Felipe Lopez

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Semana puede ser el medio que más escándalos polí- ticos ha publicado en los últimos 30 años en Calom- bia. Pero a Felipe López, el dueño, nadie lo reconoce en la calle. El señor maneja una revista que se gana enemigos cada semana, pero siempre pasa desaper- cibido. Puede pasar por tres restaurantes distintos en una misma tarde, y nadie sabe que fue él, con Sema- na, quien casi manda a la cárcel a Ernesto Samper. En septiembre de 1995 Felipe López estaba en Lon- dres cuando Jorge Lesmes, un reportero de Semana, consiguió el audio de la conversación entre el pre- sidente Ernesto Samper y la esposa de un narcotra- ficante, Elizabeth Montoya de Sarria, más conocida como la “Monita retrechera”. Era un diálogo amisto- so, en la que ella le ofrecía un anillo a Samper para que le regalara a su esposa. Lo que parecía una charla personal, en el contexto del proceso que investigaba la financiación de la mafia de la campaña de Samper era una revelación histórica. Cuando viaja, Felipe López no sale del hotel hasta el almuerzo. Ve televisión, oye radio, lee revistas, habla por teléfono. Su cuarto parece una sala de redacción, con platos de comida y periódicos en el piso. Al oir la conversación de Samper con la Monita, López no quería publicarlo. Era una conversación personal. Caminaba de un lado al otro del cuarto. Hablaba una y otra vez con Mauricio Vargas, el director de la revista. La redacción quería publicarlo. Felipe no. El viernes, día del cierre, Vargas, Lesmes y los demás periodistas de la redacción le presentaron sus cartas de renuncia. Aplazaron el cierre para el sábado. To- dos estaban resignados. Una de las tantas mujeres que le hablaba al oído a Felipe López era María Elvira Samper, la “Mona”. Ella le dijo “publique, Felipe, esto está muy enredado y no es la hora para que usted venga a proteger a Samper”. Lo convenció y cerraron la revista el sábado por la mañana, con una foto de Samper y un título que se La revista funcionaba austeramente en una casa en la calle 85. Felipe López: el dueño de Semana Por: Daniel Pardo - www.kienyke.com

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Semana Felipe Lopez

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Semana puede ser el medio que más escándalos polí-ticos ha publicado en los últimos 30 años en Calom-bia. Pero a Felipe López, el dueño, nadie lo reconoce en la calle. El señor maneja una revista que se gana enemigos cada semana, pero siempre pasa desaper-cibido. Puede pasar por tres restaurantes distintos en una misma tarde, y nadie sabe que fue él, con Sema-na, quien casi manda a la cárcel a Ernesto Samper.

En septiembre de 1995 Felipe López estaba en Lon-dres cuando Jorge Lesmes, un reportero de Semana, consiguió el audio de la conversación entre el pre-sidente Ernesto Samper y la esposa de un narcotra-ficante, Elizabeth Montoya de Sarria, más conocida como la “Monita retrechera”. Era un diálogo amisto-so, en la que ella le ofrecía un anillo a Samper para que le regalara a su esposa. Lo que parecía una charla personal, en el contexto del proceso que investigaba la financiación de la mafia de la campaña de Samper era una revelación histórica.

Cuando viaja, Felipe López no sale del hotel hasta el almuerzo. Ve televisión, oye radio, lee revistas, habla por teléfono. Su cuarto parece una sala de redacción, con platos de comida y periódicos en el piso. Al oir la conversación de Samper con la Monita, López no quería publicarlo. Era una conversación personal. Caminaba de un lado al otro del cuarto. Hablaba una y otra vez con Mauricio Vargas, el director de la revista. La redacción quería publicarlo. Felipe no. El viernes, día del cierre, Vargas, Lesmes y los demás periodistas de la redacción le presentaron sus cartas de renuncia. Aplazaron el cierre para el sábado. To-dos estaban resignados.

Una de las tantas mujeres que le hablaba al oído a Felipe López era María Elvira Samper, la “Mona”. Ella le dijo “publique, Felipe, esto está muy enredado y no es la hora para que usted venga a proteger a Samper”. Lo convenció y cerraron la revista el sábado por la mañana, con una foto de Samper y un título que se

La revista funcionaba austeramente en una casa en la calle 85.

Felipe López: el dueño de SemanaPor: Daniel Pardo - www.kienyke.com

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preguntaba “¿Debe renunciar Ernesto Samper?”. Pero el domingo capturaron a Miguel Rodríguez Orejue-la y no podían salir con una portada que pedía la renuncia de Samper. Al final, la portada tituló “Entre el cielo y el infierno”.

El cubrimiento del proceso 8000, según Felipe López, fue el momento de mayor influencia de la revista. Lo denunciaron todo, sin escrúpulos. Y, sin embargo, López logró no pelearse con Samper. Era el propie-tario del Noticiero de las 7 y tenía de directora a una samperista, Cecilia Orozco. Así, se dice, equilibraba las cargas y se quitaba la etiqueta de anti samperista. Una vez invitó a Julio Sánchez Cristo y a Samper a almorzar, para que hicieran las paces. Julio, más que Felipe, se había destacado como crítico de Samper. El ex presidente le dijo a Felipe “usted ha sido muy duro”, y él respondió: “qué va: el verdadero hijueputa es éste (Julio), que lo hizo por convicción. Yo lo hice por plata”.

Semana ha tumbado ministros, y la gente no sabe quién es Felipe López. Se convirtió en una de las per-sonalidades de mayor influencia en Colombia –un país donde los medios son, acá sí, el cuarto poder– sin hacer bulla, calladito.

¿Cómo lo hizo? Primero, ¿cómo logró armar una revista que es el punto de referencia de la opinión pública sin hacer escándalo? Segundo, ¿cuáles son los detalles de su desigual historia como medio de comunicación? Y tercero, ¿cuáles fueron las historias que dispararon a Semana?

En la historia del periodismo en Colombia hay un antes y un después de Semana porque, en efecto, an-tes de mayo de 1982 no existía algo semejante. Desde que aparecieron los periódicos, a finales del siglo XVIII, hasta finales del siglo XX, la prensa nacional era una extensión de los partidos políticos.

Semana tiene dos antecedentes. Alberto Lleras Ca-margo, que justo después de salir de su primera pre-sidencia, en 1946, fundó Semana, una revista política con ideas liberales con influencias del periodismo

internacional que hacía crónicas y escribía con agi-lidad. Pero era un satélite del Partido Liberal, y duró hasta 1961. El otro antecedente fue Alternativa, un semanario de izquierda de Enrique Santos y Gabriel García Márquez. Otra vez: si bien escribían crónicas, con pluma y narrativa, la revista era política, porque tenía una agenda y una posición premeditada. Sema-na no.

La revista Alternativa dirigida por Enrique Santos Calderón le sirvió de inspiración a López Caballero.

En 1982 Felipe López tenía 35 años. Había vivido fuera del país la mayor parte de su vida. Regresó influenciado por una obsesiva lectura de revistas y periodismo anglosajón. Una entrevista con su amiga y colega María Isabel Rueda en el libro Casi toda la verdad, narra que cuando decidió fundar una revista, pensó que el nombre Semana tenía una recorda-ción favorable por el prestigio que se había ganado cuando la dirigió Alberto Lleras. Felipe logró, “con una carta toda sapa”, que Alberto Zalamea, el último director de Semana, le cediera el nombre. Rueda habló con Enrique Santos, quien le contó que López

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le había dicho que pensaba hacer una revista similar a Alternativa, porque era consciente del éxito del modelo periodístico, a pesar de sus errores. Santos le dio pistas sobre la distribución, la publicidad y las presiones políticas.

