El viaje

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1 E E l l V V i i a a j j e e (Relato) Corina Morera (www.corinamorera.es www.eldivandelescritor.es)

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Relato de la autora canaria Corina Morera. www.corinamorera.es www.eldivandelescritor.es

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EEll VViiaajjee(Relato)

Corina Morera(www.corinamorera.es

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El Viaje

–Bien, empecemos. ¿Nombre?

John observaba tranquilo a aquella mujer quemiraba siempre al infinito. El cabello rubio ceniza de Belse deslizaba liso hasta el cuello, y desde allí giraba enbucles más allá de su escaso busto. Sus ojos grisáceosllevaban la carga de treinta y cuatro años eternos.

–Bel – contestó al vacío.

–Bel, soy John. Bienvenida al diván, querida.Solo quiero hacerte unas preguntas, conocerte un pocomás, ¿de acuerdo?

Bel asintió, se mantenía ausente peroescuchaba.

–Bien... – John había visto a muchos viajantes,pero ella era distinta. La habían detenido hacía dos díasy, aunque no estaban seguros del papel que jugaba, eramuy posible que se tratara de una de las líderessectarias de El Viaje – Bel, cuéntame, ¿cuánto tiempollevas... de viaje?

Bel recordó la larga carta doblada que habíaencontrado a su lado tras la toma de la droga. Evocó laprimera página, en la que rezaba una fecha escrita enrojo en una esquina arrugada, e hizo cálculos.

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–Unos seis años, si aún sé contar – parecióañadir con ironía sin apartar la vista del “más allá”.

John se estremeció.

–Seis años...

–No es para tanto, solo es tiempo.

–Tiempo de tu vida, ¿no es importante para ti?

Bel se encogió de hombros, memorizando cadaveta del suelo marmóreo.

–Ahora mi vida es el viaje, tengo que encontrar larespuesta.

–¿La respuesta? ¿A qué?

–Ah... – Bel soltó una risita y miró cara a cara aJohn por primera vez desde que había entrado en eldespacho – He ahí el quid. Para saber la respuestaprimero has de saber la pregunta. O mejor dicho, larespuesta que busco es una pregunta... Cuandoconsigues la pregunta te liberas, sales del viaje... y... sesupone – dijo Bel tal vez con un resquicio de duda –que ese viaje espiritual te concede una respuesta.

–No estoy seguro de entenderlo, Bel.

–Oh... – Bel trató de concentrarse – Imagina quetienes una pregunta en tu vida, una de esas cuestiones

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que por verla resuelta darías lo que fuera. Y digocualquier cosa.

John asintió y le instó a continuar. Conocíaalgunos de los síntomas y de las ideas que envolvían ala sustancia. No obstante, eran pocos los años deinvestigación acumulada. Habían teorizado y probadofármacos que no servían más que para llevar nuevaspreguntas a la mesa de reuniones. Sabían de síntomassubjetivos comunes, de factores psicológicos yemocionales que predisponían a la toma de El Viaje,varios perfiles habituales tras la exposición a la droga, ypoco más. Así que se conocían muchos de los efectospero ninguna de las causas. La realidad era que nosabían qué experimento, o qué caso, podía darles laclave.

–Verás, El Viaje es la apertura al camino que telleva a esa respuesta. El problema radica en quecuando haces la toma... en fin, no recuerdas qué tepreguntabas, y no es lo único que desaparece.

–¿Qué más desaparece?

–La mayor parte de las conexiones que hacemoscuando desarrollamos nuestra vida, doctor,... casi todose esfuma. No sé cuál es mi nombre, pero asumo quees Bel porque es lo que pone en una carta que meescribí a mí misma antes de viajar. No recuerdo a mispadres, o si tuve hermanos, o pareja, o colegas... Mivida se reduce a una misión, descubrir qué demoniosme pregunté aquella tarde, sentada en la habitación

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destartalada de un motel barato en la periferia deNueva Jersey.

–¿Qué sentido tiene borrarlo todo? ¿Por quémeterse en la búsqueda de una pregunta cuando lo quenecesitas es claramente una respuesta?

