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ESCLAVOS INSURRECTOS E N T I E M P O S D E R E V O L U C I Ó N ( C U Y O 1 8 1 2 ) BEATRIZ BRAGONI Las revoluciones de independencia hispanoamericanas han sido y siguen siendo un tema controvertido; esa razón explica la centralidad que han tenido en la agenda de los historiadores desde la constitución de las disciplinas académicas que acompañaron la formación de los estados na- cionales, y que hicieron de ellas el germen de las narrativas fundacionales de las nacionalidades hispanoamericanas en el siglo XIX. Esa dilatada ge- nealogía literaria en la que se inscribe la actual agenda de investigación se ha nutrido de diferentes climas historiográficos e intelectuales. Mirado en perspectiva, ese denso derrotero interpretativo habilitaría a postular la existencia no de una sino de varias historiografías sobre las independen- cias, y si podemos pensarlas en plural es porque la fertilidad del debate académico contemporáneo se inscribe en tradiciones historiográficas (que en ocasiones no escapan a las historiografías nacionales) que no siempre dialogan entre sí, y quizá esa dimensión sea la que la distingue de las prevalecientes treinta años atrás. Pocas dudas caben que los contrastes con aquellas historiografías deberán atender a los climas institucionales, políticos e intelectuales que alimentaron su curso, como en las nociones esencialistas y nacionalistas que vigorizaban aquellos relatos. Y si bien hasta los años setenta, las historiografías académicas y militantes habían avanzado en la caracterización de sus dimensiones políticas, instituciona- les, ideológicas e incluso económicas, el debate ideológico había de hecho 113

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E S C L A V O S I N S U R R E C T O S E N T I E M P O S D E R E V O L U C I Ó N ( C U Y O 1812)

BEATRIZ BRAGONI

Las revoluciones de independencia hispanoamericanas han sido y siguen siendo un tema controvertido; esa razón explica la centralidad que han tenido en la agenda de los historiadores desde la constitución de las disciplinas académicas que acompañaron la formación de los estados na-cionales, y que hicieron de ellas el germen de las narrativas fundacionales de las nacionalidades hispanoamericanas en el siglo XIX. Esa dilatada ge-nealogía literaria en la que se inscribe la actual agenda de investigación se ha nutrido de diferentes climas historiográficos e intelectuales. Mirado en perspectiva, ese denso derrotero interpretativo habilitaría a postular la existencia no de una sino de varias historiografías sobre las independen-cias, y si podemos pensarlas en plural es porque la fertilidad del debate académico contemporáneo se inscribe en tradiciones historiográficas (que en ocasiones no escapan a las historiografías nacionales) que no siempre dialogan entre sí, y quizá esa dimensión sea la que la distingue de las prevalecientes treinta años atrás. Pocas dudas caben que los contrastes con aquellas historiografías deberán atender a los climas institucionales, políticos e intelectuales que alimentaron su curso, como en las nociones esencialistas y nacionalistas que vigorizaban aquellos relatos. Y si bien hasta los años setenta, las historiografías académicas y militantes habían avanzado en la caracterización de sus dimensiones políticas, instituciona-les, ideológicas e incluso económicas, el debate ideológico había de hecho

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de ellas un t e r reno de c o n f r o n t a c i ó n entre verdaderos "catecismos revo-lucionar ios" nacidos al ab r igo de empresas intelectuales la mayor ía de las veces revisionistas en sus variantes de izquierda o de derecha. C o n algu-nas excepciones, n ingún clima semejante ha de encont rarse h o y p o r la sencilla razón que el debate sobre aquel f r agmen to del pasado iberoame-ricano se circunscribe al á m b i t o académico en sent ido estr icto en el cual brilla un consenso inus i t ado p o r aquel lo q u e antes generaba posiciones encontradas . Esa suer te de enf r iamien to ideológico de la labor intelectual q u e a c o m p a ñ ó la c o n f o r m a c i ó n de los es tudios sobre las revoluciones de independencia en las úl t imas décadas, ha pe rmi t i do t razar un reper tor io de temas y prob lemas c o m u n e s que han me jo rado su comprens ión his tó-rica. En cualquier caso, una apretada caracter ización de la rup tu ra revo-lucionaria destaca entre sus rasgos sobresal ientes la percepción que tuvie-ron los mi smos c o n t e m p o r á n e o s del m o m e n t o revolucionar io q u e vivían, la aspiración de t r ans fo rmar el o rden social he redado y el papel q u e co-m e n z ó a ocupar la política en individuos y g rupos sociales que hasta en-tonces habían ausentes del p roceso de t oma decisiones polít icas tal c o m o estaba p rese rvado en los es ta tu tos del an t iguo régimen. En t o r n o a ello, la mili tarización y la movil ización social q u e e s t ruc tu ró el comple to ciclo revolucionar io desde la N u e v a España hasta las f ronteras del Maule, ex-hibieron más allá de sus variantes regionales o locales, experiencias de p o -litización p o p u l a r inéditas e inesperadas para las elites criollas enroladas en la carrera de la revolución.

En las úl t imas décadas la historiografía h ispanoamericana ha revi-sado en detal le las formas de inclusión social y política de los esclavos y castas de co lo r c o m o resul tado de las revoluciones de independencia ha-c iendo de las áreas más densamente pobladas de los h o m b r e s y muje res de color un ámbi to privilegiado de análisis.1 Asimismo, la historiografía r ioplatense no de jó de subrayar t empranamen te e l c o m p o n e n t e popular , y la par t ic ipación de los g rupos p lebeyos q u e d inamizaron el proceso de mil i tar ización d i sparado en la capital del v i r re inato a raíz de las invasio-nes inglesas de 1806 y 1807, c o m o advir t ió también su efecto correlat ivo en el ciclo de guerras abier to a part ir de c u a n d o las elites revolucio-narias se vieron exigidas a p r o f u n d i z a r la movil ización de h o m b r e s a rma-dos que en n o m b r e de la patria pre tendía erigir en la comple ta jurisdic-ción antes virreinal un e m p r e n d i m i e n t o pol í t ico independien te del rey cautivo, y de las inst i tuciones met ropol i tanas que se a r rogaban su repre-sentación.2 Tampoco resulta desconoc ido el papel de sempeñado p o r la

