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DE PUNTILLAS POR AMOR Jhon T Seamands DESCRIPCIÓN BREVE Un libro que explica la Santidad Cristiana de forma practica y sencilla, expresando que la vida en el Espiritu es una posibilidad en este mundo. Profesor del Curso: Ma. Francisco H. Cho Si

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DE PUNTILLAS

POR AMOR Jhon T Seamands

DESCRIPCIÓN BREVE Un libro que explica la Santidad Cristiana

de forma practica y sencilla, expresando

que la vida en el Espiritu es una posibilidad

en este mundo.

Profesor del Curso: Ma. Francisco H. Cho Si

De puntillas por Amor

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De Puntillas por Amor.

De Puntillas por Amor

por John T. Seamands

Casa Nazarena de Publicaciones ● P.O. Box 527

Kansas City, Missouri, 64141, E.U.A.

Esta obra apareció en inglés con el título de On Tiptoe with Love. Fue traducida al castellano por Loida

Birchard de Dunn bajo los auspicios de la División de Publicaciones Latinas.

IMPRESO EN E.U.A. - PRINTED IN U.S.A.

Prólogo

"Lo que el mundo necesita ahora es el amor, el dulce amor" es el verso clave de una canción popular que se

ha oído en la radio y en la televisión recientemente. La canción dice la verdad. Lo que el mundo necesita es

una dosis gigantesca de amor.

Una pregunta básica es: ¿qué clase de amor necesita el mundo

Mucho se ha dicho acerca del amor estos días. Novela tras novela se ha escrito; canción tras canción se ha

compuesto; película tras película se ha producido, todas con el tema del amor. Y sin embargo la gente sabe

menos acerca del amor verdadero que nunca. El amor ha perdido su carácter y su contenido. Aun la palabra

"amor" necesita ser redimida.

Otra pregunta importante es: ¿en dónde hallaremos este amor

Los hombres van por todas partes en busca del amor. Algunos lo buscan en las universidades, en los

hogares, en las iglesias. Otros lo buscan en los cabarets, en las orgías, dentro y fuera del matrimonio. Sin

embargo, del amor verdadero encontramos menos y menos que nunca. Hay amargura, odio, abuso, rencor y

violencia en todos lados. El amor se ha vuelto concupiscencia.

La Biblia tiene mucho que decir acerca del amor. "Dios es amor"... "Cristo amó"... "El fruto del Espíritu es

amor..." "Ama a Dios con todo tu corazón"... "Ama a tu prójimo como a ti mismo"... "Amad a vuestros ene-

migos". El amor verdadero se semeja a Cristo. Es puro, no egoísta, y está listo a sacrificarse. El amor

verdadero es dado por Dios. Es derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo quien nos es dado.

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Si queremos saber el verdadero significado del amor, si queremos encontrar el amor genuino, eterno,

tenemos que volvernos a Dios. Dios es la fuente del amor. Cristo es la manifestación del amor. El Espíritu nos

capacita para que amemos.

Jesús les dijo a los discípulos: "Por esto sabrán los hombres que sois mis discípulos, si os amáis los unos a

los otros." De los cristianos primitivos se dijo: "Mirad cómo se aman."

No basta decirle al mundo: "Dios es amor." La gente necesita ver ese amor. Los discípulos de Cristo tenemos

que mostrárselo. Y la única manera de llegar a manifestar el amor es primeramente recibiéndolo de Dios, al

permitir que el Espíritu more en nosotros. Vivir llenos del Espíritu es el secreto de la vida verdaderamente

amorosa, porque el amor es fruto del Espíritu. Por lo tanto no buscamos el amor solamente, buscamos al

Espíritu Santo que es la fuente del amor. Donde está el Espíritu, allí está el amor.

JOHN T. SEAMANDS

Prólogo

I Viviendo Bajo el Nivel Posible

II ¿Dónde Estaba Antes

III No Llenaba los Requisitos

IV Aquí Empezamos

V ¿Qué Ocurrió Allá Arriba

VI ¿Qué Debo Hacer

VII El Amor Es la Señal

VIII Siga Caminando

IX ¿Es Esta la Respuesta

De puntillas por Amor

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Prólogo

"Lo que el mundo necesita ahora es el amor, el dulce amor" es el verso clave de una canción popular que se

ha oído en la radio y en la televisión recientemente. La canción dice la verdad. Lo que el mundo necesita es

una dosis gigantesca de amor.

Una pregunta básica es: ¿qué clase de amor necesita el mundo

Mucho se ha dicho acerca del amor estos días. Novela tras novela se ha escrito; canción tras canción se ha

compuesto; película tras película se ha producido, todas con el tema del amor. Y sin embargo la gente sabe

menos acerca del amor verdadero que nunca. El amor ha perdido su carácter y su contenido. Aun la palabra

"amor" necesita ser redimida.

Otra pregunta importante es: ¿en dónde hallaremos este amor

Los hombres van por todas partes en busca del amor. Algunos lo buscan en las universidades, en los

hogares, en las iglesias. Otros lo buscan en los cabarets, en las orgías, dentro y fuera del matrimonio. Sin

embargo, del amor verdadero encontramos menos y menos que nunca. Hay amargura, odio, abuso, rencor y

violencia en todos lados. El amor se ha vuelto concupiscencia.

La Biblia tiene mucho que decir acerca del amor. "Dios es amor"... "Cristo amó"... "El fruto del Espíritu es

amor..." "Ama a Dios con todo tu corazón"... "Ama a tu prójimo como a ti mismo"... "Amad a vuestros ene-

migos". El amor verdadero se semeja a Cristo. Es puro, no egoísta, y está listo a sacrificarse. El amor

verdadero es dado por Dios. Es derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo quien nos es dado.

Si queremos saber el verdadero significado del amor, si queremos encontrar el amor genuino, eterno,

tenemos que volvernos a Dios. Dios es la fuente del amor. Cristo es la manifestación del amor. El Espíritu nos

capacita para que amemos.

Jesús les dijo a los discípulos: "Por esto sabrán los hombres que sois mis discípulos, si os amáis los unos a

los otros." De los cristianos primitivos se dijo: "Mirad cómo se aman."

No basta decirle al mundo: "Dios es amor." La gente necesita ver ese amor. Los discípulos de Cristo tenemos

que mostrárselo. Y la única manera de llegar a manifestar el amor es primeramente recibiéndolo de Dios, al

permitir que el Espíritu more en nosotros. Vivir llenos del Espíritu es el secreto de la vida verdaderamente

amorosa, porque el amor es fruto del Espíritu. Por lo tanto no buscamos el amor solamente, buscamos al

Espíritu Santo que es la fuente del amor. Donde está el Espíritu, allí está el amor.

JOHN T. SEAMANDS

De puntillas por Amor

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Prólogo

I Viviendo Bajo el Nivel Posible

II ¿Dónde Estaba Antes

III No Llenaba los Requisitos

IV Aquí Empezamos

V ¿Qué Ocurrió Allá Arriba

VI ¿Qué Debo Hacer

VII El Amor Es la Señal

VIII Siga Caminando

IX ¿Es Esta la Respuesta

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I

Viviendo Bajo el Nivel Posible

No hace mucho una anciana falleció repentinamente en una ciudad del estado de Florida. Su esposo había

sido abogado en una ciudad del noroeste de Estados Unidos, y al fallecer él, ella se había trasladado a

Florida. Se vestía pobrísimamente y vivía en una casa vieja y destartalada. Compadecidos de ella los vecinos

la llevaban en sus automóviles de compras y a veces de paseo.

Cada ocho días venía una mujer para ayudarla con la limpieza de la casa. Un día cuando esa mujer entró

para limpiar, halló a la anciana, ya fallecida, en la cama. Llamó de inmediato a la policía; cuando los agentes

inspeccionaron la casa, encontraron aproximadamente un millón de dólares en cajas y cartones metidos en

los rincones de la casa. Al investigar más, averiguaron que tenía en una cuenta en el banco casi otro millón.

Por causa del aspecto inesperado de la muerte de la viuda, la policía ordenó una autopsia. ¡Imagínate la sor-

presa general al saberse la causa de su muerte: insuficiente alimentación!

Se cuenta la historia de un joven irlandés quien hace muchos años decidió inmigrar al Nuevo Mundo para ga-

narse la vida. Trabajó muchísimo en su país hasta tener apenas el dinero suficiente para comprarse el billete

para cruzar el Atlántico en un vapor. Con el dinero que le restaba se compró unos panes y un queso, que

pensaba comer durante sus días de viaje en el vapor. Durante varios días, ya en alta mar, al llegar las horas

de las comidas, el irlandés iba a su cuarto a comer pan con queso. Pero el aire salino ensuaveció el pan y

endureció el queso, y el joven se aburrió de comida tan pobre.

Un mediodía, cuando él estaba en su cuarto resintiéndose, triste y hambriento, pasó por el pasillo un

camarero que llevaba una bandeja formidable de comida. El joven llamó al camarero y le dijo: "Señor, dígame,

¿dónde puedo conseguir una comida como esa"

"¿Cómo se subió usted a este vapor ¿No tiene usted billete, le preguntó el camarero.

"Claro que tengo billete" replicó el joven pasajero.

El camarero miró asombrado al irlandés, "Señor, ¿no sabe usted que el billete le da derecho a todas las

comidas a bordo Usted puede ir a los comedores, pedir cualquier cosa del menú, y comer cuanto usted

quiera." ¡Y ese joven se había alimentado con pan y queso cuando se podría haber estado deleitando todos

los días!

Muchos cristianos son como la anciana en Florida y el joven emigrado de Irlanda. Viven en un nivel bajísimo

en comparación con sus derechos y recursos espirituales. Les falta el gozo, cuando Dios les ofrece "gozo

inefable y lleno de gloria". Les falta la paz mientras que Dios quiere darles "paz que pasa más allá de la

comprensión humana". Están vencidos y descorazonados cuando Dios quiere que sean "más que vencedores

en Cristo" el Omnipotente. Están estériles e inefectivos mientras que el Padre celestial quiere llenarles "con el

poder de lo alto" para que lleven mucho fruto.

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En la parábola del hijo pródigo el hermano mayor se indignó mucho al oír a uno de los criados contar que su

hermano había vuelto a casa desde las tierras muy lejanas y que su padre le estaba preparando una fiesta.

Celoso y resentido, no quiso entrar en la casa. Su padre tuvo que rogarle que entrara a la fiesta. Nótese la

fuerza del diálogo:

"He aquí tantos años te sirvo, no habiendo traspasado jamás tu mandamiento, y nunca me has dado un cabri-

to para gozarme con mis amigos; mas cuando vino este tu hijo, que ha consumido tu hacienda con rameras,

has matado para él el becerro gordo."

El padre le respondió con calma: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas". El hijo mayor

podría haber tenido muchas fiestas. Pero no las tuvo, porque no las pidió. Jamás había hecho uso de sus

propias posesiones. Nuestro Padre Celestial nos está diciendo hoy día: "Todo lo que tengo es tuyo. Todos

mis recursos están a tu disposición." Si no vivimos la vida abundante, es simplemente porque no nos hemos

hecho dueños de toda nuestra herencia en Cristo. Jesús dijo que el Padre Celestial "dará el Espíritu Santo a

los que lo pidieren de El" (Lucas 11: 13).

Jesús habló del don del Espíritu Santo como la promesa del Padre. Dios había dado muchas promesas a sus

hijos. Las hemos encontrado en la Biblia y las hemos puesto como lemas en las paredes de la casa. Las

cantamos en los himnos; las aprendemos de memoria; las atesoramos en el corazón. Pero el Señor Jesús

escogió esta promesa para llamarla "la promesa del Padre". De todas, ésta es la promesa clave. ¿Y por qué

Porque todas las otras promesas que El dio trataban de dádivas-de la paz, del consuelo, de la dirección, y del

sostén. Pero aquí estaba la promesa de la dádiva del Dador. El Dador se daba a Sí mismo, y no había otra

dádiva mayor posible que pudiera dar.

Al dar al Espíritu Santo, el Padre nos daba precisamente eso; se nos daba a Sí mismo. Con qué razón se le

llama "La Promesa". Esta reunía todas las promesas en una sola. ¡El Dador, las dádivas se hicieron una! Se

asemeja al novio que ha traído muchos regalos a su querida- confites, perfumes, flores. Pero ahora llega al

día sagrado de la boda, cuando trae a regalar lo último-se da a sí mismo. Es "la dádiva". Sin ésta, las otras

dádivas quedarían desnudas. La dádiva de sí mismo consuma todas las otras. Asimismo el Padre Celestial

habiendo dado muchas dádivas a sus hijos, viene ahora al momento de la consumación-el momento de darse

a Sí mismo al creyente receptivo. Si perdemos esto, perdemos la mayor dádiva de Dios.

El apóstol Pablo describe la dádiva del Espíritu Santo de esta manera: "la garantía de nuestra herencia hasta

que nos hagamos poseedores de ella" (Efesios 1:14). La palabra griega que se traduce "garantía" es arrabón,

que significa el primer pago o "enganche." El arrabón era una práctica común en el mundo de los negocios de

los griegos. Era garantía de que se pagaría el resto del precio tratado, con tiempo. Si una persona vendía una

vaca, recibía cierta cantidad de dracmas en arrabón, es decir, en promesa de que se pagaría debidamente el

resto. Si se contrataba a un grupo de músicos para alguna fiesta, se les pagaba la cantidad del arrabón como

garantía de que después de la función se les daría el resto del dinero y cumpliría completamente el contrato.

Cuando yo, siendo joven, fui de misionero a la India, muy pronto aprendí el significado del primer pago o "en-

ganche". Siempre que llamaba a un carpintero, o un albañil, o a un peón, para ayudarme con alguna tarea de

la casa, primero hacíamos el trato del total, inclusive el costo del material y el trabajo. Hecho este trato, el

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obrero siempre me pedía el enganche. Por ejemplo, si calculábamos gastos de cincuenta rupias, el hombre

me pedía unas cinco o diez rupias. Esto sellaba el trato y daba valor al contrato. Al completarse la tarea, se le

pagaba el resto al obrero.

Pues bien, lo que dice Pablo es que la experiencia del Espíritu Santo que tenemos en este mundo es

solamente disfrutar anticipadamente los gozos y las riquísimas bienaventuranzas del cielo; es la garantía de

que algún día entraremos de lleno en nuestra herencia en Cristo.

Supongamos que usted inesperadamente recibiera un aviso de un abogado que le dijera: "Señor, un tío suyo,

rico, falleció recientemente en Sudáfrica, y le ha dejado todos sus bienes. Yo soy el albacea del testamento.

Su tío tenía muchísimos bienes; entre ellos, vastas acciones en minas de diamantes, de oro y de uranio. Nos

estaremos varios meses en completar los detalles legales, pero mientras tanto, si usted necesita dinero, estoy

autorizado para avanzarle el primer pago."

Inmediatamente usted diría dentro de sí: "¡Magnífico! Bien podríamos usar unos centavitos para ropa y la casa

necesita componerse un poco." De modo que le dice al abogado: "¡Cómo no! Me gustaría recibir algunos

fonditos. ¿Cuánto me podría adelantar"

A lo que él dice: "¿Qué tal si le doy un cheque por la cantidad de $500,000.00 ¿Ayudaría eso"

Usted se queda boquiabierto y le contesta: "Perdone, señor, ¿dijo usted cinco mil o quinientos mil dólares"

"Dije quinientos mil. Lamento que sea tan poco por ahora."

"¿Tan poco Pues ¿cuánto vale toda la herencia"

"Señor, es más de lo que se le podría decir. Entre más se cuenta, más resulta."

Cuando Pablo habla del don del Espíritu Santo como el arrabón-el primer pago de nuestra herencia, da énfa-

sis a la profundísima verdad de que la mayor y más íntima experiencia del gozo y la paz cristianos, posibles

en esta vida, son sólo una pálida anticipación del gozo al que entraremos algún día. Es como si Dios nos

dijera al aceptarnos como sus hijos: "Hijo, hija, no puedo traerte a mi presencia todavía porque aún tengo

tareas que quiero que hagas para mí en el mundo. Pero haré lo mejor posible. Te daré mi presencia en la

persona del Espíritu Santo y El habitará contigo de día y de noche; en enfermedades y en salud; en gozo y en

tristeza. No puedo traerte al paraíso todavía, pero pondré un poquito de paraíso dentro de ti. Esto será una

anticipación de lo venidero".

"Señor, es tan maravilloso tenerte viviendo dentro de nuestros corazones por medio del Espíritu Santo y saber

que Tú estás con nosotros todo el tiempo. Es de maravilla tener la experiencia de tu gozo y tu paz en medio

de las pruebas y las tristezas de la vida. Si esto es no más que una anticipación del cielo, ¿cómo será la

herencia final

Dios ofrece la plenitud del Espíritu Santo y la vida abundante a todos sus hijos. ¿Hemos demandado nosotros

nuestra herencia ¿Estamos viviendo a la altura de todos nuestros recurso

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II

¿Dónde Estaba Antes

Las últimas palabras de nuestros seres amados al punto de partir a la otra vida son las que más atesoramos y

a las que más caso hacemos.

Hace muchos años que guardo entre las páginas de mi Biblia un papelito en que mi querida abuelita me

escribió su nota de despedida antes de fallecer, en noviembre de 1943. Mi hermano y yo le teníamos

muchísimo cariño a la abuela. Había enviudado a los cuarenta y siete años de edad, y más tarde, cuando

tenía cincuenta años se trasladó a la India para que mi hermano y yo pudiéramos vivir en su hogar al asistir a

la escuela en la ciudad mientras que mis padres trabajaban en la obra misionera en el interior. Años más tarde

se trasladó a Wilmore, en el estado de Kentucky, de regreso en Estados Unidos para que mi hermano y yo

tuviéramos un hogar mientras cursábamos los estudios en la academia de Asbury, y después en la

Universidad. Mi abuela pagó los gastos de nuestros estudios de música además de compramos a cada uno,

un piano, un trombón, y un acordeón. Por lo visto, era como tener una segunda madre.

Mucho tiempo después, mi abuelita padeció un ataque serio del corazón y, dándose cuenta de que estaba

cercana la muerte, me envió esta nota desde su casa en Kentucky a la India donde yo servía como misionero:

Mi queridísimo J.T.: Este es mi "adiós". Me voy para estar con Jesús. Tu hijita Silvia (que en estos días tenía

un año) es tan primorosa. Predica la Palabra y no te apartes del antiguo libro. Sé bueno y nos encontraremos

en el cielo. Con amor

Tu Abuelita.

Este fue el último mensaje de mi abuela y por lo tanto lo he guardado con cuidado durante todos estos años.

Encarecidamente me he esforzado a predicar la Santa Palabra. Tengo la firme intención de encontrarme

algún día con ella en el cielo.

Ahora bien, si de tal modo atesoramos y respetamos las últimas palabras de nuestros seres queridos terrena-

les, ¡cuánto más debemos dar atención a las últimas palabras de nuestro Señor y divino Salvador!

¿Cuáles fueron las últimas palabras de Jesús a sus discípulos antes de que El ascendiera al Padre Les había

dicho tantas cosas inmortales. "Amad a vuestros enemigos." "Sed siervos de todos." "Pierde tu vida para

poder hallarla," etcétera, pero ¿qué es lo que El escogió como de mayor importancia ¿La última cosa de la

que quiso hablar Nótense estos dos pasajes de la pluma del historiador de la cristiandad primitiva, San Lucas:

He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén,

hasta que seáis investidos de poder desde lo alto. Y los sacó fuera hasta Betania, y alzando sus manos, los

bendijo (Lucas 24:49-50).

Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la

cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el

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Espíritu Santo dentro de no muchos días pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu

Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra. Y habiendo

dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos (Hechos 1:4, 5, 8-

9).

Así que las últimas palabras de Jesús a sus discípulos trataron del Espíritu Santo. Jesús sabía que si no com-

prendían esta verdad, dejarían de ver todo el asunto de la redención. Porque el Espíritu Santo es la redención

que continúa dentro de nosotros. Aparte de El, la redención está fuera de nosotros-en la historia, en el Jesús

histórico. Pero por medio del Espíritu Santo lo histórico se vuelve personal; por medio de El, el Dios

encarnado se vuelve el Dios que habita en nosotros.

De modo que Jesús mandó a sus discípulos que no se apartaran de Jerusalén, sino que esperasen a ser

investidos del poder de lo alto por medio de la plenitud del Espíritu Santo.

Durante su ministerio terrenal Jesús dijo tres palabras importantes. Al principio de su obra, dijo, "Venid".

"Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados y yo os haré descansar" (Mateo 11:28). Después de su

resurrección El les mandó a sus discípulos: "Id". "Id haced discípulos a todas las naciones" (Mateo 28:19).

Pero antes de su ascensión les mandó: "quedaos," o esperad. "... quedaos vosotros en la ciudad de

Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto" (Lucas 24:49). Es el esperar lo que le da valor a

venir y a ir. En cada caso, junto con el mandamiento, Jesús les dio a sus discípulos una promesa. Al decir

"Venid" les prometió "Yo os haré descansar". Cuando les mandó "Id," les prometió "He aquí Yo estoy con

vosotros todos los días," y cuando les mandó que esperaran, les prometió, "Seréis bautizados con el Espíritu

Santo... y recibiréis potencia."

¿Qué hicieron los discípulos en cuanto al último mandamiento de Jesús En primer lugar, lo obedecieron. In-

mediatamente regresaron a Jerusalén y fueron al Aposento Alto. No se extraviaron; no perdieron tiempo. El

Maestro había dicho "quedaos" y "recibid" y ellos hicieron planes firmes de esperar hasta recibir el don del

Espíritu Santo. Todos los otros planes y deberes fueron puestos a un lado por el momento. Había solamente

un asunto en el programa. El mandamiento de Jesucristo tenía preeminencia sobre todas las otras cosas.

Si nosotros los cristianos de hoy día hemos de ser instrumentos efectivos para la redención y la reconciliación

en un mundo lleno de turbaciones y ansiedades, nos será menester tomar a pecho la orden de nuestro Señor

de que esperemos el bautismo con el Espíritu Santo. Tendremos que obedecer esa exhortación. Pedro dijo

claramente que Dios da el Espíritu Santo "a los que le obedecen" (Hechos 5:32). El mandamiento a esperar

es tan válido como lo es el mandamiento a arrepentimos de nuestros pecados, o a creer en el Señor

Jesucristo. No se trata de algo que podamos tomar, o dejar, a nuestro gusto. ¡Esto es un requisito! Lo es

pues, sin ser llenos del Espíritu Santo no podemos ser llenos de utilidad.

¿Qué ocurriría si la iglesia de hoy día hiciera a un lado sus planes para la construcción de edificios, las

comidas, las ventas, las reuniones de comités, y los esfuerzos financieros y se dedicara a obedecer el

mandamiento de Dios Tan sólo pensarlo nos conmueve. Sería la chispa que principiaría fuegos de un

avivamiento sobresaliente en la historia. ¿Qué hubiera pasado si los primeros discípulos no hubieran

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esperado a ser investidos con la potencia de lo alto ¿Habría iglesia hoy ¿Y qué pasará si nosotros no espera-

mos "la potencia de lo alto"

La crónica en Hechos nos cuenta que los discípulos perseveraban unánimes en oración (Hechos 1:14). No

sólo estaban reunidos en un sitio. También tenían unanimidad de mente y de corazón. Había completa unidad

de propósito y de deseo. Y continuaron en oración y en súplica por varios días buscando una sola cosa-el

bautismo con el Espíritu Santo. Tenían todas sus oraciones enfocadas en un blanco.

Los discípulos no sólo respondieron a la exhortación de Cristo con obediencia. Respondieron con fe. Se

acordaron de las palabras de Jesús durante la primera parte de su trabajo aquí en la tierra cuando El dijo:

"Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre

celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan" (Lucas 11:13). Jesús también había dicho, "Pedid y se os

dará... porque todo aquel que pide recibe" (Lucas 11:9-10). En otro lugar, El les había prometido antes de su

ascensión, que ellos recibirían el bautismo del Espíritu Santo dentro de pocos días. De modo que los

discípulos pidieron y en fe creyeron la palabra de Cristo que los que piden sí reciben. Descansaron totalmente

en la divina promesa. Y la historia bíblica nos dice que en el día del Pentecostés "todos fueron llenos del

Espíritu Santo". La promesa se cumplió.

