Descartes
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Meditaciones Metafísicas.
En las dos primeras meditaciones Descartes adopta la regla de la "duda metódica" ya
explicada en el Discurso del método para hacer tabla rasa de todos los conceptos
como preliminar para una reconstrucción sobre la base intuitiva del dato inmediato de la
conciencia: pienso, luego existo. El hombre es una sustancia pensante inmaterial y este
conocimiento es una idea clara y distinta inalterable independiente de lo sensible; de
hecho los cuerpos mismos no son en realidad conocidos con los sentidos ni con la
imaginación sino sólo con el pensamiento la inteligencia.
A la certidumbre de la existencia real de los objetos exteriores fuera del Yo sólo se llega
mediante la demostración de la existencia de Dios porque las ideas de los cuerpos
exteriores y las de las matemáticas no nos garantizan la existencia de los objetos sino
sólo del Yo que los piensa; es menester pues invocar el argumento de la veracidad de
Dios que produce en nosotros esas ideas.
Pero ante todo es preciso indagar si hay un Dios y si es veraz. La premisa necesaria
para la investigación es que la perfección objetiva de las ideas debe tener su causa en
una realidad de no menor perfección formal. A la idea que poseemos del Ser
perfectísimo debemos asignar una causa de igual perfección esto es Dios (argumento
ideológico); la existencia del hombre no puede depender sino de la misma causa
perfectísima que ha puesto en su pensamiento la idea de Dios y de las infinitas
perfecciones que le faltan (argumento cosmológico). La idea de Dios es innata; y no
podríamos tenerla si Dios no existiese verdaderamente (Meditación tercera).
Dios no puede engañar porque el engaño procede de alguna privación. En nosotros el
error es puramente negativo; es decir no procede de un mal que esté en nosotros sino
de un defecto de la voluntad que por encima del intelecto puede dar su asentimiento a
lo que no es claramente conocido. No siendo por consiguiente una privación querida
por Dios sino un acto libre de nuestra voluntad el error siempre puede ser evitado
(Meditación cuarta).
La tercera prueba de la existencia de Dios es el argumento ontológico. A la esencia de
Dios que es el ser provisto de todas las perfecciones no puede faltarle la existencia que
es una perfección; luego Dios existe. En el concepto de los demás objetos en cambio
no está comprendida la existencia como propiedad necesaria (Meditación quinta).
En la sexta y última meditación Descartes pasa al problema de la existencia de las
cosas naturales. Alcanzada la certidumbre de la existencia del espíritu como realmente
distinto de toda posible realidad corpórea se puede examinar de dónde derivan todas
las impresiones y facultades. La sensación en la que estamos pasivos nos atestigua la
existencia de nuestro cuerpo y de lo que percibimos fuera de nosotros. Nuestra
naturaleza resulta pues de la unión del alma con el cuerpo. De ello proceden las
inclinaciones y tendencias que nos enseñan lo que es dañoso para el cuerpo. Los
errores de los sentidos que a veces nos hacen desear cosas dañosas dependen de
nuestro juicio apresurado y del funcionamiento de nuestros nervios que transmiten
sensaciones particulares locales.
Pero este funcionamiento sirviendo para localizar las sensaciones es
fundamentalmente bueno y el testimonio de los sentidos merece ordinariamente
confianza. Si bien el resultado de la unión del espíritu con el cuerpo es fuente de
errores, la naturaleza humana está sin embargo organizada de una manera que tiende
en general a nuestro bien. La falta de coherencia (propia de nuestra experiencia
normal) caracteriza al sueño y nos permite distinguirlo de la vigilia.
Fabián Aguilar G.