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Características del latín vulgar El conocimiento del latín vulgar es imprescindible para poder explicar las características gramaticales de las diferentes lenguas romances. Es una tendencia general de todas las lenguas del mundo evolucionar siempre a partir de los usos más relajados y espontáneos y no a partir de los registros más cuidados y formales, vinculados casi siempre al terreno de la lengua escrita en general y literaria en particular. De hecho, son muchas las características de las lenguas romances que no tendrían explicación si no se conociera el latín vulgar, ya que se trata de rasgos que jamás hubieran podido surgir a partir del latín clásico tal y como lo conocemos. A continuación ofrecemos un listado con las características más importantes del latín vulgar. a) Orden de palabras. La construcción clásica del latín admitía fácilmente los hipérbatos y transposiciones, por lo que era muy frecuente que entre dos términos ligados por relaciones semánticas o gramaticales se intercalaran otros. Por el contrario, el orden vulgar prefería situar juntas las palabras modificadas y las modificantes. Así, por ejemplo, Petronio aún ofrece oraciones como «alter matellam tenebat argenteam», aunque, tras un largo proceso, el hipérbaton desapareció de la lengua hablada. b) Determinantes. En latín clásico los determinantes solían quedar en el interior de la frase, sin embargo, el latín vulgar propendía a una colocación en que las palabras se sucedieran con arreglo a una progresiva determinación, al tiempo que el período sintáctico se hacía menos extenso. Al final de la época imperial este nuevo orden se abría

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Características del latín vulgar

El conocimiento del latín vulgar es imprescindible para poder explicar las características gramaticales de las diferentes lenguas romances. Es una tendencia general de todas las lenguas del mundo evolucionar siempre a partir de los usos más relajados y espontáneos y no a partir de los registros más cuidados y formales, vinculados casi siempre al terreno de la lengua escrita en general y literaria en particular. De hecho, son muchas las características de las lenguas romances que no tendrían explicación si no se conociera el latín vulgar, ya que se trata de rasgos que jamás hubieran podido surgir a partir del latín clásico tal y como lo conocemos. A continuación ofrecemos un listado con las características más importantes del latín vulgar.

a) Orden de palabras. La construcción clásica del latín admitía fácilmente los hipérbatos y transposiciones, por lo que era muy frecuente que entre dos términos ligados por relaciones semánticas o gramaticales se intercalaran otros. Por el contrario, el orden vulgar prefería situar juntas las palabras modificadas y las modificantes. Así, por ejemplo, Petronio aún ofrece oraciones como «alter matellam tenebat argenteam», aunque, tras un largo proceso, el hipérbaton desapareció de la lengua hablada.

b) Determinantes. En latín clásico los determinantes solían quedar en el interior de la frase, sin embargo, el latín vulgar propendía a una colocación en que las palabras se sucedieran con arreglo a una progresiva determinación, al tiempo que el período sintáctico se hacía menos extenso. Al final de la época imperial este nuevo orden se abría paso incluso en la lengua escrita, aunque permanecían restos del antiguo, sobre todo en las oraciones subordinadas.

c) Las declinaciones. El latín era una lengua causal, con cinco declinaciones, en la que las funciones sintácticas estaban determinadas por la morfología de cada palabra. Sin embargo, ya desde el latín arcaico se constata la desestima de este modelo y se advierte que empieza a ser reemplazado por un sistema de preposiciones. El latín vulgar propició de forma definitiva este nuevo modelo, y generó nuevas preposiciones, ya que las existentes hasta ese momento eran insuficientes para cubrir todas las necesidades gramaticales. Así, se crearon muchas preposiciones nuevas, fusionando muchas veces dos preposiciones que ya existían previamente, como es el caso de detrás (de + trans), dentro (de + intro), etc. Además, la pérdida de las desinencias causales provocó importantes transformaciones en el latín vulgar, simplificando los paradigmas léxicos hasta oponer únicamente una forma singular a otra forma plural, simplificación que fue adoptada por las lenguas romances. De hecho, sólo el francés y el occitano antiguo conservaron una declinación bicausal con formas distintas para el nominativo y el llamado caso oblicuo, declinación que desapareció antes del S. XV mediante la supresión de las formas de nominativo.

