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Carlos Domínguez Morano
TRANSFERENCIA, OMNIPOTENCIA Y CURACIÓN
UN ENFOQUE PSICOANALITICO
Salud y enfermedad: de la evidencia al cuestionamiento.
Desde diversos ángulos de nuestro encuentro sobre las determinaciones de la creencia en
el ámbito de la curación se ha puesto de manifiesto la interdependencia existente entre los
conceptos de salud y enfermedad y los sistemas culturales y simbólicos en los que esos
conceptos de enmarcan.
Pero si los conceptos de enfermedad y salud se han ven seriamente cuestionados desde
la sociología del conocimiento y desde la antropología cultural, la intervención de las ciencias
psicológicas y, más en particular del psicoanálisis, ha venido a acrecentar aún más la sospecha
sobre lo que podemos denominar sano o enfermo y, más aún todavía, sobre los modos en los
que el enfermar o sanar pueden llegar a efectuarse.
Lo psíquico, en efecto, más allá de la esfera de lo estrictamente biológico, se nos ha
manifestado de un modo incuestionable como un agente, esta vez no externo al sujeto, sino
procedente de su propia interioridad, capaz de potenciar tanto la enfermedad como la salud del
individuo. Un agente, por lo demás, que, a diferencia de los externos, no siempre es detectable
en su interacción, porque se sitúa en el espacio de lo inconsciente.
Si los progresos en la medicina hasta finales del siglo XIX se circunscribieron al ámbito
de lo puramente somático, algunas figuras eminentes de la psiquiatría mostraron, desde su
campo específico, que la enfermedad podía también acaecer por determinaciones psíquicas,
susceptibles, en principio, de una explicación tan científica como las orgánicas y que, por tanto,
no tenían que ser adjudicadas a causaciones de orden mágico o sobrenatural. A partir de J. B.
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Charcot, P. Janet, J. Breuer y, sobre todo, S. Freud se evidenció, en efecto, la determinación
psíquica de muchos problemas de salud y, a partir de ahí, la necesidad de replantear la
investigación y los tratamientos que se habían que seguir.
El concepto de psicoterapia, introducido por Hack Tuke a finales del siglo XIX, se abre
paso en el campo de la ciencia médica entendido como la cura del cuerpo por medio de las
funciones psíquicas del propio sujeto, o, como la redefine el médico y poeta holandés Frederick
van Eeden, la cura del cuerpo por la mente, ayudada por el impulso de una mente sobre otra.
Definición ésta que acoge el factor primario de la interrelación médico-paciente como un
elemento imprescindible para comprender su naturaleza1.
Porque si las fronteras entre la salud y la enfermedad se desdibujan cuando se observan
desde la óptica abierta por el psicoanálisis, también los representantes «oficiales» de una y otra,
es decir, el médico y el paciente, van a ver sus respectivas posiciones en una fluctuación
inquietante. La relación misma entre ellos se va a constituir en un espacio, en el que salud y
enfermedad pueden circular en un ir y venir que, dialécticamente, afecta a ambos polos de la
relación.
El psicoanálisis abrió, pues, una profunda brecha en el campo de la psiquiatría, hasta
entonces, centrada de modo exclusivo en la consideración y el análisis de lo orgánico y dio lugar
al nacimiento de una nueva manera de considerar los problemas de la enfermedad. A partir de la
década de los 20, en una significativa, aunque problemática, alianza de psicoanálisis, psiquiatría
y antropología, creció el interés por los temas de cultura y personalidad y la Escuela de
Chicago (H. S. Sullivan, E. Fromm , K. Horney) intentó, aunque también de modo muy
discutible, redefinir la metapsicología freudiana en términos más cercanos a la antropología,
considerando la enfermedad mental en términos de desajuste en las relaciones sociales2. Todo
desemboca en la constitución de una psiquiatría dinámica que, frente a la tradicional de
consideración exclusivamente orgánica, sitúa el campo de lo vital y lo interrelacional en un
1 ? Cf. H. F. ELLENBERGER, El descubrimiento del inconsciente. Historia y evolución de la psiquiatría dinámica, Gredos, Madrid 1976, 857.
2 ? En otro trabajo anterior hemos debatido sobre estas complejas relaciones entre antropología y psicoanálisis. Cf. Psicoanálisis y antropología de la religión en Andalucía, en P. GÓMEZ (ED.), Fiesta y religión en la cultura popular andaluza, Universidad de Granada, Granada 1992, 141-192.
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primer plano de la observación.
Pero a partir de este nuevo modo de considerar los problemas psiquiátricos, fue la
medicina entera la que vino a recibir de modo importante el impacto del psicoanálisis. A partir
de un determinado momento, lo psíquico vino ya a representarse no sólo como agente de los
problemas mentales específicos, sino también como una fuente primordial de muchos
desórdenes que la medicina general había tratado hasta entonces como causados exclusivamente
por elementos dañinos extraños al organismo. El campo de la medicina psicosomática nació y se
expandió de un modo sorprendente en un proceso aun inacabado y del que aún no podemos
siquiera aventurar todas sus últimas consecuencias3.
Desde ese nuevo enfoque nos hemos visto obligados a cuestionar -y ello va a constituir
un eje central de nuestra exposición- que el efecto terapéutico que la medicina ejerce de modo
tan incuestionable en el seno de nuestras sociedades occidentales de hoy sea de hecho la
expresión, la consecuencia y, por tanto, la verificación de su propio cuerpo doctrinal y técnico.
Los replanteamientos sobre la salud y la enfermedad a los que nos conducen las nuevas
disciplinas psicológicas y los evidentes resultados terapéuticos que, de hecho, se nos ofrecen
desde los diversos ángulos de las llamadas medicinas alternativas, nos fuerzan a concluir que si
el efecto de la curación es en muchos casos incuestionable, no lo son tanto las causas sobre las
que éste efecto pretende fundarse, por más que nos aparezcan revestidas de todo el prestigio y la
autoridad que concedemos a la actividad «científica». La variable psíquica e interrelacional,
generalmente obviada en su método y actuación, se presenta bajo esta nueva luz como un factor
de cambio y transformación global del organismo que interactúa siempre pero, a veces del modo
más decisivo, en la causación de la salud y también de la enfermedad.
Aunque a determinadas mentalidades pretendidamente «científicas» se resistan a
admitirlo, parece incuestionable que, tal como afirmaba Freud los médicos, sabiéndolo o no, han
practicado siempre la psicoterapia, si entendemos como tal los esfuerzos encaminados a
despertar en el enfermo las condiciones y los estados psíquicos favorables a la curación.4
3 ? El término psicosomático fue ya introducido en 1818 por Ch. A. Heinroth. Cf. G.H. POLLOCK, Enfermedad psicosomática, en Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales, Aguilar, Madrid 1968, s.v. Asistencia médica.4 ? S. FREUD, Psicoterapia (tratamiento por el espíritu), 1905, O.C., I, 1021.
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Constituyendo un problema adicional, señalado ya también por el mismo Freud, el que, en el
estado actual de la organización médica y hospitalaria de las sociedades avanzadas, esos
esfuerzos por despertar en el enfermos las condiciones y estados psíquicos favorables a la
curación se encuentran cada vez más reducidos y limitados por las mismas condiciones de la
institución5.
Será importante, pues, dilucidar convenientemente cuáles son esas condiciones y estados
psíquicos favorables a la cura que, según Freud, practicaron siempre los médicos en el ejercicio
de su profesión, siendo o no conscientes de ello. Quizás en razón de que las actuales
instituciones hospitalarias descuiden de modo tan importante esas condiciones psíquicas, hayan
experimentado hoy día tal auge las medicinas alternativas. Probablemente en ellas se ha
prestado atención a esos estados psíquicos aun sin saber muy bien por qué mecanismos se crean
y por qué son realmente eficientes. Quizás terapeutas alternativos y curanderos practicaron
sabiamente la necesaria psicoterapia ineludible en la curación de muchas afecciones psíquicas y
orgánicas.
No tuvo Freud reparo en llamar a estos nuevos medios de afrontar la enfermedad
«tratamiento por el espíritu» (Seelenbehanlung). Porque se trata de una cuestión anímica, en
efecto, la que esencialmente entra en juego en la dinámica terapéutica propuesta. Ella se sitúa en
la relación misma que se establece entre médico y paciente y el psicoanálisis la reconoció con el
término de «transferencia». En ella, como sabemos, se encuentra la clave de todo proceso
terapéutico psicoanalítico, pero la clave también, descifrada convenientemente o no, de muchos
procesos de curación que tienen lugar fuera del ámbito propiamente psicoterapéutico, como son
los que tienen lugar en la consulta del médico general o del especialista y, desde luego, una de
las claves últimas de los mecanismos de curación que actúan eficientemente en la relación del
enfermo con su curandero.
Efecto de curación incuestionable también en este ámbito, aunque todos estemos de
acuerdo en que, con frecuencia, las causas de esa curación sean muy cuestionables desde el
marco teórico que el mismo sistema del curanderismo ofrece. La diferencia estriba en que este
5 ? Freud señala, por ejemplo, que la abolición de la libre elección del médico elimina una importante precondición de la influencia psíquica sobre el enfermo: Cf. ib., 1021.
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marco teórico no cuenta con el prestigio y la consideración que nuestro sistema oficial de
pensamiento otorga al discurso de la ciencia.
La transferencia.
El concepto de transferencia, en su sentido psicoanalítico, es un concepto
originariamente freudiano. Pero la transferencia psicoanalítica tiene también una significativa
prehistoria que enlaza muy claramente con métodos de la medicina que hoy día llamamos
«alternativa».
Como proceso psíquico latente en la relación médico-enfermo, la transferencia, en
efecto, ha ocupado siempre un espacio desde los orígenes mismos de la medicina. Ella es -nos
dirá Freud más tarde- el verdadero vehículo del influjo terapéutico y actúa con tanta mayor
energía cuando menos se sospecha su existencia6. Presencia en acto, pues, la de la transferencia,
antes de que llegue a adquirir un nombre y un lugar propio en la conceptualización clínica.
Sin embargo, siendo tan antigua como la medicina misma, la transferencia parece rondar
el trabajo médico de un modo particularmente persistente desde finales del siglo XVIII. De tal
manera que pareciera estar aspirando, sin resultado, a decir algo de lo que es su propia esencia y
naturaleza. Toda una serie de mecanismos de interacción personal comienzan, en efecto, a ser
puestos en juego en la labor terapéutica como una primera aproximación para el entendimiento
del fenómeno interrelacional en el ámbito médico.
Entre ellos, sin duda, el que adquiere mayor relevancia y significación fue el que a
finales del siglo XVIII fue llamado por su mismo creador Franz Anton Mesmer, como
«magnetismo animal» y que llegó a conmocionar a toda la sociedad europea.
Su teoría afirmaba que los astros ejercen una influencia sobre los cuerpos terrestres y
que, a través de ella, los mismos humanos emiten unas partículas que pueden influir sobre los
6 ? Psicoanálisis, 1910, O.C., II, 1661.
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demás. Con el fin de aplicar su método Mesmer creó un extraño artefacto denominado Baqueta
(Baquet) que consistía en una gran tina de roble en la que se colocaban una serie de botellas con
agua previamente «magnetizadas», así como una serie de varillas metálicas móviles que se
podían aplicar con facilidad a cualquier parte del cuerpo del paciente. Estos3 se sentaban en
círculo, cada uno de ellos con su varilla metálica. Mediante una cuerda que pasaba en torno a
cada sujeto se formaba una cadena entre todos ellos. En su momento, Mesmer hacía aparición
ataviado con una túnica lila, varilla magnética en mano y acompañado de sus asistentes, jóvenes
fuertes y bien parecidos, que paseaban por la habitación aplicando sus manos o las varitas
metálicas sobre el cuerpo de los pacientes. El efecto era fulminante: La «corriente animal» del
magnetizador entraba en acción conjunta con la de la cuba provocando generalmente una gran
excitación en los enfermos: los ojos se desorbitaban, se producían gritos, risas, llantos, hipo. Se
caía en éxtasis o en «secretos ardores». Después se sucedían los movimientos convulsivos, las
contracciones y temblores. El maestro, entonces, tocaba la armónica (porque «la música ayuda
al magnetismo») y mientras penetraba con su mirada aguda y profunda a los enfermos les cogía
las manos o pasaba las suyas sobre las partes más agitadas7.
La cura, a través de la interacción personal, parecía haber sido intuida, por más que no
se acertara a explicar cómo ni porqué. Faltaría aún un tiempo para que Freud lograra dar sentido
a la experiencia de Mesmer; ya que si bien, la influencia directa y material del hombre sobre el
hombre fue descartada, las circunstancias que presidían el efecto de dicha influencia fueron de
algún modo mantenidas por él.
