El caracter traumático del consenso al modelo chileno

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  • 7/27/2019 El caracter traumtico del consenso al modelo chileno

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    El carcter traumtico del consenso en torno al Modelo Chileno: una investigacin sobre laelite poltica democrtica post-Pinochet

    Ricardo Camargo Brito, 2007

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    Texto publicado en Nuevo Mundo Mundos Nuevos[En lnea], Coloquios, Puesto en lnea el 14 enero 2008, consultado el 23 agosto 2013.URL: http://nuevomundo.revues.org/11502; DOI: 10.4000/nuevomundo.11502

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    Introduccin: Exclusiones e Implicancias en torno al Modelo Chileno

    Los estudios de las transiciones desde regmenes autoritarios a democrticos dominaron gran parte de ladisciplina politolgica sobre Amrica Latina en la dcada de los ochenta 1. Su objeto especfico consisti endescifrar las claves histrico institucionales que dieron viabilidad a los nuevos regmenes democrticos surgidosen un contexto de neoliberalismo. Se trataba -si se quiere- de preguntarse cmo hacer compatible una

    democracia que en el pasado haba sido asociada a agitacin y desorden, con las exigencias de un modeloeconmico neoclsico, el que no slo generaba condiciones objetivas para la agitacin. Mas an, no hacia deellas su preocupacin central.

    Los enfoques tericos, marcadamente influenciados por la politologa norteamericana, se limitaron a levantartipificaciones que buscaban aprehender los rasgos centrales de la transicin en estudio (plena, pactada oimpuesta). Con ello, el dilema de la legitimidad democrtica en un contexto neoliberal tendi a entenderse (yresolverse) circunscrito a la peculiar coyuntura poltico institucional (objetiva) que presentaba cada caso. Deesta forma, el carcter de las nuevas democracias quedaba determinado por la mayor o menor persistencia de lafortaleza poltico institucional del rgimen autoritario que la preceda.

    Para el caso de las democracias restringida como la chilena, la perspectiva tipolgica anotada, no slo signific

    poner toda la carga explicativa acerca del tipo de democracia resultante en el entramado autoritario institucionalheredado, los llamados enclaves autoritarios o leyes de amarre 2. Mas an, ello supuso la exclusin implcitao a lo menos su relegacin a un lugar secundario, de todos aquellos factores explicativos emanados del lado delos actores polticos, particularmente de las fuerzas democrticas, en la explicacin de las peculiaridades de lanueva democracia inaugurada.

    Tal exclusin, se expres dentro los estudios sobre la transicin Chilena en dos omisiones especficas. En primertrmino, en la marginacin de la pregunta acerca de cmo el nfasis puesto en un enfoque poltico institucionalcomo el aludido [i.e.: la lucha por la democracia plena, destinada a terminar con los enclaves autoritarios,incluida la mentada subordinacin militar a la autoridad civil (Loveman, 1991), y el esclarecimiento judicial delas violaciones a los derechos humanos (Jaksic, 1993)] poda devenir en s mismo, en un factor central para laconsolidacin del consenso sobre la democracia en un contexto neoliberal. En otras palabras, lo que excluy la

    tesis explicativa centrada en los enclaves autoritarios fue una problematizacin acerca de cmo ella, en tantodiscurso poltico-terico, devena en una suerte de seguro de legitimidad, una excusa para el no hacer, queacomodaba a la clase poltica democrtica y aseguraba la gobernabilidad.

    La segunda omisin que se advierte en las monografas sobre la transicin chilena, es la ausencia casi total deinvestigaciones que aborden las peculiaridades del proceso poltico post Pinochet desde la perspectiva de laadscripcin sincera o ideolgica (cnica o patolgica) a la democracia restringida y a su base neoliberal, por partede la nueva elite poltica que arribara al poder en marzo de 1990 3.Ms an, debido a la relevancia dada aledificio institucional en la definicin del carcter de la nueva democracia, a sus actores -particularmente a la elitepoltica- se le asumi exclusivamente en un rol reactivo. Esto es, slo respondiendo a lo imperativos de uninsoslayable marco objetivo, frente al cual no solamente las responsabilidades, sino tambin las adscripcionesideolgicas aparecan desdibujadas, -inscritas en una prctica poltica dominada por la gida de la medida de lo

    posible que tempranamente acuara Aylwin como leyenda de fuego para la nueva democracia.

