Conquista y romanización de Hispania

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Manuel López Castilleja (Departamento de Lengua Castellana y Literatura del IES Pablo Neruda de Castilleja de la Cuesta) 1 La conquista y romanización de Hispania Hispania fue, para los antiguos, la riquísima tierra de Occidente donde el carro solar se detenía, todos los atardeceres, para hallar frescor y reposo. Más allá se encontraba el insondable Océano que la imaginación de los temerosos navegantes antiguos había poblado de terroríficos monstruos. En efecto, Hispania era un lugar atrayente por sus legendarias riquezas y, al mismo tiempo, envuelto en misterio. Era la tierra de las Hespérides, ninfas del ocaso que guardaban celosamente en un jardín cerrado las manzanas de oro, símbolo de la fecundidad de la tierra. También allí, en una isla de la costa gaditana, vivía Gerión, gigante de tres cabezas que poseía un fabuloso rebaño de bueyes. Según la mitología grecorromana fue Hércules el primero que emprendió este viaje a los tenebrosos confines del mundo. 1.- Pueblos de la Península ibérica y primeros colonizadores Los antiguos pobladores de la península componían una variada gama étnica y cultural, resultado de un proceso de formación milenario: Los pueblos mediterráneos, más antiguos, se asientan en el sur y en la costa levantina. Desarrollan una cultura de tipo urbano debido a la influencia de colonos establecidos en la zona. Su economía se basa en la agricultura (trigo, vino, aceite), ganadería y pesca (industria del salazón en el sur); pero, sobre todo, adquieren especial relevancia la metalurgia y la orfebrería y, consiguientemente, el comercio. Los pueblos indoeuropeos, de la rama celta, llegan por los

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Puntos claves en la conquista y romanización de la Península Ibérica

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Manuel López Castilleja (Departamento de Lengua Castellana y Literatura del IES Pablo Neruda de Castilleja de la Cuesta)

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La conquista y romanización de

Hispania Hispania fue, para los antiguos, la riquísima tierra de Occidente donde el carro solar se detenía, todos los atardeceres, para hallar frescor y reposo. Más allá se encontraba el insondable Océano que la imaginación de los temerosos navegantes antiguos había poblado de terroríficos monstruos. En efecto, Hispania era un lugar atrayente por sus legendarias riquezas y, al mismo tiempo, envuelto en misterio. Era la tierra de las Hespérides, ninfas del ocaso que guardaban celosamente en un jardín cerrado las manzanas de oro, símbolo de la fecundidad de la tierra. También allí, en una isla de la costa gaditana, vivía Gerión, gigante de tres cabezas que poseía un fabuloso rebaño de bueyes. Según la mitología grecorromana fue Hércules el primero que emprendió este viaje a los tenebrosos confines del mundo.

1.- Pueblos de la Península ibérica y primeros colonizadores

Los antiguos pobladores de la península componían una variada gama étnica y cultural, resultado de un proceso de formación milenario:

• Los pueblos mediterráneos, más antiguos, se asientan en el sur y en la costa levantina. Desarrollan una cultura de tipo urbano debido a la influencia de colonos establecidos en la zona. Su economía se basa en la agricultura (trigo, vino, aceite), ganadería y pesca (industria del salazón en el sur); pero, sobre todo, adquieren especial relevancia la metalurgia y la orfebrería y, consiguientemente, el comercio.

• Los pueblos indoeuropeos, de la rama celta, llegan por los

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pasos del Pirineo al norte peninsular, extendiéndose posteriormente hacia la Meseta y el oeste. Estos pueblos, más aislados geográficamente, se caracterizan por su primitivismo. Organizados en tribus, se dedican a la agricultura y al pastoreo y viven en poblados fortificados.

• Los primeros colonizadores se asentaron en el sur (fenicios), en el nordeste (griegos) y en la costa levantina (cartagineses), hecho que tuvo importantes consecuencias sociales y económicas para la población indígena: surgen las primeras ciudades propiamente dichas, se implantan nuevas técnicas de cultivo e industriales, se adopta el uso de la escritura y de un sistema monetario de pesos y medidas y, en definitiva, se intensifica el comercio en la zona.