A partir de Mesmer, los fenómenos engendrados por el magnetismo van a orientarse
hacia una subjetivación cada vez mayor. El Abate Faria, discípulo de Mesmer, se separa de éste
para afirmar que la causa del sonambulismo no reside en ninguna fuerza material externa, sino
en el mundo interno del sujeto. En línea parecida, Chastenet de Puységur y el general Noizet
van interiorizando y psicologizando progresivamente la teoría del magnetismo animal. Su
influencia llega hasta Gran Bretaña, donde el médico James Braid estudia el mesmerismo y se
percata de los factores subjetivos involucrados en el fenómeno. En la nueva explicación que
ofrece Braid se introduce el término hipnotismo, así como el de hipnotizar, para referirse al
7 ? Cf. G. ZILBOORG, Historia de la psicología médica, Psiqué, Buenos Aires 1968, 338-352; S.T. STRONG-CH.D. CLAIBORN, ib., 21-23.
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método de inducir la dormición sirviéndose de un objeto que situado a unos 30 cms. el sujeto
debía mirar fijamente concentrando en él toda su atención8.
Poco más tarde y siguiendo una línea parecida de investigación, Berheim, de la escuela
francesa de Nancy, publica en 1884 su obra De la suggestion, conocida por Freud durante su
estancia en la ciudad francesa y traducida por él mismo al alemán9. La curación, a través del
influjo interpersonal va adquiriendo un papel fundamental en el campo del saber médico.
La figura de Charcot, tan sólida como científico, pero tan sugestiva y seductora también
como la muchos curanderos, dio entrada oficial en el campo de la medicina al fenómeno del
hipnotismo, y, algo hipnotizado por él, Freud, en una auténtica transferencia decisiva para la
historia de la medicina, intuyó que lo que se jugaba detrás de la hipnosis podía desvelar otra
significación más profunda y más decisiva en sus repercusiones.
El análisis (imposible en el marco de nuestra ponencia) de la dificultosa gestación que
tuvo el concepto de transferencia en el pensamiento de Freud constituye uno de los mejores
métodos para la captación de lo que es su misma naturaleza. Ese análisis pone de manifiesto de
modo axiomático que la transferencia constituye un proceso que, en su esencia, se resiste a toda
teorización y que, además, no es de ningún modo captable teóricamente sino a posteriori, «aprés
coup».
En efecto, los escasos textos freudianos sobre el tema (sorprendente y, a la vez,
reveladora escasez) suponen toda una compleja problemática experiencial previa en la que
Freud se debatió sin llegar a averiguar qué era lo que sucedía10. La reflexión siempre vino a
posteriori, «aprés coup», tras debatirse con el fenómeno que impregnaba su praxis médica, hasta
que logró arrancarlo de la experiencia, primero como quien arranca una mala hierba, para
8 ? Cf. W.S. SAHAKIAN, Historia y sistemas de la Psicología, Tecnos, Madrid 1982, 340-342.
9 ? La influencia de la Escuela de Nancy en Freud es mayor de lo que él mismo parece reconocer: " no comparto los conceptos de Berheim, que me parecen unilaterales", le dice a W. Fliess en carta del 29 de agosto de 1988 (Los orígenes del psicoanálisis, O.C., III, 3472-3473). Sin embargo, aunque Berheim fuera excesivamente tributario de las asignaciones anatómicas, la idea del inconsciente estaba ya claramente flotando en sus reflexiones.
10 ? El concepto, a pesar de hacer aparición temprana en textos freudianos (lo encontramos ya 1895), no será explicitado y plenamente comprendido hasta mucho más tarde (a partir tan solo de 1905).
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después caer en la cuenta de que aquello que consideró una maleza, era y tenía que ser la planta
medicinal básica de la experiencia psicoanalítica. Sólo entonces pudo darle nombre a la
transferencia. Porque, podríamos afirmar, que en su esencia, el fenómeno transferencial llega
siempre por la espalda.
Por la espalda le llegó a Freud en uno de sus más afamados casos clínicos, el de Dora,
joven histérica de 18 años con quien fracasó rotundamente en el tratamiento debido,
precisamente, al olvido de la dinámica transferencial. Tan sólo entonces, pudo comprender lo
que la transferencia es y significa. Y fue en el epílogo de este caso, como ese momento segundo
de reflexión en el que tan sólo se hace posible la captación de su significado, cuando Freud nos
pudo ofrecer la definición más completa de ella. Son -nos dice- reediciones o productos
ulteriores de los impulsos y fantasías que han de ser despertados y hechos conscientes durante
el desarrollo del análisis y que entrañan como singular característica de su especie la
sustitución de una persona anterior por la persona del médico11.
Así, pues, la transferencia supone una actualización de los antiguos amores y odios que
no llegaron a concientizarse. Son, pues, como unas especies de «clisés» que se van constitu-
yendo a lo largo de nuestra vida a partir, sobre todo, de las primeras relaciones que marcaron
nuestro encuentro con la existencia12. Esos clisés o esquemas «a priori» de relación interpersonal
constituyen un lugar necesario desde el que enfocamos todo tipo de relación con los otros. Las
primeras relaciones parentales fueron particularmente resaltadas por Freud como configurantes
básicas de esos esquemas de relación; y fue Melanie Klein quien nos ha insistido también sobre
la fuerza que poseen las primitivas relaciones del bebé con la madre a la hora de determinar las
modalidades de la transferencia13.
11 ? Análisis fragmentario de una histeria, 1905, O.C., I, 998.
12 ? Transferencia, designa en psicoanálisis, el proceso en virtud del cual los deseos inconscientes se actualizan sobre ciertos objetos, dentro de un determinado tipo de relación con ellos y, de un modo especial, dentro de la relación analítica Así se define en el Diccionario de psicoanálisis de J. LAPLANCHE - J.B. PONTALIS, Barcelona 1971, s.v. Transferencia.
13 ? Cf. M. KLEIN, Principios psicológicos del análisis infantil, 1926, O.C., Buenos Aires 1974, Vol. 2, 127-136; H. SEGAL, Introducción a la obra de Melanie Klein en M. KLEIN, O.C., vol. 1, 15-124; C. GEET, Melanie Klein, París 1971 y M. NEYRAUT, ib., 179-182 Y 229-235.
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Existe, pues, un claro carácter repetitivo en esa actualización de los antiguos modos de
relación. En ello insistirá particularmente Freud en un texto titulado Recuerdo, repetición y
elaboración (1914), que quizás haya que considerar como su más importante reflexión sobre
este tema. Quien no recuerda su historia está condenado a repetirla, vendría a ser la idea básica
de este texto, parafraseando la célebre fórmula de Santayana. El analizado -nos dice Freud- no
recuerda nada de lo olvidado o reprimido, sino que lo vive de nuevo. No lo reproduce como
recuerdo, sino como acto14. De ese modo los elementos del conflicto psíquico van ingresando
paulatinamente en el campo de trabajo analítico. La transferencia se convierte así en el campo
básico sobre el que ha de recaer toda la acción terapéutica15.
Para ello será absolutamente necesario que el analista sepa detectar esas antiguas
demandas de amor, de odio, de culpa o de exculpación, evitando a toda costa responder a tales
demandas, precisamente para que ellas puedan llegar a objetivarse y modificarse. Ello supone
un trabajo muy delicado por parte del analista porque, evidentemente, sus propias temáticas
personales pueden muy bien entrar en juego confundiéndose con las del paciente16. Se toca de
este modo una cuestión fundamental de la técnica psicoanalítica que es la de la llamada «contra-
transferencia»; es decir, el conjunto de reacciones transferenciales despertadas también en el
analista a través de la personalidad y de las demandas del analizante. La obligatoriedad y
necesidad de que el terapéuta haya pasado previamente por la experiencia de un largo «análisis
didáctico» se pone de relieve desde esta delicada problemática que consideramos17.
14 ? Recuerdo, repetición y elaboración, 1914, O.C., II, 1684
15 ? Freud llega a firmar en ese mismo texto que se trata de sustituir la neurosis que padece el sujeto que viene al análisis por una "neurosis de transferencia", de la cual puede ser curado mediante la acción del terapeuta: La transferencia crea así una zona entre la enfermedad y la vida, y a través de esta zona va teniendo efecto la transición de la primera a la segunda: O.C., II, 1687.
16 ? Sobre el manejo de la transferencia en la relación terapéutica, Cf. O. FENICHEL, Problemas de técnica psicoanalítica, Buenos Aires 1957; H. RACKER, Estudios sobre técnica psicoanalítica, Buenos Aires 1979, 74-110; J. CODERCH, Teoría y técnica de la psicoterapia psicoanalítica, Barcelona 1987, 206-213; H. THOMÄ -H. KÄCHELLE, Teoría y práctica del psicoanálisis, Barcelona 1990, Vol. 1, 65-98 y 99-120, así como la bella y sugerente obra del malogrado L. MARTÍN-SANTOS, Libertad, temporalidad y transferencia en el psicoanálisis existencial, Barcelona 1975.
17 ? Sobre estos puntos descendió Freud en un trabajo titulado Observaciones sobre el amor de transferencia, 1915, O.C., II, 1689-1696. El "análisis didáctico" es la experiencia misma del psicoanálisis que todo futuro analista debe atravesar como condición para acceder a su trabajo de terapéuta. Con razón se ha expresado el carácter en cierta medida defensivo que puede comportar el término "didáctico", pues aunque ese carácter preside unos de los objetivos de dicho análisis, sin embargo, la experiencia misma de diván no deja de ser la misma que para todo sujeto que intente acceder a sus palabras no dichas.
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Esos antiguos amores y odios actualizados en la situación analítica poseen sin duda un
carácter revelador18. Por ello, la transferencia dejó de ser considerada por Freud como un
obstáculo que se interponía en el trabajo de investigación del inconsciente, para considerarla por
el contrario como una manifestación privilegiada de los contenidos de ese inconsciente19. Por
otra parte, la transferencia -han señalado también otros autores- supone una actitud de búsqueda
que parece revelar no sólo aquello que ha sido, sino también aquello que debía o podría haber
sido20.
Desde esta perspectiva, la transferencia ha llegado a constituirse en el terreno mismo en
el que se desarrolla toda la cura. Su instauración, desarrollo, interpretación y resolución vienen a
coincidir con el proceso mismo de la terapia. Por la transferencia, en efecto, se abre el camino
de la necesaria regresión mediante la que se pretende tener acceso a los contenidos inconscientes
más antiguos. Desde ahí se intentará modificar esos contenidos por medio de la interpretación y
de lo que la transferencia supone de «experiencia correctora»21. Contra lo que muchas personas
piensan, no se trata en un psicoanálisis de «conocer» los antiguos «traumas», sino más bien, de
actualizar, revivir en el presente, mediante la transferencia con el analista, aquellos antiguos
odios y amores que no llegaron a decirse y, desde ahí, intentar una reestructuración.
Un tema que nos interesa a nosotros particularmente es el de la extensión que se puede
18 ? Ellos incluyen tanto los componentes amorosos como también los hostiles que marcaron nuestros encuentros y que no se llegaron nunca a decir. Por ello Freud hará una distinción que adquirirá la categoría de clásica entre una transferencia "positiva", marcada por sentimientos de carácter cariñoso y una transferencia "negativa", marcada por sentimientos hostiles. Cf. La dinámica de la transferencia, 1912, O.C., II, 1651-1652. A este respecto el Dr. D. Lagache expresa la dificultad que entrañan estos términos, en cuanto que una transferencia llamada "positiva" puede ser en determinado momento perjudicial en el tratamiento, mientras que otra denominada "negativa" puede y quizás deba tener su lugar en el mismo tratamiento. De ahí, que él proponga hablar más bien de "efectos positivos y negativos de la transferencia". Cf. D. LAGACHE, La teoría de la transferencia, Buenos Aires 1975.
19 ? Algunos autores parecen, sin embargo, negarse a conceder a la transferencia este carácter positivo. "Toda transferencia es esencialmente negativa, porque requiere y mantiene una persistente deformación del terapeuta" dice, por ejemplo E. SINGER, Conceptos fundamentales de psicoterapia, México 1969, 263.
20 ? Cf. S. NACHT, Curar con Freud, Madrid 1972, 56 y La presencia del psicoanalista, Buenos Aires 1967, 56-72, así como E.A. LÉVI-VALENSI, Le dialogue psychanalytique, París 1972, 72.
21 ? Así se ha expresado F. ALEXANDER en su obra La psiquiatría dinámica, Buenos Aires 1962. Cf. también del mismo autor junto con SH.T. SELESNICK, Historia de la psiquiatría, Barcelona 1970, en particular 239-240 y 386-387. Hay que afirmar, no obstante, que las ideas de Alexander sobre la transferencia han sido muy discutidas. Cf. S. NACHT, ib., 61-62, D. LAGACHE, El psicoanálisis, Buenos Aires 1973, 111-113.
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justamente atribuir a este fenómeno transferencial. Ello ha constituido un importante punto de
discusión y reflexión en el conjunto de la literatura psicoanalíticia22. Para Freud y para Ferenczi
(a quien le debemos también importantes contribuciones al esclarecimiento de este tema23), la
transferencia no constituye una creación sino un descubrimiento del psicoanálisis. La
transferencia es tan vieja como la propia medicina, afirma Ferenczi en un texto de 1923. El
buen «doctor», que seduce a los niños ofreciéndoles bombones, se atrae mediante este artificio
el afecto de sus pacientes, afecto que desempeña un papel importante para calmar al niño y
facilita indirectamente su curación24. Los médicos, pues, deberían, en el parecer de Ferenczi,
adquirir una experiencia en el campo psicológico con lo que tendrían más posibilidades de éxito
que si se limitan exclusivamente a la adquisición de conocimientos de patología y farmacología.