    1 Este trabajo, siguiendo a Mosca (1939) y a Wright Mills (1959), asume un concepto de elite poltica entendida como los actores que hanejercido o ejercen una influencia decisiva en la definicin del gobierno del pas, como consecuencia de sus posiciones o roles que ocupanen la sociedad. La investigacin se concentra en los principales partidos de izquierda y centro que constituyeron la oposicin a Pinochet yque luego encabezaran el nuevo perodo democrtico. Las entrevistas incluyen a Edgardo Boeninger, Enrique Correa, Genaro Arriagada,Jos Joaqun Brunner, Cristian Toloza, Edgardo Riveros, Jaime Gazmuri, Ernesto Otonne y Mariano Fernndez.2Enclaves autoritarios fue un trmino acuado por Manuel Antonio Garretn, vase Garretn (1989a), p 22.3Es curioso que las excepciones ms relevantes hayan sido escritas por protagonistas directos de la transicin, los que ciertamentedestacan el carcter positivo que el proceso de aprendizaje de las lecciones del pasado habra tenido en el reforzamiento del consenso,mantenindose as la ausencia de perspectivas interpretativas crticas, vase por ejemplo los relatos de Carlos Ominami, Jorge Arrate yCarlos Portales, consignados en Tulchin and Varas (1991).

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    La ciencia poltica renunci as, a indagar las claves explicativas secundarias del consenso o gobernabilidaddemocrtica en un entorno neoliberal, concentrando sus esfuerzos en el dilema principal que se hered delperodo autoritario, i.e. democracia versus dictadura. De esta forma, la legitimidad de la democracia Chilena seasumi esterilizada de aquellos componente ideolgicos que en el pasado haban ocupado un rol central en sudefinicin.

    Al estar todo los esfuerzos de la nueva democracia centrados en la resolucin de su entramado polticoinstitucional, el neoliberalismo, tambin heredado, gan as espacio de maniobra para su consolidacin, almargen de los escrutinios de la esfera pblica. Tras 17 aos de una exitosa esterilizada gobernabilidaddemocrtica, cabe sin embargo preguntarse Qu relevancia terica y poltica tiene para la poca actual dichasexclusiones?. Cules son las problematizaciones y desafos democrticos que se abren a partir de unaindagacin de las claves secundarias las adscripciones ideolgicas- de la estabilidad democrtica chilena?.Mas an, cabe an interrogarse a manera de hiptesis, si no habido acaso en la obsesin por convertir a Chile enuna democracia plena, institucionalmente hablando, una bsqueda desesperada por evitar confrontar los dilemasexcluidos, aquellos que emanan de los dficit no ya de la democracia sino del neoliberalismo directamente? Enlo que sigue, se ensaya una lnea argumentativa que aborda dichas interrogantes en base a una lecturasintomtica, como la propuesta por Althusser y Balibar (1970), del discurso de la elite poltica que asumiera elgobierno en Marzo de 1990.4

    La Lucha de Clases: el discurso dominante de la elite poltica pre-golpe

    Los estudios referentes al sistema poltico Chileno del perodo previo al golpe de estado de 1973, subrayan lafortaleza y alto nivel de integracin de la elite asentada, tanto en el aparato central del estado como en loscuerpos dirigentes de los partidos polticos, -la llamada clase poltica (Valenzuela, 1977; Garretn, 1989). Dichacondicin, impropia en el contexto latinoamericano de la poca, no slo otorgaba a la elite poltica chilena un rolconductor y mediador incontrastable en la movilizacin de los intereses de los diferentes actores y movimientossociales, como se ha destacado abundantemente en la literatura (Oxhorn, 1994, p. 741), sino que adems leconfera a su prctica discursiva, un valor preponderante en la constitucin del paradigma ideolgico dominanteen la sociedad chilena.

    Desde 1938 hasta 1973 la elite poltica mantuvo, como vector discursivo dominante, un acuerdo general sobre eltipo de desarrollo a impulsar en el pas, expresado en la idea del desarrollo hacia dentro, el que luego sedenominara con la expresin Cepaliana: modelo de sustitucin de importaciones (Salazar y Pinto, 1999, Tomo I,p. 151)

    Sin embargo, en el marco de dicho consenso largo, la elite poltica despleg a su vez, distintos nfasisdiscursivos coyunturales, no siempre concordantes con el paradigma dominante. Para los propsitos de esteartculo, el ms relevante para explicar el proceso poltico actual, es el que se desarrolla durante la dcada de lossesenta y que culmina en el golpe de estado de 1973, el que aqu hemos denominado como el discurso abierto

    de lucha de clases, esto es, aquella convocatoria, efectuada en directa confrontacin con sectores socialesantagnicos, a impulsar o resistir transformaciones sociales y polticas radicales, las que son asumidas como lanica solucin a los dilemas socio econmicos imperantes en el pas5.

