Freud, Carta a Romain Rolland. (Una Perturbación Del Recuerdo en La Acrópolis)

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Carta a Romain Rolland

Carta a Romain Rolland. (Una perturbacin del recuerdo en la Acrpolis)

(1936)

Brief an Romain Rolland (Ene Erinnerungsstorung auf der Akropolis)

Estimado amigo:

Me insistan para que escribiese alguna cosa como contribucin al festejo de su setenta aniversario, y durante largo tiempo me empe en hallar un asunto que fuera en algn sentido digno de usted y pudiera expresar mi admiracin por su amor a la verdad, su coraje pblico, su humanitarismo y solicitud hacia el prjimo, o que testimoniara mi agradecimiento al literato que me ha regalado tantos momentos de goce y exaltacin. Mas en vano; soy diez aos mayor que usted, mi produccin languidece. Lo que en definitiva le ofrezco es el don de alguien empobrecido que ha visto antao das mejores.

Usted sabe que mi trabajo cientfico se haba fijado la meta de esclarecer fenmenos inusuales, anormales, patolgicos, de la vida anmica; esto es, reconducirlos a las fuerzas psquicas eficaces tras ellos y poner de manifiesto los mecanismos actuantes. Primero lo ensay en mi propia persona, luego en otros y, por fin, mediante una osada intromisin, en el gnero humano como un todo. Uno de esos fenmenos, que vivenci hace ya una generacin, en 1904, y nunca haba podido comprender, aflor en mi recuerdo una y otra vez durante los ltimos aos [Ya haba hecho breve referencia a este episodio unos diez aos antes, en El porvenir de una ilusin (1927c), AE, 21, pg. 25, pero en ese momento no dio sobre l ninguna explicacin.]. Al comienzo no supe por qu; finalmente me decid a analizar esa pequea vivencia, y aqu le comunico el resultado de ese estudio. Desde luego, debo pedirle para las referencias sobre mi vida personal mayor atencin que la que en otro caso mereceran.

Una perturbacin del recuerdo en la Acrpolis

En aquella poca sola emprender todos los aos, para fines de agosto o comienzos de setiembre, un viaje de vacaciones con mi hermano ms joven; duraba varias semanas y nos llevaba a Roma, alguna otra comarca italiana o las costas del Mediterrneo. Mi hermano es diez aos menor que yo: de la misma edad que usted -una coincidencia que slo ahora se me ocurre- Ese ao mi hermano me declar que sus negocios no le permitan una larga ausencia y a lo sumo poda faltar una semana; debimos, pues, abreviar nuestro viaje. Decidimos viajar por Trieste hasta la isla de Corf, y pasar en ella nuestros escasos das de vacaciones. En Trieste, l visit a un amigo suyo all instalado con quien tena negocios comunes, y yo lo acompa. Este hombre amable se inform sobre lo que nos proponamos hacer despus, y cuando se enter de que iramos a Corf nos lo desaconsej vehementemente: Qu haran all en esta poca? Hace tanto calor que no podran emprender nada. Mejor vayan a Atenas. El vapor del Lloyd parte hoy en las primeras horas de la tarde; les deja tres das para ver la ciudad y los recoger a su regreso. Valdr ms la pena y ser ms grato.

Cuando nos separamos del triestino, los dos estbamos de un talante asombrosamente destemplado. Discutimos el plan que se nos haba propuesto, lo hallamos totalmente inadecuado y slo veamos obstculos para su ejecucin; adems, suponamos que sin pasaporte no nos dejaran entrar en Grecia. Descontentos e irresolutos, dimos vueltas por la ciudad las horas que faltaban hasta que abriesen las oficinas del Lloyd. Pero cuando lleg la hora fuimos a la ventanilla y compramos pasajes en el vapor para Atenas, como si fuera lo ms natural, sin hacer caso de las presuntas dificultades y aun sin comunicarnos entre nosotros las razones de nuestra decisin. Y sin embargo, era bien raro ese comportamiento. Ms tarde reconocimos que habamos aceptado enseguida y de la mejor gana la propuesta de ir a Atenas en vez de a Corf. Por qu hasta que abrieron la ventanilla nos asedi el mal humor e imaginbamos slo impedimentos y dificultades?

