Beauvoir Simone - Una Muerte Muy Dulce

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    Una muerte muy dulce

    Ttulo original: Une mort trs douce

    Primera edicin en Mxico: agosto de 2002 1964, Simone de Beauvoir 2002, Editorial Sudamericana, S.A.

    Humberto I 531, Buenos Aires

    1975, por la traduccin, Mara Elena Santilln

    ISBN: 950-07-2279-8Impreso en Mxico

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    No entres con tranquilidad en esta buenanoche. La vejez debera arder de furia, alcaer el da; rabia contra la muerte de laluz.

    DYLAN THOMAS

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    El jueves 24 de octubre de 1963, a las cuatro de la tarde, me encontrabaen Roma en mi cuarto del hotel Minerva; tena que volver en avin al dasiguiente y estaba arreglando papeles cuando son el telfono. Bost mellamaba desde Pars. "Su madre tuvo un accidente", me dijo. Pens: la haatropellado un auto. Al alzarse dificultosamente de la calzada a la vereda,

    apoyada en su bastn, un auto la habra atropellado. "Se ha cado en el bao;se ha roto el cuello del fmur", me dijo Bost. Viva en el mismo edificio queella. La vspera, hacia las diez de la noche, cuando suba la escalera con Olga,advirtieron tres personas que les precedan: una mujer y dos vigilantes. "Esentre el segundo y el tercero", deca la mujer. Le haba ocurrido algo a laseora de Beauvoir? S. Una cada. Durante dos horas se haba arrastrado porel piso hasta alcanzar el telfono; haba pedido a una amiga, la seora Tardieu,que hiciera saltar la puerta. Bost y Olga haban acompaado al grupo hasta eldepartamento. Encontraron a mam tirada en el suelo con su batn deterciopelo cotel rojo. La doctora Lacroix, que vive en la casa, diagnostic una

    ruptura del cuello del fmur; transportada al servicio de urgencia del hospitalBoucicaut, mam haba pasado la noche en una sala colectiva. "Pero la llevo ala clnica C. -me dijo Bost-. All opera uno de los mejores cirujanos de huesos,el profesor B. Ha protestado, tena mucho miedo que le costara a usteddemasiado. Pero he logrado convencerla."

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    Pobre mam! Haba almorzado con ella a mi vuelta de Mosc, cincosemanas antes; como siempre, estaba demacrada. Hubo una poca, no muylejana, en que ella se jactaba de no aparentar su edad; ahora era imposibleequivocarse: era una mujer de setenta y siete aos, muy gastada. La artrosisde cadera que se le haba declarado despus de la guerra empeoraba cadaao, aun con las curas en Aix-les-Bains y los masajes; tardaba una hora en dar

    vuelta a la manzana. Dorma mal, y sufra a pesar de las seis pastillas deaspirina que tomaba por da. Desde haca dos o tres aos, sobre todo desde elinvierno pasado, siempre la vea con esas ojeras violetas, esa nariz contrada,esas mejillas hundidas. Nada grave, deca su mdico, el doctor D.; trastornosdel hgado, pereza intestinal: recetaba algunas drogas, y dulce de tamarindocontra la constipacin. No me sorprend aquel da que se sinti "achacosa"; loque me apen es que hubiera pasado un verano malo. Hubiera podidoveranear en un hotel o en un convento que aceptara pensionistas. Pero ellaesperaba ser invitada, como todos los aos, a Meyrignac, por mi prima Jeanne,o a Scharrachbergen, donde viva mi hermana. Las dos tuvieron

    inconvenientes. Ella se qued en un Pars vaco y lluvioso. "Yo, que nuncatengo cafard, lo tuve", me dijo. Felizmente, poco tiempo despus de mi visita,mi hermana la recibi en Alsacia durante dos semanas. Ahora sus amigasestaban en Pars, y yo volva; sin esa fractura, sin duda la hubiera encontradoremozada. Tena el corazn en excelente estado, una tensin de mujer joven:nunca tem un accidente brutal para ella.

    La llam por telfono a la clnica, a eso de las seis. Le anunciaba mivuelta, mi visita. Me contest con voz insegura. El profesor B. tom elauricular, la operara el sbado por la maana. "Me has dejado dos meses sincarta!", me dijo cuando me acerqu a su cama. Protest: nos habamos vuelto

    a ver, le haba escrito desde Roma. Me escuch con aire incrdulo. Tena lafrente y las manos ardiendo; la boca un poco torcida articulaba con dificultad yen su mente haba una nebulosa. Sera por efecto del shock? O por elcontrario, la cada habra sido provocada por un pequeo ataque? Siemprehaba tenido un tic. (No, no siempre, pero desde haca mucho tiempo. Desdecundo?) Guiaba los ojos, levantaba las cejas, arrugaba la frente. Durante mivisita, esta agitacin no par un instante. Y cuando caan, sus prpados lisos yarqueados cubran completamente las pupilas. Pas el doctor J., un asistente:la operacin era intil; ya que el fmur no se haba desplazado, con tres mesesde reposo volvera a soldarse. Mam pareci aliviada. Cont,

    desordenadamente, su esfuerzo para alcanzar el telfono, su angustia, lagentileza de Bost y Olga. La haban llevado a Boucicaut en batn, sin ningnequipaje. A la maana siguiente, Olga le haba llevado artculos de tocador,agua de colonia, una linda bata de cama de lana blanca. A su agradecimiento,Olga haba respondido: "Pero, seora, es por afecto". Con un aire soador yconcentrado, mam repiti varias veces: "Me dijo: es por afecto".

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    "Pareca tan confundida por molestar, tan absolutamente agradecida de loque se haca por ella: parta del corazn", me dijo Olga esa noche. Me hablcon indignacin del doctor D. Enojado porque se llam a la doctora Lacroix,haba rehusado pasar a ver a mam a Boucicaut el jueves. "Me qued veinteminutos colgada a su telfono -me dijo Olga-. Despus de ese shock, despusde la noche en el hospital, su madre hubiera necesitado que su mdico la

    confortara. No quiso saber nada." Bost no crea que mam hubiera tenido unataque: cuando la haba levantado estaba un poco perdida, pero lcida. Sinembargo, dudaba que se restableciera en tres meses: una ruptura del cuellodel fmur no es grave; pero la larga inmovilidad provoca escaras que, en losancianos, no se cicatrizan. La posicin acostada fatiga los pulmones: elenfermo atrapa una pulmona que lo vence. Me conmov poco. A pesar de suinvalidez, mi madre era slida. Y, al fin de cuentas, tena edad de morir.

    Bost haba prevenido a mi hermana, con quien tuvo una largaconversacin telefnica: "Me lo esperaba!", me dijo. En Alsacia habaencontrado a mam tan envejecida, tan debilitada, que le haba dicho a Lionel:

    "No pasar el invierno". Una noche mam tuvo un violento dolor abdominal:estuvo a punto de pedir que la llevaran al hospital. Pero a la maana siguienteestaba repuesta. Y cuando la llevaban en auto, "encantada, arrebatada" -comoella deca- de su estado, haba recuperado su fuerza y su alegra. Sin embargo,a mediados de octubre, diez das antes de su accidente, Francine Diato haballamado a mi hermana: "Acabo de almorzar en casa de su madre. La encontrtan mal que quise advertirle". De vuelta a Pars bajo un falso pretexto, mihermana haba acompaado a mam a ver a un radilogo. Despus deexaminar los negativos, su mdico haba afirmado categricamente: "No haypor qu inquietarse. En el intestino se ha formado una especie de bolsa, una

    bolsa fecal, que hace difcil la evacuacin. Y adems su madre comedemasiado poco, lo que puede acarrear carencias: pero no est en peligro". Leaconsej a mam alimentarse mejor y le recet nuevos remedios, muyenrgicos. "Sin embargo yo estaba inquieta", me dijo Poupette. "Supliqu amam que tomara una acompaante para la noche. Nunca quiso: unadesconocida durmiendo en su casa, no soportaba esa idea." Convinimos conPoupette que ella volvera a Pars dos semanas ms tarde, en el momento enque yo iba a salir para Praga.

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    A la maana siguiente, la boca de mam segua deformada y su diccinconfusa; sus largos prpados le velaban los ojos, y las cejas se movan. Elbrazo derecho, que se haba quebrado veinte aos antes al caer de la bicicleta,haba soldado mal; su reciente cada le haba inutilizado el brazo izquierdo:apenas poda moverlo. Afortunadamente la cuidaban con minuciosa solicitud.El cuarto daba sobre un jardn, lejos de los ruidos de la calle. Haban

    desplazado la cama, colocndola a lo largo del tabique, paralela a la ventana,de manera que el telfono, fijo en la pared, le quedaba al alcance de la mano.Con el busto sostenido por almohadas, estaba casi sentada: los pulmones nose fatigaran. Su colchn neumtico, conectado a un aparato elctrico, vibrabay la masajeaba: de este modo se evitaran las escaras. Todas las maanas,una kinesiloga le haca ejercitar las piernas. Los peligros sealados por Bostparecan conjurados. Con voz medio dormida, mam me dijo que una mucamale cortaba la carne, le ayudaba a comer, y que las comidas eran excelentes.En cambio, en Boucicaut le haban servido morcilla con papas! "Morcilla paralas enfermas!" Hablaba con ms soltura que la vspera. Recordaba las dos

    horas de angustia cuando se arrastraba por el suelo, preguntndose si lograraalcanzar el cable del telfono para hacer correr hasta ella el aparato. "Un da ledije a la seora Marchand, que tambin vive sola: Felizmente, est eltelfono." Ella me contest: "Pero hay que poder alcanzado". Con tonosentencioso mam repiti varias veces estas ltimas palabras; luego agreg:"Si no lo hubiera logrado, estaba lista".

    Hubiera podido gritar suficientemente fuerte para ser oda?Indudablemente no. Me imaginaba su angustia. Ella crea en el cielo; pero apesar de su edad, de sus achaques, de sus malestares, estaba salvajementeaferrada a la tierra y senta por la muerte un horror animal. Haba contado a

    mi hermana una pesadilla que se repeta con frecuencia: "Me persiguen. Corro,corro, me doy contra un muro; tengo que saltar ese muro, y no s lo que haydetrs; tengo miedo". Le haba dicho tambin: "La muerte en s no me asusta:tengo miedo del salto". Mientras se arrastraba sobre el piso crey que haballegado el momento de saltar. Le pregunt: "Debes haberte golpeado alcaer?" "No, no me acuerdo. Ni siquiera me dola." Entonces ha perdido elconocimiento, pens. Ella recordaba haber sentido un vrtigo; agreg quealgunos das antes, despus de haber tomado uno de los nuevosmedicamentos, haba sentido que le flaqueaban las piernas: apenas habatenido tiempo de recostarse en el divn. Mir con desconfianza los frascos que

    se haba hecho traer de la casa -junto con otros objetos- por nuestra primamenor, Marthe Cordonnier. Insista en continuar el tratamiento: seraoportuno?

    El profesor B. fue a verla al anochecer. Lo segu en el pasillo: una vezrestablecida, me dijo, mi madre no caminara peor que antes: "Podr proseguircon su pequea vida". No crea l que hubiera sufrido un sncope? No creanada. Pareci desconcertado cuando le previne que sufra de trastornosintestinales. Boucicaut haba sealado una ruptura del cuello del fmur y l sehaba atenido a eso. La hara examinar por un clnico. "Volvers a caminarexactamente como antes -dije a mam-o Podrs retomar tu vida." "Ah! No

    volver a poner los pies en ese departamento. No quiero verlo ms. Nunca.Por nada del mundo!"