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población esclava masculina en las formaciones militares que a l imentaron las huestes de los ejércitos de la independencia ; 3 menos aún resultan des-conocidas las fo rmas en q u e los esclavos conceptual izaron la l ibertad,4 ni t ampoco los his tor iadores e ludieron el desaf ío de rest i tuir la manera en que la revoluc ión y la guerra representaron una vía de ensayo l ibertario para la gente de color .5 Así también , las implicancias de la sociabilidad ur -bana de la poblac ión negra en Buenos Aires han sido ef icazmente resti-tuidas para el p e r í o d o inmedia tamente pos ter ior c o m o también se ha res-t i tu ido las f o r m a s de acceso a la p rop iedad . 6

Sin embargo , los avances habidos en el e s tado de conoc imien to so-bre la pol i t ización de los negros y esclavos en C u y o previa al a r r ibo de San Mart ín c o m o gobe rnador in tendente , y e jecutor principal de la mili-tar ización de un tercio de la pob lac ión masculina de co lor en la jurisdic-ción cuyana, ha s ido un t ema casi ausente de la agenda his toriográfica. El presente t r aba jo se p r o p o n e ar ro jar respuestas al in ter rogante central de la vida política cuyana en el d e s p e n a r de la revolución r ioplatense a tra-vés del es tudio de un proceso criminal elevado p o r el gob ie rno a un gru-po de esclavos, y negros libres en 1812, por tener evidencias f i rmes que organizaban una rebelión con el f in de ob tene r la carta de l ibertad e inte-grar los ejérci tos patr iotas . A u n q u e las expectativas de los rebeldes se f rus t ra ron , el ep isodio q u e p ro t agon iza ron y los a rgumen tos que uti l iza-ron para justificar sus pre tensiones nos enf ren tan no sólo a las sensibili-dades y prácticas sociales d isparadas p o r la revolución q u e permi t ían im-pugnar el o rden social previo y s imul táneo a su emergencia , s ino también a la fascinante d i fus ión de los preceptos liberales p o c o después de inicia-da la aventura revolucionaria no sólo en el R ío de la Plata s ino también en el an t iguo re ino de Chile.

La red rebelde

El 2 de m a y o de 1812 el teniente g o b e r n a d o r de M e n d o z a , Joseph Bolaños, t o m ó conoc imien to del suceso, y o r d e n ó recluir a los cabecillas del plan rebelde quienes f u e r o n somet idos a un extenso interrogator io con el fin de ob tener evidencias objet ivas del alcance del movimiento . 7

De ellos se desprende que el t i e m p o de Cua resma y las fiestas previstas para c o n m e m o r a r la instalación de la Jun ta Patr iót ica en Buenos Aires ha-

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bían creado un clima propicio para alentar las juntas de esclavos que ha-bitaban los cuarteles urbanos. La iniciativa había ganado adeptos a través de los circuitos habituales de la sociabilidad urbana: los convites se ha-bían realizado en los cuartos de las casas, en los encuentros después de la oración, la salida de los domingos, en las pulperías y en los fandangos del convento de Santo Domingo. A través de ellos se había conseguido alcan-zar un universo masculino para nada desdeñable: algunos confesaron que la revuelta alcanzaba entre 19 y 30 involucrados, otros calcularon una ci-fra superior a cien; en cualquiera de los casos, la mayoría coincidió que todo estaba previsto para el domingo 3 de mayo a las siete de la noche, previa reunión de los rebeldes en el bajo del Zanjón, provistos con las ar-mas que tuvieran a su alcance para asaltar el Cuartel, y presentarse al go-bierno para que exigir "un decreto que diera la libertad a todos".

A la cabeza de la red rebelde figuraron el negro libre Joaquín Fre-tes y Bernardo, esclavo de Francisco Aragón, quienes habían fortalecido su amistad desde el arribo del primero desde Santiago de Chile por com-partir, entre otras cosas, el oficio de músicos. Joaquín era natural de Gui-nea, tenía 24 años y había sido uno de los pocos manumitidos como con-secuencia de la legislación chilena ci cada por Manuel de Salas en 1811.8

Allí, la iniciativa oficial que declaró la libertad de vientres y prohibió la introducción de esclavos en la jurisdicción había dado lugar a la movili-zación de los negros para tomar las armas en defensa de la patria. C o m o lo señaló un agudo testigo del bando realista: "Es increíble la impresión que esta ley hizo en el ánimo de los esclavos, y el orgullo y osadía que han concebido con la esperanza de la libertad futura de sus hijos. Los propios esclavos se conceptúan ya en aquella esfera con tal que manifiesten su ad-hesión al nuevo gobierno. Es caso singular lo que se experimentó pocos días después de publicado el bando. Se mancomunaron todos los criados, e hicieron una bolsa para que un abogado les hiciera una representación a la Junta pidiéndole su libertad, mediante un generoso ofrecimiento de que se les diera armas para defender la patria. La liga era de más de 30C, y todos ellos estaban ya armados de cuchillos prontos para activar una sublevación en el pueblo, de cuyos resultados hay más de siete en la cár-cel, que fueron las cabezas del proyecto".9

Aunque no es posible precisar la fecha de su llegada a Mendoza, ni tampoco las razones que lo hicieron permanecer en la ciudad, lo cierto es que se ganaba la vida dando clases de música en uno de los principales cuarteles de la ciudad. Joaquín reunía una trayectoria ejemplar por haber

