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EL CAMINO HACIA LA GLORIA EL HOMBRE A la imagen de Dios Nos diferenciamos de todas las demás cria- turas vivientes que nos rodean en la tierra en que estamos, de forma más o menos cons- ciente, bajo la acción de Dios. Éste es el carácter distintivo del hombre. El Dios creador de todas las cosas lo ha hecho a su imagen. No se limitó a darle la existencia por medio de su palabra todopoderosa, sino que lo formó y sopló en él “aliento de vida”. De él hizo un ser privilegiado que mantenía relación con él, y le dio señorío sobre todas las otras criaturas. La chispa de vida fue puesta en nosotros por el soplo de Dios de manera que no se pue- de apagar. “Y fue el hombre un ser viviente” (Génesis 2:7). Si bien nuestro cuerpo debe 1 © Ediciones Bíblicas – 1166 Perroy

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EL CAMINOHACIA LA GLORIA

EL HOMBRE

A la imagen de Dios

Nos diferenciamos de todas las demás cria-turas vivientes que nos rodean en la tierra enque estamos, de forma más o menos cons-ciente, bajo la acción de Dios. Éste es elcarácter distintivo del hombre. El Dios creadorde todas las cosas lo ha hecho a su imagen.No se limitó a darle la existencia por medio desu palabra todopoderosa, sino que lo formó ysopló en él “aliento de vida”. De él hizo un serprivilegiado que mantenía relación con él, y ledio señorío sobre todas las otras criaturas.La chispa de vida fue puesta en nosotros

por el soplo de Dios de manera que no se pue-de apagar. “Y fue el hombre un ser viviente”(Génesis 2:7). Si bien nuestro cuerpo debe

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© Ediciones Bíblicas –1166 Perroy

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volver al polvo, nuestra alma, la parte inmate-rial de nuestro ser, es indestructible. Lo quenos pone por encima del mundo animal no essolamente nuestra inteligencia y nuestro len-guaje, sino también ese sentimiento de unasupervivencia más allá de la muerte y la aspi-ración hacia la deidad que se encuentran entodos los pueblos.Dios, quien tenía eternos pensamientos de

gracia hacia el hombre, desde siempre quisorevelarse a él, y lo hizo de múltiples y diversasmaneras: conversó directamente con él en losprimeros tiempos de la humanidad; le dio enlas cosas creadas un testimonio constante quele permitiera discernir, por medio de la inteli-gencia, Su potestad eterna y Su divinidad; porúltimo, hizo consignar por escrito, mediantesantos hombres conducidos por el EspírituSanto, sus declaraciones sucesivas; y ahora lacompilación completa de esas comunicacio-nes, que constituye la Santa Biblia, es la fuen-te segura de la cual podemos beber paraconocer el pensamiento de Dios. La Bibliaentera, y la Biblia únicamente, tiene paranosotros la autoridad indiscutible de la PALA-BRA DE DIOS. Tan sólo a ella tenemos querecurrir para ser enseñados sobre nuestrasrelaciones con Dios.2

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La caída, la muerte, el juicio

La criatura sólo puede estar en una rela-ción de dependencia respecto a su creador.La Biblia nos dice que al primer hombre Diossólo le prohibió una cosa. Puesto en Edén, unjardín de delicias, Adán disponía librementede todo, salvo del fruto del árbol del conoci-miento del bien y del mal, del cual no debíacomer bajo pena de muerte. Pero, cedió a lassugerencias de Satanás, infringió la prohibi-ción, y así introdujo el pecado en el mundo(Génesis 3).Esta desobediencia era un desprecio por la

palabra de Dios, un desafío a su autoridad.Dios no pudo menos que poner en ejecuciónsu justa sentencia. Con el pecado, la muer-te –que es su salario– entraba en el mundo, ydespués de Adán pasó a todos sus descen-dientes, “por cuanto todos pecaron” (Romanos5:12). En todo hombre hay una profunda ten-dencia a obrar contrariamente a la voluntad deDios; eso es «el pecado», oculta fuente detodos «los pecados»: hechos, palabras, senti-mientos que infringen la voluntad divina.El hombre debe dar cuenta a Dios de toda

su conducta (Romanos 14:12). La nueva facul-tad, adquirida por la desobediencia, ha hecho

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de él un ser responsable que sabe discernir elbien y el mal, pero incapaz de practicar el bieny de abstenerse del mal. Su propia naturaleza,heredada de Adán, a la que la Biblia llama “lacarne”, no puede someterse a la ley de Dios(Romanos 8:7).No obstante, la muerte, a la cual el hombre

es sometido justamente, debido a su condiciónde pecador, no es el definitivo arreglo de cuen-tas. “Está establecido para los hombres quemueran una sola vez, y después de esto el jui-cio”, declara solemnemente la Palabra de Dios(Hebreos 9:27).Morir en sus pecados (Juan 8:24), compa-

recer en juicio ante Dios, cargado de suspecados, ¡qué terrible perspectiva! Es lo queda a la muerte su carácter tan temible y lahace el “rey de los espantos” (Job 18:14). Elhombre, sobrecogido de terror, trata de per-suadirse de que no hay Dios, de que despuésde la muerte no hay más que la nada; y Sata-nás, siempre engañador, hace que la pobrecriatura se aferre a sus pensamientos deincredulidad.Pero las negaciones del hombre no disminu-

yen en nada la verdad de Dios. Y la Biblia des-cribe de antemano la escena de ese juicio: “Viun gran trono blanco y al que estaba sentado4