    4Una lectura sintomtica, segn nos informa Althusser y Balibar, [d]ivulga el evento no-divulgado que se encuentra en el texto que lee,y en el mismo movimiento lo relaciona con untexto diferente, presente como una ausencia necesaria en el primero...[l]o que distingue estanueva lectura de la anterior es el hecho de que en sta, el segundo texto est articulado con los lapsos del primero, en Althusser andBalibar (1970), p. 28.5Es preciso anotar que el uso de la nocin de lucha de clases empleada en este trabajo sigue la lgica apuntada por iek en cuanto a que[a]unque, la lucha de clases en ninguna parte se expresa directamente como una entidad positiva, sin embargo ella funciona, en su propiaausencia, como un punto de referencia que nos permite entender cada fenmeno social no relacionndolo con la lucha de clases como susignificado ltimo (significado trascendente), sino concibindola como otro intento de ocultar y maquillar la divisin de antagonismo

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    Cabe notar, sin embargo, que la lucha de clases no es una categora en absoluto extraa al discurso practicadopor la elite poltica desde 1920 en adelante. En efecto, ella no slo constituye un recurso central en lasdeclaraciones de principio de los partidos de izquierda -Comunista y Socialista-, para los cuales dicha nocindeviene en un fuerte elemento identitario6. Ms an, el Partido Radical -un partido de Centro-, antes de laadopcin de la poltica del Frente Popular, hizo de la idea de lucha de clases un principio rector de su ideariopoltico7. Con menor centralidad, pero an no escapando al embrujo emanado de dicha nocin, la que

    demandaba definiciones, un sector de la Falange breg sin aspavientos por reconocer y tomar partido en dichadisputa8. Incluso, la Derecha se sinti tempranamente compelida a advertir de los peligros de desintegracinsocial que observaba en una sociedad atravesada por la rebelin de las masas9.

    Sin embargo, es slo en la dcada del sesenta cuando una convocatoria abierta a la confrontacin con sectoressociales antagnicos, para impulsar o impedir transformaciones estructurales radicales de la sociedad chilena,adquiere un lugar dominante en el discurso de la elite poltica. Se trata de una dinmica discursiva que no sloalcanz a la izquierda revolucionaria, y particularmente al Partido Socialista como a menudo se cita 10.Ms an,a pesar de las diferencias tcticas entre socialistas y comunistas, estos ltimos nunca dejaron de reconocer lacentralidad de una poltica revolucionaria basada en la lucha de clases 11.La Democracia Cristiana, a su vez,profundiz sus divisiones ideolgicas que la haban atravesado desde que era la Falange, lo que llev a laescisin de sus fracciones de izquierda, y a impulsar bajo al direccin de sus sectores ms conservadores los

    Freistas- una oposicin al gobierno de Allende que combin negociacin poltica con una abierta accindesestabilizadora, en donde llamamientos a la confrontacin social no estuvieron ausentes12. Finalmente laDerecha, tras recomponer sus fuerzas mermadas con la disolucin de sus partidos oligrquicos (Correa, 2004, p.265), radicaliza su discurso, expresado ahora a travs de sus dos nuevos referentes polticos: el Partido Nacionaly el Gremialismo13.A travs de ellos, la Derecha no slo agita la confrontacin social, sino adems estimula yen algunos casos conspira- por soluciones golpistas (Gonzlez, 2000, p. 138), - como nico recurso para salvarsus intereses estratgicos, amenazados por la efectiva rebelin de las masas.

    De esta forma, lo cierto es que tras aos de discurso de revolucin, enarbolada desde el Centro -la Revolucin enLibertad- hasta la Izquierda -la va Chilena al socialismo- como un valor positivo, y resistida desde la Derecha,como una amenaza inminente, la elite poltica chilena pareci tener una sola gran certeza en comn en losalbores de Septiembre de 1973, i.e.: que el conflicto poltico en curso slo se resolvera o en una guerra civil o

    de clase, esconder su huella (iek, 1997, p. 22) En tal sentido la nocin de lucha de clases adquiere utilidad interpretativa ms all delhecho de que ella correctamente exprese una confrontacin clsica entre proletarios y capitalistas.6As lo establecen tanto la primera Declaracin de principio del Partido Socialista como la del Partido Comunista, vase en el primercaso Jobet (1971), pp. 79-80, y para el segundo, Partido Comunista de Chile (192?), p. 3, y Cruzat y Devs (1985), p. 24.7 Siendo la lucha de clases una realidad, el Partido radical, frente a esta lucha, est a favor de los trabajadores..., Declaracin Oficial,Dcima Convencin del Partido Radical, Santiago 1931, citado en Palma (1967), p. 175.8En la lucha entre el capitalista y el proletariado, debemos estar con el proletariado, Bernardo Leighton, Nuestro Tiempo, 1945c,Santiago, no 34, p. 4, citado en Fleete (1985), p. 50.9 ..en esta hora agria [debido a] la trgica experiencia de la Unin Sovitica, el factor disruptivo no es otro que la rebelin de lasmasas, Declaracin Oficial del Presidente del Partido Conservador Hctor Rodrguez de la Sota en la Convencin del PartidoConservador, Santiago 1932, citada en Salazar y Pinto (1999), Tomo I., p. 227.10La radicalizacin discursiva del PS se da desde el Congreso de Unificacin de 1957 (Jobet, 1971, p. 33; Casanueva y Fernndez, 1973,p. 187), que repone a la lucha de clases como el principio rector de su poltica, siguiendo en el Congreso de Chilln en 1967 en el que se