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d) El género. También se simplificó en latín vulgar la clasificación genérica; los sustantivos neutros pasaron a ser masculinos (tempus > tiempo) o femeninos (sagma > jalma), aunque también hubo muchas vacilaciones y ambigüedades, sobre todo para los sustantivos que terminaban en -e o en consonante (mare > el mar ola mar). También hay que señalar que muchos plurales neutros se hicieron femeninos singulares debido a su -a final (ligna > leña, folia > hoja), de ahí el valor de colectividad que todavía hoy mantienen en muchos contextos (la caída de la hoja).

e) Los comparativos. En latín clásico los comparativos en -ior y los superlativos en -issimus, -a, -um (que eran construcciones sintéticas) fueron desapareciendo en favor de las construcciones vulgares analíticas, construidas a partir de magis... qua (m). Sólo mucho más tarde, y por vía culta, se reintrodujo el superlativo en -ísimo, -a que aún perdura en la actualidad.

f) La deixis. La influencia del lenguaje coloquial, que prestaba mucha importancia al elemento deíctico o señalador, originó un profuso empleo de los demostrativos. Aumentó muy significativamente el número de demostrativos que acompañaban al sustantivo, sobre todo haciendo referencia (anafórica) a un elemento nombrado antes. En este empleo anafórico, el valor demostrativo de ille (o de ipse, en algunas regiones) se fue desdibujando para aplicarse también a todo sustantivo que se refiriese a seres u objetos consabidos; de este modo surgió el artículo definido (el, la, los, las, lo) inexistente en latín clásico y presente en todas las lenguas romances. A su vez, el numeral unus, empleado con el valor indefinido de alguno, cierto, extendió sus usos acompañando al sustantivo que designaba entes no mencionados antes, cuya entrada en el discurso suponía la introducción de información nueva; con este nuevo empleo de unus surgió el artículo indefinido (un, una,unos, unas) que tampoco existía en latín clásico.

g) La conjugación. Por lo que respecta a la conjugación verbal, en latín vulgar muchas formas desinenciales fueron sustituidas por perífrasis. Así, todas las formas simples de la voz pasiva fueron eliminadas, por lo que usos como amabatur o aperiuntur fueron sustituidos por las formas amatus erat y se aperiunt. También se fueron dejando de lado los futuros del tipo dicam o cantabo, mientras cundían para expresar este tiempo perífrasis del tipo cantare habeo y dicere habeo, origen de los futuros románicos. Por otra parte, también va a ser en latín vulgar donde surja un nuevo tiempo que no existía en latín clásico: el condicional. A partir de formas perifrásticas como cantare habebam se va a ir formando este nuevo tiempo, que pasará después a todas las lenguas románicas (cantaría).

h) Fonética. El latín vulgar experimenta diversos cambios fonéticos, muchos de los cuales van a ser decisivos para la formación de las lenguas románicas. En primer lugar, se producen diversos cambios en el sistema

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acentual y en el vocalismo. El latín clásico tenía un ritmo cuantitativo-musical basado en la duración de las vocales y las sílabas; no obstante, a partir del S. III empieza a prevalecer el acento de intensidad, que es el esencial en las lenguas románicas. También se produjeron cambios muy importantes en las vocales, sobre todo en lo referente al timbre, debido a la paulatina desaparición de la cantidad (duración del sonido) vocálica como elemento diferenciador. Por lo que respecta a las consonantes, el latín tardío también experimentó cambios notables, como ciertos fenómenos de asimilación y algunos reajustes en el carácter sordo o sonoro de algunos sonidos.

i) El léxico. El vocabulario del latín vulgar olvidó muchos términos del latín clásico, con lo que se borraron diferencias de matiz que la lengua culta expresaba con palabras distintas. Así, grandis indicaba fundamentalmente tamaño en latín clásico, mientras que magnus aludía a las cualidades morales; sin embargo, el latín vulgar sólo conservó grandis, empleándolo para los dos valores. Pero además de todos los reajustes léxicos, el latín vulgar privilegió mucho el fenómeno de la derivación morfológica, por lo que empezaron a utilizarse muchos sufijos para expresar todo tipo de valores semánticos, como por ejemplo valores afectivos gracias a los diminutivos.

