El Mundo de Nasrudin - Idries Shah

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Annotation

Este libro, como todos los deIdries Shah, está lleno de sorpresas.Hace más de 40 años, este eruditointrodujo en el mundo occidental loscuentos y chistes de Mullá Nasrudín,un personaje mítico en la tradiciónsufí que a veces es un saabio y otrasveces es un loco.

Los cuentos de Mulá Nasrudínson un espejo en el que podemosreconocer los humanos, en nuestrasvirtudes y buestros defectos, en

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nuestra belleza y nuestra másabsoluta ridiculez.

Muchos de los cuentos quecuenta Jorge Bucay son cuentos deNasrudín.

Prólogo de Jorge Bucay.

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IDRIES SHAH

El mundo de Nasrudín

Traducción de Agustín LópezTobajas

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RBA

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Sinopsis

Este libro, comotodos los de Idries Shah,está lleno de sorpresas.Hace más de 40 años, esteerudito introdujo en elmundo occidental loscuentos y chistes de MulláNasrudín, un personajemítico en la tradición sufíque a veces es un saabio yotras veces es un loco.

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Los cuentos de MuláNasrudín son un espejo enel que podemos reconocerlos humanos, en nuestrasvirtudes y buestrosdefectos, en nuestrabelleza y nuestra másabsoluta ridiculez.

Muchos de loscuentos que cuenta JorgeBucay son cuentos deNasrudín.

Prólogo de JorgeBucay.

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Título Original: The world ofNasrudin

Traductor: López Tobajas,Agustín

Autor: Shah, Idries©2004, RBAColección: IntegralISBN: 9788478712007Generado con: QualityEbook

v0.60

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Índice

PRÓLOGO, por Jorge Bucay 19Una barba mejor que la tuya 25Una cierta clientela 26Un zapatero con alas 27Un regalo de Dios 28Un regalo de Tamerlán 29Una infancia feliz 30Un blanco humilde 31Un pan para la cabeza 32Cuestión de opinión 33Cuestión de peso 34Una copia perfecta 35

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Un hombre piadoso 36Un problema de naturaleza 37Cuestión de oportunidad 38Una cena de «Oh» y «Ah» 39La habilidad con las palabras

41Un hombre más débil 42Un lobo para imam 43Después de tu defunción 44Huésped de Alá 45La misericordia de Alá 46Palabras de Alá 47Circunstancias alteradas 48Siempre demasiado tarde 49Entre extraños 50

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El tesoro de otro hombre 51Apetito 52Manzanas 53Recompensa de albaricoques 54¿Eres yo? 55Preguntar al hombre equivocado

56Pregunta al vecino 57Pregúntales a ellos, no a mí 58Pregunta al propietario 59Pregúntaselo a tu mujer 60Evitar 61Insultos bestiales 62Ser un experto 63La mejor manera de aprender 64

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Mejor ser pecador 65Mejor sus fardos 66Mejor descalzo 67Nacimiento y muerte 68Narices mordidas 69Huesos y todo 70Nombres prestados 71Pasteles prestados 72Las babuchas prestadas 73¿Chico o chica? 74Los ladrones y el rey 75Camellos y hombres 76Una cabeza imprudente 77Trinchar faisán 78Las cadenas, mañana 79

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Burlando a las estrellas 80Psicología de un niño 81Comidas selectas 82Médicos de ciudad 83Disturbio social 84Estupidez absoluta 85Mantos 86Ciego al color 87l.lega el Día del Juicio 88Comandante de asnos 89Compensación 90Sentencia desconcertante 91Consuelo 92Crimen y castigo 93Casa atestada 94

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Gafas peligrosas 95Los peligros de la lluvia 96Los peligros de dormir 97Gallina muerta 98¿Vivo o muerto? 99Un asno mentiroso 100Descendientes 101Gallinas tortuosas 102Corazones diferentes 103Diferentes propietarios, pájaros

diferentes 104Sendas diferentes 105Pecados disueltos 106Saltar a por la comida 107¿Persiguen los ángeles a los

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ladrones? 108¿Perro o buey? 109Hacer las cosas al revés 110El asno astrólogo 111Entierro de un asno 112El rey del burro 113Burros de carga 114Burro contra corcel 115Haz algo por ti 116Cada uno consigue lo que

merece 117Come y luego bebe 118Acomplejado, no ofendido 119Igual recompensa 120Hasta la última prenda 121

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El mal 122Exilio 123Explicaciones 124Cuentas extraordinarias 125Una mujer extraordinaria 126Holgazanería extrema 127Mira a tu asno 128Caído del burro 129Falso testimonio 130Tradición familiar 131Mucho más favorecedor 132Demasiado simple 133Historias de pescadores 134Cinco por el precio de uno 135Simples matemáticas 136

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Seguir las instrucciones 137Recuerdos cariñosos 138Oro de locos 139Olvidé tu rostro 140Para custodia 141Cuatro cazadores 142De sermones a sentencias 143Amigos en puestos elevados

144Invitado al funeral 145Defensa de la cabra 146La casa de Dios 147Ir hambriento 148Buenos ingredientes 149Buenas intenciones 150

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Juez Supremo 151Cintas verdes 152Causas de divorcio 153Aumentando el campo 154Crecer alto y fuerte 155Ropa usada 156A manos llenas 157Aguantar un poco más 158Tratos difíciles 159Lina comida pesada 160Cielo e infierno 161El cielo está lleno 162La grey celestial 163¿Cielo o infierno? 164Hereditario 165

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Pronto estará aquí 166Fuerza oculta 167Escondido 168Alto y bajo 169Su propia prohibición 170Pegar al hombre equivocado

171Agujero tras agujero 172Un asno santo 173Hospitalidad 174Llamadas de casa 175¿Cómo es que todos lo sabían?

176¿Cuánto viviré? 177Cómo ser sabio 178

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Cómo dormirse 179Cómo encontrar novia 180La naturaleza humana 181No puedo ser reconstruido 182Identificado por una cabra 183Si Alá lo quiere 184Yo de ti 186Si lo hubiera sabido antes 187Si eres lo que dices 188Si tu lengua fuera mía 189La joven impúdica 190Imposible 191Palabras improvisadas 192Por adelantado 193Prisa hambrienta 194

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A cargo de la lista 195Pollos incompletos 196Desconsiderado 197Indecisión 198Ronquido infernal 199Talento heredado 200Cuando me parezca 201Necesidad de corrección 202¿De dentro o de fuera? 203Interés 204Si lo sabré yo 205Palmas que pican 206Jaliz, el águila 207Sólo un humilde pan 208Con sólo pedirlo 209

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Por si las moscas 210Necesidad de asociarse 211Igual que su madre 212Justa recompensa 213Sólo probarte 214Sólo el juez 215No perder de vista 216Mantenerse despierto 217Saber el nombre 218Gorriones grandes 219Último en entrar, primero en

salir 221Risas y lágrimas 222Caballo zurdo 223¿Izquierda o derecha? 224

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Vida de ermitaño 225Animales letrados 226Un asno letrado 227Una vida larga y próspera 229Los días más largos 230Mira y ve 231¿Perder la cabeza? 232Burro perdido 233Por los pelos 234Mantenerse quieto 235¿Mago o cerrajero? 236Los modales no se pueden

disimular 237Hay muchas maneras de cazar

un tigre 238

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Amo y siervo 239Meditación 240¿Melón o montaña? 241Mal juzgado 242Alforjas desaparecidas 243Equivocación 244Dinero para su funeral 245Un mono en el tribunal 246Preguntas múltiples 247Mustafá, soberano del mundo

248Beneficio mutuo 249Respeto mutuo 251Mi espalda me dijo 252Mi carga 253

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Idea de mi asno 254Mis enemigos 255La importancia de mi amo 256Dinero de mi mujer 257La verdad desnuda 258Nasrudín muere 259El loro de Nasrudín 260Las babuchas de Nasrudín 261La sandalia ingobernable de

Nasrudín 262Disposición natural 263Habilidad natural 264La manta de la naturaleza 265Nunca nacido 266Nunca satisfecho 267

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La próxima vez 268Ceguera nocturna 269A mí no me toman el pelo 270Ninguna consideración 271Ninguna oreja, ningún crimen

272Malos para la salud 273Ninguna necesidad de cerebro

274¹No hay sitio para más 275Nada como un almuerzo gratis

276No es una cuestión de edad 278Nada que ver conmigo 279Sin tiempo para vestirse 280

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Sin tiempo para afligirse 281No en el almacén 282No hasta que yo diga 283Ningún testigo 285Explicaciones ofensivas 287Una vez en tierra firme 288Un caballo, dos propietarios

289Una palabrita 291Uno u otro 292A pie 293Sólo un profeta 294En nombre de mi madre 295Muerte sobreviviente 296Sueños dolorosos 297

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Palpitaciones 298El Paraíso no está lejos 299Recuperación parcial 300Pasta sin pasteles 301Pago en especie 302Campesinos y reyes 303Con piel y todo 304¿Pluma o eje? 305Faisán mensajero 306¿Empanadas o migajas? 309Planes de expansión 310Condiciones poco favorables

311El poder de los profetas 312Oraciones 313

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Oraciones de alquiler 314Pedir milagros 315Precocidad 316l'irscnte y correcto 317Conscrvar los peces 318El precio de la educación 319Honorarios profesionales 320Muy posible 321Leer en voz alta 322Valentía real 323Razones para el lamento 324Sal imprudente 325Transmisión de mensajes 326Deuda pagada 327Palabras repetidas 328

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Ladrón arrepentido 329Rescate, no robo 330Respeto 331Gastrónomos respetables 332Arroz, ratones y niños 333Riqueza o arroz 334Proporciones ridiculas 335M anzanas maduras 336Soberano del mundo 337¿Gobernante o tirano? 338Rumble el ratón 339San Nasrudín 340Sacos terreros 341La sustitución de Satanás 342Babuchas salvadas 343

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Semillas secretas 344Autodefensa 345Sensibilidad 346Enviado por Dios 347Servidor y amo 348Siete días 349Costillas duras 350Tácticas de choque 351Babuchas y asnos 352Simple aritmética 353Desde que se convirtió en mulá

354Pecador por una tarde 355Seis y tres, nueve 356Poco apetito 357

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Soldados y armas 358Afirmación y creencia 359Sentencias estrictas 360Buena dentadura 361Atascado en el barro 362Tiranos sucesivos 363Monedas de azúcar 364Superlativos 365Dulce venganza 366Pies hinchados 367Dolores de simpatía 368Hablar por señas 369La muerte de Tamerlán 371Enseñar mediante el ejemplo

372

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Naturaleza terrible 373El puchero enfadado 374El mejor mentiroso 375El mejor maestro 376Una invitada hermosa 377El rey presumido 378El gato del carnicero 379Una persona encantadora 380El coste de una maldición 381La pierna maldecida 382Habla el desierto 383Consejo del Diablo 384Vuelve el ahogado 385El novio olvidado 386La apuesta del cronista 387

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La importancia del oro 388Hay que seguir las instrucciones

389El guarda del santuario 390El padre del rey 391El caballo del rey 392Los mensajeros del rey 393Los restos del rey 394La sombra del rey 395La cola del rey 396La voz del rey 398Digno del rey 399La carta 400El asno del alcalde 401La cueva del avaro 403

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La cola desaparecida 404El hombre más tolerante 405Una casa nueva 406El único remedio 407Conocimiento teórico 408Los otros cinco 409La plaga 410El hombre más pobre 411El precio de la misericordia

412La misma razón 413Los pasos del sirviente 414El cielo se cae 415La tormenta 416El juramento más fuerte 417

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El juego del sol 418El cubo nadador 419Un imam ahorrador 420Un emperador feo 421El fin del mundo 422La moneda gastada 423Ladrones y pollos 424Tiempo de dormir 425Engañar al gato 426Irse de la lengua 427Tónicos 428Demasiado bueno para un

ascenso 429Una carga demasiado pesada

430

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Demasiado caliente para comer431

Demasiado tarde 432Demasiados vendedores 433Vender con pérdidas 434Traducciones 435Pie molesto 436Justicia verdadera 437Visión verdadera 438Trompetistas en la corte 439Dar vueltas en la sepultura 440Dos monedas atrasadas 442Dos desastres 443Dos alforjas 444Dos babuchas más 445

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Dos bromistas 446Dos leñadores 447Incapaz de ayudar 448Infeliz en casa 449Medios poco ortodoxos 450Piedras útiles 451Compañeros ambulantes 452Se busca imbécil 453Cuentos de guerreros 454Qué desperdicio 455El precio de un consejo 456¿Cuál es la diferencia? 458¿Qué hacer? 459Cuando me veas 460¿Dónde duele? 462

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Donde no hay gente 463¿Dónde iré? 464¿Quién compró a quién? 465A quién respetar 466¿La barba de quién? 467¿Por qué pagar dos veces? 468Mirar escaparates 469Manto de invierno 470Sabia inversión 471Con una moneda de oro 472El hombre equivocado 473Mujeres de países lejanos 474Algo digno de robar 475Hombres dignos 476Digno de nata 477

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Tú lo perdiste, tú lo encuentras478

Debes de ser sordo 479

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Prólogo

DICEN los sufíes que el proceso deaprendizaje se asemeja a la costuracon hilo y aguja. Este libro es unaaguja. El hilo eres tú.

¿De qué servirían todas lasagujas del mundo si no existieran loshilos que cosen el conocimiento, eldesarrollo y la sabiduría? ¿De quéservirían cientos de miles demaestros y de libros y de imágenes sino existieran aquellos dispuestos atransformar un dato, una palabra o

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una idea en acciones, pensamientos yemociones capaces de cambiar elmundo interior y el entorno?

Una aguja sin hilo sólo puedehacer agujeros. Porque el ganchilloempuja pero no hilvana. La puntamarca el camino pero no lo sujeta,señala pero no lo alcanza.

Si miras con atención dentro decada uno de estos cuentos verás quehan sido escritos para ti. Quizá teparezca imposible. Quizá no quierascreerme. Y, sin embargo, es laverdad: el protagonista de todosestos cuentos eres tú.

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Aquí te llamas Nasrudín.Podrías llamarte Juan Carlos o

Marta o Hakim, pero te llamasNasrudín.

Como te dije, debes miraratentamente porque en algunoscuentos apareces más viejo, en otrosmás guapo o más inteligente, obastante tonto; en algunos eres unamujer y en otros un niño. Pero no lodudes: siempre eres tú porque elcuento narra siempre tu historia.

El cuento es una fuente deinspiración y de enseñanza tan viejocomo la historia de la humanidad.

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Antes aún de la escritura, secontaban cuentos. Muy posiblemente,cuando el lenguaje no era suficientepara narrar un hecho, se pintaronhistorias en las paredes de las cuevasdonde habitaban nuestrosantecesores.

De esta manera, hombres ymujeres transmitieron conocimientos,técnicas, conductas y experiencias alas generaciones que los seguían, quemás tarde comprendieron que debían,a su vez, conservar esa transmisiónoral o gráfica como un tesoro queenriquecerían con sus nuevos relatos

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o con el imaginario creativo de algúnprimitivo narrador o poeta.

Relatos que, al circular,llevaban consigo el compendio de lasabiduría popular, el arquetipo quemuestra la historia, la cultura, losvalores y las costumbres de la gente,el instrumento de cohesión social quedesde los comienzos del tiempo sirvepara entretener, instruir y expresar loque Jung denominaba el«inconsciente colectivo». Lashistorias que relacionan el pasadocon el presente y que proyectan elpresente en el futuro común.

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Los diálogos de Platón, losrelatos del Talmud, las parábolasevangélicas y los koanzen estánconstruidos con palabras que intentansaltarse el filtro intelectual deloyente para llegar a lo más íntimo yesencial de su ser, donde muchossuponemos se encuentran todas lasverdades que buscamos inútilmentecon nuestra inteligencia abstracta.

La metáfora es la contribucióndel hemisferio cerebral derecho a lacapacidad intelectual del hemisferioizquierdo, como dice Leonard Shlain,y la construcción más acabada de la

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metáfora es el cuento.En cada cuento se crea una

realidad propia que suma lasecuencia narrativa lógica expresadaen palabras y por lo tanto captadapor el hemisferio dominante; elcontenido metafórico creado por elarte literario sólo puededecodificarlo el hemisferio cerebralopuesto, que lo expresa en laemoción disparada en el lectorabierto a vivenciarla. De este modo,ambos hemisferios del cerebrocontribuyen a la comprensión delsignificado de los cuentos,

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cuestionando el sentido de nuestrapropia identidad y de nuestra manerahabitual de ser en el mundo o, por elcontrario, confirmando que somosnosotros mismos y dando un nuevosignificado a nuestra existencia.

Esto explica la atracción queejercen los relatos, y la aceptaciónde que gozan entre personas dediferentes edades, culturas y estilos.Así, se podría decir que actúan anivel consciente e inconsciente,transmitiendo su «mensaje» de formadirecta e indirecta.

Desde hace más de un siglo, la

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psicología se ha valido de más y másinstrumentos en su búsqueda de lasmaneras de ayudar al hombre en esaevolución. Las líneas más recientes—constructivismo, terapia narrativa,Gestalt, terapias sistémicas, enfoquesestratégicos y todas las nuevastendencias psicopedagógicas—enfatizan la importancia del sujetocomo creador y protagonista de supropia metáfora existencial, yutilizan el recurso de los cuentoscomo herramienta fundamental. Dehecho, es una de las más importantesherramientas de comunicación, si no

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la única, capaz de proporcionar laoportunidad de comprender unaspecto de la enseñanza a un númeroinfinito de personas al mismo tiempo.

Este libro nos trae, una vez másde la mano de Idries Shah, laposibilidad de deleitarnos mientrasnos imaginamos en lugares nuevos ydiferentes. Hace mucho que, como«ayudador profesional», sé que lasalud mental y la solución denuestras angustias más guardadas nopasan por una idea que nunca se lehaya ocurrido a nadie, ni por lasolución que no se encuentra a mano.

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La mayor parte de las veces, aprendí,la salida está ahí, cerquita, a pocospasos... Y, sin embargo, no la vemos.Alguien podría preguntarse si somostontos y, si fuera yo el interrogado,contestaría que sí, que somos unpoco tontos en muchos aspectos,aunque de todas maneras dejaríaestablecido que ése no es elproblema, dado que volverse másinteligente no es la solución.

La verdadera cuestión esdescubrir que nos encontramos depie en un rincón de la sala desdedonde no se ve la puerta.

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No se ve. Desde donde estamos,no se ve.

Y entonces, para encontrarla,con ayuda o por propio deseo, sinprisa pero sin pausa, hay quemoverse un poco, salir del sitiodonde nos hemos acomodado, ver lavida desde otro lugar.

En este camino, el de buscar laspuertas moviéndonos guiados por lasenseñanzas de otros, muchosempezamos interesándonos en lasanécdotas más significativas de lavida de los grandes personajes o enel análisis de la conducta del hombre

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común frente a situacionesextraordinarias; pero descubrimosmucho más tarde que las mismasseñales y aprendizajes estabantambién en los contextos mássencillos y cotidianos, en el marcohabitual de nuestra simple existencia.

Los relatos que nos hacen mellaconstituyen esencialmente cambiosde encuadre. Al igual que el merohecho de cambiar de lugar en unasala, los relatos nos permitencontemplar la vida y la experienciade la misma de una forma diferente,lo que puede modificar nuestra

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perspectiva, nuestro radio de alcancey nuestro centro de atención.

Los relatos verdaderamentemágicos son capaces de cuestionar yde perturbar nuestros actualesmarcos de referencia, nuestro mapahabitual del mundo, y hacernos salirde nuestro pensamiento limitado a finde aprender y descubrir nuevosaspectos.

Sin embargo, la herramienta porsí sola alcanza a proporcionar nadamás que el momento inicial demotivación, a facilitar el surgimientode alternativas de acción o a ilustrar

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con pinceladas iluminadoras unobjetivo para mantenerlo en el puntode mira. Lo demás, todo lo demás, esel trabajo del que escucha la historia.Es verdad que no puedes ordenar tucuarto si no hay luz. Pero encender lavela no alcanzará para que el cuartose ordene por sí mismo...

Cualquiera que haya leído aMilton Erickson, a Gregory Bateson,a Bruno Bettelheim o a Osho, tomaráconciencia de la importancia de losrelatos didácticos para estimular elpensamiento y la acción capaces dedar forma a nuestros sueños.

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Estos y todos los cuentos sufíespueden ser utilizados para variosfines que yo agrupo en estos ochoítems de creciente importancia.

Crear imágenes cargadas deemoción en la mente de los oyentespara que una determinadainformación se sitúe por debajo delnivel consciente del conocimientoracional y favorecer asociacionesque permitan que esos datosaprendidos se recuerden fácilmente.

Fortalecer la creatividaddesplazando la actividad cerebral delas ondas de procesamiento

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intelectivo a las de ensoñacióndiurna para transformar lo abstractoen concreto, desarrollar lavisualización y alentar así labúsqueda de otras alternativas ysignificados.

Demostrar que un determinadoproblema no es novedoso niexcepcional. Demostrar la naturalezauniversal y en red de las relacioneshumanas

Suscitar la curiosidad, incluirlos puntos de vista y la sabiduría deotras culturas y demostrar que cadapersona interpreta la información de

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forma diferente de acuerdo con supropia experiencia.

Abrir un interrogante yreformular un problemapresentándolo como una nueva visióny una nueva oportunidad; enseñar aanalizar la conducta desde unaperspectiva diferente.

Cuestionar una conductainaceptable, propia o ajena; ydemostrar lo inadecuado delrazonamiento lógico formalexcluyente.

Alentar a implicarse por enteroy a intervenir comprometidamente

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para modificar un paradigma.Por último, para sentir el goce

de leerlos y compartirlos; porquecontar historias es un arte al alcancede todo el mundo, y disfrutar alescucharlas un placer universal,relacionado con nuestra parte máspura y fresca, la del niño que algunavez fuimos y vive todavía ennosotros.

Idiries Shah permite comprobaruna vez más esa cualidad esencial delos cuentos sufíes: la de ser capacesde acompañar nuestras transicionesacortando distancias entre nuestras

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vivencias y nuestras teorías; unaforma de ver y de entender el mundodesde una luz nueva, desde un ángulodiferente.

Algunos de estos cuentos fueronescritos hace miles de años y otroshace pocas semanas. Estáninspirados en hechos reales de gentede otras latitudes o de otros tiempos;son relatos textuales de anécdotasurbanas y contemporáneas o puraimaginación del autor... Y, sinembargo, conservan la sabiduríafascinante de los cuentos, «viajerosincansables del tiempo y del

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espacio».Los que, muy lejos de esa

sabiduría y mucho más de lavirtuosidad literaria, trabajamossolamente para transmitir lo queotros enseñan, sabemos que haybásicamente dos nutrientes delaprendizaje: las vivencias propias yla observación atenta de lasexperiencias de otros.

Y esto se debe a que nos hemosdado cuenta de que, quien viveconsciente y despierto, aprende acomprender los hechos que suceden asu alrededor y a encontrar en ellos

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los símbolos y las metáforas de supasado y de su presente para abrirseasí a un futuro lleno de proyectos yvacío de temores.

Nasrudín nos encantará, noshará reír y nos ayudará, lo deseemoso no, a aprender y, por ello, atransformarnos. La risa será tan sólouna manera de burlarnos de nuestraspropias limitaciones y deficiencias.La duda o la sorpresa, un recursoeficaz para estimular la creatividad.Y, el encanto del relato, unrecordatorio capaz de generar unmayor número de opciones, de

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alguna manera mágicas, en nuestrasvidas.

La magia de estos cuentoshabita en tu coraje de escuchar el ecoque resonará en tu interior despuésde leer cada historia, aparentementeajena y distante.

En lo personal, como terapeuta,como comunicador, como buscador ycomo docente, me alegra tener entremis manos esta nueva colección dehistorias de Idries Shah. Sean estaspocas palabras tomadas como lamínima expresión de mi gratitud.

Jorge Bucay

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Buenos Aires, julio de 2004

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Una barba mejor que latuya

—LOS verdaderos devotos llevanbarba —decía el imam a su auditorio—. ¡Mostradme una barba espesa ybrillante y yo os mostraré a unverdadero creyente!

—Mi cabra tiene una barba másespesa y larga que la tuya —contestóNasrudín—. ¿Significa eso que esmejor musulmán que tú?

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Una cierta clientela

—ACABO de tener un sueñoextraordinario —dijo Nasrudín a sumujer una mañana—. Soñé que meencontraba con un comerciante concuatro cargamentos separados.

—¿Qué llevaba en sus alforjas?—En la primera tenía

persecución, y en la segunda, miedo.En la tercera, intolerancia, y en lacuarta, ceguera.

—¿Y quiénes eran sus clientes?—Opresores, tiranos, imames y

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magistrados.

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Un zapatero con alas

CUANDO el imam vio a Nasrudíncon sus babuchas desgastadas ymedio rotas, le dio unas palmaditasamablemente en el brazo:

—No desesperes, mulá. ElCorán nos dice que quien está ennecesidad en este mundo serárecompensado en el Paraíso. Tuszapatos pueden estar ahora gastadosy con agujeros, pero llevarás losmejores en el cielo.

—En ese caso —contestó

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Nasrudín—, sin duda en el cielo serézapatero.

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Un regalo de Dios

—NASRUDÍN había salido apasear cuando una abeja le picó en lanariz. La picadura empezó ahincharse de forma alarmante y se fuecorriendo a ver al médico. Cuandocruzaba el bazar, un guasón le vio ydijo riendo:

—¿Dónde conseguiste esanariz?, ¿de un burro?

—Sí —contestó el mulá—.Cuando Dios dividió al asno, te dio ati su inteligencia, y a mí, su nariz.

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Un regalo de Tamerlán

CON motivo de su cumpleaños,Tamerlán obsequió a cada uno de suscortesanos con una enorme caja.Cuando los consejeros y la noblezaabrieron sus regalos, encontraronropas cosidas con hilo de oro yadornadas con piedras preciosas.Pero cuando Nasrudín, querecientemente había perdido el favorreal, desenvolvió su regalo encontróuna vieja manta de asno en suinterior.

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—Compasivo Alá —gritó—,presencia la generosidad deTamerlán, que ha honrado a su siervocon el manto que se ha quitado de supropia espalda.

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Una infancia feliz

EL vecino de Nasrudín salió deviaje a comerciar en lejanos países ypidió al mulá que cuidara su casa detres pisos. Unos días después, unafamilia extranjera se instaló en ella, yreclamaba la propiedad como suya.Nasrudín los llevó ante el tribunal.

—¿Cómo puedes estar segurode que la casa pertenece a tu vecino?—preguntó el juez.

—Señoría, he conocido la casadesde la infancia, cuando era una

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minúscula cabaña. Pensad en todo elcuidado y atención que le dio mivecino para que creciera hastaconvertirse en esa propiedad.

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Un blanco humilde

EN la aldea de Nasrudín vivíanvarios muchachos delincuentes. Undía, el mulá pasaba por delante deuna cuadrilla de tales jóvenes cuandoel jefe tiró una piedra a su asno. Envez de castigar al chaval, Nasrudín lellamó y le dio un pastel de carne.

—¿Qué es esto? —dijo condesprecio el joven, arrebatando ydevorando el pastel—. ¿Tratas deamansarme con amabilidad?

—Nada de eso —contestó el

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mulá—. Quiero simplementecompensarte por el hecho de quetomaras a mi humilde asno comoblanco. Un revoltoso de tu calibremerece una diana mucho más noble.

Queriendo alardear delante desus amigos, el chaval buscó unblanco más especial. En esemomento, pasaba el alcalde sobre unelegante corcel. Inmediatamente, elmuchacho cogió la mayor piedra queencontró y se la tiró al caballo, quesalió despavorido, tirando al suelo asu eminente jinete.

El alcalde, furioso, llamó

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inmediatamente a su guardia para quese llevaran al joven rufián y lepropinaran una buena paliza.

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Un pan para la cabeza

UNA noche Nasrudín llegó a casade su hermano ya muy tarde, einmediatamente le hicieron pasar a lamejor habitación. Aunque se le habíadado la cama más cómoda de la casa,con las sábanas y las mantas mássuaves, nadie pensó en preguntarle sihabía cenado. Dando vueltas a unlado y a otro, Nasrudín luchaba envano por suprimir los ruidos que elhambre le hacía en las tripas.Finalmente, saltó de la cama y llamó

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a su anfitrión.—¿Qué pasa? —preguntó el

hermano del mulá, asustado al verque le despertaban en mitad de lanoche.

—Las almohadas sondemasiado suaves —replicóNasrudín—. ¿Podría coger un pan dela cocina y descansar la cabeza enél?

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Cuestión de opinión

UN rebaño de cabras del vecinoentró en el huerto de Nasrudín yempezó a devorar con avidez cuantosvegetales había a la vista.

—¡Date prisa! —aulló laesposa de Nasrudín—. Ahuyenta aesos animales; son las criaturas másglotonas del mundo y nos dejarán sinnada.

—Espera un minuto —contestóel mulá, viendo que el imam localsubía por el camino—. La criatura

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más glotona no ha llegado todavía.

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Cuestión de peso

NASRUDÍN había sido designadojuez de la ciudad, y dos hombresllegaron a él con un litigio civil.Unos años antes habían comprado unasno. El más rico de los dos habíapagado diez piezas de oro, y el máspobre sólo cinco. Habían montadoentonces un negocio que consistía enrecoger leña que iban vendiendo depuerta en puerta. El que habíainvertido diez piezas de oro sellevaba el doble de los beneficios.

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Cierto día, cuando volvían de unaciudad en la montaña, el animalperdió el equilibrio y cayó por unprecipicio.

—Yo pagué el doble por elasno —dijo a Nasrudín el primerpropietario—, y por tanto tengoderecho a que se me devuelva algode mi dinero.

—No le daré ni un centavo —dijo el segundo hombre—. Durantevarios años, se ha llevado el doblede beneficio que yo.

—¿Llevaba carga el asnocuando se cayó? —preguntó el juez.

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—No, volvíamos de un día detrabajo y habíamos vendido toda laleña.

—Entonces, la cosa está clara—contestó Nasrudín—. La caída delasno está directamente relacionadacon su peso. Por tanto, el hombre queposeía la parte más grande del pesode su cuerpo fue el más responsablede su caída.

Y mandó que el primer hombrepagara al segundo cinco piezas deoro.

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Una copia perfecta

NASRUDÍN estaba en Turquíavisitando a un amigo. Una noche, losdos hombres se sentaron fuera, bajoel cielo estrellado.

En seguida el mulá dejó dehablar y empezó a dar sonorasmuestras de aprobación.

—¿Por qué haces «¡ooh!» y«¡aah!»?

—Estaba admirando tu cielo yme asombraba de la maestría devuestros pintores de cielos. Han

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hecho una copia perfecta de lasestrellas que tenemos en mi tierranatal.

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Un hombre piadoso

UN día, el imam mandó reunirse alos habitantes del poblado deNasrudín y les impartió un sermónsobre las grandes gestas de losprofetas. Cuando describía lasacciones particularmente nobles deuno de los más eminentes, Nasrudínrompió bruscamente a llorar.

—¡Mirad a este hombrepiadoso! —exclamó el imam—.¡Está tan conmovido que se le saltanlas lágrimas!

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—Es verdad —sollozó el mulá—. Me provocas el llanto. Mi cabrafavorita murió esta mañana y nopuedo dejar de pensar en ella.Cuando sacudías la cabeza al hablar,me recordabas tanto a mi cabra queme has hecho llorar.

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Un problema denaturaleza

UN día el sha de Irán convocó a losmayores pensadores y filósofos delpaís para que contestaran a unaadivinanza:

—¿Qué fue primero, el río o labarca?

—La barca, Majestad —dijouno—, pues cuando se inventó, elhombre comprendió que no podíanavegar en tierra firme y tuvo queinventar el agua.

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Nasrudín, que estaba entoncesde visita en la corte del sha, pidiópermiso para plantear una segundapregunta:

—Si el pez nada todo el día,¿qué hace por la noche?

Trataron de buscar la solución,pero ninguno de los filósofos ysabios pudo encontrar una respuestaconvincente, y finalmente Nasrudíndio su explicación:

—Después de pasarse el díanadando, los peces están cansados,así que se suben a los árboles yduermen.

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—¡Eso es ridículo! —clamaronlos sabios.

—¿Por qué? —preguntóNasrudín—. ¿Creéis que los pecesson como el ganado, que no puedesubirse a los árboles?

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Cuestión deoportunidad

NASRUDÍN fue convocado por elrey para que le aconsejara sobrecuestiones de salud.

—Dime —preguntó—, ¿a quéhora es más sabio cenar?

Nasrudín reflexionó durante unmomento:

—Todo depende de lo que seas—dijo finalmente—. Si eres el rey,cualquier momento es bueno paracenar. Si eres un pobre, comes

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cuando encuentras qué comer.

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Una cena de «Oh» y«Ah»

NASRUDÍN no tenía dinero y se vioobligado a trabajar temporalmentecomo cocinero.

•Escucha, mulá —le dijo elportero el segundo día—, nuestroamo es conocido porque nunca pagaa sus empleados. Ten por seguro queel día que le pidas tu salario, teseñalará una tarea imposible y senegará a pagarte por no poderrealizarla.

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Efectivamente, el tacañoempresario retuvo el salario deNasrudín durante varias semanas.Finalmente, el cocinero se vioobligado a pedir el dinero a su amo.

—Con mucho gusto te daré tusalario —dijo el avaro cuandoNasrudín se dirigió a él—, peroprimero debes cocinarme una comidaespecial.

—¿Y en qué consiste esacomida?

—De primero debes preparar«Oh», y como plato principalcocinarás «Ah» —contestó el avaro

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con una sonrisa—. Si no consiguestraerme esa comida, no tendré otroremedio que despedirte y mandarte acasa sin una moneda.

Nasrudín se inclinó y se fuedirectamente a la cocina. Unas horasdespués, salió para anunciar que lacena estaba servida. Cuando el avarovio en la mesa un enorme tazón desopa, quedó encantado. No sóloNasrudín había cocinado una sabrosacomida, sino que estaba a punto deahorrarse los salarios de variassemanas. Cogió una gran cucharada yse la tragó.

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—¡Oh! —jadeó cuando loschiles le abrasaron la garganta.Farfullando y atragantándose, tendiólos brazos al cocinero, que le ofrecióun vaso de agua helada.

—¡Ah! —exclamó cuando elfrío líquido apagó las llamas de suboca.

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La habilidad con laspalabras

UNA cuadrilla de ladrones, a laespera de juicio, estabanpreocupados por las duras condenasque estaban aplicando los tribunales.

—Necesitamos a un hombre quenos defienda de manera tan elocuenteque ningún juez pueda condenarnos—dijo el jefe.

Recordando la habilidad deNasrudín con las palabras, lecontrató como abogado.

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El mulá apareció en laaudiencia al día siguiente ypronunció una defensa tanconvincente que todo el palacio dejusticia quedó convencido de que loshombres eran inocentes. Nasrudínhabía puesto tanta energía en suactuación que empezó a sudar.Segundos antes de que el juezordenara la liberación de losacusados, su abogado no pudoresistir el calor por más tiempo. Sequitó el manto y pidió a los guardiasque lo metieran en una celda.

—¿Por qué quieres encarcelar a

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tu manto? —preguntó el juez.—Si estos hombres van a ser

liberados —contestó el mulá—,quiero asegurarme de que mi mantoesté en un lugar seguro.

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Un hombre más débil

CUANDO pasaba por delante de unelegante palacete en el centro deBagdad, Nasrudín se percató de queen su interior se estaba celebrandouna fiesta. Atraído por el olor de lacabra asada, se metió en la casapasando por entre los guardias y sesentó a la mesa. Después de lacomilona, el anfitrión pidió silencio.

—Amigos —dijo—, os heinvitado aquí para celebrar misúltimas y grandes victorias. Como

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sabéis, he sido el campeón de luchade esta ciudad durante algún tiempo.Pero ahora, tras haber derrotado amis competidores en otras ciudades,¡soy campeón de todo el país!

Los comensales aclamaron a suanfitrión. Sólo Nasrudín permanecióen silencio, lo que enfureció alluchador:

—¿No te impresiona que hayapulverizado a mis enemigos y tiradoal suelo a los mejores luchadores queesta tierra puede ofrecer? —preguntó.

—Depende —contestó el mulá

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—. Esos hombres, ¿eran más débilesque tú?

—¡Por supuesto! —se jactórimbombante el deportista—. Erantan débiles como moscas... taninsignificantes como las másdiminutas hormigas.

—¿Y qué mérito hay en derrotara un hombre más débil?

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Un lobo para imam

LOS tiempos eran difíciles, yNasrudín decidió buscar un empleoregular. Atraído por el dinero fácil,decidió convertirse en imam. Seenrolló un inmenso turbantealrededor de la cabeza y salió enbusca de una mezquita. Visitónumerosas ciudades y lugares deculto, pero no tuvo suerte: incluso laszonas más remotas tenían ya un imampermanente.

Cansado y hambriento, Nasrudín

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se detuvo en una casa de té en unapequeña ciudad al pie de lasmontañas. En la plazoleta que estabaenfrente se había reunido unamultitud enfurecida. Preguntó, y elmulá se enteró de que el gentío habíacogido un lobo.

—El animal atacaba a nuestrascabras y ha causado muchos daños—explicó un campesino—.Persiguiéndolo por la ciudad,finalmente liemos conseguidoacorralarlo. Estábamos discutiendoqué hacer ahora con él.

Nasrudín desenredó su turbante,

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lo colocó sobre la cabeza del animalapresado y lo dejó libre.

—¿Qué has hecho? —gritaronlos asombrados espectadores—. ¡Hallevado días atraparlo!

—Le he condenado al peor delos castigos —contestó el mulá—.Que sufra el tormento de tratar deencontrar trabajo vestido de imam.

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Después de tu defunción

EL califa de Bagdad soñó que se lecaían los dientes y su cabeza perdíael cabello. Por la mañana, convocóal astrólogo de la corte para queinterpretara el sueño.

—¡Ay! —explicó el hombre—,eso significa que tu mujer y tus hijosseguirán viviendo después de tumuerte.

Al oír esto, el enfurecidogobernante mandó que encarcelaranal astrólogo.

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—¿Cómo interpretarías tú elsueño? —preguntó al mulá, queestaba visitando la corte.

—El sueño significa,Eminencia, que sobreviviréis a todavuestra familia —respondióNasrudín.

Tranquilizado, el califa dio aNasrudín una bolsa de oro.

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Huésped de Alá

UNA noche, cuando Nasrudín y suesposa estaban sentados para cenar,.lguien aporreó la puerta. Al abrir,Nasrudín vio a un derviche con unmanto de muchos colores y unturbante inmaculado.

—¡No te quedes ahí! —dijobruscamente el hombre—. Soy elinvitado de Alá, y estás obligado ainvitarme y darme tu comida y tubebida más apetitosas. Luegodescansaré la cabeza en tu mejor

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almohada y dormiré bajo tus mantasmás cálidas.

—Un momento —dijo el mulámientras se ponía su manto—. Tellevaré a un lugar mucho másconveniente para un hombre santotomo tú. —Pidió al derviche que lesiguiera y fue corriendo a la mezquitade la ciudad.

—¡No puedo quedarme aquí! —dijo el sabio indignado—. Hace frío,está oscuro y no hay nada que comer.

—Disculpa —contestóNasrudín—, pero dijiste que eras elinvitado de Alá, y pensé que, como

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es lógico, estarías más a gusto encasa de Alá.

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La misericordia de Alá

NASRUDÍN contrató a un mozo decuerda para llevar sus compras delmercado hasta su casa. Cuando losdos hombres subían la pedregosacuesta que conducía a la puerta, elmozo resbaló y cayó rodando entregritos, por la ladera de la montaña.

—¡Gracias, Alá, por tumisericordia! —gritó Nasrudínextendiendo los brazos al cielo.

—¿Cómo puedes dar gracias aAlá por permitir que un hombre se

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caiga y se mate? —le preguntó suesposa, que había visto el terribleaccidente.

—No le estoy dando gracias pormatar al mozo: le doy gracias por nohaber pagado todavía al desdichado.Si lo hubiera hecho, mi dinero estaríaahora junto a los comestibles en elfondo del barranco.

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Palabras de Alá

EL sha de Irán supo que el santoNasrudín viajaba por el país. Envió asus exploradores para quelocalizaran al santo y lo llevaran avivir . esplendor de la corte.

Después de varios meses, el shavisitó las lujosas habitaciones deNasrudín en el palacio.

—Dime, oh santo venerado,¿qué palabras has escuchado delabios de Alá?

—Sólo las últimas serán de

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interés para vos, Alteza. Alá acabade susurrarme algo al oído.

—¿Qué te ha dicho?—Acaba de decirme que tenga

cuidado con lo que digo, para poderquedarme en el Paraíso que Él haencontrado para mí.

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Circunstanciasalteradas

NASRUDÍN y un rico comerciantecabalgaban juntos a través deldesierto.

—¿No es verdad que Diosrecompensa a los ricos con riquezas?—dijo el comerciante al mulá—.Mira mis espléndidas botas demontar, confeccionadas con la mejorpiel que el dinero puede comprar, ytus sandalias agujereadas yandrajosas. Mira mi turbante

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enjoyado, y los harapos que tú llevasenrollados en la cabeza. Mira mimanto de seda con botones deartesanía e hilo de oro, y la caparemendada que cuelga de tushombros esqueléticos. Aquí estamoslos dos: tú con unas pocasposesiones miserables en tusapolilladas alforjas, yo con especiasque harán que príncipes y reyeslloren de alegría. Y sin embargo,cabalgamos juntos por el mismocamino, yo en un corcel árabe, túescarbando en la arena en un asnopequeño y ridículo...

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En aquel momento, lasreflexiones del comerciante se vieroninterrumpidas por la aparición de unabanda de ladrones, que le tiraronsobre la arena, le apalearon y ledieron de patadas, y desaparecierontras apropiarse de todo sucargamento y su montura.

—¡Qué extraordinario es esto!—dijo pensativamente Nasrudín—.Mis circunstancias parecen no habercambiado, pero las tuyas se hanalterado dramáticamente en unospocos minutos.

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Siempre demasiadotarde

NASRUDÍN acababa de volver acasa procedente del mercado, cuandoescuchó el ruido de un banquete debodas que se celebraba en la casa deal lado. Frenéticamente se quitó suropa de trabajo, se lavó y,poniéndose sus mejores galas, voló ala casa del vecino. Pero en el tiempoque había tardado en cambiarse, elbanquete había terminado, la parejase había retirado para la noche y

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todos los juerguistas habían dejadola casa.

Volviendo a su hogar,desanimado, Nasrudín empezó aquitarse la ropa.

—Me parece que al primerbanquete de boda al que vaya será elmío.

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Entre extraños

A la aldea de Nasrudín llegó lanoticia de que el juez había muertomientras juzgaba un caso en elpueblo vecino.

—Qué extraordinario que hayaescogido caerse muerto delante degentes extrañas —dijopensativamente el mulá—, cuandopodía haberlo hecho aquí, entre lossuyos.

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El tesoro de otrohombre

CAMINABA Nasrudín por la riberacuando vio una copa flotando en elagua. La sacó, miró en su interior ydescubrió que estaba medio llena deagua. En la superficie brillaba lacara de un hombre.

—Lo siento —dijo al reflejo—,no me he dado cuenta de que la copaera suya. —Y sin dudarlo un instante

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la echó de nuevo al río.

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Apetito

UN día, el suegro de Nasrudín —hombre de gran apetito— llegó acasa del mulá.

—Mis viajes me llevan justopor delante de tu casa, así que pensédetenerme unos minutos para hacerteuna rápida visita —dijo, ocupando sulugar en la mesa.

Nasrudín sirvió a su huésped téy bizcochos. En unos momentos, elhombre se había bebido hasta laúltima gota, se había comido la

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última migaja del tentempié y mirabaya a su alrededor en busca de algomás. Nasrudín sirvió más té y másbizcochos, y de nuevo su suegro secomió hasta el último bocado y sebebió hasta la última gota. Nasrudíndijo a su esposa que preparara unpulao de enorme tamaño, y se fue atoda velocidad a buscar refrescossuficientes para sostener a suhuésped hasta la cena. Volvió conuna sandía enorme, helado, pasteles ynueces, que el hombre consumió deinmediato.