    establece la tesis de la inevitabilidad y legitimidad de la violencia revolucionaria como va de acceso al poder poltico y econmico(Jobet, 1971, p. 130), y culminando en el Congreso de la Serena de 1971 en que se confirma la casi inevitabilidad de la lucha armada paraacceder al poder en Chile (Pollack and Rosenkranz, 1989, p. 10)11..nuestra estrategia es revolucionaria, y el hecho de que estemos a favor de la va pacfica no significa que seamos pasivos,reformistas, legalistas o que estemos a favor de la reconciliacin de clase en Luis Corvaln L. Acerca de la va Pacfica,Principios, no77, Enero 1977, p. 33, citado en Furci (1984), p. 86.12Ello se da a partir de la Huelga de Transportistas de Octubre de 1972, durante la cual el presidente del PDC Renn Fuentealba hace unindirecto llamado a derrocar al gobierno: no estamos buscando derrocar al gobierno. Pero si el paro va ms lejos, trayendo consecuenciasque no deseamos, la culpa ser del gobierno debido a su incapacidad para lograr una solucin a un conflicto legtimo, citado en Dooner(1985), p. 115.13Jaime Guzmn declara que los gremialistas se convirtieron en la vanguardia civil en la lucha en contra de la Unidad Popular,Guzmn (1992), p. 63.

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    en un golpe de estado14.Un alucinante sentido de la realidad que lejos de mermar el nfasis discusivo de abiertalucha de clases, termin polarizando an ms los bandos en disputa y objetivando las circunstancias histricas,esto es, haciendo parecer que lo que vena era inevitable. Es por ello que no hubo en verdad sorprendidos lamaana del 11 de Septiembre de 1973 entre los integrantes de la elite poltica, mas bien existi desazn, en laIzquierda, alivio, en la Democracia Cristiana, y alegra en la Derecha. Sentimientos marcados por el impacto delgolpe, y que estarn en la base del proceso de renovacin de paradigmas discursivos que la clase poltica chilenase viera compelida a iniciar tan pronto se apagaron las llamas de La Moneda bombardeada.

    La Renovacin de Paradigmas: Las Claves para entender a la Nueva Elite Poltica Democrtica

    El debate sobre el peso explicativo que la fase de discurso abierto de lucha de clases tuvo en el quiebre de lademocracia en Chile -esgrimido como factor principal por la historiografa ms conservadora (Vial, 2005) yrelativizado por el relato de sus protagonistas15 ha soslayado el impacto que dicha fase ejerci en lareconstitucin de las identidades discursivas que la elite poltica chilena iniciara tras el golpe de estado de 1973.

    El golpe como ha destacado Pollack (1980, p.1) no fue slo dirigido en contra del gobierno Marxista deAllende, sino sobre todo como una reaccin a un proceso de movilizacin poltica iniciado en los sesenta. Sucarcter habra sido, por tanto, global y dirigido a acabar con un paradigma discursivo plagado de evocacionesrevolucionarias y llamamientos a la lucha de clases. No obstante, y a contrapelo de ello, los anlisis sobre elimpacto del golpeen el proceso poltico que le sigui, no siempre le han otorgado a ste el carcter extensivoque parece sugerir la interpretacin de Pollack. Mas an, en los estudios sobre renovacin ideolgica de la elitepoltica post-golpe, este nfasis aparece a menudo desplazado por los enfoques temticos de una politologatradicional que se ha concentrado casi exclusivamente en el anlisis de la llamada renovacin socialista(Walker, 1983, p. 206), ignorando los procesos paralelos de reconstruccin discursiva ocurridos en el resto de lasfuerzas polticas, particularmente en el Partido Comunista, as como en la Democracia Cristiana.

    Ms sugerente an, el golpe y su impacto, tambin han sido objeto de una apropiacin terica excluyente, la quese observa en los estudios de la renovacin de los intelectuales de izquierda ocurrida en la dcada de los ochenta,en donde el golpe es investido de un carcter aleccionador, expresado en la idea de aprendizaje de los erroresdel pasado (Puryear, 1994, p. 56; Valderrama, 2000, p. 118). Esta interpretacin que es recurrentementereafirmada por protagonistas de dicho proceso16,transfiere al golpe - un evento esencialmente contingente - uncarcter moralizante que termina asentando la necesidad ticade una forma especfica de renovacinideolgica que privilegia el consenso entre las fuerzas polticas democrticas, y aborrece como la peste losexcesos disruptivos del pasado17.