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    Ese departamento: Se enorgulleca tanto de l! Le haba tomado ojerizaal de la calle de Rennes, que mi padre envejecido e hipocondraco llenaba deestallidos de mal humor. Despus de su muerte -seguida de cerca por la deabuelita- haba querido romper con sus recuerdos. Algunos aos antes, una desus amigas se haba instalado en un ateliery mam se haba deslumbrado conese modernismo. Por razones conocidas por todos, en el ao 1942 se

    encontraba fcilmente dnde vivir, y ella pudo realizar su sueo: alquil undplex en la calle Blomet. Vendi el escritorio de peral oscuro, el comedorEnrique II, la cama nupcial, el piano de cola; conserv los dems muebles y unpedazo de la vieja alfombra roja. Colg en las paredes cuadros de mi hermana.En su cuarto coloc un divn. Entonces suba y bajaba alegremente la escalerainterior. En realidad, no me pareca muy alegre el lugar: situado en unsegundo piso, entraba poca luz a pesar de los grandes ventanales. En laspiezas de arriba -dormitorio, cocina, bao- siempre estaba oscuro. All sequedaba mam desde que cada peldao de la escalera le arrancaba unquejido. En veinte aos, las paredes, los muebles, la alfombra, todo se haba

    ensuciado y gastado. Mam haba considerado la posibilidad de internarse enuna casa de reposo cuando, en 1960, el edificio haba cambiado de dueo y sehaba credo amenazada con la expulsin. No haba encontrado nada que leconviniera, y por otra parte se haba apegado a su casa. Se enter de que notenan derecho a echarla y se qued en la calle Blomet. Pero ahora, sus amigasy yo bamos a buscarle un retiro agradable donde se instalara en cuantoestuviera curada: "Nunca volvers a la calle Blomet, te lo prometo", le dije.

    El domingo tena todava los ojos semicerrados, la memoria entorpecida ylas palabras le caan de la boca en gotas pastosas. Nuevamente me describisu "calvario". Algo sin embargo la reconfortaba: que la hubieran transportado

    a esa clnica cuyas virtudes sobreestimaba. "En Boucicaut, me hubieranoperado ayer! sta parece que es la mejor clnica de Pars." Y como para ella elplacer de aprobar no estaba completo si no se duplicaba con una condena,agregaba haciendo alusin a un establecimiento vecino: "Es mucho mejor quela clnica G. Me han dicho que la clnica G. no es nada buena".

    "Hace mucho tiempo que no dorma tan bien", me dijo el lunes. Habarecuperado su rostro normal, una voz clara y sus ojos vean. Sus recuerdosestaban en orden. "Habr que mandar flores a la doctora Lacroix." Le prometocuparme. "y los agentes?, no hay que darles algo? Los he molestado." Mecost disuadirla. Se apoy sobre la almohada, me mir a los ojos y me dijo con

    decisin: "Mira, he abusado; me he fatigado demasiado: he llegado a la puntadel ovillo. No quera admitir que estaba vieja. Pero hay que saber mirar lascosas de frente; dentro de pocos das cumplir 78 aos, es mucha edad. Deboreorganizarme de acuerdo con eso. Voy a doblar una pgina".

    La mir con admiracin. Durante mucho tiempo se haba obstinado enconsiderarse joven. Un da replic con voz enojada a una frase poco feliz de suyerno: "Ya s que soy una vieja, y me resulta bastante desagradable: noquiero que me lo recuerden". De pronto, emergiendo de las brumas en quehaba flotado durante tres das, ella encontraba fuerza para afrontar, lcida yresuelta, sus setenta y ocho aos. "Voy a doblar una pgina."

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    Haba doblado la pgina con sorprendente coraje despus de la muerte demi padre. Haba sufrido un violento dolor. Pero no se haba hundido en supasado. Aprovech su libertad devuelta para construirse una existenciaconforme con sus gustos. Pap no le haba dejado nada y ella tena cincuenta ycuatro aos. Rindi exmenes, sigui cursos y obtuvo un certificado que lepermiti trabajar como ayudante de bibliotecario en los servicios de la Cruz

    Roja. Volvi a aprender a andar en bicicleta para ir a su trabajo. Despus de laguerra, pensaba ocuparse de costura a domicilio. En ese momento meencontr en condiciones de ayudarla. Pero el ocio no la convenca. vida devivir por fin a su gusto, se haba inventado una cantidad de actividades. Sehaba ocupado sin remuneracin de la biblioteca de un preventorio en losalrededores de Pars, luego de un crculo catlico de su barrio. Le gustabamanejar los libros, forrados, clasificados, fichados, dar consejos a los lectores.Estudiaba alemn, italiano, practicaba su ingls. Bordaba en los talleres,participaba en ventas de caridad, asista a conferencias. Se haba hecho ungran nmero de amigas nuevas: tambin haba reanudado viejas relaciones

    que mi padre, taciturno, haba alejado. Las reuna alegremente en sudepartamento. Haba podido satisfacer al fin uno de sus deseos msobstinados: viajar. Luchaba palmo a palmo contra el anquilosamiento que leendureca las piernas. Fue a visitar a mi hermana a Viena y a Miln. En verano,trotaba por las calles de Florencia y de Roma. Visitaba los museos de Blgica yde Holanda. Casi paraltica, estos ltimos tiempos haba renunciado a recorrerel mundo. Pero cuando sus amigos o sus primos la invitaban al campo o a laprovincia, nada la detena: no titubeaba en hacerse alzar al tren por el guarda.Su mayor placer era andar en auto. Recientemente Catherine, su sobrinanieta, la llev una noche a Meyrignac en un Citron, ms de 450 kilmetros y

    baj del auto fresca como una flor.Su vitalidad que maravillaba y su valenta merecan mi respeto. Por qu,en cuanto recuper la palabra, pronunciaba frases que me dejaban helada? Alevocar la noche de Boucicaut, deca: "Sabes cmo son las mujeres del pueblo:gimen. En los hospitales las enfermeras no trabajan ms que por el dinero.Entonces...". Eran frases de rutina, mecnicas como la respiracin, pero noobstante animadas por la conciencia: imposible orlas sin incomodarme. Meentristeca el contraste entre la verdad de su cuerpo sufriente y las tonterasque llenaban su cabeza.

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    La kinesiloga se acerc a la cama, retir la sbana y tom la piernaizquierda de mam, que con el camisn abierto, exhiba con indiferencia suvientre arrugado, replegado en minsculas arrugas, y su pubis calvo. "Ya notengo ningn pudor", dijo con tono de sorpresa. "Tienes razn", le dije. Perome di vuelta y me absorb en la contemplacin del jardn. Ver el sexo de mimadre me haba producido un shock. Ningn cuerpo exista menos para m, ni

    exista ms. De nia lo haba querido; adolescente, me haba inspirado unainquieta repulsin; es clsico y me pareca normal que hubiera conservado esedoble carcter repugnante y sagrado: un tab. A pesar de eso me asombr laviolencia de mi desagrado. El despreocupado consentimiento de mi madre loagravaba; renunciaba a las prohibiciones, a las consignas que la habanoprimido durante toda su vida; yo la aprobaba. Slo que ese cuerpo, reducidode pronto por esa renuncia a no ser sino cuerpo, no era ya diferente de undespojo: pobre esqueleto sin defensa, palpado, manipulado por las manosprofesionales, en el que la vida pareca prolongarse slo por una estpidainercia. Para m, mi madre siempre haba existido y nunca haba pensado

    seriamente que la vera desaparecer un da cercano. Su fin se situaba, como sunacimiento, en un tiempo mtico. Cuando yo me deca: tiene edad de morir,eran palabras vacas, como tantas otras. Por primera vez perciba en mi madreun cadver en cierne.

    A la maana siguiente fui a comprar los camisones pedidos por lasenfermeras: cortos, porque si no se forman pliegues bajo las nalgas queprovocan las escaras. "Quiere usted camisolas?, baby dolls?", mepreguntaban las vendedoras. Yo palpaba esas prendas tan frvolas como susnombres, de tonos suaves, sedosas, hechas para cuerpos jvenes y alegres.

    Era un hermoso da de otoo, con cielo azul: yo caminaba a travs de unmundo color de plomo y me di cuenta de que el accidente de mi madre meafectaba mucho ms de lo que haba previsto. No saba muy bien por qu. Lahaba arrancado de su marco, de su papel, de las imgenes fijas en las que yola aprisionaba. La reconoca en la enferma, pero no reconoca la piedad ni lasuerte de confusin que suscitaba en m. Termin por decidirme por camisones"tres cuartos" rosas, con pintas blancas. El doctor T., encargado de vigilar elestado general de mam, fue a verla durante mi visita. "Parece que ustedcome muy poco?" "Este verano estuve deprimida. No tena ganas de comer.""Le aburra cocinar?" "Quiero decir, me preparaba unos ricos platos y luego ni

    los tocaba." "Ah!, entonces no era pereza, usted se preparaba una ricacomida?" Mam se concentr: "Una vez, me hice un souffl de queso: despusde dos cucharadas, no haba nada que hacer." "Comprendo", dijo el mdicocon una sonrisa de condescendencia.

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    El doctor J., el profesor B., el doctor T.: lavados, planchados, estirados yperfumados, se inclinaban desde lo alto sobre esa anciana mal peinada, unpoco huraa; unos seores. Reconoca esa importancia ftil: la de losmagistrados de la Corte frente a un acusado que tiene en juego su cabeza."Se preparaba usted una rica comida?" No haba por qu sonrer cuandomam se preguntaba con una tranquila buena voluntad: se estaba jugando su

    salud. Y con qu derecho B. me haba dicho: "Podr retomar su pequeavida"? Yo recusaba esas medidas. Cuando por la boca de mi madre hablabaesa lite, me estremeca; pero me senta solidaria con la invlida clavada en sucama que luchaba por hacer retroceder la parlisis y la muerte.

    Por el contrario, tena simpata por las enfermeras; ligadas a suenfermedad por la familiaridad de las tareas, humillantes para sta,repugnantes para ellas, el inters que le demostraban tena por lo menosapariencia de amistad. Joven, bella, competente, la seorita Laurent, lakinesiloga, saba alentar a mam, darle confianza, calmarla, sin aparentarnunca superioridad. "Maana haremos una radiografa de estmago", concluy

    el doctor T. Mam se agit: "Entonces me har tragar esa droga, tandesagradable". "No tan desagradable!" "Oh, s!" Cuando estuvimos solas selament: "No sabes qu feo es! Tiene un gusto espantoso!" "No lo piensespor anticipado." Pero no poda pensar en otra cosa. Desde su entrada en laclnica, las comidas eran su preocupacin principal. Con todo, me sorprendi suansiedad infantil. Haba aguantado sin un gesto muchos malestares y dolores.El temor de un medicamento desagradable, no ocultara una inquietud msprofunda? En ese momento no me lo pregunt.

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    La sesin de radiografas -estmago, pulmones -haba transcurrido sinnovedad, y no haba problema, me dijeron al da siguiente. Con el rostroplcido, vestida con su camisn rosa a pintas blancas y la bata de camaprestada por Olga, con los cabellos sujetos en una gruesa trenza, mam ya nopareca una enferma. Haba recuperado el movimiento de su brazo izquierdo.Desdoblaba el diario, abra un libro y descolgaba el telfono sin ayuda.

