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El barbero de Picasso Borja Ortiz de Gondra

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El barbero de Picasso

Borja Ortiz de Gondra

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PERSONAJES

Eugenio Arias, 40 años

Pablo Picasso, 65 años

Jacqueline Roque, 25 años

Valdés, 40 años

ESPACIO ÚNICO

La peluquería de Eugenio Arias en Vallauris (Francia), a principios de los años

cincuenta.

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El barbero de Picasso – Escena 1 1

I

Salón de peluquería Arias, en Vallauris (Francia). Arias está barriendo pelo.

Por la radio se escucha una canción francesa de los años cincuenta. Suenan las señales

horarias de las cinco de la tarde y empieza el boletín de las noticias. Arias termina de

barrer, da la vuelta al cartel de “Fermé” en la puerta, se quita la bata de barbero y

saca una tartera y una bota de vino. Las deposita en uno de los mostradores y empieza

a buscar otra emisora en el dial de la radio, hasta que da con la retransmisión de una

corrida de toros en francés. En ese momento se abre la puerta de la barbería y entra

Picasso.

PICASSO: - Buenos días

ARIAS: - Bonjour! C’est fermé, monsieur.

PICASSO: - Pero, ¿cómo que está cerrado?

ARIAS: - Vous ne savez pas lire?

PICASSO: - Mais il n’est que cinq heures!

ARIAS: - Et alors?

PICASSO: - C’est tôt pour fermer.

ARIAS: - Eh, c’est comme ça: aujourd’hui, on ferme à cinq heures. Revenez demain, à

neuf heures je suis déjà ici.

PICASSO: - Je n’habite pas en ville, vous ne pourriez pas faire une exception?

ARIAS: - Une exception, une exception! C’est qui? Le Pape en personne, qui veut avoir

ses cheveux coupés?

PICASSO: - Quelqu’un de plus important que le Pape!

ARIAS: - Désolé, mais je suis communiste, moi!

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El barbero de Picasso – Escena 1 2

PICASSO: - ¡Coño! Moi, aussi.

ARIAS: - ¿Coño?

PICASSO: - Oui, coño.

ARIAS: - ¿“Coño”, vous dîtes?

PICASSO: - Hé oui, coño. C’est de l’espagnol, ça.

ARIAS: - Ah, de l’espagnol! ¡Coño!

PICASSO (exasperado): - Si, coño, ¡coño de Logroño! Mais alors, quelle importance?

Vous coupez les cheveux à un camarade communiste ou pas?

Arias lo contempla un momento de arriba abajo, en silencio. Después va a

ponerse de nuevo la bata de barbero. Apaga la radio.

PICASSO: - Laissez la radio, si vous voulez.

ARIAS: - No, hombre, no, que me distrae y cortar el pelo es algo muy serio.

PICASSO: - ¡Coño! ¿Español?

ARIAS: - Coño… ¡de Buitrago del Lozoya! Ande, siéntese.

Picasso se sienta en uno de los sillones de barbero. Arias le pone la bata de

peluquería y va a empezar a cortarle el pelo. Pero Picasso saca primero un botecito y

lo deposita en el mostrador.

PICASSO (indicando el botecito): - Todo lo que vaya cortando, lo mete aquí.

ARIAS: - ¿Qué?

PICASSO: - El pelo, que lo ponga aquí.

ARIAS (desconcertado): - El cliente siempre tiene razón…

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El barbero de Picasso – Escena 1 3

Arias empieza ahora a cortar el escaso pelo de Picasso, poniendo cuidado en

meter todo lo que va cortando en el botecito.

PICASSO: - ¿Qué estaba escuchando?

ARIAS: - La corrida de Nîmes.

PICASSO: - ¿La dan en la radio?

ARIAS: - Sí, empezaba ahora.

PICASSO: - ¿Qué ganadería?

ARIAS: - Una francesa.

PICASSO: - ¿Quién torea?

ARIAS: - Rafita y Rondeño Primero.

PICASSO: - ¡Un cartel de campanillas! Aunque aquí los toros, la verdad… Estos

gabachos los crían como si fueran vacas de leche.

ARIAS: - Sí, no hay que no hay que alimentarlos tanto.

PICASSO: - ¡Exacto! Hay que dejarlos en la dehesa y que corran mucho.

ARIAS: - ¿Y qué me dice de los toreros franceses? Si es que parece que se van

disfrazados.

