Brailovsky, Daniel - Educación infantil y masculinidades

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BRAILOVSKY, DANIEL, EDUCACIÓN INICIAL Y MASCULINIDADES Si, como afirma Connell, los cuerpos son instancias irreductibles que participan a su modo de los recorridos vitales, si protagonizan en parte las subjetividades, es preciso también señalar que los maestros jardineros son predominantemente jóvenes de clase media- alta, de piel blanca, más o menos delgados o atléticos, y más o menos "cool". GARANTÍAS Y ALIANZAS Hay ciertas garantías que los maestros jardineros buscan para trabajar en una institución. En la línea de las alianzas que establecen, se reconocen aquellas garantías que ellos buscan bajo la forma de un "respaldo", o un apoyo de la conducción. Un director de jardín de infantes que antes había sido maestro expresa con exactitud estas ideas: P: Y en este jardín que vos dirigís ¿tenés maestros varones? R: No. P: ¿Fue una decisión tuya? R: Sí, fue una decisión mía. El jardín todavía no les puede dar un respaldo como maestros jardineros. Al indagarse sobre el tipo de respaldo que sería oportuno que el jardín les ofreciera a estos maestros, explica: Yo tuve un sólo episodio en mi carrera de maestro de sala, que fue el de unos padres que hicieron la entrevista, y cuando se enteraron de que tenían un maestro varón, decidieron no dejar a los chicos. En ese momento el jardín tenía muchas salas, [...] y ellos querían que lo pusieran [al niño] en cualquiera de las otras. Y las directoras les dijeron que no, que conocían mi trayectoria, mi manera de trabajo, y que a ese niño le correspondía esa sala... P: ¿Y la historia cómo terminó? R: El nene ni siquiera empezó, se lo llevaron. Y además se llevaron a otros, un hermano, y otro nene. P: ¿Y cómo viviste esa situación? R: A mí me llamaron después del episodio, me lo contaron. Me enteré después de todo esto. Tenía una sensación de rabia, pero por otro lado, ellos sabían que yo era muy buen maestro. P: Te sentiste respaldado. R: Exacto. Yo creo que eso lo puede hacer un jardín sólido... después de tantos años de ser el jardín N, con todo lo que eso trae, su prestigio, etc. Yo aquí, en cambio, con pocos años de funcionamiento, estoy en pañales..., lo dejaríamos indefenso a un maestro, sobre todo [considerando] que aún no existía cuando yo comencé a trabajar en sala la preocupación por lo sexual, ni por posibles abusos ni violaciones... El tema no estaba tan instalado. Si la sospecha que recubre toda la experiencia de los maestros jardineros es, como aquí se sostendrá, profundamente 1

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BRAILOVSKY, DANIEL, EDUCACIÓN INICIAL Y MASCULINIDADES

Si, como afirma Connell, los cuerpos son instancias irreductibles que participan a su modo de los recorridos vitales, si protagonizan en parte las subjetividades, es preciso también señalar que los maestros jardineros son predominantemente jóvenes de clase media-alta, de piel blanca, más o menos delgados o atléticos, y más o menos "cool".

GARANTÍAS Y ALIANZAS

Hay ciertas garantías que los maestros jardineros buscan para trabajar en una institución. En la línea de las alianzas que establecen, se reconocen aquellas garantías que ellos buscan bajo la forma de un "respaldo", o un apoyo de la conducción. Un director de jardín de infantes que antes había sido maestro expresa con exactitud estas ideas:

P: Y en este jardín que vos dirigís ¿tenés maestros varones? R: No.P: ¿Fue una decisión tuya?

R: Sí, fue una decisión mía. El jardín todavía no les puede dar un respaldo como maestros jardineros.

Al indagarse sobre el tipo de respaldo que sería oportuno que el jardín les ofreciera a estos maestros, explica:

Yo tuve un sólo episodio en mi carrera de maestro de sala, que fue el de unos padres que hicieron la entrevista, y cuando se enteraron de que tenían un maestro varón, decidieron no dejar a los chicos. En ese momento el jardín tenía muchas salas, [...] y ellos querían que lo pusieran [al niño] en cualquiera de las otras. Y las directoras les dijeron que no, que conocían mi trayectoria, mi manera de trabajo, y que a ese niño le correspondía esa sala...

P: ¿Y la historia cómo terminó?R: El nene ni siquiera empezó, se lo llevaron. Y además se llevaron a otros, un hermano, y otro nene. P: ¿Y cómo viviste esa situación?R: A mí me llamaron después del episodio, me lo contaron. Me enteré después de todo esto. Tenía una sensación de rabia, pero por otro lado, ellos sabían que yo era muy buen maestro. P: Te sentiste respaldado.

R: Exacto. Yo creo que eso lo puede hacer un jardín sólido... después de tantos años de ser el jardín N, con todo lo que eso trae, su prestigio, etc. Yo aquí, en cambio, con pocos años de funcionamiento, estoy en pañales..., lo dejaríamos indefenso a un maestro, sobre todo [considerando] que aún no existía cuando yo comencé a trabajar en sala la preocupación por lo sexual, ni por posibles abusos ni violaciones... El tema no estaba tan instalado.