    Mircoles. Jueves. Sbado. Haca palabras cruzadas, lea un libro sobreVoltaire enamorado y la crnica en que Jean Lry cuenta su expedicin alBrasil; hojeaba el Figaro y France Soir. Yo iba todas las maanas; no mequedaba ms de una hora o dos; ella no deseaba que me quedara ms; recibamuchas visitas, y a veces hasta se quejaba: "He tenido demasiada gente hoy".La habitacin estaba llena de flores: violetas de los Alpes, azaleas, rosas,anmonas; sobre su mesa de luz se amontonaban las cajas de bombones defrutas, de chocolates, de confites. Yo le preguntaba: "No te aburres?" "Oh,no!" Descubra el placer de estar servida, cuidada, atendida. Antes, era unrudo esfuerzo para ella pasar el reborde de la baera ayudndose con un

    banquito; ponerse las medias le exiga una dolorosa gimnasia. Ahora, maanay noche, una enfermera la frotaba con agua de colonia y la entalcaba. Le traansus comidas en una bandeja. "Hay una enfermera que me irrita", me deca."Me pregunto dentro de cunto tiempo me voy a ir. Pero no quiero irme."Cuando se le anunciaba que pronto podra sentarse en un silln, que se letrasladara luego a una casa de convalecencia, se entristeca: "Me van aarrastrar, a empujar". Sin embargo, por momentos se interesaba en suporvenir. Una amiga le haba hablado de casas de reposo situadas a una horade Pars: "Nadie vendr a verme, estar demasiado sola!", haba dicho conaire desdichado. Le asegur que no tendra que exiliarse y le mostr la lista de

    direcciones que haba recogido. Se imaginaba con gusto leyendo o tejiendo alsol en el parque de una pensin de Neuilly. Con un poco de pena, perotambin de malicia, me deca: "Se sentirn desolados, en el barrio, de noverme ms. Las seoras del Crculo me van a extraar". Una vez me declar:"He vivido demasiado para los dems. Ahora me voy a convertir en esas viejasegostas que viven slo para ellas mismas". Una cosa le inquietaba: "Ya noser capaz de lavarme ni peinarme". La tranquilic: una acompaante o unaenfermera se encargara de ello. Mientras tanto, se arrellanaba con deleite enuna de las camas de "la mejor clnica de Pars, tanto mejor que la clnica G.".Se le segua con atencin. Adems de las radiografas, le haban hecho varios

    anlisis de sangre: todo era normal. Por la tarde, tena un poco de fiebre;hubiera querido saber el porqu, pero las enfermeras parecan no darleninguna importancia.

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    ''Ayer he visto demasiada gente, me han cansado", me dijo el domingo.Estaba de mal humor. Sus enfermeras habituales tenan franco; una noviciahaba volcado el "papagayo" lleno de orina; la cama se haba mojado hasta laalmohada. Cerraba los ojos con frecuencia y sus recuerdos se confundan. Eldoctor T. no poda descifrar bien los negativos que le haba suministrado eldoctor D. y deban hacer una nueva radiografa de los intestinos: "Me harn

    una lavativa de bario: es doloroso!", me dijo mam. "Y otra vez me van asacudir, a desacomodar. Deseo tanto que me dejen tranquila!" Apret sumano hmeda, un poco fra: "No lo pienses por anticipado. No ests ansiosa.La ansiedad te hace mal". Poco a poco se fue tranquilizando, pero pareca msdbil que la vspera. Llamaron por telfono algunas amigas y yo contest."Bueno", le dije. "Esto no se termina. Ni la reina de Inglaterra sera tanmimada: flores, cartas, bombones, llamadas telefnicas! Hay mucha genteque piensa en ti!" Yo le agarraba la mano fatigada; conserv los ojos cerrados,pero una sonrisa se esboz en su boca triste: "Me quieren porque soy alegre".

    El lunes esperaba muchas visitas y yo tena quehacer. No fui hasta el

    martes por la maana. Empuj la puerta y me qued paralizada. Mam, queestaba tan delgada, pareca haberse encogido y enflaquecido an ms:resquebrajada, desecada, un trozo de sarmiento rosado. Con una voz un pocoinsegura murmur: "Me han deshidratado totalmente". Haba esperado hastala noche que le hicieran la radiografa, y durante veinte horas no le habanpermitido beber. El enema de bario no haba sido doloroso; pero la sed y laansiedad la haban extenuado. Tena el rostro deshecho, y la desdicha lacrispaba. Qu decan las radiografas? "No sabemos leerlas", me contestaronlas enfermeras con tono receloso. Consegu ver al doctor T. Las indicacionestambin eran confusas esta vez; segn l, no haba ninguna "bolsa", pero el

    intestino se haba anudado a causa de espasmos de origen nervioso que desdela vspera le impedan funcionar. Aunque encarnizadamente optimista, mimadre era de carcter nervioso, lo que explicaba sus tics. Demasiado agotadapara recibir visitas, me rog anular por telfono la del padre P., su confesor.Habl muy poco y ni esboz una sonrisa.

    "Hasta maana por la tarde", le dije al partir. Mi hermana llegaba esanoche e ira a la clnica a la maana siguiente. A las nueve de la noche son mitelfono. Era el profesor B. "Est usted de acuerdo en que pongamos unaguardia nocturna junto a su seora madre? No est bien. Usted no pensabavenir hasta maana por la tarde: sera mejor que estuviera aqu desde la

    maana." Termin por decirme que un tumor bloqueaba el intestino delgado:mam tena un cncer.

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    Un cncer. Estaba en el aire. Y hasta saltaba a la vista: esas ojeras, esaflacura. Pero su mdico haba descartado esa hiptesis. Adems es biensabido: los padres son los ltimos en admitir que su hijo est loco, los hijosque su madre tiene un cncer. Menos lo habamos credo en tanto que ella lohaba temido toda su vida. A los cuarenta aos, si se golpeaba el pecho contraun mueble, se enloqueca: "Vaya tener un cncer de pecho". El invierno

    pasado, uno de sus amigos fue operado de un cncer en el estmago: "Es loque me va a suceder a m tambin". Me alc de hombros: hay una grandiferencia entre cncer y una pereza intestinal que se trata con dulce detamarindo. Nunca imaginamos que la obsesin de mam podra estarjustificada. Sin embargo -nos lo dijo ms tarde-, Francine Diato haba pensadoen el cncer: "Reconoca esa mscara. Y tambin -agreg- ese olor". Todo seaclaraba. La crisis de mam en Alsacia provena del tumor. El cncer habaprovocado el sncope y la cada. Y esas dos semanas de cama precipitaron laoclusin intestinal que la amenazaba desde haca tiempo.

    Poupette, que haba hablado por telfono con mam varias veces, la crea

    en perfecto estado. Ms ntima con ella que yo, le estaba tambin msapegada. Yo no poda dejarla llegar a la clnica y descubrir abruptamente unrostro de moribunda. La llam poco despus de la llegada del tren, en casa deDiato. Estaba durmiendo: qu despertar!

    Ese mircoles 6 de noviembre haba huelga de gas, de electricidad y detransporte. Ped a Bost que viniera a buscarme en auto. Antes de su llegada, elprofesor B. volvi a llamarme: mam haba vomitado toda la noche; sin dudano pasara el da. En las calles haba menos embotellamiento de lo que habatemido. A eso de las diez me encontr con Poupette delante de la puerta de lahabitacin 114. Le repet las palabras del profesor B. Desde temprano, me

    explic, un reanimador, el doctor N., tena a mam a su cargo; iba a ponerleuna sonda en la nariz para limpiarle el estmago: "Pero para quatormentarle si est perdida? Que la dejen morir tranquila", me dijo Poupetteentre lgrimas. La mand a encontrarse con Bost que la esperaba en el hall: lallevara a tomar un caf. El doctor N. pas delante de m; iba a entrar en elcuarto cuando lo detuve: era un hombre joven, con rostro hermtico, dedelantal y gorro blancos: "Por qu esa sonda?, por qu torturar a mam, siya no hay esperanza?" Me fulmin con la mirada: "Hago lo que debo hacer".Empuj la puerta. Al cabo de un momento, una enfermera me hizo entrar.

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    La cama haba vuelto a su posicin normal, en medio de la pieza, con lacabecera contra la pared. A la izquierda, conectada al brazo de mam, habauna botella de goteo. De la nariz le sala un tubo de plstico transparente que,despus de atravesar unos instrumentos complicados, terminaba en un tacho.Tena las narinas secas y el rostro, aun ms encogido, mostraba una expresinde desolada docilidad. En un murmullo me dijo que la sonda no le molestaba

    demasiado, pero que durante la noche haba sufrido mucho. Tena sed pero nodeba beber; la enfermera le acercaba a la boca una pipeta sumergida en unvaso de agua: mam se humedeca los labios, sin tragar; me fascinaba esemovimiento de succin a la vez vido y retenido, de ese labio sombreado poruna ligera pelusa, que se hinchaba del mismo modo que en mi infancia,cuando mam estaba descontenta o molesta. "Quera que le dejramos esoen el estmago?", me dijo N., con tono agresivo sealando el tacho lleno dematerias amarillentas. No contest nada. En el pasillo l me dijo: ''Alamanecer, le quedaban apenas cuatro horas de vida. La he resucitado". No meatreva a preguntarle: por qu?

    Consulta de especialistas. Mi hermana est a mi lado mientras un mdicoy un cirujano, el doctor P., palpan el abdomen hinchado. Mam gime bajo susdedos, grita. Inyeccin de morfina. Sigue quejndose. Les pedimos: "Haganotra inyeccin!" Objetan que un exceso de morfina paralizara el intestino.Qu esperan entonces? Como la electricidad est cortada a causa de lahuelga, han enviado una prueba de sangre al hospital americano que posee ungrupo electrgeno. Piensan en una operacin? Es casi imposible, la enfermaest demasiado dbil, me dice el cirujano al salir de la habitacin. Se aleja, yuna enfermera de edad, la seora Gontrand, que lo ha odo, me dice en unimpulso: "No deje que la operen". Luego se pone la mano sobre la boca: "Si el

    doctor N. supiera que le he dicho eso! Le he hablado como si se tratara de mipropia madre". Le pregunto: "Qu suceder si la operan?" Pero no responde;vuelve a encerrarse en s.

    Mam volvi a dormirse; me fui dejando a Poupette varios nmeros detelfono. Cuando me llam a casa de Sartre hacia las cinco, haba esperanzaen su voz: "El cirujano quiere intentar la operacin. Los anlisis de sangre sonmuy alentadores; ha recuperado fuerzas y el corazn soportar. Despus detodo no es absolutamente seguro que se trate de un cncer: podra ser unasimple peritonitis. En ese caso tendra una oportunidad. Ests de acuerdo?(No deje que la operen.)" "Estoy de acuerdo. A qu hora?" "Ven a partir de

    las dos. No se le dir que van a operaria, sino que le hacen otra radiografa."

