemort tambiénlo está, de que no fui yo, Hermione! ¡Él y yosabemos qué ocurrió en realidad!

Se miraron fijamente a los ojos; Harry sabíaque no la había convencido y que ahora ellaestaba ordenando sus argumentos para rebatirle lateoría de la actuación de la varita y el hecho deque siguiera metiéndose en la mente de Voldemort.Por ello sintió alivio cuando Ron intervino:

—Déjalo, Hermione. Que haga lo que quiera.Además, si tenemos que ir mañana al ministerio,¿no crees que deberíamos repasar el plan?

Hermione cedió a regañadientes, pero Harrysabía que volvería a la carga en cuanto se le

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presentara una oportunidad.Regresaron a la cocina del sótano, donde

Kreacher les sirvió estofado y tarta de melaza.Esa noche no se acostaron hasta muy tarde,

tras pasar horas repasando una y otra vez su plan,hasta que lograron recitárselo a la perfección unosa otros. Harry, que desde hacía unos días dormíaen la habitación de Sirius, se tumbó en la cama ycon la varita mágica iluminó la vieja fotografía en laque aparecían su padre, Sirius, Lupin y Pettigrew.Dedicó unos minutos más a memorizar el plan. Sinembargo, cuando apagó la varita no pensaba en lapoción multijugos, ni en las pastillas vomitivas, nien las túnicas azul marino de los empleados deMantenimiento Mágico, sino en Gregorovitch, elfabricante de varitas, y se preguntó cuánto tiempoconseguiría ocultarse mientras Voldemort lobuscaba con tanta determinación.

El amanecer sucedió a la medianoche avelocidad de agravio.

—Tienes un aspecto espantoso —dijo Ron alentrar en la habitación para despertar a Harry.

—No por mucho tiempo —repuso éstebostezando.

Encontraron a Hermione en la cocina. Kreacherestaba sirviéndole café y bollos calientes, y ella

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tenía esa expresión de desquiciada que Harryasociaba con el repaso previo a los exámenes.

—Túnicas —murmuró la chica saludando aHarry con un gesto de la cabeza, y siguiórevolviendo en su bolsito de cuentas—, pociónmultijugos, capa invisible, detonadores trampa(deberíais llevar un par cada uno, por si acaso),pastillas vomitivas, turrón sangranarices, orejasextensibles…

Engulleron el desayuno y subieron sinentretenerse. Kreacher se despidió de ellos concortesía y prometió preparar un pastel de carne yriñones para cuando volvieran.

—Este elfo se hace querer —dijo Ron conafecto—. Y pensar que antes soñaba con cortarlela cabeza y colgarla en la pared.

Salieron al escalón de la puerta principal conmuchísimo cuidado, porque había un par demortífagos con caras soñolientas observando lacasa desde el otro extremo de la neblinosa plaza.Hermione se desapareció primero con Ron, y luegovolvió a buscar a Harry.

Tras unos momentos de oscuridad y sensaciónde asfixia, Harry se encontró en el diminutocallejón donde habían previsto llevar a cabo laprimera fase del plan. El callejón todavía estaba

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desierto (sólo se veían un par de cubos debasura), pues los primeros empleados delministerio no solían aparecer hasta las ocho enpunto, como muy pronto.

—Muy bien —dijo Hermione consultando lahora—. Tendría que llegar dentro de unos cincominutos. Cuando la haya aturdido…

—Ya lo sabemos, Hermione —resopló Ron—.¿Y no teníamos que abrir la puerta antes de queella llegara?

Hermione soltó un chillido.—¡Casi se me olvida! Apartaos un poco…Sacó la varita y apuntó a la puerta contra

incendios que tenían al lado, cerrada con candadoy cubierta de grafitos. Se abrió con estrépito,dejando a la vista un oscuro pasillo que conducía,como ya sabían gracias a sus meticulosasexploraciones, a un teatro en desuso. Hermione laentornó para que pareciera cerrada e indicó:

—Y ahora nos ponemos otra vez la capainvisible y…

—… y esperamos —concluyó Ron y le echó lacapa por encima como quien cubre un periquitocon un trapo, y miró a Harry poniendo los ojos enblanco.

Un par de minutos después se oyó un débil

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«¡paf!», y una bruja menuda del ministerio, decabello canoso y suelto, se apareció a escasosmetros de ellos y parpadeó, deslumbrada, porqueel sol acababa de salir por detrás de una nube.Pero apenas tuvo tiempo de disfrutar de aquellainesperada tibieza, porque el silencioso hechizoaturdidor de Hermione le dio en el pecho y la brujacayó hacia atrás.

—Buen trabajo —la felicitó Ron, saliendo dedetrás del cubo de basura que había junto a lapuerta del teatro, mientras Harry se quitaba la capainvisible.

Juntos, trasladaron a la bruja al oscuro pasilloque conducía a la parte trasera del escenario.Hermione le arrancó varios pelos y los metió en unfrasco de fangosa poción multijugos que sacó delbolsito de cuentas. Entretanto, Ron rebuscaba enel bolso de la bruja.

—Se llama Mafalda Hopkirk —anuncióleyendo una tarjetita que la identificaba comoauxiliar de la Oficina Contra el Uso Indebido de laMagia—. Será mejor que cojas esto, Hermione, yaquí están las fichas.

Le dio unas moneditas doradas, todas con lasiniciales «M.D.M.» grabadas, que había en elbolso de la bruja.

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Hermione se bebió la poción multijugos, quehabía adoptado el bonito color de los heliotropos,y pasados unos segundos se convirtió en el doblede Mafalda Hopkirk. Le quitó las gafas a laverdadera y se las puso, y entonces Harryconsultó su reloj.

—Vamos retrasados. El empleado deMantenimiento Mágico llegará en cualquiermomento.

Se apresuraron a cerrar la puerta tras la quehabían dejado a la Mafalda auténtica. Harry y Ronse taparon con la capa invisible, pero Hermionepermaneció a la vista, esperando. Segundosdespués se oyó otro «¡paf!» y un mago bajito ycon cara de hurón se apareció ante ellos.

—¡Hola, Mafalda!—¡Hola! —lo saludó Hermione con voz

temblorosa—. ¿Qué tal?—No muy bien, la verdad —respondió el

mago, que parecía muy abatido.Hermione y el mago se encaminaron hacia la

calle principal. Harry y Ron los siguieron.—¿Qué te pasa? ¿No te encuentras bien? —

preguntó Hermione, ya más calmada, mientras elmago intentaba exponerle sus problemas; eraesencial que no llegara a la calle—. Toma, un

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caramelo.—¿Cómo? Ah. No, no, gracias…—¡Insisto! —dijo Hermione con agresividad,

agitando la bolsa de pastillas delante de la cara delmago. Un tanto alarmado, el tipo cogió una.

El efecto fue instantáneo. Apenas la pastilla letocó la lengua, empezó a vomitar de tal modo queni siquiera notó que Hermione le arrancababa unospelos de la coronilla.

—¡Madre mía! —exclamó la chica mientras elmago esparcía vómito por todo el callejón—. Quizádeberías tomarte el día libre.

—¡No, no! —Sentía unas tremendas arcadaspero seguía su camino, aunque haciendo eses—.Tengo que… precisamente hoy… tengo que…

—¡No digas tonterías! —farfulló Hermione,alarmada—. ¡No puedes ir a trabajar en esteestado! ¡Creo que deberías ir a San Mungo paraque te examinen!

El mago se derrumbó, sin parar de tenerarcadas, pero poniéndose a cuatro patas intentóllegar a la calle principal.

—¡No puedes ir a trabajar así! —chillóHermione.

Por fin, el mago admitió que su acompañantetenía razón. Se agarró de Hermione, que estaba

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muerta de asco, para levantarse del suelo, se dio lavuelta y se esfumó. Lo único que quedó de él fuela bolsa, que Ron le había arrancado de la manoantes de que se desapareciera, y algunas gotas devómito flotando en el aire.

—¡Puajj! —exclamó Hermione recogiéndose latúnica para esquivar los charcos de vómito—.Habría sido mucho más limpio aturdirlo a éltambién.

—Tienes razón —corroboró Ron, y salió dedebajo de la capa invisible con la bolsa del magoen la mano—, pero sigo pensando que sidejáramos un reguero de magos inconscientesllamaríamos más la atención. Oye, a ese tipo legusta mucho su trabajo, ¿no? Pásame los pelos yla poción, Hermione.

En dos minutos, Ron estaba ante ellos, tanmenudo y con la misma cara de hurón que el magoal que había suplantado. Acto seguido, se puso latúnica azul marino que llevaba doblada en la bolsa.

—Qué raro que no la llevara puesta, con lasganas que tenía de ir a trabajar, ¿verdad? En fin, mellamo Reg Cattermole, o al menos eso pone en latarjeta.

—Quédate ahí —le dijo Hermione a Harry, queseguía bajo la capa invisible—. Volveremos

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enseguida con unos pelos para ti.Harry tuvo que esperar diez minutos que se le

hicieron eternos, solo en aquel callejón salpicadode inmundicia, junto a la puerta tras la que habíanescondido a la aturdida Mafalda. Al fin llegaronRon y Hermione.

—No sabemos quién es —dijo Hermione, y ledio a Harry unos cabellos negros y rizados—, perose ha marchado a su casa con una hemorragianasal tremenda. Ten, es bastante alto, necesitarásuna túnica más grande…

Sacó una de las túnicas viejas que Kreacher leshabía lavado, y Harry se retiró un poco paracambiarse y tomar la poción.

Cuando hubo terminado la dolorosatransformación, Harry llevaba barba, medía más deun metro ochenta y, a juzgar por sus musculososbrazos, tenía una complexión atlética. Se guardó lacapa invisible y las gafas bajo la túnica y fue areunirse con sus amigos.

—¡Caray, das miedo! —exclamó Ron; ahora suamigo era bastante más alto que él.

—Coge una de las fichas de Mafalda yvámonos —le dijo Hermione a Harry—; ya casi esla hora.

Salieron del callejón. En la abarrotada acera de

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la calle principal, a unos cincuenta metros, unasrejas negras y puntiagudas flanqueaban dostramos de escalones, uno con el letrero «Damas» yel otro «Caballeros».

—Nos vemos ahora mismo —dijo Hermione,nerviosa, antes de bajar tambaleándose losescalones que conducían al lavabo de señoras.Harry y Ron siguieron a unos individuos deextraño atuendo que también bajaban hacia lo queparecía un lavabo público subterráneo, normal ycorriente, revestido de azulejos blancos y negros.

—¡Buenos días, Reg! —saludó otro mago contúnica azul marino al entrar en una cabina trasinsertar una ficha dorada en la ranura de la puerta—. Menudo latazo, ¿verdad? ¡Obligarnos a ir altrabajo de esta forma! ¿Quién creen que va a venir,Harry Potter? —Y rió de su propio chiste.

Ron soltó una risita forzada y replicó:—Sí, qué tontería, ¿no?Ambos amigos entraron en cabinas contiguas.Harry oyó cómo los magos tiraban de la

cadena en otras cabinas. Se agachó y miró por elresquicio del panel que separaba su cubículo delde al lado, justo a tiempo de ver un par de botassubiéndose al retrete. Luego miró por el resquiciode la izquierda y vio a Ron, que también se había

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agachado y lo miraba a él.—¿Tenemos que meternos en el retrete y tirar

de la cadena? —susurró incrédulo.—Por lo visto, sí —respondió Harry con una

voz grave y áspera que no reconoció.Ambos se incorporaron y Harry se subió al

retrete; se sentía increíblemente imbécil.Sin embargo, supo al instante que había hecho

lo correcto, pues aunque tuvo la sensación demeterse de lleno en el agua, los zapatos, los pies yel bajo de su túnica permanecieron completamentesecos. Tiró de la cadena y un momento despuésdescendía por una corta rampa hasta aterrizar enuna de las chimeneas del Ministerio de Magia.

Se levantó con dificultad, nada acostumbradoa manejar un cuerpo tan grande. El inmenso Atrioparecía más oscuro de como lo recordaba; antes,una fuente dorada ocupaba el centro del vestíbuloy arrojaba temblorosos puntos de luz al pulidoparquet y las paredes. Ahora, en cambio, unagigantesca composición en piedra negra dominabala escena; se trataba de una enorme ysobrecogedora escultura de una bruja y un magoque, sentados en sendos tronos labrados yornamentados, observaban a los empleados delministerio que salían por las chimeneas; en el

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pedestal se leían unas palabras grabadas conletras de un palmo de alto: «LA MAGIA ESPODER.»

Harry recibió un repentino golpe en la parteposterior de las piernas: otro mago acababa decaer por la chimenea detrás de él.

—¡Aparta, hombre! ¿No ves que…? ¡Oh, losiento, Runcorn!

El mago, un tipo calvo con cara de asustado,se escabulló rápidamente. Al parecer, el hombre alque Harry suplantaba, el tal Runcorn, era unpersonaje que imponía.

—¡Pst! —siseó una voz.Harry volvió la cabeza y vio a una bruja bajita

y menuda y al mago con cara de hurón deMantenimiento Mágico haciéndole señas desde elotro lado de la estatua. Enseguida fue a reunirsecon ellos.

—¿Has llegado bien? —le preguntó Hermione.—No, todavía está atrapado en el cagadero —

se mofó Ron.—¡Muy gracioso! Es horrible, ¿verdad? —le

dijo a Harry, que estaba contemplando la estatua—. ¿Has visto dónde están sentados?

Harry miró con más atención y vio que lo quehabía tomado por tronos labrados con motivos

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decorativos eran en realidad montañas de sereshumanos esculpidos: cientos y cientos de cuerposdesnudos —hombres, mujeres y niños—, derostros patéticos, retorcidos y apretujados parasoportar el peso de aquella pareja de magosataviados con elegantes túnicas.

—Muggles… —susurró Hermione— en el sitioque les corresponde. ¡Vamos, no perdamos mástiempo!

Mirando alrededor con disimulo, se unieron altorrente de magos y brujas que avanzaban hacialas puertas doradas que había al fondo delvestíbulo, pero no vieron ni rastro de lacaracterística silueta de Dolores Umbridge.Cruzaron las puertas y entraron en un vestíbulomás pequeño, donde se estaban formando colasenfrente de veinte rejas doradas correspondientesa veinte ascensores. Nada más ponerse en la colamás cercana, una voz exclamó:

—¡Cattermole!Los chicos se volvieron y a Harry le dio un

vuelco el corazón. Uno de los mortífagos quehabía presenciado la muerte de Dumbledore sedirigía hacia ellos. Los empleados que estaban asu lado guardaron silencio y bajaron la vista.Harry sintió cómo el miedo los atenazaba. El tosco

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y ceñudo rostro de aquel individuo no acababa deencajar con su amplia y magnífica túnica, bordadacon abundante hilo de oro. Entre la multitud queesperaba ante los ascensores, algunos gritaroncon tono adulador: «¡Buenos días, Yaxley!», peroYaxley los pasó por alto.

—Pedí que alguien de Mantenimiento Mágicofuera a ver qué ocurre en mi despacho, Cattermole.Pero sigue lloviendo.

Ron miró alrededor como si esperara quealguien interviniese, pero nadie dijo nada.

—¿Lloviendo? ¿En su despacho? Vaya, quécontrariedad, ¿no?

Ron soltó una risita nerviosa y Yaxley enarcólas cejas.

—¿Lo encuentras gracioso, Cattermole?Un par de brujas se apartaron de la cola y se

marcharon a toda prisa.—No —contestó Ron—. No, por supuesto

que no…—Por cierto, ¿sabes adónde voy? Abajo, a

interrogar a tu esposa, Cattermole. De hecho, mesorprende que no estés allí acompañándola yconfortándola mientras espera. Supongo que tehas desentendido de ella, ¿verdad? Bueno, es lomás sensato. La próxima vez asegúrate de casarte

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con una sangre limpia.Hermione soltó un gritito de horror y Yaxley la

miró. La chica tosió un poco y se dio la vuelta.—Yo… yo… —tartamudeó Ron.—Si a mi esposa la acusaran de ser una sangre

sucia (aunque yo jamás me casaría con una mujerque pudiera ser tomada por semejante escoria) y eljefe del Departamento de Seguridad Mágicanecesitara que le arreglaran algo, daría prioridad aese trabajo, Cattermole. ¿Lo captas?

—Sí, claro, claro —murmuró Ron.—Pues entonces ocúpate de mi despacho,

Cattermole, y si dentro de una hora no estácompletamente seco, el Estatus de Sangre de tuesposa estará aún más en entredicho de lo que yaestá.

La reja dorada que tenían delante se abrió conun traqueteo. Yaxley saludó con una inclinación dela cabeza y una sonrisa a Harry, convencido deque éste aprobaría cómo había tratado aCattermole, y se dirigió a otro ascensor. Los tresamigos entraron en el suyo, pero no los siguiónadie: era como si tuvieran una enfermedadcontagiosa. La reja se cerró con estrépito y elascensor comenzó su ascensión.

—¿Qué hago? —preguntó Ron a sus amigos;

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parecía muy acongojado—. Si no voy, mi esposa…es decir, la esposa de Cattermole…

—Te acompañaremos, tenemos que seguirjuntos… —musitó Harry, pero Ron movió lacabeza enérgicamente.

—Eso es una locura, no tenemos muchotiempo. Id vosotros en busca de Umbridge y yo iréa arreglar el despacho de Yaxley… Pero ¿qué hagopara que deje de llover?

—Prueba con un Finite Incantatem —sugirióHermione—. Si es un maleficio o una maldición,eso detendrá la lluvia; si no, es que ha pasadoalgo con un encantamiento atmosférico, y eso esmás difícil de arreglar. Como medida provisional,haz un encantamiento impermeabilizante paraproteger sus cosas…

—Repítelo todo más despacio —pidió Ronmientras buscaba ansiosamente una pluma en susbolsillos, pero en ese momento el ascensor sedetuvo con una sacudida.

Una incorpórea voz de mujer anunció: «Cuartaplanta, Departamento de Regulación y Control delas Criaturas Mágicas, que incluye las Divisionesde Bestias, Seres y Espíritus, la Oficina deCoordinación de los Duendes y la AgenciaConsultiva de Plagas.» La reja volvió a abrirse

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para dejar entrar a un par de magos y algunosaviones de papel violeta que revolotearonalrededor del foco del techo.

—Buenos días, Albert —dijo un hombre depoblado bigote sonriendo a Harry.

Cuando el ascensor dio un chirrido y siguióascendiendo, el mago echó un vistazo a Ron yHermione; la chica, angustiada, estabasusurrándole instrucciones a Ron. El mago seinclinó hacia Harry esbozando una sonrisasocarrona y musitó:

—Dirk Cresswell, ¿eh? ¿De Coordinación delos Duendes? Bien hecho, Albert. ¡Estoy segurode que ahora conseguiré su puesto! —Le guiñóun ojo.

Harry le devolvió la sonrisa, con la esperanzade que bastara con eso. El ascensor se detuvo ylas puertas volvieron a abrirse.

«Segunda planta, Departamento de SeguridadMágica, que incluye la Oficina Contra el UsoIndebido de la Magia, el Cuartel General deAurores y los Servicios Administrativos delWizengamot», dijo la voz de mujer.

Harry vio que Hermione le daba unempujoncito a Ron y que éste salía del ascensordando traspiés, seguido de los otros magos,

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dejando solos a sus amigos. En cuanto la rejadorada se hubo cerrado, Hermione dijo conagitación:

—Mira, Harry, será mejor que vaya con él,porque me parece que no sabe lo que hace, y si lodescubren todo nuestro plan…

«Primera planta, Ministro de Magia y PersonalAdjunto.»

La reja dorada volvió a abrirse y Hermionesofocó un grito. Ante ellos había cuatro personas,dos de ellas enfrascadas en una conversación: unmago de pelo largo con una elegante túnica negray dorada, y una bruja rechoncha, de cara de sapo,que lucía un lazo de terciopelo en la corta melena yapoyaba contra el pecho un montón de hojas depergamino prendidas con un sujetapapeles.

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—¡A

CAPÍTULO 13

La Comisión deRegistro de Hijos de

Muggles

H, hola, Mafalda! —saludóUmbridge—. Te ha enviado Travers,

¿verdad?

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—¡S… sí! —chilló Hermione.—Bien, creo que servirás. —Y se dirigió al

mago de la túnica negra y dorada—: Ya tenemosun problema solucionado, señor ministro. SiMafalda se encarga de llevar el registro, podemosempezar. —Consultó sus anotaciones y añadió—:Para hoy están previstas diez personas, y una deellas es la esposa de un empleado de la casa.¡Vaya, vaya! ¡También aquí, en el mismísimoministerio! —Subió al ascensor y se situó cerca deHermione; asimismo, subieron los dos magos quehabían estado escuchando la conversación de labruja con el ministro—. Vamos directamente abajo,Mafalda; en la sala del tribunal encontrarás todo loque necesitas. Buenos días, Albert. ¿No bajas?

—Sí, claro —dijo Harry con la grave voz deRuncorn.

El chico salió del ascensor y las rejas doradasse cerraron detrás de él con un traqueteo. Alvolver la cabeza, percibió la cara de congoja deHermione que, flanqueada por los dos magos deelevada estatura y con el lazo de terciopelo deUmbridge a la altura del hombro, descendía hastaperderse de vista.

—¿Qué lo trae por aquí arriba, Runcorn? —preguntó el nuevo ministro de Magia.

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El individuo, de negra melena y barba —ambassalpicadas de mechones plateados— y unaprotuberante frente que daba sombra a unos ojosque chispeaban, le recordó a Harry la imagen deun cangrejo asomándose por debajo de una roca.

—Tengo que hablar con… —vaciló unamilésima de segundo— Arthur Weasley. Me handicho que está en la primera planta.

—Hum —repuso Pius Thicknesse—. ¿Acasolo han sorprendido relacionándose con algúnindeseable?

—No, qué va —respondió Harry con la bocaseca—. No… no se trata de eso.

—¡Ya! Pero sólo es cuestión de tiempo. En miopinión, los traidores a la sangre son tandespreciables como los sangre sucia. Buenos días,Runcorn.

—Buenos días, señor ministro.Harry se quedó observando cómo Thicknesse

se alejaba por el pasillo cubierto con una tupidaalfombra. En cuanto el ministro se hubo perdido devista, el muchacho sacó la capa invisible de lagruesa capa negra que llevaba puesta, se la echópor encima y recorrió el pasillo en direcciónopuesta. Runcorn era tan alto que Harry tuvo queencorvarse para que no se le vieran los pies.

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Notando una incómoda presión en elestómago, consecuencia del miedo, pasó pordelante de sucesivas puertas de reluciente madera(en todas constaba el nombre de su ocupante y latarea que desempeñaba), y poco a poco se lefueron revelando el poder, la complejidad y laimpenetrabilidad del ministerio, a tal punto que elplan, que con tanto esmero había tramado con Rony Hermione a lo largo de cuatro semanas, lepareció ridículo e infantil. Habían concentrado susesfuerzos en organizar la entrada en el edificio sinque los detectaran, pero no consideraron quéharían si se veían obligados a separarse. Y degolpe y porrazo se encontraban con que Hermioneestaba atrapada en un juicio que sin duda seprolongaría varias horas, Ron intentaba hacer unamagia que Harry sabía que no dominaba (y por sifuera poco, seguramente la libertad de una mujerdependía del resultado), y él mismo andabamerodeando por la planta superior del ministerio,aunque sabía que su presa acababa de bajar en elascensor.

Se detuvo, se apoyó contra una pared eintentó recapitular. El silencio lo agobiaba, pues nose percibía el menor bullicio: no se oían voces nipasos, y los pasillos, cubiertos con alfombras

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moradas, estaban tan silenciosos como si a aquellazona le hubieran hecho el encantamiento muffliato.

«El despacho de Umbridge debe de estar aquíarriba», pensó Harry.

No parecía probable que la bruja guardara susjoyas en el despacho, pero, por otra parte, seríauna estupidez no registrarlo para asegurarse deello. Por tanto, Harry echó a andar de nuevo por elpasillo; sólo se cruzó con un mago ceñudo que lemurmuraba instrucciones a una pluma que,flotando delante de él, garabateaba en un rollo depergamino.

El muchacho dobló una esquina y se fijó en losnombres inscritos en las puertas. Hacia la mitaddel pasillo que acababa de enfilar, desembocó enuna amplia zona donde una docena de brujas ymagos, sentados en hileras, ocupaban pequeñospupitres similares a los utilizados en las escuelas,aunque más lustrosos y sin grafitos. Se detuvo aobservarlos, cautivado por lo que veía: los docepersonajes agitaban y sacudían las varitasmágicas a la vez, y unas cuartillas de papel rosavolaban en todas direcciones como pequeñascometas. Pasados unos segundos, comprendióque los movimientos mantenían un ritmo, puestoque los papeles describían la misma trayectoria; y

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poco después se dio cuenta de que aquellosempleados estaban componiendo panfletos: lascuartillas eran páginas que, una vez unidas,dobladas y colocadas en su sitio mediante magia,formaban pulcros montoncitos al lado de cadamago y cada bruja.

Se acercó con sigilo, aunque todos estaban tanconcentrados en su trabajo que dudó querepararan en el sonido de sus pasos sobre laalfombra, y cogió un panfleto ya acabado delmontón que tenía a su lado una joven bruja.Oculto por la capa invisible, lo examinó. Laportada, de color rosa, tenía un título en letrasdoradas:

LOS SANGRE SUCIAy los peligros que representan para la

pacífica comunidad de los sangre limpia.

Bajo ese título habían dibujado una rosa roja,con una cara sonriente en medio de los pétalos, yun hierbajo verde provisto de colmillos y miradaagresiva que la estrangulaba. En el panfleto nofiguraba el nombre del autor, pero, mientras loexaminaba, Harry volvió a notar un cosquilleo enlas cicatrices del dorso de la mano derecha.

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Entonces la joven bruja, sin dejar de agitar y hacergirar su varita mágica, confirmó sus sospechas alcomentar:

—¿Alguien sabe si esa arpía piensa pasarsetodo el día interrogando a esos sangre sucia?

—Ten cuidado —le advirtió el mago sentadojunto a ella, mirando alrededor con nerviosismo;una de las hojas que manejaba se le escapó de lasmanos y cayó al suelo.

—¿Por qué? ¿Ahora también tiene oídosmágicos, además del ojo?

Y diciendo esto, la bruja miró hacia la relucientepuerta de caoba que había frente a la zonaocupada por los encargados de los panfletos.Harry dirigió la vista también hacia ahí, y la rabiase irguió en su interior como una serpiente. En elsitio donde, de haberse tratado de una puerta demuggles, habría habido una mirilla, destacaba ungran ojo redondo —de iris azul intenso—incrustado en la madera; un ojo que le habríaresultado asombrosamente familiar a cualquieraque hubiera conocido a Alastor Moody.

Durante una fracción de segundo, Harry olvidódónde estaba, qué hacía allí y hasta que erainvisible, y fue derecho a examinar aquel ojo que,inmóvil, miraba sin ver hacia arriba. La placa de la

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puerta rezaba:

Dolores UmbridgeSubsecretaria del ministro

Debajo de esa placa, otra un poco másreluciente ponía:

Jefa de la Comisión de Registro de Hijos deMuggles

Harry volvió a echar una ojeada a losempleados, y se dijo que, pese a lo concentradosque estaban en su trabajo, no podía confiar en queno notaran nada si la puerta del despacho vacíoque tenían delante se abría por sí sola. Así pues,extrajo de un bolsillo un extraño objeto (provistode piernecitas que se agitaban y un cuerpo enforma de perilla de goma), se agachó —ocultotodavía por la capa invisible— y colocó eldetonador trampa en el suelo.

El artilugio echó a corretear de inmediato entrelas piernas de las brujas y los magos, y Harryesperó con una mano sobre la manija de la puerta;al momento, se produjo una fuerte explosión y deun rincón comenzó a salir una gran cantidad de

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humo negro y acre. La joven bruja de la primera filasoltó un chillido, volaron páginas rosa por todaspartes y todos se pusieron en pie de un brinco,mirando alrededor para averiguar qué habíaprovocado semejante conmoción. Harry accionó lamanija, entró en el despacho de Umbridge y cerróla puerta tras él.

Tuvo la sensación de haber retrocedido en eltiempo, porque la habitación era idéntica aldespacho que la bruja tenía en Hogwarts: habíatapetes de encaje, pañitos de adorno y floressecas en todos los muebles; unos gatitos,engalanados con lazos de diferentes colores,retozaban y jugueteaban con repugnanteempalagamiento en los platos decorativos quecolgaban en las paredes, y una tela floreada y convolantes cubría el escritorio. El ojo de Ojolocoestaba conectado a un aparato telescópico quepermitía a Umbridge espiar a los empleados quetrabajaban fuera. Harry miró por él y vio queestaban todos de pie alrededor del detonadortrampa; entonces, arrancó el telescopio de lapuerta dejando un agujero, retiró el globo ocularmágico y se lo metió en el bolsillo. Después volvióa contemplar el interior de la habitación, levantó suvarita y murmuró: «¡Accio guardapelo!»

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No ocurrió nada, pero Harry tampoco habíaabrigado demasiadas esperanzas; sin duda,Umbridge sabía mucho de encantamientos yhechizos protectores. A continuación se dedicó arevisar a toda prisa el escritorio y abrió loscajones. Encontró plumas, libretas y celo mágico;algunos clips embrujados que trataron de huirserpenteando del cajón y tuvo que devolverlos asu sitio; una cajita forrada de encaje, muyrecargada, llena de lazos y pasadores para elcabello… pero ni rastro del guardapelo.

Detrás del escritorio había un archivador, y elchico se puso a registrarlo. Estaba lleno decarpetas, todas marcadas con una etiqueta en laque figuraba un nombre, igual que losarchivadores que tenía Filch en Hogwarts. Cuandollegó al cajón inferior, descubrió algo que lodistrajo de su búsqueda: una carpeta con elnombre del señor Weasley. La abrió y leyó:

ARTHUR WEASLEY

Estatus de Sangre: Sangre limpia,

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pero coninaceptablestendenciaspro-muggles.Miembro de laOrden delFénix.

Familia: Esposa(sangrelimpia), sietehijos (los dosmenores,alumnos deHogwarts).N.B.: El menorde sus hijos

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varones estáactualmenteen su casa,gravementeenfermo. Losinspectores delministerio lohancomprobado.

Estatus de Seguridad: VIGILADOcontrolantodos susmovimientos.Hay muchasprobabilidadesde que el

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de que elIndeseable n.º1 establezcacontacto conél (ha pasadotemporadascon la familiaWeasley enotrasocasiones).

—El Indeseable número uno… —murmuróHarry mientras dejaba la carpeta en su sitio ycerraba el cajón. Creía saber de quién se trataba, y,en efecto, cuando se enderezó y echó un vistazo aldespacho por si se le ocurría otro sitio en quepudiera estar guardado el guardapelo, vio unagran fotografía suya en la pared, con unainscripción estampada en el pecho:«INDESEABLE N.º 1.» Adherida al póster, había

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una pequeña nota rosa, en una de cuyas esquinashabían dibujado un gatito. Harry se acercó paraleerla y vio que Umbridge había escrito en ella:«Pendiente de castigo.»

Más furioso que nunca, metió la mano en losjarrones y cestitos de flores secas, pero no lesorprendió comprobar que el guardapelo tampocoestaba allí. Paseó la mirada por el despacho porúltima vez y, de repente, le dio un vuelco elcorazón: Dumbledore lo miraba fijamente desde unpequeño espejo rectangular apoyado en unaestantería, al lado del escritorio.

Cruzó la habitación a la carrera y agarró elespejito, pero nada más tocarlo comprendió queno era tal, sino que Dumbledore sonreía con airenostálgico desde la tapa de papel satinado de unlibro. Al principio, Harry no reparó en lasafiligranadas palabras impresas en verde sobre elsombrero del profesor: Vida y mentiras de AlbusDumbledore, ni en las restantes palabras, algo máspequeñas, que se leían sobre su pecho: «RitaSkeeter, autora del superventas Armando Dippet:¿genio o tarado?»

Abrió el libro al azar y fue a dar con unafotografía a toda plana de dos adolescentes quereían con desenfreno, abrazados por los hombros.

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Dumbledore, que llevaba el pelo largo hasta loscodos, se había dejado una barbita rala querecordaba la perilla de Krum, que tanto irritaba aRon. El chico que reía a silenciosas carcajadas a sulado tenía un aire alegre y desenfadado, y susrubios rizos le llegaban por los hombros. Harry sepreguntó si sería Doge de joven, pero antes deque pudiera leer el pie de foto, se abrió la puertadel despacho.

Si Thicknesse no hubiera estado mirando haciaatrás al entrar, a Harry no le habría dado tiempo deponerse la capa invisible. Temió que el ministrohubiera detectado algún movimiento, ya que sequedó inmóvil unos instantes, observando el sitiodonde Harry acababa de esfumarse. Thicknessedebió de concluir que lo único que había visto eraa Dumbledore rascándose la nariz en la portada dellibro que el chico había dejado precipitadamenteen el estante, y al fin se aproximó al escritorio yapuntó con su varita a la pluma colocada en eltintero. La pluma saltó y se puso a escribir unanota para Umbridge. Muy despacio, sin atreversecasi a respirar, Harry salió del despacho y regresóa la zona donde estaban los empleados.

Los magos y las brujas de aquella secciónseguían formando un corro alrededor de los restos

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del detonador trampa, que todavía pitabadébilmente y desprendía humo. Harry echó acorrer por el pasillo mientras la bruja joven decía:

—Seguro que se ha escapado deEncantamientos Experimentales. ¡Son tandescuidados! ¿Os acordáis de aquel patovenenoso?

Mientras corría hacia los ascensores, Harryrepasó sus opciones. Nunca había habido muchasprobabilidades de que el guardapelo estuviera enel ministerio, y no podían sonsacarle su paraderomediante magia a Umbridge mientras éstaestuviera en la abarrotada sala del tribunal, demodo que su objetivo prioritario era salir delministerio antes de que los descubrieran, eintentarlo de nuevo otro día. Por consiguiente, loprimero que debía hacer era encontrar a Ron, yluego ya pensarían la manera de sacar a Hermionede aquella sala.

El ascensor estaba vacío cuando Harry llegó,de modo que se quitó la capa invisible mientrasbajaba. Sintió un gran alivio cuando la cabina sedetuvo con un traqueteo en la segunda planta ysubió Ron, empapado y con el rostro desencajado.

—Bu… buenos días —le dijo a Harrytartamudeando cuando se pusieron de nuevo en

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marcha.—¡Ron, soy yo! ¡Harry!—¡Harry! Vaya, ya no me acordaba de tu

aspecto. ¿Dónde está Hermione?—Ha tenido que bajar a la sala del tribunal con

Umbridge. No ha podido negarse, y…Pero, antes de que terminara la frase, el

ascensor volvió a pararse y, tras abrirse laspuertas, subió el señor Weasley acompañado poruna anciana bruja rubia, de cabello tan cardadoque parecía un hormiguero.

—… Entiendo tu punto de vista, Wakanda,pero me temo que no puedo prestarme a… —Elseñor Weasley se interrumpió al ver a Harry, aquien le resultó muy extraño que el padre de sumejor amigo lo mirara con tanto desprecio. Elascensor reanudó el descenso—. ¡Ah, hola, Reg!—saludó Weasley volviéndose al oír el goteo de latúnica de Ron—. ¿No era hoy cuandointerrogaban a tu esposa? Oye, ¿qué te hapasado? ¿Por qué vas tan mojado?

—Verás, en el despacho de Yaxley llueve —contestó Ron mirando fijamente el hombro de supadre; Harry estaba seguro de que su amigo temíaque lo reconociera si se miraban a los ojos—. Nohe podido arreglarlo, así que me han enviado a

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buscar a Bernie… Pillsworth, creo que se llama.—Sí, es cierto, últimamente llueve en muchos

despachos —repuso el señor Weasley—. ¿Lo hasintentado con un meteoloembrujo recanto? ABletchley le funcionó.

—¿Meteoloembrujo recanto? —susurró Ron—. No, eso no lo he probado. Gracias, pa…gracias, Arthur.

Cuando las puertas se abrieron de nuevo paraque la anciana bruja con el cabello en forma dehormiguero bajara, Ron salió corriendo y se perdióde vista. Harry hizo ademán de seguirlo, peroPercy Weasley le cerró el paso al entrar a grandeszancadas, con la nariz pegada a unos documentosque iba leyendo.

Hasta que las puertas se cerraron conestrépito, Percy no se percató de que seencontraba en un ascensor con su padre. Cuandolo hizo, se sonrojó y se escabulló de allí en lasiguiente planta en que se detuvieron. Harryintentó salir por segunda vez, pero entonces se loimpidió el señor Weasley, que le interceptó el pasoextendiendo un brazo.

—Un momento, Runcorn. —Mientras volvíana descender, el padre de Ron le espetó—: Me handicho que has pasado información sobre Dirk

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Cresswell.Harry tuvo la impresión de que su enojo tenía

algo que ver con su reciente encontronazo conPercy, y decidió que lo más prudente sería hacerseel sueco.

—¿Cómo dices?—No finjas, Runcorn —soltó Arthur Weasley

con aspereza—. Has desenmascarado al mago quefalsificó su árbol genealógico, ¿no?

—Yo… ¿Y qué si lo hice?—Pues que Dirk Cresswell es diez veces más

mago que tú —replicó Weasley sin alzar la vozmientras el ascensor seguía bajando—. Y sisobrevive a Azkaban, tendrás que rendir cuentasante él, por no mencionar a su esposa, sus hijos ysus amigos…

—Arthur —lo interrumpió Harry—, ¿ya sabesque te están vigilando?

—¿Es una amenaza, Runcorn?—¡No, es un hecho! Controlan todos tus

movimientos.Una vez más se abrieron las puertas: habían

llegado al Atrio. Weasley le lanzó una mirada feroza Harry y se marchó, pero el chico se quedó allíinmóvil, conmocionado; le habría gustado estarsuplantando a otro que no fuera Runcorn. Las

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puertas se cerraron con estrépito.Harry cogió la capa invisible y volvió a

ponérsela; intentaría sacar a Hermione de la saladel tribunal mientras Ron se ocupaba de la lluviadel despacho de Yaxley. Cuando el ascensor separó de nuevo, salió a un pasillo de suelo depiedra iluminado con antorchas, muy diferente delos corredores de los pisos superiores, revestidoscon paneles de madera y alfombrados. Cuando elascensor se marchó traqueteando, Harry seestremeció un poco y miró hacia la lejana puertanegra por la que se accedía al Departamento deMisterios.

Así que se puso en marcha, aunque su destinono era esa puerta, sino la que, si no recordaba mal,estaba a la izquierda y conducía a la escalera por laque se llegaba a las salas del tribunal. Mientrasbajaba los peldaños con sigilo, fue evaluando susdiversas posibilidades: todavía tenía un par dedetonadores trampa, pero quizá sería mejor llamarsencillamente a la puerta de la sala, entrarhaciéndose pasar por Runcorn y preguntar sipodía hablar un momento con Mafalda. Porsupuesto, ignoraba si Runcorn era lo bastanteimportante para permitirse esas confianzas conUmbridge, y, aunque consiguiera salir airoso de

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esa situación, el hecho de que Hermione noregresara al interrogatorio podía disparar lasalarmas antes de que ellos hubieran conseguidoabandonar el ministerio.

Absorto en esos pensamientos, tardó un pocoen percatarse del intenso frío que empezaba aenvolverlo, como si estuviera adentrándose en laniebla. A cada paso que daba hacía más frío, unfrío que se le metía por la garganta y le lastimabalos pulmones. Y entonces sintió que una gradualsensación de desilusión y desesperanza sepropagaba por su interior…

«Dementores», pensó.Cuando llegó al pie de la escalera y torció a la

derecha, apareció ante él una escena espeluznante:el oscuro pasillo de las salas del tribunal estabaatestado de seres de elevada estatura, vestidos denegro y encapuchados, con los rostros ocultospor completo; su irregular respiración era lo únicoque se oía. Por su parte, los aterrados hijos demuggles a los que iban a interrogar estabansentados, apiñados y temblando, en unos bancosde madera; la mayoría de ellos —unos solos yotros acompañados por la familia— se tapaba lacara con las manos, quizá en un instintivo intentode protegerse de las ávidas bocas de los

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dementores. Mientras éstos se deslizaban una yotra vez ante ellos, el frío, la desilusión y ladesesperanza reinantes se cernieron sobre Harrycomo una maldición.

«Combátela», se dijo, aunque sabía que nopodía hacer aparecer un patronus allí mismo sindelatarse al momento. Siguió adelante, pues, tansilenciosamente como pudo. A cada paso quedaba, un extraño embotamiento se iba apoderandode su mente, pero se esforzó en pensar queHermione y Ron lo necesitaban.

Caminar entre aquellos seres era aterrador: lascaras sin ojos, ocultas bajo las capuchas, segiraban al pasar junto a ellos, y el chico tuvo lacerteza de que los dementores lo detectaban, o talvez percibían una presencia humana que todavíaconservaba algo de esperanza, algo de entereza.

De repente, en medio de aquel silenciosepulcral, se abrió de par en par la puerta de unade las mazmorras que había a la izquierda delpasillo y que se utilizaban como salas de tribunal,y se oyeron unos gritos:

—¡No, no! ¡Yo soy un sangre mestiza, soy unsangre mestiza, de verdad! ¡Mi padre era mago, selo aseguro, compruébenlo! ¡Se llamaba ArkieAlderton, célebre diseñador de escobas;

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verifíquenlo, les aseguro que no miento! ¡Dígalesque me quiten las manos de encima! ¡Que mequiten las manos…!

—Se lo advierto por última vez —dijo la melosavoz de Umbridge, amplificada mediante magia paraque se oyera con claridad a pesar de losdesgarradores gritos del acusado—. Si oponeresistencia, tendrá que someterse al beso de losdementores.

El hombre dejó de gritar, pero unos sollozoscontenidos resonaron por el pasillo.

—Llévenselo —ordenó Umbridge.Dos dementores salieron por la puerta de la

sala del tribunal; sujetaban por los brazos a unmago, a punto de desmayarse, hincándole lasmanos podridas y costrosas. Lo condujeron por elpasillo, deslizándose por él, y se perdieron de vistaenvueltos en la oscuridad que dejaban a su paso.

—¡El siguiente! ¡Mary Cattermole! —anuncióUmbridge.

Temblando de pies a cabeza, se levantó unamujer menuda, pálida como la cera, de cabellocastaño oscuro recogido en un moño y ataviadacon una sencilla túnica larga. Harry advirtió que ladesdichada se estremecía al pasar por delante delos dementores.

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Y actuó instintivamente, sin haberlo planeado,porque no soportaba ver entrar a aquella mujersola en la mazmorra, de modo que cuando la puertaempezó a girar sobre sus goznes, se coló en la saladel tribunal detrás de ella.

No se trataba, sin embargo, de la misma sala enque una vez lo habían interrogado por usoindebido de la magia; ésta era mucho máspequeña, aunque de techo muy alto, y producíauna desagradable claustrofobia, pues se tenía laimpresión de estar atrapado en el fondo de unprofundo pozo.

Dentro había más dementores expandiendo sugélida aura por la estancia; se alzaban comocentinelas sin rostro en los rincones más alejadosde una tarima bastante elevada. En ésta, tras unabarandilla, se hallaba Umbridge, sentada entreYaxley y Hermione, casi tan pálida como la señoraCattermole. Al pie de la tarima, un gato de pelajelargo y plateado se paseaba arriba y abajo; Harrysupuso que estaba allí para proteger a losinterrogadores de la desesperanza que emanabanlos dementores; eran los acusados, no losacusadores, quienes tenían que sentir esasensación.

—Siéntese —ordenó Umbridge con su meliflua

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y sedosa voz.La señora Cattermole fue tambaleándose hasta

el único asiento que había en medio de la sala,bajo la tarima. En cuanto se hubo sentado, unascadenas surgieron de los brazos de la silla y lasujetaron a ella.

—¿Es usted Mary Elizabeth Cattermole? —preguntó Umbridge.

La mujer dio una débil cabezada.—¿Está usted casada con Reginald Cattermole,

del Departamento de Mantenimiento Mágico?La mujer rompió a llorar y exclamó:—¡No sé dónde está mi esposo, teníamos que

encontrarnos aquí!Umbridge hizo caso omiso y continuó

preguntando:—¿Es usted la madre de Maisie, Ellie y Alfred

Cattermole?Los sollozos de la mujer eran cada vez más

angustiados.—Están asustados, temen que no vuelva a

casa…—Ahórrese esos detalles —le espetó Yaxley

—. Los críos de los sangre sucia no nos inspiransimpatía.

Los lamentos de la pobre mujer enmascararon

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los pasos de Harry, que avanzó con cautela hacialos escalones de la tarima. Nada más dejar atrás lalínea por la que patrullaba el patronus con formade gato, apreció el cambio de temperatura: allí seestaba cómodo y caliente. Seguro que el patronusera de Umbridge y resplandecía tanto porque labruja se sentía muy feliz allí, en su elemento,ejerciendo las retorcidas leyes que ella mismahabía ayudado a redactar. Poco a poco y conmucha cautela, Harry avanzó por la tarima, pordetrás de Umbridge, Yaxley y Hermione, y se sentódetrás de su amiga. No quería asustarla y que dieraun respingo. Pensó en hacerles un encantamientomuffliato a los otros dos, pero, aunquepronunciara el conjuro en voz muy baja, alarmaríaa Hermione. Entonces Umbridge se dirigió una vezmás a la señora Cattermole, y el chico aprovechó laoportunidad.

—Estoy aquí —le susurró a Hermione al oído.Como suponía, ésta dio tal respingo que casi

derramó la tinta que tenía que servirle pararegistrar el interrogatorio, pero Umbridge y Yaxley,concentrados en la señora Cattermole, no lonotaron.

—Esta mañana, cuando ha llegado usted alministerio —iba diciendo Umbridge—, le han

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confiscado una varita mágica de veintidóscentímetros, cerezo y núcleo central de pelo deunicornio. ¿Reconoce esa descripción?

Mary Cattermole asintió con la cabeza y seenjugó las lágrimas con la manga.

—¿Sería tan amable de decirnos a qué bruja omago le robó esa varita?

—¿Ro… robar? —balbuceó la mujer entregemidos—. No se la robé a nadie. La co… comprécuando tenía once años. Esa va… varita me eligió.—Y rompió a llorar con más ímpetu que antes.

Umbridge emitió una débil e infantil risita, y aHarry le dieron ganas de abalanzarse sobre ella; acontinuación la arpía se inclinó sobre la barandillapara observar mejor a su víctima, y entonces unobjeto dorado que le colgaba del cuello osciló yquedó suspendido en el aire: el guardapelo.

Al verlo, Hermione soltó un gritito, aunque aUmbridge y Yaxley, que seguían mirando fijamentea su presa, también les pasó inadvertido.

—Me parece que se equivoca, señoraCattermole —dijo Umbridge—. Las varitasmágicas sólo eligen a los magos y las brujas. Yusted no es bruja. Tengo aquí sus respuestas alcuestionario que le enviaron… Pásamelas,Mafalda. —Y tendió una de sus pequeñas manos.

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Su parecido con un sapo era tan marcado queen ese momento a Harry le sorprendió no ver unasmembranas entre sus regordetes dedos. Aunque aHermione le temblaban las manos, se puso arevolver en una montaña de documentos que semantenían en equilibrio en la silla de al lado, yfinalmente sacó un fajo de pergaminos con elnombre de la señora Cattermole.

—Qué… qué bonito, Dolores —observó lachica señalando el colgante que relucía entre losvolantes de la blusa de Umbridge.

—¿Qué dices? —repuso Umbridge conbrusquedad y agachó la cabeza—. ¡Ah, sí! Es unaantigua joya familiar —añadió dando unosgolpecitos al guardapelo que reposaba sobre suvoluminoso pecho—. La «S» es de Selwyn. Es queestoy emparentada con ellos, ¿sabes? De hecho,son pocas las familias de sangre limpia con las queno tengo parentesco… Es una lástima —y fuesubiendo el tono mientras hojeaba el cuestionariode Mary Cattermole— que no pueda decirse lomismo de usted. Profesión de los padres:verduleros.

Yaxley rió burlonamente. Delante de la tarima,el gato de pelaje sedoso y plateado continuabayendo de un lado a otro, y los dementores

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montaban guardia en los rincones.La mentira de Umbridge provocó que la sangre

entrara a chorro en el cerebro de Harry ydestruyera por completo su sentido de laprecaución: era indignante que aquella mujerutilizara el guardapelo que había conseguidosobornando a un ladronzuelo para reforzar supresunta pureza de sangre. El muchacho enarbolóla varita, sin molestarse siquiera en seguirescondido bajo la capa invisible, y exclamó:

—¡Desmaius!Hubo un destello de luz roja, y Umbridge se

encorvó y dio con la frente en el borde de labarandilla. El cuestionario de la señora Cattermoleresbaló de su regazo y cayó al suelo, y el gato seesfumó sin dejar rastro. De inmediato un airegélido los golpeó como una ráfaga de viento;Yaxley, mirando desconcertado, trató de discernirqué había originado aquel trastorno, y entoncesvio la mano de Harry empuñando la varita.También él intentó sacar su varita, pero ya eratarde.

—¡Desmaius!El mago resbaló de la silla y quedó hecho un

ovillo en el suelo.—¡Harry!

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—Mira, Hermione, si creías que iba a quedarmeaquí sentado y dejar que esa mujer se las dierade…

—¡Harry! ¡La señora Cattermole!El muchacho giró en redondo desprendiéndose

de la capa invisible. Los dementores de losrincones se deslizaban hacia la mujer, encadenadaa la silla; ya fuera porque el patronus habíadesaparecido o porque habían advertido que susamos no controlaban la situación, actuaban por sucuenta sin contenerse. Mary Cattermole dio ungrito de terror cuando una mano viscosa ycubierta de postillas la agarró por la barbilla y leechó la cabeza hacia atrás.

—¡Expecto patronum!El ciervo plateado surgió de la varita de Harry

y se abalanzó sobre los dementores, queretrocedieron rápidamente hacia la oscuridad. Elciervo trotaba de una punta a otra de la mazmorray su luz, más poderosa y más cálida que la delgato, iluminó la estancia por completo.

—Coge el Horrocrux —le indicó Harry aHermione.

Luego bajó los escalones presuroso, se guardóla capa invisible en la bolsa y se acercó a la señoraCattermole.

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—¿Usted? —susurró la mujer mirándolo a losojos—. ¡Pero… pero si Reg dijo que fue ustedquien les sugirió que me interrogaran!

—¿Ah, sí? —masculló Harry mientras tiraba delas cadenas que le sujetaban los brazos de la silla—. Bueno, pues he cambiado de opinión.¡Diffindo! —No pasó nada—. Hermione, ¿quéhago para soltar estas cadenas?

—Espera, estoy haciendo algo aquí arriba…—¡Estamos rodeados de dementores,

Hermione!—Ya lo sé, Harry, pero si Umbridge despierta y

ve que le falta el guardapelo… Tengo queduplicarlo. ¡Geminio! Ya está, esto la engañará…—Bajó corriendo los escalones—. A ver…¡Relashio!

Las cadenas tintinearon y se introdujeron enlos brazos de la silla. La señora Cattermole, másasustada que nunca, susurró:

—No lo entiendo.—Vamos a sacarla de aquí —dijo Harry

ayudándola a levantarse—. Vaya a su casa, coja asus hijos y márchese. Si es necesario, salgan delpaís. Disfrácense y huyan. Ya ha visto cómofunciona esto: aquí nunca tendrá un juicio justo.

—Harry —murmuró Hermione—, ¿cómo vamos

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a salir de aquí con todos esos dementores que haydetrás de la puerta?

—Con nuestros patronus —contestóapuntando al suyo con la varita. El ciervo dejó detrotar y, al paso, desprendiendo todavía unintenso resplandor, se dirigió hacia la puerta—.Necesitamos reunir todos los que podamos. Hazaparecer el tuyo, Hermione.

—Expec… ¡Expecto patronum! —invocóHermione, pero no lo logró.

—Es el único hechizo que se le resiste —leexplicó Harry a la señora Cattermole, que no salíade su asombro—. Vaya mala suerte, la verdad.¡Ánimo, Hermione!

—¡Expecto patronum!Una nutria plateada salió de la varita de la

chica y, flotando con elegancia como si nadara enel aire, fue a reunirse con el ciervo.

—¡Vamos, vamos! —urgió Harry, y amboscondujeron a la anonadada mujer hasta la puerta.

Cuando los patronus salieron al pasillo, losque esperaban fuera profirieron gritos de asombro.Harry echó un vistazo: los dementores sedesplazaron de inmediato hacia ambos lados delpasillo, apartándose de las criaturas plateadas yocultándose en la oscuridad.

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—Hemos decidido que se marchen todos a suscasas; reúnan a sus familias y escóndanse conellas —aconsejó Harry a los hijos de muggles queesperaban allí; la luz de los patronus losdeslumbraba y todavía estaban asustados—. Sipueden, váyanse al extranjero, o aléjense cuantopuedan del ministerio. Ésa es la… la nueva políticaoficial. Y ahora, sigan a los patronus y podrán salirdel Atrio.

Consiguieron subir la escalera de piedra sinque los interceptaran, pero cuando se acercaban alos ascensores, a Harry lo acosaron las dudas. Siaparecían en el Atrio con un ciervo plateado y unanutria flotando a su lado, acompañados además deuna veintena de personas (la mitad de ellasacusadas de ser hijos de muggles), atraerían unaatención que no les interesaba. Acababa de llegara esa desagradable conclusión cuando el ascensorse detuvo con un traqueteo frente a ellos.

—¡Reg! —gritó la señora Cattermole, y selanzó a los brazos de Ron—. Runcorn me haliberado, ha atacado a Umbridge y Yaxley y nos haordenado a todos que salgamos del país. Serámejor que le hagamos caso, Reg, en serio. Vamos acasa, cojamos a los niños y… ¿Por qué estás tanmojado?

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—Es agua —musitó Ron soltándose de losbrazos de la mujer—. Harry, ya saben que hayintrusos en el ministerio, y he oído no sé qué deun agujero en la puerta del despacho de Umbridge.Calculo que tenemos cinco minutos si…

El patronus de Hermione se esfumó con un«¡paf!» y ella miró a Harry, horrorizada.

—¡Harry, si nos quedamos atrapados aquí…!—Si nos damos prisa no ocurrirá —replicó. Y

dirigiéndose al grupo de gente que tenían detrás,que lo miraba boquiabierta y en silencio, inquirió—: ¿Quién tiene una varita mágica? —Cerca de lamitad de los presentes levantaron la mano—. Bien.Los que no tengan varita, que vayan con alguienque sí tenga. Debemos darnos prisa, o noscerrarán el paso. ¡Vamos!

Lograron meterse en dos ascensores. Elpatronus de Harry se quedó montando guardiafrente a las rejas doradas y, cuando éstas secerraron, los ascensores iniciaron el ascenso.

—Octava planta, Atrio —dijo la impasible vozfemenina.

Harry comprendió al instante que estaban enapuros, porque el Atrio estaba lleno de gente queiba de una chimenea a otra, sellándolas todas.

—¡Harry! —chilló Hermione—. ¿Qué vamos

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a…?—¡¡Alto!! —bramó el chico, y la potente voz

de Runcorn resonó en toda la estancia; los magosque sellaban las chimeneas se quedaron inmóviles—. Síganme —les susurró a los aterrados hijos demuggles, que avanzaron en grupo conducidos porRon y Hermione.

—¿Qué pasa, Albert? —preguntó el magocalvo que poco antes había salido de la chimeneadetrás de Harry. Parecía nervioso.

—Este grupo tiene que marcharse antes de quecerréis las salidas —ordenó Harry con toda laautoridad de que fue capaz.

Los magos que lo escucharon intercambiaronmiradas.

—Nos han ordenado sellar todas las salidas yno dejar que nadie…

—¿Me estás contradiciendo? —rugió Harry—.¿Acaso quieres que haga examinar tu árbolgenealógico, como hice con el de Dirk Cresswell?

—¡Pe… perdón! —balbuceó el mago calvo almismo tiempo que retrocedía—. No queríamolestarte, Albert, pero creía… creía que iban ainterrogar a ésos y…

—Son sangre limpia —aclaró Harry, y su gravevoz resonó intimidante en el Atrio—. Más sangre

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limpia que muchos de vosotros, me atrevería adecir. ¡En marcha! —ordenó a los hijos demuggles, que se metieron a toda prisa en laschimeneas y fueron desapareciendo por parejas.

Los magos del ministerio no se atrevieron aintervenir; algunos parecían desconcertados, yotros, asustados y arrepentidos. Pero entonces…

—¡Mary!La señora Cattermole giró la cabeza. El Reg

Cattermole auténtico, que había dejado de vomitarpero todavía ofrecía un aspecto pálido y lánguido,salía corriendo de un ascensor.

—¿Reg, eres tú?La mujer miró a su esposo y luego a Ron, que

soltó una palabrota en voz alta.El mago calvo se quedó boquiabierto y miraba

con cara de tonto a un Reg Cattermole y al otroalternativamente.

—¡Eh! ¿Qué está pasando aquí? ¿Qué significaesto?

—¡Cerrad la salida! ¡¡Cerradla!! —gritó Yaxley,que había salido precipitadamente de otroascensor y corría hacia el grupo que se hallabajunto a las chimeneas, por donde ya habíandesaparecido todos los hijos de muggles exceptola señora Cattermole.

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El mago calvo alzó la varita, pero Harry levantóun puño enorme y le propinó una torta que lomandó por los aires. Y a continuación gritó:

—¡Este hombre estaba ayudando a esos hijosde muggles a escapar, Yaxley!

Los colegas del mago calvo montaron un granalboroto, y Ron lo aprovechó para agarrar a laseñora Cattermole, meterla en la única chimeneaque todavía quedaba abierta y desaparecer conella. Desconcertado, Yaxley miraba a Harry y almago que acababa de recibir el puñetazo, mientrasel verdadero Reg Cattermole chillaba:

—¡Mi esposa! ¿Quién es ese que se ha llevadoa mi esposa? ¿Qué está ocurriendo?

Yaxley giró la cabeza, y Harry vio reflejado ensu tosco semblante el atisbo de la verdad.

—¡Larguémonos! —le gritó a Hermione y,cogiéndola de la mano, saltaron juntos dentro dela chimenea justo cuando la maldición de Yaxleypasaba rozando la cabeza del muchacho.

Giraron sobre sí mismos unos segundos y, depronto, salieron disparados de uno de los retretesdel lavabo público por donde habían entrado en elministerio. Harry abrió la puerta del cubículo de unempujón y se dio de narices con Ron, que estabade pie junto a los lavamanos, forcejeando con la

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señora Cattermole.—No entiendo nada, Reg…—¡Suélteme! ¡Yo no soy su esposo! ¡Tiene que

irse a su casa!Entonces oyeron un ruido en el cubículo que

tenían detrás. Al volverse, Harry vio que Yaxleyacababa de llegar.

—¡¡Vámonos!! —gritó el muchacho. Cogió aHermione de la mano otra vez y a Ron del brazo, ylos tres giraron sobre sí mismos.

Los envolvió la oscuridad y notaron como siunas vendas les comprimieran el cuerpo, peropasaba algo raro… Harry tuvo la impresión de queHermione iba a soltarse. Creyó que se asfixiaba,porque no podía respirar ni ver, y lo único sólidoque percibía era el brazo de Ron y los dedos deHermione, que iban resbalando poco a poco de sumano…

Y de pronto vio la puerta del número 12 deGrimmauld Place, con su aldaba en forma deserpiente; pero, antes de que pudiera tomar aire,oyó un grito y vislumbró un destello de luzmorada. Entonces la mano de Hermione se sujetó ala suya con una fuerza inusual y todo volvió aquedar a oscuras.

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H

CAPÍTULO 14

El ladrón

ARRY abrió los ojos y lo deslumbró unresplandor verde y dorado. No tenía ni idea de

qué había ocurrido, pero era evidente que sehallaba tendido sobre algo que semejaba hojas yramitas. Inspiró con dificultad para llenar de airelos pulmones, que notaba aplastados; parpadeó ycomprendió que el intenso brillo era la luz del solfiltrándose a través de un toldo de hojas. Entonces

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algo se movió cerca de su cara y él se puso agatas, dispuesto a enfrentarse con alguna criaturapequeña pero feroz; no obstante, sólo se tratabade un pie de Ron. De inmediato, echó una ojeadaalrededor y comprobó que sus dos amigos y élestaban tumbados en un bosque, al parecer solos.

Lo primero que le vino a la cabeza fue elBosque Prohibido y, aunque sabía lo peligroso yabsurdo que habría sido aparecerse en losterrenos de Hogwarts, le dio un vuelco el corazónal pensar que desde allí, caminando a hurtadillasentre los árboles, podrían llegar a la cabaña deHagrid. Sin embargo, en los pocos instantes quetardó Ron en emitir un débil gruñido y Harry enarrastrarse hasta él, comprendió que no se tratabadel bosque del colegio: los árboles parecían másjóvenes y crecían más separados, y el suelo estabamás limpio.

Hermione también se había puesto a cuatropatas y acercado a la cabeza de Ron. En cuantovio a su amigo, las demás preocupaciones se leborraron, porque el muchacho tenía todo elcostado izquierdo manchado de sangre, y la cara,pálida y grisácea, destacaba sobre la hojarasca delsuelo. Se estaba acabando el efecto de la pociónmultijugos: Ron era mitad Cattermole y mitad él

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mismo, y el cabello se le iba volviendo cada vezmás pelirrojo a medida que el rostro perdía el pococolor que le quedaba.

—¿Qué le ha pasado?—Ha sufrido una despartición —contestó

Hermione mientras examinaba la manga de lacamisa de Ron, la parte más manchada de sangre.

Harry se quedó mirando, horrorizado, cómo suamiga le desgarraba la camisa. Siempre habíapensado en la despartición como algo cómico,pero eso… Se le revolvió el estómago cuando elladejó al descubierto el brazo de Ron y vio que lefaltaba un gran trozo de carne, como si se lohubieran cortado limpiamente con un cuchillo.

—Rápido, Harry. En mi bolso hay una botellitacon una etiqueta que pone «Esencia dedíctamo»… Tráemela.

—¿En tu…? ¡Ah, vale!Fue corriendo al sitio donde Hermione había

aterrizado, cogió el bolsito de cuentas y metió unamano dentro. Al instante desfilaron bajo susdedos unos objetos tras otros: el lomo de cuero devarios libros, mangas de jerséis de lana, taconesde zapatos…

—¡Date prisa!Harry recogió su varita mágica del suelo y

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apuntó a las profundidades del bolso mágico.—¡Accio díctamo!Una botellita marrón salió disparada del bolso;

el chico la atrapó y volvió rápidamente junto aHermione y Ron, que tenía los ojos entornados;entre sus párpados sólo se veían dos estrechasfranjas blancas de globo ocular.

—Se ha desmayado —afirmó Hermione,también muy pálida; ya no tenía el físico deMafalda, aunque todavía le quedaban algunosmechones canosos en el pelo—. Destapa labotella, Harry; a mí me tiemblan las manos.

Harry quitó el tapón de la botellita y Hermionela cogió y vertió tres gotas de poción en lasangrante herida. Salió un humo verdoso y,cuando se hubo disipado, Harry vio que habíadejado de sangrar. Ahora tenía el aspecto de unaherida de varios días, y una fina capa de pielnueva cubría lo que momentos antes era carneviva.

—¡Uau! —exclamó Harry.—Es lo único que me atrevo a hacer —dijo

Hermione con voz trémula—. Hay hechizos que locurarían del todo, pero tengo miedo de intentarlopor si los hago mal y le causo más daño. Ya haperdido mucha sangre.

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—¿Cómo se lo ha hecho? —Harry trataba decomprender qué había ocurrido—. ¿Por quéestamos aquí? Creía que íbamos a GrimmauldPlace.

La chica respiró hondo, al borde de laslágrimas.

—Me parece que ya no podremos volver ahí,Harry.

—Pero ¿por qué…?—Cuando nos desaparecimos, Yaxley me

agarró y no logré soltarme, porque él teníademasiada fuerza; todavía me sujetaba cuandollegamos a Grimmauld Place, y entonces… Bueno,creo que debe de haber visto la puerta, y habrápensado que íbamos a quedarnos allí, porqueaflojó un poco la mano. Yo aproveché esemomento para desasirme y conseguí traeros aquí.

—Pero entonces… ¿dónde está Yaxley? Noquerrás decir que se ha quedado en GrimmauldPlace, ¿verdad? Él no puede entrar en la casa.

Hermione asintió. Las lágrimas que leanegaban los ojos despedían destellos.

—Me parece que sí puede, Harry. Lo heobligado a soltarme con un embrujo derepugnancia, pero ya había traspasado conmigo elperímetro de protección del encantamiento Fidelio.

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Como Dumbledore está muerto, los Guardianes delos Secretos somos nosotros, de modo que le herevelado el secreto, ¿no?

Harry no debía engañarse: Hermione teníarazón, y era un golpe muy duro. Si Yaxley podíaentrar en la casa, no había forma de que ellosregresaran a ella. A lo mejor, en ese mismomomento, el mago estaría llevando a otrosmortífagos a Grimmauld Place mediante Aparición.Por muy siniestra y agobiante que fuera la casa,había sido su único refugio seguro; y ahora queKreacher estaba mucho más contento y semostraba tan amable, incluso se había convertidopara ellos en lo más parecido a un hogar. Con unapunzada de pesar que no tenía nada que ver con elhambre, Harry imaginó al elfo domésticopreparando con ilusión el pastel de carne yriñones que ni sus amigos ni él llegarían a comerjamás.

—Lo siento muchísimo, Harry.—No seas tonta, no ha sido culpa tuya. Si

alguien tiene la culpa, ése soy yo…Se metió una mano en el bolsillo y sacó el ojo

de Ojoloco; Hermione retrocedió, impresionada.—Umbridge lo había incrustado en la puerta de

su despacho para espiar a sus empleados. No fui

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capaz de dejarlo allí, pero así es como se enteraronde que había intrusos.

Antes de que la chica replicara, Ron soltó ungruñido y abrió los ojos. Todavía estaba pálido yel sudor le perlaba la cara.

—¿Cómo te encuentras? —susurró Hermione.—Fatal —respondió Ron con voz ronca, y

compuso una mueca de dolor al notar la herida delbrazo—. ¿Dónde estamos?

—En el bosque donde se celebró la Copa delMundo de quidditch —contestó Hermione—.Necesitábamos un espacio cerrado, protegido, yeste lugar fue…

—… lo primero que se te ocurrió —terminóHarry paseando la mirada por el claro del bosque,aparentemente desierto. Pero no pudo evitarrecordar qué había sucedido la última vez que sehabían aparecido en el primer sitio que se leocurrió a Hermione, ni que los mortífagos sólohabían tardado unos minutos en encontrarlos.¿Habrían empleado la Legeremancia en aquellaocasión para averiguarlo? Y ahora, ¿acasoVoldemort o sus secuaces sabrían ya adónde loshabía llevado Hermione?

—¿Crees que deberíamos irnos de aquí? —preguntó Ron a Harry, y éste comprendió, por la

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expresión de su amigo, que ambos estabanpensando lo mismo.

—No lo sé.Ron continuaba pálido y sudoroso; no había

intentado incorporarse y parecía demasiado débilpara hacerlo. La perspectiva de sacarlo de allíresultaba desalentadora.

—Quedémonos aquí, de momento —propusoHarry.

Hermione se puso en pie, aliviada.—¿Adónde vas? —le preguntó Ron.—Si vamos a quedarnos, tenemos que poner

sortilegios protectores —respondió ella. Levantóla varita y caminó describiendo un amplio círculoalrededor de los dos chicos, sin parar de murmurarconjuros.

Harry notó pequeñas alteraciones en el aire;era como si Hermione hubiera llenado el claro decalina.

—¡Salvio hexia!, ¡Protego totalum!, ¡RepelloMuggletum!, ¡Muffliato!… Podrías ir sacando latienda, Harry.

—¿La tienda? ¿Qué tienda?—¡En mi bolso, hombre!—¿En tu…? ¡Ah, claro!Esta vez no se molestó en rebuscar dentro,

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sino que utilizó directamente un encantamientoconvocador. La tienda surgió hecha un lío de lona,cuerdas y palos, y la reconoció enseguida, enparte porque olía a gato: era la misma en quehabían dormido la noche de la Copa del Mundo dequidditch.

—¿El dueño de esta tienda no era un talPerkins del ministerio? —preguntó mientrasliberaba las piquetas.

—Sí, pero por lo visto ya no la quería, porquetiene lumbago —explicó Hermione mientrastrazaba complicados movimientos en forma deocho con la varita—, y el padre de Ron me dijoque podía quedármela prestada. ¡Erecto! —añadióapuntando a la deforme lona, que con un único yfluido movimiento se alzó en el aire para luegoposarse en el suelo, totalmente armada, enfrentede Harry.

Éste se asombró al ver cómo una de laspiquetas que sostenía en la mano salía volando yse clavaba abruptamente en el extremo de unacuerda tensora.

—¡Cave inimicum! —concluyó Hermionetrazando un floreo hacia el cielo—. Bueno, creoque ya no soy capaz de hacer nada más. Al menos,si vienen nos enteraremos, pero no puedo

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garantizar que todo esto ahuyente a Vol…—¡No pronuncies su nombre! —la interrumpió

Ron con aspereza. Harry y Hermione se miraron—.Perdona —se disculpó Ron, y gimió un poco alincorporarse—, pero es que… no sé, es como unembrujo o algo así. ¿Os importaría llamarlo Quien-vosotros-sabéis, por favor?

—Dumbledore decía que temer un nombre…—comentó Harry.

—Por si no te habías fijado, colega, a la horade la verdad a Dumbledore no le sirvió de muchollamar a Quien-vosotros-sabéis por su nombre —leespetó Ron—. Sólo os pido que… que le mostréisun poco de respeto a Quien-vosotros-sabéis.

—¿Has dicho «respeto»? —gruñó Harry, peroHermione le lanzó una mirada de advertencia: nodebía discutir con Ron mientras estuviera tandébil.

Así pues, ambos metieron a su amigo, mitad enbrazos y mitad a rastras, en la tienda. El interior eraexactamente como Harry lo recordaba: unaestancia pequeña, con su retrete y su cocinita.Apartó una vieja butaca y con cuidado puso aRon en la cama inferior de una litera. Ese cortísimodesplazamiento hizo que palideciera aún más y,una vez sobre el colchón, cerró los ojos y

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permaneció un rato callado.—Voy a preparar té —dijo Hermione con voz

acongojada; sacó un hervidor y unas tazas de lasprofundidades de su bolso y fue a la cocina.

A Harry le sentó tan bien aquella taza de técaliente como el whisky de fuego que habíabebido la noche que murió Ojoloco; era como siasí quemara un poco el miedo que palpitaba en supecho. Al cabo de un par de minutos, Roninterrumpió el silencio.

—¿Qué habrá sido de los Cattermole?—Con un poco de suerte, habrán escapado —

contestó Hermione asiendo su taza con ambasmanos para calentárselas—. Si el señor Cattermoleestaba atento, habrá transportado a su esposamediante Aparición Conjunta y ahora estaránabandonando el país con sus hijos. Al menos esole aconsejó Harry a ella.

—Espero que hayan conseguido huir —dijoRon recostándose en las almohadas. El té tambiénle estaba sentando de maravilla y había recobradoun poco el color—. Aunque, por cómo la gente mehablaba mientras lo suplantaba, no me dio laimpresión de que Reg Cattermole fuera muyingenioso. En fin, espero que lo hayan logrado. Siacaban los dos en Azkaban por nuestra culpa…

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Harry echó un vistazo a Hermione, pero nollegó a formular la pregunta que tenía en la puntade la lengua: si el hecho de que la señoraCattermole no llevara encima una varita mágica lehabría impedido aparecerse junto con su esposo.A Hermione la conmovió que Ron se preocuparapor el destino de los Cattermole, y había tantaternura en su expresión que Harry casi sintió comosi la hubiera sorprendido besando a su amigo.

—Bueno, lo tienes, ¿no? —preguntó, en partepara recordarle a Hermione que él estaba presente.

—Si tengo ¿qué? —preguntó ella, un pocosobresaltada.

—¿Para qué hemos montado todo estetinglado, Hermione? ¡Me refiero al guardapelo!¿Dónde está?

—¿Que tienes el guardapelo? —exclamó Ronincorporándose un poco—. ¡A mí nadie me cuentanada! ¡Jo, podríais habérmelo dicho!

—Oye, que nos perseguían los dementores,¿eh? —repuso Hermione—. Aquí está. —Lo sacódel bolsillo de su túnica y se lo dio a Ron.

Era más o menos del tamaño de un huevo degallina. Una ornamentada «S», con piedrecitasverdes incrustadas, brillaba un poco bajo ladifuminada luz que se filtraba por la lona de la

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tienda.—¿No hay ninguna probabilidad de que

alguien lo destruyera después de que se lorobaran a Kreacher? —preguntó Ron conoptimismo—. O sea, ¿estamos seguros de quetodavía es un Horrocrux?

—Creo que sí —respondió Hermione; lo cogióy lo examinó de cerca—. Si lo hubieran destruidomediante magia, se apreciaría alguna señal.

Se lo pasó a Harry, que lo hizo girar entre losdedos. El guardapelo estaba perfecto, intacto. Elmuchacho recordó lo destrozado que habíaquedado el diario, y la piedra del anillo quetambién era un Horrocrux se había partido cuandoDumbledore lo destruyó.

—Supongo que Kreacher tiene razón —comentó Harry—: para destruir este chisme,primero tendremos que averiguar cómo se abre.

De pronto, mientras hablaba, tomó concienciade lo que tenía en las manos y de lo que vivía trasaquellas puertecitas doradas, y, a pesar de lomucho que les había costado encontrarlo, sintióun súbito impulso de lanzarlo lejos. Pero sedominó e intentó abrirlo con los dedos, y luegoprobó con el encantamiento que Hermione habíautilizado para abrir la puerta del dormitorio de

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Regulus, aunque nada dio resultado. Se lodevolvió a sus amigos, y ambos hicieron todocuanto se les ocurrió para abrirlo, pero con tanpoco éxito como él.

—Pero ¿lo sentís? —preguntó Ron en vozbaja, con el guardapelo encerrado en el puño.

—¿Qué quieres decir?Ron le entregó el Horrocrux a Harry, que

segundos después creyó comprender a qué serefería. ¿Era su propia sangre latiendo en susvenas lo que notaba, o algo que palpitaba en elinterior del guardapelo, como una especie depequeño corazón metálico?

—¿Qué vamos a hacer con él? —preguntóHermione.

—Conservarlo hasta que averigüemos cómodestruirlo —contestó Harry y, muy a su pesar, secolgó la cadena del cuello y ocultó el guardapelobajo la túnica, junto con el monedero que le habíaregalado Hagrid. A continuación se puso en pie,se desperezó y le dijo a Hermione—: Creo quedeberíamos turnarnos para montar guardia fuerade la tienda, y también tendremos que conseguircomida. Tú no te muevas —se apresuró a añadir alver que Ron intentaba incorporarse y su rostroadquiría un desagradable tono verdoso.

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Tras colocar estratégicamente encima de lamesa el chivatoscopio que Hermione le habíaregalado por su cumpleaños, Harry y la jovenpasaron el resto del día turnándose para vigilar elcampamento. Sin embargo, el instrumento estuvotodo el rato quieto y silencioso, y ya fuera por lossortilegios protectores y los repelentes mágicos demuggles que Hermione había repartido por el clarodel bosque, o porque la gente no solía ir por allí, lazona en que se habían instalado se mantuvosolitaria; lo único que vieron fueron algunospájaros y varias ardillas. Al anochecer todo seguíaigual; a las diez, cuando Harry fue a relevar a sucompañera, encendió la varita y contempló unpanorama desierto donde sólo unos murciélagosrevoloteaban muy alto, cruzando el único trozo decielo estrellado que se conseguía ver desde elprotegido claro.

Harry tenía hambre y estaba un poco mareado.Hermione no llevaba nada para comer en su bolsomágico, porque dio por sentado que volverían aGrimmauld Place esa noche, así que sóloconsiguieron cenar unas setas que ella habíarecogido entre los árboles más cercanos ycocinado en un cazo. Ron apenas las probó, puestenía el estómago revuelto; en cambio, Harry se las

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acabó, pero únicamente para no desairar a suamiga.

El silencio que los rodeaba sólo erainterrumpido de vez en cuando por extrañossusurros y sonidos semejantes a crujidos deramitas; Harry pensó que no los provocabanpersonas, sino animales, pero aun así aferraba lavarita, preparado para cualquier eventualidad.Tenía el vientre revuelto por culpa de las correosassetas, y el nerviosismo no lo ayudaba a sentirsemejor.

Siempre había supuesto que cuandoconsiguieran recuperar el Horrocrux estaríaeufórico, pero no era así. Lo único queexperimentaba mientras escudriñaba la oscuridad,de la que su varita sólo iluminaba una pequeñaparte, era preocupación por el futuro inmediato.Era como si llevara semanas, meses, quizá inclusoaños precipitándose hacia esa situación, y hubieratenido que detenerse en seco porque se habíaterminado el camino.

Había otros Horrocruxes en algún sitio, pero élno tenía idea de dónde, ni siquiera conocía laforma de algunos de ellos. Entretanto, no sabíaqué hacer para destruir el único que habíanencontrado, el Horrocrux que en ese momento

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reposaba contra su pecho. Curiosamente, elguardapelo no le había absorbido el calor delcuerpo, y lo notaba tan frío como si acabara desacarlo del agua helada. De vez en cuandopensaba, o quizá imaginaba, que percibía otrodébil e irregular latido además del de su corazón.

Mientras montaba guardia a oscuras lepasaban indescriptibles premoniciones por lacabeza; intentó ahuyentarlas, alejarlas de sí, perovolvían, implacables. «Ninguno de los dos podrávivir mientras el otro siga con vida.» Ron yHermione, que hablaban en voz baja en la tienda,podían marcharse si querían, pero él no. Y tuvo lasensación, mientras intentaba dominar su miedo yagotamiento, de que el Horrocrux que le colgabadel cuello marcaba el tiempo que le quedaba…

«Qué idea tan estúpida —se dijo—; nopienses eso…»

Volvía a molestarle la cicatriz y temió que fuerapor pensar esas cosas; intentó cambiar de canal ydirigir su mente por otros derroteros. Entonces seacordó del pobre Kreacher, que estabaesperándolos en la casa pero, en lugar derecibirlos a ellos, se habría topado con Yaxley.¿Sabría permanecer callado o le contaría almortífago todo lo que sabía? Harry quería creer

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que el concepto que el elfo tenía de él habíacambiado en el último mes, y que a partir deentonces le sería fiel, pero ¿cómo asegurarlo? ¿Y silos mortífagos lo torturaban? Unas imágenesrepugnantes se le colaron en la mente, e intentóapartarlas también, porque le era imposible ayudara Kreacher. Hermione y él ya habían decidido nointentar llamarlo, porque ¿y si llegaba acompañadode alguien del ministerio? No estaban seguros deque a un elfo que se trasladara mediante Apariciónno le pasara lo mismo que había provocado queYaxley llegara a Grimmauld Place agarrado aldobladillo de la manga de Hermione.

Cada vez le dolía más la cicatriz. Lo abrumabapensar cuántas cosas desconocían; Lupin teníarazón cuando les dijo que se enfrentaban a unamagia inimaginable con la que jamás se habíanencontrado. ¿Por qué Dumbledore no les habíadado más explicaciones? ¿Tal vez creía que tendríatiempo, que viviría años, quizá siglos, como suamigo Nicolás Flamel? Si así era, se equivocaba:Snape se había encargado de ello; Snape, laserpiente dormida, que se había abalanzado sobresu presa en lo alto de la torre…

Y Dumbledore se había precipitado al vacío…—Dámela, Gregorovitch.

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Harry habló con una voz aguda, clara y fríamientras mantenía la varita en alto, sujeta por unamano blanca de largos dedos. El hombre al queapuntaba estaba suspendido en el aire cabezaabajo, sin cuerdas que lo amarraran, oscilando deun lado a otro, misteriosamente colgado ysujetándose el cuerpo con los brazos; la cara,deformada por el terror y congestionada por lasangre que le bajaba a la cabeza, quedaba a lamisma altura que la de Harry; el pelocompletamente blanco y la poblada barba leconferían el aspecto de un Papá Noel cautivo.

—¡No la tengo! ¡Ya no la tengo! ¡Me larobaron hace muchos años!

—No le mientas a lord Voldemort,Gregorovitch. Él lo sabe. Él siempre lo sabe.

El hombre tenía las pupilas dilatadas de miedo,y se fueron agrandando aún más hasta que sunegrura engulló por completo a Harry…

Y a continuación el muchacho corría por unoscuro pasillo detrás del robusto y bajitoGregorovitch, que sostenía en alto un farol. Elhombre irrumpió en una habitación al final delpasillo e iluminó lo que parecía un taller. Habíavirutas de madera y oro que brillaron en eloscilante charco de luz, mientras que un joven

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rubio estaba encaramado en el alféizar de laventana, como un pájaro gigantesco. En elbrevísimo instante en que el farol lo iluminó, Harryvio el gozo que reflejaba su atractivo rostro;entonces el joven lanzó un hechizo aturdidor consu varita y saltó ágilmente hacia atrás, fuera de laventana, al mismo tiempo que soltaba unacarcajada.

Y de nuevo Harry salió de aquellas pupilasnegras como túneles, y vio la cara de Gregorovitchdesencajada por el pánico.

—¿Quién era el ladrón, Gregorovitch? —preguntó la voz fría y aguda.

—¡No lo sé, nunca lo supe, era un muchacho…no… por favor… POR FAVOR!

Se oyó un grito que se prolongó y seprolongó, y luego hubo un destello de luz verde.

—¡Harry!El muchacho abrió los ojos jadeando y con un

dolor punzante en la frente. Se había desmayado ycaído contra el lateral de la tienda; y al resbalar porla lona, había quedado despatarrado en el suelo.Alzó la vista y se encontró con Hermione, cuyaespesa melena tapaba el trocito de cielo que sevislumbraba entre el follaje de los árboles.

—Estaba soñando —dijo incorporándose a

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toda prisa e intentando afrontar la fulminantemirada de su amiga, poniendo cara de inocencia—.Lo siento, me he quedado dormido.

—¡Sé que ha sido la cicatriz! ¡Se te nota en lacara! ¡Estabas dentro de la mente de Vol…!

—¡No lo llames por su nombre! —gritó Rondesde el interior de la tienda.

—¡Vale! —replicó Hermione—. ¡Pues deQuien-tú-sabes!

—¡Yo no quería que sucediera! ¡Ha sido unsueño! ¿Tú controlas lo que sueñas, Hermione?

—Si hubieras aprendido a aplicar laOclumancia…

Pero Harry no estaba para que lo riñeran; loúnico que quería era comentar con alguien lo queacababa de ver.

—Ha encontrado a Gregorovitch, Hermione, ycreo que lo ha matado, pero antes de matarlo leleyó la mente, y he visto que…

—Si tan cansado estás que te quedas dormido,será mejor que te releve —lo interrumpió ella confrialdad.

—¡Puedo terminar mi guardia!—No, no puedes. Es evidente que estás

agotado. Ve y échate un rato.La chica, testaruda, se sentó en la entrada de la

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tienda y Harry, enfadado, se metió dentro paraevitar una pelea.

Ron, todavía pálido, se asomó por el hueco dela litera inferior. Harry subió a la de arriba, setumbó y se quedó contemplando el oscuro techode lona. Al cabo de un rato, Ron, susurrando paraque no lo oyera Hermione, acurrucada en laentrada, le preguntó:

—¿Qué estaba haciendo Quien-tú-sabes?Harry entornó los ojos en un intento de

recordar todos los detalles, y murmuró en laoscuridad:

—Ha encontrado a Gregorovitch; lo teníaatado y lo torturaba.

—¿Cómo va a hacerle Gregorovitch una varitanueva si está atado?

—No lo sé. Es muy raro, sí.Cerró los ojos y pensó en lo que había visto y

oído. Cuantas más cosas recordaba, menossentido tenían. Voldemort no había mencionado lavarita de Harry, ni el hecho de que la suya propia yla del muchacho poseyeran idénticos núcleoscentrales; tampoco había dicho nada de queGregorovitch tuviera que hacerle una varita nuevay más poderosa, capaz de vencer a la de Harry…

—Quería algo de Gregorovitch —continuó, sin

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abrir los ojos—, y le pidió que se lo diera, peroGregorovitch dijo que se lo habían robado, yentonces… entonces… —Recordó cómo, desde lamente de Voldemort, había penetrado por los ojosde Gregorovitch hasta sus recuerdos—. Le leyó elpensamiento a Gregorovitch y vio cómo un tipojoven que estaba encaramado en el alféizar de unaventana le lanzaba una maldición y saltaba,perdiéndose de vista. Ese joven lo robó, él robóeso que Quien-tú-sabes anda buscando. Y… creoque he visto a ese tipo en algún sitio…

A Harry le habría gustado volver a ver, aunquesólo fuera brevemente, la risueña cara de aquelchico. Según Gregorovitch, el robo se habíaproducido muchos años atrás. Así pues, ¿por quéle resultaba tan familiar el rostro del joven ladrón?

Los ruidos del bosque llegaban muyamortiguados al interior de la tienda; lo único queoía Harry era la respiración de Ron. Pasados unosminutos, éste susurró:

—¿No has visto qué tenía en la mano elladrón?

—No… Debía de ser un objeto pequeño.—Harry… —Los listones de la cama crujieron

cuando Ron cambió de postura—. Oye, ¿crees queQuien-tú-sabes está buscando otro objeto para

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convertirlo en un nuevo Horrocrux?—No lo sé; es posible. Pero ¿no sería

demasiado arriesgado? Además, ¿no dijoHermione que ya había manipulado su alma hastael límite?

—Sí, pero a lo mejor él no lo sabe.—Ya. Quizá tengas razón.Harry estaba convencido de que Voldemort

andaba buscando una forma de solventar elproblema de los núcleos centrales idénticos, yhabía ido a ver al anciano fabricante de varitaspara que le diera una solución… Sin embargo, lohabía matado, al parecer sin hacerle ningunapregunta sobre varitas mágicas.

¿Qué buscaba Voldemort? ¿Por qué semarchaba ahora que controlaba el Ministerio deMagia y tenía a todo el mundo mágico a sus pies,decidido a encontrar ese objeto que Gregorovitchhabía poseído y que aquel ladrón anónimo lerobó?

Harry todavía podía visualizar la cara de aqueljoven rubio, un rostro alegre y entusiasta, con unaire triunfante y travieso similar al de Fred oGeorge. Había saltado desde el alféizar de laventana como un pájaro, y Harry creía que lo habíavisto antes en algún sitio, pero no recordaba

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dónde…Ahora que Gregorovitch estaba muerto, era

aquel risueño ladrón quien corría peligro, y Harryse quedó pensando en él mientras los ronquidosde Ron resonaban en la cama de abajo, hasta que,poco a poco, él también fue quedándose dormidootra vez.

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A

CAPÍTULO 15

La venganza de losduendes

la mañana siguiente, antes de que Ron yHermione despertaran, Harry salió de la tienda

para buscar por el bosque el árbol más viejo,retorcido y fuerte que encontrara. Cuando lo halló,enterró el ojo de Ojoloco Moody bajo su sombra ymarcó una crucecita en la corteza con la varita

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mágica. No era gran cosa, pero creyó que Ojolocohabría preferido estar ahí a quedarse incrustado enla puerta del despacho de Dolores Umbridge.Luego regresó a la tienda y esperó a quedespertaran sus amigos para debatir lo que haríana continuación.

Tanto Hermione como él opinaron que no eraconveniente quedarse mucho tiempo en el mismositio, y Ron estuvo de acuerdo, pero puso comocondición que el siguiente paso los llevara a algúnlugar donde pudiera conseguir un bocadillo debeicon. Hermione retiró los sortilegios que habíarepartido por el claro, mientras ambos chicosborraban todas las marcas y huellas que revelaranque habían acampado allí. Entonces sedesaparecieron hacia las afueras de una pequeñapoblación con mercado.

Tras montar la tienda al amparo de unbosquecillo y rodearla de nuevos sortilegiosdefensivos, Harry se puso la capa invisible y salióa buscar comida. Pero las cosas no salieron segúnlo planeado. Acababa de llegar a un pueblocercano cuando un frío inusual, una densa nieblay la repentina oscuridad del cielo lo hicierondetenerse en seco.

—¡Pero si tú sabes hacer un patronus de

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primera! —protestó Ron cuando Harry llegó a latienda con las manos vacías, sin aliento ymurmurando una única palabra: «dementores».

—No he logrado… hacerlo —se disculpó casisin resuello mientras se sujetaba el costado, dondenotaba una fuerte punzada—. No me… salía…

La cara de consternación y decepción de susamigos logró que se avergonzara de sí mismo. Noobstante, acababa de pasar por una experiencia depesadilla: había visto a lo lejos cómo losdementores salían deslizándose de la niebla yhabía comprendido, mientras aquel frío paralizantelo envolvía y un grito sonaba en la distancia, queno sería capaz de protegerse. Había tenido queemplear toda su energía para echar a correr,dejando a los dementores —esas tétricas figurassin ojos— entre los muggles que, aunque no losvieran, sin duda sentirían la desesperación quesembraban a su paso.

—Así que seguimos sin comida.—Cállate, Ron —le espetó Hermione—. ¿Qué

ha pasado, Harry? ¿Por qué crees que no haspodido convocar el patronus? ¡Ayer te salió la marde bien!

—No lo sé.Se dejó caer en una de las viejas butacas de

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Perkins; cada vez se sentía más humillado y temíaque algún mecanismo interior hubiera dejado defuncionarle. El día anterior parecía muy lejano; sesentía como si volviera a tener trece años y fuerael único que se desplomaba en el expreso deHogwarts.

Ron le dio un puntapié a una silla.—Bueno ¿qué? —le dijo a Hermione,

enfurruñado—. ¡Tengo un hambre de muerte! ¡Loúnico que he comido desde que casi muerodesangrado ha sido un par de setas!

—Pues ve tú a pelearte con los dementores —replicó Harry, dolido.

—¡Iría, pero, por si no te has fijado, llevo unbrazo en cabestrillo!

—Ya, eso resulta muy práctico.—¿Y qué se supone que…?—¡Claro! —saltó Hermione dándose una

palmada en la frente, y los chicos la miraron—.¡Dame el guardapelo, Harry! ¡Corre, el Horrocrux,Harry! ¡Todavía lo llevas encima! —exclamóimpaciente, chasqueando los dedos al ver que élno reaccionaba.

Tendió una mano y Harry se quitó la cadena deoro del cuello. Tan pronto el guardapelo perdió elcontacto con su piel, él se sintió libre y

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extrañamente aliviado. Ni siquiera se había dadocuenta de que tenía las manos sudorosas, o quenotaba una desagradable presión en el estómago,hasta que esas sensaciones desaparecieron.

—¿Te encuentras mejor? —preguntóHermione.

—¡Sí, mucho mejor!—Harry —dijo ella poniéndose en cuclillas

delante de él y empleando el tono con que uno sedirige a personas muy enfermas—, no creerás queestás poseído, ¿verdad?

—¿Qué dices? ¡No, claro que no! —contestóél, ofendido—. Recuerdo todo lo que he hechomientras lo llevaba colgado. Si estuviera poseído,no sabría cómo había actuado, ¿no? Ginny mecontó que a veces no recordaba nada.

—Hum —murmuró Hermione examinando elgrueso guardapelo—. Bueno, quizá no deberíamosllevarlo colgado. Podríamos guardarlo en la tienda.

—No vamos a dejar ese Horrocrux por ahí —declaró Harry—. Si lo perdemos, si nos lo roban…

—De acuerdo, de acuerdo —cedió la chica, yse colgó el guardapelo del cuello y lo ocultódebajo de su camisa—. Pero nos turnaremos paraque ninguno lo lleve demasiado rato seguido.

—Estupendo —dijo Ron con irritación—. Y

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ahora que ya hemos solucionado ese punto,¿podemos ir a buscar algo de comer?

—Sí, pero iremos a otro sitio —determinóHermione mirando de reojo a Harry—. No tienesentido que nos quedemos aquí sabiendo que haydementores patrullando.

Por fin, decidieron pasar la noche en un campoapartado que pertenecía a una granja solitaria de laque habían conseguido llevarse huevos y pan.

—Esto no es robar, ¿verdad? —preguntóHermione con aprensión, mientras devoraban loshuevos revueltos con pan tostado—. He dejadodinero en el gallinero…

Ron puso los ojos en blanco y, con los carrilloshenchidos, dijo:

—Emión, no te pecupes tanto. ¡Elájate!Desde luego, les resultó mucho más fácil

relajarse después de haber comido. Esa noche, lasrisas les hicieron olvidar la discusión sobre losdementores, y Harry estaba contento, casioptimista, cuando eligió hacer la primera guardiade la noche.

De ese modo comprobaron que con elestómago lleno uno está mucho más animado,mientras que si se tiene vacío es fácil que surjanlas peleas y el pesimismo. Harry fue el menos

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sorprendido por este descubrimiento, porque encasa de los Dursley había pasado períodos deverdadera inanición. Hermione sobrellevaba bienlas noches en que sólo encontraban unas bayas ounas galletas rancias, aunque quizá se mostrabaun poco más malhumorada de lo habitual y sussilencios eran algo más hoscos. Ron, en cambio,estaba acostumbrado a tres deliciosas comidas aldía, cortesía de su madre o de los elfos domésticosde Hogwarts, y el hambre lo ponía irascible y pocorazonable. Siempre que la falta de comida coincidíacon su turno de llevar el Horrocrux, se volvía de lomás desagradable.

«¿Y ahora adónde vamos?», era su cantinela desiempre. Sin embargo, daba la impresión de que notenía ideas propias, y en todo momento esperabaque a sus dos compañeros se les ocurriera algúnplan, mientras él se limitaba a amargarse pensandoen la escasez de comida. Por tanto, Harry yHermione pasaban horas infructuosas intentandoaveriguar dónde estarían los otros Horrocruxes ycómo destruir el que ya poseían; y como nodisponían de nuevos datos, sus conversacionescada vez eran más repetitivas.

Según recordaba Harry, Dumbledore sosteníaque Voldemort había escondido los Horrocruxes en

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sitios que tenían alguna importancia para él, demodo que los chicos no paraban de enumerar,como si recitaran una especie de deprimenteletanía, los lugares donde Voldemort había vividoo que guardaban cierta relación con él: el orfanatodonde nació y se crió; Hogwarts, donde se educó;Borgin y Burkes, donde trabajó después deabandonar los estudios; y por último, Albania,donde transcurrieron sus años de exilio. Esaspistas formaban la base de sus especulaciones.

—Sí, vamos a Albania. Registrar todo un paísno nos llevará más de una tarde —sugirió Ron consarcasmo.

—Allí no puede haber nada. Cuando semarchó al exilio, ya había hecho cincoHorrocruxes, y Dumbledore estaba seguro de quela serpiente es el sexto —razonó Hermione—. Perosabemos que ésta no se halla en Albania, porquesuele acompañar a Vol…

—¿No os he pedido que no mencionéis sunombre?

—¡Vale! La serpiente suele acompañar a Quien-vosotros-sabéis. ¿Satisfecho?

—No mucho, la verdad.—No me lo imagino escondiendo nada en

Borgin y Burkes —intervino Harry, que ya había

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expresado su opinión varias veces; pero volvió adecirlo simplemente para romper aqueldesagradable silencio—. Los dueños de esa tiendaeran expertos en objetos tenebrosos, de modo quehabrían reconocido un Horrocrux enseguida. —Ron soltó un elocuente bostezo y Harry,reprimiendo el impulso de lanzarle algo, prosiguió—: Insisto en que podría haber escondido uno enHogwarts.

Hermione suspiró.—¡Pero entonces Dumbledore lo habría

encontrado!Harry repitió el argumento que siempre

presentaba para defender su teoría:—Dumbledore dijo delante de mí que nunca

había previsto conocer todos los secretos deHogwarts. Os lo advierto, si hay un sitio dondeVol…

—¡Eh!—¡¡Vale, Quien-vosotros-sabéis!! —exclamó

Harry, ya harto del asunto—. ¡Si hay algún sitioque era verdaderamente importante para Quien-vosotros-sabéis, es Hogwarts!

—¡Anda ya! —se burló Ron—. ¿Su colegio?—¡Sí, su colegio! Fue su primer hogar

verdadero, el sitio que significaba que él era

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especial, que lo representaba todo para él, eincluso después de marcharse de allí…

—Vamos a ver, ¿de quién estamos hablando, deQuien-vosotros-sabéis o de ti? —saltó Ron.Estaba jugueteando con la cadena del Horrocruxque llevaba colgada del cuello, y Harry sintióganas de agarrarla y estrangularlo con ella.

—Nos explicaste que Quien-vosotros-sabéis lepidió empleo a Dumbledore después de haberterminado los estudios —terció Hermione.

—Sí, exacto.—Y Dumbledore pensó que sólo quería volver

porque estaba buscando algo, seguramente elobjeto de algún fundador del colegio, para hacercon él otro Horrocrux, ¿no?

—Así es —confirmó Harry.—Pero no consiguió el empleo, ¿verdad? ¡De

modo que nunca tuvo ocasión de robar un objetode otro fundador ni de esconderlo en Hogwarts!

—Está bien —concedió Harry, derrotado—.Descartemos Hogwarts.

Como no tenían otras pistas, se trasladaron aLondres y, ocultos bajo la capa invisible, buscaronel orfanato donde se había criado Voldemort.Hermione se coló en una biblioteca y descubrió enlos archivos que muchos años atrás habían

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demolido el edificio. Pese a ello, fueron a ver ellugar y comprobaron que allí habían construido unbloque de oficinas.

—¿Y si caváramos en los cimientos? —sugirióHermione sin mucho entusiasmo.

—Él nunca escondería un Horrocrux aquí —aseveró Harry. En el fondo sabía que habríanpodido ahorrarse ese viaje, porque el orfanato erael sitio de donde Voldemort estaba decidido aescapar, y por eso jamás se le habría ocurridoesconder una parte de su alma allí. Dumbledore lehabía hecho ver que Voldemort buscaba, comoescondrijos, lugares que revistieran esplendor oun aura de misterio; por el contrario, ese lúgubre ydeprimente rincón de Londres no tenía nada quever con Hogwarts, ni con el ministerio ni con unedificio como Gringotts, la banca mágica depuertas doradas y suelos de mármol.

Aunque no se les ocurrían nuevas ideas,siguieron viajando por el campo y cada nochemontaban la tienda en un sitio diferente, porprecaución. Por las mañanas, tras asegurarse dehaber borrado toda señal de su presencia,buscaban otro emplazamiento solitario y aislado,trasladándose mediante Aparición a otrosbosques, a umbrías grietas de acantilados, a

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rojizos brezales, a laderas de montañas cubiertasde aulaga y, en una ocasión, a una resguardadacala de guijarros. Cada doce horasaproximadamente se pasaban el Horrocrux, como sijugaran al baile de la escoba —a cámara lenta ycon un ingrediente perverso—, temiendo elmomento en que dejara de sonar la música porquela recompensa eran doce horas de miedo yangustia extras.

A Harry seguía molestándole la cicatriz, casisiempre cuando llevaba colgado el Horrocrux. Aveces no conseguía evitar que se notara que ledolía.

—¿Qué te ocurre? ¿Qué has visto? —preguntaba Ron siempre que lo veía componer unamueca de dolor.

—Una cara —musitaba Harry—. La misma desiempre: la del ladrón que robó a Gregorovitch.

Y Ron se daba la vuelta sin disimular sudesilusión. Harry sabía que su amigo deseabatener noticias de su familia, o de los restantesmiembros de la Orden del Fénix, pero al fin y alcabo él no era una antena de televisión, sino quesólo veía lo que Voldemort pensaba endeterminado momento, y tampoco era capaz desintonizar las imágenes a su antojo. Al parecer, el

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Señor Tenebroso pensaba sin cesar en aquel jovende cara risueña, cuyo nombre y paraderoseguramente ignoraba, igual que le ocurría a Harry.Como seguía doliéndole la cicatriz y loatormentaba el recuerdo del chico rubio, aprendióa disimular todo indicio de dolor o malestar,porque sus amigos no mostraban sino impacienciacada vez que él mencionaba al joven ladrón,aunque no podía recriminárselo, pues tambiénellos estaban ansiosos por encontrar alguna pistade los Horrocruxes.

A medida que transcurrían los días, empezó asospechar que Ron y Hermione hablaban de él asus espaldas. En más de una ocasión dejaron dehablar bruscamente al entrar él en la tienda, y lossorprendió dos veces en un lugar un pocoapartado, con las cabezas juntas y hablandodeprisa, y al verlo acercarse se callaron de golpe yfingieron estar recogiendo leña o buscando agua.

Harry empezó a preguntarse si sus amigos sólohabían accedido a acompañarlo en aquel viaje, queiba adquiriendo apariencia de intrincado y sinsentido, porque creían que él tenía algún plansecreto que descubrirían a su debido tiempo. Porsu parte, Ron no hacía ningún esfuerzo pordisimular su malhumor, y Harry comenzaba a temer

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que Hermione también estuviera desengañada desus escasas dotes de liderazgo. Se devanaba lossesos pensando dónde podía haber otrosHorrocruxes, pero el único sitio que se le ocurríaera Hogwarts, y como a sus amigos no les parecíaprobable, dejó de sugerirlo.

El otoño iba apoderándose del campo a medidaque los chicos lo recorrían, de manera que yamontaban la tienda sobre mantillos de hojas secas.Además, las nieblas naturales se sumaban a lasque provocaban los dementores, y el viento y lalluvia suponían una dificultad más. El hecho deque Hermione estuviera aprendiendo a identificarlas setas comestibles no compensaba aquelcontinuo aislamiento, ni la falta de contacto conotras personas, ni la total ignorancia de cómoevolucionaba la lucha contra Voldemort.

—Mi madre sabe hacer aparecer comida de lanada —dijo Ron una noche, acampados en unaribera de Gales. Y, enfurruñado, empujó los trozosde pescado grisáceo y carbonizado que tenía en elplato.

Harry le miró el cuello y comprobó, tal comoesperaba, que llevaba puesta la cadena de oro delHorrocrux. Entonces contuvo el impulso dereplicarle, porque sabía que su actitud mejoraría un

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poco cuando le llegara el turno de quitarse elguardapelo. Pero Hermione lo contradijo:

—Tu madre no sabe hacer semejante cosa.Nadie es capaz de eso. La comida es la primera delas cinco Principales Excepciones de la Ley deGamp sobre Transformaciones Elemen…

—A mí háblame claro, ¿vale? —le espetó Ron,quitándose una espina que se le había quedadoentre los dientes.

—¡Es imposible que la comida aparezca de lanada! Si sabes dónde está, puedes hacer unencantamiento convocador, o transformarla, o sitienes un poco, multiplicarla…

—Pues esto será mejor que no lo multipliques,porque está asqueroso —murmuró Ron.

—¡Harry lo ha pescado y yo lo he cocinado lomejor que he podido! ¡No sé por qué siempreacaba tocándome a mí preparar la comida! ¡Porquesoy una chica, claro!

—¡No, es porque se supone que eres la mejorhaciendo magia! —le soltó Ron.

Ella se puso en pie de un brinco, y unospedacitos de lucio asado resbalaron de su plato deestaño y cayeron al suelo.

—Pues mañana puedes cocinar tú. Busca losingredientes y hazles un encantamiento para

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convertirlos en algo que valga la pena comer. Yome sentaré aquí, pondré cara de asco y melamentaré, y ya veremos cómo…

—¡Alto! —ordenó Harry, y se pusorápidamente en pie levantando las manos parapedir silencio—. ¡Calla!

A Hermione le hervía la sangre.—¿Cómo puedes darle la razón? Ron casi

nunca cocina, nunca…—¡Cállate, Hermione! ¡He oído algo!Harry aguzó el oído sin bajar las manos.

Entonces, pese al murmullo del oscuro río junto alque se encontraban, volvió a oír voces. Giró lacabeza y miró el chivatoscopio, pero seguíaquieto.

—¿Has hecho el encantamiento muffliato? —lepreguntó a Hermione en voz baja.

—Lo he hecho todo. El muffliato, losrepelentes mágicos de muggles y losencantamientos desilusionadores; todos.Quienquiera que sea no debería poder oírnos nivernos.

Entonces oyeron fuertes crujidos y roces;poco después, el sonido de piedras y ramitassueltas pareció indicar que varias personasbajaban por la boscosa pendiente que descendía

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hasta la estrecha orilla donde ellos habíanacampado. Los chicos sacaron sus varitas y sepusieron en guardia. Los sortilegios de que sehabían rodeado deberían bastar para que, enaquella oscuridad casi total, no los vieran losmuggles, ni las brujas ni los magos normales. Sinembargo, si eran mortífagos, sus defensas estabana punto de pasar la prueba de la magia oscura porprimera vez.

Cuando el grupo llegó a la orilla, las voces seoyeron más fuerte pero no más inteligibles. Harrycalculó que estaban a unos seis metros de latienda, pero el ruido del agua que caía en cascadano le permitía asegurarlo. Hermione agarró elbolsito de cuentas y se puso a rebuscar en él; almomento sacó tres orejas extensibles y le lanzóuna a Harry y otra a Ron, que rápidamente semetieron un extremo de la cuerda de color carne enla oreja y sacaron el otro por la entrada de latienda.

Pasados unos segundos, Harry escuchó unavoz masculina que, con un deje de hastío, decía:

—Por aquí debería haber salmones, ¿o creéisque todavía no ha empezado la temporada? ¡Acciosalmón!

Se produjeron unos chapoteos y luego un

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sonido de bofetada, como si alguien atrapara unpez al vuelo; alguien soltó un gruñido deapreciación. Harry se ajustó mejor la orejaextensible en el oído: por encima del murmullo delrío había distinguido otras voces, pero nohablaban en su idioma ni en ningún lenguajehumano que él conociera. Era una lengua tosca ynada melodiosa, como una sarta de ruidosvibrantes y guturales, y daba la impresión de quehabía dos personas que la hablaban, una de ellascon voz más débil y cansina.

Un fuego prendió en el exterior, y los chicosvieron pasar unas sombras enormes entre la tienday las llamas, al mismo tiempo que les llegaba eldelicioso y tentador aroma a salmón asado. Acontinuación se oyó el tintineo de cubiertos sobreplatos, y el desconocido que había habladoprimero volvió a hacerlo:

—Tomad… Griphook… Gornuk…—¡Duendes! —articuló Hermione mirando a

Harry, que asintió en silencio.—Gracias —respondieron los duendes en el

idioma del otro.—Bueno, ¿y cuánto tiempo lleváis vosotros

tres huyendo? —preguntó una voz nueva, dulce ymelodiosa; a Harry le resultó vagamente familiar e

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imaginó a un hombre barrigudo y de rostro jovial.—Seis semanas, quizá siete. Ya no me acuerdo

—contestó el que parecía aburrido—. Meencontré con Griphook el primero o el segundodía, y poco después se nos unió Gornuk. Esagradable tener un poco de compañía. —Guardaron silencio y se percibió el ruido de loscuchillos y tenedores rozando los platos y de lastazas de estaño, levantadas y vueltas a posar en elsuelo—. Y tú, Ted, ¿por qué te marchaste? —añadió.

—Sabía que iban por mí —contestó Ted consu melodiosa voz, y de pronto Harry cayó en lacuenta de quién era: el padre de Tonks—. Lasemana pasada me enteré de que había mortífagosen la zona y decidí poner pies en polvorosa. Menegué a registrarme como hijo de muggles porprincipio, así que sabía que sólo era cuestión detiempo, y que tarde o temprano tendría quemarcharme. A mi esposa no le pasará nada porqueella es sangre limpia. Y luego me encontré conDean… ¿cuánto hace, hijo? Unos pocos días, ¿no?

—Sí, eso es —contestó otra voz, y Harry, Rony Hermione se miraron con asombro, callados peroemocionados, convencidos de haber reconocido lavoz de Dean Thomas, su compañero de Gryffindor.

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—Eres hijo de muggles, ¿verdad? —preguntóel que había hablado primero.

—No estoy seguro —respondió Dean—. Mipadre abandonó a mi madre cuando yo era muypequeño, y no puedo demostrar que fuera unmago.

Permanecieron un rato sin hablar, sólo se losoía masticar; entonces Ted volvió a tomar lapalabra.

—He de admitir, Dirk, que me sorprendehaberme tropezado contigo. Me alegra pero mesorprende. Circulaba el rumor de que te habíandetenido.

—Es que me detuvieron —confirmó Dirk—.Iba camino de Azkaban, pero me escapé. Aturdí aDawlish y le robé la escoba. Fue más fácil de loque imagináis, y Dawlish salió muy mal parado. Nome extrañaría que alguien le hubiera hecho unencantamiento confundus. Si es así, me gustaríaestrecharle la mano a la bruja o al mago que se lohizo, porque seguramente me salvó la vida.

Volvieron a guardar silencio mientras el fuegochisporroteaba y el río continuaba murmurando.Poco después Ted preguntó:

—¿Y de dónde salís vosotros dos? Creía quelos duendes apoyaban a Quien-vosotros-sabéis.

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—Pues estabas equivocado, porque nosotrosno nos ponemos de parte de nadie —dijo elduende de voz más aguda—. Ésta es una guerrade magos.

—Entonces ¿por qué os escondéis?—Me pareció lo más prudente —respondió el

duende de voz grave—. Había rechazado lo queconsideraba una petición impertinente, ycomprendí que peligraba mi seguridad personal.

—¿Qué te pidieron que hicieras? —preguntóTed.

—Cosas inapropiadas para la dignidad de miraza —contestó el duende con tono más tosco ymenos humano—. Yo no soy ningún elfodoméstico.

—¿Y tú, Griphook?—Por motivos parecidos —dijo el duende de

voz aguda—. Gringotts ya no la controlanúnicamente los de mi raza, pero yo jamásreconoceré a ningún mago como amo.

Añadió algo por lo bajo en duendigonza, yGornuk rió.

—¿Era un chiste? —preguntó Dean.—Ha dicho que también hay cosas que los

magos no reconocen —explicó Dirk.Hubo una breve pausa.

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—No lo capto —admitió Dean.—Antes de marcharme me tomé una pequeña

venganza personal —dijo Griphook en la lenguade los otros.

—Bien hecho —dijo Ted—. Supongo que noconseguirías encerrar a un mortífago en una deesas viejas cámaras de máxima seguridad, ¿no?

—Si lo hubiera hecho, la espada no lo habríaayudado a salir de allí —replicó Griphook. Gornukrió otra vez, y hasta Dirk soltó una risita.

—Me parece que Dean y yo nos estamosperdiendo algo —dijo Ted.

—Severus Snape también, aunque él no losabe —dijo Griphook, y los dos duendes rieron acarcajadas, con malicia.

En la tienda, Harry apenas podía respirar deemoción; Hermione y él se miraron, aguzando eloído al máximo.

—¿No te has enterado, Ted? —preguntó Dirk—. ¿No sabes que unos chicos intentaron robar laespada de Gryffindor del despacho de Snape enHogwarts?

Harry notó como si una descarga eléctrica lerecorriera el cuerpo poniéndole todos los nerviosde punta, y se quedó clavado en su sitio.

—No, no sabía nada —dijo Ted—. En El

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Profeta no lo han comentado, ¿verdad?—No, ya me imagino que no —repuso Dirk

riendo con satisfacción—. A mí me lo contóGriphook, y éste se enteró por Bill Weasley, quetrabaja para la banca mágica. Entre los chicos queintentaron llevarse la espada estaba la hermanapequeña de Bill.

Harry miró a sus amigos, que tenían aferradaslas orejas extensibles como si de ello dependierasu vida.

—Ella y un par de compañeros suyos entraronen el despacho de Snape y rompieron la urna decristal donde, presuntamente, estaba guardada laespada. Snape los atrapó en la escalera cuando yase la llevaban.

—¡Benditos sean! —exclamó Ted—. Pero ¿quécreían, que podrían emplear la espada contraQuien-vosotros-sabéis, o contra el propio Snape?

—Bueno, fuera cual fuese su intención, Snapedecidió que la espada no estaba segura en sudespacho —explicó Dirk—. Y un par de días mástarde, imagino que tras obtener el permiso deQuien-vosotros-sabéis, la hizo llevar a Londrespara que la guardaran en Gringotts.

Los duendes volvieron a reír.—Sigo sin entender el chiste —dijo Ted.

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—Es una falsificación —afirmó Griphook.—¿Qué la espada de Gryffindor es…?—Eso mismo. Es una copia, una copia

excelente, sin duda, pero hecha por magos. Laoriginal la forjaron los duendes hace siglos, y teníaciertas propiedades que sólo poseen las armasfabricadas por los de mi raza. No sé dónde puedeestar la genuina espada de Gryffindor, pero desdeluego no en una cámara de la banca Gringotts.

—¡Ah, ya entiendo! —dijo Ted—. Y deduzcoque no os molestasteis en contarles eso a losmortífagos, ¿correcto?

—No vi ningún motivo para preocuparlos conesa información —dijo Griphook con petulancia, yTed y Dean unieron sus risas a las de Gornuk yDirk.

Dentro de la tienda, Harry cerró los ojos,ansioso porque alguien hiciera la pregunta cuyarespuesta él necesitaba oír. Un minuto más tarde,que se le hizo eterno, Dean la formuló, y entoncesHarry recordó, sobresaltado, que ese muchachotambién había sido novio de Ginny.

—¿Qué les pasó a Ginny y los otros chicosque intentaron robarla?