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en él, de delante del cual huyeron la tierra y elcielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Yvi a los muertos, grandes y pequeños, de pieante Dios; y los libros fueron abiertos, y otrolibro fue abierto, el cual es el libro de la vida; yfueron juzgados los muertos por las cosas queestaban escritas en los libros, según susobras. Y el mar entregó los muertos que habíaen él; y la muerte y el Hades entregaron losmuertos que había en ellos; y fueron juzgadoscada uno según sus obras. Y la muerte y elHades fueron lanzados al lago de fuego. Éstaes la muerte segunda. Y el que no se halló ins-crito en el libro de la vida fue lanzado al lagode fuego” (Apocalipsis 20:11-15).¿Se encamina usted hacia ese terrible

desenlace, querido lector? ¿No hay ningúnmedio para escapar de él? ¿No es cuestión deun libro de vida? ¿Quién puede tener su nom-bre escrito en ese registro de salvación?Seguramente sólo aquellos que por ningúnpecado tienen que responder. Pero la Bibliadeclara inexorablemente: “No hay justo, ni aununo”; “no hay diferencia, por cuanto todospecaron” (Romanos 3:10, 22-23).Y el testimonio de nuestra conciencia vie-

ne a hacer eco a las declaraciones divinas.Sin embargo, tratamos de minimizar nuestras

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faltas, de encontrarles excusas, de establecerun paralelo a nuestro favor con otros más cul-pables que nosotros. Es en vano, ya que notenemos que habérnosla con un juicio huma-no, sino con la justicia absoluta de Dios. Esta-mos infinitamente lejos de poder responder aella; estamos, pues, perdidos, sin recurso ennosotros mismos; no merecemos más que unaeternidad de infortunio lejos de Dios.

LA VÍCTIMA EXPIATORIA

El Cordero de Dios

Pero este libro de vida, en el cual haría faltaestar inscrito para escapar a la condenación,en otro pasaje del Apocalipsis (13:8) lleva estenombre significativo: “El libro de la vida delCordero que fue inmolado”. El que detenta ellibro de la vida es el Cordero de Dios que fueinmolado y pasó por la muerte como víctimasanta por nosotros, para pagar el salario denuestro pecado; Cristo “se presentó”, nos esdicho, “por el sacrificio de sí mismo para quitarde en medio el pecado” (Hebreos 9:26).Dios, quien es santo, no puede pasar por

encima del pecado sin castigarlo: “De ningún6

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modo tendrá por inocente al malvado”. Peroese mismo Dios es el Dios de amor, “miseri-cordioso y piadoso” (Éxodo 34:7, 6), el que“halló redención” (Job 33:24), es decir, unmedio para ser propicio al pecador sin dejar deejecutar el juicio sobre el pecado de éste.¿Dónde lo encontró? No, por cierto, entre loshombres, ya que “ninguno de ellos podrá enmanera alguna redimir al hermano, ni dar aDios su rescate” (Salmo 49:7). No hay ningúnrecurso en esos seres, todos pecadores, quetienen que responder individualmente por unaterrible culpabilidad.Entonces ese Dios que es amor “envió a su

Hijo unigénito al mundo… en propiciación pornuestros pecados” (1 Juan 4:8-10). ¡Qué amorincomprensible, qué gracia insondable! Elamado Hijo del Padre, el objeto de sus eternasdelicias, era el Cordero, la ofrenda por el peca-do, “sin mancha y sin contaminación, ya desti-nado desde antes de la fundación del mundo”(1 Pedro 1:19). Desde la eternidad era elrecurso de Dios para solucionar la miseria delhombre. En el momento conveniente Dios loenvió; y él mismo, plenamente de acuerdo conel Padre, se presentó diciendo: “He aquí quevengo, oh Dios, para hacer tu voluntad”(Hebreos 10:9).