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    "No deje que la operen." Frgil argumento contra la decisin de unespecialista, contra la esperanza de mi hermana. Acaso mam no sedespertara? No era la peor solucin. Pero yo no imaginaba que un cirujanoaceptara ese riesgo: ella escapara con vida. Podra la operacin precipitar laevolucin del mal? Sin duda era eso lo que haba querido decir la seoraGontrand. Pero en el punto en que estaba la oclusin intestinal, mam no

    sobrevivira ms de tres das, y yo tena miedo de que su agona fuera atroz.Una hora despus Poupette sollozaba al otro lado del telfono: "Ven enseguida. La han abierto. Han encontrado un enorme tumor canceroso...".Sartre baj conmigo y me acompa en taxi hasta la clnica. La angustia mecerraba la garganta. Un enfermero me indic el vestbulo donde esperaba mihermana, entre el hall de entrada y la sala de operaciones. La vi tan alteradaque ped que le dieran un sedante. Ella me dijo que los mdicos haban dicho amam, con aire de naturalidad, que antes de la radiografa le aplicaran unainyeccin calmante; el doctor N. la haba dormido; durante toda la anestesiaPoupette le haba tenido la mano a mam, y yo me imaginaba qu prueba

    haba sido para ella ver desnudo ese viejo cuerpo devastado que era el cuerpode su madre. Los ojos se le haban dado vuelta, y haba abierto la boca: ellatampoco podra olvidar jams ese rostro. Haban llevado a mam a la sala deoperaciones de donde el doctor N. haba salido al cabo de un momento: doslitros de pus en el vientre, el peritoneo perforado, un enorme tumor, un cncerde la peor especie. El cirujano estaba sacando todo lo que poda extraerse.Mientras esperbamos, entr mi prima Jeanne con su hija Chantal; llegaba deLimoges y esperaba encontrar a mam tranquila en su cama. Chantal le traaun libro de palabras cruzadas. Nos preguntamos qu diramos a mam cuandose despertara. Era muy simple: la radiografa haba indicado que tena una

    peritonitis y haban decidido operarla inmediatamente.Acababan de subir a mam a su cuarto, nos dijo N. Estaba triunfante:medio muerta a la maana, haba soportado muy bien una larga y graveintervencin. Gracias a los mtodos ultramodernos de anestesia, el corazn,los pulmones y todo el organismo haba seguido funcionando normalmente. Sinninguna duda, l haba logrado una formidable proeza tcnica; tampoco habaduda de que se lavaba las manos de las consecuencias. Mi hermana le habadicho al cirujano: "Opere a mam. Pero si es un cncer promtame que no ladejar sufrir". Se lo haba prometido, pero qu vala su palabra?

    Mam dorma acostada de espaldas, cerlea, con la nariz afilada y la boca

    abierta. Mi hermana y una enfermera la acompaaran. Volv a casa, converscon Sartre y escuchamos a Bartok. De pronto, a las once de la noche, crisis delgrimas que casi degenera en crisis de nervios.

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    Junto a pap, ella floreci. Lo amaba, lo admiraba, y durante diez aos,sin ninguna duda, l la colm fsicamente. Le encantaban las mujeres y habatenido numerosas aventuras. Pensaba -como Marcel Prvost, al que lea condeleite- que no se debe tratar a la joven desposada con menos fuego que auna amante. El rostro de mam, con esa ligera pelusa que le sombreaba ellabio superior, transparentaba una clida sensualidad. La armona entre ambos

    saltaba a la vista; l le acariciaba el brazo, la mimaba, le deca tiernastonteras. La veo una maana -yo tena seis o siete aos- descalza sobre laalfombra roja del corredor, con su largo camisn de hilo blanco y el cabellocayndole en torzadas sobre la nuca. Me sent cautivada por su radiantesonrisa, ligada para m de manera misteriosa al cuarto del que sala; apenasreconoc en esa fresca aparicin a la persona mayor y respetable que era mimadre.

    Pero nunca nada anula nuestra infancia. La felicidad de mam notranscurri sin nubes. El egosmo de pap explot desde el viaje de novios:ella anhelaba ver los lagos italianos: se quedaron en Niza donde comenzaba la

    temporada de carreras. Recordaba a menudo este fracaso, sin rencor pero nosin pena. A ella le gustaba viajar. "Hubiera querido ser una exploradora",deca. Los mejores momentos de su juventud haban sido las excursiones a pieo en bicicleta organizadas por abuelito por los Vosgos y Luxemburgo. Ella tuvoque renunciar a muchos de sus sueos: los deseos de pap estaban siempreantes que los suyos. Dej de ver a sus amigas personales porque lencontraba aburridos a los maridos. l slo se encontraba bien en los salones yen las tablas. A ella le gustaba la vida mundana y lo segua alegremente. Perola belleza no la protega contra la maledicencia, era provinciana, pocoavispada; en ese ambiente tan parisiense, sonrean ante su torpeza. Algunas

    de las mujeres que encontraba haban tenido relaciones con pap: me imaginolos cuchicheos, las perfidias. Pap guardaba en su escritorio la fotografa de sultima amante, una mujer hermosa y brillante, que Iba a veces a casa con sumarido. Treinta aos despus, le dijo a mam riendo: "Has hecho desaparecersu foto". Ella neg, pero sin convencerlo. Lo que es seguro, es que aun en lapoca de su luna de miel ella sufri en su amor y su orgullo. ntegra y violenta,las heridas le cicatrizaban mal.

    Y despus mi abuelo se declar en quiebra. Ella se crey deshonrada, a talpunto que rompi con sus relaciones de Verdn. La dote prometida a pap nofue entregada. Le pareci sublime que l no lo tomara a la tremenda y toda su

    vida se sinti en falta para con l.Asimismo, con un matrimonio exitoso, dos hijas que la adoraban, y ciertaholgura, mam, hasta el fin de la guerra, no se quejaba de su suerte. Eratierna, era alegre, y su sonrisa me encantaba.

    Cuando la situacin de pap cambi y conocimos una semi pobreza,mam decidi llevar la casa sin ayuda. Desgraciadamente las tareasdomsticas la extenuaban y consideraba que se rebajaba al hacerlas. Eracapaz de olvidarse, sin volverse sobre s, por mi padre y por nosotros. Peronadie puede decir: "Yo me sacrifico", sin sentir amargura. Una de lascontradicciones de mam era que ella crea en la grandeza de la abnegacin

    pero tena gustos, repugnancias, deseos demasiado imperiosos para nodetestar lo que la molestaba. Constantemente se sublevaba contra lasviolencias y las privaciones que se impona.

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    Es una lstima que los prejuicios la hayan disuadido de adoptar la solucinque tom, veinte aos ms tarde: trabajar afuera. Tenaz, consciente y dotadade buena memoria, hubiera podido ser librera o secretaria: se habra elevadoen su propia estima en lugar de sentirse disminuida. Habra tenido relacionespropias. Habra escapado de una dependencia que la tradicin le hacaencontrar natural pero que no convena en absoluto a su carcter. Y sin duda

    habra soportado mejor la frustracin que haba aceptado.No condeno a mi padre. Es bien sabido que en el hombre el hbito mata el

    deseo. Mam haba perdido su primitiva frescura y l su fogosidad. Paradespertarla, recurra a las profesionales del caf de Versalles o a las pupilas delSphinx. Lo he visto ms de una vez, entre mis quince y veinte aos, volver alas ocho de la maana oliendo a alcohol y contando con aire turbado historiasde bridge o de pquer. Mam lo reciba sin drama; tal vez le crea, tanadiestrada estaba a huir de las verdades incmodas. Pero no se avena a suindiferencia. Que el matrimonio burgus es una institucin contra natura, estecaso bastara para convencerme. La alianza colocada en su dedo la haba

    autorizado a conocer el placer; sus sentidos se haban vuelto exigentes; a lostreinta y cinco aos, en la fuerza de la edad, ya no le estaba permitidosatisfacerlos. Segua durmiendo al lado del hombre que amaba y que no seacostaba casi nunca con ella: esperaba, aguardaba y se consuma en vano.Esta promiscuidad pona a prueba su orgullo ms que una abstinencia total. Nome sorprende que su humor se haya alterado: chirlos, regaos, escenas, noslo en la intimidad sino tambin en presencia de invitados. "Franoise tieneun carcter de los mil demonios", deca pap. Ella aceptaba que "seamostazaba" con facilidad. Pero se senta lastimada cuando se enteraba que lagente deca: "iFranoise es tan pesimista!" o "Franoise est neurastnica". De

    joven, le gustaba arreglarse. El rostro se le iluminaba cuando le decan quepareca mi hermana mayor. Un primo de pap que tocaba el violonchelo y aquien ella acompaaba al piano, le haca respetuosamente la corte: cuandoste se cas, ella detest a su mujer. Cuando su vida sexual y su vidamundana se degradaron, mam dej de arreglarse, salvo en las grandescircunstancias en que era obligatorio "vestirse". Me acuerdo a la vuelta de unasvacaciones en que nos esperaba en la estacin; llevaba un lindo sombrero deterciopelo con velo y se haba puesto un poco de polvo. Mi hermana exclam,encantada: "Mam, tienes el aspecto de una dama elegante!" Ella se ri sinreservas porque ya no se preciaba de elegante. Para sus hijas, y para ella

    misma, llevaba hasta la falta de higiene el desprecio del cuerpo que le habanenseado en el convento. Sin embargo -era otra de sus contradicciones-conservaba el deseo de agradar; a los halagos responda con coquetera. Seenorgulleci cuando un amigo de mi padre le dedic un libro (en edicin deautor): ''A Franoise de Beauvoir, cuya vida merece mi admiracin". Homenajeambiguo: mereca admiracin gracias a una discrecin que la privaba deadmiradores.

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    Privada de los goces del cuerpo y de las satisfacciones de la vanidad,esclavizada por tareas que la aburran y la humillaban, esa mujer orgullosa yobstinada no estaba hecha para la resignacin. Entre sus accesos de clera nocesaba de cantar, de bromear, y de charlar, ahogando en el ruido losmurmullos de su corazn. Despus de la muerte de pap, cuando ta Germainesugiri que no haba sido un marido ideal, ella reaccion con violencia: "l

    siempre me ha hecho muy feliz". Y sin duda ella nunca haba dejado deafirmrselo. No obstante, ese optimismo fabricado no basta para colmar suavidez. Se precipit sobre la nica salida que se le brindaba: nutrirse de lasvidas jvenes que estaban a su cargo. "Yo, al menos, nunca he sido egosta,he vivido para los dems", me dijo ms tarde. S, pero tambin por ellos.Posesiva y dominante, hubiera querido mantenernos en la palma de la mano.Pero precisamente en el momento en que esa compensacin se le hizonecesaria nosotros comenzbamos a desear la libertad y la soledad. Losconflictos que fueron incubndose hasta estallar no ayudaron a mam aencontrar el equilibrio.

    Sin embargo, la ms fuerte era ella: venca su voluntad. En casa, eranecesario dejar todas las puertas abiertas; yo tena que trabajar al alcance desu mirada, en la pieza en que ella estaba. Cuando mi hermana y yocharlbamos por la noche de una cama a la otra, ella pona la oreja contra lapared, corroda por la curiosidad, y nos gritaba: "Cllense". Se neg a queaprendiramos a nadar e impidi que pap nos comprara bicicletas: lehubiramos escapado con esos placeres que habra compartido. Pero si ellaexiga que la mezclramos en nuestras distracciones, no era solamente porqueella tena pocas: por razones que sin duda se remontaban a su infancia notoleraba sentirse excluida. No titubeaba en imponerse, aun cuando se saba

    inoportuna. Una noche, en La Grillre, estbamos en la cocina con un grupo demuchachos y chicas, amigos de nuestros primos, cocinbamos unos cangrejosque acabbamos de pescar a la luz de linternas. Apareci mam, la nicaadulta: "Yo tengo derecho a comer con ustedes". Nos dej fros, pero sequed. Otra vez, mi primo Jacques nos haba dado cita a mi hermana y a m,en la puerta del Saln de Otoo: mam nos acompa; l no apareci. "Vi a tumadre y me fui", me dijo al da siguiente. Su presencia era pesada. Cuandorecibamos amigos -"Tengo derecho a merendar con ustedes"-acaparaba laconversacin. Con frecuencia, en Viena como en Miln, mi hermanacontemplaba con afliccin la seguridad con la que mam se lanzaba a la carga,

    en el transcurso de una cena ms o menos oficial.