Si la sospecha que recubre toda la experiencia de los maestros jardineros es, como aquí se sostendrá, profundamente estructurante de sus prácticas, no lo es sólo porque la sociedad haya aprendido a prevenirse de los maltratos a los niños ni porque los medios de comunicación generen una "paranoia colectiva", sino también (y a los efectos de este análisis, fundamentalmente) porque bajo ciertas circunstancias, cuando no hay otra explicación convincente, la única que emerge como verosímil para justificar la presencia de un varón en un jardín de infantes es la de la agenda oculta de abuso sexual.

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Esas circunstancias se atenúan cuando la institución percibe la presencia del varón como un beneficio, como una ganancia desde el punto de vista pedagógico y profesional, como alguien capaz de constituir un aporte a la definición de "un buen jardín de infantes", cuestión que, naturalmente, trasciende los intereses particulares de una institución. Esto plantea dos cuestiones. Por un lado, que esas circunstancias sólo pueden darse en cierto tipo de instituciones: generalmente privadas, que reciben a una población de medio o alto poder adquisitivo, con equipos de conducción dispuestos a "proteger" a los maestros jardineros y con cierta solidez institucional. En este contexto, los argumentos progresistas pueden prevalecer por sobre las sospechas. Pero a la vez deja abierta la pregunta acerca de cómo se percibiría a los maestros jardineros en otro tipo de instituciones y cuántas de las expectativas que la comunidad escolar construye sobre ellos se asientan sobre los rasgos de cada familia, o del discurso que la propia escuela construye sobre ellos.

La experiencia de otro maestro expresa una situación en la que el apoyo de la institución es percibido como una garantía necesaria.

En una oportunidad una madre me planteó que yo no podía cambiarle los pañales a su nena. A los dos días vino a pedirme disculpas y a decirme "fui una tonta, podes cambiarla nomás". Pero en ese momento, cuando la madre se quejó, tas autoridades del instituto me dijeron: "vos no la toques a esa nena". La institución no me apoyó. Por suerte no volvió a pasar algo así, pero no tuve apoyo.

Si las garantías se encuentran ausentes, el maestro queda librado a la suerte, expuesto y sujeto a la concreción de su peor pesadilla. Como afirma James, un maestro jardinero, sujeto del estudio de Sumsion (1999): si no existe un grado mínimo de protección por parte de la conducción de la escuela, el maestro está "sentado sobre una bomba de tiempo, que tarde o temprano habrá de estallar".

El apoyo, en cambio, fortalece la posición de los maestros jardineros ante las frecuentes situaciones en las que en alguna medida se cuestiona su presencia en el jardín:

R: Hace unos años, una mamá de una alumna mía de sala de 4 me mandó por el cuaderno una nota donde me decía que la nena tenía la vagina irritada y que había que ponerle una pomada. Tomé la nota, la nena, la pomada y se la llevé a la directora... P: ¿Qué pensaste, qué sentiste al recibir esa nota? R: Mi reacción fue que ni un maestro varón ni una maestra mujer debería ponerle una pomada en la vagina a la nena de 4 años. No fue porque yo no pudiera, sino que ninguno podría. Y ahí sí tuve un respaldo.

En uno de los grupos focales que precedieron a las entrevistas, un maestro aseguraba que era preferible, durante la jornada, dejar la puerta de la sala abierta "para evitar que nadie pensara nada raro". Este comentario apareció luego en las entrevistas sostenidas con maestros que habían asistido a ese grupo. "Yo no lo haría", aseguró uno, "porque creo que los respaldos que tengo son suficientes". Ignacio, otro maestro jardinero, destacó el coraje de una directora por haber sabido defenderlo al ser puesto bajo sospecha. Había emoción en su voz al decir:

En mi caso algo parecido pasó con un papá [presentó objeciones a que su hijo tuviera un maestro varón] y la directora le respondió que ella creía que la presencia de un docente era lo mejor para su jardín y que estaba en libertad de acción. Entre líneas: si no le gusta, retire al nene de la escuela". Está bien que esa directora se la jugó, y le salió genial la jugada.

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En la opinión de María Emilia López, directora de un jardín que emplea a varones:

En este momento cualquier maestro varón está bajo sospecha, y en el caso del docente de jardín maternal, para quien tocar el cuerpo del niño es un imperativo de su trabajo, la situación es de mucha tensión. Pero también a muchas mamás o papás les cuesta mucho aceptar o creer que un maestro varón pueda acunar o hacer dormir a su bebé.

Otra directora, Lori, asegura en el contexto de una discusión digital de la que participaban maestros jardineros y directoras:

Desafortunadamente la gente pinta una imagen de los hombres como pervertidos. Habiendo tenido dos maestros varones en mi jardín, yo creo que con ellos la cosa puede funcionar bien, o no. Pero tenemos que asegurarnos de que los padres tengan la oportunidad de conocer al maestro, incluso conocerlo mejor de lo que se preocuparían en conocer a una maestra mujer. Es probable que así los padres estén tranquilos con ese maestro, y que no haya ningún problema.