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Éste era en el principio con Dios. Él mismoera Dios, Creador y Sostén de los mundos(Juan 1:1-3; Hebreos 1:2-3; Colosenses 1:16-17); y en su persona “Dios fue manifestado encarne” (1 Timoteo 3:16). “Se despojó a sí mis-mo, tomando forma de siervo, hecho semejan-te a los hombres” (Filipenses 2:7).Entró en este mundo como entran los hom-

bres, naciendo como un niño, pero desde antesde su nacimiento fue proclamado Hijo de Dios yfue anunciado al mismo tiempo como Salvadormediante su nombre, ya que “Jesús” significa“Jehová salvador” (Lucas 1:31-32, 35; Mateo1:21). El Hijo de Dios, que vino para salvar,vivió una vida de hombre, siendo inmutable-mente Dios al mismo tiempo que verdadera-mente hombre. Es el misterio insondable de laencarnación, pues “nadie conoce al Hijo, sinoel Padre” (Mateo 11:27; Lucas 10:22).En Jesús había por fin un hombre perfecto

en la tierra, sin pecado, quien sólo vivía paracumplir la voluntad de Dios y glorificarlo. Diospudo proclamar dos veces: “Éste es mi Hijoamado, en quien tengo complacencia” (Mateo3:17; 17:5). Pero esta vida de perfecciónsegún el poder del Espíritu Santo no era sufi-ciente para dar a los hombres la salvación. Alcontrario, su santidad ponía en evidencia la8

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impiedad de ellos. Jesús era “la luz verdade-ra”, aquella “que alumbra a todo hombre veníaa este mundo” (Juan 1:9). “Y los hombresamaron más las tinieblas que la luz, porquesus obras eran malas” (Juan 3:19). Al mismotiempo, Jesús era la manifestación del amorde Dios, y los hombres respondieron a esteamor con el odio. Rechazaron al enviado deDios. Jesús podía decir al término de su carre-ra: “Han visto y han aborrecido a mí y a miPadre” (Juan 15:24).Este odio hasta los llevó a clavar en una

cruz, para hacerlo morir, al santo Hijo de Dios.Colmaron así su iniquidad y echaron sobre síla más terrible culpabilidad cuando gritaron:“Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nues-tros hijos” (Mateo 27:25). ¿Qué esperanzahabía todavía para el hombre? Seguramenteninguna. Y precisamente en esta situaciónextrema brilla de la manera más resplande-ciente la gracia infinita de Dios y su amor por elpecador.

El sacrificio de la cruz

Si bien el amado Hijo del Padre vino comohombre a este mundo, no fue solamente parallevar una vida perfecta, toda ella para gloria

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de Dios, sino para cumplir por medio de sumuerte la obra de nuestra salvación. Ningúnhombre podía pagar el rescate por otros,estando él mismo ya condenado. Sólo Jesúspodía pagarlo, y vino para hacerlo. “El Hijo delHombre” –decía, designándose a sí mismocon ese título– “no vino para ser servido, sinopara servir, y para dar su vida en rescate pormuchos” (Mateo 20:28; Marcos 10:45).Él, sin pecado, podía morir por los demás,

pagar por el pecado de ellos. Él participó decarne y sangre, es decir, asumió nuestrahumanidad con el fin de lograr, por medio desu muerte, nuestra liberación (Hebreos 2:14).“Mas para esto he llegado a esta hora”, dijotambién en Juan 12:27.Los hombres le dieron muerte, y a este res-

pecto, la culpabilidad de ellos es total. Perosólo pudieron hacerlo porque él mismo seentregó y se dejó crucificar por ellos. “Yo pon-go mi vida… Nadie me la quita, sino que yo demí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla,y tengo poder para volverla a tomar” (Juan10:17-18). Puso “su vida en expiación por elpecado” (Isaías 53:10). Era la víctima volunta-ria que se cargaba a sí misma con nuestrasfaltas; y “Jehová cargó en él el pecado detodos nosotros” (Isaías 53:6). La justicia de10

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Dios exigía que Jesús padeciese el castigodebido a estos pecados que había cargadosobre sí. Y ése es el aspecto supremo delsacrificio de la cruz.Jesús primeramente padeció los dolores del

terrible suplicio al cual lo sometieron los hom-bres, al mismo tiempo que su corazón fue que-brantado por el oprobio. Pero infinitamentemás terribles todavía fueron los sufrimientosde la expiación, los sufrimientos que le fueroninfligidos por Dios mismo a causa de nuestrospecados.

La expiación

Durante tres horas las tinieblas envolvieronla tierra y, en el aislamiento de esta obscuri-dad, el Salvador padeció todo lo que merecíanlos pecados de los cuales voluntariamente sehabía hecho cargo. “Porque me han rodeadomales sin número; me han alcanzado mis mal-dades, y no puedo levantar la vista. Se hanaumentado más que los cabellos de mi cabe-za, y mi corazón me falla”, dice proféticamente(Salmo 40:12).Él, el Santo, el Justo, “por nosotros lo hizo

pecado” (2 Corintios 5:21). Aquel que comohombre había vivido en continua comunión

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con su Dios, fue abandonado. Su infinito cora-zón padeció en esas tres horas lo que debióser nuestro eterno castigo. Hacia el final delas horas de tinieblas resonó su clamor deangustia: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué mehas desamparado?” (Mateo 27:46; Marcos15:34).¿Por qué? Para que seres enteramente cul-

pables, salvados por gracia, pudiesen serlibrados del desamparo, es decir, de la eternaseparación de Dios, la cual debía haber sido lajusta parte de ellos.