Me hubiera evitado muchos esfuerzos y sufrimientos si, durante mis estudios, se me hubiera
enseñado el arte de manejar la transferencia y la resistencia. Envidio al médico del futuro que
conocerá esto. Así se expresaba Ferenczi (ingenuamente tenemos que pensar si miramos a
nuestro alrededor 60 años después) en un texto sobre La influencia de Freud sobre la medicina
(1933)25.
Toda la escuela francesa en su conjunto ha insistido también en el carácter espontáneo
que presentan los fenómenos transferenciales26. Todo es transfert, afirma E.A. Lévi Valensi27.
La actualización de los deseos inconscientes sobre el campo de las relaciones interpersonales
está siempre operante, y bastará un «pequeño detalle», como afirma Ferenczi, para que se opere
el desplazamiento transferencial: un tono de voz, el color de unos cabellos, un nombre o un
22 ? Particularmente I. MACALPINE suscitó una intensa polémica al afirmar que la transferencia es resultado exclusivo de la situación analítica. Cf. The development of the transference en "The psychoanalytic Quarteley" XIX (1950) 501-539.
23 ? Cf. v.gr. Transfert et introjection, O.C., París 1968, vol. 1, 93-125; Le concept d'introjection, O.C., Vol. 1, 196-198; Symtômes transitories au cour d'une analyse, O.C., Vol. 1, 199-209; La technique psychanalytique, O.C., Vol. 2, 327-337; Prolongements de la "technique active" en psychanalyse, O.C., Vol. 3, 117-132 y La psychanalyse au service de l'omnipraticien, O.C., III, 205-215. Por la importancia de este autor en el tema que tratamos, M. NEYRAUT le dedica todo un capítulo en su obra citada, 155-182.
24 ? El psicoanálisis al servicio del médico general, 1923, O.C., III, 254.( La negrita es nuestra).
25 ? O.C., IV, 135.
26 ? Cf. J. LACAN, Intervención sobre la transferencia en su obra Escritos, México 1971, vol. 1, 46-47 y Le Transfert et la pulsión en Les quatres concepts fondamentaux de la psychanalyse, París 1973, 113-184; E.A. LÉVI-VALENSI, ib., S. NACHT, ib., y M. NEYRAUT, ib.
27 ? Ib., 98.
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apellido, una forma determinada de gesticular... cualquier cosa basta para despertar antiguos
deseos, antiguos temores; para poner en marcha determinados mecanismos de defensa; para
permitir que éstos se resquebrajen o, incluso, caigan fulminantemente por tierra.
No obstante, a partir de la problemática suscitada por I. Macalpine, es necesario
reconocer que las condiciones especiales en las que se desarrolla un análisis contribuyen a crear
una especial intensidad y particularidad del fenómeno. Como afirma S. Nacht, la transferencia
no constituye tan sólo una reproducción de las agitaciones afectivas que el enfermo vivió en su
lejana infancia, sino que constituye también una respuesta inmediata a la situación en la que el
análisis lo coloca en relación al analista28. La actuación, pues, de este doble factor (uno
espontáneo y el otro inducido por la situación analítica) habrá de ser tenida en cuenta a la hora
de elaborar una reflexión sobre la intervención de la transferencia en situaciones no analítica,
como la que nos ocupará a continuación a propósito de la relación del enfermo con el médico, el
terapeuta alternativo o el curandero.
La relación médico-enfermo.
Michel Balint, médico y psicoanalista, ha adquirido, sin duda, la condición de clásico en
el análisis de las implicaciones psicológicas que intervienen en la relación entre médico y
enfermo29. El nos ha hecho comprender que el fármaco más frecuentemente utilizado en la
práctica médica general es, con mucho, la propia persona del médico. Una droga que se
administra con frecuencia, sin conocer su composición, su uso, ni sus contraindicaciones y que
produce, por ello, enormes efectos secundarios, en ocasiones, sumamente perjudiciales.
M. Balint ha insistido con razón en que la reacción que tiene el médico ante las
sugestiones del paciente, o ante los síntomas ofrecidos, constituye un factor concurrente de
extraordinaria importancia para el desenlvolvimiento concreto de la enfermedad o del proceso
28 ? Cf. S. NACHT, Curar con Freud, 66.
29 ? La organización en instituciones hospitalarias de todo el mundo de los llamados "grupos Balint" (en los que 8 o 10 médicos generales discuten su problemática profesional en presencia de uno o dos psiquiatras) y su obra El médico, el paciente y la enfermedad (Ed. libros básicos, Buenos Aires 1986) son méritos que justifican sin duda esa condición de clásico.
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de curación. El médico dispone de un poder terapéutico, pero también tiene un poder
patoplástico. La enfermedad, especialmente en sus inicios, es hasta cierto punto moldeable.
Como señala J. Rof Carballo, unas palabras imprudentes, un fruncir el ceño... modelan a veces
para toda la vida la enfermedad. El médico organiza la enfermedad. Puede convertir molestias
funcionales en orgánicas30.
¿Cómo accede el paciente a su médico desde un punto de vista psicodinámico?
Desde la perspectiva abierta por el psicoanálisis lo primero que se hace necesario
constatar es que el paciente llega siempre herido en su psiquismo, más allá de la herida que
padece por su afección orgánica. La adaptación a la enfermedad, al dolor y a las alteraciones de
las funciones corporales no siempre resulta fácil. Las diversas formas en las que puede
intentarse esa adaptación variarán conforme a la estructura de personalidad de cada sujeto, de su
historia y de sus sistemas defensivos propios31.
Por lo pronto, el proceso somático que se opera en el órgano afectado por la enfermedad
sustrae una dosis considerable de su energía psíquica, de su atención, interés y preocupación.
Sus demás intereses vitales se ven por ello debilitados en una medida u otra. Ello explica el
hecho, afirmado tempranamente por Freud, de que el estar enfermo hace narcisista a las
personas32. Hay un incremento notable de la autoobservación y del interés hacia sí mismo.
La enfermedad le achica el ánimo y le hace experimentar una debilidad en su yo que hay
que sumar a la debilidad que proviene de su afección orgánica. El poder para enfrentarse con la
vida se encuentra siempre, de un modo u otro, disminuido. Todo lo cual, conduce generalmente
a una activación de los movimientos más regresivos de su personalidad. Como si se achicara
también en su tiempo psíquico y regresara a aquella situación de indefensión que experimentó
en su primera infancia. Como ha puesto además de manifiesto la investigación psicoanalítica,
con mucha frecuencia, la enfermedad es experimentada como una especie de castigo (de
30 ? ROF CARBALLO, Teoría y práctica psicosomática, Desclée, Bilbao 1984, 590-600.
31 ? Cf. O. FENICHEL, Teoría psicoanalítica de las neurosis, Buenos aires 1966, 295-300.
32 ? Cf. S. FREUD, Introducción del narcisismo, 1914, O.C., II, 2022-2024.
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castración) o de abandono llevado a cabo por parte del «destino» o de Dios, representaciones de
corte parentales donde las haya33.
Desde esta situación regresiva a la que invita la enfermedad y desde las fantasías
inconscientes de castigo o de abandono por parte de esos poderes parentales que son Dios o el
destino, el enfermo moviliza de modo importante sus necesidades de protección y de cuidado
providente. Desde su debilidad reclama omnipotencia y desde su indefensión tiende a investir al
terapeuta con todos los rasgos de sus representaciones imaginarias infantiles34.
El médico, como el brujo, el curandero o el sacerdote, es investido por ello de una
representación parental sobre el que proyecta todos los elementos fundamentales de su
narcisismo infantil, ahora maltrecho y herido por la enfermedad. Como cuando de niño fue
cuidado y salvado por aquellos magníficos poderes que fueron para él sus padres. Si ahora no
puede remediar su mal, el terapeuta se representará con todos los rasgos del conocimiento y la
fuerza necesaria para sacarle de la situación de impotencia que él experimenta. Todo ello, por lo
demás opera a un nivel emocional que generalmente no se traduce en las palabras que el
enfermo dirige al terapeuta. Pero es ese nivel esencialmente afectivo y emocional, el que
fundamenta la facultad básica que el enfermo concede a su terapeuta. Como señala Freud los
pacientes suelen reconocer la autoridad de acuerdo con su transferencia positiva, y la posesión
de un diploma médico no les causa, ni mucho menos, la impresión que los médicos suponen35.
El enfermo, tal como ha insistido en ello Rof Carballo36 suscita movimientos profundos
en el ánimo del médico. Con una intencionalidad generalmente inconsciente, emite sus mensajes
que conciernen a las ansiedades más profundas del terapeuta. Exige, por ejemplo, a veces de
33 ? Con frecuencia se utiliza el término estar "malo" para referirse a la enfermedad, poniendo así de manifiesto la impregnación moral que la enfermedad posee. La idea de la enfermedad como castigo o como prueba que Dios manda está muy presenta en la mentalidad popular. Cf. Y. GUIO CEREZO, Salud, enfermedad y medicina popular en Extremadura. Un acercamiento desde el americanismo, Universidad Complutense, Madrid 1991, 902-956.
34 ? Tal dependencia será tanto mayor en la medida en la que ese paciente se encuentre socialmente aislado o privado de relaciones estrechas con los miembros de su familia y con otros pacientes. Cf. BURLING y otros, The Give and Take in Hospital: A Study of Human Organization in Hospital, Putnam, New York, 1956.
Sobre el concepto psicoanalítico de omnipotencia Cf. nuestro estudio dentro de la obra El psicoanálisis freudiano de la religión, Ed. Paulinas, 1991, 387-398.
35 ? Análisis profano (Apéndice), 1926, O.C., III, 2957.
36 ? Cf. ROF CARBALLO, ib., 465-466.
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modo frío e indirecto, una ayuda maternal. Pero esto es lo que el médico, generalmente, no está
dispuesto a aceptar. Considera lógico defender su intimidad del asalto que le hacen. Y, habría
que añadir que tiene todo su derecho a ello con tal que esa defensa de su intimidad no la efectúe
a un nivel inconsciente, poniendo en marcha para ello mecanismos reactivos que jueguen en
contra de sus propios objetivos terapéuticos.
El médico, pues, desde la demanda que se le hace se ve envuelto en el halo de la
omnipotencia. Pero a la demanda del paciente, hay que añadir lo que procede de la propia
dinámica personal y profesional del médico. Como en el tratamiento psicoanalítico, no todo es
cuestión o problema de transferencia. También hay que contar siempre (y ello no resultó nada
fácil para el psicoanálisis) con la contratransferencia; todo lo que desde la historia personal y
desde la propia problemática y conflictividad se pone en juego por parte del terapeuta, sea cual
sea el encuadre teórico o simbólico en el que este pretenda situarse37.
Si el terapeuta es reclamado como padre omnipotente, el médico puede muy bien entrar en
complicidad con esa demanda para satisfacer sus propias necesidades narcisista y encubrir sus
propias inseguridades. Como M. Balint ha puesto de manifiesto, con frecuencia el médico se ve
inducido a adoptar ante el enfermo una actitud cuasi religiosa, «apostólica» la denomina
Balint38. Parece como si, en efecto, estuviera en posición de un conocimiento revelado y se
encontrara obligado a convertir a todos los incrédulos e ignorantes entre sus paciente a esa
verdad, a la que debe acomodarse todo sujeto enfermo. El objetivo del médico parece situarse
entonces en convertir a su enfermo a la teoría y a la práctica de su propia fe. De algún modo, el
médico está intentando en esta situación salvarse a sí mismo mediante esa labor «apostólica»,
conversiva, con el paciente.
Todo ello tiene directamente que ver con el estado de ansiedad que tiene que enfrentar
todo profesional de la medicina en el ejercicio de su profesión. El paciente, todo paciente,
moviliza, en un grado u otro, un conjunto de emociones que, muchas veces, por lo demás, ni
37 ? Es un hecho comprobado que muchas de las decisiones clínicas de un médico dependen en buena medida de sus propias raíces étnicas, familiares y sociales, así como de las relaciones que establece dentro de la profesión médica y de la comunidad lega más amplia. Cf. W. A. GLASER, Asistencia médica: aspectos sociales, en Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales, s.v. Asistencia médica, Vol. 1, Madrid 1974.
38 ? Cf. páginas 274-361.
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siquiera será capaz de reconocer. Por una parte, el enfermo mueve en el médico toda una serie
de afectos relacionados con lo que la enfermedad supone de debilidad, de impotencia y, a un
nivel más hondo, lo enfrenta cotidianamente con lo que la enfermedad tiene de anuncio o
revelación de la muerte, herida narcisista suprema, que ambos, médico y enfermo, se ven
compelidos a exorcizar39.