PICASSO: - Una vez, en Arlès, había uno empeñado en llamar la atención del toro,

“Taureau! Taureau! Hé! Viens ici” le decía y el morlaco, claro, ni caso. Hasta que me

levanté y le grité desde la barrera: “¡Háblale en español, que no sabe franchute!”. ¡Aquí

es imposible que les salga un Dominguín!

ARIAS: - A mí Dominguín...

PICASSO: - ¿No le gusta?

ARIAS: - ¿Ese finolis?

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El barbero de Picasso – Escena 1 4

PICASSO: - Pero, ¿qué le pasa a Dominguín?

ARIAS: - Que tiene demasiada técnica, hombre. Ése torea con la cabeza.

PICASSO: - ¿Por qué coño todo el mundo tiene miedo de la técnica? Pero, ¿no se da

cuenta de que cuanta más técnica se tenga menos hay que preocuparse de ella? En la

pintura es lo mismo. Todo el día estoy oyendo hablar de sentimientos, de mostrar la

inspiración y qué sé yo cuántas majaderías más. ¡Lo importante es saber de perspectiva,

de color, cómo trazar una línea! Luego ya te olvidarás de ello… Pues en el ruedo, igual.

ARIAS: - Pero, ¿usted ha visto cómo cita Dominguín al toro?

PICASSO: - Se adapta a las necesidades de cada uno, nunca lo cita de la misma manera.

ARIAS: - Pero descarga la suerte.

PICASSO: - ¡Qué dice! Lo cita con todas las caras de la muleta, de frente, de perfil, de

tres cuartos, con el pico…

ARIAS: - ¡Cuando llama al toro, jaleándolo, echa la pierna hacia atrás y así descarga la

suerte!

PICASSO: - ¡Qué sabréis los partidarios de Ordóñez!

ARIAS: - ¡No se meta con Ordóñez!

PICASSO: - ¡No le llega a las suelas de los zapatos a Luis Miguel!

ARIAS: - ¡Dominguín es un torero de salón que no sabe ni sostener la muleta!

PICASSO (arrancándose la bata de peluquería mientras se levanta enfurecido del

sillón y poniendo cuidado de recuperar su botecito de pelo): -¡Usted no sabe lo que está

diciendo! ¡No tiene ni idea de toros! ¡Y de cortar el pelo, menos aún!

ARIAS: - ¿Que no sé cortar el pelo?

PICASSO: - ¡Mire qué trasquilones me ha dejado!

ARIAS: - ¡Será que es un corte de pelo cubista!

PICASSO: - ¿Cómo?

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El barbero de Picasso – Escena 1 5

ARIAS: - ¿Me va a decir usted que yo no sé de mi profesión? ¡Usted sí que no sabe de

la suya!

PICASSO: - ¿Qué dice?

ARIAS: - Que será usted famoso, pero no tiene ni idea de pintar y lo que hace son…

son… son… mamarrachadas. ¡Eso es, mamarrachadas!

PICASSO: - Pero, ¿usted sabe con quién está hablando?

ARIAS: - ¡Con un falso comunista, pésimo pintor y encima calvo!

Entra Jacqueline en la barbería con un pañuelo en la cabeza y grandes gafas de

sol.

JACQUELINE: - T’es prêt, Pablo?

PICASSO: - Devine ce qui m’a dit Monsieur le Barbier, ici.

JACQUELINE: - Quoi?

PICASSO: - Que je peins des mamarrachadas.

JACQUELINE: - Mama… quoi?

PICASSO: - Mamarrachadas, garabatos.

JACQUELINE: - ¿Quién ha dicho eso?

PICASSO: - Este rapabarbas madrileño.

JACQUELINE: - Pero, ¿usted sabe señor con quién está hablando?

ARIAS: - Mire, yo de pintura no entenderé, pero lo que es de peluquería… (A Picasso)

¿Cuántos cortes de pelo ha hecho usted en su vida? ¡Esto es una técnica que exige

mucho arte, señores! ¡Y yo no puedo tirar el cuadro a la basura si no me sale!

PICASSO: - Pero el pelo vuelve a crecer. En cambio, si yo estropeo un lienzo, ya no

tiene arreglo.

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El barbero de Picasso – Escena 1 6

ARIAS: - ¿Y se cree que alguien se va a dar cuenta?

JACQUELINE: - Allez, Pablo, allons- y.

PICASSO: - Usted es de los que piensa que lo que yo hago lo puede hacer cualquiera.