Cuando el pulao estuvo listo,

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comió hasta no dejar ni un solo granode arroz. Luego se bebió seispucheros más de té y anunció quepasaría la noche allí y continuaría suviaje por la mañana. Cuando seinstaló en la cama de la pareja,Nasrudín le preguntó dónde iba eldía siguiente.

—Voy de camino a Samarcandaa ver a un famoso médico que hainventado una pócima para estimularel apetito. Cuando vuelva de regreso,entraré a veros y os contaré misaventuras.

—¡Es una lástima, pero

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estaremos fuera! —exclamóNasrudín—. Mañana salimos paraBagdad a ver a otro médico famosoque ha inventado una pócima parasuprimir el apetito.

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Manzanas

MULÁ Nasrudín estaba una veztrabajando como recogedor demanzanas. Después de todo un día detrabajo agotador, su jefe —que eraun avaro— se negó a pagarle elsalario acordado.

—No tengo dinero para darte,pero vuelve mañana a trabajar ypuedes comer todas las manzanas quequieras.

El mulá volvió al otro día ysiguió cogiendo diligentemente la

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fruta de los árboles. A la puesta desol, trepó al árbol más alto y empezóa comer manzanas con tal deleite queel avaro se alarmó.

—¿Por qué no comes de lasramas inferiores? —le gritó desde elsuelo.

—Empiezo desde arriba y voybajando poco a poco —gritóNasrudín—. Con casi todo un huertode manzanas para comer, debo sersistemático.

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Recompensa dealbaricoques

UN día, una multitud de traviesosescolares vio que Nasrudíncompraba un kilo de albaricoques enel mercado. Le siguieron hasta sucasa con la esperanza de robarle lafruta, y le vieron ofrecer unalbaricoque a un hombre que lesaludó en el camino. «¡Esta es lanuestra!», pensaron los traviesospilludos, y se adelantaron corriendopor un atajo. Uno por uno se

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acercaron a Nasrudín con saludos yuna inclinación profunda. Cada niñorecibió una pieza de fruta.

Cuando la bolsa de Nasrudín sequedó vacía, vio que el médico ibahacia él e inmediatamente seescondió detrás de un árbol.

—Mulá, ¿estás bien? —preguntó el médico preocupado alverle agachado detrás del árbol.

—Sí —replicó un embarazadoNasrudín—, ¡pero no me quedanalbaricoques!

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¿Eres yo?

ANDABA Nasrudín por laconcurrida ciudad de Bagdad cuandochocó con otro hombre y amboscayeron al suelo.

—Perdón —dijo educadamentemientras se levantaba—, ¿tú eres tú oeres yo? Porque si eres yo, entoncesyo debo ser tú.

—Seas quien seas, eres uncompleto lunático-replicó el otrohombre al oír la pregunta del mulá.

—Es que tú y yo somos de una

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complexión similar y llevamos ropasparecidas. Pensé que podría habermeconfundido en la caída

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Preguntar al hombreequivocado

NASRUDÍN trataba de asegurar elgallinero antes de que las avestuvieran oportunidad de escapar,cuando fue interrumpido por unvecino. —¿Cuántos días tiene elaño?

—¿Tengo yo aspecto decomerciante de años —dijo conbrusquedad Nasrudín—, para quepienses que llevo la cuenta de losdías?

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Pregunta al vecino

CIERTA noche, Nasrudín soñó queestaba casado con la hermosa y jovenesposa de su vecino. Era tanatractiva que no pudo evitar tomarlaentre sus brazos y besarla. Pero tanpronto lo hizo, fue despertado poruna brusca bofetada.

Restregándose los ojos, vio elrostro enjuto de su propia mujer.

—¿Qué piensas que estáshaciendo?

—Creo que sería mejor que se

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lo preguntaras al vecino

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Pregúntales a ellos, no amí

UN hombre ávido de instrucción fuea ver a Nasrudín.

—He oído que eres un sabiorespetado. ¿Qué sucede en el otromundo?

Señalando al cementerio,Nasrudín contestó:

—Te sugiero que preguntes aalguno de ésos.

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Pregunta al propietario

NASRUDÍN iba camino de su casacuando encontró una cabra perdida ydecidió llevarla con él.

—Es una cabra espléndida,mulá. ¿Cuánto costaba? —lepreguntó el vecino.

—Una moneda de oro.—Es una cabra excelente —dijo

su esposa—. ¿Cuánto costaba?—Dos monedas de oro.—Que cabra tan simpática,

padre —le dijo su hijo—. ¿Era cara?

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—¿Por qué todo el mundo mepregunta a mí? —dijo Nasrudín—.¿Por qué no le preguntan a su dueño?

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Pregúntaselo a tu mujer

DURANTE los meses de verano,Nasrudín dormía en el tejado, porqueera más fresco que su dormitorio.Una noche fue despertado por lasquejas de su mujer.

—¡Eres un holgazán! —selamentaba—. ¡Podía haber elegido acualquier hombre de la ciudad, perotuve que escoger a un simplón comotú!

Tras varios minutos de insultos,Nasrudín no pudo soportarlo más. Se

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levantó de la cama, pero olvidó queestaba en el tejado y se cayó al suelo.Al oír el estrépito, su vecino salióprecipitadamente a investigar.

—¿Cómo has llegado hasta ahí?—le preguntó viendo al mulá tiradoen el suelo.

—Pregúntaselo a tu mujer —replicó Nasrudín.

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Evitar

EL vecino de Nasrudín estabasiempre preocupándose yquejándose.

—¿Qué puedo hacer? —chillaba—. Cuando me levanto por lamañana, está tan oscuro que podríadarme un golpe con algo y hacermedaño en un pie.

—Levántate una hora más tarde—sugirió el mulá

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Insultos bestiales

NASRUDÍN y su esposa estabandiscutiendo. Se oyó a un asnorebuznar en la calle y la mujer ledijo:

—Ahí está tu padre llamándote.Ve a ver qué quiere.

Sin decir palabra, Nasrudínsalió y regresó unos minutos después.—Me ha dicho que te dierarecuerdos de tu madre, el cuervo.

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Ser un experto

UN grupo de ciudadanas estabacotilleando en la plaza del mercado:

—Mi marido siempre cree quelo sabe todo —se quejaba una.

—Sin duda no es más sabiondoque el mío —dijo otra.

—Seguro que ninguno de ellosse considera tan experto como mimarido —dijo la mujer de Nasrudín.

Justo en ese momento, Nasrudínvio a su mujer y fue a unirse a laconversación.

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—¿Cuál es el tema de ladiscusión? —preguntó.

—La cocción en el horno —contestaron las mujeres, noqueriendo admitir que se habíanestado quejando de sus maridos.

—Ah —hizo saber Nasrudín—,¡da la casualidad que soy elpastelero más experto de la ciudad!

Su mujer intercambió unamirada con sus compañeras.

—Dinos, marido, ¿quéingredientes elegirías?

—Bien, puede ser complicado,porque todo depende de los

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ingredientes que uno tenga.Habitualmente descubro que si haymantequilla, no hay huevos. Si hayhuevos, no hay mantequilla. Si hayhuevos y mantequilla, no hay harina oazúcar. Y si todos estos ingredientesestán presentes, entonces no estoy yo.

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La mejor manera deaprender

DURANTE un período de particulardesorden en el país, el rey prohibióque se portaran armas por las calles.Temeroso de ser atacado mientrasregresaba una noche a su casa,Nasrudín ocultó un gran garrote bajosu capa. El arma fue descubierta alser parado y cacheado por la policía,que se lo llevó para que respondieraante el rey.

—Antes de que te meta en

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prisión, ¿qué tienes que decir en tudefensa? —preguntó el monarca.

—Soy maestro de la escuelalocal —contestó Nasrudín—, ynecesito el garrote para castigar amis alumnos.

—¿No eres demasiado severo?—Puede parecéroslo, Majestad,

pero no habéis oído las sandeces quedicen.

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Mejor ser pecador

¡SOIS todos unos pecadoresdespreciables y unos holgazanesinmorales! —vociferaba unpredicador ambulante a un grupo dealdeanos—. ¡Ningún hombre de estelugar verá las puertas del Paraíso!

—¿Estás seguro? —preguntómulá Nasrudín sorprendido.

Furioso porque se pusieran enduda sus palabras, el predicador sevolvió contra el mulá.

—¡Haz todas las bromas que

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quieras, advenedizo! —bramó—,¡pero tu serás el primero en sentir lasllamas del infierno lamiendo tusbotas!

—¿Y dónde irás tú después detu muerte?

—¿No lo sabes? Un creyentevirtuoso como yo irá directamente alParaíso eterno.

—En ese caso —contestóNasrudín tranquilamente—, piensoque es mejor si acompaño a misamigos y parientes al infierno.Prefiero contar chistes paraentretenerles que tener que vivir con

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maníacos como tú por toda laeternidad.

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Mejor sus fardos

—RÁPIDO —cuchicheó la mujerde Nasrudín una noche—, hayladrones en casa. Veo los bultos quehan dejado en el jardín.

Nasrudín echó a un lado la ropade la cama e hizo amago de salir porla ventana.

—¿Qué haces? —le preguntó suesposa.

—Mientras registran nuestrasmiserables posesiones, voy arobarles sus fardos.

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Mejor descalzo

NASRUDÍN se compró una par debabuchas nuevas y decidióllevárselas puestas a casa. No habíaido muy lejos cuando la babuchaizquierda le empezó a rozar. El muláse sentó, se la quitó, y la babuchacayó rodando por el borde delcamino hasta un arroyo. Viéndolaflotar, Nasrudín miró la babuchaderecha.

A decir verdad, me siento muyaliviado al ver marcharse a tu amiga.

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Me estaba haciendo una ampollahorrible. Ahora puedo volver a casadescalzo y tú descansar hasta quevuelta tu amiga.

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Nacimiento y muerte

UN día, el rey pidió a Nasrudín quecontestara a una pregunta:

—Dime, mulá, ¿durante cuántotiempo seguirán los niños naciendo yla gente muriendo?

—Nacimiento y muertecontinuarán hasta que los fuegos delinfierno se hayan consumido a símismos y el Paraíso esté demasiadolleno para recibir a nadie más.

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Narices mordidas

NASRUDÍN oyó a sus dos hijosluchando fuera y fue a separarlos. Enel jardín encontró al más jovenagarrándose la nariz y gritando.

—¿Por qué gritas?—¡Me ha mordido la nariz! —

lloriqueó el chico señalando a suhermano. —¡Es mentira! —protestóel otro—. Él mismo se la hamordido.

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Huesos y todo

UNA noche, el imam invitó aNasrudín a que se le uniera a cenar.Mientras los hombres comían elcordero asado, Nasrudín se diocuenta de que su anfitrión estabaponiendo subrepticiamente loshuesos desechados en su plato.

Al final de la comida, el imamse recostó y sonrió:

—¡Mira que eres glotón, mulá!¡Has roído el doble de huesos que tuanfitrión!

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—Si yo soy glotón —contestóNasrudín—, me pregunto qué palabrahabrá que utilizar para el hombre quese come la carne con huesos y todo

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Nombres prestados

NASRUDÍN llegó al palacio con unpollo.

—Majestad —anunció con unagran inclinación—, anoche estabajugando a las cartas y aposté envuestro nombre para que me dierasuerte. Gracias a vos, gané esta ave yvengo a pagar la deuda.

Muy complacido por ello, el reyaceptó el ave. Al día siguiente, elmulá apareció en la corte con unacabra.

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—Majestad, de nuevo vuestronombre me ha traído suerte, y mepistaría ofreceros esta cabra enrecompensa.

De nuevo el rey aceptó elpresente.

Al tercer día, Nasrudín llegó alsalón del trono con dos hombres deaspecto violento.

—Anoche —dijo el mulá—,volví a tomar prestado vuestronombre, pero, desgraciadamente, estavez no me trajo suerte y ahora debocien monedas de oro a estos doshombres.

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El rey aceptó pagar las deudasde Nasrudín, pero le dijo que nuncavolviera a tomar prestado su nombre.

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Pasteles prestados

HAMBRIENTO, Nasrudín fue almercado a vender sus últimasposesiones. Un comerciante sinescrúpulos cogió la colección deartículos domésticos y le dijo:

—Vuelve a por tu dineromañana, pues no tengo nada en estemomento.

A pesar de las tímidas súplicasde Nasrudín, se negó a pagar.Tambaleándose, volvió a casa, y alpasar por los puestos del mercado, el

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mulá se encontró con una panadería.Haciendo acopio de sus últimasfuerzas, cogió tres pasteles y saliócorriendo con ellos. Sentándose enun callejón, se comió rápidamentelos pasteles.

—Compasivo Alá —dijocuando terminó con el último—, nosoy un ladrón. Simplemente hecogido prestados estos pasteles delpanadero. Así pues, por favor,ocúpate de que el dinero delpanadero sea descontado del que medebe el comerciante que se quedócon mi batería de cocina. No me

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gusta estar en deuda con nadie

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Las babuchas prestadas

UNA noche, Nasrudín estaba dandoun paseo cuando tropezó con unhombre bebido, tumbado en lahierba. Al ponerlo boca arriba,reconoció al borracho, que no eraotro que el juez, hombre famoso porpronunciar duras sentencias por lasfaltas morales. Al ver que estabainconsciente, Nasrudín le quitó suselegantes babuchas y el manto ysiguió su camino.

Fue sólo cuando el juez volvió a

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su casa, dando traspiés, al díasiguiente, cuando se dio cuenta deque le habían robado. Lívido, dijo ala policía que buscaran en cada casahasta que encontraran al culpable.

No pasó mucho tiempo antes deque Nasrudín fuera llevado altribunal.

—¿Dónde conseguiste esasbabuchas y ese manto? —preguntó eljuez.

—Se los cogí a un borracho queencontré tumbado en la cuneta lanoche pasada —contestó el mulá—.Desde entonces estoy tratando de

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devolvérselos, pero no conozco suidentidad. ¿No le conocerá SuSeñoría por casualidad?

—¡Por supuesto que no! —replicó el juez, comprendiendo quecualquier otra respuesta habríaarruinado su reputación— ¡Casoarchivado!

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¿Chico o chica?

MIENTRAS Nasrudín estaba en lacorte de Tamerlán el Conquistador,le llegó la noticia de que su esposahabía dado a luz.

—¿Qué ha tenido tu mujer estavez? —preguntó el soberano delmundo a Nasrudín.

—A diferencia de vuestramajestad, un hombre humilde comoyo será padre de un niño o de unaniña —contestó el mulá.

—¿Y qué piensas que tienen los

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emperadores como mi propio padre?—preguntó Timur con una sonrisa.

—Tiranos, opresores,dictadores, déspotas... Hay muchodonde elegir.

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Los ladrones y el rey

UNA noche, los ladrones forzaron lacasa de Nasrudín y le robaron lodolo que poseía. Cuando, a la mañanasiguiente, se despertó y descubrió lapérdida, corrió directamente alpalacio.

—La noche pasada, losladrones arramblaron con todas mispertenencias, y a vos correspondecompensar mi pérdida —le dijo alrey.

—Pero yo no he cogido nada

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tuyo, mulá —dijo el monarca.—No directamente —contestó

Nasrudín—, pero como gobernantede este país, sois responsable detodo lo que sucede aquí

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Camellos y hombres

—NASRUDÍN —le preguntó elvecino—, ¿quién es más inteligente,el camello o el hombre?

—El camello —contestó elmulá—, porque lleva cargas pesadassin quejarse, pero nunca pide unacarga adicional. El hombre, por elcontrario, atestado deresponsabilidades, siempre quiereaumentar sus cargas.

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Una cabeza imprudente

NASRUDÍN se estaba atando elturbante cuando el viento se loarrebató.

—¡Qué lástima! —se lamentó suamigo—. Era una hermosa tela demuselina india.

—Nunca debí confiárselo a miimprudente cabeza. Es el tercerturbante que ha perdido esta semana—dijo Nasrudín.

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Trinchar faisán

UNA noche, en la mesa del rey, sepidió a Nasrudín que trinchara elfaisán. Servicialmente, se levantó yempezó a servir a los demáscomensales. Ofreció la cabeza al rey,diciendo:

—Eres nuestro jefe y el cabezade tu familia.

Al tesorero de la corte le diolas alas con estas palabras:

—Tu malversación sedescubrirá y pronto alzarás el vuelo.

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Las patas las dio al jefe delejército:

—Pronto entrarás en combate.El cuello se lo dio al gran visir,

diciendo:—Tu propio cuello será roto un

día por la soga del verdugo.Puso el resto del animal en su

propio plato, y dijo:—Lo que queda es mío, por

haberlo trinchado tan bien.

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Las cadenas, mañana

CAMINABA Nasrudín hacia sucasa en compañía de un alumno,cuando vio que unos ladronesforzaban una casa. El mulá fuerápidamente a por ellos.

—¿Quiénes eran esos hombres—preguntó el escolar—, para quefueras tan deprisa?

—Presidiarios —contestóNasrudín.

—Pero no llevaban cadenas.—Las llevarán mañana.

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Burlando a las estrellas

NASRUDÍN se había hecho unnombre como adivino de la ciudad,pues sus predicciones se revelaban,en general, acertadas.

Un día, se acercó a él unaanciana y le preguntó:

—¿Dónde está mi hijo mayor,Bedar, y cuál es su suerte?

—Vive en Bagdad —contestó elmulá—, y permanecerá allí conbuena salud durante muchos años.

En ese momento, llegó a la

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ciudad una caravana decomerciantes.

—¿Vive aquí la madre deBedar? —preguntó uno de loscamelleros—. Su nuera me ha pedidoque le diga que Bedar ha muerto yque ella vive ahora en la India.

La multitud, enfurecida, sevolvió contra Nasrudín.

—¡Eres un estafador! —vociferaron—. ¡Tus predicciones sonuna farsa!

—Amigos —exclamó Nasrudín—, no soy un estafador, sino uninsensato. Las constelaciones indican

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que Bedar disfruta de buena salud,pero fui un insensato al leer lafortuna de un hombre que se burla delas estrellas.

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Psicología de un niño

LA esposa de Nasrudín estaba departo, pero la comadrona era incapazde sacar al niño. Finalmente,desesperada, se volvió al mulá.

—Se supone que eres unhombre sabio. ¿No me puedesayudar?

—¡Si me lo hubieras pedidoantes! —exclamó Nasrudín, y se fuea toda velocidad al bazar. Volviópocos minutos después con unapeonza, que empezó a hacer girar en

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el suelo.—¿Te has vuelto loco? —

graznó la comadrona.—Ten paciencia —contestó

tranquilamente Nasrudín—. Cuandoel niño vea el juguete, ¡saldrá de unsalto para jugar con él!

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Comidas selectas

NASRUDÍN estaba invitado a cenaren casa del hombre más avaro de laciudad. Pero cuando llegó elmomento de comer, el mulá vioconsternado que no se le servía másque un tazón de leche.

—¡Come, come, amigo mío! —le dijo el avaro—. Tenemos yogur,nata y queso, tenemos pudding dearroz, natillas y mantequilla...

Cuando el mulá hubo vaciado eltazón, presentó sus excusas y volvió

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hambriento a su casa.Al día siguiente, devolvió la

invitación al avaro. En cuanto elhuésped llegó, le acomodó en lamesa, le puso un cojín a la espalda,cuchillo y tenedor en sus manos, y untazón ante él. Cuando el avaro mirólo que había en el tazón, no vio másque agua.

—¡Come, come, amigo mío! —exclamó Nasrudín—. Come hastahartarte de sandía y sopa, comepescado y verduras selectas, arroz ysorbete.

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Médicos de ciudad

MIENTRAS estaba en la ciudad,Nasrudín se desplomó en la calle.Afortunadamente, estaba justodelante de la casa de un médico.Cuando el hombre lo examinó, elmulá dijo con voz entrecortada:

—Eminente doctor, he sufridode esta enfermedad durante muchotiempo y no espero que un hombre deciudad como usted encuentre elremedio.

—Es muy simple —dijo el

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doctor examinando al hombredebilitado—: te desmayas deinanición. Comida es la únicamedicina que necesitas.

Dicho esto, ordenó que llevarancarne y arroz al viajero. Al punto,Nasrudín sintió que recuperaba lasfuerzas.

—Es usted un genio. Ha curadoa un moribundo. Toda mi aldea sufrede la misma enfermedad. En cuantotenga fuerzas, volveré a casa y diré amis amigos y vecinos que venganpara que les dé un tratamientosimilar.

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Disturbio social

TAMERLÁN, el soberano delmundo, estaba molesto por losdisturbios en un rincón lejano de suimperio. Le llegó la noticia de que enuna de las ciudades de esa comarca,los campesinos se habían rebelado yhabían asesinado al propietarioopresor.

Tamerlán llamó a sus generalespara que sofocaran inmediatamentela violencia.

—Llevad toda la infantería que

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necesitéis. Coged escaleras con lasque trepar las murallas de la ciudad;y cañones para reducir el lugar apolvo; y elefantes y camellos parasobrecoger a todo hombre, mujer yniño.

—Has olvidado la única armaque podría calmar los disturbiosmejor que el elemento más poderosode tus fuerzas —musitó Nasrudín aloído del rey.

—¿Cuál es? —preguntóTamerlán expectante.

—Un hombre sensible queescuche las quejas de los nativos y

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luego ocupe su puesto como señor.

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Estupidez absoluta

UN día, Nasrudín tomó asiento enlos baños turcos. El vapor era tandenso que no podía distinguir alhombre que estaba a su derecha.

—¡Qué atrevimiento! —gruñóel rey a través del vapor—. ¡Sentadojunto a mí de manera tan familiar!¡Debes estar próximo a la estupidezabsoluta!

—Espera que lo mida —contestó Nasrudín tanteando elespacio que había entre ellos—. Yo

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diría que aproximadamente a mediopie.

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Mantos

UN día de invierno, el juez encontróa Nasrudín en el mercado.

—Extraordinario —dijopensativamente—: llevo el máscálido de mis mantos forrado de piely sin embargo estoy helado por elviento. Mientras que tú, vestido conharapos, no pareces sentir el frío.¿Cómo es posible?

—Un hombre que lleva encimatoda su ropa no se puede permitirtener frío —contestó Nasrudín.

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Ciego al color

EL sha era un hombre muypresumido. Un día, el barbero de lacorte observó que la barba realcomenzaba a encanecer, y eldesdichado fue inmediatamentedecapitado.

El gobernante buscó entoncesotro peluquero.

—Dime —preguntó al primercandidato—, ¿ves algún pelo gris enmi barba?

—Uno o dos, Excelencia —

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admitió el hombre.—¡Llamad al verdugo! —

ordenó el sha, y también él fuequitado de en medio.

El monarca se volvió hacia elsiguiente aspirante al empleo y lehizo la misma pregunta. Horrorizadopor la suerte de su predecesor, seinclinó profundamente y dijo:

—Majestad, vuestra noblebarba es tan negra como el azabache.

—¡Embustero! —bramó el sha,que ordenó decapitar de inmediato alpobre hombre.

Finalmente, se volvió a

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Nasrudín.—¡Tú! ¿Cómo describirías el

color de mi barba?—¡Ay! —dijo el mulá—,

desgraciadamente soy ciego para elcolor.

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Llega el Día del Juicio

TODA la aldea se había reunidopara escuchar las enseñanzas de unrenombrado sabio que estabarecorriendo el país. Al final delsermón, los sencillos aldeanosestallaron en un ruidoso aplauso.Levantando una mano llena deanillos, el orador ordenó silencio:

—Buenos hombres y mujeres, elDía del Juicio, id a las orillas del ríopara que los castos y los purospuedan beber las aguas de la vida

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eterna y pasar la eternidad en elParaíso.

—¡Espera un momento! —sollozó Nasrudín, que habíaescuchado el sermón con piadosaslágrimas corriendo por su rostro—.Si sólo los castos pueden saborearlas aguas santas en el Día del Juicio,¿cómo las podremos beber tú o yo?

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Comandante de asnos

NASRUDÍN era impopular entre losdemás cortesanos, que leconsideraban el favorito del rey.

—Mulá, el rey te ha hechocomandante de sus asnos —bromeóun día el gran visir.

—¡Cuánto honor! —contestóNasrudín—. ¡Jefe de los asnos debede ser el puesto más elevado delreino!

—¿Cómo es eso? —preguntó elvisir.

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—Porque significa que debesestar bajo mis órdenes

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Compensación

UN día, Nasrudín fue llamado comotestigo de un proceso criminal.

Mientras estaba en la sala deltribunal, unos ladrones escalaron lacasa del mulá y robaron todo elmobiliario. Al regresar a su casa ydescubrir que faltaban susposesiones, Nasrudín volviódirectamente a la sala del tribunal.Amontonó sillas, mesas y bancos enun carro y se dispuso a marcharse.

—¿Quieres ser encarcelado por

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el resto de tu miserable vida? —vociferó airado el juez.

—Por supuesto que no, SuSeñoría —contestó el mulá—.Simplemente reclamo lo que eslegítimamente mío.

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Sentenciadesconcertante

TODOS los que estaban en la saladel tribunal quedaron en silenciocuando escucharon la sentencia deljuez a un joven delincuente, que lecondenaba a cincuenta latigazos. Elsilencio fue roto por Nasrudín, queempezó a soltar alaridos ycarcajadas.

—¡Silencio! ¡O te detendré pordesacato! —gritó furioso el juez.

—Perdonadme, Señoría, pero

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vosotros y yo sabemos que elmáximo de latigazos que este hombrepuede soportar son cinco.Naturalmente, di por supuesto que oshabíais hecho un lío con lasmatemáticas y habíais multiplicadola sentencia por diez.

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Consuelo

EL rey apuntó con su flecha a unvenado, disparó y falló.

—¡Un disparo desafortunado,Majestad! —dijo con vozquejumbrosa el gran visir.

—¡Un arco defectuoso,Majestad! —dijo con sonrisaafectada el tesorero. —¡Consolaospensando a cuántos inocentes habéisconseguido matar, Majestad! —sugirió Nasrudín.

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Crimen y castigo

EN uno de sus viajes, Nasrudínllegó a un país particularmentedevoto. Enseguida le acusaron de serun infiel. Le ataron de pies y manos yfue arrastrado para ser procesado.

El rey, un fanático religioso,sentenció al descreído a cincuentalatigazos.

—¿Qué tienes que decir en tudefensa antes de que se cumpla elcastigo?

—¡No soy un hereje,

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Excelencia! —gritó Nasrudín—. Hasordenado que yo sea golpeado, perocuando el Profeta quiso convertir alos árabes al Islam, mandó quefueran golpeados con palos. ¿Cómoes que yo debo recibir un castigosimilar por renunciar supuestamenteal Islam?

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Casa atestada

NASRUDÍN y su mujer hablabansobre sus padres.

—Mi madre cocina muy bien —dijo el mulá.

—¿Cómo puedes decir eso? —gritó su mujer—. ¡Mi madre es cienveces mejor cocinera que la tuya!

Rojo de ira, Nasrudín agarró ala mujer por el cogote y la sacó aljardín.

—¿Qué haces? —preguntó suvecino.

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—Hay poco sitio en la casapara dos —explicó Nasrudín—.Cuatro es sencillamente demasiado.

—¿Cuatro?—Sí, primero éramos sólo yo y

ella, luego se metió en casa mimadre, y, finalmente, también sumadre vino para quedarse. La casaestaba tan abarrotada con ellas y susbaterías de cocina, que mi mujer yano cabía.

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Gafas peligrosas

EL vecino de Nasrudín empezó allevar gafas.

—¿Para qué sirven? —lepreguntó el mulá.

—Aumentan el tamaño de lascosas —contestó el hombre.

—¡Entonces, ten cuidado alcomer, no sea que la comida crezcademasiado y te atragantes! —leprevino Nasrudín.

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Los peligros de la lluvia

CUANDO murió su primera mujer,Nasrudín se volvió a casar. Un día,hacía tan mal tiempo que se refugióen la tetería.

—¡Mira cómo llueve! —exclamó el propietario—. No meextrañaría que se llevara toda lasuperficie de la tierra y saliera loque está debajo.

—Espero que no —contestó elmulá—, pues entonces mi últimaesposa saldría de la tumba y

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ahuyentaría a la que la sustituye.

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Los peligros de dormir

UN día, el astrólogo de la corte ledijo al rey que se le había aparecidoen sueños. El sha mandó quetorturaran al hombre hasta queestuviera dispuesto a describir laapariencia que su señor habíaasumido en el sueño.

Al escuchar los gritos de dolor,Nasrudín pidió permiso paraabandonar el palacio.

—¿Qué provoca de improvisoesta decisión de partir? —preguntó

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el monarca.—El conocimiento de que no

tengo control sobre mi subconscientecuando duermo —contestó el mulá.

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Gallina muerta

NASRUDÍN vendió una gallina enel mercado. Al día siguiente, elcomprador corrió a toda velocidad asu puesto.

—¡Eres un estafador! Mevendiste una gallina enferma. Hamuerto esta mañana.

—¡Qué extraordinario! —contestó el mulá—. Nunca secomportó así mientras era mía.

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¿Vivo o muerto?

NASRUDÍN se encontró en la callecon un estafador.

—¡Me habían dicho que estabasmuerto y enterrado! —exclamó elmulá.

—Como ves, estoy vivo y enperfecto estado —contestó el otro.

—No pienses que voy a caer enesa trampa —dijo Nasrudín—. Sidices que estás vivo, seguro queestás muerto. ¡Todos sabemos loembustero que eres!

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Un asno mentiroso

NASRUDÍN cabalgaba hacia sucasa desde el mercado soñandodespierto con el pulao que tomaríapara cenar. Con sus pensamientosllenos de arroz azafranado, jugosacarne y cebollas fritas, no prestómucha atención al camino que suburro tomaba de regreso a casa. Susueño despierto se rompió finalmentecuando el asno, dando bandazos, separó junto a una casa.

—¡Ven! Tengo todos los

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ingredientes para tu mejor pulao —llamó Nasrudín a su esposa.

Pero la mujer que apareció anteél cuando finalmente miró era unacompleta desconocida.Comprendiendo que no sólo setrataba de la esposa equivocada, sinode la casa equivocada e incluso delpueblo equivocado, el mulá miróseveramente a su asno.

—Si me hubieras dicho quequerías venir aquí, tal vez lo hubieraconsiderado, ¡pero no aguanto lasmentiras!

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Descendientes

DURANTE un tiempo, Nasrudínestuvo desterrado de la corte del reypor sus burlas constantes. Al regresara su pueblo, empezó a plantar unbosque de árboles jóvenes alrededorde su propiedad.

—¡Cómo has perdido el favorreal! —se rió entre dientes el imam,regocijado—. Tu barba será blancacomo la nieve antes de que esosarbolitos tengan unos palmos dealtura. Y sin duda, nunca verás los

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árboles en su esplendor.—Muéstrame a un hombre que

no piense en sus descendientes —contestó Nasrudín—, y yo temostraré a alguien que no es nada.

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Gallinas tortuosas

NASRUDÍN compró algo de granoen el mercado y empezó a cavar unhoyo en el que almacenarlo. Cavódurante todo el día, pero el hoyoparecía no querer ir hacia abajo y enlugar de ello se desviaba hacia unlado. Finalmente, llegó cavandohasta el gallinero de su vecino.

—¡Rápido! —gritó a suasombrada esposa—. Ven a ver, heencontrado unas malditas gallinasbajo el suelo. Estaban escondidas

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para robarme el grano.

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Corazones diferentes

EN cierta ocasión, Nasrudín estuvoempleado como cocinero. Un día, suamo le mandó al mercado a comprarlos ingredientes para un granbanquete que se iba a ofrecer aquellanoche a unos invitados importantes.

Llegada la hora de la cena ypresentada la comida, los noblescomensales se sintieron disgustadosal comprobar que todos los platosestaban hechos con corazón de oveja.

—Te dije que preparases un

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banquete con los manjares másexquisitos: los productosalimenticios más dulces y agradablespara estos honorables invitados.

—Señor —replicó Nasrudín—,¿qué puede ser más dulce yagradable que el corazón? Ése es elórgano que alberga el amor, lacompasión, la generosidad y lamisericordia.

Dejando de lado su explicación,el amo le ordenó que volviera a lacocina.

—¡Vuelve con algo menos puropero más decadente e indulgente!

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Pasó una hora, luego dos, y losinvitados, hambrientos, empezaron aimpacientarse. Finalmente reaparecióel cocinero con la comida derepuesto. Pero vieron horrorizadosque, de nuevo, en los platos seamontonaban enormes corazones deoveja. El anfitrión y sus ofendidosinvitados pidieron una explicación.

—Señor —dijo el cocinero—,esta vez me pedisteis que trajeraplatos indulgentes y decadentes denaturaleza menos pura. ¿Qué puedehaber más indulgente que un corazónque trata de servirse sólo a sí

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mismo? ¿O más decadente que uncorazón que sólo busca placer?

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Diferentes propietarios,pájaros diferentes

ESTABA Nasrudín comprando en elmercado cuando vio que se vendía unpavo real por veinte monedas de oro.Marchó corriendo a casa, agarró a suganso y volvió rápidamente al bazar,donde montó su puesto próximo aldel rico comerciante que tenía enventa el pavo real.

Para su asombro, ni una solapersona le ofreció veinte monedas deoro por su ganso, mientras que una

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interesada multitud se reuníaalrededor del comerciante próximo aél, ofreciendo sumas enormes por elave.

—¿Cómo es que a ti te acosanprácticamente los clientespretendiendo quedarse con el pavo,mientras mi rellenito ganso no leinteresa a nadie?

—Sencillo —contestó elcomerciante dándose bombo—. Éstees un pavo real, un ave con unplumaje encantador, que se atilda ypavonea todos los días, con lacabeza bien alta. ¡Es tan noble como

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el rey!—¡Pero mi ganso es igual que

tú! —replicó Nasrudín—. Secontonea como tú, sisea como tú y estan mugriento como tú. ¿Acasopiensas que no vales veinte monedasde oro?

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Sendas diferentes

—TÚ eres un gran místico —ledijo a Nasrudín uno de sus pupilos—, y sin duda sabrás por qué loshombres siguen sendas diferentes alo largo de su vida, en vez de seguirtodos una única senda.

—Sencillo —contestó sumaestro—. Si todo el mundo siguierala misma senda, todos acabaríamosen el mismo lugar; el mundo, perdidoel equilibrio, se inclinaría, y todosnos caeríamos al océano.

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Pecados disueltos

NASRUDÍN decidió ganarse la vidaabsolviendo los pecados de losdemás. Encontró una vieja botellaque llenó de agua hasta la mitad.Luego puso un puesto en el bazar.Pronto tuvo a su alrededor unamuchedumbre de gente que clamabapor ser purificada. Cada uno pagabauna moneda de oro, soplaba en labotella y se le decía que sus pecadosestaban olvidados. Acertó a pasarpor allí Tamerlán el Conquistador, y,

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observando la muchedumbre que seapiñaba en torno al puesto deNasrudín, se detuvo para mirar másde cerca.

—¿Cuántos pecados a la vezpuede contener tu botella? —preguntó.

—Solamente uno, y luego tengoque agitarla para disolver el pecadoen el agua bendita.

Tamerlán entregó una monedade oro, sopló en la vasija y luego diootra moneda. Una vez tras otra,sopló, y una vez tras otra Nasrudínaceptó el dinero y disolvió el pecado

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en el agua. Después de varias horas,el Conquistador hizo una pausa:

—Estoy sin aliento; ven mañanaa mi casa y continuaremos.

Y de este modo, Nasrudín seaseguró unos ingresos regularesdurante un tiempo considerable, puesTamerlán tenía muchos amigos quenecesitaban el mismo servicio.

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Saltar a por la comida

NASRUDÍN fue invitado a comer encasa de un hombre conocido por susmaneras mezquinas. Cuando lesirvieron la comida, el muládescubrió que su tazón contenía nadamás que una sopa aguada. Sin decirpalabra, empezó a desnudarse.

—¡Nasrudín! ¿Qué estáshaciendo? —preguntó el avarosorprendido.

—Me preparo para meterme enla sopa y ver si puedo encontrar un

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trozo de carne oculto en el fondo.

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¿Persiguen los ángeles alos ladrones?

EL imam encontró a Nasrudínsentado en la cocina con su perro.

—¡Maldito infiel! —gritó—.¿Has olvidado que el patriarca Noédividió a los animales en doscategorías: puros e impuros?

—¿Y en qué categoría cae miperro guardián?

—¡En la categoría de impuro,desde luego! ¡Haz salir ese perroasqueroso de tu casa o sufrirás la ira

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de Dios, que enviará a sus ángeles atu miserable morada!

—¿Y los ángeles de Diosahuyentarán a los ladrones y cuidaránde mis cabras?

—¡Lunático! —replicó el imam—. ¿Por qué los santos ángelesdeberían preocuparse de tusinsignificantes necesidades?

—Entonces, y a riesgo deenfadar a Dios, me temo que voy aconservar mi perro.

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¿Perro o buey?

UN día, el emir decidió incordiar unpoco a Nasrudín.

—¿Cómo te sientes, mulá? —lepreguntó con una sonrisa.

—Tan bien como un buey —contestó el sabio.

—¿Ah sí? Tan bien como unbuey, ¿eh? ¿No querrás decir «comoun perro»?

—Sí —replicó Nasrudín—.Ahora que lo dices, un perro es unadescripción mejor.

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—Qué rápido cambias deopinión, mulá.

—Majestad, cuando mepreguntasteis al principio, me sentíatan bien como un buey, pero despuésde unos momentos de conversación,recordé que desde que VuestraAlteza honró este país con sugobierno, mi vida ha sido similar a lade un perro.

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Hacer las cosas al revés

UN día, las ocurrencias de Nasrudínhabían molestado al rey hasta elpunto de que éste dijo al verdugo quediera al mulá cien latigazos. Alescuchar la sentencia, Nasrudín sequitó la camisa y llamó a voz en gritoa la masajista de la corte.

—Es costumbre dar el masajeen la espalda después y no antes deque el verdugo haya hecho su trabajo—dijo la masajista.

—Cierto —contestó Nasrudín

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—, pero después de haber sufrido ellátigo, no estaré en condiciones deapreciar el masaje.

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El asno astrólogo

NASRUDÍN estaba cansado de serastrólogo de la corte. La tensión desaber que cualquier predicciónerrónea podía costarle la cabeza leconvenció de buscar un sucesor. Undía, llevó a su asno hasta el enormetrono cubierto de joyas.

—Majestad, no puedo seguirleyendo las constelaciones, porquehe encontrado a un astrólogo muchomás cualificado que yo. —Dichoesto, señaló el asno.

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—¿Cómo un burro asqueroso vaa estar más cualificado que tú? —preguntó el rey.

—Posee dos cualidadesfundamentales que yo no tengo —contestó Nasrudín—: orejas losuficientemente ridículas paraescuchar interminables preguntasestúpidas, y una voz lo bastanteabsurda para responderlas.

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Entierro de un asno

DESPUÉS de muchos años deabnegado servicio, el burro deNasrudín murió. El mulá quedó tantrastornado por el fallecimiento delanimal, que prometió darle unentierro decente. Envolvió el cuerpoen una mortaja, y aquella noche, yatarde, entró furtivamente en elcementerio y lo enterró. Los aldeanosse enteraron de esto y llevaron aNasrudín a los tribunales.

—Su Señoría —dijo el mulá—,

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más que ofender, simplemente herealizado la voluntad indirecta deDios. Antes de morir, mi burro mehablaba en el lenguaje de loshumanos. ¿Cómo podía tener el dondel habla si no fuera concedido porDios?

—¿Y qué decía el burro cuandohablaba? —preguntó el juez.

—Me pidió que lo enterrara enel cementerio y pagara al tribunalveinte monedas de oro.

Los cargos fueron retirados.

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El rey burro

CUANDO los recaudadores sellevaron la última de sus posesiones,Nasrudín montó en su asno y fue aver al rey. Después de cabalgarvarios días, llegó a las puertas delpalacio, agotado del viaje yhambriento.

—¿Qué buscas aquí? —preguntaron los guardas de palacio.

—¡Soy un gobernante!Inclinándose profundamente, los

guardias fueron corriendo a informar

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al rey.—Alteza, ha llegado un

gobernante.—¡Traedle inmediatamente a mi

presencia! —dijo el monarca.Cuando Nasrudín fue llevado al

brillante salón del trono, el rey sequedó estupefacto por su andrajosaapariencia.

—¿Eres gobernante?—Sí, lo soy.—Como gobernante de este gran

reino, gobierno el país hasta donde lamirada puede alcanzar. Discúlpamepor hacerte una pregunta tan poco

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delicada, pero ¿de qué exactamenteeres tú gobernante?

—Bien —contestó el mulá—,fui una vez gobernante del Reino delHuerto de Manzanas. Luego, fuigobernante del Bancal de Melones.Más recientemente, fui gobernante deMi Hogar. Pero, ahora que misenemigos han arramblado con lamayor parte de mi riqueza y de mitierra, los tiempos son difíciles. Enestos días soy simplementegobernante de Mi Asno. —El reysonrió.

—Tú eres el gobernante de Tu

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Asno, y yo el gobernante de todo estepaís. Nosotros dos, gobernantes, nodebemos separarnos.

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Burros de carga

UN día, el rey y el príncipe de lacorona dijeron a sus cocheros quelos llevaran por el parque real, y aNasrudín le dijeron que losacompañara a pie. Mientras lacarroza corría por los jardines,Nasrudín avanzaba detrás a duraspenas, jadeando. Después de unahora, los caballeros redujeron lamarcha y el mulá supuso que le ibana llevar en el coche. En lugar de ello,el príncipe de la corona extendió un

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brazo y dejó caer dos pesadas togassobre su cabeza.

—¡Lleva eso! —le dijo en maltono, haciéndole una seña para quecontinuara su camino.

Pasó otra hora y Nasrudín, casiextenuado, seguía corriendo al lado.

Finalmente, la carroza se detuvode nuevo. Esta vez el rey sacó lacabeza por la ventana.

—Debes de estar cansado, mulá—dijo—. Nuestras ropas están tanmaravillosamente cosidas con oro ypedrería, que llevas la carga de unburro.

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—Realmente —jadeó el mulá—, llevo la carga de dos burros.

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Burro contra corcel

NASRUDÍN fue empleado por ungobernador local, un anciano que sehabía casado recientemente con unamujer joven y hermosa. Un día, elgobernador mandó llamar aNasrudín.

—Esta mañana, mi esposa fue ala ciudad a visitar a sus padres. Estarde, y quiero que vayas a buscarla.

Nasrudín se puso en camino,pero no volvió con la esposa de sujefe hasta varias horas más tarde.

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—¡Qué imbécil fui al enviar auna tortuga en un burroescuchimizado a recoger a miesposa! —dijo el gobernador—. Lapróxima vez enviaré a un jinete en uncaballo de carreras.

Unos días más tarde, su esposafue de nuevo a visitar a sus padres y,recordando la tardanza de Nasrudín,el gobernador envió a su jinete másveloz a recogerla.

Pasó un día, luego dos, luegotres, y por fin, una semana después,regresaron el jinete y la esposa delgobernador.

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—Te debo una disculpa,Nasrudín —admitió el gobernador—.Tu lento burro ha demostrado sermucho más rápido que el corcel másveloz de mi establo.

—No es lo que envías, sino aquién envías —replicó el mulá.

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Haz algo por ti

NASRUDÍN y su patrón, un joyero,viajaron a Iraq a comprar piedraspreciosas. Una noche, los doshombres se instalaron para dormirbajo las estrellas. Apenas Nasrudínhabía tenido tiempo de cerrar losojos cuando el joyero gritó:

—¡De prisa, hombre! Alimentael fuego, que me parece que estáempezando a apagarse.

—Imposible —replicóNasrudín—. Puse un gran trozo de

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leña hace un momento.Un poco después, el

comerciante volvió a gritar:—¡Rápido! ¡Apaga el fuego!

Atraerá a los ladrones que robarántodos mis objetos de valor.

—Imposible —contestóNasrudín—. El fuego se haextinguido hace varios minutos.

Pasó un minuto y el joyerovociferó:

—Nasrudín, me están picandolos mosquitos. Enciende el fuego otravez.

—Escucha, amo —dijo con

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brusquedad Nasrudín—. He hecho loque decías dos veces esta noche; ¡sinduda es el momento de que muevasun dedo!

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Cada uno consigue loque merece

NASRUDÍN estaba sentado en laplaza del mercado una tarde cuandovio que estallaba una pelea entre trescomerciantes. Yendo a investigar,preguntó:

—¿No os da vergüenza pelearosde esta manera?