—Bah, los castigaron, y con crueldad —dijoGriphook, indiferente.

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—Pero están bien, ¿no? —se apresuró apreguntar Ted—. Porque los Weasley ya hansufrido suficiente con sus otros hijos.

—Que yo sepa, no sufrieron daños graves —comentó Griphook.

—Me alegro por ellos —repuso Ted—. Con elhistorial de Snape, supongo que deberíamos darlas gracias de que sigan con vida.

—Entonces, ¿tú te crees esa historia? —preguntó Dirk—. ¿Crees que Snape mató aDumbledore?

—Por supuesto —afirmó Ted—. No tendrás elvalor de decirme que piensas que Potter tuvo algoque ver en eso, ¿verdad?

—Últimamente uno ya no sabe qué creer —masculló Dirk.

—Yo conozco a Harry Potter —terció Dean—.Y estoy seguro de que es auténtico; de que es elElegido, o como queráis llamarlo.

—Sí, hijo, a mucha gente le gustaría creer quelo es —dijo Dirk—, y yo me incluyo. Pero ¿dóndeestá? Por lo que parece, ha escurrido el bulto. Sisupiera algo que no sabemos nosotros, o si lehubieran encomendado alguna misión especial,estaría luchando, organizando la resistencia, envez de escondido. Y mira, El Profeta lo dejó muy

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claro cuando…—¿El Profeta? —lo interrumpió Ted con sorna

—. No me digas que todavía lees esa basura, Dirk.Si quieres hechos, tienes que leer El Quisquilloso.

De pronto se produjo un estallido de toses yarcadas, seguidas de unos buenos palmetazos; alparecer, Dirk se había tragado una espina. Por finfarfulló:

—¿El Quisquilloso? ¿Ese periodicuchodisparatado de Xeno Lovegood?

—Últimamente no cuenta muchos disparates—replicó Ted—. Échale un vistazo, ya lo verás.Xeno publica todo lo que El Profeta pasa por alto;en el último ejemplar no había ni una sola menciónde los snorkacks de cuernos arrugados. Lo que nosé es cuánto tiempo van a dejarlo tranquilo. Pero élafirma, en la primera plana de todos los ejemplares,que cualquier mago que esté contra Quien-vosotros-sabéis debería tener como prioridadayudar a Harry Potter.

—Es difícil ayudar a un chico que hadesaparecido de la faz de la Tierra —objetó Dirk.

—Mira, el hecho de que todavía no lo hayanatrapado ya es muy significativo —dijo Ted—. Amí no me importaría que Potter me diera algún queotro consejo. Al fin y al cabo, él ha conseguido lo

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que intentamos todos, ¿no?, es decir, conservar lalibertad.

—Sí, bueno, en eso tienes razón —concedióDirk—. Con el ministerio en pleno y todos susinformadores siguiéndole la pista, me extraña quetodavía no lo hayan encontrado. Aunque ¿quiénme asegura que no lo han detenido y matado, yestán ocultando la noticia?

—Vamos, no digas eso, Dirk —murmuró Ted.Entonces se produjo una larga pausa; sólo se

oía el ruido de los cuchillos y los tenedores.Cuando volvieron a conversar, el tema dediscusión fue si les convenía pasar la noche en laorilla del río o subir un poco por la boscosapendiente. Tras decidir que entre los árbolesestarían más guarecidos, apagaron el fuego ytreparon por el terraplén; sus voces fueronperdiéndose en la distancia.

Harry, Ron y Hermione enrollaron las orejasextensibles. Harry, que había tenido que esforzarsepara permanecer callado mientras escuchaban laconversación, ahora sólo logró musitar:

—Ginny… la espada…—¡Lo sé, Harry, lo sé! —exclamó Hermione.

Cogió el bolsito de cuentas y metió el brazo hastael fondo—. Aquí está… —dijo apretando los

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dientes, y tiró de algo que se encontraba en lasprofundidades del bolsito.

Poco a poco, fue apareciendo la esquina delornamentado marco de un cuadro. Harry corrió aayudarla. Mientras sacaban el retrato vacío dePhineas Nigellus, Hermione no dejaba deapuntarlo con la varita, preparada para hacerle unhechizo.

—Si alguien cambió la espada auténtica porotra falsa mientras se hallaba en el despacho deDumbledore —dijo con ansiedad al tiempo queapoyaban el cuadro contra la pared de la tienda—,Phineas Nigellus debió de verlo, porque su retratoestá colgado justo detrás de la urna.

—A menos que estuviera dormido —puntualizó Harry, y contuvo la respiración al verque Hermione se arrodillaba delante del lienzovacío, con la varita dirigida hacia el centro, y trascarraspear decía:

—¡Hola, Phineas! ¿Phineas Nigellus, estáusted ahí? —No ocurrió nada—. ¿PhineasNigellus, está usted ahí? —repitió—. ¿ProfesorBlack, podríamos hablar con usted, por favor?

—Pedir las cosas por favor siempre ayuda —replicó una voz fría e insidiosa, y Phineas Nigellusapareció en su retrato. Al instante Hermione

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exclamó:—¡Obscuro!De pronto, una venda cubrió los avispados y

oscuros ojos del personaje, que dio una sacudiday un grito de dolor.

—Pero… ¿qué? ¿Cómo se atreve? ¿Qué estáha…?

—Lo siento mucho, profesor Black —sedisculpó la chica—, pero es una precauciónnecesaria.

—¡Retíreme de inmediato esta inmundaañadidura! ¡He dicho que me la retire! ¡Estádestrozando una gran obra de arte! ¿Dónde estoy?¿Qué pasa aquí?

—No importa dónde estemos —dijo Harry, yPhineas Nigellus se quedó de piedra y abandonósus intentos de quitarse la venda que le habíanpintado.

—¿Me equivoco, o ésa es la voz delescurridizo señor Potter?

—Podría serlo —contestó Harry, consciente deque la duda mantendría despierto el interés delprofesor Black—. Nos gustaría hacerle un par depreguntas sobre la espada de Gryffindor.

—¡Ah, vaya! —exclamó Phineas Nigellusmoviendo la cabeza a uno y otro lado,

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esforzándose por ver a Harry—. Esa chiquillaestúpida actuó de un modo muy imprudente…

—No hable así de mi hermana —le espetó Ron,y Phineas Nigellus arqueó las cejas con altanería.

—¿Quién más hay aquí? —preguntó sin dejarde mover la cabeza—. ¡Su tono me desagrada! Esachica y sus amigos fueron sumamente insensatos.¡Mira que robar al director!

—No estaban robando —dijo Harry—. Esaespada no es de Snape.

—Pero pertenece al colegio del profesorSnape. ¿Acaso tenía esa Weasley algún derechosobre ella? Merece el castigo que recibió, igualque ese idiota de Longbottom y la chiflada deLovegood.

—¡Neville no es idiota y Luna no está chiflada!—saltó Hermione.

—¿Dónde estoy? —repitió Phineas Nigellus, yse puso a tirar de la venda otra vez—. ¿Adónde mehan traído? ¿Por qué me han sacado de la casa demis antepasados?

—¡Eso no importa! ¿Cómo castigó Snape aGinny, Neville y Luna? —lo apremió Harry.

—El profesor Snape los envió al BosqueProhibido para que hicieran un trabajo para esezopenco de Hagrid.

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—¡Hagrid no es un zopenco! —se indignóHermione.

—Y Snape quizá pensara que eso era uncastigo —intervino Harry—, pero esos tresseguramente se lo pasaron en grande con Hagrid.¡Mira que enviarlos al Bosque Prohibido! ¡Ja! ¡Sehan visto en situaciones mucho peores! —Y sintióun gran alivio, porque había imaginado cosashorrorosas, como mínimo que les hubieran echadola maldición cruciatus.

—En realidad, lo que queríamos saber es sialguien más ha… sacado esa espada de ahí. ¿No lahan llevado a limpiar, o algo así? —preguntóHermione.

Phineas Nigellus dejó de forcejear paraquitarse la venda y soltó una risita.

—¡Hijos de muggles! —gritó—. Las armasfabricadas por duendes no requieren limpiezaalguna, so boba. La plata de los duendes repele lasuciedad mundana y sólo se imbuye de lo que lafortalece.

—No llame boba a mi amiga —se sulfuró Harry.—Estoy harto de contradicciones —protestó

Nigellus—. Quizá vaya siendo hora de que regreseal despacho del director.

Todavía con la venda en los ojos, tanteó el

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borde del cuadro, intentando salir del lienzo yvolver al que estaba colgado en Hogwarts.Entonces Harry tuvo una repentina inspiración:

—¡Dumbledore! ¿No puede traernos aDumbledore?

—¿Cómo dice? —se asombró PhineasNigellus.

—Me refiero al retrato del profesorDumbledore. ¿No puede traerlo aquí, al suyo?

El profesor Black volvió la cabeza en direccióna la voz de Harry y espetó:

—Es evidente que no sólo los hijos demuggles son ignorantes, Potter. Los retratos deHogwarts pueden establecer comunicación, perono pueden salir del castillo salvo para trasladarse aun cuadro de ellos mismos colgado en algún otrolugar. Dumbledore no puede venir aquí conmigo, ydespués del trato que he recibido de ustedes, lesaseguro que no pienso volver a hacer otra visita.

Harry, un tanto decepcionado, vio cómoPhineas redoblaba sus esfuerzos por salir dellienzo.

—Profesor Black —terció Hermione—, ¿nopodría decirnos sólo… por favor… cuándo fue laúltima vez que sacaron la espada de su urna? Merefiero a antes de que se la llevara Ginny.

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Phineas bufó de impaciencia y dijo:—Creo que la última vez fue cuando el

profesor Dumbledore la utilizó para abrir un anillo.Hermione se volvió bruscamente hacia Harry.

Ninguno de los dos se atrevía a decir nada másdelante de Phineas Nigellus, que por fin habíalocalizado la salida.

—Buenas noches —dijo con tono cortante, yse dispuso a salir del retrato. De pronto, cuandoya sólo se veía el borde del ala de su sombrero,Harry gritó:

—¡Espere! ¿Le ha contado a Snape que vio esoque nos ha dicho?

Phineas Nigellus asomó la vendada cabeza porel cuadro y puntualizó:

—El profesor Snape tiene cosas másimportantes en que pensar que las excentricidadesde Albus Dumbledore. ¡Adiós, Potter!

Y dicho esto, desapareció por completo,dejando atrás el fondo impreciso del cuadro.

—¡Harry! —exclamó Hermione.—¡Sí, ya lo sé! —Incapaz de contenerse, el

chico dio un puñetazo al aire; aquello era muchomás de lo que se había atrevido a imaginar.

Se puso a dar grandes zancadas por la tiendapletórico de energía, sintiendo que podría correr

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dos kilómetros sin parar; ya ni siquiera teníahambre. Y Hermione, tras meter el retrato dePhineas Nigellus en su bolsito de cuentas, le dijocon una sonrisa radiante:

—¡La espada destruye los Horrocruxes! ¡Lasarmas fabricadas por duendes sólo se imbuyen deaquello que las fortalece! ¡Harry, esa espada estáimpregnada con veneno de basilisco!

—Y Dumbledore no me la dio porque todavía lanecesitaba; quería utilizarla para destruir elguardapelo…

—… y debió de prever que si la ponía en sutestamento no te la entregarían…

—… y por eso hizo una copia…—… y la puso en la urna de cristal…—… y dejó la auténtica… ¿dónde?Los chicos se miraron. Harry tuvo la impresión

de que la respuesta estaba suspendida en el aire,muy cerca pero invisible. ¿Por qué Dumbledore nose lo dijo? ¿O sí se lo dijo y él no se dio cuenta ensu momento?

—¡Piensa! —le susurró Hermione—. ¡Piensa!¿Dónde pudo dejarla?

—En Hogwarts no —contestó, y reanudó suspaseos por la tienda.

—¿Y en Hogsmeade?

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—¿En la Casa de los Gritos? Allí nunca vanadie.

—Pero Snape sabe cómo se entra, ¿no seríaeso un poco arriesgado?

—Dumbledore confiaba en Snape —le recordóHarry.

—No lo suficiente para explicarle que habíacambiado las espadas —razonó Hermione.

—¡Sí, tienes razón! —Harry se alegró aún másde pensar que el anciano profesor había tenidociertas reservas, aunque débiles, acerca de lahonradez de Snape—. Entonces, ¿crees quedecidió esconder la espada muy lejos deHogsmeade? ¿Qué opinas tú, Ron? ¡Eh, Ron!

Harry lo buscó, y, por un instante, creyó quehabía salido de la tienda, pero entonces vio que sehabía tumbado en la litera de abajo, con cara depocos amigos.

—Ah, ¿te has acordado de que existo?—¿Cómo dices?Ron dio un resoplido sin dejar de contemplar el

somier de la cama de arriba.—Nada, nada. Por mí podéis continuar; no

quiero estropearos la fiesta.Harry, perplejo, miró a Hermione buscando

ayuda, pero ella estaba tan desconcertada como él.

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—¿Qué te pasa? —preguntó Harry.—¿Que qué me pasa? No me pasa nada —

respondió Ron, que seguía sin mirarlo a la cara—.Al menos, según tú.

Se oyeron unos golpecitos en el techo de latienda. Había empezado a llover.

—Oye, es evidente que algo te ocurre —insistió Harry—. Suéltalo ya, ¿quieres?

Ron se sentó en la cama; tenía una expresiónruin, nada propia de él.

—Está bien, lo soltaré. No esperes que meponga a dar vueltas por la tienda porque hayalgún otro maldito cacharro que tenemos queencontrar. Limítate a añadirlo a la lista de cosasque no sabes.

—¿De cosas que no sé? —se asombró Harry—. ¿Que yo no sé?

Plaf, plaf, plaf; la lluvia caía cada vez con másfuerza, tamborileando en la tienda, así como en lahojarasca de la orilla y en el río. El miedo sofocó eljúbilo de Harry, porque Ron estaba diciendo lo queél se temía que su amigo creía.

—No es que no me lo esté pasando en grandeaquí —dijo Ron—, con un brazo destrozado, sinnada que comer y congelándome el culo todas lasnoches. Lo que pasa es que esperaba… no sé, que

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después de varias semanas dando vueltashubiéramos descubierto algo.

—Ron —intervino Hermione, pero en voz tanbaja que el chico hizo como si no la hubiera oído,ya que el golpeteo de la lluvia en el techoamortiguaba cualquier sonido.

—Creía que sabías dónde te habías metido —insinuó Harry.

—Sí, yo también.—A ver, ¿qué parte de nuestra empresa no está

a la altura de tus expectativas? —La rabia estabaacudiendo en su ayuda—. ¿Creías que nosalojaríamos en hoteles de cinco estrellas, o queencontraríamos un Horrocrux un día sí y otrotambién? ¿O tal vez creías que por Navidad habríasvuelto con tu mami?

—¡Creíamos que sabías lo que hacías! —replicó Ron poniéndose en pie, y sus palabrasatravesaron a Harry como cuchillos—. ¡Creíamosque Dumbledore te había explicado qué debíashacer! ¡Creíamos que tenías un plan!

—¡Ron! —gritó Hermione, y esta vez se la oyóperfectamente a pesar del fragor de la lluvia, peroel chico volvió a hacer oídos sordos.

—Bueno, pues lamento decepcionaros —dijoHarry con voz serena, aunque se sentía vacío,

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inepto—. He sido sincero con vosotros desde elprincipio, os he contado todo lo que me dijoDumbledore. Y por si no te habías enterado, hemosencontrado un Horrocrux…

—Sí, y estamos tan cerca de deshacernos de élcomo de encontrar los otros. ¡O sea, a años luz!

—Quítate el guardapelo, Ron —le pidióHermione con inusitada vehemencia—. Quítatelo,por favor. Si no lo hubieras llevado encima todo eldía, no estarías diciendo estas cosas.

—Sí, las estaría diciendo igualmente —lacontradijo Harry, que no quería que su amiga lefacilitara excusas a Ron—. ¿Creéis que no me doycuenta de que cuchicheáis a mis espaldas? ¿Queno sospechaba que pensabais todo esto?

—Harry, nosotros no…—¡No mientas! —saltó Ron—. ¡Tú también lo

dijiste, dijiste que estabas decepcionada, quecreías que Harry tenía un poco más de…!

—¡No lo decía en ese sentido! ¡De verdad,Harry!

La lluvia seguía martilleando la tienda.Hermione fue presa del llanto, y la emoción deunos minutos atrás se desvaneció por completo,como unos fuegos artificiales que, tras su fugazestallido, lo hubieran dejado todo oscuro, húmedo

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y frío. No sabían dónde se hallaba la espada deGryffindor, y ellos eran tres adolescentesrefugiados en una tienda de campaña cuyo únicoobjetivo era no morir todavía.

—Entonces, ¿por qué seguimos aquí? —leespetó Harry a Ron.

—A mí, que me registren.—¡Pues vuelve a tu casa!—¡Sí, quizá lo haga! —gritó Ron dando unos

pasos hacia Harry, que no retrocedió—. ¿No oístelo que dijeron de mi hermana? Pero eso a ti teimporta un pimiento, ¿verdad? ¡Ah, el BosqueProhibido! Al valiente Harry Potter, que se haenfrentado a cosas mucho peores, no le preocupalo que pueda pasarle a mi hermana allí. Pues mira, amí sí: me preocupan las arañas gigantes y losfenómenos…

—Lo único que he dicho es que Ginny noestaba sola, y que Hagrid debió de ayudarlos…

—¡Ya, ya! ¡Te importa muy poco! ¿Y qué medices del resto de mi familia? «Los Weasley ya hansufrido suficiente con sus otros hijos», ¿esotampoco lo oíste?

—Sí, claro que…—Pero no te importa lo que significa, ¿verdad?—¡Ron! —terció Hermione interponiéndose

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entre los dos chicos—. No creo que signifique quehaya pasado nada más, nada que nosotros nosepamos. Piénsalo, Ron: Bill está lleno decicatrices, mucha gente ya debe de haber vistoque George ha perdido una oreja, y se supone quetú estás en el lecho de muerte, enfermo despattergroit. Estoy segura de que sólo se referían aque…

—Ah, ¿estás segura? Muy bien, pues no mepreocuparé por ellos. A vosotros os parece muyfácil, claro, porque vuestros padres están a salvode…

—¡Mis padres están muertos! —bramó Harry.—¡Los míos podrían ir por el mismo camino! —

replicó Ron.—¡Pues vete! —rugió Harry—. Vuelve con

ellos, haz como si te hubieras curado delspattergroit y tu mami podrá prepararte comiditasy…

Ron hizo un movimiento brusco y Harryreaccionó, pero antes de que cualquiera de los dospudiera sacar su varita mágica, Hermione sacó lasuya.

—¡Protego! —chilló, y un escudo invisible seextendió dejándolos a ella y a Harry de un lado y aRon del otro; los tres se vieron obligados a

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retroceder por la fuerza del hechizo, y Harry y Ronse fulminaron con la mirada desde sus respectivoslados de la barrera transparente, como leyéndosecon claridad sus más íntimos pensamientos porprimera vez. Harry experimentó un odio corrosivohacia Ron; se había roto el lazo que los unía.

—Deja el Horrocrux —ordenó Harry.Ron se quitó la cadena y dejó el guardapelo

encima de una silla. Entonces se volvió haciaHermione y dijo:

—Y tú, ¿qué haces?—¿Cómo que qué hago?—¿Te quedas o qué?—Yo… —Parecía angustiada—. Sí, me quedo.

Ron, dijimos que acompañaríamos a Harry, que loayudaríamos a…

—Vale. Lo prefieres a él.—¡No, Ron! ¡Vuelve, por favor! —Pero el

encantamiento escudo que ella misma había hechole impedía moverse; para cuando lo hubo retirado,Ron ya se había marchado de la tienda.

Harry se quedó quieto donde estaba, callado,escuchando los sollozos de Hermione, que repetíael nombre de Ron entre los árboles.

Pasados unos momentos, ella regresó con elcabello empapado y pegado a la cara.

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—¡Se ha… ido! ¡Se ha desaparecido! —Se dejócaer en una butaca, se acurrucó y rompió a llorar.

Harry estaba aturdido. Recogió el Horrocrux yse lo colgó del cuello; luego quitó las sábanas dela cama de Ron y tapó a Hermione. Finalmentesubió a la litera de arriba y se quedó contemplandoel oscuro techo de lona, escuchando la lluvia.

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C

CAPÍTULO 16

Godric’s Hollow

UANDO despertó al día siguiente, Harry tardóunos segundos en recordar qué había pasado.

Entonces abrigó la infantil esperanza de que todohubiera sido un mal sueño y que Ron no sehubiera marchado. Sin embargo, sólo tuvo quevolver la cabeza sobre la almohada para comprobarque la cama de su amigo estaba vacía. Esa camaatraía su mirada como si fuera un cadáver, de

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manera que saltó de la litera y se esforzó por nomirarla. Hermione, que ya estaba atareada en lacocina, no le dio los buenos días, y cuando pasópor su lado, ella miró en otra dirección.

«Se ha ido —se dijo Harry—. Se ha ido.» Ysiguió diciéndoselo mientras se lavaba y se vestía,como si repitiendo esas palabras pudiera paliar laconmoción que le producían. «Se ha ido y novolverá.» Ésa era la cruda verdad, y lo sabíaporque, por obra de sus sortilegios protectores,una vez que abandonaran aquel emplazamiento, aRon le sería imposible encontrarlos.

Desayunaron en silencio. Hermione tenía losojos hinchados y enrojecidos, como si no hubieradormido. Después recogieron sus cosas, ella congran parsimonia, como queriendo retrasar almáximo la partida. Harry adivinó por qué, pues envarias ocasiones la vio levantar la cabeza conansia, creyendo oír pasos bajo la intensa lluvia,pero ninguna figura pelirroja apareció entre losárboles. Cada vez que él la imitaba echando unvistazo alrededor (aún conservaba una pizca deesperanza) y no veía nada más que árbolesazotados por la lluvia, la rabia que hervía en suinterior se incrementaba. No podía quitarse de lacabeza las palabras de Ron: «¡Creíamos que sabías

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lo que hacías!», y, con un nudo en la garganta,continuaba recogiendo sus cosas.

El nivel de aquel río de aguas turbias subíarápidamente y en breve inundaría la orilla dondetenían montada la tienda. Tardaron una hora másde lo habitual en levantar el campamento, pero, porfin, tras llenar por completo el bolsito de cuentaspor tercera vez, Hermione ya no encontró máspretextos para retrasar la partida. Así pues, secogieron de la mano y se desaparecieron,trasladándose a una colina cubierta de brezo yazotada por el viento.

Nada más llegar allí, Hermione se alejó y acabósentándose en una gran roca, cabizbaja; Harry sedio cuenta de que estaba llorando por lasconvulsiones que la agitaban. Mientras laobservaba, supuso que debía ir a consolarla, peroalgo lo mantenía clavado en el suelo. Se sentíainsensible y tenso, y continuamente recordaba laexpresión de desprecio de Ron. Echó a andar porel brezal a grandes zancadas, describiendo uncírculo alrededor de la consternada Hermione yrealizando los hechizos de protección quenormalmente hacía ella.

Pasaron varios días sin hablar de Ron. Harryestaba decidido a no volver a mencionar su

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nombre jamás, y Hermione parecía saber que erainútil sacar el tema a colación, aunque a veces, porla noche, cuando ella creía que él dormía, Harry laoía llorar. Entretanto, él examinaba de vez encuando el mapa del merodeador a la luz de lavarita, esperando el momento en que el puntito«Ron» apareciera en los pasillos de Hogwarts, locual demostraría que había vuelto al acogedorcastillo, protegido por su estatus de sangre limpia.Sin embargo, Ron no salía en el mapa. Pasado untiempo, Harry sólo lo observaba para ver elnombre de Ginny en el dormitorio de las chicas,preguntándose si la intensidad con que locontemplaba podría infiltrarse en el sueño de lajoven y hacerle saber que él la recordaba; confiabaen que no le hubiera pasado nada malo.

Durante el día se dedicaban a determinar lasposibles ubicaciones de la espada de Gryffindor,pero, cuanto más hablaban de los sitios dondeDumbledore podría haberla escondido, másdesesperadas y rocambolescas eran susespeculaciones. Por mucho que se estrujara elcerebro, Harry no conseguía recordar queDumbledore hubiera mencionado algún lugar queconsiderara ideal para esconder algo. Habíamomentos en que no sabía si estaba más enfadado

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con Ron o con Dumbledore. «¡Creíamos quesabías lo que hacías…! ¡Creíamos que Dumbledorete había explicado qué debías hacer…! ¡Creíamosque tenías un plan…!»

Harry no podía engañarse; Ron tenía razón:Dumbledore no le había dejado ninguna pista. Eracierto que habían descubierto un Horrocrux, perono disponían de medios para destruirlo, y tenía lasensación de que los otros Horrocruxes eran másinalcanzables que nunca. El pesimismo amenazabacon vencerlo, y se asombraba de lo presuntuosoque había sido al aceptar el ofrecimiento de susamigos de acompañarlo en su inútil y enrevesadoviaje. No sabía nada, ni tenía ideas, y ademásahora estaba constante y dolorosamente atento acualquier indicio de que también Hermione fuera aanunciar que se había cansado y se marchaba.

Pasaban muchas veladas casi en silencio, y aveces Hermione sacaba el retrato de PhineasNigellus y lo ponía encima de una silla, como siese personaje pudiera llenar parte del hueco quehabía dejado Ron con su partida. Pese a haberlesasegurado que nunca volvería a visitarlos,Nigellus no fue capaz de resistir la tentación desaber más cosas sobre lo que Harry se traía entremanos, y aceptó reaparecer de vez en cuando con

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los ojos vendados. Harry incluso se alegraba deverlo, porque le hacía compañía, a pesar de que suactitud era un tanto insidiosa y burlona. Loschicos saboreaban cada nueva noticia de lo queocurría en Hogwarts, aunque Nigellus no era elinformador ideal, pues reverenciaba a Snape, elprimer director de Slytherin desde que él mandaraen el colegio; así que los dos jóvenes debían tenercuidado y no criticarlo, ni formular preguntasimpertinentes sobre Snape, porque, si lo hacían,Nigellus se marchaba de inmediato del cuadro.

Aun así, se le escaparon algunos datosaislados: por lo visto, Snape se enfrentaba a unapertinaz rebelión soterrada por parte de un núcleode alumnos; habían prohibido a Ginny ir aHogsmeade, y Snape había reinstaurado el viejodecreto de Umbridge que prohibía las reunionesde más de tres alumnos y cualquier tipo deasociación extraoficial.

Por todas esas cosas, Harry dedujo que Ginny,y seguramente también Neville y Luna, habíanhecho todo lo posible para mantener unido elEjército de Dumbledore. Esas escasas noticias leprovocaban tantas ganas de ver a Ginny que ledolía el estómago, pero también lo impulsaban apensar en Ron, en Dumbledore y en el propio

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Hogwarts, al que echaba de menos casi tantocomo a su ex novia. Es más, cuando en unaocasión Phineas Nigellus explicó las enérgicasmedidas impuestas por Snape, Harry experimentóuna fugaz locura al imaginar que regresaba alcolegio para unirse a la campaña dedesestabilización del régimen del director, y en esemomento la posibilidad de alimentarse bien, teneruna cama blanda y que otros tomaran lasdecisiones parecía la perspectiva más maravillosadel mundo. Pero entonces recordó un par decosas: era el Indeseable n.º 1 y habían ofrecidouna recompensa de diez mil galeones por él; portanto, ir a Hogwarts habría sido tan peligrosocomo entrar en el Ministerio de Magia. Por suparte, Phineas Nigellus subrayó sin darse cuentaese hecho haciendo preguntas sobre el paraderode Harry y Hermione, pero, cada vez que tocaba eltema, Hermione lo metía bruscamente en el bolsitode cuentas; tras esas poco ceremoniosasdespedidas, el profesor Black siempre se negaba areaparecer hasta pasados varios días.

Como cada vez hacía más frío, no se atrevían aquedarse demasiado tiempo en ninguna región.Así que, en lugar de permanecer en el sur deInglaterra, donde lo que más les preocupaba era

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que hubiera una helada negra, siguieron viajandosin rumbo fijo por todo el país, afrontandosucesivamente diversos accidentesclimatológicos, como el aguanieve que lossorprendió en la ladera de una montaña, el aguahelada que les inundó la tienda mientras sehallaban en una amplia marisma, o la nevada queenterró la tienda casi por completo durante suestancia en una diminuta isla de un lago escocés.

Ya habían visto árboles de Navidad adornadoscon luces por las ventanas de algunos salones, yuna noche Harry decidió sugerir, una vez más, loque para él era el único camino inexplorado que lesquedaba. Acababan de disfrutar de una cena fuerade lo corriente, porque Hermione había entrado enun supermercado bajo la capa invisible (porsupuesto, antes de marcharse dejóescrupulosamente el dinero en una cajaregistradora que estaba abierta), y Harry pensóque le costaría menos persuadirla después de unatracón de espaguetis a la boloñesa y peras enalmíbar. Además, fue previsor y le propuso quedurante unas horas no se pusieran el Horrocrux,que ahora colgaba del extremo de la litera, a sulado.

—Hermione…

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—¿Hum?Hecha un ovillo en una de las hundidas

butacas, leía los Cuentos de Beedle el Bardo.Harry no sabía si averiguaría algo más con eselibro, que al fin y al cabo no era muy largo, peroera evidente que todavía intentaba descifrar algo,porque el Silabario del hechicero estaba abiertosobre el brazo de la butaca.

Harry carraspeó; tenía la misma sensación queexperimentó el día en que, varios años atrás, lepreguntó a la profesora McGonagall si podía ir aHogsmeade, pese a no haber conseguido que losDursley le firmaran el permiso.

—Hermione, he estado pensando y…—¿Me ayudas un momento?Al parecer no lo escuchaba, pues le mostró los

Cuentos de Beedle el Bardo.—Mira ese símbolo —dijo señalando la parte

superior de una página. Encima de lo que Harrysupuso era el título del cuento (como no sabía leerrunas, no estaba seguro) había un dibujo de unaespecie de ojo triangular, con una línea verticalque atravesaba la pupila.

—Ya sabes que nunca he estudiado RunasAntiguas, Hermione.

—Sí, lo sé, pero esto no es una runa, y

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tampoco aparece en el silabario. Siempre he creídoque era el dibujo de un ojo, pero creo que no lo es.Está dibujado con tinta; no obstante, fíjate bien yverás que no forma parte del libro; alguien loañadió. Piensa, ¿lo habías visto alguna vez?

—No, no lo… ¡Espera un momento! —Seacercó un poco más al libro—. ¿No es el símboloque el padre de Luna llevaba colgado del cuello?

—¡Eso mismo he pensado yo!—Entonces es la marca de Grindelwald.—¿Quéeee? —Se quedó mirándolo con la boca

abierta.—Krum me explicó…Y le relató la historia que le había contado

Viktor Krum el día de la boda. Hermione estabapasmada.

—Conque la marca de Grindelwald, ¿eh?Observó de nuevo el extraño símbolo y luego,

mirando al chico, añadió:—Nunca he oído decir que Grindelwald tuviera

una marca. Eso no se menciona en ningún librosobre él que yo haya leído.

—Bueno, como te he dicho, Krum me contóque ese símbolo estaba grabado en una pared deDurmstrang, y que Grindelwald lo puso allí.

Ceñuda, Hermione volvió a recostarse en la

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vieja butaca.—Esto es muy raro. Si es un símbolo de magia

oscura, ¿qué hace en un libro de cuentosinfantiles?

—Sí, es muy extraño —admitió Harry—. Y sesupone que Scrimgeour debería haberloreconocido. Como ministro, tendría que haber sidoun experto en temas relacionados con la magiaoscura.

—Sí, claro. Quizá creyó que sólo se trataba deun ojo, como me ha pasado a mí. En todos losotros cuentos hay dibujitos encima del título.

Hermione no dijo nada más, pero siguióexaminando aquel extraño símbolo. Harry volvió aintentarlo.

—Mira, yo…—¿Hum?—He estado pensando y quiero… quiero ir a

Godric’s Hollow.Ella levantó la cabeza, pero tenía la mirada

extraviada, todavía dándole vueltas al asunto deaquella misteriosa marca.

—Ya —dijo—. Sí, yo también lo he estadopensando. Creo que tendremos que ir allí.

—¿Seguro que me has oído bien? —se extrañóHarry.

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—Claro que sí. Has dicho que quieres ir aGodric’s Hollow. Estoy de acuerdo contigo; creoque deberíamos ir. Mira, tampoco se me ocurreningún otro sitio donde pueda estar. Serápeligroso, pero cuanto más lo pienso, másprobable me parece que esté allí.

—Oye… ¿a qué te refieres exactamente?Ante semejante pregunta, Hermione expresó la

misma perplejidad que él sentía.—¡A la espada, Harry! Dumbledore debía de

imaginar que querrías volver allí. Al fin y al cabo,Godric’s Hollow es el pueblo natal de GodricGryffindor, así que…

—¿En serio? ¿Gryffindor era de Godric’sHollow?

—Dime, ¿alguna vez has abierto siquieraHistoria de la magia?

—Pues… —sonrió Harry, y tuvo la impresiónde que hacía meses que no lo hacía, porque notóuna extraña rigidez en los músculos de la cara—.Bueno, creo que lo abrí alguna vez cuando locompré.

—Dado que el pueblo lleva su nombre, imaginéque lo habrías relacionado. —Hacía mucho tiempoque Hermione no hablaba como solía hacerlo; aHarry no le habría sorprendido que, de pronto,

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hubiera anunciado que se iba a la biblioteca—.Espera, en Historia de la magia se habla un pocodel pueblo…

Abrió el bolsito de cuentas y sacó aquel viejolibro de texto, Historia de la magia, de BathildaBagshot. Luego lo hojeó hasta la página quebuscaba y leyó:

—«Tras la firma del Estatuto Internacional delSecreto en mil seiscientos ochenta y nueve, losmagos se escondieron para siempre. Seguramenteera natural que formaran pequeños grupos dentrode una comunidad mayor. Muchos pueblos yaldeas atrajeron a varias familias de magos quehicieron causa común para ayudarse y protegersemutuamente. Las localidades de Tinworth, enCornualles; Upper Flagley, en Yorkshire, y OtterySt. Catchpole, en la costa sur de Inglaterra, fuerondestacadas residencias de grupos de familias demagos que vivían junto a muggles —por logeneral, tolerantes— a los que, a veces, habíanhecho el encantamiento confundus. La más famosade esas moradas semimágicas quizá sea Godric’sHollow, el pueblo del West Country donde nació elgran mago Godric Gryffindor y donde BowmanWright, el herrero mágico, forjó la primera snitchdorada. El cementerio está lleno de nombres de

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antiquísimas familias de magos, y eso explica queproliferen las historias de apariciones que durantesiglos se han relacionado con esa pequeñaiglesia.»

»No os menciona ni a ti ni a tus padres —observó cerrando el libro—, porque la profesoraBagshot no abarca en sus estudios nada posterioral final del siglo diecinueve. Pero ¿lo ves?: Godric’sHollow, Godric Gryffindor, la espada deGryffindor… ¿No crees que Dumbledore debía desuponer que lo relacionarías?

—Sí, claro, claro.Harry no quiso admitir que no pensaba en la

espada cuando había sugerido ir a Godric’sHollow. Para él, el atractivo del pueblo residía enlas tumbas de sus padres, en la casa donde habíaestado a punto de morir y en la persona deBathilda Bagshot.

—¿Recuerdas lo que dijo Muriel?—¿Quién?—Ya sabes… —vaciló el muchacho, porque no

quería pronunciar el nombre de Ron— la tía abuelade Ginny; en la boda. La que te dijo que tenías lostobillos demasiado delgados.

—¡Ah, ya!Fue un momento difícil, porque Harry vio que

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Hermione se acordaba de Ron, así que se apresuróa añadir:

—Dijo que Bathilda Bagshot todavía vive enGodric’s Hollow.

—Bathilda Bagshot —repitió Hermionepasando el dedo índice por aquel nombre grabadoen la cubierta del libro—. Bueno, supongo que…

De pronto soltó un grito ahogado, pero tanexagerado que Harry dio un respingo y sacó lavarita mágica. Echó un rápido vistazo esperandover asomar una mano por la entrada de la tienda,pero no fue así.

—¿Qué pasa? —preguntó, entre enfadado yaliviado—. ¿Por qué has hecho eso? Creía quehabías visto a un mortífago colándose en la tienda,como mínimo.

—¿Y si Bathilda tiene la espada, Harry? ¿Y siDumbledore se la encomendó a ella?

Harry evaluó esa posibilidad. No obstante,Bathilda debía de ser muy anciana, y según Murielchocheaba. ¿Qué probabilidades había de queDumbledore le hubiera entregado la espada paraque la guardara? Y si así lo había hecho, Harrycreía que el anciano profesor había dejado algomuy importante al azar, pues nunca reveló quehubiera sustituido la espada por una imitación, ni

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mencionó siquiera que tuviera amistad conBathilda. Sin embargo, ése no era momento paraponer en duda la teoría de Hermione, ya que,sorprendentemente, ahora estaba dispuesta aaceptar el más ansiado deseo de Harry.

—¡Sí, podría ser! Bueno, ¿vamos a Godric’sHollow, pues?

—Sí, pero tenemos que planearlo muy bien,Harry. —Se había incorporado, y el chicocomprendió que la perspectiva de tener un plan lahabía animado tanto como a él—. Para empezar,debemos entrenar para desaparecernos juntosbajo la capa invisible; y también sería prudentepracticar los encantamientos desilusionadores, amenos que prefieras, ya que estamos, utilizar lapoción multijugos. En ese caso necesitamos pelode alguien. Yo creo que ésta es la mejor opción:cuanto más disfrazados vayamos, mejor…

Harry la dejó hablar y se limitó a asentir a todocada vez que ella hacía una pausa, pero noprestaba mucha atención a su monólogo. Porprimera vez desde que descubrieran que la espadaque había en Gringotts era una falsificación,estaba emocionado.

Iba a volver a su casa, al lugar donde habíavivido con su familia. Era en Godric’s Hollow

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donde, de no ser por Voldemort, habría crecido,pasado las vacaciones escolares e invitado a susamigos; quizá hasta habría tenido hermanos y supropia madre le habría preparado el pastel decumpleaños para celebrar su mayoría de edad. Lavida perdida casi nunca le había parecido tan realcomo en ese momento, cuando se disponía avisitar el lugar donde se la habían robado. Esanoche, después de que Hermione se acostara,Harry sacó con cuidado su mochila del bolsito decuentas y extrajo el álbum de fotografías queHagrid le había regalado mucho tiempo atrás. Porprimera vez en varios meses, examinó las viejasfotografías de sus padres, que sonreían y losaludaban con la mano. Esas fotografías era loúnico que le quedaba de ellos.

Harry habría partido de buen grado haciaGodric’s Hollow al día siguiente, pero Hermionepensaba de otra manera. Como estaba convencidade que Voldemort imaginaba que el chicoregresaría al escenario de la muerte de sus padres,no quería emprender el viaje hasta haberseasegurado de que sus disfraces eran infalibles. Porese motivo, sólo una semana más tarde accedió aponerse en marcha, después de haberlesarrancado furtivamente varios pelos a unos

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inocentes muggles que hacían sus compras deNavidad, y haber practicado la Aparición y laDesaparición Conjunta bajo la capa invisible.

Tenían que aparecerse en el pueblo al amparode la oscuridad, así que a última hora de la tardetomaron por fin la poción multijugos; Harry setransformó en un muggle de mediana edad, decalva incipiente, y Hermione en su menudaesposa, una mujer con aspecto de poquita cosa.Ella metió el bolsito de cuentas que contenía todassus posesiones (excepto el Horrocrux, que Harryllevaba colgado del cuello) en un bolsillo interiordel abrigo, y el muchacho se echó por encima lacapa invisible, cubriendo también a su amiga, yunos momentos más tarde volvieron a sumergirseen aquella asfixiante oscuridad.

Harry todavía notaba los latidos de su corazónen la garganta cuando abrió los ojos. Ambosestaban de pie, cogidos de la mano, en un caminonevado bajo un cielo azul oscuro donde lasprimeras estrellas de la noche titilaban. A amboslados de la estrecha carretera había casitas conadornos navideños en las ventanas, y un pocomás allá el resplandor dorado de las farolasseñalaba el centro del pueblo.

—¡Cuánta nieve! —susurró Hermione bajo la

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capa—. ¿Cómo no lo tuvimos en cuenta? ¡Contodas las precauciones que hemos tomado, ahoravamos a dejar huellas! Tendremos que borrarlas.Ve tú delante, ya me encargo yo.

Harry no quería entrar en el pueblo como uncaballo de pantomima: los dos ocultos bajo la capamientras borraban mediante magia las huellas queiban dejando.

—Quitémonos la capa —propuso, y al ver queHermione se asustaba, añadió—: Va, no seastonta. No tenemos nuestro físico y por aquí nohay nadie.

El muchacho se guardó la capa debajo de lachaqueta y, ya sin trabas, se pusieron en camino;la cara les escocía a causa del frío. Pasaron pordelante de otras casitas; en cualquiera de ellaspodrían haber vivido James y Lily, o aún residirBathilda. Harry observaba con curiosidad laspuertas, los tejados cubiertos de nieve y losporches, preguntándose si los recordaría, aunqueen el fondo sabía que era imposible, porquecuando se marchó para siempre de ese pueblotenía poco más de un año. Ni siquiera estabaseguro de descubrir la casa de sus padres, porqueno sabía qué sucedía cuando morían los sujetosde un encantamiento Fidelio. Luego, el camino por

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el que iban describió una curva hacia la izquierda yllegaron a la pequeña plaza del pueblo.

En medio de la plaza, rodeado de luces decolores ensartadas y parcialmente tapado por unárbol de Navidad sacudido por el viento, se erigíaun monumento a los caídos en la guerra. Habíavarias tiendas, una oficina de correos, un pub yuna pequeña iglesia, cuyas vidrieras de coloresrelucían al otro lado de la plaza.

En las zonas transitadas durante el día, la nievese había compactado; estaba dura y resbaladiza.Hermione y Harry veían a los habitantes delpueblo, que iban y venían iluminados fugazmentepor las farolas; oyeron risas y música pop alabrirse y cerrarse la puerta del pub y, pocodespués, el cántico de un villancico en la iglesia.

—¡Me parece que es Navidad, Harry!—¿Ah, sí? —Él ya no sabía qué día era;

llevaban semanas sin ver un periódico.—Sí, estoy segura —dijo Hermione mirando la

iglesia—. Tus padres deben… deben de estar ahí,¿no? Mira, detrás de la iglesia está el cementerio.

Harry notó un estremecimiento que superaba laemoción, algo parecido al miedo. Ahora queestaba tan cerca de su objetivo, se preguntó si deverdad quería verlo. Quizá Hermione advirtió cómo

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se sentía, porque lo cogió de la mano y, porprimera vez, tomó la iniciativa y tiró de él para quesiguiera andando. Sin embargo, cuando seencontraban hacia la mitad de la plaza, se detuvoen seco.

—¡Mira, Harry!Señalaba el monumento a los caídos, que, al

pasar ellos por su lado, se había transformado. Enlugar de un obelisco cubierto de nombres habíauna composición escultórica: un hombre de pelorevuelto y con gafas, una mujer con melena y unacara hermosa y amable, y un bebé sentado en losbrazos de su madre. Los tres tenían nieve en lacabeza, como si llevaran unos esponjosos gorrosblancos.

Harry se acercó más al monumento ycomprobó que las figuras eran sus padres y élmismo. Nunca había imaginado que hubiera unaestatua… Qué raro le resultó verse representadoen piedra como un bebé feliz sin la cicatriz en lafrente.

—Vamos —dijo cuando se hartó de mirar, ysiguieron hacia la iglesia. Al cruzar la calle, elmuchacho giró la cabeza y vio que la estatua habíavuelto a convertirse en el habitual monumento alos caídos en la guerra.

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A medida que se aproximaban a la iglesia, loscantos se oían más potentes. A Harry se le hizo unnudo en la garganta, porque aquella canción lerecordó mucho a Hogwarts, a Peeves entonando avoz en grito versiones groseras de villancicosdesde el interior de una armadura, a los doceárboles de Navidad del Gran Comedor, aDumbledore con el gorrito que le había salido deuna de esas sorpresas que estallan al abrirlas, aRon con un jersey tejido a mano…

En la entrada del cementerio había una cancela.Hermione la abrió con todo el cuidado que pudo yambos se colaron dentro. A cada lado delresbaladizo sendero que conducía hasta laspuertas de la iglesia se acumulaba una gruesa capade nieve intacta. Se apartaron de él y avanzaronpor la nieve abriendo un profundo surco detrás deellos; rodearon el edificio manteniéndose en laszonas en penumbra y evitando las ventanasiluminadas.

Detrás de la iglesia había hileras y más hilerasde lápidas nevadas que sobresalían de un mantoazul claro, salpicado de brillantes motas de colorrojo, dorado y verde producidas por los reflejos delas vidrieras. Empuñando la varita que llevaba enun bolsillo de la chaqueta, Harry se dirigió hacia la

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tumba más cercana.—¡Mira esto! ¡Es la tumba de un Abbott!

¡Podría tratarse de un pariente lejano de Hannah!—Baja la voz —dijo Hermione.Se adentraron en el cementerio y continuaron

dejando un oscuro rastro en la nieve; ibanagachándose para leer las inscripciones de lasviejas lápidas, y de vez en cuando escudriñaban laoscuridad circundante para asegurarse de queestaban solos.

—¡Aquí, Harry!Hermione se hallaba dos hileras de lápidas más

allá, y Harry tuvo que retroceder con el corazónmartilleándole en el pecho.

—¿Es la…?—¡No, pero mira!La chica señaló la oscura piedra. Harry se

agachó y vio, grabada en el frío granito salpicadode liquen, la inscripción «Kendra Dumbledore» yun poco más abajo de las fechas del nacimiento yla muerte, otra que ponía: «Y su hija Ariana.»Además había la siguiente cita:

Donde esté tu tesoro estará también tucorazón.

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Eso demostraba que al menos algunos de losdatos que manejaban Rita Skeeter y Muriel eranciertos. La familia Dumbledore había vivido enGodric’s Hollow y algunos de sus miembrostambién habían muerto allí.

Ver la tumba era peor que oír hablar de ella. Alcontemplarla, Harry no pudo evitar decirse quetanto Dumbledore como él tenían profundas raícesen ese cementerio, y que el anciano profesordebería habérselo contado; sin embargo, nuncahabía compartido con él esa relación. Si lo hubierahecho, habrían podido visitar juntos las tumbas;por un instante, Harry imaginó que había ido allícon Dumbledore y pensó en lo mucho que eso loshabría unido y cuánto habría significado para él.Pero, al parecer, para el director de Hogwarts elhecho de que sus familias yacieran en el mismocementerio no era más que una coincidencia sinimportancia, quizá irrelevante para la tarea quepensaba encargarle a su pupilo.

Hermione observaba a Harry, y éste se alegróde que la oscuridad le ocultara el rostro. Volvió aleer la cita de la lápida: «Donde esté tu tesoroestará también tu corazón.» No entendía quésignificaban esas palabras; seguramente las habíaelegido Dumbledore, quien, tras la muerte de su

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madre, se había convertido en el miembro de lafamilia de más edad.

—¿Estás seguro de que nunca mencionó…?—No —repuso Harry con aspereza—. Sigamos

buscando. —Y se alejó deseando no haber visto lalápida, porque no quería que el rencor contaminarasu emocionada inquietud.

—¡Mira aquí! —volvió a exclamar Hermionepoco después—. ¡Ay, no, no! ¡Perdona! Creí quedecía Potter.

Estaba frotando una lápida desgastada ycubierta de musgo y la examinaba con el entrecejofruncido.

—Ven un momento, Harry.Al chico le fastidió que lo distrajera otra vez,

pero volvió a regañadientes sobre sus pasos.—¿Qué pasa?—¡Mira esto!La tumba era sumamente antigua y estaba tan

erosionada que apenas se leía el nombre.Hermione le mostró el símbolo que había debajo.

—¡Es la misma marca que aparece en el libro!Miró donde ella señalaba: la piedra estaba

desgastada y costaba distinguir su grabado,aunque sí parecía haber un símbolo triangular bajoun nombre prácticamente ilegible.

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—Sí… podría ser…Hermione encendió su varita mágica y apuntó

al nombre de la lápida.—Pone Ig… Ignotus, creo…—Yo voy a seguir buscando a mis padres,

¿vale? —dijo Harry con un deje de enfado, y sealejó dejando a su amiga acuclillada junto a la viejatumba.

De vez en cuando, Harry reconocía un apellidoque, como Abbott, remitía a algún alumno deHogwarts. A veces había varias generaciones de lamisma familia de magos, y por las fechas deducíasi se había extinguido o si sus actuales miembrosse habían marchado de Godric’s Hollow. Siguiópaseándose entre las tumbas, y cada vez que veíauna lápida más reciente sentía una pequeñapunzada de aprensión y expectación.

De pronto la oscuridad y el silencio seacentuaron. Harry miró alrededor preocupado,pensando en los dementores; pero entonces sepercató de que habían dejado de oírse losvillancicos, y el murmullo de voces y el trajín delos feligreses iban diluyéndose a medida que éstosvolvían a la plaza. Alguien que todavía no habíasalido de la iglesia acababa de apagar las luces.

Entonces la voz de Hermione surgió de la

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oscuridad por tercera vez, clara y definida, sólo aunos metros de distancia.

—Están aquí, Harry. Ven.Y él comprendió que esta vez sí se refería a sus

padres. Se aproximó a ella sintiendo una opresiónen el pecho, la misma sensación que habíaexperimentado justo después de la muerte deDumbledore, una pena que le aplastaba el corazóny los pulmones.

La lápida estaba a sólo dos hileras de distanciade la de Kendra y Ariana. Era de mármol blanco,igual que la tumba de Dumbledore, y eso facilitabala lectura de la inscripción, porque casi brillaba enla oscuridad. Harry no tuvo que arrodillarse niacercarse mucho para distinguir las palabrasgrabadas:

James Potter, 27 de marzo de 1960 - 31 deoctubre de 1981

Lily Potter, 30 de enero de 1960 - 31 deoctubre de 1981

El último enemigo que será derrotado es lamuerte.

Harry leyó despacio, como si sólo tuviera una

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oportunidad para comprender su significado; laúltima frase la leyó en voz alta.

—«El último enemigo que será derrotado es lamuerte…» —Y se le ocurrió una idea horrible quele produjo una especie de pánico—: ¿Eso no es unconcepto propio de mortífagos? ¿Qué hace aquí?

—No significa derrotar la muerte en el sentidoque manejan los mortífagos, Harry —lo tranquilizóHermione con dulzura—. Significa… ya sabes,vivir más allá de la muerte. Es decir, la vidadespués de la muerte.

Pero Harry pensó que sus padres no vivían;estaban muertos. Aquellas vanas palabras nocamuflaban el hecho de que sus restos mortalesyacieran bajo la nieve y la piedra, indiferentes,ignorantes de lo que sucedía en el mundo. Y laslágrimas le brotaron, incapaz de impedirlo,ardientes primero y luego resbalándole heladaspor las mejillas; pero ¿qué sentido teníaenjugárselas o fingir que no lloraba? Las dejóresbalar, pues, por las mejillas, y apretó los labioscon la vista fija en la gruesa capa de nieve que leimpedía ver el sitio donde reposaban los restos deLily y James, reducidos a huesos o a polvo, sinsaber o sin importarles que su hijo estuviera allí, nique su corazón siguiera latiendo, ni que viviera

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gracias a su sacrificio, aunque en ese momentocasi habría preferido estar durmiendo bajo la nievecon ellos.

Hermione lo había cogido otra vez de la mano yse la apretaba con fuerza. Harry no se atrevía amirarla, pero le devolvió el apretón mientrasrespiraba hondo el frío aire nocturno, intentandoserenarse y recuperar el control. Debería haberlesllevado algo a sus padres, pero no se le habíaocurrido; tampoco podía coger ninguna planta delcementerio porque todas estaban congeladas y sinhojas. Pero, en ese mismo instante, Hermionelevantó su varita mágica, describió un círculo en elaire y ante ellos apareció una corona de eléboro.Harry la cogió y la puso sobre la tumba de suspadres.

En cuanto se puso en pie le dieron ganas desalir de allí; no soportaba ni un momento más enaquel cementerio. Abrazó a Hermione por loshombros y ella lo cogió por la cintura; así sealejaron en silencio por la nieve, pasando pordelante de la tumba de la madre y la hermana deDumbledore, y se dirigieron hacia la oscura iglesiay la cancela, que no veían desde allí.

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—¡E

CAPÍTULO 17

El secreto deBathilda

SPERA, Harry!—¿Qué pasa?

Se encontraban a la altura de la tumba de aquelAbbott desconocido.

—Ahí hay alguien. Alguien nos estáobservando. Lo noto. Allí, detrás de esos

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arbustos.Se quedaron quietos, abrazados, escrutando

los densos y negros límites del cementerio. PeroHarry no veía nada.

—¿Estás segura?—He visto moverse algo, juraría que he… —Se

separó de él para tener libre el brazo de la varita.—Tenemos aspecto de muggles —le recordó

Harry.—¡Sí, de unos muggles que acaban de dejar

flores en la tumba de tus padres! ¡Estoy segura deque hay alguien, Harry!

Al chico le vino a la memoria el libro Historiade la magia; se suponía que en ese cementeriohabía fantasmas. ¿Y si…? Pero entonces oyó unsusurro y percibió un pequeño remolino de nieveque se desplazaba en el arbusto que Hermionehabía señalado. Los fantasmas no movían lanieve…

—Será un gato —comentó Harry— o unpájaro. Si fuera un mortífago ya estaríamosmuertos. Pero salgamos de aquí y volvamos aponernos la capa.

Miraron hacia atrás varias veces mientrassalían del cementerio. Harry, que no estaba tantranquilo como le había hecho creer a Hermione

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para calmarla, se alegró cuando llegaron a lacancela y pisaron la resbaladiza acera; entonces setaparon con la capa invisible.

El pub estaba más lleno que antes, y en suinterior un coro de voces cantaba el mismovillancico que habían oído cuando se acercaron ala iglesia. Harry estuvo a punto de proponer quese refugiaran en el local, pero antes Hermionemurmuró: «Vamos por aquí», y lo arrastró por unaoscura calle por la que se salía del pueblo endirección opuesta a la que los había llevado aGodric’s Hollow. Harry distinguió el punto dondeterminaban las casitas y el camino se perdía denuevo en los campos, así que anduvieron tanrápido como les fue posible, pasando por delantede varias ventanas en las que destellaban lucesmulticolores y a través de cuyas cortinas seadivinaba el contorno de árboles navideños.

—¿Cómo vamos a encontrar la casa deBathilda? —preguntó Hermione, que temblabaligeramente y no paraba de mirar hacia atrás—.¡Harry! ¿Tú qué opinas? ¡Harry!

La chica le tiró del brazo, pero él no estabaprestándole atención, concentrado en la oscuraedificación que se alzaba al final de la hilera decasas. A continuación echó a correr tirando de su

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amiga, que resbaló un poco en el hielo.—Harry…—Mira. Mírala, Hermione.—No sé qué… ¡Oh!El encantamiento Fidelio debía de haber

perdido su eficacia al morir James y Lily, porqueHarry la veía. El seto había crecidodesmesuradamente en los dieciséis añostranscurridos desde que Hagrid lo rescatara deentre los escombros esparcidos por la hierba, queahora le llegaba por la cintura. Gran parte de lacasita seguía en pie, aunque cubierta por completode oscura hiedra y nieve, pero la zona derecha delpiso superior estaba destrozada. Harry tenía lacerteza de que era allí donde la maldición habíarebotado. Ambos se quedaron de pie frente a laverja contemplando las ruinas de lo que, en su día,fue una casita muy parecida a las que había allado.

—No entiendo por qué no la reconstruyeron—susurró Hermione.

—A lo mejor es que no se puede. Tal vez pasacomo con las heridas producidas por magiaoscura, que es imposible curarlas.

El chico sacó una mano de debajo de la capa yla apoyó sobre la oxidada verja cubierta de nieve,

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no con la intención de abrirla, sino simplementepor tocar una parte de la casa.

—¿No piensas entrar? No parece muy segura,podría… ¡Oh, Harry! ¡Mira!

Por lo visto, el roce de la mano sobre la verjahabía provocado que en el suelo, frente a ellos yentre la maraña de ortigas y hierbajos, surgiera unletrero de madera, como una extraña flor decrecimiento rápido, con una inscripción en letrasdoradas:

En este lugar, la noche del 31 de octubre de1981, Lily y James Potter perdieron la vida.

Su hijo, Harry, es el único mago que hasobrevivido a la maldición asesina. Esta

casa, invisible para los muggles, permaneceen ruinas como monumento a los Potter y

como recordatorio de la violencia quedestrozó una familia.

Alrededor de esas frases pulcramente trazadas,otros magos y brujas que habían visitado el lugardonde «el niño que sobrevivió» logró escapar,habían añadido anotaciones. Algunos se limitarona firmar con tinta imperecedera; otros grabaron susiniciales en la madera, y otros escribieron

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mensajes. De entre éstos, los más recientes, quebrillaban sobre los grafitis mágicos de dieciséisaños de antigüedad, decían cosas muy parecidas:«Buena suerte, Harry, dondequiera que estés»; «Silees esto, Harry, que sepas que estamos contigo»,o bien, «Larga vida a Harry Potter».

—¡No deberían haber escrito en ese letrero! —se indignó Hermione.

Pero Harry la miró esbozando una sonrisaradiante, y replicó:

—Es genial. Me encanta que lo hayan hecho.Es…

No terminó la frase al ver que una figuraenvuelta de arriba abajo se les acercabarenqueando; las luces de la lejana plaza recortabansu silueta. A Harry le pareció que era una mujer,aunque resultaba difícil distinguirla. Andabadespacio, probablemente para no resbalar en elsuelo nevado, pero el hecho de caminarencorvada, su gordura y la forma de arrastrar lospies indicaban que se trataba de una persona muyanciana. La observaron acercarse. Harry pensóque tal vez entraría en alguna de las casitas por lasque pasaba, pero su instinto le decía que no loharía. Al fin la figura se detuvo a pocos metros deellos y se quedó quieta en medio de la calle helada,

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mirándolos.Hermione pellizcó a Harry en el brazo, pero no

hacía falta. No había prácticamente ningunaprobabilidad de que esa mujer fuera una muggle:estaba allí inmóvil, contemplando una casa que, deno ser una bruja, le habría sido del todo imposiblever. Sin embargo, aun así era extraño que hubierasalido a la calle, de noche y con aquel frío, sólopara mirar una vieja casa en ruinas. Por otra parte,según todas las leyes de la magia normal, a lamujer no le sería posible ver a Hermione ni a Harry.Sin embargo, el muchacho intuía que la ancianasabía que estaban allí e incluso quiénes eran.Acababa de llegar a esa inquietante conclusióncuando la mujer levantó una mano enguantada yles indicó que se acercaran.

Hermione se estrechó más contra Harry bajo lacapa, con un brazo pegado al suyo.

—¿Cómo lo sabe?Harry negó con la cabeza. La mujer, que seguía

mirándolos sin moverse en la calle desierta, volvióa hacerles señas, esta vez con apremio. A Harry sele ocurrían muchas razones para no hacerle caso,pero sus sospechas acerca de la identidad deaquella desconocida eran cada vez más sólidas.

¿Cabía la posibilidad de que llevara todos esos

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largos meses aguardándolos? ¿Podía ser queDumbledore le hubiera pedido que esperara,porque Harry acabaría yendo a Godric’s Hollow?¿Tal vez era ella la que estaba escondida en elcementerio y los había seguido hasta allí? El que lamujer fuera capaz de percibir su presencia indicabaque poseía poderes que Harry sólo había intuidoen Dumbledore.

Por fin decidió dirigirle la palabra, y Hermione,sobresaltada, soltó un gritito ahogado.

—¿Es usted Bathilda?La figura envuelta asintió y volvió a hacerles

señas.Bajo la capa, Harry consultó a Hermione con la

mirada, y ella dio una breve y nerviosa cabezadade asentimiento.

Avanzaron poco a poco y, de inmediato, lamujer se dio la vuelta y echó a andar cojeando pordonde había venido. Pasó por delante de variascasas, con los chicos detrás, y al fin entró por laverja de una de ellas. Harry y Hermione lasiguieron por el sendero que discurría por unjardín casi tan descuidado como el que acababande abandonar. Al llegar a la puerta principal, lamujer sacó una llave, abrió y se apartó paradejarlos entrar.

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Ella olía mal, o quizá el mal olor provenía de lacasa; Harry arrugó la nariz al pasar con sigilo porsu lado y se quitó la capa. Ahora que estaba cercade la anciana comprobó lo bajita que era;encorvada por la edad, apenas le llegaba a la alturadel esternón. Cerró la puerta con una manocubierta de manchas y nudillos azulados y sevolvió hacia Harry; hundidos entre pliegues depiel casi translúcida, sus ojos eran opacos a causade las cataratas, y tenía la cara cubierta decapilares rotos y manchas de vejez. El chico sepreguntó si podía verlo con aquellos ojosenfermos; si así era, sólo vería al muggle calvocuya apariencia él había adoptado.

El olor a viejo, polvo, ropa sucia y comidarancia se intensificó cuando la anciana se quitó elchal negro y apolillado, revelando una cabeza decabello blanco y ralo a través del cual se veíaclaramente el cuero cabelludo.

—¿Es usted Bathilda? —repitió Harry.Ella volvió a asentir y él recordó que llevaba el

guardapelo colgado del cuello, porque la cosa quecontenía el Horrocrux había despertado y suspulsaciones se percibían a través de la fría cubiertade oro. ¿Sabía esa cosa, podía notarlo, que lo queiba a destruirla estaba cerca?

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Bathilda echó a andar arrastrando los pies,empujó a Hermione al pasar, como si no la hubieravisto, y entró en lo que parecía un salón.

—Harry, esto no me gusta —musitó Hermione.—¿La has visto bien? Estoy seguro de que en

caso de necesidad podríamos dominarla. Mira,debí decírtelo antes, pero yo ya sabía que noestaba muy bien de la cabeza. Muriel lo dijo.

—¡Ven! —llamó Bathilda desde la otrahabitación.

Hermione dio un respingo y se agarró al brazode Harry.

—Tranquila —dijo él, y la precedió hacia elsalón.

Bathilda iba de un lado para otro encendiendovelas, pero la estancia todavía estaba oscura,además de sumamente sucia. Una gruesa capa depolvo se removió bajo sus pies y, al olfatear, Harrydetectó entre el olor a humedad y moho algosemejante a carne podrida. Se preguntó cuántohacía que nadie iba allí a airear las habitaciones.Además, la mujer parecía haber olvidado quepodía hacer magia, porque encendía las velas amano, torpemente, de modo que siempre estaba apunto de prender el puño de encaje de su manga.

—Permítame que lo haga yo —se ofreció

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Harry, y le cogió las cerillas de la mano.Ella lo observó mientras él acababa de

encender los cabos de vela que había en unosplatillos repartidos por toda la estancia,precariamente colocados sobre montones de librosy en mesitas abarrotadas de tazas sucias ydesportilladas.

La última vela que encendió Harry estaba enuna cómoda de frontal abombado y repleta defotografías. Cuando la llama cobró vida, su reflejotitiló en los marcos de plata y los polvorientoscristales, y el muchacho detectó pequeñosmovimientos en las imágenes. Mientras Bathildabuscaba unos troncos para la chimenea, él musitó:«¡Tergeo!», y el polvo desapareció de lasfotografías. Enseguida vio que faltaba una mediadocena de ellas, las de los marcos más grandes yornamentados, y se preguntó si las habría retiradode allí la propia Bathilda. Entonces le llamó laatención una colocada al fondo de la colección, yla cogió.

Aquel ladrón de cara risueña, el joven rubioque había saltado desde el alféizar de la ventanade Gregorovitch, le sonreía perezosamente desdesu marco de plata. Al instante recordó que habíavisto a aquel chico en Vida y mentiras de Albus

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Dumbledore, abrazado a un Dumbledoreadolescente, y comprendió que las fotografías quefaltaban probablemente estaban en el libro de Rita.

—Señora Bagshot… —dijo, y le tembló unpoco la voz—. ¿Quién es éste?

Bathilda estaba en medio de la habitacióncontemplando cómo Hermione encendía el fuegode la chimenea.

—Señora Bagshot… —repitió Harry, y fuehacia ella para enseñarle la fotografía, al mismotiempo que las llamas prendían en la chimenea.Bathilda miró a Harry y el Horrocrux latió másdeprisa—. ¿Quién es este joven? —preguntó.

La anciana observó la fotografía con airesolemne, y luego a Harry.

—¿Sabe quién es? —insistió él en voz más altay articulando con mayor claridad—. ¿Sabe quiénes este joven? ¿Lo conoce? ¿Cómo se llama?

Bathilda compuso una expresión deindiferencia, frustrando a Harry. ¿Cómo habíaconseguido Rita Skeeter desenterrar los recuerdosde aquella mujer?

—¿Quién es este hombre? —dijo elevando aúnmás la voz.

—¿Qué pasa, Harry? —preguntó Hermione.—Mira esta fotografía… ¡Es el ladrón, el ladrón

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que robó a Gregorovitch!»¡Por favor! —le suplicó a Bathilda—. ¿Quién

es?Pero ella se limitó a mirarlo fijamente.—¿Por qué nos ha pedido que viniéramos con

usted, señora Bagshot? —intervino Hermioneelevando también el tono—. ¿Quería contarnosalgo?

Bathilda se acercó a Harry arrastrando los pies,como si no hubiera oído a Hermione, y con lacabeza señaló el vestíbulo.

—¿Quiere que nos marchemos? —preguntó él.Bathilda repitió el gesto, esta vez señalándolo

primero a él, luego a sí misma y por último el techo.—Ah, ya… me parece que quiere que suba con

ella al piso de arriba.—Está bien, vamos —dijo Hermione, pero

cuando dio un paso, Bathilda sacudió la cabezacon repentina vehemencia y volvió a señalarprimero a Harry y luego a sí misma.

—Quiere que suba con ella yo solo.—¿Por qué? —preguntó Hermione, y su voz

resonó, aguda y diáfana, en la estancia iluminadapor las velas; la anciana movió un poco la cabeza,como molesta por la intensidad de ese sonido.

—A lo mejor Dumbledore le dijo que me diera

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la espada a mí y sólo a mí.—¿De verdad crees que sabe quién eres?—Sí, me parece que sí —respondió Harry

observando los blanquecinos ojos de la anciana,de nuevo fijos en los suyos.

—Bueno, en ese caso… Pero date prisa, Harry.—Usted primero —le dijo el chico a Bathilda.La mujer debió de entenderlo, porque lo rodeó

arrastrando los pies y fue hacia la puerta. Harry lelanzó una sonrisa tranquilizadora a su amiga, perono estuvo seguro de que ella la viera, porque sehabía quedado en medio de aquella deprimenteestancia, abrazándose el cuerpo y mirando lalibrería. Al salir, Harry se metió la fotografía delladrón anónimo debajo de la chaqueta, sin que sedieran cuenta ni Hermione ni Bathilda.

La escalera era estrecha y empinada. Harryestuvo tentado de apoyar las manos en elvoluminoso trasero de Bathilda para impedir que laanciana cayera hacia atrás y lo aplastara, lo cualparecía bastante probable. La mujer llegóresollando al primer rellano, torció hacia la derechay guió a Harry hasta un dormitorio de techo bajo.

Allí dentro reinaba la oscuridad y también olíafatal. Harry atisbó un orinal que asomaba pordebajo de la cama, pero Bathilda cerró la puerta y

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ya no vio nada más.—¡Lumos! —dijo el muchacho, y su varita

mágica se encendió. Al punto dio un respingo,porque la anciana se le había acercadoaprovechando esos segundos de oscuridad total,aunque él no la había oído aproximarse.

—¿Eres Potter? —susurró Bathilda.—Sí, soy Potter.Ella asintió despacio, con solemnidad. Harry

notó que los latidos del Horrocrux se acelerabanhasta superar los de su propio corazón, unasensación desagradable e inquietante.

—¿Tiene usted algo para mí? —preguntó, peroella parecía absorta en la luz que emitía el extremode la varita—. ¿Tiene algo que darme? —insistió.

La mujer cerró los ojos y entonces pasaronvarias cosas a la vez: Harry sintió una fuertepunzada en la cicatriz, el Horrocrux palpitó contanta fuerza que movió el jersey del muchacho, y laoscura y pestilente habitación desapareció porunos momentos. De pronto sintió un arrebato dejúbilo y, con voz clara y aguda, gritó: «¡Retenlo!»

Se tambaleó un poco, mientras la malolientehabitación en penumbra volvía a formarsealrededor de él, pero no entendió qué habíaocurrido.

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—¿Tiene algo para mí? —preguntó por terceravez, más fuerte aún.

—Está allí —susurró ella señalando un rincón.Harry dirigió la varita hacia la ventana y bajo

las cortinas vio un tocador atestado de cosas.Esta vez la anciana no lo precedió. Con la

varita en alto, Harry pasó lentamente entre ella y lacama, que estaba deshecha. No quería perder devista a Bathilda.

—¿Qué es? —preguntó al llegar al tocador,sobre el que había un gran montón de ropa muysucia, a juzgar por el hedor que desprendía.

—Ahí —insistió la mujer señalando el montóndeforme.

Harry se volvió brevemente hacia aquelamasijo buscando distinguir la empuñadura de unaespada o algo que pareciera un rubí, y entonces lamujer hizo un movimiento extraño que él advirtiócon el rabillo del ojo; presa del pánico, mirórápidamente a la anciana y el horror lo paralizó alver cómo su cuerpo se desmoronaba y una enormeserpiente le surgía del cuello.

La serpiente lo atacó cuando él alzaba la varita,y el impacto de la mordedura que recibió en elantebrazo hizo que aquélla saliera despedida haciael techo girando sobre sí misma. La luz osciló

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vertiginosamente por la habitación antes deapagarse. En ese momento, la serpiente le propinócon la cola un fuerte golpe en el pecho que lecortó la respiración. Harry cayó hacia atrás sobreel montón de ropa del tocador.

Lanzándose hacia un lado logró esquivar pormuy poco la cola de la serpiente, que descargócon violencia sobre el tocador. Harry se derrumbóen el suelo y le cayeron encima añicos del cristalque cubría la superficie del mueble.

—¿Harry, qué haces? —gritó Hermione desdeabajo.

Él intentó coger aire para responder, pero unamole lisa y pesada lo derribó y se deslizó porencima de él, potente y musculosa…

—¡No! —chilló con voz ahogada, inmovilizadoen el suelo.

—Sí —susurró la voz—. Sssíii… prepárate…prepárate…

—¡Accio… varita!Pero la varita no acudió, y él necesitaba ambas

manos para intentar soltarse de la serpiente, queya empezaba a enroscarse alrededor de su torso,dejándolo sin aire y clavándole el Horrocrux en elpecho, un círculo de hielo que latía, vivo, a sólounos centímetros de su propio y desbocado

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corazón. La mente se le iba llenando de una luz fríay blanca que le impedía pensar. Sin poder respirar,oía pasos a lo lejos y todo se iba…

Un corazón metálico golpeaba fuera de supecho, y entonces Harry voló, voló triunfante, sinnecesidad de escoba ni thestral…

Despertó bruscamente en la apestosaoscuridad. Nagini lo había soltado. Se puso en piecon dificultad y vio la silueta de la serpienterecortada contra la luz del rellano: en ese momentola bestia atacó y Hermione se lanzó hacia un ladodando un grito. La maldición de la chica dio contrala ventana y rompió los cristales. Un aire heladoinvadió la estancia. Harry se agachó para esquivarotra lluvia de cristales rotos y resbaló al pisar algocon forma de lápiz: su varita…

La recogió rápidamente, pero la serpientesacudía la cola sin parar, ocupando toda lahabitación. Harry no veía a Hermione y por uninstante temió lo peor, pero entonces se oyó unfuerte estallido seguido de un destello de luz roja yla serpiente, golpeando con fuerza a Harry en lacara, dio una especie de brinco y se impulsó haciael techo con un movimiento en espiral. Harrylevantó la varita y al hacerlo sintió un dolor atrozen la cicatriz, un dolor que no notaba desde hacía

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años.—¡Viene hacia aquí! ¡Viene hacia aquí,

Hermione!Mientras Harry gritaba, la serpiente cayó

silbando como enloquecida. Reinaba un caostremendo: la bestia destrozó los estantes de lapared e hizo saltar pedazos de porcelana por todaspartes, mientras el muchacho se lanzaba hacia lacama y agarraba a tientas la oscura figura deHermione.

La chica gritó de dolor cuando él la tumbó deun empujón sobre la cama. La serpiente se irguióde nuevo, pero Harry sabía que se avecinaba algomucho peor, algo que quizá ya había llegado a laverja del jardín, porque la cicatriz le dolía horroresy la cabeza parecía a punto de explotarle…

La bestia se abalanzó sobre Harry, que saltó aun lado tirando de Hermione, la cual gritó«¡Confringo!». El hechizo voló por todo el cuarto,haciendo añicos el espejo del ropero, cuyos trozosrebotaron contra ellos, el suelo y el techo. El calordel hechizo le abrasó una mano a Harry y unfragmento de cristal le hizo un corte en la mejillacuando, siempre tirando de Hermione, pasó juntoal tocador y saltó hacia la destrozada ventana paralanzarse al vacío. El grito de Hermione resonó en la

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oscuridad mientras ambos giraban en el aire…Y entonces se le abrió la cicatriz y él mismo era

Voldemort, que corría por la hedionda habitación yse sujetaba con las largas y blancas manos alantepecho de la ventana, viendo al hombre calvo ya la mujer menuda girar sobre sí mismos yesfumarse; y él mismo gritó de rabia, un chillidoque se fundió con el de Hermione y resonó por lososcuros jardines acallando el sonido de lascampanadas de la iglesia que celebraban laNavidad…

Y su grito era el grito de Harry; su dolor era eldolor de Harry… Si sucediera allí, donde ya habíasucedido una vez… Allí, desde donde se veía lacasa en que él había estado tan a punto de saberqué significaba morir… Morir… Era un dolor tanintenso… Sentía como si lo arrancaran de sucuerpo. Pero si no tenía cuerpo, ¿por qué le dolíatanto la cabeza? Si estaba muerto, ¿por qué sentíaun dolor tan insoportable? ¿Acaso no cesaba eldolor con la muerte, acaso no desaparecía?

La noche era húmeda y ventosa, dos niñosdisfrazados de calabaza caminaban como patospor la plaza, y los escaparates de las tiendas,cubiertos de arañas de papel, exhibían toda laparafernalia decorativa con que los muggles

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reproducían un mundo en que no creían. Y él sedeslizaba con esa sensación de determinación,poder y potestad que siempre experimentaba entales ocasiones. No era rabia… eso era paraalmas más débiles que la suya. No era rabia sinotriunfo, sí… Había esperado mucho ese momento,lo había deseado tanto…

—¡Bonito disfraz, señor!Vio cómo la sonrisa del niño flaqueaba

cuando se le acercó lo suficiente para fisgar bajola capucha de la capa; percibió el miedoensombreciendo su maquillado rostro. Entoncesel niño se dio la vuelta y huyó. Él aferró su varitamágica bajo la túnica… Un solo movimiento y elniño nunca llegaría a los brazos de su madre.Pero no hacía falta, no hacía ninguna falta…

Y siguió por otra calle más oscura, y por findivisó su destino; el encantamiento Fidelio sehabía roto, aunque ellos todavía no losupieran… Haciendo menos ruido que las hojassecas que se deslizaban por la acera, cuandollegó a la altura del oscuro seto miró por encimade él…

No habían corrido las cortinas, así que losvio claramente en su saloncito: él —alto, morenoy con gafas— hacía salir de su varita nubes de

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humo de colores para complacer al niño de pelonegro y pijama azul. El niño reía e intentabaatrapar el humo, asirlo con su manita…

Se abrió una puerta y entró la madre; dijoalgo que él no pudo oír, pues el largo cabellopelirrojo le tapaba la cara. Entonces el padrelevantó al niño del suelo y se lo dio a la madre.Dejó su varita mágica encima del sofá y sedesperezó bostezando…

La puerta chirrió un poco cuando la abrió,pero James Potter no la oyó. Su blanca manosacó la varita de debajo de la capa y apuntó a lapuerta, que se abrió de par en par.

Ya había traspuesto el umbral cuando Jamesllegó corriendo al vestíbulo. Fue fácil,demasiado fácil, ni siquiera llevaba su varitamágica…

—¡Coge a Harry y vete, Lily! ¡Es él! ¡Corre,vete! ¡Yo lo contendré!

¡Contenerlo! ¡Sin una varita a mano! Rióantes de lanzar la maldición.

—¡Avada Kedavra!La luz verde inundó el estrecho vestíbulo,

iluminó el cochecito apoyado contra la pared,reverberó en los balaustres como si fueranfluorescentes, y James Potter se desplomó como

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una marioneta a la que le han cortado los hilos.La oyó gritar en el piso de arriba, atrapada,

pero, mientras fuera sensata, al menos ella notenía nada que temer. Subió la escalera,escuchando con cierto regocijo los ruidos que lamujer hacía mientras intentaba atrincherarse.Ella tampoco llevaba encima su varita mágica…Qué estúpidos eran y qué confiados; pensar quepodían dejar su seguridad en manos de susamigos, o separarse de sus armas aunque fuerasólo un instante.

Forzó la puerta, apartó con un único ylánguido movimiento de la varita la silla y lascajas que Lily había amontonadoapresuradamente… Y allí la encontró, con elniño en brazos. Al verlo, ella dejó a su hijo en lacuna que tenía detrás y extendió ambos brazos,como si eso pudiera ayudarla, como siapartándolo de su vista fuera a conseguir que laeligiera a ella.

—¡Harry no! ¡Harry no! ¡Harry no, por favor!—Apártate, necia. Apártate ahora mismo…—¡Harry no! ¡Por favor, máteme a mí, pero a

él no!—Te lo advierto por última vez…—¡Harry no! ¡Por favor… tenga piedad…

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tenga piedad! ¡Harry no! ¡Harry no! ¡Se loruego, haré lo que sea!

—Apártate. Apártate, estúpida…Podría haberla apartado él mismo de la cuna,

pero le pareció más prudente acabar con todos.La luz verde destelló en la habitación y Lily se

desplomó igual que su esposo. El niño no habíallorado en todo ese rato; ya se sostenía en pie,agarrado a los barrotes de la cuna, y miró conexpectación al intruso, quizá creyendo que quiense escondía bajo la capa era su padre, haciendomás luces bonitas, y que su madre se levantaríaen cualquier momento, riendo…

Con sumo cuidado, apuntó la varita a la caradel niño: quería ver cómo sucedía, captar cadadetalle de la destrucción de ese único einexplicable peligro. El pequeño rompió a llorar:ya había comprendido que aquél no era su padre.A él no le gustó oírlo llorar; en el orfanato nuncahabía soportado oír llorar a los niñospequeños…

—¡Avada Kedavra!Y entonces se derrumbó: no era nada, sólo

dolor y terror, y tenía que esconderse, no allí,entre los escombros de la casa en ruinas, donde elniño seguía llorando, atrapado, sino lejos, muy

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lejos…—No —gimió.La serpiente susurró en el sucio y

desordenado suelo, y él había matado al niño, ysin embargo él era el niño…

—No…Y ahora estaba de pie junto a la ventana rota

de la casa de Bathilda, abrumado por losrecuerdos de otra pérdida mayor, y a sus pies laenorme serpiente se deslizaba sobre fragmentosde porcelana y cristal. Miró hacia abajo y vioalgo, algo increíble…

—No…—¡No pasa nada, Harry! ¡Estás bien!Se agachó y recogió la destrozada fotografía.

Y allí estaba el ladrón anónimo, el ladrón que élandaba buscando…

—No… Se me ha caído… Se me ha caído…—¡No pasa nada, Harry! ¡Despierta!

¡Despierta!Él era Harry… Harry, no Voldemort… Y esa

cosa que susurraba no era una serpiente…Abrió los ojos.—Harry —musitó Hermione—. ¿Te encuentras

bien?—Sí… —mintió.

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Se hallaba en la tienda de campaña, tumbadoen la cama inferior de una litera, tapado con unmontón de mantas. Comprendió que estaba apunto de amanecer por la quietud y la luz fría ymate que había en el exterior. Tenía el cuerpoempapado de sudor; lo notaba en las sábanas ymantas.

—Conseguimos huir.—Sí —confirmó Hermione—. Tuve que utilizar

un encantamiento planeador para ponerte en lalitera, porque no podía levantarte. Has estado…Bueno, no has estado muy…

La muchacha tenía unas marcadas ojeras ysujetaba una pequeña esponja; Harry dedujo quele había limpiado la cara.

—Has estado enfermo —explicó ella—, muyenfermo.

—¿Cuánto hace que salimos de allí?—Unas horas. Está amaneciendo.—Y todo este tiempo he estado…

¿inconsciente?—No exactamente —contestó Hermione, un

tanto turbada—. Gritabas, gemías y hacías…cosas —añadió con un tono que inquietó a Harry.

¿Qué había hecho? ¿Gritar maldiciones comoVoldemort, o llorar como el bebé de la cuna?

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—No podía quitarte el Horrocrux —continuóella, y él comprendió que quería cambiar de tema—. Estaba clavado, clavado en tu pecho. Te hahecho una marca; lo siento, pero tuve que emplearun encantamiento seccionador para quitártelo.Además, te mordió la serpiente, aunque te helimpiado la herida y puesto un poco de díctamo…

Harry se apartó la sudada camiseta y se miró.Tenía un óvalo encarnado sobre el corazón, en elsitio donde el guardapelo le había quemado la piel.También vio la marca de la mordedura, casicicatrizada, en el antebrazo.

—¿Dónde has puesto el Horrocrux?—En mi bolso. Creo que deberíamos

separarnos un tiempo de él.Harry se recostó en las almohadas y observó la

mala cara de su amiga.—No debimos ir a Godric’s Hollow. Fue culpa

mía. Todo es culpa mía, Hermione. Lo siento.—Tú no tienes la culpa de nada; yo también

quería ir. Creía que Dumbledore podía habertedejado la espada allí.

—Ya… Pues parece que nos equivocamos.—¿Qué pasó, Harry? ¿Qué pasó cuando

Bathilda te llevó arriba? ¿La serpiente estabaescondida en algún sitio, o apareció de repente, la

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mató a ella y te atacó a ti?—No, nada de eso. Ella era la serpiente, o la

serpiente era ella. Lo era desde el principio.—¿Qué quieres decir?Harry cerró los ojos. Todavía estaba

impregnado de la fetidez de aquella casa y esocontribuía a que el episodio le resultarahorriblemente vívido.

—Bathilda debía de llevar ya algún tiempomuerta y la serpiente estaba… dentro de ella.Quien-tú-sabes la dejó esperando en Godric’sHollow. Tenías razón: él sabía que yo volvería allí.

—¿Así que la serpiente estaba dentro deBathilda?

Harry abrió los ojos y vio que su amiga poníacara de asco.

—Lupin nos advirtió que nos encontraríamosante una magia inimaginable —le recordó Harry—.Bathilda no quería decir nada delante de ti y hablótodo el rato en lengua pársel, y yo no me dicuenta, claro, porque la entendía perfectamente.Cuando subimos a la habitación, la serpiente leenvió un mensaje a Quien-tú-sabes, yo la oí en mimente, y noté cómo él se emocionaba y leordenaba que me retuviera allí… Y entonces… —recordó el momento en que la serpiente había

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salido por el cuello de Bathilda, pero decidió queHermione no necesitaba conocer todos losdetalles— entonces se transformó en la serpientey me atacó. —Se miró la mordedura en el antebrazo—. No quería matarme, sólo retenerme allí hastaque llegara Quien-tú-sabes.

Si al menos hubiera conseguido matar a aquellabestia, todo habría valido la pena. Afligido, seincorporó y apartó las mantas.

—¡No, Harry! ¡Tienes que descansar!—La que necesita descansar eres tú. No te

ofendas, pero tienes un aspecto horrible. Yo meencuentro bien; voy a vigilar un rato. ¿Dónde estámi varita? —Hermione se limitó a mirarlo sincontestar—. ¿Hermione?

Ella se mordió el labio y los ojos se lehumedecieron.

—Harry…—¡¿Dónde está mi varita?!Ella se inclinó junto a la cama, cogió la varita y

se la dio.La varita de acebo y fénix estaba casi partida

en dos. Una frágil hebra de pluma de fénixmantenía unidos ambos trozos, pero la madera sehabía astillado por completo. Harry la cogió condelicadeza, como si fuera un ser vivo que hubiera

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sufrido un terrible accidente. Luego se la tendió asu amiga.

—Arréglala, por favor.—Harry, me parece que no… Cuando una

varita se rompe así…—¡Inténtalo, Hermione! ¡Por favor!—¡Re… reparo!Los dos trozos de madera volvieron a unirse. El

muchacho la cogió y exclamó:—¡Lumos!La varita chisporroteó un poco y enseguida se

apagó. Harry apuntó con ella a Hermione.—¡Expelliarmus!La varita de la chica dio una pequeña sacudida,

pero no le saltó de la mano. Aquel sencillo intentode hacer magia fue demasiado para la varita deHarry, que volvió a partirse. Él la miró perplejo,incapaz de asimilar lo que estaba viendo: la varitaque tantas veces había sobrevivido…

—Harry —susurró Hermione de forma casiinaudible—. Lo lamento muchísimo. Creo que fuiyo. Cuando nos íbamos, la serpiente nos siguió,así que le hice una maldición explosiva, perorebotó por todas partes y debió de… debió dedarle a…

—Fue un accidente —dijo Harry

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mecánicamente, pero se sentía vacío, aturdido—.Bueno, ya encontraremos la manera de repararla.

—No creo que podamos arreglarla —musitóHermione mientras las lágrimas le resbalaban porlas mejillas—. ¿Te acuerdas… de lo que le pasó ala varita de Ron cuando se rompió al estrellar elcoche? Nunca volvió a ser la misma, y tuvo quecomprar otra.

Harry pensó en Ollivander, a quien Voldemorthabía secuestrado y retenía como rehén; y enGregorovitch, a quien había asesinado. ¿De dóndeiba él a sacar una varita nueva?

—Bueno —dijo fingiendo naturalidad—, enese caso, de momento utilizaré la tuya. Al menospara hacer la guardia.

Ella, llorosa, le entregó su varita y él la dejósentada junto a la cama; no había nada quedeseara más que alejarse de Hermione.

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A

CAPÍTULO 18

Vida y mentiras deAlbus Dumbledore

MANECÍA, y la impoluta e incolorainmensidad del cielo se extendía sobre Harry,

indiferente a él y a su sufrimiento. El muchacho sesentó en la entrada de la tienda y aspiró el airepuro. El simple hecho de estar vivo y poderobservar cómo el sol ascendía por detrás de la

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nevada y brillante ladera debería haber sido elmayor tesoro imaginable; sin embargo, él no lodisfrutaba, porque la desgracia de haber perdidosu varita le había embotado los sentidos.Contemplaba el valle cubierto por un manto denieve, mientras el lejano repique de las campanasde una iglesia salpicaba el rutilante silencio.

Sin darse cuenta, se hincaba los dedos en losbrazos como si intentara resistir un dolor físico; yano recordaba cuántas veces había derramado susangre: en una ocasión había perdido todos loshuesos del brazo derecho, y en el viaje actual yahabía cosechado cicatrices en el pecho y elantebrazo, que se sumaban a las de la mano y lafrente; pero nunca hasta ese momento se habíasentido tan mortalmente debilitado, vulnerable ydesnudo, como si le hubieran arrebatado lo mejorde su poder mágico. Sabía muy bien qué diríaHermione si trataba de explicárselo: «Loimportante no es la varita, sino el mago.» Pero seequivocaba; en su caso era diferente. Su amiga nohabía notado cómo la varita giraba como la agujade una brújula y le lanzaba llamas doradas a suenemigo. Al quedarse sin ella, Harry había perdidola protección de los núcleos centrales gemelos yahora se percataba de hasta qué punto era

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importante.Sacó del bolsillo los trozos rotos y, sin

mirarlos, los guardó en el monedero de Hagrid quellevaba colgado del cuello (estaba tan lleno deotros objetos, también rotos e inservibles, que yano le cabía nada más). Rozó con la mano la viejasnitch, asimismo guardada en el monedero de pielde moke, y por un instante tuvo que combatir latentación de sacarla y lanzarla lejos, porque eraotro objeto impenetrable e inútil, como todo lo queDumbledore le había legado.

Y entonces la rabia que sentía hacia éste locubrió como la lava, abrasándolo por dentro yeliminando cualquier otro sentimiento.Desesperados, Hermione y él se habíanconvencido de que en Godric’s Hollowencontrarían alguna respuesta, y que debían ir allíporque todo formaba parte de un designio secretodiseñado por Dumbledore para ellos; pero nohabía mapas ni planes. El anciano profesor loshabía abandonado en la oscuridad para queavanzaran a tientas, luchando contra terroresdesconocidos e inimaginables, solos y sin ayuda;no les había explicado nada ni dado ninguna pista.No habían conseguido la espada, y por si fuerapoco, ahora Harry tampoco disponía de su varita;

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además, se le había caído la fotografía del ladrón,de modo que a Voldemort no le costaría descubrirquién era… Ahora el Señor Tenebroso dispondríade toda la información…

—¿Harry, estás ahí?Hermione temió que su amigo le hiciera una

maldición con su propia varita. Con surcos delágrimas en el rostro, se agachó a su lado; llevabados tazas de té en las temblorosas manos y unbulto debajo del brazo.

—Gracias —dijo él, y cogió una taza.—¿Podemos hablar?—Sí, claro —respondió Harry, porque no

quería herir sus sentimientos.—Harry, querías saber quién era el hombre de

la fotografía. Pues bien… tengo el libro. —Y lopuso tímidamente sobre el regazo del muchacho:era una copia intacta de Vida y mentiras de AlbusDumbledore.

—¿De dónde…? ¿Cómo lo…?—Estaba en el salón de Bathilda. Y dentro he

descubierto esta nota.Hermione leyó en voz alta unas pocas líneas de

caligrafía puntiaguda, de color amarillo verdoso:—«Querida Batty: gracias por tu ayuda. Aquí

tienes un ejemplar del libro. Espero que te guste.

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Me lo contaste todo, aunque no lo recuerdes.Rita.» Debió de llegar mientras la Bathildaauténtica todavía vivía, pero quizá ya no estaba encondiciones de leerlo.

—Es posible.Harry contempló el rostro de Dumbledore en la

tapa del libro y experimentó un arrebato de gozo:ahora sabría todo lo que el director de Hogwartsnunca consideró necesario contarle, tanto si legustaba como si no.

—Todavía estás muy enfadado conmigo,¿verdad? —preguntó Hermione. Harry la miró yvio que volvían a brotarle las lágrimas, ycomprendió que su expresión había traicionado larabia que sentía.

—No —dijo en voz baja—. No, Hermione. Yasé que fue un accidente. Tú sólo intentabassacarnos vivos de allí, y lo hiciste muy bien. Si nome hubieras ayudado, ahora estaría muerto.

Intentó corresponder a la llorosa sonrisa de lachica y luego se concentró en el libro, que tenía ellomo bastante rígido, lo cual denotaba que nuncalo habían abierto. Lo hojeó buscando fotografías yencontró la que buscaba casi de inmediato: la deljoven Dumbledore y su atractivo compañero,riendo a carcajadas de algún chiste ya muy

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antiguo. Harry leyó el pie de foto: «AlbusDumbledore, poco después de la muerte de sumadre, con su amigo Gellert Grindelwald.»

Harry se quedó boquiabierto con los ojos fijosen la última palabra: «Grindelwald»; «su amigoGrindelwald». Miró de soslayo a Hermione, queseguía contemplando ese nombre como si no dieracrédito a sus ojos. Poco a poco, ella levantó lacabeza y musitó:

—¿Grindelwald?Sin entretenerse con las demás fotografías,

Harry buscó en las páginas anteriores yposteriores alguna otra mención de ese fatídiconombre. Pronto la halló y se puso a leer conavidez, pero tuvo que retroceder un poco paraentender el texto, hasta el principio de un capítulotitulado «Por el bien de todos». Hermione y élleyeron a la vez:

Cuando estaba a punto de cumplir dieciochoaños, Dumbledore salió de Hogwartscubierto de gloria: Premio Anual, prefecto,ganador del Premio Barnabus Finkley deHechizos Excepcionales, representante de lasjuventudes británicas en el Wizengamot ymedalla de oro por su innovadora

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contribución al Congreso Internacional deAlquimia de El Cairo. Tenía planeado realizarde inmediato el Gran Viaje con ElphiasAlientofétido Doge, el compañero idiota peroleal al que había elegido en el colegio.

Los dos jóvenes se hospedaban en elCaldero Chorreante, en Londres, preparadospara marchar a Grecia a la mañana siguiente,cuando llegó una lechuza con la noticia de lamuerte de la madre de Dumbledore.Alientofétido Doge, que declinó serentrevistado por la autora de este libro, ya haofrecido a la opinión pública su propiaversión —muy sentimental— de lo que pasódespués, porque presenta la muerte deKendra como una gran tragedia y la decisiónde Dumbledore de suspender su viaje comoun acto de nobleza y sacrificio.

Así pues, Dumbledore regresó deinmediato a Godric’s Hollow, presuntamentepara cuidar de sus hermanos, ambos másjóvenes que él. Pero ¿es cierto que loscuidó?

«Ese Aberforth estaba loco de atar —afirma Enid Smeek, cuya familia vivía en lasafueras de Godric’s Hollow en esa época—.

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Se volvió un salvaje. Claro, como habíanmuerto sus padres era normal que la gente locompadeciera, pero a mí, por ejemplo, noparaba de lanzarme excrementos de cabra a lacabeza. No creo que Albus se preocuparamucho por él; además, nunca los vi juntos.»

Entonces, ¿qué hacía Albus si no estabaconsolando a su desenfrenado hermanopequeño? Por lo visto, la respuesta es queregresó a Godric’s Hollow para asegurarse deque el prolongado encierro de su hermana nose interrumpiera. Porque, aunque habíamuerto su principal carcelera, no se produjoningún cambio en las lamentablescondiciones en que vivía ArianaDumbledore. Su mera existencia continuósiendo un secreto muy bien guardado, sóloconocido por algunas personas ajenas a lafamilia a quienes, como Alientofétido Doge,nunca se les habría ocurrido poner en tela dejuicio el cuento de la «mala salud» de lajoven.

Otra amiga de la familia a quien se podíaengañar fácilmente era Bathilda Bagshot, lacélebre historiadora de la magia que llevamuchos años viviendo en Godric’s Hollow.

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Kendra rechazó la hospitalidad de Bathilda,como hizo con otros vecinos, cuando éstatrató de darle la bienvenida al pueblo. Sinembargo, unos años más tarde, lahistoriadora le envió una lechuza a Albus,que por entonces residía en Hogwarts,porque le había causado muy buenaimpresión su artículo «Transformacionesentre especies», publicado en Latransformación moderna. Ese contactoinicial permitió que Bathilda acabaraentablando relación con toda la familiaDumbledore. Cuando murió Kendra, Bathildaera la única persona de Godric’s Hollow quese hablaba con la madre de Dumbledore.

Por desgracia, la genialidad que Bathildasiempre exhibió en el pasado ha empezado aempañarse. «El fuego arde, pero el calderoestá vacío»: así expresaba Ivor Dillonsby suopinión refiriéndose a ella, o, para emplear lafrase más directa de Enid Smeek: «Está comouna regadera.» Aun así, una combinación detécnicas periodísticas de probadainfalibilidad me permitieron sonsacarlesuficientes datos con los que ircomponiendo íntegramente la escandalosa

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historia.A semejanza del resto del mundo mágico,

Bathilda atribuye la prematura muerte deKendra a un «encantamiento fallido», unaversión en la que Albus y Aberforthinsistirían en años posteriores. Bathilda,además, repite como un loro lo que la familiaDumbledore decía de Ariana, y se refiere aella como una niña «frágil» y «delicada». Sinembargo, no lamento los esfuerzos que tuveque hacer para conseguir Veritaserum,porque Bathilda es la única persona queconoce toda la historia del secreto mejorguardado de la vida de Albus Dumbledore.Revelado ahora por primera vez, pone enduda todo lo que creían los admiradores delmago: su presunto odio a las artes oscuras,su oposición a la opresión de los muggles, eincluso la devoción a su familia.

El mismo verano que Dumbledore regresóa Godric’s Hollow convertido en huérfano ycabeza de familia, Bathilda Bagshot accedió aacoger en su casa a su sobrino nieto GellertGrindelwald.

El apellido Grindelwald es famoso conrazón. Si no ocupa el primer lugar en la lista

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de los magos tenebrosos más peligrosos detodos los tiempos, se debe únicamente aque, una generación más tarde, llegó Quien-ustedes-saben y le arrebató ese puesto. Noobstante, como Grindelwald nunca extendiósu campaña de terror hasta Gran Bretaña,aquí no conocemos muy bien los detalles desu ascenso al poder.

Educado en Durmstrang, ya entonces uncolegio famoso por su lamentable toleranciacon las artes oscuras, Grindelwald resultótan precoz y brillante como Dumbledore.Pero, en lugar de canalizar su potencial haciala obtención de premios y títulos, Gellert sededicó a perseguir otros objetivos. Cuandocontaba dieciséis años, incluso Durmstrangconsideró que no podía seguir haciendo lavista gorda con los retorcidos experimentosque el joven realizaba, y lo expulsaron delcolegio.

Hasta la fecha, lo único que se ha sabidode los movimientos de Grindelwald es que«viajó unos meses por el extranjero», peroahora ya podemos revelar que decidió visitara su tía abuela, que vivía en Godric’s Hollow,y allí, por muy sorprendente que les parezca

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a muchos, entabló una íntima amistad nadamenos que con Albus Dumbledore.

«Para mí era un muchacho encantador —explica Bathilda—, independientemente deen qué se convirtiera más tarde. Como eslógico, le presenté al pobre Albus, que notenía amigos de su misma edad. Los doschicos conectaron de inmediato.»

Así fue, sin duda. Bathilda me enseñauna carta que Albus le envió a Gellert enplena noche y que ella todavía conserva, yme explica:

«Sí, aunque hubieran pasado todo el díahablando (eran los dos tan inteligentes quepodían pasar horas discutiendo), a veces yooía cómo una lechuza golpeaba en la ventanadel dormitorio de mi sobrino para entregarleuna carta de Albus. Si se le ocurría algunaidea, tenía que contársela sin tardanza aGellert.»

¡Y menudas ideas! Aunque causen unaprofunda conmoción a los admiradores deAlbus Dumbledore, éstas eran las reflexionesde su héroe cuando tenía diecisiete años, talcomo se las exponía a su gran amigo (lacopia de la carta original está en la p. 463):

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Gellert:Creo que el punto clave es tu

opinión de que los magos debenejercer su dominio POR EL PROPIOBIEN DE LOS MUGGLES. Sí, nos handado poder y, en efecto, semejantepoder nos da derecho a gobernar, perotambién nos asigna responsabilidadessobre los gobernados. Debemossubrayar este concepto, porque será lapiedra angular sobre la queempezaremos a construir. Cuandoencontremos oposición —y sin duda laencontraremos—, ésa será la base detodos nuestros argumentos. Nosotrosasumimos el control POR EL BIEN DETODOS, lo que implica que cuandohallemos resistencia, debemos emplearsólo la fuerza imprescindible. (¡Ése fuetu error en Durmstrang! Aunque no mequejo, porque si no te hubieranexpulsado no nos habríamosconocido.)

Albus

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Ya sé que muchos de sus admiradores seasombrarán y hasta se horrorizarán, peroesta carta constituye la prueba de que huboun momento en que Albus Dumbledore soñócon anular el Estatuto del Secreto de losBrujos para que los magos pudierangobernar a los muggles. ¡Qué conmociónpara quienes siempre lo han descrito como elgran paladín de los hijos de muggles! ¡Quéfalsos parecen sus discursos en defensa delos derechos de los muggles, a la luz de estasnuevas pruebas condenatorias! ¡Y quédespreciable se presenta Albus Dumbledore,tramando su ascenso al poder, cuandodebería haber estado llorando la muerte desu madre y ocupándose de su hermana!

No cabe duda de que quienes esténdecididos a mantener al antiguo director deHogwarts en su desmoronadizo pedestalargumentarán que, al fin y al cabo, no pusoen práctica sus planes, porque debió decambiar de opinión y acabó entrando enrazón. Sin embargo, la verdad es másespeluznante.

Cuando sólo hacía dos meses que habíaniniciado su gran amistad, Dumbledore y

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Grindelwald se separaron y no volvieron averse hasta que tuvo lugar su legendarioduelo (más información en el cap. 22). ¿Quéfue lo que causó esa inesperada ruptura?¿Había entrado Dumbledore en razón? ¿Lehabía dicho a Grindelwald que no queríaseguir participando en sus planes? No, nadade eso.

«Creo que se debió a la muerte de lapequeña Ariana —especula Bathilda—. Eseacontecimiento produjo una terribleconmoción. Gellert se hallaba en casa de losDumbledore cuando sucedió, y al llegar a micasa estaba muy nervioso; me dijo quequería marcharse al día siguiente. Se lo veíamuy alterado, vaya. Así que le busqué untraslador y nunca volví a verlo.

»A Albus lo afectó mucho la muerte deAriana. Fue un golpe terrible para los doshermanos; habían perdido a toda su familia,y ya sólo se tenían el uno al otro. Es lógicoque no siempre controlaran su mal genio.Aberforth culpaba a Albus, como hace aveces la gente en circunstancias tan difíciles,y siempre decía muchas tonterías, elpobrecillo. De cualquier forma, no estuvo

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bien que le rompiera la nariz a Albus en elfuneral. A Kendra le habría dolido mucho vera sus dos hijos pelear de ese modo junto alcadáver de Ariana. Es una lástima que Gellertno pudiera quedarse para el funeral, porqueal menos habría podido consolar a Albus…»

Esa lamentable pelea junto al ataúd, quehasta ahora sólo conocían las pocaspersonas que asistieron al funeral de Ariana,plantea varias cuestiones: ¿por qué culpabaAberforth Dumbledore a Albus de la muertede su hermana? ¿Se debía sólo, comoasegura Batty, a una mera efusión de dolor, osu rabia tenía alguna razón más concreta?Grindelwald, expulsado de Durmstrang porgravísimas agresiones a sus compañeros declase, huyó del país sólo unas horasdespués de la muerte de la joven, y Albus(¿por vergüenza?, ¿por miedo?) no volvió averlo hasta que se vio obligado a hacerlo aruegos del mundo mágico.

Ya adultos, ni Dumbledore ni Grindelwaldse refirieron a esa breve y temprana amistad.Sin embargo, no cabe duda de queDumbledore retrasó cinco años —deconfusión, víctimas mortales y

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desapariciones— su ataque contra GellertGrindelwald. ¿Qué lo hizo vacilar: el afectoque todavía sentía hacia él o el miedo a quese supiera que en el pasado había sido sumejor amigo? Y por otra parte, ¿asumióDumbledore a regañadientes la tarea decapturar al hombre que en su día tanto sealegró de conocer?

¿Y cómo murió la misteriosa Ariana? ¿Fuela víctima involuntaria de algún rito oscuro, otropezó con algo que habría sido másconveniente que no encontrara, mientras losdos jóvenes se preparaban para hacerrealidad sus sueños de gloria y dominación?¿Fue Ariana Dumbledore la primera personaque murió «por el bien de todos»?

El capítulo terminaba así y, tras leer la últimafrase, Harry alzó la vista. Hermione, que habíallegado al final de la página antes que él, le quitó ellibro de las manos, un tanto alarmada por laexpresión del chico, y lo cerró sin mirarlo, como sitratara de esconder algo indecente.

—Harry…Él negó con la cabeza. Una especie de íntima

certeza se había derrumbado en su interior; sentía

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lo mismo que cuando Ron se había marchado. Élhabía confiado en Dumbledore, había creído queera la encarnación del bien y la sabiduría, pero yasólo quedaban cenizas. Ron, Dumbledore, la varitade fénix… ¿qué más podía perder?

—Oye, Harry… —Era como si Hermione leleyera el pensamiento—. Escúchame. Ya sé que noes muy agradable leer…

—¿Que no es muy agradable?—… pero no olvides que eso lo ha escrito Rita

Skeeter.—Ya has leído la carta que Dumbledore le

envió a Grindelwald, ¿no?—Sí, en efecto. —Hermione vaciló un

momento, desazonada; tenía las manos muy frías ylas había ahuecado alrededor de la taza de té—.Creo que eso es lo peor. Ya sé que Bathildapensaba que sólo eran divagaciones, pero «Por elbien de todos» se convirtió en el lema deGrindelwald, lo que justificaba todas lasatrocidades que cometió más tarde. Y de ahí sededuce que fue Dumbledore quien le dio la idea.Dicen que ese lema estaba grabado sobre laentrada de Nurmengard.

—¿Qué es Nurmengard?—La cárcel que Grindelwald construyó para

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encerrar a sus opositores. Él mismo acabó allí,después de que Dumbledore lo capturara. En fin,es… es horrible pensar que sus ideas ayudaran aGrindelwald a hacerse con el poder. Pero, por otraparte, ni siquiera Rita puede ocultar que la amistadentre ambos sólo duró unos meses, un verano, yque eran muy jóvenes, y…

—Ya me imaginaba que dirías eso. —No queríadescargar sobre ella la rabia que sentía, pero lecostaba controlar la voz—. Sabía que dirías queeran muy jóvenes. Mira, tenían la misma edad quenosotros ahora. Y aquí estamos, jugándonos lavida para combatir las artes oscuras; en cambio,Dumbledore se dedicaba a conspirar con su mejoramigo y planear su ascenso al poder para dominara los muggles. —No sería capaz de controlar sugenio mucho más tiempo, así que se levantó y sepuso a andar arriba y abajo intentando calmarse.

—No pretendo defender lo que escribióDumbledore —protestó Hermione—. Toda esabasura del «derecho a gobernar» está en la mismalínea que lo de «la magia es poder». Pero piensa,Harry, que acababa de morir su madre, y estabasolo y atrapado en la casa…

—¿Solo, dices? ¡No estaba solo! Tenía a suhermano y su hermana, una hermana squib a la

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que mantenía encerrada…—No me lo creo —lo interrumpió Hermione, y

también se puso en pie—. Fuera cual fuese elproblema de esa chica, dudo que se tratara de unasquib. El Dumbledore que nosotros conocíamosjamás habría permitido…

—¡El Dumbledore que nosotros creíamosconocer tampoco quería conquistar a los mugglespor la fuerza! —gritó Harry, y su voz resonó por ladesierta cumbre. Unos mirlos emprendieron elvuelo graznando y haciendo piruetas por el cielode color perla.

—¡Dumbledore cambió, Harry, cambió! ¡Es asíde sencillo! ¡Quizá creyera esas cosas cuandotenía diecisiete años, pero el resto de su vida lodedicó a combatir las artes oscuras! ¡Él fue quienle paró los pies a Grindelwald, quien siempreapostó por la protección de los muggles y pordefender los derechos de los hijos de muggles,quien peleó contra Quien-tú-sabes desde elprincipio y murió intentando acabar con él!

El libro de Rita yacía en el suelo, entre ambos,y el rostro de Albus Dumbledore les sonreía contristeza.

—Lo siento, Harry, pero creo que el verdaderomotivo de tu furia es que él nunca te contó nada

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de eso.—¡Puede ser! —bramó el muchacho y alzó los

brazos por encima de la cabeza, sin saber conexactitud si intentaba contener su ira o protegersedel peso de su desilusión—. ¿Te das cuenta de loque me exigió, Hermione? ¡Pon tu vida en peligro,Harry! ¡Una vez! ¡Y otra! ¡Y otra! ¡Y no esperes quete explique nada, sólo confía ciegamente en mí,confía en que sé lo que hago, confía en mí aunqueyo no confíe en ti! ¡Pero nunca me dijo toda laverdad! ¡Nunca! —La voz se le quebró de tantoforzarla.

Se quedaron mirándose en medio de un paisajeblanco y desolado, y Harry sintió que eran taninsignificantes como dos insectos bajo lainmensidad del cielo.

—Te quería —susurró Hermione—. Sé queDumbledore te quería.

Harry bajó los brazos y repuso:—Yo no sé a quién quería, Hermione, pero no

era a mí. Este caos en que me ha dejado no esamor. Lo que de verdad pensaba lo compartió conGellert Grindelwald, mucho más que conmigo.

Cogió la varita de Hermione, que antes habíadejado caer sobre la nieve, y, volviendo a sentarseen la entrada de la tienda, le dijo:

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—Gracias por el té. Voy a terminar la guardia.Tú entra, aquí hace frío.

Ella titubeó, pero comprendió que su amigoquería estar solo. Recogió el libro y se metió en latienda, pero, al pasar al lado de Harry, le rozó lacoronilla con la mano. Él cerró los ojos al notar lacaricia, y se odió a sí mismo por desear que lo queella había dicho fuera cierto: que Dumbledore lohabía querido de verdad.

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N

CAPÍTULO 19

La cierva plateada

EVABA cuando a medianoche Hermionerelevó a Harry de la guardia. El muchacho

tuvo unos sueños confusos e inquietantes:Nagini entraba y salía de ellos, primero a través deun gigantesco y resquebrajado anillo, y luego através de la corona de eléboro. Despertó variasveces, muy agitado, creyendo que alguien habíagritado su nombre a lo lejos, e imaginó que el

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viento que azotaba la tienda eran pasos o voces.Finalmente, se levantó a oscuras y se acercó a

Hermione, que estaba acurrucada junto a laentrada de la tienda, leyendo Historia de la magiaa la luz de su varita. Fuera todavía nevabacopiosamente, y ella sintió un gran alivio cuandoHarry sugirió levantar el campamento y marcharsede allí.

—Buscaremos un sitio más protegido —dijoHermione, tiritando, mientras se ponía másprendas de abrigo—. No he dejado de oír ruidos,como si hubiera gente ahí fuera; hasta me haparecido ver a alguien un par de veces.

Harry, que estaba poniéndose un gruesojersey, se detuvo y le echó un vistazo al silenciosoe inmóvil chivatoscopio colocado encima de lamesa.

—Seguro que eran imaginaciones mías —afirmó ella con inquietud—. De noche, la nieve tehace ver cosas donde no las hay… Pero quizádeberíamos desaparecernos bajo la capa invisible,por si acaso.

Media hora más tarde ya habían desmontado latienda; Harry se colgó el Horrocrux y Hermioneguardó todas sus cosas en el bolsito de cuentas;estaban listos para desaparecerse. Volvieron a

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sentir aquel estrujamiento y los pies de Harry sesepararon del nevado suelo, para luegoestamparse contra una superficie que parecía tierrahelada cubierta de hojas.

—¿Dónde estamos? —preguntó élescudriñando un nuevo bosque mientrasHermione abría el bolsito para extraer los postes dela tienda.

—En el bosque de Dean. Una vez vine aacampar aquí con mis padres.

También en ese lugar los árboles estabancubiertos de nieve y hacía un frío tremendo, peroal menos estaban protegidos del viento. Pasaroncasi todo el día acurrucados dentro de la tienda,calentándose alrededor de las útiles llamas azulintenso que a Hermione se le daba tan bienproducir y que se podían recoger y llevar de unsitio a otro en un tarro. Harry se sentía como siestuviera recuperándose de alguna breve perograve enfermedad, y el esmero y la amabilidad deHermione reforzaban esa impresión. Esa tardevolvió a nevar, y hasta el protegido claro dondehabían acampado quedó cubierto de una nievesimilar a polvillo.

Después de dos noches durmiendo muy poco,los sentidos de Harry estaban más alertas de lo

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habitual. Al haber logrado huir por los pelos deGodric’s Hollow, tenían la sensación de queVoldemort se hallaba más próximo y másamenazador que antes. Al anochecer, Harryrechazó el ofrecimiento de Hermione de seguirmontando guardia y le dijo que fuera a acostarse.

Él colocó un viejo cojín junto a la entrada de latienda y se sentó encima. Llevaba puestos todoslos jerséis que tenía, pero aun así temblaba de frío.La oscuridad fue acentuándose a medida quepasaban las horas, hasta hacerse casiimpenetrable. El muchacho se disponía a coger elmapa del merodeador para contemplar un rato elpuntito que señalaba la posición de Ginny cuandose acordó de que era Navidad y que ella debía dehaber vuelto a La Madriguera.

Cada pequeño movimiento parecía exageradoen la inmensidad de aquel paraje. Harry sabía queel bosque estaba lleno de seres vivos, pero lehabría gustado que todos permanecieran quietos ycallados para que él pudiese diferenciar susinocentes correteos y merodeos de otros ruidosque revelaran movimientos más inquietantes.Entonces recordó el sonido de una capadeslizándose sobre hojarasca, muchos años atrás,y al instante le pareció oírlo de nuevo, pero

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desechó ese pensamiento. Si los sortilegiosprotectores habían funcionado durante semanas,¿por qué iban a fallar ahora? Sin embargo, percibíaque esa noche había algo diferente.

En más de una ocasión despertó dando unrespingo, con el cuello dolorido por habersedormido en una postura incómoda, desplomadocontra la lona de la tienda. La aterciopeladanegrura de la noche iba alcanzando talprofundidad que tuvo la sensación de hallarsesuspendido en un limbo entre la Desaparición y laAparición. Acababa de poner una mano delante dela cara para ver si lograba distinguir los dedoscuando ocurrió…

Vio una intensa luz plateada justo delante de latienda, oscilando entre los árboles. Fuera cualfuese la fuente, se desplazaba sin hacer ruido, yera como si la luz, por sí sola, avanzara hacia él.