La obra cumplida

El juicio estaba ejecutado. Aquel que habíatomado nuestro lugar bajo el juicio expió lasfaltas de las cuales voluntariamente se hizocargo. Pudo proclamar: “Consumado es”(Juan 19:30). Entraba en la muerte para pagarenteramente lo que merecía el pecado. Peroentraba como vencedor, pues del cuerpo deCristo muerto salieron sangre y agua cuandola lanza de un soldado romano le abrió el cos-tado (Juan 19:34). Era la garantía de una obraperfecta: el agua, emblema de la purificación,anunciaba que los pecados de ahí en adelantepodrían ser quitados; la sangre, signo de la12

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expiación cumplida, daba fe de que las exi-gencias de la justicia de Dios estaban satisfe-chas.A la mañana del tercer día, Dios dio testi-

monio de la plena suficiencia del sacrificio desu Hijo, resucitándolo de entre los muertos.Jesús mismo se presentó vivo a sus discípu-los, dándoles durante cuarenta días las prue-bas seguras de su resurrección (Hechos 1:3).Y los testimonios irrefutables de ese hechoesencial abundan (1 Corintios 15:3-8).Desde entonces Dios puede obrar en gra-

cia. Al pecador perdido le ofrece la salvacióngratuita por la cual Jesús pagó en la cruz. Alhombre enemigo le anuncia el mensaje depaz: “Reconciliaos con Dios” (2 Corintios5:20). “Porque Cristo… murió por los impíos…Siendo aún pecadores, Cristo murió por noso-tros”. Así es como “Dios muestra su amor paracon nosotros” (Romanos 5:6, 8).¿Se puede despreciar tal amor? El amor de

Dios, quien, para salvar a seres miserablescomo nosotros, sometió a su unigénito Hijo aljuicio y a la muerte ¿nos dejará indiferentes?“¿Cómo escaparemos nosotros, si descuida-mos una salvación tan grande?” (Hebreos2:3).

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LA SALVACIÓN POR LA FE

La gracia ofrecida

¿A quién le es ofrecida esta gracia? Alpecador perdido. Si lo es al pecador perdido,lo es a todos, puesto que todos somos peca-dores. “Los que están sanos no tienen necesi-dad de médico, sino los enfermos. No hevenido a llamar a justos, sino a pecadores alarrepentimiento”, dijo Jesús (Lucas 5:31-32).Si usted no está convencido de su culpabili-dad ante Dios, si no está horrorizado ante laperspectiva del juicio por venir, está recha-zando ese mensaje como si no le fuese dirigi-do.Quizá piensa usted que no tiene ninguna

necesidad. No podemos más que advertirle deforma apremiante que su camino de propiajusticia le conduce a la perdición. Póngase,pues, a la luz de Dios y véase tal como es.Cambie de dirección, arrepiéntase mientrasaún hay tiempo.Pero si usted acepta el veredicto de Dios en

el sentido de que está usted muerto en susdelitos y pecados (Efesios 2:1), apartado de lafuente de vida, entonces escuche también suproclamación de gracia.14

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La fe que recibe el don de Dios

«¿Y qué debo hacer –preguntará usted–para obtener su perdón?» ¿Qué hacer? Nada.No podemos hacer nada; sólo tenemos quecreer. La gracia es un don libre que no requie-re nada a cambio (Romanos 4:3-5). «Hacer»es el vocablo del hombre orgulloso, quien noquiere convenir en que su incapacidad es totaly querría añadir algo de él mismo a la obraperfecta de Dios. «Creer» es, por el contrario,el vocablo de Dios, quien repite incansable-mente: «¡Cree! ¡Cree solamente!».– “Cree en el Señor Jesucristo, y serás sal-vo” (Hechos 16:31).

– “Si confesares con tu boca que Jesús esel Señor, y creyeres en tu corazón queDios le levantó de los muertos, serás sal-vo. Porque con el corazón se cree parajusticia, pero con la boca se confiesapara salvación” (Romanos 10:9-10).

– “El que cree en el Hijo tiene vida eterna”(Juan 3:36).

– “Por medio de él (Jesús) se os anunciaperdón de pecados, y que de todo aque-llo de que por la ley de Moisés no pudis-teis ser justificados, en él es justificadotodo aquel que cree” (Hechos 13:38-39).

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– “Concluimos, pues, que el hombre es jus-tificado por fe sin las obras de la ley”(Romanos 3:28).

– “Sabiendo que el hombre no es justificadopor las obras de la ley, sino por la fe deJesucristo, nosotros también hemos cre-ído en Jesucristo, para ser justificadospor la fe de Cristo y no por las obras de laley, por cuanto por las obras de la leynadie será justificado” (Gálatas 2:16).

– “Porque por gracia sois salvos por mediode la fe; y esto no (proviene) de vosotros,pues es don de Dios; no por obras, paraque nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).

– “Justificados, pues, por la fe, tenemos pazpara con Dios por medio de nuestroSeñor Jesucristo” (Romanos 5:1).