2.- La conquista romana de Hispania

La presencia romana en Hispania se debe, en un principio, a la necesidad de contrarrestar las fuerzas del ejército cartaginés cuyo dominio del Levante y sur peninsulares constituía una clara amenaza para Roma. Sin embargo, una vez eliminado el peligro tras la victoria en la Segunda Guerra Púnica, los romanos no quisieron renunciar a las ventajas que les podía reportar el sometimiento de la península ibérica, fuente casi inagotable de recursos económicos y militares.

La conquista y la penetración posterior de la cultura y de las formas de vida romanas estuvieron en gran parte condicionadas por la diversidad de la geografía y la población:

• La conquista y romanización de las tierras orientales y meridionales fue la más fácil, debido al superior desarrollo cultural de sus gentes y a una mayor permeabilidad hacia influencias y contactos exteriores.

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• Los pueblos guerreros del centro y del oeste, con una economía casi exclusivamente agrícola y ganadera, recibieron con hostilidad la presencia de las fuerzas romanas de ocupación y sólo tras largas guerras terminaron por someterse a Roma.

• Los pueblos del norte, los más pobres y alejados de influencias exteriores, sólo fueron un objetivo para Roma a principios de la época imperial, cuando empezaron a constituir una molestia para la seguridad de las fronteras del Imperio.

2.1.- El dominio cartaginés y el Tratado del Ebro

Como consecuencia de la Primera Guerra Púnica, Cartago pierde sus dominios de Sicilia, Córcega y Cerdeña. Con Amílcar Barca y su yerno Asdrúbal al frente del ejército, encuentra en Hispania nuevos rumbos que le permitan salir de la crisis política y económica. Pero la extensión creciente del ámbito de influencia cartaginesa en la península comienza a suscitar recelo en Roma. Por ello, en el 226 a.C., el gobierno romano marca un límite territorial a las aspiraciones púnicas mediante el Tratado del Ebro: Cartago no podrá extender sus conquistas al norte del río. Sin embargo, la situación empieza a complicarse cuando Aníbal, proclamado jefe del ejército cartaginés, pone cerco a la ciudad ibérica de Sagunto (219 a.C.), que había entrado en relaciones con Roma. Tras ocho meses de asedio, la ciudad fue destruida sin que llegara la ayuda solicitada a Roma. Demasiado tarde ya para Sagunto, el Senado romano declara la guerra a Cartago e intenta atraerse a su bando a los pueblos íberos. Pero éstos, temerosos del poder militar de Aníbal y recelosos hacia Roma por el desamparo en que había dejado a Sagunto, deciden apoyar al ejército cartaginés. Seguro de su poder en territorio hispano, Aníbal cruza los Pirineos. Alarmado, el Senado envía a Publio Cornelio Escipión y a su hermano Cneo a Hispania para neutralizar al ejército cartaginés de reserva. En el 218 a.C. las legiones romanas desembarcan en Ampurias.

2.2.- Hispania, escenario de la Segunda Guerra

Púnica

Tras establecer su base de operaciones en Tarraco, Cneo Cornelio

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Escipión somete la zona costera desde los Pirineos hasta el Ebro y, posteriormente, las legiones romanas llegan al Guadalquivir: la única razón de su presencia, aseguraban los Escipiones a los habitantes de Hispania, era expulsar a los cartagineses y liberar los territorios sometidos. De esta forma la población indígena comenzó a rebelarse contra Cartago. Pero la reacción de los cartagineses no se hizo esperar: lograron arrinconar y vencer por separado a Publio y Cneo, que cayeron en el campo de batalla.

Ante el peligro inminente, es enviado a Hispania el joven Publio Cornelio Escipión (hijo de Publio) quien, sin dudarlo, decide atacar la principal base púnica, Carthago Nova, privando a los cartagineses del puerto mejor comunicado con África y de las minas de plata de la cercana Castulo (Linares), necesarias para financiar la guerra. Las ciudades vecinas, ante la previsible caída del dominio cartaginés, se someten al poder de Roma. Primero en Baecula

(Bailen) y después en Hipa (Alcalá del Río) el ejército cartaginés es derrotado. La entrega de Gades señala el fin de su presencia en la península.