No debemos equivocarnos y pensar que el Espíritu Santo entró al mundo por primera vez en el Día de Pente-

costés; que había estado escondido detrás del telón durante tanto tiempo, y que salió repentinamente al

escenario de la historia humana. No fue así. Siendo Dios, es coeterno con el Padre y existe desde el principio

del tiempo; sí, y aún desde antes del tiempo. Ha estado obrando en el mundo desde el amanecer del

universo.

En el Antiguo Testamento se hace referencia al Espíritu Santo más de 90 veces. En la mayoría de ellas se le

llama el "Espíritu del Señor" o "el Espíritu de Dios". Muchas veces se le llama simplemente "el Espíritu". Tres

veces se le llama el "Espíritu Santo". Algunas veces se le designa "el Espíritu de la sabiduría," o "del juicio," o

"de la gracia."

La actividad divina del Espíritu Santo es notable a través de todo el Antiguo Testamento. La Palabra revela el

hecho de que El fue un agente en la creación del universo. En Génesis 1:2 leemos: "Y la tierra estaba

desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la

faz de las aguas". Fue el Espíritu quien sacó orden del caos. En otro lugar leemos que "su Espíritu adornó los

cielos" (Job 26:13).

El Santo Espíritu también participó en la creación del hombre. Eliú, uno de los personajes principales en el

drama de Job dio fe de ello cuando dijo: "El Espíritu de Dios me hizo y la inspiración del Omnipotente me dio

vida" (Job 33:4). El Espíritu también sostiene toda la vida sobre la tierra. Job dijo, "... todo el tiempo que mi

alma esté en mí, y haya hálito de Dios en mis narices. (Job 27:3).

Uno de los aspectos mayores de la actividad del Espíritu fue su parte en la inspiración de los escritores que

nos han dado la historia, las leyes, las promesas, los preceptos, y las profecías del Antiguo Testamento.

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Aunque los autores mismos procedieron de todos los niveles sociales se reconocieron como instrumentos del

Divino Espíritu.

En el Antiguo Testamento leemos que el Espíritu Santo vino sobre ciertos hombres de una manera especial

para equiparlos a rendir algún servicio específico a Dios. Se les dieron las cualidades necesarias para la

tarea, fuese física, mental o espiritual, que Dios les había encargado. El Espíritu Santo les dio profunda

sabiduría a Moisés, a Josué y a David para que pudieran gobernar a su pueblo con más justicia. A veces vino

sobre los jueces y líderes de Israel para darles valentía y fuerzas en casos de emergencias o crisis. El Espíritu

preparó a Gedeón para batallar contra los madianitas (Jueces 6:34) y a Sansón le dio fuerzas para matar al

león (Jueces 14:6). Luego, otra vez, en las épocas de la construcción del Tabernáculo y del Templo como

sitios de residencia de la presencia de Dios y de la adoración del hombre, el Espíritu Santo les impartió mayor

habilidad intelectual y mayores talentos artísticos a Bezaleel y a David quienes fueron los encargados de

estas tareas (véase Éxodo 31:1-5 y I Crónicas 28:11-12).

En el Antiguo Testamento también hay ciertas caras promesas que tienen que ver con el ministerio mayor y

más amplio que había de venir. En Ezequiel tenemos la promesa de la obra del Espíritu en la regeneración o

el nuevo nacimiento:

Y os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de

piedra, y os daré corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis

mandamientos y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra (Ezequiel 36:26-27).

Luego, por medio del profeta Joel, Dios dio la maravillosa promesa de la plenitud del Espíritu Santo que se

cumplió en el Día del Pentecostés:

Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas;

vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las

siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días (Joel 2:28-29).

Los Evangelios son, en gran parte, una transición entre la dispensación del Antiguo Testamento y la época del

Nuevo Testamento. Se hallan atrás del Pentecostés. Sin embargo nos ofrecen un rico tesoro en cuanto a la

actividad del Espíritu Santo, especialmente en la vida y el ministerio de nuestro Señor Jesucristo.

La concepción de la naturaleza humana de Cristo en el vientre de María fue obra del Espíritu Santo (Mateo 1:

20). En el principio de su ministerio terrenal, Cristo fue bautizado por el Espíritu Santo y ungido para servir

(Juan 1:33). El fue "llevado por el Espíritu" al desierto para el conflicto con Satanás y volvió victorioso "en

virtud del Espíritu" (Lucas 4:1, 14). Todas sus maravillas se hicieron en virtud del Espíritu (Lucas 4:18-19). Fue

la agencia del Espíritu Santo lo que le levantó de los muertos (Romanos 8:11).

Durante su ministerio público Jesús se refirió al Espíritu Santo varias veces. A los fariseos les amonestó a no

pecar contra el Espíritu Santo (Mateo 12:22-32). Este sería el pecado de aseverar que los milagros de Cristo

fueron hechos por un demonio o espíritu inmundo en vez de por el poder del Espíritu Santo. A Nicodemo,

miembro del Sanedrín, Jesús le habló de la necesidad de ser nacido del Espíritu para poder entrar al reino de

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los cielos (Juan 3:1-7). En la sinagoga en Capernaum, El declaró que el Espíritu Santo es la fuente de la vida

espiritual (Juan 6: 63). A sus discípulos les dijo que el Padre Celestial le daría el Espíritu Santo a los que se lo

pidieran (Lucas 11:13). En el último día de la fiesta de los tabernáculos en Jerusalén, Jesús anunció que

cuando viniera el Espíritu Santo en su plenitud, haría correr ríos de agua viva de la vida del creyente (Juan

7:37-39).

Jesús tuvo mucho que decir sobre la persona y el ministerio del Espíritu Santo cuando se encontró con sus

discípulos por última vez en el Aposento Alto. El les dijo:

Pero yo os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me fuere, el Consolador no vendrá a

vosotros; mas si me fuere, os le enviaré. Y cuando él venga, convenceré al mundo de pecado, de justicia y de

juicio (Juan 16:7-8).

Jesús les dijo a sus discípulos que el Espíritu Santo les enseñaría todas las cosas y les traería a la memoria

todas las cosas que El les había dicho (Juan 14:26). Les guiaría a toda verdad y les mostraría cosas que

habían de venir (Juan 16:13). Moraría en ellos y habitaría con ellos para siempre (Juan 14:16-17). Además,

daría testimonio de Cristo y siempre le glorificaría (Juan 15:26; 16:14).

Después de la resurrección, Jesús siguió hablando a sus discípulos acerca del Espíritu Santo. Cuando

primero se le apareció, sopló y dijo: "Recibid el Espíritu Santo" (Juan 20:22). Más tarde les mandó que se

quedaran en Jerusalén hasta ser investidos de la verdad del Espíritu Santo (Lucas 24:49). Les prometió que

serían bautizados del Espíritu Santo dentro de pocos días y que recibirían poder para ser eficaces testigos de

El por todo el mundo (Hechos 1:5, 8).

Cuando llegamos a los Hechos de los Apóstoles, nos hallamos ya de este lado del Pentecostés, en una nueva

época. El Espíritu Santo está siempre al frente. Es el personaje principal en la iglesia primitiva. Si el Padre es

la Persona principal en la revelación del Antiguo Testamento, y el Hijo es la principal en la época de los evan-

gelios, ciertamente el Espíritu Santo es la principal desde el Pentecostés. El Libro de los Hechos es en

realidad los Hechos del Espíritu Santo. El es quien lleva a cabo la obra del reino a través de sus instrumentos

escogidos a quienes El llama y prepara para su servicio. Se le menciona 49 veces en el Libro de los Hechos

desde el principio (1:2) hasta el fin (28:25).

En el Día del Pentecostés los discípulos fueron llenos del Espíritu Santo y desde entonces se les llamó

hombres y mujeres llenos del Espíritu Santo. El Pentecostés introdujo la dispensación del Espíritu Santo y dio

principio a una nueva y más íntima relación entre el Espíritu divino y el personaje humano. En la vieja

dispensación, el Espíritu fue dado a un número selecto; en la dispensación nueva está al alcance de todos. En

la vieja dispensación, fue dado de una manera limitada; en la nueva se nos es dado sin medidas-en su

plenitud. Anteriormente fue impartido esporádicamente, de vez en cuando, para ciertas tareas; ahora El viene

a habitar para siempre y le da poder al creyente para la vida cotidiana. Antes el énfasis enfocaba en proezas

físicas; ahora enfoca a la pureza interior y al poder espiritual. Anteriormente el Espíritu Santo venía sobre el

individuo; ahora habita dentro de nosotros.

De puntillas por Amor

13

¿Por qué es que el Espíritu Santo no pudo ser dado en su plenitud antes del día de Pentecostés San Juan

nos da la respuesta a esta pregunta en su Evangelio:

En el último día grande de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a

mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del

Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él: pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque

Jesús no había sido aún glorificado (Juan 7:37-39).

He ahí la respuesta: "aún no había venido el Espíritu Santo; porque Jesús no estaba aún glorificado". Era me-

nester fijar el modelo del poder antes de que pudiera darse el poder. Fue necesario que Jesús viviera, muriera

y resucitara. Así se fijó el modelo. Es poder que se semeja a Cristo. Ahora sí Dios podía darlo con las dos

manos.

En el Antiguo Testamento leemos que el Espíritu vino sobre Sansón y que éste salió a matar a mil filisteos

(Jueces 15:14-17). En el Nuevo Testamento no leemos que el Espíritu Santo haya venido sobre los discípulos

en el Aposento Alto, y que ellos salieran a matar a miles de los responsables de la crucifixión de Jesús.

Jesús nos da el modelo del Espíritu Santo, tanto en el poder como en la pureza. Jesús fue la santidad infinita

y la sanidad infinita. Le inyectó el contenido correcto al concepto del Espíritu. Así como no es posible saber

cómo es Dios aparte de Jesús, tampoco es posible comprender de lleno cómo es el Espíritu Santo sin Jesús.

Ahora sabemos que el Espíritu Santo es igual a Jesús. El también es santidad infinita y sanidad infinita. Así

que ya no le tenemos temor. El ser llenos del Espíritu Santo quiere decir que nos asemejamos a Jesucristo.

El pastor de una iglesia grande le dijo en cierta ocasión al Dr. E. Stanley Jones: "Cada vez que usted men-

ciona al Espíritu Santo, me causa escalofríos". Cuando se le preguntó el motivo de tal reacción, explicó: "Me

es horripilante el emocionalismo desenfrenado."

El Dr. Jones le replicó: "Amigo mío, usted está limitando al Espíritu Santo al modelo de ciertas personas que

se han ido a extremos. Cristo es nuestro modelo. El fue más lleno del Espíritu Santo que cualquier otro ser

que jamás anduvo sobre la faz de la tierra. ¿Tiene usted miedo de semejarse a Jesucristo"

"¡Ah, eso ya es otra cosa!" exclamó el predicador. "En tal caso no hay por qué temer." Su actitud cambió de

resistencia a receptividad en cosa de pocos minutos. En cuanto se le corrigió el concepto que tenía del

modelo, tuvo la actitud correcta.

Fueron necesarios la vida, el ministerio, la muerte, y la resurrección de Jesús para que pudiéramos adquirir el

concepto adecuado del Espíritu Santo.

Además, se requirió el ministerio completo de Cristo para permitir que el Espíritu Santo ministrase a las nece-

sidades del hombre de una manera ilimitada. La tarea del Espíritu es ser testigo de la persona de Cristo. Y El

no podía serlo sino hasta que dicha Persona divina (Jesucristo) hubiese entrado en la corriente de la historia y

vivido una vida victoriosa y perfecta entre los hombres. El ministerio del Espíritu es hacer que la redención se

vuelva personal para el individuo, y tal cosa no sería posible sin la muerte y la resurrección del Salvador. El

De puntillas por Amor

14

objetivo supremo del Espíritu Santo es glorificar a Cristo sobre la tierra, pero no le fue posible hacerlo sino

hasta que Jesús hubo ascendido al Padre y fue glorificado en el cielo. Cuando el Espíritu Santo vino en todo

su poder en el Día de Pentecostés, fue la señal y el sello de que Jesús ya estaba glorificado y que ahora era

el Señor exaltado.

El Pentecostés, por lo tanto, es significativo desde el punto de vista de la aceptación de la obra de Cristo com-

pletada en la cruz. Ahora la salvación puede ser la experiencia de todo aquel que acepta la oferta que le

extiende el Señor exaltado. Los mensajeros pueden proclamar libremente las buenas nuevas, es decir, el

perdón de los pecados y el don del Espíritu Santo. Los creyentes tenemos en el cielo a nuestro Salvador y su

obra aceptada; mientras que en la tierra tenemos aun dentro de nosotros mismos al Espíritu Santo que aplica

la obra completa con todos sus beneficios, a los creyentes.

El Pentecostés fue el principio de toda una nueva época en la historia de la redención y del trato de Dios para

con el hombre. Y cuando el Pentecostés se vuelve algo personal para nosotros, puede traer un nuevo

amanecer a nuestras vidas espirituales

De puntillas por Amor

15

III

No Llenaba los Requisitos

En el capítulo ocho de los Hechos leemos de un movimiento evangelístico que se llevó a cabo bajo la direc-

ción del evangelista laico llamado Felipe en la ciudad de Samaria. Cuando Felipe llegó a la ciudad halló que

los habitantes estaban casi mesmerizados por un mago que se llamaba Simón. Todo el pueblo estaba a sus

pies. El decía tener ciertos poderes sobrenaturales, e hizo creer a la gente que eran don de Dios. Sin duda era

un vivo charlatán que sabía engañar a la gente ilegítimamente, con motivos egoístas bajo guisa de religión.

Felipe era un hombre lleno del Espíritu Santo. Sin temor empezó a proclamar a Jesús y el Reino de Dios. Bajo

el poder del Espíritu también hizo muchos milagros notables. Los samaritanos le hicieron caso, escuchando

sus mensajes y observando sus obras, y antes de mucho tiempo, recibieron al Cristo a quien él predicaba. Se

volvieron de lo ilegítimo a lo verdadero; de la magia del curandero al milagro de la salvación. Se les

transformó la vida y se les curó el cuerpo. Fueron bautizados en el nombre de Cristo y la ciudad se llenó de

gozo.

Todo esto le causó confusión a Simón el Mago. Perdió a sus oyentes y su dinero. El sintió que Felipe le había

robado sus seguidores. Pero en verdad no fue Felipe sino el Cristo de Felipe quien había ganado los

corazones de la gente. Razonando que ya que no había podido convencerlos le convenía cambiar de método,

Simón decidió unirse a Felipe para recuperar el favor del pueblo. Recibió el bautismo e hizo papel de

creyente.

Cuando llegaron noticias a los apóstoles en Jerusalén de que Samaria había aceptado a Cristo, enviaron a

Pedro y a Juan y éstos se dedicaron especialmente al ministerio entre los recién convertidos. Pusieron énfasis

en el bautismo con el Espíritu Santo y muy en breve los creyentes en Samaria recibieron su Pentecostés

individual.

Simón el Mago vio todo esto con mucho interés. Había creído que el bautismo con agua sería suficiente para

iniciarlo. Pero, no. Parecía que había aún más proezas en la imposición de las manos. Creyó que él también

podría adquirir ese toque poderoso, de modo que lo buscó. Trajo dinero y se lo ofreció a los apóstoles

diciendo: "Dadme también a mí esta potestad, que a cualquiera que pusiere las manos encima, reciba el

Espíritu Santo". ¡Con bienes materiales trataba de comprar la potencia celestial!

Es posible que Simón Pedro sospechara de Simón Mago desde un principio pero ahora pudo ver la falsedad

claramente. ¡Qué reprensión tan marchitante la que le dio Pedro! "¿Quieres esta virtud" le habrá rugido,

"¿quieres cohecharme ¡Tu dinero perezca contigo! Tu corazón no está correcto delante de Dios y no tienes

qué ver con este asunto del Espíritu Santo. Arrepiéntete y pide el perdón de Dios".

Simón el Mago es una advertencia para todos nosotros. Es un ejemplo clarísimo de la falta de profundidad

cristiana que se halla muchas veces en la iglesia. Había sido bautizado y se le había dado un lugar en la

comunión de los fieles. Hasta había fungido como líder. Pero todavía tenía una absurda ignorancia de los

asuntos más elementales de la vida cristiana.

De puntillas por Amor

16

Como muchos en la iglesia de hoy día, Simón el Mago tenía una idea muy limitada de lo que es el Espíritu

Santo. En primer lugar creyó que el Espíritu era un "algo," una cosa intangible. Una influencia quizás como el

"espíritu de independencia," o el espíritu de lealtad escolar. O quizás un dinamismo, como la gasolina en el

tanque o la electricidad en el dinamo. No pudo comprender que el Espíritu Santo es una persona-una persona

con quien podemos tener una relación íntima.

Siendo persona, el Espíritu Santo posee todos los atributos de la personalidad. Tiene mente, voluntad y

afectos. Piensa, determina y siente. Hace actos personales, habla, testifica, llama, escudriña y manda. Es

posible resistirle, herirle y pecar contra El.

El Espíritu Santo es Persona divina, es miembro de la Divina Trinidad. Es Dios. Posee todos los atributos de la

Deidad. Es omnipotente, omnisciente, omnipresente, soberano y santo. Se le atribuyen hechos divinos, la

creación, la preservación, la regeneración, la santificación y la resurrección de los muertos. Siendo Dios, el

Espíritu Santo es el objeto de nuestra honra y adoración.

El Espíritu Santo es el ejecutivo de la Deidad. Es el Padre y el Hijo en el mundo de los hombres y en el

corazón de los hombres. Funciona en la naturaleza y en la historia para llevar a cabo los decretos y las obras

de la Deidad.

En segundo lugar, Simón Mago creyó que los hombres tenían la autoridad de otorgar al Espíritu Santo. Se

quedó viendo cuando Pedro y Juan imponían las manos y la gente recibía al Espíritu Santo. Entonces pidió

poder para imponer las manos y así dispensar este poder divino. Pero no hay hombre por espiritual o

importante que sea que tenga la autoridad de otorgar al Espíritu de Dios. Algunas veces el predicador o el

evangelista pone las manos sobre el que busca al Espíritu Santo, pero esto no es más que simbolismo para

fortalecer la fe del que pide. El mismo no puede transmitir el Espíritu Santo. El testimonio de Juan el Bautista

dice claramente que sólo Cristo puede bautizar con el Espíritu Santo (Mateo 3:11; Marcos 1:8; Lucas 3:16;

Juan 1:33).

El obispo Jaime Thoburn, uno de los iniciadores de la obra misionera de la Iglesia Metodista en la India,

estaba una vez predicando acerca del bautismo con el Espíritu Santo en unas conferencias. Al llegar al final

de su mensaje, se retiró del púlpito y dijo en voz baja a sus oyentes: "Tengo que reconocer que, aunque soy

obispo metodista no puedo administrar este bautismo. Pero un Amigo mío y yo hemos quedado de acuerdo

antes del servicio. El es el único que puede administrar este bautismo. Me ha asegurado que estaría presente

para que si alguien dijera 'Yo quiero recibir ese bautismo,' El estaría aquí para administrarlo, para recibir la

sincera consagración y para honrar la fe sincera."

Tenía razón el obispo. Nadie, sólo Cristo, puede otorgar al Santo Espíritu, y El está siempre disponible para

hacerlo.

Simón el Mago creyó que el don del Espíritu Santo podría comprarse por algún precio. Hasta trajo dinero para

ponerlo a los pies de los apóstoles. Es posible negociar hasta adquirir ganancias en las instituciones de la

religión, pero no es posible hacer negocio del Espíritu Santo. El bautismo del Espíritu, como todas las

De puntillas por Amor

17

bendiciones de Dios es un obsequio. No se puede ni comprar, ni adquirir, ni ganar por mérito. Siendo

obsequio, solamente puede ser recibido. Dios da el Espíritu Santo a los que se lo piden. "Pedid y se os dará."

Algunas personas dicen "He estado buscando al Espíritu Santo ya hace muchos años." El hecho es que no le

han estado buscando sino resistiendo. No es necesario buscar, sino simplemente pedir y recibir.

Simón el Mago creía que el bautismo del Espíritu Santo era un fin en sí mismo. Pensaba del Pentecostés en

término de lucirse y de ganar poder para hacer lo espectacular. Quería restablecer su prestigio perdido, y

ganar de nuevo a sus seguidores. Quería impresionar a la gente. Estaba más preocupado con sus conquistas

que con su carácter; más preocupado con lo que iba a hacer que con lo que iba a ser. Quería poseer al

Espíritu para ver qué podía él hacer con el Espíritu y no para ver qué podía hacer el Santo Espíritu con él.

Quería gloriarse, y no dar gloria al Salvador.

El Espíritu Santo no trata de gloriarse. No habla de Sí mismo, habla solamente de Jesucristo. Desea

solamente glorificar a Cristo. El no permite que nosotros hablemos de nosotros mismo ni que tratemos de ser

vistos. El desear al Espíritu Santo incluye el deseo de glorificar a Cristo en todo y estar listos a morir a

nosotros mismos. Tenemos que estar listos para que El nos use.

Simón el Mago pensaba del Espíritu Santo sólo en términos del poder. Pero el poder de Dios no se nos puede

dar aparte de la pureza. Galahad, el caballero en el gran poema de Tennyson dice: "Mi poder es el poder de

diez porque mi corazón es puro". El poder es resultado de la santidad del corazón y una disposición que se

semeja a Cristo. Muchas personas buscan el poder pero no buscan la pureza. Pero Dios no da su poder a una

persona egoísta que no se haya rendido del todo. Da su poder solamente al que está listo a ser limpiado. El

Espíritu es antes de todo el Santo Espíritu: el que purifica. Por lo tanto es el que da poder.

El hecho es que Simón el Mago no sólo estaba muy equivocado en sus conceptos del Espíritu Santo, tampoco

llenaba los requisitos para ser un candidato genuino para el bautismo con el Espíritu. Vemos claramente, por

la regañada que le dio Pedro, que el mago no había sido regenerado, y que no estaba en comunión con el

Padre Celestial. No se había arrepentido de manera genuina ni había recibido el perdón de sus pecados. En

realidad no se había convertido; y el bautismo con el Espíritu Santo se ofrece tan sólo a los que han nacido

del Espíritu.

Pero, usted dirá: "¿No nos cuenta el relato bíblico que Simón también creyó" (Hechos 8:13). Así dice, pero es

menester examinar la fe de Simón Mago. Es posible ser creyente hasta cierto punto y no ser salvo.

En su evangelio, Juan nos relata de muchos que creyeron en Cristo durante el ministerio público de nuestro

Señor:

Estando en Jerusalén en la fiesta de la pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo las señales que hacía.

Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diese

testimonio del hombre, pues El sabía lo que había en el hombre (Juan 2:23-25).

De puntillas por Amor

18

Aquí se ve claramente que hay quienes son creyentes verdaderos y quienes no lo son. Hay quienes han

hallado ciertos atractivos en el evangelio y se han allegado a él superficialmente. Pero el Maestro conoce los

recintos escondidos de su corazón y no está contento con ellos. La fe consiste en más que un asentimiento

mental a la verdad. La fe genuina resulta en acción. Santiago escribe en su epístola: "La fe sin obras es

muerta... también los demonios creen y tiemblan" (Santiago 2:20- 19).