Pero de otro lado, el enfermo está delante del médico como un reto a su competencia
profesional, desafiando su capacidad para curar y, con ello, poniendo en solfa la imagen que de
sí mismo ha ido laboriosamente construyendo a lo largo de su dilatado trayecto profesional y en
la que, probablemente, apoya buena parte de su seguridad personal de conjunto. Como afirma
M. Balint, un aspecto importante de la «función apostólica» radica justamente en la necesidad
que experimenta el médico de probar al paciente, al mundo entero, y, sobre todo, a sí mismo,
que es buen médico, un profesional bondadoso, digno de confianza y capaz de ayudar.
Desde la misma enfermedad que remite a una impotencia y, en última instancia a la
impotencia suma de la muerte, y desde la interpelación que lleva a cabo el paciente sobre la
competencia profesional del médico, éste se ve necesariamente cuestionado en su narcisismo y
en los sentimientos de omnipotencia con él asociados.
Esa omnipotencia personal cuestionada y siempre a prueba desencadena fácilmente toda
una dinámica de acción terapéutica que tiene mucho que ver con un movimiento compulsivo de
corte maníaco: se trata esencialmente de huir de una situación peligrosa, de negar con urgencia
una amenaza importante, de exorcizar un fantasma que remite, últimamente, a la herida
narcisista fundamental de la muerte. El enfermo queda reducido entonces a no ser sino una
prueba con la que el terapeuta intenta asegurar su propia escapada.
Para que todo resulte así, lo primero que con frecuencia recibe el paciente de parte del
médico es confortamiento y apoyo. Un confortamiento, que en el contexto de lo que hablamos,
hay que comprender como esencialmente movido desde la propia ansiedad despertada en el
médico y cuyo objetivo fundamental es el de aliviarla.
39 ? PH. ARIES ha insistido particularmente en este esfuerzo por negar la muerte que preside a nuestra cultura occidental, después de su exaltación en el período del romanticismo. Cf. Essais sur l'historie de la mort en Occident du moyen âge à nos jour, Ed. du Seuil, París 1975.
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Posteriormente, tras el confortamiento, recaerá sobre el enfermo toda la máquina
científica que analiza, detecta, diagnostica y receta para eliminar de raíz el problema que le
aqueja40. Las mismas clasificaciones nosológicas no sirven muchas veces sino para aminorar la
ansiedad de médicos y especialistas41. Y así, con todo el aparato teórico y técnico, el paciente es
reducido al silencio, su propia subjetividad negada. Lo único que tiene que hacer es dejar que
toda un aparato institucional y científico actúe. La palabra es aplastada y con ello, el fantasma,
muerto.
Todo, además, parece plantearse bajo la bandera de la ciencia. Esa es su suprema
justificación. En realidad, es también la gran coartada para eludir ansiedades que la enfermedad
despierta y que la relación interpersonal con el enfermo ponen en juego. La institución médica
oficial brinda en este sentido el mejor de los apoyos.
La omnipotencia institucional.
La crítica de dicha institución médica ha sido efectuada en nuestros días desde ángulos
muy diversos. Pero destaca entre ellos, por la lucidez de sus análisis y por la fuerza de su
denuncia, la que Ivan Illich protagonizó con su obra Némesis médica42. La ciencia médica
oficial ha ido progresivamente detentando un poder que ha conducido hasta el ejercicio de una
auténtica tiranía en el seno de nuestras sociedades occidentales. La función moral de alivio del
dolor que los médicos desempeñaron en otro tiempo ha sido sustituida por la del ejercicio de la
ciencia y el poder sobre el enfermo y los suyos, en una posición que cada vez más le aleja de la
muerte. Ya no se trata de esa relación inmediata del sufrimiento con lo que le alivia. Como
40 ? Tendríamos que recordar las palabras de Marañon a este propósito: La idea de que la enfermedad es, siempre, un enemigo que debemos, siempre, aniquilar, pertenece al pasado. Un cierto grado de enfermedad es, a veces, repitámoslo, el único modo de prolongar la vida. El aprensivo, concluye Marañon, suele ser lo bastante listo como para no dejarse curar del todo. Cf. G. MARAÑON, Crítica de la medicina dogmática, Espasa Calpe, Madrid 1950. 70.
41 ? Cf. P. MARTY, Los movimientos individuales de vida y de muerte, Ed. Toray, Barcelona 1984. Este autor, figura clave de la investigación psicosomática actual, nos hace caer en la cuenta de qué modo las reacciones del enfermo ante la enfermedad y ante la terapéutica se olvidan impulsados por el entusiasmo de los descubrimientos cuantitativos de la investigación.
42 ? Barral editores, Barcelona 1975.
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acertadamente afirmó M. de Foucault, desde la misma aparición de la escritura y el secreto, se
hurtó ese saber a la comunidad y se depositó en un grupo privilegiado43.
Desde esa posición de poder la medicina ha llegado en convertirse, con una terrible
paradoja, en una de los mayores peligros para esa salud que tan despiadadamente pretende
imponernos a todos. Es lo que Illich denominó la medicalización de la vida, que origina una
humillante situación de dependencia respecto de la atención clínica y de los medicamentos, que
conduce finalmente a una auténtica apropiación por el médico de la globalidad de la vida, desde
la misma situación prenatal hasta la muerte44.
El paso del ejercicio de un saber al del oficio de magos o sacerdotes se efectúa sin la
menor dificultad. La entronización de la «racionalidad burocrática», que emerge de las ruinas de
las tiranías monárquicas y sacerdotales, le facilita el impulso suficiente para esa transformación.
Ella supo crear, por lo demás, una docilidad servil a la información de los técnicos y peritos y a
su astuta propaganda45. A los médicos - afirma I. Illich- ya no les interesa el arte práctico de
curar lo curable, sino la salvación de la humanidad de las cadenas de la enfermedad, la invalidez
e incluso la necesidad de morir. Desde comienzos de siglo, el cuerpo médico se ha convertido
así en una auténtica iglesia establecida que ha hecho una teología de los principios técnicos y
que dispone de los tecnólogos como acólitos46. La asistencia a la salud se ha convertido en una
religión monolítica mundial47. En ella se dictamina qué es enfermedad y qué no lo es, así como
su tratamiento correcto. Como la religión y el derecho, crea unos criterios normativos para
seleccionar los comportamientos correctos o desviados. El médico se convierte así en un
43 ? M. DE FOUCAULT, El nacimiento de la clínica. La arqueología de la mirada médica, Siglo XXI, México 1963, especialmente el cap. 4: Antigüedad de la clínica, 85-96.
44 ? Se olvida lo que tan atinadamente afirmaba nuestro sabio médico G. Marañon: La idea de que la enfermedad es, siempre, una enemigo que debemos, siempre, aniquilar, pertenece al pasado. Un cierto grado de enfermedad es, a veces, repitámoslo, el único modo de prolongar la vida...Hay gordos -añadía- que se desbaratan cuando se empeñan en dejar de serlo y el aprensivo muestra ser lo bastante listo como para no dejarse curar del todo. Cf. G. MARAÑON, Crítica de la medicina dogmática, Espasa Calpe, Madrid 1950, 68.
45 ? Cf. en este sentido J. ROF CARBALLO, Teoría y práctica psicosomática, Desclée, Bilbao 1984, 594; así como el importante y sugerente estudio del psicoanalista P. LEGENDRE, L'amour du censeur. Essai sur ordre dogmatique, Ed. du Seuil, París 1974.
46 ? I. ILLICH, ib., 99.
47 ? Cf. también en esta misma línea de pensamiento la obra coordinada por A. GODIN, Mort et presence. Études de psychologie, Ed. Lumen Vitae, Bruxelle 1971.
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«empresario moral», que objetiva los valores dominantes de la sociedad en la creación de
enfermedades y el enfermo es inducido a sentirse como un pecador que ha transgredido las
sagradas normas de la higiene48.
El dogmatismo marca el talante esencial de la medicina moderna con sus dos lacras
fundamentales: una práctica, el profesionalismo, y otra, teórica, el cientificismo. Estos son -en el
decir de Gregorio Marañon- los nuevos ricos de las fases de auge de la Medicina49. Un
dogmatismo -añade nuestro autor- que supera todos los conocidos en la gravedad de su pecado
esencial, que es la pretensión de dar categoría de infalible a lo que no lo es. Los grandes logros y
los resultados ya obtenidos parecen prohibir, a priori, toda crítica a los límites de su concepción.
Las consecuencias prácticas que se derivan de tal estado de cosas son importantes en el
ámbito de la salud. Señalemos tan sólo al paso las falsas ilusiones que despierta, con el consi-
guiente peso de frustración y de agresividad que ésta, a su vez, genera. Por no hablar de los
terribles efectos yatrogénicos que ya nadie pone en cuestión50.
Hay algo sin embargo, que nos interesa resaltar en el contexto de las relaciones
interpersonales que centra el núcleo de nuestra reflexión. Desde ese estado de dogmatismo y
sacralidad que caracteriza a la medicina oficial, los sentimientos de omnipotencia infantil que se
movilizan en el médico desde la demanda del paciente y desde su propia estructuración personal
48 ?Cf. ELIOT FREIDSON, la profesión médica, Península, Barcelona 1978, 250-4 y GONZÁLEZ ANLEO, J., Sociología del dolor, en A. Dou, El dolor, Madrid 1992. Ed. UPCO, 329-366.
49 ? Cf. G. MARAÑON, ib. 30. Esa medicina, afirma en otra página, sería una actividad adorable, hecha a partes iguales de ciencia, de arte y de oficio. Pero el afán de quererla convertir en una ciencia integral, antes sacerdotal y enigmática, ahora exacta e infalible, la hace tropezar con mil piedras cada día y la pone, de vez en cuando, en trance de extraordinario compromiso, cuando no de mortal gravedad. 15-16.
50 ? Cf. I. ILLICH, ib., en especial 22-28; P. MARTY, Los movimientos individuales de vida y de muerte, Ed. Toray, Barcelona 1984, 56. No resistimos transcribir el texto que, con tanta lucidez y gracia, nos ofrece G. Marañon a propósito de esos tratamientos de choque que proponen verdaderas baterías de inyecciones y drogas, por todas las vías imaginables, asestadas cada veinticuatro horas sobre el organismo infeliz: Yo declaro, bajo mi palabra de honor -nos dice- que este invierno he visto a un paciente que, habiendo sido diagnosticado de neurosis vegetativa que equivale a una patente de sanidad, había recibido como tratamiento, además de varias píldoras y cucharadas, doce, doce inyecciones diferentes en el trascurso de cada veinticuatro horas. Este robusto ciudadano, a pesar de las doce inyecciones, vino a mi casa por su pie. ib., 61-63. Entre otras consecuencias derivadas también de este estado de cosas, habría que señalar la que M. Balint llama complicidad en el anonimato. La constelación de especialistas, en efecto, que intervienen en la solución de un problema, trae consigo que se adopten decisiones que, a veces son vitales, sin que nadie asuma la responsabilidad de las mismas. A nadie se puede atribuir el gobierno o desgobierno de la situación. Cf. M. BALINT, ib., 105-111.
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quedan, por decir así, multiplicados. Esos sentimientos de omnipotencia encuentran un templo
grandioso y sobrecogedor como escenario para sus rituales.
Esa impregnación mágica y omnipotente de la práctica y técnica terapéutica posee de
hecho unos efectos considerables, por más que, con una cierta mala fe, se intente cerrar los ojos
a la evidencia. Efectos de todo orden. Para la curación tantas veces, pero para el fracaso
también, cuando no para el empeoramiento y la cronificación de la enfermedad.
Curaciones efectuadas de hecho en base a la intervención de un variable transferencial
no tenida en consideración y no en razón de la teoría, técnica o tratamientos aplicados. Son
muchos, en efecto, los médicos de corte tradicional que ejercen un poderoso influjo,
desempeñando funciones de «padre compasivo y bueno» con sus pacientes. Otros que, gracias a
la sugestión que ejercen con sus complejos y sofisticados medios técnicos, se ofrecen como
padres omnipotentes dotados de una fuerza mágica, que es la que auténticamente influye. Todos
los sabemos: batas blancas, ambientes antisépticos, ambulancias, etc., desempeñan funciones
simbólicas y mágicas que repercuten decididamente sobre la enfermedad y la salud.
Pero fracasos también o agravación del problema desde el sistema oficial, cuando en
tantos momentos el enfermo se siente impotente, agredido o, simplemente, cuando se resiste,
consciente o inconscientemente, a entrar en una estructura simbólica (racional, técnica e
impersonal) que no encaja ni cuadra con sus demandas y aspiraciones más profundas. La magia
blanca se transforma en ese momento en auténtica magia negra. La transferencia en sus
vertientes más negativas juega su importante papel. Entonces, nos encontramos con los que
necesitan otra medicina, de un orden simbólico diferente, con otros rituales y otro tipo de
omnipotencia puesta en marcha.
La burocratización, la despersonalización, el pragmatismo, la fuerte tecnificación e
incluso el mercantismo que definen a la llamada medicina «científica» hacen que el sujeto se
sienta auténticamente perdido dentro del sistema51. Es un hecho comprobado, por ejemplo, que
51 ? Cf. R. ORTEGA REINOSO, Salud y enfermedad. Conceptos evolutivos, en Estudios antropológicos y sociedad española, Instituto de Sociología aplicada, Madrid 1989, 145-166; Y. GUIO CEREZO, ib., J. DE MIGUEL, El teorema de Watson del sector sanitario: hacia una teoría sociológica de la seguridad social en España, en: Papers 10 (1979) 115-145.