Se puso en pie de un salto, con la voz atascadaen la garganta y alzando la varita de Hermione.Entornó los ojos a medida que la luz ibahaciéndose cegadora, destacando más y más lanegra silueta de los árboles, y comprobó queseguía acercándose…

De pronto la fuente de la luz apareció pordetrás de un roble. Era una cierva de un blanco

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plateado, reluciente como la luna y deslumbrante,que avanzaba sin hacer ruido y sin dejar huellas decascos en la fina capa de nieve. El animal fue haciaél, con la hermosa cabeza en alto, y el muchachodistinguió sus enormes ojos de largas pestañas.

Miró a la criatura maravillado, aunque no porsu rareza sino por su inexplicable familiaridad.Tuvo la impresión de que esperaba su llegada perohabía olvidado que habían acordado encontrarse.El impulso de llamar a gritos a Hermione, tan fuerteun instante antes, desapareció. Estaba convencidode que aquella cierva, una hembra de gamo, habíaido allí únicamente por él; sí, habría puesto lamano en el fuego por ello.

Se miraron el uno al otro largamente, y luego elanimal dio media vuelta y se alejó.

—No te vayas —suplicó el muchacho con lavoz ronca después de tanto rato sin hablar—.¡Vuelve!

La criatura continuó alejándose con parsimoniaentre los árboles, y los troncos dibujaron gruesasfranjas negras sobre el resplandor. Harry,tembloroso, vaciló un segundo. Su sentido de laprudencia le decía que podía tratarse de un truco,un señuelo, una trampa. Pero el instinto, elirresistible instinto, le decía que aquello no era

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magia oscura, de modo que decidió seguir a lacierva.

La nieve crujía bajo sus pies, pero el animal nohacía ruido alguno al pasar entre los árboles,porque sólo era luz. Fue adentrándose en elbosque, y el chico aceleró el paso, convencido deque cuando la cierva se detuviera, le permitiríaacercarse a ella. Y entonces le hablaría y su voz lediría lo que él necesitaba saber.

Por fin la criatura se detuvo. Giró una vez mássu hermosa cabeza hacia Harry, que echó a correrhacia ella. Había una pregunta que ardía en suinterior, pero, cuando despegó los labios paraformularla, la cierva se desvaneció.

Aunque la oscuridad se la tragó por completo,Harry tenía su refulgente imagen grabada en laretina, y eso le dificultaba la visión; cuandocerraba los párpados, se intensificaba y lodesorientaba. Entonces sintió miedo; en cambio, lapresencia del animal le había dado seguridad.

—¡Lumos! —susurró, y el extremo de la varitase iluminó.

Aunque la huella de la cierva perdía intensidadcada vez que Harry parpadeaba, él permaneció allíde pie, escuchando los sonidos del bosque enbusca de crujidos de ramitas o suaves susurros de

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nieve. ¿Estaban a punto de atacarlo? ¿Lo habíaatraído aquel animal hacia una emboscada, o seestaba imaginando que había alguienobservándolo más allá de la zona iluminada?

Levantó más la varita. Pero nadie se precipitóhacia él, ni salió ningún destello de luz verde dedetrás de ningún árbol. Entonces ¿por qué lo habíaguiado la cierva hasta ese lugar?

Algo centelleó iluminado por la varita, y Harryse volvió rápidamente, pero lo único que vio fueuna pequeña charca helada, cuya resquebrajada ynegra superficie brilló cuando él levantó más elbrazo para examinarla.

Caminó hacia la charca con cuidado y atisbó elinterior. El hielo reflejó su distorsionada silueta y laluz de la varita; en el fondo, bajo la gruesa yempañada capa de hielo gris, brillaba otra cosa:una gran cruz de plata…

Le dio un vuelco el corazón. Se dejó caer derodillas en la orilla e inclinó la varita para que suluz llegara hasta el fondo. Vio un destello rojointenso, una… espada con relumbrantes rubíes enla empuñadura. La espada de Gryffindor yacía enel fondo del agua.

Casi sin respirar, el muchacho se quedómirándola fijamente. ¿Cómo era posible? ¿Cómo

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podía haber acabado en el fondo de la charca deun bosque, tan cerca del sitio donde ellos habíanacampado? ¿Habría sido atraída Hermione hastaallí por una magia desconocida, o la cierva —sinduda un patronus— sería una especie deguardiana de aquel lugar? ¿Habría depositadoalguien la espada en la charca después de quellegaran ellos, precisamente porque estaban allí?En ese caso, ¿dónde estaba aquel que quería darlela espada a Harry? Dirigió una vez más la varitahacia los árboles y arbustos de los alrededores, enbusca de una silueta humana, del destello de unojo, en vano. Aun así, el temor aligeró un poco sueuforia cuando volvió a fijarse en el arma quereposaba en el fondo del agua helada.

La apuntó con la varita y murmuró: «¡Accioespada!»

Pero la espada no se movió, aunque Harrytampoco confiaba en que lo hiciera. Si hubieranquerido que fuera así de fácil, no la habríaencontrado bajo el agua, sino en el suelo, y lahabría cogido sin más. Se puso a andar alrededordel círculo de hielo, tratando de recordar cadadetalle de la última vez que la espada se le habíaentregado. Entonces él estaba amenazado por ungran peligro, y había pedido ayuda.

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—Ayúdame —murmuró, pero el arma siguiódonde estaba, indiferente e inmóvil.

Echó de nuevo a andar y recordó lo que lehabía dicho Dumbledore la última vez querecuperó la espada: «Sólo un verdadero miembrode Gryffindor podría haber sacado esto delsombrero, Harry.» ¿Y cuáles eran las cualidadesque definían a un miembro de Gryffindor? Unavocecilla interior le contestó: «… lo que distinguea un miembro de Gryffindor es su osadía, sutemple y su caballerosidad».

Se detuvo y dio un largo suspiro; el vaho desu aliento se dispersó rápidamente en contactocon la fría atmósfera. Ahora sabía qué tenía quehacer, e incluso también lo que iba a pasar, tododesde el momento en que había atisbado la espadaa través del hielo.

Volvió a echar un vistazo a los árboles de losalrededores, pero sabía que nadie lo atacaría. Sihubiera allí algún enemigo, ya habría tenidoocasión de hacerlo mientras él caminaba solo porel bosque o examinaba la charca. Después dehaber llegado a esta conclusión, si se demoraba sedebía únicamente a que dar el siguiente paso eramuy desalentador.

Con dedos temblorosos, fue quitándose las

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diversas capas de ropa que llevaba puestas. Sepreguntó, casi con arrepentimiento, qué tendríaque ver la «caballerosidad» con todo aquello, amenos que se considerara como tal no haberllamado a Hermione para que realizara lo queestaba a punto de hacer él.

Mientras se desnudaba, una lechuza ululó enla distancia, y sintió una punzada de dolor alacordarse de Hedwig. Temblaba de frío y losdientes le castañeteaban de una forma espantosa,pero siguió desvistiéndose hasta quedar encalzoncillos, descalzo sobre la nieve. Encima de laropa dejó el monedero que contenía su varita, lacarta de su madre, el fragmento del espejo deSirius y la vieja snitch, y luego apuntó hacia elagua con la varita de Hermione.

—¡Diffindo!El hielo se rajó con un sonido semejante a un

balazo y resonó en el silencio; la superficie de lacharca se rompió y algunos pedazos de hielonegruzco se mecieron en las ondulantes aguas.Harry calculó que no habría mucha profundidad,aunque para sacar de allí la espada tendría quesumergirse por completo. Pero pensar en la tareaque tenía por delante no la haría más fácil, ni elagua se calentaría, de modo que se acercó al borde

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de la charca y dejó en el suelo la varita deHermione, todavía encendida. Entonces,intentando no imaginar que iba a sentir un fríomortal ni lo que llegaría a tiritar, se metió en el aguahasta los hombros.

Todos los poros de su cuerpo aullaron enseñal de protesta y le pareció que se le congelabahasta el aire de los pulmones. Apenas podíarespirar y temblaba tanto que el agua chapoteabacontra la orilla. Intentó tocar la espada con losentumecidos pies, pues sólo quería sumergirse deltodo una vez.

Aplazó el momento de la inmersión total unsegundo tras otro, profiriendo gritos ahogados yestremeciéndose, pero al final se dijo que no teníamás remedio que hacerlo, se armó de valor y metióla cabeza en el agua.

El frío le propinó un latigazo de dolor lacerantecomo fuego, y al sumergirse tuvo la impresión deque el cerebro se le congelaba. Buscó a tientas laespada y, por fin, la asió por la empuñadura y tiróde ella.

En ese momento algo le rodeó el cuello y se loapretó con fuerza. Creyendo que serían algas,aunque no había notado que lo rozaran alsumergirse, intentó deshacerse de ellas con la

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mano libre. Pero no eran algas, sino la cadena delHorrocrux, que se había tensado y, poco a poco, leobstruía la tráquea.

Harry pataleó con todas sus fuerzas tratandode alcanzar la superficie, pero sólo consiguióimpulsarse hacia el lado rocoso de la charca.Debatiéndose y asfixiándose, asió la cadena que loestrangulaba, aunque tenía los dedos tan heladosque no lograba quitársela, y empezó a verlucecitas. Estaba a punto de ahogarse, no habíaescapatoria, y los brazos que le rodeaban el pechosólo podían ser los de la muerte.

Cuando recobró el conocimiento se hallababoca abajo sobre la nieve, tosiendo y con arcadas,empapado y helado como nunca; cerca de él habíaalguien que también jadeaba, tosía y setambaleaba. Supuso que Hermione lo habíasalvado una vez más, como cuando lo habíaatacado la serpiente. No obstante, esas tosesestentóreas y esos pasos ruidosos no parecían losde su amiga…

Harry no tenía fuerzas para incorporarse y verquién lo había salvado. Lo único que logró hacerfue acercarse una temblorosa mano al cuello ypalparse la herida producida por el guardapelo. Altocarse, comprobó que ya no llevaba la cadena;

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alguien la había cortado. Entonces una voz dijoentre resuellos:

—¿Estás loco o qué?Sólo la impresión que le produjo oír aquella voz

habría bastado para que se levantara. Sacudidopor intensos temblores, se puso en pie y vio aRon, completamente vestido pero calado hasta loshuesos, con el pelo pegado a la cara, que sosteníala espada de Gryffindor con una mano y elHorrocrux colgando de la cadena rota con la otra.

—¿Por qué demonios no te has quitado estacosa antes de meterte en el agua? —Ron, jadeante,mantenía el brazo en alto y el Horrocrux oscilabaen el extremo de la cadena, como si parodiara unespectáculo de hipnosis.

Harry no pudo contestar. La visión de la ciervaplateada no era nada comparada con la reapariciónde Ron; no podía creerlo. Estremecido de frío,cogió el montón de ropa que había dejado en laorilla y empezó a vestirse, pero no le quitó el ojode encima a su amigo, temiendo que desaparecieracada vez que lo perdía de vista al ponerse unjersey tras otro. Sin embargo, tenía que ser real,pues acababa de meterse en la charca y le habíasalvado la vida.

—¿Eras t-tú? —preguntó Harry al fin, tiritando

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sin parar, con una voz más débil de lo normaldebido a lo cerca que había estado delestrangulamiento.

—Pues sí, claro —replicó Ron, un tantodesconcertado.

—¿T-tú hiciste aparecer esa cierva?—¿Qué? ¡No, claro que no! ¡Creí que eso era

cosa tuya!—Mi patronus es un ciervo.—¡Ah, es verdad! Ya decía yo que era

diferente, porque no tenía astas.Harry volvió a colgarse el monedero de Hagrid

del cuello, se puso el último jersey y recogió lavarita mágica de Hermione. Luego dijo a su amigo:

—¿Qué haces aquí?Por lo visto, Ron confiaba en que ese asunto

se planteara más adelante, o no se planteara.—Pues… ya sabes. He… vuelto. Si… —

carraspeó— si todavía quieres que vaya contigo,claro.

Se quedaron callados, mientras la deserción deRon se alzaba como un muro entre ambos. Pero allíestaba él; había regresado y acababa de salvar aHarry.

Ron miró lo que sostenía entre su propia manoy pareció sorprenderse al ver de qué se trataba.

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—Bueno, la he sacado —dijoinnecesariamente, y levantó la espada para queHarry la examinara—. Por eso te metiste en el agua,¿verdad?

—Sí, sí, claro. Pero no lo entiendo. ¿Cómo hasllegado hasta aquí y nos has encontrado?

—Es una larga historia. Llevaba horasbuscándoos, porque este bosque es enorme. Ycuando ya creía que tendría que dormir bajo unárbol y esperar a que amaneciera, vi aparecer a esacierva y cómo ibas tras ella.

—¿No has visto a nadie más?—No. Yo… —Desvió la mirada hacia dos

árboles que crecían muy juntos unos metros másallá—. Mira, me pareció ver que algo se movía porahí, pero fue cuando iba a toda pastilla hacia lacharca, porque te habías metido en el agua y nosalías, y no iba a dar un rodeo para… Eh, ¿adóndevas?

Harry corrió hasta el sitio que Ron habíaseñalado y, en efecto, comprobó que los dosrobles estaban muy juntos, ambos troncosseparados sólo por unos centímetros, a la altura delos ojos de una persona; era un lugar ideal paraespiar sin ser visto. Sin embargo, en el sueloalrededor de las raíces no había nieve, y tampoco

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huellas. Así que volvió adonde se había quedadoRon, que seguía sujetando la espada y elHorrocrux.

—¿Has descubierto algo? —preguntó Ron.—No, nada.—¿Y cómo ha ido a parar la espada a esa

charca?—Quienquiera que hiciera aparecer ese

patronus debió de dejarla ahí.Observaron la ornamentada espada de plata,

cuya empuñadura con rubíes incrustados brillabaun poco a la luz de la varita de Hermione.

—¿Crees que es la auténtica? —quiso saberRon.

—Sólo hay una forma de averiguarlo, ¿nocrees?

El Horrocrux todavía oscilaba en el extremo dela cadena y palpitaba ligeramente. Harry sabía quelo que había dentro del guardapelo volvía a estaragitado, pues había notado la presencia de laespada e intentado acabar con él para que no lacogiera. De modo que aquél no era momento deenzarzarse en discusiones, sino de destruir elHorrocrux de una vez por todas. Manteniendo lavarita de Hermione en alto, escudriñó alrededorhasta ver lo que buscaba: una roca plana junto a

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un sicomoro.—Ven —le indicó a Ron, y echó a andar.Limpió de nieve la roca y tendió una mano para

que su amigo le diera el Horrocrux. En cambio,cuando Ron quiso entregarle la espada, Harrynegó con la cabeza.

—No, tienes que hacerlo tú.—¿Yo? —Ron se quedó perplejo—. ¿Por qué?—Porque tú has sacado la espada de la charca.Pero no se lo ofrecía por amabilidad ni por

generosidad, sino porque estaba convencido deque Ron tenía que blandir la espada, del mismomodo que supo que la cierva era inofensiva. Almenos Dumbledore le había enseñado algo sobreciertas clases de magia y el incalculable poder dedeterminados actos.

—Mira, yo lo abro y tú le clavas la espada —propuso—. Pero rápido, ¿vale? Porque eso quehay dentro intentará defenderse. Recuerda que eltrozo de Ryddle que había en el diario pretendiómatarme.

—¿Cómo vas a abrirlo? —preguntó Ron,aterrado.

—Voy a pedirle que se abra, y se lo diré enpársel. —Esta respuesta le salió con tanta facilidadque pensó que la sabía de antemano, aunque quizá

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había sido necesario su reciente enfrentamientocon Nagini para darse cuenta de ello. Al observarla «S» en forma de serpiente, con relucientespiedras verdes incrustadas, se dijo que resultabafácil visualizarla como una diminuta serpienteenroscada sobre la fría roca.

—¡No! —exclamó Ron—. ¡No, no lo abras! ¡Enserio!

—¿Por qué no? Librémonos de una vez de estemaldito objeto; hace meses que…

—No puedo, Harry. Te lo digo en serio. Hazlotú.

—Pero ¿por qué?—¡Porque me afecta mucho! —chilló Ron,

apartándose de la roca—. ¡Es superior a misfuerzas! No pretendo justificar mi actitud, Harry,pero a mí me afecta mucho más que a ti o aHermione. Cuando lo llevaba colgado del cuellome hacía pensar cosas, cosas que me venían a lamente sin motivo y lograban que todo mepareciera mucho peor, no sé explicarlo. Cuando melo quitaba, se me pasaba, pero luego tenía quevolver a colgarme ese condenado chisme y… ¡Nopuedo, Harry!

Había retrocedido arrastrando la espada ynegaba con la cabeza.

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—Sí puedes —afirmó Harry—. ¡Claro quepuedes! Acabas de recuperar la espada, y sé quetienes que utilizarla tú. Por favor, deshazte delguardapelo, Ron.

El hecho de oír su nombre de pila actuó comoun estimulante. El chico tragó saliva y, respirandoafanosamente por la larga nariz, dio unos pasoshacia la roca.

—Está bien —cedió con voz ronca—.Indícame cuándo.

—Voy a contar hasta tres —anunció Harry, ymiró de nuevo el guardapelo. Entornó los ojos y seconcentró en la letra «S» imaginando unaserpiente, mientras el contenido de aquel objeto semovía como una cucaracha atrapada. Habría sidofácil compadecerse de aquella… cosa, de no serporque a Harry todavía le escocía el corte que lehabía hecho en el cuello—. Uno… dos… tres…¡Ábrete!

La última palabra, en lengua pársel, fue unamezcla de silbido y gruñido, y las portezuelasdoradas del guardapelo se abrieron con un débilchasquido.

Tras cada una de las dos ventanitas de cristalque había dentro parpadeaba un ojo vivo, oscuroy hermoso como los de Tom Ryddle antes de que

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él los volviera rojos y con pupilas como rendijas.—¡Clávala! —exigió Harry sujetando el

guardapelo sobre la roca.Con manos temblorosas, Ron levantó la

espada y su punta pendió sobre aquellos ojos quegiraban frenéticos, mientras Harry sostenía confirmeza el guardapelo, preparado para lo quepudiera pasar e imaginando cómo brotaba ya lasangre de las pequeñas ventanas vacías.

Entonces una voz silbó desde fuera delHorrocrux.

—He visto tu corazón y me pertenece.—¡No le hagas caso! —exclamó Harry con

dureza—. ¡Clávasela!—He visto tus sueños y tus miedos, Ronald

Weasley. Todo cuanto deseas es posible, perotambién todo lo que temes es posible…

—¡Clávasela! —gritó Harry, y su voz resonóentre los árboles.

La punta de la espada osciló mientras Ronbajaba la vista hacia los ojos de Ryddle.

—Siempre has sido el menos querido por unamadre que ansiaba tener una hija… Y ahora elmenos querido por la chica que prefiere a tuamigo… Siempre el segundón, eternamenteeclipsado…

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—¡Clávasela ya, Ron! —bramó Harry. Notabael temblor del guardapelo en la mano y temía loque pudiera pasar.

Ron levantó la espada un poco más y los ojosde Ryddle despidieron un brillo escarlata.

En ese momento, de los ojos que reposaban enambas ventanitas del guardapelo brotaron, comodos grotescas burbujas, las cabezas de Harry yHermione, extrañamente distorsionadas.

Ron dio un grito y retrocedió asustado, almismo tiempo que las dos figuras emergían —primero el torso, luego la cintura, por último laspiernas— hasta quedar de pie sobre el guardapelo,juntas como dos árboles con una raíz común,oscilando ante Ron y el verdadero Harry, quehabía soltado el guardapelo porque, de pronto, lequemó como si estuviera al rojo vivo.

—¡Ron! —gritó, pero el falso Harry habló conla voz de Voldemort y Ron lo contempló fascinado:

—¿Para qué has vuelto? Estábamos mejor sinti, más felices sin ti, contentos con tu ausencia. Ynos reíamos de tu estupidez, de tu cobardía, de tupresunción…

—¡Sí, de tu presunción! —terció la falsaHermione, más hermosa y también más terrible quela verdadera; riendo con socarronería, se

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balanceaba ante Ron, quien, presa del horror, sehabía quedado paralizado, con la espadacolgándole inerte a un costado—. ¿Quién sefijaría en ti, quién iba a fijarse jamás en ti,cuando a tu lado estaba Harry Potter? ¿Qué hashecho tú comparado con lo que ha hecho elElegido? ¿Qué eres tú comparado con el niñoque sobrevivió?

—¡Clávasela, Ron! ¡¡Clávasela!! —gritó Harry,pero Ron no se movió.

El muchacho mantenía los ojos muy abiertos yen ellos se reflejaban el falso Harry y la falsaHermione, de ojos de un rojo brillante, cabellosarremolinados como las llamas y voces queentonaban un maligno dueto:

—Tu madre —se mofó él, mientras ella reíaburlona— confesó que me habría preferido a mícomo hijo y habría estado encantada decambiarte por…

—¿Quién no iba a preferirlo a él, qué madrete escogería a ti? No eres nada, nada, nadacomparado con él —canturreó ella y, estirándosecomo una serpiente, se enroscó alrededor de él, loabrazó estrechamente y sus labios se encontraron.

Ron los contemplaba con profunda angustia.Aunque le temblaban los brazos, levantó la espada

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cuanto pudo.—¡Hazlo, Ron! —rugió Harry, y le pareció

atisbar un destello rojo en los ojos de su amigo,que lo miró—. Ron…

La espada centelleó y cayó de golpe. Harry dioun salto para apartarse y se oyó un fuerte sonidometálico y un largo e interminable grito. A pesar dehaber resbalado en la nieve, giró en redondo conla varita en alto, preparado para defenderse, perono había nada contra lo que pelear.

Las monstruosas versiones de Harry yHermione habían desaparecido y sólo quedabaRon, que, con la espada pendiendo de su mano,contemplaba los restos del guardapelo esparcidossobre la roca.

Harry, sin saber qué decir o hacer, se aproximólentamente a su amigo, que resoplaba al respirar yya no tenía los ojos rojos, sino azules comosiempre, aunque llorosos.

Fingiendo no darse cuenta de ello, Harry seagachó y recogió el destrozado Horrocrux. Laespada había atravesado el cristal de las dosventanitas y los ojos de Ryddle habíandesaparecido; el manchado forro de seda delguardapelo aún humeaba ligeramente. Aquello quevivía en el Horrocrux se había esfumado y su

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último acto de maldad había consistido en torturara Ron.

Al fin el muchacho soltó la espada, queprodujo un ruido metálico contra el suelo, se dejócaer de rodillas y se tapó la cabeza con ambosbrazos. Temblaba, pero Harry comprendió que noera de frío; tras meterse el guardapelo roto en elbolsillo, se arrodilló al lado de Ron y, conprecaución, le puso una mano en el hombro.Consideró una buena señal que no se la apartarade un manotazo.

—Cuando te marchaste —dijo en voz baja,agradeciendo no poder mirarlo a la cara—,Hermione pasó una semana entera llorando, oquizá más, pero no quería que yo la viera. Hubomuchas noches en que no nos dijimos ni unapalabra. Sin ti… —No pudo terminar la frase;ahora que Ron había vuelto, se daba plena cuentade lo mucho que los había perjudicado suausencia—. Es como una hermana para mí; laquiero como a una hermana y creo que ella sientelo mismo por mí. Siempre ha sido así; creí que losabías.

Ron dirigió la vista hacia otro lado y se enjugóla nariz en la manga. Poniéndose en pie, Harry fuea buscar la enorme mochila de su amigo, que éste

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había arrojado al suelo antes de correr a salvarlode perecer ahogado en la charca; se la colgó delhombro y regresó junto a Ron, que se levantó conlos ojos enrojecidos pero más sereno.

—Lo siento —musitó—. Perdona que memarchara. Ya sé que soy un… un…

Paseó la mirada por la penumbra de alrededor,como si esperara encontrar allí una palabra lobastante denigrante para describirse.

—Lo que has hecho esta noche lo compensacon creces —afirmó Harry—: ni más ni menos querecuperar la espada, acabar con el Horrocrux ysalvarme la vida.

—Suena más espectacular de lo que ha sido enrealidad —farfulló Ron.

—Suele ocurrir así; hace años que intentoexplicártelo.

Se acercaron al mismo tiempo y se abrazaron;Harry estrujó la espalda de la chaqueta de Ron,todavía empapada, y cuando se separaron dijo:

—Y ahora tenemos que encontrar la tienda.Pero no les fue difícil. Pese a que la caminata

por el oscuro bosque tras la cierva le habíaparecido muy larga, al llevar a Ron a su lado, eltrayecto de regreso le resultó breve. Harry estabadeseando despertar a Hermione, y entró en la

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tienda con el corazón acelerado por la emoción,mientras que Ron se rezagó un poco.

Comparado con la temperatura de la charca o elbosque, allí dentro hacía un calor delicioso; laúnica iluminación la proporcionaban las llamasazul turquesa, que seguían danzando en uncuenco que había en el suelo. Hermione dormíaprofundamente, acurrucada bajo las mantas, y nose movió hasta que Harry la llamó varias veces porsu nombre.

—¡Hermione! ¡Hermione!Ella se rebulló, pero enseguida se incorporó,

apartándose el pelo de la cara.—¿Qué pasa, Harry? ¿Estás bien?—Tranquila, no ocurre nada. Estoy la mar de

bien; mejor que nunca. Verás, ha venido alguien.—¿Qué quieres decir? ¿Quién…? —Entonces

vio a Ron, inmóvil, con la espada en la mano ygoteando sobre la deshilachada alfombra.

Harry se retiró a un rincón oscuro, se descolgóla mochila de su amigo e intentó confundirse conla lona de la tienda.

Hermione se levantó de la litera y, con la bocaentreabierta y los ojos como platos, avanzó comouna sonámbula sin apartar la vista del pálidosemblante de Ron, hasta que se detuvo frente a él.

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El chico esbozó una tímida sonrisa y levantó unpoco los brazos.

Ella se abalanzó sobre él y empezó a propinarlepuñetazos por todo el cuerpo.

—¡Ay! ¡Huy! Pero ¿qué…? ¡Hermione! ¡Ay!—¡Eres… tonto… de remate… Ronald…

Weasley! —Subrayaba cada palabra con un golpe.Ron retrocedió, protegiéndose la cabeza, pero ellalo persiguió—. Vienes… aquí… después… desemanas… y semanas… ¿Dónde está mi varita?

Parecía dispuesta a arrancársela a Harry de lasmanos, y el muchacho reaccionó de manerainstintiva.

—¡Protego!El escudo invisible se alzó entre Ron y

Hermione, y la potencia del hechizo hizo caer a lachica hacia atrás. Escupiendo para quitarse el pelode la boca, ella se levantó de un salto.

—¡Hermione! —gritó Harry—. Tranquilízate…—¡No pienso tranquilizarme! —gritó ella. Harry

nunca la había visto perder las casillas de esemodo; parecía enloquecida—. ¡Devuélveme lavarita! ¡Devuélvemela!

—Hermione, ¿quieres hacer el favor de…?—¡No me digas lo que tengo que hacer, Harry

Potter! —chilló—. ¡No te atrevas a darme órdenes!

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¡Devuélvemela! ¡Y tú…! —Apuntó a Ron con undedo acusador y con tanta saña que Harry nopudo reprocharle a su amigo que retrocediera unospasos—. ¡Salí corriendo detrás de ti! ¡Te llamé! ¡Tesupliqué que volvieras!

—Lo sé —admitió él—. Lo siento muchísimo,Hermione, de verdad que…

—¡Ah, conque lo sientes! —Y soltó una risaaguda y descontrolada.

Ron miró a Harry en busca de ayuda, pero éstese limitó a hacer una mueca de impotencia.

—Te presentas aquí después de semanas…¡semanas!, ¿y crees que todo va a solucionarsecon decir que lo sientes?

—¿Qué más puedo decir? —saltó Ron, y Harryse alegró de que se defendiera.

—¡Pues no lo sé! —bramó Hermione, y añadiócon sarcasmo—: Busca en tu cerebrito, Ron; sólote llevará un par de segundos.

—Hermione —intervino Harry, considerandoque aquello era un golpe bajo—, acaba desalvarme la…

—¡No me importa! —gritó ella—. ¡No meimporta lo que haya hecho! Semanas y semanas,podríamos estar muertos y él…

—¡Sabía que no estabais muertos! —rugió

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Ron, ahogando la voz de Hermione por primeravez, y se acercó cuanto le fue posible alencantamiento escudo que los separaba—. En ElProfeta no se habla más que de Harry, y en la radiotambién; os están buscando por todas partes, noparan de circular rumores e historias disparatadas.Estaba seguro de que si os pasaba algo meenteraría enseguida; no te imaginas lo duro que hasido…

—¿Duro para quién? ¿Tal vez para ti?La voz de Hermione sonaba tan aguda que, si

seguía así, sólo la oirían los murciélagos; perohabía alcanzado tal nivel de indignación que sequedó momentáneamente sin habla, y Ron nodesaprovechó la ocasión:

—¡Quise volver nada más desaparecerme, perotropecé con una banda de Carroñeros y no podía ira ninguna parte!

—¿Una banda de qué? —preguntó Harry,mientras Hermione se dejaba caer en una butaca,con los brazos y las piernas tan fuertementecruzados que daba la impresión de que tardaríaaños en separarlos.

—Carroñeros. Están por todas partes; sonbandas que se ganan la vida atrapando a hijos demuggles y traidores a la sangre. El ministerio ha

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ofrecido una recompensa por cada individuocapturado. Como yo iba solo y estoy en edadescolar, se emocionaron mucho, porque creyeronque era un hijo de muggles huido. Así que tuveque inventarme una historia para que no mellevaran al ministerio.

—¿Y qué les dijiste?—Que era Stan Shunpike; fue la primera

persona que se me ocurrió.—¿Y se lo creyeron?—No eran muy listos, que digamos. Había uno

que sin duda era medio trol. Si supieras cómoolía…

Ron le echó una ojeada a Hermione, confiandoen que se ablandara un poco con aquel comentariohumorístico, pero ella seguía malcarada y abrazadaa sí misma.

—En fin, se pusieron a discutir si yo era Stan ono, y organizaron una bronca. La verdad es quefue un poco patético, pero de cualquier forma elloseran cinco, y me habían quitado la varita. Entoncesdos de ellos empezaron a pelearse, y mientras losotros estaban distraídos, conseguí darle unpuñetazo en el estómago al que me sujetaba, lequité la varita, desarmé al tipo que tenía la mía yme desaparecí. La lástima fue que no lo hice muy

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bien, y volví a sufrir una despartición. —Levantóla mano derecha para mostrarles las dos uñas quele faltaban, y Hermione arqueó las cejas confrialdad—. Por fin aparecí a unos kilómetros dedonde estabais vosotros, pero cuando llegué a esaparte de la ribera en que habíamos acampado… yaos habíais ido.

—¡Vaya, qué historia tan apasionante! —leespetó Hermione con la altivez que empleabacuando quería hacer daño—. Debías de estarmuerto de miedo. Entretanto, nosotros fuimos aGodric’s Hollow y… déjame pensar, ¿qué nos pasóallí, Harry? Ah, sí, apareció la serpiente de Quien-tú-sabes, que estuvo a punto de matarnos, y luegollegó el propio Quien-tú-sabes y escapamos porlos pelos.

—¿Cómo dices? —repuso Ron, boquiabierto,mirando alternativamente a ambos, pero ella no lehizo caso.

—¡Imagínate, Harry! ¡Ha perdido dos uñas!Eso sí que minimiza nuestros padecimientos,¿verdad?

—Hermione —dijo Harry con calma—, Ronacaba de salvarme la vida.

Ella fingió no oírlo y, fijando la vista en unpunto lejano, continuó:

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—Pero lo que me gustaría saber es cómo noshas encontrado esta noche. Es muy importante.Cuando lo sepamos, podremos estar seguros deque no recibiremos más visitas indeseadas.

Ron la miró con rabia y sacó un pequeñoobjeto plateado del bolsillo de los vaqueros.

—Con esto.Hermione tuvo que bajar la vista para ver qué

les estaba mostrando.—¿Nos has encontrado con el desiluminador?

—dijo, tan sorprendida que olvidó mostrarse fría yaltiva.

—No sirve sólo para encender y apagar lasluces, ¿sabéis? —explicó Ron—. No sé cómofunciona ni por qué pasó cuando pasó y no enotro momento, porque he estado deseandoregresar desde que me marché. Pero el día deNavidad, muy temprano, estaba escuchando laradio y oí… bueno, te oí a ti.

—¿Me oíste por la radio? —preguntó ella conincredulidad.

—No, te oí salir de mi bolsillo. —Volvió alevantar el desiluminador y añadió—: Tu voz salióde aquí.

—¿Y qué dije exactamente? —repusoHermione, entre escéptica y curiosa.

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—Pronunciaste mi nombre y comentaste algosobre una varita…

Hermione se sonrojó y Harry recordó quehabía sido la primera vez que pronunciaban elnombre de Ron en voz alta desde su marcha; ellalo había mencionado al plantear la posibilidad dereparar la varita de Harry.

—Lo saqué del bolsillo —prosiguió Ron,mirando el desiluminador— pero no aprecié nadadiferente, aunque estaba convencido de que tehabía oído. Así que lo accioné. Entonces se apagóla luz de mi habitación, y por la ventana vi otra luzque había aparecido fuera. —Señaló enfrente de él,como si mirara algo que los otros dos no podíanver—. Era una esfera de luz pulsante y azulada,parecida a la que despiden los trasladores, ¿vale?

—Sí, claro —respondieron Harry y Hermione alunísono.

—Supe que había llegado el momento —continuó Ron—, de modo que recogí mis cosas enla mochila, me la colgué y salí al jardín.

»Y allí estaba la pequeña esfera luminosasuspendida, esperándome. Me acerqué y ella sedesplazó un poco, cabeceando; la seguí hastadetrás del cobertizo, y entonces… bueno,entonces se metió dentro de mí.

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—¡Qué dices! —saltó Harry, creyendo nohaber oído bien.

—No sé, flotó hacia mí —explicó Ron,ilustrando el movimiento con el dedo índice—,hasta mi pecho, y bueno… no sé, me traspasó.Estaba aquí. —Se tocó un punto junto al corazón—. La notaba, era cálida. Y una vez que entró en mísupe qué tenía que hacer y que me llevaría adonde necesitaba ir. Así que me desaparecí y meencontré en la ladera de una montaña. Había nievepor todas partes…

—Nosotros estuvimos ahí —dijo Harry—.¡Pasamos dos noches en ese lugar, y la segundanoche me pareció que alguien se movía en mediode la oscuridad y nos llamaba todo el rato!

—Ya. Sí, debía de ser yo —afirmó Ron—. Porlo visto, los hechizos protectores funcionan, yaque no podía veros ni oíros. Pero como estabaconvencido de que estabais cerca, al fin me metíen el saco de dormir y esperé. Pensé que no osquedaría más remedio que dejaros ver al recoger latienda.

—Pero no fue así —dijo Hermione—. Lasúltimas veces nos hemos desaparecido bajo lacapa invisible, para extremar las medidas deprecaución. Además, nos marchamos muy

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temprano, porque, como dice Harry, habíamos oídoa alguien merodeando por allí.

—Pues me quedé todo el día en aquellamontaña —repuso Ron—; todavía con laesperanza de que os dejarais ver. Pero cuandooscureció, supuse que debía de haber perdidovuestro rastro, así que volví a accionar eldesiluminador. La luz azulada reapareció y se metiódentro de mí, y yo me desaparecí y llegué a estebosque. Pero como seguí sin encontraros, sólo mequedó confiar en que tarde o temprano algunodaría señales de vida. Y Harry lo hizo. Bueno,primero vi la cierva, claro.

—¿Que viste qué? —saltó Hermione.Le explicaron lo ocurrido, y a medida que

desgranaban el relato de la cierva plateada y laespada en la charca, Hermione iba mirándolosalternativamente, tan concentrada que se le olvidómantener los brazos y las piernas fuertementeapretados.

—¡Seguro que era un patronus! —exclamó—.¿No visteis quién lo hizo aparecer? ¿No visteis anadie? ¡Y os condujo hasta la espada! ¡No puedocreerlo! ¿Y qué pasó luego?

Ron le contó que vio a Harry meterse en lacharca y esperó a que saliera a la superficie; pero

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al percatarse de que pasaba algo raro, se metió enel agua y lo salvó, aunque después volvió asumergirse para coger la espada. Cuando llegó elmomento de explicar cómo abrieron el guardapelo,titubeó, y Harry lo relevó.

—… y entonces Ron le clavó la espada —concluyó.

—¿Y se fue? ¿Sin más? —susurró Hermione.—Bueno… antes gritó un poco —dijo Harry

mirando de soslayo a Ron—. Mira. —Le puso elguardapelo en el regazo y ella lo cogió con cautelapara examinar las perforadas ventanitas.

Harry se dijo que ya no había peligro y retiró elencantamiento escudo con una sacudida de lavarita de Hermione; luego le preguntó a Ron:

—¿Dices que lograste huir de los Carroñeroscon la ayuda de una varita que no era tuya?

—¿Hum? —murmuró Ron, que estaba mirandocómo Hermione examinaba el guardapelo—. ¡Ah,sí! —Desabrochó un bolsillo de su mochila y sacóuna varita mágica corta y oscura—. Ten —dijo—.Me pareció útil tener siempre una de recambio.

—Tienes razón —replicó Harry tendiendo lamano—. La mía se ha roto.

—¿En serio? —se extrañó Ron, pero en esemomento Hermione se levantó y el chico volvió a

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adoptar un gesto de aprensión.Ella metió el Horrocrux en el bolsito de cuentas,

volvió a subir a la litera y se puso a dormir sindecir una palabra más.

Entonces Ron le pasó a Harry la varita nueva.—Creo que esa actitud de Hermione era lo

mínimo que podías esperar —murmuró Harry.—Sí, en efecto. Habría podido ser mucho peor.

¿Te acuerdas de aquellos canarios que me arrojóuna vez?

—Todavía no lo he descartado del todo —dijola amortiguada voz de Hermione desde debajo delas mantas, y Harry vio que Ron sonreíatímidamente mientras sacaba su pijama granate dela mochila.

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H

CAPÍTULO 20

XenophiliusLovegood

ARRY ya suponía que a Hermione no se lepasaría el enfado de la noche a la mañana, de

modo que no lo sorprendió que al día siguiente secomunicara con ellos mediante miradas asesinas ydeliberados silencios. Ron reaccionó adoptandouna actitud en extremo contrita cuando ella estaba

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presente, para demostrarle que seguía arrepentido.De hecho, cuando estaban los tres juntos, Harryse sentía como un intruso en un funeral con muypocos dolientes. Sin embargo, durante los escasosmomentos que ambos amigos pasaban a solascuando iban a buscar agua o setas entre la maleza,Ron se mostraba pleno de entusiasmo.

—Alguien nos ha ayudado, Harry —decía unay otra vez—. Alguien que está de nuestra parteenvió esa cierva. ¡Y ya hemos destruido unHorrocrux, colega!

Animados por su reciente victoria contra elguardapelo, se dedicaron a debatir las posiblesubicaciones de los otros Horrocruxes, y, aunqueya habían discutido mucho sobre ese asunto,Harry se mostraba esperanzado y tenía la certezade que al primer éxito le seguirían otros. Nopermitiría que el malhumor de Hermione leestropeara el optimismo, pues estaba tan contentocon su repentino cambio de suerte (la aparición dela misteriosa cierva, la recuperación de la espadade Gryffindor y, por encima de todo, el regreso deRon) que resultaba difícil seguir poniendo aquellacara tan seria.

A última hora de la tarde, ambos volvieron aescaparse de la torva presencia de la chica con el

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pretexto de recoger moras entre los desnudosmatorrales de los alrededores de la tienda, ysiguieron intercambiando noticias. Harry ya habíaconseguido contarle a su amigo toda la historia desus andanzas con Hermione, incluyendo loocurrido en Godric’s Hollow; le correspondíaahora a Ron ponerlo al día de lo que hubieradescubierto sobre el mundo mágico en lassemanas que había pasado lejos de ellos.

—¿Y cómo os habéis enterado de lo del tabú?—preguntó Ron después de relatar los muchos ydesesperados intentos de los hijos de muggles deeludir al ministerio.

—¿Enterarnos de qué?—¡Hermione y tú ya no llamáis a Quien-tú-

sabes por su nombre!—¡Ah, ya! Bueno, es una mala costumbre que

hemos cogido. Pero yo no tengo ningúninconveniente en llamarlo Vo…

—¡¡No!! —El bramido de Ron provocó queHarry pegara un salto hacia un arbusto, yHermione (que estaba con la nariz pegada a unlibro en la entrada de la tienda) los miró con ceño—. Perdona —se disculpó y ayudó a su amigo asalir de las zarzas—, pero ese nombre estáembrujado. ¡Así es como le siguen la pista a la

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gente! Si lo pronuncias se rompen los sortilegiosprotectores y provocas una especie de alteraciónmágica. ¡Fue así como nos encontraron enTottenham Court Road!

—¿O sea que se debió a que pronunciamos sunombre?

—¡Exacto! Hay que admitir que tiene su lógica.Sólo los que estaban firmemente decididos aplantarle cara, como Dumbledore, se atrevían aemplearlo. Pero ahora lo han convertido en tabú, ypueden dar con cualquiera que lo pronuncie. ¡Esuna forma fácil y rápida de averiguar el paraderode los miembros de la Orden! Tanto es así queestuvieron a punto de atrapar a Kingsley, ¿sabes?

—¿Lo dices en serio?—Sí, sí, es cierto. Bill nos dijo que lo acorraló

un grupo de mortífagos, aunque él consiguióescapar; pero ha pasado a ser un fugitivo, igualque nosotros. —Se rascó la barbilla con la puntade la varita, pensativo—. ¿Crees que pudo serKingsley quien envió a esa cierva?

—Su patronus es un lince. Lo vimos en laboda, ¿no te acuerdas?

—Sí, es verdad.Siguieron caminando junto a la zarza,

alejándose más de la tienda y de Hermione.

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—Oye, Harry… ¿y si lo hubiera hechoDumbledore?

—¿Si hubiera hecho qué?Ron parecía un poco turbado, pero dijo en voz

baja:—Si fue él quien envió a la cierva. Porque… —

observó a Harry con el rabillo del ojo— al fin y alcabo fue el último que tuvo en su poder la espada,¿no?

Harry no se burló porque comprendía muy bienel vivo deseo que había detrás de esa pregunta. Laidea de que Dumbledore hubiera logrado regresary los estuviera vigilando, habría resultadoindescriptiblemente reconfortante. Sin embargo,negó con la cabeza.

—Dumbledore está muerto —afirmó—. Yo vicómo lo mataban y contemplé su cadáver. Se haido para siempre. Además, su patronus era unfénix, no una cierva.

—Pero los patronus pueden cambiar, comoocurrió con el de Tonks, ¿verdad?

—Sí, pero si Dumbledore estuviera vivo, ¿porqué no iba a dejarse ver y darnos la espada enpersona?

—Ni idea, tío. Quizá por la misma razón por laque no te la dio cuando todavía vivía, o te dejó

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una vieja snitch a ti y un libro de cuentosinfantiles a Hermione.

—¿Y qué razón es ésa? —preguntó Harrymirándolo a los ojos, ansioso por encontrar unarespuesta.

—No lo sé, colega. Mira, a veces, cuandoestaba un poco deprimido, pensaba queDumbledore se reía de nosotros, o que sólo queríaponérnoslo más difícil. Pero no lo creo, ya no. Élsabía lo que hacía cuando me dio el desiluminador,¿no? Él… bueno… —Se le enrojecieron las orejasy se quedó mirando una mata que había junto asus pies mientras la pateaba—. Quiero decir que élprobablemente sabía que yo os abandonaría.

—No, más bien debía de saber que querríasvolver —lo corrigió Harry. Ron lo miró entreagradecido e incómodo, y Harry, en parte paracambiar de tema, comentó—: Y hablando deDumbledore, ¿te has enterado de lo que Skeeterdice sobre él en su libro?

—¡Oh, sí, la gente habla mucho de eso! Si lasituación fuera diferente, sería una gran noticiaque Dumbledore hubiera sido amigo deGrindelwald, claro; pero ahora sólo es motivo deregodeo para aquellos a quienes nunca les cayóbien el profesor, y una bofetada para todos los que

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pensaban que era muy buena persona. Pero yo nocreo que haya para tanto. Dumbledore era muyjoven cuando…

—Tenía nuestra edad —puntualizó Harry,inflexible, tal como había hecho con Hermione.Ron vio que no valía la pena insistir.

En las zarzas junto a las que se hallaban, enmedio de una telaraña congelada, había una arañaenorme. Harry le apuntó con la varita que Ron lehabía dado la noche anterior (Hermione habíaaccedido a examinarla y dictaminó que era deendrino).

—¡Engorgio!La araña se estremeció un poco y rebotó

ligeramente en la telaraña. Harry volvió aintentarlo. Esta vez la araña aumentó un poco detamaño.

—¡Para! —dijo Ron con brusquedad—. Retiroeso de que Dumbledore era muy joven, ¿vale?

Harry había olvidado que Ron odiaba lasarañas.

—¡Ay, lo siento! ¡Reducio!Pero la araña no se encogió y Harry contempló

la varita de endrino. Todos los hechizos menoresrealizados con esa varita resultaban menospotentes que los que hacía con la suya de fénix.

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No estaba familiarizado con la nueva; era comotener la mano de otra persona cosida en el extremodel brazo.

—Sólo necesitas practicar un poco —lo animóHermione, que se les había acercado sigilosamentey miraba, nerviosa, cómo Harry intentaba agrandary reducir la araña—. Todo es cuestión deconfianza en uno mismo, Harry.

Él sabía que si a su amiga le interesaba tantoque la varita funcionara se debía a que todavía sesentía culpable por haberle roto la suya. Así quereprimió el comentario que estuvo a punto dehacerle (si tan segura estaba de que no habíadiferencia, podía quedarse ella con la nueva varita)y le dio la razón, porque quería que los tresvolvieran a ser amigos. Sin embargo, cuando Ronle dirigió a Hermione una vacilante sonrisa, ella sealejó con gesto indignado y volvió a ocultarsedetrás de su libro.

Al anochecer entraron en la tienda y Harry hizola primera guardia. Sentado en la entrada, intentóhacer levitar con la varita de endrino unas piedraspequeñas, pero su magia continuó pareciendo mástorpe y menos potente que antes. Tumbada en sulitera, Hermione leía, mientras que Ron, traslanzarle varias miradas inquietas, había sacado de

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su mochila una pequeña radio de madera eintentaba sintonizar una emisora.

—Hay un programa que explica las noticias talcomo son en realidad —le dijo a Harry en voz baja—. Todos los demás están de parte de Quien-tú-sabes y siguen la línea del ministerio, pero éste…Espera y verás, es genial, aunque no puedentransmitir todas las noches y además tienen quehacerlo siempre desde sitios diferentes para queno los localicen. Se necesita una contraseña parasintonizarla, y el problema es que no me enteré decuál era la última…

Le dio unos golpecitos a la radio con la varita,murmurando palabras al azar. De vez en cuandomiraba con disimulo a Hermione, porque temía quele diera un arranque de ira, pero ella lo ignorabaolímpicamente. De manera que continuó dandogolpecitos y musitando, mientras ella pasaba laspáginas de su libro y Harry practicaba con la varitade endrino.

Luego, Hermione bajó de la litera. Ron sequedó quieto al instante y dijo con inquietud:

—Si te molesta, lo dejo.Hermione, sin dignarse contestar, se acercó a

Harry y le espetó:—Tenemos que hablar.

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El muchacho miró el libro que ella tenía en lamano: se trataba de Vida y mentiras de AlbusDumbledore.

—¿Qué pasa? —preguntó con aprensión. Depronto se le ocurrió que el libro tal vez incluía uncapítulo sobre él, y no supo si le apetecía oír laversión de Rita de su relación con Dumbledore. Noobstante, la respuesta de Hermione lo pilló porsorpresa:

—Quiero ir a ver a Xenophilius Lovegood.—¿Cómo dices?—Que quiero ir a ver a Xenophilius Lovegood,

el padre de Luna, ¿vale? ¡Quiero hablar con él!—Pero… ¿por qué?Hermione inspiró hondo, como si fuera a decir

algo muy importante, y respondió:—Es esa marca, la marca que aparece en

Beedle el Bardo. ¡Mira esto!Puso el libro ante los reticentes ojos de Harry,

y éste contempló una fotografía de la carta originalque Dumbledore le había escrito a Grindelwald,con su inconfundible caligrafía pulcra y estilizada.Le sentó fatal ver una prueba tan evidente de queel profesor era el autor de esa misiva y no setrataba de una invención de Rita.

—Y ahora mira la firma —añadió Hermione—.

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¡Mira la firma, Harry!El chico obedeció, al principio sin saber a qué

se refería su amiga, pero cuando acercó la varitailuminada y miró más de cerca, vio queDumbledore había sustituido la «A» de Albus poruna diminuta versión del símbolo triangular queaparecía en los Cuentos de Beedle el Bardo.

—Oye, ¿qué…? —dijo Ron con timidez, peroHermione lo hizo callar con una mirada y siguióhablando con Harry.

—Se repite continuamente —planteó ella—. Yasé que Viktor dijo que era la marca de Grindelwald,pero la vimos grabada en esa vieja tumba deGodric’s Hollow, y las fechas de la lápida eranmucho más antiguas que Grindelwald. ¡Y ahoraesto! Bueno, no podemos preguntar a Dumbledoreo Grindelwald qué significa (ni siquiera sé si éstetodavía vive), pero podemos preguntárselo alseñor Lovegood; a fin de cuentas, él lucía esesímbolo en la boda. ¡Estoy segura de que esimportante, Harry!

Él tardó un poco en contestar. Escudriñó elansioso y expectante rostro de su amiga y luego laoscuridad que los rodeaba, pensativo. Tras unalarga pausa, replicó:

—No quiero que vuelva a pasarnos lo de

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Godric’s Hollow, Hermione. Los dos estábamosseguros de que teníamos que ir allí y…

—¡Es que aparece por todas partes, Harry!Dumbledore me legó los Cuentos de Beedle elBardo: tal vez quería que averiguáramos lo quesignifica ese símbolo.

—¡Ya empezamos otra vez! —replicó Harry—.No cesamos de intentar convencernos de queDumbledore nos dejó señales secretas y pistas…

—El desiluminador ha resultado muy útil —intervino Ron—. Creo que Hermione tiene razón;deberíamos ir a ver a Lovegood.

Harry le lanzó una mirada asesina. La súbitapostura de su amigo no tenía nada que ver con sudeseo de averiguar el significado de la runatriangular, estaba clarísimo.

—No pasará lo mismo que en Godric’s Hollow—insistió Ron—. Lovegood está de tu parte,Harry. ¡El Quisquilloso siempre ha apostado por tiy no cesa de dar consignas a sus lectores para quete ayuden!

—Ese símbolo es importante, estoy segura —dijo Hermione con seriedad.

—Pero ¿no creéis que, si lo fuera, Dumbledoreme habría hablado de él antes de morir?

—Quizá… quizá sea algo que tienes que

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averiguar por ti mismo —aventuró Hermione, y diola impresión de quedarse sin argumentos.

—Eso es —coincidió Ron, adulador—. Tienesentido.

—No, no lo tiene —le espetó Hermione—,pero sigo pensando que debemos hablar con elseñor Lovegood. Ese símbolo tiene relación conDumbledore, Grindelwald y Godric’s Hollow.¡Debemos averiguar qué significa!

—Lo decidiremos por votación —propuso Ron—. Los que estén a favor de ir a ver a Lovegood…

Levantó una mano antes que Hermione, y a ellale temblaron sospechosamente los labios cuandohizo otro tanto.

—Lo siento, Harry —dijo Ron, y le dio unapalmada en la espalda.

—Está bien —concedió Harry, entre divertidoy enojado—. Pero después de hablar conXenophilius intentaremos encontrar algún otroHorrocrux, ¿de acuerdo? Y por cierto, ¿dóndeviven los Lovegood? ¿Alguien lo sabe?

—Sí, yo; no muy lejos de mi casa —respondióRon—. No sé dónde exactamente, pero mis padressiempre señalan hacia las montañas cuando losmencionan. No nos costará mucho encontrarlos.

Cuando Hermione hubo vuelto a su litera,

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Harry bajó la voz y dijo:—Sólo le has dado la razón para que te

perdone.—En el amor y la guerra todo vale —replicó

Ron alegremente—, y aquí hay un poco de las doscosas. ¡Anímate, Luna estará pasando lasvacaciones de Navidad en su casa!

A la mañana siguiente se aparecieron en unaventosa ladera, y desde esa estratégica posicióndisfrutaron de un excelente panorama de Ottery St.Catchpole. El pueblo ofrecía el aspecto de unacolección de casas de juguete bañadas por losanchos y sesgados rayos de sol que se filtrabanentre las nubes. Haciéndose visera con la mano,estuvieron un par de minutos contemplando LaMadriguera, pero sólo lograron distinguir los altossetos y los árboles frutales del huerto, queprotegían la torcida y desvencijada casa de lasmiradas de los muggles.

—Qué raro resulta estar tan cerca y no podervisitarlos —comentó Ron.

—Bueno, no será porque haga mucho tiempoque no estás con ellos. Al fin y al cabo, haspasado la Navidad ahí —repuso Hermione confrialdad.

—¡No la he pasado en La Madriguera! —

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replicó Ron casi riendo—. ¿Me crees capaz devolver a mi casa y decirle a mi familia que os habíadejado tirados? Claro, a Fred y George les habríaencantado, y Ginny se habría mostrado muycomprensiva conmigo, sin duda.

—Entonces, ¿dónde has estado? —preguntóHermione, sorprendida.

—En El Refugio, la casa nueva de Bill y Fleur.Bill siempre se ha portado bien conmigo. Laverdad es que no se enorgulleció de mí cuando seenteró de lo que había hecho, pero como se diocuenta de que estaba arrepentido, no quisoagobiarme. El resto de mi familia no sabe queestuve en su casa, porque Bill tuvo el detalle dedecirle a nuestra madre que Fleur y él no irían a LaMadriguera por Navidad, porque eran susprimeras vacaciones de casados y querían celebrarla fiesta en la intimidad. Creo que a Fleur no leimportó. Ya sabes cómo detesta los conciertosradiofónicos de Celestina Warbeck.

Al fin Ron le dio la espalda a La Madriguera y,echando a andar hacia la cumbre de la colina, dijo:

—Probemos ahí arriba.Caminaron varias horas; Harry, ante la

insistencia de Hermione, lo hizo oculto bajo lacapa invisible. El macizo de colinas parecía

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deshabitado, pues tan sólo encontraron una casitadonde daba la impresión de que no vivía nadie.

—¿Crees que esta casa podría ser la suya? A lomejor se han ido a pasar la Navidad fuera ytodavía no han vuelto —comentó Hermionemientras atisbaba una pulcra y pequeña cocina poruna ventana con geranios en el alféizar. Ron dio unresoplido.

—¡Qué va! Si miraras por la ventana de la casade los Lovegood sabrías enseguida quién vive ahí.Probemos en el siguiente macizo.

Y se aparecieron unos kilómetros más al norte.—¡Ajá! —gritó Ron con el cabello y la ropa a

los cuatro vientos. Señalaba hacia la cima de lacolina en que se habían aparecido, donde unenorme cilindro negro se erigía en verticaldestacándose contra el cielo crepuscular; detrásde ese extraño edificio estaba suspendida la luna,fantasmagórica—. Ésa tiene que ser la casa deLuna. ¿Quién más podría vivir en un sitio así?¡Parece una torre de ajedrez gigantesca!

Desconcertada, Hermione arrugó el entrecejo ycontempló la construcción.

Ron tenía las piernas más largas y fue elprimero en llegar a la cima de la colina. CuandoHarry y Hermione lo alcanzaron, jadeando y con

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flato, estaba sonriendo de oreja a oreja.—Es su casa. ¡Mirad!Había tres letreros pintados a mano, clavados

con chinchetas en una desvencijada verja. Elprimero rezaba: «El Quisquilloso. Director: X.Lovegood»; el segundo, «Permitido cogermuérdago»; y el tercero, «Cuidado con las ciruelasdirigibles».

La verja chirrió cuando la abrieron. En elzigzagueante sendero que conducía hasta lapuerta principal había una gran variedad deplantas extrañas, entre ellas un arbusto cargado deesos frutos de color naranja, con forma de rábano,que a veces Luna usaba como pendientes. Harrycreyó reconocer un snargaluff y se apartó cuantopudo de la marchita cepa. Retorcidos a causa delviento, dos viejos manzanos silvestres,desprovistos de hojas pero cargados de frutosrojos del tamaño de bayas y de espesas coronasde muérdago salpicadas de bolitas blancas,montaban guardia a ambos lados de la puerta. Unapequeña lechuza, de cabeza achatada semejante ala de un halcón, los observaba desde una rama.

—Será mejor que te quites la capa invisible,Harry —sugirió Hermione—. Es a ti a quien quiereayudar el señor Lovegood, no a nosotros.

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Harry lo hizo y le dio la capa para que laguardara en el bolsito de cuentas. Entonces elladio tres golpes en la gruesa puerta negra,tachonada con clavos de hierro y cuya aldabatenía forma de águila.

Al cabo de unos diez segundos, la puerta seabrió de par en par y apareció XenophiliusLovegood en persona, descalzo, en camisa dedormir —manchada— y con el largo, blanco yesponjoso cabello, sucio y despeinado. La verdades que Xenophilius iba mucho más pulcro yarreglado el día de la boda de Bill y Fleur.

—¿Qué ocurre? ¿Quiénes sois y qué queréis?—gritó con voz aguda y quejumbrosa mirandoprimero a Hermione, luego a Ron y, por último, aHarry, pero entonces abrió la boca formando una«o» perfecta, casi cómica.

—¡Hola, señor Lovegood! —lo saludó elmuchacho, y le tendió la mano—. Soy Harry, HarryPotter.

Xenophilius no se la estrechó, aunque enfocórápidamente el ojo que no bizqueaba en la cicatrizde la frente de Harry.

—¿Le importa que entremos? Queremospreguntarle una cosa.

—No sé… no sé si será conveniente —susurró

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Xenophilius. Tragó saliva y echó un rápido vistazoal jardín—. Qué sorpresa, madre mía… Me temoque no debería…

—No lo entretendremos mucho —aseguróHarry, un tanto cortado por aquella bienvenida tanpoco entusiasta.

—Bueno, está bien. Pasad, deprisa. ¡Deprisa!Apenas hubieron traspuesto el umbral,

Xenophilius cerró de golpe la puerta. Se hallabanen la cocina más rara que Harry había visto jamás:completamente circular, daba la impresión de estardentro de un enorme pimentero; los fogones, elfregadero y los armarios tenían forma curvada,para adaptarse a la forma de las paredes, y entodas partes había flores, insectos y pájarospintados con intensos colores primarios. A Harryle pareció reconocer el estilo de Luna; el efecto, enun espacio tan cerrado, era ligeramente abrumador.

En medio de la cocina había una escalera decaracol de hierro forjado que conducía a los pisossuperiores, de donde provenían fuertes ruidos, yHarry se preguntó qué estaría haciendo Luna.

—Será mejor que subamos —propusoXenophilius, aún incómodo, y los guió por laescalera.

La habitación del piso superior era una

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combinación de salón y taller, todavía másatestada de cosas que la cocina. Aunque eramucho más pequeña, y también circular, recordabala Sala de los Menesteres en aquella inolvidableocasión en que se había transformado en ungigantesco laberinto compuesto de objetosescondidos a lo largo de siglos. Había montañas ymontañas de libros y papeles en todas lassuperficies. Del techo colgaban diversos modelosde criaturas —realizados con primor— queagitaban las alas o batían las mandíbulas y queHarry no supo identificar.

Luna no estaba allí y lo que hacía tanto ruidoera un artilugio de madera repleto de engranajes yruedas que giraban mediante magia; parecía elextraño resultado del cruce de un banco de trabajoy una estantería vieja, pero Harry dedujo quedebía de ser una anticuada prensa, porque noparaba de escupir ejemplares de El Quisquilloso.

—Disculpadme —dijo Xenophilius y, dandoun par de zancadas, se acercó a la máquina, sacóun mugriento mantel de entre una montaña delibros y papeles, que cayeron al suelo, y cubrió laprensa, con lo que los fuertes golpes y traqueteosse amortiguaron un poco. Entonces miró a Harry ypreguntó—: ¿A qué habéis venido?

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Pero, antes de que el chico contestara,Hermione dio un gritito de asombro e inquirió:

—¿Qué es eso, señor Lovegood?Señalaba un enorme cuerno gris en forma de

espiral, similar a un cuerno de unicornio, queestaba colgado en la pared y sobresalía variospalmos hacia el centro de la habitación.

—Es un cuerno de snorkack de cuernosarrugados —contestó Xenophilius.

—¡No puede ser! —exclamó Hermione.—Hermione —masculló Harry—, creo que no

es momento de…—¡Es que es un cuerno de erumpent, Harry!

¡Es Material Comerciable de Clase B, y resulta muypeligroso tenerlo en la casa!

—¿Cómo sabes que es eso? —preguntó Ron,apartándose del cuerno tan deprisa como lepermitió el desmedido revoltijo de cosas que habíaen la habitación.

—¡Está descrito en Animales fantásticos ydónde encontrarlos! Señor Lovegood, tiene quedeshacerse de ese cuerno enseguida, ¿no sabeque puede explotar al menor roce?

—El snorkack de cuernos arrugados —dijoXenophilius con claridad y testarudez— es unacriatura tímida y sumamente mágica, y sus

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cuernos…—Señor Lovegood, esos surcos que hay

alrededor de la base son inconfundibles. Eso es uncuerno de erumpent, y es increíblemente peligroso.No sé de dónde lo habrá sacado, pero…

—Se lo compré hace dos semanas a un jovenmago encantador que conocía mi interés por losexquisitos snorkacks —explicó Xenophilius,inflexible—. Es una sorpresa de Navidad para miLuna. —Y dirigiéndose a Harry, le preguntó—:Bueno, ¿qué has venido a hacer aquí, Potter?

—Necesitamos ayuda —repuso el chico antesde que Hermione siguiera protestando.

—Ah, conque ayuda… Hum. —Volvió aenfocar el ojo sano en la cicatriz de Harry. Daba laimpresión de que estaba aterrado y fascinado a lavez—. Ya, ya. El caso es que ayudar a Harry Potteres… muy peligroso.

—¿No es usted el que divulga en esa revistasuya la consigna de que el primer deber de losmagos es ayudar a Harry? —terció Ron.

Xenophilius miró la prensa, tapada con elmantel, que seguía traqueteando y martilleando.

—Bueno… sí, he expresado esa opinión…—¡Ah, ya entiendo! Lo dice para que lo hagan

los demás, pero no usted —replicó Ron.

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Lovegood se limitó a tragar saliva y mirarlosuno a uno. A Harry le pareció que el pobre hombreestaba librando una dolorosa lucha interior.

—¿Dónde está Luna? —preguntó Hermione—.Veamos qué opina ella.

Xenophilius tragó saliva una vez más, como siestuviera armándose de valor. Por fin, con una voztemblorosa que apenas se oyó (ahogada por elruido de la prensa), dijo:

—Luna está en el arroyo pescando plimpys deagua dulce. Seguro… seguro que se alegrará deveros. Voy a llamarla, y entonces… Sí, muy bien.Intentaré ayudarte.

Bajó por la escalera de caracol, y los chicosoyeron abrirse y cerrarse la puerta principalmientras cruzaban miradas.

—¡Maldito cobarde! —estalló Ron—. Lunatiene diez veces más agallas que él.

—Debe de estar preocupado por lo que lespasará si los mortífagos se enteran de que heestado aquí —conjeturó Harry.

—Yo estoy de acuerdo con Ron —dijoHermione—. Es un hipócrita asqueroso. Le dice atodo el mundo que te ayude, pero él intentaescurrir el bulto. Y por lo que más quieras, Harry,apártate de ese cuerno.

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El muchacho se acercó a la ventana situada alotro lado de la habitación y divisó un riachuelo,una estrecha y reluciente franja de agua quediscurría al pie de la colina. Un pájaro pasóaleteando por delante de él mientras miraba endirección a La Madriguera, invisible detrás deotras colinas, a pesar de que se hallaban a granaltura. Ginny debía de estar allí, y Harry pensó quenunca habían estado tan cerca el uno del otrodesde el día de la boda de Bill y Fleur. AunqueGinny no podía imaginar ni por asomo que en esemomento él miraba en dirección a la casapensando en ella. Supuso que era mejor así,porque cualquiera que estuviera en contacto conél corría peligro, y la actitud de Xenophilius lodemostraba.

Se apartó de la ventana y su mirada fue a pararsobre un extraño objeto colocado en unabarrotado y curvado aparador. Era el busto depiedra de una bruja hermosa pero de expresiónaustera, con un estrafalario tocado: a cada lado dela cabeza le salía una especie de trompetilladorada, y una correa de piel con un par dediminutas y relucientes alas azules pegadas lecubría la parte superior; en la frente llevaba otracorrea con uno de aquellos rábanos de color

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naranja, también pegado.—Mirad esto —dijo Harry.—Un primor —soltó Ron—. Me sorprende que

el señor Lovegood no se lo pusiera para ir a laboda.

Entonces oyeron cerrarse la puerta principal, yun momento después Xenophilius subió de nuevopor la escalera de caracol. Llevaba puestas unasbotas de goma y sostenía una bandeja con unvariopinto surtido de tazas de té y una humeantetetera.

—¡Ah, veo que habéis descubierto mi inventofavorito! —dijo y, entregándole la bandeja aHermione, se acercó a Harry, que continuaba juntoa la figura—. Es una reproducción muy digna de lacabeza de la hermosa Rowena Ravenclaw. «¡Unainteligencia sin límites es el mayor tesoro de loshombres!» —Señaló los objetos que parecíantrompetillas, y explicó—: Son sifones detorposoplo; sirven para eliminar cualquier foco dedistracción del entorno inmediato de un pensador;eso —indicó las alitas— es una hélice de billywig,que propicia un estado de ánimo elevado, y porúltimo —señaló el rábano naranja—, la cirueladirigible, que mejora la capacidad de aceptar loextraordinario.

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Lovegood se acercó a la bandeja del té, queHermione había conseguido depositar en precarioequilibrio sobre una de las abarrotadas sillitas.

—¿Os apetece una infusión de gurdirraíz? —ofreció—. La hacemos nosotros mismos. —Mientras servía la bebida, de un color morado tanintenso como el zumo de remolacha, añadió—:Luna está abajo, en el Puente del Fondo; se haemocionado mucho al saber que estáis aquí. Nocreo que tarde; ya ha pescado suficientes plimpyspara preparar sopa para todos. Así que sentaos yservíos azúcar. —Retiró un tambaleante montón depapeles de una butaca, se sentó y cruzó laspiernas (todavía no se había quitado las botas degoma). Luego preguntó—: Bueno, ¿en qué puedoayudarte, Potter?

—Verá… —repuso Harry mirando a Hermione,que asintió para darle ánimo— se trata de esesímbolo que llevaba usted colgado del cuello en laboda de Bill y Fleur. Nos gustaría saber quésignifica.

—¿Te refieres al símbolo de las Reliquias de laMuerte? —inquirió Xenophilius, extrañado.

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H

CAPÍTULO 21

La fábula de los treshermanos

ARRY se volvió hacia Ron y Hermione.Tampoco ellos parecían haber entendido.

—¿Ha dicho usted las Reliquias de la Muerte?—Eso es. ¿No habéis oído hablar de ellas? No

me sorprende, pues muy pocos magos creen enellas. ¡Acordaos de aquel cabeza de chorlito que

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estaba en la boda de tu hermano —dijo mirando aRon—, que me agredió por llevar el símbolo de unfamoso mago tenebroso! ¡Qué ignorancia! Lasreliquias no tienen nada que ver con la magiaoscura, al menos en sentido estricto. Unosimplemente utiliza el símbolo para darse a conocera otros creyentes, con la esperanza de que loayuden en su búsqueda.

Le echó varios terrones de azúcar a su infusiónde gurdirraíz, la removió y bebió un sorbo.

—Perdone —intervino Harry—, pero sigo sinentenderlo del todo.

Para ser educado, bebió también un sorbo deinfusión, y estuvo a punto de vomitar; la bebidaera asquerosa, como si alguien hubiera licuadogrageas de todos los sabores con gusto a mocos.

—Bueno, es que los creyentes buscan lasReliquias de la Muerte —explicó Xenophiliusmientras se relamía como si estuviera encantadocon la infusión de gurdirraíz.

—Pero ¿qué son las Reliquias de la Muerte? —preguntó Hermione.

—Supongo que conocéis «La fábula de lostres hermanos», ¿no? —inquirió y dejó la tazavacía.

—No —contestó Harry, pero Ron y Hermione

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dijeron:—Sí.—Vaya, vaya, Potter; pues todo empieza a

partir de esa fábula —afirmó Xenophilius, muyserio—. Veamos, he de tener un ejemplar por algúnsitio… —Paseó vagamente la mirada por lasmontañas de pergaminos y libros que había en lahabitación.

—Yo tengo un ejemplar, señor Lovegood —dijo Hermione, y sacó los Cuentos de Beedle elBardo del bolsito de cuentas.

—¿Es el original? —preguntó Xenophilius,asombrado, y, al ver que Hermione asentía, sugirió—: Bueno, pues ¿por qué no nos lees esa historiaen voz alta? Así nos aseguraremos de que todos laentendemos.

—De acuerdo —aceptó Hermione, nerviosa.Abrió el libro y Harry vio que el símbolo queestaban investigando aparecía al principio de lapágina. Hermione tosió un poco y comenzó a leer—: «Había una vez tres hermanos que viajaban ala hora del crepúsculo por una solitaria y sinuosacarretera…»

—Mi madre siempre decía «a medianoche» —la interrumpió Ron, que se había puesto cómodo,con los brazos detrás de la cabeza, para escuchar

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la lectura. Hermione lo miró con fastidio—.¡Perdona, perdona! Es que si te imaginas que esmedianoche da más miedo —se excusó.

—Claro, como no pasamos bastante miedoya… —terció Harry, burlón. Xenophilius noparecía prestarles mucha atención y contemplabael cielo por la ventana—. Sigue, Hermione.

—«Los hermanos llegaron a un río demasiadoprofundo para vadearlo y demasiado peligrosopara cruzarlo a nado. Pero como los tres hombreseran muy diestros en las artes mágicas, notuvieron más que agitar sus varitas e hicieronaparecer un puente para salvar las traicionerasaguas. Cuando se hallaban hacia la mitad delpuente, una figura encapuchada les cerró elpaso… Y la Muerte les habló…»

—¿Cómo que la Muerte les habló? —lainterrumpió Harry.

—¡Es un cuento de hadas, Harry!—Vale, perdona. Sigue.—«Y la Muerte les habló. Estaba contrariada

porque acababa de perder a tres posibles víctimas,ya que normalmente los viajeros se ahogaban en elrío. Pero ella fue muy astuta y, fingiendo felicitar alos tres hermanos por sus poderes mágicos, lesdijo que cada uno tenía opción a un premio por

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haber sido lo bastante listo para eludirla.»Así pues, el hermano mayor, que era un

hombre muy combativo, pidió la varita mágica máspoderosa que existiera, una varita capaz de hacerleganar todos los duelos a su propietario; endefinitiva, ¡una varita digna de un mago que habíavencido a la Muerte! Ésta se encaminó hacia unsaúco que había en la orilla del río, hizo una varitacon una rama y se la entregó.

»A continuación, el hermano mediano, que eramuy arrogante, quiso humillar aún más a laMuerte, y pidió que le concediera el poder dedevolver la vida a los muertos. La Muerte cogióuna piedra de la orilla del río y se la entregó,diciéndole que la piedra tendría el poder deresucitar a los difuntos.

»Por último, la Muerte le preguntó al hermanomenor qué deseaba. Éste era el más humilde ytambién el más sensato de los tres, y no se fiabaun pelo. Así que le pidió algo que le permitieramarcharse de aquel lugar sin que ella pudieraseguirlo. Y la Muerte, de mala gana, le entregó supropia capa invisible.»

—¿La Muerte tiene una capa invisible? —volvió a interrumpirla Harry.

—Sí, para acercarse a sus víctimas sin que la

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vean —confirmó Ron—. A veces se harta decorrer detrás de ellas, agitando los brazos ychillando… Perdona, Hermione.

—«Entonces la Muerte se apartó y dejó quelos tres hermanos siguieran su camino. Y así lohicieron ellos mientras comentaban, maravillados,la aventura que acababan de vivir y admiraban losregalos que les había dado la Muerte. A su debidotiempo, se separaron y cada uno se dirigió haciasu propio destino.

»El hermano mayor siguió viajando algo másde una semana, y al llegar a una lejana aldea buscóa un mago con el que mantenía una grave disputa.Naturalmente, armado con la Varita de Saúco, erainevitable que ganara el duelo que se produjo.Tras matar a su enemigo y dejarlo tendido en elsuelo, se dirigió a una posada, donde se jactó portodo lo alto de la poderosa varita mágica que lehabía arrebatado a la propia Muerte, y de loinvencible que se había vuelto gracias a ella.

»Esa misma noche, otro mago se acercó consigilo mientras el hermano mayor yacía, borrachocomo una cuba, en su cama, le robó la varita y, porsi acaso, le cortó el cuello. Y así fue como laMuerte se llevó al hermano mayor.

»Entretanto, el hermano mediano llegó a su

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casa, donde vivía solo. Una vez allí, cogió la piedraque tenía el poder de revivir a los muertos y la hizogirar tres veces en la mano. Para su asombro yplacer, vio aparecer ante él la figura de lamuchacha con quien se habría casado si ella nohubiera muerto prematuramente.

»Pero la muchacha estaba triste y distante,separada de él por una especie de velo. Pese a quehabía regresado al mundo de los mortales, nopertenecía a él y por eso sufría. Al fin, el hombreenloqueció a causa de su desesperada nostalgia yse suicidó para reunirse de una vez por todas consu amada. Y así fue como la Muerte se llevó alhermano mediano.

»Después buscó al hermano menor duranteaños, pero nunca logró encontrarlo. Cuando éstetuvo una edad muy avanzada, se quitó por fin lacapa invisible y se la regaló a su hijo. Y entoncesrecibió a la Muerte como si fuera una vieja amiga,y se marchó con ella de buen grado. Y así, comoiguales, ambos se alejaron de la vida.»

Hermione cerró el libro, pero Xenophilius tardóun momento en reparar en que la muchacha habíaterminado de leer; entonces desvió la mirada de laventana y dijo:

—Bueno, ya lo sabéis.

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—¿Perdón? —preguntó Hermione, confusa.—Ésas son las Reliquias de la Muerte —

explicó.A continuación cogió una pluma de una mesa

abarrotada de cachivaches, sacó un trozo depergamino de entre los libros y las enumeró:

—La Varita de Saúco —y trazó una líneavertical en el pergamino—; la Piedra de laResurrección —y dibujó un círculo encima de lalínea—, y la Capa Invisible —y, al trazarla, encerróla línea y el círculo en un triángulo componiendo elsímbolo que tanto intrigaba a Hermione—. Las tresjuntas son las Reliquias de la Muerte.

—Pero en la fábula no se menciona esaexpresión —observó Hermione.

—No, por supuesto que no —admitióXenophilius con una petulancia exasperante—.«La fábula de los tres hermanos» es un cuentoinfantil, narrado para divertir más que para instruir.Sin embargo, los que entendemos de semejantesmaterias sabemos que ese antiguo relato se refierea tres objetos o reliquias que, si se unen,convertirán a su propietario en el señor de lamuerte.

Se quedaron en silencio y Xenophilius echó unnuevo vistazo por la ventana; el sol estaba

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declinando.—Luna no tardará. Ya debe de tener

suficientes plimpys —musitó.—Cuando dice «señor de la muerte»… —

terció Ron.—Señor, o conquistador, o dominador. —

Xenophilius agitó una mano con displicencia—.Puedes usar el término que prefieras.

—Pero entonces… ¿quiere decir —comentóHermione muy despacio, y Harry captó queintentaba borrar de su voz todo rastro deescepticismo— que usted cree que esos objetos,esas reliquias, existen de verdad?

—Pues claro.—Pero, señor Lovegood —Harry notó que su

amiga estaba a un tris de perder otra vez el control—, ¿cómo puede usted creer…?

—Luna me ha hablado mucho de ti, jovencita—la interrumpió el mago—. Tengo entendido queno eres poco inteligente, pero sí extremadamentelimitada, intolerante y cerrada.

—Quizá deberías probarte ese sombrero,Hermione —intervino Ron señalando el ridículotocado, y le tembló un poco la voz porquecontenía la risa.

—Señor Lovegood —insistió ella—. Todos

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sabemos que existen las capas invisibles; sonpoco comunes pero existen. Sin embargo…

—¡Ah, pero la tercera reliquia es una capainvisible verdadera, señorita Granger! Es decir, noes una capa de viaje a la que se le ha hecho unencantamiento desilusionador o un maleficiodeslumbrador, ni ha sido tejida con pelo dedemiguise, que al principio lo ocultan a uno perocon el paso del tiempo acaban volviéndoseopacas, sino que estamos hablando de una capaque de verdad convierte en invisible a quien lalleva, y que dura eternamente, proporcionandouna ocultación constante e impenetrable, sinimportar los hechizos que puedan hacerle.¿Cuántas capas como ésa ha visto usted en suvida, señorita Granger?

Hermione despegó los labios para contestar,pero volvió a cerrarlos; parecía más desconcertadaque antes. Los tres amigos intercambiaronmiradas, y Harry advirtió que todos estabanpensando lo mismo. Resultaba que, en aquelpreciso momento, en la habitación donde sehallaban había una capa como la que Xenophiliusacababa de describir.

—Exacto —dijo Xenophilius, como si sehubiera impuesto con argumentos razonados—.

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Ninguno de vosotros ha visto nunca semejantecosa. El propietario de una capa así seríainconmensurablemente rico, ¿no creéis? —Yvolvió a atisbar por la ventana; el cielo ya se habíateñido de una débil tonalidad rosa.

—Está bien —dijo Hermione, desconcertada—. Supongamos que esa capa existió. ¿Qué medice de la piedra, señor Lovegood? Eso que ustedllama Piedra de la Resurrección.

—¿Qué inconveniente le ves?—No sé, ¿cómo va a ser real?—Pues demuéstrame que no lo es —replicó

Xenophilius.—¡Pero…! ¡Perdone, pero esto es

completamente ridículo! —explotó Hermione,indignada—. ¿Cómo voy a demostrar que noexiste? ¿Pretende que examine todos los guijarrosdel planeta y lo compruebe? Con ese enfoque,usted podría afirmar que cualquier cosa es realbasándose únicamente en que nadie hademostrado lo contrario.

—¡Claro que podría! —exclamó Xenophilius—.Me alegra comprobar que empieza a abrir un pocosu mente, señorita.

—Entonces —terció Harry antes de queHermione contestara—, ¿usted cree que la Varita

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de Saúco existe también?—Hay innumerables pruebas de ello —replicó

Xenophilius—. La Varita de Saúco es la reliquiaque se puede localizar con mayor facilidad, por lamanera en que cambia de manos.

—¿Y qué manera es ésa? —se interesó Harry.—Pues, verás, consiste en que el poseedor de

la varita, para ser su verdadero amo, debearrebatársela a su anterior propietario. Supongoque habréis oído hablar de cómo la varita llegó amanos de Egbert el Atroz, después de queasesinara a Emeric el Malo, ¿no?, o de cómoGodelot murió en el sótano de su propia casadespués de que su hijo Hereward lo despojara dela varita, o del espantoso Loxias, que se la quitó aBarnabas Deverill tras matarlo. El rastro de sangrede la Varita de Saúco recorre las páginas de lahistoria de la magia.

Harry echó una ojeada a Hermione, queobservaba con ceño a Xenophilius, pero no locontradijo.

—¿Y dónde cree usted que está la Varita deSaúco ahora? —inquirió Ron.

—¡Ay, si yo lo supiera! —respondióXenophilius dejando vagar la mirada hacia elexterior—. ¿Alguien sabe dónde se halla oculta? El

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rastro se pierde con Arcus y Livius. Pero ¿quién seatreve a afirmar cuál de los dos derrotó realmente aLoxias y quién se quedó la varita? Es más, ¿cómosabremos quién los derrotó a ellos? Es una lástima,pero la historia no revela esa información.

Guardaron silencio, hasta que Hermionepreguntó con frialdad:

—Dígame, señor Lovegood, ¿tiene la familiaPeverell algo que ver con las Reliquias de laMuerte?

Xenophilius se mostró sorprendido y algo queHarry no logró identificar le rebulló en la memoria.Peverell… Había oído ese nombre antes.

—¡Vaya, vaya! ¡Me habías engañado,jovencita! —exclamó Xenophilius; se sentó muchomás erguido en la butaca y miró a Hermione conojos desorbitados—. ¡Creía que no conocías laBúsqueda de las Reliquias! Muchos de nosotros,los Buscadores, creemos que los Peverell tienenmucho, muchísimo que ver con ellas.

—¿Quiénes son los Peverell? —quiso saberRon.

—Era el apellido grabado en la tumba dondeaparecía ese símbolo, en Godric’s Hollow —explicóHermione sin dejar de observar a Xenophilius—.Constaba el nombre de Ignotus Peverell.

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—¡Exacto! —dijo Xenophilius levantando undedo con pedantería—. ¡El símbolo de lasReliquias de la Muerte en la tumba de Ignotus esuna prueba concluyente!

—¿De qué? —preguntó Ron.—Pues de que los tres hermanos de la fábula

eran en realidad los tres hermanos Peverell:Antioch, Cadmus e Ignotus, y que ellos fueron losprimeros poseedores de las reliquias.

Tras echar un enésimo vistazo por la ventana,se puso en pie; recogió la bandeja y se encaminóhacia la escalera de caracol.

—Os quedaréis a cenar, ¿verdad? —preguntómientras bajaba al piso inferior—. Todo el mundonos pide nuestra receta de sopa de plimpys deagua dulce.

—Seguramente para enseñársela alDepartamento de Toxicología de San Mungo —murmuró Ron.

Harry esperó hasta que oyeron al magotrajinando en la cocina, y entonces le preguntó aHermione:

—¿Qué opinas?—Ay, Harry —repuso ella cansinamente—, no

son más que estupideces. Ése no puede ser elverdadero significado del símbolo; debe de ser la

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estrambótica interpretación del señor Lovegood.¡Qué pérdida de tiempo!

—Ya, y no olvidemos que el padre de Luna fueel primero en hablar de la existencia de lossnorkacks de cuernos arrugados —apuntó Ron.

—¿Tú tampoco te lo crees? —le preguntóHarry.

—Qué va —repuso Ron—; esa fábula no esmás que un cuento aleccionador para los niños,como si se les aconsejara: «No os metáis en líos,no empecéis peleas y no husmeéis donde no osllaman; manteneos al margen y ocupaos devuestros asuntos y todo os saldrá bien.» Y ahoraque lo pienso —añadió—, quizá esa historia es laresponsable de que la gente crea que las varitas desaúco traen mala suerte.

—¿A qué te refieres?—Será una superstición como otra cualquiera,

¿no? Mi madre conoce un montón de refranes alrespecto: «Brujas de mayo, novias de muggles»;«Embrujado al atardecer, desembrujado amedianoche»; «Varita de saúco, mala sombra ypoco truco». Seguro que los habéis oído algunavez.

—Harry y yo nos hemos criado con muggles—le recordó Hermione—; a nosotros nos

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explicaron otras supersticiones. —De la cocinaascendía un olor acre, y la chica dio un hondosuspiro. Lo único bueno de la exasperación que leproducía Xenophilius era que, por lo visto, sehabía olvidado de que estaba enfadada con Ron—. Me parece que tienes razón —le dijo—, y esahistoria no es más que un cuento con moraleja. Esevidente cuál es el mejor regalo y, por lo tanto,cuál elegiríamos todos…

Los tres hablaron al mismo tiempo. Hermionedijo «la capa»; Ron, «la varita»; y Harry, «lapiedra».

Se miraron entre sorprendidos y divertidos.—Sí, claro. Tal vez parezca que la capa sea el

mejor regalo —le dijo Ron—, pero si tuvieras lavarita no necesitarías volverte invisible. ¡Unavarita invencible, Hermione! ¿No te das cuenta?

—Nosotros ya tenemos una capa invisible —observó Harry.

—¡Y nos ha ayudado mucho, por si no tehabías fijado! —dijo Hermione—. Mientras que lavarita siempre te causaría problemas…

—Sólo te metería en algún lío si alardearas deella —argumentó Ron—, o si fueras lo bastanteimbécil para ir por ahí bailando, exhibiéndola ycantando: «Tengo una varita invencible, ven a

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comprobarlo si te atreves.» Pero si eres discreto…—Muy bien, pero ¿tú podrías serlo? —replicó

Hermione con escepticismo—. Mira, lo únicocierto que nos ha dicho Lovegood es que desdetiempos inmemoriales siempre han circuladohistorias sobre varitas muy poderosas.

—¿Ah, sí? —preguntó Harry.Hermione estaba exasperada, y su expresión

resultaba tan familiar que Harry y Ron, aliviados,se sonrieron mutuamente.

—Veréis, aparecen bajo diferentes nombres através de los siglos, como, por ejemplo, la VaraLetal, la Varita del Destino… generalmente enmanos de algún mago tenebroso que alardea deellas. El profesor Binns mencionó algunas, pero…¡Bah, son tonterías! Las varitas mágicas sólo sonpoderosas si lo son los magos que las utilizan,pero a algunos les gusta jactarse de que la suya esla más grande y la mejor.

—Vamos a ver, ¿quién te asegura que esasvaritas, la Letal y la del Destino, no son la misma,que surge a lo largo de los años con nombresdiferentes? —preguntó Harry.

—¿Acaso insinúas que todas podrían ser laVarita de Saúco, es decir, la que confeccionó laMuerte? —inquirió Ron.

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Harry rió porque, al fin y al cabo, esa extrañaidea que se le había ocurrido era absurda.Entonces recordó que su varita, aunque actuaracomo la noche en que Voldemort lo persiguió porel cielo, no estaba hecha de saúco, sino de acebo,y la había confeccionado Ollivander. Además, sifuera invencible, ¿cómo es que se había roto?

—Y tú, Harry, ¿por qué escogerías la piedra? —le preguntó Ron.

—Porque si fuera cierto que con ella se revivea los muertos, podríamos recuperar a Sirius,Ojoloco, Dumbledore, e incluso a mis padres… —Ron y Hermione no sonrieron—. Pero segúnBeedle el Bardo, ellos no querrían volver, ¿verdad?—añadió rememorando la fábula que acababan deescuchar—. No creo que haya muchas historiasmás sobre una piedra que puede devolver la vida alos muertos, ¿no? —le preguntó a Hermione.

—No —contestó ella con tristeza—. Imaginoque sólo alguien como el señor Lovegood podríaengañarse para creer algo así. Seguramente,Beedle sacó la idea de la Piedra Filosofal; yasabes, en lugar de una piedra que te hace inmortal,se trataría de una piedra capaz de resucitar.

El olor proveniente de la cocina era cada vezmás intenso; olía como a calzoncillos

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chamuscados. Harry se preguntó si sería capaz decomer lo suficiente de lo que estaba cocinandoXenophilius para no herir sus sentimientos.

—Pero ¿qué me decís de la capa? —comentóRon, pensativo—. ¿No os dais cuenta de queLovegood tiene razón? Yo estoy tanacostumbrado a la capa de Harry y a lo buena quees, que nunca me he parado a considerarlo. Jamáshe oído hablar de una capa como la suya; esinfalible. Nunca nos han descubierto cuando lallevamos puesta.

—¡Claro que no, porque cuando nos tapamoscon ella somos invisibles! —repuso Hermione.

—Pero todo lo que ha dicho Lovegood sobrelas otras capas (y no es precisamente que tevendan diez por un knut) ¡es cierto! No se mehabía ocurrido, pero he oído hablar de capas quepierden sus encantamientos al envejecer, o sedesgarran cuando les hacen un embrujo y por esotienen agujeros. En cambio, la de Harry ya la teníasu padre, de modo que no es exactamente nueva,¿no?, pero en cambio es… ¡perfecta!

—Sí, Ron, de acuerdo, pero la piedra…Mientras discutían en susurros, Harry se

paseaba por la habitación sin hacerles muchocaso. Al llegar a la escalera de caracol, miró

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distraídamente hacia el piso de arriba y algo lellamó la atención: su propia cara lo miraba desde eltecho.

Tras un momento de confusión, comprendióque lo que había en la habitación de arriba no eraun espejo, sino una pintura. Sintió curiosidad y sedispuso a subir.

—¿Qué haces, Harry? ¡No deberías curiosearaprovechando que el señor Lovegood no está!

Pero él ya había llegado al piso de arriba.Luna había decorado el techo de su dormitorio

con cinco caras hermosamente pintadas: las deHarry, Ron, Hermione, Ginny y Neville. Los rostrosno se movían como en los retratos de Hogwarts,pero aun así había cierta magia en ellos, y a Harryle pareció que respiraban. Una especie de finascadenas doradas zigzagueaban entre las imágenes,uniéndolas. Las examinó con más detenimiento yse dio cuenta de que las cadenas eran en realidaduna palabra, repetida miles de veces con tintadorada: «amigos… amigos… amigos…».

Harry sintió un arrebato de afecto hacia Luna yescudriñó la estancia. Junto a la cama había ungran retrato de Luna cuando era pequeña,abrazada a una mujer que se le parecía mucho;Harry nunca la había visto tan arreglada como en

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esa imagen. No obstante, la fotografía estabacubierta de polvo, y eso lo sorprendió. Continuórevisándolo todo.

Notaba algo raro: también la alfombra azul clarotenía una capa de polvo; no había ropa en elarmario, cuyas puertas se hallaban entreabiertas;la cama estaba demasiado hecha, como si nadiehubiera dormido en ella desde hacía semanas; y enla ventana más cercana, una telaraña se destacabacontra un cielo color sangre.

—¿Qué pasa, Harry? —preguntó Hermionecuando el chico bajó a la sala, pero en esemomento Xenophilius llegó de la cocina con unabandeja llena de cuencos.

—Señor Lovegood —dijo Harry—, ¿dóndeestá Luna?

—¿Cómo dices?—¿Dónde está Luna?Xenophilius se detuvo en el último escalón.—Ya… ya os lo he dicho. Está en el Puente del

Fondo, pescando plimpys.—Entonces, ¿por qué sólo ha traído comida

para nosotros cuatro?Xenophilius intentó decir algo, pero no lo

logró. Lo único que se oía era el incesanteresoplido de la prensa y el débil repiqueteo de la

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bandeja que el mago sujetaba con manostemblorosas.

—Creo que hace semanas que Luna no estáaquí —le espetó Harry—. No tiene la ropa en elarmario ni ha dormido en su cama. ¿Dónde está? ¿Ypor qué usted no cesa de mirar por la ventana?

El mago soltó la bandeja, y los cuencos sehicieron añicos contra el suelo. Los tres jóvenesempuñaron sus varitas antes de que Xenophiliuslograra meterse la mano en el bolsillo. En eseinstante la prensa soltó un fuerte resoplido y,debajo del mantel que la cubría, empezó a escupirun ejemplar tras otro de El Quisquilloso; al cabode un rato dejó de hacer ruido.

Hermione se agachó y, sin dejar de apuntar aLovegood con la varita, cogió un ejemplar.

—¡Mira esto, Harry!El muchacho se aproximó a ella tan rápido

como se lo permitió el revoltijo que había en lahabitación. En la portada de El Quisquilloso habíauna fotografía suya, bajo el titular «Indeseable n.º1», y la cifra de la recompensa.

—Veo que El Quisquilloso ha cambiado deenfoque —rezongó Harry con frialdad mientrastrataba de atar cabos—. ¿Por eso salió al jardín,señor Lovegood? ¿Para enviar una lechuza al

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ministerio?Xenophilius se pasó la lengua por los labios y

susurró:—Se llevaron a mi Luna a causa de las cosas

que yo escribía. Se llevaron a mi Luna y no sédónde está ni qué le han hecho. Pero quizá me ladevuelvan si yo… si yo…

—Si les entrega a Harry, ¿verdad? —dijoHermione.

—Ni hablar —le espetó Ron—. Apártese. Noslargamos.

Xenophilius parecía haber envejecido de golpey esbozaba una sonrisa horripilante.

—Llegarán en cualquier momento. Tengo quesalvar a Luna; no puedo perderla. ¡No osmarchéis!

Se plantó delante de la escalera con ambosbrazos extendidos, y de repente Harry visualizó asu madre haciendo lo mismo delante de la cunacuando él era un bebé.

—No nos obligue a hacerle daño —le advirtió—. Apártese de nuestro camino, señor Lovegood.

—¡¡Harry, mira!! —gritó Hermione.Unas figuras montadas en escobas pasaban

volando por delante de la ventana. Los tres chicosse quedaron mirándolas y Xenophilius aprovechó

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la ocasión para sacar su varita mágica. Harry sedio cuenta justo a tiempo y se lanzó hacia un lado,empujando a Ron y Hermione; el hechizo aturdidordel mago cruzó la estancia y fue a dar contra elcuerno de erumpent.

Se produjo una explosión descomunal y laonda expansiva destrozó la habitación: volarontrozos de madera, papeles y cascotes en todasdirecciones, y se formó una densa nube de polvoblanco. Harry salió despedido por el suelo; noparaban de caerle escombros encima y se cubrió lacabeza con los brazos. Oyó el chillido deHermione, el bramido de Ron y una serie deescalofriantes ruidos metálicos que le indicaronque Xenophilius había caído de espaldas por laescalera de caracol.

Semienterrado bajo los escombros, Harryintentó levantarse, pero había tanto polvo queapenas podía respirar y ver nada. La mitad deltecho se había derrumbado, y un extremo de lacama de Luna colgaba por el boquete; el busto deRowena Ravenclaw yacía junto a él, con mediacara destrozada; fragmentos de pergaminoflotaban por la habitación y la prensa se habíavolcado, bloqueando la escalera que conducía a lacocina. Entonces una figura blanquecina se movió

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a su lado: era Hermione que, cubierta de polvocomo una estatua, se llevó un dedo a los labios.

La puerta del piso de abajo se abrióbruscamente.

—¿No te dije que no había necesidad de corrertanto, Travers? —espetó una voz áspera—. ¿No tedije que ese chiflado sólo estaba delirando, comosiempre?

Se oyó un fuerte golpe y un grito de dolor deXenophilius.

—¡No… no! ¡Arriba… Potter!—¡Ya te advertí la semana pasada, Lovegood,

que no volveríamos a menos que tuvierasinformación fehaciente! ¿Recuerdas lo que pasócuando intentaste cambiarnos a tu hija por eseridículo sombrero? ¿Y la semana anterior —otrogolpe, otro chillido—, cuando creíste que te ladevolveríamos si nos ofrecías pruebas de laexistencia de los snorkacks… —golpe— decabeza… —golpe— arrugada?

—¡No, no! ¡Se lo suplico! —gimoteóXenophilius—. ¡Potter está aquí, se lo aseguro!¡En serio!

—¡Y ahora resulta que nos hace venir aquí conla intención de tirarnos la casa encima! —bramó elmortífago, y se oyó una lluvia de golpes y gritos

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de dolor de Xenophilius.—Esto está a punto de derrumbarse, Selwyn

—dijo otra voz que resonó por la destrozadaescalera—. Los peldaños están obstruidos.¿Intentamos despejarla? Podría derrumbarse todo.

—¡Embustero asqueroso! —le espetó Selwyn—. Tú no has visto a Potter en tu vida. Queríasatraernos aquí para matarnos, ¿eh? ¿Y crees queasí recuperarás a tu hija?

—¡Se lo juro! ¡Se lo juro! ¡Potter está arriba!—¡Homenum revelio! —exclamó la voz al pie

de la escalera.Hermione dio un grito ahogado y Harry tuvo la

extraña sensación de que algo descendía sobre él,cubriéndolo con su sombra.

—Ahí arriba hay alguien, Selwyn —dijo depronto el otro mortífago.

—¡Es Potter! ¡Se lo aseguro, es él! —sollozabaXenophilius—. Por favor… por favor…devuélvanme a mi Luna, sólo les pido que medevuelvan a mi Luna…

—Si subes por esa escalera y me traes a HarryPotter, te devolveremos a tu hija, Lovegood —dijoSelwyn—. Pero si es una jugarreta, si nos hasmentido, si tienes a alguien esperando allí arribapara tendernos una emboscada, no sé si podremos

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conservar un trocito de tu hija para que loentierres.

Xenophilius exhaló un gemido de pánico ydesesperación. Luego se oyeron correteos yrestregones: Xenophilius intentaba abrirse pasoentre los cascotes que bloqueaban la escalera.

—Vamos —susurró Harry—. Tenemos quesalir de aquí.

El muchacho empezó a desenterrarse,protegido por el ruido que Xenophilius hacía en laescalera. Como Ron era el que más sepultadoestaba, los otros dos treparon con sigilo por lamontaña de escombros hasta donde se encontrabasu amigo, e intentaron retirar la pesada cómodaque tenía encima de las piernas. Xenophiliusestaba cada vez más cerca, pero Hermioneconsiguió liberar a Ron utilizando unencantamiento planeador.

—Vale —susurró la chica, todavía cubierta depolvo blanco, y en ese momento la destrozadaprensa que bloqueaba la parte superior de laescalera se tambaleó; Xenophilius estaba a sólounos pasos de ellos—. ¿Confías en mí, Harry? —Elmuchacho asintió—. De acuerdo, pues dame lacapa invisible. ¡Póntela, Ron!

—¿Yo? Pero Harry…

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—¡Por favor, Ron! Harry, cógeme fuerte de lamano, y tú, Ron, agárrate a mi hombro.

Harry le tendió la mano izquierda mientras Rondesaparecía bajo la capa invisible. La prensaempezó a vibrar: Xenophilius intentaba levantarlamediante un encantamiento planeador. Harry noentendía a qué esperaba Hermione.

—Sujetaos bien —musitó ella—. Sujetaosbien… ya falta poco…

El pálido rostro de Lovegood apareció porencima del aparador.

—¡Obliviate! —gritó Hermione apuntando lavarita a la cara de Xenophilius y de inmediato alsuelo que tenían bajo los pies—. ¡Deprimo!

Se abrió un boquete en el suelo y los treschicos cayeron a plomo por él. Harry, que sujetabala mano de Hermione con todas sus fuerzas, oyóun grito en el piso de abajo y vio a dos hombresque intentaban apartarse de la lluvia de cascotes ymuebles rotos que les caía encima. El estruendo dela casa al desmoronarse resonó brutalmente yHermione giró sobre sí misma en el aire, tirandouna vez más de Harry hacia la oscuridad.

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H

CAPÍTULO 22

Las Reliquias de laMuerte

ARRY cayó jadeando en la hierba, pero selevantó enseguida. Se habían aparecido en un

recodo de un campo, al anochecer, y Hermione yacorría describiendo un círculo para lanzar loscorrespondientes hechizos protectores agitando lavarita:

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—¡Protego totalum! ¡Salvio hexia!—¡Maldito traidor! —resolló Ron. Salió de

debajo de la capa invisible y se la lanzó a Harry—.¡Eres un genio, Hermione, un genio! ¡No puedocreer de la que nos hemos librado!

—¡Cave inimicum! ¿No decía yo que era uncuerno de erumpent? ¿No se lo dije a Lovegood?¡Y ahora su casa ha volado en pedazos!

—Se lo merece —repuso Ron mientrasexaminaba sus desgarrados vaqueros y los cortesque tenía en las piernas—. ¿Qué creéis que leharán?

—¡Ay, espero que no lo maten! —se lamentóHermione—. ¡Por eso yo quería que los mortífagosvieran a Harry antes de marcharnos, para quesupieran que Xenophilius no les había mentido!

—Pero ¿por qué tenía que esconderme yo? —preguntó Ron.

—¡Porque se supone que estás en cama conspattergroit! ¿Te das cuenta de que hansecuestrado a Luna porque su padre apoyaba aHarry? ¿Qué sería de tu familia si supieran queestás con él?

—Vale, pero ¿y tus padres?—Recuerda que están en Australia. No creo

que corran peligro; no saben nada.

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—Eres un genio —repitió Ron, impresionado.—Sí, Hermione, lo eres —coincidió Harry—.

No sé qué haríamos sin ti.Ella sonrió encantada, pero enseguida volvió a

adoptar una expresión solemne, y planteó:—Bien, pero ¿y Luna qué?—Bueno, si lo que decían es verdad y todavía

está viva… —musitó Ron.—¡No digas eso! ¡No lo digas! —chilló

Hermione—. ¡Tiene que estar viva!—Entonces supongo que la habrán llevado a

Azkaban. Aunque no sé si sobrevivirá allí…Muchos no han podido.

—Sobrevivirá —afirmó Harry. Lo contrario erainimaginable—. Luna es fuerte, mucho más de loque crees. Seguramente estará instruyendo a lospresos sobre los torposoplos y los nargles.

—Espero que tengas razón —terció Hermione,compungida, y añadió—: Sentiría mucha lástimapor Xenophilius si…

—… eso, si no hubiera intentado vendernos alos mortífagos —soltó Ron.

Montaron la tienda, se metieron dentro y Ronpreparó té para todos. Después de lo poco quehabía faltado para que los atraparan, en aquelrecinto frío y húmedo se sentían como en casa: al

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menos allí estaban seguros y protegidos.—¡Ay! ¡Ojalá no hubiéramos ido a visitar al

señor Lovegood! —se lamentó Hermione trasunos minutos de silencio—. Tenías razón, Harry;ha vuelto a pasarnos lo mismo que con Godric’sHollow. ¡Qué pérdida de tiempo! Las Reliquias dela Muerte… menudo cuento chino. Aunque… —tuvo una idea repentina— a lo mejor se lo hainventado todo, ¿no? Lo más probable es que nisiquiera él crea en esas reliquias, y sólopretendiera hacernos hablar para ganar tiempohasta que llegaran los mortífagos.

—No lo creo —opinó Ron—. Cuando actúasbajo presión, inventarte cosas es más difícil de loque parece. Yo lo comprobé cuando me atraparonlos Carroñeros; me resultaba más fácil hacermepasar por Stan, porque lo conocía un poco, queinventarme a alguien. Y el viejo Lovegood estababajo una fuerte presión, pues tenía que impedir portodos los medios que nos marcháramos de sucasa. Creo que nos dijo la verdad, o lo que él creeque es la verdad, sólo para entretenernos.

—Bueno, supongo que ya no importa —suspiró Hermione—. Aunque fuera sincero, jamásen la vida había oído tantas tonterías.

—Oye, un momento —masculló Ron—. Se

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suponía que la cámara secreta también era un mito,¿no?

—¡Pero las Reliquias de la Muerte no puedenexistir, Ron!

—Eso lo dices tú, pero hay una que sí existe —afirmó Ron—: la capa invisible de Harry…

—Mira, «La fábula de los tres hermanos» esuna invención —se obstinó Hermione—. Es uncuento para ilustrar el miedo que los humanos letenemos a la muerte. ¡Si sobrevivir fuera tansencillo como esconderse bajo una capa invisible,no necesitaríamos nada más!

—Hum, no lo sé, porque una varita invencibletampoco nos vendría mal —intervino Harry,haciendo girar con los dedos la varita de endrinoque tan poco le gustaba.

—¡Eso tampoco existe, Harry!—Tú dices que ha habido montones de varitas

mágicas: la Vara Letal y demás…—Está bien, supongamos que existe la Varita

de Saúco. Pero ¿qué me dices de la Piedra de laResurrección? —cuestionó Hermione consarcasmo, dibujando unas comillas en el airemientras pronunciaba el nombre—. ¡No hayninguna magia capaz de resucitar a los muertos, yeso no tiene vuelta de hoja!

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—Cuando mi varita se conectó con la deQuien-vosotros-sabéis, hizo aparecer a mispadres… y a Cedric…

—Pero no resucitaron, ¿verdad? —replicóHermione—. Esa especie de… de débilesimitaciones no suponen lo mismo que devolver aalguien a la vida.

—Pero esa chica, la de la fábula, no resucitódel todo. Según la historia, una vez que alguienmuere, pertenece para siempre al mundo de losmuertos. Sin embargo, el hermano mediano pudoverla y hablar con ella, ¿verdad? Hasta vivieronjuntos cierto tiempo…

Harry detectó preocupación y otrosentimiento, no tan fácil de definir, en el rostro desu amiga. Entonces, cuando ella miró a Ron, Harrycomprendió que era miedo; la había asustado alhacer referencia a la convivencia con los muertos.

—Y ese tipo, Peverell, el que está enterrado enGodric’s Hollow, ¿no sabes nada de él? —seapresuró a preguntar Harry tratando de parecer delo más sensato.

—No —respondió Hermione, aliviada con elcambio de tema—. Después de ver el símbolo ensu tumba, lo busqué; si hubiera sido famoso porcualquier motivo o hubiera hecho algo importante,

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estoy segura de que aparecería en alguno denuestros libros. Pero en el único sitio donde heencontrado el apellido Peverell es La nobleza dela naturaleza: una genealogía mágica. Me loprestó Kreacher —añadió al ver que Ron hacía ungesto de sorpresa—. Ese libro relaciona lasfamilias de sangre limpia extinguidas por líneapaterna. Por lo visto, los Peverell fueron una de lasprimeras familias que desapareció.

—¿Qué quiere decir extinguidas por líneapaterna? —quiso saber Ron.

—Significa que el apellido se ha perdido. En elcaso de los Peverell, eso ocurrió hace siglos. Sitodavía hubiera descendientes, se apellidarían deotra forma.

Y de repente el recuerdo que se había removidoal oír el nombre de Peverell destelló en la memoriade Harry, que visualizó a un anciano mugrientoblandiendo un feo anillo ante el rostro de unfuncionario del ministerio.

—¡Sorvolo Gaunt! —gritó.—¿Qué dices? —exclamaron los otros dos al

unísono.—¡Sorvolo Gaunt! ¡El abuelo de Quien-

vosotros-sabéis! ¡Lo vi en el pensadero conDumbledore! ¡Sorvolo Gaunt afirmó que descendía

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de los Peverell! —Ron y Hermione se quedaronperplejos—. ¡El anillo, el anillo que se convirtió enHorrocrux! ¡Sorvolo Gaunt dijo que llevaba elescudo de armas de los Peverell! ¡Vi cómo loagitaba ante la cara del tipo del ministerio, casi selo mete por la nariz!

—¿El escudo de armas de los Peverell? —dijoHermione con brusquedad—. ¿Viste cómo era?

—No, no lo vi —repuso Harry intentandorecordar—. El anillo no tenía nada especial, o almenos no lo supe apreciar; quizá algunosarañazos. Cuando tuve ocasión de examinarlo decerca, Dumbledore ya lo había roto.

Al ver la sorpresa de Hermione, Harry se diocuenta de que había comprendido el quid de lacuestión. Ron los miraba estupefacto.

—Vaya… ¿Crees que el escudo también teníaese símbolo, el símbolo de las reliquias?

—Podría ser —dijo Harry, emocionado—.Sorvolo Gaunt era un desgraciado y un ignoranteque vivía en una pocilga; lo único que leimportaba era su linaje. Si ese anillo había idopasando de generación en generación durantesiglos, quizá él no supiera qué era en realidad. Enesa casa no había ni un solo libro, y, creedme, élno era de la clase de personas que les leen

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cuentos de hadas a los niños. Debía de encantarlepensar que aquellas rayas que había en la piedrarepresentaban un escudo de armas, porque, segúnél, tener sangre limpia te convertía prácticamenteen un miembro de la realeza.

—Ya. Todo eso es muy interesante —dijoHermione con cautela—, pero si estás pensando lomismo que yo…

—Pero podría ser. ¿Por qué no? —perseveróHarry, abandonando toda precaución—. Era unapiedra, ¿no? —Miró a Ron buscando su apoyo—.¿Y si se trataba de la Piedra de la Resurrección?

—Vaya… Pero ¿seguiría funcionando despuésde que Dumbledore rompiera…? —preguntó Ron,atónito.

—¿Funcionando? ¿Cómo que funcionando?¡Nunca funcionó, Ron! ¡La Piedra de laResurrección no existe! —Hermione se habíapuesto en pie; estaba que se subía por las paredes—. Harry, intentas que todo encaje en la historiade las reliquias y…

—¿Que todo encaje? ¡Pues claro que encajatodo por sí solo, Hermione! ¡Estoy seguro de queel símbolo de las Reliquias de la Muerte estaba enesa piedra! ¡Gaunt dijo que descendía de losPeverell!

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—¡Hace un momento has dicho que nollegaste a ver bien la marca que había en la piedra!

—¿Sabes dónde está ese anillo, Harry? —preguntó Ron—. ¿Y qué hizo Dumbledore con éldespués de abrirlo?

Pero la imaginación de Harry ya estaba muylejos, mucho más lejos que la de sus compañeros.

«Tres objetos o reliquias, que, si se unen,convertirán a su propietario en el señor de lamuerte… señor… conquistador… dominador… Elúltimo enemigo que será derrotado es la muerte…»Y se vio a sí mismo como poseedor de las reliquias,enfrentándose a Voldemort, cuyos Horrocruxes nopodrían competir con él. «Ninguno de los dospodrá vivir mientras siga el otro con vida…» ¿Seríaésa la respuesta? ¿Reliquias de la Muerte contraHorrocruxes? ¿Habría alguna manera, después detodo, de asegurar que fuera Harry quien triunfara?Si se convertía en el amo de las Reliquias de laMuerte, ¿estaría por fin a salvo?

—Harry…El muchacho apenas oyó a Hermione. Había

cogido su capa invisible y la estaba acariciando; latela era escurridiza como el agua y ligera como elaire. En los casi siete años que llevaba en elmundo mágico, Harry nunca había visto nada

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parecido. La capa era exactamente como la quehabía descrito Xenophilius: «… una capa que deverdad convierte en invisible a la persona que lalleva, y que dura eternamente, proporcionandouna ocultación constante e impenetrable, sinimportar los hechizos que puedan hacerle».

Y entonces dio un grito ahogado al recordar…—¡Dumbledore tenía mi capa la noche en que

murieron mis padres! —Le tembló la voz y seruborizó, pero le dio igual—. ¡Mi madre le dijo aSirius que Dumbledore se la había llevadoprestada! ¡Claro, quería examinarla porque creíaque era la tercera reliquia! ¡Ignotus Peverell estáenterrado en Godric’s Hollow! —Iba arriba y abajopor la tienda, como si alrededor de él se abrierannuevas y fabulosas revelaciones—. ¡Es miantepasado! ¡Yo soy descendiente del hermanomenor! ¡Todo tiene sentido!

Se sintió amparado por esa certeza, por su feen las reliquias, como si la mera idea de poseerlasle proporcionara protección, y se volvió exultantehacia sus dos amigos.

—Harry… —volvió a llamarlo Hermione, peroél estaba quitándose el monedero del cuello. Letemblaban los dedos.

—Léela, Hermione —le dijo—. ¡Léela!

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¡Dumbledore tenía la capa! ¿Para qué otra cosa ibaa quererla? ¡Él no necesitaba la capa para volverseinvisible! ¡Sabía hacer un encantamientodesilusionador potentísimo! ¡Léela! —la urgió,tendiéndole la carta.

En ese momento, un objeto brillante cayó alsuelo, rodó y fue a parar debajo de una silla: alsacar la carta del monedero, Harry había sacado lasnitch sin querer. Se agachó para recogerla, yentonces se le reveló otro nuevo y fabulosodescubrimiento; la sorpresa y el gozo queexperimentó lo hicieron gritar:

—¡¡Está aquí!! ¡Dumbledore me dejó el anillo!¡Está dentro de la snitch!

—¿Tú… tú crees que…?Harry no entendió por qué Ron se quedó tan

asombrado. Para él estaba tan claro, era tanevidente… Todo encajaba, todo… Su capa era latercera reliquia, y cuando descubriera cómo abrir lasnitch tendría la segunda. Después, lo único quetenía que hacer era encontrar la primera —la Varitade Saúco—, y entonces…

Pero de pronto fue como si un telón cayerasobre un escenario iluminado, y toda su emoción,su esperanza y su felicidad se apagaron de golpe.Se quedó inmóvil en la oscuridad y el maravilloso

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hechizo se rompió.—Eso es lo que busca. —Su tono hizo que

Ron y Hermione se asustaran aún más—. Quien-vosotros-sabéis anda tras la Varita de Saúco.

Les dio la espalda y sus amigos se quedaronmirándolo con gesto de incredulidad y aprensión.Pero él sabía que no se equivocaba. Todo teníasentido: Voldemort no estaba buscando una varitanueva, sino una varita vieja, viejísima. Fue hasta laentrada de la tienda, olvidándose de los otros dos,y escudriñó la oscuridad sin dejar de cavilar…

Voldemort se había criado en un orfanato demuggles y nadie le contó los Cuentos de Beedle elBardo cuando era niño, igual que a Harry. Muypocos magos creían en las Reliquias de la Muerte.¿Acaso sabría Voldemort algo acerca de ellas?