Jesús mismo afirma:– “De cierto, de cierto os digo: El que oye mipalabra, y cree al que me envió, tiene vidaeterna; y no vendrá a condenación, masha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24).

– “De cierto, de cierto os digo: El que creeen mí, tiene vida eterna” (Juan 6:47).

– “Y esta es la voluntad del que me haenviado: Que todo aquel que ve al Hijo, ycree en él, tenga vida eterna” (Juan 6:40).

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Tal es la simplicidad del Evangelio, el quees “poder de Dios para salvación a todo aquelque cree” (Romanos 1:16).¿Tiene usted todavía algunas dudas? Escu-

che la conclusión que el apóstol Juan da a suevangelio: “Pero éstas” –todas las cosas queJesús ha hecho y dicho– “se han escrito paraque creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo deDios, y para que creyendo, tengáis vida en sunombre” (Juan 20:31); y aquella que da a suepístola: “Estas cosas os he escrito a vosotrosque creéis en el nombre del Hijo de Dios, paraque sepáis que tenéis vida eterna” (1 Juan5:13).Evidentemente, creer en Jesús, creer “en

su Nombre”, no es solamente tener por verda-dero que vivió en la tierra, que murió en lacruz, y admitir el pensamiento general de queello fue para salvación del mundo; es poner enél toda su confianza; es apropiarse para símismo lo que él es y lo que hizo; es aplicar asu propia condición de pecador perdido elvalor de Su sacrificio, la virtud de su sangrevertida.¿Qué precio tienen, para el alma sedienta

de perdón, las declaraciones tan claras de laPalabra respecto a la eficacia de la sangre deCristo?

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– “La sangre de Jesucristo su Hijo nos lim-pia de todo pecado” (1 Juan 1:7).

– En Jesucristo, el Amado, “tenemosredención por su sangre, el perdón depecados según las riquezas de su gra-cia” (Efesios 1:7).

– “Fuisteis rescatados… con la sangre pre-ciosa de Cristo” (1 Pedro 1:18-19).

– “La sangre de Cristo, el cual mediante elEspíritu eterno se ofreció a sí mismo sinmancha a Dios, limpiará vuestras con-ciencias de obras muertas” (Hebreos9:14).

La sangre vertida es la vida quitada, es lamuerte. La virtud de la sangre de Cristo, la efi-cacia de su muerte es ésta: por su sangresomos purificados de todo pecado, justifica-dos, redimidos. Es la parte segura de todosaquellos que creen; “siendo justificados gratui-tamente por su gracia, mediante la redenciónque es en Cristo Jesús, a quien Dios pusocomo propiciación por medio de la fe en susangre” (Romanos 3:24-25).Ojalá pueda usted unir de todo corazón su

voz al himno de todos los redimidos: “Al quenos amó, y nos lavó de nuestros pecados consu sangre… a él sea gloria e imperio por lossiglos de los siglos” (Apocalipsis 1:5-6).18

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LA VIDA ETERNA

Una vida nueva

La fe en el Señor Jesús, “el cual fue entre-gado por nuestras transgresiones, y resucita-do para nuestra justificación” (Romanos 4:25),nos asegura no solamente que estamos alabrigo del juicio, que no pereceremos, sinotambién que desde ahora tenemos la vidaeterna. Jesús dijo: “Es necesario que el Hijodel Hombre sea levantado, para que todoaquel que en él cree, no se pierda, mas tengavida eterna. Porque de tal manera amó Dios almundo, que ha dado a su Hijo unigénito, paraque todo aquel que en él cree, no se pierda,mas tenga vida eterna” (Juan 3:14-16). El cre-yente nace a una nueva vida. La vida eternaque recibe no es solamente una existencia sinfin, sino también la vida divina en él, y eso des-de su conversión. Nicodemo, un jefe de losjudíos a quien Jesús hizo las declaracionesque acabamos de citar, reconocía en él a unmaestro venido de Dios. Pero esta afirmación,en aquel momento, no provenía todavía deuna verdadera fe. Más bien, Nicodemo sebasaba en su propio juicio. Por eso Jesús ledice: “De cierto, de cierto te digo, que el que no

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naciere de agua y del Espíritu, no puede entraren el reino de Dios… Os es necesario nacerde nuevo” (Juan 3:2-3, 5, 7).