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el modo en que se estructura la entrevista en la mayor parte de nuestras instituciones
hospitalarias se opone de manera insuperable a que la historia clínica pueda ser tomada
correctamente. Verificado está también que los procesos de recuperación de una enfermedad no
dependen tan sólo del tratamiento aplicado, sino también de lo armoniosas que sean las
relaciones entre los pacientes y con el personal hospitalario52.
Pero cuando todo el sistema, en su omnipotencia mágica revestida de cientificismo, no
acierta en realidad a comprender el mal que aqueja al paciente, encuentra intolerable la
confesión de su límite. Ello le supone un fuerte agravio narcisista que, generalmente, se ve
compelido a negar, poniendo en marcha unos mecanismos de corte claramente maníacos.
El más conocido y habitual de todos ellos es el que se pone de manifiesto en la fórmula
«usted no tiene nada» que, generalmente, significa que no se sabe dilucidar qué anda mal en ese
caso particular. Con esta lapidaria conclusión un paciente nuestro se «olvidó» de las fiebres
infecciosas que realmente padecía, para desencadenar una auténtica neurosis de angustia53. El
«todo marcha bien» de muchos médicos no es, en efecto, respuesta a la profunda necesidad del
paciente por encontrar un nombre para su dolencia que se siente, de ese modo, rechazado,
imposibilitado de explicar y aceptar sus dolores, temores y privaciones.
El apoyo y confortamiento del paciente, como afirma Balint, no tiene en sí nada de
malo. Pero resulta extraordinariamente negativo cuando se administra al por mayor, sin evaluar
apropiadamente su probable efecto en cada caso particular. Ese intento angustiado que,
paradójicamente, pretende eliminar la angustia raramente tranquiliza a un neurótico, aunque
pueda tener efecto en un paciente físicamente enfermo54.
En definitiva, la medicina oficial organicista, se encuentra como si no supiera qué hacer
52 ? De la misma manera se ha señalado que las diferencias de clase entre doctor y paciente afectan al buen éxito de la relación profesional. Dado que el paciente que tiene menos cultura dispone de menos capacidad para comunicarse con el médico en el vocabulario de este, se le piden y se le dan menos explicaciones y recibe menos instrucciones que el paciente de clase superior. Cf. FREEMAN y otros Handbook of Medical Sociology, Englewood Cliffs, Prentice-Hall, New Jersey 1963.
53 ? Aquel médico cuyo autoritarismo y hostilidad le remitía de modo inconsciente a su figura paterna, actuó como una figura sumamente amenazante y castradora, poniendo en duda además la misma virilidad del sujeto: usted padece un "síndrome de Maruja", añadió a la negación de cualquier problema orgánico.
54 ? Cf. M. BALINT, ib., 154-155.
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con todas las variables psíquicas que se escapan a su control y manejo. La salida es, entonces, la
de su negación; prefiriendo ignorar los efectos que se deben a esas variables, para otorgárselos
en exclusiva, cuando les resultan benéficos. La omnipotencia infantil del sistema se siente de ese
modo resguardada. Esa omnipotencia, inscrita en una estructura simbólica diferente, es la que
tenemos que considerar que juega como factor igualmente poderoso en la práctica de la
medicina tradicional y alternativa.
La omnipotencia alternativa.
Tras muchas de las intervenciones habidas en nuestro coloquio, no es necesario insistir
en el acopio de conocimientos y de técnicas curativas que la medicina tradciional posee y que
podrían ser verificadas por las metodologías científicas más rigurosas55. Nuestro interés, sin
embargo, seguirá centrado ahora también en los aspectos interrelacionales y afectivos que
juegan de modo tan decisivo tanto en su gestión como en sus resultados.
También como en el caso de la relación paciente-médico, el terapeuta alternativo o
popular se aplica a sí mismo, generalmente sin saberlo, como fármaco fundamental. También
con todo sus riesgos y efectos secundarios desconocidos, como en el caso de la medicina
institucional. De la misma manera, a partir de su influencia personal, da nombre, moldea, cura o
agrava el conflicto del paciente. También el enfermo acude a él desde el mismo estado regresivo
(quizás más intenso si acude después de una prolongada demanda a la medicina institucional) y,
a partir de ahí, dirige la gran demanda de unas figuras parentales, de un padre o una madre
imaginaria, que, desde la omnipotencia sobre ellos proyectada, se convierta en remedio para su
mal.
Esa misma expectativa, a la vez ansiosa y confiada, juega de un modo determinante en
55 ? Se ha calculado, por ejemplo, que la farmacopea no occidental es empíricamente eficaz del 25 al 50%. Muchos medicamentos moderna, por otra parte, provienen de la experiencia de los llamados pueblos "primitivos", así ha ocurrido con el uso de opio, hachis, coca, quina, eucaliptus, zarzaparilla, acacia, couzo, así como con muchos tranquilizantes y psicotropos usados actualmente en psiquiatría. Cf. CH. C. HUGUES, Etnomedicina, en Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales, Aguilar, Madrid, 1968. CH. J. ERASMUS, por su parte, sostiene que la estructura espistemológica inductiva de la medicina primitiva es esencialmente análoga a la de la medicina científica moderna, esta difiere de aquella tan sólo por su tendencia a la generalización y por el grado de acierto en el pronóstico. Cf. Changing Folk Belifs and the Relativity of Empirical Knowledge, en Sauthwestern Journal of Anthropology 8, 411-428.
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la resolución de la enfermedad. Es necesaria la fe, sabemos, para que la curación sea posible.
Freud lo sabía. Estaba convencido de que era un factor de primer orden en las llamadas curas
milagrosas y no por ello estaba dispuesto a renunciar, en aras de ningún supuesto principio
científico, a tan importante instrumento terapéutico: La expectación confiada o esperanzada,
nos dijo, es una fuerza curativa con la que en realidad tenemos que contar en todos nuestros
esfuerzos terapéuticos o curativos56. Después de todo, sabía que también los no creyentes y
escépticos en materia de fe, podían disponer de sus «curas milagrosas» acudiendo a los médicos
de moda que siempre se imponen en los medios de la alta sociedad. La expectativa confiada o
ansiosa era también el factor del éxito de esos «milagreros seglares», como les llamaba el
mismo Freud57.
Lo hemos considerado una y otra vez en los trabajos presentados a lo largo de estos días:
la relación entre la religión, la medicina y la magia ha sido siempre íntima y su ejercicio
tampoco se encuentra netamente diferenciado en nuestros días58. Sacerdote, médico, mago y
curandero ejercen en buenas porciones de terrenos común no delimitado por fronteras claras ni
precisas. Todos ellos, considerados desde una óptica psicoanalítica, poseen un elemento común:
su vinculación íntima con los sentimientos de omnipotencia infantil que se suscitan con
nostalgia regresiva ante el pecado, la enfermedad o la indefensión existencial. Y todos ellos, si
logran que el sujeto se acomode a sus respectiva normatividad, ofrecerán su amor y protección
omnipotente. Sus recursos, inscritos en sistemas simbólicos tan diversos, le harán, de algún
modo, semejantes a Dios. Y en la medida en la que la fe sea mayor (induciendo en el sujeto
paciente actitudes de dependencia y sumisión) más soberano será el poder que ejerzan.
Son otros los sistemas simbólicos que utilizan los curanderos para escenificar y
potenciar su poder. Entre ellos, a diferencia de nuestra aséptica y neutra medicina científica,
destaca el religioso, poniendo así de manifiesto la relación intermedia que esta terapéutica
desempeña entre la ciencia y la religión. Con mucha frecuencia como sabemos, el poder de
56 ? Psicoterapia (Tratamiento por el espíritu), 1905, O.C., I, 1018.
57 ? Cf. ib., 1019.
58 ? Cf. G. ZILBOORG, Historia de la psicología médica, Ed. Psiqué. Buenos Aires 1968, en especial, 625; R. PANIKKAR, Medicina y religión, en Jano 737 (1986) 12-48.
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curar, la «gracia», procede directamente de Dios o de las fuerzas sobrenaturales59. La imaginería
religiosa que preside su encuadre terapéutico recuerda al paciente la etiología de su poder. Los
rezos y ensalmos de «santos» y «rezadores», propician la intervención de los sobrenatural60. En
definitiva, el poder terapéutico de buena parte de los curanderos, particularmente en las zonas
donde el influjo religioso es mayor, se encuentra íntimamente asociado a la suma representación
del poder.
Desde un punto de vista psicodinámico, resulta significativo también el hecho de que,
con tanta frecuencia, el curandero haya adquirido su poder terapéutico y protector tras haber
experimentado en sus propias carnes la dureza de la enfermedad y del sufrimiento. La
enfermedad es, como lo puso de relieve M. Eliade, una vía privilegiada de iniciación al
chamanismo61. Es la «enfermedad vocación», que espléndidamente nos ilustra el estudio de R.
Briones62.
Desde una óptica psiquiátrica y psicoanalítica es imposible evitar la sospecha de que en
ese proceso transformador que va desde el sentimiento de impotencia a la recepción de un
poder, actúen de modo básico mecanismos de tipo maníaco. Es decir, un tipo de defensa que
59 ? Cf. M. MAUSS, Sociología y antropología, Tecnos, Madrid 1971, donde se analiza la fuerza mágica por excelencia, el maná, y su virtud salutífera o mortal (123-124). Cf. asimismo la introducción a la obra realizada por CL. LÉVI-STRAUSS. Cf. asimismo, J. CARO BAROJA, Vidas mágicas e inquisición, Taurus, Madrid 1967 y Meditaciones antropológicas: De nuevo sobre la mentalidad mágica, Madrid, Taurus 1974; Y. GUIO CEREZO,ib. 902-956; de modo un tanto simplista el tema es abordado por J. DE MIGUEL, Introducción al campo de la antropología médica, en M. KENNY - J.M. DE MIGUEL (Comp.), La antropología Médica en España, Anagrama, Barcelona 1980.
60 ? Cf. a todo este propósito los excelentes estudios realizados sobre los "santos" y curanderos de la Sierra Sur de Jaén por M. AMEZCUA, La ruta de los milagros, Ed. Interolivos, Granada 1993; Prácticas y creencias de los "santos" y curanderos en la sierra Sur (Jaén), en Gaceta de Antropología 9 (1992) 99-109.
Sobre el poder de la palabra nos ha ofrecido estos días P. Sanchiz una rica y abundante información. Freud estableció en sus últimos escritos una relación entre la omnipotencia de las ideas y el nacimiento del lenguaje. La omnipotencia del pensamiento -nos dice- expresó el orgullo de la humanidad por el desarrollo del lenguaje. Se abrió con ello, según apunta Freud, una nueva dimensión de la existencia: el reino de la espiritualidad, en el que lograron preeminencia las ideas, los recuerdo y los procesos de raciocinio, en oposición a las actividades psíquicas inferiores cuyos contenidos son las percepciones inmediatas de los órganos sensoriales. Si la conquista del lenguaje exalta el narcisismo, el pensamiento, que sólo con el lenguaje se hizo posible, se impregna también de una desmesurada autoestima y libidiniza y exalta con los caracteres de la omnipotencia. Cf. S. FREUD, Moisés y la religión monoteísta, 1938, O.C., III, 3309. Sobre la fuerza mágica de la palabra como expresión del orgullo por haber conquistado el lenguaje se expresa Freud también en Nuevas Lecciones introductorias al psicoanálisis, 1933, Lección XXXV, El problema de la Concepción del Universo, O.C., III, 3195.
61 ? Cf. M. ELIADE, El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis, Fondo de Cultura económica, México 1986 (2º), 45.
62 ? Cf. el trabajo presentado por de este autor: Convertirse en curandero.
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tiene como objetivo fundamental eludir una amenaza intolerable de depresión, provocada a
partir de la enfermedad y del conflicto que ésta genera. Desde la debilidad a la que ella induce,
el organismo encuentra una salida imaginaria con la negación del mal y la conquista de un
estado de omnipotencia y bienestar63. La omnipotencia adquirida por el dolor, la «gracia»,
constituye una réplica a la agresión del superyó64.
Sobre esa omnipotencia ganada por el curandero, puede proyectarse la omnipotencia
deseada del enfermo que le solicita. La vida, en los duros enfrentamientos y embates de la
realidad, le ha obligado a poner en entredicho el imaginario poder de la infancia. Pero las
representaciones religiosas, como tantas veces las científicas también, proporcionan un soporte
que abren expectativas imaginarias para la recuperación y manipulación de esa omnipotencia
perdida65.
Así pues, son el «Padre Todopoderoso» o la «Totalidad Materna» que el narcisismo
infantil puso en juego, los que se encuentran directamente implicados en esas imaginería
religiosa de muchos curanderos, «santos» y «rezadores. Por eso, quizás, no puedan escapar
tampoco de la oculta ambivalencia afectiva que esas mismas figuras parentales despertaron en la
infancia y que constituye uno de los resortes fundamentales descubiertos por la investigación
psicoanalítica en el seno de la experiencia religiosa. El poder del curandero es potente para
proteger, pero también puede serlo para perjudicar. Quien sabe curar un daño sabe cómo se
hace66.