ARIAS: - Cualquiera, cualquiera, a lo mejor no, pero…

JACQUELINE: - Mais vous êtes fou! ¿Cómo se atreve?

PICASSO: - Hagamos la prueba. Yo le traigo un lienzo en blanco, a ver qué le sale.

Pero luego me deja que le corte el pelo yo a Usted.

JACQUELINE: - ¡Pablo, ya está bien! ¡Vámonos de una vez!

PICASSO: - Non, non, attend, Jacqueline. ¿Qué, se atreve o no?

Arias enfurruñado, no responde.

PICASSO: - ¡Se le va la fuerza por la boca, como a todos los madrileños!

JACQUELINE: - Pablo, assez! ¡Vámonos ya!

ARIAS (a Picasso, retador): - ¡Trato hecho!

JACQUELINE (a Picasso): - ¿Nos vamos o qué?

PICASSO (a Jacqueline): - No, y siéntate en ese otro sillón. (A Arias, más retador aún)

¿Y a ella? ¿Se atreve a cortarle a ella?

ARIAS: - ¡En rodajas, si hace falta!

PICASSO: - Pues venga, a ver cuántas morcillitas le saca…

JACQUELINE: - Oh, les espagnols!

PICASSO (a Jacqueline): - Anda, venga, siéntate.

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El barbero de Picasso – Escena 1 7

Picasso sienta a Jacqueline en un sillón de barbero y Arias le empieza a cortar

el pelo bajo la atenta mirada de Picasso, que no pierde un movimiento. Al cabo de un

momento, Arias no puede más del escrutinio.

ARIAS: - Pero, ¿qué mira?

PICASSO: - Aprendo.

Arias sigue cortando en silencio durante un rato, hasta que Picasso, que no

pierde detalle, le interrumpe con su observación.

PICASSO (indicando la frente de Jacqueline): - Aquí, en la frente, tendría que ir más

pegado.

ARIAS: - ¿Qué?

PICASSO: - Y aquí, en el lateral derecho tenía que haber sido un poco más largo.

ARIAS: - No.

PICASSO: - ¿Cómo que no?

ARIAS: - ¿No lo ve? Como el volumen no es simétrico, se compensa con el lado

izquierdo.

JACQUELINE: - ¿Cómo que no es simétrico?

ARIAS: - No; fíjese bien, el pómulo lo tiene un poco más bajo de ese lado.

Arias y Picasso contemplan a Jacqueline en el espejo como si examinasen un

cuadro.

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El barbero de Picasso – Escena 1 8

PICASSO: - Ya, pero el óvalo está inclinado y eso la descompensa. ¿No ve que el

triángulo que forma la cara…?

ARIAS (interrumpiéndolo, mientras estudia el rostro de Jacqueline en el espejo): - A

ver… ¡Me cago en…!

PICASSO: - ¿A que tengo razón?

JACQUELINE: - Moi, je trouve ça très bien.

ARIAS: - Très bien, très bien, oui, señora, ¡pero no es perfecto!

JACQUELINE: - No se preocupe, hombre. Volverá a crecer.

ARIAS: - Sí, volverá a crecer, pero será otro corte. Este ya no tiene arreglo.

JACQUELINE: - Nadie verá los defectos.

ARIAS: - Los veo yo y eso me basta.

JACQUELINE: - Es usted un perfeccionista.

ARIAS: - Todas las mañanas empiezo pensando “hoy sí me va a salir el corte

impecable” y todas las noches, cuando cierro la barbería, tengo la sensación de que no

lo he conseguido.

PICASSO: - Cada día hay que volver a empezar. A mí me pasa lo mismo.

ARIAS (a Jacqueline, al tiempo que le quita la bata): - Vuelva usted la semana que

viene, a ver qué podemos hacer.

Jacqueline se levanta, va a por su bolso, saca una bolsa de papel de él, se arrodilla

y se pone a recoger el pelo que hay por el suelo metiéndolo en la bolsa.

ARIAS: - ¡Pero qué hace, señora!

JACQUELINE: - Vous ne le voyez pas? Recojo.

ARIAS: - Déjelo, mujer, ya lo barreré yo.

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El barbero de Picasso – Escena 1 9

PICASSO: - No, no, que lo recoja, que lo recoja.

ARIAS: - ¡Pero hombre!

JACQUELINE: - On ne sait jamais…

ARIAS: - Quoi?

JACQUELINE: - Para qué lo van a usar.

ARIAS: - ¿El pelo?