López le compró los escritorios y las máquinas de escribir a Alternativa –también se llevó a la gerente, Rosa Dalia Velásquez, y a un fotógrafo, Lope Medi-na– y con eso empezó a gestar la primera publicación de periodismo independiente en la historia del país. Según María Elvira Bonilla, quien formó parte del primer equipo de reporteros de Semana, López tenía en mente una versión de Newsweek y Plinio Apule-yo Mendoza, el editor que vino desde Francia, para montarla, una versión de Le Point. Era una mezcla de política, entretenimiento y poder, con un lenguaje agradable y reportería seria. La primera sede fue en unas oficinas prestadas en el Edificio Pedro A. López, donde el abuelo de Felipe había fundando el Banco López a principios del siglo pasado, en la Avenida Jiménez.

Todo esto ocurrió en medio de la campaña presiden-cial de 1982, en la que Alfonso López Michelsen, el papá de Felipe, era el candidato por el Partido Libe-ral, enfrentado a Belisario Betancur, del conservador. Si ganaba, el proyecto de la revista se caía, porque se perdía la independencia. Pero Felipe estaba conven-cido de que su papá no iba a ganar. Y no ganó. Sin embargo, Felipe –y esto demuestra la astucia con la que trabaja– sí usó la candidatura y la eventual vic-toria de su padre para montar la revista. “Vendió la primera pauta con la expectativa de la victoria”, dice María Elvira Bonilla. Algunos anunciantes pagaron paquetes de publicidad por más de seis meses. Según Héctor Rincón, otro de los primeros reporteros de la revista, el apellido López Caballero le sirvió para lograr un crédito en el Banco Popular. López también intentó que Jaime Michelsen le diera 10 millones de pesos, pero el presidente del Grupo Grancolombiano

se negó. Los 19 inversionistas que consiguió, y que aportaron un millón de pesos por cabeza, eran ami-gos de la familia, y no podían negar su participación como accionistas, frente a la posibilidad de tener un amigo en la presidencia.

La primera revista Semana salió el lunes 12 de mayo de 1982 y en ella apareció un artículo sobre López Michelsen titulado López: banderas rojas y palo-mas blancas. Es un elogio al nuevo tono que había adoptado el ex presidente en su campaña, con el que criticaba la intervención del partido venezolano Co-pei en la campaña y sentenciaba que su prioridad era la paz. La portada de la edición era un análisis sobre el terrorismo y en sus páginas –impresas en papel periódico a dos tintas: negro para los textos y rojo para los cabezotes– se encuentra un artículo analítico sobre Galán, el contrincante de López; una columna económica de Juan Manuel Santos; un análisis de la campaña; entrevistas con el candidato Belisario Bentacourt y con el ex presidente venezolano Carlos Andrés Pérez; artículos sobre Gloria Zea y el mundial de fútbol del 86, que iba a ser en Colombia y era uno de los puntos clave de la campaña. La primera revista Semana ya era la Semana que conocemos, la de siem-pre, la misma que leímos la semana pasada.

Semana circuló con esta portada en mayo de 1982 . Felipe López tenia 36 años.

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Pilar Castaño, la primera esposa de Felipe López, me citó el pasado diciembre en el edificio de la HJCK, la emisora de su familia, en la calle 85. De tacones altos y con unas gafas oscuras de marco amarillo que nunca se quitó, preguntó “¿Dónde está la Vanity Fair?”. Nadie sabía, pero todos buscaban. La Vogue, que estaba ahí, no le servía: quería la Vanity Fair. Esperé media hora, y al final hicimos una entrevista a las carreras en su camioneta.

Castaño y López se conocieron en Europa en 1972. Ella vivía en París y él en Londres, donde trabajaba en la Federación de Cafeteros, en el mismo puesto que tuvo Juan Manuel Santos. La cédula de Pilar hoy en día dice “de López”, porque se casaron cuando ella apenas tenía veinte años. Regresaron de Europa en 1974, porque Felipe López entró a trabajar en el go-bierno de su papá como secretario privado en 1976. Después montaron una productora de cine, Casa-blanca, con la que hicieron películas como el Niño y el Papa, y de la que María Emma Mejía fue gerente, cuando llegó de estudiar cine en Londres. Pilar y Felipe se separaron en 1987.

Pilar y su mamá, Gloria Valencia de Castaño, ven-dían en los primeros años la pauta de Semana. Iban de empresa en empresa, enviadas por Felipe, para conseguir anunciantes. Y Pilar también lo confirma: el apellido y la campaña presidencial ayudaron a vender.

La historia de Semana como empresa es una historia de éxito. A pesar de que se originó en medio de la élite acomodada de la capital, Semana no nació rica. Sólo siete años más tarde Felipe López pudo com-prarles las acciones a los 19 socios. “Una cosa es verlo ahora, que está cómodo en su asiento de cuero, y verlo cuando pasábamos necesidades haciendo la re-vista, con botellón de Coca-Cola y empanadas frías”, recuerda Héctor Rincón. Felipe se lo dice a Rueda en su libro: “Pensaba más en la influencia que en la plata. Sin embargo, como el periodismo estaba tan politizado en ese momento, la independencia acabó traduciéndose en un éxito comercial”.

Los números no son su fuerte, y por eso siempre se ha sabido rodear bien en ese frente. Rosa Dalia Velásquez fue un fichaje clave. “Le administraba una pobreza con ínfulas de riqueza”, dice Rincón. Felipe López empezó a organizarse y usó, una vez más, su creatividad para vender: se inventó formas de captar suscriptores sin precedentes, como regalar radio-grabadoras, lámparas Coleman durante el apagón o despertadores; premios por suscribirse que quizá le salían más caros a corto plazo, pero aseguraban un suscriptor y llamaban la atención de los anunciantes. Y consiguió la fórmula de éxito: relevancia periodís-tica y habilidad económica.

Pilar Castaño, entonces esposa de Felipe López estaba encargaba de la venta de publicidad.

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Después de que López Michelsen perdió las eleccio-nes, la revista se instaló en la casa de la campaña, en la calle 85. Publicaciones Semana, que en un princi-pio fue Caribe S.A., creció mucho durante los años ochenta y noventa. Según Mauricio Vargas, Felipe López los sabía consentir muy bien, a pesar de que pagaba mal: los invitaba a restaurantes –al Unicor-nio, a Don blas, a Casa vieja– y hacía canjes con anunciantes para llevarlos de vacaciones a Cartagena. Después de la casa en la calle 85 se pasaron a una en el Parque de la 93, donde está hoy Pepe Ganga. Luego construyeron su propia sede, donde están hace 16 años en un edificio de ladrillo vecinos del Parque de la 93.

Si Publicaciones Semana creció durante los ochen-ta y noventa, en el siglo XXI se disparó. Antes de la llegada de Alejandro Santos, la empresa no se había consolidado como Casa Editorial. Hoy tienen siete revistas –entre ellas SoHo, una revista que genera más de mil millones de pesos en publicidad por edición– y 17 proyectos de revistas y publicaciones de empresas o patrocinadas. Publicaciones Semana puede generar hasta 80 mil millones de pesos en ventas al año.

La clave del éxito de Semana está en una palabra: independencia. Cecilia Orozco, que fue empleada y es amiga de Felipe, dice que “a él le encantaría tener una revista gobiernista, con agenda política; pero él

sabe que la independencia es lo que da plata, y que por eso la tiene que mantener”. Semana, no obstante, nunca dejó de ser un bastión de periodismo de de-nuncia, crítico, riguroso. “Felipe ha logrado todo esto haciéndose el güevón”, dice Héctor Rincón.