    En la base de ambas exclusiones se encuentra una visin ilustrada clsica que asume la renovacin deparadigmas y el impacto del golpe en ella, inscrita en una perspectiva histrica finalista, en donde lairracionalidad, la alteridad y la confusin ideolgica de los actores no parecen tener cabida. De esta forma, noslo se asume que es exclusivamente el paradigma (anticuado) Marxista el que debe renovarse, sino que talrenovacin se da en el marco de un proceso dramtico pero finalmente racional de maduracin polticaintelectual.

    14La conciencia de que un golpe de estado era inminente fue expresado reiteradamente por distintos lderes de la Unidad Popular, laDemocracia Cristiana y la Derecha, vase por ejemplo Almeyda (1967), p. 29; Gonzlez (2000), p. 276.15 Vase el relato efectuado por Carlos Altamirano en Arancibia C. (2006), p. 176.16En el periodo corto yo creo obviamente tiene muchsimos que ver con que se dio en Chile una, como producto en realidad de unproceso desde el 69-70 al noventa y lo que ha seguido despus, una particularsima sensibilidad hacia la necesidad de generarconsenso...por el trauma, por el desperdicio eh::porque son las mismas generaciones digamos, que siguen a pesar de todo, digamos, yosoy del 67 y soy del 2005, digamos no?, y buena parte de la clase dirigente en sus distintas vertientes son todos los mismos, JosJoaqun Brunner, entrevista con el autor, Santiago, 21.06.05.17El Golpe fue una derrota poltica, cultural y psicolgica gigantesca...esa experiencia explica en parte nuestro extremo cuidado enhacer bien las cosas. Estamos muy influidos por la monumental derrota que sufrimos, en Enrquez O. y Ominami (2004), p. 82-83.

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    La trayectoria de la renovacin de paradigmas de la elite poltica chilena, sin embargo, permanentementecontradice dicha visin racionalista y mesinica de la historia. Tanto es as que conceptualmente convieneobservar este fenmeno como un proceso de reconstitucin identitaria del discurso poltico de la elite, el que ental carcter est plagado de eventos traumticos e ideolgicos, antes que como una prctica de accincomunicativa a laHabermas, en la que factores irracionales y no-racionales se encuentran excluidos de losesquemas de justificacin18.

    En la renovacin del socialismo chileno por ejemplo, la reconstruccin de identidad poltica se desplaza desde,una inicial reafirmacin y profundizacin de la gida revolucionaria Marxista-Leninista, la que domina losbalances de la derrota tras el golpe 19, hacia un rechazo culposo -en los sectores llamados renovado- y a undesplazamiento por omisin -en los sectores Almeydistas- del paradigma discursivo de la lucha de clasespre-golpe20.Un desplazamiento que deriva en la adscripcin incondicional a un nuevo paradigma democrtico,-adscripcin que lejos de basarse exclusivamente en un ejercicio sincero de racionalidad pblica, est tambinexplicada por la auto-constriccin que la evocacin traumtica de un discurso (irresponsable) de agitacin ylucha de clases produce en la renovada prctica discusiva socialista21.

    La reconstitucin identitaria de los comunistas chilenos sigue la senda inversa. El desplazamiento se producedesde una reafirmacin inicial post golpe de la auto-asumida madurez revolucionaria practicada por el PC

    durante la Unidad Popular, la condena al infantilismo y ultraizquierdismo y la consiguiente promocin de unfrente antifascista de alianza amplio22, hacia una autoinculpacin por no haber sido suficientementerevolucionarios y no haber preparado materialmente la defensa del gobierno de Allende 23.El vaci histrico,i.e.: la carencia de una poltica militar, constituir una permanente querella acusatoria de los jvenesrevolucionarios comunistas en contra de los viejos cuadros del partido, la que ser la base justificatoria de lapoltica de rebelin popular de masas, que militarizar a contrapelo de su historia- la lucha del PC contra ladictadura en los ochenta24.Ms an, lo militar devendr en el fetiche que definir quien es verdaderamentecomunista en ltima instancia, lo que contribuir en definitiva al aislamiento del partido de las definicionesclaves de la transicin.

    A su vez, dos culpas cruzarn la reconstruccin identitaria de la dirigencia de la Democracia Cristiana postgolpe. El reproche de ingenuidad y de cierta vergenza poltica, por haber credo que el golpe sera blando y que

    el poder prontamente sera devuelto a los civiles, entre los cuales los Demcratas Cristianos se vean a s mismosteniendo la primera opcin25.Y la culpa por no haber consentido en construir coaliciones polticas amplias queevitaran el golpe, perseverando, por el contrario, obstinadamente en la tesis mesinica del camino propio, 26

    auto-convencidos que encarnaban una generacin destinada a gobernar por cuarenta aos sin contrapeso. Dosculpas que, paradjicamente, servirn para superar sin tensiones mayores las histricas diferencias ideolgicasque cruzaron a la DC. Un proceso, que lejos de ser el resultado de un debate abierto como el ocurrido en larenovacin socialista, ser el reflejo de aisladas intervenciones poltico acadmicas de algunos cuadros

    18Como iek ha establecido, ideologa..en su dimensin bsica es una fantasa-construida que sirve como soporte para nuestra propiarealidad... [esto es] la funcin de la ideologa no es ofrecernos un punto de escape de nuestra realidad, sino ofrecernos la realidad socialcomo escape de algn traumtico punto real en iek (1989), p. 45. Para una discusin vase, Camargo Brito (2005), p. 130 y sgtes.19 Vase, PSCH (1974) y Altamirano (1977).

