Escolapios - ABBA

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EL DIOS DE JESÚS “En medio de la sombra y de la herida me preguntan si creo en Ti. Y digo que tengo todo cuando estoy contigo: el sol, la luz, la paz, el bien, la vida. Sin Ti, el sol es luz descolorida. Sin Ti, la paz es un cruel castigo. Sin Ti, no hay bien ni corazón amigo. Sin Ti, la vida es muerte repetida. Contigo el sol es luz enamorada y contigo la paz es paz florida. Contigo el bien es casa reposada y contigo la vida es sangre ardida. Pues, si me faltas Tú, no tengo nada: ni sol, ni luz, ni paz, ni bien, ni vida.” José Luis Martín Descalzo Hacer de Dios un problema Al decir Dios, solemos pensar en una cierta idea muy difícil de concretar y de expresar. Esta idea cambia mucho de acuerdo a las personas y de acuerdo a la edad por la que uno está pasando. Más aún, una educación defectuosa, por defecto o por exceso, aumenta la dificultad: por exceso, porque llega uno a sentirse harto de que le hablen a toda hora de religión y de que todo se vaya en ritos exteriores; por defecto, porque quizá ni siquiera en mi propia casa me han dado una imagen dulce, cercana y amorosa de Dios. Y ahí queda uno, a punto de prescindir de Dios para siempre, alejándolo dramáticamente de la propia vida. Bastarán cuatro razonamientos teóricos, medio libro mal leído, dos teorías de la nueva era, tres conceptos pretendidamente científicos, una idea filosófica mal digerida, o la influencia deteriorante del ambiente materialista en el que vivo, para que llegue a la gran conclusión de que Dios no es mi problema, que Dios es para niños o para seres primitivos. Y con todo, la verdad es la contraria. Dios es el problema más humano y a medida que más crecemos, a medida que más pensamos, a medida que más conocemos la vida y a medida que más nos damos cuenta que todo pasa y que la existencia misma fluye sin cesar, más tendríamos que preguntarnos por Aquél que permanece, Aquél en quien podría descansar nuestro corazón.

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Dios Padre

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EL DIOS DE JESÚS

“En medio de la sombra y de la herida

me preguntan si creo en Ti. Y digo

que tengo todo cuando estoy contigo:

el sol, la luz, la paz, el bien, la vida.

Sin Ti, el sol es luz descolorida.

Sin Ti, la paz es un cruel castigo.

Sin Ti, no hay bien ni corazón amigo.

Sin Ti, la vida es muerte repetida.

Contigo el sol es luz enamorada

y contigo la paz es paz florida.

Contigo el bien es casa reposada

y contigo la vida es sangre ardida.

Pues, si me faltas Tú, no tengo nada:

ni sol, ni luz, ni paz, ni bien, ni vida.”

José Luis Martín Descalzo

Hacer de Dios un problema

Al decir Dios, solemos pensar en una cierta

idea muy difícil de concretar y de expresar.

Esta idea cambia mucho de acuerdo a las

personas y de acuerdo a la edad por la que

uno está pasando. Más aún, una educación

defectuosa, por defecto o por exceso,

aumenta la dificultad: por exceso, porque

llega uno a sentirse harto de que le hablen a

toda hora de religión y de que todo se vaya

en ritos exteriores; por defecto, porque quizá

ni siquiera en mi propia casa me han dado una imagen dulce, cercana y amorosa de Dios.

Y ahí queda uno, a punto de prescindir de Dios para siempre, alejándolo dramáticamente

de la propia vida. Bastarán cuatro razonamientos teóricos, medio libro mal leído, dos

teorías de la nueva era, tres conceptos pretendidamente científicos, una idea filosófica

mal digerida, o la influencia deteriorante del ambiente materialista en el que vivo, para

que llegue a la gran conclusión de que Dios no es mi problema, que Dios es para niños o

para seres primitivos.

Y con todo, la verdad es la contraria. Dios es el problema más humano y a medida que

más crecemos, a medida que más pensamos, a medida que más conocemos la vida y a

medida que más nos damos cuenta que todo pasa y que la existencia misma fluye sin

cesar, más tendríamos que preguntarnos por Aquél que permanece, Aquél en quien

podría descansar nuestro corazón.

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Sí, tal vez Dios no sea un problema urgente. Urgente es ver cómo salvo una materia

perdida, ver qué le digo a la persona que amo y que está molesta conmigo, ver cómo

conseguir el permiso que necesito. Pero Dios sí es un problema importante, tal vez el más

importante. Y es necesario que una vez más lo urgente, no le quite tiempo ni dedicación a

lo realmente importante.

¿Cuál Dios?

Jesucristo es la gran respuesta de Dios a todos los posibles interrogantes humanos.

El es la Palabra viva de Dios, la comunicación definitiva de Dios, la Revelación total de

Dios. Desde que Dios se hizo hombre en Jesús, conoce a Dios el que conoce a Jesucristo y

conoce realmente a Jesucristo, el que ve en él a Dios.

Lo más original de Jesús es su concepción de Dios. Jesús nunca definió a Dios, pero la

manera como vivió su relación con el Padre y la forma como nos habló de él y de su

Reino, nos mostró un rostro de Dios único en la historia. Ni el Dios bondadoso de los

judíos, capaz de buscar a su pueblo para sacarlo de la esclavitud y llevarlo a la libertad, ni,

menos aún, el autosuficiente Dios filosófico que todo lo sabe y todo lo puede, se parecen

al Dios de Jesús.