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servido en Santiago al oidor Manuel Irigoyen, y más tarde al canónico Juan Pablo Fretes quien le había otorgado "la libertad para que fuera a defender la Patria por él a Filíenos Aires". Fretes era un decidido partida-rio de la libertad americana que durante su estancia en Cádiz había jura-do bregar por la independencia en la filial gaditana de la Sociedad de Ca-balleros Racionales, creada por Miranda junto con su sobrino Juan Flo-rencio Terrada residente en Buenos Aires, y conspicuo integrante de la recién creada Logia Lautaro.10 Esos atributos personales del negro Joa-quín lo diferenciaban del resto de los cabecillas, convirtiéndolo en el principal difusor de las libertades introducidas en Chile, y de la inminen-te legislación que el gobierno de Buenos Aires preparaba para la pobla-ción esclava: él mismo había sido quien había leído en un junta de more-nos el ejemplar de la Gazeta de Buenos Ayres que anunciaba algunas de esas promesas. Esas noticias tuvieron algún impacto: las criadas del fina-do Francisco Borja Corvalán sabían "que este negro andaba diciendo que en Chile y en Buenos Aires eran ya todos los esclavos libres";11 también Juan Manuel, el esclavo de Juana María de Rosas confesó saber por el di-cho Joaquín "que en Lima ya estaban libres la mitad de los esclavos de ca-da casa", y que allí los mismos esclavos habían aparentado "una guerra entre ellos mismos con armas de fuego, pero sin municiones acudiendo al suceso los soldados del Rey, con cuyo motivo los daban por libres".

El perfil de Bernardo era distinto; había nacido veinte años atrás en la ciudad y no supo firmar. Esa cualidad no le impidió convertirse en el "caudillo" del acontecimiento que, a juicio del presbítero Manuel Astor-ga, hizo que los "principales moradores huyeran de la ciudad". Por el ne-gro Joaquín supo que en Chile el gobierno había dado la libertad a todos los nacidos de madre esclava el año anterior; Bernardo también sabía que los libertos de Buenos Aires habían sido integrados a las milicias mientras que el gobierno de Mendoza mantenía el batallón de pardos libres here-dado del antiguo régimen. El conocimiento específico de la normativa pa-triota a favor de los esclavos y las castas de color era acompañaba de otra información no menos sugestiva: según un testigo, Bernardo manifestó "que era necesario hacer en esta Ciudad lo que los negros de las Islas de Santo Domingo, Matando a los blancos para hacerse libres". En aparien-cia, esas noticias habrían sostenido la convicción de que los amos de Men-doza eludían la obligación de cumplir con las leyes y las exigencias de la Patria, y todo parece indicar que los sucesos de Santo Domingo habían impactado en la cosmovisión política de los negros insurrectos en los bas-

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tiones patriotas del extremo sur del antiguo imperio. Vale tener en cuen-ta que el primer número de La Aurora de Chile -editada por Camilo Henríquez en febrero de 1812- reprodujo una noticia de Londres al res-pecto, y una nota al pie del editor así rezaba:

"La Revolución de la Isla de Santo Domingo, y su actual suceso merecen la consideración de los políticos, y ofrecen ejemplos terribles. Este suceso pare-cía imposible al principio de su revolución. ¿ Q u é podía esperarse de una raza de hombres sin educación, sin luces, sin costumbres? ¿En una raza degradada, y envilecida podía haber honor constancia, y sentimientos? ¿Sostenerse con-tra el poder y el arte de las armas de la Francia? Pero la naturaleza hizo igua-les a todos sus hijos: el corazón y el ánimo es capaz de iguales esfuerzos, de iguales virtudes, y pasiones en toda la especie humana. En f in el odio a las ca-denas, el deseo de la libertad, una resolución firme, c imperturbable vencen to-dos los obstáculos, dirigidos por un caudillo nacido para mandar" . 1 2

Las aspiraciones libertarias de los cabecillas, y sobre todo de Ber-nardo el más vinculado al espacio local, parecen haber guiado los pasos siguientes. A la elección de un cuarto de cara al Cuartel que sirviera de resguardo para reunir armas y pólvora, le siguió una profusa actividad para ganar voluntades a favor de la iniciativa para lo cual apeló a un nú-cleo íntimo de amigos y allegados que se convirtió en base operativa pa-ra estimular nuevas adhesiones. En esa red mínima se encontraba el negro Fructuoso Escalada, esclavo de Joaquín Sosa y Lima, un zapatero nacido en San Juan, quien confesó haber sido invitado por Bernardo a una junta de morenos con el propósito de "hacerse libres". Otros oficiales y apren-dices de zapateros reconocieron haber mantenido también conversacio-nes: al negro Nicolás, el esclavo de Da Manuela Ares y natural de Arreci-fes, le siguieron los mulatillos Felipe y Toribio, y el negro Juan Antonio. Resulta probable que la ascendencia de Bernardo sobre ese pequeño uni-verso de zapateros haya dependido del papel desempeñado por su padre como maestro del gremio; sin embargo, la clave corporativa no parece agotar los perfiles negros que concurrieron en el frustrado levantamien-to. Esa imagen se desprende al testear algunas de las relaciones o convites que nutrieron el entramado del reclutamiento negro. Miguel, un esclavo del Colegio, natural de Guinea, declaró no sólo haber participado de las juntas de negros para el "designio del levantamiento que intentaban" si-no que en ellas Bernardo "era el principal y el que los convocaba o ins-truía" para tratar y acordar como habían de ejecutar el hecho. Que para

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hacerlo "le hizo entender el dicho Bernardo que tenía una Gazeta de Buenos Aires en que ordenaba que todos los esclavos fuesen libres".

Ese liderazgo estuvo lejos de ser exclusivo, y aparecía sostenido por una cadena de intermediaciones activada por otros negros incluidos de lleno en el convite. Entre los más decididos figuró el negro Joseph, es-clavo de Agustina Gómez, quien reconoció a Bernardo como su "coman-dante. También el negro Jorge, natural de Angola, soltero y sin oficio, es-clavo de un maestro carpintero, confesó que Joseph lo había convocado a una junta con motivo de levantarse en solicitud de su libertad, y que sa-bía que "iba citando a todos los compañeros paisanos que iba encontran-do", por lo que concluía que era el "principal móvil de esa revolución", pues tenía el antecedente de que cuando iban a San Antonio a divertirse "les hablaba del asunto de la sublevación".