–Hmmm... La tabula rasa... ¿no es evidente? –Bel se acomodó mejor en el mueble acolchado – ElViaje te permite desconectar con todo lo anteriordejando aparcados, durante el tiempo necesario, todoslos lazos afectivos que hubieras hecho con el mundoexterior. Así consigues que tu vida no te afecte o teinfluya al buscar las “respuestas”. Y las visiones seencargan de hacerte recordar cosas, pero sinrecordarlas,... hmmm... quiero decir que las reconoces,sabes que forman parte de tu mundo, pero no terminasde ubicarlas, ¿comprendes? Hmmm... – Bel seenredaba con la explicación, no estaba muy segura dehacerse entender – Una visión provocada por El Viajepodría hacerme ver a mi padre y, sin embargo, notendría ni idea de a quién estoy viendo. De hecho, pasaconstantemente. Cuando las visiones atrapan tu mentepuedes estar horas viendo escenas de tu vida, como enuna película... pero muy larga y surrealista. Y sé que lapregunta y su respuesta están ahí encerradas,¿sabes?, como una princesa en una torre en el pisomás alto y custodiada por el dragón pertinente... y mipie toca el pie de la torre haciéndole cosquillas al aire...No sé cómo “subir a por ella”...

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John dejó que el silencio fluyera tras su confusarespuesta. Encontraba en Bel a una mujer quemantenía la lucha interna como pocos. No todosquerían resolver sus dudas con tanto fervor, ni todosguardaban tantas cuestiones como ella. La mayor partede los que habían pasado por esa sala alababan lasvisiones, formaban parte de su nueva vida. Y aquellacalma aparente... la carencia de las emociones era aveces descrita como Paz o La Panacea. Sussentimientos más intensos, y con frecuencia los únicos,se esparcían entre los recovecos de una fe queadoraba aquellas alucinaciones, a caballo entre larealidad pasada y montañas de fantasía.

–¿Sabes de alguien que haya salido del viaje? –preguntó John.

–Se oyen cosas – dijo Bel encogiéndose dehombros, su gesto favorito –. Cuando encuentras lo quebusca tu subconsciente con tanto ahínco, un cosquilleointenso domina la nuca durante un momento, instanteen el que sales del viaje, o mejor dicho, en el que ElViaje sale de ti. Así es como está escrito... El problemaes que al salir recuperas todo lo que dejaste atrás. ¿Teimaginas? Todo de golpe... y tienes que enfrentarte conquien eras y con quien hayas sido como viajante... lasemociones vuelven... El dolor, la confusión, el miedo...la verdad no siempre libera a las personas, pero... si loque buscas es la verdad tienes que estar preparado –dijo a modo de justificación –. La gente, Doc, la queacude a hacer el viaje, no está preparada, estádesesperada, y es lo lógico, ¿no? Si no estás

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desesperado no haces esa toma – y Bel rió duranteunos segundos, en un gesto automático –. No adoran lafe de las visiones, se convencen a sí mismos de elloporque saben que una vez estuvieron desesperados, ysaben que eso es malo, y que ahora están calmados,muy calmados...

Bel se acompañó tranquila de otra pausa antesde seguir hablando, retomando la pregunta que John lehabía hecho.

–Muchos hemos oído cosas, sí. Gente que alsalir se desquicia, cuerpos que colapsan por el pánico...Así... los viajantes se dicen a sí mismos que estánbuscando todas las preguntas y todas las respuestas,pero lo cierto es que no quieren salir, no quieren dejarde viajar, ¿para qué?

–¿Y tú? ¿Quieres salir tú, Bel?

–Sí – siguió tranquila – no me gustan lasvisiones, no he conseguido acostumbrarme a ellas.Estoy tranquila, sí, la verdad es que casi todo me daigual. He tenido mucho tiempo para pensar en El Viaje,en su significado, en sus consecuencias,... Pero entrépara salir con algo, una duda que me reconcomía.Ahora, lo único que me reconcome es no saber cuál erala duda... tiene su gracia – dijo totalmente inexpresiva.

–Y, ¿qué has hecho estos años para buscar tupregunta, Bel?

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–Viajar – Bel lo pensó un segundo y trató derectificar –. Quiero decir, “viajar – viajar”, me fui aEuropa.

John fijó más su atención en ella. El movimientose había iniciado repentinamente en Francia, Bélgica yHolanda hacía unos cinco años, aunque ninguno deestos países había sido el punto de origen. El Viajehabía partido del norte del continente americanoapenas dos o tres años antes de pisar Europa, y aún sedesconocía la historia de la síntesis y de lapropagación. Se había difundido en silencio, guardandosecretos y dogmas, el fantasma de una nueva fequímica.

–Bel. ¿Cómo viajaste sin identidad?

Bel regañó su mirada antes de responder.

–La carta... Supongo que pensé en muchascosas antes de hacer la toma. Tenía anotadas unascuantas direcciones de las que solo alguna mesonaba... Con unas pocas instrucciones conseguir unpasaporte no fue complicado. De hecho, fuecondenadamente sencillo... – Bel volvió a regañarse –Sinceramente, esta parte de la historia es aburrida...Solo sé que en aquel momento tenía claro que debíaviajar en todos los aspectos, si no, ¿por qué habría dedejarme todas aquellas anotaciones? Y, claro, cogí unatlas.. y lancé mi dedo índice, que cayó en Toulousse.