Siguió escudriñando la noche mientrasreflexionaba: si Voldemort hubiera estado alcorriente de la existencia de esas reliquias, sinduda habría hecho cualquier cosa porconseguirlas, porque eran tres objetos queconvertían a su poseedor en señor de la muerte, yademás no habría necesitado los Horrocruxes.¿Acaso el simple hecho de haberse quedado conuna reliquia y convertirla en Horrocrux nodemostraba que no conocía ese gran secreto

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mágico que Harry acababa de descubrir?Todo ello significaba que Voldemort buscaba la

Varita de Saúco sin ser consciente de su poder, sinsaber que era una de las tres reliquias… porque lavarita era la única cuya existencia no se habíamantenido en secreto. «El rastro de sangre de laVarita de Saúco recorre las páginas de la historiade la magia…»

Estaba nublado. Harry contempló el contornode las nubes plateadas y grises que se deslizabanante la blanca luna; se sentía aturdido por susdescubrimientos.

Regresó a la tienda y le sorprendió encontrar asus dos amigos de pie, exactamente como loshabía dejado: Hermione con la carta de Lily en lasmanos y Ron a su lado. Éste parecía un pocopreocupado. ¿No se daban cuenta de lo muchoque habían avanzado en su misión en los últimosminutos?

—Ya está —dijo Harry, intentandocontagiarlos de su prodigiosa certeza—. Esto loexplica todo. Las Reliquias de la Muerte existen, yyo tengo una, quizá dos. —Les mostró la snitch—.Y Quien-vosotros-sabéis está buscando la tercera,aunque él no lo sabe y cree que sólo se trata deuna varita con un poder inusual…

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—Harry —lo interrumpió Hermione,acercándose para devolverle la carta de Lily—. Losiento, pero creo que te equivocas.

—Pero ¿es que no lo ves? Todo encaja…—¡No, no encaja, Harry! Te engañas a ti

mismo. Por favor —suplicó impidiéndole replicar—, contéstame a una pregunta: si las Reliquias dela Muerte existen y si Dumbledore lo sabía, sisabía que la persona que poseyera esos tresobjetos se convertiría en el señor de la muerte,¿por qué no te lo dijo, Harry? ¿Por qué?

Él tenía la respuesta preparada:—Pero, Hermione, si tú me dijiste que debía

averiguarlo por mí mismo. ¡Es una prueba asuperar!

—¡Eso sólo lo dije para persuadirte de ir avisitar a los Lovegood, pero en realidad no locreía! —se exasperó Hermione.

—A Dumbledore le gustaba que yo encontraralas cosas por mis propios medios —continuóHarry, sin hacerle caso—. Me dejaba poner aprueba mi fuerza, me dejaba correr riesgos. Labúsqueda que se me plantea responde a su típicamanera de actuar.

—¡Esto no es ningún juego, Harry, ni ningúnejercicio práctico! ¡Esto es la vida real, y

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Dumbledore te dejó instrucciones específicas:encontrar y destruir los Horrocruxes! Ese símbolono significa nada, olvídate de las Reliquias de laMuerte, no podemos permitirnos el lujo dedesviarnos de nuestro objetivo…

Harry apenas la escuchaba. Le daba vueltas ymás vueltas a la snitch entre las manos, comoconvencido de que en cualquier momento seabriría por sí sola y revelaría la Piedra de laResurrección; entonces su amiga comprobaría queél tenía razón y que las reliquias eran reales.

Hermione recurrió a Ron y le espetó:—Tú no te lo crees, ¿verdad?—Pues no lo sé. Bueno, hay cosas que sí

encajan —dijo el chico, vacilante—. Pero cuandomiras el cuadro general… ¡Uf! Mira, yo creo quetenemos que destruir los Horrocruxes, Harry; esofue lo que Dumbledore nos pidió que hiciéramos.Quizá… quizá deberíamos olvidarnos de lasreliquias.

—Gracias, Ron —dijo Hermione—. Ya hago yola primera guardia.

Pasó al lado de Harry, muy decidida, y se sentóen la entrada de la tienda, como diciendo que nohabía nada más que hablar.

Pero Harry apenas durmió esa noche. La idea

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de las Reliquias de la Muerte lo obsesionaba y nolograba conciliar el sueño, porque esosinquietantes pensamientos no lo dejaban en paz: lavarita, la piedra y la capa; si pudiera poseer lostres…

«Me abro al cierre.» Pero ¿qué era el cierre?¿Por qué no conseguía hacerse ya con la piedra?Si la poseyera, podría formularle esas preguntas aDumbledore… Se puso a murmurarle cosas a lasnitch en la oscuridad; lo intentó todo, incluso lehabló en pársel, pero la pelota dorada no se abría.

¿Y la Varita de Saúco? ¿Dónde estabaescondida? ¿Dónde estaría buscándola Voldemort?Harry deseaba que le doliera la cicatriz paraacceder a los pensamientos de Voldemort, porquepor primera vez el Señor Tenebroso y él buscabanel mismo objeto… A Hermione no le habríagustado nada esa idea, desde luego. Pero es queella no creía… En cierto modo, Xenophilius teníarazón al definirla: «extremadamente limitada,intolerante y cerrada». En el fondo, a Hermione laasustaba la idea de las Reliquias de la Muerte,sobre todo la Piedra de la Resurrección… Volvió allevarse la snitch a los labios, la besó, se la metióen la boca… pero el frío metal seguía sin ceder.

Casi al amanecer se acordó de Luna (sola en

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una celda de Azkaban, rodeada de dementores) yde repente se avergonzó de sí mismo. Absorto ensus febriles cavilaciones, se había olvidado porcompleto de ella. Si pudieran rescatarla… Pero eraimposible enfrentarse a semejante número dedementores. Entonces reparó en que todavía nohabía tratado de hacer un patronus con la varita deendrino. Lo intentaría por la mañana…

Si hubiera alguna manera de conseguir otravarita mejor…

Y el deseo de dar con la Varita de Saúco —laVara Letal, invencible, imbatible— volvió aapoderarse de él…

Por la mañana recogieron la tienda y sepusieron en marcha bajo un deprimente aguacero.La lluvia los persiguió hasta la costa, donde denuevo montaron la tienda esa noche, y persistió alo largo de toda la semana, mientras recorríanterrenos empapados que a Harry le resultabaninhóspitos y lúgubres. Él sólo pensaba en lasReliquias de la Muerte. Era como si en su interiorhubiera prendido una llama que nada, ni siquiera larotunda incredulidad de Hermione o las incesantesdudas de Ron, podría apagar. Sin embargo, cuantomás intenso era su deseo de encontrar esosobjetos, más desgraciado se sentía, y de ello

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culpaba a sus amigos, cuya decidida indiferenciaera tan perjudicial para su moral como laimplacable lluvia; no obstante, su certeza eraabsoluta. La fe de Harry en las reliquias y su deseode encontrarlas lo consumía a tal punto que sesentía aislado de sus dos compañeros y de laobsesión de éstos por los Horrocruxes.

—¿Te atreves a acusarnos de obsesivos? —leespetó Hermione una noche con fiereza, cuandoHarry cometió el error de emplear esa palabradespués de que ella le recriminara el poco interésque mostraba por localizar los otros Horrocruxes—. ¡Los que estamos obsesionados no somosnosotros, Harry! ¡Nosotros sólo estamos haciendolo que Dumbledore deseaba!

Pero a Harry no le afectó esa velada crítica,porque él estaba convencido de que Dumbledorehabía dejado el símbolo de las reliquias en el libropara que Hermione lo descifrara, y además habíaescondido la Piedra de la Resurrección en la snitchdorada. «Ninguno de los dos podrá vivir mientrassiga el otro con vida…», «señor de la muerte…»¿Cómo era posible que ni Ron ni Hermione loentendieran?

—«El último enemigo que será derrotado es lamuerte» —citó Harry con serenidad.

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—Suponía que era a Quien-tú-sabes a quiencombatíamos —replicó Hermione, y él no insistió.

Incluso el misterio de la cierva plateada, delque sus dos amigos se empeñaban en seguirhablando, le parecía a Harry menos importante ya;era un mero entretenimiento secundario. Encambio, había otra cosa que sí le importaba: volvíaa molestarle la cicatriz. Se esmeraba en ocultárseloa los otros dos, y siempre que le dolía se retirabapara estar solo, pero lo que veía lo decepcionaba.Las visiones que Harry y Voldemort compartíanhabían perdido calidad: se habían vuelto borrosasy movidas, como si las enfocaran y desenfocarancontinuamente. Lo único que el muchachodistinguía eran los vagos rasgos de un objeto conaspecto de cráneo, y una forma que recordaba unamontaña, pero semejante a un borrón desdibujado.Acostumbrado a unas imágenes tan nítidas queparecían reales, aquel cambio lo desconcertó. Lepreocupaba que la conexión entre Voldemort y élse hubiera dañado, una conexión temida pero almismo tiempo, pese a lo que le hubiera dicho aHermione, valorada. Hasta cierto puntorelacionaba esas imágenes imprecisas einsatisfactorias con la destrucción de su varitamágica, como si la responsable de que ya no

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pudiera introducirse en la mente de Voldemort tanbien como antes fuera la varita de endrino.

A medida que pasaban las semanas se percató(aunque lo dominaba un nuevo estado deensimismamiento) de que Ron se estaba haciendocargo de la situación. Quizá había decididocompensarlos por haberlos abandonado, o tal vezse le habían despertado sus latentes dotes demando al ver la apatía en que se hallaba sumidoHarry. El caso es que era Ron quien animaba eincitaba a la acción a sus dos amigos.

—Quedan tres Horrocruxes —decía una y otravez—. ¡Vamos, necesitamos un plan de acción!¿Dónde no hemos buscado todavía? Volvamos arepasarlo. El orfanato…

El callejón Diagon, Hogwarts, la mansión delos Ryddle, Borgin y Burkes, Albania… Ron yHermione enumeraban sin cesar todos los lugaresdonde Tom Ryddle había vivido, trabajado omatado, o que había visitado; y Harry sólo se lesunía para que Hermione dejara de darle la lata,pues habría preferido quedarse sentado solo y ensilencio, intentando leerle el pensamiento aVoldemort para averiguar algo más sobre la Varitade Saúco. Pero Ron insistía en seguir viajando asitios cada vez más inverosímiles, y Harry era

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consciente de que lo hacía únicamente paramantenerse en movimiento.

—Nunca se sabe —era la cantinela de Ron—.Upper Flagley es un pueblo de magos; a lo mejorpensó instalarse ahí. Vamos a echar un vistazo.

Durante esas frecuentes incursiones enterritorios de magos, de vez en cuando veíanbandas de Carroñeros.

—Dicen que algunos son tan malvados comolos mortífagos —comentó un día Ron—. Los queme atraparon a mí eran un poco patéticos, pero Billasegura que los hay muy peligrosos. En«Pottervigilancia» comentaron…

—¿Qué demonios es eso? —preguntó Harry.—¿El qué, «Pottervigilancia»? Ah, ¿no os

había dicho cómo se llama? Es ese programa queintento sintonizar en la radio, el único que dice laverdad de lo que está pasando. Casi todos losdemás siguen la línea de Quien-vosotros-sabéis,pero éste no. Me encantaría que lo oyerais,aunque no es fácil localizarlo.

Ron pasaba noche tras noche tamborileandocon la varita sobre la radio, haciendo girar el dial.De vez en cuando captaban fragmentos deconsejos sobre cómo tratar la viruela de dragón, y,en una ocasión, algunos compases de Un caldero

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de amor caliente e intenso. Mientras dabagolpecitos, seguía intentando encontrar lacontraseña correcta, murmurando una sarta depalabras elegidas al azar.

—Por lo general las contraseñas guardanrelación con la Orden —les explicó—. Bill era unespecialista en adivinarlas. Al final encontraréalguna…

Pero no fue hasta el mes de marzo cuando lasuerte le sonrió por fin. Harry montaba guardia enla entrada de la tienda, contemplando un macizo dejacintos que habían conseguido brotar en la gélidatierra, cuando Ron, dentro de la tienda, gritó deemoción.

—¡Ya la tengo! ¡Ya la tengo! ¡La contraseña era«Albus»! ¡Ven, Harry!

Dejando de cavilar sobre las Reliquias de laMuerte por primera vez en mucho tiempo, el chicocorrió hacia dentro y encontró a Ron y Hermionearrodillados en el suelo junto a la pequeña radio.Ella, que para distraerse había estado sacándolebrillo a la espada de Gryffindor, se hallabacontemplando boquiabierta el diminuto altavoz porel que salía una voz que a los tres les resultó muyfamiliar:

«… que nos disculpéis por nuestra ausencia

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temporal de la radio, debida a las diversas visitas adomicilio que últimamente han realizado esosencantadores mortífagos en nuestra zona.»

—¡Pero si es Lee Jordan! —exclamó Hermione.—¡Sí, es él! —corroboró Ron, radiante de

alegría—. Qué pasada, ¿verdad?«… Ya hemos encontrado otro refugio —iba

diciendo Lee—, y me complace comunicaros queesta noche me acompañan dos de nuestroscolaboradores habituales. ¡Buenas noches,chicos!»

«¡Hola!»«Buenas noches, Río.»—«Río» es Lee —explicó Ron—. Usan todos

los nombres en clave, pero normalmente sabes…—¡Chisst! —dijo Hermione.«Pero antes de escuchar a Regio y Romulus —

prosiguió Lee—, vamos a informar de esasmuertes que la cadena Noticiario RadiofónicoMágico y El Profeta no consideran dignas demención. Con enorme pesar hemos de informar anuestros oyentes de los asesinatos de Ted Tonksy Dirk Cresswell.»

Harry notó un vacío en el estómago, y los tresjóvenes se miraron horrorizados.

«También han matado a un duende llamado

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Gornuk. Todo parece indicar que Dean Thomas,hijo de muggles, y otro duende, los cualespresuntamente viajaban con Tonks, Cresswell yGornuk, lograron huir. Si Dean nos estáescuchando, o si alguien tiene alguna idea de suparadero, que lo comunique, porque sus padres yhermanas están desesperados por saber algo de él.

»Entretanto, en Gaddley, los cinco miembrosde una familia de muggles también han sidohallados muertos en su casa. Las autoridadesmuggles lo han atribuido a una fuga de gas, peromiembros de la Orden del Fénix me han hechosaber que fueron víctimas de una maldiciónasesina. Ésa es otra prueba más, por si noteníamos ya suficientes, de que la matanza demuggles se está convirtiendo en poco menos queun deporte recreativo bajo el nuevo régimen.

»Por último, lamentamos informar a nuestrosoyentes que se han encontrado los restos deBathilda Bagshot en Godric’s Hollow; todo pareceindicar que la bruja murió hace varios meses. LaOrden del Fénix nos ha comentado que su cadáverpresentaba inconfundibles heridas producidas pormagia oscura.

»Queridos oyentes: quiero invitaros a guardarcon nosotros un minuto de silencio en recuerdo de

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Ted Tonks, Dirk Cresswell, Bathilda Bagshot,Gornuk y los muggles anónimos, pero no por ellomenos recordados, asesinados por losmortífagos.»

Se produjo un silencio, y los tres amigos noabrieron la boca. Por una parte, Harry estabadeseando saber más cosas, pero por otra le dabamiedo escuchar lo que pudieran decir acontinuación. Era la primera vez en mucho tiempoque se sentía completamente conectado con elmundo exterior.

«Gracias —dijo la voz de Lee—. Y ahora vamosa hablar con nuestro colaborador habitual, Regio,para que nos ponga al día de cómo el nuevo ordenmágico está afectando al mundo de los muggles.»

«Gracias, Río», dijo una inconfundible voz,grave, comedida y tranquilizadora.

—¡Es Kingsley! —saltó Ron.—¡Ya lo sabemos! —masculló Hermione y le

ordenó que callara.«Los muggles todavía no saben cuál es el

origen de sus padecimientos, pero mientras tantocontinúan sufriendo muchas bajas —dijo Kingsley—. Sin embargo, seguimos conociendo historiasverdaderamente ejemplares de magos y brujas quehan puesto en peligro su propia seguridad para

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proteger a sus amigos y vecinos muggles, muchasveces sin que éstos lo sepan. De modo quedesearía hacer un llamamiento a nuestros oyentespara que sigan su ejemplo; quizá los ayudaríanrealizando un encantamiento protector a todas lasviviendas de su calle. Si tomáramos algunasmedidas tan sencillas como ésa, podríamos salvarmuchas vidas.»

«¿Y qué les dirías, Regio, a esos oyentes queargumentan, dado que estos tiempos son tanpeligrosos, que deberíamos “dar prioridad a losmagos”?», le preguntó Lee.

«Pues les recordaría que sólo hay un pasoentre “dar prioridad a los magos y los sangrelimpia” y luego acabar diciendo: “dar prioridad alos mortífagos” —contestó Kingsley—. Pero hayque tener en cuenta que todos somos humanos,¿no? Y por tanto, todas las vidas tienen el mismovalor y hay que protegerlas por igual.»

«Muy bien dicho, Regio. Si algún día salimosde este lío en que estamos metidos, te garantizo mivoto para ministro de Magia —prometió Lee—. Yahora, Romulus presentará nuestro popularespacio “Amigos de Potter”.»

«Gracias, Río», dijo otra voz que también lesresultó familiar; Ron quiso hacer un comentario,

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pero Hermione se lo impidió con un susurro:—¡Ya sabemos que es Lupin!«Dime, Romulus, ¿sostienes todavía, como has

hecho todas las veces que has participado ennuestro programa, que Harry Potter está vivo?»

«Sí, así es —respondió Lupin sin vacilar—. Notengo ninguna duda de que los mortífagosdivulgarían la noticia de su muerte por todo lo altosi se hubiera producido, porque eso asestaría ungolpe brutal a la moral de los opositores al nuevorégimen. El niño que sobrevivió continúa siendoun símbolo de nuestra causa: el triunfo del bien, elpoder de la inocencia y la necesidad de seguirresistiendo.»

Harry sintió una mezcla de vergüenza ygratitud. ¿Significaban esas palabras que Lupin lohabía perdonado por las terribles cosas que lehabía dicho en su último encuentro?

«¿Y qué le dirías a Harry si supieras que nosestá escuchando, Romulus?»

«Le aseguraría que estamos todos con él enespíritu —afirmó Lupin, y vaciló antes de añadir—: Y le aconsejaría que obedeciera a sus instintos,que casi nunca fallan.»

Harry y Hermione, que tenía los ojos anegadosen lágrimas, cruzaron sus miradas.

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—Que casi nunca fallan —repitió ella.—Ay, ¿no os lo había dicho? —exclamó Ron

—. ¡Bill me contó que Lupin volvía a vivir conTonks! Y por lo visto ella se está poniendoenorme.

«¿… y las últimas novedades sobre los amigosde Harry Potter, que tanto sufren por su lealtad?»,iba diciendo Lee.

«Bueno —respondió Lupin—, como sabránnuestros oyentes habituales, algunos de los másdestacados defensores de Harry Potter han sidoencarcelados, entre ellos Xenophilius Lovegood,incansable editor de El Quisquilloso.»

—¡Al menos vive! —masculló Ron.«También hemos sabido en las últimas horas

que Rubeus Hagrid —los tres chicos sofocaron ungrito y estuvieron a punto de perderse el resto dela frase—, el famoso guardabosques de Hogwarts,se ha librado por los pelos de que lo detuvieran enlos mismos terrenos del colegio, donde se rumoreaque celebró una fiesta en favor de Harry Potter.Con todo, no llegaron a apresarlo, y creemos queen estos momentos huye de la justicia.»

«Supongo que, a la hora de escapar de losmortífagos, debe servir de ayuda tener unhermanastro que mide cinco metros, ¿no?»,

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comentó Lee.«Sí, eso te coloca en una posición ventajosa

—concedió Lupin con seriedad—. Pero permítemeañadir que, aunque aquí, en “Pottervigilancia”,aplaudimos el temple de Hagrid, instamos inclusoa los más devotos seguidores de Harry a que nosigan el ejemplo del guardabosques, porque lasfiestas para apoyar a Harry Potter no son muyprudentes, dada la coyuntura actual.»

«Tienes razón, Romulus —coincidió Lee—.¡Así que os sugerimos que sigáis demostrandovuestra lealtad al chico de la cicatriz en forma derayo escuchando “Pottervigilancia”! Y ahora,pasemos a las noticias relacionadas con otro magoque está demostrando ser tan escurridizo comoHarry Potter. Nos gusta referirnos a él como elGran Mortífago, y para ofrecer desde aquí susopiniones sobre algunos de los más descabelladosrumores que circulan sobre él, me gustaríapresentar a un nuevo colaborador: Roedor.»

«¿Cómo que Roedor?», dijo otra voz, tambiénfamiliar.

—¡Es Fred! —gritaron a la vez los tres amigos.—¿Seguro que no es George?—Me parece que es Fred —dijo Ron

acercándose más a la radio, mientras uno de los

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gemelos decía:«¡Me niego a que me llaméis Roedor! ¡Os dije

que quería que me llamarais Rejón!»«Está bien, está bien, pues Rejón. Vamos a ver,

¿podrías abordar las diversas historias que hemosoído últimamente sobre el Gran Mortífago, porfavor?»

«Claro que sí, Río —dijo Fred—. Como yadeben de saber nuestros oyentes, a menos que sehayan refugiado en el fondo del estanque de unjardín o en algún sitio por el estilo, la estrategia deQuien-vosotros-sabéis de permanecer oculto estácreando un considerable clima de pánico. Pero,naturalmente, si diéramos crédito a todos los queaseguran haberlo visto, tendría que haber comomínimo diecinueve Quienes-vosotros-sabéis porahí sueltos.»

«Y eso le conviene, por supuesto —intervinoKingsley—. Esa aureola de misterio está dandolugar a más terror que si se dejara ver.»

«Estoy de acuerdo —corroboró Fred—. Asíque ya lo sabéis: hay que calmarse un poco. Lacosa ya pinta bastante mal para que encima nosinventemos historias como, por ejemplo, esenuevo rumor de que Quien-vosotros-sabéis escapaz de matar con una simple mirada. Eso lo

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hacen los basiliscos, queridos oyentes. Pero esfácil hacer la prueba: observad si ese personajeque os mira tiene piernas; si las tiene, no haypeligro en devolverle la mirada, aunque, si deverdad es Quien-vosotros-sabéis, probablementeeso será lo último que hagáis.»

Por primera vez en muchas semanas, Harry rióal mismo tiempo que se le aligeraba el peso de latensión.

«¿Y esos rumores de que lo han visto en elextranjero?», preguntó Lee.

«Bueno, ¿a quién no le gustaría tomarse unasvacaciones después de haber estado tanatareado? —replicó Fred—. Pero amigos, no osrelajéis demasiado pensando en que se hamarchado del país. Quizá lo haya hecho, o quizáno, pero lo cierto es que, si quiere, puededesplazarse más rápido que Severus Snapecuando le enseñas una botella de champú. Asíque, si planeáis correr algún riesgo, no contéis conque esté demasiado lejos. Nunca creí que diríaalgo así, pero ¡la seguridad es lo primero!»

«Muchas gracias por tus sabias palabras,Rejón —dijo Lee—. Queridos oyentes, con estaintervención llegamos al final de otro episodio de“Pottervigilancia”. No sabemos cuándo podremos

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emitir de nuevo, pero os garantizamos quevolveremos. No dejéis de buscarnos en el dial; lapróxima contraseña será “Ojoloco”. Protegeosunos a otros y no perdáis la fe. Buenas noches.»

El dial de la radio giró por sí solo y las lucesdetrás del panel se apagaron. Harry, Ron yHermione estaban radiantes. Escuchar esas vocesconocidas y amigas era extraordinariamentereconfortante; Harry se había acostumbrado tantoa su aislamiento que casi no recordaba queexistían otras personas que presentaban batalla aVoldemort. Era como despertar de un largo sueño.

—Muy bueno, ¿verdad? —dijo Ron, risueño.—¡Genial! —repuso Harry.—¡Qué valientes son! —suspiró Hermione con

admiración—. Si los encontraran…—Bueno, no cesan de trasladarse, ¿no? —dijo

Ron—. Igual que nosotros.—Pero ¿habéis oído a Fred? —dijo Harry,

emocionado; ahora que había terminado laemisión, volvía a concentrarse en su únicaobsesión—. ¡Está en el extranjero! ¡Siguebuscando la varita! ¡Lo sabía!

—Harry…—Vamos, Hermione, ¿por qué te empeñas en

no admitirlo? ¡Vol…

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—¡¡No, Harry!!—… demort va tras la Varita de Saúco!—¡Ese nombre es tabú! —bramó Ron, y se

puso en pie al mismo tiempo que un fuerte«¡crac!» sonaba fuera de la tienda—. Te lo dije,Harry, te lo dije, ya no podemos pronunciarlo.Tenemos que volver a rodearnos de protección.¡Rápido! Así es como encuentran…

Pero no terminó la frase, y Harry entendió porqué: el chivatoscopio se había encendido y girabaencima de la mesa. Oyeron voces, más y máscerca, voces ásperas y ansiosas… Ron sacó eldesiluminador del bolsillo, lo accionó y seapagaron las luces.

—¡Salid de ahí con las manos arriba! —gritóuna voz bronca en la oscuridad—. ¡Sabemos queestáis ahí dentro! ¡Hay un montón de varitasapuntándoos y no nos importa a quiénmaldigamos!

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H

CAPÍTULO 23

La Mansión Malfoy

ARRY se giró y miró a sus dos amigos, merassiluetas en la oscuridad. Hermione lo

apuntaba a la cara con la varita, en vez de dirigirlacontra los intrusos. Hubo un estallido, un destellode luz blanca, y el muchacho se dobló por lacintura, dolorido y cegado. Al llevarse las manos ala cara, notó que ésta se le hinchaba rápidamente,al mismo tiempo que unos pasos pesados lo

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rodeaban.—¡Levántate, desgraciado!Unas manos lo arrastraron con rudeza por el

suelo y, antes de que pudiera defenderse, alguienle registró los bolsillos y le quitó la varita deendrino. Harry se tapaba la dolorida cara con lasmanos y la notaba irreconocible al tacto: tensa,hinchada y abultada como si hubiera sufridoalguna virulenta reacción alérgica. Los ojos se lehabían reducido a dos rendijas por las que apenaslograba ver, y como las gafas se le habían caídocuando lo sacaron a empujones de la tienda, loúnico que distinguía era las borrosas siluetas decuatro o cinco personas que arrastraban también ala fuerza a Ron y Hermione.

—¡Suéltela! —gritó Ron. Y de inmediato seoyó el sonido de un puñetazo; Ron gruñó de dolory Hermione chilló:

—¡No! ¡Déjenlo! ¡Déjenlo!—A tu novio le va a pasar algo mucho peor si

está en mi lista —le advirtió aquella voz bronca,horriblemente familiar—. Vaya muchacha tandeliciosa… Qué maravilla… Me encanta la piel tansuave…

A Harry se le revolvió el estómago. Habíareconocido la voz: era la de Fenrir Greyback, el

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hombre lobo al que permitían llevar la túnica de losmortífagos a cambio de sus feroces servicios.

—¡Registrad la tienda! —ordenó otra voz.Tiraron a Harry al suelo, boca abajo. El

muchacho oyó un ruido sordo y dedujo que Ronhabía caído a su lado. Se oyeron pasos y golpes;los hombres registraban la tienda, revolviéndolotodo y volcando las sillas.

—Y ahora, veamos a quién hemos pillado —seregodeó Greyback, y le dio la vuelta a Harry. Unavarita mágica le iluminó la cara, y Greyback secarcajeó y bromeó—: Voy a necesitar cerveza demantequilla para tragarme a éste… ¿Qué te hapasado, patito feo? —Harry no contestó—. Te hehecho una pregunta —espetó Greyback, y le dioun golpe en el estómago que le hizo doblarse dedolor.

—Me han picado unos insectos —mascullóHarry.

—Sí, eso parece —dijo otra voz.—¿Cómo te llamas? —gruñó el hombre lobo.—Dudley —contestó Harry.—¿Y tu nombre de pila?—Vernon. Vernon Dudley.—Busca en la lista, Scabior —ordenó

Greyback, y se movió para examinar a Ron—. ¿Y tú

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quién eres, pelirrojo?—Stan Shunpike.—¡Y un cuerno! —protestó Scabior—.

Conocemos a Stan; ha hecho algún que otrotrabajito para nosotros.

Se oyó otro puñetazo.—Me llamo Bardy —balbuceó Ron, y Harry

dedujo que tenía la boca ensangrentada—. BardyWeasley.

—Ajá, ¿un Weasley? —se sorprendióGreyback—. Entonces, aunque no seas un sangresucia, estás emparentado con traidores a la sangre.Bien, por último, veamos a vuestra preciosacautiva… —El gusto con que lo dijo hizo que aHarry se le pusieran los pelos de punta.

—Tranquilo, Greyback —le advirtió Scabiormientras los otros reían.

—No te preocupes, todavía no voy a hincarleel diente. Comprobemos si es más ágil que Barnypara recordar su nombre. ¿Cómo te llamas,monada?

—Penélope Clearwater —contestó Hermione.Lo dijo con miedo pero sonó convincente.

—¿Qué Estatus de Sangre tienes?—Sangre mestiza.—Será fácil comprobarlo —opinó Scabior—.

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Pero los tres parecen tener edad de estar todavíaen Hogwarts.

—Nos hemos escapado —soltó Ron.—¿Que os habéis escapado, pelirrojo? —

masculló Scabior—. ¿Para qué, para ir deacampada? Y no se os ocurrió nada mejor quehacer, para reíros un poco, que utilizar el nombredel Señor Tenebroso, ¿no?

—No nos estábamos riendo —se defendióRon—. Fue un accidente.

—¿Un accidente, pelirrojo? —Más risas yburlas.

—¿Sabes a quiénes les gustaba utilizar elnombre del Señor Tenebroso, Weasley? —gruñóGreyback—. A los de la Orden del Fénix. ¿Te suenade algo?

—No.—Pues bien, como no le muestran el respeto

debido al Señor Tenebroso, hemos prohibidopronunciar su nombre, y de esa forma hemosdescubierto a algunos miembros de la Orden. Bien,ya veremos. ¡Atadlos con los otros dosprisioneros!

Alguien levantó a Harry del suelo tirándole delpelo, lo arrastró un corto trecho, lo sentó y lo atóde espaldas a otras personas. El chico apenas

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distinguía nada entre los hinchados párpados.Cuando el que los había atado se apartó de ellos,Harry les susurró a los otros prisioneros:

—¿Alguien conserva su varita?—No —respondieron Ron y Hermione, uno a

cada lado de él.—Ha sido culpa mía. He pronunciado el

nombre. Lo siento…—Eh, ¿eres Harry?Esa otra voz era conocida y provenía justo de

detrás de Harry, de la persona que habían atado ala izquierda de Hermione.

—¡No me digas que eres Dean!—¡Hola, amigo! ¡Si descubren a quién han

atrapado…! Son Carroñeros y sólo buscan aalumnos que han hecho novillos para cobrar larecompensa.

—No está nada mal el botín, para una solanoche, ¿eh? —iba diciendo Greyback; alguiencalzado con botas tachonadas pasó cerca de Harryy luego se oyeron más golpes en el interior de latienda—. Un sangre sucia, un duende fugitivo ytres novilleros. ¿Has buscado ya sus nombres enla lista, Scabior?

—Sí. Aquí no aparece ningún Vernon Dudley.—Interesante —dijo el hombre lobo—. Muy

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interesante.Y se agachó al lado de Harry, que distinguió, a

través de las finísimas rendijas que separaban sushinchados párpados, una cara cubierta deenmarañado pelo gris, con bigotes, afiladosdientes marrones y llagas en las comisuras de laboca. Greyback olía igual que en lo alto de la torredonde murió Dumbledore: a mugre, sudor ysangre.

—Así que no te buscan, ¿eh, Vernon? ¿Ofiguras en esa lista con otro nombre? ¿En qué casade Hogwarts estabas?

—En Slytherin —contestó Harry sin vacilar.—Qué curioso. Todos creen que eso es lo que

queremos oír —se burló Scabior desde laoscuridad—. Pero nadie es capaz de decirnosdónde está la sala común.

—Se halla en las mazmorras y se entra por lapared —dijo Harry—. Está llena de cráneos ycosas así, y como queda debajo del lago, la luztiene un tono verdoso.

Hubo un súbito silencio.—Vaya, vaya, parece que esta vez hemos

capturado a un verdadero Slytherin —dijo Scabioral fin—. Bien hecho, Vernon, porque no haymuchos sangre sucia en esa casa. ¿Quién es tu

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padre?—Trabaja en el ministerio —mintió Harry. Sabía

que la historia que se estaba inventando sederrumbaría a la mínima investigación, pero sólodisponía de tiempo hasta que su cara recuperara elaspecto normal, porque entonces acabaría eljuego. Así que añadió—: En el Departamento deAccidentes y Catástrofes en el Mundo de laMagia.

—¿Sabes qué, Greyback? —murmuró Scabior—. Me parece que es verdad que ahí trabaja un talDudley.

Harry apenas podía respirar. ¿Saldría delatolladero de pura chiripa?

—Vaya, vaya —dijo el hombre lobo. Harrydetectó un minúsculo deje de temor en esa vozinsensible, y comprendió que Greyback estabapreguntándose si sería verdad que había atrapadoal hijo de un funcionario del ministerio. El corazóndel chico latía a cien contra las cuerdas que leaprisionaban el pecho; no le habría sorprendidoque Greyback se hubiera percatado de ello—. Sinos estás diciendo la verdad, patito feo, no teimportará que te llevemos al ministerio, ¿verdad?Espero que tu padre nos recompense por haberterecogido.

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—Pero si usted nos deja… —balbuceó Harrycon la boca seca.

—¡Eh! —gritó alguien dentro de la tienda—.¡Mira esto, Greyback!

Una oscura silueta se acercó rápidamente haciaellos, y Harry vio un destello plateado a la luz delas varitas. Habían encontrado la espada deGryffindor.

—¡Muuuuy bonita! —dijo Greyback conadmiración, y la cogió de las manos de sucompañero—. Ya lo creo, bonita de verdad. Pareceobra de duendes. ¿De dónde habéis sacado esto?

—Es de mi padre —continuó mintiendo Harry,y confió, contra todo pronóstico, en que estuvierademasiado oscuro para que Greyback viera elnombre grabado justo debajo de la empuñadura—.La cogimos prestada para cortar leña.

—¡Un momento, Greyback! —exclamó Scabior—. ¡Mira qué dice aquí, en El Profeta!

La cicatriz de Harry, muy tensa en la dilatadafrente, le ardió con furia y el muchacho vio, conmayor claridad que lo que estaba pasandoalrededor, un edificio altísimo, una lúgubre eimponente fortaleza negra como el azabache, y depronto los pensamientos de Voldemortrecuperaron la nitidez: se deslizaba hacia ese

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gigantesco edificio con determinación y euforiacontenida…

Tan cerca… tan cerca ya…Haciendo un esfuerzo monumental, Harry cerró

la mente a los pensamientos de Voldemort y tratóde concentrarse en que estaba allí, atado a Ron,Hermione, Dean y Griphook en la oscuridad,escuchando a Greyback y Scabior.

—«Hermione Granger —iba leyendo esteúltimo—, la sangre sucia que según todos losindicios viaja con Harry Potter.»

Hubo un momento de silencio. A Harry lepunzaba la cicatriz, pero se empeñó en mantenerseen el presente y no entrar en la mente deVoldemort. Oyó el crujido de las botas de Greybackcuando éste se agachó frente a Hermione.

—¿Sabes qué, muchachita? La chica de estafotografía se parece mucho a ti.

—¡No soy yo! ¡No lo soy! —El aterradochillido de Hermione equivalió a una confesión.

—«… que según todos los indicios viaja conHarry Potter» —repitió Greyback con calma.

Una extraña quietud se apoderó de la escena.Pese a que su cicatriz estaba alcanzando cotas dedolor insospechadas, Harry luchó con denuedocontra la atracción de los pensamientos de

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Voldemort; nunca había sido tan importante que semantuviera absolutamente consciente.

—Bueno, esto cambia las cosas, ¿no? —susurró Greyback.

Todos callaron. Harry percibió cómo losCarroñeros, inmóviles, los observaban, y notótambién el temblor del brazo de Hermione contra elsuyo. Greyback se enderezó, dio un par de pasoshacia Harry, volvió a agacharse y examinóminuciosamente sus deformes facciones.

—¿Qué tienes en la frente, Vernon? —preguntóen voz baja, y presionó con un mugriento dedo latensa cicatriz.

Harry olió su fétido aliento.—¡No me toque! —gritó, porque creyó que no

soportaría el dolor.—Creía que llevabas gafas, Potter —dijo

Greyback.—¡Las he encontrado! —alardeó un Carroñero

que estaba un poco más lejos—. Había unas gafasen la tienda, Greyback. Espera…

Y unos segundos más tarde se las colocaron aHarry. Los Carroñeros se acercaron y loobservaron atentamente.

—¡Es él! —bramó Greyback—. ¡Hemosatrapado a Potter!

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Atónitos y sin dar crédito a lo que habíanlogrado, los miembros de la banda retrocedieronunos pasos. Harry, que seguía esforzándose pormantenerse consciente pese al insoportable dolorde cabeza, no supo qué decir; mientras tanto, unasvisiones fragmentadas le atravesaban la mente…

… se deslizaba alrededor de los altos murosde la fortaleza…

No, él era Harry, estaba atado y sin varita, ycorría un grave peligro…

… miraba hacia arriba, hacia la ventana másalta, hacia la torre más alta…

Él era Harry, y los Carroñeros cuchicheabanintentando decidir qué hacían con él…

… había llegado el momento de volar…—¿… al ministerio?—¡Al cuerno con el ministerio! —gruñó

Greyback—. Se pondrán ellos la medalla y anosotros no nos reconocerán ningún mérito.Propongo que se lo llevemos directamente aQuien-vosotros-sabéis.

—¿Qué pretendes hacer? ¿Le avisarás, o loharás venir aquí? —preguntó Scabior, muerto demiedo.

—No, yo no tengo… Dicen que utiliza la casade los Malfoy como cuartel general. Lo llevaremos

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allí.Harry creía saber por qué Greyback no podía

avisar a Voldemort, pues, aunque al hombre lobo lepermitían llevar túnica de mortífago cuando a ellosles interesaba, tan sólo los componentes delcírculo más allegado a Voldemort tenían grabada laMarca Tenebrosa para comunicarse entre ellos.Pero a Greyback no le habían concedido esehonor.

La cicatriz de Harry seguía pulsandodolorosamente…

… y se elevó en la oscuridad, y voló derechohacia la ventana más alta de la torre…

—¿… completamente seguro de que es él?Porque si no lo es, Greyback, estamos acabados.

—¿Quién manda aquí? —rugió Greyback paradisimular su ineptitud—. He dicho que es Potter, yél más su varita significan doscientos milgaleones. Pero si alguno de vosotros esdemasiado cobarde para acompañarme, que no lohaga. Me lo llevaré yo, y con un poco de suerteme regalarán a la chica.

… la ventana no era más que una hendiduraen la negra roca, demasiado estrecha paraatravesarla… Por esa grieta se veía una figuraesquelética, ovillada bajo una manta… ¿Estaba

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muerta o dormida?—¡De acuerdo! —decidió Scabior—. ¡De

acuerdo, iremos contigo! ¿Y los demás qué,Greyback? ¿Qué hacemos con ellos?

—Podríamos llevárnoslos a todos. Hay dossangre sucia; eso significa diez galeones más. Ydame también la espada; si eso son rubíes,ganaremos una pequeña fortuna.

Mientras forzaban a los prisioneros a ponerseen pie, Harry oyó la agitada respiración de laasustada Hermione.

—Cogedlos fuerte y no los soltéis. Yo meencargo de Potter —ordenó Greyback agarrando aHarry por el pelo; el muchacho notó cómo laslargas y amarillentas uñas del hombre lobo learañaban el cuero cabelludo—. ¡Voy a contar hastatres! Uno… dos… ¡tres!

Se desaparecieron llevándose a losprisioneros. Harry forcejeó para soltarse de lamano del hombre lobo, pero fue inútil porque Rony Hermione iban pegados a él, uno a cada lado, yno podía separarse del grupo; cuando se quedósin aire, la cicatriz le dolió aún más…

… se coló por aquella ventana que no eramás que una rendija, como habría hecho unaserpiente, y se posó, ligero como el vapor, en el

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suelo de una especie de celda…Los prisioneros entrechocaron al tomar tierra

en un sendero rural. Harry tardó un poco enacostumbrar la vista porque todavía tenía los ojoshinchados; cuando lo consiguió, vio una verja dehierro forjado que daba entrada a lo que parecía unlargo camino. Sintió sólo un ligero alivio. Lo peortodavía no había pasado: él sabía, porque estabaluchando por rechazar esa visión, que Voldemortno se encontraba ahí, sino en una especie defortaleza, en lo alto de una torre. Otra cuestión eracuánto tardaría el Señor Tenebroso en regresarcuando se enterara de que Harry se hallaba en eselugar.

Uno de los Carroñeros se aproximó a la verja yla sacudió.

—¿Cómo entramos ahora? La verja estácerrada, Greyback, no puedo… ¡Maldita sea!

Apartó las manos con rapidez, asustado, puesel hierro empezó a contorsionarse y retorcerse, ysus intrincadas curvas y espirales compusieron unrostro horrendo que habló con una voz resonantey metálica:

—¡Manifiesta tus intenciones!—¡Tenemos a Potter! —gritó Greyback,

triunfante—. ¡Hemos capturado a Harry Potter!

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La verja se abrió.—¡Vamos! —les dijo a sus hombres, que

traspusieron la verja y empujaron a los prisionerospor el camino, flanqueado por altos setos queamortiguaban el ruido de sus pasos.

Harry entrevió una fantasmagórica silueta en loalto del seto, y se percató de que era un pavo realalbino. Tropezó, y Greyback lo agarró paralevantarlo; el muchacho avanzaba dando traspiés,de lado, atado de espaldas a los otros cuatroprisioneros. Cerró los ojos y permitió que el dolorde la cicatriz lo invadiera un instante, ansioso porsaber qué estaba haciendo Voldemort y si ya sabíaque lo habían capturado…

… la escuálida figura se rebulló bajo ladelgada manta, se dio la vuelta hacia él y abriólos ojos… El frágil individuo, de rostrodescarnado, se incorporó y clavó los grandes yhundidos ojos en él, en Voldemort, y sonrió.Estaba casi desdentado…

—¡Ah, por fin has venido! Ya imaginaba quelo harías algún día. Pero tu viaje ha sido envano: yo nunca la tuve.

—¡Mientes!La ira de Voldemort latía con fuerza en el fuero

interno de Harry. El muchacho obligó a su mente a

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regresar al cuerpo, porque la cicatriz amenazabacon reventar, y luchó por mantenerse conscientemientras los Carroñeros los empujaban por elcamino de grava.

De pronto una luz los iluminó a todos.—¿Qué queréis? —preguntó una inexpresiva

voz de mujer.—¡Hemos venido a ver a El-que-no-debe-ser-

nombrado! —anunció Greyback.—¿Quién eres tú?—¡Usted ya me conoce! —Había resentimiento

en la voz del hombre lobo—. ¡Soy Fenrir Greyback,y hemos capturado a Harry Potter!

Agarró a Harry y le dio la vuelta para que lacara le quedara iluminada, obligando a los otrosprisioneros a volverse también.

—¡Ya sé que está hinchado, señora, pero es él!—intervino Scabior—. Si se fija bien, le verá lacicatriz. Y esta chica es la sangre sucia que viajabacon él, señora. ¡No hay duda de que es él, ytambién tenemos su varita! ¡Mire, señora!

Harry soportó que Narcisa Malfoy leescudriñara el rostro mientras Scabior le entregabala varita de endrino; la bruja arqueó las cejas.

—Llevadlos dentro —ordenó.A fuerza de empujones y patadas, los

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obligaron a subir los anchos escalones de laentrada, que daban acceso a un vestíbuloguarnecido de retratos en las paredes.

—Seguidme —indicó Narcisa guiándolos porel vestíbulo—. Mi hijo Draco está pasando lasvacaciones de Pascua en casa. Él nos confirmará sies Harry Potter.

La luz del salón resultaba deslumbrantecomparada con la oscuridad del exterior; pese aque tenía los ojos entrecerrados, Harry apreció lasgrandes dimensiones de la estancia, la araña deluces que colgaba del techo y los retratos quehabía en las paredes, de color morado oscuro.Cuando los Carroñeros hicieron entrar a losprisioneros, dos personas se levantaron de sendasbutacas colocadas ante una ornamentadachimenea de mármol.

—¿Qué significa esto?Harry reconoció al instante la voz de Lucius

Malfoy: aquel hablar arrastrando las palabras erainconfundible. Empezaba a asustarse de verdad,porque no veía cómo iban a salir de allí, y a medidaque su miedo aumentaba, le resultaba más fácilbloquear los pensamientos de Voldemort, aunqueseguía doliéndole la cicatriz.

—Dicen que han capturado a Potter —explicó

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Narcisa sin emoción alguna—. Ven aquí, Draco.Aunque no se atrevió a mirar a Draco

directamente, Harry vio de refilón cómo una figuraun poco más alta que él se le aproximaba;reconoció su rostro, pálido y anguloso, aunqueera tan sólo un manchón enmarcado por uncabello rubio claro.

Greyback obligó a los prisioneros a darse otravez la vuelta para colocar a Harry justo debajo dela araña de luces.

—¿Y bien? ¿Qué me dices, chico? —preguntóel hombre lobo.

Harry se hallaba enfrente de la chimenea, sobrela que habían colgado un lujoso espejo de marcoadornado con intrincadas volutas; de esa forma, através de las ranuras que formaban sus párpados,vio su propio reflejo por primera vez desde quesaliera de Grimmauld Place.

Tenía la cara enorme, brillante y rosada; elembrujo de Hermione le había deformado todas lasfacciones; el pelo negro le llegaba por loshombros, y una barba rala le cubría el mentón. Deno haber sabido que era él mismo quien secontemplaba, se habría preguntado quién se habíapuesto sus gafas. Decidió no decir nada, porquesin duda su voz lo delataría, y siguió evitando

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mirar a Draco a los ojos.—¿Y bien, Draco? —preguntó Lucius Malfoy

con avidez—. ¿Lo es? ¿Es Harry Potter?—No sé… No estoy seguro —respondió

Draco. Mantenía la distancia con Greyback, yparecía darle tanto miedo mirar a Harry como a éstese lo daba mirarlo a él.

—¡Pues fíjate bien! ¡Acércate más! —Harrynunca había visto tan ansioso a Lucius Malfoy—.Escucha, Draco, si se lo entregamos al SeñorTenebroso nos perdonará todo lo…

—Bueno, espero que no olvidemos quién lo hacapturado, ¿verdad, señor Malfoy? —terció elhombre lobo, amenazador.

—¡Por supuesto que no! ¡Por supuesto! —replicó Lucius con impaciencia. Se acercó tanto aHarry que el muchacho, a pesar de la hinchazón delos ojos, vio con todo detalle aquel rostro,desprovisto de la palidez y la languidez habituales.Debido a su deformidad, igual que una especie demáscara, era como si Harry mirara entre losbarrotes de una jaula.

—¿Qué le habéis hecho? —le preguntó Luciusa Greyback—. ¿Qué le ha pasado en la cara?

—No hemos sido nosotros.—Yo creo que le han hecho un embrujo

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punzante —especuló Lucius, y a continuaciónexaminó con sus grises ojos la frente de Harry—.Sí, aquí tiene algo —susurró—. Podría ser lacicatriz, tensada… ¡Ven aquí, Draco, y mira bien!¿Qué opinas?

Harry vio la cara de Draco muy cerca, junto a lade su padre. Se parecían muchísimo, pero mientrasque el padre estaba fuera de sí de emoción, laexpresión de Draco era de reticencia, casi de temor.

—No lo sé —insistió el chico, y se retiró haciala chimenea, desde donde su madre contemplabala escena.

—Será mejor que nos aseguremos, Lucius —ledijo Narcisa a su esposo—. Hemos de estarcompletamente seguros de que es Potter antes dellamar al Señor Tenebroso. Dicen que esta varita essuya —añadió, examinando la varita de endrino—,pero no responde a la descripción de Ollivander. Sinos equivocamos y hacemos venir al SeñorTenebroso para nada… ¿Te acuerdas de lo que leshizo a Rowle y Dolohov?

—¿Y la sangre sucia qué? —gruñó Greyback.Harry estuvo a punto de caerse al suelo

cuando los Carroñeros obligaron a los prisionerosa darse otra vez la vuelta, para que la luz cayera enesta ocasión sobre la cara de Hermione.

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—Espera —dijo de pronto Narcisa—. ¡Sí! ¡Sí,estaba en la tienda de Madame Malkin con Potter!¡Y vi su fotografía en El Profeta! ¡Mira, Draco! ¿Noes esa tal Granger?

—Pues… no sé. Sí, podría ser.—¡Pues entonces, ese otro tiene que ser el hijo

de los Weasley! —gritó Lucius, y rodeó a losprisioneros para colocarse enfrente de Ron—.¡Son ellos, los amigos de Potter! Míralo, Draco.¿No es el hijo de Arthur Weasley? ¿Cómo sellama?

—No sé —repitió Draco, sin mirar a losprisioneros—. Podría ser.

De pronto se abrió la puerta del salón. Harryestaba de espaldas, y al oír una voz de mujer sumiedo se incrementó aún más.

—¿Qué significa esto? ¿Qué ha pasado, Cissy?Bellatrix Lestrange, de párpados gruesos, se

paseó lentamente alrededor de los prisioneros y sedetuvo a la derecha de Harry, mirando fijamente aHermione.

—¡Vaya! —dijo con serenidad—. ¡Pero si es lasangre sucia! ¡Esa Granger!

—¡Sí, sí, es Granger! —exclamó Lucius—. ¡Ycreemos que quien está a su lado es Potter! ¡SonPotter y sus amigos! ¡Por fin hemos dado con

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ellos!—¿Potter, Harry Potter? —farfulló Bellatrix con

voz chillona, y retrocedió un poco para estudiarlo—. ¿Estás seguro? ¡En ese caso, hay que informarde inmediato al Señor Tenebroso! —Y se retiró lamanga del brazo izquierdo.

Al ver la Marca Tenebrosa grabada con fuegoen la piel, Harry supo que la bruja se disponía atocarla para llamar a su amado señor…

—¡Ahora mismo iba a llamarlo! —dijo Lucius,y sujetó la muñeca de Bellatrix, impidiéndole quese tocara la Marca—. Yo lo llamaré, Bella. Hantraído a Potter a mi casa, y por tanto tengoautoridad para…

—¿Autoridad, tú? —se burló Bellatrix e intentóliberar la mano—. ¡Se te acabó la autoridad cuandoperdiste tu varita, Lucius! ¿Cómo te atreves?¡Quítame las manos de encima!

—Tú no tienes nada que ver con esto. Tú nohas capturado al chico, ni…

—Disculpe, señor Malfoy —intervinoGreyback—, pero somos nosotros quienescapturamos a Potter, y el dinero de larecompensa…

—¡El dinero! —exclamó Bellatrix y soltó unarisotada; aún forcejaba con su cuñado y con la

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mano libre buscaba su varita en el bolsillo—.Quédate con el dinero, desgraciado, ¿para qué loquiero yo? Yo sólo busco el honor de… de…

En ese momento reparó en algo que Harry noalcanzaba a ver y se detuvo en seco. Satisfechocon la capitulación de Bellatrix, Lucius le soltó lamuñeca y se arremangó.

—¡¡Quieto!! —chilló Bellatrix—. ¡No la toques!¡Si el Señor Tenebroso viene ahora nos matará atodos!

Lucius se quedó paralizado, con el dedo índicesuspendido sobre la Marca Tenebrosa de subrazo. Bellatrix salió del limitado campo visual deHarry.

—¿Qué es esto? —le oyó decir el muchacho.—Una espada —contestó un Carroñero.—¡Dámela!—Esta espada no es suya, señora; es mía. La

encontré yo.Se produjeron un estallido y un destello de luz

roja, y Harry dedujo que el Carroñero habíarecibido un hechizo aturdidor. Sus compañeros sepusieron furiosos y Scabior sacó su varita mágica.

—¿A qué se cree que está jugando, señora?—¡Desmaius! —gritó Bellatrix—. ¡Desmaius!Los Carroñeros no podían competir con ella

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pese a su ventaja numérica: cuatro contra una.Harry sabía que Bellatrix era una bruja sinescrupúlos y de prodigiosa habilidad. De modoque todos los hombres cayeron al suelo, exceptoGreyback, a quien obligaron a arrodillarse con losbrazos extendidos. Con el rabillo del ojo, Harry viocómo la mujer, pálida como la cera, se acercaba alhombre lobo empuñando la espada de Gryffindor.

—¿De dónde has sacado esta espada? —lesusurró a Greyback al mismo tiempo que le quitabala varita de la mano sin que él opusiera resistencia.

—¿Cómo se atreve? —gruñó él; la boca era loúnico que podía mover, y se veía obligado a mirara la bruja. Enseñó los afilados dientes—.¡Suélteme ahora mismo!

—¿Dónde has encontrado esta espada? —repitió ella blandiéndola ante el hombre lobo—.¡Snape la envió a mi cámara de Gringotts!

—Estaba en la tienda de campaña de esoschicos —contestó Greyback—. ¡Le he dicho queme suelte!

Bellatrix agitó la varita y el hombre lobo sepuso en pie, pero no se atrevió a acercarse a labruja. Así que se puso a rondar detrás de unsillón, apretando el respaldo con sus curvadas ysucias uñas.

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—Llévate a esa escoria fuera, Draco —mandóBellatrix señalando a los Carroñeros inconscientes—. Si no tienes agallas para liquidarlos, déjalos enel patio y ya me encargaré yo de ellos.

—No te atrevas a hablarle a Draco como si…—intervino Narcisa, furiosa, pero Bellatrix gritó:

—¡Cállate! ¡La situación es más delicada de loque imaginas, Cissy! ¡Tenemos un problema muygrave!

Se levantó jadeando y examinó la empuñadurade la espada. Luego se dio la vuelta y miró a lossilenciosos prisioneros.

—Si de verdad es Potter, no hay que hacerledaño —masculló como para sí—. El SeñorTenebroso quiere deshacerse de él personalmente.Pero si se entera… Tengo… tengo que saber… —Se giró de nuevo hacia su hermana y ordenó—:¡Llevad a los prisioneros al sótano mientras piensoqué podemos hacer!

—Ésta es mi casa, Bella. No consiento que nosdes órdenes en…

—¡Haz lo que te digo! ¡No tienes ni idea delpeligro que corremos! —chilló Bellatrix. Dabamiedo verla de lo enloquecida que parecía; unhilillo de fuego salió de su varita e hizo un agujeroen la alfombra.

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Narcisa vaciló un instante y luego ordenó alhombre lobo:

—Llévate al sótano a estos prisioneros,Greyback.

—Un momento —saltó Bellatrix—. A todosexcepto… excepto a la sangre sucia.

Greyback soltó un gruñido de placer.—¡No! —gritó Ron—. ¡Ella no! ¡Cójanme a mí!Bellatrix le dio una bofetada que resonó en la

sala.—Si muere durante el interrogatorio, tú serás el

siguiente —lo amenazó la bruja—. En miescalafón, los traidores a la sangre van después delos sangre sucia. Llévalos abajo, Greyback, yasegúrate de que están bien atados, pero no leshagas nada… de momento.

Le devolvió la varita al hombre lobo, y acontinuación sacó un puñal de plata de la túnica ycortó las cuerdas que ataban a Hermione. Trassepararla de los otros prisioneros, la llevó hasta elcentro de la habitación arrastrándola por elcabello. Entretanto, Greyback obligó a los demás asalir por otra puerta que daba a un oscuro pasillo;iba con la varita en alto, ejerciendo con ella unafuerza invisible e irresistible.

—¿Creéis que me dejará a la chica cuando haya

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terminado con ella? —preguntó Greyback con vozmelosa mientras los obligaba a avanzar por elpasillo—. Yo diría que al menos podré darle un parde mordiscos, ¿no, pelirrojo?

Harry notaba los temblores de Ron. Losobligaron a bajar por una empinada escalera,todavía atados, de modo que corrían el peligro deresbalar y partirse el cuello. Al pie de la escalerahabía una gruesa puerta que Greyback abrió conun golpecito de su varita; forzó a los prisioneros aentrar en una húmeda y fría estancia y los dejó allí,a oscuras. El eco que produjo la puerta del sótanoal cerrarse de golpe todavía no se había apagadocuando oyeron un largo y desgarrador gritoproveniente del piso superior.

—¡¡Hermione!! —chilló Ron, y empezó aretorcerse y forcejear con las cuerdas que lossujetaban, haciendo que Harry se tambaleara—.¡¡Hermione!!

—¡Cállate! —le ordenó éste—. ¡Cállate, Ron!Tenemos que encontrar la forma de salir de…

—¡¡Hermione!! ¡¡Hermione!!—Necesitamos un plan, deja ya de gritar.

Hemos de librarnos de estas cuerdas…—¿Harry? —se oyó susurrar en la oscuridad

—. ¿Ron? ¿Sois vosotros?

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Ron paró de gritar. Notaron un movimientocerca de ellos, y entonces Harry vio que seacercaba alguien.

—Eh, ¿sois Harry y Ron?—¿Luna, Luna, eres tú?—¡Sí, soy yo! ¡Oh, no! ¡Confiaba en que no os

capturarían!—¿Puedes ayudarnos a soltar estas cuerdas,

Luna? —pidió Harry.—Sí, claro, supongo que sí… Por aquí hay un

clavo viejo que usamos cuando necesitamosromper algo… Esperad un momento…

Hermione volvió a gritar en el piso superior, ylos chicos oyeron gritar también a Bellatrix, perono entendieron lo que decía, porque Ron reanudósus berridos:

—¡¡Hermione!! ¡¡Hermione!!—Señor Ollivander… —le oyó decir Harry a

Luna—. Señor Ollivander, ¿tiene usted el clavo? Sino le importa apartarse un poquito… Me pareceque estaba junto a la jarra de agua… —Lamuchacha regresó al cabo de unos segundos—.Tendréis que estaros quietos.

Harry notó cómo Luna hincaba el clavo en lasduras fibras de la cuerda para deshacer los nudos.En ese momento volvieron a oír la voz de Bellatrix:

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—¡Te lo preguntaré una vez más! ¿De dóndesacasteis esta espada? ¿De dónde?

—La encontramos… la encontramos… ¡¡Oh,por favor!! —Hermione soltó un alarido.

Ron se retorció de nuevo, y el herrumbrosoclavo estuvo a punto de perforar la muñeca deHarry.

—¡Haz el favor de estarte quieto, Ron! —susurró Luna—. No veo lo que hago…

—¡Busca en mi bolsillo! —urgió Ron—. ¡Llevoun desiluminador, y está cargado de luz!

Unos segundos más tarde se oyó unchasquido, y las esferas de luz que eldesiluminador había absorbido de las lámparas dela tienda iluminaron el sótano, pero al no podervolver a su fuente, se quedaron allí suspendidas,como pequeños soles, inundando de luz la celdasubterránea. Harry vio entonces a Luna, pálida yde ojos desorbitados, y al inmóvil Ollivander, elfabricante de varitas, acurrucado en el suelo, en unrincón; luego giró la cabeza y observó a sus doscompañeros de cautiverio: Dean y Griphook, elduende, que parecía semiinconsciente y semantenía en pie gracias a las cuerdas que loataban a los humanos.

—Así resulta mucho más fácil. Gracias, Ron —

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dijo Luna mientras terminaba de cortar las ataduras—. ¡Hola, Dean!

La voz de Bellatrix volvió a llegar desde arriba:—¡Mientes, asquerosa sangre sucia, y yo lo

sé! ¡Has entrado en mi cámara de Gringotts! ¡Di laverdad! ¡Confiesa!

Otro grito estremecedor…—¡¡Hermione!!—¿Qué más os llevasteis de allí? ¿Qué más

tenéis? ¡Dime la verdad o te juro que te atraviesocon este puñal!

—¡Ya está!Harry notó cómo las cuerdas se soltaban; se

dio la vuelta frotándose las muñecas y vio queRon ya se afanaba por el sótano, mirando el techoen busca de una trampilla. Dean, con la caramagullada y ensangrentada, le dio las gracias aLuna y se levantó tembloroso; pero Griphook,cuya tez morena estaba cubierta de cardenales, sedesplomó en el suelo; parecía desorientado ysemidesmayado.

Ron intentaba desaparecerse sin varita mágica.—No hay ninguna salida, Ron —indicó Luna

contemplando los infructuosos esfuerzos delchico—. Este sótano está hecho a prueba defugas; al principio yo también lo intenté. El señor

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Ollivander lleva aquí mucho tiempo, y también loha probado todo.

Hermione seguía chillando; el sonido de susgritos recorría a Harry como un dolor físico.Apenas consciente del intenso dolor que leproducía la cicatriz, él también se puso a darvueltas por el sótano, palpando las paredes enbusca de no sabía qué, aun consciente de que erainútil.

—¿Qué más os llevasteis? ¿Qué más?¡¡Contéstame!! ¡¡Crucio!!

Los lamentos de Hermione resonaban en elpiso de arriba; Ron sollozaba mientras golpeabalas paredes con los puños, y Harry, desesperado,cogió el monedero de Hagrid que le colgaba delcuello y sacó la snitch de Dumbledore. La agitó,esperando tal vez un milagro, pero no ocurriónada. Luego agitó también la rota varita de fénix,pero había quedado completamente inservible;entonces el fragmento de espejo cayó al suelo yHarry vio un intenso destello azul…

El ojo de Dumbledore lo miraba desde elespejo.

—¡Ayúdanos! —le suplicó, abrumado—.¡Estamos en el sótano de la Mansión Malfoy!¡Ayúdanos!

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El ojo parpadeó, pero enseguida desapareció.Harry ni siquiera estaba seguro de haberlo

visto. Inclinó el fragmento de espejo hacia un ladoy otro, pero sólo vio el reflejo de las paredes y eltecho del sótano; arriba, Hermione gritaba cadavez más fuerte, y a su lado Ron no paraba debramar: «¡¡Hermione!! ¡¡Hermione!!»

—¿Cómo entrasteis en mi cámara? —preguntóBellatrix—. ¿Os ayudó ese desgraciado duendeque está en el sótano?

—¡Lo hemos conocido esta noche! —gimoteóHermione—. Nunca hemos estado en su cámara.¡Ésta no es la espada verdadera! ¡Es una copia,sólo una copia!

—¿Una copia? —repitió Bellatrix con vozestridente—. ¡Mentirosa!

—¡Podemos comprobarlo fácilmente! —exclamó Lucius—. ¡Ve a buscar al duende, Draco;él sabrá decirnos si la espada es auténtica o no!

Harry se acercó presuroso a Griphook,acurrucado en el suelo.

—Griphook —le susurró acercando los labiosa su puntiaguda oreja—, debes decirles que esaespada es una falsificación; no deben saber que esla auténtica. Por favor, Griphook…

El muchacho oyó pasos en la escalera que

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conducía al sótano y, un momento más tarde, latemblorosa voz de Draco bramó detrás de lapuerta:

—¡Apartaos y poneos en fila en la pared delfondo! ¡No intentéis hacer nada, o moriréis!

Los prisioneros obedecieron. Cuando la llavegiró en la cerradura, Ron accionó el desiluminadory las luces fueron absorbidas por éste, dejando elsótano a oscuras. Entonces la puerta se abrió degolpe; Malfoy, pálido pero decidido, entró con lavarita en alto, agarró al menudo duende por unbrazo y lo sacó a rastras. Cerró de nuevo la puertay en ese preciso instante un fuerte «¡crac!» resonóen el sótano.

Ron volvió a accionar el desiluminador ysalieron tres esferas de luz que se quedaronsuspendidas en el aire, revelando a Dobby, el elfodoméstico, que acababa de aparecerse en mediode los prisioneros.

—¡¡Dob…!!Harry cogió a Ron por el brazo para que no

gritara, y éste puso cara de susto al darse cuentadel error que habría cometido. A través del techooyeron pasos en el piso de arriba, sin duda Dracoconduciendo a Griphook ante Bellatrix.

Dobby tenía muy abiertos sus enormes ojos

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con forma de pelotas de tenis, y temblaba desdelos pies hasta la punta de las orejas: habíaregresado a la casa de sus antiguos amos y eraevidente que estaba muerto de miedo.

—Harry Potter —dijo con un hilo de voz—,Dobby ha venido a rescatarte.

—Pero ¿cómo has…?Un alarido espeluznante ahogó las palabras de

Harry: estaban torturando otra vez a Hermione, asíque el chico decidió ir al grano:

—¿Puedes desaparecerte de este sótano,Dobby? —El elfo asintió agitando las orejas—. ¿Ypuedes llevarte a humanos contigo? —Volvió aasentir—. Muy bien. Pues quiero que cojas aLuna, Dean y el señor Ollivander y los lleves a…a…

—A casa de Bill y Fleur —dijo Ron—. ¡AlRefugio, en las afueras de Tinworth!

El elfo asintió una vez más.—Y luego quiero que vuelvas aquí —añadió

Harry—. ¿Podrás hacerlo, Dobby?—Claro, Harry Potter —susurró el pequeño

elfo. Se aproximó rápidamente al señor Ollivander,que estaba semiinconsciente, lo cogió de la manoy luego tendió la otra mano a Luna y Dean, peroninguno de los dos se movió.

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—¡Queremos ayudarte, Harry! —susurró Luna.—No podemos dejarte aquí —dijo Dean.—¡Idos! ¡Nos veremos en casa de Bill y Fleur!Mientras hablaba, a Harry cada vez le dolía

más la cicatriz, y al bajar la vista, no vio alfabricante de varitas, sino a otro individuo tananciano como él e igual de delgado, pero que reíacon sorna.

—¡Mátame, Voldemort! ¡No me importa morir!Pero con mi muerte no conseguirás lo que buscas.Hay tantas cosas que no entiendes….

Harry sintió la furia de Voldemort, pero en esemomento Hermione volvió a gritar; el muchachoahuyentó de su mente toda emoción ajena y seconcentró en el sótano y los peligros que loamenazaban.

—¡Idos! —suplicó Harry a Luna y Dean—.¡Idos! ¡Nosotros os seguiremos, pero marchaosya!

Los chicos se agarraron a los dedos del elfo.Se oyó otro fuerte «¡crac!» y Dobby, Luna, Dean yOllivander se esfumaron.

—¿Qué ha sido eso? —gritó Lucius Malfoy enel piso de arriba—. ¿Lo habéis oído? ¡Ese ruido enel sótano! —Harry y Ron intercambiaron unamirada—. ¡Draco! ¡No, llamad a Colagusano! ¡Que

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vaya él a ver qué pasa!Oyeron pasos en el salón y luego un silencio

sepulcral. Harry dedujo que arriba estaban muyatentos a cualquier ruido proveniente del sótano.

—Tendremos que derribarlo e inmovilizarlo —le susurró Harry a Ron. No tenían alternativa: sialguien comprobaba que faltaban tres prisionerosestarían perdidos—. Deja las luces encendidas —añadió.

Entonces oyeron que alguien bajaba por laescalera y se arrimaron contra la pared, uno a cadalado de la puerta.

—¡Retiraos! —ordenó Colagusano—.Apartaos de la puerta. Voy a entrar.

La puerta se abrió de golpe y Colagusanoescudriñó rápidamente el sótano, iluminado porlos tres diminutos soles flotantes y en aparienciavacío. Y al punto Harry y Ron se abalanzaronsobre él. Ron le agarró la mano con que sostenía lavarita y le levantó el brazo, y Harry le tapó la bocacon una mano para que no gritara. Pelearon ensilencio; la varita de Colagusano lanzaba chispas ysu mano de plata se cerró alrededor del cuello deHarry.

—¿Qué pasa, Colagusano? —dijo LuciusMalfoy desde el piso superior.

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—¡Nada! —contestó Ron en una pasableimitación de la jadeante voz de Colagusano—. ¡Nopasa nada!

Harry apenas podía respirar.—¿Vas a matarme? —logró decir el muchacho

intentando soltarle los dedos metálicos—. ¡Tesalvé la vida! ¡Me debes una, Colagusano!

Los dedos de plata se aflojaron y Harry, que nose lo esperaba, quedó libre, pero, aun presa delasombro, no le quitó la mano de la boca aColagusano, que, asustado, abrió mucho los ojos—pequeños y vidriosos, como de rata—, alparecer tan extrañado como Harry de lo queacababa de hacer su mano, del brevísimo impulsode clemencia que aquel gesto había delatado.Entonces siguió peleando con más vigor, comopara compensar ese momento de debilidad.

—Y esto nos lo quedamos —dijo Ron en vozbaja, arrancándole la varita a Colagusano.

Una vez despojado de su varita, Pettigrew sevio impotente y el miedo le dilató las pupilas. Y envez de mirar a Harry a la cara, desvió la vista haciaotro lugar, al mismo tiempo que sus dedos de platase acercaban inexorablemente a su propio cuello.

—No…Instintivamente, Harry trató de retenerle la

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mano, pero no había manera de detenerla. Laherramienta de plata con que Voldemort habíaprovisto al más cobarde de sus vasallos se habíavuelto contra su desarmado e inhabilitado dueño:Pettigrew estaba cosechando los frutos de suvacilación, de aquel breve instante de piedad, y supropia mano lo estrangulaba.

—¡No!Ron también había soltado a Colagusano, y

ambos amigos intentaron separarle los dedosmetálicos del cuello, pero sus esfuerzos eraninútiles: Pettigrew se estaba poniendo morado.

—¡Relashio! —dijo Ron apuntando a la manode plata con la varita, pero no consiguió nada.

Pettigrew cayó de rodillas, y en ese instanteHermione lanzó un grito desgarrador en el piso dearriba. Colagusano, completamente amoratado,puso los ojos en blanco, tuvo un último espasmoy se quedó inmóvil.

Harry y Ron se miraron. De inmediatoabandonaron el cadáver de Colagusano en elsuelo, subieron corriendo la escalera y seencaminaron hacia el oscuro pasillo que conducíaal salón. Avanzaron con sigilo hasta llegar a lapuerta entreabierta. Desde allí vieron claramente aBellatrix y Griphook, que sujetaba la espada de

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Gryffindor con sus manos de largos dedos;Hermione, tendida a los pies de Bellatrix, apenas semovía.

—¿Y bien? —le dijo Bellatrix al duende—. ¿Esla espada auténtica?

Harry esperó, conteniendo la respiración ycombatiendo el dolor de la cicatriz.

—No —dijo Griphook—. Es una falsificación.—¿Estás… seguro? —insistió Bellatrix con voz

entrecortada—. ¿Completamente seguro?—Sí —afirmó el duende.El alivio iluminó la cara de la bruja, de la que

desapareció toda señal de tensión.—Bien —dijo, y con un somero golpe de la

varita le hizo otro profundo corte en la cara alduende, que se derrumbó gritando de dolor a lospies de Bellatrix. Ella lo apartó de una patada—. Yahora —dijo con voz triunfal—, llamaremos alSeñor Tenebroso.

Se retiró la manga y tocó la Marca Tenebrosacon el dedo índice.

Harry sintió como si su cicatriz volviera aabrirse y dejó de ver su entorno. Ahora él eraVoldemort y el esquelético mago que se hallabaante él reía mostrando una boca desdentada; aquelllamamiento lo había enfurecido: ya se lo había

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advertido, les había dicho que no lo llamaran más,a menos que hubieran capturado a Potter. Si sehabían equivocado…

—¡Mátame! —dijo el anciano—. ¡Novencerás! ¡No puedes vencer! ¡Esa varita nuncaserá tuya, jamás!

La ira de Voldemort estalló y un chorro de luzverde inundó la celda de la prisión; el frágilanciano se elevó de su duro camastro y volvió acaer, inerte; entonces Voldemort se acercó a laventana, sin poder controlar su cólera… Si notenían una buena razón para hacerlo regresar,recibirían su merecido.

—Y creo que podemos prescindir de la sangresucia —dijo Bellatrix—. Puedes llevártela siquieres, Greyback.

—¡¡Nooooooo!!Cuando Ron irrumpió en el salón, Bellatrix se

dio la vuelta sobresaltada y lo apuntó con lavarita.

—¡Expelliarmus! —gritó el chico apuntándolaa su vez con la varita de Colagusano, y la de labruja saltó por los aires.

Harry, que había entrado detrás de Ron, laatrapó al vuelo. Lucius, Narcisa, Draco y Greybacktambién se volvieron. Harry gritó «¡Desmaius!» y

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Lucius Malfoy cayó al fuego de la chimenea. Delas varitas de Draco, Narcisa y Greyback salieronchorros de luz, pero Harry se lanzó al suelo y rodódetrás de un sofá para esquivarlos.

—¡¡Deteneos o la mato!!Jadeando, Harry asomó la cabeza. Bellatrix

tenía agarrada a Hermione, que parecíainconsciente, y amenazaba con clavarle el puñal enel cuello.

—Soltad las varitas —espetó la bruja—.¡Soltadlas, o comprobaremos lo sucia que tiene lasangre esta desgraciada!

Ron permaneció inmóvil aferrando la varita deColagusano, pero Harry se incorporó, sin soltar lavarita de Bellatrix.

—¡He dicho que las soltéis! —chilló ella, ehincó la punta del puñal en el cuello de Hermione,del que salieron unas gotas de sangre.

—¡Está bien, de acuerdo! —gritó Harry, y dejócaer la varita junto a sus pies. Ron hizo otro tantoy ambos levantaron las manos.

—¡Muy bien! —dijo Bellatrix mirándolos conensañamiento—. ¡Recógelas, Draco! ¡El SeñorTenebroso está a punto de llegar, Harry Potter! ¡Seacerca tu hora!

Harry lo sabía; tenía la impresión de que la

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cabeza iba a estallarle, y mientras tanto veía aVoldemort surcando el cielo, sobrevolando un maroscuro y tempestuoso; pronto estaría lo bastantecerca para aparecerse, y a él no se le ocurríaninguna forma de escapar.

—Y ahora —añadió Bellatrix en voz bajamientras Draco volvía con las varitas—, Cissy,creo que deberíamos atar de nuevo a estospequeños héroes, mientras el hombre lobo seencarga de la señorita Sangre Sucia. Estoy segurade que al Señor Tenebroso no le importará que tequedes con la chica, Greyback, después de lo quehas hecho esta noche.

Justo cuando Bellatrix pronunció «noche» seoyó un extraño chirrido proveniente del techo.Todos miraron hacia arriba y vieron temblar laaraña de cristal; entonces, con un crujido y unamenazador tintineo, ésta se desprendió del techo.Bellatrix, que se hallaba justo debajo, soltó aHermione dando un chillido y se lanzó hacia unlado. El artefacto cayó encima de Hermione y elduende con un estallido de cadenas y cristal.Relucientes fragmentos de cristal volaron en todasdirecciones y Draco se dobló por la cintura,tapándose la ensangrentada cara con las manos.

Ron corrió a rescatar a Hermione de debajo de

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la lámpara y Harry aprovechó la oportunidad: saltópor encima de una butaca y le arrebató las tresvaritas a Draco; apuntó con todas a Greyback ychilló: «¡Desmaius!» Alcanzado por el triplehechizo, el hombre lobo se elevó hasta el techo yluego cayó al suelo.

Mientras Narcisa arrastraba a Draco paraponerlo a cubierto, Bellatrix, con el peloalborotado, se puso en pie empuñando el puñal deplata. De pronto Narcisa apuntó con su varita alumbral de la puerta.

—¡Dobby! —gritó, y hasta Bellatrix se quedóparalizada—. ¡Tú! ¿Has sido tú el que ha soltado laaraña de…?

El diminuto elfo entró trotando en lahabitación, señalando con un tembloroso dedo asu antigua dueña.

—¡No le haga daño a Harry Potter! —chilló.—¡Mátalo, Cissy! —bramó Bellatrix, pero se

oyó otro fuerte «¡crac!», y la varita de Narcisatambién saltó por los aires y fue a parar al extremoopuesto del salón.

—¡Maldito payaso! —rugió Bellatrix—. ¿Cómote atreves a quitarle la varita a una bruja? ¿Cómo teatreves a desafiar a tus amos?

—¡Dobby no tiene amos! —replicó el elfo—.

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¡Dobby es un elfo libre, y Dobby ha venido asalvar a Harry Potter y sus amigos!

Harry apenas veía de dolor. Sabía, intuía, quesólo disponían de unos segundos antes de quellegara Voldemort.

—¡Cógela, Ron! ¡Y vámonos! —Le lanzó unavarita y se agachó para sacar a Griphook de debajode la lámpara. Levantó al duende, que todavía nohabía soltado la espada, y se lo cargó al hombro; acontinuación, le dio la mano a Dobby, giró sobre símismo y se desapareció.

Mientras se sumía en la oscuridad, vio el salónpor última vez: las pálidas e inmóviles figuras deNarcisa y Draco, el rastro rojizo del cabello de Ron,la borrosa línea plateada del puñal de Bellatrix, quecruzaba la habitación hacia el sitio de donde elmuchacho estaba esfumándose…

«La casa de Bill y Fleur… El Refugio… La casade Bill y Fleur…», se dijo.

Se había desaparecido hacia lo desconocido;lo único que podía hacer era repetir el nombre desu destino y confiar en que eso bastara para llegarhasta allí. El dolor de la frente lo traspasaba,acusaba el peso del duende y notaba la hoja de laespada rebotándole contra la espalda. Dobby letiraba de la mano y Harry se preguntó si el elfo

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estaría intentando tomar las riendas y conducirlosen la dirección correcta; le apretó los dedos paradarle a entender que a él le parecía bien…

De pronto tocaron tierra firme y olieron a airesalado. Harry cayó de rodillas, soltó la mano deDobby e intentó depositar suavemente a Griphooken el suelo.

—¿Estás bien? —preguntó al ver que elduende se movía, pero Griphook se limitó agimotear.

Harry escudriñó los oscuros alrededores.Creyó distinguir una casita a escasa distancia,bajo un amplio y estrellado cielo, y le pareció quehabía gente en ella.

—¿Es El Refugio, Dobby? —preguntó en vozbaja, aferrando las dos varitas que se habíallevado de la casa de los Malfoy, preparado paradefenderse si era necesario—. ¿Hemos venido adonde queríamos, Dobby?…

Miró alrededor. El pequeño elfo estaba a sólounos palmos de él.

—¡¡Dobby!!El elfo se tambaleó un poco; las estrellas se

reflejaban en sus enormes y brillantes ojos.Ambos bajaron la mirada hacia la empuñadura delpuñal que, clavado en el pecho de Dobby, subía y

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bajaba al compás de su respiración.—¡Dobby! ¡No! ¡Que alguien me ayude! —

gritó Harry mirando hacia la casa, a través decuyas ventanas se veía gente moviéndose—. ¡Quealguien me ayude!

No sabía ni le importaba si eran magos omuggles, amigos o enemigos; lo único que lepreocupaba era la mancha oscura que se extendíapor el pecho de Dobby y la mirada suplicante delelfo, que le tendía los delgados brazos. Elmuchacho lo cogió y lo tumbó de lado sobre la fríahierba.

—No, Dobby. No te mueras… No te mueras…Los ojos del elfo lo enfocaron, y los labios le

temblaron al articular sus últimas palabras:—Harry… Potter…Dobby se estremeció un poco y se quedó

inmóvil, y sus ojos se convirtieron en dos enormesy vidriosas esferas salpicadas del resplandor delas estrellas que ya no podían ver.

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F

CAPÍTULO 24

El fabricante devaritas

UE como si se sumergiera en una viejapesadilla: creyó estar arrodillado junto al

cadáver de Dumbledore, al pie de la torre más altade Hogwarts, pero en realidad estabacontemplando un cadáver diminuto, acurrucado enla hierba, atravesado por el puñal de plata de

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Bellatrix. Harry no cesaba de repetir «Dobby…Dobby…», pese a saber que el elfo se había idopara siempre.

Enseguida comprendió que, al menos, habíanllegado al sitio que querían, porque Bill, Fleur,Dean y Luna formaban un corro alrededor de él,arrodillado todavía junto al elfo.

—¿Y Hermione? —preguntó de repente—.¿Dónde está Hermione?

—Ron la ha llevado dentro —contestó Bill—.No te preocupes, se pondrá bien.

Volviendo a centrarse en Dobby, Harry leextrajo el afilado puñal; luego se quitó la chaquetay lo cubrió, como si lo abrigara con una manta.

Cerca de allí, el mar batía contra las rocas;Harry escuchó su murmullo mientras los otroshablaban y tomaban decisiones sobre asuntos porlos que él era incapaz de mostrar interés. Así pues,Dean llevó al herido Griphook a la casa y Fleur losacompañó; por su parte, Bill hizo algunassugerencias sobre la mejor manera de enterrar alelfo. Harry dijo que sí a todo, sin saber en realidadlo que Bill proponía, mientras contemplaba elpequeño cadáver. La cicatriz seguía doliéndole, yen un rincón de su mente, como si mirara por unlargo telescopio puesto al revés, vio a Voldemort

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castigando a todos los que se habían quedado enla Mansión Malfoy. El Señor Tenebroso estabatremendamente furioso, pero el dolor que Harrysentía por Dobby desdibujaba la escena, de modoque ésta se convirtió en una tormenta lejana quepercibía desde el otro lado de un vasto ysilencioso océano.

—No quiero enterrarlo mediante magia, sinocomo es debido —fueron las primeras palabrasque Harry fue plenamente consciente depronunciar—. ¿Tienes una pala, Bill?

Y poco después se puso a trabajar solo,cavando la tumba en el sitio que Bill le habíamostrado en un rincón del jardín, entre unosmatorrales. Cavaba con una especie de rabia,regodeándose con el trabajo manual y disfrutandode no utilizar la magia, porque cada gota de sudory cada ampolla eran como un tributo al elfo que leshabía salvado la vida.

La cicatriz le dolía, pero controlaba el dolor; losentía, pero lo mantenía alejado. Por fin habíaaprendido a dominarlo, a hacer lo que Dumbledorehabía intentado que Snape le enseñara: cerrarle lamente a Voldemort. Y del mismo modo que el SeñorTenebroso no había logrado poseer al muchachocuando éste se consumía de pena por Sirius, ahora

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tampoco conseguía que sus pensamientos lopenetraran mientras lloraba la muerte de Dobby.Por lo visto, el sufrimiento tenía a Voldemort araya. Aunque seguramente Dumbledore no lohabría llamado sufrimiento, sino amor…

Harry cavaba cada vez más hondo en la dura yhelada tierra, y de esa manera ahogaba su tristezaen sudor, negando al mismo tiempo el dolor de lacicatriz. A oscuras, sin más compañía que elsonido de su propia respiración y el murmullo delmar, recordó todo lo acontecido en la MansiónMalfoy y todo cuanto había oído, y empezó acomprender…

El constante ritmo de sus brazos marcaba elcompás de sus pensamientos: Reliquias…Horrocruxes… Reliquias… Horrocruxes… Sinembargo, en su interior ya no ardía aquella extrañay obsesiva ansiedad, porque la pena y el miedo lahabían sofocado. Se sentía como si lo hubierandespertado a bofetadas.

Continuó cavando sin parar. Él sabía dóndehabía estado Voldemort esa noche, a quién habíamatado en la celda más alta de Nurmengard y porqué… Entonces le vino a la memoria Colagusano,que había muerto por culpa de un mínimo instantede clemencia breve e inconsciente… Dumbledore

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lo había previsto… ¿Qué otras cosas sabía elprofesor?

Harry perdió la noción del tiempo y sólo se diocuenta de que había aclarado un poco cuando Rony Dean se reunieron con él.

—¿Cómo está Hermione?—Mejor —contestó Ron—. Fleur está con ella.Harry tenía preparada una respuesta para

cuando le preguntaran por qué no había hechouna tumba perfecta con la varita mágica, pero no lanecesitó, porque Ron y Dean saltaron con sendaspalas al hoyo y juntos trabajaron en silencio hastaque consideraron que ya era bastante profundo.

Harry envolvió mejor al elfo con la chaquetaque le había echado por encima. Ron se sentó enel borde de la fosa, se quitó los zapatos y le pusosus calcetines a Dobby, que iba descalzo. Y Deanle dio un gorro de lana a Harry, que se lo colocócon cuidado al elfo en la cabeza, tapándole lasorejas de murciélago.

—Habría que cerrarle los ojos.Harry no había oído llegar a los demás: Bill

llevaba una capa de viaje; Fleur, un gran delantalblanco de cuyo bolsillo sobresalía una botella queHarry reconoció: era crecehuesos; Hermione,pálida, un tanto vacilante y abrigada con una bata

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prestada, se acercó a Ron, que le rodeó loshombros con un brazo; y Luna, que llevaba unabrigo de Fleur, se agachó y con ternura apoyó losdedos en los párpados de Dobby para cerrarle losvidriosos ojos.

—Ya está —musitó Luna—. Ahora podrádormir.

Harry colocó al elfo en la tumba y le dispusolas diminutas extremidades como si estuvieradescansando; salió del hoyo y le echó un últimovistazo al cadáver. Hizo un esfuerzo para noderrumbarse al recordar el funeral de Dumbledore:las numerosas hileras de sillas doradas, el ministrode Magia en primera fila, la enumeración de loslogros de Dumbledore, la majestuosidad de latumba de mármol blanco… Pensó que Dobbymerecía un funeral igual de espectacular, pero, encambio, el elfo yacía en un burdo agujero entreunos matorrales.

—Creo que deberíamos dedicarle unaspalabras —sugirió Luna—. Empezaré yo, ¿vale?

Y mientras todos la miraban, Luna le dijo al elfoque yacía en el fondo de la tumba:

—Muchas gracias, Dobby, por habermerescatado de aquel sótano. Es una injusticia quehayas tenido que morir, porque eras muy bueno y

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muy valiente. Siempre recordaré lo que has hechopor nosotros y deseo que ahora seas feliz.

Se dio la vuelta y miró a Ron, que carraspeó ydijo con voz sorda:

—Sí, gracias, Dobby.—Gracias —murmuró Dean.Harry tragó saliva y dijo simplemente:—Adiós, Dobby. —No fue capaz de decir nada

más, aunque Luna ya lo había dicho todo por él.Bill levantó su varita mágica, y el montón de

tierra acumulado junto a la tumba se alzó y cayópulcramente en el hoyo, formando un pequeñotúmulo rojizo.

—¿Os importa que me quede un momentoaquí? —preguntó Harry a los demás.

El muchacho les oyó murmurar palabras que nollegó a entender; notó unas suaves palmadas en laespalda, y entonces todos regresaron a la casa,dejándolo a solas con el elfo.

Echó un vistazo alrededor y descubrió algunaspiedras blancas y erosionadas por el mar quebordeaban los arriates de flores. Cogió una de lasmás grandes y la situó a modo de cojín sobre elsitio donde ahora descansaba la cabeza de Dobby;luego buscó una varita en el bolsillo.

Pero encontró dos. Lo había olvidado; no

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llevaba la cuenta ni recordaba a quién pertenecíanesas varitas, tan sólo se acordaba de que se lashabía arrebatado a alguien. Así que escogió la máscorta —la más cómoda para él—, y apuntó a lapiedra.

Poco a poco, a medida que murmuraba lasinstrucciones, fueron apareciendo unas profundasincisiones en la piedra. Sabía que Hermione habríapodido hacerlo mejor, y seguramente más deprisa,pero quería marcar aquel sitio del mismo modo quehabía cavado la tumba. Cuando se incorporó, lainscripción de la piedra rezaba:

Aquí yace Dobby, un elfo libre.

Se quedó unos instantes contemplando sutrabajo y luego se marchó. Todavía notabapinchazos en la cicatriz, y en la mente se leacumulaban todas las ideas que se le habíanocurrido mientras cavaba, ideas fascinantes yterribles que habían tomado forma en la oscuridad.

Cuando entró en el pequeño vestíbulo, vio alos demás sentados en el salón mirandoatentamente a Bill, que les hablaba. La sala era unabonita habitación, pintada con colores claros, encuya chimenea ardía un pequeño y

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resplandeciente fuego hecho con maderasrecogidas en la playa. Harry no quería ensuciar laalfombra de barro, así que se quedó de pie en elumbral, escuchando.

—… una suerte que Ginny esté de vacaciones.Si hubiera estado en Hogwarts, se la habríanllevado antes de que lográramos rescatarla. Ahoraya sabemos que ella también está a salvo. —Alvolver la cabeza, Bill vio a Harry en la puerta y leexplicó—: Los he sacado a todos de LaMadriguera y los he llevado a casa de Muriel,porque los mortífagos ya saben que Ron estácontigo y sin duda irán por mi familia. No, no tedisculpes —añadió al ver la cara que ponía—.Sólo era cuestión de tiempo; mi padre llevabameses diciéndolo. Somos la familia más numerosade traidores a la sangre que existe.

—¿Cómo los has protegido? —preguntó Harry.—Mediante un encantamiento Fidelio; mi

padre es el Guardián de los Secretos. Y también lehemos hecho un Fidelio a esta casa y, por tanto,yo soy aquí el Guardián de los Secretos. Nadie denuestra familia puede ir a trabajar, pero ahora esoes lo de menos. Y cuando Ollivander y Griphook sehayan repuesto un poco, nosotros también nosiremos a casa de Muriel, porque aquí apenas

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cabemos; ella dispone de mucho espacio. Fleur leha dado crecehuesos a Griphook y ya se le estáncurando las piernas. Así que, si todo va bien,podremos trasladarlos dentro de una hora o…

—No, no, los necesito a los dos —lointerrumpió Harry, y Bill se sorprendió—. Tengoque hablar con ellos; es importante.

El muchacho percibió la autoridad de su propiavoz, la convicción y la determinación que habíaadquirido mientras cavaba la tumba de Dobby.Todos lo miraban, desconcertados.

—Voy a lavarme —añadió Harry mirándose lasmanos, manchadas de barro y de la sangre deDobby—. Luego quiero hablar con ellos,enseguida.

Fue a la pequeña cocina y se acercó alfregadero bajo la ventana, que daba al mar. Elhorizonte ya clareaba y el cielo iba tiñéndose detonos rosa y oro mientras el muchacho se lavaba yrecuperaba el hilo de las ideas que se le habíanrevelado en el oscuro jardín…

Ahora Dobby nunca podría decirles quién lohabía enviado al sótano, pero Harry sabía muybien qué había visto: un ojo de un azul intenso lohabía mirado desde aquel fragmento de espejo, y apartir de ahí había recibido ayuda. «Y Hogwarts

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siempre ayudará al que lo pida.» Se secó lasmanos sin prestar atención al bello espectáculo delamanecer ni a los murmullos de los demás en elsalón. Miró por la ventana hacia el horizonte y sesintió más cerca que nunca de la esencia de todoaquel enigma.

Continuaba notando punzadas en la cicatriz, ysabía que Voldemort también estaba llegando a esepunto de comprensión. Harry lo entendía y no loentendía a la vez; su intuición le decía una cosa yel cerebro otra muy distinta. El Dumbledore queahora visualizaba, con las manos juntas a la alturade los ojos como si rezara, lo observaba y lesonreía.

«Él le dio el desiluminador a Ron. Supo lo queharía… Le proporcionó una forma de volver…

»Y también entendió a Colagusano… Supo quehabía una pizca de remordimiento ahí escondida,en algún rincón…

»Y si conocía las reacciones de ambos… ¿quésabía acerca de mí?

»¿Acaso lo que pretendía de mí era que tuvieraconocimiento de la realidad pero que noemprendiera ninguna búsqueda? ¿Sabía lo duroque me resultaría eso? ¿Me lo puso tan difícil porese motivo, para que tuviera tiempo de

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comprenderlo?»Harry se quedó inmóvil con los ojos

empañados, contemplando el punto por dondeempezaba a asomar un sol deslumbrante. Entoncesse miró las manos recién lavadas y se sorprendióal ver que sujetaban un trapo. Lo dejó y regresó alvestíbulo, pero por el camino notó unos furiososlatidos en la cicatriz al mismo tiempo que, rápidocomo el reflejo de una libélula sobre el agua, lepasaba por la mente la silueta de un edificio queconocía muy bien.

Bill y Fleur estaban al pie de la escalera.—Necesito hablar con Griphook y Ollivander

—dijo Harry.—No puede seg —repuso Fleur—. Tendgás

que espegag, Hagy. Están los dos heguidos,cansados…

—Perdonadme —repuso Harry con calma—,pero no tenemos tiempo. Necesito hablar con ellosahora mismo, en privado y por separado. Es muyurgente.

—¿Qué demonios pasa, Harry? —terció Bill—.Te presentas aquí con un elfo doméstico muerto yun duende casi inconsciente; Hermione está comosi la hubieran torturado, y Ron no quiere contarmenada…

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—No podemos explicarte qué estamoshaciendo —dijo Harry cansinamente—.Perteneces a la Orden, Bill, y sabes queDumbledore nos encomendó una misión. Pero nopodemos hablar de ella con nadie.

Fleur chasqueó la lengua, impaciente, pero sumarido no desvió la mirada de los ojos de Harry(resultaba difícil descifrar la expresión de su carallena de cicatrices).

—Está bien —dijo Bill al fin—. ¿Con quiénquieres hablar primero?

Harry titubeó. Sabía lo importante que era sudecisión. Apenas les quedaba tiempo y habíallegado el momento de decidir: ¿Horrocruxes oReliquias de la Muerte?

—Con Griphook —contestó—. Primero hablarécon Griphook.

El corazón le latía muy deprisa, como si llevaraun rato corriendo y acabara de salvar un obstáculoenorme.

—Pues ven —indicó Bill, y lo guió por laescalera.

Apenas hubo subido unos escalones, Harry sedetuvo y miró hacia atrás.

—¡Os necesito a los dos! —les gritó a Ron yHermione, medio escondidos en la entrada del

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salón.Ambos se dejaron ver con una extraña

expresión de alivio.—¿Cómo te encuentras? —le preguntó Harry a

Hermione—. Estuviste increíble. No sé cómo fuistecapaz de inventar esa historia con el daño que teestaba haciendo esa bruja…

Hermione compuso una débil sonrisa; Ron larodeó con un brazo y preguntó:

—¿Qué vamos a hacer ahora, Harry?—Ya lo veréis. ¡Vamos!Los tres amigos siguieron a Bill por la escalera

y llegaron a un pequeño rellano en el que habíatres puertas.

—Aquí es —dijo Bill abriendo la puerta de sudormitorio.

La habitación también tenía vistas al mar,moteado de dorado a la luz del amanecer. Harry seacercó a la ventana, se puso de espaldas alespectacular paisaje y, cruzando los brazos,esperó; todavía notaba punzadas en la cicatriz.Hermione se sentó en la butaca que había junto altocador, y Ron en el reposabrazo de la misma.

Enseguida reapareció Bill con el pequeñoduende en brazos y lo depositó con cuidado en lacama. Griphook le dio las gracias y Bill se marchó y

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cerró la puerta.—Perdona que te haya hecho traer aquí —dijo

Harry—. ¿Cómo tienes las piernas?—Me duelen. Pero se están curando.Todavía llevaba en las manos la espada de

Gryffindor y su mirada era extraña, entre agresiva eintrigada. Harry observó aquel personaje de pielcetrina, largos y delgados dedos, ojos negros, piesalargados y sucios (iba descalzo porque Fleur lehabía quitado los zapatos), un poco más alto queun elfo doméstico y con una cabeza abombadamás grande que la de un humano.

—Supongo que no recordarás… —comenzóHarry.

—¿… que soy el duende que te llevó hasta tucámara la primera vez que visitaste Gringotts? —lointerrumpió Griphook—. Pues sí, lo recuerdo,Harry Potter. También entre los duendes eresfamoso.

Ambos se miraron con cierto recelo, comosopesándose. Dado que a Harry seguía doliéndolela cicatriz, quería acabar la entrevista cuanto antes,pero también temía hacer un movimiento en falso.Mientras intentaba decidir la mejor forma deplantear su petición, el duende rompió el silencio.

—Has enterrado al elfo —dijo con inesperada

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hostilidad—. Te he visto hacerlo desde la ventanadel dormitorio contiguo.

—Sí, en efecto.Griphook lo miró con el rabillo de sus rasgados

y negros ojos, y aseveró:—Eres un mago muy poco común, Harry

Potter.—¿Qué quieres decir? —repuso el muchacho

frotándose distraídamente la cicatriz.—Has cavado tú mismo la tumba.—Sí, ¿y qué?Griphook no contestó y Harry creyó que se

estaba burlando de él por haberse comportadocomo un muggle, pero no le importaba que alduende le gustara o no la tumba de Dobby. Asípues, se preparó para afrontar la cuestión que leinteresaba.

—Griphook, quiero preguntarte…—También has rescatado a un duende.—¿Q… qué?—Me has traído aquí y me has salvado.—Bueno, espero que no me lo eches en cara

—dijo Harry, un poco impaciente ya.—No, no te lo reprocho, Harry Potter —

respondió Griphook, y con un dedo se enroscó ladelgada y negra barba—, pero eres un mago muy

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raro.—Vale. Verás, necesito ayuda, Griphook, y tú

puedes dármela.El duende no hizo ningún comentario para

animarlo a hablar, sino que se limitó a observarlocon ceño, como si jamás hubiera visto a nadieparecido a él.

—Necesito entrar en una cámara de Gringotts.Harry no había previsto exponer su proyecto

de forma tan directa, y lo dijo precisamente cuandonotaba una fuerte punzada en la cicatriz en formade rayo y veía, una vez más, la silueta deHogwarts. No obstante, cerró la mente con firmeza,pues primero debía ocuparse de Griphook. Ron yHermione lo observaban como si se hubiera vueltoloco.

—Oye, Harry… —dijo Hermione, pero elduende la interrumpió:

—¿Entrar por la fuerza en una cámara deGringotts? —dijo, e hizo una pequeña mueca dedolor al cambiar de postura en la cama—. Eso esimposible.

—No, no lo es —lo contradijo Ron—. Ya se hahecho alguna vez.

—Sí, así es —confirmó Harry—. El mismo díaque nos conocimos, Griphook: el día de mi

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cumpleaños, hace siete años.—La cámara en cuestión estaba vacía en aquel

momento —le espetó el duende, y Harrycomprendió que, aunque Griphook se hubieramarchado de Gringotts, lo ofendía la idea de quealguien abriera una brecha en las defensas delbanco de los magos—. Su protección eraprácticamente nula.

—Pues la cámara en que necesitamos entrar noestá vacía, e imagino que la habrán protegido muybien —especuló Harry—, porque pertenece a losLestrange.

Ron y Hermione intercambiaron una mirada,perplejos, pero ya tendría tiempo para explicárselodespués de que Griphook hubiera dado unarespuesta.

—No tenéis ninguna posibilidad —replicó elduende cansinamente—. Ninguna. Acuérdate dela inscripción: «Así que si buscas por debajo denuestro suelo un tesoro que nunca fue tuyo…»

—«Ladrón, te hemos advertido, tencuidado…» Sí, lo sé, la recuerdo a la perfección.Pero yo no pretendo hacerme con ningún tesoro,ni intento coger nada para beneficiarmepersonalmente. ¿Me crees?

El duende lo miró de soslayo. El muchacho no

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paraba de notar punzadas en la cicatriz, pero lasdesechó, negándose a admitir su dolor y lainvitación que éste encerraba.

—Si existiera un mago del que pueda creer queno busca un beneficio personal —dijo Griphook alfin—, serías tú, Harry Potter. Los duendes y elfosno están acostumbrados a recibir la protección niel respeto que tú has mostrado esta noche. Almenos, no a recibirlos de los portadores de varita.

—Portadores de varita… —repitió Harry.Semejante expresión le sonó extraña, pero lacicatriz no cesaba de darle punzadas mientrasVoldemort dirigía sus pensamientos hacia el norte,y él ansiaba interrogar a Ollivander, que esperabaen la habitación contigua.

—Hace mucho tiempo que los magos y losduendes se disputan el derecho a utilizar varitas—musitó el duende.

—Bueno, vosotros podéis hacer magia sinnecesidad de ellas —observó Ron.

—¡Eso es irrelevante! Los magos se niegan acompartir los secretos de las varitas con losrestantes seres mágicos, y de ese modo nosimpiden ampliar nuestros poderes.

—Pero los duendes tampoco comparten sumagia con nadie —replicó Ron—. No quieren

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decirnos, por ejemplo, cómo fabrican sus espadasni sus armaduras. Los duendes saben trabajar elmetal de un modo que los magos nunca…

—Bueno, da igual —cortó Harry al ver queGriphook se enfurecía—. Esto no es un combatede magos contra duendes ni contra ninguna otracriatura mágica…

—¡Pues sí, se trata precisamente de eso! —exclamó Griphook soltando una desagradablerisotada—. ¡A medida que el Señor Tenebrosoadquiere mayor poder, vuestra raza se afirma cadavez más sobre la mía! De tal manera que Gringottscae bajo el dominio de los magos, los elfosdomésticos mueren asesinados, ¿y quién protestaentre los portadores de varita ante estosacontecimientos?

—¡Nosotros! —intervino Hermione. Se habíaincorporado y los ojos le echaban chispas—.¡Nosotros protestamos! ¡Y a mí me persiguen tantocomo a cualquier duende o elfo, Griphook! ¡Soyuna sangre sucia!

—No te llames… —masculló Ron.—¿Por qué no? —replicó ella—. ¡Soy una

sangre sucia y a mucha honra! ¡Yo no estoy enmejor posición que tú en este nuevo orden,Griphook! En casa de los Malfoy fue a mí a quien

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decidieron torturar, ¿sabes? —Se separó el cuellode la bata para mostrar el delgado corte, todavíaenrojecido, que le había hecho Bellatrix en el cuello—. ¿Sabías que fue Harry quien liberó a Dobby yque desde hace años intentamos que liberen a loselfos domésticos? —Ron se rebulló, incómodo, enel brazo de la butaca—. ¡Nadie desea más quenosotros que Quien-tú-sabes sea vencido!

El duende la miró con la misma curiosidad conque había observado antes a Harry.

—¿Qué queréis de la cámara de los Lestrange?—preguntó—. La espada que hay dentro es unafalsificación; la auténtica es ésta. —Los miró deuno en uno—. Me parece que eso ya lo sabíais.Por ese motivo me pedisteis que mintiera, ¿no esasí?

—Pero la espada falsa no es lo único que hayen la cámara —replicó Harry—. ¿Tú has visto lasotras cosas que hay allí? —El corazón le palpitabamás que antes, y redobló sus esfuerzos porignorar el dolor pulsante de la cicatriz.

El duende volvió a retorcerse la barba con eldedo y le dijo:

—Hablar de los secretos de Gringotts vacontra nuestro código de honor. Somos losguardianes de tesoros fabulosos; los

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responsables de los objetos puestos a nuestrocuidado, muchas veces forjados con nuestraspropias manos. —Acarició la espada mientrasmiraba a los tres chicos de hito en hito, primero aHarry, luego a los otros dos, y de nuevo a Harry.Al fin murmuró—: Sois muy jóvenes para pelearcontra tantos.

—¿Nos ayudarás? —lo urgió Harry—. Nopodemos entrar en Gringotts sin la ayuda de unduende. Eres nuestra única oportunidad.

—Me… lo… pensaré —dijo Griphook con unalentitud exasperante.

—Pero… —musitó Ron, enojado; Hermione ledio un codazo en las costillas.

—Gracias —dijo Harry.El duende inclinó su enorme y abombada

cabeza, y luego flexionó las cortas piernas.—Creo que el crecehuesos ya ha hecho su

trabajo —afirmó mientras se acomodaba conpetulancia en la cama de Bill y Fleur—. Quizápueda dormir por fin. Si me disculpáis…

—Sí, desde luego —dijo Harry, pero antes desalir de la habitación cogió la espada que elduende conservaba a su lado. Éste no protestó,pero al cerrar la puerta a Harry le pareció detectarresentimiento en sus ojos.

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—¡Qué imbécil! —susurró Ron—. Disfrutamanteniéndonos en suspenso.

—Harry —susurró Hermione apartando a susdos amigos de la puerta hacia el centro del rellano,todavía oscuro—, me ha parecido que insinuabasque en la cámara de los Lestrange hay otroHorrocrux. ¿Es así?

—Sí, eso supongo, porque Bellatrix se pusohistérica cuando creyó que habíamos estado allí.Estaba aterrorizada. Pero ¿por qué? ¿Qué imaginóque habíamos visto o nos habíamos llevado? Debede tratarse de algo muy importante, pues laaterraba pensar que Quien-vosotros-sabéis seenterara.

—Pero, a ver, ¿no buscamos sitios donde hayaestado Quien-vosotros-sabéis, o donde hayahecho algo importante? —preguntó Ron, perplejo—. ¿Acaso ha estado alguna vez en la cámara delos Lestrange?

—No sé si ha entrado alguna vez en Gringotts—respondió Harry—. De joven nunca tuvodinero, porque no recibió nada en herencia. Perodebió de ver la banca mágica por fuera la primeravez que fue al callejón Diagon.

El dolor de la cicatriz no remitía, pero Harry lodesdeñó una vez más; quería que sus amigos

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entendieran sus intenciones respecto a Gringottsantes de hablar con Ollivander.

—Supongo que Quien-vosotros-sabéis debíade envidiar a cualquiera que tuviera la llave de unacámara de Gringotts, pues lo consideraría unsímbolo real de pertenencia al mundo de losmagos. Y no olvidéis que él confiaba en Bellatrix ysu esposo. Éstos fueron sus más leales siervosantes de que cayera, y quienes se dedicaron abuscarlo cuando desapareció. Le oí decirlo lanoche que regresó. —Se frotó la cicatriz—.Aunque no creo que le revelara a Bellatrix que setrataba de un Horrocrux. Al fin y al cabo, a LuciusMalfoy nunca le contó toda la verdad sobre eldiario. Seguramente le dijo que era un bien muypreciado y le pidió que lo guardara en su cámara.Según Hagrid, es el lugar más seguro del mundopara guardar algo que quieres esconder… despuésde Hogwarts, claro.

Cuando Harry les hubo explicado susrazonamientos, Ron le dijo admirado:

—Qué bien lo entiendes.—Sólo algunas cosas —repuso Harry—.

Cosas sueltas… Ojalá entendiera igual de bien aDumbledore. Pero ya veremos. Vamos, es el turnode Ollivander.

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Ron y Hermione estaban confusos peroimpresionados cuando cruzaron el rellano con suamigo y llamaron a la puerta enfrente deldormitorio de Bill y Fleur. Ollivander contestó conun débil «¡Adelante!».

El fabricante de varitas yacía en la cama másalejada de la ventana; había pasado más de un añoen el sótano de la Mansión Malfoy, y Harry sabíaque lo habían torturado al menos en una ocasión.Estaba escuálido y le sobresalían los huesos delrostro bajo la amarillenta tez; los ojos gris plataparecían enormes en las hundidas cuencas, y lasmanos, posadas sobre la manta, se asemejaban alas de un esqueleto. Los tres amigos se sentaronen la otra cama; desde allí no se veía el solnaciente. La habitación daba al jardín quebordeaba la parte superior del acantilado, dondese hallaba la tumba recién cavada.

—Perdone que lo moleste, señor Ollivander —dijo Harry.

—Hijo mío —repuso Ollivander con un hilo devoz—, nos has rescatado. Creí que moriríamos enaquel sótano. Nunca podré agradecértelo…nunca… lo suficiente.

—Lo hicimos de buen grado.Le dolía cada vez más la cicatriz. Tenía la

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certeza de que apenas les quedaba tiempo parallegar antes que Voldemort a aquello queperseguía, y para intentar frustrar sus planes.Sintió una pizca de pánico… Sin embargo, habíatomado una decisión al optar por hablar primerocon Griphook. Fingiendo una calma que no sentía,rebuscó en el monedero de piel de moke y sacó lasdos mitades de su rota varita.

—Necesito ayuda, señor Ollivander.—Pídeme lo que quieras, lo que quieras, hijo.—¿Puede reparar esta varita? ¿Tiene arreglo?Ollivander tendió una temblorosa mano y

Harry le puso las dos mitades, unidas sólo por unhilillo, en la palma.

—Acebo y pluma de fénix —musitó Ollivander—; veintiocho centímetros; bonita y flexible.

—Sí, sí —dijo Harry—. ¿Puede…?—No puedo —susurró Ollivander—. Lo

siento, lo siento mucho, pero una varita que hasufrido semejante daño no puede repararse porningún medio que yo conozca.

Harry se había preparado para oír esarespuesta, pero aun así le afectó mucho. Cogió lasdos mitades y volvió a guardarlas en el monederocolgado del cuello. Ollivander no le quitó la vistaal bolsito en que había desaparecido la varita rota

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hasta que Harry, sacándolas del bolsillo, le mostrólas dos varitas que se había llevado de casa de losMalfoy.

—¿Puede identificar éstas? —preguntó.El fabricante cogió la primera, se la acercó a los

descoloridos ojos, la hizo rodar entre los nudososdedos y la dobló un poco.

—Nogal y fibras de corazón de dragón —sentenció—; treinta y dos centímetros; rígida.Pertenecía a Bellatrix Lestrange.

—¿Y qué me dice de esta otra?Ollivander repitió el examen y recitó:—Espino y pelo de unicornio; veinticinco

centímetros; bastante elástica. Era de DracoMalfoy.

—¿Era? —repitió Harry—. ¿Ya no lo es?—Es posible que no. Si tú se la quitaste…—Sí, se la quité.—… entonces es posible que sea tuya. La

forma de cogerla es importante, por supuesto, perotambién depende mucho de la propia varita. Engeneral, cuando alguien gana una varita, la lealtadde ésta cambia.

Todos guardaron silencio y sólo se oía ellejano murmullo del mar.

—Habla usted como si las varitas tuvieran

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sentimientos —observó Harry—, como sipensaran por ellas mismas.

—Verás, la varita elige al mago —explicóOllivander—. Los que hemos estudiado el arte deestos instrumentos siempre lo hemos tenido claro.

—Pero, aun así, una persona puede utilizar unavarita que no la haya elegido a ella, ¿no? —preguntó Harry.

—Sí, claro. Si eres un buen mago, puedescanalizar tu magia a través de casi cualquierinstrumento. No obstante, los mejores resultadosse obtienen cuando existe la máxima afinidad entreel mago y la varita, pero esas conexiones soncomplejas. Puede darse una atracción inicial ydespués una búsqueda mutua de experiencia; lavarita aprende del mago, y viceversa.

Las olas del mar acariciaban la orilla yproducían un sonido lastimero.

—Yo se la quité a Draco Malfoy por la fuerza—especificó Harry—. ¿Puedo utilizarla sin peligro?

—Creo que sí. La propiedad de las varitas serige por leyes sutiles, pero normalmente una varitaconquistada se somete a su nuevo amo.

—Entonces ¿puedo usar ésta? —preguntóRon sacando la varita de Colagusano del bolsillo ymostrándosela a Ollivander.

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—Castaño y fibras de corazón de dragón;veintitrés centímetros y medio; quebradiza —ladescribió Ollivander—. Me obligaron a fabricarlapara Peter Pettigrew poco después de que mesecuestraran. Creo que, si la ganaste, lo másprobable es que te obedezca y lo haga mejor quecualquier otra varita.

—Y eso vale para todas, ¿no? —preguntóHarry.

—Eso creo —contestó Ollivander dirigiendosus saltones ojos hacia el muchacho—. Hacespreguntas muy profundas, Potter. El arte de lasvaritas es una complicada y misteriosa rama de lamagia.

—Así pues, ¿no es necesario matar alpropietario anterior para tomar plena posesión deuna varita?

—¿Necesario? No, yo no diría que lo sea.—Pero según algunas leyendas… —repuso

Harry; se le aceleró el corazón y el dolor de lacicatriz aumentó de nuevo. Estaba seguro de queVoldemort había decidido llevar su idea a lapráctica—. Existen ciertas leyendas sobre varitasque han pasado de mano en mano mediante elasesinato.

Ollivander palideció de miedo. En contraste

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con la blanca almohada, adquirió una tonalidadgris clara, y los ojos inyectados en sangre se ledesorbitaron.

—Se trata de una única varita, creo —susurró.—Y Quien-usted-sabe la está buscando,

¿verdad? —preguntó Harry.—Yo… ¿Cómo…? —musitó Ollivander con voz

ronca, y dirigió una mirada suplicante a Ron yHermione—. ¿Cómo lo sabes?

—Quien-usted-sabe quería que usted leexplicara cómo destruir la relación que existe entrenuestras varitas, ¿no es así? —continuó Harry.

Ollivander estaba aterrado y se defendió:—¡Me torturó! ¡No lo olvides! ¡Me hizo la

maldición cruciatus!… ¡No tuve más remedio quedecirle lo que sabía y sospechaba!

—Lo comprendo —repuso Harry—. Perodígame, ¿le habló a Quien-usted-sabe de losnúcleos centrales gemelos? ¿Le dijo que bastabacon que tomara prestada la varita de otro mago?

Ollivander estaba horrorizado, petrificado, porla cantidad de información que manejaba Harry.Asintió con la cabeza lentamente.

—Pero no dio resultado —prosiguió elmuchacho—. Mi varita volvió a vencer a la suya,que era prestada. ¿Sabe usted por qué?

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Ollivander negó con la cabeza con la mismalentitud con que había asentido, y dijo:

—Nunca… había oído nada parecido. Esanoche tu varita hizo algo absolutamenteexcepcional. La conexión de los núcleos centralesgemelos es increíblemente inusual; sin embargo,no entiendo por qué tu varita rompió la prestada…

—Estábamos hablando de la otra varita, señorOllivander, de esa que cambia de mano medianteun asesinato. Cuando Quien-usted-sabe se diocuenta de que mi varita había hecho algo raro,regresó para preguntarle sobre esa otra varita, ¿noes cierto?

—¿Cómo lo sabes? —Harry no contestó—. Sí,me lo preguntó —susurró Ollivander—. Queríasaberlo todo sobre la varita conocida como VaraLetal, Varita del Destino o Varita de Saúco.

Harry miró de soslayo a Hermione, queescuchaba atónita.