Pero como ya nos comentó Freud, los descreídos y secularizados de nuestra sociedad
moderna occidental no tienen por qué renunciar a los «milagreros seglares». Otras figuras de la
63 ? El proceso, con características muy análogas, tiene lugar en muchos casos de conversión religiosa, encontrado en este caso una salida a los sentimientos mórbidos de culpabilidad más o menos inconscientes.
64 ? Cf. a este respecto los datos que aporta en esta línesa el antropólogo y psicoanalista G. ROHEIM en su obra Magia y esquizofrenia, Paidós, Barcelona 1982, 54-62.
65 ? En esos sentimientos de omnipotencia infantil, proyectados sobre los padres en la infancia y sobre las representaciones sagradas en la vida adulta, hemos encontrado la clave interpretativo última de todo el psicoanálisis freudiano de la religión. Cf. C. DOMÍNGUEZ MORANO, ib. y Creer después de Freud, Paulinas, Ed. paulinas, Madrid 1992.
66 ? Cf. Y. GUIO CEREZO, ib., 485-ss.
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omnipotencia, de distinta simbología e imaginería, pero de idéntico origen desempeñan su
función. Lo religioso es sustituido y desplazado en los núcleos urbanos más secularizados por
las «energía positivas» o «negativas», vibraciones magnéticas (¡El mesmerismo que nunca
muere!), concentraciones mentales, o incluso por la acción de los extraterrestres67. Los sistemas
de creencias se diversifican, pero en sus núcleos, la aspiración a encontrar una fuerza
omnipotente que venga a salvar de la desprotección y el dolor siguen vigentes, quizás porque
vigente es la indefensión en la que tiene que desarrollarse la vida humana.
Transferencias paternas y maternas.
Sin duda, como afirma J. Rof Carballo, la institución médica, pese a sus inconvenientes,
a su burocratización, a sus demoras, etc., funciona también como instancia que proporciona al
enfermo un amparo parental. Lo que quizás sea más cuestionable es que ese amparo posea el
carácter materno que el mismo Rof Carballo le atribuye68. Más bien habría que pensar que, en la
mayoría de los casos, la institución despierta y moviliza en el enfermo un transfert de corte
esencialmente paterno, dado el conjunto de rasgos y la simbología particular que presiden su
quehacer.
El carácter frío e impersonal que rige en sus modos de establecer las relaciones, la alta
racionalidad científico-técnica que preside su labor, el volumen de su institucionalización y
burocratización, el encuadre aséptico en el que se suele efectuar su trabajo clínico, etc., inducen
ciertamente en el sujeto un tipo de representaciones psíquicas que se acercan preferentemente
hacia el polo paterno de su simbología parental. La proporción aplastante del sexo masculino en
el ejercicio de la Medicina hasta días muy recientes contribuye también, sin duda, a esa
elicitación de la figura paterna en la relación terapéutica. Sólo en un segundo plano del
escenario, las figuras de enfermeras y religiosas parecían encargadas de aligerar ese predominio
del padre, aportando un clima de cercanía y protección materno-filial al que, quizás, habría que
atribuir, por ello mismo, buena parte de los éxitos terapéuticos, apropiados, casi en exclusiva,
por el saber y el hacer de los médicos.
67 ?Cf. P. RODRÍGUEZ, Curanderos. Viaje hacia el milagro, Ed. Temas de Hoy, Madrid 1992, 231-256; 287-306.
68 ? Cf. J. ROF CARBALLO, ib., 574.
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La figura del médico se presenta, generalmente, ante el paciente como el depositario de
un saber y un poder del que depende su vida y su salud. Todo ello induce a que aparezca como
un padre poderoso, que en la fantasía inconsciente del enfermo moviliza con frecuencia fuertes
ansiedades de castración. De su voluntad y poder depende, de alguna manera, el ser o no ser, el
paso a la vida o a la muerte. Tanto más, cuanto que ese paso a la vida y a la salud tenga que
atravesar una acción, tan cargada simbólicamente, como es la de la intervención quirúrgica. En
ella, ciertamente la fastasmagoría del padre sádico y castrador emergen con una frecuencia que
la psicología clínica puede atestiguar una y otra vez.
De otra parte, el médico, como hombre que observa y analiza el cuerpo, aparece muchas
veces también ligado a muchas fantasías inconscientes de carácter exhibicionista. Es el padre
«voyeur», con todo lo que de deseo y temor puede suscitar en determinada fantasías, según las
diversas estructuras libidinales. No es de extrañar que tantas mujeres, obligadas por la sociedad
represiva a mantener marginada su sexualidad o las que soportan una vida matrimonial
insatisfactoria, pretendan encontrar en las continuas visitas al médico un alivio a esos deseos
insatisfechos y no reconocidos. Para una personalidad femenina de configuración histérica,
mantener a una figura paterna pendiente de su corporalidad entraña, sin duda, una parte
importante de realización de deseos.
En cualquier caso, parece que la figura del médico, en el marco de nuestras instituciones
actuales, soporta preferentemente una configuración de marcado carácter paterno. Representa la
razón, el poder y la normatividad. Es comprensible, entonces, que muchas personas encuentren
intensas resistencias para efectuar una transferencia de carácter positivo con dicha
representación social. La necesidad de un contacto, de una cercanía, de una posibilidad de
expresión y comunicación se ven seriamente impedidas por la estructura y la configuración de la
asistencia médica institucional. La necesidad inconsciente de proyectar sobre el médico la figura
omnipotente de un padre bondadoso o de una madre protectora permanece en buena parte
instisfecha. Hay una «carencia emocional» decisiva para alejar a muchas personas del marco
oficial de la medicina. Son entonces, los curanderos los que esencialmente recogen esa
importante demanda transferencial de omnipotencia que se encuadra en un marco de calidez,
atención y proximidad, mucho más cercano a la demanda de amor y protección materna, que de
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saber y poder médico-paternal.
Sólo con ellos es posible establecer una comunicación porque, a diferencia de lo que
ocurre con el médico, el lenguaje que se utiliza es común, y, como afirma A. Rodríguez López,
el curandero vienen a representar un eslabón regresivo en el proceso evolutivo de la medicina,
ese elemento catalizador del enfermo con su cultura, que ha perdido en buena parte la medicina
científica69.
El eslabón regresivo, sin embargo, no habría que considerarlo exclusivamente desde la
perspectiva socio-cultural, sino también desde la psicodinámica. La figura del curandero, por su
conexión con el ámbito de lo materno, parece acoger una demanda de atención más primitiva
aún que la que el médico acoge en su función paterna. Los elementos fusionales parecen entrar
mucho más en acción que los que permite la distancia que la institución marca frente a la figura
del médico. Su estructura es mucho más totalizante, con una consideración holística de la
enfermedad, que ciertamente ha ido perdiendo la medicina oficial, en su olvido del enfermo
para atender exclusivamente al análisis de la enfermedad. La sabiduría comprensiva del
curandero responde a unos arquetipos más femeninos y materno que la razón técnica y analítica
del doctor.
Pero de un modo muy fundamental hay que tener en cuenta que el curandero se presenta
ante el pueblo como una figura esencialmente amorosa, que transmite dadivosamente un don
que a su vez ha recibido. Su vida, muchas veces, está marcada por el sacrificio maternal en
favor de los pobres y desvalidos. Por lo general, se presentan como plenamente desinteresados
respecto a la fama y al dinero. Como una madre también, son capaces de renunciar a su propio
descanso y su vida privada. Tienen que vivir para los demás, para ofrecer su don recibido, de un
modo que parece dejar entrever la dimensión maníaca que presidió el proceso de su conversión
en curandero. Son, con frecuencia, «santos», que ejercen además como consejeros y confesores
y que, como tan sólo la madre saber hacer, encuentran su gozo en el amor gratuito en favor de
los demás. No es raro oirles decir que si lo que hacen, no lo hacen con amor, es poco probable
que los enfermos pudieran curarse, o, que sin emoción no podría desempeñar eficientemente su
69 ? Cf. A. RODRÍGUEZ LÓPEZ, La depresión en la cultura y la medicina popular gallega, en Antropológica 5/6 (1989) 133-141.
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trabajo con el enfermo70.
Ese transfert materno que juega preferentemente en la relación con el curandero se
encuentra también elicitado con intensidad desde la relación de contacto físico que, con
frecuencia, media la acción terapéutica. El paciente es acercado físicamente al cuerpo del
curandero o curandera, a veces, casi introducido entre sus piernas y sus brazos como si de crear
una especie de seno materno se tratase. La imposición de manos, la utilización de ungüentos y
masajes, las caricias sobre la zona afectadas, son elementos todos que fácilmente provocan un
estado regresivo de bienestar, asociado íntimamente a los primeros cuidados y contactos con la
figura de la madre.
La escenografía se presenta también particularmente marcada por factores de carácter
femenino-maternal. La acción se efectúa en muchas ocasiones en las proximidades de santuarios
marianos, cercanos por tanto, a la representación materna por excelencia de la cultura
occidental71. Pero, en general, las representaciones religiosas que tan profusamente presiden los
lugares de curación, rezuman todas ellas unas esencias femeninas y maternales. Son figuras,
sean de Cristo o de santos masculinos, que ponen de manifiesto actitudes psíquicas que
culturalmente son asociadas a lo femenino y maternal: es la dulzura del Corazón de Jesús, o la
pasividad de los rostros contemplativos, o la actitud sumisa y complaciente de los Cristos
dolorosos y los mártires sacrificados72.
Los rituales empleados poseen también con alta frecuencia elementos de significación
oral que remite, a veces de modo inequívoco, a la primera relación mantenida con la madre. No
sólo ya en ritos efectuados mediante la succión del mal (panacea casi universal de la medicina
tradicional) sino también (en este caso en una analogía total con los fármacos médicos) por la
ingesta recomendada de sustancias que se incorporan como objetos buenos. Como afirmó
atinadamente G. Roheim, la magia oral presente en muchas terapéuticas guarda una íntima
70 ? Cf. P. RODRÍGUEZ, ib., 70-71.
71 ? Cf. M. AMEZCUA, La ruta de los milagros, en especial, 55-66; P. RODRÍGUEZ,ib., 175-230.
72 ? Sobre la dimensión femenina-materna de dichas representaciones religiosas Cf. E. JONES, Psycho-myth-Psycho-History. Essays in Applied Psychoanalysis, Hillstone, New York 1974, Vol. I, 198-211; 266-358.
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relación con lo que fue la primera cura de todas: la del pecho materno73.
Transferencias parentales, pues, las que se movilizan en los diversos encuadres
terapéuticos74. Ellas favorecen el creer que conduce al curar. Fe en una omnipotencia, a la que la
vida obligó a renunciar, pero que siempre está dispuesta a emerger y a proyectarse sobre esas
figuras primordiales que fueron en realidad los primeros dioses de todo ser humano: aquellos
padres que le defendieron de la indefensión radical en la que éste, más que ninguna otra especie
animal, viene al mundo.
La curación: más allá del organicismo.
El hecho de que los curanderos y terapéutas alternativos ofrezcan de hecho casos
indiscutibles de curación clínica no deja de causar sorpresa, perplejidad y hasta cierto nivel de
escándalo, que fácilmente además se protege con la incredulidad. Esas curaciones ponen en
entredicho los esquemas más incorporados socialmente respecto a la enfermedad y la salud.
Pero son justamente estos esquemas rígidamente establecidos los que la acción terapéutica de la
medicina tradicional viene a cuestionar con su praxis, aunque no acierte a encontrar
formulaciones teóricas suficientes para verificarlo.
El desconcierto y el escándalo de las curaciones en la medicina alternativa se reduce de
inmediato si se tiene en cuenta todo lo que la medicina psicosomática, a partir
fundamentalmente del psicoanálisis, ha puesto en evidencia75. Desde esa nueva perspectiva
abierta, lo que realmente queda cuestionado es la concepción científico natural de la medicina y
73 ? Cf. G. ROHEIM, ib., 15-21.
74 ? El sentido en el que se desarrollan nuestras ideas obliga a pensar si los curanderos urbanos que recogen aspectos, valores y funciones del curanderismo clásico, junto con otros del sistema médico dominante, no pretender articular esas funciones paternas y maternas que hemos visto preferentemente representadas por unos y otros. Cf. a este respecto J. GRANERO XIBERTA, El fenómeno del curanderismo urbano, en Jano 660 (1985) 64-ss.
75 ? La medicina psicosomática surge esencialmente a partir del impulso del psicoanálisis en norteamérica, contando con F. Alexander como una sus figuras paradigmáticas. La preocupación de los científicos a partir de Cannon, por la expresión somática de las emociones fue otro factor importante en la extensión de esta perspectiva médica. Como afirma LAIN ENTRALGO (Historia de la medicina, Salvat, Barcelona 1978), existe una tensión entre una tendencia americana más empírica frente a otra más teórica en Alemania, representada esencialmente por Viktor Von Weizsäker y sus seguidores.