Los móvi les pol í t icos

Esa maquinaria estructurada por lazos personales como de vecin-dad, lubricada por el convite y las relaciones cara a cara, y robustecidas por la circulación de pasquines o proclamas, parece haber sido eficaz pa-ra difundir las pretensiones políticas de los negros superando los cuarte-les urbanos, y penetrando en la campaña circundante. Con el correr de los días, la movilización fue en aumento, y ese devenir radicalizó la posi-ción de los negros. Uno de los amigos del "comandante" agregó más de-talles sobre el alcance de la rebelión poniendo en evidencia que las expec-tativas originarias habían cambiado radicalmente de carácter al señalar: "los esclavos iban a dar fuego a todos los señores, saquear sus casas, y con dichos dineros pagar la soldadesca, y luego recoger las caballadas de las haciendas y alfalfares, y con ellas pasar a Buenos Aires a reunirse allá". Esa visible tensión entre casta y clase -común a la cultura política popu-lar de las revoluciones atlánticas de los siglos XVIII y XIX- 1 3 parece ha-ber operado como un dispositivo nada menor en el recrudecimiento de las posiciones adoptadas por los negros y el relativo éxito de la moviliza-ción. Un esclavo de Manuel Labusta declaró que el negro Domingo (es-clavo de Xavier Cavero) después de haberlo invitado varias veces le había dicho que se trataba de "una Junta en la que trataban de matar a los Blan-cos, para ser libres porque se hallaban mal con sus amos". El testimonio

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de Antonio, esclavo de D a . J u a n a María de Rosas, precisa los componen-tes políticos del reclamo. Al momento de puntualizar el alcance y el sen-tido de la rebelión ideada, confesó que Bernardo le había contado

que de Buenos Aires había venido declarada la libertad de los esclavos, y que esta la tenían usurpada aqu í los señores jueces, de lo que tenía constancia por unos papeles que tenía en su poder, y que era preciso para el alivio de ellos; para hacerlo debían avanzar al Cuartel y Sala de Armas y avanzar contra los sarracenos, quitándoles el dinero y genero que tuvieses y prenderlos, y luego presentarse a la Justicia para que les declarase la Libertad, y sino querían ocu-rrir a Buenos Aires al Superior Gobierno.

Analicemos por un instante los argumentos expuestos. C o m o pue-de apreciarse, la Junta de Buenos Aires era interpretada como suprema autoridad política, y garante de las pretensiones plebeyas; de manera complementaria, el vocabulario político de los negros exhibe que la Jun-ta porteña era visualizada como referente exclusivo de identificación pa-triótica. Así, mientras la proclama que sirvió a la difusión del movimien-to insurrecto versaba, "Viva la patria, viva la unión y nuestra excelentísi-ma Junta del Río de la Plata y nuestra amable libertad. ¡Viva! ¡Viva!", otros testimonios subrayaron el perfil patriótico del movimiento. Mien-tras un testigo señaló que "querían juntarse para solicitar su libertad pa-ra lo cual querían ir a Buenos Aires a pedirla y servir a la Patria", o t ro rea-firmó la idea que los negros trataban de levantarse para "hacerse soldados para defender la patria".

C o s m o v i s i ó n pol í t i ca de los n e g r o s

¿A qué mundo de ideas habían accedido los negros? ¿Qué razones explican por qué aquel puñado de esclavos mendocinos optara por la in-surrección para ser libres, y postergar otras prácticas recurrentes como la compra de su libertad o la fuga?1 4

En rigor, la asociación entre lealtad a la Junta y libertad civil había impregnado la atmósfera provinciana desde los primeros tiempos revolu-cionarios, y había ganado vigor durante el t iempo de Cuaresma cuando los negros pretendieron asaltar el cuartel para exigir la libertad a sus amos y al gobierno. Para entonces, y en cumplimiento de la normativa oficial,

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el Prior fray Matías del Castillo impartió más de treinta sermones en el templo de Santo Domingo, y en los últimos nueve promovió la "obedien-cia al Superior Gobierno como legítima autoridad constituida a quien to-dos debíamos sujetarnos", instruyendo además sobre los derechos del hombre, el amor a la Patria, la soberanía de los pueblos y la l ibertad.1 5

Esta última categoría requirió de un desarrollo especial: Castillo explicó que la libertad en cuestión "no era la de conciencia, como persuadían los enemigos del sistema; sino puramente la civil". El sermón del domingo de Pascua fue aprovechado por el fraile para enfatizar ambas nociones,16 y según las fuentes, en aquella ocasión Castillo había exhortado a la "unión Fraternal, y vinculo de perfecta caridad con que todos debíamos estre-charnos entre nosotros mismos, Europeos y Americanos, y con nuestra amada Capital". A continuación, la prédica de Castillo recurrió a una me-táfora sugestiva para insistir sobre la necesidad de uniformizar la opinión y la lealtad a las autoridades constituidas al asimilar la obediencia a la ca-pital y al gobierno allí instituido con la obediencia de los hijos a su ma-dre esencial, la virgen María. Bajo ese registro religioso o sagrado la de-sobediencia patriótica podía ser interpretada entonces como un pecado ya que "cuantos se oponían al Gobierno de Buenos Aires eran tantos pu-ñales que traspasaban el corazón de la virgen".

C o m o puede advertirse, la prédica de Castillo permite identificar las mediaciones ejercidas por el personal eclesiástico en la difusión del lenguaje revolucionario,17 y no resultaría extraño postular que los negros insurrectos habían participado de las celebraciones litúrgicas en Santo Domingo. Varios de los testigos hicieron referencia a que ese lugar había servido de punto de reunión de los involucrados en la revuelta, y algunos de los esclavos de la orden se habían sumado a la frustrada empresa. No obstante, el vocabulario de los negros parece inscribirse en un registro se-cular o laico y no sagrado: los testimonios exhiben una completa ausen-cia de la simbología religiosa e incluso uno de ellos declaró no ser cristia-no. Los argumentos esgrimidos por los curas que fueron citados por las autoridades a raíz del conflicto tampoco refieren a cuestiones de fe. El fraile Matías del Castillo que un año antes había negado a un esclavo la carta de libertad sobre la base de las "dulces" condiciones del convento, consideró "justo" el reclamo;18 también el testimonio de Agustín Rom-bal, el rector de los predicadores, coincidió con ese juicio. En cambio, el testimonio del fraile dominico Domingo de la Xara Quemada, un con-ventuado de la Casa Grande de Santiago de Chile, y residente en Mendo-

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za, fue mucho más enfático, y estuvo lejos de eludir responsabilidades al confesar que no sólo había alentado el reclamo porque en Chile ya se ha-bía libertado a los negros, sino también porque

aborrece la servidumbre, y que si en su mano estuviera enseñar públicamente a todos los hombres sus derechos, a fin de que fuesen útiles a su Patria, y que con esto pensaba hacer un gran servicio al Presente Gobierno, (y) felices a los Americanos haciendo que sacudan el pesado yugo que hasta ahora los ha opri-mido.