—El Señor Tenebroso —continuó Ollivandercon una voz queda que denotaba pánico—siempre se mostró satisfecho con la varita que lehice (de tejo y pluma de fénix, treinta y cuatrocentímetros y medio), hasta que descubrió laconexión de los núcleos centrales gemelos. Ahorabusca otra varita más poderosa, la única capaz de

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vencer a la tuya.—Pero pronto sabrá, si no lo sabe ya, que la

mía se ha roto y no puede repararse —dijo Harry.—¡No! —terció Hermione, asustada—. Eso no

puede saberlo, Harry. ¿Cómo va a…?—Con el Priori Incantatem —dijo Harry—.

Nos dejamos tu varita y la varita de endrino encasa de los Malfoy, Hermione. Si las examinandebidamente y les hacen recrear los últimoshechizos que han realizado, comprobarán que latuya rompió la mía, verán que intentaste repararlay no lo conseguiste, y comprenderán que desdeentonces he estado utilizando la varita de endrino.

El poco color que Hermione había recuperadodesde su llegada volvió a desaparecerle del rostro.Ron le echó a Harry una mirada de reproche ycomentó:

—Bueno, no nos preocupemos por esoahora…

—El Señor Tenebroso ya no busca la Varita deSaúco sólo para destruirte, Potter —intervinoOllivander—. Está decidido a poseerla porque creeque lo convertirá en verdaderamente invulnerable.

—¿Y usted cree que si la poseyera seríainvulnerable?

—Mira, el propietario de la Varita de Saúco

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sabe que se expone a ser atacado —dijoOllivander—, pero he de admitir que la idea delSeñor Tenebroso en posesión de la Vara Letal es…formidable.

De pronto Harry recordó que el día que habíaconocido a Ollivander no supo qué pensar de él.Incluso ahora, después de que Voldemort lohubiera secuestrado y torturado, la idea de unmago tenebroso en posesión de esa varita parecíacautivarlo tanto como lo horrorizaba.

—Entonces, ¿cree usted… que esa varita existeen realidad, señor Ollivander? —preguntóHermione.

—Sí, desde luego. Y es perfectamente posibleseguirle la pista a través de la historia. Haylagunas, por descontado, largos períodos en quese la pierde de vista, ya sea porque se extravió oporque estuvo escondida; pero siempre reaparece.Además, posee ciertas características que losversados en el arte de las varitas sabemosreconocer. Existen referencias escritas, algunascrípticas, que otros fabricantes de varitas y yo noshemos encargado de estudiar, y te aseguro quetienen el sello de la autenticidad.

—De modo que usted… ¿usted no opina quese trata de un cuento de hadas, o un mito? —

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insistió Hermione, aún con esperanza.—No, nada de eso —respondió Ollivander—.

Lo que ignoro es si para pasar de un propietario aotro tiene que producirse a la fuerza un asesinato.Su historia es sangrienta, pero eso podría debersea que es un objeto muy atractivo y, porconsiguiente, despierta grandes pasiones en losmagos. Es inmensamente poderosa, peligrosa ensegún qué manos y un objeto que ejerce unaincreíble fascinación sobre todos los que nosdedicamos al estudio del poder de esosinstrumentos.

—Señor Ollivander —intervino Harry—, ustedle dijo a Quien-usted-sabe que Gregorovitch teníala Varita de Saúco, ¿verdad?

Ollivander palideció hasta adquirir aspecto defantasma y balbuceó:

—Pero ¿cómo…? ¿Cómo sabes tú…?—Eso no importa. —Le dolía tanto la cicatriz

que cerró los ojos y, durante escasos segundos,vio la calle principal de Hogsmeade, todavíaoscura, porque estaba mucho más al norte—. ¿Ledijo a Quien-usted-sabe que Gregorovitch tenía lavarita?

—Eso era un rumor —susurró Ollivander—, unrumor que circulaba muchos años antes de que tú

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nacieras. Creo que lo difundió el propioGregorovitch. Imagínate lo conveniente que seríapara el negocio de un fabricante de varitas que sesospechara que estaba estudiando y duplicandolas cualidades de la Varita de Saúco.

—Sí, ya lo imagino —dijo Harry, y se levantó—. Una última pregunta, señor Ollivander, y lodejaremos descansar. ¿Qué sabe usted de lasReliquias de la Muerte?

—Las… ¿qué? —preguntó el fabricante devaritas, perplejo.

—Las Reliquias de la Muerte.—Me temo que no sé de qué me hablas.

¿Tienen algo que ver con las varitas?Harry le escrutó el demacrado rostro y decidió

que no fingía. No sabía nada de las reliquias.—Gracias —dijo—. Muchas gracias. Ahora lo

dejamos descansar.Ollivander parecía afligido.—¡Me estaba torturando! —farfulló—. Me

hizo la maldición cruciatus, no tienes idea de…—Sí la tengo —replicó Harry—. Claro que la

tengo. Ahora descanse, por favor. Gracias porcontarme todo esto.

Harry bajó la escalera seguido de Ron yHermione. Bill, Fleur, Luna y Dean estaban

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sentados alrededor de la mesa de la cocina, cadauno con su taza de té. Al verlo en el umbral, todosalzaron la vista, pero él se limitó a saludarlos conuna cabezada y precedió a sus dos amigos hasta eljardín. Una vez fuera, se dirigió hacia el túmulo detierra rojiza que cubría el cadáver de Dobby. Lacabeza no paraba de dolerle y tenía que hacer unesfuerzo tremendo para ahuyentar las visiones queintentaban penetrar en su mente, pero debíaaguantar un poco más. Pronto se rendiría, porquenecesitaba saber si su teoría era correcta. De modoque haría un breve esfuerzo más para explicárselotodo a Ron y Hermione.

—Hace mucho tiempo, Gregorovitch tenía laVarita de Saúco —les explicó—. Y yo vi cómo lobuscaba Quien-vosotros-sabéis. Cuando loencontró, se enteró de que ya no la tenía porqueGrindelwald se la había robado. No sé cómo elladrón averiguó que estaba en poder deGregorovitch, pero si éste fue lo bastante estúpidopara difundir el rumor, no creo que le resultaradifícil… —Voldemort estaba ante la verja deHogwarts; Harry lo veía allí quieto, y también veíael farol oscilando en el crepúsculo, cada vez máscerca—. Así pues, Grindelwald utilizó la Varita deSaúco para hacerse poderoso. Y cuando se halló

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en la cima del poder, Dumbledore comprendió queél era el único capaz de detenerlo, de modo que sebatió en duelo con Grindelwald, lo venció y lequitó la Varita de Saúco.

—¿Que Dumbledore tenía la Varita de Saúco?—se extrañó Ron—. Pero entonces… ¿dónde estáahora?

—En Hogwarts —contestó Harry luchandopara permanecer con ellos en el jardín, al borde delacantilado.

—¡Pues vamos para allá! —saltó Ron—.¡Vamos a buscarla antes de que lo haga él, Harry!

—Es demasiado tarde. —Harry no aguantabamás, pero se agarró la cabeza con ambas manospara intentar soportarlo—. Él sabe dónde está. Yase encuentra allí.

—¡Harry! —se enfadó Ron—. ¿Desde cuándolo sabes? ¿Por qué hemos perdido tanto tiempo?¿Por qué hablaste primero con Griphook?Podríamos haber ido… Todavía podríamos ir…

—No —dijo Harry, y se arrodilló en la hierba—. Hermione tiene razón: Dumbledore no queríaque yo tuviera esa varita, no quería que laconsiguiera. Quería que encontrara losHorrocruxes.

—¡Pero si es la varita invencible, Harry! —

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protestó Ron.—No, yo no tengo que… Yo debo conseguir

los Horrocruxes…De pronto todo se volvió frío y oscuro; el sol

apenas se veía en el horizonte mientras él sedeslizaba al lado de Snape por los jardines, endirección al lago.

—Me reuniré contigo en el castillo dentro depoco —dijo con su aguda e inexpresiva voz—.Ahora vete.

Snape asintió y echó a andar de nuevo por elsendero, la capa negra ondeándole detrás. Harrycaminó despacio esperando a que la figura deSnape se perdiera de vista. No convenía que elprofesor, ni nadie, viera adónde iba. Por fortuna nohabía luces en las ventanas del castillo, aunquebien pensado él podía ocultarse… Al cabo de unsegundo se había hecho un encantamientodesilusionador que lo volvió invisible incluso asus propios ojos.

Continuó caminando alrededor del borde dellago, contemplando el contorno de su amadocastillo, su primer reino, el territorio sobre el cualtenía un derecho indiscutible…

Y junto al lago, reflejada en las oscuras aguas,se hallaba la tumba de mármol blanco, una

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innecesaria mancha en el familiar paisaje. Sintióotra vez aquel arrebato de euforia controlada,aquel embriagador afán de destrucción, y levantóla vieja varita de tejo… ¡Qué adecuado que ésafuera su última gran actuación!

La tumba se rajó de arriba abajo; la figuraamortajada era tan alta y delgada como lo habíasido en vida. Voldemort levantó de nuevo la varita.

Entonces se desprendió la mortaja. La caraestaba traslúcida, pálida, demacrada, y sinembargo casi perfectamente conservada. Lehabían dejado puestas las gafas en la torcida nariz,y eso le inspiró irrisión y desdén. Dumbledoretenía las manos entrelazadas sobre el pecho, y…allí estaba la varita, entre sus manos, enterrada conél.

¿Qué se había creído aquel viejo idiota? ¿Queel mármol o la muerte protegerían la varita? ¿Talvez que al Señor Tenebroso le daría miedo violarsu tumba? La mano con aspecto de arañadescendió en picado y arrancó la varita de la presade Dumbledore, y al hacerlo una lluvia de chispassalió de su punta, centelleando sobre el cadáverde su último propietario, lista para servir, por fin, aun nuevo amo.

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L

CAPÍTULO 25

El Refugio

A casita de Bill y Fleur, de paredes encaladasy cubiertas de conchas incrustadas, se alzaba

aislada en lo alto de un acantilado que daba al mar;era un lugar precioso pero solitario. En cualquiersitio de la pequeña casa o del jardín que estuviera,Harry oía el constante flujo y reflujo de la marea,semejante al respirar de una criatura enorme yapaciblemente dormida. Durante los días

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siguientes, en vez de quedarse en la abarrotadavivienda, siempre se inventaba alguna excusa paraalejarse y se iba en busca de la magnífica vista delcielo despejado, del ancho mar desierto que sedivisaba desde el acantilado, y de la caricia delviento frío y salado en la cara.

La trascendencia de su determinación de nocompetir con Voldemort para quedarse con lavarita todavía lo asustaba. No recordaba ningunaocasión en que hubiera decidido no actuar, demodo que lo asaltaban innumerables dudas, unasdudas que Ron no dejaba de expresar siempre queestaban juntos.

—¿Y si Dumbledore quería que averiguáramosel significado del símbolo a tiempo para hacernoscon la varita? ¿Y si descifrar ese símbolo teconvertía en merecedor de conseguir las reliquias?Si de verdad es la Varita de Saúco, Harry, ¿cómodemonios vamos a acabar con Quien-tú-sabes?

Harry no tenía respuestas, y, además, habíamomentos en que se preguntaba si había sido unaabsoluta locura no haber intentado impedir queVoldemort profanara la tumba. Ni siquiera era capazde explicar de forma satisfactoria por qué habíadecidido no hacerlo, y cada vez que trataba dereconstruir los argumentos internos que lo habían

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llevado a esa conclusión, éstos le parecían menosconvincentes.

Lo raro era que el apoyo de Hermione le hacíasentirse tan confuso como cuando Ron leplanteaba sus dudas. Por su parte, Hermione, aquien ya no le quedaba más remedio que aceptarque la Varita de Saúco existía, afirmaba que ésta eraun objeto maldito, y que el método utilizado porVoldemort para obtenerla había sido tanrepugnante que ellos no podían ni planteárselo.

—Tú jamás habrías podido hacer eso, Harry —decía una y otra vez—. Tú jamás habríasprofanado la tumba de Dumbledore.

Pero pensar en el cadáver de Dumbledoreasustaba a Harry mucho menos que la posibilidadde que hubiera entendido mal las intenciones delanciano profesor en vida. Era como si aún semoviera a tientas en la oscuridad; había elegido uncamino, sí, pero seguía mirando atrás,preguntándose si habría malinterpretado lasseñales y si no debería haber hecho lo contrario.De vez en cuando volvía a enfurecerse conDumbledore, y su rabia era tan potente como lasolas que rompían contra el acantilado bajo lacasita, una ira que el profesor no le había explicadoantes de morir.

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—Pero ¿seguro que está muerto? —preguntóRon cuando ya llevaban tres días en El Refugio.

Harry estaba absorto mirando por encima delmuro que separaba el jardín del acantilado cuandose presentaron Ron y Hermione; él habríapreferido que no lo hubieran encontrado, porqueno quería participar en su discusión.

—Sí, Ron, claro que está muerto —dijo la chica—. ¡No volvamos a empezar, por favor!

—Bien, pero observa los hechos, Hermione —dijo Ron, aunque era como si hablara con Harry,que seguía contemplando el horizonte—: la ciervaplateada, la espada, el ojo que Harry vio en elespejo…

—Harry ya ha admitido que lo del ojo pudoimaginárselo. ¿No es así, Harry?

—Sí, así es —confirmó el chico sin mirarla.—Pero no crees que te lo imaginaras, ¿verdad?

—preguntó Ron.—No, no lo creo.—¡Pues ya está! —se apresuró a decir Ron

antes de que Hermione replicara—. Si no eraDumbledore, explícame cómo supo Dobby queestábamos en el sótano, Hermione.

—No puedo explicarlo, pero ¿puedes explicartú cómo nos lo envió Dumbledore si yace en una

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tumba en los jardines de Hogwarts?—¡No lo sé! ¡Quizá lo hizo su fantasma!—Dumbledore no habría vuelto en forma de

fantasma —sentenció Harry. Había muy pocascosas acerca del anciano profesor de las queestaba seguro, pero de eso no tenía ninguna duda—. Habría seguido más allá.

—¿Qué quieres decir con que habría seguidomás allá? —preguntó Ron, pero, antes de queHarry contestara, una voz dijo a sus espaldas:

—¿Hagy?Fleur, a quien la brisa hacía ondear la larga y

plateada cabellera, había salido de la casa y seacercó a ellos.

—Hagy, Guiphook quiegue hablag contigo.Está en el dogmitoguio pequeño. Dice que noquiegue que os oiga nadie.

A Fleur no le hacía ninguna gracia que elduende la enviara a transmitir mensajes, y parecíaenojada cuando volvió dentro.

Griphook los estaba esperando, como habíadicho Fleur, en el más pequeño de los tresdormitorios, donde dormían Hermione y Luna.Había corrido las cortinas de algodón rojo y el solque se filtraba por ellas daba a la habitación unintenso resplandor rojizo que desentonaba con la

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sosegada y delicada atmósfera del resto de la casa.—He tomado una decisión, Harry Potter —

anunció el duende, sentado con las piernascruzadas en una butaca baja mientras tamborileabaen los brazos con sus largos y flacos dedos—.Aunque los duendes de Gringotts lo consideraránuna traición abyecta, he decidido ayudaros…

—¡Estupendo! —saltó Harry, aliviado—.Gracias, Griphook, estamos muy…

—… pero a cambio de una recompensa —añadió el duende.

Harry titubeó, desprevenido.—¿Cuánto quieres? Tengo oro.—No es oro lo que deseo; yo también tengo

oro. —Los ojos le echaban chispas—. Quiero laespada; la espada de Godric Gryffindor.

El ánimo de Harry cayó en picado.—Eso no puedo dártelo —replicó—. Lo siento

mucho.—Entonces tendremos dificultades —dijo el

duende sin alterarse.—Te daremos otra cosa —intervino Ron,

impaciente—. Seguro que los Lestrange poseenmuchos objetos de valor; podrás escoger lo quequieras cuando entremos en la cámara.

Pero Ron se había equivocado, y Griphook

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enrojeció de ira.—¡Yo no soy un vulgar ladrón, chico! ¡No

intento hacerme con tesoros sobre los que notengo ningún derecho!

—Pero esa espada es nuestra…—No, no lo es —lo contradijo el duende.—Nosotros somos miembros de la casa de

Gryffindor, y la espada pertenecía a GodricGryffindor…

—Y antes de pertenecer a Gryffindor, ¿de quiénera? —replicó el duende al mismo tiempo que seenderezaba.

—De nadie —respondió Ron—. La hicieronpara él, ¿no?

—¡No, no es cierto! —gritó el duende,enfurecido, apuntando a Ron con un dedo—.¡Otra vez la arrogancia de los magos! ¡Esa espadaera de Ragnuk I, y Godric Gryffindor se la quitó!¡Es un tesoro perdido, una obra maestra de laartesanía de los duendes, y nos pertenece! ¡Laespada es el precio de mis servicios, lo tomáis o lodejáis! —Y les lanzó una mirada desafiante.

Harry miró a sus dos amigos y dijo:—Tenemos que discutirlo, Griphook, si no te

importa. ¿Nos concedes unos minutos?El duende asintió con la cabeza, pero se lo veía

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irritado.Bajaron al vacío salón y Harry, muy

preocupado, se acercó a la chimenea intentandotomar una decisión. Ron, detrás de él, sentenció:

—Se está burlando de nosotros; no podemospermitir que se quede esa espada.

—Hermione, ¿es verdad que Gryffindor robó laespada? —preguntó Harry.

—No lo sé —contestó ella, desorientada—.Muchas veces, la Historia de la Magia trata muypor encima lo que los magos han hecho a otrasrazas mágicas, pero, que yo sepa, no hay ningúntexto que afirme que Gryffindor la robó.

—Debe de ser uno de esos cuentos deduendes sobre cómo los magos siempre intentanmeterles goles —opinó Ron—. Supongo quepodemos considerarnos afortunados de que nonos haya pedido una varita.

—Los duendes tienen buenos motivos paradespreciar a los magos, Ron —dijo Hermione—.En el pasado los han tratado muy mal.

—Pero ellos tampoco son precisamente unosconejitos suaves y sedosos, ¿verdad? —replicóRon—. Han matado a muchos magos y tambiénhan jugado sucio.

—De acuerdo, pero discutir con Griphook

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sobre cuál de las dos razas juega más sucio y conmayor violencia no va a convencerlo de que nosayude, ¿no crees?

Guardaron silencio mientras cavilaban algunamanera de solucionar el problema. Cuando Harrymiró por la ventana la tumba de Dobby, vio queLuna estaba poniendo siemprevivas azules en untarro de mermelada junto a la lápida.

—Vale —soltó Ron, y Harry lo miró—. A verqué os parece esto: le decimos que necesitamos laespada sólo para entrar en la cámara, y despuésque se la quede. Allí dentro hay una falsificación,¿no? Pues damos el cambiazo y le entregamos lacopia.

—Pero Ron, ¿no ves que él sabrá distinguirlasmejor que nosotros? —protestó Hermione—. ¡Élfue quien detectó que las habían cambiado!

—Ya, pero podríamos largarnos antes de quese diera cuenta… —Ron se echó a temblar ante lamirada que le lanzó Hermione.

—O sea que le pedimos ayuda y luego lotraicionamos, ¿no? Eso es una canallada —explotóella—. ¿Y después dices que no entiendes por quéa los duendes no les gustan los magos?

Al chico se le pusieron las orejas coloradas.—¡Está bien, está bien! ¡Es lo único que se me

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ocurre! ¿Qué solución propones tú?—Tenemos que ofrecerle otra cosa, algo que

tenga un valor equiparable.—¡Ah, genial! Voy a buscar otra de nuestras

antiguas espadas fabricadas por duendes y tú sela envuelves para regalo.

Volvieron a guardar silencio. Harry estabaconvencido de que el duende no aceptaría otracosa que no fuera aquella espada, aunqueencontraran algo igual de valioso que ofrecerle.Sin embargo, era la única e indispensable arma deque disponían contra los Horrocruxes.

Cerró los ojos un momento y se quedóescuchando el sonido del mar. La posibilidad deque Gryffindor hubiera robado la espada no legustaba; él siempre se había sentido orgulloso depertenecer a esa casa; el mago fundador habíasido el defensor de los hijos de muggles y quiense había opuesto a los fanáticos de la sangrelimpia de la casa de Slytherin…

—Es posible que Griphook nos esté mintiendo—dijo por fin, abriendo los ojos—. Tal vezGryffindor no robó esa espada. ¿Cómo sabemosque la versión de la historia que tienen losduendes es la correcta?

—¿Qué importa eso? —repuso Hermione.

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—Para mí es importante, se trata de algopersonal —dijo Harry y respiró hondo—. Lediremos que podrá quedarse la espada después deayudarnos a entrar en la cámara, pero evitaremosdecirle exactamente cuándo se la daremos.

Ron esbozó una lenta sonrisa; Hermione, encambio, pareció alarmada y protestó:

—Harry, no podemos…—Se la quedará cuando la hayamos utilizado

para destruir todos los Horrocruxes. Me aseguraréde que entonces la recupere; cumpliré mi palabra.

—¡Pero podrían pasar años! —objetóHermione.

—Ya lo sé, pero no es necesario que él lo sepa.En realidad, no le diré ninguna mentira.

Harry la miró con una mezcla de rebeldía yvergüenza al recordar las palabras grabadas en laentrada de Nurmengard: «Por el bien de todos.»Pero apartó esa idea porque ¿qué alternativatenían?

—No me gusta —dijo Hermione.—A mí tampoco me gusta mucho —admitió

Harry.—Pues yo creo que es una idea genial —

afirmó Ron, y se puso en pie—. Vamos aproponérselo.

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Volvieron al dormitorio pequeño y Harryplanteó al duende la oferta en los términosacordados, sin determinar el momento de laentrega de la espada. Mientras él hablaba,Hermione miraba al suelo con el entrecejofruncido, y Harry se molestó, porque temió queesa actitud los delatara. Sin embargo, Griphooksólo le prestaba atención a él.

—¿Me das tu palabra, Harry Potter, de que si teayudo me entregarás la espada de Gryffindor?

—Sí, te la doy.—Entonces démonos la mano —ofreció el

duende.Harry le estrechó la mano, aunque se preguntó

si los ojos del hombrecillo detectarían algún receloen los suyos. Griphook lo soltó, dio una palmada yexclamó:

—¡Bueno! ¡Manos a la obra!Fue como planear otra vez la entrada en el

ministerio. Se pusieron a trabajar en el mismodormitorio, quedándose en penumbra porque elduende así lo prefería.

—La cámara de los Lestrange es una de lasmás viejas; sólo he entrado en ella una vez —comentó Griphook—, cuando me dijeron quedejara allí la espada falsa. Las familias de magos

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más antiguas guardan sus tesoros en el nivel másprofundo, donde se hallan las cámaras másgrandes y mejor protegidas.

Pasaban horas enteras encerrados en ladiminuta habitación, y poco a poco los días ibancomponiendo semanas. Surgía un problema trasotro que tenían que solventar, y uno de ellos —noprecisamente el menos grave— era que se estabanagotando sus reservas de poción multijugos.

—Sólo queda poción para uno de nosotros —anunció Hermione inclinando la botella quecontenía la espesa y fangosa poción a la luz de lalámpara.

—Con eso bastará —dijo Harry mientrasexaminaba el mapa de los pasillos más profundosque había dibujado Griphook.

Como es lógico, los otros habitantes de ElRefugio se percataron de que los tres jóvenestramaban algo, porque sólo salían del dormitorio ala hora de las comidas. Nadie les hacía preguntas,aunque muchas veces, cuando estaban sentados ala mesa, Harry sorprendía a Bill mirándolos a lostres, pensativo y con gesto de preocupación.

Cuanto más tiempo pasaban juntos, más sedaba cuenta Harry de que el duende no le caíamuy bien. Griphook resultó una criatura

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asombrosamente sanguinaria, se reía imaginandoel sufrimiento de otras criaturas inferiores yparecía disfrutar con la posibilidad de que tuvieranque hacer daño a otros magos para llegar hasta lacámara de los Lestrange. Sus dos amigoscompartían su desagrado, pero no lo comentaron,porque necesitaban a Griphook.

El duende comía con los demás, aunque aregañadientes, pues, incluso después de que se lecuraran las piernas, seguía pidiendo que lellevaran la comida a su habitación, como hacíancon Ollivander, que todavía estaba débil; hastaque Bill (tras un arrebato de ira de Fleur) subió adecirle que no podían seguir haciéndolo. Desdeentonces, Griphook comía con ellos alrededor de laabarrotada mesa, aunque se negaba a comer lomismo que los demás y se empeñaba enalimentarse de carne cruda, raíces y algunas setas.

Harry se sentía responsable; al fin y al cabo,era él quien había insistido en que el duende sequedara en El Refugio para poder interrogarlo; éltenía la culpa de que toda la familia Weasleyhubiera tenido que esconderse y de que ni Bill, niFred, ni George ni el señor Weasley pudieran ir atrabajar.

—Lo lamento, Fleur —se disculpó el chico una

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tempestuosa noche de abril mientras la ayudaba apreparar la cena—. Nunca fue mi intención quetuvieras que soportar tantas molestias.

Ella acababa de poner unos cuchillos a trabajar,cortando bistecs para Griphook y Bill, que desdeque lo atacara Greyback prefería la carne muycruda. Al escuchar las disculpas de Harry, suexpresión de fastidio se suavizó.

—Hagy, jamás olvidagué que le salvaste lavida a mi hegmana.

Eso no era estrictamente cierto, pero elmuchacho decidió no recordarle que Gabriellenunca había corrido peligro.

—Además —prosiguió Fleur apuntando con lavarita a un cazo de salsa colocado encima de unfogón, que empezó a borbotar de inmediato—, elseñog Ollivandeg se magcha esta noche a casa deMuguiel. Eso facilitagá las cosas. Así que elduende —añadió frunciendo un poco el entrecejo— puede instalagse abajo, y Gon, Dean y túpodéis ocupag esa habitación.

—No nos importa dormir en el salón —aseguróHarry, pues sabía que a Griphook no iba a hacerleninguna gracia tener que ocupar el sofá (que elduende estuviera contento era fundamental parasus planes)—. No te preocupes por nosotros. —Y

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al ver que Fleur se disponía a protestar, agregó—:Además, Ron, Hermione y yo pronto te dejaremosen paz también; no tendremos que quedarnosmucho tiempo aquí.

—¿Qué quiegues decig? —se extrañó ellamientras apuntaba con la varita a una cazuelasuspendida en el aire—. ¡No debéis magchagos!¡Aquí estáis a salvo!

Al hablar de ese modo, a Harry le recordómucho a la señora Weasley, y se alegró de que enese momento entraran por la puerta trasera Luna yDean, con el cabello mojado por la lluvia; veníancargados de maderas que habían recogido en laplaya.

—… y las orejas muy pequeñas —estabadiciendo Luna—, como las de los hipopótamos,dice mi padre, pero moradas y peludas. Y si quieresllamarlos, tienes que tararear; lo que más les gustason los valses y la música lenta en general…

Dean, que parecía un poco agobiado, hizo unelocuente gesto al pasar al lado de Harry, pero fuetras Luna hasta el sal??n comedor, donde Ron yHermione estaban preparando la mesa para lacena. Aprovechando la ocasión de eludir laspreguntas de Fleur, Harry cogió dos jarras de zumode calabaza y los siguió.

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—… y si alguna vez vienes a mi casa, teenseñaré el cuerno. Mi padre me escribiócontándome de él, pero todavía no lo he visto,porque los mortífagos se me llevaron del expresode Hogwarts y no pude ir a mi casa por Navidad—proseguía Luna mientras Dean y ella encendíanel fuego de la chimenea.

—Ya te lo hemos dicho, Luna —le comentóHermione—, ese cuerno explotó y no era desnorkack de cuernos arrugados, sino deerumpent…

—No, no; era un cuerno de snorkack —insistióLuna con calma—. Me lo dijo mi padre.Seguramente ya se habrá reparado, porque searreglan por sí mismos.

Hermione sacudió la cabeza y continuórepartiendo tenedores. Por la escalera apareció Billprecediendo al señor Ollivander, que todavíaestaba muy débil y se aferraba al brazo del chico,quien lo ayudaba a bajar y le llevaba la enormemaleta.

—Voy a echarlo mucho de menos, señorOllivander —dijo Luna acercándose al anciano.

—Y yo a ti, querida. —Le dio unas palmaditasen el hombro—. Fuiste un valiosísimo consuelopara mí en aquel espantoso lugar.

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—Bueno, au revoir, señog Ollivandeg —dijoFleur plantándole dos besos en las mejillas—.¿Podguía haceg el favog de entguegagle estepaquete a tía Muguiel? Todavía no le he devueltola diadema.

—Será un honor —dijo Ollivander con unainclinación de la cabeza—. Es lo menos que puedohacer para agradeceros vuestra generosahospitalidad.

Fleur sacó un gastado estuche de terciopelo ylo abrió para mostrarle su contenido al fabricantede varitas. La diadema destelló a la luz de lalámpara que pendía del techo.

—Ópalos y diamantes —observó Griphook,que había entrado sigilosamente en la habitaciónsin que Harry lo viera—. Hecha por duendes,¿verdad?

—Y pagada por magos —replicó Bill, y elduende le lanzó una rápida mirada desafiante.

Un fuerte viento azotaba las ventanas de lapequeña vivienda cuando Bill y Ollivanderemprendieron la marcha. Los demás se apretujaronalrededor de la mesa; codo con codo y sin apenasespacio para moverse, empezaron a comer,mientras el fuego chisporroteaba y danzaba en lachimenea. Harry se fijó en que Fleur sólo

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jugueteaba con la comida y miraba por la ventanaa cada momento; por fortuna, Bill regresó antes deque hubieran terminado el primer plato, aunque elviento le había enredado el largo cabello.

—Todo ha ido bien —le dijo a Fleur—.Ollivander ya está instalado en casa de tía Muriel,y mis padres te mandan saludos. Ginny os envíarecuerdos a todos. Fred y George están sacandode quicio a Muriel porque todavía dirigen sunegocio mediante el Servicio de Envío por Lechuzadesde un cuartito. Pero recuperar su diadema la haanimado un poco; me ha dicho que creía que se lahabían robado.

—¡Ay! Tu tía es charmante —dijo Fleurceñuda. Agitó la varita e hizo que los platossucios se elevaran y se amontonaran en el aire;entonces los cogió y salió del comedor.

—Mi padre ha hecho una diadema —intervinoLuna—. Bueno, en realidad es una corona. —Sonriendo, Ron miró de reojo a Harry y éstededujo que su amigo se estaba acordando delridículo sombrero que habían visto en la casa deXenophilius—. Sí, está intentando recrear ladiadema perdida de Ravenclaw. Cree que ya haidentificado todos los elementos fundamentales;añadir las alas de billywig ha sido una idea muy

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original…Se oyó un fuerte golpe en la puerta de la calle y

todos se volvieron hacia allí. Fleur, asustada, salióa toda prisa de la cocina; Bill se puso en pie de unbrinco, apuntando a la puerta con la varita; Harry,Ron y Hermione hicieron otro tanto, mientras queGriphook, sigiloso, se escondió debajo de la mesa.

—¿Quién hay ahí? —gritó Bill.—¡Soy yo, Remus John Lupin! —respondió

una voz superando el bramido del viento. Harry seestremeció de miedo; ¿qué habría pasado?—. ¡Soyun hombre lobo, estoy casado con NymphadoraTonks, y tú, el Guardián de los Secretos de ElRefugio, me revelaste la dirección y me instaste avenir aquí en caso de emergencia!

—Lupin —murmuró Bill, y corrió hacia lapuerta para abrirla de golpe.

Lupin se derrumbó en el umbral; envuelto enuna capa de viaje y con el entrecano cabello muyalborotado, se lo veía muy pálido. No obstante, seenderezó, miró alrededor para ver quién había allí yentonces gritó:

—¡Es un niño! ¡Le hemos puesto Ted, como elpadre de Dora!

Hermione se puso a chillar:—¿Qué? ¿Que Tonks… que Tonks ha tenido el

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bebé?—¡Sí, sí! ¡Ha tenido el bebé! —gritó Lupin.Todos dieron gritos de alegría y suspiros de

alivio. Hermione y Fleur gritaron «¡Enhorabuena!».Y Ron dijo «¡Vaya, un bebé!», como si jamáshubiera oído nada parecido.

—Sí, sí… Es un niño —repitió Lupin, queparecía aturdido de felicidad. Rodeó la mesa dandozancadas y abrazó a Harry; era como si la escenaen el sótano de Grimmauld Place nunca hubieratenido lugar—. ¿Querrás ser el padrino? —lepreguntó.

—¿Yo…? —balbuceó el muchacho.—Sí, sí, tú. Dora está de acuerdo, no se nos

ocurre nadie mejor…—Pues… sí, claro. Vaya…Harry estaba abrumado, atónito, encantado.

Bill fue a buscar vino y Fleur intentó convencer aLupin para que se quedara a brindar con ellos.

—No puedo quedarme mucho rato, tengo queregresar —dijo el hombre lobo mirándolos a todoscon una sonrisa de oreja a oreja, y Harry se fijó enque parecía muy rejuvenecido—. Gracias, gracias,Bill.

Bill no tardó en llenarles la copa a todos;formaron un corro y alzaron las copas.

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—¡Por Teddy Remus Lupin —brindó Lupin—,un gran mago en potencia!

—¿A quién se paguece? —preguntó Fleur.—Yo creo que se parece a Dora, pero ella dice

que es igual que yo. No tiene mucho pelo; al nacerlo tenía negro, pero al cabo de una hora ya se lehabía vuelto pelirrojo. Seguramente, a estas alturasya debe de tenerlo rubio. Andrómeda dice que aTonks le cambió el color del pelo el mismo día quenació. —Vació la copa de un trago—. Va, sólo unamás —pidió sonriente, y Bill se la llenó.

El viento azotaba la casita, pero el fuegochisporroteaba y caldeaba la sala; Bill no tardó enabrir otra botella de vino. La noticia de Lupin habíalogrado que se olvidaran de sus problemas y loshabía liberado un rato de su estado de sitio; labuena nueva de un nacimiento resultabaestimulante. Al único que parecía no afectarleaquel repentino ambiente festivo era al duende,quien poco después se retiró al dormitorio queahora ocupaba él solo. Harry creyó que él era elúnico que se había fijado, pero vio que Bill loseguía con la mirada mientras subía por la escalera.

—No, no. De verdad, tengo que marcharme —aseguró Lupin al fin, rehusando otra copa de vino.Se levantó y se echó por encima la capa—. Adiós,

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adiós. Volveré dentro de unos días e intentarétraeros fotografías. Todos se alegrarán cuando lesdiga que os he visto…

Se abrochó la capa y se despidió, abrazando alas mujeres y estrechando la mano a los hombres,y luego, todavía sonriente, se perdió en latempestuosa noche.

—¡Vas a ser padrino, Harry! —dijo Bill cuandose encontraron en la cocina ayudando a recoger lamesa—. ¡Qué gran honor! ¡Felicidades!

Mientras Harry depositaba las copas vacías enel fregadero, Bill cerró la puerta, de modo quedejaron de oírse las animadas voces de los demás,que seguían celebrando el acontecimiento pese aque Lupin ya se había marchado.

—Mira, quería hablar en privado contigo,Harry. Con la casa tan llena de gente, hasta ahorano he encontrado el momento. —Bill vaciló uninstante, pero añadió—: Tú estás planeando algocon Griphook. —No era una pregunta sino unaafirmación, y Harry no se molestó en desmentirla;se limitó a mirar a Bill—. Conozco a los duendes,pues llevo trabajando en Gringotts desde que salíde Hogwarts. Y si se puede hablar de amistad entremagos y duendes, puedo asegurar que yo tengoamigos que pertenecen a esa raza, o al menos los

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conozco bien y simpatizo con ellos. —Titubeó otravez—. ¿Qué le has pedido a Griphook y qué le hasprometido a cambio?

—Eso no puedo decírtelo —contestó Harry—.Lo siento.

En ese momento Fleur abrió la puerta de lacocina; traía más copas y platos.

—Espera un momento, por favor —le dijo Bill.Ella se retiró y él volvió a cerrar la puerta—.Entonces, Harry, tengo que decirte una cosa: sihas hecho alguna clase de trato con Griphook, ysobre todo si incluye algún objeto de valor, debestener mucho cuidado. Los conceptos depropiedad, pago y recompensa de los duendes noson los mismos que los de los humanos.

Harry sintió un leve malestar, como si unapequeña serpiente se hubiera estremecido en suinterior.

—¿Qué quieres decir? —preguntó.—Mira, estamos hablando de seres de otra

raza. Los tratos entre magos y duendes siemprehan sido tensos, desde hace siglos. Pero eso yadebes de saberlo, porque has estudiado Historiade la Magia. Ambos han cometido errores, y yo nodigo que los magos hayan sido siempre inocentes.Sin embargo, algunos duendes creen (y los de

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Gringotts son los más inclinados a esa opinión)que cuando se trata de oro y tesoros, no se puedeconfiar en los magos, porque éstos no respetan elconcepto de propiedad que tienen ellos.

—Yo respeto… —murmuró Harry, pero Billmovió la cabeza y le dijo:

—Tú no lo entiendes, Harry, ni puedeentenderlo nadie que no haya trabajado conduendes. Para éstos, el verdadero amo decualquier objeto es su fabricante, no la personaque lo ha comprado. De manera que todos losobjetos elaborados por ellos son, a sus ojos,legítimamente suyos.

—Pero si alguien compra un objeto…—En ese caso lo consideran alquilado por ese

alguien. Les cuesta mucho entender la idea de quelos objetos hechos por ellos pasen de un mago aotro. Ya viste qué cara puso Griphook cuando viola diadema; no lo aprueba. Creo que piensa, aligual que los más fieros de su raza, que deberíanhabérsela devuelto a ellos cuando murió lapersona que la había comprado. Tanto es así queconsideran nuestra costumbre de conservar losobjetos hechos por ellos, y la de heredarlos de unmago a otro sin volver a desembolsar dinero, pocomenos que un robo.

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Harry tuvo un mal presentimiento y sepreguntó si Bill sabía más de lo que aparentaba.

—Lo único que te aconsejo —añadió Bill antesde volver al salón— es que tengas mucho cuidadocon lo que prometes a los duendes, porque seríamenos peligroso entrar por la fuerza en Gringottsque faltar a una promesa hecha a uno de ellos.

—De acuerdo —dijo Harry—. Gracias. Lotendré en cuenta.

Siguió a Bill para reunirse con los demás y loasaltó un pensamiento irónico, producto sin dudadel vino ingerido: parecía encaminado aconvertirse en un padrino tan temerario paraTeddy Lupin como Sirius Black lo había sido paraél.

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Y

CAPÍTULO 26

Gringotts

A tenían los planes hechos y habíanterminado los preparativos. En el dormitorio

más pequeño, sobre la repisa de la chimenea, habíaun frasquito de cristal que contenía un solo pelonegro, largo y grueso, que habían recuperado deljersey que Hermione llevaba puesto cuandoestuvieron en la Mansión Malfoy.

—Y utilizarás su varita —indicó Harry

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señalando la varita de nogal—. Yo creo que darásel pego.

Hermione la cogió con miedo, como si temieraque le mordiera o le picara.

—La odio —musitó—. La odio, de verdad. Meproduce una sensación muy rara, y no mefunciona bien. Es como un trozo de… de ella.

Harry recordó que Hermione no le había hechocaso cuando él se quejó de que no le gustaba lavarita de endrino; al contrario, había insistido enque eso de que no funcionara bien eran sóloimaginaciones suyas y que únicamente tenía quepracticar. Pero decidió no pagarle con la mismamoneda; la víspera del asalto a Gringotts noparecía el momento idóneo para provocarenfrentamientos.

—Supongo que te resultará más fácil si temetes en la piel del personaje —le sugirió Ron—.¡Piensa en todo lo que ha hecho esa varita!

—¡Pero si a eso mismo me refiero! —replicóHermione—. Ésta es la varita que torturó a lospadres de Neville y a quién sabe cuánta gentemás. Y sobre todo ¡es la varita que mató a Sirius!

Harry no había caído en la cuenta; al mirarahora aquel instrumento, sintió un incontrolableimpulso de romperlo, de cortarlo por la mitad con

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la espada de Gryffindor, que estaba apoyadacontra la pared, a su lado.

—Echo de menos mi varita —dijo la chica contristeza—. Es una lástima que el señor Ollivanderno haya podido hacerme una nueva a mí también.

Esa misma mañana, Ollivander le había enviadouna varita nueva a Luna, y ésta se hallaba en eljardín trasero, poniendo a prueba sus habilidadesal sol de la tarde. Dean, a quien los Carroñeroshabían quitado también la varita, la contemplabacon aire compungido.

Harry observó entonces la varita de espinoque había pertenecido a Draco Malfoy y lesorprendió —tanto como le complació— descubrirque funcionaba como mínimo tan bien como la queHermione le había dado. Recordando lo queOllivander les había contado sobre elfuncionamiento secreto de las varitas mágicas,Harry creyó saber cuál era el problema deHermione: ella no se había ganado la lealtad de lavarita de nogal porque no se la había quitadopersonalmente a Bellatrix.

Mientras así discurrían, se abrió la puerta deldormitorio y entró Griphook. Instintivamente,Harry cogió la espada y se la acercó más, peroenseguida se arrepintió, porque se dio cuenta de

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que al duende no le pasó inadvertido el gesto. Conánimo de reparar su error, dijo:

—Estábamos repasando los últimos detalles,Griphook. Les hemos dicho a Bill y Fleur quepartiremos mañana, y que no es necesario que selevanten para despedirnos.

Habían sido intransigentes en ese punto,porque Hermione tendría que transformarse enBellatrix antes de marcharse, y cuanto menossupieran o sospecharan sobre lo que se disponíana hacer, mejor. También les habían comunicado queno regresarían, por lo que Bill les prestó otratienda de campaña, ya que habían perdido la dePerkins en el episodio con los Carroñeros. Ahorala nueva tienda estaba guardada en el bolsito decuentas, que Hermione había protegido de losCarroñeros mediante el sencillo recurso demetérselo dentro del calcetín, lo cual habíaimpresionado a Harry.

Aunque añoraría a los que se quedaban allí,por no mencionar las comodidades de que habíandisfrutado en El Refugio aquellas últimas semanas,Harry anhelaba poner fin a su confinamiento.Estaba harto de tener que asegurarse de que nadielos escuchaba, y de quedarse encerrado en aqueldiminuto y oscuro dormitorio. Pero, sobre todo,

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tenía muchas ganas de librarse de Griphook. Sinembargo, cómo y cuándo exactamente iban asepararse del duende sin entregarle la espada deGryffindor seguía siendo una pregunta sinrespuesta. Aún no habían decidido cómo loharían, porque el duende casi nunca dejaba solosa los tres jóvenes más de cinco minutos. «Podríadarle clases a mi madre», había comentado un díaRon, porque los largos dedos del duendeasomaban una y otra vez por los bordes de laspuertas. Harry, que no había olvidado laadvertencia de Bill, sospechaba que Griphookestaba alerta por si los chicos intentaban algunaartimaña. Además, había perdido toda esperanzade que Hermione, que desaprobaba la intención deengañar al duende, aportara alguna idea luminosapara llevar su plan a buen puerto; en cuanto aRon, lo único que había dicho, en las rarasocasiones en que conseguían liberarse deGriphook unos minutos para hablar a solas, era:«Tendremos que improvisar, colega.»

Harry durmió mal esa noche. De madrugada,mientras permanecía despierto en la cama,rememoró la noche anterior a su incursión en elMinisterio de Magia y recordó que entonces lodominaba una firme determinación, rayana en el

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entusiasmo. En cambio, lo que sentía en esemomento era una aguda ansiedad y un torbellinode acuciantes dudas, además del temor de quetodo iba a salir mal. Una y otra vez se repetía lomismo: su plan era bueno, Griphook sabía a qué seenfrentaban y estaban bien preparados para todaslas posibles dificultades, pero aun así se sentíamuy intranquilo. En un par de ocasiones oyó aRon cambiar de posición y tuvo la certeza de queél también estaba despierto, pero como compartíanel salón con Dean no dijo nada.

Sintió un gran alivio cuando dieron las seis ypudieron abandonar los sacos de dormir, vestirseen la penumbra y salir con sigilo al jardín, dondehabían acordado reunirse con Hermione yGriphook. Era un amanecer frío, aunque estaban enmayo, y al menos no había viento. Harry miró eloscuro cielo, donde las estrellas todavía titilabandébilmente, y oyó el murmullo de las olasrompiendo contra el acantilado. Se dijo que iba aechar de menos ese sonido.

Unos pequeños brotes verdes asomaban através de la rojiza tierra de la tumba de Dobby; alcabo de un año, el túmulo estaría cubierto deflores. La piedra blanca donde había grabado elnombre del elfo ya había adquirido un aspecto

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envejecido. Harry se dio cuenta de que no habríanpodido enterrar a Dobby en un lugar más hermosoque aquél, pero aun así le dolía mucho dejarlo allí.Mientras contemplaba la tumba, se preguntó unavez más cómo habría sabido el elfo adónde teníaque ir a rescatarlos. Involuntariamente, tocó conlos dedos el monedero que llevaba colgado delcuello, y al palparlo notó el irregular fragmento decristal en el que estaba seguro de haber visto losojos de Dumbledore. Entonces oyó abrirse unapuerta y se dio la vuelta.

Bellatrix Lestrange cruzaba el jardín a grandeszancadas hacia ellos, acompañada de Griphook.Mientras caminaba, guardaba el bolsito de cuentasen el bolsillo interior de otra vieja túnica de las quese habían llevado de Grimmauld Place. Aunquesabía que en realidad era Hermione, Harry noconsiguió evitar un estremecimiento de odio. Eramás alta que él; el largo y negro cabello le caíaformando ondas por la espalda, y los ojos degruesos párpados lo miraron con desdén; pero,cuando habló, Harry reconoció a Hermione a pesarde la grave voz de Bellatrix.

—¡Sabía a rayos! ¡Era peor que la infusión degurdirraíz! Ron, ven aquí para que puedaarreglarte…

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—Vale, pero recuerda que no me gustan lasbarbas demasiado largas.

—¡Venga ya! ¡Esto no es ningún concurso debelleza!

—¡No es por eso, es que se me enreda contodo! Lo que me gustó fue esa nariz que mepusiste la última vez, un poco más corta; a ver si tesale igual.

Hermione suspiró y se puso a trabajar,murmurando por lo bajo mientras transformabavarios aspectos del físico de Ron. Tenían queconferirle una identidad falsa, y confiaban en queel aura de malignidad de Bellatrix contribuyera aprotegerlos. Harry y Griphook irían escondidosbajo la capa invisible.

—Ya está —dijo por fin Hermione—. ¿Qué teparece, Harry?

Era posible adivinar a Ron bajo su disfraz, peroHarry pensó que se debía a que él lo conocía muybien. Ahora Ron lucía un cabello castaño, largo yondulado; llevaba bigote y una tupida barba; laspecas se le habían borrado de la cara; la nariz eraancha y corta, y las cejas, gruesas.

—Bueno, no es mi tipo, pero creo que colará—bromeó Harry—. ¿Nos vamos ya?

Los tres contemplaron El Refugio, oscuro y

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silencioso bajo las estrellas, cada vez más débiles;luego echaron a andar hacia el punto, al otro ladodel muro que bordeaba el jardín, donde ya noactuaba el encantamiento Fidelio y donde podríandesaparecerse. Una vez pasada la verja, Griphookdijo:

—Creo que debería subirme ya, Harry Potter.Harry se agachó y el duende se le subió a la

espalda y entrelazó las manos alrededor del cuello.No pesaba mucho, pero al chico le fastidiaballevarlo a cuestas y le desagradaba lasorprendente fuerza con que se agarraba.Hermione sacó la capa invisible del bolsito decuentas y se la echó por encima a los dos.

—Perfecto —dijo ella agachándose para ver sia Harry se le veían los pies—. No veo nada.¡Vámonos!

Harry giró sobre los talones con Griphooksobre la espalda, y se concentró en imaginarse elCaldero Chorreante, la posada por donde seaccedía al callejón Diagon. El duende se aferró aúnmás a Harry cuando se sumieron en la opresoraoscuridad, y unos segundos más tarde sus piestocaron el suelo. Harry abrió los ojos y vio que sehallaban en Charing Cross Road. Los mugglesandaban con cara de dormidos, sin fijarse en la

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pequeña posada.El bar del Caldero Chorreante estaba casi

vacío. Tom, el encorvado y desdentado patrón,secaba vasos detrás de la barra; un par de magosque hablaban en voz baja en un rincón miraron aHermione y se retiraron a una parte más oscura dellocal.

—Señora Lestrange —murmuró Tom, y cuandoHermione pasó por delante de él inclinóservilmente la cabeza.

—Buenos días —dijo la muchacha.Harry, que la seguía con sigilo, con Griphook a

cuestas bajo la capa, vio que Tom se sorprendía.—Demasiado educada —susurró al oído de

Hermione cuando accedieron al pequeño patiotrasero de la posada—. ¡Tienes que tratar a lagente como si fueran escoria!

—¡De acuerdo, de acuerdo!Hermione sacó la varita mágica de Bellatrix y

golpeó un ladrillo de la pared que, aparentemente,no tenía nada de particular. Al instante, losladrillos giraron y cambiaron de posición, y enmedio de ellos apareció un agujero que fuehaciéndose cada vez más grande, hasta formar unarco que daba al estrecho y adoquinado callejónDiagon.

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Como las tiendas todavía no habían abierto, elcallejón estaba tranquilo y nada concurrido, perola sinuosa calle no se parecía en absoluto alajetreado lugar que, años atrás, Harry visitaraantes de su primer curso en Hogwarts. Muchastiendas estaban selladas con tablas, aunque desdesu última visita se habían inaugurado variosestablecimientos dedicados a las artes oscuras. Elmuchacho vio su retrato en numerosos letrerospegados en las ventanas que rezaban «Indeseablenº 1».

En algunos portales se apiñaban personajesharapientos, a quienes oyó suplicar a los escasostranseúntes, pidiéndoles oro y asegurando sermagos de verdad. También se fijó en un individuoque llevaba un ensangrentado vendaje en un ojo.

Nada más enfilar la calle, los mendigosrepararon en Hermione y se dispersaron,tapándose la cara con las capuchas y huyendo tanrápido como podían. Ella los observó concuriosidad, hasta que el individuo del vendajemanchado de sangre se acercó a ellatambaleándose.

—¡Mis hijos! —gritó señalándola con undedo. Tenía una voz cascada y aguda, y parecíamuy angustiado—. ¿Dónde están mis hijos? ¿Qué

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les ha hecho él? ¡Usted lo sabe! ¡Seguro que losabe!

—Yo… yo no… —balbuceó Hermione.El desconocido se abalanzó sobre ella e intentó

agarrarla por el cuello; entonces se produjo unestallido y una ráfaga de luz roja, y el hombre saliódespedido hacia atrás y quedó tendido en el suelo,inconsciente. Ron permaneció inmóvil, con lavarita en la mano y el brazo estirado, y a pesar dela barba se lo veía muy conmocionado. Variaspersonas se asomaron a las ventanas a amboslados de la calle, y un grupito de transeúntes deaspecto distinguido se recogieron las túnicas yapretaron el paso, deseosos de marcharse cuantoantes de aquel lugar.

Su aparición en el callejón Diagon no podíahaber levantado más sospechas; por un instante,Harry se preguntó si no sería mejor largarse ytratar de diseñar otro plan. Pero antes de quelograran moverse o consultarse unos a otros,alguien gritó a sus espaldas:

—¡Qué sorpresa, señora Lestrange!Harry se dio la vuelta y Griphook se le sujetó

más fuerte del cuello. Un mago alto y delgado, deabundante cabello entrecano y nariz larga yafilada, se acercaba a ellos a grandes zancadas.

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—Es Travers —susurró el duende al oído deHarry, pero el chico no cayó en la cuenta de quiénse trataba. Hermione se había erguido cuan largaera y dijo, con todo el desprecio de que fue capaz:

—¿Y qué quieres?El mago se detuvo en seco, claramente

ofendido.—¡Es otro mortífago! —susurró Griphook, y

Harry se desplazó hacia un lado para alertar aHermione.

—Sólo quería saludarla —dijo Travers confrialdad—, pero si mi presencia no es bienrecibida…

Entonces Harry reconoció su voz: Travers erauno de los mortífagos que habían acudido a lacasa de Xenophilius.

—No, no. Nada de eso, Travers —dijoHermione al instante, intentando reparar su error—. ¿Cómo estás?

—Bueno, confieso que me sorprende verla poraquí, Bellatrix.

—¿Ah, sí? ¿Por qué?—Pues… —se aclaró la garganta— tenía

entendido que los habitantes de la MansiónMalfoy estaban confinados en la casa, despuésde… de la… huida.

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Harry rogó que Hermione no perdiera la calma.Si lo dicho por Travers era cierto, y si Bellatrix nodebía dejarse ver en público…

—El Señor Tenebroso perdona a los que en elpasado le han sido fieles a ultranza —repusoHermione en una espléndida imitación de la másdesdeñosa Bellatrix—. Quizá tus méritos no seantan valiosos como los míos, Travers.

Aunque el mortífago continuaba con aireofendido, ya parecía menos receloso. Entoncesechó una ojeada al hombre al que Ron acababa deaturdir.

—¿La ha molestado ese desgraciado?—No tiene importancia. No volverá a hacerlo

—dijo Hermione con frialdad.—A veces esos Sin Varita resultan un incordio

—comentó Travers—. Mientras se limiten amendigar no tengo ninguna objeción, pero lasemana pasada una mujer se atrevió a pedirme queabogara en su favor ante el ministerio. «Soy unabruja, señor, soy una bruja. ¡Déjemedemostrárselo!» —imitó la chillona voz de la mujer—. ¡Como si fuera a prestarle mi varita! Por cierto—añadió con curiosidad—, ¿qué varita usa ahora,Bellatrix? He oído decir que la suya…

—¿Mi varita? ¿Qué pasa con ella? —cuestionó

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fríamente Hermione mostrándosela—. No sé quérumores habrás oído, Travers, pero por lo vistoestás mal informado.

El mortífago, un tanto sorprendido, se volvió ymiró a Ron.

—¿Quién es su amigo? —preguntó—. Creoque no lo conozco.

—Es el señor Dragomir Despard —contestóHermione (habían decidido que lo más prudenteera que Ron adoptara la identidad ficticia de unextranjero)—. No habla muy bien nuestro idioma,pero comprende y comparte los objetivos delSeñor Tenebroso. Ha venido desde Transilvaniapara ver cómo funciona nuestro nuevo régimen.

—¿Ah, sí? Encantado de conocerlo, Dragomir.—Igualmente —replicó Ron tendiéndole la

mano.Travers le ofreció dos dedos y le estrechó la

mano como si temiera ensuciarse.—¿Y qué los trae a usted y a su… comprensivo

amigo al callejón Diagon tan temprano? —quisosaber Travers.

—Tengo que ir a Gringotts.—¡Vaya! Yo también. ¡Maldito dinero! No

podemos vivir sin él, y sin embargo, confieso quelamento la necesidad de mantener tratos con

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nuestros amigos los dedilargos.Harry notó que las manos de Griphook le

apretaban más el cuello.—¿Vamos, pues? —dijo Travers invitando a

Hermione a ponerse en marcha.Ella no tuvo más remedio que caminar a su lado

por la sinuosa calle adoquinada, hacia donde seerigía el blanco edificio de Gringotts, quedescollaba sobre las pequeñas tiendas queflanqueaban la calle. Ron se situó junto a ellos, yHarry y Griphook, detrás.

Los chicos no tenían otra opción queresignarse a que los acompañara un mortífagosuspicaz y receloso, pero lo peor era que, comoTravers caminaba al lado de la falsa Bellatrix, Harryno podía comunicarse con ninguno de sus dosamigos. Enseguida llegaron al pie de la escalinatade mármol que conducía a las enormes puertas debronce. Tal como les advirtió en su momentoGriphook, los duendes de librea que normalmenteflanqueaban la entrada habían sido sustituidos pordos magos portadores de sendas barras doradas,largas y delgadas.

—¡Menuda sorpresa, sondas de rectitud! —suspiró Travers con gesto teatral—. ¡Quérudimentarias, pero qué eficaces!

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Subió los escalones y saludó con la cabeza alos dos magos de la entrada, quienes le repasarontodo el cuerpo con las barras. Harry sabía queaquellas sondas detectaban hechizos deocultación y objetos mágicos escondidos.Consciente de que sólo disponía de unossegundos para actuar, apuntó sucesivamente a losdos guardianes con la varita mágica de Draco ymurmuró dos veces: «¡Confundo!» Alcanzadospor el hechizo, los magos dieron un pequeñorespingo, pero Travers no se dio cuenta porqueestaba mirando el vestíbulo a través de las puertasde bronce.

Hermione intentó pasar de largo sin detenerse,con el negro y largo cabello ondeándole a laespalda.

—Un momento, señora —ordenó uno de losguardianes, levantando su sonda.

—¡Pero si ya me ha registrado! —exclamóHermione con la imperiosa y arrogante voz deBellatrix. Travers se dio la vuelta, extrañado.

Confundido, el guardián observó la larga ydorada sonda y luego miró a su compañero, quedenotando un ligero aturdimiento dijo:

—Sí, acabas de hacerlo, Marius.Hermione siguió adelante con la cabeza bien

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erguida y Ron a su lado; Harry y Griphook,invisibles, los siguieron al trote. Al trasponer elumbral, Harry miró hacia atrás y vio que los dosguardianes se rascaban la cabeza, perplejos.

Dos duendes custodiaban las puertasinteriores, de plata, en las que lucía grabado elpoema que advertía a quienquiera que se atrevieraa robar en Gringotts de las severas represalias quesufriría. Harry lo leyó, y de pronto lo asaltó elvívido recuerdo de verse a sí mismo en aquel sitioel día que cumplió once años (el cumpleaños másmaravilloso de su vida), mientras Hagrid, de pie asu lado, murmuraba: «Como te dije, hay que estarloco para intentar robar aquí.» Aquel día Gringottsle había parecido un lugar maravilloso, el almacénencantado de una fortuna que él ignoraba poseer,aunque jamás se le habría ocurrido imaginar quemás adelante volvería allí para robar… Segundosdespués, se encontraron en el inmenso vestíbulode mármol de la banca mágica.

Sentados en altos taburetes ante un largomostrador, unos duendes atendían a los primerosclientes del día. Hermione, Ron y Travers sedirigieron hacia uno de ellos, muy anciano, queexaminaba una gruesa moneda de oro con unmonóculo. Hermione dejó pasar primero a Travers

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con el pretexto de mostrarle a Ron los detallesarquitectónicos del vestíbulo.

El hombrecillo dejó la moneda, dijo«Leprechaun» sin dirigirse a nadie en particular ysaludó a Travers. Éste le entregó una diminutallave de oro que el duende escudriñó y se ladevolvió.

Entonces Hermione se acercó al mostrador.—¡Señora Lestrange! —exclamó el duende sin

disimular su asombro—. ¡Cielos! ¿En qué… en quépuedo ayudarla?

—Quiero entrar en mi cámara —dijo Hermione.El anciano se inquietó un poco. Harry echó un

vistazo alrededor: Travers seguía por allí y losobservaba; además, otros duendes habíaninterrumpido su trabajo y miraban con extrañeza aHermione.

—¿Tiene usted… algún documento queacredite su identidad?

—¿Algún documento que…? ¡Pero si jamás mehan pedido ninguno!

—¡Lo saben! —susurró Griphook al oído deHarry—. ¡Deben de haberlos prevenido de quepodría venir una impostora!

—Su varita servirá, señora —aseguró elduende, y tendió una mano ligeramente

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temblorosa. Harry comprendió que en Gringottsestaban al corriente de que a Bellatrix se la habíanrobado.

—¡Haz algo! ¡Haz algo ya! —le susurróGriphook con apremio—. ¡Lánzales la maldiciónimperius!

Harry alzó la varita de espino bajo la capa,apuntó al duende anciano y susurró por primeravez en su vida:

—¡Imperio!Una extraña sensación le recorrió el brazo: una

especie de tibio cosquilleo que al parecer le salíadel cerebro y viajaba por los tendones y las venasdel brazo, conectándolo con la varita mágica y conla maldición que acababa de lanzar. El duendecogió la varita de Bellatrix, la examinóminuciosamente y exclamó:

—¡Ah, veo que le han hecho una nueva,señora Lestrange!

—¡Qué dice! —se extrañó Hermione—. No, no,ésa es mi…

—¿Una varita nueva? —terció Traversacercándose otra vez al mostrador; los duendes dealrededor seguían observando—. Pero ¿cómo loha hecho? ¿A qué fabricante se la ha encargado?

Harry actuó sin pensar: apuntó a Travers y

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murmuró «¡Imperio!» una vez más.—¡Ah, sí, sí, claro! —exclamó Travers

contemplando la varita—. Es muy bonita. ¿Yfunciona bien? Siempre he opinado que a lasvaritas hay que domarlas un poco, ¿usted no?

Hermione estaba completamentedesconcertada, pero Harry, aliviado, vio queencajaba aquella extraña situación sin hacercomentarios.

Tras el mostrador, el duende anciano dio unaspalmadas. Acudió otro individuo de su raza másjoven.

—Necesitaré los cachivaches —le dijo elanciano. El joven se marchó y regresó al cabo deun momento con una bolsa de piel, a juzgar por elruido que hacía, llena de objetos metálicos. Se laentregó a su superior—. ¡Estupendo! —dijo éste—. Y ahora, si tiene la amabilidad de seguirme,señora Lestrange —indicó, bajando del taburete yperdiéndose de vista—, la acompañaré a sucámara.

El duende apareció por un extremo delmostrador y se les aproximó trotando con la bolsade piel, que seguía produciendo ruidos metálicos.Travers se había quedado inmóvil y con la bocaabierta. Ron lo observó con cara de desconcierto,

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y su expresión hizo que los demás se fijaran en esaextraña circunstancia.

—¡Bogrod! ¡Un momento! —Otro duendeacababa de llegar corriendo—. Tenemosinstrucciones —dijo tras saludar a Hermione conuna inclinación de la cabeza—. Disculpe, señoraLestrange, pero hemos recibido órdenesespecíficas con relación a la cámara de losLestrange.

Le susurró algo al oído a Bogrod, conurgencia, pero el duende que estaba bajo lamaldición imperius se lo quitó de encima diciendo:

—Estoy al corriente de las instrucciones. Laseñora Lestrange quiere visitar su cámara. La suyaes una familia muy antigua y son buenosclientes… Por aquí, por favor.

Y, haciendo sonar la bolsa, se encaminódeprisa hacia una de las muchas puertas por lasque se salía del vestíbulo. Harry miró a Travers,que continuaba allí plantado como si lo hubieranclavado en el suelo, con una expresióninusualmente ausente, y tomó una decisión: conuna sacudida de la varita, hizo que el mortífago losacompañara. Éste los siguió con mansedumbrehasta la puerta, y todos recorrieron un pasillo debastas paredes de piedra e iluminado con

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antorchas.—Estamos en un aprieto; sospechan de

nosotros —dijo Harry cuando la puerta se cerrótras ellos y se quitó la capa invisible. Griphook sebajó de sus hombros, pero ni Travers ni Bogrod sesorprendieron lo más mínimo al ver aparecer, depronto, a Harry Potter—. Les he hecho lamaldición imperius —explicó el muchacho aHermione y Ron, extrañados de ver a los dosindividuos quietos e inexpresivos—. Pero no sé silo he hecho bien, no sé si…

Entonces rescató otro recuerdo de su memoria:la primera vez que había intentado utilizar unamaldición imperdonable mientras la verdaderaBellatrix Lestrange le chillaba: «¡Tienes quesentirlas, Potter!»

—¿Qué hacemos? —preguntó Ron—. ¿Noslargamos de aquí ahora que todavía podemos?

—¿Tú crees que podemos? —replicó Hermionemirando hacia la puerta que daba al vestíbuloprincipal, detrás de la cual podía estar sucediendocualquier cosa.

—Ya que hemos llegado hasta aquí, propongoque continuemos —dijo Harry.

—¡Estupendo! —saltó Griphook—. Noobstante, necesitamos a Bogrod para que controle

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el carro que nos conducirá a la cámara, yo ya notengo autoridad para hacerlo. Pero no cabremostodos en el vehículo.

En vista de ello, Harry apuntó con la varita aTravers y exclamó de nuevo:

—¡Imperio!El mortífago se dio la vuelta y echó a andar

despacio por el oscuro pasillo.—¿Adónde va?—Le he ordenado que se esconda —

respondió Harry.Y a continuación apuntó con la varita a

Bogrod, que emitió un silbido e hizo aparecer de laoscuridad un carro que avanzó lentamente por lasvías. Mientras montaban en él (Bogrod delante ylos otros cuatro apretujados en la parte de atrás),el muchacho habría jurado que se oían gritos en elvestíbulo principal.

El vehículo dio una sacudida, se puso enmovimiento y fue ganando velocidad. Pasaron atoda pastilla cerca de Travers, que se estabametiendo en una grieta de la pared, y el carroempezó a describir giros y voltearse por ellaberinto de pasillos, todos descendentes, dandobruscos virajes para esquivar estalactitas yadentrándose cada vez más en aquel laberinto

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subterráneo. La corriente de aire le alborotaba elpelo a Harry que, aunque sólo oía el traqueteo enlos rieles, no cesaba de mirar hacia atrás, muyinquieto. Lo que habían hecho era peor que dejarenormes huellas en el suelo; cuanto más lopensaba, más descabellado le parecía haberdisfrazado a Hermione de Bellatrix y habersellevado la varita mágica de la bruja, porque losmortífagos sabían quién se la había robado.

Harry nunca había llegado a unos niveles tanprofundos de Gringotts; tanto era así que, al tomarabruptamente una curva muy cerrada, vio anteellos una cascada que caía sobre las vías,imposible de esquivar. Oyó cómo Griphookgritaba, pero no había forma de frenar y laatravesaron a una velocidad de vértigo. A Harry leentró agua en los ojos y la boca; no veía nada nipodía respirar. Acto seguido, el carro dio unviolento corcovo, volcó y todos salierondespedidos. El chico oyó cómo el vehículo sehacía añicos contra la pared y el chillido deHermione, mientras él planeaba como si fueraingrávido hasta posarse suavemente en el suelorocoso del pasillo.

—En-encantamiento del almohadón —farfullóHermione mientras Ron la ayudaba a levantarse.

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Horrorizado, Harry observó que su amiga yano era Bellatrix: estaba allí plantada con una túnicaque le iba enorme, empapada y con su aspectohabitual. Además, Ron volvía a ser pelirrojo y yano llevaba barba. Se miraron unos a otros y, altocarse la cara, lo entendieron.

—¡La Perdición del Ladrón! —exclamóGriphook, poniéndose en pie y contemplando lacascada que caía sobre las vías, y en ese momentoHarry comprendió que era algo más que agua—.¡Elimina todo sortilegio, todo ocultamientomágico! ¡Saben que hay impostores en Gringotts yhan puesto defensas contra nosotros!

Hermione comprobó que todavía conservaba elbolsito de cuentas y Harry metió la mano en suchaqueta para asegurarse de que no había perdidola capa invisible. También observó que Bogrodsacudía la cabeza, desconcertado, puesto que laPerdición del Ladrón había anulado, asimismo, lamaldición imperius.

—Necesitamos a Bogrod —dijo Griphook—.No podemos entrar en la cámara sin un duende deGringotts. ¡Y además precisamos los cachivaches!

—¡Imperio! —volvió a exclamar Harry; su vozresonó por el pasillo de piedra, y percibió otra vezla sensación de embriagador control que le fluía

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desde el cerebro hasta la varita mágica.Bogrod se sometió de nuevo a su voluntad, y

el aturdimiento que sentía se tornó en educadaindiferencia; Ron se apresuró a recoger la bolsallena de herramientas metálicas.

—¡Me parece que viene alguien, Harry! —avisó Hermione y, apuntando con la varita deBellatrix a la cascada, gritó—: ¡Protego!

Al alzarse en medio del pasillo, elencantamiento escudo partió en dos la cascada deagua mágica.

—Buena idea —dijo Harry—. ¡Ve tú delante,Griphook!

—¿Cómo vamos a salir de aquí? —preguntóRon mientras corrían tras el duende en laoscuridad; Bogrod los seguía jadeando como unperro viejo.

—Ya nos ocuparemos de eso a su debidomomento —replicó Harry, y aguzó el oído porquele pareció oír ruidos cercanos—. ¿Cuánto falta,Griphook?

—No mucho, Harry Potter, no mucho…Doblaron una esquina y, de sopetón, se

hallaron ante algo que Harry ya se esperaba, peroaun así los obligó a detenerse en seco.

En medio del pasillo había un gigantesco

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dragón que impedía el acceso a las cuatro o cincocámaras de los niveles más profundos de la bancamágica. Tenía las escamas pálidas y resecasdebido a su prolongado encarcelamiento bajotierra, y sus ojos eran de un rosa lechoso. En laspatas traseras llevaba unas gruesas argollascogidas a unas cadenas sujetas, a su vez, a unosenormes ganchos clavados en el suelo rocoso. Lasgrandes alas con púas, dobladas y pegadas alcuerpo, habrían ocupado todo el espacio si lashubiera desplegado. Cuando giró la fea cabezahacia ellos, rugió de tal forma que hizo temblar laroca, y luego abrió la boca y escupió unallamarada que los obligó a retroceder a toda prisapor el pasillo.

—Está medio ciego —dijo Griphook jadeando—, y por eso es más violento aún. Sin embargo,tenemos los medios para controlarlo. Sabe lo quele espera cuando oye los cachivaches. Dámelos.

Ron le pasó la bolsa y Griphook sacó unospequeños objetos metálicos que, al agitarlos,producían un fuerte y resonante ruido, similar algolpeteo de diminutos martillos contra yunques.Griphook los repartió y Bogrod aceptó el suyodócilmente.

—Ya sabéis qué tenéis que hacer —les dijo

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Griphook a los tres amigos—. Cuando el dragónoiga el ruido de los cachivaches, creerá que vamosa hacerle daño y se apartará; entonces Bogrodtiene que apoyar la palma de la mano en la puertade la cámara.

Volvieron a doblar la esquina, pero esta vezagitando aquellos objetos, que resonabanamplificados en las paredes de roca. Harry tuvo laimpresión de que el sonido vibraba dentro de supropio cráneo. El dragón soltó otro ronco rugido,pero se retiró. Harry se dio cuenta de que la bestiatemblaba, y cuando se acercaron un poco máscomprobó que tenía unas tremendas cicatrices decuchilladas en la cara, y dedujo que el dragónhabía aprendido a temer las espadas al rojocuando oía resonar los cachivaches.

—¡Que ponga la mano sobre la puerta! —instóGriphook a Harry, y el muchacho volvió a apuntarcon su varita a Bogrod.

El anciano duende obedeció: puso la palmasobre la madera y la puerta de la cámaradesapareció, revelando de inmediato una aberturacavernosa, llena hasta el techo de monedas ycopas de oro, armaduras de plata, pieles deextrañas criaturas (algunas provistas de largaspúas; otras, de alas mustias), pociones en frascos

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con joyas incrustadas, y una calavera que todavíallevaba puesta una corona.

—¡Rápido, buscad! —urgió Harry, y todosentraron en la cámara.

Les había descrito la copa de Hufflepuff a susdos amigos, pero cabía la posibilidad de que elHorrocrux guardado en esa cámara fuese el otro, eldesconocido, y ése no sabía cómo era. Apenashabía tenido tiempo de echar un vistazo alrededorcuando oyeron un sordo golpetazo a susespaldas: había vuelto a aparecer la puerta y loshabía encerrado completamente a oscuras.

—¡No importa, Bogrod nos sacará de aquí! —dijo Griphook cuando Ron dio un grito de congoja—. Podéis encender vuestras varitas, ¿no? ¡Perodaos prisa, nos queda muy poco tiempo!

—¡Lumos!Harry movió su varita hacia uno y otro lado

para iluminar la cámara; vio montones decentelleantes joyas, así como la espada falsa deGryffindor en un estante alto, entre un revoltijo decadenas. Ron y Hermione también encendieronsus varitas y examinaban los montones de objetosque los rodeaban.

—Harry, ¿esto podría ser…? ¡Aaaaah! —Hermione gritó de dolor.

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Harry la iluminó con su varita y vio que soltabaun cáliz con joyas incrustadas. Pero, al caer, elobjeto se desintegró y se convirtió en una lluviade cálices, de modo que un segundo más tarde,con gran estruendo, el suelo quedó cubierto decopas idénticas que rodaron en todas direccionesy entre las que era imposible distinguir la original.

—¡Me ha quemado! —gimoteó Hermionechupándose los chamuscados dedos.

—¡Han hecho la maldición gemino y lamaldición flagrante! —explicó Griphook—. ¡Todolo que tocas quema y se multiplica, pero las copiasno tienen ningún valor! ¡Y si sigues tocando lostesoros, al final mueres aplastado bajo el peso detantos objetos de oro reproducidos!

—¡Está bien, no toquéis nada! —ordenó Harrya la desesperada.

Pero en ese momento Ron empujó con el pie,sin querer, uno de los cálices que habían rodadopor el suelo, y aparecieron cerca de veinte más;Ron dio un salto, porque medio zapato se lequemó en contacto con el ardiente metal.

—¡Quedaos quietos, no os mováis! —gritóHermione agarrándose a Ron.

—¡Limitaos a mirar! —pidió Harry—. Recordadque es una copa pequeña, de oro. Tiene grabado

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un tejón, dos asas… Y si no, a ver si veis elsímbolo de Ravenclaw por algún sitio, el águila…

Dirigieron las varitas hacia todos losrecovecos, girando con cuidado sobre sí mismos.Era imposible no rozar nada. Harry provocó unacascada de galeones falsos que se amontonaronjunto con los cálices. Apenas les quedabaespacio; el oro despedía mucho calor y la cámaraparecía un horno. La varita de Harry iluminóescudos y cascos hechos por duendes ydepositados en unos estantes que llegaban altecho; dirigió la luz un poco más arriba, y depronto le dio un vuelco el corazón y le tembló lamano.

—¡Ya la tengo! ¡Está ahí arriba!Ron y Hermione apuntaron también con sus

varitas en esa dirección, y la pequeña copa de orodestelló bajo los tres haces de luz: era la copa quehabía pertenecido a Helga Hufflepuff y luegopasado a ser propiedad de Hepzibah Smith, aquien se la había robado Tom Ryddle.

—¿Y cómo demonios vamos a subir hasta ahísin tocar nada? —preguntó Ron.

—¡Accio copa! —gritó Hermione, que en sudesesperación había olvidado las explicaciones deGriphook durante las sesiones preparatorias.

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—¡Eso no sirve de nada! —gruñó el duende.—Entonces ¿qué hacemos? —preguntó Harry

fulminándolo con la mirada—. Si quieres la espada,Griphook, tendrás que ayudarnos un poco… ¡Eh,espera! Puedo tocar las cosas con la espada,¿verdad? ¡Dámela, Hermione!

Ella sacó el bolsito de cuentas, revolvió en suinterior unos segundos y extrajo la relucienteespada. Harry la asió por la empuñadura de rubíes,y cuando tocó con la punta de la hoja una jarra deplata que había allí cerca, no se multiplicó.

—Perfecto —dijo—. Ahora debería meter laespada por un asa… Pero ¿cómo voy a llegar tanarriba?

El estante en que se hallaba la copa quedabafuera del alcance de todos, incluso de Ron, que erael más alto, y el calor que desprendía aquel tesoroencantado ascendía en oleadas. El sudor leresbalaba a Harry por la cara y la espalda. Teníaque hallar la manera de alcanzar la copa.

El dragón rugía tras la puerta de la cámara, ylos ruidos metálicos de los cachivaches se oíancada vez más fuertes. Estaban atrapados; no habíaforma de salir de allí salvo por la puerta, pero, ajuzgar por el ruido, al otro lado había una horda deduendes. Harry miró a sus amigos y vio el terror

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reflejado en sus rostros.—Hermione —dijo mientras el ruido metálico

seguía intensificándose—, tengo que subir ahí,tenemos que deshacernos del…

La chica alzó la varita, apuntó a Harry ysusurró:

—¡Levicorpus!Harry se elevó como si lo tiraran de un tobillo y

chocó contra una armadura de la que empezaron asalir réplicas, como cuerpos al rojo, que llenaronaún más la abarrotada estancia. Derribados por laavalancha de armaduras y gritando de dolor, Ron,Hermione y los dos duendes chocaron contraotros objetos que al punto se multiplicaban.Medio enterrados en una marea cada vez mayor detesoros candentes, forcejearon y chillaronmientras Harry metía la punta de la espada por elasa de la copa de Hufflepuff y lograba ensartarlaen la hoja.

—¡Impervius! —chilló Hermione en un intentode protegerse y proteger a Ron y los duendes delardiente metal.

Entonces, un grito aún más fuerte obligó aHarry a bajar la vista: sus amigos estabanhundidos hasta la cintura en los tesoros, luchandopara impedir que Bogrod quedara completamente

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sumergido, pero Griphook ya estaba enterrado deltodo, y lo único que se veía de él eran sus largosdedos.

Harry los agarró como pudo y tiró de ellos. Elduende emergió poco a poco, aullando de dolor ycubierto de ampollas.

—¡Liberacorpus! —gritó Harry y, con granestrépito, el duende y él aterrizaron en la superficiede la montaña de tesoros, cada vez más alta, y aHarry se le cayó la espada de las manos—.¡Cogedla! —gritó, soportando el dolor que leproducía el contacto con el ardiente metal.Griphook volvió a subírsele a los hombros,decidido a alejarse cuanto pudiera de aquellacreciente masa de objetos candentes—. ¿Dóndeestá la espada? ¡Tenía la copa ensartada!

Los ruidos metálicos al otro lado de la puertase volvían ensordecedores. Era demasiado tarde…

—¡Ahí está!Fue Griphook quien la vio y quien se lanzó por

ella, y en ese instante Harry comprendió que elduende nunca había confiado en que los chicoscumplieran su palabra. Sujetándose fuertemente alcabello de Harry para no precipitarse en aquelhirviente mar de oro, Griphook cogió el puño de laespada y la levantó manteniéndola fuera del

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alcance de Harry.La pequeña copa de oro, aún ensartada en la

hoja, voló por los aires. Con el duende a cuestas,Harry se lanzó y logró atraparla. Aunque le abrasóla mano, no la soltó ni siquiera cuando un sinfín decopas de Hufflepuff empezaron a salir de su puñoy le cayeron encima, al mismo tiempo que la puertade la cámara se abría y él resbalaba por unacreciente avalancha de oro y plata ardiente que losempujó a todos hacia el exterior.

Ignorando el dolor de las quemaduras que lecubrían el cuerpo y montado todavía en la inmensaola de tesoros que no cesaban de multiplicarse,Harry se metió la copa en un bolsillo y estiró unbrazo para recuperar la espada, pero demasiadotarde: Griphook se había bajado de sus hombros y,blandiendo la espada y chillando «¡Ladrones!¡Ladrones! ¡Auxilio! ¡Ladrones!», había corrido aponerse a cubierto entre los duendes que losrodeaban. De ese modo se perdió entre el tropel dehombrecillos que entraban en la cámara, todosprovistos de dagas, y a nadie le extrañó.

Harry resbaló por el ardiente metal, se pusotrabajosamente en pie y comprendió que la únicaforma de salir de allí era a través del tumulto.

—¡Desmaius! —bramó, y Ron y Hermione lo

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imitaron.Las tres varitas despidieron chorros de luz roja

contra la marabunta de duendes; algunos cayeronal suelo, pero otros siguieron avanzando, y Harryvio llegar a varios magos guardianes.

En ese momento, el dragón, que todavía estabaatado, rugió y lanzó una llamarada que pasórozando las cabezas de los duendes; los magosdieron media vuelta y huyeron por donde habíanvenido, y Harry tuvo una inspiración, o una ideade locura. Apuntando con la varita a las gruesasargollas que sujetaban a la bestia, gritó:

—¡Relashio!Las argollas se rompieron con un fuerte

estallido.—¡Por aquí! —gritó el muchacho y, sin parar

de lanzar hechizos aturdidores a los duendes queseguían avanzando, corrió hacia el dragón ciego.

—¡Harry! ¿Qué haces, Harry? —gritóHermione.

—¡Subid! ¡Rápido, montad!Aprovechando que el dragón no se había

percatado de su repentina liberación, Harry buscócon el pie el pliegue de la articulación de una delas patas traseras y se montó en el lomo. Lasescamas eran duras como el acero y el dragón ni

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siquiera notó al muchacho, que le dio la mano aHermione para ayudarla a subir. Ron se montódetrás de ellos. Un segundo más tarde, el dragónse dio cuenta de que ya no estaba atado.

La bestia emitió otro rugido y se encabritó.Harry le hincó las rodillas y se aferró a lasrecortadas escamas mientras el dragón, derribandoduendes como si fueran bolos, desplegaba las alasy levantaba el vuelo. Los tres jóvenes, pegados allomo, rozaron el techo cuando el animal se lanzóhacia la abertura del pasillo, al tiempo que losduendes, sin parar de chillar, los perseguían y leslanzaban dagas que rebotaban en las ijadas de lafiera.

—¡No podremos salir, este dragón esdemasiado grande! —gritó Hermione.

El monstruo abrió la boca y volvió a escupirllamas, abriendo un boquete en el túnel, de maneraque el suelo y el techo crujieron y sedesmoronaron. El animal empleaba todas susfuerzas en abrirse paso por el pasillo. Harrycerraba firmemente los ojos para protegerse delcalor y el polvo; ensordecido por el ruido de lasrocas al caer y los rugidos del dragón, no podíahacer otra cosa que aferrarse al lomo, aunquetemía salir despedido en cualquier momento;

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entonces oyó a Hermione gritar:—¡Defodio!La chica ayudaba al dragón a agrandar el

pasillo minando el techo, y el animal luchaba porascender buscando aire puro y alejarse de losduendes, que chillaban y agitaban los cachivachessin cesar. Harry y Ron imitaron a Hermione ydestrozaron el techo con otros hechizosexcavadores. Fueron dejando atrás el lagosubterráneo, y la enorme bestia, que avanzabalentamente, gruñendo, parecía intuir que cada vezestaba más cerca de la libertad. Detrás de ellos, enel pasillo, la cola provista de púas se sacudía entrelas rocas y los trozos de gigantescas estalactitasdesprendidas del techo y las paredes, y elestruendo de los duendes se oía cada vez máslejos; mientras que, por delante, el dragón seguíaabriendo camino con sus llamaradas.

Al fin, gracias a la combinación de los hechizosy la fuerza bruta de la bestia, los chicosconsiguieron salir del destrozado pasillo y llegaronal vestíbulo de mármol. Los duendes y magos queestaban en esa zona corrieron a guarecerse, y eldragón tuvo, por fin, espacio suficiente paradesplegar las alas. Entonces giró la astada cabezahacia la entrada, olfateando el aire fresco del

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exterior, y con Harry, Ron y Hermione todavíaaferrados al lomo, atravesó las puertas metálicas,que se doblaron y quedaron colgando de losgoznes, salió tambaleándose al callejón Diagon yechó a volar.

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CAPÍTULO 27

El último escondite

O había forma de guiar al dragón, porque ésteno veía adónde se dirigía; además, Harry

estaba convencido de que no podrían seguiragarrados a su ancho lomo si el animal daba unviraje brusco o se giraba en el aire. Con todo,mientras se elevaban cada vez más y Londres seextendía a sus pies como un gran mapa gris yverde, el chico sintió una abrumadora sensación

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de gratitud por haber logrado huir, cosa que apriori parecía imposible. Agachado sobre el cuellode la bestia, cuyas alas se agitaban como aspas demolino, Harry se aferraba con firmeza a lasescamas de textura metálica, al mismo tiempo queel frío viento le aliviaba el dolor de las quemadurasy las ampollas. Detrás de él, Ron berreaba sincesar y soltaba improperios (Harry no sabía siestaba muerto de miedo o loco de alegría), yHermione, en cambio, sollozaba.

Pasados unos cinco minutos, Harry fueperdiendo el miedo a que el dragón los arrojara dellomo, porque daba la impresión de que lo únicoque le importaba era alejarse cuanto pudiera de suprisión subterránea; sin embargo, la pregunta decómo y cuándo podrían desmontar se convirtió enun enigma inquietante. El muchacho desconocíacuánto rato podían volar aquellas bestias sindetenerse a descansar, ni cómo ese dragón enparticular, que apenas veía, iba a localizar un buensitio para posarse, de modo que mirabaconstantemente hacia abajo temiendo el momentoen que volviera a notar pinchazos en la cicatriz…

¿Cuánto tardaría Voldemort en enterarse de quehabían entrado en la cámara de los Lestrange?¿Cuánto tardarían los duendes de Gringotts en

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notificárselo a Bellatrix? ¿Cuánto tardarían encomprobar qué se habían llevado de allí? ¿Y quépasaría después, cuando descubrieran que habíadesaparecido la copa de oro? Voldemort sabría, porfin, que estaban buscando los Horrocruxes…

El dragón parecía decidido a encontrar unazona aún más fría, porque inició un pronunciado ycontinuado ascenso a través de jirones de gélidasnubes, de tal manera que Harry ya no logródistinguir los puntitos de colores de los cochesque entraban y salían de la capital. Sobrevolaroncampos divididos en parcelas verde y marrón,carreteras y ríos que discurrían por el paisaje comocintas, unas mates y otras satinadas.

—¿Qué crees que busca? —gritó Ron al verque se encaminaban hacia el norte.

—¡No tengo ni idea! —contestó Harry.Aunque tenía las manos entumecidas de frío, nose atrevía a moverlas por temor a caerse y llevabaun rato preguntándose qué harían si veían la costaallá abajo, en caso de que el dragón se dirigierahacia alta mar. Estaba congelado y agarrotado, y,por si eso fuera poco, muerto de hambre y sed. Sepreguntó cuándo habría comido la bestia porúltima vez; probablemente pronto necesitaríaalimentarse. Y si entonces reparaba en que llevaba

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tres humanos comestibles sentados en el lomo,¿qué ocurriría?

El sol descendía poco a poco en un cielo queiba tiñéndose de añil; y sin embargo, el dragón nose detenía, continuaba sobrevolando ciudades ypueblos que los chicos veían pasar y perderse devista sucesivamente, mientras su enorme sombrase deslizaba por el suelo como una nube oscura. AHarry le dolía todo el cuerpo del esfuerzo que lerequería sujetarse al animal.

—¿Me lo estoy imaginando —gritó Ron trasun rato de silencio— o estamos descendiendo?

Harry entornó los ojos y vio montañas verdeoscuro y lagos cobrizos a la luz del ocaso. Elpaisaje se vislumbraba más amplio y másdetallado, y el muchacho se preguntó si el dragónhabría adivinado la presencia de agua por losdestellos que producía el sol en los lagos.

En efecto, la bestia volaba cada vez más bajo,describiendo una amplia espiral y encaminándose,al parecer, hacia uno de los lagos más pequeños.

—¡Saltemos cuando haya descendido losuficiente! —propuso Harry—. ¡Lancémonos alagua antes de que nos descubra!

Los demás asintieron (Hermione con un hilo devoz). Harry veía la panza del dragón, enorme y

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amarillenta, reflejada en la superficie del agua.—¡¡Ahora!!Resbaló por la ijada y cayó en picado, saltando

de pie al lago, sin imaginar que la caída sería tanbrusca: golpeó el agua violentamente y sesumergió como una piedra en un gélido mundolíquido, verdoso y lleno de juncos. Pataleó hacia lasuperficie y emergió jadeando; enseguida vio unasamplias ondas concéntricas que partían de lossitios donde habían caído Ron y Hermione. Eldragón no había notado nada y ya se hallaba abastante distancia, descendiendo también enpicado hacia la superficie del lago para recogeragua con el morro cubierto de cicatrices. CuandoRon y Hermione emergieron a la superficieresoplando y boqueando, el dragón siguióvolando, batiendo las alas con fuerza, y finalmentese posó en la orilla más distante.

Los tres chicos nadaron hacia la orilla opuesta.El lago no parecía muy profundo, y al poco rato setrató más de abrirse paso entre juncos y barro quede nadar. Al fin se desplomaron, empapados,jadeando y agotados, sobre la resbaladiza hierba.

Hermione se dejó caer entre toses yestremecimientos. Harry habría podido tumbarse ydormirse en el acto, pero se puso en pie, sacó la

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varita y se dispuso a hacer los habituales hechizosprotectores alrededor.

Cuando hubo terminado, se reunió con susamigos y se detuvo a observarlos por primera vezdesde que escaparan de la cámara de Gringotts.Ambos tenían grandes quemaduras rojas en elrostro y los brazos, la ropa chamuscada, y hacíanmuecas de dolor mientras se aplicaban esencia dedíctamo en las numerosas heridas. Hermione lepasó el frasco a Harry, y luego sacó tres botellasde zumo de calabaza que se había llevado delRefugio, así como túnicas secas y limpias paratodos. De manera que se cambiaron y bebieronzumo con avidez.

—Veamos —dijo Ron al cabo de un rato,mientras miraba cómo volvía a crecerle la piel delas manos—, la buena noticia es que tenemos elHorrocrux. Y la mala…

—… es que hemos perdido la espada —concluyó Harry apretando los dientes al mismotiempo que vertía unas gotas de díctamo, por unagujero de los vaqueros, en una quemadura quetenía en la pierna.

—Exacto, hemos perdido la espada —confirmóRon—. Ese maldito traidor…

Harry sacó el Horrocrux del bolsillo de la

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empapada chaqueta que acababa de quitarse y lopuso sobre la hierba. La copa destellaba al sol, ylos chicos la contemplaron un rato en silenciomientras bebían el zumo.

—Al menos, esta vez no lo llevaremos encima.Quedaría un poco raro que nos paseáramos porahí con una copa colgando del cuello —comentóRon y se secó los labios con el dorso de la mano.

Hermione miró hacia la otra orilla del lago,donde el dragón estaba bebiendo, y preguntó:

—¿Qué creéis que le pasará? ¿Sabrá valersepor sí mismo?

—Me recuerdas a Hagrid —comentó Ron—.Es un dragón, Hermione, y es capaz de cuidar de símismo. Los que estamos en peligro somosnosotros.

—¿Qué quieres decir?—Verás, no quisiera preocuparte, pero… creo

que cabe la posibilidad de que se hayan enteradode que entramos por la fuerza en Gringotts.

Los tres se echaron a reír, y una vez queempezaron, les costó parar. A Harry le dolían lascostillas; estaba mareado de hambre, pero setumbó en la hierba, bajo un cielo cada vez másrojo, y rió hasta que le dolió la garganta.

—Pero ¿qué vamos a hacer? —preguntó

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Hermione al fin, hipando hasta que se puso seria—. ¡Quien-vosotros-sabéis seguramente ya notiene ninguna duda de que sabemos lo de susHorrocruxes!

—A lo mejor están demasiado asustados paracontárselo —especuló Ron—. A lo mejor no se lodicen…

De pronto el cielo, el olor del lago y la voz deRon se extinguieron de súbito, y el dolor hendió lacabeza de Harry como un golpe de espada. Sehallaba de pie en una habitación en penumbra,ante un semicírculo de magos; en el suelo,arrodillada a sus pies, había una pequeña ytemblorosa figura.

—¿Qué has dicho? —Su voz sonaba aguda yfría, pero la ira y el miedo ardían en su interior. Loúnico que temía… Pero no podía ser verdad, no seexplicaba cómo…

El duende temblaba, incapaz de alzar la vistahacia aquellos ojos rojos que lo contemplaban.

—¡Repítelo! —murmuró Voldemort—.¡Repítelo!

—M-mi señor —tartamudeó aterrado elduende de negros ojos desorbitados— m-miseñor… Intenta-tamos de-detener a lo-losimpostores, mi señor… pe-pero entraron en la-la

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cámara de los Lestrange…—¿Impostores los llamas? ¿Qué impostores?

¡Creía que Gringotts tenía sistemas para descubrira los impostores! ¿Quiénes eran?

—Eran… eran… Po-Potter… y do-dos… co-cómplices…

—¿Y qué se llevaron? —preguntó Voldemortsubiendo el tono, atenazado por un espantosotemor—. ¡Habla! ¿Qué se llevaron?

—U-una… co-copa… pe-pequeña d-de oro, m-mi señor…

El grito de rabia y rechazo le brotó como si lohubiera emitido otro ser. Estaba enloquecido,frenético; no podía ser cierto, era imposible, no losabía nadie; ¿cómo había descubierto aquel chicosu secreto?

La Varita de Saúco acuchilló el aire y hubo unaerupción de luz verde en la habitación. El duendearrodillado cayó muerto y los magos quecontemplaban la escena se dispersaron, aterrados.Bellatrix y Lucius Malfoy adelantaron a los otrosen su carrera hacia la puerta. La varita deVoldemort se abatió una y otra vez, y todos losque se quedaron en la estancia murieron porhaberle llevado aquella noticia, o por haberseenterado de lo que había dicho el duende acerca

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de la copa de oro.Solo entre los cadáveres, Voldemort iba y

venía, furioso, mientras visualizaba mentalmentesus tesoros, sus salvaguardas, sus anclas a lainmortalidad: habían destruido el diario yacababan de robar la copa; ¿y si el chico sabía lode los restantes…? ¿Lo sabía, había actuado ya,había buscado más Horrocruxes? ¿EstabaDumbledore detrás de todo aquello? Dumbledore,que siempre había sospechado de él; Dumbledore,a quien dieron muerte siguiendo sus órdenes;Dumbledore, cuya varita había pasado a su poder,y sin embargo, desde la ignominia de la muerteseguía actuando por medio del chico, aquelmaldito chico…

Pero si éste hubiera destruido alguno de susHorrocruxes, él, lord Voldemort; él, el más grandede todos los magos; él, el más poderoso; él, elasesino de Dumbledore y de tantos otros seresdespreciables y anónimos, lo habría sabido, lohabría notado. ¿Cómo no iba a saberlo lordVoldemort si lo hubieran atacado a él, si hubieranmutilado al ser más importante y valioso delmundo?

Lo cierto era que no había notado nada cuandodestruyeron el diario, pero creyó que se debía a

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que entonces no tenía cuerpo con que percibiralgo, porque ni siquiera era un fantasma… No,seguro que los otros estaban a salvo… Los otrosHorrocruxes debían de estar intactos.

Pero necesitaba comprobarlo, tenía que estarseguro… Se paseó por la habitación, apartando deuna patada el cadáver del duende, mientras lasimágenes se volvían borrosas al tiempo que leardían en su hirviente cerebro: el lago, la choza yHogwarts…

Entonces un atisbo de calma enfrió su rabia yse preguntó: el chico no podría saber que él habíaescondido el anillo en la choza de los Gaunt. Nadietenía conocimiento de que él estuvieraemparentado con esa familia, siempre lo habíaocultado y nunca lo relacionaron con losasesinatos. El anillo estaba a salvo, sin ningunaduda.

Y tampoco podía saber —ni el chico ni nadie—lo de la cueva ni cómo burlar sus protecciones. Eraabsurdo pensar que hubieran robado elguardapelo…

En cuanto al colegio, sólo él conocía en quésitio de Hogwarts había guardado el Horrocrux,porque sólo él había sondeado los más profundossecretos del edificio…

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Y luego estaba Nagini, a la que a partir deahora debía mantener a su lado, bajo suprotección; ya no era posible enviarla a hacerencargos de su parte.

Pero para asegurarse, para asegurarse del todo,debía volver a cada uno de sus escondites yredoblar las protecciones que había puesto a cadaHorrocrux. Y ése era un trabajo que, como labúsqueda de la Varita de Saúco, debía realizar élsolo.

¿Qué lugar visitaría primero, cuál era el que máspeligro corría? Una antigua inquietud parpadeó ensu interior: Dumbledore sabía cuál era su segundonombre… y podría haberlo relacionado con losGaunt… La casa abandonada de esa familia era,quizá, el menos seguro de sus escondites, y seríaallí adonde iría primero.

El lago de la caverna… Parecía imposible,aunque había una remota posibilidad de queDumbledore estuviera al corriente, a través delorfanato, de alguna de las fechorías que habíacometido en el pasado.

Y Hogwarts… Estaba seguro de que elHorrocrux que había guardado ahí estaba a salvo;además, Potter no podía entrar en Hogsmeade sinser detectado, y mucho menos en el colegio. Aun

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así, sería prudente alertar a Snape de que quizá elchico intentaría colarse de nuevo en el castillo…Aunque decirle a Snape por qué era posible que elchico volviera sería una tontería, por supuesto;igual que había sido un grave error confiar enBellatrix y Malfoy. ¿Acaso su estupidez y su faltade atención no habían demostrado lodesaconsejable que era confiar en los demás?

Así que primero iría a casa de los Gaunt, yNagini lo acompañaría; ya no se separaría deella… Salió, pues, de la habitación a grandeszancadas, atravesó el vestíbulo y llegó al oscurojardín, donde borboteaba una fuente, y llamó a laserpiente en pársel. El animal se aproximódeslizándose y fue a reunirse con él como unalarga sombra…

Harry hizo un esfuerzo por trasladarse alpresente y abrió los ojos de golpe: estaba tendidoen la orilla del lago, bajo el cielo crepuscular, y Rony Hermione lo miraban. A juzgar por sus caras depreocupación y las punzadas que notaba en lacicatriz, su repentina incursión en la mente deVoldemort no les había pasado inadvertida. Seincorporó temblando, vagamente sorprendido decomprobar que todavía estaba calado hasta loshuesos, y vio la copa sobre la hierba,

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aparentemente inofensiva, y el lago azul oscuro,salpicado de oro a la luz del sol poniente.

—Lo sabe. —Su propia voz le sonó grave yextraña después de haber escuchado los agudoschillidos de Voldemort—. Lo sabe, y piensa ir acomprobar dónde están los otros Horrocruxes. Elúltimo —ya se había puesto en pie— está enHogwarts. Lo sabía. ¡Lo sabía!

—¿Quéeeee?Ron lo miraba con la boca abierta y Hermione

se levantó con gesto de aprensión.—Pero ¿qué has visto? —preguntó—. ¿Cómo

lo sabes?—He visto cómo se enteraba de lo de la copa.

Me he metido… en su mente. Está… —Harryrecordó los asesinatos— muy enfadado, perotambién asustado; no entiende cómo lo supimos yahora quiere comprobar si los demás Horrocruxesestán a salvo, el anillo primero. Cree que el deHogwarts es el más seguro; en primer lugar,porque allí tiene a Snape, y, en segundo lugar,porque sería muy difícil que entráramos en elcolegio sin que nos vieran. Imagino que ahí irá enúltimo lugar, pero aun así podría llegar en cuestiónde horas…

—¿Has visto en qué parte de Hogwarts está?

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—preguntó Ron poniéndose también en pie.—No, él estaba demasiado concentrado en

prevenir a Snape, y no pensó en el sitio exactodonde escondió el Horrocrux…

—¡Espera! ¡Espera un momento! —saltóHermione mientras Ron recogía la copa y Harryvolvía a sacar la capa invisible—. No podemos irallí sin más, no hemos hecho ningún plan,tenemos…

—Tenemos que darnos prisa —dijo Harry confirmeza. Le habría gustado dormir un poco en latienda nueva, pero eso era imposible ya—. ¿Teimaginas lo que hará cuando se entere de que elanillo y el guardapelo han desaparecido? ¿Y si selleva el Horrocrux de Hogwarts, porque cree queno está lo bastante seguro ahí?

—Pero ¿cómo vamos a entrar en Hogwarts?—Iremos a Hogsmeade y ya pensaremos algo

cuando veamos qué tipo de protección hay en elcolegio. Métete bajo la capa, Hermione; esta vezno quiero que nos separemos.

—Es que no cabemos…—Estará oscuro, no importa que se nos vean

los pies.El aleteo de unas alas enormes resonó desde la

otra orilla del lago: el dragón se había hartado de

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beber agua y había echado a volar. Los tresamigos interrumpieron sus preparativos y lovieron remontarse cada vez más alto, una manchanegra contra un cielo cada vez más oscuro, hastaque desapareció detrás de una montaña cercana.Entonces Hermione se puso entre los dos chicos;Harry los cubrió con la capa, tiró de ella al máximohacia abajo para taparse bien y, juntos, giraronsobre sí mismos y se sumergieron en la opresoraoscuridad.

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A

CAPÍTULO 28

El otro espejo

L descender, Harry pisó un suelo de asfalto ysintió una profunda nostalgia cuando vio la

calle principal de Hogsmeade, tan familiar: lososcuros escaparates, el contorno de las negrasmontañas detrás del pueblo, la curva de lacarretera que conducía a Hogwarts, las ventanasiluminadas de Las Tres Escobas… Y le dio unvuelco el corazón cuando recordó, con una

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precisión dolorosa, cómo hacía casi un año habíaaparecido allí sosteniendo a Dumbledore, que nose tenía en pie. Todos estos pensamientos leacudieron en el mismo instante de aterrizar, perofue sólo un segundo porque, de pronto, cuandoapenas hubo soltado los brazos de Ron yHermione, sucedió que…

Un grito parecido al que Voldemort había dadoal enterarse del robo de la copa hendió el aire. AHarry se le pusieron los nervios de punta y supode inmediato que lo había desencadenado suaparición. Aunque todavía estaban los tres bajo lacapa, miró a sus dos amigos, al tiempo que lapuerta de Las Tres Escobas se abría de golpe yuna docena de mortífagos con capa y capuchasalían a la calle a toda prisa enarbolando susvaritas.

Harry le agarró la muñeca a Ron cuando éstefue a levantar la suya: eran demasiados paraaturdirlos; si lo intentaban, delatarían su posición.Un mortífago agitó la varita y dejó de oírse el grito,aunque su eco siguió resonando en las lejanasmontañas.

—¡Accio capa! —rugió un mortífago.Harry se agarró a los pliegues de la capa

invisible, pero ésta no dio señales de abandonarlo:

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el encantamiento convocador no habíafuncionado.

—Así que no estás debajo del envoltorio ese,¿eh, Potter? —gritó el mortífago, y dijo a suscompinches—: ¡Dispersaos; está aquí!

Seis mortífagos corrieron hacia ellos: Harry,Ron y Hermione retrocedieron tan aprisa comopudieron por el callejón más cercano, y susperseguidores no chocaron contra ellos demilagro. Los chicos esperaron en la oscuridad;oyeron las carreras de aquí para allá y vieron loshaces que salían de las varitas e iluminaban lacalle.

—¡Vámonos! —susurró Hermione—.¡Desaparezcámonos ya!

—Buena idea —corroboró Ron, pero antes deque Harry replicara un mortífago gritó:

—¡Sabemos que estás aquí, Potter, y no tienesescapatoria! ¡Te encontraremos!

—Nos estaban esperando —susurró Harry—.Habían puesto ese hechizo para que les avisara denuestra llegada. Supongo que habrán hecho algopara retenernos aquí y atraparnos…

—¿Y los dementores? —gritó otro mortífago—.¡Soltémoslos! ¡Ellos lo encontrarán enseguida!

—El Señor Tenebroso no quiere a Potter

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muerto. Quiere matarlo…—¡Pero los dementores no lo matarán! El Señor

Tenebroso quiere la vida de Potter, no su alma. ¡Leserá más fácil matarlo si antes lo han besado losdementores!

Hubo murmullos de aprobación y el miedo seapoderó de Harry, porque para rechazar a losdementores tendrían que utilizar los patronus, yéstos los descubrirían de inmediato.

—¡Tendremos que desaparecernos, Harry! —susurró Hermione.

En cuanto ella pronunció esas palabras, Harrypercibió que aquel conocido frío antinatural seextendía por la calle. Se apagaron todas las lucesdel entorno, incluso las estrellas, y en medio de laoscuridad impenetrable el muchacho notó cómoHermione lo agarraba por el brazo y cómo juntosgiraban sobre sí mismos.

Era como si el aire que los envolvía, y en el quetenían que moverse, se hubiera solidificado: nopodían desaparecerse; los mortífagos se habíanesmerado con sus encantamientos. Harry cada veznotaba más frío. Los tres retrocedieron un pocomás por el callejón, andando a tientas yprocurando no hacer ruido. Entonces vieron llegaruna decena de dementores por la esquina; se

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deslizaban en silencio, ataviados con sus negrascapas y dejando ver las manos podridas ycubiertas de costras; las siluetas sólo eran visiblesgracias a que su oscuridad era más densa que ladel entorno. ¿Acaso percibían el miedo? Harryestaba seguro de que sí: los dementores seacercaban más y más, haciendo aquel ruidovibrante al respirar que el muchacho tantodetestaba, atraídos por la desesperanza disuelta enel ambiente…

Harry alzó su varita: no permitiría… no estabadispuesto a sufrir el beso del dementor, y no leimportaba lo que pudiera pasar después. Pensó ensus amigos y susurró:

—¡Expecto patronum!El ciervo plateado salió de su varita y embistió

a los dementores, que se dispersaron, y alguiensoltó un grito triunfal:

—¡Es él! ¡Allí abajo, allí abajo! ¡He visto supatronus, era un ciervo!

Los dementores se habían retirado y volvierona salir las estrellas, pero los pasos de losmortífagos cada vez se oían más cerca; sinembargo, antes de que Harry —presa del pánico—pudiera decidir qué hacer, se oyó un chirrido decerrojos cerca de donde se hallaban. Se abrió una

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puerta en el lado izquierdo del estrecho callejón yuna áspera voz dijo:

—¡Por aquí, Potter! ¡Deprisa!El muchacho obedeció sin vacilar y los tres

amigos cruzaron como un rayo el umbral.—¡Id arriba sin quitaros la capa! ¡Y no hagáis

ruido! —murmuró una figura de elevada estaturaque pasó por su lado, salió a la calle y cerró de unportazo.

Harry no tenía ni idea de dónde estaban, peroentonces distinguió, a la parpadeante luz de unaúnica vela, el bar mugriento y cubierto de serríndel pub Cabeza de Puerco. Corrieron por detrás dela barra, pasaron por otra puerta que conducía auna desvencijada escalera de madera y subierontan aprisa como pudieron. La escalera daba a unasalita provista de una alfombra raída y unapequeña chimenea, sobre la que colgaba unenorme retrato al óleo de una niña rubia quecontemplaba la habitación con expresión dulce yausente.

Desde allí se oían gritos en la calle. Sin quitarsela capa invisible, los chicos se acercaron con sigiloa la sucia ventana y miraron hacia fuera. Susalvador, a quien Harry ya había reconocido, era laúnica persona que no llevaba capucha. Se trataba

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del camarero de Cabeza de Puerco.—¡Pues sí! —le gritaba a una de las figuras

encapuchadas—. ¿Pasa algo? ¡Si vosotros enviáisa los dementores a mi calle, yo les enviaré unpatronus! ¡Ya os he dicho que no quiero verloscerca de mi pub! ¡No pienso tolerarlo!

—¡Ése no era tu patronus! —exclamó unmortífago—. ¡Era un ciervo! ¡Era el patronus dePotter!

—¿Un ciervo? —rugió el camarero, y sacó unavarita mágica—. ¡Un ciervo! ¡Idiota! ¡Expectopatronum!

Una cosa enorme y con cuernos salió de lavarita del camarero, agachó la cabeza como si fueraa embestir y enfiló la calle principal hasta perdersede vista.

—Ése no es el patronus que he visto —protestó el mortífago, aunque ya no tanconvencido.

—Han violado el toque de queda, ya has oídoel ruido —le dijo otro mortífago al camarero—.Había alguien en la calle, contraviniendo lasnormas…

—¡Si quiero sacar a mi gato, lo saco, y alcuerno con vuestro toque de queda!

—¿Has sido tú quien ha disparado el

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encantamiento maullido?—¿Y qué si he sido yo? ¿Vais a llevarme a

Azkaban, o a matarme porque he asomado la narizpor la puerta de mi propia casa? ¡Adelante, podéishacerlo! Pero espero por vuestro bien que no oshayáis tocado la Marca Tenebrosa y lo hayáishecho venir, porque le va a encantar que mi gato yyo hayamos sido los causantes de la llamada.

—¡No te preocupes por nosotros —dijo otromortífago—, preocúpate de ti mismo y de no violarel toque de queda!

—¿Y dónde vais a traficar con pociones yvenenos cuando me hayan cerrado el bar? ¿Qué vaa pasar entonces con vuestros ingresossuplementarios?

—¿Nos estás amenazando?—Yo sé tener la boca cerrada. Por eso venís

aquí, ¿no?—¡Sigo diciendo que he visto un patronus con

forma de ciervo! —insistió el mortífago que habíahablado primero.

—¿Un ciervo? —rugió el camarero—. ¡Pero siera una cabra, imbécil!

—Está bien, nos hemos equivocado —dijo elotro mortífago—. ¡Pero si vuelves a violar el toquede queda, no seremos tan indulgentes!

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Mientras los mortífagos se dirigían hacia lacalle principal, Hermione dio un gemido de alivio,salió de debajo de la capa y se sentó en una sillacoja; Harry cerró bien las cortinas y se quitó lacapa descubriendo también a Ron. Asimismooyeron cómo, en el piso de abajo, el camareroechaba el cerrojo de la puerta y luego subía laescalera.

Entonces Harry se fijó en algo que habíaencima de la repisa de la chimenea: un pequeñoespejo rectangular apoyado contra la pared, justodebajo del retrato de la niña.

El camarero entró en la habitación.—¿Os habéis vuelto locos? —dijo con

brusquedad mirándolos de uno en uno—. ¿Cómose os ocurre venir aquí?

—Gracias —dijo Harry—. Muchas gracias.Nos ha salvado la vida.

El hombre soltó un gruñido, y el chico seacercó a él sin dejar de mirarlo, tratando de veralgo más, aparte del largo, greñudo y canosocabello y la barba. Llevaba gafas, y tras los sucioscristales lucían unos ojos azules intensos ypenetrantes.

—Era a usted a quien vi en el espejo.Se produjo un silencio. Harry y el camarero se

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miraron con fijeza.—Usted nos envió a Dobby.El hombre asintió y miró alrededor buscando al

elfo.—Creía que vendría con vosotros. ¿Dónde lo

habéis dejado?—Está muerto —contestó Harry—. Lo mató

Bellatrix Lestrange.El camarero no mudó la expresión y, tras unos

segundos, dijo:—Lo siento. Ese elfo me caía bien.Entonces se dedicó a encender lámparas

tocándolas con la punta de la varita, sin mirar a loschicos.

—Usted es Aberforth —dijo Harry a lasespaldas del hombre.

Él ni lo confirmó ni lo desmintió, y se agachópara encender el fuego.

—¿De dónde ha sacado esto? —preguntóHarry acercándose a la repisa de la chimenea paracoger el espejo de Sirius, la pareja del que él habíaroto casi dos años atrás.

—Se lo compré a Dung hará cosa de un año —respondió Aberforth—. Albus me dijo qué era, yme ha servido para no perderos de vista.

Ron dio un gritito de asombro.

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—¡La cierva plateada! —exclamó—. ¿Esotambién lo hizo usted?

—No sé de qué me hablas —dijo Aberforth.—¡Alguien nos envió un patronus!—Con un cerebro así, podrías ser mortífago,

hijo. ¿No acabo de demostrar que mi patronus esuna cabra?

—¡Ah! —exclamó Ron—. Sí, ya… ¡Bueno,tengo hambre! —añadió, un poco ofendido, y elestómago le rugió.

—Os traeré algo de comida —dijo Aberforth, ysalió de la habitación para reaparecer al poco ratocon una hogaza de pan, un trozo de queso y unajarra de peltre llena de hidromiel que dejó en unamesita delante de la chimenea.

Los chicos, hambrientos, comieron y bebieron.Durante un rato sólo se oyó el chisporroteo delfuego, el tintineo de las copas y el ruido quehacían al masticar.

—Bueno —dijo Aberforth cuando, ahítos,Harry y Ron se reclinaron amodorrados en susasientos—, hemos de encontrar la mejor forma desacaros de aquí. Pero no podemos hacerlo por lanoche; ya habéis oído lo que pasa si alguien salede su casa después del anochecer: se dispararía elencantamiento maullido y se os echarían encima

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como bowtruckles sobre huevos de doxy. Y comono creo que logre hacer pasar un ciervo por unacabra otra vez, esperaremos al amanecer, que escuando levantan el toque de queda; entoncespodréis poneros la capa invisible y marcharos apie. Salid cuanto antes de Hogsmeade y subid alas montañas; allí os podréis desaparecer. Quizáveáis a Hagrid, que está escondido en una cuevacon Grawp desde que intentaron detenerlo.

—No pensamos irnos —dijo Harry—.Tenemos que entrar en Hogwarts.

—No seas estúpido, chico —repusoAberforth.

—Debemos ir —insistió Harry.—Lo que tenéis que hacer es alejaros de aquí

en cuanto podáis.—Usted no lo entiende. No disponemos de

mucho tiempo. Tenemos que entrar en el castillo.Dumbledore, es decir, su hermano, quería quenosotros…

El reflejo del fuego hizo que por un instante lassucias gafas de Aberforth se quedaran opacas, yHarry recordó los ojos ciegos de la araña gigante,Aragog.

—Mi hermano Albus quería muchas cosas,pero resulta que la gente tendía a salir perjudicada

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cuando él llevaba a la práctica sus grandiososplanes. Aléjate del colegio, Potter, y si puedes saldel país. Olvídate de mi hermano y sus astutosplanes. Él se ha ido a donde ya nada de estopuede hacerle daño, y tú no le debes nada.

—Usted no lo entiende —repitió Harry.—¿Ah, no? —dijo Aberforth con serenidad—.

¿Crees que no comprendía a mi hermano? ¿Creesque conocías a Albus mejor que yo?