Durante la producción de Los elegidos, una película de 1984 que fue co-producida por rusos ‒y en la que Heriberto Fiorillo representó a Felipe‒, le entró un dolor en el oído izquierdo. Estaba en San Petesburgo, viajó a Madrid y fue operado en California de un tumor. Perdió el oído izquierdo.

“Usa su sordera para hacerse el que no oye”, afirma Rincón. “Felipe se jacta de que no lee la revista para no quedar comprometido”, dice Antonio Caballero, y agrega: “puede tener reparos para publicar cosas, pero sabe que si algo es verdad y creíble, lo tiene que publicar, porque si no lo hace él, lo publican otros, y eso es malo para Semana”. Pilar Calderón, quien formó parte del equipo de Mauricio Vargas, va más allá: “Se la juega por unos periodistas que usa de fachada. Mauricio Vargas fue con el 8.000, Alejandro lo fue con los escándalos de Uribe”. También se hace el democrático: le pregunta hasta a la empleada qué portada le parece mejor, pero sabe, desde el princi-pio, qué va a decidir. La habilidad de Felipe López para ser el dueño, presidente y jefe de una revista que se gana enemigos cada semana no tiene límites.

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“¿Por qué tienen tanto éxito las revistas de opinión en Colombia?”, le preguntó María Isabel Rueda. Y él contestó: “porque Colombia genera más noticias que cualquier país. El éxito de las publicaciones depen-de de qué sucede. En Colombia siempre estamos en transición de una guerra a otra y de un escándalo a otro”. Si así es la historia de Colombia, una sucesión de escándalos y tragedias, lo mismo pasa con la his-toria de la revista Semana: una sucesión de éxitos.

Según Felipe, el artículo más influyente de Semana en los acontecimientos del país fue la chiva de la ejecución de los Galeano y los Moncada por parte de Pablo Escobar en la cancha de fútbol de la Catedral. El artículo demostró que la prisión era un centro de operaciones de Escobar, un palacio donde el narco realizaba torturas atroces y administraba su negocio de cocaína.

Pablo Escobar es uno de los capítulos más importan-tes en la historia de Semana y Felipe López. Tanto así que el capo apareció en la portada cuando era un desconocido, bajo el título de “El Robin Hood paisa”.

Nunca se comprobó si la campaña en 1982 de López Michelsen recibió 25 millones de pesos del narco-tráfico, recibidos al parecer por el joven Ernesto Samper. Es sabido, sin embargo, que el ex presidente, ya después de perder las elecciones y por petición del presidente Betancourt, se reunió en el 84 con los capos en Panamá, en medio de la guerra entre el gobierno y el Cartel por la extradición. Fue Santia-go Londoño White, un empresario paisa hermano de Diego Londoño, muy cercano a Escobar, quien contactó a Felipe López para la reunión de Panamá. A pesar de que López Michelsen recibió el aval del gobierno, en el momento en que se filtró la noticia de la reunión lo dejó solo. El episodio fue, sin duda, uno de los capítulos más controvertidos de la vida políti-ca del ex presidente López, porque dejó la sensación de una cercanía con los narcotraficantes mayor de lo real.

Los momentos críticos del país siempre han sido por-tada de Semana.

Semana es la publicación que más páginas le ha dedicado a los cabecillas de los carteles de la droga. Héctor Rincón dice que “Semana se lucró del narco-tráfico, periodísticamente hablando, porque volvió paradigmático al narcotraficante”. Felipe heredó la relación con Santiago Londoño White quien se con-virtió en una fuente de información sobre el cartel de Medellin. y eso le sirvió para estar enterado de qué pasaba. “Al ser un fanático de las historias sobre el poder, el éxito y la plata”, comenta Cecilia Orozco, “era inevitable que Felipe no fuera un experto en narcotráfico”.

Virginia Vallejo, la amante de Pablo Escobar, dice en su libro que Felipe López la cortejó después de sepa-rarse de Pilar Castaño, y le dijo que las cosas que se escribieran en Semana en contra de ella y Escobar no estaban en sus manos, sino de los periodistas. “López es un hombre alto, bello y de facciones sefarditas… Aunque afable y tímido en apariencia, Felipe es un hombre de hielo que nunca ha podido entender por qué él, tan poderoso, elegante y ‘presidencial’, no pue-

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de inspirarme el amor que siento por Escobar”, dice Vallejo. Según una fuente cercana a Felipe, el día que salió el libro de Virginia Vallejo él se lo devoró en dos horas y su veredicto, muy a su estilo, fue tajante: “es la mejor novela de ficción que he leído en mi vida”.

Vallejo también cuenta que a partir del “generoso” calificativo de “El Robin Hood paisa”, Pablo Escobar empezó a construir su leyenda. Amigo o enemigo de los narcos, qué importa, Felipe López y Semana fueron los grandes denunciantes y críticos de los narcotraficantes durante los ochenta. Y ahí están las pruebas.

107 personas murieron el día que un avión de

Avianca cayó despedazo sobre Soacha la mañana del lunes 27 de noviembre de 1989. El viernes Semana tenía dos hipótesis documentadas pero no muy con-tundentes: que había sido un atentado terrorista o un daño mecánico del avión. Se fueron por la segunda y el lunes siguiente, Augusto López, vicepresidente de la junta directiva de Avianca, reveló que había sido una bomba instalada por el Cartel de Medellín. Semana quedó en ridículo y Julio Mario Santo Do-mingo, dueño de Avianca, se enfureció. Esto, ade-

más, después de una portada sobre Dinastía, la serie de televisión sobre el despiadado empresario Blake Carrington, en la que Semana comparó al petrolero estadounidense con Santo Domingo.

73 de los 158 pasajeros a bordo de un vuelo de Avianca murieron cuando el avión cayó sobre Cove Neck, un pueblo a 24 kilómetros del aeropuerto de Nueva York, el 25 de enero de 1990. Semana publicó un informe en el que detallaban que el accidente era culpa de los pilotos de Avianca. Y en junio del 90, Semana sacó un artículo sobre una millonaria multa que la Superintendencia de Control de Cambios le puso a Santo Domingo por la venta del 46 por cien-to de Bancoquia a Jaime Mosquera Castro. Decía el informe que Santo Domingo había sido desvinculado de la investigación gracias a presiones del Ministro de Hacienda, Luis Fernando Alarcón.

Estas cuatro historias seguidas dejaban mal para-do a Santo Domingo. Pero eso no fue motivo para que Felipe dejara de publicar un confidencial que ponía al empresario, una vez más, en el foco de la controversia: su esposa, Beatrice Dávila, se ganaba cuatro mil dólares como funcionaria diplomática de Colombia ante la ONU y, gracias a ese puesto, Santo Domingo contaba con un pasaporte diplomático que le permitía evadir impuestos en Estados Unidos. Ese fue el florero de Llorente que llevó al Grupo Santo Domingo a retirar su pauta en la revista Semana, que en ese momento representaba 10% del total del país, e hiciera quemar todas las revistas que le llegaban a los aviones de Avianca por suscripción.

“Son cuentos viejos sobre los que no me interesa volver”, le dijo Felipe a María Isabel Rueda. La pelea con Santo Domingo, que también fue en parte here-dada por conflictos entre el Grupo Santo Domingo y Alfonso López papá, fue un capítulo con el que Felipe sufrió mucho. En eso coincidieron las entrevistas. Pero demuestra, y esta es la moraleja de la historia, que así a López le cueste romper con su clase social y con el poder, hay un punto en el que el periodista que hay en él es contundente: cuando hay un desafío a la verdad.