El año pasado mi esposa y yo viajamos por las islas del sur del Pacífico. Muchos meses antes del principio del

viaje hicimos los arreglos necesarios y recibimos información completa acerca del viaje. Sabíamos el número

de cada vuelo, la hora exacta de salida y de llegada; qué clase de aparato, el costo del billete, el nombre de

cada compañía aérea, etc. Creímos plenamente la información que se nos dio y creímos que los aviones nos

llevarían sin percance a nuestro destino y que nos traerían de nuevo a casa. Podríamos haberlo creído de

todo corazón y todavía quedarnos en casa hasta que nos brotaran las canas sin jamás cruzar el Pacífico. Pero

nos fue menester poner nuestras creencias en acción. Pagamos los billetes y abordamos el avión con todo y

equipaje. Hasta antes de subir al avión, sólo creíamos. En cuanto abordamos y nos abrochamos los

cinturones de los asientos dimos muestras de fe. No lo dijimos con palabras, pero en efecto decíamos: "Señor

piloto, aquí nos tiene; vengan nubes o cielos claros; vengan vientos o un vuelo agradable. Nos

encomendamos a sus manos y a las manos de la tripulación cuyas habilidades son promesa de que en cinco

horas estaremos en Honolulú."

Si queremos otra ilustración, es posible creer sinceramente que si escribimos una carta y la echamos al

buzón, se irá a la dirección destinada. Pero el creer no se hace fe sino hasta que soltamos la carta, cae al

buzón y la encomendamos al cuidado de las autoridades del correo.

Es algo absurdo hacer esta comparación pero nótese que es posible creer cada palabra en la Biblia y quedar

eternamente perdidos. Tenemos que poner en acción lo que creemos. La fe es una acción voluntaria-el

encomendarnos a la persona de Cristo. Creemos que la Biblia es la palabra de Dios; que Jesucristo murió por

salvar a los pecadores; que El puede perdonar el pecado- ¡claro que sí! Pero llega el momento cuando

nuestra fe espera en El y decimos en el corazón: "Señor Jesús, creo que Tú moriste por mí. Creo que Tú me

perdonas ahora mismo. Encomiendo la totalidad de mi vida a tu cuidado, ya sea en enfermedad, o en salud;

sea en adversidades o en prosperidad; en tristeza o en gozo. Yo creo que Tú puedes conducirme a salvo en

todo el transcurso de la vida hasta llegar a la otra playa." Esto es la fe.

Simón el Mago dio muestras de creencia mental, pero él no empleó la fe salvadora. Y por causa de su fe

superficial, su conversión fue superficial. Fue bautizado y se allegó al grupo de creyentes, pero su corazón no

estaba recto delante de Dios. Pedro lo mostró claramente. Simón se allegó a la iglesia pero no a Cristo. Tuvo

comunión con Felipe pero no con el Salvador a quien él predicaba. Había rendido su magia pero no se había

rendido a sí mismo: era egoísta. Tenía una ignorancia absoluta de los principios básicos de la vida cristiana.

Como resultado, no hubo cambio verdadero en su vida. Era aún la vieja criatura de Simón Mago.

Esta es la prueba de la conversión. ¿Ocurrió algo en su vida ¡No, no! No quiero decir un estallido de emocio-

nes, un relámpago o visiones repentinas. ¿Hubo transformación en su vida ¿Cambió el manantial secreto de

su carácter ¿Hizo usted contacto con el Cristo viviente

De puntillas por Amor

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El gerente de una tienda vio a un niño que le daba golpes a la máquina vendedora de bombones. Le corrían

tremendas lágrimas.

"¿Qué te pasa, niño" le preguntó.

Con voz quejosa éste le respondió: "Es que le he metido la moneda y no ocurrió nada."

Eso es lo que pasa. Mucha gente profesa creer, pero no ocurre nada.

La conversión no es sólo un cambio de rótulo, sino un cambio interior de vida. No es simplemente horizontal

(es decir, un de aquí para allá) o cambio de agrupación. La conversión es básicamente vertical (el cambiar de

un nivel de vida a otro), al salirse de uno mismo y al entrar en Cristo.

Hace algunos años un sacerdote católico que trabajaba en la India, tuvo de cocinero a un hombre musulmán.

Un día inesperadamente se llegó el cocinero y le dijo: "Señor, quiero hacerme cristiano. Por favor; bautíceme".

Sin averiguar los motivos del hombre, lo bautizó y lo recibió en la iglesia. Al ponerle el agua el sacerdote le

dijo: "Ya no eres Abdul (nombre musulmán); desde hoy en adelante serás Daood (David)."

Acabada la ceremonia el sacerdote le dijo: "Te advierto que ya no debes comer carne de carnero los días

viernes sino solamente pescado". Ese hombre era muy aficionado al carnero en curry (un condimento de la

India). Pasaron unas semanas. Todo iba bien hasta un día viernes cuando vinieron unos amigos del cocinero

a visitarle y él quiso festejarlos con carnero. Mientras se preparaba el almuerzo, el aroma delicioso del carnero

llamó la atención del sacerdote. Llamó al cocinero y le reprendió.

"Daood, te dije claramente que no debías de preparar carnero los viernes, sino solamente pescado."

"Señor, esto no es carnero, es pescado."

"Hombre, no me engañas. Sé bien que preparas carne de carnero." Arguyeron buen rato, el uno insistiendo

que era carnero, el otro que era pescado. Por fin Daood le dijo al sacerdote: "Yo soy tan hábil como usted;

usted me echó agua y me dijo: 'Ya no eres Abdul sino Daood'. Pues yo le eché agua a la carne y dije: 'Ya no

eres carnero sino pescado'".

Esto es un ejemplo de una conversión superficial que causa simplemente un cambio de etiqueta sin causar el

cambio correspondiente en la vida del individuo. Pero en otra ciudad de la India un estudiante universitario

hindú estudió el Nuevo Testamento cuidadosamente y llegando a la conclusión que Jesús en verdad es el

Salvador del mundo, puso toda su confianza en El. Fue bautizado y recibido como miembro de la iglesia. Al

poco tiempo un amigo hindú le detuvo en la calle.

"Prabhudas, he oído que has cambiado de religión."

"Hombre, estás equivocado. Mi religión me ha cambiado a mí."

Esa es una conversión. ¡Una transformación genuina de la vida!

De puntillas por Amor

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¡Qué vasta diferencia la que vemos entre Simón el Mago y Simón Pedro, el apóstol! Simón Mago creyó pero

no pasó nada; aún era el mismo. Simón Pedro también creyó pero fue cambiado. La primera vez que estuvo

delante de Jesús, el Maestro le miró y dijo: "Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cephas, que

quiere decir piedra" (Juan 1:42). Cuando en una ocasión Jesús les dijo a sus discípulos "gozaos de que

vuestros nombres están escritos en los cielos," el nombre de Pedro estaba en la lista. También se le incluyó

en la oración final de Jesús, cuando dijo respecto a sus discípulos: "Padre... las palabras que me diste... las

recibieron... y han creído que tú me enviaste... tuyos son... y he sido glorificado en ellos... no son del mundo

como tampoco yo soy del mundo" (Juan 17:1-19).

Pedro era candidato para el bautismo con el Espíritu Santo el Día de Pentecostés porque era convertido. Por

cierto que negó a su Señor la noche de la crucifixión pero inmediatamente se arrepintió de su pecado y volvió

a su Señor. En cuanto a Simón Mago, no era candidato para la plenitud del Espíritu porque nunca se había

convertido verdaderamente. No estaba relacionado con el Padre Celestial. Le hacía falta el arrepentimiento y

la fe verdaderos.

Antes que uno pueda ser bautizado con el Espíritu Santo, es menester ser nacido del Espíritu.

De puntillas por Amor

21

IV

Aquí Empezamos

Un hombre llamado Nicodemo llegó a Jesús una noche para una entrevista privada. Se han ofrecido muchas

ideas de por qué vino de noche. Algunos han dicho que Jesús era un hombre tan ocupado, con tantas multi-

tudes cercándole a todas horas del día, que el único tiempo que alguien podría verle en privado sería en las

horas de la noche. Otros han comentado que, siendo miembro del Sanedrín, Nicodemo tendría tantas tareas

durante el día que su horario le permitiría visitar a Jesús solamente después de horas de despacho. Otros

sospechan que Nicodemo temía a la opinión del público y por eso fue a ver a Jesús aprovechando la

oscuridad. Cualquiera que haya sido la razón verdadera, la escena nocturna se volvió una ocasión para tratar

un tema de apogeo. Nos enteramos de ello en Juan 3:1-15.

Nicodemo empezó su conversación dándole a Jesús un elevado elogio, "Rabbí" le dijo, "sabemos que has

venido de Dios por maestro porque nadie puede hacer estas señales que tú haces si no fuere Dios con El".

Reconocía que Jesús no era un comentador religioso cualquiera, como los escribas. Era alguien especial que

hablaba y se comportaba con autoridad.

Sin embargo, el Maestro no hizo caso del elogio y dirigió sus palabras a las necesidades espirituales de su

visitante. Vio más allá del impresionante exterior y se asomó a lo profundo de su corazón. Le dijo a Nicodemo:

"De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de

Dios... Os es necesario nacer de nuevo."

LA NECESIDAD DEL NUEVO NACIMIENTO

Y aquí estamos cara a cara con la urgente necesidad del nuevo nacimiento. En primer lugar, fue Jesús mismo

quien habló esas palabras. No fue algún hombre; un obispo o profesor de religión; sino el Hijo de Dios que

conocía el corazón del hombre, aun mejor que nadie. También es de notarse que usó los vocablos más

fuertes posibles. No dijo: "Sería bueno que fuera renacido del Espíritu," ni "te recomiendo que seas renacido".

Dijo: "Tendrás que renacer... El que no naciere de agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios."

"Tendrás; el que no... no puede" son palabras de mucha fuerza. Y casi cada vez, Jesús antepuso a sus pala-

bras la frase "De cierto, de cierto, te digo". Según las costumbres de aquella época, tal frase equivalía a decir:

"Estoy por decirte algo de suma importancia; fíjate bien". Lo que es más, Jesús recalcó la necesidad del

nuevo nacimiento una y otra vez. Variando la forma un poco, repitió el mandato tres veces (vrs. 3, 5, 7).

¿Habrá duda de la importancia que El le daba al tema

En segundo lugar empezamos a comprender cuán necesario es el nuevo nacimiento cuando nos damos

cuenta a quién le dijo Jesús estas palabras. Nicodemo no era un hombre cualquiera-alguien que fuera

pasando. Era un personaje de importancia en la sociedad judía. El escritor del Evangelio nos cuenta que era

fariseo, miembro de uno de los grupos religiosos más estrictos de aquel tiempo. Los fariseos se enorgullecían

de que practicaban la ley hasta su menor detalle. Ayunaban con regularidad. Oraban a menudo. Diezmaban

De puntillas por Amor

22

sus ganancias. Seguían las tradiciones de los ancianos. Edificaron las tumbas de los profetas. Eran celosos

en tratar de ganarse nuevos convertidos (véase Mateo 23).

Nicodemo era también príncipe de los judíos, y miembro del Sanedrín. Era uno de los funcionarios

eclesiásticos que gobernaban la vida social y religiosa del pueblo. Todo esto quiere decir que tenía autoridad y

prestigio. Tenía buena educación y sin duda estaba en buenas condiciones económicas. Se le respetaba en la

comunidad. Sin embargo, a tal hombre religioso y de alcurnia Jesús le dice: "Tendrás que renacer". Por esto

le extrañó tanto a Nicodemo al oírlo. No sorprendería que Jesús se lo hubiera dicho a un endemoniado. Si se

lo hubiera dicho a la mujer sorprendida en adulterio o al ladrón en la cruz, sería de esperarse. Pero Nicodemo

era un fariseo moral y justo. ¿No estaba Jesús excediendo los límites

De ninguna manera. Jesús nos declara a cada uno hoy día, cualesquiera que sean nuestros antecedentes

religiosos, nuestra nacionalidad, o nuestros éxitos morales: "Te es menester nacer de nuevo; a menos que

seas nacido de agua y del Espíritu, no podrás entrar en el reino de Dios".

Jesús le diría al habitante analfabeto de las selvas más remotas y al más ilustre profesor universitario: "Ten-

drás que renacer." Se lo diría al hombre más pobre de los barrios bajos y al millonario de las grandes urbes:

"Tendrás que renacer". Se lo diría al asiático, al africano, al mongol y al europeo: "Tendrás que renacer". Le

diría al budista, al musulmán, al hindú, y al que sólo es cristiano de nombre: "Tendrás que renacer". El dice lo

mismo a todos en todas partes. El nuevo renacimiento es una necesidad humana universal.

Los predicadores rurales de la India tienen una ilustración predilecta: cuentan del comerciante riquísimo que

cruzaba un río en una barquilla del barquero del pueblo. Al emprender el viaje, el comerciante empezó el

relato del gran número de escuelas a las que había asistido y cuántos libros había leído. "¿Hasta qué grado

cursó usted en la escuela" le preguntó el barquero.

"Señor," dijo el remero, "jamás en la vida he asistido a la escuela. No puedo ni leer ni escribir."

"¡Qué lástima; ha desperdiciado la cuarta parte de su vida!" Y continuó el relato de sus maravillas, gloriándose

de sus extensos viajes y las magníficas cosas que había visto.

"Y usted, ¿cuánto ha viajado" le dice al barquero.

"Pues yo, señor, nunca he salido de esta región" dijo el pobre, avergonzado.

"¡Miserable... usted ha desperdiciado la mitad de su vida!" fue el comentario del comerciante. Luego empezó a

relatarle cómo había juntado riquezas a caudales, sus terrenos cultivados, sus haciendas y sus cuentas ban-

carias.

"Y usted, ¿cuánto ha ahorrado en toda la vida"

"Yo no tengo ningún dinero en el banco. Vivo de día en día," replicó el barquero.

"¡Pobre hombre!" exclamó el comerciante, "tres cuartas partes de su vida están totalmente perdidas."

De puntillas por Amor

23

De repente una ráfaga de viento volcó la barquilla arrojando a los dos hombres al agua. El barquero tiró hacia

la orilla nadando con seguridad.

"¡Socorro!" ¡Socorro, que me ahogo!" gritaba el comerciante.

"¿Cómo" gritó el barquero, "con todo su dinero, y sus viajes y su educación, ¿no aprendió usted nunca a na-

dar Voy a decirle a usted algo sin rodeos: usted está al punto de perder toda la vida."

La única cosa que le urgía tener al comerciante en ese momento, saber nadar, no la tenía. Todas las otras

cosas no le servían para nada. Asimismo, el único requisito para todos los hombres es el nuevo nacimiento. El

que pierde esto pierde toda la vida. No hay substituto.

LA NATURALEZA DEL NUEVO NACIMIENTO

Cuando Jesús le dijo a Nicodemo, "Tendrás que renacer," éste equivocó totalmente el significado de estas

palabras. Dejó que sus pensamientos fueran al escenario de una alcoba oscurecida y una partera. Pensó en

el renacimiento en términos puramente físicos. Le preguntó al Maestro, "Pero Señor, ¿cómo es posible que un

hombre siendo viejo renazca ¿Puede entrar de nuevo al vientre de su madre y nacer otra vez"

Jesús le contestó: "Nicodemo, hablo del nuevo nacimiento del Espíritu. Lo que es nacido de la carne, carne

es. Y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es". Jesucristo estaba poniendo énfasis en un principio básico

biológico, que el vástago es como la planta madre. De la verdura resulta verdura; el animal engendra animal.

Del hombre nace hombre; y así mismo del Espíritu proviene lo espiritual. El nacimiento físico produce tan sólo

la vida física. Se requiere un nacimiento espiritual para iniciar la vida espiritual. El hombre, por lo tanto,

requiere dos nacimientos. Tiene que ser concebido de sus padres para poder recibir la vida física y así entrar

en el mundo. También tiene que ser concebido del Espíritu de Dios para recibir vida espiritual y entrar al Reino

de Dios. Al ser nacido de padres humanos, el hombre es hijo de ellos. Al ser nacido del Espíritu se vuelve hijo

de Dios.

De modo que el nacimiento del que habla Jesús no es físico sino espiritual. En esencia lo que Jesús le dijo a

Nicodemo es: "Puedes ser concebido en el vientre de tu madre cien veces, (aún mil veces) pero lo único que

tendrás será vida física. Lo que te es menester es un nacimiento espiritual hecho por el mismo Espíritu de

Dios."

El hombre es la única criatura capaz de existir en dos mundos distintos al mismo tiempo. Siendo un ser físico,

creado en la imagen espiritual de Dios, puede vivir en el mundo físico y en el mundo espiritual. Es, al mismo

tiempo, hijo del hombre e hijo de Dios. Es posible, sin embargo, que uno esté muy vivo físicamente y al mismo

tiempo esté muerto espiritualmente. Puede ser su cuerpo ambulante, caminando en la carne, pero muerto en

el espíritu. En sus epístolas Pablo describe a menudo al hombre como "muerto en pecados y transgresiones"

(Efesios 2:1; Colosenses 3:13). Nos declara con solemnidad que "la paga del pecado es muerte" (Romanos

6:23).

De puntillas por Amor

24

¿Por qué razón mucha gente no tiene deseos de leer la Palabra de Dios Porque están muertos

espiritualmente y no conocen al Autor del libro. ¿Por qué no aman la iglesia, y por qué parece que no sacan

provecho alguno de los cultos de adoración Porque están muertos espiritualmente y no son sensibles a los

movimientos del Espíritu. ¿Por qué es que ni evangelizan ni sirven a sus prójimos Porque están muertos e

insensibles a las necesidades espirituales de los otros.

Oí una vez la historia de un ministro de raza negra, pastor de una congregación urbana que se ufanaba de su

opulencia. El pastor predicaba fielmente y hacía su labor, pero la congregación era indiferente. Un día,

completamente desanimado, declaró que la iglesia estaba muerta y que él predicaría el sermón fúnebre el

domingo siguiente. "Sólo queda una cosa que hacer con un cadáver y es enterrarlo."

El día señalado, movida por la curiosidad, llegó una multitud a los funerales. Los ujieres trajeron un ataúd y el

pastor predicó el sermón. Al final anunció que ahora todos podían pasar a expresar su respeto final, y ver por

última vez los restos de la finada iglesia. Al pasar la primera persona y al estirarse a ver lo que allí adentro

había, dio un salto para atrás y siguió andando con una mirada de sorpresa. Lo mismo pasó con cada uno

que, por la curiosidad, se asomó. En el fondo del féretro, ¡el pastor había puesto un espejo!

Es una triste verdad que hoy día muchas iglesias están muertas espiritualmente, y se debe a que las personas

que componen la congregación están muertas espiritualmente. Nunca han nacido del Espíritu ni han sido

vivificadas espiritualmente. La tragedia es que muchas veces ni siquiera se dan cuenta de su estado muerto a

menos que se miren en el espejo de la santa Palabra de Dios.

Cuando un hombre nace del Espíritu, repentinamente es vivificado. Su conciencia despierta por los impulsos

del Espíritu Santo. Su mente está viva a las verdades espirituales. La oración tiene ya un nuevo significado

pues es un diálogo con un Amigo. La Palabra de Dios es una íntima carta de amor. Evangelizar y servir al

prójimo son expresiones espontáneas del amor.

Además, cuando uno es nacido del Espíritu, recibe una naturaleza nueva. Puesto que es hijo de Dios, partici-

pa de la santidad de Dios. Esto resulta en un cambio radical en el carácter y en la conducta. El apóstol Pablo

lo describe de esta manera. "...Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí

todas son hechas nuevas" (II Corintios 5:17). Se trata de más que remiendos y alteración exterior. Lo que ha

sucedido es una transformación interior, moral. Eso es lo que testificó un joven al final de un retiro espiritual:

"Vine con esperanzas de que el Señor me podría hacer unos remiendos; y en cambio me ha dado un motor

nuevo."

Hace unos años un ministro metodista en una ciudad norteamericana predicó sobre el nuevo nacimiento. A los

pocos días una joven muy guapa llegó a hablarle en su despacho. "¿Se acuerda usted del sermón que

predicó sobre el nuevo nacimiento" Le preguntó. "Pues me ha tocado profundamente." Luego, ella le relató al

ministro que por algún tiempo había sido la amante de un hombre de negocios en esa ciudad. Siempre que

hacía viaje de negocios a otro pueblo se la llevaba a ella en el avión y se quedaban juntos en el hotel. La

esposa del señor lo había descubierto y se encontraba inconsolable.

De puntillas por Amor

25

Como resultado del sermón del ministro, la joven sintió convicción de sus pecados, regresó a casa, oró

desesperada, y al fin se rindió completamente a Cristo. Al levantarse de las rodillas, inmediatamente llamó a la

señora por teléfono y le rogó que la perdonara. Le aseguró de que en ese momento quedaba rota la relación

que había tenido con el esposo. Al día siguiente fue a la oficina de ese hombre.

"Ya acabó todo" le dijo, "esta es la última vez que me verás."

"Linda, se te va a acabar el dinero," le dijo él. "No podrás comprarte la ropa lujosa a que te he acostumbrado."

"No importa," respondió ella. "Voy a conseguir empleo y trabajaré para mantenerme."

"Te van a hacer falta los viajes y las fiestas."

"He encontrado un gozo nuevo en la vida."

"Mujer, ¿qué te pasa" dijo al fin el hombre, enojado. "¿Has encontrado otro amante"

Ella se quedó pasmada un momento y luego respondió con una sonrisa, "Eso es. Me he enamorado de Otro."

Su ex-amante se puso de pie y furioso rugió: "¡Dime su nombre y lo mato!" al tiempo que daba puñetazos en

el escritorio. "Creo que eso no lo puedes hacer," dijo ella, "porque fíjate que me he enamorado de Jesucristo."

Al concluir su historia le dijo al pastor: "Algo me pasó aquel domingo por la mañana. Ya no soy la misma. Es

como si hubiera nacido de nuevo."

EL MISTERIO DEL NUEVO NACIMIENTO

Al ver la expresión de completa sorpresa en el rostro de su visitante, Jesús le dijo a Nicodemo: "No te maravi-

lles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido, mas ni

sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu" (Juan 3:7-8).

En otras palabras, hay cierto misterio en el nacimiento del Espíritu. El nuevo nacimiento es difícil de explicar y

de entender. Pero no es necesario tropezarnos con el misterio. No es necesario comprender todos los

aspectos del nuevo nacimiento antes de aprovecharlo personalmente. Jesús nos dijo que es como el viento.

No lo comprendemos, ni sabemos de dónde viene ni para dónde va; pero sí vemos su efecto en todas partes.

Sentimos las brisas frescas en la cara. Vemos cuando el viento esparce las hojas en el patio. Lo vemos

cuando doblega las ramas de los árboles. Así es con el Espíritu de Dios. Ni le vemos ni le comprendemos por

completo. Pero sí sabemos que nos inspira nueva vida. Nos sentimos gozosos cuando testifica a nuestro

espíritu que somos hijos de Dios. Vemos el cambio que efectúa en nuestras vidas cotidianas.

Hay muchos misterios en la vida. La electricidad es una. ¿Cuánto comprende la persona ordinaria acerca de

la electricidad Pero, ¿es necesario comprender la electricidad antes de poder gozar de sus muchos beneficios

Lo único que necesita saber es tirar la palanca, e inmediatamente podemos gozar de la luz o arrancar el

motor.

De puntillas por Amor

26

Los alimentos que comemos son un misterio. ¿Comprendemos de lleno cómo es que la carne y las verduras

se vuelven sangre y hueso, células y tejidos Pero no por eso dejamos de sentarnos a la mesa tres veces al

día. Lo que sí sabemos es que cuando comemos recibimos nueva vitalidad y energía. No comprendo cómo es

que una vaca parda, come hierbas verdes, y da leche blanca. ¡Pero eso no me previene de beber leche!

Hay quienes titubean y no quieren aceptar la verdad del nuevo nacimiento porque lo hallan difícil de entender

y explicar. Pero no tienen que comprenderlo de lleno antes de tener la experiencia. El hecho es que una vez

nacidos del Espíritu, cuando ya se les han abierto los ojos del entendimiento, comprenderán mucho más de

las cosas espirituales de lo que habían comprendido antes. Algunos meses de andar en el Espíritu les

enseñará más que docenas de cursos sobre el tema.

El nuevo nacimiento es misterioso porque es un milagro. Un milagro hecho por el mismo Espíritu de Dios.