La tarde de nuestra llegada, estaba yo sobre la Acrpolis y abarcaba con mi vista el paisaje cuando de pronto me acudi este asombroso pensamiento: Entonces todo esto existe efectivamente tal como lo aprendimos en la escuela?!. Descrito con mayor exactitud: la persona que formul la proferencia se separ, de manera ms notable y tajante que de ordinario, de otra que percibi esa proferencia, y ambas se asombraron, si bien no de lo mismo. Una se comport como si bajo la impresin de una observacin indubitable se viera obligada a creer en algo cuya realidad lepareca hasta entonces incierta. Con leve exageracin: es como si alguien, paseando en Escocia por el Loch Ness, viera de pronto escurrindose en tierra el cuerpo del tan mentado monstruo y se encontrara forzado a admitir: Entonces existe efectivamente esa Serpiente del Lago en que yo no crea! . Ahora bien, la otra persona se asombr, y con derecho, pues nunca haba sabido que alguna vez se hubiera dudado de la existencia real de Atenas, de la Acrpolis y de ese paisaje. Ms bien esperaba una proferencia de arrobamiento y exaltacin.

Se tender a creer que insistiendo en ese extrao pensamiento que me acudi sobre la Acrpolis slo me propongo indicar que es por entero diferente ver algo con los propios ojos a conocerlo por la lectura o de odas. Pero sera una manera harto rara de presentar una trivialidad sin inters. 0 podra ensayarse la tesis de que siendo alumno secundario uno crea estar convencido de la realidad de la ciudad de Atenas y su historia, pero a raz de esa ocurrencia en la misma Acrpolis uno se entera, justamente, de que en esa poca no haba credo en ello en lo inconciente; y slo ahora -se agregara- uno adquiere un convencimiento que llega hasta lo inconciente tambin. Semejante explicacin suena muy profunda, pero es ms fcil de formular que de probar, y adems es muy cuestionable desde el punto de vista terico. No; opino que los dos fenmenos, la desazn en Trieste y la ocurrencia en la Acrpolis, se encuentran en ntima copertenencia. El primero se comprende con mayor facilidad, y acaso nos ayude a explicar el otro.

Me percato de que la vivencia en Trieste no es sino la expresin de una incredulidad: Que podremos ver Atenas? Pero si no es posible: hay demasiadas dificultades. Y la desazn concomitante corresponde entonces a la pena de que no sea posible. Habra sido tan hermoso! Y ahora uno cae: es uno de esos casos de too good to be true {demasiado bueno para ser verdad}, que tan frecuentemente nos suceden. Un caso de esa incredulidad que suele darse cuando uno es sorprendido por una noticia feliz: ya sea que se sac la lotera o gan un premio, o, tratndose de una muchacha, que el hombre a quien ella ama en secreto se ha presentado como festejante ante sus padres, etc.

La comprobacin de un fenmeno hace surgir enseguida, desde luego, la pregunta por su causacin. Una incredulidad as es, evidentemente, un intento de desautorizar un fragmento de la realidad objetiva, pero en l hay algo de extrao. No nos asombrara que un intento as fuera dirigido contra un fragmento de realidad que amenaza producir displacer; nuestro mecanismo psquico est, por as decir, montado para ello. Pero, por qu tal incredulidad respecto de algo que, por el contrario, promete elevado placer? Una conducta realmente paradjica! Ahora bien, recuerdo que ya una vez me ocup del caso, similar, de aquellas personas que, segn yo lo expres, fracasan cuando triunfan [Seccin II de Algunos tipos de carcter dilucidados por el trabajo psicoanaltico (1916d).]. De ordinario uno suele enfermar a raz de la frustracin, el incumplimiento de una de las necesidades o uno de los deseos vitales; empero, en estas personas es a la inversa: enferman, y hasta llegan a perecer, porque se les ha cumplido un deseo de intensidad avasalladora. Pero la relacin de oposicin entre esas dos situaciones no es tan grande como parece al comienzo. En ese caso paradjico ocurre simplemente que una frustracin interna remplaza a la externa. Uno no se permite la dicha; la frustracin {denegacin} interna ordena aferrarse a la externa. Pero por qu? Porque -es la respuesta vlida para una serie de casos- uno no puede esperar del destino algo tan bueno. Vale decir, de nuevo el too good to be true, la exteriorizacin de un pesimismo del cual, al parecer, muchos de nosotros albergamos en nuestro interior una buena dosis. En otros casos ocurre en un todo como en el de quienes fracasan con el triunfo, hay un sentimiento de culpa o de inferioridad que puede traducirse as: No soy digno de semejante dicha, no la merezco. Ahora bien, esas dos motivaciones son en el fondo la misma, una no es sino una proyeccin de la otra. En efecto, como sabemos desde hace mucho, el destino del que uno espera un trato tan malo es una materializacin de nuestra conciencia moral, del severo supery dentro de nosotros en que se ha precipitado la instancia castigadora de nuestra niez [Cf. El malestar en la cultura (1930a), AE, 21, pg. 122.].