PICASSO: - ¡Mi pelo!

ARIAS: - ¡Pero si lo he puesto todo en el botecito ése!

JACQUELINE: - ¿Has traído el botecito?

PICASSO: - Da igual, a lo mejor ha caído algo y se ha mezclado con el de ella.

JACQUELINE (que sigue recogiendo pelo): - Ses cheveux son sacrés! Es el pelo de

Picasso.

ARIAS: - Pero, ¿qué se cree? ¿Que voy a hacer vudú con él?

JACQUELINE: - Hay gente que lo compraría, no puede una fiarse de nadie.

PICASSO: - Exactamente. Hay mucho chalado por ahí y todos hacen negocio.

ARIAS (irónico): - No, si tiene usted razón, hay mucho chalado por ahí. Pero vamos,

que si usted prefiere llevárselo, eso que no tengo que barrer.

Jacqueline se pone en pie enarbolando la bolsa, mientras Arias enciende de

nuevo la radio, en la que están retransmitiendo la corrida en francés. Recupera la bota

de vino y la tartera. Jacqueline guarda la bolsa de pelos dentro de su bolso.

ARIAS (tendiéndole la bota de vino a Picasso): - ¿Gusta?

PICASSO: - ¡Que si gusto! Traiga acá. (Le da un tiento larguísimo a la bota ante la

exasperación de Jacqueline).

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El barbero de Picasso – Escena 1 10

JACQUELINE: - Pablo! Tu ne vas pas te mettre à boire du vin et à écouter la radio,

maintenant.

PICASSO (a Jacqueline): - Calla, calla, mujer. (A Arias). Póngala un poco más alto,

hombre.

Arias sube el volumen de la radio. Ambos se quedan escuchando atentamente al

comentarista taurino. Picasso le pasa la bota a Jacqueline.

JACQUELINE: - Pero Pablo, que yo no sé.

PICASSO: - ¡Gabacha!

Jacqueline, herida en su amor propio, intenta beber de la bota y termina por

derramarse el vino por toda la cara. Picasso ríe al verlo.

JACQUELINE: - Merde, alors! Mais c’est imposible, ce truc!

Arias le tiende una toalla.

ARIAS: - Tenga, límpiese.

JACQUELINE: - ¿Por qué los españoles tienen que hacerlo todo difícil? ¿No tienen

vasos, o qué?

PICASSO (guiñándole un ojo a Arias): - ¡Tenemos cosas mucho mejores que los vasos!

Y de cristal, también.

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El barbero de Picasso – Escena 1 11

De repente, en la radio, el comentarista taurino retransmite una cogida violenta

del torero. La conversación queda interrumpida mientras los tres escuchan, en

suspenso.

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El barbero de Picasso - Escena 2 12

II

Unas semanas más tarde. Arias, al teléfono. Jacqueline, sentada en el sillón de

barbero, fumando.

ARIAS (atónito, a Jacqueline): - Pero ¿una cabra, cabra?

JACQUELINE: - Sí, une chèvre.

ARIAS (a Jacqueline): - ¡Ah! (Por el teléfono). Una cabra (…). Eso es, una cabra. No

sé, ahora se lo pregunto. (A Jacqueline) ¿Disecada?

JACQUELINE: - No, no, viva.

ARIAS (al teléfono): - Viva, dice. (…) ¿Y yo qué sé? (A Jacqueline) ¿Para qué querría

Picasso una cabra viva?

JACQUELINE: - Es por la otra, Esmeralda, la de la entrada.

ARIAS: - Pero, ¿ya tiene una?

JACQUELINE: - No, hombre, la de la entrada es una escultura.

ARIAS: - ¿Y ahora para qué le gustaría una auténtica?

JACQUELINE: - Para ver si la realidad se contagia de la metáfora, imagino yo.

ARIAS: - Espere un momento, que esto se lo tengo que repetir aquí al camarada palabra

por palabra. (Al teléfono) Quiere la cabra para que contagie la realidad. (…) Pues yo

tampoco, hombre. (A Jacqueline) ¿Me lo explica?

JACQUELINE: - Voyons, se trata de la metáfora, ¿no? Dice que la escultura es une

métaphore plastique, o sea, una metáfora… ¿cómo se dice? plástica, eso es: una

metáfora plástica. Que no ha de ser un trompe-l’oeil sino un trompe-l’esprit.

¿Comprende?

ARIAS: - No mucho, la verdad.