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    Esas intromisiones inoportunas y esos accesos de importancia eran paraella desquites: sus oportunidades de afirmarse eran escasas. Vea a pocagente, y cuando pap estaba presente, era l quien llevaba la conversacin. Lafrase que nos irritaba: "Tengo derecho", prueba su falta de seguridad: susdeseos no se justificaban por s mismos. Incapaz de contenerse y pormomentos autoritaria, en fro llevaba la discrecin hasta la humildad. A pap le

    haca escenas por minucias; pero no se atreva a pedirle dinero, no gastandonada para ella y lo menos posible para nosotras dcilmente lo dejaba pasar lasveladas fuera de casa y salir slo los domingos. Despus de la muerte de pap,cuando comenz a depender de nosotras, tuvo el mismo escrpulo; nomolestarnos. Habindose convertido en nuestra deudora, no le quedaba otromodo de mostrarnos sus sentimientos, en tanto que antao el cuidado que nosdedicaba justificaba a sus ojos la tirana. Su amor por nosotras era tanprofundo como exclusivo, y la amargura con que lo suframos reflejaba suspropios conflictos. Muy vulnerable -poda rumiar durante veinte o cuarentaaos un reproche o una crtica-, el rencor difuso que la posea se traduca en

    conductas agresivas: franqueza brutal, pesada irona; a menudo manifestabapara con nosotros una maldad ms atolondrada que sdica: no quera nuestradesdicha sino una prueba de su poder. Cuando yo estaba pasando unasvacaciones en lo de Zaza, mi hermana me escribi, hablndome, en su estilode adolescente, de su corazn, de su alma y de sus problemas. Le contest.Mam abri mi carta y se la ley en voz alta a Poupette, rindose a carcajadasde sus confidencias. Rgida de clera, Poupette la aplast con su desprecio yjur que no la perdonara jams. Mam solloz y me suplic, por carta, dereconciliarlas: lo hice. Se aferraba a asegurar su dominio especialmente sobremi hermana y le inquietaba nuestra amistad. Cuando supo que yo haba

    perdido la fe, le grit con furia: "Te defender contra su influencia! Teproteger!" Durante las vacaciones, nos prohiba vernos a solas: nosencontrbamos clandestinamente en los castaares. Estos celos la habanatormentado toda su vida y nosotras hemos conservado hasta el fin lacostumbre de disimularle la mayor parte de nuestros encuentros.

    Pero a menudo tambin la calidez de sus afectos nos conmova. Hacia losdiecisiete aos Poupette fue, sin quererlo, el objeto de un enojo entre pap yto Adrien, a quien consideraba su mejor amigo: mam la defendifuriosamente en contra de pap, quien no dirigi la palabra a su hija duranteun mes. Ms tarde l acusaba a mi hermana por no sacrificar su vocacin de

    pintora a las necesidades alimentarias y quedarse a vivir en casa; no le dabaun cntimo y apenas la alimentaba. Mam la apoyaba y se las arreglaba lomejor que poda para ayudada. Y yo no he olvidado con cunta buenavoluntad, despus de la muerte de pap, me alent a salir de viaje con unaamiga cuando con un suspiro hubiera podido retenerme.

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    Por inhabilidad estropeaba sus relaciones con los dems: nada mspenoso que sus esfuerzos por alejar a mi hermana de m. Cuando nuestroprimo Jacques-en el cual ella volcaba una parte del amor que haba sentido porsu padre- comenz a espaciar sus visitas a la calle de Rennes, ella lo acogacada vez con recriminaciones que consideraba alegres, pero que a l leirritaban: apareca cada vez menos. Tena los ojos llenos de lgrimas cuando

    me instal en casa de abuelita y le agradec que ni siquiera esbozara unaescena de enternecimiento: siempre las evitaba. Sin embargo, durante eseao, cada vez que yo cenaba en casa, ella mascullaba que yo descuidaba a mifamilia, cuando en realidad yo iba con mucha frecuencia. Por orgullo y porprincipio, no quera pedir nada; luego se quejaba de recibir demasiado poco.

    No poda hablar de sus dificultades con nadie, ni siquiera consigo misma.No la haban habituado ni a ver claro en ella, ni a utilizar su propio juicio. Leera necesario cobijarse bajo autoridades: pero las que ella respetaba noconcordaban; no haba ningn rasgo comn entre la madre superiora de losPjaros y pap. Yo he vivido esta oposicin en el curso de formacin intelectual

    y no despus de terminada; tena, gracias a mi primera niez, una confianzaen m misma de la que mi madre careca; el camino de la controversia, que fueel mo, le estaba vedado. Por el contrario, adopt la posicin de estar con laopinin de todos: el ltimo que hablaba tena la razn. Lea mucho, pero apesar de su buena memoria, olvidaba casi todo: un conocimiento preciso y unaopinin tajante hubiera hecho imposibles los giros que las circunstanciaspodran imponerle. An despus de la muerte de pap sigui conservando esaprudencia. Sus relaciones fueron entonces ms conformes con sus ideas. Sepuso de parte de los catlicos "ilustrados" contra los integracionistas. Noobstante, existan divergencias entre sus relaciones. Y, por otra parte, aunque

    yo viviera en el error, sobre muchos puntos mis opiniones valan; otro tantoocurra con las de mi hermana y de Lionel. Tema "pasar por una idiota" anuestros ojos. Sigui por lo tanto manteniendo las brumas en su cabeza ydiciendo que s a todo sin asombrarse de nada. En sus ltimos aos habaalcanzado una cierta coherencia; pero en la poca en que su vida afectivaestaba ms atormentada, ella no tena ni doctrina, ni conceptos, ni palabraspara racionalizarlas. De all provena su azorada inquietud.

    Pensar en contra de s es a menudo fecundo; pero lo de mi madre es otracosa: vivi en contra de s. Rica en apetitos, emple toda su energa parareprimirlos, soportando con clera sus renuncias. En su infancia, comprimieron

    su cuerpo, su corazn y su espritu bajo un arns de principios y prohibiciones.Le ensearon a ajustar por s misma los lazos. En ella subsisti una mujer desangre y de fuego: pero contrahecha, mutilada y desconocida para s misma.

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    En cuanto me despert llam por telfono a mi hermana. Mam habavuelto en s en medio de la noche; saba que la haban operado y parecaapenas sorprendida. Par un taxi. El mismo trayecto, el mismo otoo tibio yazul, la misma clnica. Pero entraba en otra historia: en lugar de unaconvalecencia, una agona. Antes vena aqu a pasar unas horas neutras;atravesaba el hallcon indiferencia. Los dramas acaecan detrs de las puertas

    cerradas: nada se trasluca. Desde ese momento, uno de esos dramas era elmo. Sub la escalera lo ms rpido y lo ms lentamente posible. En la puertacolgaba ahora un letrero: Prohibidas las visitas. El cuadro haba cambiado; lacama estaba puesta como la vspera, con los dos lados libres. Los bomboneshaban sido guardados en losplacards, lo mismo que los libros. Sobre la granmesa de la esquina en lugar de flores haba frascos, ampollas de vidrio,probetas. Mam dorma. Ya no tena la sonda en la nariz, lo que haca menospenoso mirarla; pero debajo de la cama se vean unos tachos y unos tubos quecomunicaban con el estmago y los intestinos. El brazo izquierdo estabaconectado a la botella de goteo. No llevaba ninguna vestimenta: la bata de

    cama estaba puesta como una frazada sobre el busto y los hombros desnudos.Un nuevo personaje haba entrado en escena: una enfermera particular, laseorita Leblon, graciosa como retrato de Ingres: una cofia azul le cubra elcabello y tena los pies envueltos en tela blanca; vigilaba la botella de goteo ysacuda la ampolla para disolver el plasma. Mi hermana me dijo que, segn losdoctores, no era imposible una tregua de unas semanas, y tal vez de unosmeses. Ella haba preguntado al profesor B.: "Pero, qu dirn a mam cuandoel mal reaparezca en otra parte?" "No se inquiete. Ya se encontrar. Siemprese encuentra. Y el enfermo siempre lo cree."

    Por la tarde mam tena los ojos abiertos; hablaba de manera apenas

    inteligible, pero con lucidez. "Entonces!, le dije. Te rompes la pierna y teoperan de apendicitis!" Levant un dedo y cuchiche con cierto orgullo:''Apendicitis no. Pe-ri-to-ni-tis". Y agreg: "Qu suerte... estar aqu". "Estscontenta de que yo est aqu?" "No. Yo." Una peritonitis: su presencia en laclnica la haba salvado! La traicin comenzaba. "Feliz de no tener ms esasonda. Tan feliz!" Libre de las porqueras que la vspera le hinchaban elvientre, ya no sufra. Y con las dos hijas a su cabecera, se senta segura.Cuando entraron los doctores N. y P., les dijo con tono de satisfaccin, antesde volver a cerrar los ojos: "No estoy abandonada". Intercambiaroncomentarios: "Es extraordinario con qu rapidez ha reaccionado! Es

    espectacular!" En efecto, gracias a las transfusiones y a las perfusiones, elrostro de mam haba retomado el color y el aspecto de la salud. La pobrecosa dolorida que yaca en esa cama la vspera haba vuelto a convertirse enmujer.

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    Le mostr el libro de palabras cruzadas que le haba trado Chantal.Balbuce, dirigindose a la enfermera: "Tengo un diccionario Larousse grande,el nuevo, me lo regal para las palabras cruzadas". Ese diccionario era una desus ltimas alegras; me haba hablado mucho de l, antes de comprarlo. Se leiluminaba el rostro cada vez que yo lo consultaba. "Te lo traeremos", le dije."S. Y tambin el Nuevo Edipo, no he encontrado todo..." Haba de recoger de

    sus labios las palabras que se arrancaba en un soplo y a las que el misteriovolva turbadoras como orculos. Sus recuerdos, sus deseos y suspreocupaciones flotaban fuera del tiempo, transformados en sueos irreales ydesgarradores por su voz pueril y la inminencia de su muerte.

    Durmi mucho; de tanto en tanto aspiraba algunas gotas de agua a travsde la pipeta, escupa en las servilletas de papel que la enfermera le apretabacontra la boca. Por la tarde se puso a toser; la seorita Laurent, que habavenido a averiguar su estado, la enderez, la masaje y la ayudo a expectorar.Mam le dirigi entonces una amplia sonrisa: la primera en cuatro das.

    Poupette haba decidido pasar las noches en la clnica: "Has visto morir a

    pap y a abuelita; yo, en cambio, estaba lejos -me dijo-, tomo a mi cargo amam. Adems tengo ganas de quedarme con ella". Estuve de acuerdo. Mamse sorprendi: "Por qu quieres dormir aqu?" "Yo dorma en el cuarto deLionel cuando lo operaron: es lo que se hace siempre." "Ah!, bueno!"

    Volv a casa engripada y afiebrada. Al salir de la clnica con muchacalefaccin, el otoo hmedo me hizo tomar fro. Me acost, atontada conpldoras. No desconect el telfono; mam poda apagarse de un momento aotro, "como una vela", decan los mdicos, y mi hermana iba a llamarme a lamenor alerta. Me despert sobresaltada con la campanilla: las cuatro de lamaana. "Es el fin". Agarr el receptor y escuch una voz desconocida:

    nmero equivocado. No me dorm hasta el amanecer. Las ocho y media: nuevallamada; me precipit: una comunicacin sin importancia. Odi ese aparatocolor de coche fnebre: "Su madre tiene cncer". "Su madre no pasar lanoche". Pronto martillar en mis odos: "Es el fin".