    20Arrate (1983), p. 93; Gazmuri (1977); (1983), p. 71-72; Garretn, O. (1985), p. 11-29; Viera-Gallo (1998), p. 7; Maira (1984), p. 323;Almeyda (1987), p. 323.21Nosotros los de izquierda nunca fuimos demcratas hasta que nos sacaron la mugre ah?. osea nosotros aprendimos a valorar elsistema democrtico eh::slo despus que lo perdimos (0.2). Todos ah?, para que decir los miristas, o los socialistas, pero los comunistasque eran los que tenan el partido ms slido, ms reformista, eran reformistas tcticamente (0.1) pero no vea en el horizonte en el futurola democracia como un sistema permanente. No, no lo vea, no eran Bobbianos ah?, no lo eran, no lo ERAMOS eh:::, Ernesto Ottone,entrevista con el autor, Santiago, 22.06.05.22 Furci(1984), p. 156; Arrate y Rojas (2003), p. 221 y 234.23 Moulian (1983), p. 305; Teitelboim (1988), p. 241 y 24424 Arrate y Rojas (2003), p. 325.

    25Vase por ejemplo el relato efectuado por Patricio Aylwin en Serrano y Cavallo (2006), p. 247; Hofmeister (1995), p. 203.26Vase el mea culpa efectuado por el ex presidente Eduardo Frei M. en Frei M. (1975), p. 51; Fleete (1985), p. 184.

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    dirigentes27, las que sern asumidas en silencio por una dirigencia sin nimo para defender la tesis delcomunitarismo cristiano y del desarrollo no-capitalista, otrora baluartes de la identidad demcrata cristina 28,pero que ahora slo evocan un proceder culposo que urge olvidar.

    De esta forma, la reconstruccin de la identidad discursiva de la nueva elite poltica democrtica no est sloconstitutivamente atravesada por el impacto del golpe de 1973, y su innegable remembranza de un ahorarenegado discurso de lucha de clases. Mas an, la recepcin de dicho impacto lejos de slo obedecer a un

    proceso progresivo de aprendizaje de los errores del pasado, configura una peculiar y compleja (racional eirracional) identidad poltica discursiva de carcter marcadamente generacional: la generacin del golpe, que es asu vez la generacin de la democracia post-Pinochet. Un factor que est en la base de la especificidad delconsenso sobre el modelo chileno y que abre la pregunta sobre los aparatos discursivos desplegados por la nuevaelite democrtica para su reforzamiento, cuando deja de ser oposicin y asume el ejercicio directo del poderpoltico en Marzo de 1990.

    Las Fantasas que sustentan el Consenso Democrtico

    Eugenio Tironi (1979, p. 17) en su ensayo Slo ayer ramos Diosesgrficamente expresa, la desazn queembarga a una generacin, que acostumbrada a los escenarios de poder, aparece entonces en la postrimera delos setenta- corriendo el riesgo de ser la ms frustrada de lo que va corrido de siglo, -condenada, cualespectador, a ver pasar por el lado el vagn de la historia. Una desazn que dar luego sustento a una particularobsesin por hacer bien las cosas, cuando esta misma generacin otrora revolucionaria se encuentre con unasegunda oportunidad para volver al sitial divino del poder.

    La historia objetiva de las intrigas de la nueva democracia ha sido ya abundantemente documentada 29.Entorno a ella, constituyndola y reafirmndola, la elite poltica dio lugar a una prctica discursiva que despleg entoda su complejidad la nueva identidad reconstruida tras el golpe de 1973. As, no slo cualquier referencia a lanocin de lucha de clases desapareci ntegramente del registro discursivo de la nueva elite democrtica. Masan, cualquier alusin argumentativa que otorgase un valor positivo a los conflictos sociales al interior de unademocracia, sera estigmatizada como irresponsable, -condenada tras la gida de la aversin al conflicto y laexclusin de caminos propios.