Cae, por lo tanto, en la categoría de lo sobrenatural.

Hay tres milagros estupendos en el mundo. El primero es el de la creación cuando Dios dijo: "Sea," y fue. Esta

fue la introducción de la vida en la materia muerta. El segundo fue el milagro de la Encarnación, cuando Dios

tomó forma del hombre para que en Cristo pudiera reconciliar el mundo a Sí. Esta fue la invasión de la vida de

Dios en la historia humana. El tercero es el milagro de la nueva creación cuando la persona nace del Espíritu.

Esta es la introducción de la vida de Dios en la vida del individuo. Algo nuevo ha principiado.

Se han escrito muchos preciosos himnos evangélicos para describir el milagro del nuevo nacimiento. Por

ejemplo este intitulado "Fue un Milagro," y que dice así:

Mi Padre omnipotente es y nadie negará.

Dios de milagros y virtud, el cielo afirmará.

Fue un milagro que al astro alumbró

y al mundo en su órbita lo instaló.

Mas cuando me salvó y me redimió

milagro fue de todos el mejor.

LOS MEDIOS DEL NUEVO NACIMIENTO

Después que Jesús había puesto énfasis en la necesidad del nuevo nacimiento y había tratado de explicar su

naturaleza y los resultados, Nicodemo se volvió a Jesús y dijo: "¿Cómo puede hacerse esto" y Jesús le dijo:

"Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre que está en el cielo. Y como Moisés

levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo

aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna" (Juan 3:13-15).

De puntillas por Amor

27

De esta manera enseñó muy claramente que el renacimiento se hizo posible por su muerte vicaria en la cruz.

No había otro medio. El dio su vida para que nosotros tuviéramos vida. Murió para que nosotros viviéramos. El

Hijo de Dios se hizo el Hijo del Hombre para que los hijos de los hombres pudieran ser hijos de Dios.

Se cuenta la historia de dos hermanos que vivían en el mismo pueblo. El mayor era el juez local, y era hombre

bueno, justo y digno de respeto. El menor, sin embargo, era descarriado, y siempre estaba metido en líos.

Rehusó el consejo de su hermano mayor, y lo que fue peor aún, a causa del puesto judicial que ocupaba el

hermano, creyó qué jamás se le condenaría por los crímenes que cometiera.

Un día el hermano menor, estando borracho se peleó con un hombre, le dio un golpe y le mató. Fue capturado

y traído al tribunal. Su propio hermano era el juez. El jurado dio su fallo: ¡culpable! El juez le impuso la pena

de muerte, en la horca. Al oír la sentencia, el joven corrió al frente, cayó a los pies del juez gritando: "Eres mi

hermano, ¿no me tienes ningún amor ¿Me estás condenando a morir"

El juez respondió solemnemente: "Es cierto que soy tu hermano, pero ésta es una corte legal y yo estoy aquí

como juez. Eres un homicida. Tendrás que morir por tu crimen."

El joven fue llevado a la cárcel donde se le mantuvo incomunicado. Al acercarse el tiempo de su muerte la tris-

teza y el miedo llenaron su corazón. Apenas una o dos horas antes de que fuese ahorcado, el hermano

mayor, vestido en su toga jurídica, llegó a la cárcel y pidió permiso para hablar con el preso. Al entrar en la

celda, dijo, "Allá en la corte de la ley, fui tu juez y me vi obligado a ver que prevaleciera la justicia. Pero aquí

está el hermano que te ama y quiere libertarte. Hay sólo una manera de hacerlo. Quítate la ropa de reo, y

ponte mi toga de juez y márchate libre. Yo me quedo en tu lugar." Se cambiaron la ropa y el menor salió en

libertad. Vinieron los guardias, se llevaron al preso y le ahorcaron. De repente vino corriendo desde muy lejos,

el hermano menor. Rodeó con sus brazos la forma inerte de su hermano llorando amargamente, y gritó: "¡Ay,

hermano mío, has muerto en mi lugar!"

Los guardias horrorizados se dieron cuenta de lo que había sucedido. Pero ya era tarde. Se había tomado una

vida; se había pagado la pena.

Esto es exactamente lo que Cristo ha hecho por nosotros. Comparecimos ante el Juez del Universo, culpables

y condenados. El fallo fue: "La paga del pecado es muerte". Pero porque Dios nos amó con amor sempiterno,

el Juez se hizo nuestro Hermano Mayor para que pudiera hacerse nuestro redentor. "Dios estaba en Cristo

reconciliando consigo al mundo" (II Corintios 5:19). Cristo cargó nuestros pecados sobre Sí mismo y murió en

nuestro lugar. Tomó la iniciativa e hizo por nosotros lo que nosotros jamás podríamos haber hecho.

La pregunta importante es ésta: ¿Qué vamos a hacer con lo que Dios ha hecho por nosotros El ya ha

actuado. Pero, ¿cuál será ahora nuestra actitud ¿Responderemos con gratitud O ¿seremos ingratos

¿Responderemos con fe o con incredulidad

La fe es la entrada a la vida. Jesús dijo: "El que crea en mí... tendrá vida eterna". Juan escribió: "Mas a todos

los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios" (Juan 1:12).

De puntillas por Amor

28

Nos es menester recibir el don que nos ofrece en sus manos traspasadas de clavos. Tenemos que poner toda

nuestra confianza en El y entregarnos totalmente a su cuidado.

Cuando respondemos con fe, la que también es un don de Dios, el Espíritu Santo se vuelve el agente de la

regeneración en nuestras vidas. El es el que nos vivifica, y nos lleva de muerte a vida eterna. El es el Partero

Divino, y nos trae al nuevo mundo del Reino de Dios y nos inyecta la mismísima vida de Dios. Entonces

somos nacidos del Espíritu y nos volvemos hijos de Dios.

Jesús le dice a cada ser humano: "Tendrás que renacer; el que no naciere de agua y del Espíritu no puede

ver el Reino de Dios." Esto es el sine qua non (es decir, el requisito indispensable) para la vida espiritual. El

camino del cristiano empieza con el nacimiento del Espíritu.

El nuevo nacimiento es el requisito para el bautismo con el Espíritu Santo. El don de la plenitud del Espíritu se

ofrece, no a los pecadores, sino a los hijos de Dios. Fue a sus discípulos inmediatos, a aquellos que habían

dejado todo para seguirle, hombres convertidos cuyos nombres estaban ya escritos en el Libro de la Vida, a

quienes Jesús les prometió que serían bautizados con el Espíritu "antes de muchos días."

Pero en cuanto uno es nacido del Espíritu, es candidato para el bautismo con el Espíritu. Esto es la intención y

la voluntad de Dios. Es la provisión y la promesa de Cristo. Ningún hijo de Dios debiera de estar satisfecho

hasta haber reclamado toda su herencia en Cristo y experimentado un Pentecostés personal en su propia

vida. El dejar de hacer esto es perder la suprema voluntad de Dios y perder el más fino de sus dones.

De puntillas por Amor

29

CAPITULO V

¿Qué Ocurrió Allá Arriba

Ocurrieron muchas cosas en ese día memorable en un aposento alto en Jerusalén. Pero para nosotros hay

grave peligro si hacemos caso tan sólo de las manifestaciones exteriores y físicas y no notamos la realidad de

las transformaciones interiores que resultaron de esos eventos. Hubo un ruido que parecía viento que corría y

llenaba toda la casa en que estaban reunidos los discípulos. Hubo llamas como de fuego que se asentaron

sobre cada uno de ellos. Todos los discípulos hablaron en idiomas que no eran su propia lengua, lo que

permitió que personas de todas las naciones que estaban en esos días en Jerusalén, entendieran lo que los

cristianos dijeron.

Pero, ¿es esto lo que debemos esperar del Pentecostés hoy día ¿Viento, fuego, idiomas distintos O ¿hay algo

más profundo

Es importante hacer una distinción entre los aspectos pasajeros y los permanentes del Pentecostés; entre lo

provjsional y lo eterno; entre lo superficial y lo fundamental; entre el marco histórico y el hecho personal.

Forma Provisional Hecho Permanente

1. El día de Pentecostés- fiesta agrícola de los judíos

en conmemoración de las primicias de la cosecha.

2. Ciento veinte discípulos en un aposento alto en

Jerusalén.

3. Llamas repartidas como de fuego.

4. Manifestación extraordinaria de hablar en lenguas

extranjeras.

5. Señales exteriores y milagros.

1. Cualquier día en que estemos listos a llenar los

requisitos; una fiesta espiritual representando los

frutos del Espíritu

2. Cualquier número de discípulos en cualquier parte,

unidos, rendidos y pidiendo en oración el

derramamiento del Espíritu.

3. El fuego refinador del Espíritu Santo que santifica al

individuo y le da poder para servir a Dios.

4. Demostración de que en la iglesia del Cristo

viviente no hay ni judío ni gentil, ni siervo ni libre y que

el don del Espíritu Santo es para todos.

5. La fuerza interior y la bendición de la santidad. La

mayor señal de todas y el gran milagro del poder

adecuado para la vida de santidad y servicio fructífero.

Así que debemos distinguir entre el cuadro y su marco; entre el obsequio y su envoltura. Por un lado, el Día

de Pentecostés, como un gran drama histórico en el plan de salvación de Dios, es un acontecimiento del

pasado y no puede repetirse. Fue el principio de una época y el día del nacimiento de la iglesia. Y en cuanto a

su significado histórico no podrá repetirse jamás como tampoco se repetirá el nacimiento, ni el Calvario, ni la

resurrección del Señor, ni su ascensión. Por el otro lado la experiencia del Pentecostés se ha repetido vez tras

De puntillas por Amor

30

vez durante toda la era cristiana; y puede volver a repetirse en cualquier tiempo y en cualquier lugar en que un

discípulo o grupo de ellos se encuentre listo a llenar los requisitos de obediencia, rendimiento y fe.

El Libro de los Hechos narra en varias ocasiones de otras personas que fueron llenas con el Espíritu. Miles de

cristianos a través del mundo pueden testificar hoy día de una experiencia de Pentecostés personal. En sus

epístolas Pablo exhorta claramente a todos los cristianos a que sean llenos del Espíritu Santo; y Pedro en el

Día de Pentecostés explícitamente dijo que el don del Espíritu Santo es para todos. "Porque para vosotros es

la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios

llamare" (Hechos 2:29).

Al leer cuidadosamente los Hechos de los Apóstoles se nos revelan tres resultados fundamentales de la

experiencia del Pentecostés: 1) la plenitud del Espíritu; 2) la pureza del corazón; y 3) el poder para servicio.

LA PLENITUD DEL ESPIRITU

El historiador Lucas nos cuenta que en el Día de Pentecostés los 120 discípulos fueron llenos con el Espíritu

Santo. Esto fue fundamental a todos los demás eventos subsecuentes.

Como ya se ha mencionado, esto no significa que esta fuera la primera vez en que el Espíritu obrara en las

vidas de los seguidores de Cristo. El Espíritu no era desconocido para ellos. Jesús clarificó esto en su último

discurso en el Aposento Alto, cuando se reunió con sus discípulos para la celebración de la Pascua. Dijo,

hablando del Espíritu Santo: "Vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros" (Juan

14:17). Al mismo tiempo dijo que los discípulos entrarían muy brevemente en una relación más íntima con el

Espíritu Santo. "Mora con vosotros y estará en vosotros... con vosotros para siempre... mas vosotros seréis

bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días" (Juan 14:17, 16; Hechos 1:5). En otras palabras

iba a haber plenitud del Espíritu.

Una vez más debemos tener cuidado para comprender lo que esto significa. No podemos creer que el Espíritu

Santo esté "en pedazos" y que nosotros lo recibamos y que venga por partes o en porciones de modo que, al

ser nacidos del Espíritu le recibiéramos en parte y que al ser bautizados con el Espíritu recibiéramos el resto.

El Espíritu Santo es una persona, una personalidad perfecta. El no puede ser dividido. No puede ser dividido

en estados de más o de menos. Quizás nosotros seamos esquizofrénicos o vacilantes pero para El eso no es

posible. Cuando nos convertimos tenemos al Espíritu; todo el Espíritu que jamás vamos a tener. Por lo tanto,

al ser bautizados, o llenos con el Espíritu Santo, no significa por cierto que recibimos más del Espíritu sino que

el Espíritu recibe más de nosotros, porque, en la conversión, aunque poseamos todo el Espíritu, El no nos

posee totalmente a nosotros. Es menester que El tenga control absoluto de nuestras vidas de modo que no

sólo habite en nosotros, sino que habite sin límites; es decir, en toda su plenitud.

En cierta ciudad los miembros de la asociación de pastores estaban haciendo planes para una campaña

evangelística en toda la ciudad. Se habían sugerido varios nombres de evangelistas. Alguien sugirió que se

invitara a Dwight L. Moody, predicador notable de ese tiempo, pero otro ministro se opuso fuertemente.

"Hemos tenido ya al señor Moody," dijo. "¿Por qué quieren invitarle vez tras vez ¿Acaso tiene Moody

monopolizado al Espíritu Santo"

De puntillas por Amor

31

"No," replicó el otro ministro, "pero el Espíritu Santo tiene monopolizado a Dwight L. Moody."

Ese es el secreto de la vida llena del Espíritu. El Espíritu Santo tiene que tenernos monopolizados.

Pero tal vez alguien pregunte: "¿No puede uno ser regenerado y llenado con el Espíritu Santo a la misma vez

¿No puede una persona darse en entera consagración a Jesucristo la primera vez que se le acerca ¿No

puede Dios hacer las dos operaciones, la regeneración y la santificación a una misma vez"

La respuesta teórica es "sí". No hay limitaciones de parte de Dios. El cumplirá sus promesas el momento que

nosotros llenemos los requisitos. Pero del punto de vista práctico los datos históricos en el Nuevo Testamento

y la experiencia de miles de cristianos sinceros confirman el hecho de que, por regla general, uno no recibe el

nacimiento del Espíritu y el bautismo del Espíritu a la misma vez. La imitación es de nuestra parte. Hace algún

tiempo leí el librito de Lawson, Deeper Experiences of Famous Christians (Experiencias profundas de

creyentes famosos). Hallé que la teología, sus términos y vocabularios de esos creyentes variaban bastante.

Cada individuo expresa en esa obra su experiencia dentro del marco teológico de la terminología de su propia

denominación. Pero era aparente que había mucho en común en todas las experiencias. Esta "experiencia

más profunda" siempre ocurrió después de la experiencia de la conversión y fue el resultado de algún tiempo

de cuidadoso examen interior y de desesperación espiritual. Se advierte en todos los testimonios un nuevo y

más profundo rendimiento del ser del individuo a Dios, así como un mayor sentido de la presencia y del poder

de Dios en la vida de la persona al emprender una existencia nueva en un nivel permanente más alto.

Por lo tanto, parece que hay acuerdo general que la plenitud del Espíritu Santo viene después de la crisis de

la conversión. El individuo hace un rendimiento inicial a Cristo cuando lo recibe como Salvador. Pero al andar

de día en día la vida cristiana, empieza a descubrir que hay rincones de su vida que no están totalmente

entregados a la voluntad del Maestro. Ve que Cristo no es Señor de todas las partes de su ser. También

descubre que dentro de él quedan aún actitudes, deseos, y reacciones que no son cristianas y que funcionan

como una traba en su vida espiritual. Al ver eso, hace una rendición completa de sí mismo, corona a Cristo

como Rey de su vida y permite que el Espíritu Santo le santifique hasta lo más profundo de su ser. Hay

innumerables cristianos que pueden dar testimonio de esta experiencia.

Supongamos que usted prende la luz central de la sala de su casa. Inmediatamente la luz inunda el cuarto y

dispersa la oscuridad. Pero aún habrá rincones del cuarto en donde prevalece la oscuridad. El sofá, las sillas,

el piano, y otros muebles causan sombras en el cuarto. Debajo del sofá estará bastante oscuro. Luego

supongamos que usted saca todos los muebles del cuarto. ¿Qué pasa La luz inmediatamente penetra en

todas partes del cuarto, porque ya no hay impedimentos. La cantidad de luz no ha cambiado, pero el área de

penetración es mayor.

Del mismo modo, el Espíritu Santo puede tener residencia en el creyente y todavía no tener cómo penetrar en

todas las partes de su ser. Hay muchos impedimentos. Resentimientos, enojo desmedido, orgullo, dudas, y

otras actitudes no cristianas están dejando sus sombras en su corazón. Lo que el individuo necesita no es

más del Espíritu, sino permitir que el Espíritu Santo posea más de él, sí, que lo posea en su totalidad.

Entonces será lleno del Espíritu Santo.

De puntillas por Amor

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PUREZA DEL CORAZON

El segundo resultado básico del Pentecostés fue la pureza del corazón. Pedro lo dijo claramente al convocar

el primer concilio cristiano en Jerusalén: "Y Dios que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el

Espíritu Santo lo mismo que a nosotros; y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe

sus corazones" (Hechos 15:8-9); (Las cursivas son del autor).

Lo que Pedro les estaba diciendo esencialmente era esto: "Exactamente lo mismo que Dios nos hizo a

nuestros corazones el Día de Pentecostés, lo ha hecho ahora en los corazones de los gentiles." Y ¿qué fue lo

que Dios hizo "Les purificó el corazón." El vocablo "corazón" se usa simbólicamente para denotar el sitio de

los afectos, las emociones, los deseos, las actitudes y los móviles. El purificar el corazón, por lo tanto, se

refiere a una purificación radical, interior, del centro de nuestra personalidad.

Tal purificación fue muy notable en la vida de los discípulos de Cristo. Antes del Pentecostés ellos habían

manifestado en varias ocasiones actitudes y reacciones que no semejaban a Cristo. Por ejemplo, mostraron

orgullo. Disputaron entre ellos mismos quién sería el mayor en el Reino de los Cielos (Lucas 9:46).

Manifestaron egoísmo. Le rogaron a Jesús que les concediera tronos a su derecha y a su izquierda cuando El

estableciera su reino (Marcos 10:35-40).

También mostraron cuán mezquinos eran. Una vez al ver a un hombre que no era discípulo del Señor

echando fuera a los demonios, quisieron reprenderle (Marcos 9:38). A veces los discípulos reaccionaron con

cólera. Por ejemplo, en una ocasión cuando viajaban por Samaria, al no lograr que les dieran posada querían

hacer caer fuego sobre la gente (Lucas 9:54-56). Dieron muestras de tener temor carnal y cobardía. En la

noche cuando Jesús fue arrestado y juzgado, huyeron y se escondieron. Pedro negó a su Señor tres veces

(Mateo 26:56, 69-75).

En el Pentecostés el Espíritu Santo hizo una operación espiritual radical en el corazón de los discípulos; el

orgullo fue reemplazado por la humildad; el egoísmo, por un espíritu de servicio, la mezquindad por la

compasión, el enojo por el amor, y el temor carnal fue reemplazado por el valor espiritual. Muchos de los

discípulos de Cristo de hoy en día necesitan una operación divina semejante en su vida.

El deseo de ser lleno del Espíritu tiene que estar acompañado de la voluntad de ser purificado. El Espíritu de

Dios es fundamentalmente el Espíritu Santo. Una de las reglas de la lógica dice que cuando se afirma algo

automáticamente se niega lo opuesto. Cuando se dice de un objeto, "esto es blanco" se está diciendo, "esto

no es negro". Cuando se dice "Esto es un rectángulo" a la vez se dice que no es un círculo. Cuando se

declara, "Esto es de madera," quiere decir que no es de metal. Igualmente el Santo Espíritu está absoluta e

irrevocablemente opuesto a lo malo.

El afirmar que estoy listo a ser lleno con el Espíritu es declarar que estoy listo a vaciarme de todas mis actitu-

des y mi espíritu impuros. Muchos oramos con los labios, "Señor, lléname," pero por dentro decimos: "Señor,

cuidado con descubrir mis resentimientos; y no me interrumpas mi comodidad". Pero Dios no puede claudicar

con el pecado. Nos señala todo aquello que se interponga entre nosotros y El, y entre nosotros y nuestros

prójimos. Con el fuego del Espíritu Santo quiere purificarnos en lo más profundo de nuestro ser.

De puntillas por Amor

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Un evangelista, amigo del autor, recibió una invitación a conducir una serie de servicios especiales en una

ciudad y fue hospedado en la casa de unos señores. Al llevar al evangelista a la alcoba que se le había

preparado, la señora le dijo con voz calurosa y amable: "Usted está aquí en su casa. Queremos que esté tan

cómodo como sea posible. Cuelgue los trajes en el ropero y alce su ropa en los cajones. Este es su cuarto." El

visitante le hizo caso a la señora. Sacó todo el contenido de su maleta y puso sus cosas sobre la cama. Pero

cuando fue al ropero para alzar los trajes y las camisas, lo encontró lleno de trajes, vestidos, pantalones y

abrigos sin ninguna percha a su disposición. Al abrir el cajón superior del tocador estaba lleno de ropa vieja y

trapos. Abrió el de en medio, estaba lleno también. Igualmente el de abajo estaba llenísimo de fotos viejas y

recuerdos de la familia. Como no había ni un solo lugar dónde poner su ropa, la volvió a meter de nuevo en la

maleta.

Cuando le decimos al Santo Espíritu, "Estás en tu templo," no podemos tener nada escondido en los rincones

y en los cajones del corazón. Tenemos que estar listos a vaciarnos de todo aquello que no esté de acuerdo

con su naturaleza y su voluntad. El tiene que ser más que huésped: tiene que ser Señor del corazón. Esto

quiere decir que El hará una tarea completa de limpieza, y compondrá el mobiliario según su propio plan.

PODER PARA SERVICIO

El tercer resultado básico del Pentecostés es poder. Breves momentos antes de que ascendiera al Padre,

Jesús les dijo a sus discípulos: "Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y

me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra" (Hechos 1:8). En

otras ocasiones les había mandado que asentaran en Jerusalén hasta que fueran investidos con virtud de lo

Alto (Lucas 24:49; Hechos 1:4).

Otra vez notamos aquí la diferencia en las vidas y el ministerio de los discípulos antes y después del

Pentecostés. Antes del derramamiento del Espíritu Santo en su plenitud, los discípulos mostraron sus

momentos de debilidad. Algunas veces tuvieron vacilaciones, dudas, o un temor carnal de los hombres. Esto

fue especialmente notable en los días antes del Calvario. Abandonaron al Maestro y se escondieron. Pedro

negó al Señor vergonzosamente. Pero después de la experiencia del Pentecostés, los discípulos mostraron

mayor fe y un nuevo espíritu de confianza y valor. Poseyeron un poder que no procedía de ellos mismos para

aguantar la persecución y la tentación, y para ser testigos sin temor de la resurrección del Señor.

¡Cómo necesita la iglesia de hoy día este poder sobrenatural! ¡Poder para extenderse más allá de los confines

de sus paredes y para llevar el avance espiritual a los fuertes donde se esconde la sociedad! La iglesia

necesita poder para salirse de la rutina y la formalidad y para hacer proezas en nombre del Maestro; poder

para llamar a la gente al arrepentimiento y a la justicia verdadera; poder para transformar al individuo y

cambiar la sociedad.

La iglesia de hoy tiene grandes edificios, pero poca valentía. Tiene números pero poco nervio. Tiene comodi-

dad pero le falta ánimo. Tiene posición pero le falta espíritu. Tiene prestigio pero le falta poder.

Recuerdo haber visto una vez un programa de televisión llamado "Cámara Cándida." (En este programa se

trata de sorprender a alguien y filmar su reacción con cámaras escondidas). En cierto episodio una señora

De puntillas por Amor

34

dejó rodar libre su automóvil en una bajada hasta llegar a una estación de gasolina. Con una sonrisa

anchísima la bromista le dijo al dependiente: "Llene el tanque de gasolina".

¡Imagínese la mirada atónita del dependiente al levantar la cubierta del motor y encontrar que no había ni

señas del motor! En muchas partes la iglesia me hace pensar de un automóvil sin motor. ¡Ha perdido la fuente

de su poder!

