Descripción e interpretación

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¡Intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas! …Que mi palabra sea la cosa misma, creada por mi alma nuevamente. Que por mí vayan todos los que no las conocen, a las cosas; que por mí vayan todos los que ya las olvidan, a las cosas; que por mí vayan todos los mismos que las aman, a las cosas… ¡Intelijencia dame el nombre exacto, y tuyo, y suyo, y mío, de las cosas! Eternidades, Juan Ramón Jiménez Abrimos los ojos y vemos el mundo. La vieja metafísica asume que la realidad está ahí, aguardando a que nuestros sentidos la registren y que el conocimiento consiste en la representación adecuada de un mundo externo preestablecido. Pero ésta es una visión dualista que se origina en la premisa de la división entre sujeto y objeto, al tiempo que la perpetúa y nos bifurca en dos direcciones antagónicas. Por un lado, se encuentra la visión llamada por Francisco Varela “posición de la gallina”, que afirma que el mundo externo se atiene a leyes fijas y nos precede y que nuestra tarea consiste en representarlo adecuadamente. Pero, por más que se trate de una hermosa y productiva metáfora, ni nuestros ojos son ventanas ni persianas nuestros párpados y nada se presenta —y mucho menos se

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Ponencia de David González-Raga en lasVI Jornadas Integrales, celebradas en octubre de 2008. Para la difusión de la Visión Integral de Ken Wilber y otros. Abrimos los ojos y vemos el mundo. La vieja metafísica asume que la realidad está ahí, aguardando a que nuestros sentidos la registren y que el conocimiento consiste en la representación adecuada de un mundo externo preestablecido. Pero ésta es una visión dualista que se origina en la premisa de la división entre sujeto y objeto, al tiempo que la perpetúa y nos bifurca en dos direcciones antagónicas. (...)

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¡Intelijencia, dameel nombre exacto de las cosas!…Que mi palabra seala cosa misma,creada por mi alma nuevamente.Que por mí vayan todoslos que no las conocen, a las cosas;que por mí vayan todoslos que ya las olvidan, a las cosas;que por mí vayan todoslos mismos que las aman, a las cosas…¡Intelijencia dameel nombre exacto, y tuyo,y suyo, y mío, de las cosas!

Eternidades, Juan Ramón Jiménez

Abrimos los ojos y vemos el mundo. La vieja metafísica asume que la realidad está ahí, aguardando a que nuestros sentidos la registren y que el conocimiento consiste en la representación adecuada de un mundo externo preestablecido.

Pero ésta es una visión dualista que se origina en la premisa de la división entre sujeto y objeto, al tiempo que la perpetúa y nos bifurca en dos direcciones antagónicas.

Por un lado, se encuentra la visión llamada por Francisco Varela “posición de la gallina”, que afirma que el mundo externo se atiene a leyes fijas y nos precede y que nuestra tarea consiste en representarlo adecuadamente. Pero, por más que se trate de una hermosa y productiva metáfora, ni nuestros ojos son ventanas ni persianas nuestros párpados y nada se presenta —y mucho menos se representa— a nuestra conciencia sin intermediación.

Por el otro camino llegamos a la “posición del huevo”, según la cual, el sistema cognitivo crea su propio mundo y su aparente solidez sólo refleja las leyes internas del organismo. Desde este punto de vista, sin embargo, el exterior acaba convirtiéndose en una mera proyección de nuestras representaciones internas.

En el mundo objetivo, sin embargo, no hay percepciones, sino tan sólo perspectivas. El sujeto que percibe se halla ya inmerso en una relación de primera, segunda o tercera persona con lo percibido...

Pasar de las percepciones a las perspectivas es un primer paso necesario en el camino que conduce de la metafísica a la postmetafísica.

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Hablar de “un sujeto que percibe objetos” no es, pues, un dato, sino una abstracción que desgarra —en ocasiones, de manera difícilmente reparable— el tejido del Kosmos.

Desde la postmetafísica wilberiana, sin embargo, el huevo no precede a la gallina ni viceversa, sino que ambos —como sujeto y objeto, conciencia y mundo, etcétera— son correlativos y se definen mutuamente.

Si queremos trascender las visiones moderna y postmoderna sin perder, por ello, de vista sus importantes verdades, deberemos ir con sumo cuidado para no naufragar en los escollos de la Escila del realismo ingenuo (el mito de lo dado) y la Caribdis del relativismo extremo (que Popper llamó mito del marco de referencia).