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El peluquero de Felipe López está convencido de que ha tenido el poder de decidir una portada de Sema-na. Lo mismo su empleada, su chofer y su manicuris-ta. Uno de los métodos periodísticos de Felipe López, que no se puede quedar quieto, es hacer sondeos sobre las decisiones que tiene que tomar. Llama a una docena de personas de diferentes círculos socia-les para decidir qué puertas poner en su finca, qué nuevo columnista traer a Semana o qué cuadro de arte clásico debería comprar. Es un encuestador: un hombre que lleva el periodismo en su sangre. Sin em-bargo, él sabe bien cuál es su posición sobre las cosas. Él sabe, antes de empezar el sondeo, qué decisión va a tomar. Felipe López es un indeciso con un poder enorme de decisión.

Y cuando se calmaron las aguas del proceso 8000, López estaba convencido de que traer a Isaac Lee como director era la mejor movida para rejuvene-cer su revista. Por eso, Mauricio Vargas y su equipo salieron de la redacción para darle paso a Lee con su propio equipo. Hoy en día, los allegados a Felipe que

entrevisté me confirmaron que esa rotación ha sido uno de los errores más graves de su carrera periodís-tica.Lee tenía 26 años en enero de 1997, cuando entró a la dirección de la revista Semana. Y el capítulo que protagoniza en la historia de la publicación es el que tiene que ver con la apertura económica, la llegada del Internet y la diversificación del mercado de revis-tas en Colombia. ¿Cómo es la historia de Semana en la modernidad?

Isaac Lee “es un tipo misterioso”, me dijo más de un entrevistado. Viene del corazón de la comunidad judía de Bogotá. Trabajaba en el departamento de seguridad de Bavaria el día en que Augusto López se lo llevó para que dirigiera la revista Cromos, también propiedad del Grupo Santodomingo. El niño pro-digio que venía de vivir en Israel, donde trabajaba en estrategias de seguridad, logró que Cromos, una marca estancada después de 80 años de historia, vol-viera a ser una revista de primera.

Felipe López le confió a Isaac Lee la dirección de la revista Semana.

El peor error de Felipe López

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Sobre la rotación que generó la llegada de Lee a Semana hay muchas teorías. Una nota de El Tiempo que salió en ese momento decía al final “dentro de la redacción de Semana, pudo establecer este diario, hay inquietud por el nombramiento de Lee”. Se dice que la cabeza de Mauricio Vargas, que llevaba doce años en la revista, fue el precio de un negocio entre Au-gusto López y el entonces presidente de Telecom, José Blackburn. López dice en el libro Casi toda la ver-dad que el argumento fue bajarle el tono a la revista después del 8000. Y vio, además, que las revistas que lo inspiraron en un principio, Time y Newsweek, se habían despolitizado y habían empezado a manejar más temas de salud, viajes y vida moderna. Algunos dicen –y acá, otra vez, las fuentes me pidieron no mencionar sus nombres– que Felipe llevaba ya un tiempo quejándose de que Vargas, que venía de ser ministro del gobierno de César Gaviria, había “gaviri-zado” la revista. Y también está la versión de Vargas, que se puede leer en su libro Tres tristes tigres, donde dice que lo botaron por presiones de López Michel-sen y Samper, quien se supone amenazó a Felipe con dejar al Noticiero de las 7 por fuera de una nueva licitación.

“A Felipe lo fascinan los audaces, como lo demostró con Pablo Escobar. Le gusta la gente exitosa e inteli-gente, y también le gusta que lo adulen y a punta de adular, Lee, que era un conquistador, se lo conquistó”, dice Cecilia Orozco. Según Pilar Calderón, que fue

directora del Noticiero de las 7 y es una de las gran-des amigas de López, “Lee lo convenció de que podía ser un nuevo Santo Domingo, de que podía armar un imperio.”

Isaac Lee le cambió la cara a Semana en muchos sentidos. Era un momento de auge económico, justo antes de la crisis de 1999. Felipe invirtió en el negocio de la televisión por cable y compró unas acciones en Caracol Radio. Con Lee, lanzaron las revistas SoHo, Gatopardo y Jet-Set. “Pasamos de comer en Mora Mora a comer en Hatsuhana”, le decía Felipe a Ma-ría Elvira Samper. “Es que las cosas han mejorado”, decían con ironía. Bajo la batuta de Lee se hicieron varios consejos de redacción en Miami. Semana, coinciden muchos, se desperfiló. Y un ejemplo de ello es que Sai Baba, un religioso indio del que Lee es aficionado, llegó a ser portada.

Sobre la época de Lee en Semana se especula mucho. Se dice, por ejemplo, que Augusto López convenció a Felipe de que traerlo era una forma de mejorar sus relaciones con Santo Domingo y recuperar la pauta que le habían quitado. Eso pasó, y por eso dicen que Felipe le dio una bonificación a Lee de 560 millones de pesos. También se dice que, como parte del acuer-do al devolver la pauta, Santo Domingo exigió la salida de Vargas y la entrada de Lee, porque él –Julio Mario– apoyaba a Samper.

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Otra de las grandes especulaciones que tiene que ver con Lee y el Grupo Santo Domingo es el de unas grabaciones que aparecieron después de que des-tituyeran a Carlos Pérez de la junta de Avianca en 1994. Semana publicó un artículo titulado Espionaje telefónico, en el que demostraba que Santo Domingo chuzaba a López, quien presentó cargos ante la fisca-lía. Así el artículo no mencionara a Lee, que en ese momento trabajaba para el departamento de seguri-dad de Bavaria, se pensó que él estaba involucrado, y fue por eso que, tres años después, su nombramiento como director fue una sorpresa para todos.

Hoy en día, la relación entre Felipe y María Elvira Samper no es la misma que antes. Después del cierre de QAP en 1999, ella volvió a Semana, con una figura de “pseudodirectora” que nadie, ni ella, entendió muy bien. Pero esto hizo sentir a Lee amenazado. Ella no se la llevó bien con él y su equipo, y sintió que ponían a la redacción en su contra. Hasta ahí llegó la historia de María Elvira Samper con Semana.Diez años después de su paso por Semana, Isaac Lee fue nombrado presidente de Univisión. En diciem-bre de 2010, Semana hizo un confidencial sobre este nombramiento. “¿Por qué no le hicieron un artícu-lo?”, se pregunta Héctor Rincón. “De haber sido otra persona, ¿no le habrían dado portada a semejante acontecimiento?”. Varias personas a las que consulté

me confirmaron que Felipe dice que entre Lee, Mi-guel Silva y Eduardo Michelsen –director, presidente y gerente– casi lo quiebran. Hacían gastos como viajar en Concorde a París para atender un almuer-zo con la redacción de L’Express. Y lo cierto es que SoHo no despegó hasta la llegada de Daniel Samper Ospina, en 2001, y que el proyecto de Gatopardo fue un fracaso, donde sólo para el número cero le paga-ron ocho mil dólares a Sebastiao Salgado, el mejor fotoreportero del mundo, por reproducir un trabajo previo suyo en la frontera de México y Estados Uni-dos.

Otra interpretación sobre la llegada de Lee a Semana tiene que ver con la venta de la revista. Se dice que Felipe López estaba convencido de que Lee le iba a ayudar a venderla, y que a eso se debió la compra de 25% de la revista por parte un grupo barranquillero de empresarios judíos, el grupo Sanford, que pagó la deuda de Semana en ese momento. Según Alejandro Santos, Felipe puede tener caprichos y puede meditar la posibilidad de vender su revista. Sin embargo, dice José Gabriel Ortiz, “sólo si le llega un petrolero árabe con mucha plata la vende”.