En la ciudad de Pasadena, California, hay un famoso desfile anual de carrozas de flores. En uno de esos

desfiles, una carroza magnífica bajaba por la avenida Colorado. Iba a la mitad del desfile y el número de sus

flores y su arreglo era un espectáculo digno de admirar. De repente el vehículo que movía la carroza se

sacudió débilmente y se paró. ¡Le faltaba gasolina! Tuvo que detenerse todo el desfile mientras que alguien

fue a comprar gasolina. Todos los espectadores se rieron a carcajadas cuando se supo que la carroza

representaba a una grande compañía petrolera. ¡Con todos los recursos riquísimos de esa tremenda com-

pañía a su disposición, a su vehículo le faltaba gasolina!

La iglesia de hoy día no tiene que seguir en su condición débil e inefectiva. Todos los tremendos recursos del

Espíritu Santo están a su disposición. El cristiano no tiene que seguir anémico y débil. Puede esperar en

rendimiento y en fe hasta "ser investido de poder desde lo alto." Así como el poder atómico representa poner

en libertad fuerzas escondidas en el mundo físico, el Pentecostés representa poner en acción las fuerzas

invisibles del reino de la personalidad.

Insistimos en que debemos entender otra vez, claramente, que el poder no puede separarse de la pureza. El

poder no es una entidad en sí mismo. Es básicamente el correr libre y sin estorbos de la energía del Espíritu

Santo dentro de la vida que se ha rendido a Cristo y se ha puesto bajo la cirugía radical de su tierna mano

poderosa. No podemos tener la experiencia de este poder sino hasta que estemos listos a ser purificados. La

pureza y el poder van asidos de la mano.

Estas pues, son las características remanentes y fundamentales del Pentecostés: 1) la plenitud del Espíritu

Santo; 2) la pureza del corazón; 3) el poder para servir y ser testigo. Estos fueron los resultados que

ocurrieron en las vidas de los apóstoles y en los cristianos primitivos del primer siglo; y estos son los

resultados que pueden ocurrir en la vida de cualquiera de los creyentes en Cristo en este siglo.

El Pentecostés no fue tan sólo una fecha histórica; es algo posible en la actualidad. No es un evento pasajero

ni alejado del centro y del curso de la vida de la iglesia. Es una experiencia vital con valores duraderos y prin-

cipios permanentes. El Pentecostés no es un día particular sino una dispensación prolongada. El bautismo

con el Espíritu Santo no fue tan sólo para la iglesia apostólica sino que reposa sobre la iglesia de cada

generación como obligación y oportunidad.

El Pentecostés es para todas las edades del planeta. Cuando un hijo de Dios está totalmente rendido,

esperando con fe, cualquier cuarto puede volverse un Aposento Alto y cualquier día puede ser un día de

Pentecostés

De puntillas por Amor

35

CAPITULO VI.

Qué Debo Hacer

Habiendo ya establecido que la experiencia del Pentecostés es el derecho innato de todos los hijos de Dios, y

habiendo examinado de cerca los resultados del Pentecostés; llegamos a la pregunta de mayor importancia:

¿Cómo recibimos la plenitud del Espíritu Santo

Hay quienes declaran que simplemente llegamos a esa experiencia por medio del crecimiento. Dicen: “Denme

más tiempo. Déjenme crecer. Más tarde y poco a poco, llegaré a ser más como un santo.” Todo esto suena

muy bien pero pasa por alto los hechos tanto de las Escrituras como de la experiencia general de los

cristianos. Es una idea falsa y peligrosa. A. W. Tozer nos advierte que el tiempo, como el espacio, no tiene

poder para santificar a la persona. Después de todo, el tiempo no es nada más que una invención humana. Es

solamente nuestra manera de expresar la realidad. Es un cambio y no el paso del tiempo lo que nos conduce

a la profundidad cristiana: un cambio hecho por el Espíritu Santo mismo. El hecho es que hay muchos que

fueron mejores cristianos al poco tiempo de su conversión, de lo que son hoy día. ¿Por qué Porque no han

buscado la plenitud del Espíritu y como resultado se han contentado con vivir la vida cristiana tibia y lenta.

Han estado flotando sin rumbo ni crecimiento.

Claro que hay cierto sentido en que sí crecemos hacia la experiencia de la plenitud del Santo Espíritu. Es

decir, que con frecuencia hay un proceso o una serie de crisis menores que nos llevan al evento final del

bautismo de su Espíritu. Muchos de nosotros tenemos que madurar hasta cierto punto en nuestra vida

cristiana para poder ver que tenemos necesidad de una operación de limpieza más profunda y sólo entonces

podemos rendirnos por completo a Cristo. Quizás en vez de decir que tenemos que llegar a ese punto

mediante el crecimiento, debiéramos decir: descender hasta ese punto de preparación. Porque la pura verdad

es que no son muchos los que crecen constante o gradualmente. Somos demasiados rígidos y egoístas para

crecer en gracia tan fácilmente así.

Dios tiene que bajarnos, una y otra vez, con crisis y más crisis. Tiene que permitir que caigamos, tratando con

nuestras propias fuerzas sólo para fallar, varias veces, hasta que finalmente estamos tan totalmente

desesperados que llegamos al fin de nuestros recursos. Descubrimos que no sólo somos pecadores, sino el

pecado mismo, y que en nosotros no habita cosa buena alguna. Nos damos cuenta que el total de nuestros

trabajos y esfuerzos son como trapos sucios, hediondos de aquella maldad que se llama glorificación propia.

Es entonces cuando en suma desesperación nos damos por vencidos y nos rendimos totalmente y nos

arrojamos sobre la gracia de Dios. Si creemos que llegamos a ese punto por medio de un crecimiento gradual

y con el tiempo, estamos gravemente equivocados. Se trata en realidad de enfrentarse con una serie de crisis,

y de una búsqueda que aumenta en su desesperación, hasta que finalmente recibimos la plenitud del Espíritu.

RINDASE POR COMPLETO

De puntillas por Amor

36

El primer paso en la vida llena del Espíritu es el rendirse completamente. Ya se ha dicho que la razón por la

que muchos cristianos no son llenos del Espíritu es que el Espíritu Santo no ha logrado poseerlos

completamente. No se han rendido del todo al Salvador ni le han coronado Rey de su vida.

¿Por qué es que la fe cristiana pone tanto énfasis en que el cristiano se entregue completamente Simplemen-

te porque el no rendimos es la base de todos nuestros problemas espirituales. De igual modo que los dedos

están arraigados en la mano, así nuestros pecados están arraigados en la palma de un ser que no se ha

rendido. ¿Por qué roba uno Para conseguir algo para sí mismo. ¿Por qué miente uno Para protegerse a sí

mismo. ¿Por qué se enoja el hombre Porque ha tenido alguna afrenta. ¿Por qué es uno celoso Porque está

en peligro de quedar más atrás que el otro. ¿Por qué tiene pensamientos viles Para entretenerse a sí mismo.

Miremos la palabra YERRO. Con el principio y el fin de la palabra componemos la palabra YO. El yo sin

rendirse es la raíz de nuestros males y de los yerros que cometemos.

El yo sin rendirse se manifiesta en muchas formas diferentes. Algunas veces se manifiesta porque busca lo

suyo. En vez de buscar primeramente el Reino de Dios y su justicia busca su propio placer, su posición sus

planes, y su prestigio. Es como el hijo pródigo que le dijo a su padre: “Dame, dame”. Quería tomar sus

posesiones y gastarlas en sus propios intereses. Y como los discípulos Jacobo y Juan que le pidieron a Jesús

que les permitiera sentarse a su derecha y a su izquierda cuando estableciera su reino en la tierra. Buscaban

tronos y cetros para su propia gloria mientras que Jesús iba rumbo a la cruz para entregarse a la muerte para

la redención del mundo.

A veces el no rendirse se manifiesta en amor propio. El individuo, en vez de amar a Dios sobre todas las

cosas y al prójimo como a sí mismo, está en realidad enamorado de sí mismo. Se cree mayor cosa de lo que

debe, volviéndose orgulloso y criticón. Se cuenta de un profesor universitario que era tan vanidoso que los

estudiantes decían que era “un hombre hecho por sí mismo que adoraba a su creador.” El yo que no se ha

rendido se manifiesta en “demandar los derechos.” Al individuo le gusta ser el centro del grupo. Le gusta

dominar la conversación hablando de sí mismo, dónde ha estado y qué ha hecho. Con frecuencia emplea el

pronombre personal yo.

Cuando el hermano del autor escribía su tesis para la licenciatura en la Universidad en Hartford, hace algunos

años, alquiló una máquina de escribir de un agente. El hombre la trajo y mientras la instalaba en el

apartamento de mi hermano, le contó algunos datos interesantes sobre las máquinas de escribir. “Viera

usted,” le dijo, “que la letra en el teclado que más tenemos que reemplazar es la I mayúscula (en inglés así se

escribe el pronombre Yo). Y la razón es, no tanto por la frecuencia de su uso, sino por la fuerza con que se le

golpea al escribir YO.”

A veces el Yo sin rendir se manifiesta por complacencia excesiva para consigo mismo. Los móviles del

individuo no son reglas ni valores sino deseos. Esto puede conducir a los excesos, la glotonería, vicios

esclavizantes, o inmoralidad.

La auto-justificación es otra característica del Yo. ¡Qué difícil le es admitir una simple equivocación! Es muy

lento en expresar su culpa. Siempre trata de justificar sus acciones y vindicar su posición.

De puntillas por Amor

37

Además hay la autosuficiencia. El individuo, en lugar de fiarse del todo en los recursos y la gracia de Dios, de-

pende de su propia sabiduría, su habilidad, y sus propios esfuerzos. Lo vemos en el caso de Pedro, quien, la

noche que prendieron y juzgaron a Cristo había dicho que aunque los otros discípulos abandonaran al

Maestro y huyeran, él, solo, sería fiel hasta el fin, aún hasta la muerte. Pero cuando vino la hora de la prueba,

falló miserablemente y negó a su Señor tres veces. Había confiado en sus propias fuerzas.

Una niñita estaba cantando solita en la sala de la casa un día, mientras que su madre trabajaba en la cocina.

Era un himno conocido, pero la versión de la niña era nueva y revisada. La madre no pudo menos que sonreír

al oírla.

Cuenta tus bendiciones

Nómbralas una por una

Y, ¡qué sorpresa para el Señor

Ver lo que tú has hecho!

Este YO también se manifiesta en la obstinación. Quizás esto es el punto de partida del asunto. En lugar de

buscar la voluntad de Dios en cada decisión de la vida, con frecuencia escoge su propio camino. En su

admirable libro The Great Divorce, C. S. Lewis sugiere que realmente, no hay más que dos grupos de

personas en el mundo. El primer grupo consiste en los que le dicen a Dios: “No mi voluntad sino la tuya sea

hecha”. Jesús fue el gran ejemplo de esta actitud cuando oró exactamente así en el huerto de Getsemaní

poco tiempo antes de su crucifixión. En el segundo grupo están aquellos a quienes Dios por fin tiene que

decirles: “No mi voluntad sino la vuestra sea hecha. Quisisteis tener todo a vuestro modo; pues bien, así

sea— para siempre.” Y según el escritor Lewis, cuando Dios final y decisivamente le dice eso a un hombre,

¡eso es el infierno!

Generalmente el ser es lo último que llegamos a rendir. Es fácil dar a Cristo las cosas, es más difícil darse a sí

mismo; presentarse en rendimiento. Generalmente estamos listos a dar cualquier cosa a Cristo—el dinero, las

posesiones, aún el servicio—todo menos nosotros mismos. Me acuerdo de un laico en la India que confesó:

“Todos estos años he dado fielmente mis ofrendas al Señor pero nunca me he rendido a mí mismo.” Un

misionero joven que fue a la India para ser pastor de una iglesia angloparlante de una gran ciudad, dijo en un

retiro: “He dejado mi hogar, la familia, un puesto con buen salario, para venir a la India a servir a Dios; pero

hasta hoy no me había rendido por completo.” Simón Pedro hablando por los otros también le dijo al Maestro

“He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué pues, tendremos” (Mateo 19:27). Nótese

la última parte de lo que dijo. Pedro había entregado su hogar, su barco, su pesca, pero no había rendido a

Pedro y como consecuencia se estaba enredando en el yo.

Debemos tener mucho cuidado y entender que rendirse no significa apagarse. Uno no puede nunca

deshacerse totalmente del ser. Si se le echa por la puerta vuelve a entrar por la ventana. El ser es la esencia

eterna de la personalidad humana. Es aquello que le hace a uno ser persona; lo que le da individualidad. Ser

De puntillas por Amor

38

un “sin-ser” no es posible; es contradicción de términos. Es posible no ser egoísta, pero nunca se pierde el

ser.

El rendirse totalmente es un cambio radical, de tener el enfoque en uno mismo a enfocar en Cristo; así la vida

ya no gira alrededor de uno mismo sino que gira alrededor de Cristo. Es necesario cambiar ese Yo en un ¡Ya!

“Ya, Señor me rindo.” Cuando ese Yo se encamina a la voluntad del Maestro, se llega a ser un verdadero

heredero en Cristo.

Notamos no hace mucho que cuando el hijo pródigo se marchó de la casa de su padre, lo que decía era:

“Dame, dame.” Observemos ahora que cuando volvió a su casa, decía: “¡Hazme! ¡Hazme!” El centro de la

voluntad había cambiado del hijo al padre.

Al estudiar la gramática aprendemos a conjugar los verbos de esta manera: primera persona—yo; segunda

persona—usted (o tú); tercera persona—él. Pero al rendirse uno completamente la gramática espiritual

cambia. Primera persona—El (Dios); segunda persona—tú, usted (o el prójimo); tercera persona—yo. Dios

tiene que tener el primer lugar; es menester que tenga la preeminencia. Usted, prójimo mío tiene que tener el

segundo lugar.

Hay dos modelos básicos de la vida. Uno gira alrededor de sí mismo y el otro gira alrededor de Dios, El es el

centro. El Nuevo Testamento habla de estos dos modelos simbólicamente como “el hombre viejo y el hombre

nuevo”. Todos los acontecimientos y el contenido de la vida caen dentro de uno de estos dos modelos. No

podemos negar que, hasta cierto punto en los corazones sin rendir, existen ambos modelos al mismo tiempo,

de modo que vistos en forma geométrica hay una elipse en lugar del círculo que debía de haber.

En su libro intitulado El Espíritu de Santidad[*] el Dr. Everett Cattell da la siguiente ilustración de esta común

condición espiritual: si se mueve un imán en forma de herradura debajo de un papel en donde se ha puesto

limaduras de hierro, y se mira por encima, no puede verse el imán. Pero sí se puede ver dónde están los dos

polos porque las limaduras reaccionan arreglándose en dos círculos adyacentes sobre los polos. “En la vida

del convertido” dice el Dr. Cattell, “todavía hay dos grandes polos—el Yo y Dios. Todos los elementos de la

vida se agrupan alrededor de un polo u otro en una vida equívoca y ambivalente. Es posible que ciertos

elementos en áreas dominadas por ambos polos reaccionen ambiguamente”.

Es menester ser limpiados de ese egoísmo centrado en el Yo. Esa dualidad tiene que dejar de existir. El Yo,

un polo apartado de Dios tiene que entregar su hurañía, su aislamiento, su enemistad con Dios, su soberanía

independiente, por medio de un acto de rendimiento absoluto. Tiene que hacerse a un lado hasta ser

escondido con Cristo en Dios. El ser entonces sigue viviendo pero vive en Dios. Los polos son ahora, por

decirlo así, idénticos; y el modelo de la vida es uno, íntegro.

Esta paradoja espiritual fue expresada breve e intrigantemente en las conocidas palabras: “Con Cristo estoy

juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe

del hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20). Este es un versículo

asombroso. Pone énfasis al rendimiento y la crucifixión del Yo, pero al mismo tiempo habla mucho del Yo.

Predominan los pronombres personales. Tenemos que seguir el razonamiento de Pablo con mucho cuidado.

De puntillas por Amor

39

Es evidente que habla de tres entidades (“yo”) distintas, o mejor dicho, tres aspectos del Yo. “Con Cristo estoy

juntamente crucificado...,“ dice al empezar. Esta es la parte del yo que necesita ser crucificada. Es aquel Yo

orgulloso, perverso, y egoísta que busca gloriarse en todo. Luego sigue Pablo, “y vivo”. Esta es la parte del yo

que vive más allá de su crucifixión. Es nuestro ser esencial, el Yo verdadero, imperecedero y eterno. Dios

mismo lo ha creado y no lo destruirá; vivirá para siempre. “No (vivo) ya yo, mas Cristo vive en mí,” concluye

Pablo. He aquí el secreto. Cuando se crucifica el yo carnal y egoísta, entonces puede haber un yo genuino,

lleno y poseído de Cristo. Por lo tanto, Pablo un momento dice: “Estoy muerto,” y luego “Estoy vivo.” Entonces

clarifica al añadir: “Cristo vive en mí.” La crucifixión del Yo es muerte que conduce a la vida.

Se cuenta la historia de un señor que leía la página de los fallecimientos en el periódico, cuando, ¡cuál no

sería su sorpresa, encontró su propio nombre en la lista! Volvió a leerla. Las iniciales, el apellido, hasta la

dirección de su casa estaban allí. ¡Anunciaban que él había muerto! Primero le causó risa, pero luego sonó el

teléfono muchas veces. Sus conocidos llamaban adoloridos para preguntar la causa de tan repentina muerte.

Al fin muy irritado llamó al redactor. “Señor,” dijo, “han anunciado mi fallecimiento en el periódico de esta

mañana y resulta que estoy verdaderamente vivo. Esto les está causando mucho confusión a mis amigos.

¡Demando que corrijan este error!”

El redactor, confuso, no supo qué decir hasta que, inspirado dijo: “No tenga usted pena, señor, corregiremos

todo. ¡Mañana pondremos su nombre en la lista de recién nacidos!”

Es una parábola espiritual. Si morimos con respecto al viejo yo carnal, de repente nos encontramos vivos en

Cristo de una manera nueva, porque después de la crucifixión viene la resurrección. Muere el yo viejo y es

levantado un yo nuevo. Ponemos nuestro nombre en el anuncio de los fallecidos e inmediatamente nos

hallamos en la lista de los recién nacidos.

En este punto se necesita una nota de precaución. La crucifixión del yo viejo de que hemos estado tratando

no puede hacerla el individuo mismo. Es decir, el yo no puede crucificarse a sí mismo. Irrevocablemente se

opone a su propia crucifixión. La única cosa que el individuo puede hacer es alistarse a ser crucificado por la

ejecución del Espíritu Santo. Pablo dice: “Nadie puede llamar a Jesús ‘Señor’ sino por el Espíritu Santo” (I

Corintios 12:3). Pero cuando nosotros estamos dispuestos, hallamos que El es capaz.

RECIBA LA PLENITUD DEL ESPIRITU

El rendimiento completo del ser no es un fin en sí mismo. Es meramente limpiar el canal para que el Espíritu

pueda darse en su plenitud. Sin embargo es importante que no lo interpretemos como una forma de “regateo”

celestial, en el que damos nuestro todo, y El da su todo en un intercambio. Al rendirnos totalmente no hay

modo de que lleguemos a merecer la plenitud del Espíritu. No hay nadie que “lo merezca” pero todos los

cristianos podemos recibirlo. Este es el don de Dios. Se nos da si lo pedimos. Jesús dijo: “Pues si vosotros,

siendo malos sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu

Santo a los que se lo pidan” (Lucas 11:13). Lo único que tenemos que hacer es pedir al Espíritu Santo que ya

mora en nosotros, que tome el control de la vida, que nos santifique y nos llene.

De puntillas por Amor

40

Al buscar la plenitud del Espíritu Santo, nuestros ojos tienen que estar fijos en el Dador mismo y no en una de

las dádivas. Pablo dice que el Espíritu Santo distribuye sus dádivas “a cada uno en particular como él

requiere” (I Corintios 12:11). No todos reciben la misma dádiva; ni tampoco posee un individuo todas las

dádivas. No es posible dictarle al Espíritu Santo cuál dádiva debe darnos. Esta es su prerrogativa. Pero todos

podemos recibir el don de la plenitud del Espíritu Santo mismo. ¡Eso se nos ofrece a todos!

Poco tiempo después de que mi señora y yo llegamos a la India como misioneros, los japoneses atacaron el

puerto de Pearl Harbor y así precipitaron la entrada de los Estados Unidos en la segunda guerra mundial. En

pocos meses, las fuerzas japonesas habían avanzado hasta las fronteras de la India y el embajador

americano nos dijo que debiéramos de evacuar. Mi esposa y nuestra hija que en esos días tenía seis meses

de edad, regresaron a los Estados Unidos en un vapor militar, pero yo me quedé en la India. No nos volvimos

a reunir sino hasta que pasaron dos años y siete meses.

Durante ese largo período de separación, mi esposa y yo padecimos muchas horas de soledad. Ella me

escribía con frecuencia, pero en esos años de guerra el correo era lento y se practicaba estricta censura. A

menudo faltaban trozos grandes de una carta. A veces ella me mandaba paquetes con algún obsequio como

prueba de su amor. Una vez, estando yo en Calcuta en una serie de servicios especiales, un ladrón entró en

la casa del pastor y se robó unas cositas caseras, mi traje y una pluma fuente. Cuando mi señora supo mi

pérdida, juntó lo que pudo de sus ahorros y me compró otro traje y otra pluma también. Estuve encantado por

supuesto al recibir el regalo. Pero le escribí a ella: “Queridísima, te agradezco mucho todas las cartas que me

aseguran de tu amor y tus oraciones. Te agradezco todos los obsequios especialmente este último; pero,

querida, estoy llegando al punto en que ya no me bastan las cartas y los paquetes. Tengo ansias de estar

contigo y sólo contigo. Si pudiera verte la cara y tenerte en mis brazos, valdría más para mí que mil cartas y

paquetes. Otra vez que me mandes un paquete, ¡ponte adentro y vente!”

Llegó un tiempo en mi vida espiritual cuando tuve que decirle casi lo mismo al Espíritu Santo. En mi corazón le

dije, “Señor, te agradezco todos tus dones, el perdón, la paz, el consuelo, y la fortaleza. Pero Señor, yo quiero

más, que solo dones. Te deseo sólo a ti. Quiero que Tú penetres y llenes todo mi ser.”

Es menester que deseemos al Señor más que cualquier cosa en todo el mundo. Debemos desearle a El y

sólo a El.

Finalmente debemos recibir al Espíritu Santo en su plenitud por fe. Pedro, ante el concilio en Jerusalén dijo, “Y

Dios que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros; y

ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones (Hechos 15:8-9). (Letras

cursivas del autor). Todos los dones de Dios se reciben por fe.

Muchos cristianos parecen rendirse totalmente a Dios, crucifican el yo, pero todo es tan triste, tan deprimente.

Les falta tomar el paso positivo de la fe.

El rendimiento dice: “Con Cristo soy crucificado”

De puntillas por Amor

41

La fe dice: “Cristo vive en mí”

El rendimiento dice: “Estoy vaciado y limpiado”

La fe dice: “Lleno y listo para el uso del Maestro”

El rendimiento dice: “Doy todo lo mío”

La fe dice: “Recibo todo lo tuyo”

La fe es sencillamente creer lo que Dios ha dicho en su Palabra, poniendo todo su peso en el poder de sus

promesas. Nos asegura que el don del Espíritu Santo es para todos, que El le da el Espíritu Santo a

cualquiera que le pide, y que si le pedimos algo en su nombre nos lo da. En vista de esto, digo en mi corazón:

“Señor, sé que lo que dices es la verdad. Ahora te pido que me llenes con el Espíritu Santo; y creo que Tú me

llenas en este momento. Gracias, Señor.”

Puesto que a esta experiencia uno entra por la fe, puede ocurrir en nuestras vidas en cualquier tiempo, en

cualquier lugar, cuando lo pedimos y creemos.