Creo que con esto quedara explicado nuestro comportamiento en Trieste. No podamos creer que nos fuera deparado el jbilo de ver Atenas. El hecho de que el fragmento de realidad que queramos desautorizar fuera al comienzo slo una posibilidad determin las peculiaridades de nuestra reaccin de entonces. Cuando luego, ya sobre la Acrpolis, la posibilidad se hubo convertido en efectiva realidad, aquella misma incredulidad hall una expresin modificada pero mucho ms ntida. Sin desfiguracin, su texto habra podido ser este: Realmente jams hubiera credo que me fuese dado alguna vez ver Atenas con mis propios ojos como ahora ocurre sin ninguna duda! . Si recuerdo la ardiente aoranza que me dominaba en mis aos de estudiante secundario, y aun despus, por viajar y ver mundo, y cun tarde empec a trasponerla en cumplimiento, no me asombra ese efecto retardado {Nachwirkung} en la Acrpolis; tena yo entonces cuarenta y ocho aos. No le pregunt a mi hermano, ms joven, si senta algo parecido. Hubo algo de recelo en toda esa vivencia, que ya en Trieste nos haba estorbado intercambiar ideas.

Pero si he colegido rectamente el sentido de mi ocurrencia en la Acrpolis, y es que expresa mi jubiloso asombro por hallarme de hecho en ese lugar, se plantea otra pregunta: Por qu ese sentido ha experimentado en la ocurrencia un disfraz tan desfigurado y desfigurante?

El contenido esencial del pensamiento se conserv sin duda en la desfiguracin; es una incredulidad: Segn el. testimonio de mis sentidos, estoy ahora de pie sobre la Acrpolis; sin embargo, no puedo creerlo. Pues bien, esta incredulidad, esta duda en un fragmento de la realidad, es desplazada en la proferencia de dos maneras: primero, se la remite al pasado y, segundo, se la traslada de mi presencia en la Acrpolis a la existencia de la Acrpolis misma. As se produce algo que equivale a aseverar que alguna vez he dudado de la existencia real de la Acrpolis, cosa que empero mi recuerdo desautoriza por incorrecta, y aun por imposible.

Esas dos desfiguraciones implican sendos problemas independientes entre s. Puede intentarse penetrar ms a fondo en el proceso de trasposicin. Sin indicar con ms detalle el modo en que lo consigo, tomar como punto de partida el siguiente: lo originario tuvo que haber sido una sensacin de que en la situacin de entonces se registraba algo increble e irreal. Esa situacin incluye a mi persona, la Acrpolis y mi percepcin de ella. No s dnde situar esa duda, es evidente que no puedo dudar de mis percepciones sensoriales de la Acrpolis. Pero me acuerdo de que en el pasado he dudado de algo que tena que ver con ese sitio, y as hallo el expediente de hacer remontar la duda al pasado. Pero de ese modo la duda cambia su contenido. No recuerdo simplemente que en aos anteriores dud de llegar a ver alguna vez la Acrpolis, sino que asevero que en ese tiempo no cre en la realidad misma de la Acrpolis. Y justamente de ese resultado de la desfiguracin infiero que la situacin presente sobre la Acrpolis ha contenido un elemento de duda en la realidad objetiva. En verdad, no he conseguido hasta ahora aclarar la secuencia, y por eso dir sucintamente, a modo de conclusin, que toda esa situacin psquica de apariencia confusa y difcil de exponer se resuelve de manera fluida mediante el supuesto de que sobre la Acrpolis yo tuve -o pude tener- por un lapso este sentimiento: Lo que veo ah no es efectivamente real. Se llama a esto un sentimiento de enajenacin {Entfremdungsgefhl}. Intent defenderme de l, y lo consegu a costa de un enunciado falso acerca del pasado.