    Atravieso el jardn. Entro en el hall. Uno podra creerse en un aeropuerto:mesas bajas, sillones modernos, gente que se abraza dicindose buen da oadis, otros que esperan, valijas, forros, flores en vasos, ramos envueltos enpapel satinado como para recibir a los viajeros que van a desembarcar... Peroen los rostros y en los cuchicheos se presiente algo sospechoso. Y a veces, enel vano de la puerta del fondo, aparece un hombre vestido de blanco con

    sangre en las zapatillas. Subo un piso. A mi izquierda hay un largo corredorcon habitaciones, la sala de las enfermeras y el office. A la derecha unvestbulo cuadrado, amueblado con una banqueta y un escritorio sobre el cualest colocado un telfono blanco. Por un lado da con la sala de espera, por elotro con la habitacin 114. Prohibidas las visitas. Detrs de la puerta encuentroun breve pasillo: a la izquierda el cuarto de toilette con el bacn, el papagayo,algodn, tachos; a la derecha unplacarddonde estn guardadas las cosas demam; de una percha cuelga su batn rojo, sucio de polvo. "No quiero ver msese batn." Empujo la segunda puerta. Antes atravesaba ese lugar sin verlo.Ahora s que para siempre formar parte de mi vida.

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    "Estoy muy bien", me dijo mam. Y agreg con un tono de picarda:''Ayer, cuando los mdicos hablaban entre ellos, los he odo; decan: esespectacular!" Le encantaba esa palabra: la pronunciaba a menudo congravedad como una frmula mgica que garantizara su curacin. Pero sesenta muy dbil y su deseo ms imperioso era evitar el menor esfuerzo.Soaba con alimentarse toda su vida por la botella de goteo. "Nunca volver a

    comer." "Cmo!, t que eras tan golosa!" "No. No comer ms." La seoritaLeblon tom un peine y un cepillo para peinarla. Mam le orden con vozautoritaria: "Crteme el cabello". Protestamos: "Ustedes me van a cansar:crtelo, pues." Insisti, con un curioso empecinamiento: como si hubieraquerido con ese sacrificio obtener un descanso definitivo. La seorita Leblondeshizo cuidadosamente la trenza y pein los cabellos enredados; despus dehaberla trenzado, sujet con una horquilla la trenza plateada alrededor de lacabeza de mam, cuyo rostro descansado haba recuperado una sorprendentepureza. Pens en un dibujo de Leonardo da Vinci que representaba unaanciana muy bella: "Eres hermosa como un Leonardo da Vinci", le dije. Sonri:

    "Yo no era fea, antes". Con un tono un poco misterioso confi a la enfermera:"Tena un lindo cabello y me lo peinaba con bandeauxalrededor de la cabeza".Y se puso a hablar de ella: cmo haba obtenido un pequeo diploma debibliotecaria y su amor por los libros. La seorita Leblon le responda mientraspreparaba un frasco de suero; me explic que el lquido transparente contenatambin glucosa y sales. "Un verdadero coctel", dije.

    Durante todo el da aturdimos a mam con proyectos. Ella escuchaba conlos ojos cerrados. Mi hermana y su marido acababan de comprar una viejagranja en Alsacia, que iban a hacer acondicionar. Mam ocupara all unahabitacin grande, independiente, donde terminara de restablecerse. "Pero

    no le molestar a Lionel que me quede mucho tiempo?" "Por supuesto que no.""S, all no los molestar. En Scharrachbergen era demasiado chico, losincomodaba." Hablamos de Meyrignac. All mam se encontraba con susrecuerdos de juventud. Haca aos que me describa las mejoras del lugar conentusiasmo. Quera mucho a Jeanne, cuyas tres hijas mayores -lindas, frescasy alegres- vivan en Pars y venan a verla a la clnica muy seguido: "Yo notengo nietas y ellas no tienen abuela", explicaba a la seorita Leblon."Entonces soy para ellas la abuela". Yo miraba un diario mientras elladormitaba; al abrir los ojos me pregunt: "Qu ocurre en Saign?" Se locont. Una vez, con tono de sumiso reproche, me dijo: "Me han operado a

    traicin!"; y cuando entr el doctor P.: "He aqu el verdugo!", pero con voz derisa. ste se qued un momento junto a ella, y cuando le dijo: "Se aprende encualquier edad", ella le contest con un tono un poco solemne: "S. Me heenterado de que tena peritonitis". Brome con ella: "En verdad eres una mujerfuera de lo comn. Vienes para curarte el fmur y te operan de unaperitonitis!" "Es cierto, soy una mujer fuera de lo comn!" Durante varios dasse regocij con el quid pro quo: "Le jugu una mala pasada al profesor B. ltena que operarme el fmur pero fue el doctor P. Quien me oper deperitonitis".

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    Ese da nos conmovi la atencin que prestaba a las menores sensacionesagradables: como si a los setenta y ocho aos volviera a despertar al milagrode vivir. Mientras la enfermera le acomodaba las almohadas, uno de los tubosde metal le roz el muslo: "Qu fresco! Qu agradable!" Respiraba el olor delagua de colonia y del talco: "Huelen bien". Hizo colocar sobre la mesa rodantelos ramos y las macetas con flores: "Las rositas rojas vienen de Meyrignac".

    Pidi que levantramos la cortina que velaba la ventana y mir a travs delvidrio el follaje dorado de los rboles: "Es lindo: de casa no vera eso!"Sonrea. Mi hermana y yo tuvimos el mismo pensamiento: encontrbamos lasonrisa que deslumbraba nuestra primera infancia, la radiante sonrisa de unamujer joven. En el nterin, dnde se haba perdido?

    "Si tiene como ahora algunos das de felicidad, valdr la pena haberleprolongado la vida", me dijo Poupette. Pero, cul sera el precio?

    "Es una cmara mortuoria", pens a la maana siguiente. Una pesadacortina azul ocultaba la ventana. (La persiana se haba roto y no se la podabajar, pero antes a mam no le molestaba la luz.) Yaca en la penumbra, con

    los ojos cerrados. Le tom la mano y murmur: "Es Simone: y no te veo!"Poupette se fue. Abr una novela policial. De rato en rato mam suspiraba: "Noestoy lcida". Se quej al doctor P.: "Estoy en coma". "Si estuviera no losabra." La respuesta la reconfort. Un poco ms tarde me dijo con airemeditativo: "He sufrido una importante operacin. Soy una operadaimportante". Le segu el tren y poco a poco se tranquiliz. Me cont que lanoche anterior haba soado con los ojos abiertos: "Haba unos hombres en elcuarto, unos hombres de azul, malos, que queran llevarme con ellos yhacerme beber cocteles. Tu hermana los expuls...". Yo haba dicho la palabracocteles a propsito de la mezcla que preparaba la seorita Leblon, que llevaba

    una cofia azul; los hombres eran los enfermeros que la haban llevado a la salade operaciones. "S, es eso sin duda..." Me pidi que abriera la ventana: "Elaire fresco es agradable". Unos pjaros cantaron: se extasi: "Pjaros!" Yantes de que yo la dejara: "Es curioso, siento una luz amarilla sobre la mejillaizquierda. Es como si tuviera un papel amarillo sobre la mejilla. Una linda luz atravs de un papel amarillo: es muy agradable". Pregunt al doctor P.: "Laoperacin en s ha resultado bien?" "Habr resultado bien si vuelve el trficointestinal. Lo sabremos en dos o tres das."

    Yo senta simpata por el doctor P. No se daba aires de importancia,hablaba de mam como de una persona y contestaba mis preguntas con buena

    voluntad. Por el contrario, con el doctor N., no nos gustbamos. Elegante,deportivo, dinmico y ebrio de tcnica, reanimaba a mam con entusiasmo:pero para l ella era el objeto de una interesante experiencia y no un serhumano. Le temamos. Mam tena una vieja parienta a la que desde hacaseis meses mantenan en coma. "Espero que ustedes no permitirn que mehagan durar as, es espantoso!", nos haba dicho. Si al doctor N. se le metaen la cabeza batir un rcord, sera un peligroso adversario.

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    "La ha despertado a mam para hacerle un enema sin resultado", me dijoPoupette desolada el domingo por la maana. "Por qu la atormenta?" Detuvea N., que pasaba: de l nunca parta dirigirme la palabra. Volv a implorarle:"No la atormente". Me respondi con voz ultrajada: "No la atormento. Hago loque debo". Haban levantado la cortina azul y el cuarto estaba menos sombro.Mam se haba hecho comprar anteojos negros. Se los quit cuando entr:

    "Ah! Hoy te veo!" Se senta bien. Me pregunt con voz calma: "Dime: tengoun lado derecho?" "Cmo es eso? Por supuesto." "Es raro; ayer me decanque tena buen semblante. Pero tena buen semblante solamente en el ladoizquierdo. Senta el otro completamente gris. Me pareca que ya no tena unlado derecho, estaba desdoblada. Ahora se est componiendo un poco." Letoqu la mejilla derecha: "Me sientes?" "S, pero como en sueos." Toqu sumejilla izquierda: "Me sientes?" "Eso s es real", me dijo. El fmur quebrado,la herida, los vendajes, las sondas, las perfusiones, todo suceda en el ladoizquierdo. Era por eso que el otro pareca no existir ms? "Tienes unsemblante magnfico. Los doctores estn encantados contigo", afirm. "No, el

    doctor N. no est contento: quiere que le largue un flato." Sonri para smisma. "Cuando salga de aqu le voy a mandar una bandeja de 'suspiros demonja'."

    El colchn neumtico le masajeaba la piel; entre las rodillas -que norozaban las sbanas levantadas por un aro- tena unas almohadillas, y otrodispositivo impeda que los talones tocaran la sbana: a pesar de todo, sucuerpo comenzaba a cubrirse de escaras. Con las caderas paralizadas por laartrosis, el brazo derecho semiimpotente, y el izquierdo ligado a la botella degoteo, no poda esbozar ni el menor movimiento. "Levntame", me peda. Nome atreva a hacerlo sola. Su desnudez ya no me incomodaba: ya no se

    trataba de mi madre sino de un pobre cuerpo atormentado. Sin embargo meintimidaba el horrible misterio que, sin imaginar nada, presenta bajo lasgasas, y tena miedo de causarle mal. Esa maana hubo que hacerlenuevamente un enema y la seorita Leblon necesitaba mi ayuda. Agarr porlas axilas ese esqueleto revestido de piel hmeda y azulada. Cuando se laacostaba de costado, el rostro se le contraa, la mirada se le extraviaba ygema: "Me voy a caer." Recordaba su cada. Parada junto a la cabecera, yo lasostena y la tranquilizaba.

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    Volvimos a ponerla de espaldas, bien calzada sobre las almohadas. Alcabo de un momento exclam: "Me largu uno!" Poco despus pidi:"Rpido!, la escupidera." La seorita Leblon y una enfermera pelirroja trataronde instalarla sobre un bacn; ella gritaba; al ver su carne martirizada y el duroreflejo del metal, tuve la impresin que la acostaban sobre hojas de cuchillo.Las dos mujeres insistan, la tironeaban, la pelirroja la maltrataba y mam

    gritaba, con el cuerpo tenso de dolor. "Ah, djenla!", les dije. Sal con lasenfermeras: "Tanto peor! Djenla hacerse en las sbanas." "Pero -protest laseorita Leblon-, es tan humillante! Los enfermos no lo soportan." "Se mojary eso es muy malo para las escaras", dijo la pelirroja. "Ustedes la cambiarnen seguida." Volv junto a mam: "Esa pelirroja es una mujer perversa", gimicon voz pueril. Y aadi con voz desolada. "Sin embargo yo no me creafloja!" "No lo eres." Y le dije: "No tienes ms que aliviarte sin escupidera: ellaste cambiarn las sbanas, no es complicado". "S", me contest; con las cejasfruncidas y una expresin decidida, lanz como un desafo: "Los muertos sehacen en las sbanas". Se me cort la respiracin: "Es tan humillante". Y

    mam que haba vivido estremecida por orgullosas susceptibilidades, no sentanada de vergenza. En esa espiritualista afectada, era tambin una forma decoraje el asumir nuestra animalidad con tanta decisin.