Y es que, aunque toda percepción sea una perspectiva y jamás podamos llegar a percibir las cosas como realmente son, existe una gradación de perspectivas de mayor o menor fidelidad, según el grado de realidad que aprehenden.

El dualismo cartesiano y la postmetafísica corresponden a dos momentos evolutivos (tanto a nivel cultural como a nivel individual) diferentes y no es posible pasar de uno a otro sin experimentar el correspondiente desarrollo. ¿Cómo avanzar cuando el lastre de la visión prevalente impregna todos los poros de nuestro discurso externo e interno? El proceso de desarrollo no tiene lugar a martillazos ni cambiando mágicamente una creencia por otra en un taller de fin de semana. ¿Creen que basta con pensar que sujeto y objeto no son dos para que esa perspectiva acabe encarnándose en nuestra experiencia?

El avance discurre a oleadas cuando las viejas formas dejan de mostrarse útiles y no queda más remedio que ascender a un nivel de ser más global e inclusivo. Recordemos, siguiendo a Wilber en el Capítulo 10 de El proyecto Atman, titulado “La forma del desarrollo” que, en cada uno de los distintos estadios del crecimiento psicológico:

1) una nueva estructura de orden superior empieza a emerger en la conciencia

2) el yo se identifica con la nueva estructura superior3) la estructura supraordenada acaba por emerger completamente4) el yo se desidentifica de la estructura inferior y desplaza su

identidad esencial a la estructura superior5) la conciencia trasciende la estructura inferior6) con lo que es capaz de operar sobre la estructura inferior desde el

nivel supraordenado7) todos los niveles anteriores pueden entonces integrarse en la

concienciaMe centraré pues, a la vista de lo anterior, en unos pocos pasos que

me parecen imprescindibles para alentar el desarrollo hasta el umbral de las

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dimensiones transpersonales. Y hay que señalar que, cuanto menos integral es ese desarrollo, más problemático resulta. Si quieren que les diga la verdad, cada vez que escucho hablar a la ligera de lo no-dual, me agarro fuertemente al zafu… que, como muchos de ustedes saben, es el cojín de meditación.

Convendría, para empezar, dándonos cuenta de las muchas gafas que interfieren en nuestra percepción del mundo. Y, como no todas son tan transparentes como las que ahora llevo puestas, no estaría de más empezar a atisbar, en el mundo percibido, nuestras propias huellas y el troquel dejado por los instrumentos y la metodología empleada (lo que, en este orden de cosas, se denomina “artefactos”).

Nuestros sentidos, por otra parte, sólo registran aquellas variaciones sensoriales que ocurren dentro del rango del espectro de “lo perceptible”.

Pero los sentidos tampoco se limitan a registrar pasivamente la información objetiva que llega hasta ellos. No duermen ni cuando estamos dormidos, sino que permanecen, por así decirlo, en stand by, dispuestos a activarse —y movilizarnos— ante la aparición de cualquier estímulo que tenga valor de supervivencia ya sea a nivel cultural, social o personal.

A nivel personal, por ejemplo, descartamos la inmensa mayoría de los estímulos que habitualmente nos bombardean y sólo registramos aquellos que llaman nuestra atención, que nos gustan, que coinciden con nuestras expectativas, que confirman nuestra visión de las cosas y que no activan nuestros mecanismos de defensa.

No vemos, pues, las cosas tal cual son, sino tal como somos. Lo queramos o no, nuestra visión está sesgada y superpone a la realidad reflejos en los que puede advertirse el guiño cómplice de nuestra impronta.

Pero esa aparente flaqueza (que nos aboca a la distorsión) constituye también, desde otro punto de vista, nuestra mayor riqueza porque, al abrirnos las puertas de la prisión de la inmediatez, nos invita simultáneamente a asumir el papel que, lo queramos o no, estamos desempeñando ya en la cocreación del mundo.

Hay dos formas de aproximación a la realidad que me parece necesario diferenciar claramente, la descripción y la interpretación.

La descripción, que responde a la pregunta cómo se nos presentan las cosas o los procesos y cumple con propósitos básicamente informativos, expresivos y argumentativos.

La interpretación, por su parte —que responde a la pregunta por qué— cumple con una función comprensiva y explicativa, que siempre tiene lugar desde un determinado contexto que actúa de marco de referencia.

Describir consiste en recrear, por medio del lenguaje, una representación que evoque lo más fielmente posible, en uno mismo o en los demás, la impresión sensorial provocada por el estímulo original.