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la necesidad de una nueva comprensión de la enfermedad, a partir de un enfoque adecuado de la
realidad vital humana76. Si el enfermo comienza a ser considerado como un sujeto viviente, tal
hace el curandero, y no sólo como un cuerpo, la concepción naturalista de la enfermedad
entraría definitivamente en crisis. Lo vivencial tendría que adquirir así un estatuto en pie de
igualdad con lo biológico, dando paso a una relativización de la teoría y terapia de la
enfermedad corporal. Se hace necesario, como afirma A. Mitscherlich, una antropología médica
ampliada y una antropoterapia correspondiente77.
En realidad la medicina toda tendría que ser psicosomática y no tan sólo una parte o
especialidad dentro de ella, porque la dualidad cuerpo mente que está en la base de su
concepción no deja de ser una trampa que entorpece su conocimiento y su praxis. Cuerpo y
mente, lo emocional y lo corporal no son sino dos aspectos del mismo proceso vital humano,
que nos tendría que conducir a un «monismo de doble aspecto» como lo denomina P. Guiraud78.
La super-institucionalización de la medicina se ha convertido progresivamente en una
gruesa capa que recubre todo lo interpersonal y vivencial. Todo está construido conforme al
modelo de enfermedad orgánica biológicamente fundada. Y esto, por lo demás rige en toda la
opinión pública, con una extraña complicidad entre médicos y pacientes.
La misma psiquiatría, tal como lo ha puesto de manifiesto G. Devereux, ha caído
solemnemente en la trampa del biologicismo, dejada llevar por una especie de complejo de
inferioridad respecto a las ciencias naturales79. Los fenómenos físicos son mucho más simples
que los psicológicos o sociales y, sobre todo, es estudio está exento de movilizar ansiedades
personales en los investigadores. De aquí deriva en gran parte el hecho de que la psiquiatría no
cuente en muchas ocasiones con una justificación teórica de sus actividades. Procede
76 ? Una concepción naturalista que entra en contradicción con lo que de hecho es su modo de funcionar, tan ligado a dimensiones mágicas y, por tanto, de orden irracional.
77 ? Cf. A. MISTCHERLICH, La enfermedad como conflicto, Ed. Sur, Buenos Aires, 1971, 170-188.
78 ? Cf. P. GUIRAUD, Psychiatrie clinique, Ed. le François, París 1969. Una lúcida crítica del biologismo imperante en Psico(pato)logía y en psiquiatría la encontramos también en la obra de C. CASTILLA DEL PINO, cuarenta años de psiquiatría, Ed. Alianza, Madrid 1987.
79 ? Cf. G. DEVEREUX, Etnopsicoanálisis complementarista, Amorrortu, Buenos Aires, 1975, particularmente las páginas 252-273.
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simplemente por razones empíricas, exactamente como los llamados «primitivos» al cuando
administran pelos de oso para provocar un aborto, pensando que son flechas que atacan a los
seres vivos.
Pero volviendo al campo de la medicina general, es obligado reconocer que, con
frecuencia, la enfermedad se organiza «astutamente» alrededor de un problema físico al que se
le concede indebidamente la categoría de causante de todo el malestar del paciente80. En muchas
ocasiones, ese problema físico que viene a organizar toda la enfermedad, se convierte en una
auténtica tapadera del problema fundamental del sujeto. Pero sabemos que con ese diagnóstico
engañoso, médico y paciente pueden quedar muy bien reconfortados. El uno orgulloso de su
saber, el otro con la localización de su malestar.
Se puede crear así, y todos sabemos que efectivamente se crean, auténticas
complicidades entre los pacientes y los médicos. Son muchos los enfermos que se cuidan,
incluso, de seleccionar hábilmente al médico que sepa dar respuesta a sus demandas más o
menos latentes para lograr esta complicidad.
Ya Freud advertía también de la necesidad de que todo especialista supiera valorar
adecuadamente los problemas psíquicos que se esconden tras las múltiples afecciones de los
órganos de sus respectivas especialidades, en lugar de reducir o intentar negar la importancia del
conflicto: Se habría alcanzado un gran progreso terapéutico -nos dice- cuando el especialista
deje de despedir al enfermo que sufre un proceso orgánico nervioso con la escueta información:
«Usted no tiene nada; sólo está un poco nervioso»;...«vea usted al psiquiatra...». Seguramente
será más justificado exigir la especialista que comprenda y sepa tratar los problemas nerviosos
que corresponden a su terreno, en lugar de pedir al psiquiatra que se convierta en especialista
universal de todos los órganos en los cuales la neurosis puede manifestar sus síntomas81.
Desde esta situación de ignorancia sobre los elementos psíquicos actuantes, lo que
ocurre es que el enigma que plantea el enfermo con la presentación de sus síntomas, es
falsamente descifrado mediante un diagnóstico que esconde, tras un problema físico, otro mayor
80 ? Cf. M. BALINT, ib. 68-80.
81 ? Prólogo para un libro de Maxim Steiner, 1913, O.C., II, 1938.
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que no posee ese carácter orgánico, sino que responde más bien a toda una problemática
personal compleja82. Como lo ha formulado la gran figura de la psicosomática Viktor von
Weizsäcker, el cuerpo es un ente con el cual también toma la palabra lo humano que representa
el psicoanálisis, participa en lo que dice, miente y engaña, también ayuda a revelar cosas
verdaderas y a sentir lo auténtico; el cuerpo coopera. Por lo demás, deben adjudicársele
cualidades, capacidades que no poseía en el fisicalismo y en el quimismo83
Pero el problema es también que el paciente ha sido educado para aceptar el examen
clínico de rutina, sin que se entre en discusión sobre sus problemas vitales de importancia. Es
más, parece que en este contexto, queda absolutamente prohibido hablar, por ejemplo, de un
fracaso debido a conflicto personales. Es como una especie de tabú cultural, que ni médico ni
enfermo se atreven a transgredir84. Ambos mostrarán su total coincidencia, complicidad, para
poner en juego un único modelo de enfermedad: el que se atiene exclusivamente a los procesos
orgánicos.
Ese modelo que pretende ajustarse en extremo a una objetividad científica olvida, a
veces con mala fe, que ese ideal de objetividad no es más que eso, un ideal que nunca se podrá
ver cumplido; en la medida en que tanto en la etiología de la enfermedad como en la relación
terapéutica establecida, intervienen siempre, incluso en los casos en los que la enfermedad esté
originada por agentes puramente externos85, una serie de elementos importantes que ponen en
juego toda una dinámica vital y relacional, donde los elementos subjetivos desempeñan un
poderoso papel.
82 ? Como acertadamente ha puesto de manifiesto A. RODRÍGUEZ LÓPEZ, el paciente propone al médico un acertijo existencial para que sea descifrado. Los síntomas no son sino una parte de ese enigma que presenta. Cf. La depresión en la cultura y la medicina popular gallega, en "Antropológica" 5/6 (1989) 133-141.
83 ? Diesseits und Jenseits der Medizin, Kohler, Stuttgart 1950.
84 ? Como afirma Mitscherlich, parece que no se puede hablar de un fracaso debido a conflictos personales, menos aún con los pacientes procedentes de las clases elevadas. El médico, por lo demás, que pretenda con su actitud transgredir el esquema que funciona de este modo, quedará inmovilizado por el sistema. Todo lo que sabemos ya de la úlcera, el asma, la hipertonía esencial, la artritis reumatoides, etc. no es tenido en cuenta en la práctica médica. Los prejuicios colectivos subsisten de una manera inconmovible.
Recientemente la prensa (Cf. El País del 24 de enero de 1994) nos informaba de un estudio financiado por la Comunidad Europea, realizado sobre una población de 16.000 pacientes. Dicha investigación pone de manifiesto que el 50% de pacientes hospitalarios sufre algún tipo de malestar psíquico.
85 ? Hemos podido comprobar en el caso de una sujeto en psicoterapia que pueden darse muy buenos motivos en un momentos determinado de la vida para fracturarse "descuidadamente" una pierna.
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Se puede enfermar por muchos motivos, aparte de las causaciones habidas bajo el influjo
de agentes externos. La misma resistencia a esos agentes exteriores puede depender también, en
buena medida, de elementos intrasubjetivos. Muchas personas, en efecto, intentan resolver
algunos de sus problemas existenciales mediante el recurso de enfermar. Ya Freud nos hizo caer
en la cuenta de un hecho sorprendente: hay neurosis que desaparecen cuando surge un
padecimiento cualquiera. En algunos casos parece -nos dice el mismo Freud- como si se tratase
de conservar cierta medida de dolor86 y se hallara satisfacción en la enfermedad como castigo87.
También la enfermedad puede estar expresando la cristalización de un conflicto familiar
en uno de sus miembros88 o un modo de obtener determinado tipo de satisfacción y atención
cuando la vida no ofrece ya ninguna otra. No podemos obviar que, en alguna medida, toda
enfermedad es también una demanda de atención y de amor.
La comprensión, pues, de las vías para la somatización del conflicto pueden contribuir
en buena medida al esclarecimiento de los mecanismos del enfermar, así como sobre los que
rigen en las terapias instituicionales y en las diversas prácticas de las medicinas alternativas.
Los mecanismos psicosomáticos.
La psicosomática, en su corta existencia, ha puesto de manifiesto datos de enorme
significación clínica que, sin embargo, encuentran una enorme resistencia a la hora de ser incor-
porados en la teoría y, sobre todo, en la práctica médica general.
Quizás el dato básico de más repercusión que el enfoque psicosomático ha puesto de
relieve sea el de la unión esencial que existe entre el mundo de los afectos y el de las
86 ? El problema económico del masoquismo, 1924, O.C., III, 2756.
87 ? El Yo y el Ello, 1923, O.C., III, 2722.
88 ? M. BALINT nos informa que un tercio, por lo menos, de madres que acuden a la consulta a causa de las enfermedades de su hijo, el niño podría ser considerado como el síntoma cristalizado de la enfermedad de la madre. Cf. ib., 57.
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modificaciones corporales. Más aún, desde una consideración psicosomática, hay que afirmar
que el afecto en si mismo es un acontecer genuinamente psicosomático; un compuesto que
dispone de un arsenal complejo y complicado, psíquico y corporal, para su manifestación.
No debemos olvidar, por lo demás, que estos principios no constituyen ya el objeto de
una mera hipótesis. Se trata ya de una evidencia, a partir de la investigación psicoanalítica y de
su esclarecimiento sobre los procesos que rigen a nivel inconsciente; así como de las
constataciones obtenidas en el campo de la psiquiatría y la psicopatología en general.
Conviene aclarar, sin embargo, tal como lo ha hecho el bioquímico y psicoanalista A.I.
Mirsky, que psicosomático no equivale a decir psicógeno. Tampoco significa negar la presencia
de un determinante hereditario. Únicamente quiere indicar que, para la evolución de una
enfermedad, un factor que procede de la vivencia es condición esencial, aunque no siempre
decisiva89
Las consecuencias son importantes. Si los afectos son en sí mismos entidades
psicosomáticas, hay que entender que las tensiones pulsionales que proceden de la represión,
tendrán, según la estructuración personal de cada individuo, una expresión que puede situarse en
el registro de lo psíquico o, también, en el de lo psicosomático90. Como afirma Mitscherlich, el
lenguaje de expresión de nuestro cuerpo no sólo contiene un vocabulario conocido -por
ejemplo: duelo-lágrima, vergüenza-rubor, etc.-, sino también un vocabulario desconocido,
inusual, que a veces asemeja a neologismos. Dicho de una manera abstracta: no se trata de
descubrir las condiciones previas, a su vez corporales, de acción mecánica, que corresponden a
las formas conmocionales físicas del síntoma, sino de encontrar la configuración anímico-
corporal total de una conmoción, que en sí misma tenga relación con el objeto y con el yo, vale
decir que tenga sentido91.
89 ? Cf. A.I. MIRSKY, Körperliche, seelische und sociale Faktoren bei psuchosomatischen Störungen, en: Psyche 1 15 (1961/62) 26.
90 ? Cf. J. FONT - R. ARMENGOL, Una concepción antropológica del dolor y el sufrimiento desde el psicoanálisis, en A. DOU, El dolor, Ed. UPCO, Madrid 1992. En este excelente trabajo los autores diferencian los niveles neurótico, psicótico y psicosomático según la capacidad existente para efectuar diferenciaciones convenientes entre lo mental y corporal y entre el yo y el objeto. El nivel psicosomático es el que experimenta la mayor dificultad para efectuar una conveniente diferenciación.
91 ? A. MITSCHERLICH, ib., 28.
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Como se ha podido comprobar, a propósito de la úlcera gastroduodenal, un deseo muy
intenso de ser alimentado, de obtener intensas recepciones orales, de ningún modo penetra
necesariamente en la conciencia. Puede ser negado, y, a pesar de ello, el órgano,
correspondiente a esta emoción, se conduce de una manera trofótropa. Como si el hambre de
ternura, de reconocimiento o seguridad hiciera que el órgano se comportara tal y como si
hubiera de satisfacer un deseo de alimento92.