2.3.- La estrategia romana da un giro radical

Roma preparaba una invasión de la costa africana (batalla de Zama, 202) y la permanencia en Hispania era vital para sus planes, no sólo por el valor estratégico de la península sino también por la necesidad de explotar sus valiosos recursos con vistas a la financiación de la guerra. Los indígenas comienzan a sospechar, no sin motivos, que se encuentran, pura y simplemente, ante un cambio de amo y Roma vuelve entonces las armas contra sus antiguos aliados: el ejército de liberación se ha convertido en un auténtico ejército de ocupación.

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Una vez sometido el territorio, el Senado romano procede a su provincialización (197 a.C.), nombrando a dos pretores encargados del gobierno de cada provincia (Hispania Citerior e Hispania Ulterior) y obligando a la población al pago de tributo. Durante algunos años reina una paz efímera, pues las ansias de rebelión seguían latentes: en el 154 a.C. estallan las revueltas de lusitanos y celtíberos. El Senado, convencido de que sólo con el aniquilamiento de las tribus rebeldes se lograría la pacificación de las provincias, decidió iniciar una guerra que resultó más dura de lo que cabría esperar: la lejanía de Italia, las extremas condiciones atmosféricas y, sobre todo, la feroz resistencia del enemigo fueron factores determinantes. 2.4.- Hispania Ulterior: la guerra de los lusitanos

La pobreza de sus tierras obligaba a los lusitanos a realizar actos de bandidaje por el rico valle del Baetis. Si bien en un principio Roma no concedió demasiada importancia a estos pillajes, acabó considerándolos como ataques a sus aliados y, por tanto, motivo de guerra. En el 147 a.C., los lusitanos invaden la Turdetania con Viriato a la cabeza. Tras varias expediciones victoriosas, el desgaste producido por las continuas campañas bélicas comienza a hacer mella en su ejército. Consciente de su inferioridad ante las legiones romanas, Viriato emprende negociaciones con el entonces gobernador de la Ulterior, Q. Servilio Cepión, quien consigue sobornar a tres miembros del consejo del caudillo lusitano. Víctima de la conspiración, Viriato es asesinado y los lusitanos se declaran, finalmente, súbditos de Roma. Una vez en posesión de la Lusitania, las armas romanas penetraron en noroeste alcanzando el valle del Miño.

2.5.- Hispania Citerior: las guerras celtíberas

El 143 a.C. se sublevan las tribus celtíberas. La ciudad Numancia, bastión de la resistencia, llevaba ya cuatro años imbatida. El Senado romano decidió poner fin a tan prolongada situación y envió a Publio Cornelio Escipión Emiliano, que se había hecho famoso como autor de la destrucción de Cartago.

Durante el invierno, Escipión entrenó duramente al ejército, acampado cerca de Tarraco. Al llegar el verano, se trasladó a la Celtiberia, saqueando las mieses recién cosechadas y privando así a los numantinos de sus recursos de aprovisionamiento. Escipión se dispuso a sitiar la ciudad y rendirla por hambre: la rodeó de un foso y una valla de unos 9 Km. de perímetro y organizó una severa vigilancia día y noche. Numancia

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resistió quince largos meses al cabo de los cuales tuvo que aceptar la rendición. Las fronteras romanas quedaron fijadas en la línea del Duero.

2.6.- Hispania, escenario de las guerras civiles

En el s. I a.C. se abre un período de grave crisis política marcado por las guerras civiles. Hispania es uno de los escenarios en los que se desarrollan estas guerras.

En el año 83, Q. Sartorio, miembro del "partido popular", es nombrado gobernador de la Hispania Citerior. Poco después, el aristócrata Sila, tras vencer a su enemigo Mario, establece la dictadura en Roma mediante un golpe de estado.

Sertorio decide atrincherarse en Hispania para luchar contra el dictador y crear un estado independiente de Roma; con este fin organiza un ejército y constituye un Senado con exiliados romanos.