Pero también los propios maestros jardineros sienten que deben ofrecer garantías a los padres de los niños, en forma análoga y concertada con las garantías que exigen de las directoras. En palabras de Ignacio:

Sobre todo por la psicosis colectiva de los abusos, que es una cuestión que entiendo y respeto. Pero yo les aclaro antes de que pregunten, les aclaro y les hago ver que jamás, pero jamás, hubo un problema con un maestro jardinero varón; siempre fue con docentes de Gimnasia y de Música enjardines, pero nunca con un maestro jardinero. Y entonces se tranquilizan un poco. Después lo toman como algo normal y cuando ven cómo cambian los chicos, o cómo es mi relación con los nenes, la postura se modifica, a tal punto que los nenes al día de hoy todavía me mandan mails y los papás muchas veces me han invitado a cenar a sus casas. {...] Hay que moverse con mucho cuidado al principio; de todas maneras yo tomo mis recaudos y me cuido mucho. Por ejemplo, les aclaro a los papis que trabajo con las puertas abiertas de la sala y que a las nenas las acompaña la preceptora al baño y no yo.

Al indagar en lo que moviliza en un maestro el hecho de verse en la necesidad de decir a los padres lo que Ignacio asegura que les dice -esto es, que dejará la puerta de la sala abierta puesto que, aunque no se considera peligroso para los niños, "acepta y respeta que los otros lo consideren peligroso"-; al estudiar los procesos que conducen a que esta afirmación devenga aceptable, aparecen una serie de estrategias que la voz de los maestros va definiendo. En muchos casos, la fuerza de legitimidad de los maestros jardineros como profesionales proviene de un corpus de saberes acerca de la profesión que se enaltecen puestos en la voz de un varón, pues expresan el lado "científico" de esta tarea. Pero es la dualidad de este nivel de enseñanza, debatido entre el amor y la ciencia, la que hace que esos argumentos resulten muchas veces insuficientes.

DIFERENCIARSE PARA INTEGRARSE

Se ha descrito en un apartado anterior al Nivel Inicial en términos de su inmersión en una dualidad, en una tensión, que oscila entre parecerse y diferenciarse de la escuela primaria. Allí donde el carácter educativo y la existencia de saberes legítimos y vitales a transmitir

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resultan amenazados o cuestionados, los argumentos que defienden al jardín de infantes apelan a un discurso escolar que abreva en elementos propios de la escolaridad tradicional, y rescata todo aquello en que la escuela y el jardín se parecen o pueden parecerse. Pero cuando en cambio se trata de proclamar las mejores cualidades del Nivel Inicial, sus rasgos salientes y particulares, los argumentos parecen dedicarse a construir "en contra" de la escolaridad tradicional, frente a la cual el jardín se proclama como una forma superadora. Amor y ciencia, además, como valores en oposición fundante, pueden leerse en esta clave: si el jardín de infantes se debate entre ambas fuentes de significado, la escuela primaria puede reconocerse primordialmente en uno de ellos, la ciencia. Como proponía Didier Maleuvre [2006):

En los otros niveles de enseñanza habitualmente se habla de amor haciendo referencia al amor al saber, a la sabiduría, a la ciencia, etc. En el jardín de infantes, en cambio, parece plantearse el tema del amor en relación al mismo niño. Esto marca una diferencia importante a la hora de conjugar amor y educación y es por eso que propongo en principio pensar en esta distinción. Y es que a través de esta relación transcurre la educación, entonces el amor sería de algún modo el conductor o el vehículo de la educación, pero a la vez un poco el mensaje, el objetivo.

Pero en el jardín conviven ambas tendencias. Discrecionalmente éste se acerca y se aleja de la identidad escolar conforme las circunstancias lo demanden. ¿En dónde buscarán los maestros jardineros su legitimidad, cuestionados en su amor y exaltados en su ciencia? Una vía posible para abordar esta pregunta es, nuevamente, la de la mimetización y la diferenciación discrecional. Pero esta vez respecto de sus colegas mujeres. En palabras de Leandro,

Con los padres se va construyendo una imagen, y el temor por ser varón se compensa por ser muy buen maestro. Es una exigencia más para el varón: dar cuenta de que es tan bueno, o mejor que una mujer.

Superar las expectativas es una meta que la mayoría de los maestros jardineros se propone, y que en general busca realizar en la esfera "técnica" de su tarea, en los aspectos que guardan relación con los saberes expertos. En ese sentido, superar las expectativas tiene muchas veces el prerrequisito de establecer una distancia respecto del modo tradicional-femenino de hacer las cosas, distancia que puede adquirir la forma de una reformulación de supuestos, pero que con frecuencia se manifiesta con cierto desprecio por aquel mundo "superficial" del jardín de infantes feminizado.

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