    Si bien la aversin identitaria al conflicto encontr retroalimentacin en la tesis politolgica de los enclavesautoritarios, la que demandaba la construccin de consensos para lograr las mayoras que contrapesaran lasrestricciones de la democracia, la elite poltica requiri an una fantasa mayor que justificara su aquiescencia.Dos han sido los artefactos discursivos centrales desplegados por la elite poltica a lo largo de los diecisiete aosde democracia en pos de dicho objetivo. El primero, refiere a la tesis de los dos miedos que se anulan, i.e., elmiedo a Pinochet y a su irrupcin autoritaria y el miedo contrario del caos, el desorden, la hiperinflacin 30.Dosmiedos que lejos de asentarse exclusivamente en realidades factuales31,se sustentaron primordialmente en lo queconstituye el componente central de la identidad poltica de la nueva elite gobernante: el miedo a s misma, a lo

    27La principal intervencin es la efectuada por Edgardo Boeninger en un artculo de la Revista de Estudios Pblicos, vase Boeninger(1986)28Recurdese que Jaime Castillo V, alguna vez afirm que desde el punto de vista de las ideas Demcrata Cristianas, la ruta nocapitalista al desarrollo es una consecuencia natural y lgica, vase Castillo V. (1973), p. 255.29 Vase por ejemplo Cavallo (1998)30en los dos primeros aos del gobierno, se pudo hacer yo creo por dos miedos eh: que se enfrentaban. De una parte eh::el miedo de lasfuerzas que haban apoyado a Pinochet de que pudieran, por decirlo as, perder mucho ms si no eran capaces de conceder algo. Y por otraparte, por el lado de las fuerzas democrticas, la necesidad de que esto fuera logrado a travs de un consenso y no a travs de unenfrentamiento, tomando en cuenta que este proceso haba sido un proceso de transicin parcial.. Ernesto Ottone, entrevista con el autor,Santiago, 22.06.05.31Casi todos los entrevistados a excepcin de Genaro Arriagada, excluyen de plano que existiera un riesgo real de un nuevo golpedurante el gobierno de Aylwin.

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    que fueron y reniegan volver a ser. En este sentido, Pinochet, en cuanto ogro irascible, y la hiperinflacin, encuanto amenaza expectante, en verdad vienen slo a representar figuras fantasmagorales, que aunque actuales,slo objetivan un trauma anterior32.

    El miedo de los primeros aos de la democracia dio paso al entusiasmo y al exitismo en su etapa madura 33.Peropara ello, la nueva elite democrtica tuvo que hacer una concepcin mayor. Tuvo que asumir los recursosdiscursivos de la economa clsica en su versin neo, esto es, tuvo que hablar de economa como nunca lo haba

    hecho, desgajada de sus componentes estructurales, sociales y culturales. En definitiva tuvo que angostar sunocin de desarrollo34. Se trata de una renuncia que a diferencia de la relativa a la lucha de clases (en dondebast una pura negacin) supuso un fuerte componente de racionalizacin que hiciera auto-evidente que el xitose puede y debe medir slo econmicamente. En esta empresa la elite, aunque ha resultado exitosa, no ha podidoevitar los dobles discursos, las contradicciones internas, aquellas que se derivan de un permanentedesbordamiento del discurso neoclsico, -el que resulta estrecho para una generacin acostumbrada a las grandesexplicaciones estructurales35.

    En auxilio de este rebalse, la otrora elite revolucionaria encuentra auxilio en una nueva generacin subalterna demarcado carcter tecnocrtico, la que demuestra pericia en construir frmulas y modelos que ayudan a mantenerla fantasa del xito y el entusiasmo, sobretodo en temas como la desigualdad, -fenmeno que ha mostrado unaalta resistencia a ser disciplinada por los discursos neoclsicos.

    Finalmente cabe sealar que el estado actual de estos aparatos discursivos aunque muestra algunas grietas,fundamentalmente en la fantasa del xito que domina la etapa madura de la democracia36,en ningn caso parecehaber mellado el ncleo central de sustentacin subjetiva que asienta el consenso de la generacin polticareconstituida tras el golpe: el temor a su historia de agitacin y lucha de clases. Un temor que aunquepermanentemente reinscrito en nuevas prcticas discursivas, permanece, debido a los dficit propios de unneoliberalismo humanizado, en una latencia explosiva. Un volcn, que aunque siempre despierto, parececondenado slo a arrojar fumarolas, bajo la certeza que cualquier erupcin mayor cualquier alusin decidida alviejo discurso de lucha de clases- significara tambin su propia extincin. Una condicin traumtica que marcala especificidad del consenso de la nueva elite democrtica sobre el modelo chileno post-Pinochet.

    Conclusiones

    Dos interrogantes cabe finalmente explorar a manera de conclusin, la cuestin de la perdurabilidad delconsenso y la pregunta sobre la conveniencia del tipo de consenso ofrecido por la nueva elite poltica en torno almodelo chileno.