Los hombres dejaron de pelear,se arreglaron la ropa y explicaron:—Juntamos nuestro dinero ycompramos dieciocho cabras. Uno de

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nosotros pagó la mitad del precio,otro una tercera parte, y el últimopagó una novena parte del preciototal. Ahora que queremos repartirlos animales, nos encontramos conque no podemos decidir cuántoscorresponden a cada uno. Y noqueremos cortarlos en pedazos.

—Podría resolveros esto —dijoel mulá—, pero tendréis que darmeuna recompensa.

—¿No pretenderás descuartizarnuestras cabras?

—No será necesario.—Muy bien —accedieron los

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comerciantes—, te daremos unarecompensa si puedes solucionar elproblema.

Alineando a hombres y cabrasante él, Nasrudín empezó:

—Tú —dijo al primer hombre— pagaste la mitad del precio: nuevede las cabras son tuyas. Tú —dijo alsegundo hombre— pagaste un terciodel total: coge seis cabras. A ti —dijo al tercer hombre— se te debendos cabras por tu contribución conuna novena parte del total. Lo quedeja una cabra para mí.

Y cogiendo su recompensa, se

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marchó.

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Come y luego bebe

UN día Nasrudín estaba en unbanquete cuando observó a unhombre ricamente vestido llenandode comida sus bolsillos.

—Es para mi esposa —explicóel ladrón—. No podía venir, así quele dije que le llevaría a casa algo decomida para ella.

Sin decir palabra, Nasrudínabrió el bolsillo del hombre y vertióen él un puchero de té.

—¿Qué estás haciendo? —gritó

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el avaro.—Cuando tu mujer se haya

comido todo eso —contestó el mulá—, tendrá que beber algo.

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Acomplejado, noofendido

NASRUDÍN padecía una fiebrehorrible y el médico, que era uninvitado habitual a la mesa del mulá,fue corriendo a atenderle.

—¡Ay! —dijo habiendoexaminado a su amigo—. No puedohacer nada para salvarte de lamuerte.

Pasó algún tiempo, y el mulá serestableció totalmente, pero nuncavolvió a invitar a cenar al médico.

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Sorprendido por los modales pocoamistosos de Nasrudín, el médico fuea su casa a preguntar si habíaofendido al mulá de alguna manera.

—No estoy ofendido —dijosonrojado Nasrudín cuando vio almédico—, sino más bienacomplejado. Me diste tu consejoprofesional, pero mi cuerpo decidióno escucharte.

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Igual recompensa

NASRUDÍN y el bufón de la cortefueron los vencedores de unacompetición de ingenio. El shaconcedió a cada uno cien monedas deoro como premio.

—Pero majestad —se quejó elbufón—, no es justo que yo, uncómico famoso en todo el país,reciba una recompensa igual que lade un don nadie.

Pasaron unas semanas y, duranteuna segunda competición, el rey se

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sintió ofendido por lasobservaciones del bufón y deNasrudín. Ordenó que dieran a cadauno veinte bastonazos.

—Pero majestad —se quejó elmulá—, ¿es justo que yo, un donnadie, reciba una recompensa igual ala de un hombre famoso por suingenio en todo el país?

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Hasta la ultima prenda

LA mujer de Nasrudín estaba hartade la falta de higiene de su marido.

—¿Por qué comes y duermescon la misma ropa asquerosa semanatras semana? —le regañó.

—Soñé una vez que estabanadando, y mientras estaba en elagua, un ladrón me robó hasta laúltima prenda. Desde entonces me hejurado no perderlas nunca de vista.

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El mal

LA hermana de Nasrudín estabacasada con un hombre violento ylerdo. Un día se estaba quejando desu marido:

—¿Qué he hecho yo paramerecer a este marido tan opresor?

—Nada —reconoció Nasrudín—, pero uno no puede escaparsiempre al mal.

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Exilio

FINALMENTE Tamerlán perdió lapaciencia.

—Nasrudín, he intentadoacogerte en la corte, ¡pero tú hasimportunado incesantemente el oídoreal con tu insolencia! —Dicho esto,llamó al verdugo y ordenó que eldesgraciado mulá fuera embadurnadode brea, cubierto de plumas, sentadode espaldas en su burro y expulsadode la ciudad.

—Una sentencia justa —

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contestó tranquilamente Nasrudín—,pero permite a tu humilde servidorhacer una última petición. Déjameescoger la cabalgadura másapropiada al castigo.

A regañadientes, Tamerlánaccedió. El mulá abandonó la corte yregresó unas horas más tarde. El reyy los cortesanos se quedaronboquiabiertos cuando vieron queestaba vestido con ropas magníficas,con un turbante enorme y montando elsemental negro favorito delemperador.

—¿Qué significa este

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desafuero? —farfulló Tamerlán.—¡Oh Guía de los Condenados!

—contestó Nasrudín—. Puesto queprimero seleccioné mi montura, tuveque hacer algunas enmiendas al estiloen que proponías que me marchara.

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Explicaciones

CABALGANDO ya tarde una nochepor un camino de montaña, Nasrudínvio que una banda de asesinos sedirigía hacia él. Se deslizó de la sillay se escondió debajo de su asno. Eljefe de la banda se sorprendió alverlo agachado bajo el asno.

—¿Quién está ahí escondido?—Un asnito —cuchicheó el

mulá, temblando de miedo.—Pero éste es un burro macho.—Lo sé, pero cuando nací, mi

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madre quedó tan espantada de miaspecto que escapó, y desdeentonces, mi padre y yo siemprehemos vivido solos.

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Cuentas extraordinarias

NASRUDÍN debía algún dinero alzapatero y hacía todo lo que podíapara evitarle. Un día, finalmente losdos hombres se encontraron en lacalle.

—¡Nasrudín! Empezaba apensar que habías dejado la ciudadsin pagarme.

—Realmente estaba a punto desaldar las cuentas —replicó el mulá—. Vamos ahora a tu tienda a mirarlos libros.

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Mientras el zapatero revolvía ensus cuentas, Nasrudín advirtió quetambién el imam tenía un pagopendiente.

—Quiero decirte que —dijoNasrudín— veré al imam después.¿Le digo que te pague también?

Ávidamente, el zapatero asintió.—Él debe tres monedas de oro.—¿Y yo debo?—Cinco.—Y si restas tres de cinco, eso

hace...—Dos.—Muy bien, dame las dos

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monedas de oro y seguiré mi camino.

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Una mujerextraordinaria

NASRUDÍN llegó a su casa despuésde un largo viaje en mitad de lanoche. Al entrar en la cocinaencontró la estufa fría y las alacenasvacías. Despertó a su mujer y leanunció su regreso.

—Es tarde. ¿Quieres beber algoantes de dormir? —le preguntó suesposa, frotándose los ojos.

—¡Qué tesoro de mujer eres! —exclamó Nasrudín—. La mayoría de

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las mujeres correría por todas partespreguntándose cómo encontrar losingredientes para un estofado. Perotú quieres ofrecerme también té.

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Holgazanería extrema

NASRUDÍN fue llamado por sucuñado.

—Nasrudín, has estadoevitándome desde que te prestédinero. ¿No te da vergüenza?

Sabiendo que su cuñado era unhombre excepcionalmente holgazán,el mulá contestó:

—He venido a devolver lo quedebo. Ven aquí, estrecha mi mano,saca el monedero de mi bolsillo,cuenta lo que te debo, deja de nuevo

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mi cartera y despídete.—¿Quieres que me derrumbe de

cansancio? —preguntó el cuñado—.¡Sigue tu camino y no me vuelvas afastidiar!

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Mira a tu asno

NASRUDÍN visitaba una pequeñaciudad en un país extranjero.Encontrándose en un salón de técuando era la hora de la oración dela tarde, se volvió al propietario:

—Dime, ¿cuál es el camino a laciudad santa de la Meca?

—¿Me preguntas hacia dónderezar, no es cierto? —dijo el hombre—. Es evidente que eres nuevo en laciudad. Hay tantos ladrones por aquí,que te sugiero que reces mirando a tu

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asno.

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Caído del burro

NASRUDÍN entraba montado en laciudad cuando pasó por un huerto,Incapaz de resistirse a las manzanasmaduras, puso a su burro junto almuro y alargó los brazos a uno de losárboles. Cuando la fruta estaba casi asu alcance, un ruido asustó al burro,que salió corriendo, dejando aNasrudín colgando del árbol.Sucedió que el dueño del huertopasaba por allí. Viendo al muláforcejeando en el manzano, vociferó:

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—¡Baja de ahí, ladrón, antes deque coja un garrote y te muela apalos!

—Cualquier imbécil puede ver—jadeó Nasrudín—, que no soy unladrón. Es evidente que simplementeme he caído del burro.

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Falso testimonio

EL juez se sintió muy molestocuando Nasrudín apareció en eltribunal a declarar como testigo.Sabía que el mulá era un grancreyente en la verdad, y no el tipo detestigo que él quería para este caso.Por tanto, trató de excluir a Nasrudíndel juicio.

—Todo hombre que testifiqueen mi tribunal deber saberse el Coránde memoria.

Nasrudín empezó a recitar

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versículos del Corán en un árabeperfecto.

—Eso no es todo: los testigosdeben saber también amortajar uncuerpo para el entierro.

—Ninguno de los cuerpos quehe amortajado hasta ahora se haquejado nunca.

Enfadado por este impedimentoa sus planes, el juez intentó un últimorecurso.

—¿Pero conoces las palabrasque se deben cuchichear al oído delcadáver cuando se le baja a tierra?

—Sí —replicó el mulá: «En

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vida, fuiste en verdad afortunadoporque se te ahorró la muy duraprueba de prestar declaraciónverídica ante nuestro juez».

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Tradición familiar

NASRUDÍN estaba plantando unárbol frutal en su huerto.

—Me alegra ver que plantas unhuerto —le dijo el prestamista—.Los árboles crecerán y darán frutaque entonces podrás vender parapagar lo que me debes.

—Planto para seguir unatradición familiar —replicó el mulá—. Cuando mi bisabuelo se diocuenta de que sus días estabancontados, plantó un árbol frutal y

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mandó a mi abuelo que recogiera lafruta después de su muerte. Cuandofinalmente la cosecha estaba listapara el mercado, mi padre, la nuevageneración, recogió la fruta y lavendió, El dinero se utilizó parapagar las deudas de mi abuelo.Ahora, yo planto árboles semejantespara que mi hijo todavía no nacidopueda cuidar los árboles y ordenar asu hijo que pague lo que debo.

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Mucho más favorecedor

NASRUDÍN era tan cariñoso con suburro que encargó al sastre que lehiciera una brida deslumbrante,decorada con lentejuelas y floresbordadas. Poniendo el hermosocabezal en su amado asno, se fue almercado a hacer unas compras.Mientras estaba en el mercado, ató elronzal del burro a un poste y entró enla carnicería. Al salir unos minutosdespués, se quedó anonadado aldescubrir que la brida había

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desaparecido. Cuando regresaba a sucasa, murmurando sobre la falta dehonradez que había en todas partes,vio a una elegante yegua negra con eltocado robado de su burro.Acercándose al caballo, le cuchicheóen la oreja:

—Supongo que se lo robaste ami pobre asno porque te considerasmás guapa que él, ¿eh? Pues yo teaseguro que a él le favorece muchomás que a ti.

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Demasiado simple—¿Alguien ha visto a mi burro?

—preguntó Nasrudín a un grupo dejovenzuelos.

—Sí —dijo un chavaldescarado—, le han hecho jefe depolicía en la ciudad vecina.

—Imposible —contestó el mulá—. Mi burro no es bastanteinteligente para eso. Es demasiadosimple para amañar pruebas contra lagente y luego aceptar sus sobornos

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Historias de pescadores

NASRUDÍN y su amigo el panaderoestaban pescando cuando el mulásacó una gran trucha. La puso en sucesta y volvió a lanzar el anzuelo.Pero el panadero estaba tan celosode la pesca del mulá que se la quitódel cesto y se la metió en el bolsillo.Pocos minutos después, sedesperezaba y decía:

—Estoy demasiado cansadopara continuar; creo que volveré acasa.

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Nasrudín se despidió de él yprobó suerte un rato más. Pero prontotambién él decidió volver a casa.Cuando había recogido su caña y sured, abrió el cesto para echar unvistazo a su trucha y vio que habíadesaparecido. Comprendiendo que suamigo le había quitado el pez, volvióa casa maquinando la forma derecuperarla.

Estaba esa noche bebiendo técon unos amigos cuando vio que elpanadero entraba en la tetería.

—Hoy cogí una trucha de trespalmos de largo —anunció Nasrudín.

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El panadero no dijo nada—. Ahoraque me acuerdo, estaba más cerca delos cinco palmos que de los tres —continuó el mulá. El panadero semordió los labios, no atreviéndose aponer en tela de juicio la exageraciónde Nasrudín—. ¡Cuando digo cinco,realmente quiero decir diez! —gritóel mulá—. En realidad, ¡era casi tangrande como mi asno de las orejas ala cola!

Incapaz de soportar las mentiraspor más tiempo, el panadero abrió sumanto y puso la trucha sobre la mesa.

—¡Qué fanfarrón eres,

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Nasrudín! ¡Que vea todo el mundoque el pez tiene menos de dos palmosde largo!

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Cinco por el precio deuno

NASRUDÍN volvió a su casadespués de visitar al dentista con unasonrisa satisfecha.

—¿Dónde están tus dientes? —preguntó su espantada mujer al versus encías sin dientes.

—Acabo de hacer un tratoexcelente con el dentista. El muybribón quería cobrarme una monedade oro por sacarme un diente malo,pero regateé y me sacó también

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cuatro sanos. No ha sido un maltrato: cinco dientes por el precio deuno.

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Simples matemáticas

—NASRUDÍN —preguntó el imamlocal—, ¿cómo es que sólo asistes auna de las cinco oraciones diarias?

—Simples matemáticas —replicó el mulá—. Somos cinco defamilia; cada uno de nosotros esresponsable de una oración al día.

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Seguir las instrucciones

NASRUDÍN necesitaba dinerodesesperadamente para pagar susdeudas. Un día, cogió unas plumasdel gallinero y les dio forma deabanicos, como era verano, nofaltaban quienes trataban demantenerse frescos. Animado por eléxito, Nasrudín ató más plumas esanoche y volvió al bazar al díasiguiente. En cuanto instaló supuesto, fue asaltado por los clientesdel día anterior.

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—No son abanicos, ¡son sóloplumas! —clamaban—. En cuantointentamos utilizarlos, sedesbarataron.

—Por desgracia —replicóNasrudín—, no os puedo devolvervuestro dinero, porque no habéisseguido las instrucciones.

—¿Y cuáles eran esasinstrucciones? —preguntó la airadamuchedumbre.

—Coged un abanico, abridlo, ymoved la cabeza de un lado a otro.

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Recuerdos cariñosos

LA mujer del mulá se disponía avisitar a sus parientes en la India. —Te echaré terriblemente de menoscuando me vaya —gimoteó. —Y yotambién, naturalmente —replicóNasrudín.

—Si al menos tuviera algo tuyopara recordarte... —dijo su esposa.—¿Como qué?

—Si pudiera llevar conmigo tuanillo de esmeraldas, entonces, cadavez que lo mirara pensaría en ti.

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—Podrías cogerlo, pero si loconservo, cada vez que lo sigaviendo en mi dedo, te recordaré...

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Oro de locos

NASRUDÍN trataba de encontrar uncofre de oro que había escondido enel jardín. Cuando estaba cavando suprimer agujero, llegó su vecinocorriendo y le dijo que unosbandidos estaban obligando a losaldeanos a entregar sus objetos devalor. Al oír las noticias, el mulá seprecipitó por todo el jardín cavandopequeños agujeros.

—No está bien que trates deesconder tu oro —gruñó el jefe de

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los bandidos al entrar en el jardín deNasrudín.

—Exactamente —contestó elmulá—. Escondí mi oro hace muchosmeses y ahora que trato deencontrarlo para ti, no recuerdodónde está enterrado.

—¡Piensa! Sin duda debesrecordar algo.

—Ah, sí, todo me viene ahora—contestó Nasrudín—. Estaba en ellugar en el que enterré el cofrecuando una abeja me picó en la puntade la nariz.

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Olvidé tu rostro

EL cuñado de Nasrudín fuenombrado alcalde, y el mulá fueenseguida a felicitarle. En el palaciode justicia, estaban tomando lasmedidas al nuevo alcalde para unanueva capa. Mirando con ojos demiope a la nariz del mulá, dijo:

—Perdona, pero no recuerdo tucara.

—Soy tu cuñado.—¿Mi cuñado? ¿Y qué diablos

haces aquí?

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—Bien —contestó Nasrudín—,oí que estabas aquejado de amnesia yvine tan rápidamente como pude paraofrecerte mi ayuda.

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Para custodia

UN día de verano, el alcalde estabaagobiado por el calor y se fue anadar a un riachuelo cercano.Nasrudín, que pasaba por allí, oyó elchapoteo y cogió su turbante y sumanto.

Dos días después, el alcalde vioa Nasrudín en la ciudad y reconociósu deslumbrante turbante y su manto.

—¿Cómo te atreves a robarmela ropa? ¡Te haré azotar! —amenazó.

—No robé tu ropa, sino que la

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cogí para custodiarla. Y justamenteahora iba de camino a tu casa paradevolvértela y recoger mirecompensa.

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Cuatro cazadores

UN día, cuatro cazadores entraron acaballo en la aldea de Nasrudín.Llamando a la puerta del mulá,pidieron agua. De acuerdo con lasleyes de la hospitalidad, Nasrudínles invitó a que entraran y pidió a suesposa que trajera no sólo agua, sinotambién un plato de estofado y arroz.Cuando los huéspedes habían comidohasta hartarse y se preparaban apartir, su anfitrión colocó un frascoen la mano de cada hombre.

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—Llevad este otro refresco convosotros e id en paz.

Tres de los jinetes le dieron lasgracias calurosamente por el agua,pero el cuarto pidió otro frasco.

—¡Oh rey del mundo! —dijocon voz quejumbrosa el mulá—. ¡Notenía la menor idea de que fueses tú!

—Es porque voy disfrazado —contestó el sorprendido gobernante—. Pero dime, ¿cómo es que me hasreconocido?

—Tu sed por el agua es tangrande como tu sed de poder —replicó su anfitrión.

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De sermones asentencias

—¿CÓMO es que no te hasquejado de la vida en al menos tresdías? —le preguntó su esposa aNasrudín.

—Hace tres días, oí que elimam había solicitado el puesto dejuez —contestó su marido.

—¿Y por qué eso te hace feliz?—No soy feliz —dijo Nasrudín

—. Tan sólo estoy disfrutando de lavida hasta que él logre el puesto.

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Piensa lo dura que será la vidacuando sus sermones se conviertanen sentencias.

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Amigos en puestoselevados

NASRUDÍN regresaba a su casadesde el mercado con una carretacargada de mercancías. La carreteraestaba en tal mal estado y los sacosque iban en el carro eran tan pesadosque el mulo se cayó de cansancio. Elmulá empezó a maldecir al animal yluego a golpearlo con un palo.

—¡Te ordeno que te levantes!¡Mi cena se está enfriando en casa!

La reina, que estaba mirando

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por la ventana de palacio, bajó a lacalle:

—Deja de pegar a ese asnoinmediatamente. ¿No ves que estáexhausto?

—¡Discúlpame! —dijo en vozbaja Nasrudín, acariciando al animal—. No tenía ni idea de que fuerasamigo íntimo de la reina.

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Invitado al funeral

CUANDO murió el juez de laciudad, Nasrudín quedó sorprendidode que se le invitase al funeral.

—¿No recuerdas cómo meodiaba? —preguntó a la mujer deldifunto—. Tal vez habría sido mejorno invitarme.

—Eso pertenece al pasado-contestó la viuda—. Ahora estámuerto y es el momento de que lavida siga su curso.

—Eso es lo que me da miedo —

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dijo Nasrudín entre dientes—. Supónque le molesta tanto mi presencia queresucita y se escapa de su caja.Nunca podríamos convencerle de quevolviera a su ataúd.

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Defensa de la cabra

CUANDO el rey Tamerlán supo queNasrudín se había reído de algunosde los líderes religiosos máseminentes del país, mandó a susguardias que arrestaran al sabio.

Felizmente, alguien dijo aNasrudín que los hombres del reyestaban en su busca, y tuvo tiemposuficiente para buscar refugio.Llevando su cabra como obsequio alpatio del alcalde, pidió suprotección.

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Cuando sus guardias volvieronsin el mulá, el propio Tamerlánvisitó la ciudad y estableció untribunal. Se citó a Nasrudín para querespondiera a los alegatos, pero,para sorpresa de Tamerlán, fue elalcalde quien elocuentemente expusola causa de Nasrudín.

—¿No tienes nada que añadir?—preguntó el rey al acusado.

—No, Majestad —contestó elmulá—. Es como si la cabra lehubiera dicho al alcalde todo lo quenecesitaba saber.

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La casa de Dios

EL hijo de Nasrudín le preguntó undía:

—Padre, ¿dónde vive Dios?—¿Cómo puedo saberlo? —

contestó el mulá—. Nunca me hainvitado a visitarle.

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Ir hambriento

EL imam invitó a Nasrudín a cenar,pero cuando el mulá llegó, encontróla mesa vacía y al imam deseoso deescuchar su propia voz. Durantevarias horas, el jefe espiritual contócuentos de profetas y de milagros, dereyes y opresores, hasta queNasrudín estaba prácticamentedesfallecido de hambre.

—Discúlpame —dijofinalmente.

—¿Quieres hacer alguna

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pregunta? —dijo el imam, esperandoalgún comentario religioso.

—Sólo una —contestó el mulá—. ¿Alguna de esas personas comióalguna vez?

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Buenos ingredientes

EL rey no podía entender por quésus tropas eran siempre rechazadaspor pequeñas bandas de hombresviolentos del Hindú Kush.

—¿Cómo es posible —preguntóa un grupo de sus generales— quecon hombres muy entrenados en lalucha, dotados con las mejores armasy alimentados con las mejoresraciones, vayáis de derrota enderrota ante nuestros ferocesenemigos?

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Cuando ninguno de los jefespudo dar una explicación, Nasrudín,el cocinero, dijo:

—Es una cuestión deingredientes, Majestad. Los hombresdel Hindú Kush vagan libres, bebenel agua pura de las fuentes de lamontaña y comen ganado criado enlos pastos más frescos. Losingredientes más fuertes hacen a loshombres más fuertes.

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Buenas intenciones

NASRUDÍN prestó algo de dinero asu vecino. Incapaz de pagar la deuda,el hombre le dio una vaca.

Comprendiendo que habíasalido muy beneficiado con elcambio, Nasrudín decidió dar al otrohombre el primer cuenco de nata.

Al día siguiente, llamó a supuerta.

Al vecino se le hacía tarde parair al mercado y dijo a Nasrudín quevolviera en otro momento. Cuando el

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mulá trató de darle la nata, se enfadó.—¿No ves que ya tengo

bastantes problemas vendiendo mispropias mercancías para que mepidas que venda también las tuyas?¡Lárgate, o azuzaré a los perroscontra ti!

Aquella misma noche, fue adisculparse por su mal genio de lamañana.

—Si sigues teniendo interés enque venda tu nata, lo haré mañana.

—Esta mañana —dijo Nasrudín—, quise darte la nata como regalo,pero tus perros han ahuyentado de mí

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las buenas intenciones. Ahora, micorazón está tan vacío como elcuenco.

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Juez supremo

—NASRUDÍN —dijo el granemperador Tamerlán—, ¡he decididonombrarte juez supremo!

—Es un honor, Excelencia, perono soy digno de ello.

—¿Rechazas un mandato real?—No tengo elección, majestad.

Un juez debe ser un hombre puro yjusto.

—Cierto.—Bien, he dicho que no soy

digno. Si estoy diciendo la verdad,

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entonces no debería ser juez, y siestoy mintiendo, entonces, ¿cómo unmentiroso va a convertirse en juezsupremo?

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Cintas verdes

NASRUDÍN tomó una segundaesposa, pero las mujeres siempre lepedían que escogiera una favorita.Cansado de su constante rivalidadpor lograr más atención, fue al bazary compró dos cintas verdes idénticas.Al volver a casa, llamó a ambasmujeres por separado y le dio unacinta a cada una.

—Lleva esta cinta debajo de laropa, pero no la muestres ni hablesde ella a nadie.

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La siguiente vez que las dosmujeres quisieron saber a cuálprefería, él dijo:

—Mi favorita es la que llevauna cinta verde debajo de la ropa.

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Causas de divorcio

—NASRUDÍN —dijo el juez—, tehe pedido que comparezcas en lacorte porque tu esposa ha pedido eldivorcio.

—¿Por qué motivo? —preguntóel mulá, muy sorprendido por lanoticia.

—Dice que no has hablado conella durante varios días. Como sabes,la mudez es una causa suficiente.

—¿Y no hay una cláusula quediga que la locuacidad también lo

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es? Pues la única razón de que ni unapalabra haya salido de mis labios esque jamás me permite meter baza.

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Aumentando el campo

ALGUIEN observó que Nasrudínestaba cavando en su campo yapilando la tierra en un montículo.

—¿Qué estás haciendo, mulá?—le preguntó.

—Reúno esta tierra para poderdesparramarla y hacer mi campo másgrande.

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Crecer alto y fuerte

NASRUDÍN pasaba por un campocuando vio a dos campesinossembrando su semilla.

—¿Qué es lo que hacéis? —preguntó al no haber visto eso nuncacon anterioridad.

Uno de los hombres decidió, enplan guasón, tomarle el pelo al mulá.

—Estamos sembrando grano.Por la mañana, serán espigas de dosmetros de alto, y a la puesta de solestará listo para la cosecha.

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—¡No te creo! —dijo sonriendoel mulá.

—Pero sin duda sabrás quetodas las cosas plantadas en tierrafértil crecen altas y fuertes.

—¡Entonces, plantadme a mítambién! —les pidió Nasrudín.

Riendo, los dos hombrescavaron un agujero, metieron en él aNasrudín y apretaron el suelo a sualrededor. Luego se sentaron bajo unárbol cercano a comer el almuerzo.Al oler el pulao picante, Nasrudínempezó a agitarse.

—¡Hermanos! Todavía no he

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brotado. Temo que sea porque estoydemasiado lejos del pulao.

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Ropa usada

EL día del cumpleaños del rey, lamuchedumbre cubría las calles parasaludar al monarca y su séquitocuando desfilaban por la ciudad.Avergonzado de sus modestosvestidos, Nasrudín se sentó en uncallejón a escuchar el jolgorio.

—Oh Alá, ¿cómo puedomostrarme en público en este día tanimportante sin una camisa limpia?

En aquel momento, el zapatero,sustituyendo su camisa gastada por

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una nueva comprada para la ocasión,se cambió de ropa y tiró a la calle sucamisa vieja, que aterrizó a los piesde Nasrudín. Examinando la ropa —aún más harapienta que la suya— elmulá dijo con un bufido:

—¡Oh Alá! Es una injusticia queTú me ofrezcas ropa usada. ¡Noquiero tu caridad ni tus andrajos! —Y lanzó la camisa a través de laventana abierta.

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A manos llenas

DURANTE la conquista tártara deAsia Occidental, Nasrudín fuemovilizado y alistado en el ejército.Un día, se encontró formando partede una división enviada a reprimiruna rebelión en una ciudad de lafrontera. Alentados por elresentimiento, los habitantes de laciudad derrotaron fácilmente a lastropas del emperador. Los pocos quesobrevivieron se vieron obligados ahuir.

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Cuando finalmente Nasrudínregresó al palacio, cubierto de cortesy contusiones, Tamerlán le increpó.

—¿Cómo has podido dejar quete golpearan? Tenías espada ymosquete.

—Ellos fueron mi perdición —contestó Nasrudín—. Con las armasen una mano, y mi conciencia en laotra, no me quedaba mano libre conque luchar.

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Aguantar un poco más

UN paciente llegó a casa deNasrudín.

—Doctor, llevo toda la nochedesvelado por un ardor terrible enlas venas, un latido en la cabeza y unzumbido en los oídos.

—Te sugiero que aguantes unpoco más.

—¿Mientras tanto encontrarásun remedio?

—No, pero la enfermedadseguirá su curso y tú descansarás en

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la paz eterna.

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Tratos difíciles

NASRUDÍN bajaba por la ladera dela montaña, con su burro cargado deleña. El animal perdió el equilibrio ycayó por el terraplén.

—¡Dios tenga misericordia!Salva a este pobre animal y daré unamoneda de oro a la mezquita.

En cuanto las palabras hubieronsalido de sus labios, el burro aterrizóen un estrecho saliente.

—¡No sabía que fueras tanmercenario! —gritó Nasrudín

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mirando al cielo.Al punto, vio que el saliente

empezaba a derrumbarse bajo elpeso del asno.

—¡Me entendiste mal, Diosmío! Estaba a punto de ofrecerte unasegunda moneda de oro.

Pero el burro fue incapaz degatear hasta la ladera antes de que elsaliente se estrellara en el fondobarranco.

—No tenía la menor idea de queimpusieras unas condiciones tanduras —dijo el mulá, sacudiendotristemente la cabeza, cuando el asno

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desapareció de su vista.

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Una comida pesada

NASRUDÍN había sido invitado aun banquete, pero cuando llegó,vestido con su ropa más presentable,le sentaron con los sirvientes. Elanfitrión, un viejo adversario, queríahumillar en público a Nasrudín.Viendo que había también un sitiolibre a la derecha del invitado dehonor, Nasrudín fue a sentarse allí.

Cuando se sirvió la comida, sesorprendió al ver que se servía a losinvitados un sencillo arroz, mientras

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que el anfitrión y su invitado dehonor eran obsequiados con platosd e pulao humeante. Sin decirpalabra, Nasrudín alargó su plato ylo llenó de carne y salsa del plato desu anfitrión.

—Cuidado, mulá —le advirtióel hombre al oído—, puede ser quela comida sea demasiado pesadapara tu salud.

Volviéndose al hombre,Nasrudín sonrió dulcemente y ledijo:

—Eso me temo, mi señor, ypensé que mi estómago debía ser

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sacrificado para que tú pudierasahorrarte los problemas de unacomida pesada.

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Cielo e infierno

TAMERLÁN, el soberano delmundo, convocó a Nasrudín paradiscutir temas filosóficos.

—Dime, sabio —preguntó—,¿qué es más grande, el cielo o elinfierno?

—Eso depende de quién vaya alcielo y quien vaya al infierno —contestó Nasrudín.

—Ya lo sabemos —dijo elemperador—. Los justos van al cieloy los pecadores al infierno.

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—Si todos los bandidos, tiranosy opresores bajan y todos loshombres virtuosos suben —dijoNasrudín—, entonces el cielo debede ser el lugar más grande.

—¿Y cómo llegas a esaconclusión? —preguntó Tamerlán.

—Los gobernantes como tú sonescasos —contestó Nasrudín—, perocada gobernante tiene muchossúbditos.

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El cielo está lleno

—NASRUDÍN —dijo el juez—, túafirmas saber del otro mundo; asípues, dime, ¿está el cielosuperpoblado?

—Señoría —replicó el sabio—,está lleno a rebosar.

—¿Cómo es eso?—Gracias a magistrados como

Su Señoría, los ángeles apenas tienentiempo de recibir a los reciénllegados cuando ya otro hombre estádejando el patíbulo.

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La grey celestial

LOS habitantes del pueblo deNasrudín eran tan mezquinos que,mientras era imam, raramente habíadonativos suficientes para quepudiera vivir. Un día decidióarreglar el asunto.

—Mirad nuestro humilde lugarde culto —dijo en su sermón—. Enel cielo solía haber una mezquita tanhermosa que relucía desde el albahasta el ocaso. Pero debido a latacañería de la congregación

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celestial, el imam murió de hambre yse tuvo que cerrar la mezquita.

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¿Cielo o infierno?

UN grupo de comerciantes discutíasobre la muerte del alcalde de laciudad.

—Nunca hemos tenido unhombre tan corrupto y codicioso —dijo uno—. Si ha ido al Paraíso, medivorciaré de mi joven y hermosamujer y dejaré la ciudad.

—Dios actúa de formamisteriosa —dijo otro—. El alcaldepuede perfectamente haber hechoborrón y cuenta nueva, y haber sido

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aceptado en el Paraíso.—Nasrudín —dijo un tercero

—, tú pretendes tener todas lasrespuestas. ¿El alcalde ha ido alcielo o al infierno?

Tras unos breves momentos dereflexión, el mulá contestó:

—Ningún hombre puede sabercómo toma el Todopoderoso esasdecisiones. El alcalde puede estarsentado en el Paraíso mientrasnosotros hablamos.

Los comerciantes asintieron ymiraron con expectación alcomerciante que había prometido

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abandonar la ciudad.—Pero —continuó Nasrudín—,

si Alá es lo bastante magnánimo paraperdonar al alcalde por lasatrocidades que cometió mientrasvivía, sin duda perdonará unas pocaspromesas precipitadas hechas aquípor nuestro amigo y le permitirápermanecer con su nueva esposa.

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Hereditario

NASRUDÍN estaba en paro ydecidió establecerse como médico.Un día, un vecino fue a pedirleconsejo profesional:

—Mi hermano y su esposa hanestado intentando tener hijos durantemuchos años, pero sin éxito. ¿Cuálpuede ser la causa de su problema?

—Hay varias causas posibles—contestó Nasrudín—. Por ejemplo,podría ser hereditaria. La madre detu hermano, ¿pudo tener a. ún hijo?

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Pronto estará aquí

NASRUDÍN estaba vigilando supuesto de fruta cuando un ladrón lerobó un saco de manzanas. El mulápidió a un amigo que vigilara susmercancías y se fue hacia elcementerio.

—¿Qué haces sentado en elcementerio? —preguntó su vecino,que andaba por allí unas horas mástarde.

—Estoy esperando al ladrónque cogió mis manzanas.

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Inevitablemente, su suerte acabaráaquí.

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Fuerza oculta

NASRUDÍN probó el alcohol porvez primera, y luego fue a buscar a suburro. Acercándose al animal, cogiólas riendas y se llevó al burro detrásde sí.

—¡Qué raro que diga la genteque un hombre no tiene más quemirar la bebida para emborracharse!—dijo riéndose entre dientes, sinsentirse borracho en lo más mínimo—. Debo de tener un metabolismomuy superior a los demás.

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—¿Qué opinas? —preguntó alburro por encima de su hombro—.¿Voy a tomar otro vaso?

—No, padre —contestó su hijomenor en el otro extremo de lacorrea.

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Escondido

UN día, la mujer de Nasrudín entróen la cocina y encendió el horno.Luego fue a sacar agua del pozo. Alvolver a la casa creyó oír a sumarido, que la llamaba, pero no se leveía por ninguna parte. Al llegar a lacocina, se dio cuenta de que losgritos venían del horno. Abrió lapuerta y Nasrudín salió rodando delinterior del horno.

—¿Qué diablos estás haciendoahí? —preguntó la sorprendida

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mujer.—Me escondía de la llamada a

la oración —dijo refunfuñando elmulá, dando palmaditas en sus ropaspara apagar las llamas—. Pero ahoraque has abierto la puerta, oigo la vozdel muecín y estoy obligado a ir a lamezquita.

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Alto y bajo

UN amigo de Nasrudín heredó algúndinero y se mudó a un palacete en elcentro de la ciudad.

—Nunca me saludas por lacalle estos días —le dijo Nasrudíncuando se encontraron—. ¿Puede serque te hayas olvidado de tus viejasamistades?

—Muy al contrario —mintió suamigo—, me he acostumbrado tanto apasear por mi balcón de hierrofundido y a mirar hacia abajo con la

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esperanza de ver a alguien queconozca, que se me ha vuelto unhábito andar con la cabeza baja. Poreso, no reconozco a los amigoscuando los encuentro en la calle.

Pocos días después, el mulá,con la mirada hacia el cielo, pasójusto por delante del mismo amigo.

—¿Te has vuelto tan arroganteque ya no saludas a un amigo en lacalle? —le preguntó el amigo.

—Muy al contrario —replicóNasrudín—. Simplemente, me heacostumbrado tanto a que mis amigosse eleven sobre mí, que he empezado

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a caminar mirando hacia arriba, conla esperanza de poder verlosmomentáneamente paseando por susbalcones.

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Su propia prohibición

DURANTE la conquista tártara deAsia Occidental, Tamerlán envió sustropas a la batalla una y otra vez.Como consecuencia de estas costosascampañas, se elevaron los impuestos.Los pobres se vieron obligados aentregar lo poco que les quedaba desus escasas posesiones, mientrasrezaban por la paz.

Cuando los espías del déspotale contaron el descontento que seextendía por el imperio, envió a sus

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pregoneros a anunciar que cualquierhombre, mujer o niño quepronunciara la palabra «paz» seríaejecutado.

No mucho después de estedecreto, Nasrudín volvió a la corte,después de muchos meses deausencia. A Tamerlán le encantó verde nuevo al sabio, y le saludóafectuosamente:

—¡La paz sea contigo!En vez de devolver el saludo,

Nasrudín llamó de inmediato alverdugo, que apareció enseguida, conla espada en la mano.

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—¡De acuerdo con los deseosdel monarca absoluto, debes cortarleahora mismo la cabeza! —dijoNasrudín al asombrado verdugo—.Ha quebrantado su propiaprohibición al pronunciar la palabra«paz». Que reciba su propio castigo.

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Pegar al hombreequivocado

UN día, Nasrudín estaba comprandoen el mercado cuando un hombre seacercó a él por detrás y le propinó ungolpe.

—Debo disculparme —dijo suatacante cuando el mulá se dio lavuelta—. Pensé que eras otrapersona.

No satisfecho con la disculpa,Nasrudín llevó al hombre a lostribunales. Pero resultó que era

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sobrino del juez, y éste era reacio ainiciar el proceso.

Cuando había pasado una hora yel magistrado se seguía negando acomenzar la vista, Nasrudín seacercó a él y le abofeteó.

—Oh, perdonadme, Señoría,pero este extraño me golpeó y meparece que el golpe os estabaoriginariamente destinado.

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Agujero tras agujero

EL vecino de Nasrudín miraba porencima de la cerca y vio al mulácavando un gran agujero.

—¿Plantando de nuevo?—No, voy a enterrar los

escombros que han quedado trasedificar la casa. Ocupan mediojardín.

—¿Y qué harás con la tierra?—Cavaré otro agujero para

ella.

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Un asno santo

—MULÁ —dijo uno de susdiscípulos—, tu asno es mejorcreyente que tú.

—¿Cómo es eso? —preguntóNasrudín.

—Bien —continuó el joven—,ofrece a tu animal un cubo de agua yuno de vino, y sin duda optará por elagua.

—Lo que prueba —replicó elmulá— que mi asno es menosinteligente que yo.

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Hospitalidad

AUNQUE pobre, Nasrudín valorabaen mucho la hospitalidad. Una noche,el imam local hizo una visitasorpresa. Determinado a recibir a unhombre tan importante como esdebido, Nasrudín mató a su últimacabra y se la sirvió al invitado.Luego se sentó y contempló cómo elnotable —un hombre de un apetitoconsiderable— devoraba el asadoentero y hasta el último bocado decomida que había en la casa.

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Tan buena estaba la comida queel imam decidió volver a visitarletan pronto como fuera posible. Llególa noche siguiente y se sentó a lamesa cantando las alabanzas de suanfitrión:

—Que Alá reparta bendicionesa éste hombre generoso, y le permitaservir a su honrado invitado unacomida tan sabrosa como la cabra deayer.

Nasrudín se metió en la cocina yregresó con el esqueleto de la cabra.El imam estaba completamentedesconcertado.

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—¿Qué broma es ésta? ¿Dóndeestá la comida?

—Como tu anfitrión, debo hacerlo que dices. Me has pedido quetraiga la cabra de ayer, y aquí está.¿Qué culpa tengo yo si esto es todolo que queda?

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Llamadas de casa

NASRUDÍN estaba recogiendo leñaen las montañas. Se estabamaldiciendo por ir tan lejos de sucasa sin haber pensado en llevar algode comer, cuando apareció unextraño y le gritó:

—Mi hermano está muyenfermo. ¿Dónde puedo encontrar unmédico?

—Soy médico —contestóNasrudín, y fue conducidoinmediatamente a la casa del

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enfermo.Al entrar, se le dio un gran

cuenco de pulao y un puchero de téverde. Cuando hubo terminado decomer, dirigió sus atenciones alenfermo.

—Tápale con más mantas ymétele los pies en agua helada —dijoa la esposa del paciente antes dedejar la casa.

Apenas había andado unosmetros cuando el hombre le alcanzó.

—¡Todo por tus consejos! ¡Mihermano acaba de morir!

—Es una desgracia —replicó

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Nasrudín—, pero, míralo por el ladobueno. Si no hubiera comido esepulao, ¡también yo podría habermuerto!

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¿Cómo es que todos losabían?

UN día, Nasrudín se dirigió a susalumnos y dijo:

—Si alguien me dice lo quetengo en el bolsillo, le daré unacanica azul con remolinos verdes.

Toda la clase empezó a reír y agritar:

—¡Canicas azul y verdes!¡Canicas azul y verdes!

—No estoy seguro de haberdado un rodeo suficiente —dijo

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Nasrudín, preguntándose cómodiablos todos habían conseguidoadivinarlo.

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¿Cuánto viviré?

UNA noche, Tamerlán soñó queestaba en su lecho de muerte y eradestinado a las llamas ardientes delinfierno. Muy preocupado por lapesadilla, llamó a sus astrólogos.

—¿Cuánto tiempo viviré? —lespreguntó a todos, uno tras otro.

El primero dijo al emir queviviría veinte años. El segundo queviviría cincuenta años. El tercero queviviría cien años. Y el cuarto dijo alemir que no moriría nunca.

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—¡Verdugo! —rugió Tamerlán—, decapita a estos hombres. Tresde ellos me han dado demasiadopoco tiempo, y el cuarto trata desalvar su cuello.

Luego, volviéndose a Nasrudín,le dijo:

—Tú me has leído a veces elfuturo, ¿qué tienes que decir?

Tranquilamente, el mulácontestó:

—Gran emperador, da lacasualidad de que también yo tuve unsueño la noche pasada en el que unángel me comunicó el día exacto de

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vuestro fallecimiento.—¿Y qué dijo? —preguntó

Tamerlán con inquietud.—El ángel me dijo que

moriríais el mismo día que yo —replicó Nasrudín.

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Cómo ser sabio

—PADRE —preguntó un día elhijo más joven de Nasrudín—,¿cómo puedo llegar a ser tan sabiocomo tú?

—Si un hombre erudito habla,escúchale —contestó el mulá—, y sihablas tú, escúchate.

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Cómo dormirse

—¿NO duermes todavía, mulá? —le preguntó su invitado.

—¿Qué pasa?—Me estoy preguntando si

podrías prestarme algo de dinero.—Como verás, ¡estoy

profundamente dormido! —exclamóNasrudín cubriéndose el rostro conlas mantas

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Cómo encontrar novia

EL hijo mayor de Nasrudín buscabaesposa.

—¿Qué cualidades buscas? —preguntó Nasrudín al joven.

—Inteligencia más que belleza—replicó el joven.

—Si es así —dijo el mulá—,tengo una manera excelente paraencontrar la novia perfecta.

Dijo al joven que le siguiera yfueron a la ciudad. Cuando llegaron ala plaza principal, Nasrudín empezó

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a abofetear a su hijo y a gritar:—¿Cómo te atreves a hacer

exactamente lo que digo? ¡Éste es elcastigo para el que obedece!

—¡Déjale! —le recriminó unajoven—. ¿Cómo puedes pegarle porser un hijo modelo?

—Sin duda ésta es la mujer paramí, padre —dijo el hijo de Nasrudín.

—Mejor tener dónde elegir —contestó el mulá, y le propuso ir a laciudad vecina. Allí representóexactamente la misma escena, peroesta vez, una joven empezó avitorearle:

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—¡Muy bien hecho! ¡Pégale!Sólo un loco obedece ciegamente.

—Hijo —dijo Nasrudín con unasonrisa—, creo que te hemosencontrado una novia inteligente.