A d h e s i ó n p a t r i ó t i c a , l i be r t ad civil y l eg i t imidad r e v o l u c i o n a r i a

La literatura histórica ha subrayado la creciente impugnación de la opinión ilustrada sobre la esclavitud, y no hay razón para dudar que la pretensión plebeya en Mendoza se convierta en síntoma revelador del cli-ma libertario que impregnó a todo el mundo hispánico. Sin embargo, la iniciativa de los esclavos y castas de color en el tiempo de Cuaresma de 1812 no resultó de ningún modo independiente del contexto político (y jurídico) en el cual se inscribió la causa en los meses que siguieron.

Los procedimientos judiciales muestran el complejo itinerario que adquirió la causa que como brasa caliente introducía no pocos dilemas en torno a la pena prescripta por las leyes ante semejante crimen. Esas per-plejidades se vislumbran con nitidez en el desarrollo del proceso al mo-mento de la sentencia que involucró de igual modo a los fiscales acusado-res que se sucedieron en ella, como en las estrategias argumentativas (ju-rídicas y políticas) diseñadas por quienes asumieron la defensa. Aunque el problema amerita un desarrollo específico que excede los marcos del presente trabajo, convendría atender al menos algunas notas distintivas en relación a la resolución última de la causa que no sólo liberó de culpa a los juzgados, sino que precipitó definitivamente la reforma del régimen miliciano en lo relativo a la población masculina esclava o negra.

Cabe señalar que el primero de los fiscales propuestos presentó sus excusas al gobierno después de confesar que no contaba con formación suficiente para hacerlo;19 esa función fue desempeñada luego por José Antonio Moreno quien después de haber pedido el riguroso presidio de los "esclavos delincuentes" por haber atentado contra el orden de justicia

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sostenido por los amos, las leyes y las Constituciones del Estado, solici-tó ser exonerado después de alegar que "desconocía las leyes". Un tercer fiscal clausuró esa etapa decisiva del proceso y bosquejó la acusación sin explicitar la pena. Pedro José Pelliza, que estudió leyes en San Felipe,20

hizo variaciones significativas en relación a su antecesor al evocar nocio-nes jurídicas de antiguo régimen que prescribían que "el castigo de críme-nes debía coincidir a la persona que lo comete", desechando por comple-to el argumento esgrimido por la defensa que apelaba al auxilio de los juzgados por "ser patriotas". Pelliza enfatizó que la pretensión de los es-clavos de recuperar la libertad merecía un castigo ejemplar para eludir las tentaciones de aquellos que quisieran emularlo concluyendo que el yugo de la esclavitud era acorde "al derecho común de gentes" y que por éste "los esclavos no pueden eximirse de la infeliz situación de esclavos".

Que la sustanciación del juicio exhibió el complejo tejido de nocio-nes y usos jurídicos de antiguo y nuevo régimen, lo atestiguan los argu-mentos vertidos por los dos letrados que asumieron la defensa. El prime-ro de ellos hizo hincapié en que la rusticidad de los acusados los había he-cho concebir que los amos habían usurpado la libertad concedida por el Superior Gobierno y que el delito a juzgar debía ser interpretado como de "entendimiento" y no de "hecho" dado que la conducta verificable se-gún los autos consistía simplemente en que sólo 19 de ellos se habían reu-nido desarmados en los bajos del Zanjón "embriagados por los vapores del vino" y alentados por el "fuego santo del Patriotismo". Ese argumen-to orientado claramente a disminuir la responsabilidad de los acusados se completó con otro no menos sugerente dedicado a homologar el ensayo libertario de los esclavos con el "ejercicio lícito del empleo de armas con-tra aquellos que se oponían a la libertad civil". Que la acción política de los negros correspondía ser ubicada en las coordenadas del patriotismo y de la libertad civil, que a esa altura vertebraba el lenguaje político más de-cididamente independentista, fue enfatizada por el segundo defensor de pobres que asumió la causa. Aunque desconocemos el origen del reem-plazo, y el perfil de los defensores, lo cierto es que el alegato de Joseph Obredor resultó simultáneo al decreto de la libertad de vientres resuelta por la Asamblea Soberana a comienzos de 1813, y al arribo del nuevo te-niente gobernador nombrado por el Triunvirato, Alejo Nazarre quien no tardó en promover la creación de la Sociedad Patriótica Literaria para discutir los más sagrados derechos del hombres.21 Ese nuevo contexto propició un giro copernicano al transformar decisivamente la calificación

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pública «le la conducta de los esclavos amparada en la legitimidad y justi-cia revolucionaria.

La conducta guardada por estos miserables se explicaba por el laudable obje-to de conseguir la libertad. Por ello se vieron inteligenciados por el eco dulce que formaron en sentimiento los papeles públicos de hallarse el hombre fuera del siglo del oprobio , esclavitud, despotismo y de poder consultar con la pren-da apetecible de la libertad. Escucharon providencias superiores prohibidas para el comercio de la naturaleza, y condición del hombre y como este es in-genioso en sus adelantamientos acomodaron el sentido y la ley a su estado ac-tual con el aditamento que el Gobie rno de Chile, combinado al nuestro, ya ali-vió los vientres, esto lo supieron y lo entendieron.