Estas enajenaciones son unos fenmenos muy asombrosos, mal comprendidos todava. Se las describe como sensaciones, pero es evidente que se trata de procesos complejos, anudados a determinados contenidos y conectados con decisiones acerca de estos ltimos. Muy frecuentes en ciertas enfermedades psquicas, tampoco son desconocidos para el hombre normal, al modo de las ocasionales alucinaciones de las personas sanas. Sin embargo, no dejan de ser unas operaciones fallidas de construccin anormal como los sueos, y las consideramos paradigmas de perturbacin anmica sin tener en cuenta su regular aparicin en los sanos. Se las observa en dos formas: o bien es un fragmento de la realidad el que nos aparece ajeno {fremd} o bien lo es uno del yo propio. En este ltimo caso se habla de despersonalizacin; enajenaciones y despersonalizaciones se copertenecen ntimamente. Hay otros fenmenos en que cabe discernir, por as decirlo, sus contrapartidas positivas: la llamada fausse reconnaissance, lo dj vu, dj racont [Estos fenmenos fueron examinados con algn detalle por Freud en dos oportunidades: en Psicopatologa de la vida cotidiana (1901b), AE, 6, pgs. 257 y sigs., y en Acerca del fausse reconnaissance ("dja racont") en el curso del trabajo psicoanaltico (1914a). Vase tambin la referencia al velo en el caso del Hombre de los Lobos (1918b), AE, 17, pgs. 69 y 91 y sigs.], espejismos en que queremos suponer algo como perteneciente a nuestro yo, del mismo modo que en las enajenaciones nos empeamos en excluir algo de nosotros. Un intento de explicacin apsicolgica, mstico-ingenua, pretende aducir el fenmeno de lo dj vu como prueba de existencias anteriores de nuestro yo anmico. Desde la despersonalizacin, hay un camino que lleva hasta la double conscience, en extremo asombrosa, que sera ms correcto llamar escisin de la personalidad {Persnlichkeitsspaltung}. Todo esto es an tan oscuro, tan poco dominado por la ciencia, que me veo obligado a prohibirme seguir elucidndolo ante usted.

Para mi propsito me bastar retomar dos caracteres universales de los fenmenos de enajenacin. El primero es que todos sirven a la defensa, quieren mantener algo alejado del yo, desmentirlo. Ahora bien, de dos lados acuden al yo elementos que pueden reclamar la defensa: del mundo exterior objetivo {real} y del mundo interior de los pensamientos y mociones que afloran en el yo. Acaso esta alternativa recubra el distingo entre las enajenaciones propiamente dichas y las despersonalizaciones. Existe una abundancia extraordinaria de mtodos -mecanismos, decimos- de los que nuestro yo se vale para dar trmite a sus tareas defensivas. Alguien allegado a m est redactando un trabajo que se ocupa del estudio de esos mtodos de defensa: mi hija, la analista de nios, est escribiendo justamente un libro sobre ese tema [Anna Freud (1936).]. Del ms primitivo y radical de esos mtodos, la represin (esfuerzo de desalojo), parti nuestra profundizacin en la psicopatologa. Entre la represin y la defensa (que debe llamarse normal) frente a lo penoso insoportable mediante admisin, reflexin, juicio y accin acorde a fines, se extiende toda una serie de modos de comportamiento del yo, de carcter patolgico ms o menos ntido. Me es lcito detenerme a considerar un caso lmite de este tipo de defensa? Usted conoce el famoso romance-lamento de los moros espaoles, Ay de mi Alhambra!, que refiere el modo en que el rey Boabdil {Ultimo rey moro de Granada, en el siglo XV.} tom la noticia de la cada de esa ciudad. Vislumbra que esa prdida significa el fin de su reinado. Pero no quiere tenerlo por cierto {wakr haben}, resuelve tratar la noticia como non arriv [Freud us esta misma frase para describir el proceso defensivo en su primer trabajo sobre las neuropsicosis de defensa (1894a), AE, 3, pg. 50, y en Inhibicin, sntoma y angustia (1926d), AE, 20, pg. 115.]. Los versos dicen:

Cartas le fueron venidas

de que Alhambra era ganada.