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La naturaleza humana

NASRUDÍN fue en cierta ocasiónalumno de un sabio renombrado porsu conocimiento de la naturalezahumana. Un día, uno de losdiscípulos del hombre llevó a sumaestro un plato de repostería comoobsequio. Al observar el vivo interésde Nasrudín por los dulces, el sabiole aconsejó que evitara el platoporque la comida estaba rociada conun veneno mortal. Luego dejó lahabitación. Nasrudín, seducido por el

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aroma de miel y almendras, cogió elplato y, sin darse cuenta, lo dejó caery el exquisito manjar rodó por elsuelo. Rápidamente barrió laporcelana rota y se comiófrenéticamente los dulces. El sabiovolvió y empezó a gritar:

—¿Quién se ha atrevido allevarse mi plato?

—¡Ay de mí! —suspiróNasrudín muy turbado, agarrándoseel estómago—. ¡Yo rompí tu valiosoplato, pero escogí la muerte comocastigo y me comí todo el veneno!

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No puedo serreconstruido

NASRUDÍN cabalgaba a través dela comarca cuando se declaró unincendio en el bosque. Mientras lasaldeas estaban siendo consumidaspor el fuego a diestro y siniestro delcamino, Nasrudín seguía cabalgandotranquilamente, repitiendo:

—¡Gracias a Alá! ¡Gracias aAlá!

—¿Cómo puedes dar gracias aAlá cuando todo a tu alrededor, todas

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nuestras posesiones, casas y camposse están reduciendo a cenizas? —selamentaba una anciana que huía delas llamas.

—Las posesiones pueden sersustituidas. Las casas se puedenreconstruir y los campos se puedenvolver a plantar. Doy gracias a Alápor mantener tranquilo a mi asno. Sise asustara, podría tirarme al suelo ypisotearme bajo sus patas, y, adiferencia de una casa, yo no puedoser reconstruido.

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Identificado por unacabra

UNA mañana, Nasrudín descubrióque la cabra de alguien había entradoen su corral. Cogiendo al animal,inmediatamente lo mató y se lo dio asu mujer para que lo cocinara. Mástarde, se sintió avergonzado por elrobo y se confió a un amigo.

—¿Cómo pudiste robar la cabrade otro? ¿No temes sufrir la ira deDios? —le preguntó su amigo.

—Le diré a Alá que no sé nada

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del incidente —contestó el mulá.—Pero Alá podría llamar a la

cabra para que te identificara.—En ese caso, podré agarrar a

la cabra y se la devolveré a supropietario.

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Si Alá lo quiere

ES costumbre de los musulmanesdecir: «Si Alá lo quiere» antes deemprender cualquier negocio, seagrande o pequeño.

Un día, Nasrudín dijo a sumujer:

—Si mañana hace bueno, iré almercado a comprar un asno nuevo.

—Olvidaste añadir: «Si Alá loquiere» —contestó su esposa.

Pero Nasrudín, exasperado poruna racha de desgracias, puso mala

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cara.—Nunca Alá parece querer

nada, y estoy cansado de decir esaspalabras cuando no tienen ningunautilidad —dijo malhumorado.

El día siguiente era un díasoleado y el mulá se fue a la subastade asnos, donde compró uno por unprecio muy razonable. Montado en sunuevo asno, emprendió el regreso acasa.

—¿Quién necesita los buenosdeseos de Dios? —se dijo feliz a símismo—. He encontrado unaverdadera ganga sin su aprobación.

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Justo entonces una culebra sedeslizó por el camino. El asustadoasno corcoveó y Nasrudín voló porel aire aterrizando en un matorral deespino. Cuando luchaba por liberarsedel matorral, las raíces del arbustose desprendieron y el mulá fuearrojado cuesta abajo.

Después de mucho rodar y darsegolpes, el arbusto llegó al pie de laladera y Nasrudín se las arreglócomo pudo para liberarse de lasespinas. Magullado y sangrando, conlas ropas desgarradas y hechasjirones, se fue cojeando todo el

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camino hasta su casa.Estaba tan lejos de la aldea que

no llegó hasta que la noche habíacaído y su esposa había cerrado lapuerta con llave.

Llamó, haciendo acopio de susúltimas fuerzas.

—¿Quién es? —dijo su esposadesde dentro.

—Abre, mujer —replicóNasrudín a punto de desfallecer—.Soy yo, si Alá lo quiere.

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Yo de ti

UN invierno, Nasrudín cabalgóhasta muy arriba por las montañas enbusca de leña. Tras un día de trabajoagotador, reunió finalmentesuficientes ramas y las colocó sobresu asno para volver a casa. Pero elfrío empezó a ser terrible y Nasrudínno podía soportarlo. Dando gracias aDios porque al menos tenía leña parahacer un fuego, encendió un manojode leña en el lomo del asno. Con unrebuzno de alarma, el animal salió

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galopando a toda velocidad.¡Yo de ti me tiraría al río más

próximo! —gritó Nasrudín al animal.

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Si lo hubiera sabidoantes

EL imam atravesaba una crisisespiritual.

—Satanás me ha tentado y meha confundido en mi creencia —gimió tirándose de la barba—.Nasrudín, tú que eres un sabio queentiende de religión. ¿Qué debohacer?

—Si me hubieras pedidoconsejo antes... —contestó el mulá—. Hace un tiempo, el Diablo se me

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acercó con quejas semejantes sobreti. Dijo que tú le habías hechoreplantearse su postura. Si hubierasabido que tú sentías lo mismo, lehabría puesto en contactodirectamente contigo.

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Si eres lo que dices

NASRUDÍN estaba sentadodiscutiendo cuestiones de naturalezafilosófica con otros hombres sabios.Pero su conversación erainterrumpida constantemente conobservaciones irreflexivas por unhombre que estaba fuera del círculo.

—¡Eres un completo inútil! —leregañó el mulá, cansado de lasinterrupciones del hombre.

—¿Cómo te atreves a sugerirque soy un don nadie? —replicó el

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otro—. ¡Soy zapatero!Al oír esto, Nasrudín se quitó

las sandalias y las rompió.Dándoselas al zapatero, dijo:

—Si eres lo que dices, podrásremendarlas. Tráelas como si fuerannuevas dentro de una hora y tecreeré. —Sin esperar a que se lopidiera dos veces, el hombre se fuecorriendo a remendar las sandalias.

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Si tu lengua fuera mía

UNA noche, el poeta de la ciudadestaba recitando su última obra. Unotras otro, los que lo escuchaban secansaron de los versos y seescabulleron. Muy pronto, sóloNasrudín permanecía con el bardo.

—Al menos hay una personaque aprecia mi trabajo —dijo elartista—. Dime, mulá, ¿te gustaríahacer algún comentario?

Nasrudín permaneció ensilencio.

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—¿Acaso mis espléndidaspalabras te han hecho perder lalengua?

—Si tu lengua fuera mía —replicó el mulá—, me la habríaarrancado hace mucho tiempo.

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La joven impúdica

DURANTE mucho tiempo, Nasrudínhabía tenido la intención de pedir lamano de cierta joven. Pero antes deque hubiera ahorrado el dinero de ladote, su amigo le dijo que iba acasarse con la bella muchacha. Elmulá se quedó trastornado y,pensando un momento, dijo:

—Te felicito, ella es en efectoun premio. En realidad, hoy mismohablaba con otro hombre que admitíaque estaba deslumbrado por sus

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encantos.—¿Estás diciendo que ha

aparecido sin velo en público? —preguntó su amigo.

—Simplemente repito lo que heoído —contestó Nasrudín.

Muy agitado, el otro hombre fuecorriendo a la casa de su futurosuegro y rompió el compromiso.

Unos meses después, cuandofinalmente Nasrudín habíaconseguido el dinero de la dote, secomprometió con la muchacha.Cuando su amigo oyó la noticia, seenfadó mucho.

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—¡Si no hubieras dado aentender que la chica era impúdica,me habría casado con ella!

—Estás confundido —dijoNasrudín tranquilamente—. Yo nuncainsinué en lo mas mínimo que fueraimpúdica.

—Pero dijiste que habíashablado con otro hombre que estabadeslumbrado por su belleza.

—¿No mencioné que el otrohombre era su padre? —preguntóNasrudín.

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Imposible

—NASRUDÍN —le dijo su vecino—, ¿te has enterado de que el juez haperdido la razón?

—Imposible —replicó el mulá—. ¿Cómo puede haber perdido loque nunca tuvo?

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Palabras improvisadas

AL pasar por el ayuntamiento,Nasrudín vio un trozo de papel sujetoen lo alto del tablón de anuncios. Pormás que lo intentó, no pudo descifrarlas palabras, así que se subió a unavieja caja para verlo más de cerca.Al punto, una muchedumbre se reunióexpectante:

—El mulá va a pronunciar undiscurso.

Al volver el rostro hacia elgentío, Nasrudín se sintió obligado a

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decir unas palabras.—¡Amigos! —gritó—. Como

sabéis, no suelo andar escaso de undiscurso o dos, pero debo admitirque esta vez me habéis cogidodesprevenido y no tengo ni una solaidea en la cabeza.

Su esposa habló desde algúnlugar en medio del gentío:

—¿Ni siquiera la idea de bajary venir a casa a cenar?

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Por adelantado

DURANTE varios años, Nasrudíntrabajó para un banquero. Cuando lellegó el momento de dejar el empleo,fue a cobrar sus salarios, pero se ledijo que tendría que esperar hastaque estuvieran disponibles losfondos necesarios.

—Pero he trabajado durantediez años sin haber recibido nunca niun céntimo —se quejó el mulá.

—Entonces, toma este céntimocomo adelanto y te llamaré cuando

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tenga el resto —contestó el hombre,mostrando la puerta a Nasrudín.

Sin el dinero que se le debía,Nasrudín no podía viajar aSamarcanda como había planeado, yen vez de eso aceptó el empleo desepulturero. Un día, cavó un granhoyo en el cementerio.

—¿Para quién es el hoyo? —lepreguntó un transeúnte.

—Para el banquero.—Pero no ha muerto. Le vi hace

unos minutos.—La próxima vez que le veas,

dile que le he preparado su sepultura

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por adelantado.

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Prisa hambrienta

NASRUDÍN estaba en una ciudadextranjera cuando oyó música y risasprocedentes de una enorme mansión.Suponiendo que se estaba celebrandoun banquete, se acercó a la puerta,mientras maquinaba la manera deentrar a la fiesta.

—Tengo un importante mensajedel rey —dijo a los guardas, einmediatamente fue introducido en lacasa.

El anfitrión, encantado de que

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se le viera recibiendo al enviado delrey, pidió que pusieran en la mesalos platos más selectos paraNasrudín.

Cuando el servidor del rey hubocomido hasta hartarse, el anfitrión lepreguntó qué noticias traía depalacio.

—Tenía tanta prisa por llegarantes de que el pulao se acabara, quesalí antes de que el rey me diera elmensaje —contestó Nasrudín.

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A cargo de la lista

NASRUDÍN no era un imam populary continuamente era degradado, hastaque se encontró en una aldea remotallena de campesinos no conocidospor su generosidad. La mayor partede sus donativos a la mezquitaconsistía en zanahorias y manzanas,dieta contra la que pronto se rebelósu jefe espiritual.

Un día, en una alocucióndespués de las oraciones matinales,Nasrudín hizo un anuncio importante:

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—Se me ha pedido que osinforme que a partir de ahora deboredactar una lista con aquellos devosotros destinados al cielo yaquellos destinados al infierno.

A partir de ese día, el imam nocareció nunca de carne fresca,manteca, nata y pulao.

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Pollos incompletos

NASRUDÍN llevaba un pollo asadocomo regalo a su suegro. Era unlargo viaje, y pronto tuvo un hambrecanina. Incapaz de resistirse a ladeliciosa carne, le quitó un ala y sela comió. Pero una cantidad tanpequeña ni siquiera podía empezar asatisfacer su retumbante estómago,así que, un poco más adelante, secomió una pata del pollo. Cuandollegó a casa de su suegro, su anfitriónse ofendió por el mutilado regalo.

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—¡Después de tantos años,sigues sin mostrarme el respeto quemerezco! —se lamentó.

—Pero todos los pollos del paíssalieron este año incompletos delcascarón —contestó Nasrudín.

Inmediatamente, su suegro matóa dos de sus pollos y se los llevó.

—Mira —dijo balanceando lasaves delante de su yerno—, ¡estasaves están completas!

—Si un cocinero te apuntaracon un arma —dijo Nasrudín—, ¿noemplearías todo el cuerpo paraescapar?

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Desconsiderado

NASRUDÍN había sido invitado auna boda. Inmaculadamente vestido,fue a recoger a su asno del corral,que estaba detrás de su casa. Viendoal animal revolcándose sobre ellomo, lo levantó precipitadamente ylo agarró por el cuello.

—¡Qué desconsiderado eres! Nipor un momento te has parado amirar mi intachable indumentaria, ¡ypensar que yo quería que también túhicieras un esfuerzo con tu aspecto!

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En cambio, te revuelcas en el barro.El asno, resentido por el firme

apretón del mulá sobre su cuello,rebuznó ruidosamente.

—¡Discúlpate como quieras —dijo Nasrudín rechinando los dientes—, pero el daño ya está hecho!

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Indecisión

UN día, el sha estaba alabando alcocinero jefe por el apetitoso pulaoque había preparado.

—¡No hay nada más apropiadopara un rey que un buen pulao!

—Efectivamente —coincidióNasrudín, que estaba invitado a lamesa real.

El rey siguió comiendoglotonamente. Después de haberseservido por cuarta vez, empezó asentir pesadez en el estómago.

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—Realmente, el pulao llenademasiado. Tiene mucha grasa; estacomida es demasiado fuerte.

—Efectivamente —coincidió elmulá.

El monarca se volviómalhumoradamente hacia Nasrudín.

—Cuando alababa la comida,estabas de acuerdo, y ahora que lacritico, también estás de acuerdo.¿Eres incapaz de formarte unaopinión propia?

—Mi soberano —contestó elmulá—, si un gran gobernante comotú es incapaz de decidirse, ¿cómo se

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puede esperar que lo haga un hombreinferior como yo?

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Ronquido infernal

UN amigo de Nasrudín le invitó a irde vacaciones con otros hombres delpueblo. Cada día, cazaban, luchaban,apostaban y celebraban la ausenciade sus esposas. Pero al tercer día,Nasrudín empezó a observar las fríasmiradas que sus compañeros ledirigían.

—¿Por qué me miráis con esaantipatía? —preguntó finalmente.

—Porque pasamos toda lanoche en vela por tus ronquidos

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infernales.Cuando el mulá oyó esto,

empezó inmediatamente aempaquetar sus cosas.

—No es necesario que temarches a casa, Nasrudín —dijeronsus amigos.

—Sí lo es —contestó el mulá—. Llevo casado quince años y hedormido con mi esposa todo esetiempo. Ni una vez se ha quejado ladesdichada mujer.

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Talento heredado

NASRUDÍN detestaba tanto losversos del poeta de la ciudad que sedisculpaba de cualquier reuniónsocial en la que el hombre estuvierapresente. Un día, se encontró frente afrente con el bardo y no tuvo másopción que saludarle.

¿Y quién es éste? —preguntó elmulá señalando al niño pequeño queestaba junto al poeta.

—Es mi hijo. Le estoyenseñando mi arte. Espero que algún

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día sea un poeta tan excelente comosu padre.

—Ni siquiera en mis peorespesadillas —dijo Nasrudín— habíacontado con una segunda generación.

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Cuando me parezca

EL Ángel de la Muerte llegó un díaa casa de Nasrudín y anunció:

—¡Tu momento ha llegado,mulá! Prepárate para ser llevado alotro mundo.

Estremecido y temblando demiedo, con el rostro tan blanco comola nieve, Nasrudín consiguió decirunas palabras de forma entrecortada:

—Mi esposa ha blasfemado y seha reído de la religión siempre queha podido. Pero yo soy un musulmán,

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y me gustaría tener una últimaoportunidad de demostrar que mearrepiento profundamente de mi malaconducta pasada.

—¿Qué oportunidad quieres? —preguntó el ángel.

—Si pudiera disponer detiempo para realizar las cincooraciones antes de mi muerte —suspiró Nasrudín—, estoy seguro deque seguiría mi camino en paz.

—Muy bien —contestó el ángel—. Volveré mañana a esta hora,cuando hayas realizado tus cincooraciones. —Y desapareció.

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Al día siguiente llegó a la horafijada.

—Has tenido un día extra devida, Nasrudín. Ahora debes venirconmigo.

—¿No me prometiste que mepermitirías realizar mis cincooraciones antes de morir?

—Así es.—Bien, he realizado sólo dos.—¿Y cuándo dirás las demás?—Cuando me parezca.

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Necesidad de corrección

NASRUDÍN se mudó a una casanueva y, según los requisitos legalesde la época, debía tener los papelesde propiedad firmados por el juez.Sabiendo que el magistrado era unhombre codicioso, acostumbrado adejarse sobornar, llevó consigo unabandeja de pasteles.

En cuanto el juez vio ladeslumbrante colección de dulces,firmó y selló los papeles necesarios.Más tarde, después de la comida

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nocturna, indicó que le trajeran losdulces y se metió varios en la boca,pero resultó que todo el surtidoestaba hecho de cera.

Al día siguiente, Nasrudínestaba sentado con algunos amigos enel bazar cuando llegó un funcionariodel tribunal.

—Dice el juez que hay unproblema con el papeleo de ayer y teordena que vuelvas para corregiralgunos errores.

—No es un problema con losdocumentos, sino un problema con eljuez —contestó Nasrudín—. Dile que

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es su conciencia la que necesitacorrección, y que sólo Dios puedeocuparse de eso.

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¿De dentro o de fuera?

LOS guardias del rey estabanconstruyendo un elevado muroalrededor de la sala del tesoro.

—¿Para qué hacéis eso? —preguntó Nasrudín.

—Para impedir que losladrones puedan pasar por encima —replicó uno de los hombres.

—¿Los de dentro o los defuera? —preguntó el mulá.

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Interés

—NASRUDÍN —dijo un vecinoempobrecido—, ¿podrías prestarmealgún dinero? Te pagaré el interésque me pidas.

—Amigo mío —contestó elmulá—, nunca me aprovecharía de tudesgracia cobrándote interés. Pero,desgraciadamente, no tengo dineropara prestarte.

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Si lo sabré yo

UNA noche, ya tarde, un ladrónentró en la casa de Nasrudín.Protegido por la oscuridad, empezó acoger las posesiones del mulá y ameterlas en un saco.

—Hermano —dijo el mulá—,me veo obligado a advertirte que lascosas que estás cogiendo puedenparecer valiosas de noche, pero a laluz del día no tienen ningún valor. Silo sabré yo...

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Palmas que pican

NASRUDÍN fue nombrado en ciertaocasión jefe de policía, pero fuedestituido del cargo casiinmediatamente. Unos días despuésde su destitución, su esposa observóque había empezado a rascarse lapalma de su mano derecha.

—Nunca te había visto antes esacostumbre, Nasrudín.

—Es porque la mano derechasólo me empezó a picar cuando meconvertí en jefe de policía.

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Jaliz, el águila

UN día, Nasrudín fue invitado aunirse a una reunión de jefesreligiosos. Los reverendos secomplacieron mucho haciendo alardede su conocimiento del Islam. Unoespeculaba sobre el color delcaballo del Profeta, otro sobre lacomida favorita de los ángeles. Untercero dio una informaciónsumamente prolija de la creación delmundo, y un cuarto una descripcióndetallada del cielo. Finalmente,

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Nasrudín no pudo aguantar más lapresunción de aquellos hombres.

—¡Jaliz! —tronó, para granasombro de los jefes espirituales.

—¿Es eso un nombre, mulá? —preguntó uno.

—¡Por supuesto! —exclamó elmulá—. Me sorprende que lo tengasque preguntar. Ése era el nombre deláguila que se abalanzó sobre Moisés,llevándoselo.

—Pero no hay ningúndocumento que diga que Moisés fuellevado por un águila —clamaron losreunidos.

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—Entonces Jaliz es el nombredel águila que se abalanzó sobreMoisés y no se lo llevó —dijoNasrudín con mirada altanera.

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Sólo un humilde pan

AL oír que todos los hombres sanosde la aldea estaban siendo reunidos yenrolados en el ejército, Nasrudínentró corriendo en la cocina y seescondió en el horno.

—Diles que me he ido a la India—dijo a su esposa.

Pero, rechazando sus excusas,los hombres del sargento registraronla casa y encontraron al mulá en elhorno.

—Como varón adulto, por la

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presente quedas reclutado para lasfuerzas de Su Majestad —dijo eloficial.

—Pero si sólo soy un humildepan —contestó Nasrudín.

—¡Tonterías! —bramó elsargento—. ¡Sal de ahíinmediatamente!

—Muy bien —replicó el mulá—, pero no hasta que esté totalmentecocido.

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Con sólo pedirlo

NASRUDÍN fue sorprendidotrepando al gallinero de su vecino.

—Me asombra que tú, mulá, unhombre de tu edad, te deslices en migallinero como un joven ladrón en lanoche. Si hubieras venido a vermecomo un vecino y me hubieraspedido una gallina, te la habría dado.

—Tienes mucha razón. Unhombre tan entrado en años como yopodría resbalar y torcerse un tobillo,o cortarse los dedos con la cerca.

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Por tanto, estaría encantado deaceptar tu amistosa oferta de unagallina.

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Por si las moscas

ESCAPANDO de una banda deferoces bandoleros, Nasrudín buscórefugio en las montañas cercanas.Allí encontró a un hombredemacrado vestido con un mantohecho jirones.

—No hay tiempo que perder —gritó el mulá—. Tienes queesconderte; unos asesinos me vienenpisando los talones.

—Soy un derviche —replicó elhombre—. Paso todo el tiempo en

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reflexión y en oración. Alá nopermitirá que nada malo le suceda asu siervo.

—Sin duda —asintió Nasrudín—, pero yo de ti, tomaría algunaprecaución adicional, por si lasmoscas.

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Necesidad de asociarse

UN día, Nasrudín perdió todo eldinero a los dados. Al volver a casa,dijo a su mujer:

—Me encontré en la plaza conun vecino que acababa de perdertodo su dinero en el juego.

—¡Gracias a Dios que no erestú ese insensato! —rugió su esposa.

—Pero soy un buen vecino —contestó Nasrudín—, y por eso tuveque asociarme al pobre hombre.

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Igual que su madre

NASRUDÍN iba corriendo al bazaruna tarde cuando un hombre mayor leparó para preguntarle:

—¿Estoy equivocado o eres elhijo de Jamal, el molinero?

—No te equivocas —contestóapresuradamente el mulá—. Soy elhijo de Jamal. Por desgracia, estoyalgo ocupado en este momento.

—¡Chiquillo! —exclamó elhombre abrazando a Nasrudín—. Note he visto desde que eras un bebé.

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Eras el más dulce de los niños.Acostumbraba a jugar contigodurante horas sin fin y a contartecuentos hasta que te dormías en misrodillas. ¿Cuánto tiempo hace deeso? Deben haber pasado al menoscuarenta años. Pero te habríareconocido en cualquier parte. Tusojos, tu cabello, tu barbilla... Escierto lo que dicen: algunos hombrescrecen para ser el vivo retrato de supadre.

—¡Y otros crecen para gorjearcomo su madre! —le interrumpió elmulá con malhumor.

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Justa recompensa

NASRUDÍN había hecho quedarmal al imam tantas veces delante detodos, que el hombre finalmentealquiló a un grupo de matones paraque le dieran una lección yaprendiera a respetarle. Una noche,los rufianes arrinconaron a Nasrudínen un oscuro callejón y estaban apunto de cumplir sus órdenes cuandoel mulá se escurrió por entre ellos yescapó. Corriendo por la ciudad setopó con el imam.

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—¿Qué ocurre para que estéssin aliento, Nasrudín? Huyes como siuna manada de leones hambrientos tepersiguiera de cerca.

—Ya me gustaría que fueransólo leones... —dijo jadeando elmulá—. En realidad, el puebloentero me persigue porque quierenhacerme alcalde.

El imam había soñado conllegar a ser alcalde durante muchotiempo.

—Si me encontrara en tu lugar,aceptaría el cargo enseguida.

—Coge toda mi ropa y el puesto

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será tuyo —dijo Nasrudín,intercambiando su ropa con él—.Mis partidarios llegarán deinmediato; no digas nada cuando seacerquen a ti; cuando descubran elerror, será demasiado tarde.

El imam ocultó su rostro en lacapa de Nasrudín y esperósilenciosamente al tropel.Confundiéndole con el mulá, el grupode rufianes le propinó una buenatunda.

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Sólo probarte

EL imam estaba hablando a unareunión en la plaza de la ciudad.

—Sólo las figuras másimpresionantes de la historia —losgrandes profetas— pudieron realizarmilagros —exclamaba.

—¿Podían resucitar a losmuertos? —preguntó Nasrudín.

—Desde luego —replicó elimam—. El Corán describe muchoscasos.

—Entonces —dijo el mulá—,

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estoy dispuesto a probar quecualquier hombre puede realizarmilagros similares a los de losprofetas.

—¿Te atreves a sugerir quetambién tú puedes resucitar a losmuertos? —dijo con voz entrecortadael imam.

—Traedme una espada y lodemostraré —contestó Nasrudín.

Se trajo una espada y la multitudestiró el cuello para ver el milagro.

—¿Qué vas a hacer? —preguntóel imam cuando Nasrudín apuntaba lahoja hacia él.

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—Voy a cortarte la cabeza paraque todos podamos tener unosmomentos de paz, y luego te lavolveré a poner y tú te sentirás comonuevo.

—No hay necesidad dedemostración —replicó nervioso elimam—. Sólo quería probarte.Naturalmente, sé perfectamente quepuedes realizar milagros.

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Sólo el juez

EL juez, un hombre engreído einsensato, estaba preocupado por lafalta de respeto que los habitantes dela ciudad le habían mostrado.Encargó al carpintero queconstruyera una plataforma elevada,desde la que pudiera escuchar lasdeclaraciones y dictar sentencia.Cuando la estructura estuvoterminada, invitó a Nasrudín —unode los habitantes menos respetuososde la ciudad— a que fuera a echar un

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vistazo.—¡Todopoderoso Alá —

salmodió el mulá tirándose al sueloen la base de la tribuna—, ha llegadotu humilde servidor!

—¿Estás loco? —farfulló eljuez—, yo no soy Dios.

—¡Perdóname, gran profeta! —se lamentó Nasrudín.

—Tampoco soy un profeta —vociferó el juez.

—Entonces, seguramente debesde ser un ángel —replicó Nasrudín.

Perdiendo la paciencia, el juezllamó a sus guardias.

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—¡Llevaos a este hombre yencarceladlo hasta que recupere eljuicio!

—Ah —dijo Nasrudín—, conun trono tan alto, no pude distinguirteal principio. Pero, viendo tucomportamiento, adivino que eressólo el juez de la ciudad.

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No perder de vista

NASRUDÍN iba al mercado avender su última oveja. De camino,un amigo le pidió al mulá que fueracon él a tomar un té. Aceptandoinmediatamente la invitación, el mulásentó a la oveja a la mesa y él sepuso justo enfrente.

—Amigo mío —dijo elasombrado anfitrión—, te he invitadoa un té; nunca he dicho que pudierasinvitar a tu oveja. ¿Pretendesofenderme?

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—Por supuesto que no —replicó Nasrudín—. Pero un hombreal que sólo le queda una oveja en elmundo no debe perderla de vista.

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Mantenerse despierto

EN cierta ocasión, Nasrudín fuevigilante de un juez cruel eimpopular. Su jefe, que era insomne,tenía la costumbre de pasear por susjardines en plena noche, inquieto porsus enemigos. En una de esasocasiones, encontró a Nasrudínroncando sonoramente bajo unamanta.

—¡Despierta inmediatamente!Tus ronquidos podrían costarme lavida.

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—Pero si no estoy dormido —replicó Nasrudín—; ronco paraimpedirme echar una cabezada.

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Saber el nombre

NASRUDÍN estaba tan harto de lasquejas continuas de su esposa quedecidió divorciarse.

—¿Cuál es el nombre de tuesposa? —preguntó el juez.

—No tengo ni idea —contestóNasrudín.

—¿Has estado casado duranteveinte años y no sabes el nombre detu mujer?

—¿Por qué debo saber elnombre de una mujer de la que me

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quiero divorciar? —replicóNasrudín.

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Gorriones grandes

NASRUDÍN volvió de sus viajescon un huevo de avestruz que dio a suhijo para que lo cuidara. Pocodespués, el cascarón se abrió, y elchico crió el ave hasta que adquirióun tamaño enorme. Un día, cuandopadre e hijo estaban alimentando alanimal, el juez pasó por allí. Nohabiendo visto un ave igual,preguntó:

—¿Qué es esa asombrosacriatura?

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—En una ocasión fue unhumilde gorrión —contestó Nasrudín—, pero, gracias al generoso Alá, hatriplicado su tamaño cada día.

—¿Podría yo lograr tal cosa dealgún modo?

—No hay ninguna razón paraque no sea así —contestó Nasrudín—, si das limosnas a los pobres yrezas oraciones a Dios.

El juez se fue corriendo albazar, donde compró tres docenas degorriones y distribuyó dos bolsas deoro entre los pobres. De vuelta acasa, puso a los gorriones en una

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jaula enorme y dio instrucciones asus sirvientes para que losalimentaran con la mejor comida quese pudiera comprar con dinero.Luego se encerró en su habitación yempezó a rezar.

Después de varios días desúplicas, el juez quedó consternadoal ir a inspeccionar su bandada depájaros y comprobar que todosseguían del mismo tamaño. Fueentonces a ver a Nasrudín.

—Eres un impostor. Losgorriones no han crecido.

—Perdóname —dijo el mulá—,

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pero ¿distribuiste limosnas a lospobres? —Sí.

—¿Y suplicaste a Alá que teayudara?

—Sí, he pasado las dos últimassemanas en oración.

Nasrudín pensó un momento:—Supongo que no habrás

restringido el movimiento de lospájaros. —Los tengo en una jaula.

—Ahí es donde te equivocaste.El confinamiento ha limitado suespacio para crecer.

Cuando el juez volvió a su casa,abrió la puerta de la jaula y los

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gorriones, encantados de verselibres, salieron volando.

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Último en entrar,primero en salir

—SOY un artista de considerabletalento —se jactaba el poeta de laciudad, un hombre necio y presumido—. Mis obras elevan los espíritusincluso de los campesinos másignorantes. No puedo dejar demaravillarme de mi brillo y miséxitos.

—Realmente —dijo Nasrudín—, yo supero habitualmente a todaslas personas de esta ciudad, incluido

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tú.El bardo acarició su barba

inmaculada y se rió.—¿Cómo puedes decir eso?—Siempre que presentas una de

tus poesías en público, permanezcoen la parte de atrás de la sala, cercade la puerta. Soy el último en llegar yel primero en escapar.

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Risas y lágrimas

NASRUDÍN odiaba el olor de lascebollas, pero a su esposa legustaban tanto que podía comerlashasta que las lágrimas le bañaban lacara. Cada vez que incluía cebollasen su guiso, ella y Nasrudín sepeleaban. Finalmente sus discusionesse hicieron tan violentas que susvecinos los llevaron al tribunal poralterar la paz. Tras escuchar a lasdos partes, el juez dijo a la mujer quefirmara una declaración de que

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dejaría de servir cebollas a sumarido o éste tendría derecho a undivorcio instantáneo.

Durante varias semanas lascebollas no volvieron a aparecer enlas comidas. Pero, con el maridofuera de casa todo el día, la mujerempezó a sucumbir gradualmente a suansia de cebollas.

Un día, estaba comiendo congran apetito un gran plato de cebollascrudas cuando Nasrudín llegóinesperadamente a casa. Ella apenastuvo tiempo suficiente de esconder elplato antes de que él entrara en la

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cocina. Al oler el picante aroma delas cebollas y viendo los ojosllorosos de su mujer, supoexactamente lo que había estadocomiendo, pero estaba divertido porla situación.

—¿Por qué lloras, querida? —preguntó adoptando un tonocomprensivo.

—Lloro de alegría porque estásen casa —contestó la mujer.

Nasrudín estaba tan encantadocon el juego que echó a reír.

—¿Por qué te ríes? —preguntósu esposa sorprendida.

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—Me río porque pronto serélibre-replicó Nasrudín—, perodentro de un momento estaré gritandotambién, porque tengo la terriblesensación de haber perdido ladeclaración que firmaste ante eltribunal.

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Caballo zurdo

NASRUDÍN recibió una invitaciónde un noble para un día de caza. Noacostumbrado a esos grandesacontecimientos, el mulá estabapreocupado porque se pudiera ver sufalta de experiencia a la hora demontar a caballo. Con esta idea en lacabeza, sobornó al escudero delnoble para que le prestara el caballoque debía montar el gran día. Ensecreto, practicó montando ydesmontando hasta que dominó la

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maniobra.El día de la caza el mulá se

paseó orgulloso por los establos muyconfiado, pero quedó consternado aldescubrir que el caballo con el quese había ejercitado estaba cojo y unanimal desconocido había sidoensillado en su lugar. Nerviosamente,el mulá se subió al lomo del caballo.Aliviado al descubrir que habíaejecutado la maniobra sin aparentedificultad, se preparó para salir.Pero al intentar coger las riendas, sedio cuenta de que estaba mirando lacola del animal.

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—¿Por qué no se me hainformado de que éste caballo erazurdo? —preguntó con enojo altrabajador del establo.

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¿Izquierda o derecha?

—MULÁ —le dijo su ancianovecino—, me han dicho que sabes unmontón de cosas útiles. Así quedime, durante un funeral, ¿debe unocolocarse a la derecha o a laizquierda del ataúd?

—Es indiferente-contestóNasrudín—. Pero mantente adistancia del centro.

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Vida de ermitaño

CUANDO Nasrudín estuvo en elexilio, vivió durante un tiempo comoermitaño. Un día Tamerlán, que sehabía separado de su partida de caza,fue a dar a un claro y descubrió lacabaña desvencijada del mulá.Inmediatamente Nasrudín ofreció algobernante su cena, que consistía enculebra asada y agua sucia.Tamerlán, hambriento, aceptó lacomida con gratitud. Cuando hubocomido hasta hartarse, se limpió la

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barba y se dirigió a su anfitrión.—¿Cómo puedes soportar haber

caído tan bajo para tener quereemplazar las ricas ropas decortesano por harapos como éstos, ylos espléndidos banquetes porculebra y un agua que apenas sepuede beber?

—Porque —explicó el mulá—aquí todo lo que veo es mío. No hayopresores como tú y no veo aninguno de tus servidores, como elverdugo, el torturador y elrecaudador de impuestos.

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Animales letrados

EL alcalde fue a visitar a Nasrudíny, mientras su anfitrión preparabaalgo de comer, examinó a fondo lascartas y papeles privados del mulá.Mirando a hurtadillas por entre lascortinas que separaban la cocina y lasala de recibir, Nasrudín vio lo quehacía el alcalde, pero no dijo nada.

Al día siguiente, el alcaldeestaba sentado en la congregación enque Nasrudín pronunciaba su sermón:

—Verdaderamente, Dios actúa

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de maneras misteriosas. Ahora, hadado a los animales mudos lacapacidad mental de leer.

—¿Qué? —rugió el alcalde—.¿Estás diciendo que todos losanimales son letrados?

—No todos —contestó el mulá—, sólo el que ayer examinó micorrespondencia.

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Un asno letrado

EL rey estaba cansado de lacostumbre de Nasrudín de llevar a suburro con él a la corte.

—De hoy en adelante —decretó—, ningún iletrado podrá mostrar mirostro en mi presencia. A menos queenseñes a tu burro a leer, mulá, teordeno que lo dejes fuera delpalacio.

Durante tres semanas Nasrudínapareció ante el rey sin su animal,pero pasado ese tiempo, llevó un día

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al animal al trono real.—¿Tan débil es tu mente que ya

has olvidado mi decreto? —bramó elrey.

—Con vuestro permiso,Excelencia, os demostraré que elburro sabe leer.

Necesitado de entretenimiento,el monarca dio su consentimiento,después de lo cual, Nasrudín sacó elCorán y lo puso en el suelo, delantedel burro. Efectivamente, el animalpasó varias páginas con su lengua y,al llegar al final del Libro Santo, lacriatura empezó a rebuznar

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sonoramente.—Confío en que vuestra

majestad estará satisfecho —dijo elmulá.

—No hasta que me digas cómohas realizado este acto milagroso —exigió el soberano.

—Fue fácil —dijo Nasrudín—,entrené al animal cubriendo cadapágina con avena. Cada vez que lepresentaba el libro, se comía laavena y volvía la página en busca demás. Después de tres semanas, llegóa asociar el Corán con la comida.Ahora rebuzna porque, con todo su

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lamer y buscar, no encuentra sucomida.

—¡Este ejercicio no demuestranada! —replicó el rey.

—Perdonadme, majestad, perodebo disentir: prueba que se puedeenseñar a leer a cualquier animalmudo.

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Una vida larga ypróspera

CUANDO Tamerlán comprobó quesu tesorero era culpable demalversación, lo ejecutó y contrató aNasrudín como sustituto. Pero nopasó mucho tiempo antes de que unayudante de palacio informara al reyde que el nuevo tesorero estabadistribuyendo dinero entre lospobres. Muy enfurecido, elgobernante le mandó llamar.

—¿Quieres acabar colgando del

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cadalso como tu predecesor?—Sin duda no colgarías a un

hombre que simplemente trata dealargar tu estancia en la tierra —replicó Nasrudín.

—¿Cómo es que esquilmar miscofres me podrá suponer una vidamás larga? —preguntó Tamerlán.

—Cuando doy dinero a lospobres y necesitados, les pido querecen para que nuestro apreciadomonarca tenga una vida larga ypróspera. Si no pagara las oracionesde esta manera, ¿quién conseguiría laayuda de Alá para mantenerte con

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vida un día más?

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Los días más largos

CUANDO Nasrudín era colegial, sumaestro estaba muy interesado por lavida en la tierra. A menudo hablaba ala clase sobre la naturaleza,detallando el cambio de lasestaciones, el paso del tiempo, ydescribiendo cómo el día seconvierte en noche. En una de susexposiciones, dijo:

—Ahora es primavera, y losdías se alargan, mientras que lasnoches se hacen más cortas. Dentro

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de un mes, cuando sea verano, el díase habrá hecho una hora más largo.

No se dijo nada más, pero unmes más tarde, en la clase se volvióa tratar una vez más el tema deltiempo.

—Dinos, Nasrudín —dijo elmaestro—, ¿cuántas horas tiene eldía?

—Es fácil —contestó el alumnosin vacilación—. Ahora que esverano, el día tiene veinticincohoras. Pero durante el resto del añovuelve a tener sólo veinticuatro

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Mira y ve

—DIME, Nasrudín —dijo un reybrutal e ignorante que había oídohablar de los poderes del mulá—.Dicen que estás asociado con elDiablo. ¿Cómo es él?

—Miraos aquí, Majestad —dijoNasrudín, entregando un espejo algobernante.

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¿Perder la cabeza?

NASRUDÍN y su amigo estabanpaseando cuando vieron un lobo. Elanimal cruzó veloz por delante deellos y luego desapareció en unagujero.

El amigo de Nasrudín decidiótratar de sacar el animal. Metió lacabeza en el agujero e intentó andar acuatro patas tras el lobo. Pero elagujero era demasiado pequeño ypronto se quedó encajado en laabertura. Nasrudín observaba a su

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amigo menearse y retorcerse,evidentemente en gran apuro.Después de considerables tirones porparte del mulá, éste consiguió liberara su amigo. Sin embargo, cuando lemiró más de cerca se dio cuenta deque la cabeza del hombre habíadesaparecido. Echándoselo a laespalda, Nasrudín lo llevó a su casay dijo a su esposa:

—¿Te has fijado por casualidadsi tu marido llevaba la cabeza puestacuando salió de casa esta mañana?

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Burro perdido

NASRUDÍN entró corriendo en laciudad asustado.

—¿Alguien ha visto a mi burro?¡Si el juez lo encuentra antes que yo,soy un hombre arruinado!

—Cálmate —dijeron losmirones—. Si el juez encuentra alburro, al menos sabrás que está sanoy salvo, y se te devolverá.

—¡A salvo! —vociferó el mulá—. Si el juez lo encuentra, esperaráuna recompensa, luego me pondrá

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una multa por haberlo dejadoescapar, otra por entrar ilegalmenteen su propiedad, y otra por cualquierotro daño. Cuando el animal regrese,todo lo que le quedará será la cola ylas orejas.

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Por los pelos

NASRUDÍN tenía tanto calorcuando cortaba leña que se quitó elturbante y lo puso en un muro quedominaba el valle. Segundos mástarde, un águila descendió en picadoy se llevó la tela.

—¡Me he salvado por los pelos!—dijo el mulá tartamudeando—.Unos segundos antes, y también yohabría salido por los aires.

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Mantenerse quieto

UN día, Nasrudín llevó algunasherramientas al herrero para sureparación. Sin embargo, cuando fuea recogerlas el hombre le dijo quehabían desaparecido. Con lasherramientas perdidas y sin dineropara comprar otras nuevas, Nasrudínno tuvo más remedio que pedírselasprestadas a su vecino.

—¿Dónde están tusherramientas? —le preguntó elhombre.

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—El herrero las estabaarreglando, pero le handesaparecido.

—Entonces, sin duda él te las harobado. Ve a decirle que te lasdevuelva de inmediato.

—No puedo. Le estoy evitando.—¿Por qué?—Porque todavía no le he

pagado el arreglo.

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¿Mago o cerrajero?

—NASRUDÍN —dijo el rey—, sedice que eres un gran mago. Teordeno que abras este inapreciablejoyero con tu magia, pues esdemasiado valioso para romperlo ytiene demasiadas piedras preciosaspara desecharlo.

—Majestad —contestóNasrudín—, os han engañado. Yopuedo ser mago, pero ciertamente nosoy cerrajero.

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Los modales no sepueden disimular

NASRUDÍN visitaba Samarcandadurante el reinado de Tamerlán, elsoberano del mundo. Recién llegadoa la ciudad, se perdió en suscallejuelas y pronto se encontró en unsector mal iluminado, lleno deescombros y propiedades vacías.

—Alá, protégeme de losladrones y asesinos que sin dudagobiernan estas calles —rezóconduciendo a su asno por los

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sórdidos callejones.Por casualidad, pasó por

delante del conquistador Tamerlán,que, temeroso de los disturbiosciviles, se había disfrazado devagabundo y se movía de un ladopara otro por las zonas másdeprimidas de la ciudad en busca deagitadores rebeldes.

Viendo al harapiento mulá,inmediatamente le cortó el paso.

—¡Cómo se atreve un paletocomo tú a atravesar esta ciudad comosi fuera suya! —Y por añadidura, dioa Nasrudín un golpe con su látigo—.

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Desmonta enseguida o tu burro seráconfiscado y tú serás decapitado.

—Gran Tamerlán —dijobalbuceando Nasrudín—, tenmisericordia, este animal es la últimade mis posesiones mundanas.

—¡Por el Profeta! —gritóTamerlán—. ¿Es tan pobre mi disfrazque incluso un viajero como tú puedeidentificarme?

—No fue tu traje, sino tusmodales lo que te descubrió —replicó el mulá—. Un hombre queordena a un extranjero que desmontebajo pena de muerte no podía ser

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otro que el conquistador responsablede la matanza de inocentes.

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Hay muchas maneras decazar un tigre

EN la India, Nasrudín se encontrófrente a frente con un tigregigantesco. Aterrado, trepó a unárbol para ocultarse, pero el animalsaltó tras él hasta las ramas.Temblando de miedo, el mulá siguiótrepando cada vez más arriba. Eltigre le siguió con facilidad. CuandoNasrudín había llegado a las ramasmás altas, se volvió hacia elpredador y se preparó para morir. En

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ese momento, el tigre vio a un granpájaro posado a un lado y saltó, perola rama en que el pájaro seencontraba era demasiado fina parasoportar el gran peso del animal. Separtió y el tigre cayó al suelo.

Varias horas después, Nasrudínreunió el valor suficiente para bajardel árbol y descubrió que el tigre sehabía matado en la caída. Quitándolela rayada piel, se la puso alrededorde los hombros y siguió su camino. Apartir de ese día, Nasrudín fueconocido como un gran cazador.

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Amo y siervo

EL sol estaba declinando y era lahora de la oración de la tarde.Nasrudín, que corría hacia su casapara la fiesta del primer cumpleañosde su hijo, entró precipitadamente arezar en la mezquita. Divisando alapresurado adorador, el imam seacercó sigilosamente y golpeó confuerza a Nasrudín en la cabeza.