John no pudo evitar sonreír ante la ocurrencia.

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–¿Así, sin más?

–¿Por qué no? ¿Importaba a dónde fuera?

–Supongo que no – reconoció John – Y, dime,Bel, ¿llevaste más dosis contigo a Francia?

–No es una droga de abuso, lo sabes, ¿no? ElViaje se reduce a una única y suficiente toma, Doc...

John siguió mirándole durante una pausa, hastaque ella continuó.

–...pero sí, llevaba conmigo unas muestras,nunca supe de dónde salieron. Imagino que eran mías,las llevaba en el bolsillo del abrigo junto a la cartainterminable, una tarjeta de memoria y una cajetilla decigarros que aún sigue sin abrir.

–Y en Francia, ¿sabías de más gente quehubiera llevado la sustancia hasta allá? ¿Laboratorios?¿Algo?

–No, John, fui yo, solo yo. ¿Te cuento quéencontré en la tarjeta de memoria? – Bel sonrió, pero sucháchara seguía siendo monótona – Fórmulas, John,muchas fórmulas... el diseño íntegro de la toma... Y loentendía todo... sabía cómo recrearla. El resto solo era“moverse”. Ya habían llegado algunas noticias delmovimiento espiritual de El Viaje que se abría paso enAmérica. Europa también quería experimentarlo. Sehablaba de la serenidad absoluta, de la paz del camino

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y de las respuestas divinas... – la joven se detuvo unmomento para pensar – La mayor parte de los viajantesabrazan a una espiritualidad tranquila, sedada... les daigual quiénes son o qué son... no sé – dijo volviéndosea encoger de hombros – quizás pienso demasiado...

Esta vez fue John quien se quedó oteando elinfinito, tratando de asimilar lo que acababa de contarleBel.

<<...les da igual quiénes son o qué son...>>, serepitió ella al instante de decirlo. Una jauría deimágenes le atosigó por unos segundos, y observó ensu memoria los objetos del bolsillo, en el abrigo rojo ylargo que tantas veces llevaba consigo. La carta, elsobre con algunas muestras y una tarjeta de memoria, yla cajetilla de “Chester”. Desde la primera vez que vioaquellos objetos fueron ídolos para ella. Todo giraba entorno a ellos, porque eran las únicas muestras de suvida anterior, y las llevaría consigo hasta queconcluyera su viaje espiritual.

Pero una duda absurda se había colado en sucabeza en aquel despacho, y no sabía cómo ponerlefin. ¿Por qué llevaba una cajetilla de tabaco? ¿Por qué?¿Acaso había sentido el impulso en alguna ocasión desaborear un cigarrillo? ¿Saborearlo? ¿A qué sabía unpitillo? No quería saberlo, si su sabor era equiparable asu olor, desde luego. No creía que hubiera fumado unasola vez en su vida, ni siquiera antes de viajar. No...

...el abrigo no era suyo.

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Pero la carta sí, estaba segura de habersereconocido a sí misma en las palabras y en sus formas.¿Entonces? John seguía pensativo cuando Bel sintióuna punzada y una intensa vibración en la nuca. Unfuerte latigazo recorrió el centro de su espalda.

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<<–Hoy en día se puede programar una planta,Steve – se oyó decir en su mente con una voz másjoven y divertida mientras le asaltaba el recuerdo.

Muchos sujetos habían caído en el camino.Algunas malas versiones de lo que sería El Viaje habíanarruinado ya bastantes vidas. Y la versión definitivaempezaría a hacerlo en breve, tras las últimasreuniones.

En aquel entonces vivía con Charlotte,... sí,Charotte,... su compañera de piso,... su compañera detrabajo... y su amiga. Y fue al rememorar a la francesacuando “vio el puzzle al completo”>>.

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John recuperó la compostura y contempló a Bel.Sus pupilas se contraían, su vello se erizaba y el rostroparecía desencajársele.

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–Bel, ¿estás bien? ¿Bel?

Ella le hizo un gesto con la mano para que lediera tiempo. No parecía capaz de hacer más señas.