El “Proyecto Manhattan” fue lo más cerca que estu-vo de venderla. Era una propuesta de sus antiguos colegas –Roberto Pombo, María Elvira Samper, Pilar

Luego de su salida de Semana, Mauricio Vargas y otros colegas compraron la revista Cambio.

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Calderón, Édgar Téllez, entre otros– para que les vendiera 30% y les dejara hacerla a ellos, para re-cuperar así la identidad que había perdido con Lee. Pero Felipe no quiso y ellos le armaron la compe-tencia, con Cambio. Con la salida de Lee, Felipe se quedó sin el pan y sin el queso, pero, una vez más, cayó parado: contrató a Alejandro Santos, Daniel Co-ronell, Marta Ruiz, María Teresa Ronderos y Ricardo Calderón, entre otros, y armó un equipo nuevo que, con una posición dura y crítica durante el gobierno de Álvaro Uribe, disparó a Semana, apoyada por los demás proyectos de la empresa. Semana se acordó que su perfil era el de una revista de opinión política, de nicho, con investigación sobre temas complejos, pero necesarios.

Los que dicen que Felipe nunca ha dejado de pensar en vender la revista lo dicen porque lo conocen: sa-ben que es un nervioso obstinado y que no se queda quieto. Una de las cosas que le preocupan, con razón, es la amenaza que ha significado el Internet para el mercado de las revistas.

¿Cuál es el futuro de Semana? Según Alejandro Santos, mientras la empresa piense de manera global, con proyectos aledaños y con los ojos en el mercado, no hay de qué preocuparse. Y según María López, la

heredera y tal vez futura presidente de la empresa, “mientras mantengamos la independencia, Semana seguirá siendo un punto de referencia obligatorio para el lector”. María parece tener claro que Semana, así deje de leerse en papel, siempre será un generador de contenidos con un nombre y credibilidad que no se verán perjudicados por Internet. Las revistas que inspiraron a Semana en un principio, como Time y Newsweek, hoy están a punto de desaparecer. Sin embargo, las revistas que sí mantuvieron su nicho, el de la opinión y el reportaje, no han despedido un sólo periodista, como The Economist o The New Yorker. A eso le apunta Semana, sin olvidarse de que también tiene que reinventarse a sí misma. Hernán Sansone, el argentino que dirige la sección de arte de la revista hace ocho años, diseña en este momento la versión para iPad de Semana.

Mientras Semana siga siendo Semana, la de siempre, Felipe López no tiene por qué ponerse nervioso. De todas maneras, se va a poner nervioso: se va a que-dar toda la mañana en el cuarto del hotel cuando vuelva a París y le va a preguntar a todo el mundo si la vende. Porque no puede descuidar a su revista, su hija mayor. Porque la consiente, la adora. Porque no se puede quedar quieto.

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Mientras Colombia lee Semana, sus periodistas duermen. Mientras Félix de Bedout se pelea con un paramilitar en La W, Uribe insulta a Coronell en Twitter y la gente se grita en pleno trancón, los lunes los periodistas de Semana llegan a las 11 a. m. a la oficina con un café en la mano. En el consejo de redacción, más que discutir qué estuvo bien y mal de la edición, los periodistas deSemana especulan qué personalidad pública puede “echar humo” gracias a su escritos. En La W, en Twitter, en los trancones. Con seguridad hay alguien.

Uno de ellos es Felipe López, el dueño.

Así fue el caso el lunes 22 de agosto de 1988. María Elvira Samper, la editora, publicó en un confidencial que, por primera vez en años, el noticiero 24 Horas le había ganado en rating al Noticiero de las 7, propie-dad de López y su esposa, Pilar Castaño. El viernes, día en que la revista Semana se cierra, Felipe estaba en Nueva York y no pudo revisar la edición.

Y el lunes botaba humo. Con la revista en la mano, preguntó quién había escrito ese confidencial. Des-pués de enterarse que fue María Elvira, le tiró la re-vista en la cara. Ella, una de sus amigas más cercanas, le renunció de inmediato.

Días después, López y Samper se encontraron en un entierro. Y, cuenta ella, “ahí estaba Felipe, con esa cara que hace, de perrito regañado; y yo cómo le iba a decir que no. Volví”. Ese es un Felipe López, el que siempre cae parado.También está Felipe López, el que no mira para aba-jo. Un ex empleado de Semana me contó que un día venía de recoger su almuerzo, una sopa que llevaba en un plato. Estaba en el ascensor y López entró sin percatarse de él. Siguiente escena: la corbata de Felipe

López dentro de la sopa del periodista, que sudaba de nervios. Ambos se bajaron y López nunca se dio cuenta de su corbata ensopada mientras estuvo en el ascensor.

Y está Felipe López, el gran burgués. En su casa de Anapoima tuvo lugar el matrimonio de María, su hija, al que se invitaron 900 personas. López estuvo más que pendiente de la lista de invitados. La vida de Felipe López es la vida de un burgués, en todos los sentidos: dueño de los medios de producción, heredero de la vieja aristocracia y promotor del libre mercado. Nació el 10 de noviembre de 1947 y entró en el Liceo Francés, estuvo un tiempo en Boston y se graduó del Colegio Nueva Granada. Se fue para Alemania, después entró al London School of Economics, una institución de neoliberales, e hizo un MBA en Suiza. Al graduarse trabajó en Londres para la Federación de Cafeteros. Vivía en un barrio burgués, en Chelsea, en un sótano arrendado. Quiso trabajar de mesero y el primer día Fernando Mazue-ra, un amigo de la sociedad aristócrata bogotana, se lo encontró y le dijo “chino, usted qué hace acá. Diga de cuánto es el problema y yo se lo arreglo”. Con 90 libras en la mano, Felipe se quitó el delantal y se fue. No duró un día.

En esta capilla se caso María López.

Felipe López, un magnate asustado

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Otro de sus palacios lo tiene en el East Midtown Manhattan, en Nueva York. Allí se ve al Felipe López caminante, lector de revistas, artista y coleccionista de arte inédito que recoge en ferias de artesanías en París, Madrid o Medellín, donde encontró la mesa china con incrustaciones en nácar que está en su apartamento en Bogotá, que queda en un edificio de patrimonio arquitectónico.

¿Un gran burgués, Felipe López? ¿De verdad? Felipe López puede ser visto de muchas formas: que es un títere del poder, que es un solapado, que es un genio, que es un maestro, que es un mujeriego. ¿Quién es Felipe López? ¿Quién es el fundador y presidente de la revista más influyente del país? ¿Cuál es la verdad –bueno, sí: casi toda la verdad– sobre Felipe López?

“Si quiere descuartizar a Felipe López, lo tiene que ver por pedacitos: que es avaro, contemplativo con el poder, que se burla de todo el mundo, pichón de rico. Pero si lo mira en su totalidad, Felipe López es co-herente. Mirado en su integridad, se aplaude. Felipe no vive de cuento. Cada suscriptor se lo consiguió a

punto de rigor”, dijo Héctor Rincón.Si el periodismo es el primer borrador de la historia, en el caso de Semana esto se nota a leguas. La revista ha escrito la historia del país en los últimos veinte años de la A a la Z. Y le ha dado un punto de refe-rencia a la opinión pública. Semana, más que nadie, redacta las fuentes de los historiadores. La Revista nunca ha tenido reparos para denunciar a los delin-cuentes que se han pasado por estas tierras en los últimos treinta años, que no son pocos. The Wash-ington Post, The New York Times y The Economist han dicho que Semana es la mejor revista de Latino-américa. Hay un antes y un después de Semana en la historia del país. Y eso se debe al ingenioso trabajo de Felipe López Caballero.