Esa suerte de genealogía que bosquejaba la elaboración intelectual y política puesta en marcha no ya por esclavos sino por individuos con nombre y apellido,22 hacía posible pensar que la violencia del proyecto no era por los "principios" en que se apoyaba sino por el modo en que lo conceptuaron que los eximía de culpabilidad. La eximición de cualquier pena se imponía entonces como "amplia indulgencia con equidad y justi-cia", y ésta adquiría mayor relieve si se la ubicaba en un contexto políti-co más amplio: allí, el defensor Obredor comparó la conducta de los ne-gros con las operaciones de Americanos y Españoles, que en Potosí y Oruro , habían encabezado "sucesos criminosos a la Patria", para concluir que a diferencia de aquellos ilustrados y "enemigos del Sistema", la ac-ción de estos "miserables" era digna de emular: las pocas evidencias reu-nidas en los autos ponían fuera de duda que el Patriotismo y la obedien-cia al Gobierno Superior habían motorizado sus pretensiones. Estas cua-lidades de ningún modo podían ser catalogadas como "delito" sino como "memorables estímulos no solo para el vulgo torpe y arrojado, sino tam-bién para los sensatos y de luces". Lejos de representar un acto criminal, la aspiración de ese puñado de esclavos era digna de admirar sobre todo porque las disposiciones del gobierno no habían aliviado su condición si-no que solo habían dulcificado "sus amarguras con la esperanza plausible de que sus hijos, y sus hermanos obtendrán el goce de la Libertad".

Obredor sumó más argumentos a la defensa con el propósito ya no de reforzar el carácter virtuoso del comportamiento de los acusados, sino para interpretarla a la luz de una tradición jurídica radicalmente distinta a la que hasta entonces había enmarcado la causa. Primero int rodujo al-gunas célebres nociones jurídicas que sustentaban el nuevo régimen: "To-

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do el mundo es igual, es independiente, mucho más el hombre que no co-noce distinción"; esos conceptos servían para rebatir las tradiciones de antiguo régimen "(que) habían alterado la humana naturaleza dividiéndo-la en noble y plebeya, rica y pobre". Ese razonamiento que ponía escena los preceptos liberales como legitimadores de la nueva justicia que debía evaluar la conducta de sus defendidos, hacía necesario impugnar concre-tamente el Derecho de gentes en cuanto había constituido la tradición ju-rídica a partir de la cual el fiscal había organizado la acusación.

El Fiscal da la razón de diferencia de nuestros derechos y de los esclavos, y es-grime que los esclavos constituidos en servidumbre por derecho de gentes no pueden por esto eximirse de la infeliz situación de esclavos. Ah! Derecho de gentes maldito, y detestado aun por las naciones incultas y bárbaras; Derecho de gentes ratificado por tiranos; Derecho de Gentes que justificó la conquista.

Esa toma de posición hacía previsible recurrir a tradiciones jurídi-cas previas al sustrato normativo que impugnaba: la tradición romana, más precisamente el derecho Justiniano, resultó efectivo para reubicar el concepto de servidumbre al aparecer vinculado a los prisioneros de gue-rra "puestos en servidumbre por consideración de Paz para evitar inva-siones y hostilidades de los propios hombres". Pero ese no era el caso de los negros sublevados para exigir su libertad y sumarse a los regimientos para defender la Patria.

Esa evidencia hacía necesario diseñar un argumento político distin-to amparado en la experiencia de militarización de los negros previa a la Revolución de 1810. Sugestivamente el argumento de Obredor no se re-trotrajo a la práctica miliciana de los negros libres por cesión o por com-pra que había moldeado el régimen de milicias del orden antiguo. El de-fensor instituyó 1806 como punto de partida de una genealogía política y patriótica alucinante sin pretensiones esencialistas. Después de insistir en que "la solicitud de los estos desdichados la encaminaron por las sendas de la razón, moderación y decoro a las autoridades", Obredor concluyó que los negros no sólo merecían la libertad por el mérito adquirido, sino porque "han sabido desempeñar sus misiones en la Causa Sagrada de la Patria con virtud, constancia y heroísmo desde la entrada Inglesa, hasta la última acción del Tucumán". Todas estas razones justificaban plenamen-te ser declarados libres con el fin integrarlos a los regimientos patriotas en franca sintonía con la carta gaditana que preveía la obtención de la ciuda-

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BEATRIZ BRAGONI

dama española por parte de la población afroamericana por servicios a la Patria. Finalmente, el argumento de la defensa fue correlativo a la deci-sión del Tribunal que ordenó liberar a los reos y enviarlos a Buenos Ai-res para engrosar las filas del batallón de libertos. Aunque no se ha loca-lizado ninguna evidencia que atestigüe el impacto político del episodio mendocino, dos meses más tarde la Asamblea Soberana autorizó al Eje-cutivo el rescate de esclavos para engrosar los ejércitos revolucionarios, un dispositivo clave que habría de utilizar San Martín a partir de 1815 cuando dispusiera la leva de un tercio de la esclavatura de la jurisdicción cuyana a los efectos de atemperar el malestar de los amos, y obtener su beneplácito para integrarlos al ejército de los Andes en los batallones de infantería sin dar lugar a la mezcla de "castas" que había intentado reali-zar. Que ese resultado había desviado la intención uniformizadora origi-naria del jefe del ejército, dio cuenta el mismo San Martín en una carta que envió al director Pueyrredón en los siguientes términos:

"El único inconveniente que ha ocurrido en la práctica de este proyecto a fin de reanimar la disciplina de la infantería cívica de esta Ciudad, es la imposibi-lidad de reunir en un solo cuerpo las diversas castas de blancos y pardos. En efecto, el deseo que me anima de organizar las tropas con la brevedad y bajo la mayor orden posible, no me dejó ver por entonces que esta reunión sobre impolítica era impracticable. La diferencia de castas se ha consagrado a la edu-cación y costumbres de casi todos los siglos y naciones, y sería quimera creer que por un t rastorno inconcebible se llamase el amo a presentarse en una mis-ma línea con su esclavo. Esto es demasiado obvio, y así es que seguro de la aceptación de S.E., he dispuesto que permaneciendo por ahora las dos compa-ñías de blancos en el estado que tienen hasta que con mejor opor tunidad se ha-ga de ellas las innovaciones y mejoras de que son susceptibles, se forme de só-lo la gente de color así libre como sierva, un batallón bajo este arreglo; que las compañías de granaderos y primera de las sencillas se llenen primeramente de los libres con la misma dotación de oficiales que tiene y que la segunda, terce-ra y cuarta la formen los esclavos. De este modo, removido todos obstáculo, se lograrán los mejores electos". 23

P a l a b r a s f inales

¿A qué imágenes nos enfrentan las evidencias aquí reunidas? ¿En qué medida ellas habilitan a interrogar las características de la cultura po-lítica plebeya en tiempos de revolución?