Como se puede ver, en los rasgos gramaticales del latín vulgar están presentes ya las principales señas de identidad de las lenguas románicas; en el S. VI, un latín fuertemente vulgarizado morirá como lengua (quedando sólo como herramienta culta para la ciencia) y de él empezarán a surgir variantes que, con el tiempo, se convertirán en las diferentes lenguas románicas. ¿Cómo se produjo esa fragmentación del latín? ¿Qué es lo que marca las diferencias entre las distintas lenguas que surgieron de él?

3. La fragmentación del latín y el surgimiento de las lenguas romances

Mucho se ha discutido acerca de la unidad de la lengua latina; mientras que algunos investigadores sostienen que el latín se mantuvo muy cohesionado y uniforme hasta su desaparición, otros aseguran que ya desde los siglos II y III había perdido su carácter unitario, por lo que se encontraba fragmentado en múltiples y variados dialectos. Lo cierto es que el latín acabó fragmentándose, dando origen a diversas lenguas nuevas; esta fragmentación, inherente en última instancia a cualquier lengua que tenga muchos hablantes, se puede explicar en el caso del latín gracias a diversos factores:

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a) La antigüedad de la romanización. Dependiendo de la época en que era colonizado cada territorio, llegaba a cada nuevo lugar un latín concreto, lo que tiene su importancia a la hora de entender la naturaleza de la nueva lengua que surge en cada lugar. Por ejemplo, en el caso de Hispania, el latín que llega en el año 218 a. C. es un latín que aún no había llegado a la época clásica, por lo que es lógico que muchas palabras de las lenguas románicas de la Península Ibérica se hayan formado a partir de arcaísmos pertenecientes al latín preclásico, como sucede con una voz como comer, que ha evolucionado a partir de comedere en lugar del más modernomanducare.

b) La situación estratégica de Hispania. Es normal que las provincias más extremas del Imperio (las que formaron con el paso del tiempo Rumanía, España y Portugal) compartan un cierto conservadurismo léxico, debido a su lejanía geográfica con respecto a Roma, núcleo de la metrópoli y fuente de innovaciones léxicas. Este fenómeno está relacionado con la mayor o menor facilidad para llegar a las distintas provincias; cuanto más aislado estuviera un asentamiento, menos dinamismo habría en el caudal léxico de la variante del latín de esa zona, y a la inversa, con todas las repercusiones que ello conlleva.

c) El nivel social y cultural de los hablantes. Los factores diastráticos también pudieron tener su importancia en la evolución del latín y en su fragmentación.

d) Influencia del sustrato. Finalmente, debe tenerse en cuenta la influencia que pudieron ejercer en el latín las lenguas prerrománicas que se hablaban en los distintos lugares que fueron conquistados; aunque estas lenguas fueron, generalmente, sustituidas por la lengua del invasor, no cabe duda de que ejercieron cierta influencia en ella en forma de sustrato latente. Sin embargo, nuestro desconocimiento científico de dichas lenguas impide calibrar en su justa medida cómo fue esa influencia sustratística.

Sea como fuere, el latín, la poderosa lengua del imperio más grande de la Historia de la Humanidad terminó por extinguirse definitivamente como lengua viva, dejando como herencia diversas lenguas hijas que, pasados los siglos, habían de ser tan relevantes para la ciencia y la cultura universales como lo fue su lengua madre.