Nacido de nuevo

En efecto, Dios no se contenta con borrarlos pecados cometidos por nuestra vieja natu-raleza –a la que su Palabra llama “la carne”, yque no puede producir otra cosa que el mal–sino que nos da otra vida, otra naturaleza. Hayun nuevo nacimiento operado por la Palabra–simbolizada por el agua– y por el EspírituSanto. La Palabra de Dios, aplicada al almapor el Espíritu de Dios, despierta nuestra con-ciencia, suscita en nosotros la fe, nos lleva alarrepentimiento, nos hace pasar de la muertea la vida, crea en nosotros un nuevo ser:“Siendo renacidos, no de simiente corruptible,sino de incorruptible, por la palabra de Diosque vive y permanece para siempre” (1 Pedro1:23). “Si alguno está en Cristo, nueva criaturaes; las cosas viejas pasaron; he aquí todasson hechas nuevas. Y todo esto proviene deDios, quien nos reconcilió consigo mismo porCristo” (2 Corintios 5:17-18; Gálatas 6:15).Aquel en quien Dios obró así para salvación

tiene desde entonces otros pensamientos,20

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otras aspiraciones, otro objeto para su afecto:el Salvador, quien sufrió y murió por él. Comolo afirmaba Jesús a Nicodemo, este nacimien-to nuevo es una necesidad absoluta. El cam-bio producido en aquel que nació de nuevomanifiesta la realidad de su fe en Cristo.

EL FAVOR DE DIOS

Justificado, hijo muy amado

El creyente, lavado de sus pecados, nacidode nuevo, se encuentra a partir de entoncesen una posición muy segura. Es liberado de laculpabilidad que pesaba sobre él, pero, másaún, es justificado positivamente, declaradojusto. Por la fe ve en Dios a un Dios Salvadorque, al resucitar a Jesucristo de entre losmuertos, dio prueba de que la expiación cum-plida en la cruz satisfizo plenamente las exi-gencias de su santidad. Esta fe del creyente lees contada “por justicia”, ella lo hace “justo”ante Dios (Romanos 4:22-25). Dios nos identi-fica con su Hijo: “Al que no conoció pecado”(Cristo), “por nosotros lo hizo pecado, paraque nosotros fuésemos hechos justicia deDios en él” (2 Corintios 5:21). El propio Cristoes nuestra justicia: “Cristo Jesús, el cual nos

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ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación,santificación y redención” (1 Corintios 1:30).“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz

para con Dios por medio de nuestro SeñorJesucristo” (Romanos 5:1), una paz seguraque Dios nos otorga con justicia. Mejor toda-vía, por Cristo “también tenemos entrada porla fe a esta gracia en la cual estamos firmes”(Romanos 5:2). Por la sangre de Cristo hemossido hechos cercanos a Dios (Efesios 2:13), yhasta colocados en la más estrecha proximi-dad: Dios nos ha “predestinado para ser adop-tados hijos suyos por medio de Jesucristo,según el puro afecto de su voluntad, para ala-banza de la gloria de su gracia, con la cual noshizo aceptos en el Amado” (Efesios 1:5-7).Nos ha adoptado como hijos suyos. “Nos hizonacer por la palabra de verdad” (Santiago1:18). Somos nacidos de él: “Todo aquel quecree que Jesús es el Cristo, es nacido deDios” (1 Juan 5:1). Cristo vino a su puebloIsrael, pero no fue recibido; “mas a todos losque le recibieron, a los que creen en su nom-bre, les dio potestad de ser hechos hijos deDios; los cuales no son engendrados de san-gre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad devarón, sino de Dios” (Juan 1:12-13). “Puestodos sois hijos de Dios por la fe en Cristo22

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Jesús” (Gálatas 3:26). “Mirad cuál amor nosha dado el Padre, para que seamos llamadoshijos de Dios… Amados, ahora somos hijos deDios” (1 Juan 3:1-2).“Y si hijos, también herederos; herederos

de Dios y coherederos con Cristo” (Romanos8:17). Jesús “el Autor” de nuestra salvación,por quien hemos sido santificados y llevadoscomo hijos a la gloria, no se avergüenza de lla-marnos “hermanos” (Hebreos 2:10-11). Su pri-mer mensaje para sus discípulos después desu resurrección es formal: “Subo a mi Padre ya vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”(Juan 20:17).

EL ESPÍRITU SANTO EN ELCREYENTE

El Espíritu de adopción

Esta gloriosa posición de hijo de Dios tienecomo consecuencia la recepción del EspírituSanto: “Por cuanto sois hijos, Dios envió avuestros corazones el Espíritu de su Hijo”(Gálatas 4:6). El Espíritu de Dios, quien habitaen nosotros, nos hace entrar en la plena liber-tad de esta relación filial: “Habéis recibido elespíritu de adopción, por el cual clamamos:

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¡Abba, Padre!” (Romanos 8:15; Abba, palabraaramea no traducida: forma cariñosa de lapalabra padre, como «papá»).

El vínculo

El Espíritu une a los creyentes en un solocuerpo con Cristo (1 Corintios 12:13). Pormedio de Cristo “los unos y los otros tenemosentrada por un mismo Espíritu al Padre” (Efe-sios 2:18). En el Señor somos “juntamente edi-ficados para morada de Dios en el Espíritu”(Efesios 2:22).

La unción

Dios nos ha ungido con el Espíritu comocon un aceite de consagración para servirle,para conocer las cosas profundas de Dios,para recibir y comunicar sus pensamientos(2 Corintios 1:21; 1 Corintios 2:10-15; 1 Juan2:20, 27).