—No he querido decir eso —replicó Harry;estaba como aletargado por el cansancio y elexceso de comida y bebida—. Es que… meencargó que hiciera un trabajo.

—¡No me digas! —se burló Aberforth—. Untrabajo agradable, supongo, bonito y fácil. El tipode trabajo que un joven mago no cualificadorealizaría sin demasiado esfuerzo, ¿verdad?

Ron soltó una amarga risa; Hermione estabamuy tensa.

—No, no es un trabajo fácil —dijo Harry—.Pero tengo que…

—¿«Tengo que»? ¿Por qué «tengo que»? Élestá muerto, ¿no? —gruñó Aberforth sinmiramientos—. Déjalo ya, chico, si no quierescorrer la misma suerte que él. ¡Sálvate!

—No puedo.

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—¿Por qué?—Yo… —Harry se sentía abrumado, pero

como no podía explicárselo tomó la ofensiva—:Usted también lucha, ¿verdad? Usted pertenece ala Orden del Fénix…

—Pertenecía —puntualizó Aberforth—. LaOrden del Fénix ha pasado a la historia. Quien-tú-sabes ha vencido, todo ha terminado, y aquel quepiense lo contrario se engaña a sí mismo. Aquínunca estarás a salvo, Potter; él está decidido aacabar contigo. Así que vete al extranjero,escóndete, sálvate. Y será mejor que te lleves aestos dos contigo. —Apuntó con un dedo a Rony Hermione—. Ahora que se sabe que han estadotrabajando contigo, correrán peligro toda su vida.

—No puedo irme —insistió Harry—. Tengoque hacer una cosa…

—¡Que la haga otro!—No. Tengo que hacerlo yo. Dumbledore me

explicó todo lo que…—¡Ah, vaya! ¡No me digas! ¿Y te lo contó

todo? ¿Fue sincero contigo?Harry deseó decir «sí», pero por algún extraño

motivo esa palabra no acudía a sus labios. Por lovisto, Aberforth sabía lo que el chico estabapensando.

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—Yo conocía muy bien a mi hermano, Potter.Aprendió de mi madre el arte de guardar secretos.Nosotros crecimos rodeados de secretos ymentiras, y Albus tenía un talento innato para eso.

Los ojos del hombre se posaron en el cuadrode la niña encima de la repisa de la chimenea, yHarry reparó en que era el único en toda lahabitación. No había ningún retrato ni fotografíade Albus Dumbledore, ni de nadie más.

—Señor Dumbledore —dijo Hermione contimidez—. ¿Es ésa su hermana Ariana?

—Sí —contestó Aberforth, lacónico—. Veoque has leído a Rita Skeeter.

Pese a que el fuego de la chimenea lo bañabatodo con una luz rojiza, era evidente que Hermionese había ruborizado.

—Elphias Doge nos la mencionó —aclaróHarry para sacarla del apuro.

—Ese imbécil idolatraba a mi hermano —masculló Aberforth, y bebió otro sorbo dehidromiel—. Bueno, lo idolatraba mucha gente,incluidos vosotros tres, por lo que veo.

Harry guardó silencio. No quería expresar lasdudas e incertidumbres sobre el anciano directorque lo acosaban desde hacía meses, y ademáshabía tomado una decisión mientras cavaba la

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tumba de Dobby: continuar por el intrincado ypeligroso camino que le había señalado AlbusDumbledore, aceptar que el profesor no le hubieracontado todo lo que le habría gustado saber, yconfiar en él. Así que no quería volver a dudar, noquería oír nada que lo desviara de su propósito. Sumirada se encontró con la de Aberforth,asombrosamente parecida a la de su hermano:aquellos ojos de un azul intenso daban la mismaimpresión de estar atravesando con rayos X elobjeto de su escrutinio, y Harry pensó queAberforth sabía en qué estaba pensando, y lodespreció profundamente por ello.

—El profesor Dumbledore quería mucho aHarry —aseguró Hermione con un hilo de voz.

—¿Ah, sí? —repuso Aberforth—. Pues mira,es curioso, pero muchas personas a quienes mihermano quería acabaron peor que si él las hubieradejado en paz.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Hermionecon aprensión.

—¡Bah, no importa!—Pues es una acusación muy grave —insistió

Hermione—. ¿Se refiere… a su hermana?Aberforth le lanzó una mirada fulminante y

movió los labios como si masticara las palabras

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que se esforzaba en no pronunciar. Pero derepente arrancó a hablar:

—Cuando mi hermana tenía seis años, laatacaron tres chicos muggles. Se dedicaban aespiarla a través del seto del jardín trasero y lavieron hacer magia. Ella era muy pequeña y nosabía controlarse; ningún mago ni ninguna brujaes capaz de dominarse a esa edad. Supongo queesos chicos se asustaron de lo que vieron, demodo que se colaron por el seto, y como mihermana no logró enseñarles a hacer el truco, sepusieron furiosos y se les fue un poco la manointentando detener a aquel bicho raro.

Hermione tenía los ojos como platos y Ronparecía un poco mareado. Aberforth se levantó —era tan alto como Albus—, y de pronto su cólera yla intensidad de su dolor le confirieron un aspectoterrible.

—Lo que le hicieron esos chicos la dejódestrozada y nunca volvió a ser la misma. Arianano quería emplear la magia, pero tampoco podíalibrarse de ella, y la magia se le quedó dentro y laenloqueció; explotaba cuando ella no conseguíacontrolarla, y a veces hacía cosas extrañas ypeligrosas. Pero en general era una niña cariñosa einofensiva, y estaba muy asustada.

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»Mi padre salió en busca de esos canallas —continuó Aberforth— y los atacó. Enconsecuencia, lo encerraron en Azkaban. Él nuncadijo por qué lo había hecho, pues si el ministeriohubiera sabido en qué se había convertido Ariana,la habrían encerrado para siempre en San Mungo.La habrían considerado una grave amenaza para elEstatuto Internacional del Secreto, porque era unadesequilibrada y la magia se le escapaba cuandoella ya no lograba contenerla.

»Así pues, teníamos que ponerla a salvo ylograr que pasara inadvertida. Nos mudamos decasa, dijimos a todo el mundo que Ariana estabaenferma, y mi madre la cuidaba e intentaba queestuviera tranquila y feliz.

»Yo era su favorito —afirmó entonces, y aldecirlo se adivinó a un desaliñado colegial tras lasarrugas y la enmarañada barba que lucía—. Nuncaprefirió a Albus, porque éste, cuando estaba encasa, no salía de su dormitorio, donde leía suslibros, contaba sus premios y escribía cartas a “losmagos más destacados de la época” —dijo contono burlón—; él no quería que lo molestáramoscon los asuntos de Ariana. Mi hermana me queríamás a mí, y yo conseguía que comiera cuando mimadre desistía; sabía tranquilizarla cuando le daba

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uno de sus ataques, y si estaba tranquila meayudaba a dar de comer a las cabras.

»Cuando ella cumplió catorce años… Bueno,yo no estaba allí, pero de haberlo estado la habríacalmado. Le dio uno de sus ataques y como mimadre ya no era tan joven… Fue un accidente.Ariana no logró controlarse y mi madre murió.

Harry sintió una horrorosa mezcla de lástima yrepulsión; no quería oír ni una palabra más, peroAberforth continuó, y el chico se preguntó cuántotiempo haría que no contaba esa historia, si es quealguna vez lo había hecho.

—Eso fue lo que impidió a Albus emprender lavuelta al mundo con el pequeño Doge. Ambosfueron a casa para el funeral de mi madre, peroluego Elphias se marchó solo y Albus asumió elpapel de cabeza de familia. ¡Ja! —Aberforthescupió en el fuego—. Yo la habría cuidado. Se lodije a mi hermano; como no me importaba elcolegio, me habría quedado en casa y ocupado deAriana. Pero Albus me dijo que yo debía terminarmis estudios y que él reemplazaría a mi madre. Fueuna pequeña humillación para Don Brillante.Porque no te dan premios por cuidar de unahermana medio loca, ni por tratar de impedir quevuele la casa cada dos por tres. Lo hizo más o

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menos bien unas semanas… hasta que llegó él.El rostro de Aberforth adoptó una expresión

francamente peligrosa.—Sí, hasta que llegó Grindelwald. Por fin mi

hermano tenía a alguien de su talla con quienhablar, alguien tan inteligente y con tanto talentocomo él. Y la obligación de atender a Ariana pasó asegundo plano, mientras ellos dos tramaban susplanes para instaurar un nuevo orden mágico, ybuscaban las «reliquias» y todo eso que tanto lesinteresaba. Grandes planes que beneficiarían atodos los magos, y si eso conllevaba descuidar auna pobre muchacha, ¿qué más daba? Al fin y alcabo, Albus estaba trabajando «por el bien detodos», ¿no?

»Pero al cabo de unas semanas me cansé. Nopodía más. Se acercaba el día en que yo tendríaque volver a Hogwarts, así que se lo dije, a losdos, cara a cara, como estamos tú y yo ahora. —Aberforth miró a Harry a los ojos, y al muchachono le costó mucho imaginárselo de adolescente,enjuto y enojado, encarándose con su hermanomayor—. Le dije: “Déjalo ya. No puedes llevártelaporque no está en condiciones; es imposible quete acompañe allá donde pienses ir a pronunciardiscursos inteligentes para despertar el

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entusiasmo de vuestros seguidores.” Eso no legustó —añadió, y el fuego de la chimenea volvió areflejarse en sus gafas, impidiendo verle los ojos—. A Grindelwald tampoco le gustó nada, se pusofurioso. Me dijo que yo era un crío estúpido, queintentaba ponerles trabas a él y a mi brillantehermano. ¿Acaso yo no lo entendía? Mi pobrehermana ya no tendría que esconderse cuandoellos hubieran cambiado el mundo, ayudado a losmagos a salir de su escondite y mostrado a losmuggles cuál era su sitio.

»Empezamos a discutir… Al fin yo saqué mivarita y él sacó la suya, y el mejor amigo de mihermano me hizo la maldición cruciatus… Albusintentó impedírselo y los tres nos batimos enduelo; los destellos de luz y las explosionespusieron muy nerviosa a mi hermana, que no podíasoportarlo…

Aberforth palidecía por momentos, como sihubiera sufrido una herida mortal.

—Creo que ella sólo quería ayudar, pero enrealidad no sabía qué estaba haciendo… Ignoroquién de nosotros fue; pudo ser cualquiera de lostres. Pero el caso es que… Ariana estaba muerta.

La voz se le quebró al pronunciar la últimapalabra y se derrumbó en una silla. Hermione

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lloraba y Ron se había quedado casi tan pálidocomo Aberforth. Harry no sentía otra cosa querepugnancia; le habría gustado no escucharaquella confesión o borrarla de su mente.

—Lo… lo siento… mu… mucho —susurróHermione.

—Se fue —dijo Aberforth con voz ronca—. Sefue para siempre. —Se pasó la manga por la carapara secarse la nariz y carraspeó—. Grindelwald selargó, claro. Ya tenía antecedentes en su país, y noquería que lo acusaran también de la muerte deAriana. Y Albus era libre, ¿no? Libre de la carga desu hermana, libre para convertirse en el mayormago de…

—Él nunca fue libre —lo interrumpió Harry.—¿Qué quieres decir? —preguntó Aberforth.—Nunca lo fue —insistió el muchacho—. La

noche en que murió, su hermano se bebió unapoción que lo hizo delirar. Se puso a gritar,suplicándole a alguien que no estaba allí: «No leshagas daño, por favor… Castígame a mí.»

Ron y Hermione no le quitaban el ojo a Harry;nunca les había dado detalles de lo ocurrido en laisla del lago subterráneo: los sucesos ocurridosdespués de que Dumbledore y él regresaran aHogwarts lo habían eclipsado por completo.

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—Creyó que volvía a estar con ustedes dos yGrindelwald, estoy seguro —dijo Harry,recordando los gemidos y las súplicas del ancianoprofesor—. Creyó ver a Grindelwald haciéndolesdaño a usted y Ariana… Era una tortura para él; siusted lo hubiera visto entonces, no diría que yaera libre.

Aberforth estaba absorto contemplando susnudosas manos surcadas de venas. Tras una largapausa dijo:

—¿Cómo puedes estar seguro, Potter, de que ami hermano no le importaba más el bien de todosque tú? ¿Cómo puedes estar seguro de que noeres prescindible, igual que mi hermana?

Harry sintió como si un trozo de hielo leatravesara el corazón.

—Yo no lo creo. Dumbledore quería a Harry —afirmó Hermione.

—Entonces, ¿por qué no le aconsejó que seescondiera? ¿Por qué no le dijo: protégete, eso eslo que tienes que hacer para sobrevivir?

—¡Porque a veces —respondió Harry antes deque Hermione replicara—, a veces no tienes másremedio que pensar en otra cosa aparte de tupropia seguridad! ¡A veces no tienes más remedioque pensar en el bien de todos! ¡Estamos en

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guerra!—¡Tienes diecisiete años, chico!—¡Soy mayor de edad y voy a seguir

luchando, aunque usted haya abandonado lalucha!

—¿Quién dice que he abandonado?—«La Orden del Fénix ha pasado a la historia

—le recordó Harry—. Quien-tú-sabes ha vencido,todo ha terminado, y quien piense lo contrario seengaña a sí mismo.»

—¡Yo no digo que me guste, pero es la verdad!—No, no es la verdad —lo contradijo Harry—.

Su hermano sabía cómo acabar con Quien-usted-sabe, y me transmitió su saber. Voy a seguirluchando hasta que lo consiga… o muera. No creaque ignoro cómo podría terminar todo esto; lo sédesde hace años.

Harry supuso que Aberforth se burlaría de él orebatiría sus afirmaciones, pero no lo hizo, sinoque se limitó a mirarlo con ceño.

—Necesitamos entrar en Hogwarts —dijoHarry otra vez—. Si usted no puede ayudarnos,esperaremos a que amanezca, lo dejaremos en pazy buscaremos la forma de hacerlo nosotros solos.Pero si cabe la posibilidad de que nos ayude…Bueno, ahora sería un buen momento para decirlo.

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Aberforth permaneció sentado en la silla,mirándolo con aquellos ojos que tanto se parecíana los de su hermano. Al final carraspeó, se levantó,rodeó la mesita y se acercó al retrato de Ariana.

—Ya sabes qué tienes que hacer —dijo.La niña sonrió, se dio la vuelta y echó a andar,

pero no como solían hacer los personajes de losretratos, que salían de los lienzos por uno de loslados, sino por una especie de largo túnel pintadodetrás de ella. Atónitos, vieron cómo su menudafigura se alejaba hasta que la engulló la oscuridad.

—Oiga, ¿qué…? —balbuceó Ron.—Ahora sólo existe una forma de entrar —

afirmó Aberforth—. Todos los pasadizos secretosestán tapados por los dos extremos, haydementores alrededor de la muralla y patrullasregulares dentro del colegio, según me haninformado mis fuentes. El edificio nunca ha estadotan vigilado. Lo que no sé es cómo esperáisconseguir algo una vez que entréis, con Snape almando y los Carrow de subdirectores… Pero esoes asunto vuestro. Al fin y al cabo, decís queestáis preparados para morir.

—Pero ¿qué…? —dijo Hermionecontemplando el cuadro de Ariana,sorprendidísima.

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Al final del túnel del cuadro había aparecido unpuntito blanco; la figura de Ariana regresaba haciaellos, haciéndose más y más grande. Pero laacompañaba una figura más alta que ella: unmuchacho que caminaba cojeando y parecía muyemocionado. Harry nunca lo había visto con elpelo tan largo; tenía varios tajos en la cara yllevaba la ropa raída y llena de desgarrones. Lasdos figuras siguieron aumentando de tamañohasta que las cabezas y los hombros ocuparontodo el lienzo. Entonces el cuadro entero oscilócomo lo habría hecho una pequeña puerta, y sereveló la entrada de un túnel de verdad. Y de élsalió el verdadero Neville Longbottom —con elcabello muy largo, el rostro lleno de heridas, laropa desgastada y rota—, que dio un grito dejúbilo, saltó de la repisa de la chimenea y exclamó:

—¡Sabía que vendrías! ¡Lo sabía, Harry!

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—¡N

CAPÍTULO 29

La diadema perdida

EVILLE! ¿Qué quiere decir esto…?¿Cómo…?

Pero Neville acababa de ver a Ron y Hermione,y, loco de alegría, fue a abrazarlos. Cuanto másmiraba Harry al recién llegado, peor lo veía: teníaun ojo hinchado y amoratado y varios cortes en lacara, y su aspecto desaliñado delataba que llevabatiempo viviendo en pésimas condiciones. Con

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todo, su maltrecho semblante resplandecía defelicidad cuando soltó a Hermione y volvió aexclamar:

—¡Sabía que vendrías! ¡Ya le decía yo aSeamus que sólo era cuestión de tiempo!

—¿Qué te ha ocurrido, Neville?—¿Por qué? ¿Lo dices por esto? —Se señaló

las heridas quitándoles importancia con un gesto—. ¡Bah, no es nada! Seamus está mucho peor queyo, ya lo verás. Bueno, ¿nos vamos? ¡Ah! —dijovolviéndose hacia Aberforth—. Quizá lleguen unpar de personas más, Ab.

—¿Un par de personas más? —repitióAberforth, alarmado—. ¿Qué significa eso,Longbottom? ¡Hay toque de queda y unencantamiento maullido en todo el pueblo!

—Ya lo sé, precisamente por ese motivo seaparecerán en el bar. Envíalos por el pasadizocuando lleguen, ¿quieres? Muchas gracias.

Tendiéndole una mano a Hermione, Neville laayudó a subir a la repisa de la chimenea y a entraren el túnel; Ron la siguió, y luego el mismo Nevillese metió también por el hueco. Harry se dirigió aAberforth:

—No sé cómo darle las gracias. Nos hasalvado la vida dos veces.

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—Pues cuida de ellos —repuso Aberforth conbrusquedad—. Quizá no pueda salvaros unatercera vez.

Harry trepó a la repisa y se introdujo por elhueco que había detrás del retrato de Ariana. Alotro lado se encontró unos desgastadosescalones de piedra; daba la impresión de que elpasadizo era muy antiguo. De las paredescolgaban lámparas de latón, y el suelo de tierraestaba liso y erosionado. Los chicos se pusieronen marcha y sus sombras se reflejaron ondulantesen las paredes.

—¿Cuánto tiempo hace que existe este túnel?—preguntó Ron—. No aparece en el mapa delmerodeador, ¿verdad, Harry? Yo creía que sólohabía siete pasadizos que conectaban el colegiocon el exterior.

—Todos ésos los cerraron antes de queempezara el curso —explicó Neville—. Ya no sepuede utilizar ninguno de ellos, porque haymaldiciones en las entradas y mortífagos ydementores esperando en las salidas. —Se puso acaminar de espaldas, sonriente, como si noquisiera perder de vista ni un momento a susamigos—. Pero eso no importa ahora… Oye, ¿esverdad que entrasteis por la fuerza en Gringotts y

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escapasteis montados en un dragón? Se haenterado todo el mundo, nadie habla de otra cosa.¡Carrow le dio una paliza a Terry Boot por contarloa los cuatro vientos en el Gran Comedor a la horade la cena!

—Sí, sí, es cierto —contestó Harry.Neville se echó a reír con alegría y preguntó:—¿Qué hicisteis con el dragón?—Lo soltamos —dijo Ron—, aunque

Hermione quería quedárselo como mascota…—¡Anda, no exageres, Ron!—Pero ¿qué habéis estado haciendo? Había

gente que decía que habías huido, Harry, pero yono me lo creí. Seguro que te traías algo entremanos.

—Tienes razón —dijo Harry—. Pero háblanosde Hogwarts, Neville. No sabemos nada.

—Pues… bueno, Hogwarts ya no pareceHogwarts —afirmó el chico, y la sonrisa se leborró de los labios—. ¿Sabes lo de los Carrow?

—¿Esos dos mortífagos que dan clases en elcolegio?

—Hacen algo más que dar clases: se encargande mantener la disciplina; les encanta castigar.

—¿Como Umbridge?—No; son mucho peores que ella. Los otros

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profesores tienen órdenes de mandarnos anteellos cada vez que cometemos alguna falta. Pero, sipueden evitarlo, lo evitan. Es evidente que losodian tanto como nosotros.

»Amycus, el tipo ese, enseña lo que antes eraDefensa Contra las Artes Oscuras, aunque ahorala asignatura se llama Artes Oscuras a secas, ynos obliga a practicar la maldición cruciatus conlos alumnos castigados.

—¿Quéeee? —exclamaron Harry, Ron yHermione a la vez, y su grito resonó por todo elpasadizo.

—Sí, como lo oís —confirmó Neville—. Estecorte me lo gané así —añadió señalando un tajoque tenía en la mejilla—, porque me negué ahacerlo. Aunque hay gente que lo aprueba; aCrabbe y Goyle, por ejemplo, les encanta.Supongo que es la primera vez que destacan enalgo.

»Alecto, la hermana de Amycus, enseñaEstudios Muggles, una asignatura obligatoria paratodos los alumnos. De manera que tenemos queoír cómo nos explica que los muggles son comoanimales, estúpidos y sucios, que obligaron a losmagos a esconderse porque eran crueles con ellos,pero asegura que ahora va a restablecerse el orden

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natural. Esto de aquí —se señaló otro corte en lacara— me lo gané por preguntarle cuánta sangremuggle tenían ella y su hermano.

—Jo, Neville —intervino Ron—, haymomentos en que uno tiene que saber callar.

—Eso lo dices porque no la oíste. Tú tampocolo habrías aguantado. El caso es que ayuda verque la gente les planta cara; eso nos daesperanzas. Yo lo aprendí viéndote a ti, Harry.

—Pero te han utilizado de afilador de cuchillos—dijo Ron, e hizo una mueca de dolor cuandopasaron por una lámpara que iluminó las heridasde Neville.

—Bueno, no importa. Como no quierenderramar demasiada sangre limpia, sólo nostorturan un poco si somos demasiadorespondones, pero no llegan a matarnos.

Harry no sabía qué era peor: lo que estabaexplicando Neville o la naturalidad con que lohacía.

—Los únicos que de verdad están en peligroson esos cuyos amigos y parientes dan problemasen el exterior. A ésos los toman como rehenes. Elviejo Xeno Lovegood se estaba pasando con suscríticas en El Quisquilloso, y por eso se llevaron aLuna del tren cuando volvía a casa para pasar las

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vacaciones de Navidad.—Luna está bien, Neville. Nosotros la hemos

visto…—Sí, ya lo sé. Consiguió enviarme un mensaje.Neville sacó una moneda de oro del bolsillo y

Harry la reconoció: era uno de los galeones falsosque los miembros del Ejército de Dumbledoreutilizaban para enviarse mensajes.

—Nos han ido muy bien —dijo Nevillemirando sonriente a Hermione—. Los Carrownunca descubrieron cómo lográbamoscomunicarnos, y eso los ponía furiosos. Nosescapábamos por la noche y hacíamos pintadas enlas paredes: «El Ejército de Dumbledore siguereclutando gente», y cosas así. Snape estabahistérico.

—¿Os escapabais? —preguntó Harry,reparando en que Neville hablaba en pasado.

—Bueno, a medida que pasaba el tiempo cadavez era más difícil. Por Navidad perdimos a Luna, yGinny no volvió después de Pascua, y nosotrostres éramos los líderes, por decirlo así. Los Carrowdebían de saber que yo estaba detrás de toda lamovida, así que empezaron a castigarme más enserio, y entonces pillaron a Michael Cornerliberando a un alumno de primer año al que habían

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encadenado, y se ensañaron con él. Ese hechoasustó mucho a la gente.

—No me extraña —masculló Ron. El pasadizoascendía un poco.

—Sí, y yo no tenía derecho a pedirle a la genteque pasara por lo que había pasado Michael, asíque dejamos de emplear ese tipo de maniobras.

»Pero seguimos luchando, trabajando en laclandestinidad, hasta hace un par de semanas.Supongo que entonces decidieron que sólo habíauna forma de pararme los pies, y fueron por miabuela.

—¡¿Quéeee?! —exclamaron Harry, Ron yHermione al unísono.

—Sí, así es —dijo Neville jadeando un poco,porque la pendiente del pasadizo era cada vez máspronunciada—. No cuesta mucho imaginarsecómo piensa esa gente. Lo de secuestrar niñospara obligar a sus parientes a comportarse leshabía dado muy buen resultado, y supongo quesólo era cuestión de tiempo que se dedicaran ahacerlo al revés. El caso es —añadió volviéndosehacia sus amigos (a Harry le sorprendió ver quesonreía)— que con mi abuela les salió el tiro por laculata. Como la vieja vive sola, creyeron que nonecesitaban enviar a nadie particularmente hábil.

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Pues bien —rió muy satisfecho—, Dawlishtodavía está en San Mungo, y mi abuela logró huir.Me escribió una carta —añadió dándose unaspalmadas en el bolsillo del pecho de la túnica—diciendo que estaba orgullosa de mí, que soy eldigno hijo de mis padres, y me animó a seguirluchando.

—¡Qué guay! —comentó Ron.—Sí, mucho —dijo Neville, la mar de contento

—. Lo único malo es que cuando comprendieronque no conseguían controlarme decidieron queHogwarts podía pasar sin mí. No sé si planeabanmatarme o enviarme a Azkaban, pero, sea comofuere, me di cuenta de que había llegado elmomento de desaparecer.

—Pero —cuestionó Ron, confundido— ¿novamos… no estamos volviendo a Hogwarts?

—Sí, claro. Ya verás. Casi hemos llegado.Doblaron una esquina y llegaron al final del

pasadizo. Otros escalones conducían hasta unapuerta igual que la que había oculta detrás delretrato de Ariana. Neville la abrió y entró. Harry losiguió y oyó cómo el chico le anunciaba a alguien:

—¡Mirad quién ha venido! ¿No os lo decía yo?Una vez Harry estuvo en la habitación, se

oyeron gritos y exclamaciones:

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—¡¡Harry!!—¡Es Potter! ¡¡Es él!!—¡Ron!—¡Hermione!Harry percibió una confusa imagen en la que

se mezclaban tapices de colores, lámparas y caras.Un instante más tarde, los tres amigos se vieronsepultados por cerca de una veintena de personasque los abrazaban y les daban palmadas en laespalda, les alborotaban el pelo y les estrechabanla mano. Era como si acabaran de ganar una finalde quidditch.

—¡Bueno, bueno! ¡Calmaos! —gritó Neville, yel grupo se retiró.

Harry vio por fin dónde se encontraba. Sinembargo, no reconoció la enorme estancia, queparecía el interior de una lujosa cabaña en lo altode un árbol, o quizá un gigantesco camarote debarco. Había hamacas multicolores colgadas deltecho y de un balcón que discurría por lasparedes, forradas de madera oscura, sin ventanasy cubiertas de llamativos tapices. Éstos teníandistintos colores de fondo, como el escarlata, conel león dorado de Gryffindor estampado; elamarillo, con el tejón negro de Hufflepuff; y el azul,en el que destacaba el águila broncínea de

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Ravenclaw. Los colores verde y plateado deSlytherin eran los únicos que faltaban. Asimismohabía estanterías repletas de libros, varias escobasapoyadas contra las paredes, y en un rincón unagran radio de caja de madera.

—¿Dónde estamos?—En la Sala de los Menesteres, ¿dónde si no?

—contestó Neville—. Supera las expectativas,¿verdad? Verás, los Carrow me perseguían, y yosabía que sólo había una guarida posible, así queconseguí colarme por la puerta ¡y esto fue lo queencontré! Bueno, cuando llegué no estabaexactamente así; era mucho más pequeña, sólohabía una hamaca y unos tapices de Gryffindor.Pero a medida que han ido llegando miembros delEjército de Dumbledore se ha agrandado más ymás.

—¿Y los Carrow no pueden entrar? —preguntóHarry mirando alrededor en busca de la puerta.

—No, qué va —respondió Seamus Finnigan, aquien Harry no reconoció hasta que lo oyó hablar,porque el muchacho tenía la cara hinchada ycubierta de cardenales—. Es una guarida perfecta:mientras uno de nosotros se quede aquí dentro,ellos no pueden entrar, porque la puerta no seabre. Y todo gracias a Neville; él sí entiende cómo

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funciona esta sala. Mira, tienes que pedirleexactamente lo que necesitas, por ejemplo: «Noquiero que entre nadie que apoye a los Carrow», yentonces lo cumple. Tan sólo debes asegurarte deno dejar ninguna laguna. ¡Neville es un genio!

—La verdad es que es muy sencillo —dijoNeville con modestia—. Resultó que llevaba aquíun día y medio y tenía un hambre voraz, así quepensé que me encantaría comer algo y al punto seabrió el pasadizo que conduce hasta Cabeza dePuerco. Lo recorrí y me encontré con Aberforth. Élnos ha suministrado comida, porque, por algúnmotivo, eso es lo único que la Sala de losMenesteres no es capaz de proporcionar.

—Ya, claro. La comida es una de las cincoexcepciones de la Ley de Gamp sobreTransformaciones Elementales —dijo Ron paraasombro de todos los presentes.

—Llevamos casi dos semanas escondidos aquí—continuó Seamus—, y siguen apareciendo máshamacas cada vez que las necesitamos. Y cuandoempezaron a llegar chicas, la sala creó un cuarto debaño que no está nada mal…

—Es que pensamos que nos gustaría lavarnosun poco, ¿sabes? —aportó Lavender Brown, enquien Harry no se había fijado hasta ese momento.

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El muchacho recorrió la estancia con la mirada yreconoció muchas caras: las gemelas Patil, TerryBoot, Ernie Macmillan, Anthony Goldstein,Michael Corner…

—Pero cuéntanos qué has estado haciendo —dijo Ernie—. Hemos oído muchos rumores eintentado seguirte el rastro escuchando«Pottervigilancia». —Señaló la radio y agregó—:¿Es verdad que lograsteis entrar en Gringotts?

—¡Sí, es verdad! —dijo Neville—. ¡Y lo deldragón también es cierto!

Hubo una salva de aplausos y algunos gritos;Ron agradeció las felicitaciones con unareverencia.

—¿En qué andabais metidos? —preguntóSeamus, impaciente.

Antes de que los chicos pudieran eludir esapregunta formulando alguna otra, Harry notó unaterrible punzada en la cicatriz. Mientras se girabarápidamente para darles la espalda a todosaquellos rostros llenos de curiosidad y alegría, laSala de los Menesteres desapareció y él fue aparar a una casucha de piedra en ruinas. A suspies, el podrido entarimado estaba levantado yjunto al agujero había una caja de oro, abierta yvacía, que alguien había desenterrado. El grito de

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furia de Voldemort vibró dentro de la cabeza delmuchacho.

Haciendo un tremendo esfuerzo, Harry salió dela mente de Voldemort y volvió a la Sala de losMenesteres, tambaleándose un poco y con la caracubierta de sudor. Ron lo sujetó.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Neville—.¿Quieres sentarte? Debes de estar cansado, ¿no?

—No, no, gracias —dijo Harry, y miró a Ron yHermione para transmitirles que Voldemortacababa de descubrir la desaparición de otroHorrocrux. Se les agotaba el tiempo, porque si elSeñor Tenebroso decidía ir a Hogwarts acontinuación, perderían su oportunidad—.Tenemos que espabilarnos —dijo, y por laexpresión de sus dos amigos supo que lo habíanentendido.

—¿Qué vamos a hacer, Harry? —preguntóSeamus—. ¿Qué plan tienes?

—Ah, sí, un plan —repitió Harry, empleandotoda su fuerza de voluntad para no volver asucumbir a la ira de Voldemort, con la cicatriz aúndoliéndole—. Verás, Ron, Hermione y yo tenemosque hacer una cosa, y luego saldremos de aquí.

Las risas y gritos de alegría se interrumpieron.Neville pareció desconcertado.

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—¿Qué quieres decir con «saldremos deaquí»?

—No hemos venido para quedarnos, Neville—dijo Harry frotándose la dolorida frente—.Tenemos que hacer una cosa muy importante…

—¿De qué se trata?—No puedo… decíroslo.Una oleada de refunfuños se propagó entre los

presentes. Neville arrugó la frente.—¿Por qué no puedes? ¿Porque tiene relación

con combatir a Quien-tú-sabes?—Pues sí…—Entonces te ayudaremos.Todos los miembros del Ejército de

Dumbledore asintieron con la cabeza, algunos conentusiasmo, otros con solemnidad. Dosmuchachos se levantaron de los asientos parademostrar que estaban dispuestos a entrar enacción de inmediato.

—Perdonad, pero no lo entendéis. —Harrytenía la impresión de haber dicho eso muchasveces en las últimas horas—. No podemos…contároslo. Tenemos que hacerlo… solos.

—¿Por qué? —preguntó Neville.—Porque… —Harry estaba tan ansioso por

buscar el Horrocrux restante, o al menos poder

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hablar en privado con Ron y Hermione para decidirpor dónde comenzar, que le costaba pensar. Y lacicatriz seguía ardiéndole—. Dumbledore nosencomendó una misión —anunció escogiendo concuidado las palabras—, y no quería que se ladijéramos a nadie… Bueno, quería que lohiciéramos nosotros tres solos.

—Nosotros somos su ejército —repusoNeville—: el Ejército de Dumbledore. Íbamostodos en el mismo barco y lo hemos mantenido aflote mientras vosotros tres estabais por ahí…

—No hemos estado precisamente de meriendacampestre, tío —dijo Ron.

—Yo no digo eso, pero no entiendo por qué noconfiáis en nosotros. Todos los presentes hanestado combatiendo, y si se han refugiado aquí esporque los Carrow los perseguían; todos handemostrado que son leales a Dumbledore y a ti,Harry.

—Mira… —murmuró Harry sin pensar lo queiba a decir; pero daba lo mismo porque en eseinstante la puerta del túnel se abrió detrás de él.

—¡Hemos recibido tu mensaje, Neville! ¡Hola,chicos! ¡Ya me imaginé que os encontraría aquí! —Eran Luna y Dean.

Seamus dio un grito de júbilo y corrió a abrazar

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a su mejor amigo.—¡Hola a todos! —saludó Luna con júbilo—.

¡Qué contenta estoy de haber vuelto!—¡Luna! —exclamó Harry, confuso—. ¿Qué

haces aquí? ¿Cómo has…?—Yo la he llamado —dijo Neville mostrándole

el galeón falso—. Les prometí a Ginny y a ella quesi volvías les avisaría. Todos creíamos que siregresabas sería para hacer la revolución.Suponíamos que íbamos a derrocar a Snape y losCarrow.

—Pues claro que eso es lo que vamos a hacer—repuso Luna alegremente—, ¿verdad, Harry?Los vamos a echar de Hogwarts, ¿no?

—Escuchad —dijo Harry, cada vez másasustado—. Lo siento, pero no hemos vuelto paraeso. Tenemos que hacer algo, y luego…

—¿Nos vas a dejar tirados? —preguntóMichael Corner.

—¡No! —saltó Ron—. Lo que vamos a haceros acabará beneficiando a todos, al fin y al cabo espara librarnos de Quien-tú-sabes…

—¡Entonces dejadnos ayudar! —insistióNeville, ceñudo—. ¡Queremos participar!

Harry oyó otro ruido a sus espaldas y se dio lavuelta. Sintió como si dejara de latirle el corazón:

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Ginny estaba entrando por el hueco de la pared, yla seguían Fred, George y Lee Jordan. Ginny lomiró y compuso una sonrisa radiante. Harry habíaolvidado lo guapa que era —o nunca se habíafijado bien—, pero jamás se había alegrado menosde verla.

—Aberforth está un poco mosqueado —dijoFred alzando una mano para responder a lossaludos de los chicos—. Quería echar unacabezadita, pero su bar se ha convertido en unaestación de ferrocarril.

Harry se quedó con la boca abierta, porquedetrás de Lee Jordan apareció su ex novia, ChoChang. Ella le sonrió.

—Recibí el mensaje —dijo Cho mostrándole elgaleón falso, y fue a sentarse junto a MichaelCorner.

—Bueno, ¿qué plan tienes, Harry? —preguntóGeorge.

—No tengo ningún plan —contestó elmuchacho, desorientado por la repentina apariciónde todos sus compañeros e incapaz de asimilar lasituación mientras la cicatriz siguiera doliéndoletanto.

—Ah, entonces improvisaremos, ¿no? ¡Meencanta! —dijo Fred.

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—¡Tienes que hacer algo para detener esto! —le dijo Harry a Neville—. ¿Por qué les has pedido atodos que volvieran? ¡Es una locura!

—Vamos a luchar, ¿no? —dijo Dean sacandotambién su galeón falso—. El mensaje decía queHarry había vuelto y que íbamos a pelear. Perotendré que conseguir una varita mágica…

—¿No tienes varita? —preguntó Seamus.De pronto Ron se volvió hacia Harry y le dijo:—¿Qué hay de malo en que nos ayuden?—¿Cómo dices?—Mira, son capaces de hacerlo. —Ron bajó la

voz y, sin que lo oyera nadie más exceptoHermione, que estaba entre ambos, susurró—: Nosabemos dónde está y disponemos de pocotiempo para encontrarlo. Además, no tenemos porqué revelarles que es un Horrocrux.

Harry se quedó mirándolo y luego consultócon la mirada a Hermione, que murmuró:

—Creo que Ron tiene razón. Ni siquierasabemos qué estamos buscando. Losnecesitamos. —Y al ver que Harry no parecíaconvencido, añadió—: No tienes por qué hacerlotodo tú solo.

El chico intentó pensar lo más rápidamenteposible, aunque todavía le dolía la cicatriz y la

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cabeza volvía a amenazar con estallarle.Dumbledore le había advertido que no hablara delos Horrocruxes con nadie, salvo Ron y Hermione.«Nosotros crecimos rodeados de secretos ymentiras, y Albus… tenía un talento innato paraeso…» ¿Estaba haciendo él lo mismo queDumbledore, es decir, guardarse sus secretos, sinatreverse a confiar en nadie? Pero Dumbledorehabía confiado en Snape, ¿y qué había conseguidocon eso? Que lo asesinaran en la cima de la torremás alta…

—De acuerdo —les dijo en voz baja—. Estábien, escuchad… —se dirigió a los demás, quedejaron de armar jaleo.

Fred y George, que estaban contando chistes alos que tenían más cerca, guardaron silencio, ytodos miraron a Harry, emocionados yexpectantes.

—Estamos buscando una cosa, una cosa quenos ayudará a derrocar a Quien-vosotros-sabéis.Está aquí, en Hogwarts, pero no sabemos dóndeexactamente. Es posible que perteneciera aRavenclaw. ¿Alguien ha oído hablar de un objetoque perteneciera a la fundadora de la casa, o havisto alguna vez un objeto con el águila dibujada,por ejemplo?

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Miró esperanzado al grupito de miembros deRavenclaw —Padma, Michael, Terry y Cho—, perofue Luna la que contestó, encaramada en el brazode la butaca de Ginny.

—Bueno, está la diadema perdida. Ya te habléde ella, ¿lo recuerdas, Harry? La diadema perdidade Ravenclaw. Mi padre está intentando hacer unacopia.

—Sí, pero la diadema perdida —intervinoMichael Corner poniendo los ojos en blanco— seperdió, Luna. Ése es el quid de la cuestión.

—¿Cuándo se perdió? —preguntó Harry.—Dicen que hace siglos —respondió Cho, y a

Harry le dio un vuelco el corazón—. El profesorFlitwick dice que la diadema se esfumó cuandodesapareció la propia Rowena. Mucha gente la habuscado —añadió mirando a sus compañeros deRavenclaw—, pero nadie ha encontrado nunca nirastro de ella, ¿no?

Todos negaron con la cabeza.—Perdón, pero ¿qué es una diadema? —

preguntó Ron.—Es una especie de corona —contestó Terry

Boot—. Dicen que la de Ravenclaw tenía poderesmágicos, como el de aumentar la sabiduría dequien la llevara puesta.

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—Sí, los sifones de torposoplo de mi padre…Pero Harry interrumpió a Luna:—¿Y nadie ha visto nunca nada parecido?Todos volvieron a negar con la cabeza. Harry

miró a Ron y Hermione y vio su propia decepciónreflejada en sus rostros. Un objeto perdido hacíatanto tiempo (a simple vista, sin dejar rastro) noparecía un buen candidato a ser el Horrocruxescondido en el castillo… Antes de que formularaotra pregunta, Cho volvió a intervenir:

—Si quieres saber cómo era esa diadema,puedo llevarte a nuestra sala común paraenseñártela, Harry. La estatua de Ravenclaw lalleva puesta.

Harry notó de nuevo una tremenda punzada enla cicatriz. Por un instante, la Sala de losMenesteres se desdibujó y el muchacho vio cómosus pies se separaban del oscuro suelo de tierra, ysintió el peso de la gran serpiente sobre loshombros. Voldemort volvía a volar, aunque Harryno sabía si iba hacia el lago subterráneo o alcastillo de Hogwarts; pero, fuera a donde fuese, aHarry le quedaba muy poco tiempo.

—Se ha puesto en marcha —les dijo en vozbaja a Ron y Hermione. Echó una ojeada a Cho yluego volvió a mirarlos—. Escuchad, ya sé que no

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es una pista muy buena, pero voy a subir a ver esaestatua; al menos sabré cómo es la diadema.Esperadme aquí y guardad bien… el otro.

Cho se había levantado, pero Ginny, muydecidida, dijo:

—No; Luna acompañará a Harry, ¿verdad,Luna?

—Será un placer —dijo la chica alegremente, yCho se sentó con aire de desilusión.

—¿Cómo se sale de aquí? —le preguntó Harrya Neville.

—Ven.Condujo a Harry y a Luna hasta un rincón

donde había un pequeño armario por donde seaccedía a una empinada escalera.

—Todos los días te lleva a un sitio diferente;por eso no nos han encontrado —explicó Neville—. El único problema es que nunca sabemosdónde saldremos. Ten cuidado, Harry; patrullantoda la noche por los pasillos.

—Tranquilo. Vuelvo enseguida.Los dos subieron a toda prisa la larga escalera

iluminada con antorchas y de trazado imprevisible.Al fin llegaron ante lo que parecía una paredsólida.

—Métete aquí debajo —le dijo Harry a Luna,

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sacando la capa invisible y cubriéndose amboscon ella. Entonces él le dio un empujoncito a lapared.

Ésta se desvaneció al instante y los dossalieron del pasadizo. Harry miró hacia atrás y vioque la pared había vuelto a formarse al instantepor sí sola. Se encontraban en otro pasadizo.Harry tiró de Luna hacia la parte más oscura,rebuscó en el monedero que llevaba colgado delcuello y sacó el mapa del merodeador. Se lo acercóa los ojos y buscó hasta localizar los puntos queindicaban la posición de ambos.

—Estamos en el quinto piso —susurrómientras veía cómo Filch se alejaba de ellos, unpasillo más allá—. ¡Vamos! ¡Por aquí!

Y de este modo iniciaron la marcha.Harry se había paseado muchas veces por el

castillo de noche, pero el corazón nunca le habíalatido tan deprisa, ni nunca algo tan importantehabía dependido de que él deambulara por allí sinque lo descubrieran. Ambos jóvenes atravesaronrectángulos de luz de luna proyectados en elsuelo, pasaron junto a armaduras cuyos cascoschirriaban acompañando el sonido de sus débilespisadas, doblaron esquinas detrás de las cualespodía haber cualquier cosa esperándolos.

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Consultaban el mapa del merodeador siempre quela luz se lo permitía, y en dos ocasiones sedetuvieron para dejar pasar a un fantasma sinllamar la atención. Harry suponía que encontraríaun obstáculo en cualquier momento, y su peortemor era Peeves; así pues, aguzaba el oído a cadapaso por si se producía alguna señal reveladora deque se acercaba el poltergeist.

—Por aquí, Harry —susurró Luna tirándole dela manga hacia una escalera de caracol.

Subieron describiendo cerrados y mareantescírculos. Harry nunca había estado allí arriba. Alfinal de la escalera había una lisa puerta de maderaenvejecida, sin picaporte ni cerradura, peroprovista de una aldaba de bronce con forma deáguila.

Luna tendió una pálida y fantasmagórica manoque flotaba en el aire, como si no estuvieraconectada a su brazo. Llamó una vez y el golpe dela aldaba, en medio del silencio, resonó como uncañonazo. El pico del águila se abrió al instante,pero en lugar del reclamo de un pájaro, una vozsuave y musical preguntó:

—¿Qué fue primero, el fénix o la llama?—Hum… ¿Tú qué crees, Harry? —inquirió

Luna, pensativa.

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—¿Qué ocurre? ¿No se abre con unacontraseña?

—Pues no. Tienes que responder a la pregunta—dijo Luna.

—¿Y si te equivocas?—Entonces has de esperar a que venga

alguien que la conteste correctamente. Así unoaprende, ¿entiendes?

—Ya… El problema es que no podemospermitirnos el lujo de esperar a que llegue alguienmás, Luna.

—No, claro —repuso Luna con seriedad—.Bueno, entonces creo que la respuesta es que elcírculo no tiene principio.

—Bien razonado —dijo la voz, y la puerta seabrió.

La sala común de Ravenclaw, que estaba vacía,era una amplia estancia circular, mucho másespaciosa y aireada que cualquiera de las queHarry había visto hasta entonces en Hogwarts.Tenía una serie de elegantes ventanas en forma dearco, de las que colgaban cortinajes de seda azul ybronce (de día, los miembros de Ravenclawdisfrutaban de unas vistas espectaculares de lasmontañas circundantes); se veían estrellaspintadas en el techo de forma abovedada, así

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como en la alfombra azul oscuro; y el mobiliarioconsistía en mesas, sillas y estanterías, y una altaestatua de mármol blanco ocupaba un nichoenfrente de la puerta.

Harry reconoció a Rowena Ravenclaw por elbusto que había visto en casa de Luna. La estatuase hallaba junto a una puerta que debía deconducir a los dormitorios del piso de arriba. Elmuchacho fue derecho hacia ella, y le dio laimpresión de que lo miraba con una sonrisaburlona y hermosa, pero ligeramente intimidante.En la cabeza llevaba un delicado aro de mármol,parecido a la diadema que Fleur había lucido el díade su boda, en el que había unas palabrasesculpidas en letra muy pequeña. Harry salió dedebajo de la capa invisible y se subió al pedestalde la estatua para leer la inscripción:

Una inteligencia sin límites es el mayortesoro de los hombres.

—Lo cual significa que tú estás pelado,estúpido —dijo una voz socarrona.

Harry se dio rápidamente la vuelta, resbaló delpedestal y cayó al suelo. La encorvada figura deAlecto Carrow se hallaba ante él, y al mismo

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tiempo que el muchacho alzaba su varita mágica, labruja apretó con un dedo regordete el cráneo y laserpiente que llevaba grabados con fuego en elantebrazo.

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E

CAPÍTULO 30

La huida de Snape

N cuanto Alecto se tocó la Marca Tenebrosacon el dedo, a Harry le ardió ferozmente la

cicatriz, perdió de vista la estrellada habitación yse encontró a los pies de un acantilado, sobreunas rocas contra las que batía el mar. Lo invadíauna sensación de triunfo: «¡Tienen al chico!»

En ese momento oyó un fuerte estallido y sehalló de nuevo en la sala; desorientado, levantó la

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varita, pero la bruja que tenía enfrente ya estabacayendo hacia delante; la mujer dio tan fuertecontra el suelo que el cristal de las libreríastintineó.

—Nunca le había lanzado un hechizo aturdidora nadie, salvo en las clases del Ejército deDumbledore —comentó Luna con leve interés—.Ha hecho más ruido del que suponía.

Y no sólo ruido, pues el techo había empezadoa temblar. Detrás de la puerta que llevaba a losdormitorios se oyeron pasos y gente que corría: elhechizo de Luna había despertado a los alumnosde Ravenclaw que dormían en el piso de arriba.

—¿Dónde estás, Luna? ¡Tengo que metermedebajo de la capa!

Por fin Harry le vio los pies; corrió a su lado yla chica lo tapó con la capa invisible en el precisoinstante en que se abría la puerta y un torrente demiembros de Ravenclaw, todos en pijama, irrumpíaen la sala común. Cuando vieron a Alecto tendidaen el suelo, inconsciente, gritaron sorprendidos.Poco a poco la rodearon, como si se encontraranante una bestia que podía despertar y atacarlos.Entonces un valiente alumno de primer año se leacercó con decisión y le dio un empujoncito en laespalda con la punta del pie.

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—¡Creo que está muerta! —anunció conentusiasmo.

—¡Fíjate, están contentos! —susurró Luna,sonriente, mientras los chicos cerraban el corroalrededor de Alecto.

—Sí, qué bien…Harry cerró los ojos e, impulsado por los

latidos de la cicatriz, se sumergió otra vez en lamente de Voldemort. Andaba por el túnel queconducía a la primera cueva, porque habíadecidido asegurarse de que el guardapelo seguíaen su sitio antes de ir a Hogwarts. Aunque notardaría en descubrir que…

Se oyeron unos golpes en la puerta de la sala,y los chicos que estaban dentro se quedaronparalizados. La débil y armoniosa voz que salía dela aldaba en forma de águila preguntó: «¿Adóndevan a parar los objetos perdidos?»

—¡Y yo qué sé! ¡Cállate! —gruñó una toscavoz que Harry atribuyó al hermano de Alecto,Amycus—. ¡Alecto! Alecto, ¿estás ahí? ¿Lo tienesya? ¡Abre la puerta!

Los alumnos, aterrados, susurraron entre ellos.De pronto, sin previo aviso, sonaron unos golpesestruendosos, como si alguien estuvieradisparando a la puerta con una pistola.

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—¡¡Alecto!! Si viene y no tenemos a Potter…¿Quieres acabar como los Malfoy? ¡¡Contéstame!!—bramó Amycus aporreando la puerta, queseguía sin abrirse.

Los de Ravenclaw retrocedieron, y algunos —los más asustados— subieron por la escalera yregresaron a la cama. Entonces, mientras Harry sepreguntaba si no sería mejor abrir la puerta yaturdir a Amycus antes de que a éste se leocurriera hacer algo, oyó otra voz que le resultómuy familiar.

—¿Le importaría decirme qué hace, profesorCarrow?

—¡Intento entrar… por esta… condenadapuerta! —gritó Amycus—. ¡Vaya a buscar aFlitwick! ¡Que la abra ahora mismo!

—Pero ¿no está su hermana ahí dentro? —preguntó la profesora McGonagall—. Hace un ratoel profesor Flitwick la ha dejado entrar, ante suinsistencia, ¿no? ¿Por qué no le abre ella? Así notendría que despertar usted a todo el castillo.

—¡No me contesta, escoba con patas! ¡Ábralausted! ¡Maldita sea! ¡Ábrala ahora mismo!

—Como quiera —repuso la profesoraMcGonagall con una frialdad espeluznante.

Se oyó un débil golpe de la aldaba, y la

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armoniosa voz volvió a preguntar:—¿Adónde van a parar los objetos perdidos?—Al no ser, es decir, al todo —contestó la

profesora.—Muy bien expresado —replicó la aldaba con

forma de águila, y la puerta se abrió.Los pocos alumnos que se habían quedado en

la sala común corrieron hacia la escalera al entrarAmycus blandiendo la varita. El mortífago,encorvado como su hermana, de tez pálida ycerúlea y ojos muy pequeños, vio enseguida aAlecto, despatarrada e inmóvil en el suelo. Elhombre dio un grito en el que se mezclaban lacólera y el miedo.

—¿Qué han hecho esos mocosos? ¡Les voy ahacer la maldición cruciatus a todos hasta queconfiesen quién ha sido! ¿Qué va a decir el SeñorTenebroso? —chilló, plantado junto a su hermanay golpeándose la frente con un puño—. ¡No lohemos cogido! ¡Y esos desgraciados han matado ami hermana!

—Sólo está aturdida —le informó la profesoraMcGonagall con impaciencia, después deagacharse para examinar a Alecto—. Serecuperará.

—¡No se recuperará! —bramó Amycus—.

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¡Nunca se recuperará de lo que le hará el SeñorTenebroso! ¡Lo ha llamado, he notado cómo meardía la Marca, y él cree que tenemos a Potter!

—¿A Potter? —dijo la profesora McGonagall,sorprendida—. ¿Cómo que cree que tienen aPotter?

—¡Nos advirtió que quizá ese chico intentaríaentrar en la torre de Ravenclaw, y nos ordenóllamarlo si lo atrapábamos!

—¿Por qué querría Harry Potter entrar aquí?¡Potter pertenece a mi casa!

Bajo la incredulidad y la ira contenidas, Harrydetectó una pizca de orgullo en la voz de laprofesora, y sintió una oleada de cariño haciaMinerva McGonagall.

—¡Sólo dijo que quizá intentaría entrar aquí! —repitió Carrow—. ¡Y no sé por qué!

La profesora se levantó y recorrió la habitacióncon la mirada, pasando dos veces por el sitiodonde se hallaban Harry y Luna.

—Bien pensado… podemos culpar a loschicos —dijo Amycus, y su cara de cerdo adoptóun gesto de astucia—. Sí, eso es. Le diremos quelos alumnos le tendieron una emboscada —miró elestrellado techo, hacia los dormitorios— y laobligaron a tocarse la Marca, y por eso él recibió

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una falsa alarma… Que los castigue a ellos. Un parde chicos más o menos… ¿qué importa?

—Importa porque marca la diferencia entre laverdad y la mentira, entre el valor y la cobardía —afirmó la profesora McGonagall, que habíapalidecido—. Una diferencia, en resumen, queusted y su hermana son incapaces de apreciar.Pero voy a dejarle clara una cosa: usted no va aculpar de su ineptitud a los alumnos de Hogwarts,porque yo no pienso permitirlo.

—¿Cómo dice?Amycus se aproximó a la profesora

McGonagall hasta situarse muy cerca de ella, tantoque sus rostros quedaron a escasos centímetrosde distancia. A pesar de todo, ella no retrocedió,sino que miró al mortífago como si fuera algoasqueroso que hubiera encontrado pegado en elasiento del inodoro.

—No se trata de que usted lo permita o no,Minerva McGonagall. Usted ya no pinta nadaaquí. Ahora somos nosotros los que mandamos, ysi no me respalda pagará las consecuencias. —Y leescupió en la cara.

Entonces Harry se quitó la capa, levantó lavarita y gritó:

—¡Hasta aquí podíamos llegar!

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Amycus se dio la vuelta y Harry gritó:—¡Crucio!El mortífago se elevó del suelo, se debatió en el

aire como si se ahogara, retorciéndose y chillandode dolor, y por fin, con gran estrépito de cristalesrotos, se estrelló contra una librería y cayóinconsciente al suelo hecho una bola.

—Ahora entiendo lo que quería decir Bellatrix—exclamó Harry, que notaba latir la sangre en lassienes—: ¡Tienes que sentirla!

—¡Potter! —susurró la profesora McGonagallllevándose las manos al pecho—. ¡Estás aquí,Potter! ¿Cómo es posible? —Trató de serenarse—.¡Esto ha sido una locura, Potter!

—Le ha escupido en la cara, profesora —sejustificó Harry.

—Potter, yo… Ha sido un gesto muy galantepor tu parte, pero ¿no te das cuenta de…?

—Sí, lo sé —replicó Harry. Curiosamente, elpánico de ella lo tranquilizaba—. Pero Voldemortestá en camino, profesora McGonagall.

—Ah, ¿ya podemos llamarlo por su nombre?—preguntó Luna con interés al mismo tiempo quese quitaba la capa invisible. La aparición de unasegunda forajida abrumó a la profesoraMcGonagall, que se tambaleó y se derrumbó en

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una butaca, agarrándose con ambas manos elcuello de la vieja bata de tela escocesa.

—Me parece que ya no importa cómo lollamemos —respondió Harry—. Él sabe dóndeestoy.

Desde un recóndito recoveco del cerebro, esaparte que se conectaba con la inflamada cicatriz,Harry vio a Voldemort surcando el oscuro lago enla fantasmagórica barca verde… Estaba a punto dellegar a la isla donde se encontraba la vasija depiedra…

—Tienes que irte enseguida —susurró laprofesora McGonagall—. ¡Rápido, Potter!

—No puedo. Tengo que hacer una cosa.¿Usted sabe dónde está la diadema de Ravenclaw,profesora?

—¿La diadema de Ravenclaw? Claro que no.¿No lleva siglos perdida? —Se incorporó un pocoy añadió—: Has cometido una locura, Potter, hascometido una locura entrando en el castillo…

—Tenía que hacerlo. Profesora, aquí hay unacosa escondida y tengo que encontrarla, y podríaser la diadema. Si pudiera hablar con el profesorFlitwick…

Se oyeron unos tintineos de cristales: Amycusestaba volviendo en sí. Antes de que Harry o

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Luna pudieran actuar, la profesora McGonagall sepuso en pie, apuntó con la varita al adormiladomortífago y exclamó:

—¡Imperio!Obediente, Amycus se levantó, se acercó a su

hermana, le cogió la varita, arrastró los pies hastala profesora y le entregó su varita y la de Alecto;luego se tumbó en el suelo al lado de ésta.McGonagall volvió a agitar la varita, y un trozo dereluciente cuerda plateada apareció de la nada yenvolvió a los Carrow, atándolos fuertemente.

—Potter —dijo Minerva McGonagall,olvidándose de los Carrow—, si es verdad que El-que-no-debe-ser-nombrado sabe dónde estás…

Antes de que ella terminara la frase, una irasemejante a un dolor físico sacudió a Harryproduciéndole un intenso dolor en la cicatriz, y porunos instantes miró rápidamente el fondo de unavasija cuya poción se había vuelto transparente, yvio que no había ningún guardapelo escondidobajo la superficie…

—¿Estás bien, Potter? —dijo una voz.Harry volvió a la sala común y se agarró al

hombro de Luna para no caerse.—Se agota el tiempo; Voldemort está cada vez

más cerca. Profesora, estoy cumpliendo órdenes

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de Dumbledore. Debo encontrar lo que él me pidióque buscara, pero mientras registro el castillotenemos que sacar a todos los alumnos de aquí.Voldemort me quiere a mí, aunque no le importarámatar a algunos más, ahora que… —«ahora quesabe que estoy destruyendo los Horrocruxes»,pensó, pero no lo dijo en voz alta.

—¿Que estás cumpliendo órdenes deDumbledore? —repitió McGonagall, asombrada.Entonces se irguió cuan alta era y añadió—:Protegeremos el colegio de El-que-no-debe-ser-nombrado mientras tú buscas ese… objeto.

—¿Podremos hacerlo?—Creo que sí —repuso ella, cortante—. Los

profesores somos buenos magos y brujas, por sino te habías dado cuenta. Conseguiremosdetenerlo un rato si nos empleamos con ganas.Habrá que hacer algo con el profesor Snape, desdeluego…

—Déjeme a mí…—… y si Hogwarts se dispone a sufrir un

estado de sitio, con el Señor Tenebroso ante suspuertas, sería muy aconsejable sacar de aquí acuanta más gente inocente podamos. Pero ahora laRed Flu está vigilada y nadie puede desaparecerseen los terrenos del colegio…

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—Hay una manera —saltó Harry, y le explicó laexistencia del pasadizo que conducía al pubCabeza de Puerco.

—Es que estamos hablando de cientos dealumnos, Potter…

—Ya lo sé, profesora, pero si Voldemort y losmortífagos se concentran en Hogwarts y susjardines, no creo que les importe mucho que hayagente desapareciéndose desde el Cabeza dePuerco.

—Tienes razón —concedió la profesora. Y acontinuación apuntó con la varita a los Carrow, yuna red de plata descendió sobre ellos, losenvolvió y los levantó; de este modo ambosmortífagos quedaron suspendidos bajo el techoazul y dorado, como dos grandes y repugnantescriaturas marinas—. ¡Vamos, tenemos que alertar alos jefes de las otras casas! Será mejor que volváisa poneros la capa.

Minerva McGonagall abrió la puerta de la salay levantó la varita, de cuyo extremo salieron tresgatos plateados luciendo un círculo alrededor decada ojo, como si llevaran gafas. Los patronusecharon a correr ágilmente hacia la escalera decaracol, inundándola de luz plateada, y laprofesora, Harry y Luna descendieron a toda prisa.

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Recorrieron un pasillo tras otro y, uno a uno,los patronus fueron separándose de ellos; la batade tela escocesa de la profesora susurraba al rozarel suelo, mientras Harry y Luna la seguían bajo lacapa invisible.

Cuando hubieron bajado dos pisos más, otrospasos se unieron a los de ellos. Harry fue quienlos oyó primero y se llevó una mano al monederoque le colgaba del cuello para coger el mapa delmerodeador, pero, antes de que lo sacara,McGonagall también se percató de que teníancompañía. Se detuvo y levantó la varita, dispuestaa atacar.

—¿Quién anda ahí? —preguntó.—Soy yo —respondió alguien en voz baja.De detrás de una armadura salió Severus

Snape.Al verlo, Harry sintió brotar el odio en su

interior. La magnitud de los crímenes de Snape lehabía hecho olvidar los detalles de su aspectofísico: el negro cabello, que caía como dos cortinasenmarcando el delgado rostro, y aquellos ojosnegros, de mirada fría y apagada. No iba en pijama,sino con la capa negra que solía usar, y también élsostenía en alto la varita, preparado para atacar.

—¿Dónde están los Carrow? —preguntó

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Snape con temple.—Supongo que donde tú les hayas ordenado

ir, Severus —respondió McGonagall.Snape se acercó más a ella y le echó una

ojeada alrededor, como si supiera que Harry estabaescondido por allí. El chico levantó también suvarita, listo para entrar en acción.

—Tenía entendido que Alecto había atrapadoa un intruso —dijo Snape.

—¿Ah, sí? —se extrañó la profesora—. ¿Y quéte ha hecho pensar tal cosa?

Snape flexionó un poco el brazo izquierdo,donde tenía grabada con fuego la MarcaTenebrosa.

—¡Ah, claro! Olvidaba que los mortífagostenéis vuestros propios medios para comunicaros.

Snape fingió no haberla oído. Seguíaescudriñando el entorno de la profesora, y poco apoco iba acercándose más, como si no lo hicieraintencionadamente.

—No sabía que esta noche te tocaba vigilar lospasillos, Minerva.

—¿Tienes algún inconveniente?—Me pregunto qué te habrá hecho levantarte

de la cama a estas horas.—Me pareció oír ruidos.

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—¿En serio? Pues yo no he oído nada.La miró a los ojos.—¿Has visto a Harry Potter, Minerva? Porque

si lo has visto, te ordeno que…La profesora actuó mucho más deprisa de lo

que Harry habría imaginado: su varita hendió elaire y por una fracción de segundo Harry creyóque Snape se derrumbaría, pero la rapidez delencantamiento escudo del profesor fue tal queMcGonagall perdió el equilibrio. Entonces ellaapuntó hacia una antorcha de la pared, y ésta sedesprendió de su soporte. Harry estaba a punto dearrojarle una maldición a Snape, pero tuvo que tirarde Luna para que no la alcanzaran las llamas. Elfuego formó un aro que ocupó todo el pasillo yvoló como un lazo en dirección a Snape…

El lazo de fuego se convirtió en una granserpiente negra que McGonagall redujo a humo; elhumo volvió a cambiar de forma y, en pocossegundos, se solidificó y se transformó en unenjambre de dagas. Snape se protegiócolocándose detrás de la armadura y las dagas seclavaron en el peto con gran estrépito.

—¡Minerva! —exclamó una voz temblorosa.Harry, aún protegiendo a Luna de los hechizos,

vio a los profesores Flitwick y Sprout, en pijama,

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corriendo por el pasillo hacia ellos. El corpulentoprofesor Slughorn iba detrás, rezagado y jadeante.

—¡No! —gritó Flitwick alzando la varita mágica—. ¡En Hogwarts no volverás a matar!

El hechizo de Flitwick dio también en laarmadura, que cobró vida. Snape forcejeó paralibrarse de los brazos que intentaban aplastarlo, yles arrojó la armadura a sus agresores. Harry yLuna tuvieron que lanzarse a un lado paraesquivarla, y la armadura se estrelló contra lapared y se hizo añicos. Cuando Harry volvió amirar, vio a Snape corriendo, y a McGonagall,Flitwick y Sprout persiguiéndolo sin parar degritar. Snape se coló por la puerta de un aula y,momentos después, Harry oyó a McGonagallgritar:

—¡Cobarde! ¡¡Cobarde!!—¿Qué ha pasado? ¿Qué ha pasado? —

preguntó Luna.Harry la ayudó a ponerse en pie y, arrastrando

la capa invisible, echaron a correr por el pasillo.Entraron en el aula, donde encontraron a losprofesores McGonagall, Flitwick y Sprout de piejunto a una ventana rota.

—Ha saltado —les dijo la profesora.—¿Está muerto? —Harry corrió hacia la

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ventana, ignorando las exclamaciones de asombrode Flitwick y Sprout ante su repentina aparición.

—No, no lo está —dijo McGonagall conamargura—. A diferencia de Dumbledore, élllevaba su varita… Y por lo visto ha aprendidoalgunos trucos nuevos de su amo.

Harry sintió un estremecimiento al distinguir, alo lejos, una gran figura que parecía un murciélagovolando por el oscuro cielo hacia el muro de losjardines.

Entonces oyeron pasos y unos fuertesresoplidos. Slughorn, vestido con un pijama deseda verde esmeralda, acababa de alcanzarlos.

—¡Harry! —exclamó, jadeando ymasajeándose el enorme pecho—. Hijo mío… quésorpresa… Minerva, explícame, por favor…Severus… ¿Qué ha sucedido?

—Nuestro director se ha tomado unas brevesvacaciones —explicó McGonagall señalando elagujero que Snape había dejado en la ventana.

—¡Profesora! —llamó Harry mientras sellevaba ambas manos a la frente. Se deslizaba porel lago lleno de inferi… La fantasmagórica barcaverde alcanzó la orilla, y Voldemort saltó de labarca, sediento de sangre—. ¡Tenemos quefortificar el colegio, profesora! ¡Llegará en

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cualquier momento!—Está bien, está bien. El-que-no-debe-ser-

nombrado está a punto de llegar —explicó a losotros profesores. Sprout y Flitwick dieron gritosde asombro; Slughorn emitió un débil gemido—.Potter tiene que realizar una misión en el castillopara cumplir las órdenes de Dumbledore; portanto, hemos de proteger el colegio con todos losmedios de que dispongamos mientras Potter hacesu trabajo.

—Supongo que eres consciente de que nadaque hagamos impedirá indefinidamente que Quien-tú-sabes entre en el colegio, ¿no? —comentóFlitwick con voz aguda.

—Pero podemos retrasarlo —observó laprofesora Sprout.

—Gracias, Pomona —dijo McGonagall, y lasdos brujas se lanzaron una mirada de complicidad—. Propongo que establezcamos una protecciónbásica alrededor del castillo, y luego reunamos anuestros alumnos y nos encontremos todos en elGran Comedor. Habrá que evacuar a la mayoría,aunque si alguno de los que son mayores de edadquiere quedarse y luchar a nuestro lado, creo quedeberíamos permitírselo.

—Estoy de acuerdo —dijo Sprout, que ya se

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dirigía hacia la puerta—. Me reuniré con vosotrosen el Gran Comedor dentro de veinte minutos, conlos alumnos de mi casa.

Echó a correr y se perdió de vista, pero losdemás alcanzaron a oírla murmurar:

—Tentacula, lazo del diablo y vainas desnargaluff… Sí, ya me gustará ver cómo combateneso los mortífagos…

—Yo puedo actuar desde aquí —intervinoFlitwick, y apuntó con la varita a través de laventana rota, aunque apenas veía por ella, y sepuso a murmurar conjuros muy complejos.

Harry oyó un extraño susurro, como si Flitwickhubiera desatado la fuerza del viento en losjardines del castillo.

—Profesor —dijo acercándose al bajitoprofesor de Encantamientos—, perdone que lointerrumpa, pero esto es importante. ¿Tiene idea dedónde está la diadema de Ravenclaw?

—… Protego horribilis… ¿Has dicho ladiadema de Ravenclaw? —se asombró Flitwick—.El conocimiento nunca está de más, Potter, pero nocreo que eso sirva de mucho en la actual situación.

—Sólo le preguntaba si… ¿Sabe usted dóndeestá? ¿La ha visto alguna vez?

—¿Si la he visto? ¡Nadie que viva todavía la ha

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visto! ¡Esa diadema se perdió hace mucho tiempo,muchacho!

Harry sintió una terrible mezcla de pánico ydecepción. Entonces ¿qué podría ser el otroHorrocrux?

—¡Nos encontraremos contigo y tus alumnosde Ravenclaw en el Gran Comedor, Filius! —acordó McGonagall, y les indicó a Harry y Lunaque la siguieran.

Cuando ya estaban en la puerta, Slughornarrancó a hablar.

—¡Caramba! —dijo resoplando, pálido ysudoroso, al tiempo que su bigote de morsaoscilaba—. ¡Menudo jaleo! No estoy seguro deque todo esto sea prudente, Minerva. Sabes quehallará la manera de entrar, y quienes hayanintentado impedírselo correrán un grave peligro…

—A ti y a los miembros de Slytherin tambiénos espero en el Gran Comedor dentro de veinteminutos —lo interrumpió McGonagall—. Siquieres marcharte con tus alumnos, no te loimpediremos. Pero si alguno de vosotros intentasabotear nuestra resistencia, o alzarse en armascontra nosotros dentro del castillo, entonces,Horace, te retaré a muerte.

—¡Minerva! —exclamó Slughorn, perplejo.

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—Ha llegado la hora de que la casa deSlytherin decida a quién quiere ser leal —añadió laprofesora—. Ve y despierta a tus alumnos, Horace.

Harry no se quedó para ver cómo farfullabaSlughorn, sino que Luna y él corrieron tras laprofesora, que se había colocado en medio delpasillo con la varita alzada.

—Piertotum… ¡Cielos, Filch! ¡Ahora no!El anciano conserje acababa de llegar,

renqueando y gritando:—¡Hay alumnos fuera de los dormitorios! ¡Hay

alumnos por los pasillos!—¡Es donde tienen que estar, imbécil! —le

espetó McGonagall—. ¡Haga algo positivo!¡Busque a Peeves!

—¿A Pe… Peeves? —tartamudeó Filch, comosi jamás hubiera oído ese nombre.

—¡Sí, a Peeves, idiota, a Peeves! ¿No llevausted un cuarto de siglo despotricando contra él?¡Vaya a buscarlo ahora mismo!

Era evidente que Filch creía que la profesorahabía perdido el juicio, pero se marchó cojeando ymurmurando por lo bajo.

—Y ahora… ¡Piertotum locomotor! —gritóMinerva McGonagall.

Y a lo largo de todo el pasillo, las estatuas y

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armaduras saltaron de sus pedestales. Y a juzgarpor el estruendo proveniente de los pisossuperiores e inferiores, Harry comprendió que lasque se hallaban distribuidas por todo el castillohabían hecho lo mismo.

—¡Hogwarts está amenazado! —les advirtió laprofesora—. ¡Cubrid las lindes, protegednos,cumplid con vuestro deber para con el colegio!

Traqueteando y gritando, la horda de estatuasanimadas de diferentes tamaños, entre las quetambién había animales, pasó en estampida junto aHarry; las ruidosas armaduras enarbolabanespadas y cadenas de las que pendían bolas dehierro con pinchos.

—Y ahora, Potter —indicó McGonagall—, serámejor que la señorita Lovegood y tú vayáis abuscar a vuestros amigos y los conduzcáis al GranComedor. Yo iré a despertar a los otros miembrosde Gryffindor.

Se separaron al final del siguiente tramo deescalera. Harry y Luna regresaron corriendo a laentrada oculta de la Sala de los Menesteres. Por elcamino se cruzaron con nutridos grupos dealumnos (la mayoría con una capa de viaje encimadel pijama), que profesores y prefectosacompañaban al Gran Comedor.

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—¡Ése era Potter!—¡Harry Potter!—¡Era él, te lo juro! ¡Acabo de verlo!Pero Harry no les prestaba atención y ambos

no se detuvieron hasta la entrada de la Sala de losMenesteres. Él se apoyó contra la paredencantada, que se abrió para dejarlos entrar, ydescendieron a toda prisa la empinada escalera.

—¿Qué es esto…? —exclamó Harry.La sala estaba mucho más abarrotada que

antes y, al verla, el chico se llevó tal susto quetropezó y bajó varios peldaños resbalando.Kingsley y Lupin lo miraban desde abajo, ytambién Oliver Wood, Katie Bell, AngelinaJohnson y Alicia Spinnet, Bill y Fleur, y losseñores Weasley.

—¿Qué ha pasado, Harry? —preguntó Lupinrecibiéndolo al pie de la escalera.

—Voldemort está en camino, y aquí estánfortificando el colegio. Snape ha huido. Pero…¿qué hacéis vosotros aquí? ¿Cómo lo habéissabido?

—Enviamos mensajes a los restantescomponentes del Ejército de Dumbledore —explicó Fred—. No habría estado bien privarlos delespectáculo, Harry. Y el Ejército de Dumbledore lo

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comunicó a la Orden del Fénix, y la reacción hasido imparable.

—¿Por dónde empezamos, Harry? —preguntóGeorge—. ¿Qué está pasando?

—Están evacuando a los alumnos másjóvenes, y van a reunirse todos en el GranComedor para organizarse. ¡Vamos a presentarbatalla!

Hubo un gran clamor y todo el mundo seprecipitó hacia el pie de la escalera. Harry tuvo quepegarse a la pared para dejarlos pasar. Era unamezcla de miembros de la Orden del Fénix, delEjército de Dumbledore y del antiguo equipo dequidditch de Harry, todos varita en mano,dirigiéndose hacia la parte central del castillo.

—Vamos, Luna —dijo Dean al pasar, y letendió la mano; ella se la cogió y subieron juntospor la escalera.

El tropel de gente fue reduciéndose, y en laSala de los Menesteres sólo quedó un pequeñogrupo. Harry se acercó a ellos. La señora Weasleyestaba forcejeando con Ginny, rodeadas porLupin, Fred, George, Bill y Fleur.

—¡Eres menor de edad! —le gritaba la señoraWeasley a su hija—. ¡No lo permitiré! ¡Los chicossí, pero tú tienes que irte a casa!

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—¡No quiero!Ginny logró soltarse de su madre, que la tenía

sujeta por un brazo, y la sacudida que dio le agitóla melena.

—¡Soy del Ejército de Dumbledore y…!—¡Una panda de adolescentes!—¡Una panda de adolescentes que se dispone

a plantarle cara a Quien-tú-sabes, cosa que hastaahora nadie se ha atrevido a hacer! —intervinoFred.

—¡Sólo tiene dieciséis años! —gritó la señoraWeasley—. ¡Todavía es una niña! ¿Cómo se os haocurrido traerla con vosotros? —Fred y Georgeparecían un poco arrepentidos de lo que habíanhecho.

—Mamá tiene razón, Ginny —intervino Billcon ternura—. No puedes participar en esta lucha.Todos los menores de edad tendrán quemarcharse. Es justo que así sea.

—¡No puedo irme! —gritó Ginny, anegada enlágrimas de rabia—. ¡Toda mi familia está aquí, nosoporto quedarme esperando en casa, sola, sinenterarme de lo que pasa…!

Su mirada se cruzó con la de Harry por primeravez. Ginny lo miró suplicante, pero él negó con lacabeza, y ella se dio la vuelta, disgustada.

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—Vale —dijo con la vista clavada en la entradadel túnel que conducía al pub—. Está bien, medespediré de vosotros ahora y…

En ese momento se oyeron pasos y luego unfuerte golpazo: alguien más acababa de salir por eltúnel, pero había perdido el equilibrio y se habíacaído. El recién llegado se levantó agarrándose a laprimera butaca que encontró, miró alrededor através de unas torcidas gafas de montura deconcha y farfulló:

—¿Llego tarde? ¿Ha empezado ya? Acabo deenterarme y… y…

Percy se quedó callado. Era evidente que noesperaba encontrarse a casi toda su familia allíreunida. Hubo un largo silencio de perplejidad,que, en un claro intento de reducir la tensión, Fleurinterrumpió preguntándole a Lupin:

—Bueno, ¿cómo está el pequeño Teddy?Lupin la miró parpadeando, atónito. Los

miembros de la familia Weasley cruzaban miradasen silencio, un silencio compacto como el hielo.

—¡Ah! ¡Muy bien, gracias! —respondió Lupinen voz demasiado alta—. Sí, Tonks está con él, encasa de su madre.

Percy y los restantes Weasley seguíanmirándose unos a otros, petrificados.

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—¡Aquí tengo una fotografía! —exclamóLupin. Y tras sacarla del bolsillo de la chaqueta sela enseñó a Fleur y Harry; en ella, un diminutobebé con un mechón de pelo azul turquesa intensomiraba a la cámara agitando unos puñosregordetes.

—¡Me comporté como un imbécil! —gritóPercy, tan fuerte que a Lupin casi se le cayó lafotografía de las manos—. ¡Me comporté como unidiota, como un pedante, como un…!

—Como un pelota del ministerio, como undesagradecido y como un tarado ansioso de poder—sentenció Fred.

—¡Tienes razón! —aceptó Percy.—Bueno, no está del todo mal —dijo Fred

tendiéndole la mano a su hermano.La señora Weasley rompió a llorar. Apartó a

Fred de un empujón, se abalanzó sobre Percy y ledio un fuerte abrazo, mientras él le daba palmaditasen la espalda mirando a su padre.

—Perdóname, papá —dijo Percy.El señor Weasley parpadeó varias veces, y

entonces también fue a abrazar a su hijo.—¿Qué fue lo que te hizo entrar en razón,

Perce? —preguntó George.—Llevaba tiempo pensándolo —repuso Percy

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mientras, levantándose un poco las gafas, seenjugaba las lágrimas con una punta de su capa deviaje—. Pero tenía que encontrar una forma desalir del ministerio, y no era fácil porque ahoraencarcelan a los traidores. Conseguí ponerme encontacto con Aberforth y hace sólo diez minutosme dijo que en Hogwarts se estaba preparando labatalla, así que… aquí me tenéis.

—Así me gusta. Nuestros prefectos tienen queguiarnos en momentos difíciles —dijo Georgeimitando el tono pomposo de Percy—. Y ahorasubamos a pelear, o nos quitarán a los mejoresmortífagos.

—Entonces, ahora somos cuñados, ¿no? —dijo Percy estrechándole la mano a Fleur mientrascorrían hacia la escalera con Bill, Fred y George.

—¡Ginny! —gritó la señora Weasley.Ginny, aprovechando la escena de la

reconciliación, había intentado colarse también porla escalera.

—A ver qué te parece mi propuesta, Molly —dijo Lupin—: opino que Ginny debería quedarseaquí. Así, al menos estará cerca de la acción ysabrá qué sucede, pero no se meterá en medio dela batalla.

—Yo…

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—Me parece buena idea —decidió el señorWeasley—. Quédate en esta habitación, Ginny.¿Me has entendido?

A Ginny no le gustó mucho la idea, pero al verla inusual severidad de la mirada de su padre,asintió con la cabeza. Los señores Weasley yLupin se dirigieron a la escalera.

—¿Dónde está Ron? —preguntó Harry—. ¿YHermione?

—Deben de haber subido ya al Gran Comedor—respondió el señor Weasley mirando hacia atrás.

—Yo no los he visto pasar —se extrañó Harry.—Han dicho algo de unos lavabos —intervino

Ginny—. Poco después de marcharte tú.—¿Lavabos?Harry cruzó la sala a grandes zancadas y abrió

una puerta que daba a un cuarto de baño. Estabavacío.

—¿Seguro que han dicho lava…?Pero entonces notó una terrible punzada en la

cicatriz y la Sala de los Menesteres desapareció.Miraba a través de las altas verjas de hierroforjado, flanqueadas por pilares coronados consendos cerdos alados, y observaba el castillo que,con todas las luces encendidas, se alzaba al fondode los oscuros jardines. Llevaba a Nagini colgada

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sobre los hombros, y estaba poseído por esa fría ycruel determinación que lo invadía antes de matar.

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E

CAPÍTULO 31

La batalla deHogwarts

L techo encantado del Gran Comedor estabaoscuro y salpicado de estrellas, y debajo,

sentados alrededor de las cuatro largas mesas delas casas, se hallaban los alumnos, despeinados,algunos con capas de viaje y otros en pijama.Aquí y allá se veía brillar a los fantasmas del

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colegio, de un blanco nacarado. Todas las miradas—tanto las de los vivos como las de los muertos— se clavaban en la profesora McGonagall, queestaba hablando desde la tarima colocada en lacabecera del Gran Comedor. Detrás de ella sehabían situado los otros profesores, entre ellosFirenze, el centauro de crin blanca, y los miembrosde la Orden del Fénix que habían llegado paraparticipar en la batalla.

—… el señor Filch y la señora Pomfreysupervisarán la evacuación. Prefectos: cuando déla orden, organizaréis a los alumnos de la casa queos corresponda y conduciréis a vuestros pupilosordenadamente hasta el punto de evacuación.

Muchos estudiantes estaban muertos demiedo. Sin embargo, mientras Harry bordeaba lasparedes escudriñando la mesa de Gryffindor enbusca de Ron y Hermione, Ernie Macmillan selevantó de la mesa de Hufflepuff y gritó:

—¿Y si queremos quedarnos y pelear?Hubo algunos aplausos.—Los que seáis mayores de edad podéis

quedaros —respondió la profesora McGonagall.—¿Y nuestras cosas? —preguntó una chica de

la mesa de Ravenclaw—. Los baúles, laslechuzas…

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—No hay tiempo para recoger efectospersonales. Lo importante es sacaros de aquísanos y salvos.

—¿Dónde está el profesor Snape? —gritó unachica de la mesa de Slytherin.

—El profesor Snape ha ahuecado el ala, comosuele decirse —respondió la profesora, y losalumnos de Gryffindor, Hufflepuff y Ravenclawestallaron en vítores.

Harry continuaba avanzando por el GranComedor ciñéndose a la mesa de Gryffindor,tratando de localizar a sus dos amigos. Al pasar,atraía las miradas de los alumnos e iba dejandotras de sí una estela de susurros.

—Ya hemos levantado defensas alrededor delcastillo —prosiguió Minerva McGonagall—, pero,aun así, no podremos resistir mucho si no lasreforzamos. Por tanto, me veo obligada a pedirosque salgáis deprisa y con calma, y que hagáis loque vuestros prefectos…

Pero el final de la frase quedó ahogado por otravoz que resonó en todo el comedor. Era una vozaguda, fría y clara, y parecía provenir de lasmismas paredes. Se diría que llevaba siglos ahí,latente, como el monstruo al que una vez habíamandado.

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—Sé que os estáis preparando para luchar. —Los alumnos gritaron y muchos se agarraron unosa otros, mirando alrededor, aterrados, tratando deaveriguar de dónde salía aquella voz—. Perovuestros esfuerzos son inútiles; no podéiscombatirme. No obstante, no quiero mataros.Siento mucho respeto por los profesores deHogwarts y no pretendo derramar sangre mágica.

El Gran Comedor se quedó en silencio, unsilencio que presionaba los tímpanos, un silencioque parecía demasiado inmenso para que lasparedes lo contuvieran.

—Entregadme a Harry Potter —dijo la voz deVoldemort— y nadie sufrirá ningún daño.Entregadme a Harry Potter y dejaré el colegiointacto. Entregadme a Harry Potter y seréisrecompensados. Tenéis tiempo hasta lamedianoche.

El silencio volvió a tragarse a los presentes.Todas las cabezas se giraron, todas las miradasconvergieron en Harry, y él se quedó paralizado,como si lo sujetaran mil haces de luz invisibles.Entonces se levantó alguien en la mesa deSlytherin, y Harry reconoció a Pansy Parkinson,que alzó una temblorosa mano y gritó:

—¡Pero si está ahí! ¡Potter está ahí! ¡Que

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alguien lo aprese!Harry no tuvo tiempo de reaccionar, porque de

pronto se vio rodeado de un torbellino: losalumnos de Gryffindor se levantaron todos a una yplantaron cara a los de Slytherin; a continuaciónse pusieron en pie los de la casa de Hufflepuff, ycasi al mismo tiempo los de Ravenclaw, y sesituaron todos de espaldas a Harry, mirando aPansy. Harry, abrumado y atemorizado, veía salirvaritas mágicas por todas partes, de debajo de lascapas y las mangas de sus compañeros.

—Gracias, señorita Parkinson —dijo laprofesora McGonagall con voz entrecortada—.Usted será la primera en salir con el señor Filch. Ylos restantes de su casa pueden seguirla.

Harry oyó el arrastrar de los bancos, y luego elruido de los alumnos de Slytherin saliendo enmasa desde el otro extremo del Gran Comedor.

—¡Y ahora, los alumnos de Ravenclaw! —ordenó McGonagall.

Las cuatro mesas fueron vaciándose poco apoco. La de Slytherin quedó completamente vacía,pero algunos alumnos de Ravenclaw —losmayores— permanecieron sentados mientras suscompañeros abandonaban la sala. De Hufflepuffse quedaron aún más alumnos, y la mitad de los de

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Gryffindor no se movieron de sus asientos, demodo que McGonagall tuvo que bajar de la tarimade los profesores para darles prisa a los menoresde edad.

—¡Ni hablar, Creevey! ¡Te vas! ¡Y tú también,Peakes!

Harry corrió hacia los Weasley, que estabanjuntos en la mesa de Gryffindor.

—¿Dónde están Ron y Hermione?—¿No los has encon…? —masculló el señor

Weasley, preocupado, pero no terminó la fraseporque Kingsley había subido a la tarima paradirigirse a los que habían decidido quedarse adefender el colegio.

—¡Sólo falta media hora para la medianoche,así que no hay tiempo que perder! Los profesoresde Hogwarts y la Orden del Fénix hemos acordadoun plan. Los profesores Flitwick, Sprout yMcGonagall subirán con tres grupos decombatientes a las tres torres más altas(Ravenclaw, Astronomía y Gryffindor), dondetendrán una buena panorámica general y unaposición excelente para lanzar hechizos.Entretanto, Remus —señaló a Lupin—, Arthur —señaló al señor Weasley— y yo iremos cada unocon un grupo a los jardines. Pero necesitamos que

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alguien organice la defensa de las entradas de lospasadizos que comunican el colegio con elexterior…

—Eso parece un trabajo hecho a medida paranosotros —dijo Fred señalándose a sí mismo y aGeorge, y Kingsley mostró su aprobación con unacabezada.

—¡Muy bien! ¡Que los líderes suban a latarima, y dividiremos a nuestras tropas!

—Potter —dijo la profesora McGonagallcorriendo hacia él mientras los alumnos invadían laplataforma, empujándose unos a otros para que lesasignaran una posición y recibir instrucciones—,¿no tenías que buscar no sé qué?

—¿Cómo? ¡Ah! —exclamó Harry—. ¡Ah, sí!Casi se había olvidado del Horrocrux, casi se

había olvidado de que la batalla iba a librarse paraque él pudiera buscarlo. La inexplicable ausenciade Ron y Hermione había apartadomomentáneamente cualquier otro pensamiento desu mente.

—¡Pues vete, Potter, vete!—Sí… vale…Consciente de que todos lo seguían con la

mirada, salió corriendo del Gran Comedor hacia elvestíbulo, donde aguardaban los alumnos que

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iban a ser evacuados. Dejó que lo arrastraran porla escalera de mármol, pero al llegar arriba seescabulló hacia un pasillo vacío. El pánicoenturbiaba sus procesos mentales. Pese a ello,intentó serenarse, concentrarse en buscar elHorrocrux, pero sus pensamientos zumbaban,frenéticos e impotentes, como avispas atrapadasen un vaso. Sin la ayuda de Ron y Hermione, sesentía incapaz de poner en orden sus ideas. Asípues, redujo el paso y se detuvo hacia la mitad deun pasillo desierto; se sentó en el pedestal queuna estatua había abandonado y sacó el mapa delmerodeador. No veía los nombres de sus dosamigos por ninguna parte, aunque razonó que ladensa masa de puntos que se dirigían hacia la Salade los Menesteres quizá los ocultara. Guardó elmapa en el monedero, se tapó la cara con lasmanos y cerró los ojos tratando de concentrarse.

«Voldemort creyó que yo iría a la torre deRavenclaw.»

¡Claro, ya lo tenía: un hecho concreto, un buenpunto de partida! Voldemort había apostado aAlecto Carrow en la sala común de Ravenclaw, yeso sólo podía tener una explicación: él temía queHarry ya supiera que su Horrocrux estabarelacionado con esa casa.

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El único objeto que al parecer se asociaba conRavenclaw era la diadema perdida… Pero ¿cómopodía ser la diadema un Horrocrux? ¿Cómo eraposible que Voldemort, un miembro de Slytherin,hubiera encontrado esa joya que variasgeneraciones de miembros de Ravenclaw nohabían logrado recuperar? ¿Quién le habría dichodónde tenía que buscarla, si nadie que vivieratodavía la había visto jamás?

«Nadie que viviera todavía…»Harry abrió los ojos y se destapó la cara; saltó

del pedestal y echó a correr por donde habíavenido, persiguiendo su última esperanza. Por finllegó a la escalera de mármol, ocupada por cientosde alumnos que desfilaban hacia la Sala de losMenesteres con gran alboroto, al tiempo que losprefectos gritaban instrucciones, intentando noperder de vista a los alumnos de sus respectivascasas. Los chicos se daban empujones; Harry vioa Zacharias Smith tirando al suelo a un alumno deprimer año para colocarse al principio de la cola;algunos de los alumnos más pequeños lloraban,mientras que otros llamaban ansiosamente aamigos y hermanos…

De pronto, Harry vio una figura de un blancoperlado flotando por el vestíbulo, y gritó a todo

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pulmón por encima de aquel jaleo:—¡Nick! ¡¡Nick!! ¡Necesito hablar contigo!Se abrió paso a empujones entre la marea de

alumnos, hasta que llegó al pie de la escalera,donde Nick Casi Decapitado, el fantasma de latorre de Gryffindor, lo esperaba.

—¡Harry! ¡Querido mío!Nick hizo ademán de cogerle las manos, y el

chico sintió como si se las hubieran sumergido enagua helada.

—Tienes que ayudarme, Nick. ¿Quién es elfantasma de la torre de Ravenclaw?

Nick Casi Decapitado se sorprendió y semostró un poco ofendido.

—La Dama Gris, por supuesto. Pero si lo quenecesitas son los servicios de un fantasma…

—La necesito a ella. ¿Sabes dónde está?—Hum… Veamos…La cabeza de Nick se bamboleó un poco sobre

la gorguera de la camisa mientras la giraba de acápara allá mirando por encima del hormiguero dealumnos.

—Es esa de ahí, Harry, esa joven de cabellolargo.

El muchacho miró en la dirección que indicabael transparente dedo de Nick y vio a un fantasma

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de elevada estatura que, al darse cuenta de que lomiraban, arqueó las cejas y desapareció a travésde una pared.

Harry corrió tras la Dama Gris. Entró por lapuerta del pasillo por el que ella habíadesaparecido y la vio al fondo, deslizándose consuavidad y alejándose de él.

—¡Espere! ¡Vuelva aquí!El fantasma accedió a detenerse y se quedó

flotando a unos centímetros del suelo. A Harry lepareció guapa: la melena le llegaba hasta la cinturay la capa hasta los pies, pero tenía un aireorgulloso y altanero. Al acercarse la reconoció: sehabían cruzado varias veces por los pasillos,aunque nunca había hablado con ella.

—¿Es usted la Dama Gris? —Ella asintió conun gesto—. ¿Es usted el fantasma de la torre deRavenclaw?

—Así es. —Su tono de voz no era muyalentador.

—Tiene que ayudarme, por favor. Necesitosaber cualquier dato que tenga usted sobre ladiadema perdida.

El fantasma esbozó una fría sonrisa y le dijo:—Me temo que no puedo ayudarte. —Y se dio

la vuelta.

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—¡¡Espere!!Harry no quería gritar, pero la rabia y el pánico

amenazaban con apoderarse de él. Consultó sureloj mientras el fantasma permanecía suspendidoante él: eran las doce menos cuarto.

—Es muy urgente —dijo con vehemencia—. Siesa diadema está en Hogwarts, tengo queencontrarla, y rápido.

—No creas que eres el primer alumno que lacodicia —dijo el fantasma con desdén—.Generaciones y generaciones de alumnos me handado la lata para…

—¡No la quiero para sacar mejores notas! —leespetó Harry—. Lo que deseo es derrotar aVoldemort. ¿Acaso no le interesa eso?

El fantasma no podía sonrojarse, pero sustransparentes mejillas se volvieron más opacas y,un poco acalorado, respondió:

—Pues claro que… ¿Cómo te atreves ainsinuar…?

—¡Pues entonces ayúdeme!La Dama Gris estaba perdiendo la compostura.—No se trata de… —balbuceó—. La diadema

de mi madre…—¿De su madre?—En vida —dijo la Dama, como enfadada

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consigo misma—, yo era Helena Ravenclaw.—¿Que usted es su hija? ¡Pues entonces debe

saber qué fue de esa joya!—Aunque la diadema confiere sabiduría —

repuso la Dama Gris intentando calmarse—, dudoque mejorara mucho tus posibilidades de vencer almago que se hace llamar lord…

—¿No acabo de decírselo? ¡No me interesaponérmela! —chilló Harry con fiereza—. ¡Ahorano tengo tiempo para explicárselo, pero si leimporta Hogwarts, si quiere ver derrotado aVoldemort, tiene que decirme todo lo que sepasobre la diadema!

La Dama Gris se quedó quieta, flotando,mientras miraba a Harry desde su elevadaposición; al muchacho lo invadió una profundadesesperanza. Si aquel fantasma hubiera sabidoalgo, se lo habría contado a Flitwick oDumbledore, que sin duda le habían hecho lamisma pregunta. Desesperanzado, se dispuso amarcharse, pero el fantasma dijo en voz baja:

—Yo se la robé a mi madre.—¿Quéeee? ¿Qué dice que hizo?—Le robé la diadema —repitió Helena

Ravenclaw con un susurro—. Quería ser más lista,más importante que mi madre. La robé y huí con

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ella.Harry no sabía cómo se había ganado su

confianza, pero no lo preguntó, sino que se limitóa escuchar con atención, y ella prosiguió:

—Dicen que mi madre nunca admitió que habíaperdido la diadema, y fingió que todavía laconservaba. Ocultó su pérdida y mi espantosatraición, incluso a los otros fundadores deHogwarts.

»Pero mi madre enfermó gravemente. Y como,pese a mi perfidia, deseaba verme una vez más, lepidió a un hombre que siempre me amó, y al queyo siempre rechacé, que me buscara. Mi madresabía que ese hombre no descansaría hastaencontrarme.

Harry esperó. El fantasma respiró hondo y,echando la cabeza atrás, prosiguió:

—Él me siguió la pista hasta el bosque dondeme había escondido, pero como me negué aregresar con él, el barón se puso agresivo; siemprehabía sido un hombre muy irascible. Furioso pormi negativa y celoso de mi libertad, me apuñaló.

—Ha mencionado usted a un barón, ¿se refierea…?

—El Barón Sanguinario, sí —confirmó la DamaGris, y se apartó la capa revelando una oscura

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cicatriz en el blanco pecho—. Cuando vio lo quehabía hecho, lo abrumó el arrepentimiento, así que,con la misma arma que me había arrebatado la vida,se suicidó. Han pasado siglos desde aquel día,pero él todavía arrastra sus cadenas como acto depenitencia… Y así es como debe ser —añadió conamargura.

—¿Y… la diadema?—Se quedó donde yo la escondí cuando oí al

barón dando tumbos por el bosque, buscándome.La escondí dentro del tronco hueco de un árbol.

—¿En el tronco hueco de un árbol? —seasombró Harry—. ¿Y dónde está ese árbol?

—En un bosque de Albania. Un lugar solitarioal que pensé que mi madre nunca llegaría.

—Albania —repitió Harry. Como por obra deun milagro, la confusión iba cobrando sentido, yde repente el chico entendió por qué HelenaRavenclaw le estaba contando lo que no habíarevelado a Dumbledore ni a Flitwick—. Usted ya leha contado esta historia a alguien, ¿verdad? A otroestudiante, ¿no es así?

El fantasma cerró los ojos y asintió.—Yo no sabía… Era tan… adulador… Me

pareció que me comprendía, que me compadecía…«Claro —pensó Harry—, Tom Ryddle debió de

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entender a la perfección el deseo de HelenaRavenclaw de poseer objetos fabulosos sobre losque no tenía ningún derecho.»

—Bueno, usted no fue la primera persona a laque Ryddle consiguió sonsacarle algo —murmuróHarry—. Sabía emplear sus encantos…

Así que Voldemort engatusó a la Dama Grispara que le revelara el paradero de la diademaperdida, y luego viajó hasta aquel remoto bosquey sacó la diadema de su escondite; quizá lo hizonada más marcharse de Hogwarts, antes inclusode empezar a trabajar en Borgin y Burkes.

Y después, mucho más tarde, esos lejanos ysolitarios bosques albaneses debieron deparecerle un refugio idóneo cuando necesitó unsitio donde esconderse. Y allí pasó diez largosaños, sin que nadie lo molestara.

Pero después de convertir la diadema en unvalioso Horrocrux, no la dejó en aquel humildetronco, sino que la devolvió en secreto a suverdadero hogar, y debió de ponerla allí…

—¡La noche que vino a pedir trabajo! —exclamó Harry.

—¿Perdón?—¡Escondió la diadema en el castillo la noche

que le pidió a Dumbledore un empleo de profesor!

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—explotó Harry. Decirlo en voz alta le permitióentenderlo todo—. ¡Debió de esconderla cuandosubió al despacho de Dumbledore, o cuando semarchó de allí! Pero de cualquier forma valía lapena intentar conseguir el empleo; así tambiéntendría ocasión de robar la espada de Gryffindor…¡Gracias, muchas gracias!

Harry la dejó flotando, completamentedesconcertada. Al doblar una esquina camino delvestíbulo, miró la hora. Faltaban cinco minutospara la medianoche, y aunque al menos ya sabíaqué era el último Horrocrux, no estaba más cercade descubrir dónde estaba escondido…

Generaciones y generaciones de alumnos nohabían logrado encontrar la joya; eso apuntaba aque no se hallaba en la torre de Ravenclaw. Pero sino estaba allí, ¿dónde podía estar? ¿Qué esconditehabía encontrado Tom Ryddle en el castillo deHogwarts, qué lugar consideró capaz de guardareternamente su secreto?

Perdido en sus elucubraciones, Harry doblóotra esquina y tan sólo había dado unos pasos porel siguiente pasillo cuando una ventana a suizquierda se abrió con gran estrépito. Se apartó deun salto, al mismo tiempo que un cuerpogigantesco irrumpía por ella e iba a estrellarse

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contra la pared de enfrente. De inmediato unaforma grande y peluda se separó gimoteando delcaído y se arrojó sobre Harry.

—¡Hagrid! —gritó el chico intentando repelerlas atenciones de Fang, el perro jabalinero,mientras el enorme y barbudo personaje se poníaen pie—. ¿Qué demonios…?

—¡Estás aquí, Harry! ¡Estás aquí!Hagrid se encorvó, le dio un rápido y

aplastante abrazo, y fue rápidamente hasta ladestrozada ventana.

—¡Bien hecho, Grawpy! —bramó elguardabosques asomándose por el hueco—. ¡Nosvemos enseguida, te has portado muy bien!

A lo lejos, en los oscuros jardines, Harry viodestellos de luz y oyó un inquietante gritoparecido a un lamento. Miró el reloj: eramedianoche. La batalla había comenzado.

—Vaya, Harry —resolló Hagrid—, esto va enserio, ¿eh? ¿Listo para la lucha?

—¿De dónde sales, Hagrid?—Oímos a Quien-tú-sabes desde nuestra

cueva —respondió con gravedad—. El viento nostrajo su voz, ¿sabes? «Entregadme a HarryPotter… Tenéis tiempo hasta la medianoche.»Enseguida imaginé que estarías aquí y lo que

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sucedía. ¡Al suelo, Fang! Así que Grawpy, Fang yyo decidimos reunirnos contigo; nos colamos porla parte del muro de los jardines que linda con elbosque; Grawpy nos transportó sobre loshombros. Le dije que me llevara volando al castillo,y me ha lanzado por la ventana, pobrecillo. Eso noera exactamente lo que yo quería decir, pero…Oye, ¿dónde están Ron y Hermione?

—Buena pregunta. ¡Vamos!Se pusieron en marcha y Fang los siguió con

sus torpes andares. Harry oía movimiento en lospasillos —gente que corría, gritos— y por lasventanas continuaba viendo destellos de luz enlos jardines en penumbra.

—¿Adónde vamos? —preguntó Hagridresollando; iba corriendo detrás de Harry haciendotemblar el entarimado del suelo.

—No lo sé exactamente —contestó elmuchacho, y tomó otro desvío al azar—, pero Rony Hermione deben de estar por aquí.

Las primeras bajas de la batalla yacíandesparramadas por el pasillo que enfilaron, puesun hechizo lanzado por una ventana habíadestrozado las dos gárgolas de piedra quecustodiaban la entrada de la sala de profesores.Los restos, esparcidos por el suelo, todavía se

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movían un poco. Cuando Harry saltó por encimade una de las incorpóreas cabezas, ésta gimiódébilmente: «No te preocupes por mí, me quedaréaquí y me desmenuzaré lentamente.»

Al ver aquella fea cara de piedra, a Harry levino a la memoria el busto de mármol de RowenaRavenclaw, provisto de aquel estrambótico tocadoque había contemplado en casa de Xenophilius, ya continuación se acordó de la estatua de la torrede Ravenclaw, luciendo la diadema de piedra sobrelos blancos rizos…

Y cuando llegó al final del pasillo, lo asaltó elrecuerdo de una tercera efigie de piedra: la de unmago viejo y feo, en cuya cabeza él mismo habíacolocado una peluca y una deslucida diadema. Larevelación le provocó una sensación parecida a ladel whisky de fuego, y estuvo a punto de tropezar.

Por fin sabía dónde estaba esperándolo elHorrocrux.

Tom Ryddle, que no confiaba en nadie ysiempre actuaba solo, había sido lo bastantearrogante para dar por hecho que sólo élconseguiría penetrar en los más profundosmisterios del castillo de Hogwarts. Como es lógico,ni Dumbledore ni Flitwick, alumnos modélicos,habían entrado jamás en aquel lugar en concreto,

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pero Harry se había saltado las normas en más deuna ocasión cuando estudiaba en el colegio. Y porfin acababa de descubrir un secreto que Voldemorty él conocían, pero que Dumbledore no habíallegado a vislumbrar.

La profesora Sprout lo devolvió a la realidad alpasar a toda velocidad a su lado, seguida deNeville y media docena de alumnos más, todosprovistos de orejeras y transportando enormesplantas en macetas.

—¡Son mandrágoras! —le gritó Neville a Harrypor encima del hombro, sin detenerse—. ¡Vamos alanzarlas al otro lado de los muros! ¡No les gustaránada!

Harry ya sabía adónde tenía que ir, así queaceleró el paso, y Hagrid y Fang lo siguieron.Pasaron por delante de un montón de retratoscuyas figuras —magos y brujas ataviados concamisas de gorgueras y bombachos, armaduras ycapas— iban también de aquí para allá,apiñándose unos en los lienzos de los otros ytransmitiéndose a gritos las noticias recibidas deotras partes del castillo. Al llegar al final delpasillo, todo el colegio tembló y Harrycomprendió, al mismo tiempo que un gigantescojarrón saltaba de su pedestal con una fuerza

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explosiva, que Hogwarts estaba siendo asoladopor sortilegios más siniestros que los de losprofesores y la Orden.

—¡Tranquilo, Fang! ¡No pasa nada! —gritóHagrid, pero el enorme perro jabalinero salióhuyendo, mientras fragmentos de porcelanasaltaban por los aires como metralla. Elguardabosques echó a correr tras el aterrorizadoanimal y dejó solo a Harry.

Empuñando la varita, el muchacho continuóadelante por pasillos que todavía temblaban, y a lolargo de uno de ellos la pequeña figura de sirCadogan, a quien seguía a medio galope surechoncho poni, corrió de lienzo en lienzo al ladode Harry, haciendo mucho ruido con la armadura ydándole gritos de ánimo:

—¡Bellacos! ¡Bribones! ¡Villanos!¡Sinvergüenzas! ¡Échalos a todos de aquí, HarryPotter! ¡Acaba con ellos!

Harry dobló una esquina a toda prisa yencontró a Fred con un grupito de estudiantes,entre ellos Lee Jordan y Hannah Abbott, de piejunto a otro pedestal vacío, cuya estatua ocultabaun pasadizo secreto. Varitas en mano, escuchabanpor el disimulado hueco, por si alguien atacaba porahí.

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—¡Menuda nochecita! —gritó Fred.El castillo volvió a estremecerse y Harry pasó

zumbando, eufórico y a la vez aterrorizado.Recorrió otro pasillo y vio lechuzas por todaspartes; la Señora Norris bufaba e intentabaatraparlas con las patas, sin duda para devolverlasal lugar que les correspondía.

—¡Potter! —Aberforth Dumbledore se hallabaen medio de un pasillo blandiendo la varita—.¡Cientos de chicos han entrado en tropel en mipub, Potter!

—Ya lo sé. Estamos evacuando el castillo.Voldemort…

—… está atacando porque no te hanentregado. Ya —replicó Aberforth—, no estoysordo; lo ha oído todo Hogsmeade. ¿Y a ningunode vosotros se le ha ocurrido tomar como rehenesa algunos miembros de Slytherin? Hay hijos demortífagos entre los alumnos que habéis enviado aun lugar seguro. ¿No habría sido más inteligenteretenerlos aquí?

—Eso no habría detenido a Voldemort.Además, Aberforth, su hermano Albus nuncahabría hecho una cosa así.

Aberforth soltó un gruñido y echó a correr enla dirección opuesta.

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«Su hermano Albus nunca habría hecho unacosa así.» Bueno, era la verdad, pensó Harry alarrancar a correr de nuevo; Dumbledore, quedurante tantos años defendió a Snape, jamáshabría tomado alumnos como rehenes…

Entonces derrapó en otra esquina y, con ungrito de alivio y furia a la vez, vio a Ron yHermione, ambos cargados con unos enormesobjetos amarillentos, curvados y sucios. Rontambién llevaba una escoba debajo del brazo.

—¿Dónde demonios os habíais metido? —lesgritó Harry.

—En la cámara secreta —contestó Ron.—¡¿Dónde…?! —exclamó Harry, y se detuvo

sin resuello.—¡Ha sido idea de Ron! —explicó Hermione,

que casi no podía respirar—. ¿Es un genio o no?Cuando te marchaste, le pregunté cómo íbamos adestruir el Horrocrux si lo encontrábamos.¡Todavía no habíamos eliminado la copa! ¡Yentonces a Ron se le ocurrió pensar en elbasilisco!

—Pero…—Claro, algo con lo que destruir los

Horrocruxes —dijo Ron con sencillez.Harry observó lo que sus dos amigos llevaban

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en los brazos: los enormes y curvados colmillosque habían arrancado —ahora lo comprendía—del cráneo del basilisco muerto.

—Pero ¿cómo lo habéis logrado si para entrarahí hay que hablar pársel?

—¡Ron sabe hablar pársel! —saltó Hermione—. ¡Demuéstraselo!

Y el chico emitió un espantoso y estranguladosonido silbante.

—Es lo que dijiste tú para abrir el guardapelo—le dijo a Harry como disculpándose—. Tuve queintentarlo varias veces, pero… —se encogió dehombros, modesto— al final logramos entrar.

—¡Ha estado sensacional! —exclamóHermione—. ¡Sensacional!

—Entonces… —Harry intentaba atar cabos—.Entonces…

—Ya queda un Horrocrux menos —confirmóRon, y de la chaqueta sacó los restos de la copade Hufflepuff—. Se lo ha clavado Hermione. Meha parecido justo que lo hiciera ella porquetodavía no había tenido ese honor.

—¡Genial! —exclamó Harry.—No es para tanto —dijo Ron, aunque se lo

veía satisfecho de sí mismo—. Bueno, ¿y tú quéhas hecho?

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En ese momento hubo una explosión en el pisosuperior. Los tres levantaron la vista y observaroncómo caía polvo del techo y oyeron un gritolejano.

—He averiguado cómo es la diadema, ytambién sé dónde está —les explicó Harryprecipitadamente—. La escondió en el mismo sitiodonde yo guardé mi viejo libro de Pociones, dondela gente lleva siglos escondiendo cosas. Y creyóque sólo él la encontraría. ¡Vamos!

Las paredes volvieron a temblar. Harry guió asus amigos por la entrada oculta y por la escaleraque conducía a la Sala de los Menesteres. Allí sóloquedaban tres mujeres: Ginny, Tonks y una brujamuy anciana con un sombrero apolillado, a la queHarry reconoció al instante: era la abuela deNeville.

—¡Ah, Potter! —dijo la anciana condesenvoltura—. Ahora podrás explicarnos quéestá pasando.

—¿Están todos bien? —preguntaron Ginny yTonks a la vez.

—Que nosotros sepamos, sí —respondióHarry—. ¿Todavía queda gente en el pasadizo quelleva a Cabeza de Puerco?

Era consciente de que la Sala de los

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Menesteres no se transformaría mientras quedaraalguien dentro.

—Yo he sido la última que ha entrado por ahí—dijo la señora Longbottom—. Y lo he cerrado,porque no creo que sea conveniente dejarloabierto ahora que Aberforth se ha marchado de supub. ¿Has visto a mi nieto?

—Está combatiendo —contestó Harry.—Claro —dijo la anciana con orgullo—.

Perdonadme, pero tengo que ir a ayudarlo.Y se encaminó hacia los escalones de piedra a

una velocidad asombrosa.—Creía que estabas con Teddy en casa de tu

madre —le comentó Harry a Tonks.—No podía soportarlo. Necesitaba saber… —

Estaba muy angustiada—. Mi madre cuidará de él.¿Has visto a Remus?

—Creo que planeaba llevar a un grupo decombatientes a los jardines…

Tonks no dijo nada más y se marchó a todaprisa.

—Ginny —dijo entonces Harry—, lo siento,pero tú también tendrás que irte, pero sólo un rato.Luego podrás volver.

Ginny recibió encantada la orden de abandonarsu refugio.

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—¡Luego has de volver! —insistió Harrymientras la chica subía corriendo la escalera,detrás de Tonks—. ¡Tienes que volver!

—¡Espera un momento! —dijo de pronto Ron—. ¡Se nos olvidaba alguien!

—¿Quién? —preguntó Hermione.—Los elfos domésticos. Deben de estar todos

en la cocina, ¿no?—¿Quieres decir que deberíamos ir a buscarlos

para que luchen de nuestro lado? —preguntóHarry.

—No, no es eso —respondió Ron, muy serio—. Pero deberíamos sugerirles que abandonen elcastillo; no queremos que corran la misma suerteque Dobby, ¿verdad? No podemos obligarlos amorir por nosotros.

En ese instante se oyó un fuerte estrépito:Hermione había soltado los colmillos de basiliscoque llevaba en los brazos. Corrió hacia Ron, se leechó al cuello y le plantó un beso en la boca. Elchico soltó también los colmillos y la escoba y ledevolvió el beso con tanto entusiasmo que lalevantó del suelo.

—¿Os parece que es el momento másoportuno? —preguntó Harry con un hilo de voz, ycomo no le hicieron ni caso, sino que se abrazaron

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aún más fuerte y se balancearon un poco, les gritó—: ¡Eh! ¡Que estamos en guerra!

Ambos se separaron un poco, pero siguieronabrazados.

—Ya lo sé, colega —dijo Ron con cara deatontado, como si acabaran de darle en la cabezacon una bludger—. Precisamente por eso. O ahorao nunca, ¿no?

—¡Piensa en el Horrocrux! —le soltó Harry—.¿Crees que podrás aguantarte hasta queconsigamos la diadema?

—Sí, claro, claro. Lo siento —se disculpó Ron,y con Hermione, ambos ruborizados, se ocuparonde recoger los colmillos del suelo.

Cuando llegaron al pasillo de arriba,comprobaron que en los pocos minutos quehabían pasado en la Sala de los Menesteres lasituación en el castillo había empeorado: lasparedes y el techo retemblaban más que nunca,había mucho polvo suspendido en el aire y, através de la ventana más cercana, Harry vioestallidos de luz verde y roja muy cerca de laplanta baja del castillo, lo que indicaba que losmortífagos estaban a punto de entrar en el edificio.Miró entonces hacia abajo y vio pasar a Grawp, elgigante, quien bramaba enfurecido y blandía una

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gárgola de piedra desprendida del tejado.—¡Espero que aplaste a bastantes mortífagos!

—comentó Ron, y volvieron a resonar gritoscercanos.

—¡Mientras no sean de los nuestros! —dijouna voz. Harry se volvió y vio a Ginny y Tonks,ambas varitas en mano, apostadas en la ventanamás próxima, a la que le faltaban varios cristales.Ginny lanzó un certero hechizo a un grupo decombatientes que intentaba entrar en el castillo.

—¡Bien hecho! —rugió una figura que corríahacia ellos a través de una nube de polvo, y Harryvio de nuevo a Aberforth, con el canoso cabelloalborotado, guiando a un reducido grupo dealumnos—. ¡Parece que están abriendo una brechaen las almenas del ala norte! ¡Se han traído a susgigantes!

—¿Has visto a Remus? —le preguntó Tonks.—¡Estaba peleando con Dolohov! —gritó

Aberforth—. ¡No lo he visto desde entonces!—Seguro que está bien, Tonks —la tranquilizó

Ginny—. Seguro que está bien…Pero la bruja se había lanzado ya hacia la nube

de polvo, detrás de Aberforth.Ginny, impotente, se volvió hacia Harry, Ron y

Hermione.