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ESCLAVOS INSURRECTOS EN TIEMPOS DE REVOLUCIÓN

Conviene considerar las situaciones que alimentaron y sostuvieron las convicciones patrióticas de los negros. Sin duda el arribo del "foraste-ro" venido de Chile, el negro libre Joaquín, y las noticias sobre la acele-ración del debate político a favor de las libertades de los sectores plebe-yos en ambas orillas del mundo hispánico, se convirtieron en evidencias contundentes para que los esclavos reunidos en la red rebelde pusieran en marcha una estrategia colectiva para modificar su status jurídico y obte-ner la libertad civil. También resulta evidente que esa estrategia utilizó los recursos jurídicos y políticos disponibles, y quizá el matiz distintivo de esa elaboración política haya consistido en que la Junta de Buenos Aires fuera percibida por aquel puñado de esclavos mendocinos como garantía institucional para sostener la justicia del reclamo. El carácter fragmenta-rio de los testimonios no impide considerar que el lenguaje y las prácti-cas políticas de los negros insurrectos daban cuenta de cómo habían in-terpretado esa compleja y sofisticada red conceptual jurídica y política que sintetizan los preceptos liberales, generalmente conocidas a través de las encendidas polémicas referidas al mundo de las elites. En torno a ello, el caso revisado exhibe sin matices no sólo las formas en que el vocabu-lario revolucionario había alcanzado una difusión inusitada en los confi-nes del antiguo imperio a través de canales informales, sino también (y sobre todo) de la manera en que éste sirvió para impugnar el orden social y político existente.

Por cierto, esas convicciones o creencias no resultaban inescindi-bles ni del contexto político inmediato en el cual los negros diseñaron una estrategia destinada a modificar de cuajo su condición jurídica, ni tampo-co la cosmovisión política se distanciaba demasiado de los preceptos doc-trinarios que desde el siglo XVIII impugnaban la esclavitud. C o m o ha se-ñalado Silvia Mallo, la noción de libertad y la experiencia libertaria de los esclavos en el Río de la Plata era una práctica regular aunque sujeta a si-tuaciones específicas; no obstante, lo distintivo del caso mendocino pare-ce estar dado en el carácter político de un reclamo bosquejado en grupo el cual resulta directamente vinculado con la irrupción de una nueva jus-ticia y legitimidad revolucionaria.

Los dictámenes de los fiscales y defensores nos enfrentan concre-tamente con esc pulso disruptivo disparado con la revolución, y que obli-ga a enfrentar el derecho vigente -e l derecho de gentes-, y anteponer uno anterior con el propósito de utilizar el vector patriótico y guerrero como argumento legítimo para atemperar el castigo a los reos; sin embargo, la

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apelación al derecho romano o Justiniano si resulta eficaz para ubicar rei-vindicar el accionar de los negros en las coordenadas del republicanismo clásico, es la historia política rioplatense reciente - l a experiencia milicia-na iniciada en 1806 en la capital virreinal- la que permite al defensor ro-bustecer o enfatizar el vector patriótico y libertario como argumento de-cisivo de la justicia del reclamo de los negros.

N o t a s

* Una versión preliminar fue presentada en el XV Congreso Internacional A H I L A , Leí den 2008. 1. La literatura es abundante, remito a título de ejemplo, Claudia MOSQUERA, Mauricio PANDO, Odile HOFFMAN (eds.) Afrodescendientes en las Américas. Trayectorias sociales e identitarias, Colombia, Universidad Nacional de Colombia / ICAH/IRD/ILSLA, 2302; O'PHELAN GODOY, Scarlett, "Una inclusión condicional: Indios Nobles, indios del co-mún, esclavos y castas de color entre la rebelión de Túpac Amaru y la Independencia", BRAG;ONI, Beatriz y MATA, Sara (comp), Entre la colonia y la república: rebeliones, insur-gencias y cultura política en América del Sur, Buenos Aires, Prometeo, 2009. 2. Halperin DONGHI , T u l i o . "Militarización revolucionaria en Buenos Aires", en HALPE-RLN T. (comp) El ocaso del orden colonial en Hispanoamérica, Buenos Aires, Sudamerica-na, 1978 y Guerra y finanzas en los orígenes del Estado argentino (1791-1850), Buenos Ai-res, Prometeo, 2005 ( I o edición 1982); DI MEGLIO, Gabriel, Soldados de la Revolución. Las tropas porteñas en la guerra de independencia, 1819-1820, Anuario I E H S , Tandil, n° 18, 2004, pp. 39-65. 3. José Luis MASINI, La esclavitud negra en San Juan y San Luis. Época independiente, Re-vista de Historia Americana y Argentina, Año IV, n° 7 y 8, Facultad de Filosofía y Letras-U N C u y o , 1962/3, pp. 177-210 y La esclavitud en Mendoza. Época independiente, MEN-DOZA, D ' A C C U R Z I O , 1962; Jorge COMADRAN RUIZ, Cuyo y la formación del ejército de los Andes. Consecuencias socio-económicas, Congreso Internacional Sanmartiniano, Bue-nos Aires, 1978 y Las milicias regladas de Mendoza y su papel en el Ejercito de los Andes, Diario Mendoza, julio 1979. 4. Silvia C. MALLO, La libertad en el discurso del Estado, de amos y esclavos, 1780-1830, Revista de Historia de América, México, I P G H , n° 112, julio-diciembre 1991, pp. 121-146. 5. Ana FREGA, LOS caminos de la libertad en tiempos de revolución. Los esclavos en la Pro-vincia Oriental Artiguista, 1815-1820, Arturo BENTACUR, Alex BOMCHI y Ana FREGA, compiladores, Estudios sobre la cultura afro-rioplatense. Historia y presente. Montevideo, Dpto. Publicaciones, F H C E , 2004, pp. 45-66. 6. Pilar GONZALEZ BERNALDO, Vida privada y vínculos comunitarios: formas de sociabi-lidad popular en Buenos Aires, primera mitad del siglo X I X , F. DEVOTO y M . MADERO (directores), Historia de la vida privada en la Argentina, Tomo I, Buenos Aires, Taurus, 1999, pp. 147-169; Miguel Angel ROSAL, Africanos y afrodescendientes en el Rio de la Pla-ta, siglos XVIII-XIX, Buenos Aires. Dunken, 2009.