El sello

“Dios… nos ha sellado” (2 Corintios 1:21-22). “Fuisteis sellados con el Espíritu Santo dela promesa”; el Espíritu Santo “con el cual fuis-teis sellados para el día de la redención” (Efe-sios 1:13; 4:30). Dios ha puesto así su Espíritu24

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sobre nosotros como un sello, una marca inde-leble de que procedemos de Él y somos suyospor los siglos.

Las arras

Dios “nos ha dado las arras del Espíritu ennuestros corazones”. “Dios, quien nos ha dadolas arras del Espíritu” (2 Corintios 1:22; 5:5).El Espíritu Santo de la promesa “que es las

arras de nuestra herencia” (Efesios 1:14). ElEspíritu Santo, en nuestros corazones, es a lavez una garantía y un anticipo de nuestrasfuturas bendiciones en la gloria.

La santificación

Esta presencia del Espíritu Santo en el cre-yente impone una separación práctica del mal.¿“Ignoráis que vuestro cuerpo es templo delEspíritu Santo, el cual está en vosotros, el cualtenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porquehabéis sido comprados por precio; glorificad,pues, a Dios en vuestro cuerpo” (1 Corintios6:19-20).

El poder

El que ha sido rescatado por Cristo tienenaturalmente el deseo de vivir para su Señor.

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Desgraciadamente, no tarda en experimentarque en sí no tiene ninguna fuerza para llevaruna vida santa y pura, de manera que el bienque quiere, no lo practica; el mal que no quie-re, lo hace (Romanos 7:19). Hay en él un nue-vo hombre, nacido de Dios, que no peca(1 Juan 5:18); pero subsiste también en él lanaturaleza pecadora, el viejo hombre, “queestá viciado conforme a los deseos engaño-sos” (Efesios 4:22). Debe aprender por mediode la experiencia y de la enseñanza de laPalabra:– que en él, es decir, en su carne, no morael bien;

– que en el viejo hombre (no en el nuevo)mora todavía el pecado;

– que en él no hay ninguna fuerza parareprimir esa vieja naturaleza (Romanos7:14-23).

Y cuando, habiendo experimentado sucompleta incapacidad, es llevado finalmente aimplorar el socorro (Romanos 7:24), aprendeque lo que le era imposible, Dios lo ha hechopor él, pues esa vieja naturaleza que tantohace sufrir al nuevo hombre, y de la cual nopuede deshacerse, Dios le dio muerte en lacruz con Cristo (Romanos 6:5-6; Gálatas26

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2:20). Dios lo dice y el cristiano no tiene másque creerlo. Ya no tiene más que mantener asu viejo “yo” en el lugar que Dios le ha dado,es decir, en la muerte: “Haced morir, pues, loterrenal en vosotros” (Colosenses 3:5).Como no tiene en sí ninguna fuerza para

hacerlo, Dios ha puesto a su disposición unpoder victorioso: el Espíritu Santo que él le hadado y que habita en el creyente: “Si por elEspíritu hacéis morir las obras de la carne,viviréis” (Romanos 8:13). “Andad en el Espíri-tu, y no satisfagáis los deseos de la carne”(Gálatas 5:16). Dios nos libera así del poderdel pecado, después de habernos liberado dela condenación merecida por nuestros peca-dos.

LA INTERCESIÓN DE CRISTO

Por otra parte, en el lugar de gloria dondeentró, nuestro Señor Jesucristo continúa enfavor de los suyos su incansable actividad.“Cristo es el que murió; más aun, el que tam-bién resucitó, el que además está a la diestrade Dios… intercede por nosotros” (Romanos8:34). Ahí cumple la doble función de sumosacerdote y de abogado.

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Cristo, nuestro Sacerdote

“Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdo-te que traspasó los cielos, Jesús el Hijo deDios, retengamos nuestra profesión (la fe queconfesamos). Porque no tenemos un sumosacerdote que no pueda compadecerse denuestras debilidades, sino uno que fue tentadoen todo según nuestra semejanza, pero sinpecado” (Él jamás pecó) (Hebreos 4:14-15).“Puede también salvar perpetuamente a los

que por él se acercan a Dios, viviendo siemprepara interceder por ellos. Porque tal sumosacerdote nos convenía: santo, inocente, sinmancha, apartado de los pecadores, y hechomás sublime que los cielos” (Hebreos 7:25-26).“No entró Cristo en el santuario hecho de

mano, figura del verdadero, sino en el cielomismo para presentarse ahora por nosotrosante Dios” (Hebreos 9:24).Jesús, nuestro sumo sacerdote, se ocupa,

por medio de su potente socorro, en que nues-tra conducta aquí abajo, a pesar de nuestradebilidad, esté en armonía con la perfectaposición que su obra nos consiguió ante Dios.Es la salvación diaria que en nuestro andarencontramos en él.28