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Historia interna de la lengua

La historia interna de la lengua o gramática histórica se refiere al estudio de los cambios

acaecidos en la estructura de la lengua y en su léxico. La historia externa por otra parte se

refiere a la historia de los hablantes de español, sus vicisitudes históricas y el uso social de la

lengua.

Cambios morfológicos

El español como las demás lenguas romances podría derivar de una forma de latín que había

sufrido un proceso de criollización,8 9 10 que hizo el orden de constituyentes más fijo y más

tendente al orden sintáctico SVO. La misma criollización pudo haber favorecido la pérdida de la

flexión nominal tanto o más que los cambios fonéticos que afectaron al latín tardío. La pérdida

de las marcas de caso aumentó la ambigüedad e hizo al español una lengua un poco

menos sintética que el latín.

Declinaciones

El marcaje de las relaciones gramaticales en latín clásico estaba basado en un sistema de

flexión nominal. Un nombre común podía tener hasta siete u ocho terminaciones diferentes que

indicaban la función gramatical de la palabra dentro de una oración. Por ejemplo para la

palabra mensa 'mesa' se tienen siete homófonas que realizan 12 combinaciones diferentes de

caso y número:

caso singular plural

nominativo (sujeto) mēnsa mēnsae

genitivo (posesión) mēnsae mēnsārum

acusativo (objeto directo) mēnsăm mēnsās

dativo (objeto indirecto) mēnsae mēnsīs

ablativo (modal) mēnsā mēnsīs

vocativo (apelación directa) mēnsa mēnsae

A entornos del latín vulgar, se produjeron algunos cambios fonológicos que redujeron y

complicaron el sistema declinacional:

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1. La pérdida de la /-m/ final resultó en la confusión entre el acusativo monte(m) y el

ablativo monte en la tercera declinación

2. La confluencia de /ā/ y /ă/, junto con la pérdida de la /-m/ final, hizo imposible la

distinción entre el nominativo mēnsa, el acusativo mēnsăm (mēnsa) y el ablativo

(mēnsa)

3. La confusión de /ŭ/ y /ō/ hizo que no se pudiese diferenciar el acusativo singular de la

segunda declinación (dominŭm) del ablativo (dominō)

4. La convergencia de /i/ y /ē/ dio lugar a la confusión entre la tercera declinación del

nominativo/acusativo plural (montēs) y el genetivo singular (montĭs)

Los adjetivos que distinguen entre masculino, femenino y neutro podían llegar a tener hasta 12

terminaciones diferentes frente a las cuatro como máximo del español moderno (-o, -a, -os, -as)

Construcciones preposicionales

El sistema de casos frecuentemente era ambiguo a la hora de determinar qué función

desempeñaba una palabra. Consecuentemente, era necesario valerse de otras pistas como un

orden sintáctico más fijo y nuevas construcciones preposicionales para discernir las distintas

funciones. De ahí la construcción de + ablativo en vez del simple empleo del genitivo:

dimidium de praeda frente a dimidium praedae 'la mitad del botín'

El castellano presenta directamente esta construcción:

la mitad del botín

El latín clásico se servía del dativo sin ninguna otra marca para el objeto indirecto. Con

los cambios fonológicos ya mencionados, podía darse confusión sobre cuál de las

palabras en una oración debía interpretarse como sujeto y cuál como objeto, por lo que

se propagó la construcción a + sustantivo, en el latín vulgar para determinar un objeto

directo o indirecto, fenómeno que se conserva en el español medieval y moderno:

A los judios te dexaste prender (Cantar de Mio Cid)

'te dejaste apresar por los judíos'

La marca del plural

El latín carecía de una marca específica para el plural pues se valía de las

terminaciones casuales (dominus, domini; rosa, rosae). El caso más

empleado, sin embargo, el acusativo, terminaba en /s/ en el plural (rosas,

dominos, homines). En el latín tardío, reaparecieron los acusativos plurales

terminados en /s/ (se habían perdido la /s/ y la /m/ final) y fueron empleados

como nominativos (dominos frente a domini; rosas frente a rosae). Se produjo

un reanálisis morfológico por el que dicha terminación asumió la expresión del

plural (rosa, rosas) en el castellano medieval.