—¿Cómo te atreves a ofreceresas oraciones de forma tanchapucera? Empieza de nuevo, y esta

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vez hazlo de manera diferente.El mulá no tenía más opción que

ejecutar las oraciones de nuevo.Cuando finalmente hubo

terminado, el imam dijo:—Eso está mejor. Estoy seguro

de que Dios aprecia este desplieguede fe mucho más que las oracionesapresuradas que le ofreciste alprincipio.

—Lo dudo mucho —replicóNasrudín—. Apresuradas como eran,las primeras oraciones se ofrecíanpor temor a la ira de Dios. Elsegundo lote, por miedo a la ira de

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un siervo de Dios.

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Meditación

EN cierta ocasión, Nasrudín fuediscípulo de un maestro sufí. Unatarde de verano, el maestro instruía asus discípulos para que repitieranuna serie de cantos destinados ainducir un trance meditativo. El ritmode las palabras y el cálido sol prontohicieron que Nasrudín se durmiera.

—¿Cómo consigues entrar en unestado meditativo tan profundo? —lepreguntaron los discípulos queestaban cenca de él cuando el

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ejercicio terminó.—El secreto —contestó

Nasrudín— está en aprender adormir con los ojos abiertos.

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¿Melón o montaña?

DE joven, Nasrudín estaba siemprehaciendo tonterías. Un día, divisó alalcalde de la ciudad con un turbantetan grande como un canto rodado.Nasrudín agarró rápidamente unapiedra y la lanzó al tocado deldignatario. La piedra golpeó de llenoal alcalde entre los ojos.Encolerizado, llevó al traviesomuchacho a su casa.

—¡Explícate! —exigió supadre.

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—Perdón —contestó Nasrudín—. Vi el turbante de nuestrovenerable alcalde y pensé que unhombre de su talla sin duda tendríauna cabeza tan sólida como unamontaña. ¿Cómo iba a saber que enrealidad es tan blanda como unmelón?

Nasrudín llegó a irritarse tantopor el mal genio de su ganso que lollevó al mercado para venderlo.

—Venderé ese excelente gansopor ti —dijo un corredoransiosamente.

—Realmente —contestó

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Nasrudín—, el ganso está muy lejosde ser excelente. Silba y bate las alasde manera amenazadora. He llegadoa tenerle una enorme antipatía.

Rogando al mulá que seabstuviera de decir nada más, por siacaso desanimaba a los eventualescompradores, el corredor lo llevó auna casa de té cercana.

—Espérame aquí; cuando hayarealizado la venta, te traeré tu parte.

Cuando el mulá estaba sentadobebiendo té escuchó al corredor, queexclamaba:

—¿Quién me dará un precio

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justo por este ganso hermoso yrellenito? Os aseguro que nunca hevisto un ave con un temperamento tandulce.

Sin reflexionar, Nasrudín volvióa la subasta y detuvo la venta.Metiéndose al ganso bajo el brazo,se dirigió a él disculpándose:

—¡Qué mal te he juzgado!Vamos a casa.

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Alforjas desaparecidas

MIENTRAS Nasrudín viajaba conuna caravana, se dio cuenta de quehabía confundido sus alforjas con lasde otro comerciante. Cabalgandohasta el jefe del convoy, le cuchicheóalgo al oído. Inmediatamente se diola señal de que se detuviera lacaravana.

—¡Ha llegado a miconocimiento que los ladrones se hanllevado nuestras posesiones durantela noche! —anunció el guía.

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Los preocupados comerciantesabrieron inmediatamente sus bultospara ver si faltaba algo. Con elcontenido de cada alforja extendidoen el suelo, Nasrudín pudofácilmente identificar sus bolsasperdidas.

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Equivocación

NASRUDÍN quería comprar unpuchero nuevo. Fue a la ferretería,pero el ferretero pedía demasiadopor sus artículos.

—Pensé que esto era unaferretería, pero debo de habermeequivocado —dijo Nasrudín.Molesto, el vendedor decidióseguirle la historia a Nasrudín.

—Sí, te has equivocado. Laferretería está en la puerta de al lado.Yo vendo ganado.

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—¿De verdad? —replicó elmulá—. El negocio debe de serpróspero.

Esta vez, fue el ferretero elsorprendido.

—¿Por qué lo dices?—Si vendes ganado, el sitio

debería estar lleno de todo tipo deanimales, pero parece que todo loque queda es una asquerosa cabravieja.

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Dinero para su funeral

CUANDO el amo avariento para elque trabajaba Nasrudín se negó apagarle su salario, éste se sentó aesperar ante la puerta de la casa.Pasaron varios días, y finalmente elavaro advirtió al mulá.

—¿Qué esperas?—Espero ser pagado.—Te morirás de hambre antes

de que te pague.—Por eso estoy aquí esperando.

Ojalá muera pronto, y toda la ciudad

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verá que es tu mezquindad lo que meha matado.

—Ah, pero entonces te haré unfuneral exorbitante y la gente semaravillará de mi generosidad.

—Un funeral lujoso suena bien.Dame el dinero e iré a arreglarloahora.

El avaro le dio el dinero yNasrudín se fue corriendo con unacantidad mucho mayor del salarioque se le debía.

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Un mono en el tribunal

NASRUDÍN y algunos de losaldeanos estaban reunidos en torno aun fuego de campamento escuchandolas historias que contaba unconductor de camellos.

—He viajado durante muchosaños a los países más remotos. Enuno, encontré monos que eran tanhumanos que resultaba fácilconfundirlos con hombres. La únicadiferencia era que no teníancapacidad de lógica ni razón.

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—¡Igual que el juez! —exclamóNasrudín—. Comprendí hace muchotiempo que no era humano, pero nopodía resolver cómo conseguíaponerse un disfraz tan convincente.

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Preguntas múltiples

AL enterarse de que a Nasrudín lehabían robado las alforjas, susamigos y vecinos fueron a expresarlesus condolencias. De acuerdo con lastradiciones de hospitalidad, el mulálos invitó a cenar. Ofreció pulao atantas personas que el coste de lacomida excedía con mucho el de lasbolsas perdidas. Después de variosdías de recibir a los invitados consus condolencias, Nasrudín se cansóde sus interminables preguntas.

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—Dime, mulá —decía uno—,¿había un ladrón o varios?

—¿Forzaron la casa o teníanllave? —preguntó un segundo.

—¿A qué hora de la nochevinieron? —preguntó un tercero.

—Respondería a vuestraspreguntas si pudiera —contestó elexasperado mulá—, pero pordesgracia yo no formaba parte de labanda.

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Mustafá, soberano delmundo

CUANDO Nasrudín era astrólogode la corte, la esposa del gran visirfue a preguntarle por su hijo nonacido.

—Tendrás un hijo —anuncióNasrudín mirando a las estrellas—.¡Se llamará Mustafá y llegará a ser elpróximo gran soberano de AsiaOccidental!

Muy complacida, la mujer fuecorriendo a contárselo a su marido.

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Pasaron unos meses y efectivamentela mujer dio a luz a un hijo, al queinmediatamente llamó Mustafá. Perotres días después el niño murió.Cuando la mujer, enloquecida,informó al rey, éste ordenó queNasrudín compareciera ante él.

—¡Has engañado a la esposadel gran visir y serás desterrado dela corte para siempre!

—Majestad —replicó elastrólogo—, ¡tened misericordia!Todo lo que dije era la verdad.¿Cómo puedo yo ser responsable delmomento que el Ángel de la Muerte

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escoge para llevarse a los mortalesal otro mundo?

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Beneficio mutuo

NASRUDÍN fue empleado por uncomerciante para transportar una cajaque contenía mil monedas de oro deuna ciudad a otra. Por el camino, fueatacado por una banda de ferocesbandidos que le robaron el dinero yse fueron a caballo a las montañas.Molido a palos y sangrando,Nasrudín fue al palacio a quejarse:

—¡Majestad! Gracias a laescasa vigilancia de las montañas, hesido golpeado y robado, y sin duda

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seré golpeado de nuevo cuando miamo se entere de que he perdido suoro. ¡Quiero que se me devuelva eldinero enseguida!

Encolerizado al sentirseincrepado de tal modo por uncampesino, el rey dijo a sus guardasque arrojaran a Nasrudín fuera delpalacio. Desesperado, el mulá sedirigió a la mezquita:

—Todopoderoso Alá, el rey noescucha mis súplicas, y por eso deboabandonarme a la merced de unomucho más grande que él. Me hanrobado mil monedas de oro y me han

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golpeado dos veces. Sin el dinero,¡sin duda seré golpeado por terceravez!

Cuando dejaba la mezquita, uncomerciante le dio un golpecito en elbrazo:

—Acabo de regresar de unviaje de negocios que me llevó através del Hindú Kush. En la cumbrede un pico majestuoso, mi ponitropezó y caí ladera abajo. Cuandocaía, pedí ayuda a Dios, y prometíque, si vivía, daría mil monedas deoro al primer hombre necesitado queencontrara. Justo entonces, mi capa

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se enganchó en un arbusto y pudeencontrar un punto de apoyo para elpie y seguir el camino sano y salvo.No he podido evitar escuchar tuoración, hace un instante, y te pidoque aceptes un regalo de milmonedas de oro.

Nasrudín estaba asombrado:—Primero Alá tenía ladrones

que me privan de mil monedas deoro; luego arroja a un hombreinocente a un acantilado para poderpedirle que dé a un extraño milmonedas de oro. Y finalmenteconcibe las cosas de manera que

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nosotros dos nos pudiéramosencontrar para beneficio mutuo.

—No tenía la menor idea de quese tomara nuestras oraciones tan enserio.

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Respeto mutuo

—¡EH, Nasrudín! —le llamó suesposa—. Debemos darnos prisa ollegaremos tarde al funeral delalcalde.

—¿Por qué debo molestarme enasistir a su funeral? —contestó suesposo—. Ciertamente, él no semolestaría en venir al mío.

Mi espalda me dijoUn día el rey supo que un juez

local había perdonado a trespequeños delincuentes.

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Inmediatamente llamó al desdichadofuncionario y dijo a sus guardias quele pegaran con su propio cinturón.Después de varios feroces latigazos,el pobre hombre murió por susheridas.

Nasrudín fue designadosustituto. Desde ese día en adelante,aparecía en la audiencia con uncinturón de plumas. Cuando se lepreguntó por qué había escogido eseaccesorio tan poco habitual, sonrió.

—Fue una idea de mi espalda.Me dijo que prefiere las cosquillas ala flagelación.

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Mi carga

NASRUDÍN pasaba por la subastade caballos cuando el subastador seabalanzó y agarró a su burro, al queluego trató de llevar a la tribuna. Elasno se negó a moverse. Un segundocorredor trató de inspeccionar losdientes del burro y fue mordido en lamano. Un tercero llegó para examinarsus pezuñas, y el burro le dio una cozen el estómago.

—¡Cómo piensas encontrar uncomprador para un animal de tan mal

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carácter!—¡No estoy aquí para venderlo!

—contestó Nasrudín—. Lo he traídopara enseñar a todo el mundo lodifícil que es apañárselas con él.

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Idea de mi asno

NASRUDÍN llamó a la puerta delimam.

—¡Has venido a visitarme! —gruñó el imam.

—Realmente, fue idea de miasno —contestó Nasrudín—. Pensóque ya era hora de que visitáramos auno de sus amigos para variar.

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Mis enemigos

UN día, Nasrudín estaba escuchandoa un general cuando se preparabapara la batalla.

—¡Arrancaré el corazón a misenemigos! ¡Les arrancaré la lengua!¡Les cortaré la cabeza y las pondrésobre picas para que todos las vean!

—¿Por qué no practicasprimero con tu lengua? —dijo elmulá—. ¡Y así no tendremos queescuchar más tus jactancias!

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La importancia de miamo

EL juez contrató a Nasrudín comocochero. Un día, llevaba a su amocuando otro carruaje le bloqueó elcamino.

—¡Sal del camino! —gritó elmulá al conductor del otro vehículo.—¿Cómo te atreves a darmeórdenes? —replicó el otro cochero—. ¡Soy el sirviente del hombre másimportante de la ciudad!

—¿Y de quién piensas que yo

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soy el sirviente? —gritó Nasrudín—,¿de una cabra?

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Dinero de mi mujer

EL alguacil había vaciado la casade Nasrudín, pero éste todavía debíaal Estado quinientas monedas de oro.El rey ordenó que se le avisara paraque fuera al palacio y pagara ladeuda.

—No me queda nada más quedar, Majestad. El único dinero quequeda son quinientas monedas deoro, pero pertenecen a mi mujer.

—Según la ley, las posesionesde tu esposa son tuyas. Ve a casa a

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recoger el oro.—No puedo hacerlo, Majestad

—contestó el mulá—, porque esedinero es su dote, y todavía no la hepagado.

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La verdad desnuda

CUANDO Nasrudín era joven, nadale gustaba más que sentarsealrededor de un fuego decampamento a escuchar historias depaíses lejanos. Un día, llegó a suciudad una caravana de mercaderes.Cuando comieron la comida de latarde contaron sus aventuras enregiones extranjeras: historias debandidos y grandes proezas, dehostilidad y hospitalidad, de visionesextrañas y maravillosas.

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—Hemos estado en unos paísesextraordinarios —dijo uncomerciante de sedas—. En un viajea un país situado a muchos meses deaquí, nos encontramos en un país tancálido que la gente andabacompletamente desnuda.

Ante esta revelación, unprofundo silencio se hizo entre losoyentes. Nasrudín rompió el silencio.

—¡Eso no puede ser! Sinvestidos debe de haber sidoimposible distinguir a las mujeres delos hombres.

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Nasrudín muere

UNA vez, Nasrudín cayó enfermo ysu esposa llamó al médico. Haciendoal mulá un rápido examen, el médicoanunció:

—Amigo mío, no puedo hacernada por ti. Prepárate para que elÁngel de la Muerte te saque de estemundo. —Con esto, pidió cincuentamonedas de oro como honorarios ydejó la casa.

Pasaron varias semanas yNasrudín empezó a recuperar su

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fuerza. Algún tiempo más tarde,ojeroso y cansado por su recienteenfermedad, caminaba por el bazarcuando se encontró con el médico.

—¡Has vuelto de entre losmuertos! —gritó el hombre alarmado—. Dime, ¿cómo es aquello?

—Muy cansado —contestóNasrudín—. El Ángel de la Muerte ysus ayudantes se pasan todo eltiempo decidiendo quién será elsiguiente.

—¿Cuándo llegará mi hora? —preguntó el médico aterrorizado.

—Interesante que me lo

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preguntes —contestó Nasrudín—.Precisamente el otro día estabandiciendo que todos los médicos iríanal infierno porque curan a la gente eimpiden que los ángeles hagan sutrabajo. ¡Pero no te preocupes! Lesdije que tú eras incapaz de curar anadie y, así, no les estorbarías.

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El loro de Nasrudín

NASRUDÍN soñó que poseía unpájaro extraño. Cuando despertó,dijo a su esposa:

—En mis sueños, tenía unespléndido loro que era la envidia detoda la ciudad.

—¡Qué pena que no sea así! —contestó su mujer—, pues sirealmente lo tuvieras, le enseñarías ahablar y pronto sería la envidia detodo el reino.

—¡Y el rey oiría hablar de ello

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y nos ofrecería mil monedas de oropor él! —se lamentó el mulá.

—Y entonces tú podrías idearun sustituto y seríamos incluso másricos. ¡Hasta que, finalmente, seríasrey y yo sería reina!

—¿Pero y si el pájaroaprendiera palabras groseras y envez de recompensarnos el reyordenara nuestra muerte? —preguntóNasrudín.

—Si hiciera eso, ¡cogería unhacha y le cortaría la cabeza!

Nasrudín estaba ofendido:—¿Matarías a un pájaro que

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podría hacer nuestra fortuna? —dijocon un bufido, abofeteando a suesposa.

Al oír los gritos de la pobremujer, llegaron los vecinos.

—¡Cómo te atreves a pegar auna mujer desamparada! —exclamóla esposa del vecino.

—¿Desamparada? —vociferó elmulá—. ¡Hace un momento, erabastante fuerte para matar a nuestroloro!

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Las babuchas deNasrudín

UN día, Tamerlán se cansó de susdiversiones e inventó un juego nuevo.Nasrudín fue obligado a permanecerdelante de los arqueros delemperador y actuar como blancohumano.

Temblando sobre sus babuchas,Nasrudín permaneció inmóvil cuandocada soldado apuntaba y disparaba.Flecha tras flecha atravesaron elturbante del mulá y las mangas de su

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manto. Pero los arqueros del rey erantan diestros que ni una sola flechahirió al sabio.

Cuando terminó la competición,Tamerlán ordenó a sus servidoresque sustituyeran el manto y elturbante agujereados del blanco porvestimentas de su propioguardarropa.

—Por favor, pídeles que traigantambién un par de tus babuchas —dijo Nasrudín—, pues las mías sehan quedado hechas polvo.

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La sandaliaingobernable deNasrudín

NASRUDÍN se puso una sandaliadespués de dejar la mezquita y justose iba a poner la segunda cuando unadolescente se la arrebató. Cuando elmulá intentó recuperarla, eljovenzuelo se rió y se la tiró a unamigo. Cada vez que el mulá sedirigía hacia la sandalia, ésta volabasobre su cabeza y caía en las manos

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del otro chico. Ni engatusamientos,ni amenazas, ni sobornos lespersuadieron de que devolvieran lasandalia a su propietario.Finalmente, Nasrudín se cansó deljuego y emprendió el camino a casacojeando. En el trayecto de regresose encontró con su vecino.

—Mulá, ¿por qué llevassolamente una sandalia?

—Porque la otra decidióquedarse en la ciudad a jugar con susjóvenes amigos.

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Disposición natural

—PADRE —preguntó el hijomenor de Nasrudín—, ¿por quéhablas tan poco y escuchas tanto?

—Porque tengo dos oídos ysólo una boca.

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Habilidad natural

EL bebé de Nasrudín despertabarutinariamente a sus padres con suslloros. La tercera noche seguida sindormir, la esposa del mulá se volvióa su marido:

—¿No puedes hacer nada?—He probado todos los trucos

que conozco. Temo que el únicohombre con destreza suficiente parahacer dormir al niño es el imam.

—Pero él ni siquiera tiene unhijo. ¿Qué va a saber que no sepamos

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nosotros?—No es cuestión de

conocimiento, sino de habilidadnatural. He visto a toda unacongregación empezar a roncar en elmomento en que él abre la boca.

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La manta de lanaturaleza

UN día y otro, Nasrudín se manteníadespierto por las lamentaciones de sumujer sobre su pereza.

—Oh, qué holgazán tengo pormarido —lloriqueaba una noche.

—Desde que nos casamos hesido pobre, y gracias a ti morirétambién pobre. Ni siquiera nospodemos permitir una manta decentecon tus miserables ingresos.

Nasrudín se levantó de un salto

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y entró corriendo en el jardín. Dosminutos después, volvió con unamanta llena de tierra.

—¿Se puede saber qué estáshaciendo, metiendo barro en la casaen mitad de la noche? —dijo a gritossu esposa.

—La tierra, que essuficientemente buena para cubrir anuestros antepasados, es buenatambién para cubrirte a ti —replicóNasrudín—. No les he oído quejarsedel frío desde que se echaron debajode ella.

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Nunca nacido

MIENTRAS estaba en la India,Nasrudín visitó un cementerioenorme. Deteniéndose delante de unaelaborada tumba, leyó:

—«Aquí yace el mayorgobernante que este país conociónunca. Condujo a sus ejércitos a labatalla contra las fuerzas enemigas.Construyó escuelas y alojamientospara los pobres. Su valor y caridadle convirtieron en leyenda ya durantesu vida. Este noble gobernante murió

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a los cinco años de edad.» ¿Cómopudo un gobernador lograr tanto entan poco tiempo? —preguntóNasrudín al encargado de la tumba.

—El sultán llegó al trono a losveinte años de edad y gobernódurante sesenta años. En su lecho demuerte, a los ochenta años, declaró:«He pasado siete años estudiando,ocho en la guerra y sesentapreocupado por los asuntos deEstado. En total, he vivido cincoaños de mi vida. Ésta es la edad quequiero que se recuerde en mi lápidamortuoria».

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—Si es así como aquí seconsidera la edad —dijo Nasrudín—, por favor, mira que en mi epitafioaparezcan estas palabras: «Aquí yaceNasrudín, ¡un hombre que nuncanació!».

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Nunca satisfecho

NASRUDÍN salió a cabalgarcuando su asno vio estiércol y sedetuvo a inspeccionarlo.Refunfuñando, el mulá desmontó,recogió el estiércol en un morral,montó de nuevo el asno y siguió sucamino a casa. Cuando llegaron,Nasrudín ató el morral sobre lacabeza del asno y entró en la casa.Pronto el animal comenzó a piafar, adar coces y a mover la cabeza.

Al oír el alboroto, Nasrudín

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salió corriendo.—¿Nunca estás satisfecho?

Querías ese estiércol, ¡y ahora que lotienes para olerlo a tu gusto decidesque ya no lo quieres!

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La próxima vez

UNA noche, un ladrón escaló lacasa de Nasrudín y robó la manta desu cama.

—¿A qué esperas? —lepreguntó su mujer—. Persigue alsinvergüenza y recupera la manta.

—Le agarraré cuando vuelva apor la cama —dijo Nasrudín.

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Ceguera nocturna

NASRUDÍN llamó al médico y sequejó de que todo lo veía conmanchas negras. Cuando el médicohubo examinado al enfermo yextendió la prescripción, había caídola noche y pidió que le dejaran unfarol. Unos días más tarde, encontróa Nasrudín y le preguntó por su vista.

—Por desgracia —dijoNasrudín moviendo la cabeza—,ahora sufro una ceguera nocturnatotal. Quizá sea porque todavía tienes

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mi lámpara.

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A mí no me toman elpelo

A Nasrudín le tomabancontinuamente el pelo suscompañeros de clase, que pensabanque era algo bobalicón. Un día, unode ellos cogió de la calle una botavieja y preguntó a Nasrudín qué era.

—¿No lo ves? —contestó—.Obviamente, es la funda de unaguadaña con forma de bota.

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Ninguna consideración

NASRUDÍN corrió una noche a sucasa y llamó a su esposa.

—¡He invitado al juez y a suesposa a cenar y llegarán encualquier momento! Vete a prepararunas empanadas.

—No me tienes ningunaconsideración —dijo refunfuñandosu mujer—. Me he pasado todo el díalimpiando y estoy agotada. Y, encualquier caso, nos queda poquísimaharina.

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—Entonces, haz empanadas muypequeñas —contestó Nasrudín.

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Ninguna oreja, ningúncrimen

UN día, el juez pidió a Nasrudín quele ayudara a resolver un problemalegal.

—¿Cómo me sugerirías quecastigue al difamador?

—Córtales las orejas a todoslos que escuchen sus mentiras —replicó el mulá.

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Malos para la salud

EL imam, un hombre mayor que yaesperaba con ansia un retiro cómodo,decidió aumentar sus ahorros. Unanoche, después de las oraciones, dijoa los devotos que le siguieran alcementerio.

—Cada uno de vosotros debeelegir la parcela de tierra en la quequeréis que os entierren —les ordenó—. Dadme cincuenta monedas de oroy anotaré vuestras preferencias eneste libro.

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Después de mucho debate einspección, todos los presenteshabían elegido un lugar de descanso,salvo el mulá Nasrudín.

—Si no te decides pronto —advirtió el imam—, no quedaráningún lugar para tu sepultura.

—¡Gracias a Dios por ello! —contestó el mulá—. Los cementeriosno son buenos para mi salud.Siempre me hacen pensar en lamuerte.

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Ninguna necesidad decerebro

UN día, el rey cayó enfermo y sellamó a los mejores cirujanos delpaís. Uno de ellos, procedente de lasofisticada ciudad de Bagdad,examinó al gobernante, le abrió elcráneo, sacó el cerebro y extirpó ungran tumor. Pero fue solamentecuando había vuelto a poner en sulugar la parte de arriba de la cabezadel monarca cuando se dio cuenta deque había olvidado incluir los restos

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del cerebro.—Yo no lo sentiría demasiado

—dijo Nasrudín, que estaba entre losmédicos que habían sido convocados—. Sólo tiene que sentarse conpompa como hacía antes. Su políticano cambiará, pero tendremos queencontrar un turbante más grande.

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No hay sitio para más

NASRUDÍN y su hermano pusieronen común todo el dinero que lesquedaba para comprar carne y arrozen el mercado. Hicieron un pulao yse sentaron a comer. Después de quecada uno había dado algunosmordiscos, el hermano de Nasrudínse quejó:

—¿Por qué cuando alargas lamano a la comida coges siempre dostrozos de carne?

—Mira —contestó Nasrudín—,

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es porque sólo puedo coger con lamano dos trozos al mismo tiempo.

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Nada como un almuerzogratis

NASRUDÍN regresaba de un viaje aBombay cuando vio al juez de laaldea dándose una comilona al ladodel camino.

Acercándose al notable, sesentó junto a la cesta y esperó que leinvitaran a unirse al festín. El juezmascó en silencio durante unosmomentos y luego preguntó aNasrudín por sus viajes. Con laesperanza de que una buena noticia

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indujera al juez a compartir sucomida, Nasrudín comenzó:

—Mientras estaba en la India,me encontré con tu hijo, que me pidióque te enviara sus recuerdos y lanoticia de que tus rebaños de cabrasestán florecientes.

—Espléndido, me encantaescuchar que tanto el chico como lascabras están bien. Dime, ¿qué estáhaciendo mi hijo?

—Está enseñando a trotar a tuyegua blanca.

—Así que también el caballotiene buena salud.

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—Sí, tu esposa parece pensarlo.—¿Viste también a mi esposa?—Se ofreció a presentarme a su

tío, que actualmente está buscandosocios nuevos para sus negocios.

—Siempre es un placerescuchar buenas noticias sobre lafamilia —dijo el juez quitándose laservilleta del cuello y empezando arecoger los restos de la comida.

—Permíteme recompensarte portus alentadoras palabras. Coge estosrestos y come hasta hartarte. —Ypasó al mulá unos pocos mendrugosde pan y unos huesos de pollo.

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Echando humo por la falta degenerosidad del hombre, Nasrudínsiseó:

—¡Ni siquiera tus cabras, sihubieran sobrevivido a la sequía, sehabrían comido esto!

—Pensé que decías que elganado estaba bien.

—Estaba estupendamente hastaque tu hijo se fue en la yegua y dejóque su esposa atendiera al rebaño.

—¿Pero por qué ella las dejómorir?

—También ella estabadebilitada por el calor. Siguió

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luchando valerosamente durantevarias semanas, pero finalmenteencontró el mismo destino que lascabras.

—¿Y por qué su tío no se pusoen contacto conmigo?

—Al parecer, desfalcó dinerode su compañía para pagar el funeralde tu esposa. Se descubrió el robo ylo metieron en la cárcel.

Muy conmocionado, el juezsaltó a su caballo de pura raza y semarchó, dejando el cesto y suapetitoso contenido junto al camino.

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No es una cuestión deedad

NASRUDÍN estaba invitado a ir decaza con unos amigos. Como no teníacaballo de caza propio, le prestaronuna gran montura para ese día. Laespalda del animal estaba tan altaque, por mucho que lo intentó, nopudo subir a la silla.

—¡Me estoy haciendo viejo! —se rió para disimular su embarazo.Luego, viendo que los otros jinetesse habían ido sin él, añadió—:

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Aunque tampoco fui nunca muyflexible cuando era joven.

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Nada que ver conmigo

NASRUDÍN se unió a una caravanaque avanzaba a través del desierto.La primera noche del viaje, elconvoy se detuvo a las afueras de unapequeña ciudad. El mulá se dirigió alcamellero que estaba a su lado y ledijo:

—Toma este dinero y compraalgo para cenar. Debo encender elfuego de campamento.

—Eso no tiene nada que verconmigo —contestó el perezoso guía.

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Nasrudín encendió la hoguera,luego se fue a la ciudad, compróalgunas provisiones y volvió alcampamento. En su ausencia, el otrohombre había dejado que el fuego seapagara.

—¡Enciende el fuego! —le dijo—. Tengo que desollar esta cabra.

—Eso no tiene nada que verconmigo —contestó el otroenvolviéndose en una manta.

Nasrudín encendió el fuego yfue a preparar la cabra. Cuando lacarne estaba lista para ser cocinada,se volvió de nuevo al camellero:

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—Da la vuelta al asadormientras trato algunos asuntos conlos otros comerciantes.

—Eso no tiene nada que verconmigo —replicó el hombre denuevo.

Nasrudín puso la cabra sobre elfuego y la cocinó. Luego se fuecorriendo a decir a los comerciantesque se unieran a él para cenar, demanera que pudieran concluir susnegocios.

Cuando los invitados se habíansentado alrededor del fuego y tomadosu parte de carne, llegó a cenar el

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perezoso camellero.—¡Oye! —se quejó—. ¡No ha

quedado nada de la cabra!—Eso no tiene nada que ver

conmigo —dijo Nasrudín.

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Sin tiempo para vestirse

NASRUDÍN estaba sentado en losbaños turcos en Estambul cuando oyóque un hombre de su pueblo estaba apunto de hacer el largo viaje deregreso a su hogar. Levantándoseapresuradamente de un brinco, saliódesnudo a la calle y se subió a laparte trasera del carro. Variassemanas más tarde, los viajerosllegaban finalmente a su destino.

Todo el pueblo se habíaenterado de su vuelta, y las gentes se

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habían reunido en la plaza principalpara saludarlos. Cuando Nasrudínsaltó del carro, su familia se quedóhorrorizada al ver que estabacompletamente desnudo.

—¿Dónde están tus ropas? —preguntaron desolados.

—Estaba tan seguro de que oscomplacería mi regreso que, cuandooí que el carro se marchaba, no perdítiempo en vestirme.

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Sin tiempo para afligirse

CUANDO el asno de Nasrudín cayóenfermo, el mulá rompió en lágrimas.

—¿Por qué lloras? —lepreguntó su vecino—. El pobreanimal todavía está vivo.

—Pero si muere, tendré queenterrarlo, luego deberé ahorrar paraun nuevo asno, después habrá que ira la subasta de burros, y luego domaral sustituto. No tendré tiempo paraafligirme

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No en el almacén

UN hombre llegó a la tienda deultramarinos de Nasrudín y lepreguntó el precio de las nueces.

—Dos monedas de oro la libra.—¡Es un precio escandaloso!

—rugió el cliente—. ¿No tienes unapizca de conciencia?

—Lo siento —contestóNasrudín—, pero ese artículo no lotengo en el almacén.

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No hasta que yo diga

FINALMENTE los aldeanos secansaron de su imam.

—Nasrudín —le suplicaron—,no podemos soportar ya oír su vozchirriante un día más. Tu voz esmucho más melodiosa; por favor, veny sé el nuevo imam.

—¡Imbécil! —le dijo su esposacuando él le habló de su nuevopuesto—. ¿No sabes que el últimoimam no tenía un céntimo para vivirporque ninguno de los fieles hizo

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nunca una sola donación?El día siguiente, antes de las

oraciones, Nasrudín hizo un anuncio:—Me he enterado de que algunos devosotros dicen precipitadamente susoraciones de una manera que resultainaceptable. De ahora en adelante,cualquiera que levante la cabezaantes de que yo lo haga incurrirá enla ira de Dios, su ganado morirá deenfermedad, su negocio se arruinaráy su casa se la tragará la tierra.

Luego empezó a dirigir laoración de la congregación. Cuandollegó el momento, se inclinó y apoyó

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la frente en el suelo. Los fieles leimitaron. Varias horas más tarde, elimam no se había movido y,temiendo la ira de Alá, ningúnmiembro de la congregación seatrevía a levantar la cabeza antes derecibir indicación de que lo hicieran.

Cuando cayó la noche, unhombre no pudo soportar laincomodidad por más tiempo:

—Respetado imam —dijo—,nuestro cuello está a punto deromperse y tenemos la frentemagullada. ¿No podrías levantar lacabeza?

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—Sólo si dais un donativo —contestó el mulá—. Si no, Alá esperaque me postre durante varios años.

Uno tras otro, los hombresmetieron la mano en el bolsillo ypagaron su cuota.

—Ahora —dijo Nasrudín—,todo el que desee levantar la cabezapodrá hacerlo cuando haya pagadopor adelantado los tres próximosaños.

Los feligreses no tuvieron másopción que entregar el dinero.Cuando todo el mundo hubo pagado,Nasrudín se enderezó.

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—De ahora en adelante —declaró—, podéis inclinar y levantarla cabeza siempre que queráis.

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Ningún testigo

UN vagabundo se abría paso por laorilla del río cuando descubrió uncofre de hierro enterrado en el fangode la orilla. Al recogerlo y abrirlodescubrió que contenía una cantidadconsiderable de oro. Rápidamente sesentó y empezó a contar el dinero.

Mientras estaba contando, unrico propietario pasó por allí. Al verel oro, se detuvo.

—¿Dónde conseguiste eso? —preguntó.

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—Lo encontré en la orilla delrío.

—Bien, ten cuidado, esta zonaestá infestada de ladrones. Tecortarán la cabeza para robarte tuoro. Tal vez pudiera regresar contigoy meter el cofre en mi caja fuerte,¿quieres? —Muy aliviado, elvagabundo aceptó el ofrecimiento.

Cuando el oro estuvodepositado a salvo en la caja fuerte,el propietario dijo al vagabundo quevolviera durante el día y leentregaría la caja. Pero cuando llegóel día siguiente, el rico negó

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cualquier conocimiento de la fortuna.Comprendiendo que no iba a

conseguir lo que era legítimamentesuyo, el vagabundo arrastró al ladrónal tribunal, donde Nasrudín actuabaentonces como juez.

—¿Dónde están los testigos? —preguntó al vagabundo.

—¡Ay de mí, no hay ninguno! —contestó el hombre—. Lo encontréjunto al río cuando no había nadiealrededor.

—Entonces ve al río y dile quecomparezca en el tribunal. —Elhombre estaba totalmente

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sorprendido, pero sin embargo fue ahablar al río.

Unas horas después, todavía nohabía regresado.

—¿Piensas que tardará mucho?—preguntó el juez.

—Podría llevarle mucho tiempo—replicó el propietario—. Esetramo del río está muy lejos.

Finalmente volvió elvagabundo, acalorado y enfadado:

—Le pedí al río que vinierahasta que me cansé de repetirlo, perono se movió.

—Sí lo hizo —dijo Nasrudín

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señalando al terrateniente—. Entróun momento mientras tú estabas decamino y me dijo que este hombre esen efecto un ladrón.

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Explicaciones ofensivas

EL rey decidió probar el ingenio deNasrudín.

—He pensado un complicadoproblema para ti, mulá. Ve si puedesofenderme de manera que tuexplicación sea cien veces peor quela metedura de pata original.

Nasrudín aceptó. Varios díasdespués, los dos hombres salieron acaminar cuando Nasrudín agarró alrey por la barba y le besó en la boca.

—¿Qué diablos estás haciendo?

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—balbuceó el monarca, horrorizado.—Perdonadme, Majestad —

contestó el mulá—. Por un momentoos confundí con vuestra esposa.

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Una vez en tierra firme

NASRUDÍN y su hijo salieron apescar cuando un torbellino aparecióen el horizonte.

—¡Quiera Dios —imploró elmulá— salvar nuestra frágil barca yyo recompensaré a un hombrenecesitado con un camello deltamaño de una casa!

—Padre, ¿cómo encontrarás uncamello tan grande?

—Me preocuparé de eso unavez estemos en tierra firme.

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Un caballo, dospropietarios

COMO caballerizo del califa deBagdad, a Nasrudín le dieron unabolsa de oro con la que comprar unsemental nuevo para los establos.

Incapaz de encontrar unamontura conveniente en la subasta decaballos, iba camino de casa cuandouna brillante comitiva desfiló delantede él. A su cabeza cabalgaba unafigura enjoyada sobre un pura sangreblanco como la nieve. Nasrudín

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reconoció al jinete: era el soberanodel reino vecino, un hombre famosopor su buena voluntad hacia lasgentes comunes.

—Majestad —llamó el mulá—,¿puede un campesino humilde comoyo atreverse a pedir que me montéisen vuestro caballo?

—Ciertamente —replicó elmonarca—. Salta tras de mí.

Cuando el rey y su séquitollegaron a las cercanías de la ciudad,Nasrudín suspiró.

—¿No estás cómodo? —preguntó el gobernante.

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—Mucho, Majestad, peroestaba pensando qué orgullosoestaría mi hijo si viera a su padreentrar en la ciudad conduciendo uncorcel como éste.

Inmediatamente el rey hizoademán al convoy de que sedetuviera de manera que Nasrudínpudiera ocupar su lugar. Asímontado, el mulá atravesó las puertasde la ciudad. Cuando el califa vio asu caballerizo llegando en tanatractiva montura quedó encantado.

—¡Qué buena elección! —gritóacariciando la lustrosa crin—.

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Desmonta y déjame probar la silla.Cuando el monarca visitante se

negó, el califa se sintióprofundamente disgustado.

—¡Baja de mi pura sangre! Sinduda tú tendrás un corcel propio. Enseguida estalló una lucha entre losguardias de los dos gobernantes y enla confusión, Nasrudín y la bolsa deoro desaparecieron.

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Una palabrita

LA esposa de Nasrudín era llamada«hurí» por las hermosas doncellasque los musulmanes creen que vivencon los santos en el Paraíso.

Cuando la guerra llegó al país,todos los hombres fueron llamados aunirse al ejército:

—¡Alistaos ahora! —dijo ungeneral de reclutamiento—, y seguida los hombres del rey a la batalla. Sisalís victoriosos, podréis coger loque queráis del botín de guerra... Si

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morís en el campo de batalla,obtendréis un lugar eterno en elParaíso, donde estaréis rodeados delas huríes celestiales.

—Yo ya tengo una hurí en casa—gritó Nasrudín entre la multitud—.Puede que no sea una hurí celestial,pero al menos no tengo que sufrir loshorrores de la guerra, ni una muertedolorosa, sólo por una palabrita.

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Uno u otro

NASRUDÍN llevó un loro al reycomo regalo. Sintiéndose generoso,el monarca le dio a cambio unamoneda de oro. El tesorero sepreocupó por tal extravagancia:

—Majestad, si siguescomportándote de manera tangenerosa, ¡pronto los cofres estaránvacíos!

El rey estuvo de acuerdo, perono encontraba la manera de pedirle aNasrudín que le devolviera el dinero

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sin parecer tacaño.—Déjamelo a mí, Majestad —

dijo el tesorero—. Le preguntaré aNasrudín si el pájaro es macho ohembra. Si dice que es macho, puedodecirle que tú quieres un pájarohembra, y si es hembra, le diré quequieres un macho.

Nasrudín fue llamado de nuevoa la corte.

—Mulá —preguntó el tesorero—, ¿el pájaro que le diste al rey esmacho o hembra?

Adivinando que la pregunta erauna estratagema, Nasrudín respondió

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inmediatamente:—Es un pájaro andrógino.

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A pie

CUANDO finalmente el asno deNasrudín murió debido a su avanzadaedad, su dueño estuvo inconsolabledurante varios días. Su esposa seasustó tanto por su negativa a comery beber que pidió al imam quehablara con él.

—Mulá —empezó el hombreamablemente—, todas las criaturasde Dios morirán finalmente.Recuerda el semental favorito delalcalde: no vivió sino tres años. Y

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Antar, la mula gris del recaudador,pasó a mejor vida después demuchos años de valioso servicio.Incluso mi propio y fiel corcelsucumbió a la muerte hace unospocos meses. Y su sustituto morirátambién un día.

—¡Ésa es la cuestión! —dijoNasrudín—. Todos los hombres a losque te refieres están en condicionesde comprar otra montura. Cuando yomuera, tendré que ir al cielo, aunirme con mi asno, a pie.

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Sólo un profeta

UN día, Tamerlán se dirigió a unode sus invitados y le preguntó:

—¿Quién es tu mentor?—¡Tú, oh Cima del Globo! —

replicó el hombre.—Si yo soy tu mentor, entonces,

¿quién es tu profeta?Antes de que el invitado tuviera

tiempo de contestar, intervinoNasrudín: —Si tú eresverdaderamente su mentor, él sólopuede tener un profeta, ¡ningún otro

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que el mismísimo ogro de GengisKhan!

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En nombre de mi madre

EL vecino de Nasrudín observó que,con frecuencia, el mulá finalizaba susfrases con las palabras «Que midifunta madre permanezca en elParaíso».

Un día le preguntó quésignificaban esas palabras.

—Es sencillo —contestóNasrudín—. Mi padre, que tambiénmurió, era un hombre muy fuerte quesiempre se salía con la suya. Mimadre, por el contrario, era dócil por

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naturaleza. Yo siempre trato de teneruna palabra amable para ella, porquesé que le resulta difícil defendersepor sí misma.

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Muerte sobreviviente

NASRUDÍN y su vecino estabancomparando historias de ruinafinanciera.

—Tú puedes ser muy pobre,mulá —dijo el otro hombre—, peroyo debo tanto que no podré pagartodo lo que debo en mi vida. Mishijos pronto tendrán que cargar conmis deudas, y ellos, a su vez, seránincapaces de pagarlas. Y así, ladeuda seguirá impagada hasta que elÁngel de la Muerte venga a

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arrancarme el alma.—Yo de ti —sugirió Nasrudín

— detendría inmediatamente lasdevoluciones y esperaría a quemuera primero el Ángel de la Muerte

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Sueños dolorosos

LA esposa de Nasrudín se dirigió aél una mañana:

—La noche pasada soñé quecuando estaba preparando verduraspara un estofado, se me iba elcuchillo y me cortaba el dedo.

—Habrías hecho mejordurmiendo con guantes —contestó elmulá.

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Palpitaciones

—CUIDADO, Nasrudín —dijo suavariento anfitrión al verle vaciar eltercer tazón de sopa—. Dicen quedemasiada comida salada hace que elcorazón palpite demasiado.

—¿El tuyo o el mío?

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El Paraíso no está lejos

ANTES de que Nasrudín se pudieracostear un asno tenía que ir a todaspartes a pie. Un día, entraba en laciudad cuando algunos de susalumnos pasaron junto a él montadosen un carro:

—¡Maestro! —se rieron cuandoel carro traqueteó a su lado—.¡Tardarás mucho tiempo si tienes queandar hasta el Paraíso!

Pocos segundos después, unjinete en un elegante caballo negro

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ofreció a Nasrudín entrar a caballoen la ciudad. Subiendo detrás delnoble, el mulá saludó a losestudiantes.

—¡Al parecer el Paraíso estátan sólo a unos pocos pies del suelo!

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Recuperación parcial

NASRUDÍN cayó gravementeenfermo y el médico fue a verle.

—Puedo curarte —dijo al mulá—, pero el tratamiento será muycaro. —¿Cuánto costará? —dijo elpaciente con voz entrecortada.

—Tres sacos de arroz.Nasrudín aceptó pagarle cuando

se hubiera recuperado. Pero, encuanto empezó a sentirse un pocomejor, dejó de tomar la medicina. —¿Quieres tener una recaída? —le

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regañó su mujer.—Recuperación parcial

equivale a pago parcial —contestóNasrudín.

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Pasta sin pasteles

—LLEVA nuestros albaricoques alpanadero y que los convierta enempanadas —le dijo la esposa deNasrudín a su marido.

El mulá cargó el asno con lafruta y salió para la ciudad. Al pasarpor el salón de té, vio a algunoshombres jugando a las cartas.

—¡Ven a probar tu suerte, mulá!—le llamó uno.

—No tengo dinero —contestóNasrudín.

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—Entonces apuesta losalbaricoques —fue la contestación.

Sintiéndose afortunado,Nasrudín apostó su carga y la perdiótoda. Determinado a recuperar lapérdida, apostó su asno. De nuevoperdió, y volvió a casa con lasmanos vacías.

—¿Dónde están los pasteles? —le preguntó su mujer.

—No había fruta suficiente parallenar un solo pastel —mintióNasrudín.

—Y ¿dónde está tu burro? —preguntó la recelosa esposa.

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—El panadero cogió el burropara pagar la pasta —contestóNasrudín.