    La cambiaron, la limpiaron y la friccionaron. Haba llegado la hora dehacerle una inyeccin bastante dolorosa, destinada, creo, a combatir la ureaque no eliminaba bien. Pareca tan extenuada que la seorita Leblon titubeaba:"Hgala", le dijo mam. "Ya que me hace bien." Volvimos a ponerla decostado; mientras la sostena le miraba la cara en la que se mezclaba laderrota, el valor, la esperanza y la angustia. "Ya que me hace bien." Parasanar. Para morir. Yo hubiera querido pedir perdn a alguien. A la maana

    siguiente me enter que la tarde haba sido buena. Un enfermero jovenreemplaz a la seorita Leblon. Poupette le dijo a mam: "Tienes suerte detener un enfermero tan joven y tan apuesto". "S -le contest-, es buen mozo.""Y t s que entiendes de hombres!" "Oh!, no tanto", dijo mam con nostalgiaen la voz. Cmo? Te lamentas?" "Eh, eh! Siempre les digo a mis nietas:pequeas, aprovechen la vida." "Comprendo por qu te quieren tanto. Pero,le hubieras dicho eso a tus hijas?" Mam se puso severa de pronto: "A mishijas? Ah no!" El doctor P. le llev una octogenaria que iba a operar al otro day que tena miedo: mam la sermone citndose como ejemplo.

    "Me utilizan para fines publicitarios", me dijo el lunes con tono divertido. Y

    me pregunt: "Me ha vuelto el lado derecho? Tengo realmente un ladoderecho?" "Pero s, mrate", dijo mi hermana. Mam ech al espejo una miradaincrdula, severa y altiva: "Eso soy yo?" "Pero s. Ya ves que tienes el rostrocompleto." "Estoy completamente gris." "Es la luz, ests rosada." La verdad esque tena muy buen semblante. Sin embargo, cuando le sonri a la seoritaLeblon, le dijo: "Ah! Esta vez le he sonredo con toda mi boca. Antes no tenams que una media sonrisa."

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    Por la tarde ya no sonrea. Repiti muchas veces con sorpresa y disgusto:"Cundo me vi en el espejo me encontr tan fea!" La noche anterior algo sehaba descompuesto en la botella de goteo; hubo que sacar la aguja y volver apinchar la vena; la enfermera haba tanteado y el lquido le haba corrido bajola piel produciendo mucho dolor a mam. Le haban envuelto en vendajes elbrazo enorme y azul. El aparato estaba ahora conectado al brazo derecho;

    tena las venas cansadas y soportaba ms o menos el suero, pero el plasma learrancaba quejidos. Por la noche fue presa de angustia: tena miedo de lanoche, de un nuevo accidente, del dolor. Con los rasgos contrados, suplicaba:"Vigilen bien la botella de goteo!" Al mirar su brazo en el que se verta unavida que no era ms que malestar y tormento, volv a preguntarme: por qu?

    En la clnica no tena tiempo de hacerme preguntas. Haba que ayudar amam a escupir, darle de beber, arreglarle las almohadas o la trenza, correrlela pierna, regar las flores, abrir y cerrar la ventana, leerle el diario, contestarsus preguntas, dar cuerda al reloj que descansaba sobre su pecho, colgando deun cordn negro. Se complaca de esta dependencia y reclamaba sin cesar

    nuestra atencin. Pero cuando volv a casa, toda la tristeza y el horror de losltimos das me cayeron sobre los hombros. A m tambin me devoraba uncncer: el remordimiento. "No dejen que la operen." Y yo no haba impedidonada. A menudo, en casos de enfermos que sufran largos martirios, me habaindignado la inercia de sus parientes: "Yo lo matara". A la primera prueba, yohaba cedido: vencida por la moral social, haba renegado de mi propia moral."No -me dijo Sartre-, usted fue vencida por la tcnica: era fatal." En efecto.Uno est dentro de un engranaje y es impotente ante el diagnstico de losespecialistas, sus previsiones y sus decisiones. El enfermo se ha convertido enpropiedad de ellos: vaya uno a quitrselo! El mircoles pasado no haba ms

    que una alternativa: operacin o eutanasia. Con un corazn slido yvigorosamente reanimada, mam hubiera resistido mucho tiempo a la oclusinintestinal viviendo en un infierno, puesto que los mdicos habran rechazado laeutanasia. Hubiera tenido que estar all a las seis de la maana. Y aun as, mehabra atrevido a decide a N.: "Djela extinguirse"? Es lo que le sugera cuandoped "No la atormente", y me contest de mal modo, con la altivez de quienest seguro de su deber. Me habran dicho: "Tal vez usted la priva de variosaos de vida", y yo hubiera estado obligada a ceder. Estas reflexiones no metranquilizaban. El porvenir me aterraba. Cuando yo tena quince aos, mi toMaurice muri de un cncer de estmago. Me contaron que durante varios das

    haba aullado: "Terminen conmigo. Denme mi revlver. Tengan piedad de m".Mantendra el doctor P. su promesa de que: "Ella no sufrira"? Se habainiciado una carrera entre la muerte y la tortura. Yo me preguntaba cmo selas arregla uno para vivir cuando un ser querido nos ha gritado en vano:Piedad!

    Y aun si ganaba la muerte, qu odiosa mistificacin! Mam nos creajunto a ella: pero nosotros nos colocbamos ya del otro lado de su historia.Como un maligno genio omnisciente, yo conoca el revs de las cartas, entanto que ella se debata muy lejos, en la soledad humana. Todo estabatrocado: su empecinamiento en curarse, su paciencia, su valor. No sera

    recompensada por ninguno de sus sufrimientos. Volva a ver su rostro: "Ya queme hace bien". Yo sufra con desesperacin por una falta que era ma sin seryo responsable, y la que nunca podra redimir.

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    Mam pas una noche tranquila; al verla inquieta, la enfermera no lehaba soltado la mano. Se encontr la manera de colocarla sobre la escupiderasin lastimarla. Volva a comer y pronto se suprimiran las perfusiones. "Estanoche", clamaba. "Esta noche o maana", deca N. En esas condiciones, laenfermera seguira cuidndola de noche, pero mi hermana dormira en casa desus amigos. Ped consejo al doctor P. Sartre tomaba al da siguiente el avin a

    Praga. Podra acompaarlo? "Puede suceder cualquier cosa, en cualquiermomento. Pero tambin esta situacin puede durar meses. Nunca se podraviajar. Praga est slo a una hora y media de Pars, y es fcil llamar portelfono." Habl a mam de ese proyecto: "Por supuesto! Vete, no tenecesito", me dijo. Mi partida terminaba de convencerla de que estaba fuerade peligro: "Me sacaron de una buena! Una peritonitis a los setenta y ochoaos! Felizmente estaba aqu! Felizmente no me haban operado el fmur". Subrazo izquierdo, libre ya de los vendajes, se le haba deshinchado un poco. Concuidado se llevaba la mano a la cara reconocindose la nariz y la boca: "Tenala impresin de que los ojos se me haban colocado en medio de las mejillas, y

    que la nariz, atravesada, se me haba corrido hacia abajo. Es curioso... "Mam no tena el hbito de observarse. Ahora su cuerpo se le impona.

    Cargada con ese lastre, ya no planeaba sobre las nubes y no deca ms nadaque me chocara. Cuando evocaba a Boucicaut era para compadecer a lasenfermeras condenadas a la sala colectiva. Tomaba partido en favor de lasenfermeras en contra de la direccin que las explotaba. A pesar de la gravedadde su estado, se mantena fiel a la discrecin que siempre haba demostrado.Tema dar demasiado trabajo a la seorita Leblon. Agradeca y peda disculpas:"Gastar tanta sangre en una mujer vieja, cuando tantas jvenes lanecesitaran!" Se senta culpable de quitarme tiempo: "T tienes qu hacer y

    pierdes horas aqu: eso me molesta!" Haba un poco de orgullo, pero tambinalgo de remordimiento en su voz cuando deca: "Mis pobrecitas! Les he dadoemociones! Deben haber tenido miedo". Tambin nos conmova por susolicitud. El jueves por la maana, recin salida del coma, cuando la mucamatrajo a mi hermana el desayuno, dijo en un soplo: "Conf... conf...""Confesor?" "No, confite", recordando que mi hermana lo tomaba por lamaana. Se preocupaba de la venta de mi ltimo libro. La seorita Leblonhaba sido desalojada por la propietaria, y mam acept, bajo la sugerencia demi hermana, que se instalara en su departamento: habitualmente nosoportaba que entraran en su casa estando ella ausente. La enfermedad haba

    quebrado su caparazn de prejuicios y pretensiones: quiz porque ya nonecesitaba de esas defensas. Su deber primordial era restablecerse, es decir,ocuparse de s; al abandonarse sin escrpulos a sus deseos ya sus placeres, sehaba liberado al fin de su resentimiento. Su belleza y su sonrisa habanresucitado expresando un pacfico acuerdo consigo misma, y en el lecho de laagona, una especie de felicidad.

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    Advertimos, con cierta sorpresa, que ella no haba reclamado la visita delconfesor que el martes anterior haba sido aplazada. Mucho antes de suoperacin, haba dicho a Marthe: "Ruega por m, hijita, porque t sabes,cuando uno est enfermo ya no puede rezar". Estaba sin duda demasiadoocupada en curarse para imponerse la fatiga de las prcticas religiosas. Eldoctor N. le dijo un da: "Usted debe llevarse muy bien con el buen Dios, para

    haberse repuesto tan rpido!" "Oh! Estoy muy bien con l. Pero no tengoganas de ir a verlo tan pronto." En la tierra, la vida eterna significaba lamuerte, y ella se negaba a morir. Naturalmente, los devotos de su alrededorsuponan que nosotros contraribamos su voluntad e intentaron algunos actosde fuerza. Pese al letrero de Prohibidas las visitas, mi hermana vio unamaana abrirse la puerta para dejar pasar una sotana; la rechaz con energa:"Soy el Padre Avril. Vengo como amigo". "No importa. El hbito que usted llevaatemorizara a mam." El lunes, una nueva intromisin: "Mam no recibe anadie", dijo mi hermana mientras empujaba a la seora Saint-Ange hasta elvestbulo. "Bueno. Pero es necesario que yo converse con usted sobre un

    problema muy grave: conozco las convicciones de su madre..." "Yo tambin lasconozco -respondi mi hermana con sequedad-o Mam est en su sano juicio.El da que ella desee ver un sacerdote, lo har." El mircoles por la maana,cuando vol haca Praga, an no lo haba deseado.

    Llam por telfono al medioda. "No te fuiste!", exclam Poupette alorme con tanta claridad. Mam iba muy bien; el jueves tambin; el vierneshabl con ella, que se senta halagada de que yo la llamara de tan lejos. Leaun poco y sacaba palabras cruzadas. El sbado no pude telefonear. Eldomingo, a las once y media de la noche, llam a casa de Diato. Mientras

    esperaba en mi cuarto la comunicacin, me subieron un telegrama: "Mammuy cansada. Puedes volver?" Francine me dijo que Poupette dorma en laclnica. Poco despus la tena al otro lado del hilo: "Un da terrible -dijo- Letuve todo el tiempo la mano a mam que me suplicaba: no me dejes ir. Deca:no volver a ver a Simone. Ahora le han dado un equanil y est durmiendo".

    Le ped al portero que me reservara un asiento en el avin que sala a lamaana siguiente a las diez y media. Como tenamos varios compromisosfijados, Sartre me aconsejaba esperar un da o dos: imposible. No era para mmuy importante ver a mam antes de su muerte, pero no poda soportar laidea de que ella no volviera a verme. Por qu dar tanta importancia a un

    instante, si ya no habr memoria? Ya no habr tampoco reparacin.Comprend, a cuenta de m misma y hasta la mdula de los huesos, que en losltimos momentos de un moribundo se pudiera encerrar el absoluto.