El Dios de Jesús es un escándalo

para los hombres. El Dios de

Jesús no es una proyección de

nuestros valores desarrollados al

infinito (si somos sabios Dios es

súper sabio). El Dios de Jesús no

es una proyección de nuestras

frustraciones (si nosotros

sufrimos, Dios no sufre). No es el

impasible incapaz de sentir con

el hombre, no es el juez

intolerante que sopesa nuestras

acciones, no es el castigador que

nos corrige, no es el súper

poderoso que juega a su antojo

con la historia y con los

hombres.

El Dios de Jesús es un Abbá. Así lo entendió Jesús, así lo vivió y aún en la muerte, así lo

siguió sintiendo... Dios es un Abbá.

Nunca en la Biblia se llamó a Dios Abbá. En algunos estratos literarios se llegó a hablar de

Yahvé como "Padre" del pueblo, pero siempre en tono reverencial. Jesús llamó a Dios

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Abbá y nos enseñó a sentir a Dios como nuestro padre. Abbá es una palabra aramea

usada por los niños pequeños para llamar a sus padres. Su equivalente español sería

"papito" o "apacito" -como dicen los niños campesinos-. Así, pues, Jesús llamaba a Dios

como los niños pequeños llaman a sus padres. Jesús tenía una conciencia y una

experiencia de Dios muy singular. Por su limpieza personal, por ser idéntico a nosotros en

todo menos en el pecado, podía entonces acercarse a Dios con total diafanidad. En esta

experiencia entroncó Jesús su anuncio, el anuncio del Reino de Dios.

Características del Dios de Jesús

Abbá es un niño: llamado por Jesús con una palabra de niño, cariñoso como un niño, por

eso sólo los que se vuelven como niños, entran en el Reino de Dios.

Abbá es pequeño y humilde: por tanto sólo los pequeños y humildes lo conocen, pues él

no se muestra a los sabios y entendidos.

Abbá es Santo y bueno: por eso no devuelve mal por mal, si lo abofetean en una mejilla,

presenta la otra; si le quitan la túnica entrega, la capa: si lo fuerzan a acompañar a otra

persona a lo largo de una milla, camina dos; al que le pide le da; al que lo busca le sale al

encuentro y al que le toca a su puerta le abre. Abbá ama al enemigo y reza por quien lo

persigue, por eso hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre los justos

e injustos.

Abbá actúa en lo escondido: por eso ni el ayuno, ni la limosna, ni la oración hechos por

ostentación y para ser vistos, son para él un valor. Abbá actúa en lo escondido y se

encuentra con el hombre en la profundidad del corazón.

Abbá es pobre: no anda preocupado por la vida pensando en el comer y en el beber, su

primera preocupación es el Reino y no puede ser esclavo del dinero.

Abbá es misericordioso: le duele la enfermedad de cada hombre y, más aún, le duele el

Pecado, pues ve a sus hijos DES-CREADOS. Por eso desata una praxis de misericordia para

levantar a los abatidos y quiere curar y hacer un milagro, el más grande milagro: hacer un

hombre con su semejanza. Es tan misericordioso Abbá, que prefiere la misericordia por

encima de los sacrificios.

Abbá es perdón: ninguna falla humana lo asusta. Es perdón para el publicano y para la

prostituta, para el bandido crucificado y para el amigo arrepentido. Perdón, hasta setenta

veces siente, hasta muchas veces siempre. Pero no sólo perdona, Abbá no condena, es

generoso.

Abbá es de todos: no tiene nacionalidad ni color, es del judío que sufre y del importante

funcionario que visita a Jesús en la noche; es de una mujer cananea y es de un centurión

romano que tenía fe.

Abbá es cariñoso con todas sus criaturas: cuida a todos los pajaritos del campo y nos

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cuida como a las niñas de sus ojos. Por eso no debemos temer, la muerte no tiene poder

sobre nosotros cuando Abbá nos acompaña. Hasta los pelos de nuestra cabeza están

contados, y si cuida de los pajaritos, más cuida de nosotros que valemos para él mucho

más que todos los pajaritos juntos.

Abbá es paciente: siempre espera, por eso no arranca la mala semilla por temor a

arrancar también la buena. Mientras quede aliento dentro de un hombre, Abbá sigue

esperando, pues aún el último momento puede salvarlo.

Abbá es libre: nadie es su dueño, se entrega porque quiere, por amor sencillamente. Pero

como es libre, cree en nuestra libertad. Por eso sólo actúa en nuestro interior, cuando lo

queremos dejar actuar.

Abbá es Amor y el amor es lo que mejor lo define: es niño porque ama y es pobre y

humilde por amor. Actúa en lo escondido amando y es santo en su amor. Todo en Abbá

es amor, o mejor dicho todo el amor es Abbá. Abbá es feliz: por eso sólo lo entienden los

felices de Dios. No es feliz como nosotros cuando adquiere poder, ama o dinero. Abbá es

feliz en su pobreza, es feliz cuando llora, es feliz siendo manso y teniendo hambre y sed

de justicia, es feliz porque es misericordioso y por tener limpio el corazón, es feliz

luchando por la paz y justamente por amar tanto que es perseguido. Así, siendo

inmensamente feliz. Es Abbá la luz del mundo y la sal de la tierra.

¿Cuál es tu Dios? ¿Es un Abbá? ¿O es diferente?