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Pago en especie

UN erudito que iba de viaje llamó ala puerta de Nasrudín y le pidió unvaso de agua. Respetando la sagradaobligación oriental de proporcionaragua, Nasrudín invitó al hombre aentrar. En cuanto cruzó el umbral, elintelectual empezó un monólogo dedatos que duró varias horas. Duranteese tiempo, Nasrudín, cortésmente,sirvió agua, té, la cena y unos dulces.Finalmente, el invitado pareciódispuesto a marcharse.

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—Si me das algo por mispalabras de sabiduría, seguiré micamino.

—Desgraciadamente, no mequeda nada que ofrecer. Regresamañana y entonces tendré algo para ti—dijo el mulá estupefacto.

La noche siguiente, volvió elerudito. Nasrudín le llevódirectamente a la casa y le sentó.Entonces el mulá empezó a contarhistorias de sus propios viajes.Después de que habían pasadomuchas horas, el agotado yhambriento invitado dijo:

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—¿Qué hay de mi pago? Dijisteque si volvía hoy me darías algo porla conversación de ayer.

—Ya te he pagado —contestóNasrudín—. Te he pagado enespecie.

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Campesinos y reyes

UN día, el rey y su partida de cazaentraron en una pequeña aldea. Muyexcitados por la fortuita visita real,los habitantes se reunieron en laplaza principal para ver al monarca.Después de unos minutos, uncampesino ofreció al rey un vaso deagua. El gobernante cogió elrecipiente de la mano del hombreharapiento, se bebió el agua de unsolo trago y ordenó continuar a suséquito.

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—¡Qué triste es ver tan malosmodales! —dijo Nasrudíncabalgando al lado del rey.

—Me sorprendes, mulá —contestó el rey—. Habitualmentedefiendes al desvalido.

—Me refiero a vuestrosmodales, Majestad.

—Mis modales son impecables.¿Desde cuándo un gran hombre comoyo está obligado a agradecer a uncampesino un vaso de agua?

—Desde el momento que, sinsiervos como él, no habría ningúngran hombre como tú.

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Con piel y todo

LA esposa de Nasrudín observabafascinada cómo su marido comía lasnaranjas, con piel y todo.

—¿No te olvidas de quitar lapiel? —le preguntó mientras mordíaotro trozo de fruta.

—El frutero es un hombre muyconsciente —contestó Nasrudín—. Silas naranjas estuvieran destinadas acomerse sin la piel, él se la habríaquitado antes de venderlas.

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¿Pluma o eje?

EL emperador de Persia iba decamino a la mezquita principal.Deseando enjugar el sudor de sufrente, sacó un pañuelo bellamentebordado y, al hacerlo, dejó caer supluma de oro, que rodó hasta llegar alos pies de Nasrudín.

—¡No te quedes ahí, hombre!Recógela y devuélvemela.

—Oh Majestad —dijo el mulácuando le devolvía la pluma—. ¿Porqué llevas este hacha contigo?

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—Debes de ser aún más imbécilde lo que pareces a primera vista —dijo el soberano—, para confundiruna pluma con un hacha.

—Con tu firma, puedes destruirpueblos enteros —dijo Nasrudín—.Así pues, ¿qué podría ser tu plumasino un hacha?

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Faisán mensajero

CUANDO Nasrudín llegó a ser juez,el imam estaba loco de rabia, pueshabía codiciado el puesto durantemucho tiempo. Tratando de socavarla autoridad del nuevo juez, el imamdifundió por la ciudad todo tipo derumores. Nasrudín conocía todas lasmentiras que circulaban, perodecidió no decir nada.

Un día, un amable terratenientele dio a Nasrudín tres faisanes.Dándole las gracias, Nasrudín cogió

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un ave y la puso en el puchero.Escondió la segunda debajo de lacocina. Diciendo a su esposa quepreparara una comida suntuosa, semetió la tercera bajo el brazo y salióa visitar al imam.

—Qué amable por tu parte venira visitarme —dijo el imam cuandollegó Nasrudín, y ofreció té al juez.

—Vengo a pedirte consejosobre un caso muy intrincado —dijosu invitado, bebiendo a sorbos el té.

El imam, deseoso dedemostrarse más sabio que el juez,accedió inmediatamente.

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—Tal vez podríamos discutir elasunto durante la cena esta noche —propuso Nasrudín.

—¡Nada me daría mayor placer!En este punto, Nasrudín sacó el

faisán de su manto y dijo al animal:—Ve a casa y dile a mi mujer

que el imam será nuestro invitadoesta noche. Pídele que ponga la mesay haga un estofado de faisán. Dileque queremos también sandía, yensalada fresca. Tú puedes prepararlas verduras y comerte las pieles. —Luego liberó al pájaro, que huyó paradesaparecer en el bosque.

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El imam se quedó sin habla.—Si esperas que me crea que

ese pájaro hará todo eso, ¡entoncesdebes de tomarme por un completoimbécil!

—Todavía no he sacadoninguna conclusión —contestóNasrudín—, pero si el faisán nocumple mis órdenes, dimitiré comojuez.

Dos horas más tarde, él y elimam salieron. Al llegar a la casa deljuez, el invitado a cenar estabaasombrado. Hirviendo en la cocinahabía un puchero con estofado de

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faisán, mientras en la mesahermosamente dispuesta habíaensalada y pulao y, entre hielo, unasandía.

—Pero ¿dónde está tumensajero? —preguntó con temor.

—Probablemente escondidobajo la cocina, comiendo peladurasde zanahoria —contestó Nasrudíncogiendo el ave.

El imam estaba decidido acomprar el pájaro de su anfitrión.

—Te daré cincuenta monedasde oro por tu emplumado sirviente —ofreció.

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—No podría separarme de él —contestó el juez—. Lo quiero tantocomo a mi propio hijo.

—Cien monedas de oro —ofreció el imam pensando en laenvidia que sentirían sus enemigos siél tuviera un pájaro así comosirviente.

—Está bien. Como anfitrión, nopuedo negarme —replicó Nasrudín,cogiendo el dinero y metiendo alfaisán en un saco.

El avaricioso imam le faltó eltiempo para irse a alardear de suvaliosa adquisición. Se fue corriendo

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directamente a la casa de su cuñado,donde pidió que se reuniera toda lafamilia. Con ostentación, sacó el ave.

—Ve a mi casa y dile a mimujer que nuestros parientes irán acenar más tarde. Dile que tengap r e p a r a d o pulao, albóndigas,ensalada, verduras y sorbete delimón. —A continuación, liberóorgullosamente al mensajero.

Cuando el imam y su familiallegaron a la casa, la encontraronvacía. La cocina estaba fría, no habíaseñal de comida y no se veía enninguna parte a su esposa. Muy

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ofendidos, los invitados semarcharon. El imam fue a ver aNasrudín.

—¡Cómo te atreves aengañarme! ¡Devuélvemeinmediatamente el dinero!

—En primer lugar, nunca tepedí que compraras el ave, te lavendí por tu insistencia. En segundolugar, tus órdenes al pájaro puedenhaber sido engañosas. ¿Puedopreguntar qué le dijiste?

Cuando el imam hubo repetidolas instrucciones que había dado alpájaro, Nasrudín sonrió.

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—Ya sé lo que ha sucedido —dijo tranquilamente—. Enviaste almensajero, pero no le dijiste dóndevives. Probablemente, ande buscandopor todo el país mientras nosotroshablamos. ¿Y piensas que tienes lainteligencia necesaria para ser juez?

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¿Empanadas o migajas?

UN día, el panadero envió aNasrudín a palacio con una carga deempanadas recién hechas.

—¿Qué llevas ahí? —preguntóel desconfiado guardia hurgando enla carga con un palo.

—Si continúas hurgando,llevaré migajas —contestó Nasrudín.

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Planes de expansión

—AMIGOS —gritó un díaNasrudín a sus vecinos—, ¿quién medará un precio justo por mi tierra?

—Pero si vendes la tierra, ¿dequé vivirás, mulá? —preguntaron.

—Simple economía —contestóNasrudín—. Invertiré el dinero enotra pequeña parcela que añadiré ala que antes tuve. De esta manera,¡extenderé mi hacienda!

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Condiciones pocofavorables

CUANDO el imam visitó la nuevacasa de Nasrudín, miró la exiguamorada y señaló:

—Vives en condiciones muypobres, es verdad, pero nodesesperes. Los mansos sonrecompensados en la muerte, y tú irása un lugar donde vivirás con unesplendor como no has conocido eneste mundo.

—Todo eso está muy bien —

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contestó Nasrudín—, pero ¿qué voy ahacer con una sepultura tan fastuosa?

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El poder de los profetas

NASRUDÍN fue un día a ver alimam de la gran mezquita y afirmó:

—Yo puedo realizar lasdestrezas de los profetas y los santos.A mis órdenes, ¡los árboles bajaránla ladera de la montaña y los ríosalterarán su curso para venir a mí!

—¡Demuestra queverdaderamente estás bendecido conlos poderes de un profeta paramandar que las piedras rueden haciati, o pagarás cara tu blasfemia! —

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gritó el imam.Nasrudín extendió sus brazos

hacia la roca y le dijo que fuerahacia él, pero ésta no se movió unpelo. Al ver esto, el mulá pisoteó ellugar donde aquella estaba.

—Dices que posees los poderesde los profetas, pero no parecestenerlos —silbó el imam—.Prepárate a sufrir las consecuencias.

—Mis acciones sonperfectamente admisibles para la leyislámica —replicó Nasrudín—. ¿Hasolvidado que cuando la montaña nofue al Profeta Muhammad, él fue a la

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montaña?

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Oraciones

UN oficial corrupto había estadogravemente enfermo. Nasrudínencontró a la esposa del hombre enel mercado.

—¿Cómo está tu marido?—Todos esperamos que las

oraciones de los aldeanos seanatendidas. —Si es así, me sorprendeque todavía no se haya celebrado elentierro.

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Oraciones de alquiler

MIENTRAS Nasrudín era todavíaimam, un rico comerciante fue apedirle su opinión profesional.

—¿Es verdad que un creyentedebe rezar cinco veces al día?

—Sí —contestó el imam—, unavez al amanecer, dos veces duranteel día, una vez a la caída de la tardey otra vez por la noche.

—Entonces yo estoy en unasituación imposible. Al amanecer,estoy todavía dormido, durante el día

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tengo negocios que atender, alatardecer, me gusta relajarme conmis amigos, y por la noche deborealizar mis deberes maritales.

—Veo tu situación —contestóNasrudín.

—¿Quizá podría contratartepara que reces por mí? —dijo elhombre ofreciendo un puñado demonedas.

—No veo por qué no —accedióel imam. Pero justo cuando suvisitante se marchaba, le devolvióuna moneda.

—Me has dado cinco monedas,

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una por cada oración. Pero,pensándolo bien, sólo puedo aceptarcuatro. Las oraciones de la mañana,durante el día y de la tarde, no sonproblema, pues estoy aquí encualquier caso, pero por la noche yotambién duermo.

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Pedir milagros

NASRUDÍN entró furtivamente en elalmacén de un comerciante y empezóa llenar un saco con provisiones. Alver la luz, el comerciante fue ainvestigar y descubrió al mulá.

—¡Te haré azotar en la plazadel pueblo por esto! —farfullóagarrando a Nasrudín por el cogote.

—Por favor, no me humilles enpúblico —imploró Nasrudín—. Éstees un asunto privado entre tú y yo.Castígame tú mismo.

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—Muy bien, te golpearé con lasmismas cosas que has tratado derobar —contestó el comerciante, yempezó a pegar a Nasrudín con unsaco de harina.

Después de algunos golpes,Nasrudín empezó a pedir a Dios unmilagro.

—Ni siquiera un milagro tesalvará de este saco de harina —gritó el comerciante.

—No es la harina lo que temo—replicó el mulá—. Acabo derecordar que puse tu hacha en elfondo del saco. Pido a Dios que la

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transforme en otro saco de harina.

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Precocidad

CUANDO Nasrudín era niño,siempre estaba haciendo a su padrepreguntas difíciles. Un día, su padrequedó tan desconcertado por suincapacidad para responder queperdió los estribos:

—¿No sabes que los niñosprecoces cuando crecen se vuelvencompletamente imbéciles? —leregañó.

—Padre —contestó el pequeñoNasrudín—, nunca me dijiste que de

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niño fueras un genio.

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Presente y correcto

CUANDO tenía dinero, Nasrudínera aficionado a ofrecer fiestas a susamigos. Un verano, organizó unacontecimiento enorme. Contrató auna banda y a proveedores decomida, y encargó al carpintero de laciudad que construyera ocho grandesplataformas en el jardín, que cubriócon alfombras y cojines. La nochefue un éxito clamoroso. Los invitadoscomieron, bebieron y bailaron hastael amanecer. Sentado en el jardín

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después de que los últimosjuerguistas se hubieran marchado,Nasrudín analizó la noche. Cuandoechó una mirada alrededor, sualegría porque los invitados sehabían divertido se transformó enfuria. No importaba cuántas vecescontara las plataformas de madera,de las ocho sólo quedaban siete.

—¿Qué tipo de gamberroscomen mi comida, bailan con mibanda y luego se lleva unaplataforma completa, con cojines yalfombras? —gruñó el mulá dandogolpes a la tribuna que estaba debajo

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de él. Sólo cuando su mano golpeó eltablero de madera se dio cuenta deque estaba sentado en la octavaconstrucción.

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Conservar los peces

NASRUDÍN estaba cruzando elocéano cuando otro pasajero sedirigió a él:

—El capitán me dice que hasviajado por todas partes. Así quedime, ¿por qué está el mar tansalado?

—Porque lo rocíanregularmente con sal para que lospeces no se estropeen —contestórápidamente el mulá.

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El precio de laeducación

EN la bulliciosa ciudad de Bagdad,Nasrudín extravió su asno. Trasbuscar el animal durante variashoras, el mulá se sentó a considerarsu destino en un salón de té delcentro de la ciudad. Poco después,observó una muchedumbre reunida allado de la universidad.

Se acercó a investigar, y el muládescubrió a su burro rodeado por ungrupo de eruditos.

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—Tu burro ha hecho estragos enesta honorable sede del saber —aulló el decano—. Debes pagar unagran multa.

—Sin duda —replicó Nasrudín— seré yo quien te la cobre a ti. Yotenía un burro perfectamente bieneducado. ¡Mírale ahora! Después deunas horas en este lugar se hatransformado en un delincuente.

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Honorariosprofesionales

EL alcalde estaba tratando desujetar sus alforjas, pero cada vezque las colocaba, se caían hacia unlado.

—Nasrudín —dijo cuando elmulá pasaba a su lado—, tú quepretendes saberlo todo. ¿Cómopuedo resolver este problema?

Examinando la carga, Nasrudínvio que una de las bolsas estaballena de arroz, mientras que la otra

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estaba vacía.—Como científico —dijo—,

veo que las leyes de la física actúancontra ti.

Luego sacó el arroz y lo dividióen tres montones iguales. Puso unmontón en cada bolsa y,efectivamente, la carga quedóperfectamente equilibrada.

—Excelente-dijo el alcalde—,pero ¿qué pasa con el tercer montón?

—Son mis honorariosprofesionales —replicó Nasrudín.

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Muy posible

LA burra de Nasrudín se escapó denuevo.

—¿La ha visto alguien esta vez?—preguntó a un grupo de aldeanos.—La vi ayer presidiendo una causacriminal en la audiencia —dijo unbromista.

—Es muy posible —dijoNasrudín—. Siempre escuchaba conmucha atención cuando enseñabaleyes a mis alumnos.

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Leer en voz alta

—DIME, mulá —preguntó el imam—, ¿has cometido alguna vez unaequivocación cuando leías el Corán?

—¡Claro que sí! Una vez leímal, y en vez de decir que lospecadores irían al infierno, dije quelos imames irían al infierno. En otraocasión cometí otro error y entendíque los imames, en lugar de losmansos, heredarían la tierra.

—Te crees tan astuto como unzorro —gruñó el imam—, pero,

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verdaderamente, eres tan torpe comoun burro.

—Tienes razón, imam. Comoser humano, a diferencia de un imam,no soy tan astuto como un zorro ni tantorpe como un burro.

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Valentía real

NASRUDÍN estaba sentado en elsalón de té escuchando a unjactancioso joven.

—Un oso corrió hasta mí, perole di un garrotazo en la cabeza. Untigre saltó desde un árbol y loderribé al suelo. Estalló un fuego enuna casa vecina y me abrí caminoluchando con las llamas y rescaté alos hijos pequeños del vecino. Unmaremoto amenazaba con tragarse miciudad y contuve las aguas hasta que

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todo el mundo hubo escapado. Debode ser el más valiente de todos loshombres.

—Realmente —contestóNasrudín—, el más valiente soy yo.

Los demás bebedores de téquedaron asombrados al escuchar alhabitualmente humilde muládesafiando a aquel joven insensato.

—¿Por qué eres tan valiente?—Porque no tengo miedo

cuando los invitados vienen a micasa y no tengo ni un grano de arrozen la alacena, una hoja de té en eltarro ni una migaja de pan en el

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plato.

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Razones para el lamento

A veces Nasrudín llevaba a la gentepor el río en su barca. Un día, docecomerciantes se acercaron a él y lepreguntaron cuánto cobraba por elservicio. Al ver los exquisitosmantos de los hombres, contestó:

—Una moneda de oro a cadauno.

Aceptaron el precio y Nasrudíncargó a los comerciantes en sudesvencijada barca. Pero laembarcación estaba tan llena que, a

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mitad de camino, uno de lospasajeros perdió pie y cayó por laborda.

La corriente lo arrastró entregritos río abajo, y los comerciantesrompieron en lágrimas. Sorprendidosal ver que también Nasrudín se unía asu lamento, le dijeron:

—Nosotros lloramos a nuestroamigo perdido. Pero ¿por qué llorastú?

—Por el pasaje perdido —replicó el mulá.

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Sal imprudente

A la hora de la cena, Nasrudín echósal en la sopa. Viéndola disolverse,dijo:

—Cristales imprudentes, ¿porqué os metéis en la sopa si no soissumergibles?

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Transmisión demensajes

NASRUDÍN, en una racha mala desuerte, fue a casa de un ricocomerciante a pedirle empleo.Explicó el asunto al portero, pero elcomerciante no condescendió enverle. En su lugar, dijo gesticulandoal criado:

—Ve a decirle al cocinero quediga al pinche que diga al mozo decuadra que diga a Nasrudín que notengo ningún puesto vacante.

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Al oír esto, el mulá le dijo a suburro:

—Burro, ve a decirle a mimujer que le diga a nuestro hijo queles diga a las cabras que vengan a lacasa de este comerciante y ledestrocen el jardín.

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Deuda pagada

NASRUDÍN fue a que le cortaran elpelo. Al salir se metió en el bolsillola navaja de afeitar y se fue sinpagar.

—¡Oye! —le gritó el peluquerosaliendo tras él—. ¡Me debes elcorte de pelo!

—No te preocupes —dijo elhombre de la silla siguiente—. Elmulá es un hombre honorable. Tepagará.

Al día siguiente, Nasrudín

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volvió y dio una moneda alpeluquero.

—Aquí está el dinero que tedebo —dijo.

Cogiendo la moneda, elpeluquero se disculpó por dudar dela honradez del mulá.

—Pero queda todavía elpequeño asunto de mi navaja.

—Desgraciadamente —contestóNasrudín—, tuve que venderla parapagarte mi deuda.

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Palabras repetidas

DURANTE muchos años, loshabitantes del pueblo de Nasrudínhabían estado agobiados por loselevados impuestos establecidos porel rey del país, un hombre sinescrúpulos. Los campesinos y loscomerciantes estaban obligados aaportar un tercio de sus escasasganancias a las arcas de palacio.

Nasrudín, entonces imam de laaldea, estaba tan enfadado por lapobreza y la desigualdad que había a

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su alrededor que dio un sermón en elque acusaba al monarca de chupar lasangre al pueblo.

Desgraciadamente, uno de losespías del rey escuchó susobservaciones y se fue a la corte atoda prisa. Poco después Nasrudínfue arrestado y llevado al palacio.

—He oído que te has atrevido acompararme con una sanguijuela —dijo el rey—. Como sin duda sabes,los insultos dirigidos a la personadel rey son recompensados con laflagelación pública seguida deprisión.

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—Majestad —replicó el imam—, no te insultaba, simplementerepetía lo que la gente dice en todo elreino.

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Ladrón arrepentido

MIENTRAS Nasrudín estabarezando en la mezquita, un ladrónarrambló con sus alforjas. Cuando sequejó al imam, se le dijo:

—Un verdadero creyente habríatenido algunas palabras santas delCorán en su bolsa, y el ladrón, alverlas, se habría arrepentido deinmediato.

—¡Que extraño que no lohiciera —dijo el airado mulá—, puestenía un Corán entero en mi bolsa!

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Rescate, no robo

NASRUDÍN estaba siemprepensando maneras de molestar a suvecino, que era un conocido roñoso.Una noche, entró silenciosamente enel patio del avaro, cogió una gallinadel gallinero y se largó con ella.Cuando corría, se reía entre dientescon deleite pensando en el dolor quetal pérdida causaría al rico peroavariento hombre. Después de andarun trecho, empezó a preguntarse porqué el ave no hacía ningún alboroto

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por su rapto. Tal vez había sidoasfixiada por el grueso material de labolsa en que apresuradamente lametió por la fuerza. Nasrudín sedetuvo, abrió el saco y la gallinaasomó la cabeza y empezó a hacer unruido terrible.

—Exactamente lo que pensaba—dijo el mulá—. Está tan harta de laavaricia de mi vecino como yo. Estoes un rescate más que un robo.

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Respeto

UN día, el rey y Nasrudín tuvieronuna disputa y el monarca lo desterróde la corte.

—¡No quiero volver a ver tucara hasta que estés dispuesto amostrarme algún respeto!

Pasaron unas semanas y el reyempezó a echar de menos a Nasrudín.Le llamó de regreso al palacio.Cuando el mulá llegó, se acercó altrono caminando de espaldas.

—¿Qué tontería es ésta? —

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preguntó el rey.—Simplemente estoy

obedeciendo tu última orden —replicó Nasrudín.

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Gastrónomosrespetables

EL rey se enteró de que Nasrudíntenía algo de gastrónomo.

—Dime —preguntó—, ¿quésabe mejor, la cabra asada o elcordero asado?

—Todo depende de la cocina enque la carne se prepare —contestó elmulá—. Cada cocinero tiene supropio estilo culinario.

Al oír esto, el rey ordenó a sujefe de cocina principal que

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preparara dos platos, uno de cabraasada, el otro de cordero asado. Enseguida llevaron y sirvieron los dosplatos al gastrónomo.

—Bien, Nasrudín —dijo elmonarca—, ¿cuál prefieres?

—Ambos eran excelentes,Majestad —contestó Nasrudín—.Pero, como cualquier gastrónomorespetable, no me es posible escogerentre los dos hasta que haya limpiadomi paladar con uno de los sorbetesdel chef.

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Arroz, ratones y niños

EL patrón de Nasrudín, uncomerciante, exclamó un día:

—El invierno pasado escondítreinta sacos de arroz en lugarseguro. Ayer los desenterré ydescubrí que los ratones se lo habíancomido todo.

—También yo tuve un problemasimilar con diez sacos de tu arroz —dijo Nasrudín—. Los diez sacos quete compré el año pasado paraguardarlos en un lugar seguro,

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también fueron devorados.—¿Por los ratones?—No, por mis hijos.

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Riqueza o arroz

CUANDO Nasrudín vivía en unremoto poblado de montaña, unacaravana de comerciantes se desviódel camino y llegaron, agotados yhambrientos, a la ciudad.

Al ver las alforjas cargadas y alos comerciantes debilitados, loshabitantes de la ciudad decidieronasesinar a los hombres y robar susmercancías. Pero, como jefeespiritual, Nasrudín consiguiópersuadirles de que perdonaran a los

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viajeros. Por eso, a regañadientes,los colonos alimentaron y dieronalbergue a los comerciantes, y lespermitieron continuar su camino.

Cuando se preparaban paramarchar, los agradecidoscomerciantes ofrecieron unarecompensa a Nasrudín porintervenir a su favor. Éste rechazó larecompensa, pidiendo solamente diezsacos de arroz. Cuando el arrozhabía sido entregado y la caravanahabía dejado la ciudad, los colonosempezaron a lamentar su caritativaconducta. Llenos de resentimiento, se

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volvieron contra Nasrudín y lepidieron que dejara la ciudad. Él,tranquilamente, cogió el arroz y seinstaló en una choza de pastor en unaladera cercana.

Unos días más tarde, empezó ahacer frío y los puertos de montañapronto quedaron bloqueados por lanieve y el hielo.

Consumida hasta la última desus provisiones, los habitantes de laciudad recordaron el arroz deNasrudín. Fueron a la cabaña y lepidieron humildemente que volvieraa la ciudad.

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Proporciones ridículas

NASRUDÍN oyó por casualidad aun iraquí que presumía de su ciudadnatal.

—En Bagdad, tenemos lamezquita más espléndida del mundo.Tiene más de trescientos metros delargo y seiscientos de ancho.

—Eso no es nada —respondióel mulá, esperando acallar aljactancioso—. En mi ciudad tenemosuna mezquita que tiene treskilómetros de ancho y...

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En ese momento, un hombre dela ciudad de Nasrudín llegó hastaellos y se les unió. El mulá vaciló yrectificó su historia:

—... tres metros de alto.—¿Cómo podéis tener un

edificio con una forma tan extraña?—preguntó el iraquí.

—No me preguntes a mí —respondió Nasrudín—, pregunta aeste amigo. Él es el responsable desus ridículas proporciones.

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Manzanas maduras

UN hombre que pasaba delante de lacasa de Nasrudín dejó sus babuchasal pie del manzano del mulá.Mirando por la ventana, Nasrudíngritó a su esposa.

—¡Rápido, dame el hacha!Debo cortar el árbol.

—¿Por qué? —preguntó lamujer—. En dos semanas más, esasmanzanas estarán maduras paracomer. Piensa en todas las cosasdeliciosas que puedo hacer con ellas

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para nosotros y los niños.—¡Ay! —contestó Nasrudín—.

No hay tiempo que perder. Si elpropietario de esas babuchas estádispuesto a dejarlas bajo el árbolantes de que las manzanas esténmaduras, quién sabe lo que harácuando la fruta esté en su punto.

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Soberano del mundo

TAMERLÁN estaba fuera, cazando,cuando cayó la noche. Dio a lapartida la señal de parar y acampar.Cuando él y unos pocos cortesanosse sentaron alrededor del fuego decampamento, pidió a cada hombreque contara una historia.

El emperador fue el primero encontar su historia. Apenas habíadicho unas pocas palabras, cuando unascua encendida salió de las llamas yse instaló en el turbante del poderoso

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gobernante.—Señor —dijo Nasrudín al ver

el humo saliendo en espiral desde eltocado real.

—¡Señor! —protestó el rey,muy molesto por la interrupción delmulá—. ¡Yo no soy un mero señor,soy el rey de reyes, el conquistadordel mundo, el soberano del universo!

—Os ruego me disculpéis —murmuró Nasrudín, y cortésmente semordió la lengua.

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¿Gobernante o tirano?

UN día, Tamerlán estaba aburrido ydecidió reírse de sus cortesanos.

—¿Qué soy? —preguntó a suastrólogo—, ¿un tirano o ungobernante?

—Un gobernante —respondió elcortesano. Fue inmediatamentedecapitado.

El emperador se dirigió a unsegundo cortesano:

—¿También piensas que soysólo un gobernante?

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—No, gran emperadorTamerlán. ¡Tú eres el tirano máspoderoso del mundo! —También enesta ocasión, el sha ordenó alverdugo que se llevara al hombre.

Finalmente, se dirigió aNasrudín:

—¿Qué piensas que soy?—No eres ni un tirano ni un

gobernante —fue la respuesta.—¡Explícate!—Si fueras un tirano, no

preguntarías a humildes cortesanos.Y si fueras un gobernante justo, nocastigarías a los hombres por decir

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la verdad.

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Rumble[i] el ratón

—¿QUÉ hay en este bote? —preguntó Nasrudín a su esposa.

—Un minúsculo ratón llamadoRumble —respondió la mujer—. Noquites la tapa o se escapará.

Cuando ella salió de casa,Nasrudín no pudo resistirse a echaruna mirada a hurtadillas. Pero, alquitar la tapa, descubrió que el botecontenía yogur. Riéndose de losintentos de su esposa por evitar quecomiera entre las comidas, cogió una

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cuchara y enseguida dejó el botecompletamente limpio. Cuando huboacabado con el yogur, colocó la tapay volvió a poner el bote en la cocina.

Media hora después, suestómago empezó a hacer unos ruidosterribles. Los ruidos y borboteos sehicieron tan horribles que prontoNasrudín gemía de dolor. Cuando suesposa volvió, le encontróacurrucado en el suelo, agarrándoseel vientre.

—¿Qué te pasa?—No pude evitar echar una

mirada a Rumble y abrí el bote, pero

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se me metió en la boca y lo tragué.Ahora actúa de acuerdo con sunombre y está desesperado por salir.

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San Nasrudín

NASRUDÍN entró precipitadamenteen el salón del trono y se arrojó a lospies del rey.

—¡Majestad, Alá ha hecho demí un santo y me ha dicho que ocupemi lugar en la corte!

—¿Estás loco?—Debo estarlo. ¿Cómo si no

habría aceptado ser un santo en tucorte?

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Sacos terreros

CUANDO estaba arando su campo,Nasrudín desenterró un tarro lleno deoro. Según la ley, estaba obligado adividir el tesoro con el juez, que, asu vez, aportaría el dinero a las arcasde palacio.. Mentras cambiaba suropa de trabajo por las vestidurasadecuadas para ir a la corte, suesposa sustituyó las monedas porarena. Ignorante del cambio,Nasrudín llevó el tarro ante el juez.

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—Rápido, trae la balanza —gritó al entrar en la sala del tribunal.

Olfateando riqueza, el juez dioenseguida orden de que llevaran labalanza y empezó a amontonar pesasen uno de los platillos. Nasrudínvació el contenido del tarro en elotro.

—¿Qué significa esto? —preguntó el juez.

Reconociendo el trabajo de sumujer, el mulá respondiótranquilamente:

—Estoy fabricando sacosterreros para contener una parte del

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río y necesitaba pesar la arena paraasegurarme de que los hago bastantegrandes.

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La sustitución deSatanás

—NASRUDÍN —dijo el reylanzándole una mirada furiosa—, heoído que andas diciendo que cuandomuera, iré derecho al infierno.

—Habéis oído correctamente,Majestad.

—¿No temes por tu vida?—Pero, señor, no era una

crítica, sino un cumplido.—¿Cómo es eso?—Simplemente anunciaba que

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Satanás se prepara a recibirte en elinfierno renunciando a su trono yentregándotelo a ti.

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Babuchas salvadas

UNA noche, Nasrudín creyó oír a unzorro en el jardín. Temiendo que elanimal fuera tras las gallinas, saliócorriendo de la casa, descalzo, y secortó el pie con un trozo de piedramellada.

—Es una suerte que no hayatenido tiempo de calzarme —dijo—.Me he lastimado el pie, pero hesalvado las babuchas.

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Semillas secretas

EN cierta ocasión, un comercianteinstaló un puesto en el mercado paravender semillas de sésamo. A cadacliente potencial le ofrecía unassemillas fritas para que las probara.Encontrando la golosina muy de sugusto, Nasrudín compró seispaquetes.

—¿Qué hago ahora? —preguntó.

—Sencillamente, coge lassemillas y siémbralas —respondió el

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comerciante.El mulá volvió a su casa con su

compra, frió las semillas y lassembró. Por supuesto, nada salió deellas.

—¡Qué estafador! —gritó elmulá—. Y qué típico lo de ocultar elsecreto de cómo hacerlo.

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Autodefensa

NASRUDÍN estaba atravesando uncampo cuando un macho cabrío leembistió. Sin tiempo para escapar, elmulá se mantuvo en su sitio y golpeóal animal entre los cuernos con unagran piedra. El macho cabrío cayó alsuelo justo cuando su propietariollegaba corriendo.

—Has matado a mi mejor cabra.—Lo siento, pero intentaba

matarme.—¿No podías haberle golpeado

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simplemente en el trasero?—Podía —contestó Nasrudín

—, pero no intentaba matarme con eltrasero, sino con los cuernos.

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Sensibilidad

NASRUDÍN volvió a su casa tras undía de trabajo agotador. Le dolía laespalda de cargar sacos en su burro,los pies le ardían llenos de ampollasy tenía la piel abrasada por el sol. Sesentó cansadamente a la mesa ypreguntó a su mujer por qué no habíapreparado la comida de la tarde.

—¡Eres un egoísta! —le regañó—. Hoy fui primero a casa de miamiga con una sopa para su maridoenfermo, pero el desgraciado ya

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había muerto. Luego fui a su funeral ydespués volví a su casa a ayudarle acocinar para los asistentes al funeral.

—Por un momento —dijoNasrudín mirando sus ojos hinchados—, pensé que habías estado en unaboda. Habitualmente, vuelves de unhumor semejante.

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Enviado por Dios

NASRUDÍN estaba sentado junto almar cuando una ola le barrió y sellevó sus sandalias.

—Esa ola ha sido enviada porDios —dijo un mirón.

—¡Dios, Dios! —dijo conrimbombancia Nasrudín—. Lellevaría al tribunal por la pérdida demis sandalias, pero probablemente eljuez fallaría a su favor.

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Servidor y amo

NASRUDÍN acababa de almacenarla cosecha anual de cereal en sugranero cuando llegó el recaudador aexigir la parte del emir.

—Aquí debe de haber al menoscien sacos de grano, lo que significaque debes al palacio treinta sacos.

—Tonterías —respondió elmulá contando los sacos—. Haysolamente treinta sacos. Si te losllevas, mi familia morirá de hambre.

El oficial permaneció inflexible

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e indicó a sus secuaces que cargarantodo el contenido del granero en sucarro. Desesperado, Nasrudíndecidió seguir a su producción hastael palacio y realizó una queja formalante el emir.

—Majestad —comenzó—, hevenido a presentar una queja...

No estando de humor paraprotestas, el gobernante silenció aNasrudín con un ademán.

—Mulá, mírate a ti mismo: unhombre de seis pies de alto,quejándose todavía como un niño.

Al oír estas palabras, el mulá

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dio las gracias al monarca por sutiempo y pidió permiso paramarcharse a su casa.

—¡Cómo! —le increpó el rey—. ¿No vas a tratar de hacerme vertus razones?

—¿Cómo podría hacerlo? —contestó el mulá—. Si calculáis quemido seis pies de alto, entonces esevidente que vuestro servidor, elrecaudador, ha hecho sus cálculossobre los de su amo.

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Siete días

MIENTRAS estaba en uno de susviajes, Nasrudín se alojó con unlegendario jefe militar. Su anfitrióndio permiso al mulá para quepermaneciera en su casa mientras élinspeccionaba sus tierras. Cuando elguerrero volvió, una semana mástarde, Nasrudín le preguntóeducadamente por su viaje.

—¡Ha sido el mejor de mi vida!—contestó el hombre—. El lunesviajamos a una ciudad remota donde

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las inundaciones habían ahogadohasta el último habitante, hombre,mujer o niño. El martes, fuimos máslejos y llegamos a una ciudad que hasido destruida por el enemigo. Elmiércoles seguimos caminando yllegamos a un bosque justo a tiempode ver cómo todo el paraje seincendiaba por un rayo. El juevesllegamos a una aldea dondeencontramos a un perro rabioso y,naturalmente, dije a mis hombres quemataran a los habitantes para detenerla epidemia de rabia. El viernesfuimos en busca de otras víctimas de

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la enfermedad, pero descubrimos queel hambre había hecho su trabajo pornosotros. El sábado, cuando casiestábamos en casa, nuestros caballosse desbocaron y aplastaron a varioshabitantes de la localidad. Eldomingo, tras recuperar nuestrasmonturas, seguimos nuestro camino ya las afueras de esta ciudadencontramos a un hombre colgado deun árbol por el cuello.

—¡Qué suerte para esta tierra ysus habitantes que sólo te hayas idouna semana! —contestó Nasrudín.

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Costillas duras

EL rey estaba de un humor terrible.En cuanto Nasrudín hizo uncomentario irreverente, llamó a losguardias de palacio.

—¡Arrojad a este perroinsignificante a los pies de mielefante más grande!

—Oh soberano del mundo —gritó el mulá—, harías mucho mejorarrojando al gran visir bajo las patasdel animal, pues yo causaría tal doloral elefante que tu ejército no podría

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ir a la batalla y tu reino sederrumbará.

—¿Cómo un insecto como tú vaa causar dolor a mi noble elefante?

—Estoy tan mal alimentado quemis costillas están afiladas comonavajas de afeitar. Imagina lo quesucedería si una de ellas atravesarael pie del elefante. El gran visir, porel contrario, un hombre bien relleno,no es probable que lo hiriera.

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Tácticas de choque

LOS aldeanos iban con frecuencia aver a Nasrudín con indisposicionesmenores que él habitualmente podíacurar. En consecuencia, se hizoconocido como sanador.

Un avaro llamó a Nasrudín paraque examinara a su hijo. Trató alniño, que pronto se recuperótotalmente, pero cuando pidió que lepagaran le echaron de la casa.

Varios meses después el avarocayó enfermo. Una vez más se llamó

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a Nasrudín. Esta vez estaba toda lafamilia reunida en torno al lecho delenfermo, y Nasrudín anunció:

—Lamentablemente, no tengoninguna cura.

—¡Pero si la fiebre no cede,morirá! —gimió la esposa.

—Muy bien —respondióNasrudín—. Abre su caja fuerte ydame cien monedas de oro.

Temiendo la pérdida de sutesoro, el avaro empezóinmediatamente a sudar y la fiebredesapareció.

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Babuchas y asnos

AL caer la noche Nasrudín llegó auna ciudad extranjera y descubrióque no tenía ningún lugar dondehospedarse. Sin amigos a los quevisitar ni dinero para la posada,decidió dormir en la mezquita.Temiendo que los ladrones pudieranrobarle el burro si lo dejaba fuera,metió dentro al animal, lo ató con elronzal al mihrab y se tumbó.

A la mañana siguiente llegó elimam, se quitó las babuchas y entró

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en la mezquita a rezar. Cuando vio alburro en la casa de Dios, pegó unafuerte patada a Nasrudín en lascostillas:

—¿Cómo te atreves a traer aquía un animal inmundo? ¡Has ofendidoa Alá y sellado tu propia sentenciade muerte! ¡Haré que te cuelguen enla plaza de la ciudad!

Viendo que el imam todavíatenía agarradas sus babuchas,Nasrudín contestó:

—No he hecho nada que túmismo no hagas. Metes aquí tusbabuchas, que sólo valen unas

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monedas, por miedo a que te lasroben si las dejas fuera. Yo hemetido mi burro —que vale muchomás— por la misma razón.

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Simple aritmética

NASRUDÍN llevaba su cabra almercado para venderla.

—¿Pides mucho? —le preguntósu vecino.

—Dos monedas de oro —respondió el mulá—, aunque lacompré por una, y tal vez alguienquiera comprarla por tres. Si laquieres, te la puedo dejar por menos.

—¿Cuánto?—Bien, como hemos

establecido, vale seis, pero te la

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puedo vender por cinco.

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Desde que se convirtióen mulá

EN cierta ocasión, Nasrudín estabaestudiando en la biblioteca cuandodescubrió que los libros quenecesitaba estaban en un estantedemasiado alto para alcanzarlos.Apilando algunos de los tomos másgruesos, descubrió finalmente quepodía alcanzar el estante de arriba.Mientras estaba seleccionando loslibros que quería bajar, elbibliotecario llegó apresuradamente.

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—¡Estás encima de una pila deejemplares del Corán! ¿No estáspreocupado por Dios?

—Solía estarlo —respondióNasrudín—, pero desde que me heconvertido en mulá, espero que Diosesté más preocupado por mí.

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Pecador por una tarde

NASRUDÍN visitaba a un amigocristiano durante la fiesta delRamadán. A la hora de la cena, laesposa de su anfitrión puso en lamesa un ganso asado. Ella y sumarido se sirvieron entonces grandesporciones y empezaron a comerávidamente. Comprendiendo que nose le iba a ofrecer un plato, Nasrudíndesgarró una pata del asado y dio unmordisco enorme.

—Mulá —se disculpó su

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anfitrión—, supusimos que comocreyente, estarías de ayuno.

—Por una comida que regala elpaladar como ésta, estoy dispuesto adescender temporalmente a vuestronivel.

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Seis y tres, nueve

NASRUDÍN se quedó asombradocuando su nueva esposa dio a luz aun niño tres meses después de que sehubieran casado.

—Corrígeme si estoyequivocado —preguntó a la mujer—,pero ¿no son habitualmente nuevemeses?

—¡Hombres! —gruñó ella—.Nunca comprenderéis estas cosas.Dime, ¿cuánto tiempo llevas casadoconmigo?

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—Tres meses.—¿Y cuántos llevo yo casada

contigo?—Tres meses.—¿Y cuánto suman tres y tres?—Seis.—Así pues, coge seis, súmalo a

los meses que he estado embarazaday verás que seis y tres son nueve.

—¡Qué insensato fui aldesconfiar de ti!

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Poco apetito

NASRUDÍN estaba empleado comococinero de Tamerlán elConquistador. Una noche, un invitadofrunció el ceño y sacó una mosca desu cuenco de sopa. Ofendido,Tamerlán llamó al cocinero.

—Tendría que ahorcarte por tufalta de atención. ¡Hay una mosca enese cuenco de sopa!

—No veo a qué viene todo estejaleo, ¡oh conquistador del cielo y latierra! Sin duda, una diminuta mosca

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no puede beber más que una parteinsignificante de sopa.

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Soldados y armas

LAS fuerzas del emperador seestaban preparando para la batalla.

—Nasrudín, observa las armasde mis hombres. Mira su relucientearmadura, sus poderosos cañones ybrillantes espadas.

—Desgraciadamente —dijoNasrudín—, no llevan el arma másimportante de todas.

—¿Cuál es?—Valor en sus corazones.

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Afirmación y creencia

UN día, cuando era imam, Nasrudínolvidó el texto de su sermón y dijobruscamente:

—¡Alá creó el mundo en seismeses!

Más tarde, un erudito fue acorregir la equivocación:

—El Corán afirma que llevóseis días crear el mundo.

—Escucha, hermano —respondió el mulá—. Tú y yosabemos que es así, ¡pero no hay

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manera de que una grey tananalfabeta como ésta se pueda tragareso!

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Sentencias estrictas

EL juez de la ciudad, trasdesempeñar su función durantemuchos años, estaba entrevistando alos que aspiraban a sustituirle.

—¿Cómo puedo estar seguro deque tienes un conocimiento suficientede la ley para dictar sentencia? —preguntó a Nasrudín.

—Sencillo, Señoría. Poneos enel banquillo y os juzgaré por vuestrasacciones pasadas. ¡Pronto veréis quetengo lo que pedís para sentenciar a

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un hombre a prisión por el resto desus días!

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Buena dentadura

—EL cielo es un lugar sublime —salmodiaba el imam en su sermón—en el que los ángeles comen uvasdoradas con simientes de esmeralda.

—Deben de tener unos buenosdientes —gritó Nasrudín desde elpúblico.

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Atascado en el barro

EL asno de Nasrudín estabaatascado en el barro. Por más fuerteque el mulá tiraba de las bridas, elanimal no podía liberar sus pezuñas.

—¡Fuera del camino! —ordenóun mensajero galopando detrás deNasrudín.

—Imposible, me temo —contestó el mulá—. Sólo los burrosmontados en buenos caballos podríanpasar por este barro.

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Tiranos sucesivos

DURANTE varias semanasNasrudín no había pagado su deudaal terrateniente local. Un día, elnoble llegó a cobrar su renta y,viendo que Nasrudín no podía pagar,dijo a sus hombres que cogieran losmuebles del mulá como pago.

Cuando mesas y sillas estabansiendo cargadas en el carro,Nasrudín se pudo de rodillas yempezó a suplicar:

—¡Alá misericordioso, concede

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al amo de estos hombres la vidaeterna!

—¿Tratas de enfurecerme aúnmás con tu sarcasmo? —preguntó elnoble.

—El sentimiento procede delcorazón —respondió Nasrudín—.Cuando tu padre vivía todavía, todohombre de la aldea rogaba por supronta defunción. Pero cuando tú teconvertiste en señor y demostrasteser mil veces peor que él,comprendimos nuestro error. Ahorapedimos a Dios que te haga vivirpara siempre. ¿Quién nos dice que tu

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sucesor no resultará mil veces peorque tú?