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    El lunes a la una y media entr en el cuarto 114. Le haban advertido mivuelta y la crea conforme a mis planes. Se quit los anteojos negros y mesonri. Estaba eufrica bajo el efecto de los calmantes. Haba cambiado derostro: tena la tez amarilla y una marca inflamada le bajaba del ojo derecho, alo largo de la nariz. Sin embargo, volva a haber flores encima de todas lasmesas. La seorita Leblon se haba ido: como haban suprimido la botella de

    goteo, mam ya no necesitaba una enfermera particular. La noche de mipartida, la seorita Leblon haba comenzado una transfusin que tena quedurar dos horas: las venas fatigadas hasta el extremo soportaban todavamenos la sangre que el plasma. Durante cinco minutos mam grit."Detngase!", haba ordenado Poupette. La enfermera se resista: "Qu direl doctor N.?" "Yo tomo la responsabilidad". En efecto, N. se haba puestofurioso: "La cicatrizacin ser ms lenta". l saba sin embargo que la heridano se cerrara; haba formado una fstula por la cual el intestino sedesocupaba: eso evitaba una nueva oclusin, ya que el "trfico" se habainterrumpido. Cunto tiempo resistira mam? Segn los anlisis, el tumor era

    un sarcoma de extrema virulencia que haba comenzado a diseminarse en todoel organismo; no obstante, la evolucin podra ser bastante lenta, dada suedad.

    Me cont sus dos ltimos das. El sbado haba empezado una novela deSimenon y haba vencido a Poupette en las palabras cruzadas: sobre la mesase amontonaban los esquemas que recortaba de los diarios. El domingo habaalmorzado un pur de papas que no le pasaba (en realidad lo que la habaestragado era el comienzo de las metstasis) y haba tenido una larga pesadilladespierta: "Estaba sobre una sbana azul, encima de un pozo; tu hermanasostena la sbana y yo le suplicaba: no me dejes caer en el pozo...". "Yo te

    sostengo, no te caers", deca Poupette. Ella haba pasado la noche sentada enun silln y mam, que habitualmente se preocupaba de su sueo, le deca: "Note duermas; no me dejes ir. Si me duermo despirtame: no dejes que me vayaestando dormida". En un momento, me cont mi hermana, mam cerr losojos extenuada. Ara con las manos las sbanas y articul: "Vivir!, vivir!"

    Para evitarle esas angustias los mdicos le haban prescrito comprimidos einyecciones de equanil; mam las exiga con avidez. Todo el da estuvo deexcelente humor. Volvi a vituperar sus extraas impresiones: "Haba frente am un crculo que me fatigaba. Tu hermana no lo vea. Yo le dije: esconde esecrculo, pero ella no vea ningn crculo". Se trataba de una plaquita de metal

    colocada en la guarnicin de la ventana y que disimulaban bajando un poco lapersiana por fin arreglada. Recibi a Chantal y a Catherine y nos declarsatisfecha: "El doctor P. me ha dicho que he sido muy inteligente: mientras merestablezco de la operacin, el fmur se me suelda". Esa noche propuseremplazar a mi hermana que casi no haba pegado los ojos la noche anterior,pero mam estaba acostumbrada a ella y la crea mucho ms competente queyo, porque ella haba cuidado a Lionel.

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    La jornada del martes pas bien. Por la noche mam tuvo pesadillas. "Meponen en una caja", le deca a mi hermana. "Estoy all, pero dentro de la caja.Soy yo y no soy yo. Unos hombres se llevan la caja!" Se debata: "No losdejes que me lleven!" Poupette le puso la mano sobre la frente y la mantuvoas durante largo rato: "No te metern dentro de la caja, te lo prometo". Mampidi una nueva dosis de equanil. Una vez libre de sus visiones, pregunt:

    "Qu quieren decir esa caja y esos hombres?" "Son recuerdos de tuoperacin: los enfermeros que te colocan sobre la camilla". Luego se durmi.Pero a la maana siguiente sus ojos tenan la tristeza de los animalesindefensos. Cuando las enfermeras le arreglaron la cama y la hicieron orinarcon la ayuda de una sonda, sinti dolor y se quej. Me pregunt con voz demoribunda: "Crees que saldr de sta?" La reprend. Tmidamente le preguntal doctor N.: "Est contento conmigo?" Le contest que s, sin ningunaconviccin, pero ella se prendi con fuerza a ese salvavidas. Siempre seinventaba excelentes razones para justificar el excesivo cansancio. Habasufrido una deshidratacin, un pur de papas demasiado pesado, y ese da

    reprochaba a las enfermeras haberle hecho la vspera slo tres cambios devendaje en lugar de cuatro: "El doctor N. estaba furioso, anoche", me dijo."Les dio levante!" Repiti varias veces, con complacencia: "Estaba furioso!"Su rostro haba perdido la belleza; lo agitaban los tics; nuevamente elresentimiento y la reivindicacin aparecan en su voz.

    "Estoy tan cansada", suspiraba. Por la tarde haba aceptado recibir alhermano de Marthe, un joven jesuita. "Quieres que le diga que no venga?""No. A tu hermana le gustar la visita. Hablarn de teologa. Yo cerrar losojos y no tendr necesidad de hablar." No almorz. Se durmi con la cabezainclinada sobre el pecho: cuando Poupette empuj la puerta crey que todo

    haba terminado. Charles Cordonnier se qued apenas cinco minutos. Habl delos almuerzos a los que todas las semanas su padre invitaba a mam: "Esperovolver a verla en el bulevar Raspail uno de estos jueves". Lo mir, incrdula yconsternada: "Crees que volver all?" Hasta ese momento yo no haba vistoen su cara una expresin tan desdichada: ese da adivin que estaba perdida.Creamos el fin tan prximo que no me fui cuando lleg Poupette. Mammurmur: "Quiere decir que estoy peor puesto que estn aqu las dos"."Siempre estamos aqu." "Nunca las dos juntas." Volv a fingir enojo: "Mequedo porque ests desanimada. Pero si slo sirve para inquietarte, me voy"."No, no", me dijo con tono contrito. Mi injusta severidad me desgarraba. En el

    momento en que la verdad la abrumaba y que hubiera necesitado liberarse conpalabras, nosotros la condenbamos al silencio; la obligbamos a callar susansiedades, a reprimir sus dudas: como tantas veces en su vida, se senta a lavez incomprendida y en falta. Pero no podamos hacer otra cosa: su necesidadprimordial era la esperanza. Chantal y Catherine se asustaron tanto de la carade mam, que telefonearon a Limoges para aconsejar a su madre que volviera.

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    Poupette ya no poda ms de cansancio. Yo decid: "Esta noche yo mequedar a dormir". Mam pareci inquietarse: "Sabrs?, sabrs ponerme lamano sobre la frente si tengo pesadillas?" "Pero s." Mascull algo, y me mircon intensidad: "T me das miedo". Yo siempre haba intimidado un poco amam a causa de la estima intelectual que ella me tena y quedeliberadamente haba negado a su hija menor. A la recproca, su pudibundez

    me haba congelado desde muy temprano. Yo haba sido una nia abierta; yhaba visto vivir a las personas mayores, cada una encerrada entre sus brevesparedes privadas; a veces ella abra un orificio para taponarlo inmediatamente."Ella me ha hecho sus confidencias", cuchicheaba mam con aire deimportancia. O bien desde afuera se descubra una fisura: "Es misteriosa, nome haba dicho nada, pero parece que...". Las confesiones y los chismes tenanalgo de furtivo que me repugnaba, de modo que trat de que mis murallasfueran sin fallas. Pona especial cuidado en no dejar escapar nada, sobre todoa mam, por temor de su confusin y horror de su mirada. Pronto ya no seatreva a interrogarme. Nuestra breve explicacin sobre mi falta de creencias

    nos exigi a ambas un esfuerzo considerable. Sent pena al ver sus lgrimas.Pero pronto me di cuenta de que ella lloraba por su fracaso sin preocuparse delo que ocurra en m. Me encabrit al preferir el terror a la amistad. Laposibilidad de un acuerdo hubiera seguido siendo posible si, en vez de pedir atodo el mundo que rogara por mi alma, ella me hubiera ofrecido un poco deconfianza y de simpata. Ahora s qu se lo impeda: tena demasiadosdesquites que tomarse y demasiadas heridas que curarse para ponerse en ellugar de otro. Ella se sacrificaba en los actos, pero sus emociones no lasacaban de s misma. Por otra parte, Cmo podra tratar de comprenderme sievitaba leer en su propio corazn? En cuanto a inventar una actitud que no nos

    hubiera desunido, nada la haba preparado a ello; lo imprevisto la trastornabaporque la haban enseado a no pensar, actuar ni sentir sino a travs deesquemas elaborados de antemano.

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  • 8/6/2019 Beauvoir Simone - Una Muerte Muy Dulce

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    El silencio entre las dos se hizo totalmente opaco. Hasta la salida de Lainvitada ella ignoraba casi todo de mi vida. Trat de convencerse de que por lomenos en el regln moralidad yo era seria. Los rumores que corrandemolieron sus ilusiones, pero en ese momento nuestra relacin habacambiado. Ella dependa materialmente de m; no tomaba ninguna decisinprctica sin consultarme: yo era el sostn de la familia, en cierto modo su hijo.

    Adems yo era una escritora conocida. Esas circunstancias excusaban en partela irregularidad de mi vida, la que por otro lado ella reduca al mnimo: unaunin libre, en suma menos impa que un matrimonio civil. Si bien el contenidode mis libros a menudo le chocaba, su xito en cambio la halagaba. Pero por laautoridad que ste me confera a sus ojos, agravaba su malestar. En vanotrataba de evitar toda discusin o quiz precisamente porque las evitaba-; lomismo pensaba que yo la juzgaba. Poupette, la pequea, menos respetadaque yo y que, menos marcada por mam, no haba heredado su rigidez-,tena con ella una relacin ms libre. Ella se encarg de calmarla en todas lasmaneras posibles cuando aparecieron las Memorias de una joven formal. Yo

    me limit a llevarle un ramo de flores con una frase de disculpa: ella se sinti,en realidad, conmovida y estupefacta. Un da me dijo: Los padres nocomprenden a los hijos, pero es recproco; hablamos de esos malosentendidos pero de un modo general. Y nunca volvimos a tocar el asunto.Llamaba a la puerta. Oa un leve gemido, los pasos de las chinelas sobre elpiso, un nuevo suspiro, y me prometa a m misma que esa vez encontraratemas de conversacin y un terreno de acuerdo. Al cabo de cinco minutos elpartido estaba perdido: tenamos tan pocos intereses comunes. Hojeaba suslibros: no leamos los mismos. La haca hablar, la escuchaba, le hacacomentarios. Pero, porque era mi madre, sus frases desagradables me

    molestaban ms que si hubieran salido de otros labios. Y me senta tancrispada como a los veinte aos cuando ella trataba con su habitual torpeza-de hablar ntimamente: Ya s que no me encuentras inteligente. Pero decualquier manera, de m te viene la vitalidad, y eso me complace. De todocorazn me hubiera extendido a su favor sobre este ltimo punto; pero elcomienzo de su frase me haba cortado el impulso. De este modo nosparalizbamos mutuamente. Esto era todo lo que haba querido decir alenvolverme en su mirada: "T me das miedo". Me puse el camisn de mihermana y me tend sobre el catre al lado de la cama de mam: yo tambintena mis aprensiones. El cuarto se pona lgubre al caer la tarde, cuando no

    estaba alumbrado ms que p