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<< Se prestaban la ropa muy a menudo, usabanla misma talla y aquel día salió nerviosa. No queríadespedirse de ella de ninguna manera. Charlotte no lohubiera comprendido. Sabía con qué trataba. Era suequipo el que lo había diseñado, y por eso sabía queera una completa locura. Pero Bel no sabía qué máshacer. Su preocupación era constante y sus pesadillasya se filtraban en el terreno de la vigilia. Las “bajonas”eran más y más frecuentes. ¿Qué era lo que estabanhaciendo? ¿Programando cerebros? Alelando masas...aprendiendo a hacerlo. El siguiente paso lógico. Si nopuedes con el pueblo, sédalo. Además, es por su bien...¿Había creído alguna vez que algo de lo que habíahecho era por el avance del mundo? ¿O era por eldesarrollo de su mundo personal, de su ego? ¿Eracapaz de jugar con el cerebro de alguien para decirse así misma que podía hacerlo? ¿Quién era? ¿Qué era?

Con los nervios de la decisión ya tomada, yhabiendo arreglado los papeles y recursos para laaventura, Bel se había conducido hasta la puerta de lacasa y se había dado cuenta, de improviso, de que nollevaba prenda alguna para protegerse del frío. Pero elabrigo rojo de Charlotte colgaba del perchero al lado dela entrada, y lo cogió saliendo rauda del portal y

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metiendo la carta en el bolsillo derecho.

Los folios que se había escrito conteníaninformación importante acerca de las cosas quenecesitaría, un pasaporte nuevo, dinero para empezar yalgún otro detalle que había creído necesario, peronada que la relacionara con su vida de siempre.

Y también contenía unas líneas garabateadas ytemblorosas:

“Olvides lo que olvides, recuerda buscar siempre.Por una vez, conviértete en lo que has hecho. Prueba ydecide. Viaja y vive, empleando todo aquello que esté alalcance de tu mano.

Bel”.

Maldita sea... el sobre con las muestras y latarjeta de memoria no eran suyos, ni el tabaco. EraCharlotte la que fumaba. Claro que había entendido lainformación almacenada en la tarjeta, era su trabajo, yel de Steve, y el de Charlotte. Y el contenido del bolsilloera todo lo que tenía al alcance de su mano aquellatarde, tras la toma.

¿Qué había hecho? ¿Qué demonios habíahecho? ¿Esparcir más la semilla? >>.

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<<Por todas las visiones del mundo... ¿Quéhiciste Anabel?>>, se dijo a sí misma abrazando unestado de shock.

Bel intentó no mostrar el pánico que moraba enella, apretó con fuerza los dientes y respiró profundocuatro veces antes de hablar, dirigiendo su vista haciael escritorio de John.

Sus frases flotaban en susurros, era conscientede que si elevaba la voz corría el riesgo de echarse allorar como una cría, y de caer en la espiral sin retornodel auténtico delirio. Y lo que tenía que decir eraimportante. El último acto tras la respuesta final, pues laconclusión era clara. Bel solo era un error más deaquella civilización enferma de poder, de control...

–John – dijo en un hilo de voz –, tienes queescucharme. Tienes que escucharme bien. Entre laspertenencias que me confiscaron hay un colganteplateado, es una especie de camafeo – Anabel alzó lamirada para comprobar que John atendía –. Si retiras lapieza dibujada verás una pequeña tarjeta de memoria.Estúdiala, Doc, estudiadla... – Bel hizo una pausa y dijoalgo más, quizás a modo de suplica – Solo espero queno os guste lo que veáis, que no veáis su potencial...Horrorizaos, por favor... por favor...

Bel enmudeció y se quedó inmóvil. Ya no queríadecir nada más. No quería estallar en lágrimas, ni gritar,ni agitarse sin control, ni hablar y hablar hasta quedarse

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afónica. Aunque, en realidad, deseaba justo eso. Todoeso, y puede que mucho más.

Se la llevaron de la sala al ver que permanecíaensimismada, encerrada en su mundo interior. Pero Belestaba viva, viva de nuevo y consigo misma, y vio laoscuridad. Entendió por qué los que salían del viajedejaban la vida... lo entendió.

Y fue rápido. El policía creyó que caminaba enalgún tipo de trance, guiada por la inercia. Pero ella yaestaba despierta, muy despierta. Y su mano se habíadeslizado, asiendo el arma, con la ventaja de lasorpresa.

Y el tiro fue limpio. Y Bel cayó inerte al suelobrillante.

Quizás se dieran cuenta en el estudio postmortem de que se había convertido en una anécdotamás, de aquellas que llegaban hasta los oídos dealgunos viajantes, de las que narraban el pánico, elterror y los ataques de los que dejan El Viaje.

Nadie supo que al deslizar el arma se habíahecho una última pregunta: <<¿Cómo fui capaz deabandonarme a mí misma?>>. Como nadie supo que,justo antes de apretar el gatillo, solo pudo rezar a undios sin nombre: <<Que se horroricen, por favor, que sehorroricen...>>.

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