Predicaba yo en cierta iglesia una serie de mensajes sobre el tema del Espíritu Santo. Una ama de casa, hija

sincera de Dios sintió deseos de ser llena con el Espíritu Santo. Una mañana estando sola en la casa,

trabajando en la cocina, en su mente meditaba y oraba. De repente levantó los ojos y dijo en voz alta: “Señor,

el predicador dijo que podemos recibir el bautismo del Espíritu Santo por fe. Según veo, Señor esto está de

acuerdo con tu Santa Palabra. Pues Señor, aquí y ahora mismo te pido me llenes con el Espíritu Santo, y creo

ahora que lo estás haciendo”. En el servicio de esa noche, se puso de pie y testificó que tenía la seguridad de

que el Espíritu Santo la había llenado. ¡Ocurrió mientras que ella lavaba los platos en la cocina!

Hace algunos años en un retiro de predicadores y laicos en el estado de Nueva York, estuve predicando esa

misma serie de mensajes sobre el Espíritu Santo. Al terminar la primera sesión, se dio tiempo para preguntas

y discusión. Los ministros se enfrascaron en los puntos teológicos en pro y en contra del tema. En eso, uno de

los laicos que se llamaba Sam interrumpió la discusión y dijo ansioso: “No puedo entender esa jerigonza

teológica. Lo que sí sé es que necesito la plenitud del Espíritu Santo. Díganme cómo la puedo encontrar”.

Brevemente le di el bosquejo de los pasos al rendimiento y la fe.

Al acabar la sesión de la noche, el líder del retiro explicó que ahora empezaría un período de silencio que du-

raría la noche y abarcaría la hora devocional de la mañana siguiente. También nos dijo que al salir tomáramos

una de las tarjetas, en cada una de las cuales habría escrito el nombre de uno que estaba allí. Se nos pidió

que oráramos por la persona cuyo nombre nos tocara. Inmediatamente oré en mi corazón, “Señor, dame a

Sam que sea mi objeto de oración.” Cuando tomé la tarjeta, el nombre era el de Sam _____________.

“Coincidencia” dirá usted. Pero eran más de cien tarjetas. Sentí que había sido la mano de Dios. Me fui a mi

cuarto y oré encarecidamente por Sam, que fuera lleno con el Espíritu.

En la misma mañana nos reunimos para devociones colectivas y silenciosas. Al final del período de silencio,

Sam de un salto se puso en pie y dijo, “Apenas pude esperar que se rompiera el silencio. Ya reviento con las

De puntillas por Amor

42

buenas nuevas que quiero impartirles. Anoche Dios me llenó con el Espíritu Santo. Pedí y creí y el Señor me

contestó la oración.” Contó que el bautismo y la plenitud del Espíritu habían venido mientras que él se bañaba

en la ducha.

Muchos años han transcurrido desde que un hombre, alto, delgado y pelirrojo, nativo del estado de Kentucky,

estudiante de ingeniería civil en la Universidad de Cincinnati, andaba por la avenida Clifton cerca del plantel

universitario. Eran las últimas horas de una tarde de enero, fría y pesada. El verano pasado el joven había

asistido a las conferencias en el campamento Sychar en Mount Vernon, del estado de Ohio, y se había

convertido. Había sentido vocación a la obra misionera en la India. No hacía poco había recibido instrucción

acerca del bautismo con el Espíritu Santo y estaba buscando anhelosamente la experiencia. Andando en la

acera, perdido en sus pensamientos, dijo en voz alta: “Señor, yo he puesto mis ambiciones, mi carrera, mi

matrimonio, mi todo en el altar. ¿Qué más debo hacer para recibir al Espíritu Santo en su plenitud Esto es lo

que necesito y deseo más que cualquier otra cosa.” Una voz interna dijo suavemente: “Sólo pídelo y cree”.

Pues aquel joven (que llegó a ser mi padre) levantó los ojos al cielo y dijo desde lo profundo de su corazón:

“Señor, sí creo; lléname ahora mismo.”

No hace mucho, mi padre me llevó a Cincinnati y me mostró el sitio en donde ocurrió. Estuvimos allí juntos en

unos momentos de oración expresando gratitud.

En mi propia vida, cuando yo era estudiante en la Universidad de Asbury en Wilmore, estado de Kentucky,

recuerdo cómo, por primera vez recibí la plenitud del Espíritu. Dos años atrás había aceptado a Cristo, y había

empezado la vida cristiana con mucho celo. En eso llegué a una meseta, y no progresaba espiritualmente. El

descubrimiento de ciertos deseos y actitudes en mi corazón claramente contrarios al espíritu de Cristo me

causó profunda pena. Estaba dividido con guerra intestina. Las doctrinas del Espíritu Santo y la santificación

no eran nuevas para mí. Había crecido en la tradición de Wesley. Solamente necesitaba tomar a pecho la

verdad y hacer experiencia de la doctrina. Una mañana, sentado a solas en mi escritorio para mis devociones

privadas, oré para mis adentros: “Señor Tú has dicho, ‘Bienaventurados los que tienen hambre y sed de

justicia, porque ellos serán saciados.’ (Mateo 5:6). Pues bien, yo tengo hambre. Tengo sed. Quiero ser limpio

y lleno con el Espíritu más que cualquier cosa. Señor, cumple ahora tu promesa. Creo.” En ese momento me

sentí como si hubiera acabado de bañarme. Me sentí limpio. Además tuve la certeza que el Espíritu Santo

había poseído todo mi ser. Me duele decirlo pero no siempre he sido fiel al Maestro. Hubo un tiempo cuando

le falté miserablemente a mi Señor y perdí la seguridad de su plenitud. Pero el Espíritu fue fiel en su ministerio

y me trajo de nuevo al punto de rendirme y creer. Hoy día tengo la seguridad de su plenitud.

Estos, pues, son los pasos para llegar a la vida llena de la plenitud del Espíritu Santo. Rendirse totalmente a

su voluntad. Dejar morir el yo del hombre viejo. Recibir al Espíritu en su plenitud por fe. Darnos cuenta que es

la intención de Dios llenarle con su Espíritu. Entonces se cumplirá la promesa en su vida y el Pentecostés

será tan verdadero para usted como lo fue para los discípulos en Jerusalén.

De puntillas por Amor

43

VII

El Amor Es la Señal

De todas las proclamaciones en todas las lenguas, la mayor es “Dios es amor.” No dice solamente que “Dios

ama” sino que “Dios es amor.” El es la personificación del amor. El amor es la fibra de su ser.

Todas las acciones de Dios emanan de ese hecho básico. Por ejemplo, el amor es la base de su acción

creativa. ¿Por qué creó Dios Porque el amor requiere relacionarse. Requiere objetos sobre los que pueda

prodigar su afecto. Así que Dios creó al hombre para tener una relación amorosa con él y para derramar sobre

él su amor. Los padres crean por la misma razón. Desean tener hijos a quienes puedan llamar suyos y

brindarles todo el afecto y quienes reciprocarán esas acciones con amor.

El amor es la base de la acción redentora de Dios. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a

su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). “En

esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que

vivamos por él” (I Juan 4:9). “En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros” (I Juan

3:16). Fue una cosa peligrosa que Dios creara. Era posible que su criatura hiciera mal y le quebrantara el

corazón. Pero Dios quiso hacerlo. Sabía que El tendría que entrar en escena y decirle al hombre: “Ya pecaste.

Ahora aquí está mi amor.” Por lo tanto, la cruz estaba inherente en la creación. A Jesús se le llamó “el

Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13:8), no sólo hace 2000 años. El

momento en que el hombre desobedeció y se hizo pecador, una cruz se formó en el corazón de Dios. Era

inevitable. ¿Cómo podríamos saber que le importaba a Dios y que El padecía a causa de nuestro pecado La

única manera de saberlo era que El levantara una cruz en algún momento en la historia para que la pudieran

ver todos los hombres. Por medio de la cruz exterior, de madera, en el Calvario podemos ver la cruz interior,

invisible, en el corazón de Dios. De modo que porque Dios es amor, amó al mundo y dio a su Hijo, y el Hijo

entregó su vida.

El amor es la base por la cual nos podemos acercar a Dios. Supongamos que yo fuera un pecador necesitado

de ayuda y dirección, y viniera a pedirle a usted que me aconsejara. Usted me diría: “Dios es omnipotente.

Acuda a El; le ayudará.” Pero no me atrevo a acercarme a El basado en su omnipotencia. Soy débil y finito.

Tal vez El me aplaste en sus manos poderosas. Entonces usted me diría, “Dios es omnisciente. Acuda a El; le

ayudará.” Tampoco me atrevo a acercarme a Dios basado en su omnisciencia, porque eso significa que El me

conoce—cada hecho, cada palabra, aun mis pensamientos más íntimos.

Entonces, tal vez usted me diría: “Dios es santo. Acérquese a El y El le ayudará.” Pero no me atrevo a

acercarme basado en su santidad. El es la perfección absoluta mientras que yo soy un pecador miserable.

Mientras más me le acercara, mayor sería mi vergüenza. Tal vez usted me diría: “Dios es justo. Acuda a El

para el socorro que necesita.” Pero no me atrevo a acercarme a El basado en su justicia. He pecado contra El

y soy culpable en su presencia. La justicia demanda que yo sea condenado por mi pecado.

Finalmente usted me diría: “Dios es amor. Acuda a El y El tendrá compasión de usted.” Entonces sí, olvido mi

vergüenza y mi falta completa de méritos y me precipito en sus brazos extendidos, implorando misericordia. Y

De puntillas por Amor

44

porque Dios me ama, me dará la bienvenida, el perdón, y la limpieza y me recibirá. El amor es la única base

sobre la que puedo acercarme a él.

Puesto que el amor es una de las características básicas de Dios, es una de las características básicas de la

vida plena del Espíritu Santo. Esta es la verdad reiterada por Pablo en su Primera Epístola a la iglesia en

Corinto. Habiendo discutido los dones del Espíritu en el capítulo doce, concluye de esta manera: “mas yo os

muestro un camino aun más excelente.” Luego, en el capítulo trece nos da su gran tributo al amor, el cual

constituye una de las alegorías más sublimes en toda la literatura.

Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o

címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la

fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para

dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve (1

Corintios 13: 1-3).

La esencia de lo que Pablo dice es: Podemos declamar las más maravillosas palabras; podemos poseer los

mayores dones; podemos hacer proezas de la mayor nobleza. Pero si no poseemos y practicamos el amor, no

somos nada. Todo es en vano.

Esta es la razón por la cual cuando se le preguntó a Jesús cuál era el mayor mandamiento, declaró que era

amar. Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo sinceramente.

El primer mandamiento de todos es: Oye Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es y amarás al Señor tu

Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas... y el segundo es...

Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos (Marcos 12: 29-31).

Como Dios es amor y el hombre es hecho en la imagen de Dios, es natural que el hombre tenga la capacidad

de amar. Anteriormente los psicólogos decían que había tres instintos en el hombre—el yo, el sexo, y el

grupo; es decir, el instinto de la auto-preservación, el de propagarse y el de asociarse con otra gente. Pero en

años recientes los psicólogos han estado diciendo que hay solamente un instinto básico en realidad, y es el de

amar y ser amado. El hombre tiene que amar algo. Si no ama a Dios y al prójimo, a lo menos amará el arte, la

música, la literatura, los deportes, su patria o alguna causa noble. Alguien ha condensado eso al decir: “El

amor hace girar al mundo.”

El opuesto de ese adagio también es cierto. “La falta del amor arruina a todo el mundo.” La causa principal de

muchos hogares despedazados y de la delincuencia juvenil de hoy día es la falta del amor. Muchos esposos

han perdido su primer amor. Muchos hijos no han tenido amor verdadero (que incluye disciplina) en su hogar.

Muchos de los jóvenes de muy temprana edad que se fugan y se casan, están buscando el amor que no

recibieron de sus padres.

Recuerdo haber leído en un periódico hace unos años del secuestro de un bebé de tres semanas de edad en

un pueblo del sur del estado de Illinois. Una mujer como de treinta y tantos años de edad visitó a los padres

del niño y dijo que representaba al Hospital Memorial Massac. Dijo que al niño se le había escogido para ser

De puntillas por Amor

45

el “bebé del mes” y que quería llevarlo al hospital para sacarle fotos. Cuando pasaron varias horas sin que la

mujer regresara, la madre afligida llamó a la policía. Unos cuantos días después hallaron a la secuestradora

con el bebé, en la ciudad de Chicago. Cuando las autoridades le preguntaron porqué había robado al recién

nacido, ella respondió llorando: “Yo quería tener algo que amar.” Más tarde se supo que un mes antes se le

habían muerto el esposo y el padre y ella había abortado a su propio hijo quedando absolutamente sola.

Presa de la desesperación había robado al bebé para tener “algo que amar.”

La religión y la psicología ordenan: “Amarás.” Esto es básico en la vida cristiana. Pero alguien dirá: ¿Cómo

puede el amor ser el resultado de una orden El amor no puede ser genuino a menos que sea espontáneo, del

corazón. La respuesta es esta: cuando Dios manda que amemos, la naturaleza concuerda. Si violamos la ley

del amor, violamos la ley de nuestro ser. Si no amamos a Dios y al prójimo, no podemos amarnos a nosotros

mismos. Supongamos que estoy hablando a un grupo de gente y al medio día les digo: “Vayan a almorzar.”

Sería un mandamiento, pero habría dentro de cada oyente algo que estaría de acuerdo con ese

mandamiento. Asimismo cuando Cristo nos manda que amemos, nuestra naturaleza interior responde al

mandamiento, porque tenemos la capacidad de amar.

Luego Jesús añade: “Amarás al Señor tu Dios”. Dios ha de ser el objeto de nuestro amor—una Persona, no

meramente u.n doctrina, ni sólo una idea, ni una causa. Tiene que haber una relación personal.

Dios es el Objeto perfecto de nuestro amor. Es absolutamente bueno y santo, y sin faltas ni defectos.

Podemos depender totalmente en El y jamás nos fallará. A veces mi esposa me dice: “Querido, te amo a

pesar de tus faltas.” Y yo puedo decirle lo mismo a ella. Puesto que somos humanos todos tenemos faltas.

Tenemos que amarnos a pesar de las faltas y debilidades que tengamos. Pero no podemos venir ante Dios,

ver su rostro y decirle: “Señor, te amo a pesar de tus faltas.” El no tiene falta alguna. Es la única persona en

todo el universo que es absolutamente perfecta y fidedigna.

Dios es también el Objeto eterno de nuestro amor. Esta es una relación amorosa que no tiene fin. En el

mundo de relaciones humanas, viene la hora cuando tenemos que bajar al esposo, la esposa, el hijo, o el

amigo al sepulcro, y la íntima relación amorosa se rompe. Pero cuando nos enamoramos de Cristo, es el

principio de un romance eterno. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni

principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada

nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro (Véase Romanos 8:38-39).

Un niño pequeño tenía un conejo predilecto, regalo de cumpleaños de su padre. ¡Cómo quería al conejo! Lo

llevaba consigo a todos lados. Pero un día dos perros callejeros pasaron por el patio y al ver al conejito, lo

hicieron pedazos. Esto le quebró el corazón al niño, tanto que lloró por varios días. Entonces su padre le trajo

un hermoso perrito, y el niño pronto olvidó lo del conejo. Acariciaba a su perro y jugaba con él hora tras hora.

Donde él iba, corría el perrito detrás. Pero un día mientras que jugaban, el perro cruzó la calle en pos de una

pelota y fue atropellado por un carro, muriendo al instante. El niño de nuevo se vio con el corazón

quebrantado y lloró largamente la pérdida de su animalito. Se subió a las rodillas de su padre y con sus ojos

llenos de lágrimas le dijo: “Papacito, se me murió el conejo y se me murió el perrito, ¿no puedes conseguirme

algo que nunca se me muera”

De puntillas por Amor

46

Hay algo en el corazón del hombre que exclama del mismo modo: ¿No habrá algo o alguien en el universo al

que pueda amar y que jamás se muera ¡Sí, hay Alguien! El Señor Jesucristo. Cuando nos enamoramos de El,

es amar para siempre. Es un romance eterno.

Jesús sigue hablando y dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu

mente, y con toda tu fuerza”. Pone énfasis en la palabra “todo”. Nuestro amor para con Dios ha de ser

completo. El desea toda nuestra devoción. ¿No es igual con nosotros La esposa quiere todo el amor del

esposo; el esposo quiere todo el amor de la esposa. No estamos satisfechos hasta tenerlo todo. ¿Querrá Dios

tener menos

Nuestro amor para Dios ha de ser un amor equilibrado que exprese cada aspecto de nuestra personalidad.

Hemos de amarle con toda nuestra mente—con toda la sensatez de nuestra naturaleza intelectual. Hemos de

amarle con todo el corazón—con toda la sinceridad de nuestra naturaleza emotiva. Hemos de amarle con toda

nuestra alma— con toda la intensidad de nuestra naturaleza volitiva. Hemos de amarle con toda nuestra

fuerza—con toda la vitalidad de nuestra naturaleza física. La totalidad del hombre ha de sujetarse al dominio

de Dios. Esto hace posible unificar la personalidad y fijar el propósito.

Muchos aman a Dios de una manera desequilibrada y por lo tanto, débil. Hay quienes lo amen con la fuerza

de las emociones y la debilidad de la mente. Esto causa a los emocionalistas religiosos. Otros aman a Dios

con la fuerza de las emociones y la debilidad de la voluntad Esto causa sentimentalistas religiosos Otros más

aman a Dios con la fuerza de la mente y la debilidad de las emociones. Esto es lo que hace que haya

intelectualistas religiosos. Otros más todavía lo aman con la fuerza de la voluntad y la debilidad de las

emociones. Esto produce a los legalistas religiosos, esas personas de hierro—muy morales, pero que ni aman

ni atraen el amor. El cristiano verdaderamente fuerte es el que ama con la fuerza del intelecto, con la fuerza

de las emociones, con la fuerza de la voluntad, y con la fuerza de toda la personalidad. Todo el ser participa

en una pasión de amor y rendimiento a Cristo

Después de que da el primer mandamiento grande, “Ama a Dios con todo tu ser,” Jesús añade el segundo

mandamiento: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” Los dos no pueden separarse. Son como los dos rieles del

tren o las dos alas del pájaro. Hablar de amar a Dios sin amar al prójimo es una farsa. Sería comparable a

darle un abrazo a alguien y al mismo tiempo darle un puntapié en la canilla. Hay que escribir el Amor cristiano

con A mayúscula. El vértice agudo de la A nos recuerda nuestra relación con Dios, pero la base horizontal de

la A representa nuestra relación con el prójimo. Si amamos a Dios, amaremos a la gente.

Mi padre pasó sus años de adolescencia en la ciudad de Tucson, en el estado de Arizona. Cuando estudiaba

la secundaria pasó un verano trabajando en el dique cerca de la frontera mexicana. Fue allí donde, por

primera vez él vio a unos hindúes del sur de Asia. Habían venido por invitación del gobierno de México para

trabajar de peones en unos proyectos de obras públicas. Cuando mi padre vio a estos culíes con sus marcas

de casta y sus costumbres tan extrañas, y oyó su música rara al amor de las fogatas de noche, dijo dentro de

sí que esa gente era la basura de todo el mundo y que nunca había visto gente tan aborrecible. ¡Poco

imaginaba entonces que Dios le llamaría unos cuantos años después para que le sirviera de misionero en la

India! Pero antes que pudiera ocurrir esto, fue convertido en unos cultos campestres en el estado de Ohio y

De puntillas por Amor

47

más tarde fue lleno del Espíritu Santo. Recibió tal bautismo de amor en su corazón que su actitud hacia los

hindúes cambió por completo. La India llegó a ser su patria querida; la gente de la India llegó a ser su pueblo.

Puede decirse en verdad que jamás hubo quien amara más a los habitantes de la India, ni fue nadie tan

amado como mi padre.

Hace pocos años yo conduje un retiro devocional de solo un día en una iglesia presbiteriana en la ciudad de

Baltimore. Una joven universitaria muy guapa llegó al retiro, pero al ver que había buen número de negros en

el grupo, se resintió y casi se regresó a su casa. Sin embargo, se controló a si misma y se quedó. Escuchó

atentamente los mensajes sobre el Espíritu Santo, y cuando se dio la invitación a que viniera la gente al altar

para orar, ella respondió pronto. Al celebrarse la sesión final del retiro, la joven se puso de pie ante el grupo,

confesó el resentimiento que había sentido y pidió el perdón de todos los negros presentes. Luego prosiguió

en voz alegre: “Quiero decirles que le pedí a Dios que me llenara con el Espíritu Santo. El ha contestado mi

oración. Ahora encuentro de repente que se me ha quitado la actitud de prejuicio racial y por primera vez

tengo la capacidad de amar a todos mis hermanos negros y a todo el mundo”. Ella había cambiado de

rechazamiento a aceptación en un período de seis horas. Había sido un verdadero milagro de la gracia de

Dios.

Estoy escribiendo estas líneas en el interior del Congo, África, en donde estoy asistiendo a la conferencia

anual de la Iglesia Metodista. Está aquí un joven misionero que se llama Paul Law. El y su esposa

recientemente graduaron de la Universidad de Asbury (en Kentucky). Han venido a servir a la gente del

Congo. Hace seis años el padre de Paul, Burleigh Law, piloto misionero metodista, fue asesinado a balazos

por los rebeldes en la guerra civil. Está enterrado en la misión de Wembo Nyama. Hoy su hijo ha venido a la

misma misión, predicando a Cristo a la gente de esa región. Humanamente se esperaría que Paul tuviera

resentimiento hacia la gente del Congo por la muerte de su padre. Uno esperaría que él ni siquiera querría ver

el Congo. Pero aquí está en el escenario del martirio de su padre, amando y sirviendo en el nombre de Cristo.

Solamente por el amor de Cristo puede uno servir así.

En su carta a la iglesia en Roma, Pablo dice que, “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones

por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5). Luego en su Carta a los Gálatas escribe: “Mas el fruto

del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales

cosas no hay ley” (Gálatas 5:22-23). Vemos que el amor con todas sus manifestaciones es la evidencia

suprema de la morada del Espíritu. Cuando estamos enteramente rendidos a Cristo y llenos del Espíritu, su

amor es aún más evidente en nuestra vida.

Las dádivas del Espíritu son importantes y deben usarse para la edificación de la iglesia y para la gloria de

Dios. Pero el Espíritu Santo reparte sus dones según su propia voluntad. A uno le da el don de la profecía (o

la proclamación), a otro el don de la sanidad, a otro el don del discernimiento, y a otro el don de lenguas,

etcétera (Véase I Corintios 12:4-11, 27-31). Nadie posee todos los dones, ni tampoco tenemos todos el don en

forma idéntica. Es por esto que no podemos decir que un don en particular es la manifestación del bautismo

con el Espíritu. Sin embargo, cada uno que está lleno del Espíritu posee todos los frutos del Espíritu. El

Espíritu Santo no reparte a uno el amor, a otro la paciencia, a otro la paz, etc. Cada uno de nosotros necesita

De puntillas por Amor

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todas las gracias cristianas. Todos necesitamos amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,

mansedumbre y templanza.

El fruto del Espíritu es la evidencia suprema de la presencia del Espíritu que mora en nosotros. Es muy signi-

ficativo que la plenitud del Espíritu se diera por primera vez el Día del Pentecostés, que era la fiesta de las

primicias de los judíos. El bautismo con el Espíritu Santo es una fiesta espiritual que produce el fruto del

Espíritu en nuestras vidas. El amor es la característica principal del fruto, porque las otras gracias son tan sólo

manifestaciones del amor. El gozo es la expresión emotiva del amor. La paz es el amor en reposo. La

tolerancia y la benignidad son el amor en el comportamiento. La bondad y la mansedumbre son la disposición

del amor. La fe es la confianza quieta del amor, y la templanza es el amor controlador.

Hay pocas cosas que la iglesia de hoy necesite más que un nuevo bautismo del amor. Solamente cuando el

amor divino de Dios se “derrama en nuestros corazones” (Romanos 5:5), podremos ver a cada ser humano

como una persona por quien Cristo murió y un posible hijo de Dios. Sólo entonces podremos amarnos los

unos a los otros con “amor fraternal no fingido” (I Pedro 1:22) y los hombres sabrán que en verdad somos

hijos de Dios.