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Cambios gramaticales

Los verbos

La conjugación de los verbos del español medieval y moderno se basa

directamente en la conjugación latina:

Latín Castellano Med. Castellano Mod.

canto canto canto

cantas cantas cantas

cantat canta canta

cantamus cantamos cantamos

cantatis cantades cantáis

cantant cantan cantan

Para el castellano del siglo XIII, se pierde la /t/ final de la tercera persona del

singular y del plural y la /-tis/ de la segunda persona del plural cambia a /-des/:

Ex: "…como oyredes que diz moysen adelante" (General Estoria)

A los verbos conjugados se les podía agregar pronombres directos e

indirectos:

Ex: “faziendol” “dixol” y “pusol” (General Estoria)

Tiempos verbales

La más notable reestructuración del latín vulgar es la aparición de los tiempos

compuestos en el español medieval (siglo XIII):

“...que castigues tu los acusadores con muy mas fuertes penas que los cristianos

mereçieren si lo ouiessen fecho” (Primera Crónica)

La construcción tardía del latín “Habere o Esse + Participio pasado”

resultó en la creación de tiempos compuestos:

Latín Castellano Medieval

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habui/habebam cantatum ove/avia cantado

habeo cantatum he cantado

habere habeo cantatum avré cantado

habuissem cantatum oviesse cantado

habeam cantatum aya cantado

habuerim cantatum ovier(e) cantado

Construcciones verbales

La perífrasis latina de participio /-tus/ y habeo para expresar un estado de

obligación se ve manifestada en el español medieval mediante la

construcción aver de, lo cual resultó en tener de/que en el español

moderno.

"...si tan bien nolo quisiessen pora los que avien de venir" (Primera Crónica)

Período alfonsí

Durante los primeros siglos de desarrollo del español, la rareza de la lengua escrita y la aún

imprecisa catadura de la misma hicieron innecesaria una codificación de su grafía. El primer

intento de dotar de un código gráfico sistemático data del reinado de Alfonso X, que intentaría

ajustar las diversas soluciones adoptadas por sus predecesores a un criterio fundamentalmente

fonográfico.

Alfonso X reunió en su corte un gran número de estudiosos, que se abocaron a elaborar una

compilación enciclopédica del saber de la época, continuando y ampliando la obra de

la escuela de traductores de Toledo; el romance se utilizó como lengua intermedia en las

traducciones del árabe o el griego al latín. La profusión de copias realizadas en

el scriptorium real y el impacto de las traducciones sobre el corpus de la lengua romance

difundió y dio fuerza a las convenciones fijadas por el rey.

Muchas de las que aparecen retrospectivamente como irregularidades o imprecisiones en la

grafía alfonsí se deben, en realidad, a la notable diferencia que el sistema fonológico de la

época tenía respecto del actual. El sistema de consonantes coronales, por ejemplo, incluía

cuatro fricativas y dos africadas, frente a las tres fricativas/africadas como máximo que tienen

los dialectos contemporáneos: /dz/ se escribía z como en dezir, /ts/ se escribía ç como

en março, /s/ se escribía s o ss entre dos vocales como en saber, missa, /z/ se escribía s como

en osar, /ʃ/ se escribía x como en dixe y /ʒ/ se escribía j o i como en aguiiar/aguijar. La

ortografía real intentó reflejar con notable fidelidad las propiedades fonológicas del habla de la

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época. Invención suya fue la duplicación de N y más tarde L para indicar la palatalización en /ɲ/

y /ʎ/, la primera de las cuales los copistas transformaban en la abreviatura que daría con el

tiempo la eñe.