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Para describir adecuadamente, hay que colocar provisionalmente entre paréntesis todo intento de comprensión, dejando las explicaciones para más adelante.

Damos por sentada, con demasiada frecuencia, la sencillez de la observación y la adecuación, por tanto, de los datos así recopilados. Pero, lo cierto es que, si no cuestionamos nuestra mirada ingenua, dejaremos abiertas sin más de par en par las puertas para que el teñido implícito de nuestra mirada acabe imponiéndose —y distorsionando inadvertidamente— lo que vemos.

Para ver algo, tendremos que hacer o dejar de hacer algo. Así, para saber si llueve deberemos mirar, para ver una ameba tendremos que utilizar un microscopio y, si queremos entender de qué hablan los maestros zen, tendremos que aprender a dejar de hacer, es decir, a meditar… y, para describir adecuadamente lo que vemos, deberemos desarrollar una mirada justa y referirnos luego a ello empleando una palabra justa.

No estaría de más dedicar el tiempo necesario a aprender a mirar, con una mirada lo más limpia posible y que no pretenda otra cosa más que ver. Y la mirada fundamental del cuadrante superior-derecho es una mirada distante y objetiva, una mirada en tercera persona, una mirada que no se compromete con su objeto.

Descripción e interpretación son también dos pasos secuencialmente diferentes de cualquier investigación. Y es que, para poder interpretar, es preciso contar antes con los datos necesarios. ¿No se han preguntado muchas veces por qué antes de tiempo? ¿No se han descubierto, por ejemplo, empeñándose en desvelar prematuramente el significado de algo de lo que todavía no tenían la suficiente información?

Tememos las dudas y nos aferramos a las certezas como tabla de salvación. Pero, si no nos familiarizamos con las dudas y aprendemos a nadar en ellas, correremos el riesgo de quedarnos anclados en las certezas o de naufragar en las dudas. Hay un tiempo para la comprensión, otro para la ignorancia y aun otro, como decía Watts, para la sabiduría implícita en la inseguridad. No estaría de más que nos acostumbrásemos a morar en la incertidumbre, porque quizás ése sea el umbral de la auténtica certeza.

También estamos tan sedientos de explicaciones y conclusiones que no solemos prestar la necesaria atención a la descripción y pasamos galopando sobre ella prestos a llegar cuanto antes a conclusiones y explicaciones, sin preocuparnos mucho por el precio de nuestra precipitación.

¿No han hecho nunca el intento de aparcar todo intento de comprensión hasta el momento en que dispongan de los datos necesarios? Porque eso, en el fondo, es lo que pretendo en esta charla, subrayar la necesidad de respetar los tempos y no empeñarnos prematuramente en

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entender porque, de otro modo, acabaremos forzando todo tipo de interpretaciones.

Son muchas las ocasiones en que la mera descripción adecuada de los hechos revela su significado sin necesidad de realizar el menor esfuerzo interpretativo.

Es evidente, por las razones mencionadas al comienzo, que toda descripción conlleva ya una suerte de interpretación (lo que no es de extrañar, porque la descripción es uno de los polos del continuo de la interpretación) y que no existe descripción absolutamente fiel y despojada de todo rastro interpretativo.

Además, la descripción mantiene con la realidad una relación asintótica de modo que, por más exhaustiva que pretenda ser, jamás coincidirá plenamente con ella. O, dicho de otro modo, siempre habrá un grado de deriva entre territorio y mapa.

No conviene confundir descripción con interpretación porque, como corroborará cualquier cartógrafo, el grado de correspondencia entre el territorio y el mapa (es decir, entre el mundo y nuestra representación de él) varía considerablemente en función de la fidelidad de la descripción. Hay descripciones más a caballo de los datos y otras que parecen impacientes y más que deseosas, por razones muy diversas, de alejarse de ellos en todas direcciones.

Porque, si acabamos equiparando descripción a interpretación, corremos el riesgo de convertir a la revolución copernicana implícita en el giro postmoderno en el tobogán de una involución ptolemaica que nos lleve una y otra vez, en un interminable juego de la oca, al mismo punto de partida.

El desarrollo de la mirada justa y de la palabra justa requiere de una adecuada ascesis o disciplina. Y ése, como todos, es un músculo que sólo se desarrolla ejercitándolo.

Nada más. Muchas gracias por su atención.

David González Raga. Traductor de Ken Wilber y otros autores

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En el marco de las VI JORNADAS INTEGRALES para la difusión de la Visión Integral de Ken Wilber y otros.

Barcelona, octubre de 2008.

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