    32La nocin de trauma aqu utilizada alude a un evento de tal violencia y de efectos inesperados que ocasiona una corriente deexcitacin suficientemente fuerte para bloquear algunas reas del universo simblico de los individuos, excluyendo arbitrariamenteposibilidades de significacin que en un estado no-traumtico apareceran evidentemente consideradas dentro del universo de opciones deaccin disponibles, vase Kirmayer et al (2007)33la apuesta de que democracia y crecimiento econmico podan convivir, (0.2) sobre la base de estabilidad poltica, result tan exitosaque a la altura del 95 no haba duda alguna, estbamos en el desempeo econmico ms exitoso de nuestra historia.. Enrique Correa,

    entrevista con el autor, Santiago, 08.06.05.34Porque al principio uno pensaba que esta cosa puramente comercial nos iba a conducir a ser exportadores de comodities, y punto,me entiende?, de bienes poco elaborados. Pero si yo miro la cosa desde el punto de vista de hoy, yo dira que...no ha sido tan, tanverdadero, porque nosotros, claro en la fruta, la fruta es una cosa absolutamente tradicional, pero, pero nosotros exportamos mucho valoragregado, me entiende? Genaro Arriagada, entrevista con el autor, Santiago, 16.06.05.35Ottone por ejemplo primero declara ...en Chile protestamos mucho pero sin nos comparamos con los otros pases ah? Chile es un pasque le va bien y a regln seguido anuncia: Yo estoy de acuerdo en que hay encadenamientos que ahora son muy poco virtuosos....entrminos de condiciones de vida, de condiciones de produccin e incluso de productividad, ah?. Yo creo que eh::Chile no puede seguirfuncionando as, y por lo tanto tiene que producirse encadenamientos ms virtuosos hacia abajo Ernesto Ottone, entrevista con el autor,Santiago, 22.06.05.36La aparicin de los auto-flagelantes en la postrimera del gobierno de Eduardo Frei R. T. y ms recientemente de los dscolosdurante el gobierno de Bachelet pueden considerarse como la expresin ms visible de dichas grietas.

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    Interrogado acerca de cul es la solidez del consenso sobre el modelo chileno, Enrique Correa no duda uninstante en responder: es muy slida, es muy slida, muy slida, yo estoy convencido de eso hemos hechouna obra duradera de la que estamos orgullosos37.Sin embargo, y a contrapelo de la opinin de la elite poltica,conviene reproblematizar el nivel de perdurabilidad que tendra un consenso traumtico como el acexplicitado. La respuesta tiene a lo menos dos consideraciones centrales. Primero, el consenso de la nueva elitepoltica sobre el modelo Chileno es bsicamente generacional. Est basado en las condiciones especficas que

    afectaron su reconstruccin identitaria de discurso poltico. En tal sentido cabra esperar que su perdurabilidadtuviera plazo fijo, slo a la espera de la prxima generacin, aquella nacida y crecida liberada de los traumas yexclusiones que son evidentes en la actual. Sin embargo, cabe sealar que la nueva elite poltica ha mostrado-notablemente en su relacin con la generacin tecnocrtica subalterna - que tiene una alta capacidad paratransmitir (y heredar) sus traumas y fantasas. De all, que el carcter generacional del consenso nonecesariamente defina un punto preciso de trmino para su perdurabilidad. Condicin que estara ms biendelimitada por las posibilidades societales que hagan posible y probable la emergencia de una elite msheterognea, menos umbilicalmente dependiente a la actual, algo para nada asegurado en un pas como elnuestro.

    Mas all de la perdurabilidad del consenso, cabe finalmente preguntarse si no conviene (y ha convenido) acasocelebrar la existencia de esta nueva elite que aunque subjetivamente traumatizada, ha practicado una actitud

    conciliatoria que en definitiva en los hechos- ha contribuido al consenso y la gobernabilidad del pas? Larespuesta depende del valor que se le otorgue a la conciliacin y al cambio, incluido sus versiones ms radicaleso revolucionarias, en la organizacin de una comunidad poltica. Una valoracin que aunque a menudo efectuadanormativamente - que para estos efectos significa ideolgicamente- no puede sino resolverse de cara a lasconcretas condiciones de equilibrio o disrupciones sociales, econmicas, polticas y culturales presentes en unasociedad determinada. Dilemas stos, que aunque en algn grado domesticables a partir de una prcticadiscursiva excluyente, parecen siempre prestos a formar grietas y hendiduras que hagan posible su fuga, cuandosus magnitudes son considerables. En tal condicin, que no es otra que la impuesta como teln de fondo de unescenario neoliberal como en el que vivimos, mas vale tener elites abiertas, dispuestas a mirar de frente a lasluchas de clases -entendida en un sentido iekiano- que se expresan cotidianamente en una sociedad como lanuestra. Mas an, una elite traumticamente entusiasmada, que no esconde su miedo a las masas, corre el altoriesgo de terminar arrasada y con ella el pas que conduce- por el devenir de la historia, la misma historia que

    un da, en la condena del anonimato, se prometi volver abrazar a cualquier costo, a fin de no dejar nunca ms deser Dioses.

    37 Enrique Correa, entrevista con el autor, Santiago, 08.06.05.

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