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El barbero de Picasso - Escena 2 13

JACQUELINE: - Es complicado, mejor se lo explica él otro día. El caso es que cuando

encontró en la basura, ¿cómo se dice? une corbeille en osier.

ARIAS: - ¿Una cesta de paja?

JACQUELINE: - Eso, una cesta vieja de paja, cuando se la encontró, ahí estaba la

metáfora de las costillas de una cabra, y ya no paró buscando desechos para el resto del

cuerpo.

ARIAS: - Ya, ya me acuerdo de los comentarios que se hicieron en el pueblo.

JACQUELINE: - Todo, todo lo que está en la escultura de la cabra se lo encontró en las

basuras.

ARIAS: - Pero si ya tiene una que le costó tanto hacerla, ¿para qué quiere ahora otra de

verdad? (Al teléfono) Espera un momento, hombre que ahora te lo cuento todo.

JACQUELINE: - Dice que… a ver cómo lo explico… no hay que tratar de expresar la

naturaleza, ¿no?... lo que hay hacer es trabajar como la naturaleza, ¿me sigue? Querrá

compararlas, ver cómo reacciona la de verdad ante la otra, ¡qué sé yo! El caso es que

lleva semanas empeñado en tener una cabra viva, yo qué le voy a hacer. Ya sabe cómo

es Pablo…

ARIAS: - Espere, que se lo cuento a Valdés. (Al teléfono) Mira, que hizo una escultura

de una cabra con basuras y ahora quiere ver si le salió bien y cómo reacciona una de

verdad. (…) No, no te estoy tomando el pelo. (…) ¡Oye, que tengo aquí delante a su

compañera!

JACQUELINE: - ¡Ustedes me han preguntado qué es lo que le haría ilusión y yo se lo

digo! Ahora, que si no quieren regalársela…

ARIAS: - No, mujer, es que…

JACQUELINE: - ¿Quiere que me ponga y se lo explico yo?

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El barbero de Picasso - Escena 2 14

ARIAS (tapando el auricular, a Jacqueline): - No se moleste, que éste es muy burro y

no comprende nada. (Al teléfono) ¿Qué, lo vas pillando? (…) Bueno, tampoco hay nada

que entender: es arte moderno. (…) No, me temo que eso no. (A Jacqueline) Dice que

por qué no hace cosas que se entiendan. Ya le digo que es muy ceporro. (Al teléfono)

¿El Partido te dice a ti lo que tienes que plantar en tu huerta? ¡Pues déjale entonces tú a

él pintar como quiera!

JACQUELINE: - Mire, ya tuvimos un buen lío con lo del retrato de Stalin, ¿eh? Así que

mejor lo dejamos. Total, si no hace falta que el Partido Comunista le regale nada. A él

con la cena después de la inauguración, le basta.

ARIAS (a Jacqueline): - Que no, mujer, si esto lo arreglamos en un pispás. (Al

teléfono). Mira, mejor no entramos en polémicas artísticas, ¿eh? Vosotros a vuestras

berzas y él a sus esculturas y todos tan contentos, ¿vale? Se lo cuentas al camarada jefe

de asuntos agrícolas y que le encuentre una. Le ponéis una correa y la traéis la noche del

banquete. (Escucha un largo rato lo que el otro le dice por teléfono). No te preocupes,

hombre, ya verás como sale bien. (Cuelga. A Jacqueline) Este Valdés… Muy buena

persona, muy valiente, pero bruto como un arado. Estuvo conmigo en el maquis. Antes

habíamos luchado juntos, en la guerra de España.

JACQUELINE (viendo por las ventanas de la barbería a Picasso que se acerca): - Pero

no le digan nada a él, ¿eh? Sólo le hará ilusión si es una sorpresa.

ARIAS: - ¡Vaya que si va a ser una sorpresa! ¡Y no sólo para Picasso!

Se abre la puerta de la barbería y entra Picasso con un cartapacio grande. Besa

a Jacqueline.

ARIAS: - ¿Cómo está, Pablo?

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El barbero de Picasso - Escena 2 15

PICASSO: - Pero, Arias, ¿hasta cuándo vas a seguir tratándome de usted?

ARIAS: - Yo a usted no lo tutearé nunca.

PICASSO: - ¡Como si no nos conociéramos ya lo suficiente! Mira que te has empeñado,

¿eh?

ARIAS: - Ya se lo dije. Tampoco hubiera tuteado a mi padre.