El Senado romano se alerta ante tal situación; el plan de Sertorio no puede, bajo ningún concepto, prosperar. Por ello dos ejércitos, el de Cneo Pompeyo desde la Hispania Citerior y el de Q. Cecilio Mételo desde la Ulterior, emprenden una acción conjunta que permite ganar terreno en la Celtiberia y en Lusitania. Ante las dificultades y la fortuna adversa, Sertorio se vuelve cruel y es asesinado víctima de una conjura.

Desde entonces, la resistencia indígena va a ser escasa. Pero Hispania sufrirá de nuevo las consecuencias de las luchas políticas romanas, esta vez entre Pompeyo y César.

El 61 a.C. Julio César es nombrado pretor de la Hispania Ulterior. Tras una serie de brillantes campañas contra los lusitanos, consigue adentrarse en territorio galaico y alcanzar Brigantium (La Coruña). Elegido cónsul en el 60 a.C., pacta un compromiso político con Craso, uno de los hombres más ricos de Roma, y con Pompeyo. Marcha después a la Galia como gobernador; a Pompeyo le corresponde el gobierno de Hispania.

Pero la alianza entre César y Pompeyo se rompe, iniciándose así una nueva guerra civil (49-45 a.C.). César emprende la marcha desde las Galias para enfrentarse a las legiones pompeyanas en Hispania; en llerda

(Lérida), cerca al ejército enemigo obligándolo a capitular. Esta victoria le dio el dominio de la Citerior. El último foco de resistencia en la Ulterior fue aniquilado en la batalla de Munda (Montilla).

2.7.- El final de la conquista: las guerras cántabro-astures

Los graves problemas políticos vividos en Roma a lo largo del s. I a.C. impedían mantener un ejército de ocupación en la zona. Sin embargo, con el nuevo régimen imperial, su fundador Octavio Augusto pretendía

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instaurar la paz mediante un sólido sistema de defensa. Para ello era preciso someter los territorios hostiles o simplemente independientes, y la cornisa cantábrica era uno de estos territorios.

El general Agripa consiguió vencer la resistencia de cántabros y astures y asegurar la paz (19 a.C.). El ejército de ocupación quedó instalado y se dio comienzo a la organización del territorio y a la explotación de sus riquezas.

Y así, después de dos siglos (del 218 al 19 a.C.) de continuos enfrentamientos, toda Hispania quedó sometida al poder de Roma y, como provincia ya pacificada, se integró en el mundo romano participando de su destino hasta el fin de la Antigüedad.

3.- La romanización

Roma no era, en efecto, un pueblo de soldados en busca de botín. Si bien en un principio imponía su dominio por la fuerza de las armas, su papel no terminaba con la mera conquista, sino que iba mucho más allá. Los romanos, convencidos como estaban de las ventajas inherentes a su mundo civilizado, se mostraron siempre muy hábiles a la hora de persuadir a los pueblos sometidos para que hicieran suyas las costumbres típicamente romanas. Los principales factores que determinaron la asimilación, por parte de la población indígena, de los modos de vida romanos fueron: el ejército, la organización político-administrativa, la red de comunicaciones y el proceso de urbanización.

3.1.- El ejército

Obviamente, el primer contacto de la población indígena con el

mundo romano tenía lugar a través de los ejércitos de ocupación. Una vez sometido un territorio, quedaba establecida en él una guarnición con el objeto de vigilar y supervisar el espacio recién conquistado. Pero, cuando dicho territorio se encontraba ya organizado política y administrativamente, estos ejércitos permanentes perdían su primordial función militar; entonces podían dar lugar a núcleos de población integrados por los soldados licenciados (que recibían casa y tierras para establecerse como colonos con sus familias) y, por supuesto, también por toda clase de personas necesarias para el desarrollo de la infraestructura urbana.

Pero este ejército no estaba constituido solamente por los legionarios romanos. Cuando un territorio era conquistado, su población quedaba obligada al alistamiento en las tropas auxiliares, de modo que acababa

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formando parte de un ejército al cual antes había combatido.

3.2.- La organización político-administrativa

Era preciso dotar a los territorios recién conquistados de una infraestructura que posibilitase un gobierno eficaz y una óptima explotación de los recursos al tiempo que facilitase la romanización de sus pobladores. El método utilizado fue la división en provincias, división que fue modificándose conforme avanzaba la conquista o bien por necesidades burocráticas.