Asímismo, una determinada commoción afectiva, que por sus vinculaciones
inconscientes pudiera movilizar reminiscencias traumáticas, puede muy bien sustituirse por una
commoción de orden somático, como una ataque de asma, o un tipo determinado de afección
alérgica. De ese modo el afecto no queda impedido, pero sí su intolerable concientización
traumática.
Existe lo que se ha llamado una «circularidad psicosomática» que explica, en esa doble
dirección mente-cuerpo, que la corporalidad pueda ser utilizada como representante de un
conflicto mental, particularmente, cuando el sufrimiento resulta mentalmente doloroso en
exceso93. Ello dependerá, en buena medida, de la capacidad individual que se haya podido
adquirir durante el desarrollo para elaborar a nivel psíquico los propios conflictos.
Normalemente, el niño va aprendiendo a lo largo de su desarrollo a renunciar a una serie
de fenómenos corporales que se encontraban plenamente sincronizados con los momentos
emocionales. De ese modo, va respondiendo con una creciente desomatización de sus afectos. A
veces, estos procesos no se lleva a cabo plenamente, dando lugar a unas desomatizaciones
diferidas94. No deberíamos olvidar, en este sentido, que el predominio del pensar constituye una
conquista tardía y que, en cierto modo, la neurosis es un lujo que sólo es posible en tanto existe
una capacidad para desomatizar una tensión interna95.
92 ? Cf. ib., 36-37; F. ALEXANDER, Psychosomatic Medicine, Norton, New York, 1950; Correlación psicosomática, en TH. ADORNO - W. DIRKS, Freud en la actualidad, Barral, Barcelona 1971, 333-366.
93 ? Cf. J. FONT - R. ARMENGOL, ib., 277-311.
94 ? Cf. A. MITSCHERLICH, ib. 154-155.
95 ? Cf. M. SCHUR, Drives Affects, Behavior, Vol. 1 y 2, International University Press, New York 1965.
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El «pensamiento operatorio», concepto ya central dentro del panorama psicosomático
introducido por P. Marty96, pone de manifiesto esta interrelación esencial de la actividad
somática y la mental. En la enfermedad psicosomática encontramos una situación en la que no
se ha efectuado todavía una sUficiente diferenciación entre lo somático y lo mental. El conflicto
psíquico se produce entonces en el cuerpo, tal como si éste estuviera sustituyendo a la función
mental correspondiente. Nos encontramos con una suerte de «analfabetismo emocional», de
espesor regresivo97, que se manifiesta en una gran pobreza para fantasear, simbolizar y
verbalizar. Hay, en definitiva, una dificultad para metabolizar lo mental. Según la acertada
expresión de J. Rof Carballo, el «Ello», dinámico y sensible, queda como «coagulado» en
formas somáticas98.
Como también se ha podido comprobar en las investigación de P. Marty y su equipo, el
desencadenamiento de una enfermedad depende también enormemente de la resistencia o la
fragilidad que se posean frente a las mismas agresiones procedentes del exterior. Pero esa
resistencia o fragilidad es función, en buena medida, de la situación vital, general, en la que se
encuentra el individuo.
Así, por ejemplo, en nuestros días se ha podido comprobar que las disposiciones
afectivas juegan un papel importante a la hora de que un portador de anticuerpos del SIDA
llegue efectivamente a desencadenar la enfermedad. Como afirma P. Marty, si el agente
infeccioso explica la naturaleza de una infección, no da cuenta de la aparición de esa afección en
un individuo determinado. En un ambiente contaminado por el bacilo de Koch, no se sabe por
qué en un sujeto se desarrolla una tuberculosis pulmonar y en otro no99.
Existen movimientos de vida y de muerte que subyacen tanto al enfermar como al curar,
movimientos que no poseen localizaciones precisas ni aclaradas suficientemente por la
96 ? Cf. Los movimientos individuales de vida y de muerte, Toray, Barcelona 1984.
97 ? Marty nos recuerda las indicaciones de W.R. Bion sobre la cercanía de lo psíquico con lo somático a nivel de los "procesos primarios" que rigen a nivel inconsciente.
98 ? J. ROF CARBALLO, ib., 412.
99 ? Cf. P. MARTY, ib. 44-45.
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medicina. En determinados momentos de la vida, un individuo puede efectuar una regresión
hacia etapas anteriores, en el que sus pulsiones de vida cedan su lugar a las de muerte. No en
cualquier momento dejamos que se desarrolle en nosotros un tumor, ni en cualquier momento o
situación permitimos que se nos cure100.
Transferencias maternas y resolución.
Todo lo anterior, pues, plantea el problema del enfermar y el curar en otros términos
muy diferentes a los habituales.
Desde aquí, la comprensión de las curaciones en el ámbito de las medicinas alternativas pueden
aparecer bajo una nueva luz.
Las enfermedades psicosomáticas (habría que preguntarse tras lo dicho que cuáles no lo
son) hablan de una dificultad especial para la elaboración de las propias tensiones vitales. Son
los casos en los que el organismo, dejándose llevar de un proceso contraevolutivo, ha
resomatizado el afecto. La resolución del conflicto, entonces, sólo será posible mediante una
situación que logre colocar al enfermo en aquellas circunstancias contraevolutivas a las que
regresó y le procure, desde ahí, la capacidad para desbloquear la coagulación producida en su
mundo afectivo.
Tal es esencialmente la metodología que se sigue en las unidades más avanzadas de
tratamiento psicosomático 101. Se intenta llegar hasta el origen de su síntoma fundamental, su
vacío interior, mediante un «ambiente facilitador» que favorezca adecuadamente la dinámica
transferencial. Tal como proponía Sandor Ferenczi, se trata, particularmente en estos casos, de
que el analista se brinde como objeto al analizado, desempeñando una función que,
esencialmente, podríamos denominar de sustento materno. De este modo, el paciente, que se
había «cortado» de su mundo psíquico, puede descubrir las conexiones con sus afectos. Sólo si
el enfermo consigue relacionar sus reacciones somáticas con sus fantasías oral-captativas,
100 ? Cf. a este respecto, además de la obra citada de P. Marty, GONZÁLEZ DE RIVERA Y REVUELTA, Psicosomática, en J.L.G. DE RIVERA - A. VELA - J. ARANA, Manual de Psiquiatría, Ed. Karpos, Madrid 1980, 765-854.
101 ? Cf. J. ROF CARBALLO, nos informa en la excelente obra ya citada con anterioridad, de la praxis psicosomática llevadas a cabo en algunas instituciones centroeuropeas. Cf. ib., 571-585.
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puede iniciar sus primeros pasos en el proceso de crear sus identificaciones constituyentes,
afirma Stephanos102.
Se trata, insiste Rof Carballo, en que a través de la cercanía dosificada que vive con su
terapeuta, el paciente adquiera la seguridad de ser y logre un estado de bienestar sosegado103.
Sólo en esa situación será posible desbloquear el conflicto hacia su polo psíquico. Ese cuidado
esencialmente maternal (Taking care) plantea, desde luego, serios problemas contratransfe-
renciales. Pero la mayoría de los autores insisten en su conveniencia como única vía para llevar
a cabo el análisis de la situación de neurosis transferencial de este modo inducida104.
A la luz de lo visto, se hace necesario, pues, volver la vista a la actividad del curandero y
a la especial activación de la transferencia materna que, según hemos analizado, ellos saben
acertadamente poner en juego. Los elementos tendentes a crear una situación de corte cuasi
fusional mediante el contacto físico y ritual, la amorosa disposición en favor del enfermo, el
ritual y la escenografía y que le vehicula con la omnipotencia materna, la movilización afectiva
y emocional que, a diferencia de la hospitalaria, se pone habitualmente en marcha, todo parece
facilitar una regresión que, en muchos casos, será la más oportuna para facilitar el desbloqueo
de afectos originante de la afección orgánica. El curandero, hombre o mujer, se conducen, en
principio, como esa madre primera, imaginaria, total, que proporciona la seguridad básica, o,
como el terapeuta que procura un ambiente facilitador mediante la práctica del «Taking care».
P. Marty nos informa de casos en los que algunos individuos, a partir de determinadas
situaciones vitales positivas, son capaces de hacer remitir una afección maligna. Más de un
enfermo grave ha curado, antes de la existencia de los antibióticos, por idénticas razones. El
cáncer, una leucemia, es susceptible de remisión espontánea. Afecciones inflamatorias pueden
igualmente remitir por sí mismas105. Todo depende del conjunto de circunstancias vitales que
102 ? Citado por J. ROF CARBALLO, ib., 577.
103 ? ib., 573-583.
104 ? Cf. Y POINSO - R. GORI, Diccionario práctico de psicopatología, Herder, Barcelona 1976, s.v., Psicosomática, 231-233.
105 ? P. MARTY, ib., 44-53.
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faciliten la progresión o la regresión, los movimientos de vida o de muerte.
Sabemos que la actividad de muchos terapeutas alternativos puede muy bien provocar
una presión emocional de tal calado que hagan emerger los conflictos latentes y que acierte a
liberar tensiones autocurativas. Como Claude Lévi-Strauss ha señalado, el chamanismo
desempeña una labor que, en principio, es análoga a la de los psicoterapéutas modernos106.
También los chamanes pueden activar los mecanismos psicofisológicos que reajustan la
homeostasis del sujeto enfermo. Es la «eficacia simbólica» que garantiza la armonía del parale-
lismo entre mito y operaciones. Que la mitología del chamán no corresponde a una realidad
objetiva carece de importancia: la enfermedad cree en esa realidad, y es miembro de una
sociedad que también cree en ella107. El chamán proporciona un lenguaje en el cual puede
expresar estados informulados e informulables por otro camino. Y es el pasaje a esta expresión
verbal lo que provoca el desbloqueo del proceso fisiológico, es decir la reorganización, en un
sentido favorable, de la secuencia cuyo desenvolvimiento sufre el enfermo108.
Ante esta comparación entre la actividad del chamán o el curandero y la del
psicoanalista cabe, sin embargo, plantear una interrogación con la que finalizamos nuestra
exposición. ¿Qué es realmente curar y cuál es la curación que pueden ofertar psicoanalista o
curandero?. La simple actuación de la transferencia, con lo que ella puede comportar de
desbloqueo afectivo no garantiza, desde luego, la resolución del conflicto que está en la base del
síntoma. La estructura simbólica puesta en juego, la movilización de la omnipotencia
proyectada en las figuras parentales, pueden desencadenar una reestructuración del conflicto que
evite el padecimiento, pero que, sin embargo, deje intacta sus causas.
Freud, consciente el poder de la sugestión como factor terapéutico109 procuró
progresivamente diferenciarla del trabajo analítico llevado a cabo mediante el análisis de la
106 ? Cf. CL. LÉVI-STRAUSS, Antropología estructural, Eudeba, Buenos Aires 1968, 138-185; P. GÓMEZ, La antropología estructural de Claude Lévi-Strauss, Tecnos, Madrid 1981, 124-126, así como el trabajo presente en este mismo volumen.
107 ?CL. LÉVI-STRAUSS, ib., 178.
108 ? Ib., 179.
109 ? Cf. La dinámica de la transferencia, 1912, O.C., II, 1652; Autobiografía, 1924, O.C., III, 2781-2782; Psicoanálisis y medicina, 1926, O.C., III, 2937.
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transferencia y su posterior resolución110. Con el uso de la mera sugestión, los síntomas
desaparecen, pero tan sólo momentáneamente111. Basta que el sujeto salga de la situación
emotiva que los eliminó para que emerjan de nuevo o se sustituyan por otra modalidad, quizás
menos dolorosa o conflictiva, pero igualmente expresiva del problema de fondo. La enfermedad
también puede muy bien quedar por siempre desplazada sobre la dependencia transferencial que
se creó con el terapéuta o curandero112.
Evidentemente, todo esto se puede afirmar a propósito de las curaciones que tien lugar
en el seno de la medicina tradicional, como también de las efectuadas a partir de muchas
técnicas de psicoterapia contemporáneas, como las de autosugestión de E. Coué, la del
«entrenamiento autógeno» de J. H. Schultz, o las de «Inhibición Recíproca» de J. Wolpe. Si el
enfermar es un proceso oscuro y complejo, igualmente problemático y oscuro es el de curar.
Ya sabemos que el mismo Freud, en sus últimos días113, y a partir de una prolongada
experiencia psicoanalítica, dejó por mucho tiempo problematizada la cuestión de lo que
significa enfermar y, sobre todo, de lo que significa curar.
110 ? Cf. Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico, 1912, O.C., II, 1658.
111 ? Cf. Psicoanálisis y teoría de la libido, 1923, O.C., III, 2661.
112 ? A este propósito posee un enorme interés psicológico y antropológico la obra de ARTHUR KLEIMAN, Patients and Healers in the Context of Culture. An Exploration of the Borderlands betweens Anthropology, Medicine and Psychiatry, Ed. University of California Press. Berkely. Los Angeles - London, 1980.
113 ? Cf. Análisis terminable e interminable, 1937, O.C., III, 3339-3364.