“El imperio de Kane en su gloria… era un imperio sobre un imperio… Para 44 millones de lectores, más noticioso que los nombres en sus titulares, era el mismo Kane, el más grande magnate de periódicos de esta o cualquier generación”, dice el narrador de El Ciudadano Kane.

Kane, el protagonista de la película de Orson Wells.

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En pleno cierre, una periodista tenía que confirmar un dato con Felipe López. Lo cogió en la portería y le preguntó. Felipe, que no sabía la veracidad del dato, le dijo “¡calumnia, calumnia! Pero publíquelo: después rectificamos”. Ese es un parecido con Kane: que se lanza sin tapujos.

En el quinto piso del edificio de Semana está la ofici-na de López, separada en tres cuartos: el de Mireya, su secretaria, una sala de juntas y el cuarto donde está el escritorio que nunca usa. Hay una televisión, cuadros coloridos, un muñeco del Tío Sam, un re-productor de cine antiguo y una parodia de la por-tada de Semana con el título La boda del siglo, que hace referencia al matrimonio de María, su hija.

En ese mismo piso están los editores y María López. En el cuarto piso es la sala de redacción y en el sexto está la oficina del director, que es un altillo forrado con los diplomas de los innumerables premios que ha recibido la revista. Ahí trabaja hace diez años Ale-jandro Santos, quien me dijo “Felipe, un preocupado estructural, le hace honor al filósofo Søren Kierke-gaard: la angustia es parte esencial de su existencia. Felipe vive porque vive angustiado”.

En eso, digamos, también se parece a Foster Kane: en que no se puede quedar quieto. Pero tiene una gran diferencia: López no es un mercenario de las noticias. La credibilidad de Semana no es en vano. A pesar de que nunca salió a la calle a hacer reportería, tiene una sensibilidad periodística innata. Y eso lo convierte en un gran periodista: balanceado y audaz. “Un artículo escrito por Felipe es dialéctico: enfrenta las teorías, el por qué sí y el por qué no. Él ya sabe la conclusión, pero el artículo está deconstruído con to-dos los ángulos”, dice María Isabel Rueda. Felipe, dice Antonio Caballero, “no es un Rupert Murdoch, que pone su prensa al servicio del poder, sin importar la objetividad. Tampoco es un Berlusconi, que la pone al servicio suyo”.

Son famosas dos frases de Felipe López: “los comu-nistas del cuarto piso”, para referirse a sus perio-distas, y “no hay delincuente de cuello blanco”. Hay

gente que le llama a eso solidaridad de clase, porque no se gana enemigos en el poder. En el plano perio-dístico, López tiene complejo de ser injusto. Y se lo critican, porque presume la inocencia de la gente hasta perjudicar el escepticismo que debe tener un periodista. Cuando su papá era presidente la prensa le dio muy duro a la familia, y tal vez por eso Fe-lipe quedó con la idea de que la gente no es mala por naturaleza: de que la inocencia se debe dar por sentada antes de que se compruebe lo contrario. No sabe conducir, pero en el periodo presidencial de su papá salió la noticia de que había atropellado a una persona. En realidad, el culpable fue un funcionario de Palacio que se había robado un carro. Ese tipo de experiencias marcaron su visión periodística.

José Gabriel Ortiz es tan buen amigo de Felipe que tiene cuarto en la finca de Anapoima, y fotos con el ex presidente López en su casa. Según él, Felipe pue-de hablar con Julio Sánchez Cristo unas quince veces al día. “Julio lo llama porque sabe que es de las per-sonas mejor informadas de Colombia… Le pregunta chismes, rumores, todo. Pero a medida que avanza la semana, Felipe se empieza a callar, a guardar los datos, hasta que el viernes es él quien llama a Julio”. La sección insigne de Semana es la primera que uno se encuentra, Confidenciales. Es producción única de Felipe y su periodista-asistente de turno. Y es, con Sociales, la sección que más lo trasnocha.

Más que un chisme o un rumor, un confidencial de Felipe López es un dato sobre una noticia. Los hace a punta de hablar con un centenar de personas al día. Sandra Janer fue su periodista-asistente durante cinco años. Como practicante se lo ganó con subir, sin tapujos y con intensidad, a reportarle qué chismes nuevos había. Lo considera su maestro. Cuenta –y todo el que ha trabajado con él lo sabe– que Felipe es un psicorrígido del lenguaje. Una apreciación típica sería “si está diciendo pájaro, a qué pájaro se refiere: ¿al canario o al loro?”.

A todos les ha pasado que Felipe los llama a las tres de la mañana de un viernes para que le cambien una coma de la tercera frase a la penúltima pastilla de los

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confidenciales. A todos. A los más viejos también les tocó descifrar un artículo editado por López: una hoja arrugada y rota llena de tachones y con anota-ciones en letra ilegible. ¡Rápido, por amor de Dios!”, es una de sus frases. Así como “¡eso es una vergüen-za!”, “¡en qué cabeza cabe!”, “¡proceso mental, por favor!”, “¡no insulte mi inteligencia!” y “¡estoy en sus manos!”. También tiene expresiones con el porcen-taje de lecturabilidad, porque piensa en los lectores potenciales de cada nota: “Esa tiene 87% de lectura, esa 100%, esa 10”. Pasar una noche de viernes con Felipe López puede ser agotador, pero le enseña has-ta al más sabio. Porque es Felipe López, el periodista. López, el jefe, el maestro.

Tiene temperamento, pero se le pasa en dos minutos, dice Mireyita. “Le hace falta un palmadón”, añade. “Lo veo rompiendo vasos”, dice Antonio Caballero. “Lo he visto patear un archivador”, dice María Elvira Samper. “Tiene unos procesos muy lopistas”, dice Rincón: “tiende a la subestimar la inteligencia de los demás”.

En uno de esos famosos almuerzos en su oficina, me contó uno de los presentes, le reprocharon un artí-culo sobre Enrique Peñalosa. Felipe llamó a la autora y la regañó delante de todos los que almorzaban. “Se necesita ser extraterrestre para escribir eso”, le dijo. Cuando uno de los presentes le dijo que no la humi-

Falsos positivos y las chuzadas del DAS fueron los grandes temas de Semana en el gobierno de Álvaro Uribe.

llara así, López hizo cara de regañado, le botó un pi-ropo genial a la periodista y el asunto quedó resuelto.

En cualquier medio del mundo, el jefe tiene que hacer cierta labor política. Le toca, tarde o temprano, ganarse unos cuantos enemigos. Puede pasar por au-toritario, por arrogante, por megalómano. Esos con gajes de ser la cabeza de un medio de comunicación. Y Felipe López, el magnate, lo ha sabido manejar con inteligencia, con humildad y sin hacer ruido.

Semana fue el medio que más duro le dio al gobier-no de Samper en el proceso 8.000, pero Felipe logró mantener una relación civilizada con el presidente. Felipe, el político, no es irreverente como su papá, pero heredó una sensibilidad política que usa para manejar su revista. No es rencoroso. Se busca la menor cantidad de enemigos políticos posible. Según Alejandro Santos, Felipe sufrió mucho con los escán-dalos de Uribe, porque era uribista, pero no podía negar que las “chuzadas” o los “falsos positivos” tenían evidencias que lo obligaban a publicar. Felipe dijo que era más uribista que la revista.La política es uno de los temas que le apasionan. Una política vista desde el punto de vista del lector: “una historia ligera con contenido político, al estilo del escándalo de Clinton con Mónica Lewinsky, lo puede fascinar”, dice María Isabel Rueda; “el escándalo del grupo Grancolombiano fue de esas historias que lo

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apasionaron”. Si López, el periodista, ve pruebas, pue-de tumbar ministros, como fue el caso en el escánda-lo del “Miti miti”, en 1998.