Otras características de la grafía alfonsí son la variación en la grafía de las vocales átonas,

probablemente reflejando un valor fonético aún irregular (e.g. veluntad y voluntad—ambas

aparecen en el manuscrito del Mío Cid), la inconsistencia en la supresión de la E final

(noche ~ noch), y la total ausencia de acentos o tildes, sea con valor diacrítico o fonético.

Entre los copistas alfonsíes y la Academia

La aparición de la imprenta, y el consecuente incremento del ritmo y volumen de aparición de

las obras escritas, acabó por deshacer el sistema alfonsino, fijado únicamente a través de la

convención y no codificado en una obra sistemática. Los constantes añadidos léxicos, algunos

producidos por la influencia de las lenguas vecinas y otros muchos por el aluvión

de cultismos pergeñados por traductores, literatos y juristas, que cada vez con más frecuencia

empleaban la lengua vernácula en sus escritos, suscitaron cuestiones de grafía que respondían

muchas veces a criterios etimológicos e históricos antes que a la correspondencia estrecha

entre fonema y grafema propuesta por la obra alfonsina.

Por otra parte, las modificaciones en la fonología de la lengua habían afectado esta

correspondencia, y buena parte de las decisiones alfonsinas resultaban ya arbitrarias para los

lectores de la época. Sumado a ello el purismo y el gusto tradicionalista de los autores delSiglo

de Oro, tuvo lugar una importante y extendida controversia, que duraría siglos, acerca de

cuáles deberían ser los principios rectores para establecer los criterios gráficos.

Elio Antonio de Nebrija, autor de la primera Gramática de la lengua castellana, sería también el

primero en publicar unas Reglas de orthographia. Estas codificarían por primera vez los

principios de la -línea que basa en la pronunciación su criterio ordenador, aunque no le faltaron

en ocasiones razonamientos etimológicos en casos difíciles. En todo caso, la idea de Nebrija

de que la lengua erainstrumento del Imperio se extendía también a lo oral y buscaba unificar la

pronunciación en todo el territorio de la Corona de Castilla, de acuerdo con la prestigiosa forma

vallisoletana, abandonando definitivamente el romance burgalés que había dado lugar a los

primeros escritos prealfonsinos.

En 1531 Alejo de Venegas dio a la imprensa su Tractado de orthographia y accentos, que

contiene significativas diferencias con el de Nebrija, sosteniendo por ejemplo la oposición

fonológica entre b y v y la existencia de la vocal cerrada anterior redondeada /y/, la

viejaypsilon griega. En 1609 se imprimió en México una Ortographia castellana obra del

sevillano Mateo Alemán, aún más radical que los anteriores con respecto a la necesidad de

prescindir de los signos convencionales y fijar la ortografía con base en la fonética; eliminaba

por ejemplo la ph que aún Nebrija había mantenido, y proponía grafías diferentes para /r/ y /ɾ/.

Similarmente atrevido era el Arte de la lengua española castellana de Bartolomé Jiménez

Patón, aparecido en 1614.

Sin embargo, el punto culminante del movimiento fonetista estuvo dado por la aparición

en 1627 del Arte de la lengua española kastellana de Gonzalo Correas, que tendría una versión

ampliada y corregida en 1630, bajo el título de Ortografía kastellana nueva i perfeta. Como la

grafía elegida para su título por Correas evidencia, el movimiento por la transcripción exacta de

la fonología se deshacía en Correas de cualquier prurito histórico; propuso distinguir por

completo /r/ y /ɾ/, como había hecho Alemán, prescindir de las confusas c y q, utilizar gh para el

fonema /g/, eliminar los elementos mudos en todos los grupos consonánticos y llevó a cabo sin

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residuos su propósito de desarrollar exactamente la simetría entre fonemas y grafemas. El rigor

de su doctrina le granjeó el aprecio de algunos de sus sucesores, como Gregorio Mayans, y de

los reformadores americanos, aunque hizo de su obra una curiosidad para eruditos, pues

rompía de manera radical con los usos.