Cuando Cristo se apareció a sus discípulos la tercera vez después de la resurrección, preparó un fuego en la

playa del mar de Tiberias y sirvió una cena de pan y pescado. Después de la cena habló personalmente con

Pedro. Esto fue el examen final del pescador robusto que tenía tres años estudiando en el seminario

ambulante del Maestro. El examen consistió en tres preguntas y las tres fueron casi idénticas. “Simón, hijo de

Jonás, ¿me amas” La historia nos relata que a Pedro le causó dolor que se le preguntara la misma cosa la

tercera vez. Le hizo recordar la escena parecida de poco tiempo atrás, cuando, al calentarse junto a un fuego

había negado tres veces a su Señor. Le había fallado miserablemente a su Señor porque su amor era

vacilante y debilitado por causa de su temor a los hombres. Ahora su Señor demandaba un amor que fuera

constante y completo. Pero vino el tiempo en la vida de Pedro, en el Día de Pentecostés cuando su amor para

Cristo fue reforzado con una fibra moral que le mandó listo a enfrentarse con un mundo hostil y listo a entregar

su vida en el servicio del Maestro.

Nótese que cada vez que Pedro respondió a la pregunta del Señor, éste le dijo que apacentara sus ovejas. En

otras palabras, nuestro amor para con Cristo tiene que expresarse por medio de servicio a nuestro prójimo. El

amor no es una emoción pasiva que se sienta con las manos dobladas en actitud de contemplación. El amor

es acción agresiva, lista a remangarse la ropa y ensuciarse las manos en servicio y ministerio a los

necesitados.

Para ilustrar su mandamiento a que amáramos a “nuestro prójimo” Jesús contó la historia del samaritano. Con

ella recalcó el hecho de que el amor no se sienta en las gradas del estadio, fuera del juego como espectador,

moviendo la cabeza con lástima. El amor está listo a descender de su posición de comodidad y privilegio para

enfrentarse con los sufrimientos y las penas de los necesitados. El caminante samaritano no sólo sintió

compasión del hombre caído; se bajó de la bestia; se acercó al hombre; le ató las heridas, y le llevó a la

posada, y aún pagó sus gastos. El amor se expresa en acción y en liberalidad. Hoy el Maestro nos examina y

nos exhorta tal como lo hizo con Pedro. “¿Me amas más que éstos” “Apacienta mis ovejas.” Nos manda a

De puntillas por Amor

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cada uno: “Ama supremamente a Dios y a tu prójimo como a ti, sinceramente.” Pero esto sólo es posible

cuando hemos tenido una experiencia personal del Pentecostés en nuestra vida y el amor maravilloso de Dios

se ha derramado en nuestro corazón por el Espíritu Santo:

Necesitamos orar con el himnólogo:

Hazme amarte con angélico amor;

Santa pasión me llene y luego

El Paracleto purificador

En mi alma encienda el amante fuego.

De puntillas por Amor

50

VIII

Siga Caminando

Hay dos errores que tienen que ver con la santificación o la vida plena del Espíritu. Uno es la idea de que la

plenitud del Espíritu es el resultado del crecimiento espiritual y por lo tanto, un proceso gradual. Ya hemos

dicho que aunque haya una serie de eventos que conduzcan al bautismo con el Espíritu Santo, no podemos

nunca llegar a la experiencia por medio de crecimiento ni pasar “sin darnos cuenta” a ese estado. Llega el

momento en nuestra vida cristiana cuando nos damos cuenta que necesitamos una obra más profunda del

Espíritu, nos rendimos del todo, y tenemos fe que Dios nos llena con el Espíritu Santo. Es una crisis tan

definitiva como lo es el nuevo nacimiento, es decir la conversión.

Sin embargo, es igualmente erróneo pensar que la plenitud del Espíritu es sólo una crisis, que resulte en una

condición fija y final de la existencia, que no deje lugar para el crecimiento. La vida de santidad es ambas

cosas: crisis y progreso. Después de que somos santificados por el Espíritu Santo, todavía tenemos que

crecer en gracia hasta llegar a la madurez espiritual y la plena estatura de Cristo. Al igual que Pablo, debemos

constantemente seguir hacia la perfección (Filipenses 3:12).

La vida cristiana no es fija ni estática. Es dinámica y progresiva. Lo que el Espíritu Santo llena, lo ensancha. El

es el viento divino, la “inspiración de Dios” que nos llena y nos ensancha. Mantenemos la plenitud si nunca

nos contentamos con un nivel estático de santidad, sino que pedimos continuamente que El nos conserve

“llenos”. En el capítulo diecinueve de Los Hechos leemos cómo Pablo desafió a los discípulos efesios a que

recibieran el bautismo con el Espíritu Santo, y cómo ellos participaron de una tremenda experiencia de crisis

(Véase Hechos 19:1-7). Pero algún tiempo después, en su Epístola a los Efesios, Pablo exhorta a esos

mismos cristianos a que sean siempre llenos del Espíritu (Efesios 5:18). En el idioma griego en que Pablo

escribe, el tiempo que él usa, el imperativo presente, es tan fuerte, que puede traducirse literalmente así:

“Estad siempre llenos con el Espíritu Santo”. La plenitud espiritual de la vida no es como una vasija que se

llena hasta arriba y luego se deja a un lado. Hemos de ser canales para llevar las bendiciones espirituales a

un mundo necesitado. Hemos de ser como una vasija puesta bajo el chorro del agua, de modo que el agua

está siempre fluyendo, siempre está rebosando la vasija y queda llena.

Esta vida de plenitud espiritual es primeramente una relación con el Espíritu Santo. Mientras mantengamos

esta relación íntima, El seguirá purificándonos y llenándonos de poder de día en día y tendremos en nuestra

vida la evidencia del fruto del Espíritu. El momento en que dañamos esta relación, le impedimos al Espíritu

perfeccionar su obra en nosotros, y nos hallamos en peligro espiritual.

¿Cómo ha de mantenerse esta vida de plenitud espiritual Exactamente en la misma manera en que se recibe

la plenitud del Espíritu por primera vez—es decir, mediante el rendimiento total del ser, y la fe. Ese acto inicial

tiene que volverse la actitud perenne. La crisis debe volverse el andar cotidiano.

De puntillas por Amor

51

ACTITUD DE RENDIMIENTO

Al igual que la santificación, el rendimiento es ambas cosas, crisis y proceso. Llega el momento en que nos

rendimos completamente por primera vez en la vida, pero después de este acto de rendimiento ha de seguir

una actitud de rendimiento y obediencia de día en día. Es algo muy parecido a lo que acontece en el

matrimonio. En el altar decimos un “sí” grandísimo que determina la dirección del resto de la vida. “¿Le

amarás, le honrarás, le cuidarás en tiempo de enfermedad y de salud; y renunciando a todos los otros, te

conservarás para él sólo mientras los dos viviereis” Pero como sabemos muy bien todos los que somos

casados, hay una multitud de ocasiones en que tuvimos que decir nuevamente “sí,” en el curso de nuestra

relación marital.

En cierto sentido, es necesario hacer de cuando en cuando un nuevo rendimiento. El hecho de que estemos

rendidos a Dios en estos momentos no quiere decir que jamás descubriremos nuevas áreas qué rendir más

tarde. La luz que el Espíritu Santo arroja en nuestras vidas no es como un faro que encendido de repente,

alumbra con todo su fulgor para revelar cada detalle de nuestra vida que no le sea de agrado. Eso sería

demasiado fuerte y nos espantaría. El Espíritu funciona más bien como un reóstato que va encendiendo la luz

poco a poco. Al arrojar más y más claridad, expone más áreas de la vida que tienen que ajustarse a la

voluntad de Dios. Puesto que ya hemos dicho el gran “sí” en el altar del rendimiento, ahora, inmediatamente y

de buena voluntad añadimos otro: “Sí, Señor, eso también te lo rindo.” Con gratitud decimos, “Señor, no me

había dado cuenta de este defecto en mi vida. Agradezco que me lo hayas mostrado. Estoy listo a

obedecerte”.

En la India había un cristiano en una aldea muy respetado por su piedad y su vida ejemplar. Era pobre y anal-

fabeto y vestía solamente un dhoti (tela que se ataba a la cintura) y llevaba un manto sobre el hombro. Era un

hombre verdaderamente convertido y lleno con el Espíritu Santo. Un año, durante las conferencias anuales,

testificó. Contó cómo recientemente había estado reposando bajo un árbol, meditando y orando cuando una

voz interior le dijo: “Jettiyappa, algo tengo contra ti.”

“¿Qué es, Señor” preguntó él.

“Jettiyappa, tú fumas. Yo podría usarte mucho más eficazmente si estuvieras dispuesto a abandonar ese

vicio.”

Inmediatamente Jettiyappa respondió: “Señor, no me había dado cuenta que no te complacía este hábito.

Agradezco que me lo hayas revelado.” Al decir eso botó los cigarrillos hechos a mano que tenía y jamás en la

vida volvió a fumar. De igual manera, el Espíritu Santo nos hablará y a veces nos guiará a nuevas

profundidades de rendimiento. Si estamos sinceramente andando en la luz, seremos sensibles a sus impulsos

y obedeceremos sin demora. El Dr. H. C. Morrison, quien por muchos años fue presidente de Asbury, decía

que la consagración se hace en dos etapas: cuando consagramos lo conocido, y cuando consagramos lo

desconocido. Es menester poner los dos “paquetes” en el altar. Consagramos todo lo que sabemos hasta

ahora, y también todo lo que vendrá en el futuro. De modo que la consagración no es sólo llenar una hoja de

papel con la lista de todas las cosas que rendimos a Dios y ponerle la firma, sino que también es entregarle a

De puntillas por Amor

52

Dios una hoja en blanco y decirle a Dios: “Aquí tienes Señor, llénala Tú. Tal vez no lo hagas sino hasta cinco o

cincuenta años de hoy, pero estoy listo a hacer tu voluntad, hoy y para siempre.”

Cuando hablamos de rendir nuestro ser, en realidad queremos decir entregar nuestra voluntad a Jesucristo.

La ponemos en sus manos. Pero no estamos rindiendo nada en concreto sino hasta enfrentarnos con una

situación concreta. Psicológicamente hablando no es posible rendir aquello de lo que no nos hemos dado

cuenta. En este momento solamente podemos afirmar nuestra intención de decidir en favor de Dios cada vez

que nos demos cuenta que tenemos que hacer una decisión específica. Le decimos a Dios: “Señor, yo

renuncio al derecho de escoger basándome en mis propios planes y deseos. En cada caso trataré siempre de

saber tu voluntad y hacerla.” Pero el contenido de esa voluntad y los resultados prácticos de esa disposición a

obedecer son cosas con las que estaremos tratando el resto de la vida. Al surgir cada crisis nueva, tendremos

que afirmar el rendimiento inicial al decir: “Señor, en este asunto, escojo que se haga tu voluntad.”

Es aquí en este punto donde a veces tenemos problemas. Al enfrentarnos con cada situación específica, toda-

vía puede haber conflicto entre nuestras emociones y nuestra voluntad. Los sentimientos y las emociones

pueden causarnos muchos problemas. Algunas veces la batalla es severa. Tal vez seamos tentados a pensar

que la consagración que hicimos en primer lugar no fue completa. Pero lo mejor que podemos hacer en tales

circunstancias es confrontar nuestras emociones con sinceridad y decirle a Dios lo que esas emociones son.

Entonces, mediante la ayuda del Espíritu Santo nos rendimos a su santa voluntad con respecto a este asunto

en particular. Ratificamos el primer pacto hecho con El y la victoria sigue siendo nuestra.

Quizá la mejor ilustración bíblica de esta verdad se halle en la vida misma de Jesús. Es imposible comprender

la tremenda lucha que ocurrió en su corazón y en su mente, mientras oraba en el huerto de Getsemaní la

noche que fue arrestado. Leemos que tres veces se postró en el suelo y oró en agonía desesperada. “Y era

su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Lucas 22:44). Recordemos que poco antes

había dicho a los discípulos: “No se turbe vuestro corazón,” y ahora San Marcos nos dice que “Comenzó a

entristecerse y a angustiarse” (Marcos 14:33.). Y Jesús mismo les dijo a sus discípulos: “Mi alma está muy

triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad” (v. 34).

¿Por qué tan ardua lucha ¿No se había entregado Jesús desde el principio de su vida y ministerio, totalmente

a las manos del Padre ¿No afirmó y reafirmó, “mi voluntad es hacer la voluntad de mi Padre” ¿Puede dudarse

de la realidad o la profundidad de su rendimiento ¡De ninguna manera! Pero sí hubo una tremenda lucha entre

sus emociones del momento y su voluntad. Sintió la aversión a la muerte tan natural en un ser humano.

También quería naturalmente huir del dolor atormentador y la vergüenza de la cruz. Jesucristo confrontó

también la realidad horripilante de que tendría que tomar sobre sí el pecado del mundo.

Es interesante notar que Jesús aceptó sus emociones y luchas sin vergüenza. Aún los escritores de los

Evangelios no trataron de encubrirlas. Pero Jesús ganó la victoria cuando por fin oró: “No lo que yo quiero,

sino lo que tú”. En ese momento confirmó nuevamente la actitud de obediencia y rendimiento que había

mantenido desde el principio. Vemos que Jesús fue “tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin

pecado” (Hebreos 4:15).

De puntillas por Amor

53

¿Qué hijo de Dios, por maduro que sea no ha padecido luchas semejantes ¿Quién de nosotros no ha pasado

por tal trance Todos tenemos que ser tan sinceros con respecto a nuestras luchas intestinas como fue el

Nuevo Testamento al tratar las luchas de Jesús. Los recién convertidos nunca deben recibir la falsa impresión

que el rendimiento es algo que se hace una vez y para siempre y allí se acabó el asunto. Podemos hacer una

entrega que dure toda la vida. Podemos decir: “Me rindo por completo” y decirlo de veras. Pero lograr que

esta entrega se vuelva realidad, ponerla en práctica y hacerla real en situaciones concretas es un asunto

continuo de toda la vida. Vez tras vez, en cada crisis nueva tenemos que decir: “No lo que yo quiero, sino lo

que tú.” Pero este es el punto en donde crecemos.

Nos hacemos más fuertes en nuestro empeño y llegamos a ser más sensibles a sus direcciones, conforme

logramos mayor madurez en nuestra vida espiritual.

En Arabia ciertos caballos son amaestrados especialmente para el servicio del rey. La lección primordial es la

obediencia. Por ejemplo, los caballos aprenden a venir a él, siempre que el entrenador les da cierta señal con

el silbato. El entrenamiento dura varios meses y por fin se les da un examen interesante. Por varios días no se

les da agua; los caballos están hasta desesperados por la sed, y andan agitados en el corral. De repente se

abre el portal que conduce al agua y los caballos corren locamente para saciar su sed. Pero en el preciso

momento en que llegan al agua, el entrenador da un silbato. Los caballos se detienen por instinto. Surge una

tremenda lucha en ellos: el deseo enloquecedor de tomar el agua contra la voluntad entrenada a obedecer el

son del silbato. Los caballos que abandonan el agua y se regresan al entrenador son los únicos que se

consideran dignos de servir al rey. De igual manera, aquellos hijos que han aprendido a discernir la dirección

del Espíritu y a obedecer la voluntad de Dios en todo tiempo, son los únicos que están listos para servir al Rey

de Reyes.

ACTITUD DE FE

Recibimos la plenitud del Espíritu por fe. Nos damos cuenta que es la voluntad de Dios llenarnos con el

Espíritu, de modo que creemos lo que El ha dicho y sencillamente nos abandonamos a sus promesas, con

una acción similar a cuando nos desplomamos sobre una silla—logrando un descanso completo. Extendemos

la mano de fe y aceptamos el don. Esto es un acto definido de la voluntad que resulta en una experiencia de

crisis. Pero de allí en adelante tenemos que mantener esa actitud de fe de día en día. Así que la fe, al igual

que la actitud de rendimiento, es ambos: es proceso y crisis. Es una actitud constante tanto como un acto

voluntario. Es una disposición de la mente tanto como una decisión de la voluntad.

Nos veremos tentados a dudar de la validez de nuestra experiencia. Especialmente si permitimos que

nuestras emociones influyan sobre nuestra fe. Nuestras sensaciones varían a menudo. Varían de acuerdo a

las circunstancias diarias, nuestra actitud del momento, ¡y a veces hasta por la temperatura! Por lo tanto estas

cosas son un fundamento muy débil para nuestra fe.

Supongamos que un día amanece nublado y lluvioso y que todo sale mal y para colmo tengo una jaqueca que

me vuelve loco. Entonces exclamo: “¡Qué mal me siento hoy! ¡Me parece que ya no estoy casado!”

De puntillas por Amor

54

“¡Qué ridículo!” dirá usted y con razón. ¿Qué tiene que ver mi estado matrimonial con mi estado físico o men-

tal ¡Nada! Pero, ¿es acaso más racional que un día, cuando todo va mal y hace mal tiempo, usted se diga:

“Me parece que hoy en realidad he perdido la plenitud del Espíritu”

Si permitimos que nuestra fe se establezca basada en nuestras emociones, al bajar éstas, la fe puede caer

también. Las promesas de Dios son el único fundamento seguro de nuestra fe.

También tendremos la tentación de pensar que nuestra fe depende de manifestaciones y señales exteriores.

A veces se nos hace creer que si no poseemos cierto don del Espíritu, no poseemos el Espíritu Santo. Pero

como ya se ha dicho, hay varios dones del Espíritu y El es quien los distribuye de acuerdo con su propia y

santa voluntad. Nosotros no podemos dictar al Espíritu Santo cómo ha de manifestarse en nuestra vida. Esa

es la prerrogativa de El. Cada cristiano ha de recibir con gratitud el don que se nos ofrece, y luego unidos,

debiéramos usar todos esos dones para la edificación de la iglesia y la salvación de los pecadores.

Durante mi ministerio en el sur de India, fui pastor de una iglesia urbana, en donde se hablaba inglés. La

iglesia tenía varios miembros ancianos que ya no podían salir. Yo acostumbraba visitarles, leerles alguna

porción de las Escrituras, y orar. Muchas veces llevaba mi acordeón y cantaba algún himno conocido. Pero

hubo ocasiones cuando era inconveniente llevar el acordeón, y entonces no tocaba ni cantaba. Habría sido

ridículo si hubieran dicho después de tal visita: “Hoy no vino el pastor Seamands porque no cantó ni trajo su

acordeón.” Lo importante era mi presencia en el hogar y no que yo cantara o tocara el instrumento. De la

misma manera, la manifestación del Espíritu Santo no es tan importante como el hecho de su presencia en

nuestra vida.

Algunas veces los cristianos dudan sólo porque sienten el tirón de la tentación en su vida. No saben distinguir

entre la tentación y el pecado, y creen que porque son tentados, han pecado. Pero la tentación no es pecado.

Si la tentación fuera pecado tendríamos que admitir que Jesús mismo ha cometido pecado porque fue tentado

sumamente. Pero la Biblia nos dice que fue “tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”

(Hebreos 4:15). Jamás llegaremos a alguna etapa de esta vida en que seamos inmunes a la tentación.

Mientras estemos en este mundo sufriremos tentaciones y pruebas. Hasta los santos más piadosos son

tentados.

Lo importante es: ¿Cómo nos enfrentamos con la tentación ¿Qué hacemos, por ejemplo, cuando sentimos

surgir celos y resentimientos ¿Les damos entrada en el corazón para que puedan desarrollarse O ¿pedimos

inmediatamente limpieza, hallando así la victoria sobre esos sentimientos ¿Qué hacemos cuando

pensamientos lascivos entran en nuestra mente por el portal de los ojos que han visto algún rótulo sensual en

el camino o algún anuncio lujurioso en la televisión ¿Les damos hospedaje en la mente y meditamos en ellos

y los agrandamos O, ¿mediante la ayuda del Espíritu Santo echamos fuera inmediatamente tales

pensamientos No somos responsables porque tales pensamientos entren en nuestra mente pero sí somos

culpables si los recibimos y los hacemos nuestros. Martín Lutero decía, “No es posible evitar que los pájaros

vuelen sobre nuestra cabeza, pero ciertamente podemos prevenir que construyan sus nidos en nuestro

cabello”.

De puntillas por Amor

55

Tal vez haya una ocasión en que la tentación nos encuentre desprevenidos y nos venza. ¿Quiere eso decir

que hemos perdido por completo la relación con Cristo o la presencia del Espíritu Santo ¿Debemos

abandonar nuestra fe y negar toda nuestra experiencia cristiana ¡No! El Espíritu Santo no es un policía divino

que se pasa el tiempo buscando una violación a la ley divina que hayamos cometido. No nos abandona por la

menor desviación de su voluntad. Jesús dijo que el Espíritu Santo viene a morar para siempre (Juan 14:16).

No se trata de una visita que viene por unos días sino de un Residente permanente.

La intención del Espíritu es quedarse. Cuando nos desviamos un poco del camino o le ofendemos de alguna

manera, nos detiene al instante y nos pone bajo convicción por nuestro pecado. La respuesta inmediata

debería de ser penitencia y obediencia. Si hemos injuriado a alguien debemos buscar reconciliación y

restablecer la relación cuanto antes. Si inadvertidamente hemos caído en una trasgresión, debemos

confesarlo inmediatamente y pedir perdón. Entonces hallaremos que “El es fiel y justo para perdonar nuestros

pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). Nuestra relación con Dios quedará intacta.

Sin embargo, si nuestro pecado es cosa calculada y premeditada, herimos al Espíritu haciéndole salir de

nuestra vida. Si no hacemos caso de los impulsos reiterados del Espíritu y permitimos que persista alguna

barrera entre nosotros y el prójimo, o entre nosotros y Dios, con tiempo expulsaremos al Espíritu. Su

presencia ya no estará con nosotros.

La vida santificada no es un estado de perfección sin pecado. Jamás llegamos al punto en que ya no sea

posible pecar. En su magnífica Primera Epístola, el apóstol Juan, después de haber declarado

inequívocamente que “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado,” y después de exhortarnos

claramente a que nos abstengamos del pecado, prosigue: “Y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos

para con el Padre, a Jesucristo el justo” (I Juan 1:7; 2:1). En otras palabras, la implicación de Juan es que aún

siendo santificados es posible pecar. En tales casos, nos asegura que Jesús está siempre listo como nuestro

abogado para alegar nuestra causa.

Sin embargo, nunca debemos usar esta provisión como excusa para el pecado o para auto-justificar conducta

dudosa. Es un arreglo de emergencia y no una licencia para una vida inmoral o promiscua. No guardamos una

llanta de repuesto en el automóvil para poder tener una pinchadura. La guardamos allí en caso de una

emergencia, sea pinchadura, o estallido de una llanta en uso. Esperamos que nunca tengamos que usarla

pero el tenerla nos imparte cierta seguridad. Asimismo, Dios ha provisto un escape para sus hijos que se

extravían. Su provisión nos ofrece consuelo y seguridad. Pero su intención es que nos quedemos siempre en

la senda. La norma es la victoria y no la derrota.

Así, manteniendo una actitud de rendimiento y obediencia, con nuestra fe bien fundada en la Palabra de Dios,

podemos caminar constantemente en el Espíritu y saber el gozo y el poder de su presencia. Cada día se

vuelve más glorioso y más significativo cuando continuamos nuestra peregrinación terrestre con El.

De puntillas por Amor

56

IX

¿Es Esta la Respuesta

¿Está el Pentecostés limitado a los claustros tenebrosos y a las torres aisladas ¿O tiene algo que ver con el

mercado, el plantel universitario, la casa, y en general con los temas importantes de la vida ¿Es verdadero

¿Es pertinente ¿Es revolucionario

No es necesario desarrollar teorías sobre la cuestión. Dios mismo ha contestado estas preguntas con las

manifestaciones de su presencia y su poder en numerosas ocasiones de avivamiento y renovación espiritual.