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—No les pasará nada —dijo Harry, aunquesabía que sólo eran palabras de consuelo—.Volverán enseguida, Ginny. Tú apártate y quédateen un lugar seguro. ¡Vamos! —les dijo a sus dosamigos, y se fueron a toda velocidad hacia el trozode pared detrás del cual la Sala de los Menestereslos esperaba para ofrecerles una nueva respuestaa sus necesidades.

«Necesito el sitio donde se esconde todo», lesuplicó Harry mentalmente, y la puerta sematerializó una vez que los chicos hubieronpasado tres veces por delante.

El fragor de la batalla se apagó en cuantotraspusieron el umbral y cerraron la puerta detrásde ellos; todo quedó en silencio. Se hallaban en unrecinto del tamaño de una catedral que encerrabauna ciudad entera de altísimas torres formadas porobjetos que miles de alumnos, ya muertos, habíanescondido en aquel lugar.

—¿Y no se dio cuenta de que cualquiera podíaentrar aquí? —preguntó Ron, y su voz resonó enel silencio.

—Creyó que era el único capaz de hacerlo —repuso Harry—. Pero, desgraciadamente para él,yo también necesité esconder una cosa en miépoca de… Por aquí —indicó—. Me parece que

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está ahí abajo.Pasó por delante del trol disecado y el armario

evanescente que Draco había reparado el añoanterior con tan desastrosas consecuencias, perose desorientó ante tantos callejones flanqueadospor muros de chatarra; no recordaba por dóndetenía que ir…

—¡Accio diadema! —gritó Hermione a ladesesperada, pero la diadema no aparecióvolando. Al parecer, aquella sala, como la cámarade Gringotts, no iba a entregarles sus objetosocultos tan fácilmente.

—Separémonos —propuso Harry—. Buscadun busto de piedra de un anciano con peluca ydiadema. Lo puse encima de un armario, no puedeestar muy lejos de aquí…

Echaron a correr por callejones adyacentes;Harry oía los pasos de Ron y Hermione resonandoentre las altísimas montañas de chatarra formadaspor botellas, sombreros, cajas, sillas, libros, armas,escobas, bates…

«Tiene que estar por aquí —se dijo—. Poraquí… por aquí…»

Se adentraba más y más en el laberintobuscando objetos que reconociera de su anteriorincursión en aquel recinto. Oía el ruido de su

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propia respiración, hasta que de pronto tuvo lasensación de que hasta el alma le temblaba. Allíestaba, justo delante de él: el viejo y estropeadoarmario donde había escondido su antiguo libro dePociones; y encima del mueble, el mago de piedragastada con una peluca vieja y polvorienta y unaantigua diadema descolorida.

Ya había estirado un brazo, aunque todavíaestaba a tres metros del armario, cuando una vozdijo a sus espaldas:

—¡Quieto, Potter!El muchacho se detuvo tras dar un patinazo y

se dio la vuelta. Crabbe y Goyle estaban de piedetrás de él, hombro con hombro, apuntándolocon sus varitas. Por el espacio que quedaba entresus burlonas caras, entrevió a Draco Malfoy.

—Esa varita que tienes en la mano es mía,Potter —dijo Malfoy apuntándolo con otramientras se abría paso entre sus dos secuaces.

—Ya no lo es —replicó Harryentrecortadamente, y aferró con más fuerza lavarita de espino—. Quien pierde, paga, Malfoy.¿De quién es la que tienes tú?

—De mi madre —contestó Draco.Harry rió, aunque la situación no tenía nada de

cómica. Ya no oía a sus dos amigos; debían de

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haberse alejado y tampoco ellos debían de oírlo aél.

—¿Qué hacéis aquí? —preguntó Harry—. Meextraña que no estéis con Voldemort.

—Nos van a recompensar —dijo Crabbe conuna voz sorprendentemente dulce para tratarse deuna persona tan corpulenta; era casi la primera vezque Harry lo oía hablar. Crabbe sonreía como unniño pequeño al que han prometido una granbolsa de caramelos—. Nos quedamos en elcolegio, Potter. Decidimos no marcharnos porquedecidimos entregarte.

—¡Un plan fantástico! —exclamó Harry confingida admiración. No podía creer que, con lo quele había costado llegar hasta allí y lo cerca queestaba de lograr su objetivo, aquellos tresimpresentables frustraran sus intenciones. Conmucha lentitud, fue acercándose al busto sobre elque reposaba el Horrocrux, torcido. Si pudieracogerlo antes de que empezaran a pelear…—. ¿Ycómo habéis entrado aquí? —preguntó conintención de distraerlos.

—El año pasado estuve más horas en la Salade Objetos Ocultos que en cualquier otro sitio —dijo Malfoy con voz crispada—. Sé cómo se entra.

—Estábamos escondidos en el pasillo —

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informó Goyle—. ¡Ahora sabemos hacerencantamientos desilusionadores! Y entonces —añadió esbozando una sonrisa de bobo—apareciste tú y dijiste que estabas buscando unadiadema. Por cierto, ¿qué es una diadema?

—¡Eh, Harry! —La voz de Ron resonó derepente al otro lado de la pared que Harry tenía asu derecha—. ¿Con quién hablas?

Crabbe sacudió la varita como si fuera unlátigo apuntando a una montaña de quince metrosde alto compuesta de muebles viejos, baúles rotos,túnicas y libros viejos y otros utensilios difícilesde identificar, y gritó:

—¡Descendo!—¡Ron! —gritó Harry, al mismo tiempo que

Hermione, a quien todavía no veía, gritabatambién; entonces oyó cómo innumerablesobjetos caían al suelo al otro lado de ladesestabilizada pared. Apuntó con su varita a labase de ésta y gritó—: ¡Finite! —Eso detuvo laavalancha.

—¡No, quieto! —ordenó Malfoy sujetándole elbrazo a Crabbe cuando éste intentaba repetir elhechizo—. ¡Si destrozas la habitación podríasenterrar esa diadema!

—¿Y qué más da? —se soliviantó Crabbe

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quitándose de encima a Draco—. Es a Potter aquien quiere el Señor Tenebroso. ¿Qué me importaa mí la diadema?

—Potter ha entrado aquí para cogerla —dijoMalfoy, impaciente ante la torpeza de sus colegas—, y eso debe de significar…

—¿«Debe de significar»? —Crabbe miró aMalfoy con ferocidad—. ¿A quién le importa loque tú pienses? Yo ya no acepto tus órdenes,Draco. Tu padre y tú estáis acabados.

—¡Eh, Harry! —gritó Ron desde el otro lado dela pared de trastos—. ¿Qué está pasando?

—¡Eh, Harry! —lo imitó Crabbe—. ¿Quéestá…? ¡No! ¡Potter! ¡Crucio!

Harry se había lanzado sobre la diadema, perola maldición de Crabbe pasó rozándolo y diocontra el busto de piedra, que saltó por los aires;la diadema salió despedida hacia arriba y luego seperdió de vista entre la masa de objetos sobre laque había ido a parar el busto.

—¡¡Basta!! —le gritó Malfoy a Crabbe, y suvoz resonó en el enorme recinto—. El SeñorTenebroso lo quiere vivo…

—¿Y qué? No voy a matarlo, ¿vale? —explotóCrabbe, furioso, soltándose del brazo de Malfoy—. Pero si se me presenta la oportunidad, lo haré.

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Al fin y al cabo, el Señor Tenebroso quiere verlomuerto, ¿qué más da que…?

Un chorro de luz roja pasó rozando a Harry:Hermione había llegado corriendo por detrás de ély le había lanzado un hechizo aturdidor a Crabbe,y le habría dado en la cabeza si Malfoy no lohubiera apartado de un empujón.

—¡Es esa sangre sucia! ¡Avada Kedavra!Harry vio cómo Hermione se lanzaba hacia un

lado, y la rabia que le dio que Crabbe disparara amatar le borró de la mente todo lo demás. Sinvacilar le lanzó un hechizo aturdidor al chico, quese apartó tambaleándose y golpeó sin querer aMalfoy, haciendo que se le cayera la varita de lamano; la varita rodó por el suelo y se perdió bajouna montaña de cajas y muebles rotos.

—¡No lo matéis! ¡¡No lo matéis!! —ordenóMalfoy a sus compinches, que estaban apuntandoa Harry; ambos vacilaron una milésima desegundo, suficiente para que Harry les gritara:

—¡Expelliarmus!A Goyle le saltó la varita de la mano y él dio un

brinco para atraparla en vuelo, pero la varitadesapareció en el muro de objetos que había a sulado; Malfoy se apartó para esquivar otro hechizoaturdidor de Hermione. Ron apareció de repente al

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final del callejón y le lanzó una maldición deinmovilidad total a Crabbe, pero falló por poco.

Crabbe giró en redondo y gritó «¡AvadaKedavra!» una vez más. Ron saltó para esquivar elchorro de luz verde y se perdió de vista. Malfoy,que se había quedado sin varita, se agachó detrásde un ropero de tres patas mientras Hermionecargaba contra ellos y acertaba a lanzarle unhechizo aturdidor a Goyle.

—¡Está por aquí! —le gritó Harry señalando lamontaña de trastos donde había caído la viejadiadema—. ¡Búscala mientras yo voy a ayudar aRon!

—¡¡Harry, mira!! —gritó la chica.Un rugido estruendoso lo previno del nuevo

peligro que lo amenazaba. Se dio la vuelta y viocómo Ron y Crabbe se acercaban a toda velocidadpor el callejón.

—¿Tenías frío, canalla? —le gritó Crabbemientras corría.

Pero al parecer éste no podía controlar lo quehabía hecho. Unas llamas de tamaño descomunallos perseguían, acariciando las paredes de trastos,que en contacto con el fuego se convertían encenizas.

—¡Aguamenti! —bramó Harry, pero el chorro

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de agua que salió de la punta de su varita seevaporó enseguida.

—¡¡Corred!!Malfoy agarró a Goyle, que estaba aturdido, y

lo arrastró por el suelo; Crabbe, con cara depánico, les tomó la delantera a todos; Harry, Ron yHermione salieron como flechas tras ellos,perseguidos por el fuego. Pero no era un fuegonormal; Crabbe debía de haber utilizado algunamaldición que Harry no conocía. Al doblar unaesquina, las llamas los siguieron como si tuvieranvida propia, o pudieran sentir y estuvierandecididas a matarlos. Entonces el fuego empezó amutar y formó una gigantesca manada de bestiasabrasadoras: llameantes serpientes, quimeras ydragones se alzaban y descendían y volvían aalzarse, alimentándose de objetos inserviblesacumulados durante siglos, metiéndoselos enfauces provistas de colmillos o lanzándolos lejoscon las garras de las patas; cientos de trastossaltaban por los aires antes de ser consumidos poraquel infierno.

Malfoy, Crabbe y Goyle habían desaparecido,y Harry, Ron y Hermione se detuvieron en seco.Los monstruos de fuego, sin parar de agitar lasgarras, los cuernos y las colas, los estaban

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rodeando. El calor iba cercándolos poco a poco,compacto como un muro.

—¿Qué hacemos? —gritó Hermione porencima del ensordecedor bramido del fuego—.¿Qué hacemos?

—¡Aquí, deprisa, aquí!Harry agarró un par de gruesas escobas de un

montón de trastos y le lanzó una a Ron, que montóen ella con Hermione detrás. Harry montó en laotra y, dando fuertes pisotones en el suelo, lostres se elevaron y esquivaron por poco el pico concuernos de un saurio de fuego que intentóatraparlos con las mandíbulas. El humo y el calorresultaban insoportables; debajo de ellos, el fuegomaldito consumía los objetos de contrabando devarias generaciones de alumnos, los abominablesresultados de un millar de experimentosprohibidos, los secretos de infinidad de personasque habían buscado refugio en aquella habitación.Harry no veía ni rastro de Malfoy ni de sussecuaces. Descendió cuanto pudo y sobrevoló alos monstruos ígneos, que seguían saqueándolotodo a su paso; los buscó, pero sólo veía fuego.¡Qué forma tan espantosa de morir! Harry nuncahabía imaginado nada parecido.

—¡Salgamos de aquí, Harry! ¡Salgamos de

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aquí! —gritó Ron, aunque el denso y negro humoimpedía ver dónde estaba la puerta.

Y entonces, en medio de aquella terribleconmoción, en medio del estruendo de lasdevoradoras llamas, Harry oyó un débil y lastimerogrito.

—¡Es demasiado arriesgado! —gritó Ron, peroHarry viró en el aire. Como las gafas le protegíanlos ojos del humo, pasó por encima de la tormentade fuego, buscando alguna señal de vida, unaextremidad o una cara que todavía no estuvieracalcinada.

Y entonces los vio: estaban encaramados enuna frágil torre de pupitres calcinados, y Malfoyabrazaba a Goyle, que estaba inconsciente. Harrydescendió en picado hacia ellos. Draco lo viollegar y levantó un brazo; Harry se lo agarró, peroal punto supo que no lo conseguiría: Goyle pesabademasiado y la sudorosa mano de Malfoy resbalóal instante de su presa…

—¡¡Si morimos por su culpa, te mato, Harry!!—rugió Ron, y en el preciso instante en que unaenorme y llameante quimera se abatía sobre ellos,entre Hermione y él subieron a Goyle a su escobay volvieron a elevarse, cabeceando ybalanceándose, mientras Malfoy se montaba en la

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de Harry.—¡La puerta! ¡Vamos hacia la puerta! —gritó

Malfoy al oído de Harry, y éste aceleró, yendo trasRon, Hermione y Goyle a través de una densanube de humo negro, casi sin poder respirar.

Las criaturas de fuego maldito lanzaban al airecon alborozo los pocos objetos que las llamastodavía no habían devorado, y por todas partesvolaban copas, escudos, un destellante collar, unavieja y descolorida diadema…

—Pero ¿qué haces? ¿Qué haces? ¡La puertaestá por allí! —gritó Malfoy, pero Harry dio unbrusco viraje y descendió en picado. La diademacaía como a cámara lenta, girando hacia las faucesde una serpiente, y de pronto se ensartó en lamuñeca de Harry…

El chico volvió a virar al ver que la serpiente selanzaba hacia él; voló hacia arriba y fue derechohacia el sitio donde, si no calculaba mal, estaba lapuerta, abierta. Ron, Hermione y Goyle habíandesaparecido, y Malfoy chillaba y se sujetaba aHarry tan fuerte que le hacía daño. Entonces, através del humo, Harry atisbó un rectángulo en lapared y dirigió la escoba hacia allí. Unos instantesmás tarde, el aire limpio le llenó los pulmones y seestrellaron contra la pared del pasillo que había

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detrás de la puerta.Malfoy quedó tumbado boca abajo, jadeando,

tosiendo y dando arcadas; Harry rodó sobre sí, seincorporó y comprobó que la puerta de la Sala delos Menesteres se había esfumado y Ron yHermione estaban sentados en el suelo, jadeando,al lado de Goyle, todavía inconsciente.

—Crabbe —murmuró Malfoy nada másrecobrar la voz—. Crabbe…

—Está muerto —dijo Harry con aspereza.Se quedaron callados; sólo se oían sus toses y

jadeos. En ese momento, una serie de fuertesgolpes sacudió el castillo y acto seguido unnutrido grupo de jinetes traslúcidos pasó algalope; todos llevaban la cabeza bajo el brazo ychillaban, sedientos de sangre. Cuando hubopasado el Club de Cazadores sin Cabeza, Harry sepuso en pie trabajosamente, echó una ojeadaalrededor y comprobó que todavía se estabalibrando una encarnizada batalla. Oyó gritos queno eran de los jinetes decapitados y lo invadió elpánico.

—¿Dónde está Ginny? —preguntó de repente—. ¡Estaba aquí! ¡Tenía que volver a la Sala de losMenesteres!

—Caramba, ¿crees que seguirá funcionando

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después de ese incendio? —repuso Ron, pero éltambién se levantó del suelo, frotándose el pechoy mirando a derecha e izquierda—. ¿Por qué nonos separamos y…?

—No —dijo Hermione poniéndose en pie.Malfoy y Goyle seguían desplomados en el suelodel pasillo, derrotados; ninguno de los dos teníavarita—. Mantengámonos juntos. Yo propongoque vayamos… ¡Harry! ¿Qué es eso que tienes enel brazo?

—¿Qué? ¡Ah, sí!Se quitó la diadema de la muñeca y la sostuvo

en alto. Todavía estaba caliente y manchada dehollín, pero al examinarla de cerca vio lasminúsculas palabras que tenía grabadas: «Unainteligencia sin límites es el mayor tesoro de loshombres.»

Una sustancia densa y oscura, de texturaparecida a la sangre, goteaba de aquel objeto.Entonces la diadema empezó a vibrar intensamentey un instante después se le partió en las manos. Almismo tiempo le pareció oír un débil y lejano gritode dolor que no provenía de los jardines delcastillo, sino de la propia diadema que acababa deromperse entre sus dedos.

—¡Debe de haber sido el Fuego Maligno! —

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gimoteó Hermione sin apartar la vista de los trozosde diadema.

—¿Qué?—El Fuego Maligno, o fuego maldito, es una

de las sustancias que destruyen los Horrocruxes,pero jamás me habría atrevido a utilizarlo, es muypeligroso. ¿Cómo habrá sabido Crabbe…?

—Deben de habérselo enseñado los Carrow —dijo Harry con desprecio.

—Pues es una lástima que no prestaraatención cuando explicaron qué se tenía que hacerpara detenerlo —dijo Ron, que tenía el pelochamuscado, igual que Hermione, y la cara tiznada—. Si no hubiera intentado matarnos a todos,lamentaría que haya muerto.

—Pero ¿no os dais cuenta? —susurróHermione—. Eso significa que si atrapamos a laserpiente…

Pero no terminó la frase, porque el pasillo sellenó de gritos y berridos, y de los inconfundiblesruidos de un combate de duelistas. Harry echó unvistazo alrededor y sintió que el corazón se leparaba: los mortífagos habían penetrado enHogwarts. Fred y Percy acababan de aparecer enescena, luchando contra sendas figuras conmáscara y capucha.

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Los tres amigos acudieron rápidamente en suayuda; salían disparados chorros de luz en todaslas direcciones, y el tipo que peleaba con Percy seretiró a toda prisa; le resbaló la capucha y loschicos vieron una protuberante frente y una negramelena con mechones plateados…

—¡Hola, señor ministro! —gritó Percy, y lelanzó un certero embrujo a Thicknesse, que soltóla varita mágica y se palpó la parte delantera de latúnica, al parecer aquejado de fuertes dolores—.¿Le he comentado que he dimitido?

—¡Bromeas, Perce! —gritó Fred al mismotiempo que el mortífago con quien peleaba sederrumbaba bajo el peso de tres hechizosaturdidores. Thicknesse había caído al suelo y lesalían púas por todo el cuerpo; era como si seestuviera transformando en una especie de erizode mar. Fred miró a Percy con cara de regocijo—.¡Sí, Perce, estás bromeando! Creo que es la primeravez que te oigo explicar chistes desde que…

En ese instante se produjo una fuerteexplosión. Los cinco muchachos formaban ungrupo junto a los dos mortífagos —uno aturdido yel otro transformado—, y en cuestión de unamilésima de segundo, cuando ya creían tenercontrolado el peligro, fue como si el mundo entero

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se desgarrara. Harry saltó por los aires, y lo únicoque atinó a hacer fue agarrar tan fuerte como pudoel delgado trozo de madera que era su única arma yprotegerse la cabeza con ambos brazos. Oyó losgritos de sus compañeros, pero ni siquiera seplanteó saber qué les había pasado…

El mundo había quedado reducido a dolor ypenumbra. Harry estaba medio enterrado en lasruinas de un pasillo que había sufrido un ataquebrutal. Sintió un aire frío y comprendió que todoese lado del castillo se había derrumbado; notabauna mejilla caliente y pegajosa, y dedujo quesangraba copiosamente. Entonces oyó un gritodesgarrador que lo sacudió por dentro, un gritoque expresaba una agonía que no podían causar nilas llamas ni las maldiciones, y se levantótambaleante. Estaba más asustado que en ningúnotro momento de ese día; más asustado, quizá, delo que jamás había estado en su vida.

Hermione también intentaba ponerse en pie enmedio de aquel estropicio, y había tres pelirrojosagrupados en el suelo, junto a los restos de lapared derrumbada. Harry cogió a Hermione de lamano y fueron a trompicones por encima de laspiedras y los trozos de madera.

—¡No! ¡No! —oyeron gritar—. ¡No! ¡Fred!

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¡No!Percy zarandeaba a su hermano, Ron estaba

arrodillado a su lado, y los ojos de Fred mirabansin ver, todavía con el fantasma de su última risagrabado en el rostro.

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S

CAPÍTULO 32

La Varita de Saúco

I el mundo había terminado, ¿por qué nocesaba la batalla? ¿Por qué el castillo no

quedaba sumido en ese silencio que impone elhorror y por qué los combatientes noabandonaban las armas? La mente de Harry habíaentrado en caída libre, semejante a un torbellinodescontrolado, incapaz de entender lo imposible,porque Fred Weasley no podía estar muerto, las

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pruebas que le evidenciaban todos sus sentidosdebían de ser falsas…

Vieron caer un cuerpo por el boquete abiertoen la fachada del colegio, por donde entraban lasmaldiciones que les lanzaban desde los oscurosjardines.

—¡Agachaos! —ordenó Harry bajo una lluviade maldiciones que se estrellaban contra la pared asus espaldas.

Ron y él habían agarrado a Hermione y lahabían obligado a echarse en el suelo, pero Percyestaba tumbado sobre el cadáver de Fred,protegiéndolo de nuevos ataques, y cuando Harryle gritó: «¡Vamos, Percy, tenemos que movernos!»,el chico se negó.

—¡Percy! —Harry vio cómo las lágrimassurcaban la mugre que cubría la cara de Roncuando éste cogió a su hermano por los hombrosy tiró de él, pero Percy se negaba a moverse—.¡No puedes hacer nada por él! Nos van a…

En ese momento Hermione soltó un chillido.Harry no tuvo que preguntar por qué: unamonstruosa araña del tamaño de un cochepequeño intentaba colarse por el enorme boquetede la pared; un descendiente de Aragog se habíaunido a la lucha.

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Ron y Harry lanzaron a la vez sus hechizos,que colisionaron, y el monstruo salió despedidohacia atrás, agitando las patas de formarepugnante antes de perderse en la oscuridad.

—¡Ha venido con sus amigos! —informóHarry a los demás. Asomado al boquete que lasmaldiciones habían abierto en el muro, observabacómo otras arañas gigantes trepaban por lafachada del edificio, liberadas del BosqueProhibido, donde debían de haber penetrado losmortífagos.

El muchacho les lanzó hechizos aturdidores yprovocó la caída de la que venía en cabeza encimade las demás, de modo que todas rodaron edificioabajo y se perdieron de vista. Las maldicionescontinuaban pasándole tan cerca de la cabeza quele levantaban el cabello.

—¡Larguémonos ya! —urgió.Empujó a Hermione hacia Ron y se agachó

para coger a Fred por las axilas. Percy, alpercatarse de lo que Harry intentaba hacer, dejó deaferrarse al cadáver de su hermano y lo ayudó;juntos, agachados para esquivar los hechizos queles arrojaban desde el exterior, sacaron a Fred deallí.

—Mira, ahí mismo —indicó Harry, y lo

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pusieron en un nicho desocupado por unaarmadura.

No soportaba ver a Fred ni un segundo más delo necesario, y tras asegurarse de que el cadáverestaba bien escondido, salió corriendo detrás deRon y Hermione. Malfoy y Goyle se habíanesfumado, pero al final del pasillo, repleto depolvo, fragmentos de yeso y piedra y cristalesrotos, había un montón de gente; unos avanzabany otros retrocedían, aunque Harry no pudodistinguir si eran amigos o enemigos. Al llegar aun recodo, Percy soltó un rugido atronadordiciendo «¡¡Rookwood!!», y fue tras un individuoalto que perseguía a un par de estudiantes.

—¡Aquí, Harry! —chilló Hermione.Ella se hallaba detrás de un tapiz sujetando a

Ron. Parecía que estuvieran forcejeando, y alprincipio Harry tuvo la descabellada impresión deque volvían a besarse, pero enseguida vio queHermione intentaba retenerlo para que no semarchara corriendo detrás de Percy.

—¡Escúchame! ¡Escúchame, Ron!—¡Quiero ayudar! ¡Quiero matar mortífagos!El chico tenía la cara desencajada, manchada

de polvo y humo, y temblaba de rabia y dolor.—¡Nosotros somos los únicos que podemos

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acabar con Voldemort, Ron! ¡Por favor, escúchame!¡Necesitamos capturar a la serpiente, tenemos quematarla! —le decía Hermione.

Pero Harry comprendía cómo se sentía suamigo: buscar otro Horrocrux no le proporcionaríala satisfacción de la venganza. Él también queríapelear, castigar a los asesinos de Fred y encontrara los otros Weasley, y por encima de todo queríaasegurarse de que Ginny no… No, no permitiríaque esa idea se formara en su mente…

—¡Lucharemos! —exclamó Hermione—.¡Tendremos que luchar para llegar hasta laserpiente! ¡Pero no perdamos de vista nuestroobjetivo! ¡Os repito que somos los únicos quepodemos acabar con Voldemort! —Mientrashablaba, se enjugaba las lágrimas con una mangachamuscada y desgarrada, pero respiraba hondopara calmarse. Sin dejar de sujetar a Ron, se volvióhacia Harry y le espetó—: Tienes que enterarte delparadero de Voldemort, porque la serpiente debede estar con él, ¿no? ¡Hazlo, Harry! ¡Entra en sumente!

¿Por qué le resultó tan fácil? ¿Tal vez porque lacicatriz llevaba horas ardiéndole, ansiosa pormostrarle los pensamientos del Señor Tenebroso?Cerró los ojos obedeciendo a Hermione, y al

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instante los gritos, los estallidos y todos losestridentes sonidos de la batalla fuerondisminuyendo hasta quedar reducidos a un lejanorumor, como si él estuviera lejos, muy lejos deallí…

Se hallaba en medio de una habitación que,pese a la atmósfera tétrica que destilaba, leresultaba extrañamente familiar. Las paredesestaban empapeladas y todas las ventanas,excepto una, cegadas con tablones, de manera quelos ruidos del asalto al castillo llegabanamortiguados. Por esa única ventana se veíandestellos de luz alrededor del colegio, pero dentrode la habitación estaba oscuro, pues sólo habíauna lámpara de aceite.

Hacía rodar la varita mágica con los dedos,examinándola, mientras pensaba en la Sala deObjetos Ocultos, esa sala secreta que sólo él habíaencontrado, la sala que, como la cámara secreta,sólo si eras listo, astuto y muy curioso podíasdescubrir. Estaba convencido de que el chico nohallaría la diadema, aunque el títere de Dumbledorehabía llegado mucho más lejos de lo que élimaginara jamás. Demasiado lejos…

—Mi señor —dijo una angustiada y cascadavoz, y él se dio la vuelta. Allí estaba Lucius

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Malfoy, sentado en el rincón más oscuro, con laropa hecha jirones y evidentes marcas del castigoque había recibido después de la anterior huida deHarry; además, tenía un ojo cerrado e hinchado—.Os lo ruego, mi señor… Mi hijo…

—Si tu hijo muere, Lucius, no será por culpamía, sino porque no acudió en mi ayuda como losrestantes miembros de Slytherin. ¿No habrádecidido hacerse amigo de Harry Potter?

—No, no. Eso jamás —susurró Malfoy.—Más te vale.—¿No teméis, mi señor, que Potter muera a

manos de alguien que no seáis vos? —preguntóMalfoy con voz temblorosa—. Perdonadme, pero¿no sería más prudente suspender esta batalla,entrar en el castillo y… buscar vos mismo alchico?

—No finjas, Lucius. Quieres que cese la batallapara saber qué ha sido de tu hijo. Y yo no necesitobuscar a Potter. Antes del amanecer, él habrávenido a buscarme a mí.

Y volvió a contemplar la varita que sostenía. Lepreocupaba que… Y cuando algo preocupaba alord Voldemort, había que solucionarlo.

—Ve a buscar a Snape.—¿A… Snape, mi señor?

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—Sí, eso he dicho. Ahora mismo. Lo necesito.Tengo que pedirle que me preste un… servicio. ¡Vea buscarlo!

Asustado y tambaleándose un poco en lapenumbra, Lucius salió de la habitación. Voldemortsiguió allí de pie, haciendo girar de nuevo la varitaentre los dedos y sin dejar de observarla.

—Es la única forma, Nagini —susurró. Miró lalarga y gruesa serpiente, suspendida en el aire,retorciéndose con gracilidad dentro del espacioencantado y protegido que él le había preparado:una esfera transparente y estrellada, a mediocamino entre una jaula y un terrario.

Harry sofocó una exclamación, se echó haciaatrás y abrió los ojos; al mismo tiempo, los alaridosy gritos, los golpes y estallidos de la batalla leasaltaron los oídos.

—Está en la Casa de los Gritos en compañía dela serpiente; la ha rodeado de algún tipo deprotección mágica. Y acaba de enviar a LuciusMalfoy a buscar a Snape.

—¿Que Voldemort está tan tranquilo en la Casade los Gritos? —dijo Hermione, indignada—. ¿Noestá…? ¿Ni se ha dignado pelear?

—Cree que no necesita hacerlo, y está segurode que iré a buscarlo.

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—Pero ¿por qué?—Porque ya sabe que voy tras los

Horrocruxes, y como no se separa de Nagini, nome quedará más remedio que encontrarme con él siquiero acercarme a la serpiente.

—Vale —dijo Ron poniéndose derecho—.Pues no puedes ir. Eso es lo que él quiere, lo queespera que hagas. Tú te quedas aquí cuidando deHermione, y yo iré y cogeré…

Harry lo interrumpió:—Sois vosotros dos quienes os quedáis aquí.

Yo me pondré la capa invisible, iré allá y volverétan pronto como…

—No —terció Hermione—, es mucho mejorque me ponga yo la capa y…

—Ni lo sueñes —le gruñó Ron.Antes de que Hermione lograra decir algo más

que «Ron, yo estoy igual de capacitada que…», eltapiz tras el que se habían ocultado, quedisimulaba el acceso a una escalera, se desgarróde arriba abajo.

—¡¡Potter!!Acababan de aparecer dos mortífagos

enmascarados, pero, sin darles tiempo a quelevantaran las varitas, Hermione exclamó:

—¡Glisseo!

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Los peldaños de la escalera se aplanaronformando un tobogán y los tres amigos selanzaron por él; no podían controlar la velocidad,pero iban tan deprisa que los hechizos aturdidoresde los mortífagos les pasaban por encima de lacabeza. Atravesaron como flechas otro tapiz quecolgaba al pie de la escalera y rodaron por el suelohasta dar contra la pared de enfrente.

—¡Duro! —gritó Hermione apuntando con lavarita al tapiz, que se volvió de piedra, yenseguida se oyeron dos fuertes golpes cuandolos mortífagos que los perseguían se estrellaroncontra él.

—¡Apartaos! —gritó entonces Ron, y los tresamigos se pegaron contra una puerta.

Un instante después, pasó con gran estruendouna horda de pupitres galopantes dirigidos por laprofesora McGonagall, que corría delante de ellos.La profesora, desmelenada y con un tajo en unamejilla, no vio a los chicos. Cuando dobló laesquina, la oyeron gritar:

—¡¡A la carga!!—Ponte tú la capa, Harry —dijo Hermione—.

Nosotros no…Pero Harry también se la echó por encima. Pese

a que los tres eran muy altos, el muchacho dudaba

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que alguien se fijara en sus incorpóreos pies conel abundante polvo suspendido por todas partes,las piedras que caían del techo y el resplandor delos hechizos.

Bajaron por la siguiente escalera y llegaron aun pasillo abarrotado de duelistas. En los retratosque había a ambos lados de los combatientes seagolpaban figuras que daban consejos y gritos deánimo, mientras los mortífagos, unos con máscaray otros sin ella, peleaban contra alumnos yprofesores. Dean había conseguido una varita y seenfrentaba a Dolohov, y Parvati luchaba contraTravers. Harry y sus dos amigos alzaron las varitasa la vez, listos para pelear, pero los duelistas secontorsionaban de tal modo y corrían tanto de unlado para otro que, si los chicos lanzaban algunamaldición, podían herir a alguno de los suyos.Mientras estaban allí clavados, esperando laoportunidad de atacar, se oyó un fuerte«¡Aaaaaah!» y Harry vio a Peeves volando porencima de ellos y lanzándoles vainas de snargaluffa los mortífagos, cuyas cabezas quedaron depronto envueltas por unos tubérculos verdes quese retorcían como gruesos gusanos.

—¡Nooo!Un puñado de tubérculos había ido a parar

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sobre la cabeza de Ron, oculta bajo la capainvisible; las resbaladizas y verdes raícesquedaron misteriosamente suspendidas en el airemientras Ron intentaba librarse de ellas.

—¡Ahí hay alguien invisible! —gritó uno delos mortífagos enmascarados apuntando hacia loschicos.

Dean aprovechó la brevísima distracción delmortífago y lo derribó con un hechizo aturdidor.Dolohov intentó contraatacar, pero Parvati le lanzóuna maldición de inmovilidad total.

—¡¡Larguémonos!! —gritó Harry.Los tres se ciñeron la capa invisible y echaron

a correr —agachados, zigzagueando entre loscombatientes, resbalando en los charcos de jugode snargaluff— hacia lo alto de la escalinata demármol con la intención de bajar hasta elvestíbulo.

—¡Soy Draco! ¡Soy Draco Malfoy! ¡Estoy enel mismo bando que tú!

Draco se hallaba en el descansillo superiorsuplicándole a otro mortífago enmascarado. Harryaturdió al mortífago al pasar por su lado; Malfoymiró alrededor, sonriente, buscando a su salvador,y Ron le propinó un puñetazo sin sacar el brazo dela capa. Draco cayó hacia atrás encima del

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mortífago, sangrando por la boca y completamentedesconcertado.

—¡Es la segunda vez que te salvamos la vidaesta noche, canalla traidor! —le gritó Ron.

Había más duelistas por la escalinata y en elvestíbulo, y Harry veía mortífagos por todaspartes: Yaxley, cerca de la puerta principal, peleabacon Flitwick, y a su lado otro mortífagoenmascarado luchaba contra Kingsley; losalumnos se desplazaban deprisa en todas lasdirecciones, algunos cargando con compañerosheridos o arrastrándolos. Harry le lanzó un hechizoaturdidor a un mortífago enmascarado, pero no leacertó y estuvo a punto de darle a Neville, quienhabía aparecido de repente blandiendo unaenorme Tentacula venenosa que se enrolló,gozosa, alrededor del primer mortífago queencontró y se dispuso a tirar de él.

Harry, Ron y Hermione bajaron veloces por laescalinata de mármol. A su izquierda cayeroncristales, y el reloj de arena de Slytherin queregistraba los puntos de la casa derramó susesmeraldas por el suelo; al pisarlas, la genteresbalaba y perdía el equilibrio. Cuando los chicosllegaron al vestíbulo, dos cuerpos se precipitarondesde la barandilla de la escalinata, y una masa de

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color gris que parecía un animal trotó a cuatropatas hacia el vestíbulo y le hincó los dientes auno de los que acababan de caer.

—¡¡Nooo!! —chilló Hermione; su varitaprodujo un ensordecedor estallido y FenrirGreyback salió despedido hacia atrás y soltó aLavender Brown, que quedó tendida en el suelo,casi inmóvil.

Greyback chocó contra la barandilla de mármoly se levantó a duras penas del suelo; entonceshubo un reluciente y blanco chasquido y, con unfuerte golpe, una bola de cristal le cayó en lacabeza. El hombre lobo se derrumbó y esta vez yano se movió.

—¡Tengo más! —gritó la profesora Trelawneydesde lo alto de la balaustrada—. ¡Hay para todos!¡Toma!

Y haciendo con el brazo un movimientoparecido a un saque de tenis, extrajo otra enormeesfera de cristal de su bolso, agitó la varita e hizoque la bola recorriera el vestíbulo a toda velocidady se estrellara contra una ventana. Al mismotiempo, las macizas puertas de madera se abrieronde golpe y más arañas gigantes irrumpieron por laentrada principal del castillo.

Los gritos de terror hendieron el aire, los

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combatientes, tanto los mortífagos como losdefensores de Hogwarts, se dispersaron y chorrosde luz roja y verde volaron hacia los monstruosrecién llegados, que se sacudieron y encabritaron,más aterradores que nunca.

—¿Cómo salimos de aquí? —preguntó Ronintentando hacerse oír por encima del alboroto,pero antes de que Harry o Hermione le contestaranfueron derribados de un empujón: Hagrid habíabajado con gran estruendo por la escalinata,enarbolando su paraguas rosa floreado.

—¡No les hagáis daño! ¡No les hagáis daño!—gritó.

—¡¡Quieto, Hagrid!!Harry olvidó cualquier precaución y salió de

debajo de la capa, aunque se agachó para evitarlas maldiciones que iluminaban el vestíbulo.

—¡¡Vuelve, Hagrid!!Pero todavía le quedaba un buen tramo para

alcanzar al guardabosques cuando vio cómo éstese perdía entre las arañas. Con un aparatosocorretear, pululando de forma repugnante, lasbestias se retiraron ante la avalancha de hechizos,y Hagrid quedó sepultado entre ellas.

—¡¡Hagrid, Hagrid!!Harry oyó que alguien gritaba su nombre, y no

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le importó si era amigo o enemigo: bajóprecipitadamente los escalones de piedra de laentrada y llegó al oscuro jardín. Las arañas seretiraban con su presa, pero el muchacho no veíaal guardabosques por ninguna parte.

—¡¡Hagrid, Hagrid!!Le pareció atisbar un brazo enorme que se

agitaba entre el enjambre de arácnidos, perocuando se lanzó en su persecución, se lo impidióun pie monumental que salió de la oscuridad e hizotemblar el suelo. Al alzar la vista, comprobó quetenía ante sí a un gigante de seis metros; nisiquiera le veía la cabeza, pues la luz que salía porla puerta del castillo sólo le iluminaba las peludaspantorrillas, gruesas como troncos. Con un único,brutal y fluido movimiento, el gigante golpeó conun inmenso puño una de las altas ventanas, y aHarry le cayó encima una lluvia de cristales que loobligó a retroceder y protegerse bajo el umbral dela puerta.

—¡Qué horror! —gritó Hermione.Ron y ella alcanzaron a Harry y miraron hacia

arriba; el gigante había introducido un brazo por laventana e intentaba agarrar a alguien.

—¡¡No lo hagas!! —bramó Ron sujetándole lamano a Hermione, que había alzado la varita—. ¡Si

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lo aturdes destrozará el castillo!—¿JAGI?Grawp llegó dando bandazos desde la parte

posterior del castillo, y Harry se percató de que elhermanastro de Hagrid era un gigante de menorestatura. Al verlo, el descomunal monstruo queintentaba aplastar a los combatientes de los pisossuperiores soltó un rugido, y cuando echó a andarhacia ese otro ejemplar más pequeño de su raza,los peldaños de mármol temblaron. Grawp abrió latorcida boca, mostrando unos dientes amarillos deltamaño de ladrillos, y los dos gigantes embistieronuno contra otro con ferocidad propia de leones.

—¡¡Corred!! —bramó Harry.Los gigantes forcejeaban, lanzaban gritos

horrendos y se daban golpes bestiales. Elmuchacho cogió de la mano a Hermione y bajó denuevo como una exhalación los escalones depiedra que llevaban a los jardines; Ron iba enretaguardia. Harry no había perdido la esperanzade encontrar y salvar a Hagrid; corría tanto quecasi habían llegado al Bosque Prohibido cuandovolvieron a detenerse.

De repente sintieron un frío atroz. A Harry se lecortó la respiración, como si el aire se le hubierasolidificado en los pulmones. Unas sinuosas

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siluetas de concentrada negrura se movían en laoscuridad, desplazándose como una gran ola haciael castillo; llevaban las caras cubiertas concapuchas y emitían un ruido vibrante al respirar.

Ron y Hermione se pegaron a Harry, y acontinuación el fragor de la batalla se amortiguóhasta casi apagarse, porque un silencio que sólolos dementores podían producir cayó como unpesado manto cubriéndolo todo.

—¡Vamos, Harry! —lo instó Hermione desdemuy lejos—. ¡Los patronus, Harry! ¡Rápido!

El muchacho levantó la varita mágica, pero loestaba invadiendo una profunda desesperanza:Fred estaba muerto, Hagrid correría su mismasuerte si no había sucumbido ya, ¿y cuántas bajasmás habría que él todavía ignoraba? Sentía comosi el alma estuviera abandonándole el cuerpo…

—¡¡Vamos, Harry!! —insistió Hermione.Un centenar de dementores avanzaba hacia

ellos; se deslizaban sorbiendo el espacio, atraídospor la desesperación de Harry, que era como lapromesa de un festín…

El muchacho vio surgir el terrier plateado deRon, que brilló con una luz mortecina y se esfumó;luego observó cómo también se esfumaba la nutriade Hermione, y la varita mágica le tembló en la

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mano. Casi agradeció la inminente pérdida deconciencia, la invitación al vacío, a la ausenciatotal de sentimiento…

De pronto, una liebre, un jabalí y un zorroplateados desfilaron veloces cerca de ellos, y losdementores se retiraron ante el avance de aquellascriaturas. Tres personas más habían salido de laoscuridad y se situaron junto a los chicos, con lasvaritas en alto, manteniendo iluminados suspatronus. Eran Luna, Ernie y Seamus.

—¡Muy bien! —los felicitó Luna, como sitodavía estuvieran en la Sala de los Menesteres ysus logros fueran sólo un ejercicio de hechizos delEjército de Dumbledore—. Estupendo. Vamos,Harry, piensa en algo que te haga feliz…

—¿Algo que me haga feliz? —repuso Harrycon voz ronca.

—Estamos vivos —susurró ella—. Seguimosluchando. Vamos, Harry…

Hubo un chisporroteo plateado, seguido deuna luz temblorosa, y entonces, haciendo unesfuerzo sin precedentes, Harry consiguió que elciervo surgiera de la varita. Salió a medio galope, ylos dementores se dispersaron a toda prisa.Inmediatamente dejó de hacer frío y el estruendode la batalla volvió a resonar en los oídos del

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muchacho.—No sé cómo daros las gracias —dijo Ron

con voz temblorosa a los recién llegados—. Noshabéis salvado…

En ese momento se produjo un temblorcomparable al de un terremoto, seguido de unfuerte bramido: otro gigante salió dando bandazosdel Bosque Prohibido, blandiendo un garrote másalto que cualquiera de los chicos.

—¡¡Corred!! —gritó Harry, pero no hizo faltaque lo repitiera porque sus amigos salierondisparados en todas las direcciones justo atiempo: el enorme pie de aquel ser se posóexactamente donde sólo un instante antes sehallaban los jóvenes.

Harry comprobó que Ron y Hermione loseguían, pero los otros tres regresaron al castillo.

—¡Nos tiene a tiro! —gritó Ron mientras elgigante balanceaba otra vez el garrote lanzandobramidos que resonaban por los jardines, dondelos estallidos de luz roja y verde continuabaniluminando la oscuridad.

—¡Eh, el sauce boxeador! —exclamó Harry—.¡Vamos!

Sin saber cómo, el muchacho lo encerró todoen su mente, lo apretujó en un reducido espacio

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donde ya no le era posible mirar: sus sentimientospor Fred y Hagrid y el miedo que sentía por susseres queridos, desperdigados dentro y fuera delcastillo, tendrían que esperar, porque ahora ellosdebían encontrar a la serpiente y a Voldemort,porque, como había indicado Hermione, ésa era laúnica forma de poner fin a aquella catástrofe…

Harry partió a toda prisa, como si se sintieracapaz de aventajar a la propia muerte, ignorandolos chorros de luz que surcaban la oscuridad portodas partes. Las aguas del lago del colegio batíancontra la orilla y producían un sonido parecido aldel mar, y, pese a que no había viento, el BosqueProhibido susurraba y crujía; se diría que losterrenos de Hogwarts se habían sublevadotambién. Harry corrió tan deprisa como no lo habíahecho en su vida, y él fue quien vio primero elgran árbol —el sauce—, de ramas como látigos,que guardaba celosamente el secreto enterradobajo sus raíces.

Redujo el paso, jadeando, bordeó el sauce,cuyas ramas se agitaban con violencia, yescudriñó el grueso tronco en la oscuridad,tratando de ver aquel nudo en la corteza del viejoárbol que permitía paralizarlo. Ron y Hermione loalcanzaron; ella respiraba con dificultad y casi no

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podía hablar.—¿Cómo… cómo vamos a entrar? —preguntó

Ron, también sin aliento—. Veo el sitio… Situviéramos a Crookshanks…

—¿A Crookshanks? —masculló Hermione,doblándose por la cintura mientras se abrazaba elpecho—. ¿Tú eres mago, o qué?

—¡Ah! Sí, claro…Ron apuntó con la varita a una pequeña rama

que había en el suelo y exclamó: «¡Wingardiumleviosa!» La ramita se elevó, giró sobre sí mismaen el aire, como atrapada por una ráfaga de viento,y se lanzó hacia el tronco atravesando las ramasdel sauce, que se agitaban amenazadoramente.Acto seguido se hincó en un punto cerca de lasraíces, y el árbol se quedó quieto de inmediato.

—¡Perfecto! —dijo Hermione.—Esperad.No cesaban de oírse el estruendo y las

explosiones de la batalla, y Harry vaciló unmomento. Había ido hasta allí; estaba haciendo loque Voldemort deseaba… ¿No estaría arrastrando asus dos amigos a una trampa?

Pero entonces se impuso la cruel realidad, laverdad pura y llana: la única forma de seguiradelante era matar a la serpiente, y el animal estaba

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con Voldemort, y éste se hallaba al final de esetúnel…

—¡Nosotros vamos contigo, Harry! ¡Méteteahí dentro de una vez! —dijo Ron empujándolo.

El muchacho se coló por el túnel de tierra,oculto entre las raíces del árbol, y le pareciómucho más estrecho que la última vez que lo habíautilizado. El techo era muy bajo, y si bien hacíacuatro años habían tenido que agacharse parapasar por él, esta vez se vieron obligados aarrastrarse a cuatro patas. Harry entró primero, conla varita iluminada, temiendo encontrar algúnobstáculo, pero no fue así. Avanzaron en silencio;Harry mantenía la vista clavada en el oscilanterayo de la varita, que sujetaba con la mano muyprieta.

A partir de determinado punto, el túnel empezóa ascender, y un poco más allá Harry vio unresquicio de luz. Hermione le tiró de un tobillo.

—¡La capa! —susurró—. ¡Ponte la capa!Harry tanteó detrás de él con la mano libre, y

Hermione le puso en ella la prenda mágica, hechaun revoltijo. El muchacho se la echó por encimacon gran dificultad, murmuró «Nox» para apagar lavarita y continuó avanzando a gatas, haciendo elmenor ruido posible y aguzando todos los

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sentidos. Temía ser descubierto, oír una voz fría yclara o ver un súbito destello de luz verde.

Y entonces le llegaron unas vocesprovenientes de la habitación que había al final deltúnel, amortiguadas por una especie de lámina demadera vieja que tapaba la abertura por la que seaccedía al cuarto. Sin atreverse apenas a respirar,avanzó hacia allí y miró a través de la estrecharendija entre la madera y la pared.

La habitación estaba débilmente iluminada,pero el muchacho vio a Nagini, retorciéndose ygirando como una serpiente acuática, protegidapor aquella esfera estrellada y encantada queflotaba, sin soporte alguno, en medio del cuarto.Detectó también el borde de una mesa y una manoblanca de largos dedos que acariciaba una varita.Entonces Snape habló, y a Harry se le cortó larespiración: el profesor se hallaba a sólo unoscentímetros de donde él estaba agachado.

—… mi señor, sus defensas se estándesmoronando…

—Y sin tu ayuda —comentó Voldemort con suaguda y clara voz—. Eres un mago muy hábil,Severus, pero a partir de ahora no creo queresultes indispensable. Ya casi hemos llegado…casi…

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—Dejadme ir a buscar al chico. Dejad que ostraiga a Potter. Sé que puedo encontrarlo, mi señor.Os lo ruego.

Snape pasó por delante de la rendija y Harry seapartó un poco, sin quitarle los ojos de encima aNagini. Se preguntó si habría algún hechizo capazde destruir aquella esfera protectora, pero no se leocurrió ninguno. Si daba un solo paso en falso,delataría su presencia y…

Voldemort se puso en pie y Harry lo contempló:los ojos rojos, el rostro liso con facciones de reptil,y aquella palidez que relucía débilmente en lapenumbra.

—Tengo un problema, Severus —dijoVoldemort en voz baja.

—¿Ah, sí, mi señor? —repuso Snape.El Señor Tenebroso alzó la Varita de Saúco,

sujetándola con delicadeza y precisión, como sifuera la batuta de un director de orquesta.

—¿Por qué no me funciona, Severus?En medio del silencio subsiguiente, a Harry le

pareció oír cómo la serpiente silbaba con suavidadmientras se enroscaba y se desenroscaba, ¿o era elsibilante suspiro de Voldemort que se prolongaba?

—¿Qué queréis decir, mi señor? —preguntóSnape—. No lo entiendo. Habéis… logrado

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extraordinarias proezas con esa varita.—No, Severus, no. He realizado la misma magia

de siempre. Yo soy extraordinario, pero esta varitano lo es. No ha revelado las maravillas queprometía, ni descubro ninguna diferencia entre ellay la que me procuró Ollivander hace muchos años.

Hablaba en un tono reflexivo y pausado, pero aHarry empezó a latirle la cicatriz y a darlepunzadas; el dolor de la frente le aumentaba, ynotaba cómo una furia controlada crecía en elinterior del Señor Tenebroso.

—Ninguna diferencia —repitió Voldemort.Snape no respondió. Harry no le veía la cara y

se preguntó si el profesor habría intuido el peligro,o si estaría buscando las palabras adecuadas paratranquilizar a su amo.

Voldemort echó a andar por la habitación yHarry lo perdió de vista unos segundos, peroseguía oyéndolo hablar con aquella voz comedida.Entretanto, el dolor y la furia seguían creciendo enél.

—He estado reflexionando mucho, Severus…¿Sabes por qué te he pedido que dejaras la batallay vinieras aquí?

Entonces Harry atisbó el perfil de Snape: teníalos ojos fijos en la serpiente, que se retorcía en su

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jaula encantada.—No, mi señor, pero os suplico que me dejéis

volver. Permitidme que vaya a buscar a Potter.—Me recuerdas a Lucius. Ninguno de los dos

entendéis a Potter como lo entiendo yo. Él nonecesita que vayamos a buscarlo; Potter vendrá amí. Conozco su debilidad, su único y gravísimodefecto: no soportará ver cómo otros caen a sualrededor, sabiendo que él, precisamente, es elcausante. Querrá impedirlo a toda costa y vendrá amí.

—Sí, mi señor, pero podría morir de formaaccidental, podría matarlo otro que no fueraisvos…

—He dado instrucciones muy claras a mismortífagos: han de capturar a Potter y matar a susamigos (cuantos más, mejor), pero no matarlo aél… Pero es de ti de quien quería hablar, Severus,no de Harry Potter. Me has resultado muy valioso.Muy valioso.

—Mi señor sabe que mi único propósito esserviros. Pero… dejadme ir a buscar al chico, miseñor. Dejad que os lo traiga. Sé que puedo…

—¡Ya he dicho que no! —lo atajó Voldemort, yHarry distinguió un destello rojo en sus ojoscuando se dio la vuelta de nuevo, y percibió el

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ruido que hizo con la capa, parecido al deslizarsede un reptil. El muchacho notaba la impaciencia delSeñor Tenebroso en la punzante cicatriz—. ¡Loque ahora me preocupa, Severus, es qué pasarácuando por fin me enfrente al chico!

—Pero si… Mi señor, sobre eso no puedehaber ninguna duda…

—Sí la hay, Severus. Hay una duda.Se detuvo, y Harry volvió a verlo de frente,

acariciando la Varita de Saúco con los blancosdedos mientras miraba con fijeza a Snape.

—¿Por qué las dos varitas que he utilizado hanfallado al atacar a Harry Potter?

—No… no sé responder a esa pregunta, miseñor.

—¿No sabes?La punzada de ira fue como si le clavaran a

Harry un clavo en la cabeza, y se metió un puño enla boca para no gritar de dolor. Cerró los ojos, y derepente era Voldemort escrutando el pálido rostrode Snape.

—Mi varita de tejo hizo todo lo que le pedí,Severus, excepto matar a Harry Potter. Fracasó dosveces. Cuando lo sometí a tortura, Ollivander mehabló de los núcleos centrales gemelos, y me dijoque tenía que despojar a alguien de su varita. Así

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lo hice, pero la varita de Lucius se rompió alenfrentarse a la de Potter.

—No tengo… explicación para eso, mi señor.Snape no lo miraba, sino que tenía la vista

clavada en la serpiente, que continuabaretorciéndose en su esfera protectora.

—Busqué una tercera varita, Severus: la Varitade Saúco, la Varita del Destino, la Vara Letal. Se laquité a su anterior propietario. La cogí de la tumbade Albus Dumbledore.

Entonces Snape sí lo miró, pero su rostroparecía una mascarilla. Estaba blanco como la cera,y tan quieto que cuando habló fue una sorpresacomprobar que había vida detrás de aquellosinexpresivos ojos.

—Mi señor… dejad que vaya a buscar alchico…

—Llevo aquí toda esta larga noche, a punto deobtener la victoria —dijo Voldemort con un hilo devoz—, preguntándome una y otra vez por qué laVarita de Saúco se resiste a dar lo mejor de sí, porqué no obra los prodigios que, según la leyenda,debería poder realizar su legítimo propietario conella… Y creo que ya tengo la respuesta. —Snapepermaneció callado—. ¿Y tú? ¿Lo sabes ya? Al finy al cabo, eres inteligente, Severus. Has sido un

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sirviente leal, y lamento lo que voy a tener quehacer.

—Mi señor…—La Varita de Saúco no puede servirme como

es debido, Severus, porque yo no soy suverdadero amo. Ella pertenece al mago que mata asu anterior propietario, y tú mataste a AlbusDumbledore. Mientras tú vivas, Severus, la Varitade Saúco no será completamente mía.

—¡Mi señor! —protestó Snape alzando supropia varita.

—No puede ser de otro modo. Debo dominaresta varita, Severus. Si lo consigo, venceré por fina Potter.

Y Voldemort hendió el aire con la Varita deSaúco, aunque no le hizo nada a Snape, que creyóque lo había indultado en el último instante; peroentonces se revelaron las intenciones del SeñorTenebroso: la esfera de Nagini empezó a darvueltas alrededor de Snape y, antes de que élpudiera hacer otra cosa que gritar, se le encajóhasta los hombros.

—Mata —ordenó Voldemort en pársel.Se oyó un grito espeluznante. Harry vio cómo

Snape perdía el poco color que conservaba, almismo tiempo que abría mucho los ojos, cuando

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los colmillos de la serpiente se clavaron en sucuello; pero no pudo quitarse la esfera encantadade encima; se le doblaron las rodillas y cayó alsuelo.

—Lo lamento —dijo Voldemort con frialdad, yle dio la espalda.

No sentía tristeza ni remordimiento. Habíallegado la hora de abandonar aquella cabaña yhacerse cargo de la situación, provisto de unavarita que ahora sí obedecería sus órdenes.Apuntó con ella a la estrellada jaula de laserpiente, que soltó a Snape y se deslizó haciaarriba, y el profesor quedó tendido en el suelo, conlas heridas del cuello sangrando. Voldemort salióde la habitación sin mirar atrás, y la gran serpienteflotó tras él, encerrada en la enorme esfera.

En el túnel, y de nuevo dueño de su mente,Harry abrió los ojos y se dio cuenta de que sehabía mordido tan fuerte los nudillos para no gritarque se había hecho sangre. Volvió a mirar por laestrecha rendija y logró ver un pie enfundado enuna bota negra, que se estremecía en el suelo.

—¡Harry! —susurró Hermione detrás de él,pero el muchacho ya había apuntado con la varitaa la lámina que le impedía ver toda la habitación. Eltrozo de madera se levantó un centímetro del suelo

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y se apartó hacia un lado. Harry entrósigilosamente.

No sabía por qué lo hacía, por qué se acercabaal moribundo. Tampoco tuvo claro qué sentíacuando vio el cadavérico semblante de Snape ycómo trataba de contener la sangrante herida delcuello con los dedos. Se quitó la capa invisible y,erguido a su lado, contempló al hombre queodiaba, cuyos ojos se desorbitaron y lo buscaroncuando intentó hablar. Harry se inclinó sobre él, ySnape lo agarró por la túnica y tiró de él.

De la garganta del moribundo salió un sonidoáspero y estrangulado:

—Cógelo… Cógelo…Algo que no era sangre brotaba de Snape. Una

sustancia azul plateado, ni líquida ni gaseosa, lesalía por la boca, por las orejas y los ojos. Harrysabía qué era, pero no sabía qué hacer…

Hermione hizo aparecer un frasco de la nada yse lo puso en las temblorosas manos a Harry. Ésterecogió la sustancia plateada con la varita y lametió en el frasco. Cuando lo hubo llenado hastaarriba, Snape lo miró como si no le quedara ni unasola gota de sangre en las venas y aflojó la manocon que le agarraba la túnica.

—Mírame… —susurró.

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Los ojos verdes buscaron los negros, pero unsegundo más tarde, algo se extinguió en lasprofundidades de los de Snape, dejándolosclavados, inexpresivos y vacíos. La mano quesujetaba a Harry cayó al suelo con un ruido sordo,y Snape se quedó inmóvil.

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H

CAPÍTULO 33

La historia delpríncipe

ARRY permaneció arrodillado junto alprofesor, observándolo fijamente, hasta que,

de pronto, una voz aguda y fría sonó tan cerca deellos que el muchacho se levantó de un salto,sujetando con firmeza el frasco, pues creyó queVoldemort había vuelto a la habitación.

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La voz del Señor Tenebroso retumbaba en lasparedes y el suelo, y Harry comprendió que estabahablando a la gente que había en Hogwarts y a laque vivía en la zona circundante al colegio, demanera que los vecinos de Hogsmeade y todos losque todavía luchaban en el castillo debían de estaroyéndola como si él estuviera a su lado,echándoles el aliento en la nuca, a punto deasestarles un golpe mortal.

—Habéis luchado con valor —decía—. LordVoldemort sabe apreciar la valentía.

»Sin embargo, habéis sufrido numerosas bajas.Si seguís ofreciéndome resistencia, moriréis todos,uno a uno. Pero yo no quiero que eso ocurra; cadagota de sangre mágica derramada es una pérdida yun derroche.

»Lord Voldemort es compasivo, y voy aordenar a mis fuerzas que se retiren de inmediato.

»Os doy una hora. Enterrad a vuestrosmuertos como merecen y atended a vuestrosheridos.

»Y ahora me dirijo directamente a ti, HarryPotter: has permitido que tus amigos mueran en tulugar en vez de enfrentarte personalmenteconmigo; pues bien, esperaré una hora en elBosque Prohibido, y si pasado ese plazo no has

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venido a buscarme, si no te has entregado,entonces se reanudará la batalla. Esta vez yoentraré en la refriega, Harry Potter, y te encontraré,y castigaré a cualquier hombre, mujer o niño quehaya intentado ocultarte de mí. Tienes una hora.

Ron y Hermione sacudieron la cabeza mirandoa su amigo.

—No lo escuches —le aconsejó Ron.—Todo saldrá bien —lo animó Hermione

atropelladamente—. Vamos al castillo… SiVoldemort ha ido al Bosque Prohibido, tendremosque preparar otro plan…

Dicho esto, la chica le echó una ojeada alcadáver de Snape y volvió a meterse en el túnel.Ron la siguió. Harry recogió la capa invisible yluego miró otra vez a Snape. No sabía qué sentir,salvo conmoción por la forma en que Voldemort lohabía matado y por el motivo que lo habíaimpulsado a hacerlo.

Recorrieron el túnel a gatas, sin hablar, y Harryse preguntó si las palabras de Voldemort seguiríanresonando en los oídos de Ron y Hermione comoresonaban en los suyos.

«Has permitido que tus amigos mueran en tulugar en vez de enfrentarte personalmenteconmigo; pues bien, esperaré una hora en el

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Bosque Prohibido… una hora…»No debía de faltar mucho para el amanecer,

pero el cielo seguía negro; aun así, se veíanpequeños fardos esparcidos por el césped frente ala fachada principal del castillo. Los tres amigoscorrieron hacia los escalones de piedra, dondevieron un zueco del tamaño de una barquita. Noobstante, no se detectaba ninguna otra señal deGrawp ni de su agresor.

En el castillo reinaba un silencio nada natural yya no había destellos de luz, ni estallidos, gritos oalaridos. Las losas del desierto vestíbulo estabanmanchadas de sangre; todavía había esmeraldasdiseminadas por el suelo, junto con trozos demármol y maderas astilladas, y parte de labarandilla se había destrozado.

—¿Dónde están todos? —susurró Hermione.Ron los precedió hasta el Gran Comedor y

Harry se detuvo en la puerta.Las mesas de las casas habían desaparecido y

la estancia se hallaba abarrotada de gente. Lossupervivientes formaban grupos, abrazados unosa otros por los hombros; la señora Pomfrey yalgunos ayudantes atendían a los heridos en latarima. Firenze se contaba entre ellos: teníatemblores y sangraba por la ijada, y como no podía

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sostenerse en pie, se había visto obligado atumbarse.

Habían puesto a los muertos formando unahilera en medio del comedor, pero Harry no vio elcadáver de Fred, porque su familia lo rodeaba:George estaba arrodillado junto a la cabeza; laseñora Weasley, tendida sobre el pecho de su hijo,sollozaba, y el señor Weasley le acariciaba elcabello mientras las lágrimas le resbalaban por lasmejillas.

Sin decirle nada a Harry, Ron y Hermione seadelantaron. Ella se acercó a Ginny, que tenía lacara hinchada y cubierta de manchas rojas, y laabrazó. Ron se reunió con Bill, Fleur y Percy,quienes también lo abrazaron por los hombros.Ginny y Hermione se aproximaron más a losrestantes miembros de la familia, y entonces Harrydescubrió los cadáveres que yacían junto al deFred: eran Remus y Tonks, pálidos e inmóvilespero con expresión serena; parecían dormidos bajoel oscuro techo encantado.

Harry se apartó de la puerta caminando haciaatrás, y fue como si el Gran Comedor se alejara yse empequeñeciera, como si encogiera. Apenaspodía respirar; no se sentía capaz de mirar a losotros cadáveres, ni de enterarse de quién más

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había muerto por él. Tampoco se sentía capaz dereunirse con los Weasley, ni de mirarlos a los ojos,porque si él se hubiera entregado al principio,quizá Fred no habría muerto…

Llegó a la escalinata de mármol y la subió atodo correr. Lupin, Tonks… Le habría gustado nosentir nada, le habría gustado arrancarse elcorazón, las entrañas, todo eso que gritaba en suinterior…

El castillo estaba completamente vacío; alparecer, hasta los fantasmas se habían reunido conla multitud que lloraba a los muertos en el GranComedor. Harry corrió sin parar, asiendo confuerza el frasco de cristal que contenía los últimospensamientos de Snape, y no aminoró el pasohasta llegar a la gárgola de piedra que custodiabael despacho del director.

—¿Contraseña?—¡Dumbledore! —exclamó Harry sin pensar,

porque era a quien ansiaba ver, y, sorprendido, viocómo la gárgola se deslizaba hacia un lado,revelando la escalera de caracol que había detrás.

Pero cuando entró en el despacho circular,comprobó que había cambiado: los retratos de lasparedes estaban vacíos; no quedaba ni un solodirector ni directora en ellos. Por lo visto, todos

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habían huido, pasando de un cuadro a otro de losque adornaban las paredes del castillo, para vermejor lo que sucedía.

Harry miró impotente el vacío lienzo deDumbledore, colgado justo detrás de la silla deldirector, y le dio la espalda. El pensadero de piedracontinuaba en el armario donde siempre habíaestado; Harry lo cogió, lo puso encima delescritorio y vertió los recuerdos de Snape en laancha vasija con runas grabadas alrededor delborde. Escapar a la mente de otra persona leproduciría alivio… Por muy vil que fuera Snape,ningún pensamiento que le hubiera dejado podíaser peor que los suyos propios. Los recuerdos —plateados, de una textura extraña— searremolinaron, y sin vacilar, con una sensación detemerario abandono, como si eso fuera a mitigar eldolor que lo torturaba, Harry hundió la cabeza enellos.

Cayó precipitadamente por un espacio soleadoy aterrizó de pie sobre un suelo que quemaba.Cuando se enderezó, comprobó que se encontrabaen un solitario parque infantil. A lo lejos, unaenorme chimenea sobresalía entre los edificiosperfilados contra el horizonte. Dos niñas secolumpiaban y un niño muy flaco las observaba

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desde detrás de unos matorrales; el niño, decabello negro y excesivamente largo, llevaba unaropa que parecía mal combinada a propósito: unosvaqueros demasiado cortos, un abrigo raído y muylargo, que le habría venido bien a un adulto, y unextraño blusón.

Harry se le acercó más: Snape —bajito,nervudo y de piel cetrina— no debía de tener másde nueve o diez años. Su delgado rostro delatabala avidez que sentía al observar a la menor de lasdos niñas, que se columpiaba mucho más alto quesu hermana.

—¡No hagas eso, Lily! —gritó la niña mayor.Pero la pequeña se había soltado del columpio

al llegar al punto más alto y voló literalmente porlos aires: se impulsó hacia arriba, dando una granrisotada, y en lugar de caer en el asfalto del parquese elevó como una trapecista y permaneció largorato suspendida. Cuando por fin se posó en elsuelo, lo hizo con asombrosa suavidad.

—¡Mamá te ha prohibido hacer eso!Petunia paró su columpio clavando los tacones

de las sandalias en el suelo, haciendo que lagravilla crujiera y saltara. Se apeó y se quedó allíplantada con los brazos en jarras.

—¡Mamá te lo ha prohibido, Lily!

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—¡Pero si no pasa nada! —replicó sin parar dereír—. Mira esto, Tuney. Mira lo que hago.

Petunia miró alrededor. No había nadie en elparque, tan sólo ellas, y Snape, aunque las niñasno lo sabían. Lily acababa de coger una flor caídadel matorral tras el que se escondía el chico.Petunia se acercó a ella debatiéndose entre lacuriosidad y la desaprobación; Lily esperó a quesu hermana estuviera lo bastante cerca para verbien, y entonces le enseñó la palma de la mano. Enella aguantaba la flor, que abría y cerraba lospétalos como una estrambótica ostra connumerosos labios.

—¡Basta! —gritó Petunia.—No te hace nada —aseguró Lily, y cerró la

mano con la flor dentro y volvió a tirarla al suelo.—Eso no está bien —protestó Petunia, pero

había desviado la mirada para ver cómo la flordescendía y se quedaba flotando a unoscentímetros del suelo—. ¿Cómo lo haces? —preguntó sin poder disimular la curiosidad.

—Está muy claro, ¿no? —El niño no logrócontenerse más y salió de detrás del arbusto.

Petunia dio un grito y corrió hacia loscolumpios, pero Lily, pese a haberse sobresaltado,se quedó donde estaba. Snape debió de lamentar

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su propio aspecto, porque cuando la miró, unasdébiles manchas rosadas le colorearon lasdescarnadas mejillas.

—¿Qué es lo que está muy claro? —preguntóLily.

Él parecía nervioso y emocionado. Miró unmomento a Petunia, que se había quedado junto alos columpios, y luego bajó la voz y dijo:

—Sé lo que eres.—¿Qué quieres decir?—Eres… una bruja.Ofendida, Lily le espetó:—¿Te parece bonito decirle eso a una chica?Y levantando la barbilla, se dio la vuelta muy

decidida y fue a reunirse con su hermana.—¡No! —gritó Snape. Se había ruborizado

más.Harry se preguntó por qué no se quitaba aquel

abrigo tan fachoso, a menos que fuera porque noquería que se le viera el blusón que llevaba debajo.Siguió a las niñas; estaba ridículo con aquellaindumentaria que ya entonces le confería aspectode murciélago.

Las hermanas lo miraron (por una vez deacuerdo en desaprobar la actitud del chico),agarradas a las barras del columpio, como si éste

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fuera el lugar seguro que tenían más a mano.—Es verdad, eres una bruja —le dijo Snape a

Lily—. Hace tiempo que te observo. Pero no haynada malo en eso; mi madre también lo es, y yosoy mago.

La risa de Petunia fue como un chorro de aguafría.

—¡Un mago! —chilló; había recobrado el valordespués de recuperarse del susto que le habíadado el niño con su inesperada aparición—. Yo teconozco: eres el hijo de los Snape. Viven al final dela calle de la Hilandera, junto al río —le dijo a Lily,y su tono denotó que la consideraba una direcciónmuy poco recomendable—. ¿Por qué nos espías?

—No os espiaba —protestó Snape, acaloradoe incómodo, el pelo sucio a la luz del sol—.Además, a ti no tengo por qué espiarte —añadiócon desprecio—. Tú eres muggle.

Petunia no entendió esa palabra, pero aun asícaptó el tono desdeñoso.

—¡Nos vamos, Lily! —dijo con voz estridente.Su hermana pequeña la obedeció sin rechistar,

y se marchó de allí mirando al chico con aversión.Él se quedó donde estaba y las vio salir por laverja del parque. Harry, el único que observaba aSnape, reconoció la amarga desilusión del niño y

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comprendió que debía de llevar mucho tiempoplaneando ese momento, pero todo le había salidomal…

La escena se desvaneció y al punto volvió aformarse otra diferente: ahora Harry se encontrabaen un bosquecillo. Entre los troncos veía fluir unrío bañado por el sol y los árboles proporcionabanuna sombra fresca y verdosa. Dos niños estabansentados en el suelo con las piernas cruzadas, unoenfrente del otro. Snape se había quitado elabrigo; el extraño blusón no parecía tan raro en lapenumbra.

—… y el ministerio te castiga si haces magiafuera del colegio. Te mandan una carta.

—¡Pues yo he hecho magia fuera del colegio!—Bueno, no pasa nada, porque nosotros

todavía no tenemos varita mágica. Mientras erespequeño, si no puedes controlarte, no te dicennada. Pero cuando cumples once años —añadióponiéndose muy serio— y empiezan a instruirte,has de tener mucho cuidado.

Hubo un breve silencio. Lily cogió una ramitadel suelo y la agitó en el aire, y Harry comprendióque imaginaba que salían chispas. Entonces ellatiró la ramita, se acercó más al niño y le dijo:

—Va en serio, ¿verdad? No es ninguna broma,

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¿eh? Petunia dice que mientes porque Hogwartsno existe. Pero es real, ¿verdad?

—Es real para nosotros. Para ella, no. Pero tú yyo recibiremos la carta.

—¿Seguro?—Segurísimo —confirmó Snape, y pese al pelo

mal cortado y la extraña ropa que llevaba, imponíabastante allí sentado, rebosante de confianza ensu destino.

—¿Y nos la traerá una lechuza? —preguntóLily en voz baja.

—Normalmente llega así. Pero tú eres hija demuggles, de modo que alguien del colegio tendráque ir a explicárselo a tus padres.

—¿Tiene mucha importancia que seas hijo demuggles?

Snape titubeó y sus ojos —muy negros—,codiciosos en la verdosa penumbra, recorrieron elpálido rostro y el cabello pelirrojo de Lily.

—No —respondió—. No tiene ningunaimportancia.

—¡Ah, bueno! —suspiró la niña, mástranquila; era evidente que estaba preocupada.

—Tú tienes mucha magia dentro —afirmóSnape—. Me di cuenta observándote…

Su voz se fue apagando. Lily ya no lo

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escuchaba; se había tumbado en el suelo cubiertode hojas y contemplaba el toldo que formaban lasramas de los árboles. Snape la observaba con lamisma avidez con que lo había hecho en el parqueinfantil.

—¿Cómo van las cosas en tu casa? —preguntó Lily.

—Bien —repuso él arrugando un poco lafrente.

—¿Ya no se pelean?—Sí, claro que se pelean. —Cogió un puñado

de hojas y empezó a romperlas sin darse cuenta delo que hacía—. Pero no tardaré mucho enmarcharme.

—¿A tu padre no le gusta la magia?—No hay nada que le guste.—Severus…Los labios del chico esbozaron una sonrisa

cuando ella pronunció su nombre.—¿Qué quieres?—Háblame otra vez de los dementores.—¿Para qué quieres que te hable de ellos?—Si utilizo la magia fuera del colegio…—¡No van a entregarte a los dementores por

eso! Los utilizan contra la gente que cometedelitos graves, y vigilan la prisión de los magos,

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Azkaban. A ti no van a llevarte ahí, eresdemasiado…

Volvió a ruborizarse y rompió varias hojas más.Entonces Harry oyó un susurro a sus espaldas

y se dio la vuelta: Petunia, escondida detrás de unárbol, había resbalado.

—¡Tuney! —exclamó Lily con sorpresa yagrado, pero Snape se puso en pie de un brinco.

—¿Quién nos espía? —exclamó—. ¿Quéquieres?

Petunia estaba turbada y asustada por habersido descubierta, y Harry vio que buscaba algunafrase hiriente para desquitarse.

—Qué es eso que llevas, ¿eh? —preguntóPetunia señalándole el pecho a Snape—. ¿La blusade tu madre?

Entonces se oyó un ruido de algo que separtía: una rama se estaba desprendiendo encimade la cabeza de Petunia. Lily dio un chillido. Larama cayó y golpeó en el hombro a Petunia, que setambaleó hacia atrás y rompió a llorar.

—¡Tuney!Pero Petunia se marchó corriendo. Lily se

encaró con Snape:—¿Has sido tú?—No. —El chico se mostró desafiante y

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temeroso a la vez.—¡Sí, has sido tú! —Lily se fue alejando de él

—. ¡Has sido tú! ¡Le has hecho daño!—¡No! ¡Yo no he hecho nada!Pero la mentira de Snape no convenció a Lily:

tras lanzarle una última mirada de odio, saliócorriendo del bosquecillo en busca de su hermana,y él se quedó solo, triste y desconcertado…

La escena volvió a cambiar. Harry miróalrededor: se hallaba en el andén nueve y trescuartos, y Snape estaba de pie a su lado, un pocoencorvado, junto a una mujer delgada de rostroamarillento y expresión amargada que se le parecíamucho. Él observaba con atención a los cuatromiembros de una familia situada a escasa distanciade allí. Las dos niñas se mantenían un pocoapartadas de sus padres, y Lily le suplicaba algo asu hermana. Harry se acercó más para oírlas.

—¡Lo siento, Tuney! ¡Lo siento mucho! Mira…—Le cogió una mano y se la apretó con fuerza,aunque Petunia intentó retirarla—. A lo mejorcuando llegue allí… ¡Espera, Tuney! ¡Escúchame!¡A lo mejor cuando llegue allí puedo hablar con elprofesor Dumbledore y hacer que cambie deopinión!

—¡Yo-no-quiero-ir! —subrayó Petunia, y se

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soltó de su hermana—. ¿Cómo voy a querer ir a unestúpido castillo para aprender a ser… a ser…?

Recorrió el andén con la mirada, deteniéndoseen los gatos que maullaban en los brazos de susamos, en las lechuzas que aleteaban en sus jaulasy se lanzaban ululatos unas a otras, y en losalumnos, algunos de los cuales ya llevabanpuestas las largas túnicas negras y cargaban susbaúles en la locomotora de vapor roja, o sesaludaban unos a otros con alegres gritos tras unlargo verano sin verse.

—¿Crees que quiero convertirme en un…bicho raro?

A Lily los ojos se le anegaron en lágrimas yPetunia consiguió que le soltara la mano.

—Yo no soy ningún bicho raro. No deberíasdecirme eso.

—Pues precisamente vas a un colegio especialpara bichos raros —afirmó Petunia con saña—. Yeso es lo que sois el hijo de los Snape y tú: unosbichos raros. Me alegro de que os separen de lagente normal; lo hacen por vuestra propiaseguridad.

Lily miró a sus padres, que contemplabanabsortos y entretenidos las diversas escenas quese sucedían en el andén. Entonces volvió a fijar la

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vista en su hermana, y bajando la voz dijo confuria:

—No pensabas que fuera un colegio parabichos raros cuando le escribiste al director y lesuplicaste que te admitiera.

Petunia se ruborizó.—¿Que yo le supliqué? ¡Yo no le supliqué

nada!—Leí su respuesta. Era muy amable, por cierto.—No debiste leerla. ¡El correo es privado!

¿Cómo pudiste…?Lily se delató mirando de soslayo a Snape, que

estaba cerca de ellas. Petunia dio un grititoahogado y exclamó:

—¡La cogió tu amigo! ¡Ese niño y tú oscolasteis en mi habitación aprovechando que yono estaba!

—No, no nos colamos… —Ahora le tocó aLily ponerse a la defensiva—. ¡Severus vio elsobre y no creyó que una muggle se hubierapuesto en contacto con Hogwarts, eso es todo!Dice que debe de haber magos trabajando deincógnito en correos para encargarse de…

—¡Ya veo que los magos meten las narices entodas partes! —la interrumpió Petunia. El rubor sele había esfumado de las mejillas y había

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palidecido—. ¡Monstruo! —le espetó, y echó acorrer hacia donde esperaban sus padres.

La escena se disolvió de nuevo: ahora Snapecaminaba deprisa por el pasillo del expreso deHogwarts, que traqueteaba por la campiña. Ya sehabía puesto la túnica del colegio; seguramenteera la primera oportunidad que tenía de quitarseaquella espantosa ropa de muggle que usabasiempre. Se detuvo delante de un compartimentodonde había un grupo de chicos que armababullicio, pero acurrucada en el asiento de unrincón, junto a la ventana, estaba Lily, con la carapegada al cristal.

Snape abrió la puerta del compartimento y sesentó enfrente. Ella le echó una ojeada, pero siguiómirando por la ventana. Se notaba que habíallorado.

—No quiero hablar contigo —dijo con vozentrecortada.

—¿Por qué no?—Tuney me… me odia. Porque leímos la carta

que le envió Dumbledore.—¿Y qué?Lily le lanzó una mirada de profunda antipatía y

le espetó:—¡Pues que es mi hermana!

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—Sólo es una… —Se contuvo a tiempo; Lily,ocupada en enjugarse las lágrimas sin que senotara, no le oyó—. ¡Pero si nos vamos! —exclamó Snape, incapaz de disimular su euforia—.¡Lo hemos conseguido! ¡Nos vamos a Hogwarts!

Ella asintió, frotándose los ojos, y a pesar desu disgusto esbozó una sonrisa.

—Ojalá te pongan en Slytherin —comentóSnape, animado por la tímida sonrisa de lamuchacha.

—¿En Slytherin?Uno de los chicos, que hasta entonces no

había mostrado el menor interés por ellos, volvió lacabeza al oír ese nombre, y Harry, que no se habíafijado en los restantes pasajeros delcompartimento, vio que era su propio padre:delgado, cabello negro —igual que Snape—, perorodeado de un aura difícilmente definible, de la queSnape carecía; se notaba que había vivido bienatendido e incluso admirado.

—¿Quién va a querer que lo pongan enSlytherin? Si me pasara eso, creo que me largaría.¿Tú no? —le preguntó James Potter al niño queiba repantigado en el asiento de enfrente, y Harrydio un respingo al comprobar que era Sirius. Peroéste no sonrió, sólo masculló:

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—Toda mi familia ha estado en Slytherin.—¡Jo! ¡Y yo que te tenía por una buena

persona!—A lo mejor rompo la tradición —replicó Sirius

sonriendo burlón—. ¿Adónde irás tú, si te dejanelegir?

James hizo como si blandiera una espada ydijo:

—¡A Gryffindor, «donde habitan losvalientes»! Como mi padre.

Snape hizo un ruidito despectivo y James sevolvió hacia él.

—¿Te ocurre algo?—No, qué va —contestó Snape, aunque su

expresión desdeñosa lo desmentía—. Si prefiereslucir músculos antes que cerebro…

—¿Adónde te gustaría ir a ti, que no tienesninguna de las dos cosas? —intervino Sirius.

James soltó una carcajada. Lily se enderezó,abochornada, y miró primero a James y luego aSirius con antipatía.

—Vámonos, Severus. Buscaremos otrocompartimento.

—¡Ooooooh!James y Sirius imitaron el tono altivo de Lily, y

James intentó ponerle la zancadilla a Snape

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cuando salía.—¡Hasta luego, Quejicus! —dijo una voz al

mismo tiempo que la puerta del compartimento secerraba de golpe…

Y la escena se extinguió una vez más…Ahora Harry estaba de pie detrás de Snape,

ante las mesas de las casas, iluminadas con velasy rodeadas de caras embelesadas. Entonces, laprofesora McGonagall llamó: «¡Evans, Lily!»

Observó cómo su madre caminaba temblorosay se sentaba en el desvencijado taburete. MinervaMcGonagall le puso el Sombrero Seleccionador enla cabeza, y apenas un segundo después de haberentrado en contacto con el pelirrojo cabello de laniña, el sombrero anunció: «¡Gryffindor!»

Harry oyó cómo Snape daba un débil quejido.Lily se quitó el sombrero, se lo devolvió a laprofesora y fue a toda prisa hacia la mesa ocupadapor los alumnos de Gryffindor, que aplaudían conentusiasmo; pero al pasar le echó una ojeada aSnape esbozando una triste sonrisa. Harry viocómo Sirius dejaba espacio en el banco para queLily se sentara. Ella lo miró y debió de reconocerlodel tren, porque se cruzó de brazos y le dio laespalda.

Continuaron pasando lista, y Harry vio cómo

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Lupin, Pettigrew y su padre se sentaban con Lily ySirius en la mesa de Gryffindor. Al fin, cuando sóloquedaban una docena de alumnos por seleccionar,la profesora McGonagall llamó a Snape.

Harry lo acompañó hasta el taburete, y el niñose puso el sombrero en la cabeza. «¡Slytherin!»,anunció el Sombrero Seleccionador.

Y Severus Snape fue hacia el otro extremo delcomedor, lejos de Lily, donde lo aplaudían losalumnos de Slytherin y donde Lucius Malfoy, conuna insignia de prefecto reluciéndole en el pecho,le dio unas palmaditas en la espalda cuando sesentó a su lado…

Y la escena cambió…Lily y Snape cruzaban el patio del castillo.

Discutían. Harry aceleró el paso para poderescucharlos. Cuando llegó a su lado, se percató deque ambos eran mucho más altos; al parecer,habían pasado varios años desde su Selección.

—Creía que éramos amigos —decía Snape—.Buenos amigos.

—Lo somos, Sev, pero no me gustan algunasde tus amistades. Lo siento, pero no soporto aAvery ni a Mulciber. ¡Mulciber! ¿Qué le has visto aése, Sev? ¡Es repulsivo! ¿Sabes qué intentóhacerle el otro día a Mary Macdonald?

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Lily había llegado a una columna y se apoyóen ella, contemplando el delgado y cetrino rostrode su amigo.

—No es para tanto —dijo él—. Sólo fue unabroma.

—Era magia oscura, y si lo encuentrasgracioso…

—¿Y qué me dices de lo que hacen Potter y susamigos? —Se ruborizó un poco al decirlo, incapaz,al parecer, de contener su resentimiento.

—¿Qué tiene que ver Potter con esto?—Se escapan por la noche. Ese Lupin tiene

algo raro. ¿Adónde va siempre?—Está enfermo, o al menos eso dicen…—¿Todos los meses cuando hay luna llena? —

replicó Snape, escéptico.—Ya conozco tu teoría —dijo Lily con frialdad

—. Pero ¿por qué estás tan obsesionado conellos? ¿Por qué te importa tanto lo que hacen porla noche?

—Sólo intento demostrarte que no son tanmaravillosos como todo el mundo cree.

La intensidad de la mirada del chico la hizoruborizarse.

—Pero no emplean magia oscura. —Bajó la vozy añadió—: Y eres un desagradecido. Me he

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enterado de lo que pasó la otra noche. Te colastepor el túnel del sauce boxeador y James Potter tesalvó de no sé qué cosa que había allí abajo.

Snape contrajo el rostro y farfulló:—¿Que me salvó? ¿Cómo que me salvó?

¿Crees que Potter se comportó como un héroe?¡Estaba salvando su propio pellejo y el de susamigos! No quiero que… No voy a permitirte…

—¿Permitirme? ¿No vas a permitirme qué?Los verdes y destellantes ojos de Lily se

convirtieron en dos rendijas, y Snape rectificó alinstante:

—No he querido decir… Es que no quiero vercómo se ríe de… ¡A James Potter le gustas! —exclamó como si se lo arrancaran a la fuerza—. Y élno es… aunque todo el mundo cree… Se las da degran héroe de quidditch… —La amargura y laaversión de Snape lo estaban haciendo caer en laincoherencia, y Lily se mostraba cada vez mássorprendida.

—Ya sé que James Potter es un sinvergüenza yun engreído —dijo—. No necesito que tú me loexpliques. Pero el concepto del humor que tienenMulciber y Avery es maléfico. Maléfico, Sev. Noentiendo cómo puedes ser amigo suyo.

Harry dudaba que Snape hubiera oído siquiera

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esas críticas de Lily. Desde el momento en quehubo insultado a James Potter, todo él se relajó, ycuando se marcharon, sus andares tenían unaligereza inusual…

La escena se disolvió…Harry vio salir a Snape una vez más del Gran

Comedor, después de hacer su TIMO de DefensaContra las Artes Oscuras, y alejarse del castillo,sin que nadie se fijara en él, en dirección al hayabajo la que estaban sentados James, Sirius, Lupiny Pettigrew. Pero esta vez Harry guardó lasdistancias, porque sabía qué vendría acontinuación cuando James levantara a Severusdel suelo y se burlara de él; recordaba qué habíanhecho y dicho, y no tenía ningunas ganas devolver a oírlo. Asimismo vio cómo Lily se unía algrupo y salía en defensa de Snape, y sí oyó cómoéste, presa de la humillación y la rabia, le gritabauna expresión inolvidable: «sangre sucia».

La escena cambió…—Lo siento.—No me interesan tus disculpas.—¡Lo siento!—Puedes ahorrártelas.Era de noche. Lily, que llevaba puesta una

bata, estaba de pie con los brazos cruzados frente

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al retrato de la Señora Gorda, junto a la entrada dela torre de Gryffindor.

—Si he salido es porque Mary me ha dichoque amenazabas con quedarte a dormir aquí.

—Es verdad. Pensaba hacerlo. No queríallamarte «sangre sucia», pero se…

—¿Se te escapó? —No había ni pizca decompasión en la voz de la chica—. Es demasiadotarde. Llevo años justificando tu actitud. Misamigos no entienden siquiera que te dirija lapalabra. Tú y tus valiosísimos amigosmortífagos… ¿Lo ves? ¡Ni siquiera lo niegas! ¡Nisiquiera niegas que eso es lo que todos aspiráis aser! Estáis deseando uniros a Quien-tú-sabes,¿verdad? —Snape abrió la boca, pero volvió acerrarla—. No puedo seguir fingiendo. Tú haselegido tu camino, y yo he elegido el mío.

—No… Espera, yo no quería…—¿No querías llamarme «sangre sucia»? Pero

si llamas así a todos los que son como yo,Severus. ¿Dónde está la diferencia?

Snape no encontraba palabras, y ella, con unamirada de desprecio, se dio la vuelta y se metió porel hueco del retrato…

Entonces el pasillo se disolvió, y la nuevaescena tardó un poco en volver a formarse. Harry

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tuvo la impresión de que volaba a través defiguras y colores cambiantes, hasta que el entornovolvió a plasmarse y se encontró en la cima de unamontaña, desamparado y muerto de frío en laoscuridad; el viento silbaba entre las ramas deunos pocos árboles pelados. Snape, ya adulto,jadeaba e iba de aquí para allá aferrando la varitamágica, como si esperara algo o a alguien… Y lecontagió su miedo a Harry. Aunque el muchachosabía que no podían hacerle daño, miró haciaatrás, preguntándose qué o a quién esperabaaquel hombre…

De repente, un cegador e irregular chorro deluz blanca surcó el aire. Harry pensó que era unrayo, pero Snape se había arrodillado y la varita sele había caído de la mano.

—¡No me mate!—Ésa no era mi intención.El ruido de las ramas agitadas por el viento

ahogó el que hizo Dumbledore al aparecerse. Sesituó de pie ante Snape, la túnica ondeándolealrededor, mientras la luz de su varita le iluminabala cara.

—¿Y bien, Severus? ¿Qué mensaje me traes delord Voldemort?

—¡No, no se trata de ningún mensaje…! ¡He

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venido por mi cuenta! —Se retorcía las manos, alparecer trastornado, y el alborotado y negrocabello le flotaba alrededor de la cabeza—. Hevenido para hacerle una advertencia… No, unapetición… Por favor…

Dumbledore sacudió su varita. Aunquetodavía volaban algunas hojas y ramas, se hizo elsilencio alrededor de los dos, cara a cara.

—¿Qué petición podría hacerme un mortífago?—La… profecía… La predicción…

Trelawney…—¡Ah, sí! ¿Cuántas cosas le has contado a

lord Voldemort?—¡Todo! ¡Todo lo que oí! ¡Por eso… es por

eso que… cree que se refiere a Lily Evans!—La profecía no se refería a una mujer —

replicó Dumbledore—, sino que hablaba de unniño nacido a finales de julio…

—¡Ya sabe usted lo que quiero decir! Él creeque se refiere al hijo de ella, y va a darle caza, losmatará a todos…

—Si tanto significa ella para ti —insinuóDumbledore—, seguro que lord Voldemort leperdonará la vida, ¿no? ¿No podrías pedirleclemencia para la madre, a cambio del hijo?

—Ya se lo he… se lo he pedido…

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—Me das asco —le espetó Dumbledore, yHarry nunca había notado tanto desprecio en suvoz. Snape se acobardó un poco—. Así pues, ¿note importa que mueran el marido y el niño? ¿Daigual que ellos mueran, siempre que tú consigas loque quieres?

Snape se limitó a mirarlo y calló, hasta que porfin dijo con voz ronca:

—Pues escóndalos a todos. Proteja…Protéjalos a los tres. Por favor.

—¿Y qué me ofreces a cambio, Severus?—¿A… a cambio? —Snape se quedó con la

boca abierta y Harry creyó que iba a protestar,pero al cabo dijo—: Lo que usted quiera.

La montaña se desdibujó, y Harry se hallóentonces en el despacho de Dumbledore, dondehabía algo que hacía un ruido espantoso, parecidoal gimoteo de un animal herido. Encorvado y conla cabeza gacha, Snape se había desplomado enuna butaca; Dumbledore, de pie frente a él, locontemplaba con gesto adusto. Al cabo de unosinstantes, Snape levantó la cara; parecía unhombre que hubiera vivido cien años dedesgracias después de abandonar aquellamontaña.

—Creía que iba… a protegerla…

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—James y ella confiaron en la personaequivocada —afirmó Dumbledore—. Igual que tú,Severus. ¿No suponías que lord Voldemort lesalvaría la vida? —Snape respiraba deprisa, muyagitado—. Pero su hijo ha sobrevivido. —Snapehizo un ligero movimiento con la cabeza, como siespantara una mosca molesta—. Su hijo vive ytiene los mismos ojos que ella, exactamenteiguales. Estoy seguro de que recuerdas la forma yel color de los ojos de Lily Evans.

—¡¡Basta!! —bramó Snape—. ¡Está muerta!¡Muerta!

—¿Qué te ocurre, Severus? ¿Remordimiento,acaso?

—Ojalá… ojalá estuviera yo muerto…—¿Y de qué serviría eso? —repuso

Dumbledore con frialdad—. Si amabas a LilyEvans, si la amabas de verdad, está claro quécamino debes tomar.

Dio la impresión de que Snape atisbaba através de una neblina de dolor, aunque tardó untiempo en asimilar las palabras del director deHogwarts.

—¿Qué… qué quiere decir?—Tú sabes cómo y por qué ha muerto Lily.

Asegúrate, pues, de que no haya muerto en vano:

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ayúdame a proteger a su hijo.—Él no necesita protección. El Señor

Tenebroso se ha ido…—El Señor Tenebroso regresará, y entonces

Harry Potter correrá un grave peligro.Hubo una larga pausa, y poco a poco Snape

fue recobrando la compostura y dominando surespiración. Al fin dijo:

—Está bien. De acuerdo. ¡Pero no se lo cuentenunca a nadie, Dumbledore! ¡Esto debe quedarentre nosotros! ¡Júremelo! No soportaría que… Ymenos al hijo de Potter… ¡Quiero que me dé supalabra!

—¿Mi palabra, Severus, de que nunca revelarélo mejor de ti? —Dumbledore suspiró, escrutandoel rabioso y angustiado rostro del profesor—. Estábien, si insistes…

El despacho se disolvió, pero volvió a formarseenseguida. Snape se paseaba arriba y abajodelante de Dumbledore.

—… mediocre, arrogante como su padre,transgresor incorregible, encantado con su fama,egocéntrico e impertinente…

—Ves lo que esperas ver, Severus —sentencióDumbledore sin apartar la vista de un ejemplar deLa transformación moderna—. Otros profesores

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afirman que el chico es modesto, agradable y deconsiderable talento. Yo, personalmente, loencuentro muy simpático. —Dumbledore pasó lapágina y, sin levantar la cabeza, añadió—: Nopierdas de vista a Quirrell, ¿de acuerdo?

Se produjo un remolino de color y todo seoscureció. Snape y Dumbledore aparecieron en unrincón un poco apartado del vestíbulo deHogwarts; los últimos rezagados del Baile deNavidad pasaron cerca de ellos de camino a susdormitorios.

—¿Y bien? —murmuró Dumbledore.—A Karkarov también se le está oscureciendo

la Marca. Está muy asustado, porque teme quehaya represalias; ya sabe cuánta ayuda le prestó alministerio después de la caída del SeñorTenebroso. —Snape miró de soslayo el perfil deDumbledore, donde destacaba la torcida nariz—.Él planea huir si arde la Marca.

—¿Ah, sí? —susurró Dumbledore. FleurDelacour y Roger Davies llegaron riendo de losjardines—. ¿Y no estás tentado de hacer tú lomismo?

—No —contestó Snape con la mirada clavadaen Fleur y Roger, que se alejaban—. No soy tancobarde.

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—No, es cierto —concedió Dumbledore—.Eres mucho más valiente que ese Igor Karkarov.¿Sabes qué? A veces pienso que seleccionamosdemasiado pronto a nuestros alumnos…

Se marchó y dejó a Snape con cara de aflicción.A continuación Harry se halló otra vez en el

despacho del director. Era de noche, y Dumbledoreestaba ladeado en el sillón detrás de su escritorio,al parecer semiconsciente; la mano derecha lecolgaba del brazo del sillón, quemada yennegrecida. Entretanto, Snape murmurabaconjuros, apuntando con su varita a la muñeca deDumbledore, mientras con la mano izquierda ledaba de beber de una copa llena de una pocióndensa y dorada. Pasados unos instantes,Dumbledore parpadeó y abrió los ojos.

—¿Por qué? —preguntó Snape sin máspreámbulos—. ¿Por qué se ha puesto ese anillo?Lleva una maldición. ¿Cómo no se dio cuenta?¿Cómo se le ocurrió tocarlo siquiera?

El anillo de Sorvolo Gaunt se hallaba encimadel escritorio, frente a Dumbledore. Estaba partido,y la espada de Gryffindor reposaba a su lado.

Dumbledore hizo una mueca.—Fui… un estúpido. Me sentí tentado…—¿Tentado de qué? —El director no contestó

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—. ¡Es un milagro que haya podido regresar aquí!Ese anillo llevaba una maldiciónextraordinariamente poderosa; a lo único quepodemos aspirar es a contenerla. De momento helogrado impedir que se extienda por el brazo…

Dumbledore levantó la ennegrecida einservible mano y la examinó con la expresión dealguien a quien muestran un objeto curioso.

—Lo has hecho muy bien, Severus. ¿Cuántotiempo crees que me queda? —preguntó con tonodespreocupado, como si quisiera saber elpronóstico del tiempo.

Snape vaciló un momento y contestó:—No sabría decirlo. Quizá un año. Un hechizo

así no puede detenerse de forma definitiva, yacabará extendiéndose; es la clase de maldiciónque se fortalece con el paso del tiempo.

El director sonrió. La noticia de que le quedabamenos de un año de vida parecía preocuparlo muypoco, o nada.

—Soy afortunado, muy afortunado, portenerte, Severus.

—¡Si me hubiera llamado antes, quizá habríapodido hacer algo más, ganar algo de tiempo! —exclamó Snape con rabia. Miró el anillo roto y laespada—. ¿Acaso creyó que rompiendo el anillo

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anularía la maldición?—Algo así… Es evidente que deliraba… —

Haciendo un gran esfuerzo, Dumbledore seenderezó en el sillón—. Bueno, esto simplificamucho las cosas. —Sonrió, y Snape se quedóperplejo—. Me refiero al plan que está tramandolord Voldemort, el plan de obligar al pobre Malfoya que me asesine.

Snape se sentó en la silla que tantas veceshabía ocupado Harry, al otro lado del escritorio, yel muchacho notó que quería decir algo más sobrela mano afectada por la maldición, pero el directorde Hogwarts hizo un ademán con ella para dar aentender, educadamente, que no quería seguirhablando del asunto. Snape frunció el entrecejo ydijo:

—El Señor Tenebroso no confía en que Dracorealice con éxito su misión. Eso es sólo un castigopara Lucius por sus recientes fracasos. Para lospadres de Draco es una lenta tortura ver cómo suhijo falla y paga por ello.

—Así pues, ha pronunciado una sentencia demuerte tanto contra el chico como contra mí. Ysupongo que el sucesor lógico de esa misión,después de que Draco haya fracasado, eres tú,¿no?

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Se quedaron en silencio un momento.—Sí, creo que ésas son las intenciones del

Señor Tenebroso.—¿Lord Voldemort prevé que en un futuro

próximo ya no necesitará un espía en Hogwarts?—Cree que pronto se hará con el control del

colegio, sí.—Y si lo consigue —preguntó Dumbledore—,

¿me das tu palabra de que procurarás por todoslos medios proteger a los alumnos de Hogwarts?—Snape dio una seca cabezada—. Estupendo.Bien, veamos, lo primero que debes hacer esdescubrir qué trama Draco. Porque un adolescenteasustado representa un peligro para sí mismo ypara otros. Así que ofrécele ayuda y consejo; lecaes bien, supongo que los aceptará…

—Ya no le caigo tan bien desde que su padreha perdido el favor del Señor Tenebroso. Draco meculpa a mí, cree que he usurpado la posición deLucius.

—Da igual, inténtalo. Las víctimas accidentalesde las estrategias que urda Draco me importan másque yo mismo. En última instancia, por supuesto,sólo podemos hacer una cosa para salvarlo de laira de lord Voldemort.

Snape arqueó las cejas y preguntó con

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sarcasmo:—¿Pretende dejar que él lo mate?—Desde luego que no. Tienes que matarme tú.Se produjo un largo silencio, interrumpido sólo

por unos extraños ruiditos secos: Fawkes, el fénix,mordisqueaba un trozo de jibión.

—¿Quiere que lo haga ahora mismo? —preguntó al cabo Snape con ironía—. ¿O necesitaunos minutos para componer un epitafio?

—No, todavía no —repuso Dumbledore,sonriente—. Creo que la ocasión se presentará asu debido tiempo. Dado lo ocurrido esta noche —añadió señalando su marchita mano—, podemosestar seguros de que sucederá en el plazo de unaño.

—Si no le importa morir —replicó Snape concrudeza—, ¿por qué no deja que lo mate Draco?

—El alma de ese chico todavía no está tandañada —respondió el director—. No quiero quese destroce por mi culpa.

—¿Y mi alma, Dumbledore? ¿Y la mía?—Sólo tú sabes si perjudicará a tu alma ayudar

a un pobre anciano a eludir el dolor y lahumillación. Si te pido este único y gran favor,Severus, es porque estoy tan seguro de que hallegado mi hora como de que los Chudley Cannons

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van a quedar últimos de la liga este año. Confiesoque prefiero un final rápido y sin dolor alprolongado y chapucero asunto en que seconvertiría mi muerte si, por ejemplo, Greybackcolaborara en ella. Tengo entendido que Voldemortlo ha reclutado, ¿no? O si interviniera nuestraquerida Bellatrix; a ella le gusta jugar con la comidaantes de comérsela.

Hablaba con ligereza, pero traspasaba con lamirada a Snape, como tantas veces lo había hechocon Harry, como si fuera capaz de ver el alma de suinterlocutor. Por fin Snape dio otra seca cabezada.

—Gracias, Severus… —Dumbledore parecíasatisfecho.

El despacho desapareció, y a continuaciónSnape y Dumbledore paseaban juntos por losdesiertos jardines del castillo, a la hora delcrepúsculo.

—¿Qué hace con Potter por las noches cuandose encierran juntos? —preguntó de pronto Snape.

Dumbledore tenía aspecto de cansado, perorespondió:

—¿Por qué? No pretenderás imponerle máscastigos, ¿verdad, Severus? Dentro de poco, elchico habrá pasado más tiempo castigado quelibre.

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—Es igual que su padre…—Físicamente quizá sí, pero de carácter se

parece bastante más a su madre. Me encierro conél porque tengo cosas que contarle, informaciónque debo transmitirle antes de que sea demasiadotarde.

—Información que… —repitió Snape—. Esdecir que confía en él, pero en mí no.

—No es una cuestión de confianza. Comoambos sabemos, dispongo de un tiempo limitado.De modo que es fundamental que le dé suficientesexplicaciones para que pueda llevar a cabo sumisión.

—¿Y por qué no puedo tener yo esa mismainformación?

—Prefiero no poner todos mis secretos en elmismo cesto, sobre todo tratándose de un cestoque pasa tanto tiempo colgado del brazo de lordVoldemort.

—¡Eso lo hago obedeciendo sus órdenes!—Y lo haces estupendamente. No creas que

subestimo el constante peligro que corres,Severus. Darle a Voldemort lo que parecen datosvaliosos mientras le ocultas lo esencial es untrabajo que no le confiaría a nadie más que a ti.

—¡Y sin embargo, le confía mucho más a un

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niño incapaz de practicar la Oclumancia, cuyamagia es mediocre y que tiene una conexióndirecta con la mente del Señor Tenebroso!

—Voldemort teme esa conexión. No hacemucho tuvo una pequeña muestra de lo que puedesignificar para él compartir plenamente la mente deHarry, y jamás había experimentado un dolorsemejante. Estoy convencido de que no intentaráposeer al chico de nuevo. Al menos, no de esaforma.

—No lo entiendo.—El alma de lord Voldemort, pese a estar

mutilada, no soporta el contacto con un alma comola de Harry. Es como el contacto de la lengua conel acero helado, o el de la piel con las llamas…

—¿Almas? ¡Estábamos hablando de mentes!—En el caso de Harry y lord Voldemort, hablar

de una cosa equivale a hablar de la otra. —Dumbledore escrutó en derredor para asegurarsede que no tenían compañía. Habían llegado cercadel Bosque Prohibido, pero no se veía a nadie porallí cerca—. Cuando me hayas matado, Severus…

—¡Se niega a contármelo todo, y en cambioespera que yo cumpla ese pequeño servicio! —gruñó Snape, y una rabia auténtica se le reflejó enel enjuto rostro—. ¡Usted da muchas cosas por

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hechas, Dumbledore! ¡Quizá yo haya cambiado deopinión!

—Me diste tu palabra, Severus. Y hablando deservicios que me debes, creía que habías accedidoa vigilar de cerca a nuestro joven amigo deSlytherin, ¿no? —Snape estaba enojado,indignado. Dumbledore suspiró y añadió—: Ven ami despacho esta noche, Severus, a las once, y nopodrás acusarme de que no confío en ti…

Volvían a estar en el despacho del director deHogwarts; ya había caído la noche, Fawkesguardaba silencio y Snape permanecía quieto ensu asiento, mientras Dumbledore hablaba ycaminaba alrededor de él.

—Harry no debe saberlo hasta el últimomomento, hasta que sea imprescindible. De locontrario, no podría tener la fuerza necesaria parahacer lo que debe.

—Pero ¿qué es eso que debe hacer?—Eso es asunto mío y de Harry. Escúchame

con atención, Severus. Después de mi muertellegará un momento… ¡No, no me discutas ni meinterrumpas! Llegará un momento en que lordVoldemort temerá por la vida de su serpiente.

—¿De Nagini? —se extrañó Snape.—Sí, eso es. Y si lord Voldemort deja de enviar

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a esa serpiente a hacerle encargos y la mantiene asu lado, bajo protección mágica, creo queentonces será prudente contárselo a Harry.

—Contarle ¿qué?Dumbledore respiró hondo, cerró los ojos y

continuó:—Que la noche en que lord Voldemort intentó

matarlo, cuando Lily, actuando como un escudohumano, dio su vida por él, la maldición asesinarebotó contra el Señor Tenebroso y un fragmentodel alma de éste se separó del resto y se adhirió ala única alma viva que quedaba en aquel edificioen ruinas. Es decir, que una parte de lordVoldemort vive dentro de Harry, y eso es lo que leconfiere el don de hablar con las serpientes y unaconexión con la mente de lord Voldemort,circunstancia que él nunca ha entendido. Ymientras ese fragmento de alma, que Voldemort noecha de menos, permanezca adherido a Harry yprotegido por él, el Señor Tenebroso no puedemorir.

Harry veía a aquellos dos hombres como siestuviera al final de un largo túnel; estaban muylejos y las voces le resonaban de forma extraña enlos oídos.

—Entonces el chico… ¿el chico debe morir? —

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preguntó Snape con serenidad.—Y tiene que matarlo el propio Voldemort,

Severus. Eso es esencial.Guardaron un largo silencio, y por fin Snape

dijo:—Yo creía… Todos estos años, yo creía… que

lo estábamos protegiendo por ella; por Lily.—Lo hemos protegido porque era fundamental

instruirlo, educarlo, permitir que pusiera a pruebasus fuerzas —explicó Dumbledore, que seguía conlos ojos fuertemente cerrados—. Mientras tanto, laconexión entre ellos dos se ha hecho aún másfuerte. Es un crecimiento parasitario; a veces hepensado que él también lo sospecha. Si no meequivoco, si lo conozco bien, hará las cosas deforma que, cuando se enfrente a la muerte, éstasignificará verdaderamente el fin de Voldemort.

Dumbledore abrió los ojos. Snape estabahorrorizado y exclamó:

—¿Lo ha mantenido con vida para que puedamorir en el momento más adecuado?

—No pongas esa cara, Severus. ¿A cuántoshombres y mujeres has visto morir?

—Últimamente, sólo a los que no podía salvar—respondió Snape. Se levantó y agregó—: Me hautilizado.

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—Y eso ¿qué significa?—He espiado por usted, he mentido por usted,

he puesto mi vida en peligro por usted. Se suponíaque todo eso lo hacía para proteger al hijo de LilyPotter. Y ahora me dice que lo ha criado comoquien cría un cerdo para llevarlo al matadero…

—Me emocionas, Severus —repusoDumbledore con seriedad—. ¿No será que hasacabado sintiendo cariño por ese chico?

—¿Por él? —se escandalizó Snape—. ¡Expectopatronum!

Del extremo de su varita salió la ciervaplateada, se posó en el suelo del despacho, dio unbrinco y saltó por la ventana. Dumbledore la vioalejarse volando, y cuando el resplandor plateadose perdió de vista, se volvió hacia Snape y, conlágrimas en los ojos, le preguntó:

—¿Después de tanto tiempo?—Sí, después de tanto tiempo —dijo Snape.La escena se transformó. Harry vio a Snape

hablando con el retrato de Dumbledore, colocadodetrás del escritorio del director.

—Tendrás que darle a Voldemort la fechacorrecta de la partida de Harry de la casa de sustíos —dijo Dumbledore—. No hacerlo levantaríasospechas, porque él cree que estás muy bien

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informado. Sin embargo, debes sugerir la idea deemplear señuelos; supongo que de ese modogarantizaremos la seguridad de Harry. Intentaconfundir a Mundungus Fletcher. Y, Severus, si teves obligado a participar en la persecución,asegúrate de interpretar tu papel de formaconvincente. Cuento con que lord Voldemort sigateniendo buena opinión de ti el máximo tiempoposible; de lo contrario, Hogwarts quedará enmanos de los Carrow…

A continuación, Harry vio a Snape hablandocon Mundungus en una taberna que no supoidentificar. Fletcher tenía una expresión ausente ySnape fruncía el entrecejo, muy concentrado.

—Propondrás a la Orden del Fénix que utilicenseñuelos, poción multijugos, varios Pottersidénticos. Es lo único que dará resultado.Olvidarás que te lo he sugerido yo y lopresentarás como si fuera idea tuya. ¿Me hasentendido?

—Sí, te he entendido —murmuró Mundunguscon la mirada desenfocada.

Poco después Harry volaba al lado de Snapeen una escoba, surcando una noche oscura ydespejada. Al profesor lo acompañaban otrosmortífagos encapuchados, y delante iban Lupin y

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otro Harry que en realidad era George… Unmortífago se adelantó a Snape y levantó la varitaapuntando a la espalda de Lupin…

—¡Sectumsempra! —gritó Snape.Pero el hechizo, que iba dirigido a la mano con

que el mortífago sostenía la varita, se desvió yalcanzó a George…

Después aparecía Snape, arrodillado en elantiguo dormitorio de Sirius, leyendo la carta deLily mientras las lágrimas le goteaban de suaguileña nariz. En la segunda hoja sólo había unaspocas palabras:

pudiera ser amigo de Gellert Grindelwald.¡Me parece que esa mujer está perdiendo lachaveta!

Un fuerte abrazo,Lily

Snape cogió la página que llevaba la firma deLily, y el abrazo que enviaba, y se la guardó bajo latúnica. Luego rompió por la mitad la fotografía quetambién tenía en la mano; se quedó la parte en queaparecía ella riendo y tiró al suelo, bajo la cómoda,la parte donde se veía a James y Harry.

Y luego Snape volvía a estar en el despacho

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del director, y Phineas Nigellus llegabaapresuradamente a su retrato.

—¡Señor director! ¡Han acampado en elBosque de Dean! La sangre sucia…

—¡No emplee esa palabra!—Está bien, la señorita Granger. ¡Ha

mencionado el sitio cuando abrió su bolso, y la heoído!

—¡Bien! ¡Muy bien! —exclamó el retrato deDumbledore detrás del sillón del director—. ¡Yahora, la espada, Severus! ¡No olvides que debeser conseguida con fines nobles y superandocondiciones adversas que requieran un gran valor,y que él no debe saber que eres tú quien la pone asu alcance! Si Voldemort le leyera la mente a Harryy te viera ayudándolo…

—Lo sé —repuso Snape con aspereza. Seacercó al retrato de Dumbledore y tiró de uno delos lados. El lienzo se abrió como una puertarevelando una cavidad oculta, de la que Snapesacó la espada de Gryffindor. Entonces, mientrasse ponía una capa de viaje sobre la túnica,preguntó—: ¿Y piensa seguir sin explicarme porqué es tan importante que le dé la espada a Potter?

—Sí, me temo que sí —dijo el retrato deDumbledore—. Él sabrá qué hacer con ella. Y ten

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cuidado, Severus, quizá no se alegren de vertedespués del percance que sufrió GeorgeWeasley…

Snape se dio la vuelta al llegar a la puerta.—No se preocupe, Dumbledore —dijo con

frialdad—. Tengo un plan.Y salió del despacho.Harry sacó la cabeza del pensadero y, un

instante después, yacía tumbado sobre laalfombra, en la misma habitación, como si Snapeacabara de cerrar la puerta.

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L

CAPÍTULO 34

Otra vez el bosque

A verdad, al fin. Tumbado boca abajo, con lacara sobre la polvorienta alfombra del

despacho donde una vez creyó estar aprendiendolos secretos de la victoria, Harry comprendió queno iba a sobrevivir. Su misión era entregarse conserenidad a los acogedores brazos de la muerte.Pero antes de llegar a ese punto tenía que destruirlos últimos vínculos de Voldemort con la vida, de

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modo que cuando saliera al encuentro del SeñorTenebroso sin alzar la varita para defenderse,hubiera un final limpio y se diera por concluido eltrabajo que no se había terminado en Godric’sHollow: ninguno de los dos viviría, ninguno de losdos sobreviviría.

El corazón le latía con violencia. Pensó queprecisamente el miedo a la muerte lo hacía bombearcon mayor vigor para mantenerlo con vida, pero separaría, y pronto. Sus latidos estaban contados…¿Cuántos emplearía para levantarse, salir delcastillo por última vez y cruzar los jardines endirección al Bosque Prohibido?

Tendido en el suelo, con ese fúnebre tamborgolpeando en su interior, sintió que lo invadía elpánico. ¿Dolería morir? Más de una vez habíacreído que llegaba su hora, aunque en el últimomomento se había salvado; pero nunca se habíadetenido a pensar de verdad en el hecho en sí,porque sus ganas de vivir siempre habíansuperado su miedo a la muerte. Sin embargo, enese momento ni siquiera se planteó escapar, oburlar a Voldemort; sabía que todo habíaterminado, y la única verdad que quedaba era elhecho en sí: morir.