Cada provincia era gobernada por un pretor que disponía de una legión y un número variable de tropas auxiliares. El quaestor se encargaba de la administración económica y los oficiales (legati y tribuní militares), de la dirección del ejército. Acompañaban al gobernador un grupo de subalternos y un consejo de civiles (cohors amicorum).

El gobernador tenía poder absoluto, pues no estaba mediatizado por un colega del mismo rango ni por un tribuno de la plebe que interpusiera su veto. Los provinciales poco podían hacer ante los frecuentes abusos de los gobernadores, salvo apelar al tribunal permanente creado en Roma para frenar estos abusos de autoridad.

3.3.- El proceso de urbanización

La ciudad era, para los romanos, el principal vehículo de transmisión

de sus formas de vida, sistema de administración, lengua, creencias religiosas, etc. En efecto, la fundación de ciudades nuevas y la reorganización de las ya existentes tuvieron especial incidencia en el proceso de transformación que experimentó la Hispania romana.

En el sur y este de la península, con una larga tradición urbana, las ciudades ya existentes fueron reorganizadas al estilo romano. En el interior y en el norte, donde los habitantes se hallaban dispersos en tribus, se tendió a trasladar a estas gentes a centros urbanos creados para ejercer un mejor y más eficaz control sobre la población.

• Junto a las ciudades indígenas pronto se fundaron ciudades romanas o colonias (poblaciones de nueva creación habitadas por ciudadanos romanos o itálicos cuya constitución política imitaba la de Roma). La colonización se estableció preferentemente en las zonas ya pacificadas y más ricas: el valle del Guadalquivir y el valle del Ebro.

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• Algunas ciudades indígenas, las más romanizadas, adoptaron el régimen político-administrativo romano, convirtiéndose en municipios. Estaban sujetas al pago de un tributo (munus) y obligadas a prestar ayuda militar.

La municipalización implicaba la concesión del derecho de ciudadanía romana sólo a aquellos que hubieran ejercido una magistratura municipal (de esta forma se conseguía atraer a las aristocracias locales al sistema romano); en algunos casos, se concedía a todos los habitantes por los servicios prestados al Estado romano.

Las ciudades provinciales con derecho privilegiado (colonias y municipios) funcionaban como entes administrativos autónomos, con sus propias leyes e Instituciones políticas: el equivalente al Senado era una asamblea de cien miembros, ordo decurionum, en la que quedaban integrados los magistrados anuales (los duumviri, que representaban la máxima autoridad, dos ediles y dos cuestores). Aunque todos los ciudadanos eran elegibles, sólo una élite acomodada podía aceptar estos puestos dirigentes.

3.4.- La red de comunicaciones

Todo este esfuerzo por organizar los territorios conquistados tomando como unidad administrativa la civitas hubiera resultado inútil si los romanos no se hubieran preocupado de construir una red viaria que permitiera la comunicación entre las ciudades. Si bien en un principio la construcción de las calzadas respondía exclusivamente a fines bélicos (penetrar en territorio enemigo y controlar el ya conquistado), pronto se hizo necesario ampliar la red viaria para facilitar la administración del territorio y asegurar el transporte de las materias primas procedentes de los grandes centros mineros y agrícolas hasta la costa.

Asimismo era preciso mantener la comunicación con Italia y, por ello, se emprendió la adecuación de los puertos marítimos y la construcción de faros en los lugares más peligrosos para la navegación.

Gracias a esta red de comunicaciones pudo desarrollarse una

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intensa actividad comercial. Siguiendo el trazado de las calzadas romanas, los más variados productos (aceite de la Bélica, lana y caballos de Celtiberia, oro de las minas del Bierzo, plata de Castulo,

salazones de Gades...) llegaban a la costa y, una vez embarcados en las pesadas naves de carga, ponían rumbo a Italia. De regreso a Hispania, esas mismas naves transportaban mercancías más refinadas (obras de arte, cerámica, joyas, vinos, perfumes...) que, sin duda, hacían las delicias no sólo de los colonos sino también de los hispanos deseosos de vivir al más puro estilo romano.