El más reciente de tales derramamientos fue la visitación del Espíritu Santo sobre la Universidad de Asbury,

que con el tiempo se extendió a centenares de planteles universitarios y a iglesias por todas partes de los

Estados Unidos. Dios habló clara y decisivamente.

Por muchos años me acordaré de aquel día de acontecimientos el tres de febrero de 1970, cuando Dios se

manifestó con gran poder. Mi esposa y yo almorzábamos cuando de repente nuestra hija Sandy entró

corriendo al cuarto. “¡Ustedes simplemente no van a creer lo que está pasando en la Universidad!” exclamó

animadísima, al tiempo que tiraba su abrigo sobre una silla. “Quiero comer rapidito y regresar. ¡No quiero

perder ni un minuto!”

“Pero ¿qué está pasando Vienes media hora tarde.”

Mi esposa y yo escuchamos atentos mientras que Sandy, alumna de segundo año de la universidad, nos con-

tó la historia. Esa mañana el estudiantado había entrado como de costumbre al auditorio para el culto

devocional de las diez. Esta vez, en lugar de lo acostumbrado, un himno, una oración y un sermón breve, el

período fue dedicado a testimonios voluntarios. Cualquiera podía ponerse de pie y contar lo que Dios estaba

haciendo en su vida. Conforme algunos estudiantes contaban de nuevos encuentros personales con

Jesucristo, otros empezaron a reconocer necesidades espirituales en sus propias vidas. En pocos momentos,

un sentido extraordinario de la presencia del Espíritu Santo prevalecía por todo el auditorio.

Muy pronto fue evidente que no era un servicio común. Cuando faltaban sólo quince minutos para que se

acabara la hora devocional, uno de los profesores subió a la plataforma y dijo que él sentía que había

necesidades que debían tratarse en el altar. Inmediatamente acudieron varios estudiantes y a éstos siguieron

muchos más. Se había electrificado el ambiente. Había una actitud de expectación: ¡algo iba a suceder!

Conforme los estudiantes iban ganando la victoria espiritual, muchos iban al micrófono en el púlpito para ala-

bar a Dios por su perdón y su gracia. Algunos confesaron abiertamente su pecado e hipocresía; otros

confesaron resentimientos y hostilidades; otros expresaron cantando el nuevo gozo que tenían. Por aquí y por

allá, en todo el auditorio, se veían escenas tiernas de reconciliación conforme el amor ferviente de Dios

derretía enemistades.

Lo que había empezado como un servicio devocional rutinario, esa mañana de febrero, resultó siendo el más

largo y quizás el más significativo de los servicios en todos los ochenta años de la historia de la escuela:

De puntillas por Amor

57

terminó una semana más tarde. Mientras tanto, se cancelaron las clases, y el auditorio fue el centro de las

actividades. Al segundo día, el avivamiento había cruzado la calle a la institución hermana, el Seminario

Teológico de Asbury. Los ciudadanos de Wilmore empezaban a asistir. Durante las horas del día había hasta

1,200 personas reunidas en el auditorio. Durante las horas de la noche nunca bajó el número a menos de

cincuenta presentes. El domingo el número creció hasta mil quinientos. Durante todos estos días, nadie

predicó, sólo hubo oraciones en el altar, himnos y testimonios.

Muy pronto la noticia del prolongado avivamiento se extendió por el estado de Kentucky y por toda la nación.

Los periódicos principales del estado publicaron artículos con fotos en sus primeras páginas. La estación

WLEX en Lexington dedicó tres minutos de película al avivamiento en su programa vespertino de noticias. El

comentarista Bill Thompson al dar el informe, dijo que en todos sus treinta y cuatro años de noticiero, nada le

había conmovido como la historia de Asbury. Más tarde los periódicos principales del país, como el

“Indianapolis Star,” “Chicago Tribune,” y “St. Louis Post-Dispatch” también tuvieron editoriales y noticias del

avivamiento.

Como resultado de tanta publicidad, centenares de pastores y oficiales de otros centros de enseñanza

superior telefonearon a pedir que se les enviaran grupos de estudiantes para compartir la historia con sus

congregaciones y estudiantados. Por muchas semanas, todos los sábados salieron grandes desfiles de

automóviles de la ciudad de Wilmore rumbo a todos los puntos cardinales. Muchos viajaron en avión, a sitios

distantes a los que habían sido invitados. Al fin de mayo habían salido unos mil quinientos equipos de

estudiantes de la universidad para testificar, sin contar los que habían salido del Seminario. Habían testificado

en casi ciento cuarenta planteles de otras instituciones educativas y celebraron servicios en millares de

iglesias. Dos parejas del seminario viajaron hasta Colombia, durante las vacaciones de primavera. Testificaron

a los misioneros y a los pastores colombianos en veinticinco reuniones.

En algunos casos, los testimonios de los estudiantes encendieron extraordinarios avivamientos espontáneos

que duraron varios días e influyeron a toda la vecindad. En la Iglesia de Dios de la ciudad de Anderson, del

estado de Indiana, los servicios de avivamiento continuaron cada noche por cincuenta días. El templo se llenó

cada noche de gente de todas partes de la ciudad. En la ciudad de South Pittsburg del estado de Tennessee

principió el avivamiento entre los estudiantes de la escuela secundaria. Se calculó que unos quinientos de los

700 estudiantes aceptaron a Jesucristo o se reconciliaron con El.

Al reflexionar en los acontecimientos que siguieron al derramamiento inicial del Espíritu en Asbury, resalta cla-

ramente un aspecto: lo completamente “gratuito” del avivamiento. Fue algo dado. Claro que hubo evidencia de

factores humanos que habían preparado el terreno; por ejemplo cierto espíritu de oración y fe expectativa en

los corazones de un núcleo de jóvenes cristianos. Pero ese avivamiento no fue de ninguna manera el

resultado de la manipulación humana. Fue un “suceso divino.” Dios actuó de una manera soberana y llena de

gracia. Nos sorprendió a todos o casi a todos. Aun los visitantes de afuera y los periodistas que habían venido

a observar el fenómeno dijeron admirados: “¡Esta es la obra de Dios!”

¿Cuál era el propósito de Dios en todo esto ¿Estaba El tratando de decirnos algo a todos

De puntillas por Amor

58

Yo creo que es significativo el tiempo en que ocurrió— el momento oportuno—de este avivamiento. La década

de 1960 fue explosiva. Fue un período de violencia, huelgas, manifestaciones, disturbios, incendios y

asesinatos. Fue una década sórdida, obsesionada con lo grotesco y lo indecoroso, cuando la “ética

situacional”[†] y el “amor libre” regían. Fue una época de rencores raciales caracterizados por prejuicio blanco

y poderío negro. El fin de la década nos dejó agotados, frustrados, y deprimidos. ¿Habría alguna esperanza

para el futuro

Entonces, repentinamente, al despuntar la década de 1970, Dios se interpuso en la situación. Visitó a su

pueblo. Manifestó su poder. Derramó su amor. Es cierto que se manifestó sólo en regiones aisladas de la

nación, pero ¿no estaría Dios tratando de comunicarle algo a todo el mundo ¿No estará tratando de decirnos

que hemos probado todas las sendas menos la correcta ¿Que El tiene el camino para sacarnos de este

revoltijo en que nos hemos metido Yo tengo el presentimiento de que eso es lo que El está haciendo.

Es conmovedor analizar las características de este movimiento dado por Dios.

UN AVIVAMIENTO JUVENIL

Muchos de los jóvenes de la tierra están afligidos. Se han entregado a demostraciones públicas y a la

violencia, al licor, a la marihuana, al sexo y al crimen. Para los jóvenes ni la vida tiene significado ni el futuro

esperanzas. En esta situación, repentinamente Dios se volvió realidad para un grupo universitario.

Encontraron nuevo propósito en la vida, y les invadió un nuevo gozo. Ardientes de entusiasmo se dedicaron a

una causa más grande que sus recursos.

Oí a un universitario decir ante una congregación enorme en el estado de Indiana: “Es una gran cosa encon-

trar la euforia de creer en el Señor; estar calmado con el Espíritu Santo. ¡Es formidable, hombre! ¡Es

formidable!”

Varios jóvenes que estaban esclavizados con el uso de drogas y píldoras encontraron liberación gloriosa por

medio del Espíritu Santo.

Un estudiante de veinte años de edad, del estado de Florida, le contó lo siguiente a un periodista del “Louis-

ville Courier-Journal”: “Me había aventurado de lleno en todo antes de venir para acá; los narcóticos, el sexo,

el licor, el juego —¡todo! Estaba fumando una barbaridad de marihuana. Ahora ya no necesito buscar

emociones con drogas y licor. Con los narcóticos uno se levanta en una euforia, ¡sólo para desplomarse al

suelo! Con Cristo voy a mantenerme en un nivel y trataré que mis amigos hagan lo mismo.”

Un estudiante del último año de secundaria dijo ante todo el cuerpo estudiantil reunido en una asamblea: “He

hallado por fin lo que busqué por tanto tiempo; y lo que buscaba no estaba en todas estas cosas, el sexo, el

licor ni los narcóticos, sino en Cristo.”

¿No estaba Dios tratando por medio del avivamiento de enseñarnos que en el poder de su Espíritu El tiene la

respuesta a los problemas de hoy día

UN AVIVAMIENTO DE ETICA

De puntillas por Amor

59

Durante la década pasada presenciamos un decaimiento espantoso en la moralidad de nuestra nación, un

decaimiento en la integridad básica y en la decencia común. Era muy de moda tener normas variables de

acuerdo a la situación. Se oyó mucho acerca de la falta de veracidad y de la “ética situacional.” El divorcio se

volvió más frecuente que nunca.

El avivamiento reciente produjo una renovación de la ética cristiana. Los estudiantes confesaron que habían

entregado informes falsos sobre las asignaciones de lectura. Algunos esposos confesaron actos de infidelidad

a su esposa. Varios empleados restituyeron cosas robadas. Oí a un joven decir al levantarse del altar: “Esta

reconciliación me va a costar varios centenares de dólares pero tengo que arreglar las cosas.” El redactor de

un periódico en una ciudad de Indiana le dijo a la congregación que ya no aceptaría películas de carácter

dudoso. El dueño de un comercio de licores abandonó el lucrativo negocio. Una pareja que tenía ya diecisiete

años de mantener un cabaret con espectáculo de variedades, inclusive bailes lascivos, cerró el club y puso el

siguiente aviso en la puerta: “Cerrado para siempre. Nos hemos decidido a seguir a Cristo. Nos veremos en la

iglesia el domingo.”

Cierta congregación no olvidará nunca la confesión hecha por cierto hombre, como de cincuenta y pico de

años; se puso de pie ante el micrófono y dijo: “Hace años que soy miembro activo de la iglesia. He sido

director de muchos campamentos juveniles de verano, pero he sido un hipócrita”. Contó que en la

reorganización de las escuelas de la ciudad, había sentido tales rencores hacia unos miembros de la junta de

escuelas, que de pura mala voluntad había puesto zorrillos muertos en los buzones de sus casas y había

derramado pintura roja frente a sus puertas. Cuando el Espíritu Santo lo puso bajo convicción por esa maldad,

fue a cada casa y confesó que él había sido el culpable. En la primera casa una pareja de ancianos lloró con

él, conmovidos. En la segunda, el esposo dijo enfurecido: “Dije que le daría un balazo al ingrato que nos hizo

eso. ¡Y todavía tengo unas ganas de hacerlo!” Más tarde se ablandó y expresó admiración por la valentía del

hombre que confesaba.

La respuesta al dilema moral en que nos hallamos se halla en el poder transformador de Jesucristo.

UN AVIVAMINETO DE LA IGLESIA

La iglesia ha sido el blanco de mucha crítica en los años recientes. Se dice que está anticuada, ajena a lo mo-

derno, en desacuerdo con lo del día, y que es una ciudadela aislada en su mentalidad, o un club social

etcétera. Hay razón para gran parte de esa crítica. En muchas partes la iglesia está muerta e impotente.

Pero cuando centenares de jóvenes, de muchas universidades y colegios superiores salieron a compartir esa

fe con la gente, docenas de iglesias a través del país se avivaron de repente. Los estudiantes hablaban de un

encuentro personal con Dios y de cómo El les había librado de sus contratiempos y les había dado nuevo

vigor espiritual. Sus testimonios tenían el eco de la realidad.

Los pastores y las congregaciones captaron el desafío. Abandonaron el sermón y el orden del culto por el

momento. Muchos miembros, cansados de tanta pretensión, se quitaron las máscaras y expusieron la

falsedad e hipocresía de sus vidas. Quebrantados de espíritu, confesaron, oraron y testificaron. Altares que

por muchos años no habían sido más que parte del mobiliario de la iglesia, se volvieron ahora sitios

De puntillas por Amor

60

consagrados, en los que la gente se encontró con Dios y los hermanos se reconciliaron. La rigidez y la

formalidad fueron substituidas por una nueva libertad en el Espíritu. La gente se olvidó del reloj y de los

alimentos. Se quedaron por horas en el santuario, disfrutando del amor y de la presencia de Dios.

Una anciana en una iglesia grande en la ciudad de Atlanta se puso de pie y levantando las manos en alto oró:

“Señor, gracias por habemos salvado del pecado de creernos demasiado ‘cultos’”. En la misma ciudad, el

pastor, de otra iglesia grande exclamó en oración, “Oh Dios, Tú has hecho más en un instante que lo que

nosotros hemos logrado en cinco años”. Un señor de negocios, al ver la obra del Espíritu, y al sentir la nueva

comunión cristiana, dijo felizmente: “Esta es la iglesia del Nuevo Testamento”.

¡Y vaya un movimiento ecuménico! El avivamiento atravesó todas las barreras denominacionales. Se extendió

desde las iglesias conservadoras, hasta las iglesias evangélicas cuyo fervor se había apagado. La tarea de

dar testimonio pasó por alto toda frontera de credo. Los rótulos denominacionales se volvieron secundarios.

En la ciudad de Robinson, estado de Illinois, un pastor contó que había visto presbiterianos, episcopales y

metodistas arrodillados juntos en el altar. Los hombres de negocios de varias denominaciones se reunieron

para orar y compartir sus experiencias, en el ayuntamiento, a medio día, durante el avivamiento en Anderson,

Indiana. A todos lados donde el avivamiento llegó, hubo maravillosa unidad en el Espíritu Santo.

¿No estará Dios enseñándonos hoy en día que la iglesia es todavía el cuerpo de Cristo; y que puede ser

gloriosamente renovada por el Espíritu Santo; y que puede volver a ser el instrumento de redención y

reconciliación en el mundo ¿No estará tratando de enseñarnos que sin vitalidad y pureza, la unidad orgánica

de la iglesia no basta

UN AVIVAMIENTO DE MISIONES

En años recientes ha habido una disminución notable del alcance misionero de la iglesia. Muchos teólogos

han dudado de nuestro derecho de evangelizar y convertir a los seguidores de otras religiones. Muchas

congregaciones se preguntan si no habrá pasado ya el día de misiones extranjeras. Menos jóvenes se están

ofreciendo para servir en el exterior.

El avivamiento en Asbury fue una demostración admirable de las palabras de Jesús, “pero recibiréis poder,

cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en

Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8). Al recibir un nuevo toque del Espíritu, se sintieron

impulsados a compartir el gozo con otros. Empezaron a telefonear a sus familias, a sus amigos y a su pastor

para decirles las buenas nuevas.

Se llamó al comentarista Paul Harvey, al senador Mark Hatfield, y a un ayudante del Presidente Nixon. Una

joven telefoneó a Madalyn Murray O’Hair, quizá la atea más conocida de los Estados Unidos, y le contó del

amor y del poder de Dios.

No pudo contenerse al Espíritu Santo dentro de los límites de la pequeña ciudad de Wilmore. Muy pronto los

estudiantes y también los profesores se diseminaron por los estados circunvecinos llevando la antorcha del

avivamiento. Muchos cristianos que habían tenido vergüenza de hablar en público, obtuvieron nueva

De puntillas por Amor

61

confianza y libertad en el Espíritu, testificando audazmente del poder redentor del Señor resucitado. Un

estudiante fue por avión a una universidad evangélica en Azusa, California, otro fue a otra escuela en el

estado de Washington. Un grupo fue a la Universidad de Oral Roberts en Tulsa, estado de Oklahoma. Otros

más fueron a planteles, a las iglesias locales, a las que pertenecían algunos de los estudiantes, y a reuniones

en gran parte de los estados del este. Un grupo aun fue al Canadá.

En cada lugar donde estos grupos estudiantiles dieron su testimonio, los resultados fueron los mismos: confe-

siones, oraciones, testimonios, canciones, y reconciliaciones. Luego, a su vez, de esas iglesias y escuelas

salieron otros grupos a ciudades vecinas para compartir la novedad de su gozo y su victoria. Por ejemplo la

iglesia de la calle Meridian en Anderson, Indiana, envió grupos a treinta y uno de los estados y al Canadá.

Como resultado miles y miles se reconciliaron con Cristo.

Un estudiante de la Universidad Evangélica de Azusa, California, visitó el hogar de la familia Sirhan, en Los

Ángeles, y por hora y media les habló del amor de Cristo a la madre y al hermano del asesino de Robert

Kennedy.

Un estudiante del Seminario Teológico de Asbury fue a una cárcel en la ciudad de Atlanta y les predicó a los

presos. De los 97 que se reunieron voluntariamente, 80 aceptaron a Cristo como su Salvador personal.

Cuando dos pastores estudiantes contaron del avivamiento a una iglesia grande en Atlanta, hubo una gran

conmoción en la congregación y muchos vinieron al altar a orar. Tres hombres fueron llamados al servicio

misionero. Cuando uno de ellos fue a su casa y le contó a su esposa, ella se puso afligidísima. “Esta vez

tendrás que ir solo. No soy hija de Dios y no tengo intención alguna de ser esposa de pastor.” Sin embargo, le

acompañó al servicio de esa noche, y al darse la invitación, fue al altar y se rindió a Cristo. Luego fue al

micrófono, confesó lo que había dicho esa mañana y dijo, “Ahora sí soy hija de Dios y estoy en el mismo

equipo con mi esposo.”

Estuve presente en el servicio devocional en la Universidad de Asbury la mañana del 7 de marzo. El aspecto

misionero del avivamiento era muy evidente. El presidente de la escuela contó que había recibido una carta

de Colombia, pidiendo que fueran unos estudiantes para celebrar cultos con la juventud colombiana. Concluyó

diciendo: “No sé de dónde vendrá el dinero pero tendrá que venir de este lado y no de América del Sur.”

Un profesor del seminario dijo desde el balcón: “Quiero el privilegio de dar los primeros cien dólares.” Luego,

un profesor de la universidad prometió otros doscientos cincuenta. Un estudiante subió a la plataforma y contó

de una ofrenda de doscientos dólares que había recibido su grupo de evangelización recientemente. “Nuestro

grupo quiere que la cantidad se use para este proyecto misionero”. Una guapa estudiante dijo: “Aquí tienen los

diez dólares con que iba a comprarme una falda esta tarde.” Alguien sugirió que se pusiera una cesta para

ofrendas en la plataforma. Antes de terminar el culto se habían reunido más de mil dólares. La cantidad llegó

a más de $2.000.00, lo que permitió que un grupo de estudiantes fuese a Colombia durante el verano a

predicar el evangelio de Cristo.

De puntillas por Amor

62

El remedio que Dios tiene para el “enfriamiento misionero” de las iglesias estadounidenses es un derrama-

miento fresco del Espíritu Santo sobre el pueblo de Dios. Sólo El es el originador y el promotor de las misiones

cristianas.

UN AVIVAMIENTO DE AMOR

¡Cuánta amargura, cuánto odio y cuánta violencia presenciamos en la década de 1960! ¡Cuántas luchas y

recriminaciones entre negros y blancos; entre el estudiantado y las autoridades escolares; entre trabajadores

y patrones! Fue la década del puño cerrado y ha lengua afilada.

Los periódicos se refirieron al avivamiento en Asbury como una grande celebración de amor. Tenían razón.

Dios le dio a su pueblo un nuevo bautismo de amor. Sacó a la luz los resentimientos, limpió los celos, derritió

las hostilidades. Al reconciliarse la gente con Dios, se reconciliaba también con el prójimo. Con frecuencia se

vio que alguien se pusiera de pie en el templo, que llamara por nombre a otra persona presente, le pidiera

perdón, y se encontraran en los pasillos con un abrazo de perdón. A menudo, esposos asidos de las manos

bajaban al altar, o se paraban en el púlpito abrazados para expresar el nuevo amor que ahora tenían para

Dios y mutuamente. Una tarde vi una escena de inefable belleza en la capilla del seminario. Los asientos

estaban vacíos pero el altar estaba lleno con jóvenes parejas de esposos y esposas, orando juntos,

consagrándose nuevamente a Dios.

Esto no era una emoción sentimental ni una efervescencia momentánea. Era el amor de Dios derramado en

nuestro corazón por medio del Espíritu Santo. En iglesia tras iglesia el ambiente estaba saturado de amor.

Cuando un estudiante africano que estudiaba en Asbury fue a una iglesia en Ohio para testificar del aviva-

miento, varios miembros de la congregación le rodearon y le abrazaron en una expresión espontánea del

amor que sentían en su corazón. Arrodillado al lado de un comerciante en una iglesia del estado de Indiana, le

oí orar, diciendo entre lágrimas: “Te agradezco, Señor, que me has capacitado para amar a los negros y a la

gente que antes me caía tan mal. Ahora sí puedo amar a todos.”

Cuando el avivamiento brotó en la ciudad de South Pittsburg, Tennessee, el templo de la iglesia en donde se

llevaban a cabo los cultos, pronto fue insuficiente para el gentío que venía. Se sugirió cambiar los cultos a una

iglesia más grande, situada en la misma manzana. Pero había un problema. Muchos estudiantes negros

estaban asistiendo a los cultos especiales y la congregación de la otra iglesia no había abierto todavía sus

puertas a los negros. Pero el Espíritu Santo de Dios derrumbó las barreras. El ministro ofreció muy

amablemente el uso de su iglesia y anunció por la radio que había franca entrada para todos. Hasta se le

anunció a tres líderes negros de la comunidad para asegurarles que se extendía una cordial bienvenida a

todos.

Fue también este ambiente del amor lo que salvó la distancia de la brecha entre las generaciones. Se abrieron

nuevas comunicaciones entre padres e hijos y entre adultos y adolescentes. El avivamiento empezó con la

juventud y se extendió a los adultos. Las dos edades se escucharon y se comunicaron. Los adolescentes

confiaron una vez más en los que tenían más de treinta años y los ancianos notaron que podían aprender de

los jóvenes. La edad dejó de ser una barrera. La gente olvidó quién era viejo y quién joven. Un momento

De puntillas por Amor

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testificaba un joven de veinte años en el micrófono; y otro, un canoso tenía la palabra; seguidos de un escolar

pre-adolescente. En una grande reunión en la ciudad de Anderson, Indiana, en la que había dos mil personas,

un hombre joven, con barba larga y pelo hasta los hombros, recibió a Cristo como su Salvador, y dio tes-

timonio ante toda la congregación. Una abuela de ochenta años, con el pelo blanco en un moño, bajó al altar y

le abrazó.

Dios está tratando de enseñarnos que la única respuesta al rencor racial, la brecha entre las generaciones, y

las divisiones nacionales es tener su amor operando en nosotros. Nos está ofreciendo el don de su Espíritu, el

único que puede ponernos de puntillas del puro amor.

Nota del profesor.

Uno de los libros que me ayudaron a comprender la Santidad de Vida es este que usted ha

leído. La santidad es una forma hermosa de vivir, y lo comparto para que precisamente usted

pueda encontrar la paz, el gozo, el amor, la paciencia, y todo aquello que nos permite caminar

de puntillas agradando a Dios y sirviendo a los demás.

Le comparto el libro, un libro que leo cada vez para refrescar en mi memoria lo que debo ser.

Profesor: Francisco Heriberto Cho Si.

Coban A.V. 7 de Marzo del 2017.