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Monedas de azúcar

CUANDO el sha-in-sha se enteró deque un gobernador local había estadomalversando impuestos destinados alas arcas de palacio, envió a sustropas para que visitaran al hombre yle hicieran tragar mil monedas deoro. Hecho esto, nombró a Nasrudínnuevo gobernador.

Pasó un año, y llegó a palacio lanoticia de que también el nuevogobernador estaba amañando loslibros. Furioso, el sha-in-sha decidió

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castigar a Nasrudín en persona. Perocuando llegó a la tesorería,descubrió que todo el dinero estabahecho de azúcar hilado.

—¿Qué significa este ultraje?—Si yo debo recibir el mismo

castigo que mi predecesor —respondió Nasrudín—, preferiríadisfrutar de la experiencia.

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Superlativos

LOS visitantes a la corte deTamerlán se quejaban siempre de losgobernantes locales que pedíandinero y productos como una formade impuestos. Cansado de escucharsus protestas, Tamerlán dioinstrucciones a Nasrudín, que era suayudante, para que elaborara unalista de los gobernadores máscodiciosos.

Cuando Nasrudín se presentó alpotentado con sus resultados unas

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semanas después, Tamerlán seasombró al ver su propio nombre a lacabeza de la lista de infractores.

—¿Estás lo bastante loco parapensar que no tendré que ejecutartepor tu desfachatez? —preguntó.

—Majestad —dijo Nasrudín—,la mayor parte de los hombres de lalista son criminales de poca monta.Ellos pueden robar a su pueblo aescondidas, pero tú eres el jefe detodo el mundo. Si hubiera puesto elnombre de alguien inferior porencima del tuyo —el mayorgobernante de nuestro tiempo— tú

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habrías aparecido como el segundo.

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Dulce venganza

NASRUDÍN mandó a su mujer apedir azúcar a los vecinos. Cuandose sentaron a comer el pastel quehabía hecho, sabía horrible.Queriendo gastarles una broma, elvecino le había dado sal en vez deazúcar.

Jurando desquitarse, Nasrudínentró en el gallinero y recogióalgunos excrementos. Los preparó ylos colocó en una pequeña caja derapé. Luego se puso una caja igual de

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rapé en el otro bolsillo y salió decasa. Esperó hasta que vio a suvecino y entonces cogió una pizca derapé verdadero de una caja.

—¿Me darías un poco? —preguntó el vecino.

—¡Amigo mío, tú te mereces elmejor! —declaró el muláofreciéndole la otra caja. El vecinocogió una gran pulgarada y aspiró.

—¿Qué es este asqueroso rapé?—gritó atragantándose.

—Creo que mi esposa locompró en el mismo sitio donde túcompraste el azúcar —contestó el

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mulá.

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Pies hinchados

UN día, Nasrudín iba camino delmercado cuando vio que su patrónbajaba por el camino en direcciónopuesta. Debiendo al hombre variassemanas de alquiler, Nasrudín seescondió en un arbusto. Pero, cuandopasaba el propietario, observó un parde pies asomando por los matorrales.

—¿Quién está ahí? —preguntó.—Sólo un loro —dijo el mulá

con voz aguda.—¡Tonterías, ningún loro tiene

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unos pies tan grandes!—Eran más pequeños —

respondió el mulá—, pero se hanhinchado debido al calor reinante.

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Dolores de simpatía

—¿DÓNDE estuviste ayer? —preguntó el enfurecido maestro deNasrudín, el día después de que elalumno hubiera hecho novillos.

—Mi hermano tenía un terribledolor de muelas.

—Pero tú no.—Sin embargo, yo tenía que

estar en casa.—¿Por qué?—Para ayudarle a quejarse.

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Hablar por señas

UN famoso sabio indio visitó alcalifa de la corte de Bagdad y pidiódiscutir ciertos asuntos teológicoscon los más importantes jefesreligiosos de palacio. Sin embargo,los sabios musulmanes temían que elvisitante saliera mejor parado queellos en la discusión. En vez deconversar con el sabio, eligieroncomo portavoz a Nasrudín,esperando secretamente que sedeshonrara y fuera desterrado de la

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corte.Dado que los dos hombres no

compartían una lengua común, sedecidió que se comunicarían porseñas.

El sabio dio un paso adelante ydibujó un círculo en el centro de lasala, luego esperó la respuesta deNasrudín. El mulá se acercó agrandes zancadas al círculo y lodividió en dos. Luego dibujó otralínea, dividiéndolo en cuatro. Señalótres de los segmentos, y luego a símismo, y pareció apartar el cuarto.

El visitante parecía comprender

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esto, y movió las manos. Luegoempezó a abrir las palmas de lasmanos y a agitar los dedos haciaarriba y abajo. Nasrudín respondióseñalando al círculo. De nuevo, elsabio pareció comprender. Empezó adarse palmaditas en el estómago.Nasrudín respondió sacando unhuevo cocido de su bolsillo e hizomovimientos ondulantes con la mano.El sabio se acercó a él y,respetuosamente, le besó la mano.

Los cortesanos estabandesconcertados por la silenteconversación, pero el califa

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recompensó a Nasrudín con su pesoen oro.

Más tarde, cuando Nasrudín sehabía ido a casa, el califa empezó apreguntarse sobre qué había tratadola conversación. Empleando untraductor, preguntó al sabio indio.

—Durante mucho tiempo —contestó el sabio a través deltraductor—, los sabios indios ygriegos han discutido sobre la formay el origen del mundo. Queriendosaber lo que los pensadoresmusulmanes tenían que decir, dibujéun círculo en el suelo para

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representar el globo terráqueo.Vuestro hombre estuvo primero deacuerdo en que la tierra es en efectouna esfera, luego la dividió en dosmitades, para señalar el norte y elsur. Luego volvió a dividir elcírculo, y me ofreció uno a mí yguardó tres para él. Yo pensé que esosignifica que tres cuartas partes delmundo son mar, mientras que lacuarta es tierra. Decidí preguntarlesobre el mundo vegetal, y lo hicemediante movimientos ondulantescon mis manos, queriendo decir:«Todo lo que el mundo contiene ha

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nacido y existe gracias a los rayosdel sol y la lluvia del cielo».Entonces me señalé a mí mismo,esperando que se explicara sobre lamultiplicación de los animales.Desgraciadamente, el sentido de estaúltima observación parecíaescapársele y sacó un huevo delbolsillo y agitó las manos,recordando así a los pájaros.

»En definitiva, estoy muyimpresionado por la sabiduría devuestro sabio, y me agrada que hayasrecompensado a ese hombre erudito.

El califa estaba encantado y

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llamó a Nasrudín para que diera suversión de los acontecimientos.

—Tu invitado era un hombrecodicioso con mucho apetito —empezó el mulá—. Primero, dibujóun círculo en el suelo, lo que yopensé que significaba un gran platod e pulao. Yo dibujé una línea através del plato sugiriendo quepodríamos compartir la comida, peroél permaneció allí, en silencio. Sucodicia me enfadó tanto que partí denuevo el plato y le ofrecí solamenteun cuarto del pulao. Luego observé,asombrado por su glotonería, cómo

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levantaba las manos, queriendodecir: «¡Quiero que traigan elestofado!». Entonces traté de señalar,con gestos, que para un estofado senecesita no sólo carne, sino tambiénverduras y especias. El permanecíaallí y se dio palmaditas en elestómago para subrayar su hambre.Yo entonces agité las manos paradecirle que, también yo, estaba tanligero como un pájaro hambriento.Incluso le mostré un huevo cocidoque había puesto apresuradamenteesta mañana en mi bolsillo porque nohabía tenido tiempo de desayunar. ¡Y

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ésta es toda la historia!

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La muerte de Tamerlán

—SI eres un verdadero místico —dijo Tamerlán a Nasrudín—, tuspoderes te permitirán determinar lafecha exacta de mi muerte.

Sabedor de que el emperadoracostumbraba a recompensar a losportadores de malas noticias con lahorca, Nasrudín respondió:

—Tengo detalles importantesdel día en que morirás, pero antes decomunicártelos debo tener tu palabrade que cualesquiera que sean esos

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detalles no dejarás caer tu cólerasobre mí.

—¡La tienes!—Morirás el día de una

celebración pública, ¡oh, cénit delpoder! Habrá baile en la calle yfestejos en cada ciudad y pueblo delimperio.

—¿Cómo puedes estar seguro,sabio?

—Porque el día en que caigasenfermo, el pueblo se alegrará y lascelebraciones se prolongarán duranteel resto de tus días y hasta despuésde ellos.

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Enseñar mediante elejemplo

EL maestro de escuela de la ciudadhabía estado enfermo durante variosdías y sus alumnos decidieronvisitarle para darle ánimos.

El primer escolar se sorprendiópor la apariencia ojerosa delmaestro.

—¡Maestro! ¡Estás tandemacrado como un perro callejero!—gritó.

El segundo, un chaval de

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enorme sensibilidad, intentótranquilizar al maestro.

—No te preocupes porquehayas perdido fuerzas. Prontorecuperarás la salud, te volverá elapetito. En nada de tiempo, estarásde nuevo tan gordo como un cerdo.

El maestro estaba ofendidísimo.En su estado de debilidad, se quejó aNasrudín, su tercer visitante.

—¿A qué viene todo esto?Primero me llamáis perro, luegocerdo.

—Por favor, maestro, no tedisgustes —le consoló Nasrudín—.

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Recuerda, nosotros tres somos sólodiscípulos. Tú eres nuestro maestro.Y como es el maestro, así son losdiscípulos.

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Naturaleza terrible

NASRUDÍN llevó su ganso almercado para venderlo. Un clienteinteresado quiso mirar el ave, peroésta siseó amenazadora y siguiódeprisa su camino. Otro trató decomprobar su peso, pero el ganso lepicó violentamente en la mano. Untercero, viendo la suerte de los otrosdos, observó:

—Tu ganso tiene un carácterterrible.

—¿Por qué piensas que lo

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vendo? —contestó Nasrudín.

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El puchero enfadado

NASRUDÍN tratabaapresuradamente de preparar unestofado antes de que llegaran susinvitados. Al ir a coger un pucherodel estante, se le cayó en un pie.Mientras se retorcía de dolor sobreel otro pie, perdió el equilibrio y segolpeó el codo con el barreño.Dando traspiés y friccionándose elcodo al mismo tiempo, volcó unacacerola de agua hirviente que leescaldó la mano. Molido a golpes y

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quemado, se dirigió al puchero:—¡Tú ganas! Nunca volveré a

tocarte con rudeza.Su Majestad imperial, el sha-in-

sha, se había cansado de suspasatiempos habituales. Levantó unaenorme copa con joyas incrustadas yanunció:

—Quien sepa decir la mentiramás escandalosa recibirá este trofeocomo recompensa.

Inmediatamente el imam de lacorte, un hombre de ampliacircunferencia y trajeresplandeciente, se levantó.

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—¡Majestad! No puedo permitirque esta competición se celebre.Nunca pasó una mentira por mislabios, porque sé que la falsedad esun vicio malo y repugnante muydeplorado por Dios.

El rey sencillamente se rió y sedirigió a Nasrudín.

—Mulá, todos nosotrossabemos que eres un impostor, ¿porqué no comienzas tú?

—Majestad, me encantaríaganar ese brillante premio, pero, pordesgracia, no tengo ningunaposibilidad.

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—¿Te quieres explicar?—¿Cómo puedo competir con el

imam? Sin duda él ha dicho unamentira infinitamente mayor de la queun simple aficionado como yo podríaproponer.

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El mejor maestro

EL juez, patrón de Nasrudín, leencomendó que le buscara un perroguardián que fuese muy fiero.

Después de varias horas,Nasrudín volvió con un dócilcachorro.

—¡Te dije que me trajeras unperro que fuera un monstruo sedientode sangre! —gruñó el juez.

—Lo sé, amo, pero el animal estodavía lo bastante joven paraaprender. ¿Y quién mejor que tú para

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enseñarle?

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Una invitada hermosa

LA mujer de Nasrudín tenía unaamiga joven y atractiva que fue apasar unos días con ellos. Una noche,durante la visita, Nasrudín soñó quela hermosa invitada le pedía que secasara con ella. Al despertar ydescubrir que había estado soñando,zarandeó a su mujer para despertarla.

—No hay nada que hacer con tuamiga —advirtió a la soñolientamujer—. Está tratando de separarmede ti.

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El rey presumido

EL rey era un hombre sumamentearrogante. Un día, paseaba conNasrudín por los jardines de palacio.

—¡Soy el hombre más astuto delpaís! —alardeó—. No hay nadie quepueda igualar mi ingenio. Nadie esmás perspicaz que yo.

—Es cierto, señor —coincidióNasrudín—. De hecho, sólo puedopensar en un mortal más astuto quevos.

—¿Más astuto? ¡Imposible!

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Muéstrame a ese hombre y prontoharé que parezca imbécil.

—Está esperando a las puertasde palacio —respondió el mulá—.¡Quedaos aquí y lo traeré deinmediato!

Pasaron unos minutos y el rey seimpacientaba.

—¡Guardias! —gruñó—.¿Dónde está Nasrudín? Estoyesperando que encuentre al hombreque se atreve pensar que puedeigualarme.

—Ya lo encontraste —murmuróuno de los sirvientes.

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El gato del carnicero

LA esposa de Nasrudín le mandó almercado a comprar carne a crédito.El carnicero se negó a darle ni untrozo de carne a menos que le pagaraal contado. Muy ofendido, Nasrudínsalió echando pestes de la tienda y,al ver al gato del carnicero, lo robó yse lo llevó a casa.

—¡No puedo cocinar un gato!—exclamó su horrorizada mujercuando vio el animal.

—No tendrás que hacerlo —

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respondió el mulá. Minutos después,se oyó un golpe fuerte en la puerta.

—¡Devuélveme el gato! —gritóel carnicero—. Es inútil que trates denegar que lo robaste. Mi mujer tevio.

—La noche pasada tu gato entrósilenciosamente en mi despensa y secomió dos libras de carne —contestóNasrudín—. La única manera deconseguir que el gato me devuelva loque es legítimamente mío escomerme a esa inútil criatura.

El espantado carnicero aceptódar a Nasrudín dos libras de carne a

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cambio del gato.

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Una personaencantadora

UN rico hombre de negocios sepresentó ante el juez Nasrudín conuna acusación de fraude. Debido a sureputación de vendedor, eraconocido como El Encantador.

—La noche pasada —le contó aNasrudín—, tuve un sueño en el queiba al cielo y oía a los ángeleshablando entre sí. Alá les habíahablado del más sabio de todos lossabios. ¡Piensa cómo se elevó mi

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corazón cuando supe que ese granhombre eras tú!

—En otras palabras —dijoNasrudín—, eso significa que Diospronto recabará mi ayuda en un casolegal.

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El coste de unamaldición

NASRUDÍN abandonaba el salón deté cuando se golpeó la cabeza en eldintel, demasiado bajo, de la puerta,y gritó:

—¡Maldito seas!Pensando que la maldición iba

dirigida a él, el propietario llevó aNasrudín al tribunal. Habiendoescuchado al demandante, el juezcomunicó a Nasrudín el importe de lamulta. El mulá, obligado a entregar el

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dinero, dio al juez una moneda porvalor doble de lo que lecorrespondía pagar.

Mientras los oficiales de lacorte buscaban el cambio para elmulá, éste preguntó al juez:

—¿Cuánto debería pagar pormaldecir de nuevo?

—La misma cantidad.—Entonces, quédate con el

cambio, maldito seas.

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La pierna maldecida

NASRUDÍN prestó su bastón depaseo favorito a su vecino. Cuandoel hombre fue a devolver el cayado,el mulá descubrió consternado queestaba roto.

—¿Cómo pudiste romperlo?Este bastón era como la piernaizquierda para mí. ¡Llévatelo y queAlá te corresponda privándote de tupierna izquierda!

El vecino, nada impresionadopor la maldición del mulá, dio media

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vuelta y se fue. No había dado másque unos pocos pasos cuando tropezócon un árbol y cayó lastimándose lapierna derecha.

—¡Qué tonto fui al dudar de tuspalabras! —se lamentó agarrándoseel tobillo torcido—. Pero ¿cómo esque maldijiste mi pierna izquierda yes la derecha la herida?

—Tu pierna derecha sufre porel bastón de otro hombre que pedisteprestado y también rompiste.Todavía tienes que sufrir lasconsecuencias de mi maldición.

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Habla el desierto

ALGUIEN dijo al rey que Nasrudínpodía entender el lenguaje de losobjetos inanimados. Intrigado, le dijoal mulá que se quedara a su ladohasta que sus poderes pudieran serpuestos a prueba.

Pocos días después, el convoyreal se abría camino a través deldesierto cuando la arena de una delas dunas susurró algo junto alcamino.

—Nasrudín, explícanos lo que

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el desierto está tratando de decir.—Dice: «¡Que el rey

permanezca en el trono y pronto todoel país será mío!» —contestó elmulá.

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Consejo del Diablo

EN cierta ocasión estaba Nasrudínpronunciando el sermón después delas oraciones.

—Como todos sabéis, Alá hizoa Adán de arcilla y creó a Eva parahacerle compañía. En el cielo vivíatambién un demonio llamado Azrail.Muy atraído por Eva, la importunabaconstantemente de manera indecentey lasciva. Esta conducta escandalosahizo que Alá se enfadara mucho ytransformó al demonio en el Diablo y

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lo echó del Paraíso. Desde entonces,Satanás ha despreciado a loshumanos y, siempre que puede, tratade hacer que pequen.

—Qué casualidad que hayasescogido hoy para hablar del Diablo—dijo un miembro de lacongregación—. Pues vino a mí en unsueño la noche pasada y me dijo queun hombre de mi posición, con dosgrandes casas, se lo debería pensardos veces antes de dirigir la palabraa un hombre pobre que viva en unapequeña choza.

—Muy interesante —asintió

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Nasrudín—. ¿Y no te sugirió Satanás,en ese sueño, que me dieras una detus casas?

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Vuelve el ahogado

NASRUDÍN cabalgaba con su ricopatrón cuando el notable decidiónadar en el río. Dando instruccionesal mulá para que se quedara ojoavizor, se desnudó y se metió en lasfrías aguas. Cuando volvió, muyrefrescado por su baño, sesorprendió al ver a Nasrudín quecorría a su encuentro.

—¡Demos gracias a Alá de queno te hayas ahogado!

—¿Y por qué tendría que

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haberme ahogado? El río tiene aquípoca profundidad.

—Cuando te fuiste, empecé apreocuparme por tu seguridad, ycuando pasaron unos minutos y noregresabas, envié a un jinete para quellevara la noticia de tu muerte a tufamilia. Cuando te vi salir del agua,envié un segundo mensajero para quealcanzara al primero. Pero, pordesgracia, los dos hombres pidieronque les pagara.

—¿Y dónde encontraste eldinero para pagar sus servicios?

—En mi pánico, lo cogí de tu

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monedero.—¿Y cómo es que mi

monedero, que contenía cuatromonedas de oro, se encuentra ahoravacío?

—Tuve que pagar a cadamensajero una moneda de oro, paguéuna tercera moneda como depósitopor tu lápida, y la cuarta la utilicépara comprar una brocheta y calmarmi estómago, que se habíaindispuesto con tantosacontecimientos.

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El novio olvidado

NASRUDÍN iba a casarse, pero losinvitados a la boda estaban tanemocionados por el acontecimientoque olvidaron ocuparse del novio enla recepción. Muy ofendido,Nasrudín se sentó en un rincónmientras, a su alrededor, todosdevoraban los platos abarrotados desabrosos manjares. Después de lacomida, los invitados fueron a buscaral novio:

—¡Es hora de que te dejemos

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para tu luna de miel! —dijeron acoro, viendo a Nasrudín en un rincón.

—Que los que se han comido mipulao vayan en mi lugar —dijoNasrudín de mal humor.

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La apuesta del cronista

—NASRUDÍN —dijo el cronistalocal—, tú siempre pretendessaberlo todo. Te daré diez monedasde oro si me dices quién era la madredel rey Alejandro.

—Entonces has perdido tudinero —contestó el mulá—. Era lareina.

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La importancia del oro

—NASRUDÍN —le preguntó suavaro tío—, ¿te gusta el oro?

—Sí —contestó el mulá—,porque un hombre que tiene oro notiene que pedir favores a un tacañocomo tú.

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Hay que seguir lasinstrucciones

NASRUDÍN estaba sin un céntimo.Después de estrujarse el cerebrobuscando la forma de hacer dinero,cogió unos guijarros y los machacóhasta convertirlos en polvo. Dividióluego el polvo en pequeñosmontones. Envolvió cada montón enpapel y luego instaló un puesto paravender veneno para ratas. Prontoaquello se convirtió en un excelentenegocio, con clientes que hacían cola

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para comprar el polvo. Pero al díasiguiente, varios compradoresvolvieron exigiendo la devolución desu dinero.

—¡Eres un ladrón! ¡Pusimos tuveneno y nuestras casas siguen llenasde bichos! —vociferaron.

—Un momento —contestóNasrudín—. ¿Me estáis diciendo quedesparramasteis el polvo y con esoesperabais matar a las ratas?

—Por supuesto, ¿qué hacer sino con el veneno?

—Lo que teníais que haberhecho es cazar a la rata, golpearle la

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cabeza contra una superficie dura,luego abrirle la boca y obligarle aque se tragara el polvo. Hacedlo asíy el veneno funcionará. No meculpéis si no seguís las instrucciones.

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El guarda del santuario

EL guarda de un santuario muyvisitado siempre se estaba quejando.

—Nunca tengo un momento depaz. Siempre hay un desfile continuode peregrinos. Pocos hacen algunavez un donativo y muchos pidenconsejo espiritual, lo que me aburrecomo una ostra. ¿Qué podría hacer?

—Muy sencillo —respondióNasrudín—. Diles exactamente loque me has dicho a mí. Se extenderála noticia de que eres un hombre

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codicioso e ignorante, y ya no vendráningún devoto.

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El padre del rey

EL rey entrevistaba a un centenar decandidatos a ocupar el puesto deastrólogo de la corte. A cada uno deellos le pidió que leyera su destinoen las estrellas.

—¡Serás el mayor gobernanteque el mundo ha conocido! —cantóuno.

—Vivirás cien años —salmodióotro.

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Cada hombre se esforzaba pordar una lectura más favorable que elanterior. Finalmente, le tocó aNasrudín impresionar al monarca.

—Tus hijos y tu esposa tienenbuena salud. Y tu padre vivirá hastalos noventa años —dijo el mulá.

—¡Eso es imposible! —dijo elrey con un bufido—. Mi padre murióhace años a los cincuenta y cinco.

—Las estrellas nunca mienten—insistió Nasrudín.

—¿Cómo te atreves? —dijoenfurecido el rey—. ¡Te haréencarcelar por tu impertinencia!

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—Pero Majestad —respondióNasrudín—, ¿cómo puedes estarabsolutamente seguro de la identidadde tu padre verdadero?

Nasrudín fue liberado ynombrado astrólogo de la corte.

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El caballo del rey

CUANDO Nasrudín era escuderodel rey, su amo fue a inspeccionarlos establos.

—¿Es mi corcel digno del rey?—preguntó al mulá.

—No, Majestad.—¿Es el más apropiado para

que el guerrero más grande que nuncahaya visto el mundo vaya a unabatalla?

—No, Majestad.—¿Es una montura apropiada

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para el soberano del universo?—No, Majestad.—Entonces, dime, hombre,

¿para qué es bueno?—Para que yo lo ensille y me

vaya —respondió el escudero—, ypueda escapar así de tu ridículapresunción.

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Los mensajeros del rey

CUANDO Nasrudín era mensajerode la corte, fue enviado a la casa deun gobernador local. Viendo elandrajoso manto del mulá y sudescuidada barba, el arrogantegobernador arrugó la nariz.

—¿Qué mensaje traes?—¡Uno del propio rey! —

anunció a son de trompeta Nasrudín—. Quiere que asistas a un banqueteen el palacio esta noche.

—Aceptaré con mucho gusto la

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invitación, aunque sólo sea paracomentarle en persona la pobreapariencia de sus mensajeros. ¿Nohay ningún hombre presentable parallevar las invitaciones del rey?

—Sí, muchos, pero han sidoenviados a los numerosos dignatariosmás importantes que tú.

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Los restos del rey

CUANDO Nasrudín dejó la corte deTamerlán para arar sus campos, elsoberano del mundo empezóenseguida a echar de menos lasbromas del mulá. Un día, cuandohabía acabado de comer, hizo quesus servidores quitaran los restos dela comilona y se los llevaran aNasrudín con el mensaje de quevolviera a la corte.

Los veinte sirvientes, cada unode ellos con una fuente llena a

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rebosar de manjares exquisitos,llegaron a la humilde morada delmulá.

—El soberano del universo nosha ordenado que te traigamos a ti y atu familia comida de su propia mesa,y te pide que vuelvas para divertirleuna vez hayas comido hasta hartarte—anunció el sirviente principal.

Los ricos aromas de la comidahicieron que la boca de Nasrudín sehiciera agua, pero, en lugar de invitara los sirvientes, dijo de formaaltanera:

—Ve al corral, en la parte de

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atrás de la casa, y dales la comida amis cabras. Pero, por favor, no lesdigas que son sobras, pues soncriaturas orgullosas y podríanrechazar el alimento.

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La sombra del rey

EL rey era extremadamentesupersticioso. Buscaba consejo devarios adivinos y astrólogos y, undía, pidió a Nasrudín queinterpretara su último sueño.

—Tuve una pesadilla aterradoraen la que me transformaba en elmismísimo Diablo.

—Muy interesante —respondióel mulá—, ¿ya qué se parecía elDiablo?

—Es difícil de decir, pero

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supongo que se parecía a un asno.—No os asustéis, Alteza —dijo

Nasrudín—. En vuestro sueño no osasustaba Satanás, sino vuestra propiasombra.

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La cola del rey

LA familia de Nasrudín era tanpobre que no tenía dinero ni paracomer.

Un día, cuando la alacenaestaba completamente vacía, el muláfue a pedir un préstamo al rey. Comosucede a menudo con los ricos, elmonarca estaba de pésimo humor ehizo que sus guardias echaran al muláa la calle. Con las manos vacías,Nasrudín volvió a su casa.

Al día siguiente, el rey lamentó

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su mal comportamiento haciaNasrudín, que era el favorito de lacorte. Pidió su semental y fue a lacasa del mulá. Cuando se acercaba asu vivienda, se sorprendió al oír elalboroto de una comilona. Volvióapresuradamente al palacio paracomprobar que no hubierandesaparecido los fondos de las arcasreales.

Satisfecho de que todo estuvieraen orden, llamó a Nasrudín para queexplicara su recién descubiertariqueza.

—Ayer viniste a mí, turbante en

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mano, quejándote de que tu familiaestaba hambrienta. ¿Cómo es que hoytienes dinero para dar un banquete?

—He hecho algunas apuestasselectas, Majestad —contestó elmulá.

El rey le pidió que se explicara,pero él no quiso decir más.

—Si lo deseáis, Majestad,también vos podéis uniros a laapuesta. Estoy dispuesto a apostarcien monedas de oro a que, mañanapor la mañana, os habrá crecido unacola tupida.

Pensando que finalmente el

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mulá había perdido el juicio, el reyaccedió de buena gana a la apuesta.

Toda aquella noche el reyestuvo dando vueltas, temiendo quemediante alguna brujería le pudieracrecer una cola. Pero, llegada lamañana, no había rastro de cola y sefue corriendo a recoger su oro.

—¡Nasrudín! —gritó conentusiasmo—. Has perdido, así quedame mi dinero.

—Primero debemos comprobarque no tienes cola —respondió elmulá, acompañando al rey a la salade visitas.

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Todavía riéndose entre dientes,el rey se quitó los pantalones. Nohabía el menor indicio de cola;Nasrudín le entregó una bolsa de oroy el rey se despidió.

Más tarde un mensajero,vistiendo un espléndido uniforme ymontando un caballo tordo moteado ybien proporcionado llegó al palaciocon una invitación de Nasrudín alrey. El mulá celebraba otro banquetey solicitaba humildemente el honorde disfrutar de la compañía delmonarca.

Intrigado, el rey aceptó y llegó a

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la casa de Nasrudín a la hora fijada.Una vez en la casa, susurró a su

anfitrión:—Debo preguntarte algo. Ayer,

celebraste una fiesta; esta mañana mehas dado cien monedas de oro. ¿Dedónde viene todo este dinero?

—Majestad —contestó el mulá—, como os dije hace unos días, hicealgunas apuestas. Aposté con diez delos hombres más ricos de la ciudadque sería capaz de conseguir que elrey se bajara los pantalones delantede la gente. Esta mañana, vos lohicisteis así. Pues esos diez hombres

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estaban mirando detrás de la ventana.A cien monedas de oro cada uno, heconseguido mil monedas de oro.¡Más que suficiente para pagaros laapuesta que perdí con vos ycelebrarlo con gran lujo!

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La voz del rey

EL rey se imaginaba que era un grancantante. Un día llamó a Nasrudín yle dijo que escuchara su últimacanción. Después de las primerasnotas, Nasrudín estalló a reír.

—¡Qué voz más horrible! —dijo entre carcajadas mientras laslágrimas le caían por el rostro. Muyagraviado, el rey lo tuvo encerradoen el calabozo durante dos semanas.Pasado ese tiempo, volvió a llamar aNasrudín.

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—Tengo otra canción para ti,sabio. Tal vez el tiempo que hasestado en la celda haya afinado tuoído.

Cuando el rey estaba a mitad decanción, vio que Nasrudín selevantaba con intención demarcharse.

—¿Dónde piensas ir? —leretuvo.

—Regreso a mi celda.

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Digno del rey

—NASRUDÍN —preguntó el rey—, eres el tesorero de la corte.Dime, ¿cuánto vale tu soberano?

—Cien monedas de oro,Majestad.

—¡Cómo te atreves apronunciar una cifra tan miserable!¡Sólo mi espada ya vale eso!

—En efecto, Majestad; hecalculado el valor de vuestra espada,sin la cual no seríais mi soberano.

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La carta

—NASRUDÍN, ¿podrías escribiruna carta a mi primo que está enSamarcanda? —le preguntó unanalfabeto—. Se fue de viaje yquiero saber cuándo volverá.

—Mi letra es tan mala quepuede tener problemas para leerla,pero la escribiré —dijo el mulá—.Si hay alguna palabra que no puededescifrar, dile que me la traiga.

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El asno del alcalde

EN su viaje de regreso del mercado,Nasrudín se paró a descansar.Arrullado por el sonido de un arroyocercano, se quedó profundamentedormido. Cuando finalmente sedespertó, descubrió que su asnohabía escapado.

—Si estás buscando a tu burro—le dijo un bromista—, ha sidonombrado alcalde de la ciudadvecina.

Dando gracias al hombre,

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Nasrudín fue corriendo a la ciudad.Sin duda, había un nuevo alcalde, unhombre de barba gris particularmentetupida y orejas prominentes.

—Permíteme que me cuenteentre los primeros en felicitarte portu nombramiento —dijo el mulá.

—Muchas gracias —respondióel dignatario—. ¿Me votaste?

—¡Ay! —dijo Nasrudínsarcásticamente—. ¡Como si yo fueraa malgastar mi voto en un burro!

Convencido de que Nasrudíndebía de ser un loco escapado dealgún manicomio, el alcalde decidió

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mantener la conversación hasta quellegaran refuerzos.

—Verás, amigo mío. Tengograndes planes para reconstruir estaciudad.

—¡Un asno que se proponereconstruir una ciudad! —gritóNasrudín secándose las lágrimas delos ojos—. Antes de que estésdemasiado ocupado, haz una últimacosa por mí. Lleva este saco de arroza mi casa sobre tus hombros.

Ante ésa conducta insultante, elbuen humor del alcalde sedesvaneció y ordenó que Nasrudín

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fuera expulsado de la ciudad.Huyendo de la muchedumbre, queaullaba por su sangre, el mulá corrióhasta su casa a toda velocidad. A lapuerta de casa, con la cabezaagachada, encontró al burro.

—¡Ah! —gritó triunfante—.¡Por fin has comprendido que noestás hecho para los pesados deberesde alcalde!

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La cueva del avaro

EN una ocasión, Nasrudín iba deviaje a través del Himalaya.Resbalando y deslizándose sobre laespesa capa de nieve, llegó a unacueva, en cuya boca colgaba unacolección de enormes carámbanos.Como no había visto nunca nadaparecido, los confundió con cristalesy precipitadamente rompió algunos ylos guardó en su alforja. Luegoencendió una fogata y se tumbó adescansar. Justo antes de continuar su

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camino, no pudo resistir la tentaciónde echar otra mirada a sus nuevostesoros. Pero cuando abrió la bolsadescubrió que los cristales habíandesaparecido. Sin comprender que sehabían fundido por el calor, volvióamenazador a la cueva:

—¡No sabía que fuerais tanmiserables! —exclamó—. ¡Si lascosas materiales significan tanto paravosotros, tomad éstas y atragantaoscon ellas! —Y tiró sus alforjas a laboca de la cueva.

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La cola desaparecida

NASRUDÍN necesitaba dinero y nole quedaba nada que vender más quesu burro. Con el corazón abatido,acicaló al animal y se dispuso allevarlo al mercado de burros. Alsalir del establo, se dio cuenta deque llovía, así que cortó la cola delburro para que no se llenara debarro. Luego metió la cola en subolsa. En el bazar, se le acercaronvarios compradores, pero al ver queno tenía cola perdieron el interés.

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Hacia el final del día, uncomprador potencial se acercó yofreció al mulá dos monedas de oropor el burro, lo que éste aceptó trasabundante regateo. Fue sólo cuandoel nuevo propietario iba a llevarse alanimal cuando advirtió que no teníacola.

—Devuélveme el dinero, no haynada menos atractivo que un animalincompleto.

—Pero el burro está completo.—¿Cómo puedes decir eso? No

tiene cola.—¡Oh! Casi lo olvidaba —dijo

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el mulá entregando al hombre la coladel burro.

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El hombre más tolerante

NASRUDÍN estaba cenando conalgunas de las personas más selectasdel pueblo. Pronto la conversaciónse orientó hacia las cualidades de lagenerosidad y la tolerancia.

—¡Sin duda yo soy el hombremás generoso y tolerante de aquí! —dijo el juez con voz áspera—.Pensad qué raramente impongo lapena de muerte.

—Yo soy mucho más tolerante—afirmó el alcalde—. Pensad en

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todos los impuestos que no impongo.—En realidad —dijo el imam

—, yo soy el hombre más generoso ytolerante del pueblo. Pensad en todoslos hombres que merecen morir porsu falta de entendimiento religioso, ysin embargo, solamente los hagoazotar.

—Todos estáis equivocados —respondió Nasrudín—, yo soy el mástolerante, generoso y paciente. Estanoche vosotros tres os habéisrepartido mi parte de comida, y yo heestado aquí sentado sin decir unapalabra.

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Una casa nueva

A Nasrudín le estaban enseñando lanueva mansión de su suegro. Yendode habitación en habitación, al mulále entró de pronto un apetitoconsiderable, pero su anfitrión nohacía ninguna mención a la comida.

Finalmente, los dos hombresllegaron a la cocina, y Nasrudín sequedó allí por un rato.

—Veo que estás oportunamenteimpresionado también por la cocina—gruñó su suegro.

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—Sí —respondió Nasrudín—,es un cuarto tan bien equipado quenadie podría entrar en él sin que suestómago gritara de hambre.

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El único remedio

CUANDO Nasrudín era médico,recibió la visita de un bromista.

—La noche pasada tosí durantehoras.

—¿Habías cogido un resfriado?—No, dormía con la boca

abierta y sin darme cuenta me traguéuna araña.

—Entonces, sólo hay unremedio: tendrás que tragarte un gato.

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Conocimiento teórico

NASRUDÍN estaba deseoso deofrecer a sus dos hijos una educacióndecente. Con esta idea en la cabeza,los envió a la sede suprema del saberen el país para que fueran educados.

Cuando, años más tarde,volvieron los hijos como filósofoshechos y derechos, decidió probarsus conocimientos.

—Coged esta silla y ponedlasobre mi burro —dijo a losuniversitarios.

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En vez de realizar esa sencillatarea, los filósofos se sentaron yempezaron a discutir el problemadesde todos los ángulos. Alanochecer, todavía no habíanconseguido llegar a una decisión.

—¡Justo lo que pensaba! —dijosu desalentado padre—. ¡Todo eseconocimiento teórico os hace taninteligentes como mi burro!

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Los otros cinco

EL juez era incapaz de decidir cuálde los seis hombres había robado elturbante del imam, así que condenó alos seis a la cárcel.

—Somos inocentes-insistíancinco de ellos—. ¡Por favor,libéranos! —Yo lo hice —admitió elsexto—. ¡Y no me arrepiento!

—Harías mejor liberando alculpable —aconsejó Nasrudín—, ocorromperá a los otros cinco.

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La plaga

TAMERLÁN estaba siemprejactándose de que su imperio nuncahabía sido azotado por una epidemiadurante su reinado. Entonces, llegóun día a palacio la noticia de que unaplaga había estallado en Samarcanda.El soberano del mundo dio orden asus sirvientes de que prepararaninmediatamente su equipaje.

—¡No nos dejes! —selamentaban los cortesanosarrojándose a los pies del

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emperador.Nasrudín fue el único que

sonrió:—Qué pena que la plaga haya

tardado tanto en llegar a la ciudad.

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El hombre más pobre

UN día, Nasrudín y Tamerlánpaseaban por la ciudad. Cuando elemperador pasó junto a un mendigo,le preguntó su nombre.

—Al nacer, mis padres mellamaron Riqueza —contestó elhombre.

—¡Qué sorprendente que hayaresultado que seas tan pobre! —serió el gobernante.

—Es evidente cuál de vosotrosdos es el más pobre —dijo Nasrudín

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—: el que se ríe de la desgracia delotro.

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El precio de lamisericordia

CUANDO murió su burro, Nasrudínestaba tan anonadado que se negó acomer.

—¿Acaso estás decidido adejarte morir de hambre? —lepreguntó su esposa—. Alá te dio unburro. Sin duda, se mostrarámisericordioso y te dará otro.

—Eso es lo que me da miedo —respondió Nasrudín—. La última vezque él se mostró misericordioso y me

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dio un burro, me costó diez monedasde oro. Quién sabe cuánto me costarásu misericordia la próxima vez.

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La misma razón

CUANDO murió la primera esposade Nasrudín, éste se casó con unaviuda. Pero ella lloraba siempre quese acordaba de su difunto marido. Undía, cuando rompió en lágrimas portercera vez en una hora, sesorprendió al ver que Nasrudíntambién lloraba.

—Yo lloro porque mi pobremarido está muerto —lloriqueó—.Pero ¿por qué lloras tú?

—Por la misma razón. Pues si

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no estuviera muerto, yo no estaríacasado contigo.

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Los pasos del sirviente

UN día, el gobernador de la ciudadcontrató a Nasrudín para queencontrara a su desaparecidococinero. Mientras buscaba, el mulásilbaba una alegre melodía.

—¿Por qué silbas? —preguntóun hombre en el camino.

—Porque busco al cocinero delgobernador, que ha desaparecido.

—Pero ¿por qué eso te hace tanfeliz?

—Porque espero que por una

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vez el amo siga los pasos delsirviente —respondió Nasrudín.

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El cielo se cae

NASRUDÍN estaba sentado debajode un manzano.

—Alá todopoderoso —rezaba—, envía a tu servidor una monedade oro para que pueda comprar pan.

En ese momento, cayó unamanzana del árbol que golpeó aNasrudín en lo alto de la cabeza.

—¡Dios está tan enfadadoporque le he pedido dinero que meestá tirando monedas desde el cielo!—gritó el mulá.

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Más tarde, cuando andaba porel mercado, escuchó a un predicador,rodeado de una multitud, que gritaba:

—¡Oh Alá, no me mandes diez,ni veinte, sino cien monedas de oro!

—¡Insensato! —gritó el mulá—.¿Tratas de hacer que el universoentero caiga sobre nuestras cabezas?

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La tormenta

NASRUDÍN estaba sentado conalgunos amigos en el salón de té.

—¿Oísteis anoche la terribletormenta? —preguntaba uno.

—¡Sí! Nunca escuché un truenotan espeluznante. Me llevé un sustotremendo —respondió el segundohombre, que preguntó a Nasrudín suopinión de la tormenta.

—¿Hubo realmente unatormenta anoche?

—¿No la oíste?

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—No, pero no me sorprende.Anoche nos visitó mi suegra, ysupongo que la tormenta estallómientras ella hablaba con mi esposa.

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El juramento más fuerte

UN día, el imam acusó a Nasrudínde ser un impostor:

—¡Estoy dispuesto a jurar porel Profeta que ni una sola palabra detus observaciones místicas esverdadera!

—¡Y yo juro por Adán que todolo que he dicho es cierto! —respondió el mulá.

Una multitud de curiosos, quedecidieron creer al imam y no almulá, agarró a Nasrudín y le llevó

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ante el rey.—Me han dicho que eres un

impostor —dijo el rey al mulá—. Sidescubro que eres también unblasfemo, sufrirás el más terrible delos castigos.

—¡Todo el mundo ha perdido eljuicio! —dijo Nasrudín conbrusquedad—. ¿Cómo puedo serculpable cuando mi juramento era elmás fuerte de los dos? El Profeta eraun hombre, pero Adán fue elantepasado de todos los hombres, asíque mi juramento supera y anula aljuramento que implique a uno de sus

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descendientes.

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El juego del sol

NASRUDÍN se instaló para dormirla siesta debajo de un árbol. Cuandoel sol se fue moviendo, la sombratambién se desplazó y Nasrudín notóque la piel se le empezaba a quemar.Con un suspiro, se arrastró hacia lasombra y se durmió de nuevo. Mediahora más tarde, el sol le volvía aquemar. Refunfuñando, se cambiónuevamente de sitio. Pronto sintióuna vez más los rayos de sol en supiel. Levantándose de un salto, miró

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al sol:—Esto te podrá parecer

divertido, pero espera a cuando tútrates de dormir. ¡Ya iré yo entoncesa darte la lata!

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El cubo nadador

NASRUDÍN fue al pozo a sacaragua. Cuando bajaba la cuerda, éstase rompió y el cubo cayóruidosamente hasta el fondo. Con unsuspiro, el mulá se sentó en el brocaldel pozo.

—¿Estás tomando el sol, mulá?—preguntó un amigo que acertó apasar por allí unos minutos después.

—No, estoy esperando a micubo. Se metió en el pozo a nadar yparece reacio a salir del agua fresca.

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Un imam ahorrador

NASRUDÍN y unos cuanto amigosfueron invitados a cenar a casa delimam. Su anfitrión era conocido porsu tacañería. Antes de la comida,pronunció un sermón de tres horassobre las virtudes del ahorro.

Los invitados, desfallecidos porel hambre, quedaron muy aliviadoscuando el imam hizo señas a sussirvientes para que trajeran el primerplato. Una enorme sopera con sopade verduras fue colocada en la mesa.

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El imam cogió una cuchara y probóel aromático líquido.

—¡Llevaos estoinmediatamente! ¡Está demasiadosalada!

Los invitados observaron, sinhabla, cómo se llevaban la sopa.Después, se trajo cordero asado. Denuevo el imam cogió un bocado yrechazó el plato, ordenando que sellevara a la cocina.

—¿Tratas de matarnos a todos?—gritó al cocinero—. Esta carneestá podrida.

Finalmente, llevaron dos

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enormes fuentes con pulao. El imamlevantó la cuchara para probar elarroz, pero antes de que tuvieratiempo de llevar la comida a suslabios, Nasrudín cogió la fuente yllenó su plato y los de los otrosinvitados.

—Mientras nuestro respetadoanfitrión continúa instruyendo a sunuevo cocinero, llenemos el tiempocomiendo.

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Un emperador feo

TAMERLÁN estaba tanimpresionado por el viajeroNasrudín que le pidió que se quedaraindefinidamente en la corte. Unanoche, el mulá entró en el salón deltrono y encontró al rey desecho enlágrimas.

—Perdonadme la pregunta,Majestad, pero ¿por qué lloráis?

—Por primera vez enveinticinco años me he mirado en elespejo, y he quedado anonadado al

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descubrir que el soberano del mundo,el conquistador más poderoso, esfeo.