7. ARCHIVO GENERAL DE LA N A C I Ó N , Sala IX. Tribunales: 2 6 3 - 4 (en adelante A G N ) .

8. Guillermo FELIÚ CRUZ. La abolición de la esclavitud en Chile. Santiago, Editorial Uni-versitaria, 1973.

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ESCLAVOS INSURRECTOS EN TIEMPOS DE REVOLUCION

9. Diario de Manuel Antonio Talavera, cit. en Diego Barros Arana, Historia General de Chile, Tomo VIII, Santiago, Editorial Universitaria, 2005, p. 313 (2°edíción). 10. Beatriz BRAGONI, San Martin. De soldado del Rey a héroe de la nación. Buenos Aires, Sudamericana, 2010. 11. Es probable que esta haya sido la interpretación del decreto expedido por el Triunvira-to que prohibía la trata o introducción de nuevos esclavos declarando a éstos libres una vez ingresados a la jurisdicción de las Provincias Unidas (9 de abril de 1812). 12. La Aurora de Chile. Periódico Ministerial y Político, 13 de febrero de 1812, N° 1. Sec-ción Noticias sacadas del periódico inglés Times, Coronación Del Rey negro de Haytí (alias). Isla de Santo Domingo. 13. LINEBAUGH, Meter y REDIKER, Marcus. La Hidra de la Revolución. Marineros, escla-vos y campesinos en la historia oculta del Atlántico, Barcelona, Crítica, 2C05. Especialmen-te Capítulo VII (1o edición en inglés 2000). 14. Véase, SAGUIER, Eduardo. "La fuga esclava como resistencia rutinaria y cotidiana en el Buenos Aires del siglo XVIII", Revista de Humanidades y Ciencias Sociales, 2a época, vol. 1, n° 2, Santa Cruz de la Sierra, Universidad Autónoma Gabriel Rene Merca, diciembre de 1995, pp. 115-184; Ana FREGA, Los caminos de la libertad. Op. cit. 15. AGN- Sala X, 5-5-2. Véase, VERDÓ, Genevieve. "El escándalo de la risa, o las parado-jas de la opinión en el período de la emancipación rioplatense", GUERRA F. X. y LAMPE-RIERE et alli., Los espacios públicos en Iberoamérica. Ambigüedades y problemas. Siglos XVIII-XIX, México, FCE, 1998, pp. 225-269. 16. La pedagogía cívica del presbítero dialoga sugestivamente con la prosa que Bernardo Monteagudo dedicara a la distinción entre Libertad natural y libertad civil, publicados en los números 24, 25 y 26 del 14,21 y 28 de febrero de 1812 de la Gazeta Ministerial de! Go-bierno de Buenos Aires. 17. Tulio HALPERIN DONGHl, Tradición política española e ideología revolucionaria de ma-yo, Buenos Aires, CEAL, 1988 (1a edición, 1963); Peire, Jaime. El Taller de los Espejos. Iglesia e Imaginario 1767-1815, Buenos Aires, Claridad, 2000; CLAVO, Nancy et alli. Los curas de la Revolución. Vidas de eclesiásticos en los orígenes de la Nación, Buenos Aires, Emece, 2002; PELAGATTI, Oriana, La iglesia durante la revolución en Mendoza. Las trayec-torias de los Pbros. Domingo García y Lorenzo Guiraldez, VIII Jornadas Interescuelas de Historia, Salta, 2001.

18. En el estudio de Silvia Mallo figura la negativa del fraile Matías del Castillo de otorgar la carta de libertad del esclavo Fernando Guzmán quien definió la esclavitud como "mise-rable estado" aunque preservándola en virtud la "libertad de hecho" y las "dulces" condi-ciones otorgadas por el convento. Véase, MALLO, Silvia. "La libertad en el discurso del Es-tado, de amos y esclavos, 1780-1830", Revista de Historia de América, México, IPGH, n° 112, julio-diciembre 1991, pp. 121-146. 19. El que presentó sus excusas fue Pedro Nolasco Ortiz, nacido en Mendoza, hijo de Ber-nardo Ort iz y María del Carmen Correas, se trasladó a Santiago a estudiar Derecho en 1804 donde realizó práctica forense por lo que la Real Audiencia expidió su título de abo-gado en 1811. 20. Había sido Alcalde de Primer Voto enrolándose en las filas contrarias al sector más de-cididamente a favor de la Junta de Buenos Aires siendo depuesto de su cargo. Había estu-diado filosofía y teología en Córdoba y en 1795 pasó a Santiago donde estudió leyes has-ta recibirse de abogado. Ejerció en Mendoza desde 1803. 21. El dictamen del defensor está fechado en febrero de 1813, momento que coincide con la libertad de vientres, Convendría recordar además la incorporación de diputaciones pro-

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vincules a la soberana Asamblea, y que la representación mendocina recayó en la figura de Bernardo Monteagudo. La intención de formar la asociación quedó registrada en una no-ta dirigida por Juan de la Cruz Vargas al gobernador Nazarre (8 de enero de 1813). Archi-vo General de la Provincia de Mendoza Independiente, Gobierno 235, 1. 22. Resulta sugestivo advertir la mutación en la nominación de los negros por parte del de-fensor que remplaza la identificación de "esclavo de" por otra que los individualiza con el nombre de pila y el apellido del amo. 23. José Luis MASINI CALDERON, La esclavitud negra en Mendoza, op. cit. p. 24.