Las cartas ech en el fuego

y al mensajero matara. {En castellano en el original.}

Se colige fcilmente que en esta conducta del rey cooper la necesidad de salir al paso de su sentimiento de impotencia. Quemando las cartas y matando al mensajero procura mostrar todava la plenitud de su poder.

En cuanto al otro carcter universal de las enajenaciones, su dependencia del pasado, del tesoro mnmico del yo y de vivencias penosas anteriores que desde entonces pudieron caer bajo la represin, no lo admitir usted sin objecin. Pero justamente mi vivencia en la Acrpolis, que en efecto parte de una perturbacin del recuerdo, de una falsificacin del pasado, nos ayuda a demostrar ese influjo. No es cierto que en mis aos de estudiante secundario dudara yo alguna vez de la existencia real de Atenas. Slo dud de que pudiera llegar a ver Atenas. Viajar tan lejos, llegar tan lejos, me pareca fuera de toda posibilidad. Esto se relaciona con la estrechez y la pobreza de nuestros medios de vida en mi juventud. La aoranza de viajar tambin expresaba sin duda el deseo de escapar a esa situacin oprimente, deseo similar al que a tantos adolescentes esfuerza a largarse de su casa. Desde mucho tiempo atrs tena en claro que buena parte del gusto por los viajes consiste en el cumplimiento de esos deseos tempranos, vale decir, tiene su raz en el descontento con el hogar y la familia. Cuando uno ve por vez primera el mar, atraviesa el ocano, vivencia como unas realidades ciudades y pases que durante tanto tiempo fueron quimeras lejanas e inalcanzables, uno se siente como un hroe que ha llevado a trmino grandes e incalculables hazaas. En aquel momento, sobre la Acrpolis, pude preguntar a m hermano: Recuerdas cmo en nuestra juventud hacamos da tras da el mismo camino, desde la calle ... hasta la escuela, y despus, cada domingo, bamos siempre al Prater {Clebre parque en las afueras de Viena.} o emprendamos una de las archisabidas excursiones al campo? Y ahora estamos en Atenas, de pie sobre la Acrpolis! Realmente hemos llegado lejos!. Y si fuera lcito comparar algo tan pequeo con algo grande, no se dirigi el primer Napolen, cuando lo coronaban emperador en Notre-Dame a uno de sus hermanos -debe de haber sido al mayor, Jos-, exclamando: Qu dira nuestro padre si pudiera estar presente! [Suele decirse que Napolen expres lo que se consigna a continuacin al ser consagrado con la Corona de Hierro de Lombarda, en Miln.].

Pero aqu nos cae en las manos la solucin de un pequeo problema, el de saber por qu nos estropeamos ya en Trieste el contento por el viaje a Atenas. Tiene que haber sido porque en la satisfaccin por haber llegado tan lejos se mezclaba un sentimiento de culpa; hay ah algo injusto, prohibido de antiguo. Se relaciona con la crtica infantil al padre, con el menosprecio que relev a la sobrestimacin de su persona en la primera infancia. Parece como si lo esencial en el xito fuera haber llegado ms lejos que el padre, y como s continuara prohibido querer sobrepasar al padre.

A esta motivacin universalmente vlida se agrega todava en nuestro caso el factor particular, a saber, que en el tema Atenas y Acrpolis, en s y por s, est contenida una referencia a la superioridad de los hijos. Nuestro padre haba sido comerciante, no haba ido a la escuela secundaria, Atenas no poda significar gran cosa para l. Lo que nos empaaba el goce del viaje a Atenas era entonces una mocin de piedad. Y ahora ya no le asombrar a usted que el recuerdo de la vivencia en la Acrpolis me frecuentara desde que, anciano yo mismo, me he vuelto menesteroso de indulgencia y ya no puedo viajar.

Lo saluda a usted cordialmente suyo,

Sigmund Freud

Enero de 1936