—Os habéis mirado una vez entodos estos años —respondióNasrudín asombrado—. Tal vezcomprendáis ahora por qué vuestrossúbditos sollozan cuando pasáis a sulado.

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El fin del mundo

—NASRUDÍN —le preguntó sumujer—, ¿qué día de la semanallegará el fin del mundo?

—El día de la semana en que yomuera —respondió Nasrudín—. Puesése será el día en el que tus parientesy los míos empezarán a pelearse pormis posesiones.

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La moneda gastada

NASRUDÍN decidió darse unmasaje en los baños públicos. Elmasajista fue tan brusco que,después, el mulá se sentía como si suburro le hubiera tirado al suelo y lehubiera pisoteado con sus cascos.

Dándole al hombre una monedatan gastada que parecía un trocito demetal, se dispuso a dejar la casa debaños.

—¡Eh! —se quejó el masajista—. Esta moneda está casi

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completamente desgastada.—Lo sé —respondió Nasrudín

—. Mis manos la han desgastadohasta casi hacerla desaparecer, igualque tus manos han hecho conmigo.

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Ladrones y pollos

UNA oscura noche, los ladronesirrumpieron en la casa de Nasrudín.

—Haz algo, o robarán todo loque tenemos —dijo la esposa deNasrudín.

En ese momento, los pollosempezaron a cloquear en el huerto.

Desde el piso de arriba, lapareja pudo escuchar suconversación:

—Esto es lo que haremos —decía uno de los ladrones al otro—:

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mataremos los pollos, los asaremos ynos los comeremos. Luego lecortaremos el pescuezo a Nasrudín ynos llevaremos a su mujer.

Al oír esto, Nasrudín empezó agimotear de miedo. Tan horrible erael sonido, que los dos ladrones seasustaron y huyeron.

—¿Qué clase de cobarde eres—le dijo su esposa— que gimes demiedo durante un robo?

—Es fácil para ti decir eso —respondió Nasrudín—, pero ¿piensasque a mí o a los pollos nos importala razón por la que huyeron los

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ladrones?

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Tiempo de dormir

NASRUDÍN trabajaba de guardiánpara un rico hombre de negocios, ysu amo lo encontraba a menudodurmiendo.

—¡Si tienes bastante tiempopara echar una cabezada, también lotendrás para trabajar! —le dijoirritado un día su amo, y puso aNasrudín a cargo de los pollos de lacasa.

Varias semanas más tarde, dijoa Nasrudín que fuera a hablar con él

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acerca del menú para un banqueteque iba a celebrar. Cuando el muláentró en la habitación, su amo quedósorprendido por lo que habíaengordado.

—¡Cuánto has ensanchado decintura! ¡Pronto no cabrás por lapuerta!

—No es la puerta lo que mepreocupa, pero me gustaría una camamás ancha.

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Engañar al gato

UN día, volvía Nasrudín delmercado con una gallina en un saco.

—¿Qué tienes ahí? —lepreguntó su mujer.

—Sólo unas zanahorias —contestó el mulá.

Su esposa cogió el saco y lopuso en la cocina. Esa noche, el gatoolfateó el saco y se comió la gallina.

—¡Mujer! —gritó el mulá a lamañana siguiente—. ¿Qué has hechocon la carne?

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—¿Qué carne?—La gallina que traje ayer.—Dijiste que el saco contenía

zanahorias, así que lo puse en lacocina.

—¡Estúpida! —exclamóNasrudín—. Lo dije sólo paraengañar al gato.

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Irse de la lengua

NASRUDÍN viajaba por la Indiacuando se encontró con otro viajeroen el camino.

—¿De dónde vienes? —preguntó el hombre.

—De Bombay —contestó elmulá.

—¿Y adonde vas?—A Delhi —fue la respuesta.—¿Qué piensas de las gentes

que has encontrado en tus viajes?—En general, la gente normal se

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ha mostrado amable y hospitalaria —dijo Nasrudín—. He oído que elgobernador de Bombay es un tirano.¡Se dice que es mil veces másopresor que el mismo Gengis Khan!

—¿Y tú sabes quién soy yo? —preguntó el extranjero con vozforzada.

—Soy nuevo aquí, y no hetenido el honor...

—¡Soy el gobernador del quehablas!

—¡Ay de mí! ¡Qué vergüenzaque nos hayamos encontrado el díaque mi lengua ha decidido actuar sin

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usar el cerebro! —dijo Nasrudín contristeza.

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Tónicos

NASRUDÍN fue llamado para curara un rico terrateniente.

—¡Rápido, dame un tónico queimpida que mi estómago se parta endos!

—Pero ¿y si el tónico no tecura?

—¿Cómo puede ser? Tú mismome hablaste una vez de susingredientes mágicos.

—¿Y qué pasaría si yoestuviera equivocado?

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—No te entretengas. Sin lamedicina, sin duda moriré.

—Con la medicina tambiénmorirás —contestó el doctorNasrudín—. Se trata sólo de cuándoy de qué.

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Demasiado bueno paraun ascenso

CUANDO era adolescente,Nasrudín fue a trabajar para elherrero local. Pasados varios meses,el padre del chico nunca había vistolo que hacía su hijo.

—Después de todo este tiempo,pronto estarás listo para establecertepor tu cuenta.

—No todavía —contestó elmuchacho—. Hasta ahora, he estadocuidando de los hijos del herrero y

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cocinando la comida, pero mepromete que en cuanto no sea buenopara ese trabajo empezará miverdadero aprendizaje.

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Una carga demasiadopesada

NASRUDÍN pasó toda la mañanarecogiendo desperdicios delvertedero de la ciudad con laesperanza de que podría venderlosen el mercado. Viendo que el burrodel mulá iba dando traspiés con unacarga tan pesada, un anciano le gritó:

—¡Qué vergüenza! ¡Ese pobreanimal lleva demasiado peso en sulomo! Inmediatamente, Nasrudín lequitó la carga, se la hecho a la

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espalda y luego se subió a la silla.—Gracias por advertirlo. No

me había dado cuenta de lo quepesaba todo esto.

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Demasiado caliente paracomer

UN día, la madre de Nasrudín le dioalgunos pasteles recién salidos delhorno. Con testarudez, el chico seempeñaba en meterse los ardientespasteles en la boca.

—Escucha, hijo mío, esospasteles son tuyos, nadie te los va aquitar, así que espera a que seenfríen para comerlos sin dolor.

—Si hago eso —dijo Nasrudínsecándose las lágrimas de los ojos

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—, seguiré estando hambriento.

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Demasiado tarde

NASRUDÍN iba a comprar algunasnueces, pero, viendo que el puestoestaba desatendido, empezó acomerse tantas como pudo enausencia del comerciante. Cuando elvendedor regresó, Nasrudín habíacomido hasta hartarse. Viendo lasbandejas vacías, el comerciante sedio cuenta de lo que había sucedido yempezó a golpear al mulá.

—¡Mira que eres raro! —dijoNasrudín—. No te movías cuando yo

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quería tus nueces, pero ¡ahora que yano las quiero me das una soberanapaliza!

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Demasiados vendedores

NASRUDÍN decidió hacersevendedor ambulante. Cargó tejidoslujosos, especias, ollas de estaño yotros artículos tentadores en su burroy salió para la ciudad.

—¡Seda de la China! —voceaba—, ¡azafrán y pimentón!, ¡cintas ybaratijas, botones y hebillas! —Perocada vez que intentaba anunciar susmercancías, el burro rebuznaba tanfuerte que ahogaba sus palabras.

Ni palos ni ruegos acallaban al

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animal. Finalmente, Nasrudín perdióla paciencia.

—¡Escucha! —dijodirigiéndose al burro—. Aquí no haysitio para dos vendedores. O túhablas a la gente de tus mercancías yyo me callo, o les hablo yo y tú temantienes en silencio. Cuando lohacemos al mismo tiempo, nuestrasvoces se mezclan y nadie puedeentender las palabras.

El burro se calló y Nasrudínsiguió su camino. Pero la siguientevez que abrió la boca, el animalempezó a rebuznar más fuerte incluso

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que antes.—¡Muy bien! —aulló el mulá

—. Vende tú nuestras mercancías yyo me volveré a casa. —Y soltandolas riendas, se fue caminando agrandes zancadas.

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Vender con pérdidas

—ME pone mala que estés todo eldía ahí sentado sin hacer nada —sequejó un día la mujer de Nasrudín—.Si no encuentras una ocupacióninmediatamente, te dejaré.

Nasrudín se fue derecho almercado, donde compró algunasempanadas a una moneda de plata lasdiez. Luego instaló un puesto cercadel panadero y empezó a venderlas auna moneda de plata las veinte.

—¿A qué estás jugando? —le

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preguntó el panadero furioso—. Tellevas todo mi negocio y vendes conpérdidas.

—¿Qué tiene que ver pérdida ynegocio con todo esto? —contestóNasrudín—. Yo sólo busco unaocupación.

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Traducciones

MIENTRAS Nasrudín estaba enBagdad, el poderoso jefe de la granmezquita le increpó como infiel.

—¡Pretendes ser un sabio, peroen realidad eres un increyente y unignorante! ¡Apuesto a que ni siquieraentiendes el árabe, la lengua en queestá escrito el Libro Santo!

—¿Y si entiendo una frase quetú digas en árabe —contestóNasrudín—, aceptarás que soy mejorpersona que tú?

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—¡Sea! —exclamó el jefeespiritual—. Si tú aceptas cienlatigazos si fallas.

—Sea —respondió Nasrudín.El gran hombre dijo entonces,

en árabe:—No puedes hacer cuero de la

piel de un perro.Nasrudín tradujo

inmediatamente la frase:—No puedes hacer cuero de la

piel del jefe de la gran mezquita.

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Pie molesto

NASRUDÍN se estaba lavando lospies antes de la oración cuando elagua se acabó y sólo pudo lavarse unpie. Entró a la pata coja en lamezquita y se mantuvo sobre unapierna cuando el imam dirigía lasoraciones. Después, el clérigo llamóa Nasrudín.

—¿Qué significa esto? ¿Por quéestabas a la pata coja durante laoración?

—Muy sencillo —contestó el

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mulá—. Mi pie izquierdo siempre mecausa problemas. Hoy se portó tanmal que no se lavó. Como castigo,decidí no dejarle rezar.

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Justicia verdadera

AL oír que Nasrudín era un hombrede una sabiduría considerable, unopulento propietario llegó a su casapara ofrecerle sus respetos. Perocuando vio el manto harapiento delmulá y su modesta morada, perdiótodo el respeto por su anfitrión.

—Me han dicho que eres ungran pensador y un defensor de laverdadera justicia. ¿Cómo un hombreque vive en la pobreza puede sercapaz de ninguna sabiduría? Mírame

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a mí, nunca he tenido que trabajar enmi vida y, sin embargo, mediante larenta, he amasado una fortuna tangrande que no tendría bastantes horasen un día para contarla.

—Cuando encuentre un amo quevea el mundo como yo —contestóNasrudín—, seré tan rico como tú.

—¿Te atreves a sugerir que SuMajestad Tamerlán el Grande es ungobernante incapaz? —preguntó elnoble.

—Eso depende de para quién—respondió su anfitrión—. Esperfectamente claro que es el amo

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más conveniente para un parásitocomo tú.

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Visión verdadera

MIENTRAS estaba en la famosaciudad de Samarcanda, Nasrudín fuea escuchar las enseñanzas del imamde la mezquita principal. A mitad desu elocuente sermón, el gran hombrevociferó:

—¡Fuera, perro sarnoso!Luego siguió con el sermón

como si nada hubiera sucedido.Más tarde, Nasrudín se acercó

al imam.—Sin duda ha sido un inspirado

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sermón el que he tenido el honor deescuchar —dijo besando la mano delimam—. Pero ¿puedo preguntar porqué interrumpiste el discurso a lamitad?

—Muy sencillo —contestó elimam—. Estoy tan cerca de todo losanto, que vi con claridad un perroperdido que se acercaba a la Kaaba,en la Meca. Naturalmente, tuve queahuyentar al impuro animal.

Unos meses después, el mismoimam pasó por la pequeña ciudad deNasrudín. El mulá se apresuró ainvitar a cenar a todos sus conocidos

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para celebrar la llegada de unhombre tan venerado.

Cuando llegó la comida,Nasrudín sirvió a sus invitados polloy arroz, salvo al imam, al que sirvióun enorme plato de pulao de cordero.Para no ofender a los otroscomensales, había escondido lacarne bajo una capa de arroz.Obsequiado con un plato de pulaosin carne visible, el invitado dehonor, sintiéndose ofendido, rechazóla comida.

—¡Qué extraño! —observó elmulá—. Nuestro apreciado invitado

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puede ver a un perro que se acerca ala Kaaba, ¡pero no puede detectaruna capa de cordero oculta bajo elarroz!

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Trompetistas en la corte

EL vecino de Nasrudín estabaaprendiendo a tocar la trompeta.Después de muchas noches sindormir oyendo las tortuosas notas,Nasrudín no pudo aguantar más yllamó a la puerta del hombre.

—Vengo a decirte que el reyestá pensando hacerte su segundojefe.

Encantado, el vecino pidióconsejo a Nasrudín.

—¿Debo ir al palacio

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directamente?—Te sugiero que esperes un

poco. Antes de hacer público tunombramiento, tiene que encontrarotro puesto para el hombre que ahoraocupa ese cargo.

El vecino aceptó mantener ensecreto la noticia hasta que fuerallamado a la corte. Pocos díasdespués, Nasrudín volvió a llamar asu puerta.

—No hay buenas noticias,amigo mío —dijo—. Al parecer, elastrólogo de la corte ha advertido deque ningún trompetista debe tener un

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puesto próximo al rey.—Nasrudín —se lamentó el

vecino—, ¿qué debo hacer?—Supongo que si juraras, ante

testigos, que nunca volverás a tocarla trompeta, dejarías de serconsiderado trompetista —contestó.

El vecino buscó un Corán y ados testigos y juró que nuncavolvería a tocar la trompeta.

Al día siguiente, Nasrudín llamóa su puerta por tercera vez.

—Malas noticias. El rey hanombrado a su sobrino para elpuesto. ¡Lástima que hayas perdido

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un puesto distinguido en la corte yhayas cortado en seco tu carreramusical!

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Dar vueltas en lasepultura

UN día, un sabio se invitó a símismo y a varios de sus seguidores acenar en casa de Nasrudín. Cuandolos invitados consumieronávidamente los últimos bocados decomida que había en la casa, el sabiodijo:

—La noche pasada soñé con tupadre, un hombre verdaderamentegeneroso. Estaba muy preocupadopor tu destitución.

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—¿De verdad? —preguntó elsorprendido mulá—. ¿Qué más tedijo?

—Dijo que era una granvergüenza que a un invitadohonorable como yo se le sirviera unsimple tazón de sopa.

Nasrudín no tenía elección.Salió y compró una cabra asada queinmediatamente colocó ante el sabio.

A la semana siguiente, el sabioregresó a la hora de cenar con otrogrupo de seguidores.

—Nasrudín, tenía que venir adecirte que otra vez he soñado con tu

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respetable padre. Esta vez dijo queno podría descansar a menos que suhijo ofreciera una hospitalidadtodavía más generosa a un hombretan importante como yo.

Sin decir palabra, Nasrudínsalió precipitadamente y gastó susúltimos ahorros en una espléndidaoveja. De nuevo se sentó a mirarcómo sus invitados devoraban hastael último trozo de comida.

La tercera semana, el sabiollegó con una multitud de discípulos,pidiendo ser alimentados.

—Mulá —salmodió el sabio—,

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tu padre ha vuelto a venir a mí enotro sueño.

—Antes de que sigas —estallóel empobrecido Nasrudín—, deboseñalar que un hombre conpensamientos tan elevados como túprobablemente no sepa que notenemos bueyes en esta tierra. De locontrario, mi venerado visitante, sinduda habrías pedido a tu humildeanfitrión buey asado para cenar.

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Dos monedas atrasadas

NASRUDÍN debía dinero a untendero local. Un día, el hombreentró en el salón de té en que estabasentado el mulá con algunos amigos.

—Me sorprende que un hombrede tu posición, mulá, no pague susdeudas.

—¿Cuánto te debo?—Veinte monedas de oro.—¿Y si mañana te pagara seis?—Quedarían catorce.—¿Y otras seis pasado mañana?

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—Ocho.—¿Y seis más el día siguiente?—Dos.—Me sorprende que un hombre

de tu posición moleste a sus clientescuando éstos se retrasan en el pagode sólo dos monedas.

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Dos desastres

NASRUDÍN estaba en el palaciodel emperador, en Samarcanda,cuando llegó un mensajero connoticias de hambruna en un paísenemigo.

—Demos gracias a Alá; elhambre no ha llegado a mi granimperio desde que estoy en el trono—se jactó el Conquistador.

—Alá puede actuar de manerasmisteriosas —dijo Nasrudín—, perosin duda ni siquiera él enviaría dos

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desastres a Samarcanda al mismotiempo.

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Dos alforjas

DOS comerciantes aparecieron en eltribunal en que Nasrudín estabasentado como juez. Habían vueltorecientemente de un viaje a Bagdaddonde cada uno había comprado unsaco de albaricoques secos y cadauno había puesto su parte de fruta ensus hermosas alforjas. En el viaje devuelta, se habían comido losalbaricoques, pero en vez decomerse cada uno los suyos, habíanrobado los del otro. Cuando llegaron

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a casa, las dos bolsas estaban vacías.Cuando hubo escuchado la

historia, Nasrudín dio a cada hombrela alforja del otro.

—Ahora, los dos habéis sidocompensados por vuestras pérdidas—dijo—, pero antes de que osmarchéis, debemos considerar loscostes del tribunal.

Y para cubrirlas, el juez sequedó con ambas alforjas.

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Dos babuchas más

EL burro de Nasrudín muriófinalmente de vejez y el mulá se vioobligado a caminar de lugar en lugar.Un día, entraba andando en la ciudadcuando encontró una herradura en elcamino. Se la metió en el bolsillo ysiguió su camino. Unos pasos másadelante encontró otra herradura.

Estaba encantado.—¡A este ritmo, tendré un burro

entero a la puesta de sol!

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Dos bromistas

UN bromista, que se alojaba conNasrudín, decidió gastarle unabroma. Esa noche, entrósilenciosamente en la habitación delmulá y pintó una amplia sonrisa en sucara. El mulá, que sólo fingía dormir,dejó que el bromista se divirtiera.Dos horas después, cuando elbromista estaba dormido, entró ahurtadillas en su cuarto y le rapó laparte de atrás de la cabeza.

A la mañana siguiente, anfitrión

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e invitado se sentaron a desayunar ala mesa.

—Dime, Nasrudín —se riótontamente el bromista—, ¿por quésonríes así?

—Me río al ver el ridículocorte de pelo que has elegido —contestó Nasrudín.

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Dos leñadores

UN día, dos leñadores fueron a veral juez.

—Venimos de vender nuestraleña en el mercado —dijo uno—, ymi colega dice que tiene derecho a lamitad de las ganancias.

—¿No es eso justo? —preguntóel juez.

—Lo sería si él hubiera hechoun trabajo honrado —contestó elhombre—, pero mientras yotrabajaba con el hacha, él se sentó en

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un tronco y no hizo nada.—Eso no es verdad —dijo el

otro—. Mientras tú blandías elhacha, yo gritaba «¡dale!» paraanimarte.

—¡Él puede haber gritado«¡dale!», pero yo hice todo el trabajoduro! —dijo el primero.

—Pero no habrías podidoseguir sin mi estímulo —dijo elsegundo.

Habiendo escuchado lasdeclaraciones, el juez reflexionó,pero por mucho que se esforzaba, nopodía llegar a un veredicto.

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—¿Puedo intervenir, SuSeñoría? —preguntó Nasrudíndespués de que hubieran transcurridovarios minutos. Recibido el permisopara hacerlo, cogió una moneda y latiró al aire. Cayó al suelo con un«¡clink!».

—¿Has oído ese ruido? —preguntó al segundo leñador.

—Sí —contestó el hombre.—Entonces coge ese «¡clink!»

en pago por tu «¡dale!» y abandona eltribunal —dijo Nasrudín.

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Incapaz de ayudar

NASRUDÍN y un amigo compraronlos ingredientes para un estofado.

—Mulá —dijo el amigo—,corta las verduras mientras yopreparo la carne.

—Desgraciadamente, no tengola menor idea de cómo se debencortar las verduras —contestóNasrudín.

—Entonces, prepara tú la carney yo cortaré las verduras.

—¡Ay! No puedo —respondió

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el mulá—. La carne cruda me poneenfermo.

—Muy bien; ve a encender lacocina. Yo prepararé el estofado.

—Si pudiera —dijo Nasrudín—, pero, lamentablemente, me damiedo el fuego.

Perdiendo la paciencia, elamigo realizó todo el trabajo. Pocodespués había cocinado un aromáticoestofado. Nasrudín se sirvió unaración enorme y empezó a comer congran apetito.

Viendo con qué glotonería elmulá se llevaba el estofado a la

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boca, su amigo observósarcásticamente:

—Veo que también eres incapazde comer estofado.

—Ay, sí —aprobó Nasrudín—,pero trato de hacer lo que puedo,porque sé las molestias que te hastomado para hacerlo.

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Infeliz en casa

NASRUDÍN estaba cierto díaescuchando el sermón del imam.

—El Profeta Muhammad era ungran hombre de familia —decía elimam.

—Está muy bien ser un granhombre de familia si tienes ángeles atu lado —le interrumpió Nasrudíndesde la parte de atrás de la mezquita—. Si tu esposa te causa cualquierproblema, sólo tienes que llamar alÁngel de la Muerte para que se la

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lleve.—Nasrudín —dijo el imam—,

¿estás diciendo que eres desgraciadocon tu esposa?

—¿No lo es cualquiera de loshombres que hay aquí?

Decidiendo poner a prueba laafirmación del mulá, el imam pidióque todo el que fuera desgraciadocon su esposa levantara la manoderecha.

Inmediatamente se alzó unbosque de brazos. Sólo Nasrudínpermanecía quieto.

—Mulá, eres un incoherente —

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dijo el imam—. Hace un minutodecías que eres desgraciado con tumujer; ahora eres el único que nolevanta la mano.

—No dejo la mano en su sitioporque sea feliz —dijo Nasrudín—.Tengo la mano bajada porque nopuedo levantarla. Esta mañana mimujer me tiró una parrilla de hierro yme rompió el brazo.

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Medios poco ortodoxos

CUANDO Nasrudín era juez,comparecieron ante él tressospechosos en un proceso por robocon allanamiento de morada. Nohabía testigos oculares ni ningunaprueba evidente para identificar cuálde los tres era el culpable.

Entregando a cada uno de ellosun pedazo de cuerda, Nasrudínordenó que aparecieran ante él almismo tiempo al día siguiente:

—Dos de los pedazos seguirán

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igual, pero la cuerda del ladróncrecerá un palmo por la mañana.

Aquella noche, los dos hombresinocentes durmieron profundamente,pero el culpable daba vueltasagitado, atormentado por suconciencia. Finalmente, saltó de lacama y cortó un palmo de su cuerda.

Cuando los hombres sepresentaron en el tribunal al díasiguiente, el juez examinó suscuerdas. Dos de los trozos seguíanigual, el tercero era un palmo máscorto.

El ladrón estaba identificado.

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—¡No puedes acusarme con esaprueba tan poco ortodoxa! —vociferó cuando Nasrudín sedisponía a dictar sentencia.

—Muy bien —respondió el juez—. Llegaremos al veredicto pormedios ortodoxos. Quitad a estehombre la camisa y utilizaremos lacuerda para hacerle confesar porsegunda vez.

Al oír esto, el hombre confesóinmediatamente.

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Piedras útiles

UNA mañana, Nasrudín fue atacadopor unos bandidos cuando se dirigíaa la corte del rey. Fue robado,golpeado y dejado por muerto al ladodel camino. Finalmente, recuperó laconciencia y se las arregló paravolver como pudo a su casa. Unassemanas después, el mulá visitaba denuevo el palacio. En el camino, sellenó los bolsillos de piedras.Cuando el rey se dirigía a loscortesanos, las piedras se cayeron

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ruidosamente del manto de Nasrudín.El monarca interrumpió sus

palabras:—Nasrudín, ¿no crees que unos

bolsillos llenos de piedras son unacarga innecesaria?

—Majestad —respondió elmulá—, una piedra útil no es nuncauna carga.

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Compañerosambulantes

NASRUDÍN regresaba de una visitaa su familia política en la comarcacuando se encontró al imam. Reacioa caminar solo, el imam decidióolvidar su desagrado hacia el mulá yse unió a él en el camino de vuelta ala ciudad. Los dos hombres nohabían andado mucho cuando elcamino empezó a subir en pendiente,y el imam no pudo evitar meterse consu compañero:

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—Alá misericordioso, sin dudahas empinado este camino pararecompensar al mulá por suspensamientos irreligiosos.

—Gran imam —dijo jadeanteNasrudín—, estás derrochandofuerzas con tus palabras, pues estásmal informado.

—¿Qué sabrá un blasfemo comotú de las obras de Dios? —regañó elimam.

—Esta mañana, cuando cogíeste camino para mi viaje de ida, seinclinaba hacia abajo y era fácilandar por él. Es sólo ahora, después

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de haberte unido a mí, cuando haaparecido la pendiente hacia arriba.

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Se busca imbécil

NASRUDÍN fue enviado por el reya buscar al hombre más insensato delpaís para llevarlo al palacio comobufón. El mulá viajó por todos lospueblos y ciudades, pero no pudoencontrar a un hombre lo bastanteestúpido para desempeñar esafunción. Finalmente, regresó solo.

—¿Has localizado al mayoridiota de nuestro reino? —preguntóel monarca.

—Sí —contestó Nasrudín—,

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pero está demasiado ocupadobuscando imbéciles para ocupar elpuesto.

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Cuentos de guerreros

—EN la batalla de Bokhara —sejactaba un guerrero—, derribaron micorcel y me cortaron el brazoderecho, pero me las arreglé paraseguir barriendo al enemigo con mibrazo izquierdo.

—¡Eso no es nada! —afirmó unsegundo caballero—. En la mismabatalla, un guerrero enemigo hundiósu hacha en mi cráneo y me arrancóel ojo, pero seguí luchando y volví acasa con su cabeza en una pica.

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—¡Juego de niños! —respondióNasrudín, cansado de sus jactancias—. En la misma batalla, un enemigo,de quince metros de altura, sacó suespada y me cortó la cabeza. Pero yola recogí, la puse de nuevo sobre mishombros y continué como si nadahubiera ocurrido.

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Qué desperdicio

NASRUDÍN pasó por delante de unpuesto colmado de tentadoresalimentos. Había montones dealbaricoques y de higos; grandestarros de pistachos, almendras ypiñones; cestos llenos de huevos;cuencos de nata, queso y mantequilla;y multitud de bandejas de dulcesdiferentes. El mulá Nasrudín observócómo el dependiente esperaba a losclientes y rellenaba los cuencos,cestos y bandejas sin probar bocado

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de las mesas.—¿Estás vigilando el puesto

para el dueño? —preguntó.—¿Qué quieres decir? —

preguntó el comerciante—. Yo soy eldueño.

—¿Pero cómo es entonces queno comes?

—Estoy aquí para vender, nopara comer.

—Qué desperdicio —respondióel mulá—. Si el puesto fuera mío,empezaría con nueces y frutos secos.Seguiría después con diez huevosrevueltos. Y dulces de postre.

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El precio de un consejo

NASRUDÍN fue contratado por uncomerciante para que llevara unpesado cajón a su mansión.

Establecidos unos honorarios decinco monedas de oro, Nasrudín secargó el bulto a la espalda y los doshombres emprendieron el camino.Después de varias horas de andarcon dificultad a través de pasos demontaña poco firmes, el comerciantese volvió al mozo de cuerda.

—He estado pensando. En vez

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de darte simplemente dinero, megustaría ofrecerte algo mucho másvalioso: consejo.

Nasrudín, muy molesto por estaevidente ruptura de contrato, decidiósin embargo conceder al hombre elbeneficio de la duda. Tal vez elconsejo que le diera fuese de granvalor.

—Muy bien, ¿cuáles son tuspalabras de sabiduría?

—Uno, nunca creas a un hombreque dice que te mostrará la manerade hacer fortuna de la noche a lamañana.

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—Eso parece justo —pensóNasrudín, que había sido engañadopor esas promesas en el pasado.

—Dos, nunca vayas de viaje, noimporta lo breve que éste pueda ser,sin provisiones de agua y comidasuficiente para tres días.

—Otro punto útil —convino elmulá.

—Tres, contrata siempre a unhombre para hacer el trabajo pesadoque sea lo bastante estúpido paratrocar dinero por un consejo sinvalor —dijo el comerciante con ungrito de alegría.

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—Tu consejo ha resultado sertan valioso que temo que debo dartealgo a cambio —respondió Nasrudín,esforzándose para ocultar su furiapor la estratagema—. Nuncamolestes a quien está haciendo parati un trabajo que tú mismo eresincapaz de hacer.

Con esto, dejó caer el cajón congran estrépito y regresó a grandeszancadas por la ladera de lamontaña.

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¿Cuál es la diferencia?

—TENGO una adivinanza para ti,mulá —dijo un día el panadero aNasrudín—. ¿Cuál es la diferenciaentre un pastor y un médico?

—Fácil —respondió Nasrudín—. El pastor mata y luego esquila,mientras que el médico esquila yluego mata.

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¿Qué hacer?

NASRUDÍN salió para la ciudadllevando el burro con su hijo en lasilla.

—¡Mira al viejo! —se riódisimuladamente un joven—. Dejaque monte el chico mientras él vacojeando a su lado.

Nasrudín se detuvo, levantó a suhijo de la silla y se subió en el lomodel animal. No habían ido muy lejoscuando una anciana agitó amenazanteel puño:

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—¡Qué vergüenza! Hacer que elniño ande mientras tú montas.Parando de nuevo, Nasrudín subió asu hijo a la silla detrás de él. Unosmetros más allá, otro transeúnte sedirigió a él:

—¡Pobre animal! ¡Se le doblanlas patas por llevar a dos a susespaldas! Nasrudín y su hijo sebajaron del burro y siguieron sucamino. Minutos después, otrapersona gritó:

—¡Veo que sacas a pasear a tumascota, mulá!

Al límite de su paciencia,

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Nasrudín dejó caer las riendas, dioal burro una palmada en la grupa, yle dijo:

—¡Vete a buscar un dueño quesepa qué hacer contigo! —Y,poniendo a su hijo sobre sushombros, se alejó a grandes pasos.

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Cuando me veas...

UN honrado comerciante de laciudad de Nasrudín se preparaba amarcharse para un largo viaje.Preocupado porque los ladronespudieran forzar la casa en suausencia, llevó sus ahorros alprestamista y le pidió que losguardara en su caja fuerte. Muchosmeses después, el comerciantevolvió de su viaje y fue a buscar alprestamista para recuperar su dinero.

—Estás equivocado —dijo el

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hombre—, no me dejaste nada.El comerciante discutió durante

muchas horas, pero el estafador senegó a devolverle sus ahorros.Desesperado, el hombre se dirigió aNasrudín.

Cuando le hubo explicado lasituación, el mulá dijo:

—Puedo ayudarte, pero tienesque hacer exactamente lo que digo.Mañana pasaré por delante de ti en laplaza de la ciudad. Cuando me veas,no digas nada.

El comerciante estabadesconcertado, pero convino en

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hacer exactamente lo que Nasrudín lepedía.

Al día siguiente, estaba sentadoen el centro de la ciudad cuandoNasrudín, vestido con undeslumbrante uniforme, con cuchillosy dagas colgando de su cinturón y unrifle a la espalda, cabalgó delante deél sobre un corcel magnífico. Cuandose hubo reunido una muchedumbre asu alrededor, saludó al comerciante:

—Qué alegría volver a verte,hermano. Espero que tus viajes hayantenido tanto éxito como mis propiasexpediciones. Debes venir a ver el

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botín que he arrancado a misenemigos vencidos.

Recordando sus órdenes, elcomerciante se inclinó, pero no dijonada. No pasó mucho tiempo antes deque el prestamista llegara corriendo.

—¡Tu hermano debe ser elguerrero más fuerte del país! Porfavor; hazme el honor de venir acenar esta noche. He estadopensando en devolverte tus ahorros.Los guardo en mi caja fuerte y ahorame gustaría devolvértelos conintereses.

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¿Dónde duele?

NASRUDÍN estaba sustituyendo alalmuecín cuando resbaló y cayódesde el minarete. Gravementeherido, gemía en el suelo.

—¿Dónde duele? —preguntó elmédico, que se había abalanzadosobre el herido.

—Sube al minarete, tírate ypodrás comprobarlo por ti mismo.

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Donde no hay gente

UN verano, cuando Nasrudín estabaen la corte del emir, los habitantes dela ciudad estaban acosados por lasmoscas.

—¿No hay ningún lugar libredel zumbido de estos insectosinfernales? —gritó el emir.

—Existe un lugar, Majestad —respondió Nasrudín—, pero eselugar no tiene gente.

—¿Y dónde está?Pero Nasrudín no quiso decir

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nada más que:—Donde no hay gente, no hay

moscas.El rey estaba enfurecido por el

rechazo del mulá a decir más, perodecidió olvidar el incidente por elmomento.

Unas semanas más tarde, el reyy su séquito salieron a visitar algobernante de otro país. Cuando elsol caía el décimo día, el emirordenó a la caravana que sedetuviera y se estableció uncampamento en el desierto.

Después de la comida de la

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tarde, el emir pidió a Nasrudín quese uniera a él para discutir de losasuntos del mundo. Mientras los dosestaban hablando, una mosca se posóen la mano del emir.

—¡Mira! —exclamó—. Dicesque donde no hay gente no haymoscas. Pero aquí, en el desiertodeshabitado, sigue habiendo moscas.

—¿Quieres decir —respondióNasrudín— que tú no eres unhombre?

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¿Dónde iré?

—NASRUDÍN —dijo suspirandoel juez—, cuando yo deje estemundo, ¿iré al cielo o al infierno?

—El cielo está demasiado llenode hombres inocentes a los que hascondenado al cadalso —respondióNasrudín—. Pero sé que te hanreservado un lugar de honor en elinfierno.

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¿Quién compró a quién?

NASRUDÍN llevaba a casa a sunuevo burro desde el mercado. Justofuera de la ciudad, le paró un amigo.

—¿Fuiste a la subasta deburros?

Poco más allá, otro amigo lepreguntó:

—¿Qué precio pedían?Cien metros más allá, un tercer

hombre le paró.—¿Regateaste?Nasrudín estaba tan cansado de

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las preguntas que quitó la correa alburro, la ató a su propio cuello ysiguió su camino.

Un cuarto hombre le vio.—¿Finalmente compraste, pues,

un burro nuevo?—En realidad —contestó el

mulá—, el burro me compró a mí.

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A quién respetar

—DIME, Nasrudín —preguntó elalcalde—, ¿quiénes son los hombresa los que respetas más?

—Aquellos que me invitan aque me una a ellos en una mesarebosante de manjares exquisitos —respondió el mulá.

—¡Tienes que venir a cenar! —dijo sonriendo el alcalde.

—Entonces, desde esta noche,tú tendrás mi respeto —dijoNasrudín.

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¿La barba de quién?

NASRUDÍN soñó que tenía la barbade Satanás en la mano. Tirando delpelo, gritó:

—El dolor que sientes no esnada comparado con el que infliges alos mortales que llevas por malcamino. —Y dio a la barba talestirones que se despertó gritando dedolor. Sólo entonces se dio cuenta deque la barba que tenía en la mano erala suya.

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¿Por qué pagar dosveces?

NASRUDÍN comió en un restaurantey dejó la cuenta sin pagar. El dueñosalió detrás persiguiéndole:

—¡No puedes irte sin pagar!—¿Compraste los ingredientes

en el mercado? —preguntó Nasrudín.—Sí.

—Entonces la comida ya se hapagado una vez. ¿Por qué pagarla dosveces?

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Mirar escaparates

UN hambriento mulá Nasrudínandaba en cierta ocasión por elmercado. Al pasar delante de unpuesto de brochetas, se detuvo amirar la suculenta carne que seestaba asando.

—Esas brochetas ¿son de unacarne tan reciente que el corderoestaba ayer pastando en la ladera dela montaña?

—Sí, es la carne más tierna queprobablemente puedas encontrar en

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toda la ciudad.—¿Y coges esa carne tierna, le

añades especias y luego la asassobre las llamas hasta que estéperfectamente cocinada?

—¡Sí, así es!—¿Y es tan exquisita que se

derraman lágrimas de placer de losojos de cualquier hombre que lacoma?

—Hermano —salmodió eldependiente—, ¡hasta que no pruebesestas brochetas no sabrás lo que esvivir!

—¡Qué pena, entonces —

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contestó Nasrudín—, que sólo estémirando escaparates!

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Manto de invierno

POR fin la esposa de Nasrudínhabía terminado de hacer unmagnífico manto de invierno para sumarido. El mulá, muy complacidopor su rico tejido y estilo elegante,enrolló alrededor de su cabeza unenorme turbante para complementarsu vestimenta. Salió luego para laciudad a presumir de su nuevoatavío. No había andado más de unospocos pasos cuando se le acercó unextranjero y le entregó un trozo de

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papel.—Acabo de recibir esta carta y

te estaría agradecido si pudierasleérmela, porque está escrita enárabe y no conozco esa lengua.

Desconcertado, Nasrudín ledevolvió la carta.

—Temo que tampoco yoconozco el árabe.

—Pero estás vestido como unárabe, sin duda hablas tu lenguanatal.

El mulá se quitócuidadosamente el turbante y elmanto y los puso sobre el hombre.

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—¡Ahora que eres árabe, lee túmismo la carta!

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Sabia inversión

—AHORA soy lo bastante mayorpara que se me confíenresponsabilidades de adulto —dijoel joven Nasrudín a su padre.

—Si eres bastante mayor paraque se confíe en ti, lleva a arreglarlos pendientes de tu madre.

Nasrudín llevó los pendientesdirectamente al bazar y los vendió,embolsándose el dinero.

—Dice el joyero que le llevaráunos días arreglar los pendientes —

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dijo a su padre.Encantado por la naturaleza

aparentemente digna de confianza deljoven, el padre de Nasrudín le diopor adelantado la paga de tressemanas.

—Coge este dinero e inviértelosabiamente.

Nasrudín se fue corriendo a laconfitería más cercana y se gastótodo el dinero en golosinas, queconsumió rápidamente.

Tres semanas después, su padrele preguntó cómo había invertido eldinero.

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—Me alegra que me lopreguntes —respondió Nasrudín—.Había pensado invertirlo en plata,pero me siento aliviado al decir queen vez de ello compré chocolate.

—¡Desgraciado! Y pensar quecreí que eras una personaresponsable.

—Pero padre, si lo hubierainvertido en plata, ¿quién me podríaasegurar que no se iba a derretir alsol y consumirse como lospendientes de mamá?

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Con una moneda de oro

NASRUDÍN dio vueltas toda lanoche, atormentado por una vividapesadilla. En el sueño, se descubriócocinando una olla de hierbas sobreuna fogata. A la mañana siguiente,describió la escena a su esposa.

—Eso parece un presagio dealguna clase —dijo ella—. Deberíasbuscar a alguien que te explique susignificado.

Nasrudín fue corriendo a ver ala adivina, a quien contó de nuevo la

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pesadilla.—Haces bien al solicitar mi

ayuda —respondió la arpía—. Llenami mano de plata y te lo explicarétodo.

—¡Si tuviera plata —dijobruscamente el mulá—, podríapermitirme una comida decente y nome vería obligado a cocinar hierbas!

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El hombre equivocado

EN uno de sus viajes, Nasrudín seunió a otros dos hombres.

Una noche, los tres —uncomerciante, un derviche y Nasrudín— acordaron compartir habitación enuna posada. Habían decididosepararse al día siguiente, porque suscaminos no seguían ya en la mismadirección. Queriendo salir temprano,Nasrudín dio una propina alposadero para que le despertaraantes de amanecer.

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De madrugada, se vistió mediodormido todavía y dejó la habitaciónmientras los otros dos hombresseguían roncando. Varias horasdespués, el mulá encontró un río y seacercó al agua para beber. Al ver elmanto y el sombrero del dervichereflejados en el agua, maldijo:

—¡Maldito sea ese imbécil deposadero! ¡Ha despertado al hombreequivocado!

Mujeres de países lejanosEn cierta ocasión, llegó un

general a la ciudad de Nasrudín areclutar hombres para el ejército.

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—Todo soldado que sirva anuestro poderoso emperador puedellevarse a las mujeres de nuestrosenemigos. Hay un país, por ejemplo,en el que las doncellas tienen trenzasde cabello negro como el azabacheque les llegan hasta los tobillos.

—¿Cómo son de largas suspiernas? —preguntó el ingenioso delpueblo.

—Sus piernas... —fanfarroneóel veterano— son tan largas como suhermosa cabellera.

—Espero que a cada hombre detu ejército le hayan dado una escalera

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—dijo Nasrudín.

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Algo digno de robar

—¡NASRUDÍN! —le dijo en vozbaja su esposa en mitad de la noche—. ¡Despierta! ¡Hay ladrones en lacasa!

—¡Cállate! —respondió elmarido—. Ya les he oído. Tal vezencuentren algo digno de robar aquí ypodré sorprenderlos y quitárselo.

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Hombres dignos

EN uno de sus viajes, unos guardiasde palacio encontraron a Nasrudín enel mercado y le dijeron que fuera a lacorte. Al llegar al resplandecientesalón del trono, se le dijo que seuniera a un grupo de pobres para oírlos sermones religiosos de loshombres más venerados de la ciudad.

Uno tras otro, los notables —cada uno vestido con galas másrelucientes que el anterior— sedirigieron al auditorio. Sus

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sermones, plagados de sentimientosespirituales concebidos para elevarincluso a las almas más escépticas,duraron bastante tiempo. Cuandocayó la noche, el rey se levantó.

—Tú —dijo señalando al muláNasrudín—, dinos: ¿cuál de estoslíderes espirituales es más digno denuestra emulación?

—Aquel que viendo que unpobre no tiene bastante para comer ovestirse —respondió Nasrudín—, noofrece la salvación por unoshonorarios.

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Digno de nata

UN día, la esposa de Nasrudínenvió a su hijo menor al mercado acomprar leche. Al ver al chavalcorriendo con su lechera, el emirdecidió divertirse:

—¿A dónde vas con tanta prisa?—le dijo.

—A comprar leche —respondióel muchacho.

—¿Por qué compras lo quepuedes tener gratis? Da la lechera alos guardias y yo mismo te la llenaré.

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—El emir le llenó la lechera conagua sucia y mandó al chico de nuevoa su casa.

Cuando Nasrudín se enteró de labroma del emir, decidió vengarse.Unos días más tarde, oyendo que elgobernante sufría de jaqueca, sacó uncubo de excrementos y corrió alpalacio.

—Gran emir —dijo al hombrequejumbroso—, tengo aquí unacataplasma que, aplicada al cuerocabelludo tres veces al día, hacedesaparecer incluso el dolor mássevero.

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El emir estaba muy feliz deaplicarse la pasta. Pero, al tercer día,no podía ya soportar la peste y llamóa Nasrudín.

—¿De qué está hecho esteremedio infernal?

—Normalmente se hace deleche —respondió Nasrudín—, pero,naturalmente, consideré que vuestraexcelencia es digno de nata.

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Tú lo perdiste, tú loencuentras

NASRUDÍN estaba cortando leña enel bosque. Como tenía calor, se quitóel manto y lo colocó en el lomo de suburro. Luego volvió a cortar leña y,cuando se dio la vuelta, un ladrón sellevó su manto. Cuando tuvobastantes troncos, Nasrudín empezó acargar la leña en el burro y se diocuenta de que su manto habíadesaparecido. Dando una palmada alanimal en la grupa, vociferó:

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—¡Tonto descuidado! ¡Ve abuscar el manto que perdiste y no teatrevas a volver sin él!

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Debes de ser sordo

COMO almuecín, Nasrudín eraresponsable de llamar a los fieles ala oración. Un día, cuando estaba a lamitad, el imam le gritó:

—¡Nadie te oye! ¡Grita másfuerte!

—¡Qué extraño! —gritóNasrudín—, ¡yo oigo mi voz a cincokilómetros de distancia!

Citas[i] Rumble: ruido sordo,

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borborigmo del estómago. (N. de losT.)