A Felipe López, el periodista, si se le ve en su tota-lidad, no hay forma de criticarlo. Se aplaude, como dice Rincón. Pero hay el que encuentra forma de cri-ticar a Felipe López, el empresario. Dicen que, como su papá, es avaro: que maneja su empresa como una tienda que no ofrece garantías a sus empleados. Unos, por un lado, se quejan porque muchos contra-tos son por prestación de servicios y entrar en nómi-na es muy difícil. Las producciones periodísticas no siempre pagan viáticos. Se dice, además, que una de las grandes habilidades de Felipe es contratar geren-tes avaros, que no tienen escrúpulos para echar gente y recortar gastos.

Pero por otro lado, muchos periodistas no tienen nada de qué quejarse: a ellos les pagaron bien y por Semana son los periodistas que son hoy. Y acá habla-mos de periodistas con premios en medio mundo. La empresa les da duro a los periodistas jóvenes y desconocidos, pero consiente a los grandes nombres y a los veteranos.

María Isabel Rueda, amiga de Felipe y columnista de Semana por veinte años, dice que sus “conversaciones sobre sueldos con Felipe siempre fueron muy difíci-les”. Antonio Caballero, columnista hace 25 años y

amigo hace sesenta, nunca ha firmado un contrato con él.

Pero si la informalidad está en los aspectos buro-cráticos y administrativos de la empresa, también se vive en el ambiente. Lo dice Vladdo, y muchos lo corroboran, en su libro Una semana de quince años: “Felipe López tiene, de lejos, el mejor trabajadero con el que un periodista puede soñar… Semana podría tener en la redacción el mismo letrero que tienen los restaurantes de carretera: ‘ambiente familiar; atendi-do por su propietario’”. A Semana llevan mariachis por un cumpleaños, hacen concursos en diciembre y en las fiestas de fin de año, que se hacen en Andrés Carne de Res, botan la casa por la ventana. Las Aca-cias, el restaurante paisa en la calle 94, es la segunda oficina de los periodistas. El ambiente de Semana, lo aseguran sus empleados, está lejos de ser el tedio que se vive en las oficinas.

Con una bufanda rosada, un vestido gris de paño y rodeada de flores moradas, María López me recibió en su oficina en el quinto piso de Publicaciones Se-mana. Es un cubículo como el de un editor, donde se ven fotos de su hijo, Felipe, de un año, y un revistero actualizado con todas las publicaciones de la empre-sa. Su favorita es una de cocina. Después de graduar-se de derecho de los Andes, y mientras trabajaba en un proyecto de antitrata de personas en las Naciones Unidas, Felipe López, el papá y empresario, le pidió

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que se metiera a la empresa. Ella no quería, pero le aceptó una propuesta: está un año, y si no le gusta, se va. Se quedó, y hoy es responsable de los proyectos sociales de Semana, entre ellos el de El Salado, que busca reconstruir el pueblo destruido por los parami-litares en 2000.El primer tema que toqué con María fue el de las críticas sobre la informalidad de la empresa. Me dijo que el contrato de prestación de servicios es una necesidad de la labor periodística y que, si bien a los jóvenes les pagan mal, es innegable que Semana es una escuela de periodistas. Aceptó, además, que Semana tiene carencias: “Semana empezó y creció en una forma muy artesanal. Hay que desarrollar capaci-taciones, cultura organizacional, valores y beneficios”.

María vino para quedarse, porque en treinta años se ve al frente de la empresa, y sabe cómo la puede mejorar a futuro. Desde que llegó a Semana ha tenido clara su responsabilidad social con el país: hacen fo-ros, tienen una fundación, crearon Conexión Colom-bia.

Carmen Mireya Durán fue a entrevistarse con el director de Semana, Felipe López, en marzo de 1984. “¿Usted es ordenada?”, preguntó López. “Sí”, contestó Durán. “Listo, queda contratada”, remató. Hoy Mireya camina como “Pedro por su casa” por el edificio de Semana. Todo el mundo la saluda, la consiente. Dice que tiene el mejor directorio telefónico de Colombia. Y es la mano derecha de Felipe López, el jefe: le or-ganiza sus almuerzos, le maneja la chequera y las dos empresas de inversiones que tiene López están a su nombre. Como un adolescente, Felipe recibe de ella una mesada de sesenta mil pesos. Mireya cumplió sus bodas de plata el año pasado y afirma que le “dieron una buena tajada”.

Después de Mireyita, la segunda persona más influ-yente sobre Felipe López es Elizabeth Gutiérrez, la empleada del servicio que fue niñera de María y hoy lo es de Felipe, el consentido. Ella se conoce todas sus mañas alimenticias: no come verduras, cero grasa, muchas frutas. La tercera persona más importante en la vida de Felipe López es José Gerena, un santan-

dereano de casi dos metros que le sirve de escolta, conductor, asistente y decorador. Como miden casi lo mismo, Gerena también es la persona encargada de medirse la ropa que Felipe López compra.

Es muy común ver a un empleado de Semana –cual-quiera menos Felipe López, porque está prohibido– en las páginas de la revista. José fue portada en un artículo sobre las cooperativas de seguridad en 1994. Como Mireyita, José conoce a todos los empleados de la empresa y camina por ella como si fuera su casa. Felipe López, el personaje, es tan personaje, que vuelve a sus empleados personajes. Los tres hablan de él como una persona cariñosa, divertida, inteligen-te. A los tres, Felipe, el jefe, les ha pagado casi todo, incluida la educación de sus hijos.

Gracias al boom tecnológico en los medios de comu-nicación, José Gerena ya no tiene que pensar en las revistas que hay que llevar a Anapoima los fines de semana. El periodista que más se ha lucrado de las revistas en Colombia, comprobaron las fuentes, ya no consume revistas: canceló todas sus suscripciones y hoy en día lee en iPad.

Se lucró de las revistas incluso antes de montar una. Se fue para Alemania a los 16 años a aprender un idioma que hoy maneja a la perfección –así como el francés, el inglés y el italiano‒. Todavía no podía entrar a la universidad, por ser tan joven, y consiguió un trabajo que necesitaba “jóvenes extranjeros que vendan revistas puerta a puerta”. Felipe era de los que más vendía, gracias a que sensibilizaba a los clientes con que tenía siete hermanos en Colombia a los que tenía que mantener.

Historias de revistas –e historias en general– hay su-ficientes para escribir un libro sobre la vida de Felipe López, el excéntrico. Cuando era permitido bajarse del avión durante una escala, Felipe se iba a com-prar revistas. En una de esas –quizá porque, como es un indeciso, no sabía bien cuál comprar– lo dejó el avión. Llegaron el abrigo, el paraguas y el maletín, pero no llegó Felipe López. José pensó que lo habían secuestrado.

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Su mundo es como el de un niño, el burgués, que en vez de juguetes quiere revistas. Es común que deje su reloj Cartier en forma de pago de unas revistas: deja el número telefónico de Mireya y ella arregla. Y lo mismo hace con todo: firma papeles por el mundo como si estuviera en un club social. Felipe López es tan inútil que vive de delegar.