¡Ojalá hubiera muerto aquella noche de verano

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en que salió del número 4 de Privet Drive porúltima vez, la noche en que lo salvó la noble varitade pluma de fénix! ¡Ojalá hubiera muerto tanrepentinamente como Hedwig, sin enterarse denada, o lanzándose delante de una varita parasalvar a algún ser querido! ¡Cómo envidiaba a suspadres por su manera de morir! Pero el paseo asangre fría hasta su propia destrucción iba arequerir otro tipo de valor. Los dedos le temblabanligeramente y, aunque nadie lo estaba viendo(todos los retratos de las paredes se encontrabanvacíos), se esforzó por controlarlos.

Se incorporó despacio, muy despacio, y alhacerlo se sintió más vivo y más consciente quenunca de su propio cuerpo. ¿Por qué jamás habíaapreciado aquella milagrosa combinación decerebro, nervios y corazón? Pero todo eso iba adesaparecer… o al menos él desaparecería de esecuerpo. Su respiración se hizo lenta y profunda;tenía la boca y la garganta resecas, y los ojostambién.

Ahora comprendía que la traición deDumbledore era una nimiedad, puesto queobedecía a un designio superior, pero él había sidodemasiado estúpido para entenderlo. Nunca habíapuesto en duda que el anciano profesor pretendía

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que él, Harry, sobreviviera, aunque ahora tambiéncomprendía que la duración de su vida siemprehabía estado determinada por el tiempo quetardara en eliminar todos los Horrocruxes.¡Dumbledore le había encargado la tarea dedestruirlos, y él, obediente, había ido eliminandolos lazos que ataban a Voldemort, y también a élmismo, a la vida! Qué idea tan ingeniosa, tanelegante: en lugar de desperdiciar más vidas, lehabía encomendado esa peligrosa tarea a un chicoque ya estaba condenado a morir, pero cuyamuerte no representaría una desgracia sino otrogolpe contra Voldemort.

Dumbledore sabía que Harry no se escabulliríay seguiría hasta el final, aunque eso significaratambién su propio final, porque por algo se habíatomado la molestia de conocer su carácter, ¿no?Asimismo, el anciano profesor sabía, igual queVoldemort, que Harry no permitiría que nadie másmuriera por su culpa una vez que hubiesedescubierto que estaba en su mano poner fin aaquella masacre. Las imágenes de Fred, Lupin yTonks muertos en el Gran Comedor volvieron a sumente, y se le cortó la respiración un instante; lamuerte era impaciente…

Pero Dumbledore lo había sobrestimado. Harry

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había fracasado, pues la serpiente sobrevivía. Portanto, todavía quedaba un Horrocrux que ataría aVoldemort a la vida incluso después de que HarryPotter hubiera caído. Aunque lo cierto era que susucesor tendría las cosas más fáciles. Harry sepreguntó quién sería… Ron y Hermione sabrían loque había que hacer, por supuesto… Seguramentepor ese motivo Dumbledore había querido que élconfiara en sus dos amigos, porque si se cumplíasu verdadero destino demasiado pronto, ellospodrían continuar…

Esos pensamientos golpeaban, como la lluviacontra los cristales de una ventana, sobre la durasuperficie de la incontrovertible verdad: él debíamorir. «Debo morir.» Tenía que acabar.

Sentía muy lejos a Ron y Hermione, como siestuvieran en un país remoto, y tenía la impresiónde haberse separado de ellos hacía mucho tiempo.Estaba decidido a que no hubiera despedidas niexplicaciones, porque aquél era un viaje que nopodían hacer juntos, y si ellos intentabandetenerlo perderían un tiempo muy valioso. Miróel abollado reloj de oro que le habían regalado eldía que cumplió diecisiete años: ya habíatranscurrido casi la mitad del plazo que Voldemortle había concedido para entregarse.

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Se puso en pie. El corazón le golpeteaba lascostillas como un pájaro desesperado; quizáintuyera que se agotaba el tiempo y estuvieradecidido a dar todos los latidos que le quedabanantes del final. Harry no miró atrás al cerrar lapuerta del despacho.

El castillo estaba desierto. Al recorrerlo, elmuchacho se sintió como un fantasma, como si yahubiera muerto. Los personajes de los retratostodavía no habían regresado a sus lienzos y eledificio se hallaba sumido en un siniestro einquietante silencio, como si toda el alma que lequedaba se hubiera concentrado en el GranComedor, donde se apiñaban los difuntos y losdolientes.

Se puso la capa invisible y bajó varios pisos,hasta que descendió por la escalinata de mármol yllegó al vestíbulo. Quizá una pequeña parte de élconfiaba en que lo detectaran y lo detuvieran;pero la capa, como siempre, resultó impenetrable,perfecta. Llegó a las puertas del colegio sincontratiempos.

En la entrada, Neville estuvo a punto detropezar con él; volvía de los jardines con otrocompañero, los dos cargando con un cadáver.Harry lo miró y notó otro golpe sordo en el

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estómago: Colin Creevey, pese a ser menor deedad, debía de haber vuelto al castillo aescondidas, igual que Malfoy, Crabbe y Goyle.Muerto parecía minúsculo.

—¿Sabes qué? Puedo con él yo solo, Neville—dijo Oliver Wood, y se echó a Colin al hombropara llevarlo al Gran Comedor.

Neville se apoyó un momento en el marco de lapuerta y se enjugó la frente con el dorso de lamano. Parecía un anciano. Luego bajó de nuevolos escalones de piedra y fue a recuperar máscadáveres.

Harry echó un vistazo al Gran Comedor. Lagente iba y venía por la estancia intentandoconsolarse mutuamente, reponiendo fuerzas oarrodillándose junto a los muertos; pero Harry novio a ninguno de sus seres queridos: no había nirastro de Hermione, Ron, Ginny, los Weasley oLuna. Se dijo que habría dado todo el tiempo quele quedaba a cambio de verlos por última vez;pero, en ese caso, ¿habría tenido fuerzas paraalejarse de ellos? Era mejor así.

Bajó los escalones. Eran casi las cuatro de lamadrugada. Los oscuros jardines estaban sumidosen un silencio sepulcral; parecía como sicontuvieran la respiración, a la espera de

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comprobar si Harry sería capaz de cumplir sucometido.

Se aproximó a Neville, que estaba inclinadosobre otro cadáver.

—Neville…—¡Atiza, Harry! ¡Casi me da un infarto!Se quitó la capa; acababa de ocurrírsele una

idea surgida de su deseo de asegurarse porcompleto.

—¿Adónde vas tú solo? —preguntó Nevillecon recelo.

—Forma parte del plan; tengo que hacer unacosa. Escucha…

—¡Harry! —exclamó Neville, sobresaltado—.No estarás pensando en entregarte, ¿verdad?

—No, claro que no. Esto no tiene nada que ver—mintió Harry sin vacilar—. Pero quizá meausente un rato. Oye, ¿sabes esa serpiente enormede Voldemort? Él la llama Nagini…

—Sí, algo he oído. ¿Qué pasa?—Pues que hay que matarla. Ron y Hermione

ya lo saben, pero te lo digo por si…Esa espantosa posibilidad lo hizo enmudecer

un instante. Pero se serenó: era crucial seguir elejemplo de Dumbledore y no perder la calma; teníaque asegurarse de que hubiera reemplazos, otras

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personas capacitadas para continuar la misión.Dumbledore había muerto dejando a los tresamigos implicados en la destrucción de losHorrocruxes, y ahora Neville ocuparía el lugar deHarry, de modo que seguirían siendo tres personasquienes guardaran el secreto.

—Por si ellos están… ocupados… y se tepresenta a ti la oportunidad…

—¿De matar a la serpiente?—Sí, eso —confirmó Harry.—De acuerdo. Pero estás bien, ¿no?—Sí, muy bien. Gracias, Neville.Pero cuando Harry fue a seguir su camino,

Neville lo agarró por la muñeca.—Todos vamos a seguir luchando, Harry. Lo

sabes, ¿verdad?—Sí, lo… —Un súbito sofoco le impidió

terminar la frase.Pero a Neville no le extrañó: le dio una palmada

en el hombro, lo soltó y reanudó su tarea con loscadáveres.

Harry volvió a ponerse la capa invisible ysiguió andando. No lejos de allí había alguienencorvado sobre otra figura tendida en el suelo.Hasta que estuvo a sólo unos palmos de ella noreconoció a Ginny.

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Se detuvo en seco. Ginny estaba de cuclillasjunto a una chica que susurraba llamando a sumadre.

—No te preocupes —le decía ella—. No pasanada. Vamos a llevarte dentro.

—Quiero irme a casa —musitaba la chica—.¡No quiero seguir luchando!

—Ya lo sé —dijo Ginny con la voz rota—.Tranquila, todo se arreglará.

Harry sintió un escalofrío. Le dieron ganas deponerse a gritar allí mismo; quería que Ginnysupiera que estaba allí y se enterara de adónde iba.Quería que lo detuvieran, que lo obligaran a volvery lo enviaran a casa… Pero ya estaba en casa.Hogwarts había sido el primero y el mejor hogarque había tenido. Voldemort, Snape y él —losniños abandonados— habían encontrado unhogar en aquel colegio…

Ginny se había arrodillado junto a la chicaherida y le sujetaba una mano. Haciendo un granesfuerzo, Harry siguió su camino. Al pasar por sulado, le pareció que Ginny miraba alrededor y sepreguntó si habría notado algo, pero él no dijonada y no volvió a mirar atrás.

La cabaña de Hagrid surgió en la oscuridad.No había luces encendidas, ni se oía a Fang

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arañando la puerta ni ladrando para darle labienvenida. Harry recordó las visitas alhombretón, los destellos de la tetera de cobre en elfuego, los pastelitos de pasas, las larvas gigantes,la enorme y barbuda cara del guardabosques, aRon vomitando babosas, a Hermione ayudándoloa salvar a Norberta…

Siguió adelante y llegó a la linde del BosqueProhibido. Una vez allí, se detuvo.

Un enjambre de dementores se deslizaba entrelos árboles. Harry sintió propagarse su frío y dudóque lograra combatirlo. No le quedaban fuerzaspara hacer aparecer un patronus, ni controlaba yasus temblores. Al fin y al cabo, morir no era tanfácil. Cada inspiración que daba, el olor a hierba, lafresca brisa en la cara… todo adquiría un granvalor. Y pensar que la gente disponía de años yaños de vida, tiempo de sobra, tanto que a veceshasta resultaba una carga; y él, en cambio, seaferraba a cada segundo que transcurría. No sesentía capaz de continuar, pero sabía que debíahacerlo. Aquel largo juego había terminado,habían atrapado la snitch, había llegado elmomento de descender…

La snitch. Con dedos entumecidos buscó en elmonedero colgado del cuello y la sacó.

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«Me abro al cierre.»La contempló respirando con agitación. Y justo

cuando deseaba que el tiempo transcurriera lo másdespacio posible, éste se aceleró y la solución lellegó tan de repente que no hizo falta ningúnrazonamiento: aquella situación era el cierre. Aquélera el momento preciso.

Apretó la bola dorada contra sus labios ysusurró: «Estoy a punto de morir.»

Y la cubierta de metal se abrió por la mitad.Harry bajó una temblorosa mano, sacó la varita deDraco de la capa invisible y murmuró: «¡Lumos!»

La piedra negra, dividida por una raja,reposaba entre las dos mitades de la snitch. LaPiedra de la Resurrección se había resquebrajadosiguiendo la línea vertical que representaba laVarita de Saúco, pero todavía se distinguían eltriángulo y el círculo que representaban la capa yla piedra.

Y una vez más, Harry comprendió sinnecesidad de reflexionar: no hacía falta que loshiciera regresar, porque estaba a punto de reunirsecon ellos. No iría él a buscarlos, sino que ellosvendrían a buscarlo a él.

Cerró los ojos e hizo girar la piedra en su manotres veces.

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Y supo que se había obrado el milagro porqueoyó ruidos en la franja de tierra cubierta de ramitasque señalaba la linde del Bosque Prohibido, comosi unos cuerpos ligeros caminaran por ella. Abriólos ojos y miró alrededor.

Enseguida comprendió que no eran fantasmasni seres de carne y hueso. Se parecían mucho alRyddle que había escapado del diario varios añosatrás: un recuerdo convertido casi en algo material.Eran menos consistentes que los seres vivos, peromás que los fantasmas; avanzaban hacia él, y entodos los rostros había una afectuosa sonrisa.

James tenía la misma estatura que Harry.Llevaba la ropa con que había muerto, el peloenmarañado y las gafas un poco torcidas, como elseñor Weasley.

Sirius era alto y apuesto, y mucho más jovenque cuando Harry lo había tratado en vida.Andaba garboso, con las manos en los bolsillos yesbozando una sonrisa burlona.

Lupin también era más joven, de aspectopulcro y cabello más poblado y menos canoso.Parecía alegrarse de volver a estar en aquel lugartan familiar, el escenario de tantas correrías deadolescentes.

La de Lily era la sonrisa más amplia. Se apartó

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el largo cabello de la cara al acercarse a Harry, y leescrutó ávidamente el rostro con aquellos ojosverdes tan parecidos a los de él, como si nuncafuera a cansarse de mirarlo.

—Has sido muy valiente —le dijo.Harry se quedó sin habla. Se regalaba los ojos

con ella y pensó que le gustaría quedarse allímirándola por toda la eternidad; no necesitabanada más.

—Ya casi has llegado —le dijo James—. Tehallas muy cerca. Y nosotros estamos muyorgullosos de ti.

—¿Duele? —Esa pregunta tan infantil brotó delos labios del chico sin que él pudiese impedirlo.

—¿Si duele morir? No, en absoluto —contestóSirius—. Es más rápido y más fácil que quedarsedormido.

—Y él se encargará de que sea rápido. Quiereacabar de una vez —añadió Lupin.

—No quería que ninguno de vosotros murierapor mí —dijo Harry sin proponérselo—. Losiento… —Y se dirigió a Lupin como para pedirleperdón—: Tu hijo acababa de nacer… Lo sientomucho, Remus…

—Yo también lo siento —replicó Lupin—. Meapena pensar que nunca lo conoceré… Pero él

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sabrá por qué di la vida, y confío en que loentienda. Yo intentaba construir un mundo dondeél pudiera ser más feliz.

Una fresca brisa que parecía emanar delcorazón del Bosque Prohibido le apartó el pelo dela frente a Harry. Sabía que ellos no lo obligarían aseguir adelante, que esa decisión tenía que tomarlaél.

—¿Os quedaréis conmigo?—Hasta el final —contestó James.—¿Y no os verá nadie?—Somos parte de ti —repuso Sirius—. Los

demás no pueden vernos.Harry miró a su madre.—Quédate a mi lado —le pidió.Y se puso en marcha. El frío de los dementores

no lo afectó, de manera que lo atravesó con susacompañantes, que actuaron como patronus, yjuntos desfilaron entre los viejos árboles de ramasenredadas y raíces nudosas y retorcidas, quecrecían muy juntos entre sí. Harry se ciñó la capainvisible y fue adentrándose más y más en elbosque, sin saber con exactitud dónde estaríaVoldemort, pero convencido de que lo encontraría.A su lado, sin hacer apenas ruido, iban sus cuatrovaledores; su presencia le infundía coraje y el

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impulso para continuar caminando.Su cuerpo y su mente parecían desconectados

y sus extremidades funcionaban por sí mismas, sinque él les diera instrucciones conscientemente;tenía la impresión de que él era el pasajero, en vezdel conductor, de aquel cuerpo que se disponía aabandonar. Era una sensación extraña, pero losmuertos que caminaban a su lado por el BosqueProhibido le resultaban mucho más reales que losvivos que se habían quedado en el castillo, de talmanera que ahora, mientras se dirigía dandotraspiés hacia el final de su vida, hacia Voldemort,los fantasmas eran Ron, Hermione, Ginny y todoslos demás.

Entonces se oyó un golpe seco y un susurro;otro ser vivo se había movido por allí cerca. Harryse detuvo bajo la capa, miró alrededor y aguzó eloído. Sus padres, Lupin y Sirius se detuvierontambién.

—Por aquí hay alguien —dijo una voz áspera—. Tiene una capa invisible. ¿Crees que…?

Dos figuras salieron de detrás de un árbolcercano; llevaban las varitas encendidas y Harryreconoció a Yaxley y Dolohov, que escudriñabanla oscuridad justo en el sitio donde estaban él ylos demás. Era evidente que no veían nada.

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—Estoy seguro de que he oído algo —comentó Yaxley—. ¿Habrá sido un animal?

—Ese chiflado de Hagrid tenía un montón debichos aquí —afirmó Dolohov echando un vistazoa sus espaldas.

—Se está agotando el tiempo —dijo Yaxleyconsultando su reloj—. Potter ya ha consumido lahora que tenía. No vendrá.

—Pues el Señor Tenebroso estaba seguro deque sí. Esto no le va a gustar nada.

—Será mejor que volvamos —propuso Yaxley—. A ver qué quiere hacer ahora.

Los dos mortífagos volvieron a adentrarse enel Bosque. Harry los siguió, porque sabía que loguiarían exactamente hasta donde él quería ir. Miróa su madre y ella le sonrió, y su padre asintió conla cabeza para darle ánimo.

Sólo llevaban unos minutos andando cuandoHarry vio luz un poco más allá, y Yaxley y Dolohoventraron en un claro que reconoció: era el sitiodonde había vivido la monstruosa Aragog. Losrestos de su inmensa telaraña todavía seconservaban, pero los mortífagos se habíanllevado el enjambre de descendientes que la arañaengendró para que lucharan por su causa.

En medio del claro ardía una hoguera, y el

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parpadeante resplandor iluminaba a un grupo desilenciosos y vigilantes mortífagos. Algunostodavía llevaban la capucha y la máscara, perootros se habían descubierto la cara. Sentados unpoco más apartados, dos gigantes de expresióncruel y rostros que recordaban una tosca rocaproyectaban sombras enormes. Harry vio a Fenrir,merodeando mientras se mordía sus largas uñas; alcorpulento y rubio Rowle, dándose toquecitos enuna herida sangrante en el labio; a Lucius Malfoy,vencido y aterrado, y a Narcisa, con los ojoshundidos y llenos de aprensión.

Todas las miradas estaban clavadas enVoldemort, de pie en medio del claro, con la cabezagacha y la Varita de Saúco entre las entrelazadas yblanquecinas manos. Parecía estar meditando, ocontando en silencio, y Harry, que se habíaquedado quieto a cierta distancia de la escena,fantaseó absurdamente que esa figura era un niñoal que le había tocado contar en el juego delescondite. Nagini se arremolinaba y se enroscabadentro de su reluciente jaula encantada,suspendida detrás de la cabeza de Voldemort comoun monstruoso halo.

Cuando Dolohov y Yaxley se incorporaron alcorro de mortífagos, Voldemort levantó la cabeza.

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—Ni rastro de él, mi señor —anunció Dolohov.El Señor Tenebroso no mudó la expresión, pero

a la luz del fuego sus encarnados ojos parecíanarder. Poco a poco deslizó la Varita de Saúco entresus largos dedos.

—Mi señor…Era la voz de Bellatrix; estaba sentada junto a

Voldemort, despeinada y con rastros de sangre enla cara, pero por lo demás ilesa.

Voldemort levantó la varita para ordenarle quese callara. Ella obedeció y se quedó mirándolo congesto de adoración.

—Creí que vendría —dijo el Señor Tenebrosocon su aguda y diáfana voz, sin apartar la vista delas danzantes llamas—. Confiaba en que vendría.

Nadie comentó nada. Todos parecían tanasustados como Harry, cuyo corazón latía comoempeñado en escapar del cuerpo que el muchachose disponía a desechar. Le sudaban las manoscuando se quitó la capa y se la guardó debajo dela túnica, junto con la varita mágica. Quería evitarla tentación de luchar.

—Por lo visto me equivocaba… —añadióVoldemort.

—No, no te equivocabas.Harry habló tan alto como pudo, con toda la

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potencia de que fue capaz, porque no queríaparecer asustado. La Piedra de la Resurrecciónresbaló de sus entumecidos dedos, y con el rabillodel ojo vio desaparecer a sus padres, Sirius yLupin mientras él avanzaba hacia el fuego. En eseinstante sintió que no importaba nadie más queVoldemort: estaban ellos dos solos.

Esa ilusión se desvaneció con la misma rapidezcon que había surgido, porque los gigantesrugieron cuando todos los mortífagos selevantaron a la vez, y se oyeron numerosos gritos,exclamaciones e incluso risas. Voldemort se quedóinmóvil, pero ya había localizado a Harry y clavó lavista en él, mientras el muchacho avanzaba haciael centro del claro. Sólo los separaba la hoguera.

Entonces una voz gritó:—¡¡Harry!! ¡¡No!!El chico se giró: Hagrid estaba atado a un

grueso árbol. Su enorme cuerpo agitó las ramas alrebullirse, desesperado.

—¡¡No!! ¡¡No!! ¡¡Harry!! ¡¿Qué…?!—¡¡Cállate!! —ordenó Rowle, y con una

sacudida de la varita lo hizo enmudecer.Bellatrix, que se había puesto en pie de un

brinco, miraba con avidez a Voldemort y a Harry,mientras el pecho le subía y le bajaba al compás de

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su agitada respiración. Todo se había quedadoestático, a excepción de las llamas y la serpiente,que se enroscaba y desenroscaba dentro de sureluciente jaula, detrás de la cabeza de Voldemort.

Harry notó su varita contra el pecho, pero nohizo ademán de sacarla. Sabía que la serpienteestaba bien protegida, y si conseguía apuntarlacincuenta maldiciones caerían sobre él. Voldemorty el muchacho continuaban mirándose con fijeza,hasta que el Señor Tenebroso ladeó un poco lacabeza y su boca sin labios esbozó una sonrisaparticularmente amarga.

—Harry Potter… —dijo en voz baja, una vozque se confundió con el chisporroteo del fuego—.El niño que sobrevivió.

Los mortífagos no se movían, expectantes;todo estaba en suspenso, a la espera. Hagridforcejeaba, Bellatrix jadeaba y Harry, sin saber porqué, pensó en Ginny, en su luminosa mirada, en elroce de sus labios…

Voldemort había alzado la varita. Todavía teníala cabeza ladeada, como un niño curioso,preguntándose qué sucedería si seguía adelante.Harry lo miraba a los ojos; quería que ocurriera ya,deprisa, mientras todavía pudiera tenerse en pie,antes de perder el control, antes de revelar su

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miedo…Vio moverse la boca de Voldemort y un destello

de luz verde, y entonces todo se apagó.

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S

CAPÍTULO 35

King’s Cross

E hallaba tumbado boca abajo, completamentesolo, escuchando el silencio. Nadie lo vigilaba.

No había nadie más. Ni siquiera estaba del todoseguro de estar allí.

Al cabo de mucho rato, o tal vez de muy poco,se le ocurrió que él debía de existir, ser algo másque un simple pensamiento incorpóreo, porque nocabía duda de que se encontraba tumbado sobre

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algún tipo de superficie. Era evidente, pues, queconservaba el sentido del tacto y que aquellosobre lo que se apoyaba también existía.

En cuanto llegó a esa conclusión tomóconciencia de su desnudez, pero, sabiéndose solo,no le importó, aunque sí lo intrigó un poco. Sepreguntó entonces si, además de tener tacto,podría ver, de modo que abrió los ojos y verificóque, en efecto, también conservaba la vista.

Yacía en medio de una brillante neblina,aunque diferente de cualquiera que hubiera vistohasta entonces: el entorno no quedaba oculto trasnubes de vapor, sino que, al contrario, era como siéstas aún no hubieran formado del todo elentorno. El suelo parecía blanco, ni caliente ni frío;simplemente estaba ahí, algo liso y virgen que ledaba soporte.

Se incorporó. Su cuerpo estaba aparentementeileso. Se tocó la cara y notó que ya no llevabagafas.

Entonces percibió un ruido a través de laamorfa nada que lo rodeaba: los débiles golpes dealgo que se agitaba, se sacudía y forcejeaba. Eraun ruidito lastimero, y sin embargo un pocoindecoroso. Tuvo la desagradable sensación deestar oyendo a hurtadillas algo secreto,

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vergonzoso.Y por primera vez lamentó no ir vestido.En cuanto lo pensó, una túnica apareció a su

lado. La cogió y se la puso; la tela era cálida ysuave, y estaba limpia. Le pareció extraordinarioque hubiera aparecido así, de repente, con sólodesearlo…

Por fin se levantó y miró alrededor. ¿Acaso seencontraba en una especie de enorme Sala de losMenesteres? Cuanto más miraba, más cosasdetectaba, por ejemplo, un enorme techoabovedado de cristal que relucía bañado por el sol.¿Se trataba acaso de un palacio? Todo continuabaquieto y silencioso, con la única excepción deaquellos golpecitos y quejidos provenientes dealgún lugar cercano que la neblina le impedíasituar…

Giró lentamente sobre sí mismo, y fue como siel entorno se reinventara ante sus ojos revelandoun amplio espacio abierto, limpio y reluciente, unasala mucho más grande que el Gran Comedor,rematada por aquel transparente techo abovedado.Estaba casi vacía; él era la única persona quehabía allí, excepto…

Retrocedió, porque acababa de descubrir elorigen de los ruidos: parecía un niño pequeño,

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desnudo y acurrucado en el suelo. Estaba en carneviva, al parecer desollado. Yacía estremeciéndosebajo la silla donde lo habían dejado, como si fueraalgo indeseado, algo que había que apartar de lavista. No obstante, intentaba respirar.

Le dio miedo. Aunque aquel ser era pequeño yfrágil y estaba herido, Harry no quería acercarse aél. No obstante, se le aproximó despacio,preparado para saltar hacia atrás en cualquiermomento. No tardó en llegar lo bastante cerca paratocarlo, aunque no se atrevió a hacerlo. Se sintiócobarde. Debería consolarlo, pero le repelía.

—No puedes ayudarlo.Se volvió rápidamente. Albus Dumbledore

caminaba hacia él, muy ágil y erguido, vistiendouna larga y amplia túnica azul oscuro.

—Harry. —Le tendió los brazos abiertos, ytenía ambas manos enteras, blancas e intactas—.Eres un chico maravilloso. Un hombre valiente,muy valiente. Vamos a dar un paseo.

Aturdido, Harry lo siguió. Dumbledore se alejóa grandes zancadas del lugar donde yacía eldesollado niño gimoteando, hasta dos sillas en lasque Harry no se había fijado hasta entonces,colocadas a cierta distancia bajo el alto yreluciente techo. Dumbledore se sentó en una de

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ellas y Harry se dejó caer en la otra mientrasmiraba fijamente al antiguo director de Hogwarts.Conservaba los rasgos de antaño: la cabellera y labarba largas y plateadas, los penetrantes ojosazules tras las gafas de media luna, la torcida nariz.Y aun así…

—Pero si usted está muerto… —dijo.—¡Ah, sí! —exclamó Dumbledore con soltura.—Entonces… ¿yo también lo estoy?—Bueno —dijo Dumbledore, y sonrió aún más

—, ésa es la cuestión, ¿no? En principio, amigomío, creo que no.

Se miraron, el anciano aún sonriendo.—¿Ah, no? —dijo Harry.—No, creo que no.—Pero… —Harry se llevó una mano a la

cicatriz en forma de rayo y le pareció que no latenía—. Pero debería haber muerto… ¡No medefendí! ¡Decidí que Voldemort me matara!

—Y creo que eso fue lo decisivo. —Dumbledore irradiaba felicidad; era como sidespidiera luz o fuego: Harry jamás lo había vistotan jubiloso.

—Explíquemelo, por favor —pidió elmuchacho.

—Tú ya lo sabes —replicó Dumbledore, y se

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puso a juguetear con los pulgares, haciéndolosgirar uno alrededor del otro.

—Dejé que me matara, ¿verdad?—Sí, en efecto. ¡Vamos, continúa!—Así que la parte de su alma que estaba

dentro de mí…Dumbledore asintió con entusiasmo,

animándolo a proseguir elaborando conclusiones.Sonreía de oreja a oreja.

—… ¿ha desaparecido?—¡Sí, muchacho, sí! Él la destruyó, pero tu

alma está intacta y te pertenece por completo.—Pero entonces… —Volvió la cabeza hacia

aquella pequeña y mutilada criatura que temblababajo la silla—. ¿Qué es eso, profesor?

—Algo que está más allá de tu ayuda y de lamía.

—Pero si Voldemort empleó la maldiciónasesina, y si esta vez nadie ha muerto por mí…¿cómo es posible que yo continúe vivo?

—Me parece que también lo sabes. Piénsalo.Recuerda lo que él hizo movido por su ignorancia,su avidez y su crueldad.

Harry se puso a cavilar dejando vagar la miradapor el entorno: sí, se hallaban en un palacio, unextraño palacio; había sillas distribuidas en

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pequeñas hileras y rejas aquí y allá, pero losúnicos que estaban en aquel lugar eranDumbledore, aquella raquítica criatura encogidabajo la silla y él. Entonces la respuesta acudió asus labios con suma facilidad, sin ningún esfuerzo:

—Tomó mi sangre.—¡Exacto! —exclamó Dumbledore—. ¡Tomó tu

sangre y reconstruyó con ella su cuerpo físico!¡Tu sangre en sus venas, Harry, la protección deLily dentro de vosotros dos! ¡Te ató a la vidamientras viva él!

—¿Que yo viviré… mientras viva él? Pero noera… ¿no era al revés? ¿No teníamos que morirambos? ¿O es la misma cosa?

Lo distrajeron los quejidos y golpecitos de ladesesperada criatura, y la miró una vez más.

—¿Está seguro de que no podemos hacer nadapor ese ser?

—No, no hay ayuda posible.—Entonces… explíqueme más —pidió Harry, y

Dumbledore sonrió.—Tú eras el séptimo Horrocrux, Harry, el

Horrocrux que él nunca se propuso hacer. Su almaera tan inestable que se destrozó cuando cometióaquellos actos de incalificable maldad: el asesinatode tus padres y el intento de asesinato de un niño.

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Pero lo que escapó de esa habitación aún eramenos de lo que él creía, y dejó atrás algo más quesu cuerpo: dejó una parte de sí mismo adherida ati, a la víctima en potencia que, al fin, sobrevivió.

»¡Y su conocimiento permaneciólamentablemente incompleto, Harry! Voldemort nose molesta en comprender lo que no valora. Él nosabe ni entiende nada de elfos domésticos, ni decuentos infantiles, del amor, la lealtad o lainocencia. Nada en absoluto. Porque todo esotiene un poder que supera el suyo, un poder queestá fuera del alcance de cualquier magia; es unaverdad que él nunca ha captado.

»Así pues, tomó tu sangre convencido de quelo fortalecería, y de ese modo introdujo en sucuerpo una diminuta parte del sortilegio que tumadre te hizo al morir por ti. Su cuerpo mantienevivo el sacrificio de Lily, y mientras sobrevivadicho sortilegio, sobreviviréis también tú y laúltima esperanza de redención de Voldemort.

Al acabar su explicación, Dumbledore volvió asonreír.

—¿Y usted lo sabía? ¿Siempre lo supo?—Lo sospechaba. Pero mis sospechas casi

siempre se confirman —añadió el profesoralegremente.

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Luego guardaron un largo silencio, mientras lacriatura proseguía con sus gemidos y temblores.

—Quisiera saber otra cosa —dijo Harry al fin—. ¿Por qué mi varita destruyó la que él habíatomado prestada?

—De eso no estoy seguro.—Pues a ver si se confirman sus sospechas —

bromeó Harry, y Dumbledore rió.—Lo que debes entender es que lord

Voldemort y tú habéis viajado juntos a terrenos dela magia hasta ahora desconocidos e inexplorados.Pero creo que esto es lo que pasó, aunque es algosin precedentes, y también creo que ningúnfabricante de varitas podría haberlo vaticinado ohabérselo explicado a Voldemort.

»Sin pretenderlo, como ahora sabes, el SeñorTenebroso reforzó el lazo que os unía cuandovolvió a adoptar forma humana. Una parte de sualma estaba todavía unida a la tuya, y, pensandofortalecerse, introdujo en su interior una parte delsacrificio de tu madre. Si hubiera entendido eltremendo y preciso poder de ese sacrificio, quizáno se habría atrevido a tocar tu sangre… Pero sihubiera sido capaz de comprenderlo, no sería lordVoldemort y jamás habría matado.

»Tras garantizar esa doble conexión, tras unir

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vuestros destinos como jamás dos magosestuvieron unidos en toda la historia de la magia,él procedió a atacarte con una varita que compartíael núcleo central con la tuya. Y entonces, como yasabemos, ocurrió algo muy extraño: los núcleoscentrales reaccionaron de una forma que lordVoldemort, quien nunca supo que tu varita erahermana gemela de la suya, no habría podidopredecir.

»La noche en que eso ocurrió él se asustó másque tú, Harry. Tú habías aceptado, abrazadoincluso, la posibilidad de la muerte, algo que elSeñor Tenebroso nunca ha sido capaz de hacer.Venció tu coraje, y tu varita superó a la suya. Y alhacerlo, algo ocurrió entre esas dos varitas, algoque repercutió en la relación entre sus dueños.

»Creo que esa noche tu varita se imbuyó enparte de la fuerza y las cualidades de la suya, locual equivale a decir que a partir de entoncescontenía algo del propio Voldemort. Por eso tuvarita lo reconoció cuando te perseguía, reconocióa un hombre que era a la vez amigo y enemigomortal, y regurgitó parte de su propia magia contraél, una magia mucho más poderosa de la quehabría realizado la varita de Lucius. Desde esemomento, tu varita contenía el poder de tu enorme

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valor y el de la letal habilidad de Voldemort; así lascosas, ¿qué posibilidades tenía la pobre varita deLucius Malfoy?

—Pero si mi varita era tan poderosa, ¿cómo esque Hermione logró destruirla?

—Hijo mío, sus asombrosos efectos ibandirigidos únicamente a Voldemort, quien, con grandesatino, había tratado de alterar las máscomplejas leyes de la magia. Esa varita sólo ejercíaun poder anormal contra él. Por lo demás, era unavarita como cualquier otra… aunque buena, sinduda —concedió Dumbledore.

Harry se quedó largo rato en silencio, o quizáunos segundos. En aquel lugar era difícil estarseguro de conceptos como el del tiempo.

—Voldemort me mató con la varita que le quitóa usted.

—No, Harry, Voldemort no consiguió matartecon mi varita —lo corrigió Dumbledore—. Creoque podemos afirmar que no estás muerto.Aunque, por supuesto —añadió, como si temierahaber sido descortés—, no estoy minimizando tussufrimientos, pues estoy seguro de que han sidoenormes.

—Pero ahora me encuentro muy bien —observó Harry mirándose las manos, limpias y

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perfectas—. ¿Dónde estamos exactamente?—Eso mismo iba a preguntarte —dijo

Dumbledore echando una ojeada alrededor—.¿Dónde crees que estamos?

Harry no lo sabía, pero al oír la pregunta sepercató súbitamente de que la respuesta era muysencilla.

—Parece… —dijo despacio— la estación deKing’s Cross. Sólo que mucho más limpia y vacía.Y no hay trenes a la vista.

—¡La estación de King’s Cross! —exclamóDumbledore riendo exageradamente—. ¡Québarbaridad! ¿En serio?

—Bueno, pues ¿dónde cree usted queestamos? —replicó el chico, ceñudo.

—No tengo ni idea, hijo. Como suele decirse,aquí mandas tú.

Harry no sabía qué significaba eso; el profesorlo estaba sacando de quicio. Le lanzó una miradairacunda y entonces recordó que tenía unapregunta mucho más apremiante.

—Por cierto, las Reliquias de la Muerte… —empezó, y lo alegró comprobar que esas palabrasborraban la sonrisa de su interlocutor.

—Ya.El antiguo director puso cara de preocupación.

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—¿Y bien?Por primera vez desde que Harry lo conocía,

Dumbledore no parecía un anciano, sino un niñopequeño al que han sorprendido cometiendo unafechoría.

—¿Me perdonas, Harry? —suplicó—. ¿Meperdonas por no haber confiado en ti? ¿Por nohabértelo contado? Mi único temor, muchacho, eraque fracasaras como yo, que cometieras losmismos errores. Te ruego que me perdones. Desdehace tiempo sé que eres mejor persona que yo.

—Pero ¿de qué me habla? —repuso elmuchacho, sorprendido por el tono deDumbledore y por las lágrimas que, de pronto, leanegaron los ojos.

—Las reliquias, las reliquias… ¡El sueño de unhombre desesperado!

—¡Pero existen! ¡Son reales!—Reales y peligrosas; un señuelo para necios.

Y yo fui muy necio. Pero tú ya lo sabes, ¿verdad?Ya no tengo secretos para ti; lo sabes.

—¿Qué es lo que sé?Dumbledore lo miró; las lágrimas todavía le

chispeaban en los ojos.—¡Señor de la muerte, Harry, señor de la

muerte! ¿Era yo mejor, en última instancia, que

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Voldemort?—Pues claro que sí. Por supuesto. ¿Cómo

puede preguntar eso? ¡Usted nunca mató si pudoevitarlo!

—Cierto, cierto —afirmó Dumbledore como unniño que deja que lo tranquilicen—. Pero aun asíyo también buscaba una forma de vencer a lamuerte, muchacho.

—Pero no como él —sentenció Harry. Con loenfadado que estaba con Dumbledore, resultabaextraño estar allí sentado, bajo aquel alto techoabovedado, defendiendo al antiguo director desus propias críticas—. Se trataba de las reliquias,no de Horrocruxes.

—Reliquias —murmuró Dumbledore—, noHorrocruxes. Exactamente.

Hubo una pausa. La criatura gimoteó, peroHarry ya no le hizo caso.

—¿Grindelwald también las buscaba? —preguntó.

Dumbledore cerró los ojos y asintió.—Eso fue lo que nos unió, más que ninguna

otra cosa —musitó—. Éramos dos chicos listos yarrogantes que compartían una obsesión. Él quisoir a Godric’s Hollow, como seguro que adivinaste,porque era allí donde estaba la tumba de Ignotus

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Peverell. Quería explorar el lugar donde habíamuerto el hermano menor.

—Entonces ¿es verdad? ¿Todo es cierto? Loshermanos Peverell…

—… eran los tres hermanos de la fábula. Sí,eso creo. Si se encontraron o no a la Muerte en uncamino solitario, eso ya… Creo que los hermanosPeverell eran sencillamente unos magos peligrososy con gran talento que consiguieron crear esospoderosos objetos. La versión de que eran lasReliquias de la Muerte me parece a mí una especiede leyenda que debió de surgir alrededor de lacreación de esos objetos.

»Por otra parte, la Capa Invisible, como yasabes, fue transmitiéndose a lo largo de los años,de padre a hijo, de madre a hija, hasta el últimodescendiente vivo de Ignotus, que nació, igualque éste, en Godric’s Hollow. —Sonrió a Harry.

—¿Yo?—En efecto, tú. Ya sé que adivinaste por qué

tenía en mi poder esa capa la noche en quemurieron tus padres. James me la había enseñadohacía pocos días. ¡Entonces entendí por quéconsiguió hacer tantas travesuras en el colegio sinque lo descubrieran! Yo no daba crédito a lo queveía, así que le pedí que me la prestara para

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examinarla. Hacía mucho tiempo que habíaabandonado mi sueño de reunir las reliquias, perono pude resistirme, no fui capaz de dejar pasar laocasión de tenerla en mis manos… Jamás habíavisto una capa parecida: increíblemente vieja peroperfecta en todos los aspectos… Entonces tupadre murió, ¡y por fin tenía dos reliquias para mísolo!

El director hablaba con gran amargura.—Pero la Capa Invisible no habría ayudado a

mis padres a sobrevivir —se apresuró a decirHarry—. Voldemort sabía dónde estaban y la capano los habría protegido de las maldiciones.

—Cierto. Tienes razón.Harry esperó un rato, pero como el profesor no

proseguía, le preguntó para animarlo:—Entonces, ¿usted ya había dejado de buscar

las reliquias cuando encontró la capa?—Sí —contestó con un hilo de voz. Daba la

impresión de que le costaba mirar a Harry a losojos—. Ya sabes qué pasó; ya lo sabes. Nopuedes despreciarme más de lo que me desprecio amí mismo.

—Pero si yo no lo desprecio…—Pues deberías. Estás al corriente del secreto

de la enfermedad de mi hermana, de cómo la

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atacaron esos muggles y en qué se convirtió;sabes que mi pobre padre quiso vengarse y pagópor ello, pues murió en Azkaban, y también sabesque mi madre sacrificó su vida para cuidar deAriana.

»Yo estaba resentido, Harry. —Lo dijo sinrodeos, con frialdad, pero con la mirada perdida alo lejos—. Tenía talento y era brillante, pero queríaescapar. Quería brillar. Quería alcanzar la gloria.

»No me malinterpretes —añadió, y el dolor leensombreció el rostro y recuperó el aspecto deanciano—. Yo los amaba, amaba a mis padres ymis hermanos. Pero era egoísta, Harry, más egoístade lo que tú, que eres una personaasombrosamente desinteresada, podrías imaginarsiquiera.

»Y cuando murió mi madre y me hallé ante laresponsabilidad de una hermana enferma y unhermano díscolo, volví a mi pueblo lleno de rabia yamargura. ¡Me sentía atrapado y desperdiciado! Yentonces llegó él, claro…

Volvió a mirar a Harry a los ojos, y prosiguió:—Sí, Grindelwald. No te imaginas cómo me

atrajeron sus ideas, cuánto me inflamaron: losmuggles obligados a someterse a los magos, eltriunfo de los magos, Grindelwald y yo

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convertidos en los gloriosos y jóvenes líderes dela revolución… En el fondo tenía algunosescrúpulos. Pero calmaba mi conciencia conpalabras vacías: iba a ser por el bien de todos ycualquier daño que provocáramos seríacompensado con creces en beneficio de losmagos. Aunque, ¿sabía yo, en el fondo, quién eraGellert Grindelwald? Me parece que sí, pero cerrélos ojos a la verdad. Si lográbamos llevar a buentérmino nuestros planes, todos mis sueños seharían realidad.

»Y tras nuestros planes estaban las Reliquiasde la Muerte. ¡Cómo lo fascinaban, cómo nosfascinaban a ambos! ¡La varita invencible, el armaque nos llevaría al poder! Para él, aunque yofingiera no saberlo, la Piedra de la Resurrecciónsignificaba contar con un ejército de inferi; paramí, lo confieso, significaba el regreso de mispadres, algo que me liberaría de todaresponsabilidad.

»Y la Capa Invisible… No sé por qué, pero nohablábamos mucho de esa reliquia. Ambossabíamos escondernos muy bien sin necesidad deella, cuya verdadera magia, por supuesto, consisteen que puede utilizarse para proteger a otraspersonas aparte de su propietario. Yo creía que si

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algún día la encontrábamos, podría resultar útilpara ocultar a Ariana, pero lo que más nosinteresaba de la capa era que completaba el trío.Según la leyenda, la persona que reuniera los tresobjetos se convertiría en el verdadero señor de lamuerte, es decir: las reliquias lo harían invencible.

»¡Grindelwald y Dumbledore, los invenciblesseñores de la muerte! Fueron dos meses de locura,sueños crueles y desatención de los dos únicosfamiliares que me quedaban…

»El resto de la historia ya lo conoces. Seimpuso la realidad, encarnada en mi hermano, unjoven tosco, inculto e infinitamente más admirableque yo. Pero no quería escuchar las verdades queme gritaba, ni que me dijera que yo no podíaemprender la búsqueda de las reliquias arrastrandoa una hermana frágil e inestable.

»La discusión derivó en una pelea yGrindelwald perdió el control. Eso que yo siemprehabía intuido en él, aunque fingiera ignorarlo,surgió de una forma espantosa. Y Ariana, despuésde todos los cuidados y toda la cautela de mimadre, yacía muerta en el suelo.

Dumbledore emitió un gemido ahogado yrompió a llorar. Harry quiso consolarlo y le alegródescubrir que podía tocarlo; le cogió un brazo y el

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director recobró poco a poco la compostura.—Así pues, Grindelwald se marchó, como

cualquiera (excepto yo) habría podido predecir.Desapareció con sus planes para tomar el poder ytorturar a los muggles y con sus sueños sobre lasReliquias de la Muerte, unos sueños que yo habíacontribuido a consolidar. Huyó, y yo tuve queenterrar a mi hermana y aprender a vivir con elsentimiento de culpa y un terrible dolor, el preciode mi deshonrosa conducta.

»Pasaron los años y circulaban rumores sobreél. Decían que había conseguido una varita deinmenso poder. Entretanto, a mí me ofrecieron elcargo de ministro de Magia, no una vez sinomuchas. Lo rechacé, como es lógico. Me habíademostrado a mí mismo que no sabía manejar elpoder.

—¡Pero usted habría sido mejor, mucho mejorque Fudge o Scrimgeour!

—¿Tú crees? No estoy tan seguro. Ya de muyjoven había demostrado que el poder era midebilidad y mi tentación. Es curioso, Harry, peroquizá los más capacitados para ejercer el poderson los que nunca han aspirado a él; los que,como tú, se ven obligados a ostentar un liderazgoy asumen esa responsabilidad, y comprueban, con

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sorpresa, que saben hacerlo.»Yo resultaba menos peligroso en Hogwarts.

Creo que fui un buen profesor…—El mejor…—Eres muy amable, Harry. Pero mientras yo me

ocupaba en instruir a los jóvenes magos,Grindelwald preparaba un ejército. Dicen que metemía y quizá fuera cierto, pero creo que no tantocomo yo lo temía a él.

»No, no temía morir —aclaró ante la inquisitivamirada del chico—, ni lo que Grindelwald pudierahacerme con su magia, porque sabía queestábamos igualados; quizá yo fuera, incluso, unpoco más hábil que él. Lo que me daba miedo erala verdad. Verás, yo nunca supe cuál de los dos, enaquella última y espeluznante pelea, lanzó lamaldición que mató a mi hermana. Quizá me llamescobarde, y tienes razón. Pero lo que más temía, porencima de todo, era saber a ciencia cierta que fuiyo quien le causó la muerte a Ariana, no sólo pormi arrogancia y estupidez, sino por asestarle elgolpe que apagó su vida.

»Estoy casi seguro de que él sabía cuál era mitemor. Por ese motivo fui posponiendo nuestroenfrentamiento, hasta que llegó un momento enque habría sido demasiado vergonzoso seguir

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aplazándolo. Estaba muriendo gente por su culpa,y Grindelwald parecía imparable, de manera quetenía que hacer todo lo posible por impedirlo.

»Bueno, ya sabes qué pasó a continuación.Gané el duelo. Gané la varita.

Otra vez silencio. Harry no le preguntó si habíallegado a averiguar quién mató a Ariana. No queríasaberlo, y menos que él mismo tuviera quedecírselo. Por fin comprendía qué debía de verDumbledore cuando se miraba en el espejo deOesed, y por qué se mostraba tan comprensivoante la fascinación que éste ejercía sobre Harry.

Permanecieron largo rato callados; los gemidosde la extraña criatura apenas perturbaban ya aHarry.

Al fin, Dumbledore continuó:—Grindelwald intentó impedir que Voldemort

se hiciera con la varita. Le mintió: le aseguró quenunca la había tenido. —Asentía con la cabeza,mirándose el regazo; las lágrimas todavía leresbalaban por la torcida nariz—. Dicen quemucho más tarde, cuando cumplía condena en sucelda de Nurmengard, se arrepintió. Espero quesea verdad. Me gustaría creer que comprendió lohorrible y vergonzoso que fue lo que hizo. Quizáesa mentira que le dijo a Voldemort fuera su intento

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de reparar el daño, de impedir que el SeñorTenebroso consiguiera la reliquia…

—O quizá de impedir que abriera la tumba en laque usted reposaba —sugirió Harry, yDumbledore se enjugó las lágrimas—. Ustedintentó utilizar la Piedra de la Resurrección.

—En efecto. Cuando después de tantos añosdescubrí la reliquia que más había ansiado poseer,enterrada en la casa abandonada de los Gaunt(aunque en mi juventud la quería por motivos muydiferentes), perdí la cabeza. Casi olvidé que sehabía convertido en un Horrocrux, y que el anillodebía de llevar una maldición. De modo que lo cogíy me lo puse en el dedo; por un instante imaginéque estaba a punto de ver a Ariana y a mis padres,y que podría decirles cuánto lo lamentaba…

»Fui un estúpido. Al cabo de tanto tiempo nohabía aprendido nada. Era indigno de reunir lasReliquias de la Muerte, lo había demostrado enmás de una ocasión, y allí estaba la pruebadefinitiva.

—Pero ¿por qué? —exclamó Harry—. ¡Eralógico! Usted quería volver a verlos. ¿Qué tieneeso de malo?

—Quizá un hombre entre un millón podríareunir las reliquias, Harry. Yo sólo merecía poseer

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la más humilde de las tres, la menos extraordinaria:la Varita de Saúco, pero no para hacer alarde deella, ni para matar. Se me permitió domarla yutilizarla, porque no la obtuve para mi propiobeneficio, sino para salvar a otros de su poder.

»Pero la Capa Invisible la cogí por puracuriosidad, y por eso nunca me habría funcionadocomo a ti, que eres su verdadero propietario. Y laPiedra de la Resurrección la habría utilizado paratraer a los que descansan en paz, no parasacrificarme como hiciste tú. Tú eres el dignoposeedor de las reliquias.

Dumbledore le dio unas palmaditas en la mano,y el chico le sonrió sin poder evitarlo. ¿Cómopodía seguir enfadado con él? No obstante, lepreguntó:

—¿Por qué me lo puso tan difícil?Dumbledore esbozó una sonrisa.—Me temo que conté con que la señorita

Granger te ayudaría a tomarte las cosas con máscalma, Harry. Me daba miedo que tu acaloradamente dominara tu buen corazón, y que, si tepresentaba abiertamente los hechos acerca deesos tentadores objetos, te apoderaras de lasreliquias, como hice yo, en el momentoequivocado y por las razones equivocadas. Si

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llegabas a conseguirlas, yo quería que lasposeyeras sin peligro. Así que ahora eres elverdadero señor de la muerte, porque el verdaderoseñor de la muerte no pretende huir de ella, sinoque acepta que debe morir y entiende que en lavida hay cosas mucho peores que morir.

—¿Y Voldemort nunca conoció la existencia delas reliquias?

—Creo que no, porque no reconoció la Piedrade la Resurrección que convirtió en un Horrocrux.Y aunque lo hubiera sabido, Harry, dudo que sehubiera interesado más que por la primera, pues nohabría creído que la capa le fuera útil, y en cuantoa la piedra, ¿a quién iba a querer recuperar delmundo de los muertos? Él teme a los muertos,porque no ama.

—Pero ¿usted sabía que Voldemort buscaría lavarita?

—Verás, desde que tu varita superó a la suyaen el cementerio de Pequeño Hangleton estabaconvencido de que intentaría poseerla. Alprincipio él temió que lo hubieras vencido graciasa una destreza superior. Sin embargo, después desecuestrar a Ollivander descubrió la existencia delos núcleos centrales gemelos, y creyó que esarazón lo explicaba todo. ¡Pero la varita que tomó

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prestada no funcionó mejor contra la tuya! Asíque, en lugar de preguntarse cuál era esa cualidadtuya que había hecho tan poderosa tu varita, quédon era ese que tú poseías y él no, decidió buscarla única varita que, según decían, era capaz dederrotar a cualquier otra. Para él, la Varita de Saúcose ha convertido en una obsesión comparable a suobsesión por ti. Cree que esa varita eliminacualquier atisbo de debilidad y lo haceverdaderamente invencible. Pobre Severus…

—Si usted planeó su propia muerte con Snape,era porque quería que él terminara poseyendo laVarita de Saúco, ¿no?

—Sí, admito que ésa era mi intención. Pero nosalió como lo había planeado, ¿verdad?

—No, eso no dio resultado.La criatura continuaba sacudiéndose y

gimiendo, y ellos se quedaron callados un rato aúnmás largo. Durante esos dilatados minutos, larevelación de lo que iba a suceder a continuaciónfue descendiendo sobre Harry como una lentanevada.

—Tengo que regresar, ¿verdad?—Eso debes decidirlo tú.—¿Puedo elegir?—Sí, ya lo creo —respondió Dumbledore,

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sonriente—. ¿Dónde has dicho que estamos? EnKing’s Cross, ¿no? Supongo que si decidieras noregresar, podrías… coger un tren.

—¿Y adónde me llevaría ese tren?—Más allá.Volvieron a quedarse en silencio.—Voldemort tiene la Varita de Saúco.—Cierto, la tiene.—Pero ¿usted quiere que yo regrese?—Si decides regresar, existe la posibilidad de

que Voldemort sea derrotado para siempre. Nopuedo prometerlo, pero de una cosa sí estoyseguro, Harry: tú tienes mucho menos que temer sivuelves aquí que él.

Harry echó otra ojeada a aquel ente en carneviva que temblaba y emitía ruiditos bajo laapartada silla.

—No te den lástima los muertos, Harry, sinomás bien los vivos, y sobre todo los que viven sinamor. Si regresas, quizá puedas evitar que hayamás muertos y heridos, más familias destrozadas.Si eso te parece un objetivo encomiable, entoncestú y yo nos despediremos hasta la próxima.

Harry asintió y dio un suspiro. Abandonar ellugar donde se hallaba no resultaría tan difícilcomo entrar en el Bosque Prohibido, pero aquí se

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estaba cómodo, caliente y tranquilo, y él sabía quesi regresaba se enfrentaría de nuevo al dolor, almiedo y la pérdida. Por fin se levantó. Dumbledorelo imitó y ambos se miraron largamente a los ojos.

—Dígame una última cosa —pidió Harry—.¿Esto es real? ¿O está pasando sólo dentro de micabeza?

Dumbledore lo miró sonriente, y su voz sonóalta y potente, pese a que aquella relucienteneblina descendía de nuevo e iba ocultándole elcuerpo.

—Claro que está pasando dentro de tu cabeza,Harry, pero ¿por qué iba a significar eso que no esreal?

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V

CAPÍTULO 36

El fallo del plan

OLVÍA a estar tendido en el suelo. El olor delbosque le impregnaba el olfato y notaba la

fría y dura tierra bajo la mejilla, así como una patillade las gafas, que con la caída se le habían torcidoy le habían hecho un corte en la sien. Además, ledolía todo el cuerpo, y en el sitio donde habíarecibido la maldición asesina percibía unacontusión que parecía producida por un puño de

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hierro. A pesar de todo no se movió, sino quesiguió en el lugar exacto donde había caído,manteniendo el brazo izquierdo doblado en unaposición extraña y la boca abierta.

No le habría sorprendido oír gritos de triunfo yjúbilo ante su muerte, pero lo que oyó fueronpasos acelerados, susurros y murmullos llenos deinterés.

—Mi señor… mi señor…Era la voz de Bellatrix, que hablaba como si se

dirigiera a un amante. Harry no se atrevió a abrirlos ojos, pero dejó que sus otros sentidosanalizaran el aprieto en que se encontraba. Sabíaque todavía tenía la varita mágica debajo de latúnica porque la notaba bajo el pecho, y una ligerablandura en la zona del estómago le indicaba quetambién conservaba escondida la capa invisible.

—Mi señor…—Ya basta —dijo Voldemort.Más pasos; varias personas se retiraban del

mismo lugar. Ansioso por averiguar qué estabaocurriendo y por qué, Harry separó los párpadosun milímetro.

Voldemort se estaba levantando, al mismotiempo que varios mortífagos se alejaban endirección a la multitud que bordeaba el claro. Sólo

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Bellatrix se quedó atrás, arrodillada junto al SeñorTenebroso.

Harry volvió a cerrar los ojos y reflexionó: enun primer momento, los mortífagos debían dehaber estado apiñados alrededor de Voldemort,que al parecer había caído al suelo. Algo habíasucedido cuando le lanzó la maldición asesina aHarry. ¿Se habría desplomado también él? Dabaesa impresión. Y ambos habían perdidobrevemente el conocimiento, y ambos lo habíanrecobrado…

—Mi señor, permitidme…—No necesito ayuda —le espetó Voldemort

con frialdad. Aunque no podía verla, Harryimaginó a Bellatrix retirando una solícita mano—.El chico… ¿ha muerto?

Se hizo un silencio absoluto en el claro. Nadiese acercó a Harry, pero él percibía sus miradas, queparecían aplastarlo aún más contra el suelo. Temióque se le moviera un dedo o un párpado.

—Tú —indicó Voldemort, y hubo un estallidoy un ligero grito de dolor—, examínalo y dime siestá muerto.

Harry ignoraba a quién había dado esa orden.No tenía más remedio que quedarse allí tendido,con el corazón palpitándole y amenazando con

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traicionarlo, y dejar que lo examinaran. Noobstante, lo consoló (aunque fuera un pobreconsuelo) saber que Voldemort no se atrevía aacercarse a él, porque sospechaba que no todohabía salido según sus previsiones…

Unas manos más suaves de lo que suponía letocaron la cara, le levantaron un párpado, sedeslizaron bajo su camisa hasta el pecho y lebuscaron el pulso. Oyó la rápida respiración de lamujer, y su largo cabello le hizo cosquillas en lacara. Harry sabía que ella le detectaba los fuerteslatidos de la vida en el pecho.

—¿Está vivo Draco? ¿Está en el castillo? —lesusurró muy quedamente la mujer, rozándole laoreja con los labios, al tiempo que su larga melenaocultaba la cara de Harry a los curiosos.

—Sí —musitó el muchacho.Notó cómo la mano que ella le había posado en

el pecho se contraía, clavándole las uñas.Entonces retiró la mano y se incorporó.

—¡Está muerto! —anunció Narcisa Malfoy alos demás.

Todos soltaron gritos y exclamaciones detriunfo y dieron contundentes patadas en el suelo.Aunque mantenía los ojos cerrados, Harryvislumbró destellos rojos y plateados de

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celebración. Y mientras seguía así, fingiéndosemuerto, lo entendió: Narcisa sabía que la únicamanera de que le permitieran entrar en Hogwarts ybuscar a su hijo era formando parte del ejércitoconquistador. Ya no le importaba que Voldemortganara o no.

—¡¿Lo veis?! —chilló Voldemort por encimadel alboroto—. ¡He matado a Harry Potter y ya noexiste hombre vivo que pueda amenazarme!¡Mirad! ¡Crucio!

Harry estaba esperándolo: sabía que nopermitirían que su cuerpo quedara impoluto en elBosque Prohibido; tenían que humillarlo parademostrar la victoria del Señor Tenebroso. Notóque se elevaba del suelo y tuvo que emplear todasu determinación para relajar los músculos y noofrecer resistencia, pero no sintió ningún dolor. Sevio lanzado una, dos, hasta tres veces al aire; se lecayeron las gafas y la varita mágica se le desplazóbajo la túnica, pero se mantuvo flojo e inerte, ycuando cayó al suelo por última vez, en el bosqueresonaron vítores y carcajadas.

—Y ahora —anunció Voldemort—, iremos alcastillo y les mostraremos qué ha sido de su héroe.¿Quién quiere arrastrar el cadáver? ¡No! ¡Esperad!

Hubo más carcajadas y, pasados unos

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instantes, Harry notó que el suelo temblaba bajosu cuerpo.

—Vas a llevarlo tú —ordenó Voldemort—. Entus brazos se verá bien, ¿no crees? Recoge a tuamiguito, Hagrid. ¡Ah, y las gafas! Pónselas;quiero que lo reconozcan.

Alguien se las plantó en la cara con una fuerzadeliberadamente excesiva; las manazas delguardabosques, en cambio, lo levantaron consumo cuidado. El muchacho percibió que losbrazos de Hagrid temblaban debido a sus sollozosconvulsivos, y unas gruesas lágrimas le cayeronencima cuando el guardabosques lo cogió, perono se atrevió a darle a entender, mediantemovimientos o palabras, que no todo estabaperdido.

—¡Muévete! —ordenó Voldemort, y Hagridavanzó a trompicones entre los árboles, muyjuntos entre sí.

Las ramas se enredaban en el cabello y latúnica de Harry, pero él permaneció quieto, con laboca abierta y los ojos cerrados. Los mortífagosiban en tropel alrededor del guardabosques, quesollozaba a ciegas, pero nadie se molestó encomprobar si latía algún pulso en el descubiertocuello de Harry Potter…

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Los dos gigantes cerraban la comitiva; Harryoía crujir y caer los árboles que iban derribando.Hacían tanto ruido que los pájaros echaban a volarchillando, y hasta ahogaban los abucheos de losmortífagos. El victorioso cortejo desfiló haciacampo abierto, y al cabo de un rato el muchachodedujo que habían llegado a una zona donde losárboles crecían más separados, porquevislumbraba cierta claridad.

—¡¡Bane!!El inesperado grito de Hagrid estuvo a punto

de hacer que Harry abriera los ojos.—Qué contentos debéis de estar ahora de no

haber peleado, ¿verdad, pandilla de mulascobardes? Os alegráis de que Harry Potter esté…mu… muerto, ¿eh?

Hagrid no pudo continuar y rompió a llorar denuevo. El chico se preguntó cuántos centaurosestarían contemplando la procesión, pero tampocose atrevió a mirar. Algunos mortífagos insultaron alos centauros una vez que los hubieron dejadoatrás. Poco después, Harry supuso, porque hacíamás frío, que habían llegado a la linde del bosque.

—¡Quieto!Hagrid dio una pequeña sacudida, y el chico

imaginó que lo habían obligado a obedecer la

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orden de Voldemort. Entonces los envolvió un fríoespeluznante; Harry oyó la vibrante respiración delos dementores que patrullaban entre los árbolesmás cercanos a los jardines de Hogwarts, peroahora ya no lo afectaban, porque el milagro de supropia supervivencia ardía en su interior como untalismán contra ellos, como si el ciervo de su padrese hubiera convertido en el custodio de sucorazón.

Alguien pasó cerca de él y supo que se tratabade Voldemort cuando éste habló, amplificando suvoz mediante magia para que se propagara por losjardines. La voz le retumbó en los oídos.

—Harry Potter ha muerto. Lo mataron cuandohuía, intentando salvarse mientras vosotrosentregabais su vida por él. Os hemos traído sucadáver para demostraros que vuestro héroe hasucumbido.

»Hemos ganado la batalla y vosotros habéisperdido a la mitad de vuestros combatientes. Mismortífagos os superan en número y el niño quesobrevivió ya no existe. No debe haber másguerras. Aquel que continúe resistiendo, ya seahombre, mujer o niño, será sacrificado junto contoda su familia. Y ahora, salid del castillo,arrodillaos ante mí, y os salvaréis. Vuestros padres

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e hijos, vuestros hermanos y hermanas vivirán yserán perdonados, y todos os uniréis a mí en elnuevo mundo que construiremos juntos.

No se oía nada en absoluto, ni en los jardinesni en el castillo. Voldemort estaba tan cerca queHarry continuó sin abrir los ojos.

—¡Vamos! —ordenó el Señor Tenebroso, yHarry oyó que echaba a andar.

Obligaron a Hagrid a seguirlo. Entonces elchico sí entreabrió apenas los ojos y vio aVoldemort caminando a grandes zancadas delantede ellos, con la enorme serpiente colgada de loshombros, liberada ya de su jaula encantada. PeroHarry no podía sacar la varita que llevaba bajo latúnica sin que lo vieran los mortífagos quemarchaban a ambos lados, bajo una oscuridad quepoco a poco iba cediendo…

—Harry —sollozó Hagrid—. ¡Oh, Harry!¡Harry!

El muchacho cerró una vez más los párpados.Sabía que estaban acercándose al castillo y aguzóel oído tratando de distinguir, aparte de las alegresvoces de los mortífagos y sus ruidosas pisadas,alguna señal de vida en su interior.

—¡Alto!Los mortífagos se detuvieron. Harry los oyó

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desplegarse frente a las puertas del colegio, queestaban abiertas, y percibió un resplandor rojizoque imaginó era luz que salía del vestíbulo. Esperó.En cualquier momento, aquellos por los que élhabía intentado morir lo verían, aparentementemuerto, en brazos de Hagrid.

—¡¡Nooo!!El grito fue aún más terrible porque el chico

jamás habría imaginado que la profesoraMcGonagall fuera capaz de producir semejantesonido. De inmediato oyó reír a otra mujer ycomprendió que Bellatrix se regodeaba con ladesesperación de McGonagall. Volvió a abrir unpoco los ojos, sólo un segundo, y observó cómola entrada del castillo se llenaba de gente: lossupervivientes de la batalla salían a los escalonesde piedra para enfrentarse a sus vencedores ycomprobar con sus propios ojos que Harry habíamuerto. Voldemort estaba de pie, un poco másadelante, acariciándole la cabeza a Nagini con unsolo y blanco dedo. Cerró los ojos.

—¡Nooo!—¡Nooo!—¡Harry! ¡¡Harry!!Escuchar las voces de Ron, Hermione y Ginny

fue peor que oír a la profesora McGonagall. Tuvo

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el impulso de contestarles, aunque se contuvo,pero sus exclamaciones fueron como undetonante, pues la multitud de supervivientes hizosuya su causa y se lanzaron a gritar y chillarinsultos a los mortífagos, hasta que…

—¡¡Silencio!! —bramó Voldemort. Hubo unestallido y un destello de brillante luz, y todosobedecieron a la fuerza—. ¡Todo ha terminado!¡Ponlo en el suelo, Hagrid, a mis pies, que esdonde le corresponde estar! —El guardabosqueslo depositó sobre la hierba—. ¿Lo veis? —se jactóVoldemort, paseándose alrededor del yacentemuchacho—. ¡Harry Potter ha muerto! ¿Loentendéis ahora, ilusos? ¡Nunca fue más que uncrío que confió en que otros se sacrificarían por él!

—¡Harry te venció! —gritó Ron. Sus palabrashicieron trizas el hechizo y los defensores deHogwarts empezaron a gritar e insultar de nuevo,hasta que otro estallido, más potente, volvió aapagar sus voces.

—Lo mataron cuando intentaba huir de losjardines del castillo —mintió Voldemort,regodeándose con el embuste—. Lo mataroncuando intentaba salvarse…

Pero el Señor Tenebroso se interrumpió.Entonces Harry oyó una carrera y un grito, y luego

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otro estallido, un destello de luz y un gruñido dedolor; abrió apenas los ojos: alguien se habíaseparado del grupo y embestido a Voldemort. Lafigura cayó al suelo, víctima de un encantamientode desarme; Voldemort arrojó la varita de suagresor a un lado y rió.

—¿A quién tenemos aquí? —preguntó con susibilante voz de reptil—. ¿Quién se ha ofrecidocomo voluntario para demostrar qué les pasa aquienes siguen luchando cuando la batalla estáperdida?

Bellatrix rió con regocijo e informó:—¡Es Neville Longbottom, mi señor! ¡El chico

que tantos problemas ha causado a los Carrow! Elhijo de los aurores, ¿os acordáis?

—¡Ah, sí! Ya me acuerdo —afirmó el SeñorTenebroso viendo cómo Neville se levantaba,desarmado y desprotegido, en la tierra de nadieque separaba a los supervivientes de losmortífagos—. Pero tú eres un sangre limpia,¿verdad, mi valiente amigo? —le preguntó aNeville, que se le había encarado con los puñosapretados.

—¡Sí! ¿Y qué? —contestó el chico.—Demuestras temple y valentía, y desciendes

de una noble estirpe. Así que serás un valioso

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mortífago. Necesitamos gente como tú, NevilleLongbottom.

—¡Me uniré a vosotros el día que se congele elinfierno! —espetó Neville—. ¡Ejército deDumbledore! —chilló, y la multitud respondió convítores que los encantamientos silenciadores deVoldemort no lograron reprimir.

—Muy bien —dijo el Señor Tenebroso, yHarry detectó más peligro en aquel tono sedosoque en la más poderosa maldición—. Si así loquieres, Longbottom, volveremos al plan original.La responsabilidad es tuya —añadió sin alterarse.

Harry, que seguía mirando entre las pestañas,vio cómo Voldemort agitaba su varita. Unossegundos más tarde, un bulto que parecía unpájaro deforme salió por una de las rotas ventanasdel castillo y voló en medio de la penumbra hastaposarse en la mano del Señor Tenebroso. Él cogióaquella cosa enmohecida por su puntiagudoextremo y la sostuvo en alto, vacía y raída: era elSombrero Seleccionador. Entonces anunció:

—Ya no volverá a haber otra Ceremonia deSelección en el colegio Hogwarts, y tampococasas. El emblema, el escudo y los colores de minoble antepasado, Salazar Slytherin, servirán paratodos, ¿no es así, Neville Longbottom?

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Apuntó con su varita al joven, que se quedórígido e inmóvil, y entonces le plantó el sombreroen la cabeza, calado hasta los ojos. Se produjocierta agitación entre la multitud que observaba laescena desde los escalones de piedra, pero losmortífagos enarbolaron amenazadoramente lasvaritas para disuadir a los defensores deHogwarts.

—Ahora Longbottom va a mostrarnos qué lesocurre a quienes son lo bastante estúpidos paraseguir oponiéndose a mí. —Y con una sacudida dela varita prendió fuego al Sombrero Seleccionador.

Los gritos colmaron el amanecer. Neville estabaenvuelto en llamas, clavado en el suelo e incapazde moverse, y Harry no pudo soportarlo más.Tenía que actuar…

De repente sucedieron varias cosas a la vez.Se oyó una barahúnda proveniente de los

límites del colegio. Era como si cientos depersonas irrumpieran saltando los muros, que nose veían desde allí, y salieran disparadas hacia elcastillo lanzando gritos de guerra. Por su parte,Grawp bordeó el castillo con sus torpes andares, ybramó: «¡¡Jagi!!» Los gigantes de Voldemortrespondieron a su grito con rugidos, y al correrhacia él como elefantes enfurecidos hicieron

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temblar el suelo. También se oyeron ruidos decascos y de arcos tensándose, y una lluvia deflechas cayó sobre los mortífagos, que rompieronfilas, desprevenidos. Harry sacó en ese momentola capa invisible de debajo de su túnica, se la echópor encima y se puso en pie de un brinco. Yentonces Neville también se movió.

Con un rápido y fluido movimiento se libró dela maldición de inmovilidad total que loaprisionaba, y el llameante sombrero se le cayó dela cabeza. Acto seguido sacó de su interior unobjeto de plata con rubíes incrustados en laempuñadura… y de un solo tajo de espada degollóa la serpiente. La cabeza de Nagini saliódespedida hacia arriba, girando sobre sí misma,reluciente a la luz que llegaba del vestíbulo.Voldemort abrió la boca para dar un grito de cóleraque nadie pudo oír, y el cuerpo de la serpientecayó a sus pies con un ruido sordo.

Oculto bajo la capa, Harry hizo unencantamiento escudo entre Neville y Voldemortantes de que éste pudiera alzar la varita. Entonces,por encima de los gritos, los bramidos y lasatronadoras pisadas de los batalladores gigantes,se oyó el grito de Hagrid:

—¡¡Harry!! ¡¡Harry!! ¡¡¿Dónde está Harry?!!

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En cuestión de segundos reinó el caos: loscentauros cargaron contra los mortífagos y losobligaron a dispersarse; la gente corría en todaslas direcciones para no morir aplastada bajo lospies de los gigantes, y con tremendo estruendo seacercaban los refuerzos venidos de quién sabíadónde. Harry distinguió unas enormes criaturasaladas —thestrals y Buckbeak , el hipogrifo— quevolaban alrededor de las cabezas de los gigantesde Voldemort, arañándoles los ojos, mientrasGrawp les daba puñetazos y los aporreaba. Por suparte, los magos, tanto los defensores deHogwarts como los mortífagos de Voldemort, sevieron obligados a refugiarse en el castillo. Harrylanzaba embrujos y maldiciones a todos losmortífagos que veía, los cuales se desplomabansin saber qué o quién los había alcanzado, y lamultitud los pisoteaba al batirse en retirada.

Todavía oculto bajo la capa invisible, el chicose vio empujado hasta el vestíbulo. Buscaba aVoldemort, y lo descubrió en el otro extremo de laestancia, arrojando hechizos a diestro y siniestromientras se retiraba hacia el Gran Comedor sindejar de gritarles instrucciones a sus seguidores.Harry realizó más encantamientos escudo, y dosvíctimas potenciales de Voldemort, Seamus

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Finnigan y Hannah Abbott, pasaron a todavelocidad por su lado y entraron en el GranComedor para participar en la contienda que seestaba desarrollando dentro.

Más y más gente subía en tropel los escalonesde piedra. Harry vio a Charlie Weasleyadelantando a Horace Slughorn, que todavíallevaba su pijama verde esmeralda. Por lo vistohabían regresado al castillo a la cabeza de losfamiliares y amigos de los alumnos de Hogwartsque se habían quedado para luchar, junto con loscomerciantes y vecinos de Hogsmeade. Loscentauros Bane, Ronan y Magorian irrumpieron enel comedor con gran estrépito de cascos, y lapuerta que conducía a las cocinas se salió de losgoznes.

Los elfos domésticos de Hogwarts entraronatropelladamente en el vestíbulo gritando yblandiendo cuchillos de trinchar y cuchillas decarnicero. Kreacher iba a la cabeza, con elguardapelo de Regulus Black colgado del cuello yrebotándole sobre el pecho, y su croar sedistinguía a pesar del intenso vocerío: «¡Luchad!¡Luchad! ¡Luchad por mi amo, el defensor de loselfos domésticos! ¡Derrotad al Señor Tenebroso ennombre del valiente Regulus! ¡Luchad!»

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Los elfos arremetían sin piedad contra laspantorrillas y los tobillos de los mortífagos, quecaían como moscas, superados en número yabrumados por las maldiciones, al tiempo que searrancaban flechas de las heridas, recibíancuchilladas en las piernas, o simplemente tratabande escapar, aunque eran engullidos por aquellahorda imparable.

Pero la batalla todavía no había terminado:Harry pasó como un relámpago entre combatientesy prisioneros y entró en el Gran Comedor.

Encontró a Voldemort en medio de la refriega,atacando a todo el que se le pusiera a tiro. Comono podía apuntarle bien desde donde se hallaba,fue abriéndose paso hacia él bajo la capa invisible.El Gran Comedor estaba cada vez más abarrotado,pues todos los que todavía podían andar sedirigían hacia allí como una riada.

Harry vio cómo George y Lee Jordanderribaban a Yaxley; cómo Dolohov caía lanzandoun alarido, atacado por Flitwick, y cómo Hagridarrojaba de una punta a otra de la estancia aWalden Macnair, que se estrelló contra la pared depiedra y cayó inconsciente al suelo. Ron y Nevilleabatieron a Fenrir Greyback; Aberforth aturdió aRookwood; Arthur y Percy tumbaron a

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Thicknesse. Lucius y Narcisa Malfoy, sinintervenir en la lucha, corrían entre el gentíollamando a su hijo a voz en cuello.

Voldemort, en cuyo rostro se reflejaba un odioinhumano, peleaba contra McGonagall, Slughorn yKingsley, que lo esquivaban y se zafaban de él,defendiéndose con denuedo pero incapaces dereducirlo…

Bellatrix luchaba a unos cincuenta metros deVoldemort, e, igual que su amo, lidiaba con tresoponentes a la vez: Hermione, Ginny y Luna. Laschicas peleaban a fondo, dando lo mejor de sí,pero Bellatrix igualaba sus fuerzas. Harry vio cómouna maldición asesina pasaba rozando a Ginny,que se salvó de la muerte por los pelos… Elmuchacho decidió atacar a Bellatrix en lugar de aVoldemort, pero sólo había dado unos pasos enesa dirección cuando lo apartaron de un empujón.

—¡¡Mi hija no, mala bruja!!La señora Weasley se quitó la capa para tener

libres los brazos y corrió hacia Bellatrix. Lamortífaga se dio la vuelta y soltó una carcajada alver quién la amenazaba.

—¡¡Apartaos de aquí!! —les gritó la señoraWeasley a las tres chicas y, haciendo un molinetecon la varita, se dispuso a luchar contra Bellatrix.

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Aterrado y eufórico, Harry vio cómo MollyWeasley agitaba incansablemente la varita y lasonrisa burlona de Bellatrix se convertía en unamueca de rabia. De las dos varitas salían chorrosde luz, y alrededor de las brujas el suelo serecalentó y empezó a resquebrajarse. Ambasmujeres peleaban a muerte.

—¡Quietos! —ordenó la señora Weasley al verque algunos estudiantes iban hacia ella conintención de ayudarla—. ¡Apartaos! ¡Apartaos!¡Es mía!

Había cientos de personas bordeando lasparedes, observando los dos combates: el deVoldemort y sus tres oponentes, y el de Bellatrix yMolly. Harry se quedó allí plantado, invisible,incapaz de decidir entre uno y otro; quería atacar,pero también proteger, y temía herir a algúninocente.

—¿Qué va a ser de tus hijos cuando te hayamatado? —se burló Bellatrix, tan frenética como suamo, dando saltos para esquivar las maldicionesde Molly—. ¿Qué les va a pasar cuando su mamivaya a reunirse con Freddie?

—¡Nunca… volverás… a tocar… a nuestroshijos! —chilló la señora Weasley.

Bellatrix soltó una carcajada, una risa de

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euforia muy parecida a la que había emitido suprimo Sirius al caer hacia atrás a través del velo, yHarry, antes de que ocurriera, supo lo que iba asuceder: la maldición de Molly pasó por debajo delbrazo extendido de Bellatrix y le dio de lleno en elpecho, justo encima del corazón.

La sonrisa de regodeo de Bellatrix se quedóestática y dio la impresión de que los ojos se lesalían de las órbitas. Por un instante, la bruja fueconsciente de lo que había pasado, pero entoncesse derrumbó y la multitud se puso a bramar.Voldemort soltó un horrible chillido.

Harry sintió como si se diera la vuelta a cámaralenta y vio a McGonagall, Kingsley y Slughornsalir despedidos hacia atrás, retorciéndose en elaire, al mismo tiempo que la rabia de Voldemort,ante la caída de su último y mejor lugarteniente,estallaba con la fuerza de una bomba. El SeñorTenebroso alzó la varita y apuntó a MollyWeasley.

—¡Protego! —bramó Harry, y elencantamiento escudo se expandió en medio delcomedor.

Voldemort miró alrededor en busca delresponsable y el muchacho se quitó por fin la capainvisible.

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Los gritos de sorpresa, los chillidos y lasaclamaciones («¡¡Harry!!», «¡¡Es él!!», «¡¡Estávivo!!») se apagaron enseguida. El miedo atenazóa la multitud y se hizo un repentino y completosilencio cuando Voldemort y Harry, mirándose alos ojos, comenzaron a dar vueltas el unoalrededor del otro.

—No quiero que nadie intente ayudarme —dijo Harry, y en medio de aquel profundo silenciosu voz se propagó como el sonido de unatrompeta—. Tiene que ser así. Tengo que hacerloyo.

Voldemort dio un silbido.—Potter no lo dice en serio —dijo abriendo

mucho sus encarnados ojos—. Ése no es su estilo,¿verdad que no? ¿A quién piensas emplear comoescudo hoy, Potter?

—A nadie —respondió Harry llanamente—. Yano hay más Horrocruxes. Sólo quedamos tú y yo.Ninguno de los dos podrá vivir mientras el otrosiga con vida, y uno de los dos está a punto dedespedirse para siempre…

—¿Uno de los dos, dices? —se burlóVoldemort. Tenía todo el cuerpo en tensión y noquitaba la vista de su presa; parecía una serpientea punto de atacar—. ¿Y no crees que ése serás tú,

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el niño que sobrevivió por accidente y porqueDumbledore movía los hilos?

—¿Llamas accidente a que mi madre murierapara salvarme? —replicó Harry. Seguíandesplazándose de lado, manteniendo lasdistancias pero trazando un círculo perfecto; paraHarry no existía otra cara que no fuera la deVoldemort—. ¿Llamas accidente a que yo decidieraluchar en aquel cementerio? ¿Llamas accidente aque esta noche no me haya defendido y aun asísiga con vida, y esté aquí para volver a pelear?

—¡Accidentes, sólo han sido accidentes! —gritó Voldemort, pero no se decidía a atacar. Lamultitud los observaba petrificada, y de loscientos de personas que había en el comedorparecía que sólo respiraran ellos dos—.¡Accidentes y suerte, y el hecho de que teescondieras y gimotearas bajo las faldas dehombres y mujeres mejores que tú, y que mepermitieras matarlos por ti!

—Esta noche no vas a matar a nadie más —sentenció Harry—. Nunca más volverás a matar.¿No lo entiendes? Estaba dispuesto a morir paraimpedir que le hicieras daño a esta gente…

—¡Pero no has muerto!—Tenía la intención de morir, y con eso ha

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bastado. He hecho lo mismo que mi madre: los heprotegido de tu maldad. ¿No te has percatado deque ninguno de tus hechizos ha durado? Nopuedes torturarlos ni tocarlos. Pero no aprendesde tus errores, Ryddle, ¿verdad que no?

—¡Cómo te atreves…!—Sí, me atrevo —afirmó Harry—. Yo sé cosas

que tú no sabes, Tom Ryddle. Sé muchas cosasimportantes que tú ignoras. ¿Quieres escucharalguna, antes de cometer otro grave error?

Voldemort no contestó. Siguió andando encírculo, y Harry comprendió que lo teníatemporalmente hechizado y acorralado, retenidopor la remota posibilidad de que fuera verdad queél sabía un último secreto…

—¿Estás hablando otra vez del dichoso amor?—preguntó Voldemort, y su rostro de serpientecompuso una sonrisa burlona—. El amor, lasolución preferida de Dumbledore, que según élderrotaría a la muerte; aunque ese amor no evitóque cayera desde la torre y se partiera como unavieja figura de cera. El amor, que no me impidióaplastar a tu madre, esa sangre sucia, como a unacucaracha, Potter. Y esta vez no veo que hayanadie que te ame lo suficiente para interponerseentre nosotros y recibir mi maldición. Así que,

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¿qué va a impedir que mueras cuando te ataque?—Sólo una cosa —aseguró Harry; seguían

acosándose, separados únicamente por el últimosecreto.

—Si no es el amor lo que te salvará esta vez —le espetó Voldemort—, debes de creer que poseesuna magia que no está a mi alcance, o un arma máspoderosa que la mía, ¿no?

—Creo ambas cosas.Harry vio la sorpresa reflejada fugazmente en el

rostro serpentino del Señor Tenebroso, que seechó a reír, y el sonido de su risa (una risa forzada,desquiciada, que resonó por el silenciosocomedor) fue más espeluznante que sus gritos.

—Así pues, ¿crees que dominas la magia mejorque yo? ¿Te crees más hábil que lord Voldemort,que ha obrado prodigios con los que Dumbledorejamás soñó?

—Sí soñó con ellos, pero él sabía más que tú,sabía lo suficiente para no caer tan bajo como tú.

—¡Lo que quieres decir es que él era débil!¡Demasiado débil para atreverse, demasiado débilpara tomar lo que habría podido ser suyo, lo queahora será mío!

—No, Dumbledore era más listo que tú; eramejor mago y, sobre todo, mejor persona.

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—¡Yo provoqué la muerte de AlbusDumbledore!

—Eso creíste, pero estabas equivocado.Por primera vez, la silenciosa multitud

reaccionó: cientos de personas soltaron unaexclamación de asombro al unísono.

—¡Dumbledore está muerto! —Voldemort lelanzó esas palabras a Harry como si pretendieraprovocarle un dolor insoportable—. ¡Su cuerpo sepudre en la tumba de mármol de los jardines delcastillo! ¡Lo he visto con mis propios ojos, Potter,y él no volverá!

—Sí, Dumbledore está muerto —admitió Harrycon calma—, pero tú no decidiste su muerte. Éldecidió cómo iba a morir, lo decidió meses antes deque ocurriera, y lo organizó todo con quien túconsiderabas tu servidor.

—¿Qué tonterías estás diciendo? —se extrañóVoldemort, sin decidirse a atacar.

—Severus Snape no te pertenecía. Él era fiel aDumbledore, y lo fue desde el momento en queempezaste a perseguir a mi madre. Pero nunca tediste cuenta, y por eso no eres capaz de entendernada. ¿Verdad que jamás viste a Snape haceraparecer un patronus, Ryddle?

Voldemort no contestó. Continuaban

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describiendo círculos, como dos lobos a punto dedestrozarse el uno al otro.

—El patronus de Snape era una cierva —explicó Harry—, igual que el de mi madre, porqueél la amó casi toda su vida, desde que eran niños.Debiste darte cuenta —añadió al ver que aVoldemort le vibraban las rendijas de la nariz—;por algo te pidió que no la mataras, ¿no?

—La deseaba, eso es todo —se burlóVoldemort—, pero, cuando ella murió, Snapeaceptó que había otras mujeres, y de sangre máslimpia, más dignas de él…

—¡Por supuesto que te dijo eso, pero seconvirtió en el espía de Dumbledore desde elmomento en que la amenazaste, y desde entoncestrabajó siempre para él y contra ti! ¡Dumbledore yase estaba muriendo cuando Snape puso fin a suvida!

—¡Eso no importa! —chilló Voldemort, quehabía escuchado absorto cada palabra, y soltó unacarcajada enloquecida—. ¡No importa que Snapeme fuera fiel a mí o a Dumbledore, ni quéinsignificantes obstáculos intentaran poner en micamino! ¡Los aplasté a ambos como aplasté a tumadre, el presunto gran amor de Snape! ¡Ah, todotiene sentido, Potter, y de un modo que tú no

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comprendes!»¡Dumbledore pretendía impedir que me hiciera

con la Varita de Saúco! ¡Quería que Snape fuera suverdadero propietario! Pero yo llegué antes que tú,mocoso, y conseguí la varita antes de que lepusieras las manos encima y descifré la verdadtambién antes que tú. ¡Hace tres horas he matadoa Severus Snape, y la Varita de Saúco, la Vara Letal,la Varita del Destino, ha pasado a ser mía! ¡El planúltimo de Dumbledore salió mal, Harry Potter!

—Sí, salió mal. Tienes razón. Pero, antes deque intentes matarme, te aconsejo que recapacitessobre lo que has hecho… Piensa, e intentaarrepentirte un poco, Ryddle…

—¿Qué quieres decir?De todas las cosas que Harry le había dicho,

de todas las revelaciones y escarnios, ésa fue laque más lo conmocionó. Las pupilas se lecontrajeron hasta quedar reducidas a unas finaslíneas en medio de una piel que palidecía.

—Es tu última oportunidad —continuó Harry—. Es lo único que te queda… He visto en qué teconvertirás si no lo haces… Sé hombre…Intenta… intenta arrepentirte un poco…

—¿Cómo te atreves…? —volvió a decirVoldemort.

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—Sí, me atrevo —repitió Harry—, porque elplan último de Dumbledore no me ha fallado enabsoluto. Te ha fallado a ti, Ryddle.

La mano con que Voldemort sujetaba la Varitade Saúco temblaba, y el muchacho asió la deDraco con fuerza. Sólo faltaban unos segundospara que el Señor Tenebroso hiciera el movimiento.

—Esa varita todavía no te funciona bienporque mataste a la persona equivocada. SeverusSnape nunca fue el verdadero dueño de la Varitade Saúco, porque él nunca venció a Dumbledore.

—Snape mató…—¿No me escuchas? ¡Snape nunca venció a

Dumbledore porque la muerte de éste la planearonellos dos juntos! ¡Dumbledore quería morir sinhaber sido vencido para así convertirse en suúltimo dueño verdadero! ¡Si todo hubiera salidocomo estaba planeado, el poder de la varita habríamuerto con él, porque nunca nadie se la arrebató!

—¡Pues en ese caso, Potter, es como siDumbledore me la hubiera regalado! —La voz deVoldemort temblaba con malévolo placer—. ¡Yorobé la varita de la tumba de su dueño! ¡Se la quitécontraviniendo el último deseo de su propietario!¡Su poder es mío!

—Ya veo que todavía no lo has entendido,

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Ryddle. ¡No basta con poseer la varita! Cogerla outilizarla no la convierte en propiedad tuya.¿Acaso no escuchaste a Ollivander? «La varitaescoge al mago…» La Varita de Saúco reconoció aun nuevo dueño antes de morir Dumbledore,alguien que nunca llegó siquiera a tocarla. Esenuevo dueño se la arrebató de las manos aDumbledore sin querer, sin tener plena concienciade lo que hacía, ni de que la varita más peligrosadel mundo le había otorgado su lealtad… —Elpecho de Voldemort subía y bajaba rápidamente, yHarry vio venir la maldición; notó cómo surgíadentro de la varita que lo apuntaba a la cara—. Elverdadero dueño de la Varita de Saúco era DracoMalfoy.

El rostro de Voldemort reveló una momentáneasorpresa.

—¿Y qué importancia tiene eso? —dijo con vozdébil—. Aunque tuvieras razón, Potter, ni a ti ni amí nos importa. Tú ya no tienes la varita de fénix,así que batámonos en duelo contando sólo connuestra habilidad… Y cuando te haya matado, yame encargaré de Draco Malfoy…

—Lo siento, pero llegas tarde; has dejadopasar tu oportunidad. Yo me adelanté: hacesemanas derroté a Draco y le quité esta varita. —

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Sacudió la varita de espino y percibió cómo todaslas miradas se centraban en ella—. Así pues, todose reduce a esto, ¿no? —susurró—. ¿Sabe la varitaque tienes en la mano que a su anterior amo lodesarmaron? Porque si lo sabe, yo soy elverdadero dueño de la Varita de Saúco.

De repente un resplandor rojo y doradoirrumpió por el techo encantado del Gran Comedor,al mismo tiempo que una porción del deslumbrantedisco solar aparecía sobre el alféizar de la ventanamás cercana. La luz les dio en la cara a los dos a lavez, y de pronto la de Voldemort se convirtió enuna mancha llameante. El Señor Tenebroso chillócon aquella voz tan aguda, y Harry también gritó,encomendándose a los cielos y apuntándolo conla varita de Draco:

—¡Avada Kedavra!—¡Expelliarmus!El estallido retumbó como un cañonazo, y las

llamas doradas que surgieron entre amboscontendientes, en el mismo centro del círculo queestaban describiendo, marcaron el punto decolisión de los hechizos. Harry vio cómo el chorroverde lanzado por Voldemort chocaba contra supropio hechizo, vio cómo la Varita de Saúcosaltaba por los aires —oscura contra el sol

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naciente—, girando sobre sí misma hacia el techoencantado como antes la cabeza de Nagini, ydando vueltas en el aire retornaba hacia su dueño,al que no mataría porque por fin había tomadoplena posesión de ella. Harry, con la infalibledestreza del buscador de quidditch, la atrapó conla mano libre, al mismo tiempo que Voldemort caíahacia atrás, con los brazos extendidos y aquellosojos rojos de delgadas pupilas vueltos haciadentro. Tom Ryddle cayó en el suelo con prosaicairrevocabilidad, el cuerpo flojo y encogido, lasblancas manos vacías, la cara de serpienteinexpresiva y sin conciencia. Voldemort estabamuerto, lo había matado su propia maldición alrebotar, y Harry se quedó allí inmóvil con las dosvaritas en la mano, contemplando el cadáver de suenemigo.

Hubo un estremecedor instante de silencio enel cual la conmoción de lo ocurrido quedó ensuspenso. Y entonces el tumulto se desatóalrededor de Harry: los gritos, los vítores y losbramidos de los espectadores hendieron el aire. Elimplacable sol del nuevo día brillaba ya en lasventanas cuando todos se abalanzaron sobre elmuchacho. Los primeros en llegar a su lado fueronRon y Hermione, y fueron sus brazos los que lo

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apretujaron, sus gritos incomprensibles los que loensordecieron. Enseguida llegaron Ginny, Nevilley Luna, y a continuación los Weasley y Hagrid, yKingsley, y McGonagall, y Flitwick, y Sprout…Harry no entendía ni una palabra de lo que ledecían, ni sabía de quién eran las manos que loagarraban, tiraban de él o trataban de abrazaralguna parte de su cuerpo. Había cientos demanos que intentaban alcanzarlo, todas decididasa tocar al niño que sobrevivió, al responsable deque todo hubiera terminado por fin…

El sol fue ascendiendo por el cielo deHogwarts y el Gran Comedor se llenó de luz y devida. Harry se convirtió en parte indispensable delas confusas manifestaciones de júbilo y de dolor,de felicitación y de duelo, pues todos querían queestuviera allí con ellos, que fuera su líder y susímbolo, su salvador y su consejero. Por lo visto, anadie se le ocurría pensar que el muchacho nohabía dormido nada, o que sólo anhelaba lacompañía de unos pocos amigos. Pese alcansancio, tenía que hablar con losdesconsolados, cogerles las manos, verlos llorar,recibir sus palabras de agradecimiento. A medidaque transcurría la mañana, iban llegando noticias:los que se encontraban bajo la maldición imperius

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—magos de todos los rincones del país— habíanvuelto en sí; los mortífagos que no habían sidocapturados huían; estaban liberando a todos losinocentes de Azkaban; a Kingsley Shacklebolt lohabían nombrado provisionalmente ministro deMagia…

El cadáver de Voldemort fue trasladado a unacámara adyacente al Gran Comedor, lejos de loscadáveres de Fred, Tonks, Lupin, Colin Creevey yotras cincuenta personas que habían muertocombatiéndolo. La profesora McGonagall volvió aponer en su sitio las mesas de las casas, pero yanadie se sentaba según la casa a que pertenecía,sino que estaban todos entremezclados:profesores y alumnos, fantasmas y padres,centauros y elfos domésticos. Firenze serecuperaba tumbado en un rincón, Grawpcontemplaba el exterior por una ventana rota, y lagente comía entre risas. Al cabo de un rato,agotado y exhausto, Harry se sentó en el banco deuna mesa al lado de Luna.

—Yo en tu lugar estaría deseando un poco detranquilidad —dijo ella.

—Me encantaría.—Los distraeré a todos. Ponte la capa. —Y

antes de que Harry tuviera tiempo de replicar, Luna

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exclamó—: ¡Oooh! ¡Mirad, un blibber maravilloso!—Y señaló hacia los jardines.

Todos volvieron la cabeza, momento que Harryaprovechó para echarse la capa por encima ylevantarse de la mesa.

Ahora podría trasladarse por el comedor sinque lo vieran. Así pues, localizó a Ginny sentadados mesas más allá, con la cabeza apoyada en elhombro de su madre, pero pensó que ya tendríantiempo —horas, días, quizá hasta años— parahablar. Vio a Neville comiendo con la espada deGryffindor junto al plato, rodeado por un grupo defervientes admiradores, y al avanzar por el pasilloentre las mesas descubrió a los tres Malfoyapiñados, como si no estuvieran muy seguros desi debían estar allí o no, aunque nadie les prestabaatención. Allá donde miraba veía familias que sehabían reencontrado, y por fin dio con las dospersonas cuya compañía más anhelaba.

—Soy yo —murmuró agachándose entre losdos—. ¿Podéis venir conmigo?

Ron y Hermione se levantaron al instante ysalieron del Gran Comedor. En la escalinata demármol había unos agujeros enormes, parte de labarandilla había desaparecido, y al subir por ellano encontraron más que escombros y manchas de

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sangre.Oyeron a Peeves a lo lejos. Zumbaba por los

pasillos entonando un cántico de victoria que élmismo había compuesto:

¡Los hemos machacado!¡Menudo tío es Potter!Y ahora ¡a divertirse,que Voldy la ha palmado!

—Sabe expresar el alcance y la gravedad de latragedia, ¿verdad? —comentó Ron al mismotiempo que empujaba una puerta y dejaba pasar asus dos compañeros.

Harry suponía que la felicidad llegaría a sudebido tiempo, pero de momento la empañaba elagotamiento, y el dolor por la pérdida de Fred,Lupin y Tonks le traspasaba el corazón.Básicamente, sentía un alivio monumental y lo quemás le apetecía era dormir. Pero antes que nada lesdebía una explicación a Ron y Hermione, puestoque llevaban mucho tiempo a su lado y merecíansaber la verdad. Les contó, pues, con todo detallelo que había visto en el pensadero y los sucesosdel Bosque Prohibido, y cuando sus amigostodavía no habían empezado a expresar su

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asombro y conmoción, llegaron por fin al sitioadonde se dirigían, aunque ninguno de los tres lohubiera mencionado.

La gárgola que custodiaba la entrada deldespacho del director también había sufridodesperfectos desde la última vez que Harry pasarapor allí, pues yacía en el suelo un poco grogui, y elchico se preguntó si todavía sería capaz dereconocer una contraseña.

—¿Podemos subir? —le preguntó.—Adelante —gimió la estatua.Pasaron por encima de ella y subieron por la

escalera de caracol de piedra que ascendíalentamente como una escalera mecánica. Al llegararriba, Harry abrió la puerta.

El pensadero de piedra todavía estaba sobre elescritorio, donde él lo había dejado, pero sesobresaltó al oír un ruido ensordecedor; levinieron a la mente maldiciones, el regreso de losmortífagos, el renacimiento de Voldemort…

Pero eran aplausos. Desde las paredes, losdirectores y las directoras de Hogwarts lededicaban una abrumadora ovación: agitaban lossombreros o las pelucas, sacaban los brazos desus lienzos para estrecharse las manos unos aotros, daban brincos en las butacas donde los

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habían retratado, Dilys Derwent lloraba sin ningúnreparo, Dexter Fortescue agitaba su trompetilla, yPhineas Nigellus gritaba con su aguda y aflautadavoz: «¡Y que conste que la casa de Slytherin haparticipado en este acontecimiento! ¡Que nuestraintervención no caiga en el olvido!»

Pero Harry sólo tenía ojos para el hombre queestaba retratado, de pie, en el cuadro más grande,situado justo detrás del sillón del director. Laslágrimas le resbalaban tras las gafas de media lunaperdiéndose entre su larga y plateada barba, y elorgullo y la gratitud que irradiaba ejercieron sobreHarry un efecto tan balsámico como el canto delfénix.

Al final el chico levantó las manos y losretratos, respetuosos, guardaron silencio.Sonriendo y enjugándose las lágrimas, todos sedispusieron a escucharlo. Sin embargo, laspalabras de Harry eran sólo para Dumbledore, ylas escogió con mucho cuidado. Pese a estarexhausto y muerto de sueño, debía hacer unesfuerzo más, porque necesitaba un últimoconsejo.

—El objeto escondido dentro de la snitch seme cayó en el Bosque Prohibido —empezó—. Nosé exactamente dónde, pero no pienso ir a

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buscarlo. ¿Está usted de acuerdo, profesor?—Por supuesto, hijo —respondió

Dumbledore; los otros personajes lo miraron concuriosidad y un tanto confusos—. Una decisiónsabia y valiente, pero no esperaba menos de ti.¿Sabe alguien más dónde se te cayó?

—No, nadie —repuso Harry, y el profesorasintió, satisfecho—. Pero voy a conservar elregalo de Ignotus.

—Claro que sí, Harry —sonrió Dumbledore—.¡Es tuyo para siempre, hasta el día en que se lopases a alguien!

—Y luego está esto. —Alzó la Varita de Saúco,y Ron y Hermione la miraron con una veneraciónque, pese a su somnolencia y aturdimiento, aHarry no le gustó nada—. No la quiero —dijo.

—¿Qué? —saltó Ron—. ¿Te has vueltomajara?

—Ya sé que es muy poderosa —comentóHarry con voz cansina—. Pero era más feliz con lamía. Así que…

Rebuscó en el monedero que llevaba colgadodel cuello y sacó los dos trozos de acebo,conectados todavía por una delgadísima hebra depluma de fénix. Hermione había dicho que la varitano podía repararse, que el daño sufrido era

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demasiado grave. Así pues, Harry sabía que si loque iba a hacer a continuación no daba resultado,no habría ningún remedio.

Dejó la varita rota encima del escritorio deldirector, la tocó con la punta de la Varita de Saúcoy dijo:

—¡Reparo!La varita de acebo se soldó de nuevo, y unas

chispas rojas salieron de su extremo. ¡Lo habíalogrado! Cogió la varita de acebo y fénix y notó unrepentino calor en los dedos, como si aquelinstrumento y la mano se alegraran dereencontrarse.

—Voy a devolver la Varita de Saúco al lugar dedonde salió —le dijo a Dumbledore, que locontemplaba con gran cariño y admiración—.Puede quedarse allí. Si muero de muerte natural,como Ignotus, perderá su poder, ¿no? Esosignificará su final.

Dumbledore asintió y los dos se sonrieron.—¿Estás seguro de esa decisión? —preguntó

Ron mirando la Varita de Saúco con un deje denostalgia.

—Creo que Harry tiene razón —opinóHermione en voz baja.

—Esa varita genera más problemas que

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beneficios —dijo Harry—. Y sinceramente —dio laespalda a los retratos; ya sólo pensaba en la camacon dosel que lo esperaba en la torre deGryffindor, y se preguntó si Kreacher podríasubirle un bocadillo—, ya he cubierto el cupo deproblemas que tenía asignado en esta vida.

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A

EPÍLOGO

Diecinueve añosdespués

QUEL año, el otoño se adelantó. El primer díade septiembre trajo una mañana tersa y

dorada como una manzana, y mientras la pequeñafamilia cruzaba corriendo la ruidosa calle hacia laenorme y tiznada estación, los gases de los tubosde escape y el aliento de los peatones relucían

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como telarañas en la fría atmósfera. En lo alto delos dos cargados carritos que empujaban lospadres se tambaleaban dos grandes jaulas consendas lechuzas que ululaban indignadas. Unallorosa niña pelirroja iba detrás de sus hermanos,aferrada al brazo de su padre.

—Dentro de poco tú también irás —la consolóHarry.

—Faltan dos años —gimoteó Lily—. ¡Yoquiero ir ahora!

La gente que había en la estación lanzabamiradas de curiosidad a las lechuzas mientras lafamilia zigzagueaba hacia la barrera que separabalos andenes nueve y diez. La voz de Albus alcanzóa Harry por encima del bullicio que los rodeaba;sus dos hijos varones reanudaban la discusiónque habían iniciado en el coche.

—¡No, señor! ¡No van a ponerme en Slytherin!—¿Quieres parar ya, James? —dijo Ginny.—Sólo he dicho que podrían ponerlo en

Slytherin —se defendió James, sonriendo conburla a su hermano pequeño—. ¿Qué tiene eso demalo? Es verdad que a lo mejor lo ponen…

Pero James detectó la severa mirada de sumadre y se calló. Los cinco Potter habían llegadofrente a la barrera. James miró a su hermano

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pequeño por encima del hombro, con ciertachulería; luego cogió el carrito que conducía sumadre y echó a correr. Un instante más tarde sehabía esfumado.

—Me escribiréis, ¿verdad? —preguntó Albusa sus padres, aprovechando la momentáneaausencia de su hermano.

—Claro que sí. Todos los días, si quieres —respondió Ginny.

—No, todos los días no —se apresuró a decirAlbus—. James dice que la mayoría de losalumnos sólo reciben cartas una vez al mes, más omenos.

—Pues el año pasado le escribíamos tres vecespor semana —afirmó Ginny.

—Y no te creas todo lo que tu hermano tecuente sobre Hogwarts —intervino Harry—. Yasabes que es muy bromista.

Juntos, empujaron el otro carrito en dirección ala barrera. Albus hizo una mueca de dolor, pero nose produjo ninguna colisión. La familia apareció enel andén nueve y tres cuartos, desdibujado por eldenso y blanco vapor que salía de la escarlatalocomotora del expreso de Hogwarts. Unas figurasindistintas pululaban por la neblina en que Jamesya se había perdido.

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—¿Dónde están? —preguntó Albus coninquietud, escudriñando las borrosas siluetasjunto a las que pasaban mientras recorrían elandén.

—Ya los encontraremos —lo tranquilizó Ginny.Pero el vapor era muy denso y no resultaba

fácil distinguir las caras de la gente. Separadas desus dueños, las voces sonaban con una potenciaexagerada. A Harry le pareció oír a Percydisertando en voz alta sobre la normativa queregulaba el uso de escobas, y se alegró de teneruna excusa para no detenerse y saludarlo…

—Creo que están ahí, Al —comentó Ginny.Un grupo de cuatro personas surgió entre la

niebla, junto al último vagón. Harry, Ginny, Lily yAlbus no lograron distinguir sus caras hasta queestuvieron a su lado.

—¡Hola! —dijo Albus con patente alivio.Rose, que ya llevaba puesta su túnica nueva

de Hogwarts, lo miró sonriente.—¿Has podido aparcar bien? —le preguntó

Ron a Harry—. Yo sí. Hermione no confiaba enque aprobara el examen de conducir de muggles,¿verdad que no? Creía que tendría que confundiral examinador.

—Eso no es cierto —replicó Hermione—.

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Confiaba plenamente en ti.—La verdad es que lo confundí —le confesó

Ron a Harry al oído cuando, entre los dos,subieron el baúl y la lechuza de Albus al tren—.Sólo se me olvidó mirar por el retrovisor lateral y…qué quieres que te diga, para eso puedo utilizar unencantamiento supersensorial.

De nuevo en el andén, encontraron a Lily yHugo, el hermano pequeño de Rose, charlandoanimadamente. Trataban de adivinar en qué casalos pondrían cuando fueran a Hogwarts.

—No quiero que te sientas presionado —dijoRon—, pero si no te ponen en Gryffindor, tedesheredo.

—¡Ron!Lily y Hugo rieron, pero Albus y Rose se

mostraron circunspectos.—No lo dice en serio —dijeron Hermione y

Ginny, pero Ron ya no les prestaba atención. Conmucho disimulo, señaló a unos cincuenta metrosde distancia. El vapor se había aclaradomomentáneamente, y tres personas resaltabanentre la neblina que se arremolinaba en el andén.

—¡Mira quiénes han venido!Draco Malfoy también se hallaba en la estación

con su esposa y su hijo; llevaba un abrigo oscuro

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abotonado hasta el cuello, y las pronunciadasentradas resaltaban sus angulosas facciones. Suhijo se parecía a Draco tanto como Albus a Harry.Malfoy se dio cuenta de que Harry, Ron, Hermioney Ginny lo miraban; los saludó con una secacabezada y se dio la vuelta.

—Así que ése es el pequeño Scorpius —murmuró Ron—. Asegúrate de superarlo en todoslos exámenes, Rosie. Suerte que has heredado lainteligencia de tu madre.

—Haz el favor, Ron —protestó Hermione, entresevera y divertida—. ¡No intentes enemistarlosantes incluso de que haya empezado el curso!

—Tienes razón; perdóname —se disculpó Ron,aunque no pudo evitar añadir—: Pero no te hagasdemasiado amiga suya, Rosie. El abuelo Weasleyjamás te perdonaría si te casaras con un sangrelimpia.

—¡Eh!James había reaparecido; se había librado del

baúl, la lechuza y el carrito, y era evidente quetenía un montón de noticias que contarles.

—Teddy está ahí —dijo casi sin aliento,señalando hacia atrás—. ¡Acabo de verlo! ¿Ysabéis qué estaba haciendo? ¡Darse el lote conVictoire! —Miró a los adultos y se sintió

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decepcionado por su desinteresada reacción—.¡Nuestro Teddy! ¡Teddy Lupin! ¡Estaba dándoseel lote con nuestra Victoire! ¡Nuestra prima! Lepregunté a Teddy qué estaba haciendo…

—¿Los has interrumpido? —preguntó Ginny—. ¡Eres igual que Ron!

—… ¡y me contestó que había venido adespedirse de ella! Y luego me dijo que me largara.¡Se estaban dando el lote! —añadió James, comosi temiera no haberse explicado bien.

—¡Ay! ¡Sería maravilloso que se casaran! —susurró Lily, extasiada—. ¡Entonces Teddy sí queformaría parte de la familia!

—Ya viene a cenar unas cuatro veces porsemana —terció Harry—. ¿Por qué no leproponemos que se quede a vivir con nosotros, yasunto liquidado?

—¡Eso! —saltó James con entusiasmo—. ¡Amí no me importaría compartir la habitación con Al!¡Teddy puede instalarse en mi dormitorio!

—¡Ni hablar! —repuso Harry con firmeza—. Aly tú compartiréis habitación cuando quierademoler la casa. —Miró la hora en el abollado yviejo reloj que había pertenecido a Fabian Prewett—. Son casi las once. Será mejor que subáis altren.

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—¡No te olvides de darle un beso de mi parte aNeville! —le dijo Ginny a James al abrazarlo.

—¡Mamá! ¡No puedo darle un beso a unprofesor!

—Pero si tú lo conoces…James puso los ojos en blanco.—Fuera del colegio, vale, pero él es el profesor

Longbottom, ¿no? No puedo entrar en la clase deHerbología y darle un beso de tu parte.

James sacudió la cabeza ante la ingenuidad desu madre y se desahogó lanzándole otra pulla aAlbus:

—Hasta luego, Al. Ya me dirás si has visto alos thestrals.

—Pero ¿no eran invisibles? ¡Me dijiste queeran invisibles!

James se limitó a reír; dejó que su madre lobesara, le dio un somero abrazo a su padre y subióde un salto al tren, que se estaba llenandorápidamente. Lo vieron despedirse con la mano yechar a correr por el pasillo en busca de susamigos.

—No tienes por qué temer a los thestrals —ledijo Harry a Albus—. Son unas criaturas muytranquilas y no dan ningún miedo. Además,vosotros no vais a ir al colegio en los carruajes,

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sino en los botes.Ginny se despidió de Albus con un beso.—Nos veremos en Navidad.—Adiós, Al —dijo Harry al abrazar a su hijo—.

No olvides que Hagrid te ha invitado a tomar el téel próximo viernes; no te metas con Peeves, y noretes a nadie en duelo hasta que hayas adquiridoun poco de experiencia. Ah, y no dejes que Jameste provoque.

—¿Y si me ponen en la casa de Slytherin? —susurró en voz baja para que sólo lo oyera supadre, y éste comprendió que sólo la tensión de lapartida podría haber obligado a Albus a revelar loenorme y sincero que era ese temor.

Harry se puso en cuclillas y su cara quedó a laaltura de la de Albus. El chico era el único de sustres hijos que había heredado los ojos de Lily.

—Albus Severus —susurró Harry para que nolos oyera nadie más que Ginny, y ella fue lobastante discreta para fingir que estaba diciéndoleadiós con la mano a Rose, que ya había subido altren—, te pusimos los nombres de dos directoresde Hogwarts. Uno de ellos era de Slytherin, yseguramente era el hombre más valiente que jamáshe conocido.

—Pero sólo dime…

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—En ese caso, la casa de Slytherin ganaría unexcelente alumno, ¿no? A nosotros no nosimporta, Al. Pero si a ti te preocupa, podrás elegirentre Gryffindor y Slytherin. El SombreroSeleccionador tiene en cuenta tus preferencias.

—¿En serio?—Conmigo lo hizo —afirmó Harry.Ese detalle nunca se lo había contado a sus

hijos, y Albus puso cara de asombro. Pero laspuertas del tren escarlata se estaban cerrando, ylas borrosas siluetas de los padres se acercaban alos vagones para darles los últimos besos y lasúltimas recomendaciones a sus hijos. Albus subióal fin, y Ginny cerró la puerta tras él. Los alumnosasomaban la cabeza por la ventanilla que teníanmás cerca. Muchas caras, tanto en el tren como enel andén, se habían vuelto hacia Harry.

—¿Por qué te miran todos así? —preguntóAlbus, y Rose y él estiraron el cuello paraobservar a los otros alumnos.

—No le des importancia —dijo Ron—. Es a mía quien miran, porque soy muy famoso.

Albus, Rose, Hugo y Lily rieron. El tren sepuso en marcha y Harry caminó unos metros a sulado por el andén, contemplando el delgado rostrode su hijo, encendido ya de emoción. Harry siguió

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sonriendo y diciendo adiós con la mano, aunque leproducía cierto pesar ver alejarse a su hijo…

El último rastro de vapor se esfumó en el cielootoñal cuando el tren tomó una curva. Harrytodavía tenía la mano levantada.

—Ya verás como todo le irá bien —murmuróGinny.

Harry la miró, bajó la mano y, distraídamente,se tocó la cicatriz en forma de rayo de la frente.

—Sí, ya sé que todo le irá bien.La cicatriz llevaba diecinueve años sin dolerle.

No había nada de que preocuparse.

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JOANNE KATHLEEN ROWLING. Escritoraescocesa, conocida principalmente por su serie delibros juveniles protagonizados por Harry Potter,verdadero fenómeno literario a nivel mundial queha conseguido vender más de 400 millones deejemplares, siendo traducida a más de 20 idiomas.

Rowling estudió filología clásica y francés,trabajando como investigadora y secretaria paraAmnistía Internacional antes de trabajar enPortugal como profesora de inglés en 1992. Trasun corto matrimonio volvió a Edimburgo con suhija, sin empleo y en una situación ciertamentepreocupante.

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Durante este periodo, Rowling terminó suprimer libro de la serie, Harry Potter y la piedrafilosofal, manuscrito que fue presentado sin éxitoa numerosas editoriales hasta que Bloomsburydecidió publicarlo. Tras el éxito, basado en el bocaa boca, del libro, Rowling recibió una beca y unaño después el libro comenzó a venderse enEEUU.

A partir del segundo libro, Harry Potter y lacámara secreta, el éxito de sus historias creció demanera exponencial, alcanzando con sus obras lospuestos más altos de las listas de ventas enprácticamente todo el mundo.

Pocos años después, las novelas de HarryPotter comenzaron a ser adaptadas al cine congran éxito gracias a directores como ChrisColumbus, Mike Newell o Alfonso Quarón.Mientras tanto, Rowling recibió numerososgalardones como el Andersen, varios HonorisCausa, el Príncipe de Asturias de la Concordia eincluso la Legión de Honor francesa.

Tras la publicación del último libro de la serie,Harry Potter y las reliquias de la muerte, Rowlingha publicado varios libros en el mismo universo,siempre a título benéfico, como el caso de Loscuentos de Beedle el Bardo.

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En la actualidad Rowling no ha aclarado susintenciones literarias en el futuro y disfruta de suéxito realizando numerosos actos benéficos,conferencias e intervenciones a favor de la lectura.

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