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Cristo, nuestro Abogado

“La sangre de Jesucristo su Hijo nos purifi-ca de todo pecado”.“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel

y justo para perdonar nuestros pecados, y lim-piarnos de toda maldad”.“Si alguno hubiere pecado, abogado tene-

mos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Yél es la propiciación por nuestros pecados”(1 Juan 1:7, 9; 2:1-2).De parte de Dios tenemos todos los recur-

sos para vivir separados del mal y andar comoJesús anduvo. Pero si, por negligencia, incurri-mos en alguna falta, si pecamos, nuestracomunión con el Padre y con su Hijo Jesucris-to se ve interrumpida. Permanecemos hijos deDios, pues ese título no puede sernos quitado;pero, como hijos desobedientes, no gozamosmás de la libertad feliz en la cual nos encon-trábamos con Dios. Jesucristo, como un abo-gado, toma entonces nuestra causa entre susmanos: despierta nuestra conciencia pormedio de la Palabra, nos revela nuestro esta-do, nos empuja al arrepentimiento, nos lleva ala confesión de nuestras faltas y vuelve a dar anuestra alma turbada la apacible y bendita feli-cidad de las relaciones filiales con Dios; y todo

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eso en virtud de la obra por la cual nos haconstituido justos de una vez para siempre.Así, nos libera de las consecuencias actualesde nuestros desfallecimientos.

LA SALVACIÓN FINAL

Creyentes, ante nosotros tenemos una últi-ma liberación. De los cielos “esperamos al Sal-vador, al Señor Jesucristo; el cual transformaráel cuerpo de la humillación nuestra, para quesea semejante al cuerpo de la gloria suya, porel poder con el cual puede también sujetar a símismo todas las cosas” (Filipenses 3:20-21).Como lo presentan varios pasajes de las Escri-turas, poseemos, desde ahora, por la fe, la sal-vación de nuestra alma (1 Pedro 1:9); pero enla cruz fue pagado el rescate de todo nuestroser, y esperamos la liberación, la redención denuestro cuerpo (Romanos 8:23-24). Vamos aser llevados lejos de esta tierra de miseria y decombate a las moradas eternas, vestidos decuerpos dignos de esa residencia gloriosa. Enella “no entrará… ninguna cosa inmunda, oque hace abominación y mentira, sino sola-mente los que están inscritos en el libro de lavida del Cordero” (Apocalipsis 21:27). Es la30

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gran salvación final. Seremos liberados inclusode la propia presencia del pecado. Seremossemejantes a nuestro Salvador, y estaremostodos juntos para siempre con él.Ésa es la esperanza del cristiano, su con-

suelo en los días de luto. Cuando los creyen-tes se duermen en Jesús, sus cuerpos vuelvenpor algún tiempo al polvo, pero sus espíritusentran en el reposo junto al Salvador. “Ausen-tes del cuerpo”, están “presentes con el Señor”(2 Corintios 5:8). El apóstol Pablo estimabaque “partir y estar con Cristo… es muchísimomejor” (Filipenses 1:23). Es la felicidad queJesús aseguraba en la cruz al malhechor arre-pentido: “De cierto te digo que hoy estarásconmigo en el paraíso” (Lucas 23:43).Pero este bienaventurado estado no es más

que una espera de bendiciones más elevadastodavía. Pronto va a cumplirse la promesa delSeñor: “Vendré otra vez, y os tomaré a mí mis-mo” (Juan 14:3). La Palabra nos precisa cómose desarrollará esta próxima venida de Jesúspara llevarse a los suyos: “El Señor mismo convoz de mando, con voz de arcángel, y contrompeta de Dios, descenderá del cielo; y losmuertos en Cristo resucitarán primero. Luegonosotros los que vivimos, los que hayamosquedado, seremos arrebatados juntamente

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con ellos en las nubes para recibir al Señor enel aire, y así estaremos siempre con el Señor”(1 Tesalonicenses 4:16-17). Este aconteci-miento está muy cerca: “¡He aquí, vengo pron-to!” (Apocalipsis 22:7, 12, 20). Nosotrosmismos seamos, pues, semejantes a siervosque esperan a su Señor (Lucas 12:35-40).Apliquémonos constantemente a ser como éldesea encontrarnos a su venida.He aquí viene Aquel que nos amó y se

entregó a sí mismo por nosotros, el cual llevónuestros pecados en su cuerpo en la cruz ynos libró de los tormentos eternos al precio desus sufrimientos, Aquel a quien nuestra fe haasido como un perfecto Salvador, Aquel enquien tenemos la vida eterna, quien nos hahecho cercanos a Dios como hijos muy ama-dos, Aquel cuya elevación a la gloria nos havalido el envío del Espíritu a nuestros corazo-nes, Aquel que cuida de nosotros a lo largo detodo el camino, como un Pastor cuyo rebaño lees querido.Miremos juntos arriba, todos nosotros, sus

rescatados, los que formamos su Iglesia, suesposa por la eternidad, y digamos con cora-zones unánimes: “Amén; sí, ven, Señor Jesús”(Apocalipsis 22:17, 20).

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