Los entrevistados no pudieron pensar en un mentor. Algunos nombraron a Antonio Caballero, un amigo y primo con el que coincidió en Londres y con el que viajó a Mallorca a buscar novias escandinavas, sin éxito. Pero Caballero es más un contemporáneo. La única persona que vale es su papá, Alfonso López, el ex presidente del que heredó inteligencia, clase, frialdad, humor y encanto con las mujeres. Fue su se-cretario privado en la presidencia. De niño, en 1950, se fue con él a México, donde estuvieron exiliados durante el gobierno conservador de Mariano Ospina.

“Nadie sabe”, dice José Gabriel Ortiz, “que Felipe López fue de las primeras personas que secuestraron en la historia de México”. Tenía unos tres años, estaba con su hermano Alfonso en la calle montando bici-cleta y pasó un carro que se lo llevó y le dio vueltas en Ciudad de México por catorce horas, hasta que lo devolvieron sin explicación.

Felipe López, el cosmopolita, siempre ha sido aman-te del cine –y un adicto al trabajo– y por eso fue productor. Movía cielo y tierra para que sus produc-ciones se llevasen a cabo con éxito. Para El niño y el papa le mandó una carta a Monseñor López Trujillo en la que manifestaba estar preocupado por la pérdi-da de fe en los colombianos. Felipe López, el religio-so, no reza ni va a misa. El objetivo era que lo dejaran grabar la llegada del Papa a Colombia en 1986. Enci-ma, logró que el Ministerio de Comunicaciones, en manos de Noemí, le prestara una grúa y que el niño protagonista de su película fuera y se abrazara con el Papa. Los elegidos fue otra de sus producciones estrella, así como La misión, una película con Jeremy Irons y Robert De Niro.

A María la hacía ver Casablanca cuando niña. La úl-tima película que le gustó fue Taken, sobre la trata de personas. Poco le gusta ir a cine. Poco, en realidad, le gusta con pasión. Le gustan las uvas y las naranjas, que deben ser importadas. Detesta el tomate. Amante de los chocolates, no le gustan si tienen decoración o alguna cosa adentro. No toma trago: si por accidente se toma un vino blanco, le echa hielo. No sale por las noches, aunque puede ir a tres almuerzos en un día. No a comer, ni más faltaba: Felipe López va es a socializar.

Porque el almuerzo es la hora más importante del día. Como burgués que es, como europeísta que es, el almuerzo es el ritual que le da sentido al día. Experto en mezclar gente de diferentes círculos sociales, los almuerzos en su oficina son una leyenda, la mayoría de ellos improvisados, aunque no pequeños ni infor-males.

Nervioso porque no sabía dónde almorzar duran-te unas vacaciones en Sicilia con su familia, vio un Volkswagen escarabajo de última generación en el carril de al lado. Se bajó del carro y se montó en el Volkswagen que manejaba una mona alta con pinta de modelo, que terminó sentada con él almorzando y oyéndole sus cuentos inventados: que venía de Aus-tralia, que era coleccionista de arte, que había estado en la guerra.

En Londres “yo lo odiaba porque nos quitaba todas las novias”, dice José Gabriel. Las habilidades de Ló-pez con las mujeres están llenas de humor, elegancia y originalidad. Es Felipe López, el donjuán. “Tiene muchas amigas”, fue lo que dijeron varios entrevista-dos. Se separó de Pilar Castaño porque, según ella, es un “ladies man, elegante, de café de sociedad”.

López es tímido y rompe su introversión con co-mentarios impertinentes: “si usted adivina de qué país soy, le regalo un cuadro”, le dijo a una mujer de tacones altos y minifalda. “Puede hacerme una pregunta y yo le digo qué pregunta hacerme”, insis-tió él. “Listo”, dijo la mujer. “Pregúnteme cuál es mi profesión”. “¿Cuál es su profesión?”, preguntó ella.

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“Narcotraficante”. “Ganó, escoja un cuadro”. Nunca se lo compró, pero almorzó con ella.

Felipe López, el personaje, tiene su neura. Y no se puede quedar quieto. Ha llamado a Pilar Calderón a las tres de la mañana a preguntarle cómo se prende el microondas. Su inutilidad es célebre, y la usa para burlarse de sí mismo: a todos los artefactos tecnoló-gicos les dice mouse. El iPhone lo pierde tres veces al año, en promedio. Llama a Mireya desde Eslovenia para que le traigan comida al cuarto del hotel. Mid-night Blue y Hollywood White son los dos colores –inventados, a manera de chiste– de las baldosas para la piscina de la finca que tenía como posibilidad. Las metía en el lavamanos y le preguntaba a la gente cuál les gustaba más. Se gasta una buena cantidad de dine-ro por cambiar pasajes. Viaja, además, para almorzar con los colombianos que viven en el exterior. Puede estar en Roma y el cielo estar azul, y él se queda toda la mañana en el cuarto siendo Felipe López, el perio-dista. María Elvira Samper se incomoda cuando pien-sa en la cama de Felipe llena de migajas.

La única mujer que ha sabido manejar a Felipe López, lo dijeron las entrevistas, es su novia hace 23 años, Lila Ochoa, directora de la revista Fucsia, de Publica-ciones Semana. De pelo negro y liso, facciones pro-porcionadas y sonrisa de catálogo, Lila es una mujer de bajo perfil que no se siente en una pasarela. Como Felipe, el coleccionista, ella es amante del arte clásico. En la sala de su apartamento, donde hablé con ella, hay cuadros de Gustavo Zalamea y David Manzur.

Es su mujer y quizá la novia con la que Felipe López, el galán, pasará su vejez. Como un príncipe árabe, López vive rodeado de mujeres. Ellas dicen que no es guapo, pero que tiene una elegancia y un estilo úni-cos. “Es un metrosexual”, dice Mireyita. Y “se cuida de combinar bien los colores y vestirse bien, aunque detesta ir de compras”, dice María. Para ir a toros, se pone pantalones rojos. Siempre, desde que tiene gafas, ha usado el mismo marco de carey. “Son las gafas más sucias y enmelocotadas de Colombia”, dice Cecilia Orozco, porque para quitárselas y ponérselas las toma del lente y no lo limpia después.

Como con el marco de las gafas, López no es de cambiar: siempre es el mismo restaurante de carne, la misma librería, el mismo sastre. En cada una de sus ciudades –Madrid, París, Londres, y Nueva York– tiene una peluquería donde lo conocen. En Bogotá es la Peluquería del Country, en la calle 97 con 10. El dueño, Jorge Elí Fontecha Luengas, es el barbe-ro y peluquero de López hace treinta años. Sonaba Melodía Stéreo y olía a café cuando lo conocí en su peluquería, donde uno se siente en el corazón de la cepa cachaca más tradicional, de hombres tiesos y majos, con sus corbatas y sus camisas bien anudadas y planchadas.

Felipe, el lord, conoció a Jorge cuando era un em-pleado más de la peluquería. De pelo negro peinado al milímetro y un año más viejo que su cliente es-trella, Jorge tartamudea al hablar, más si le pregunto por el genio de López. “A veces le dan ataques”, dice, “pero siempre se desquita por teléfono”. Le paga 72 mil pesos y le da propina. En la peluquería o en la oficina, se ven todos los viernes cada 15 días. El corte es sencillo, clásico, parejo. “Es un proceso automáti-co”, dice Jorge, que tiene colección de la revista SoHo, cortesía de Felipe, el caballero.

No es raro llegar a la oficina de Felipe López un viernes, con los afanes de un cierre, y verlo sentado como un lord mientras lo peluquean y Nelly Blanco, una viejita que trabaja para Jorge, le corta las uñas. Los periodistas no saben, aunque se lo pueden imagi-nar, lo difícil que es cortarle el pelo a Felipe López, el periodista, el empresario, el jefe. “El tipo”, dice Jorge, “no se puede quedar quieto”.