PICASSO: - No, si como a ti se te meta una cosa en la cabeza… Anda, ven a ver esto.

ARIAS: - ¿Qué es?

PICASSO: - El cartel que les he hecho para el Congreso de los Pueblos por la Paz.

Antes de enviarlo, quiero que me digas qué te parece a ti.

Picasso abre el cartapacio y muestra un enorme dibujo a Arias de modo que el

espectador no pueda verlo. Arias se queda un rato mirándolo en silencio. Tanto, que

Picasso termina por ponerse incómodo.

PICASSO: - ¿Y?

ARIAS: - No sé, tendría que estudiarlo más.

PICASSO: - ¿Estudiar? ¿Qué coño hay que estudiar?

ARIAS: - No sé, no termino de verlo.

PICASSO: - ¿No lo ves? ¡Pues ponte gafas!

Arias sigue estudiando un rato el cartel en silencio.

PICASSO: - No te gusta. Te parece un garabato.

ARIAS: - Yo no he dicho eso.

PICASSO: - Pero no hay más que verte la cara.

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El barbero de Picasso - Escena 2 16

ARIAS: - Es muy moderno, sí…

PICASSO: - ¿Qué quiere decir que es muy moderno?

ARIAS: - No sé, que no se entiende a la primera.

PICASSO: - ¡Entender, entender! ¿Desde cuándo una pintura es una demostración

matemática? ¡Basta con que la sientas! ¿A ti te gusta o no?

Un momento de silencio mientras Arias sigue contemplando el cartel.

ARIAS: - No sé.

JACQUELINE (a Arias): - ¿Usted sabe el trabajo que lleva esto y que Pablo lo ha

hecho sólo por ayudar a la causa?

PICASSO: - No te molestes, Jacqueline, está claro que con Arias no voy a hacer carrera.

ARIAS: - Vamos a ver. ¿Esto que es? ¿Parte de la cara de una mujer o el cuerpo de la

paloma?

Suena el teléfono en la barbería. Arias va a descolgar. Sus primeras réplicas al

teléfono coinciden con la despedida de Jacqueline.

JACQUELINE (a Picasso): - Au revoir, je viens te chercher dans une demie heure. (A

Arias). Adiós, Arias.

PICASSO: - No te olvides de los pigmentos.

JACQUELINE : - Oui, Monseigneur, ne vous inquiétez pas. Au revoir.

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El barbero de Picasso - Escena 2 17

Mientras Arias está hablando por teléfono, Picasso apoya el dibujo de espaldas

contra uno de los mostradores y se entretiene jugando con los instrumentos de cortar el

pelo, en particular con una caja de madera donde Arias los guarda.

ARIAS (al teléfono): - Salon de Coiffure Arias, allô? (…) Salut, Antoinette. (…)

Encore? Mais qu’est- ce qu’il y a? (…) Oui, oui. (…) Qu’ils ne s’inquiètent pas, je les

appellerai, moi. (…) Oui, ce soir. (…) Et Luisa? (…) (A Picasso) Deje eso, hombre. (Al

teléfono) Mais dis-lui qu’elle ne s’inquiète pas, on fera tout ce que on pourra! Oui,

j’enverrai de l’argent. Et mon frère? (…) Quand? Mais… (…) (A Picasso) ¿Quiere dejar

eso en paz? Con los útiles de trabajo no se juega. (Al teléfono) C’est Maître Picassso,

qui est ici à fouiller dans mes affaires. Bon, alors, elle ira à l’hôpital ou pas? (…) Mais

vraiment! (A Picasso se le cae la caja al suelo, que se parte en pedazos) (A Picasso)

¡Ya la ha hecho! ¡Es usted peor que un niño! (Al teléfono) Bon, Antoinette, je te quitte,

car Maître Picasso a foutu mes outils! (Cuelga). ¡Si es que no se le puede dejar solo un

segundo! ¡Mire la que ha montado!

PICASSO (avergonzado, recogiendo los trozos): - Tampoco es para tanto, hombre, ya

te compraré otra.

ARIAS: - ¡Pero es que no quiero otra caja! Esta era de marquetería española, la había

tenido desde los tiempos de la guerra. Con ella me paseé por el frente del Ebro cortando

el pelo. Quite, quite de ahí.

Arias, desconsolado, se pone a recoger los trozos que hay por el suelo,

empujando a Picasso para que se quite de en medio.

PICASSO: - Y yo que creía que habías estado pegando tiros por la República.

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El barbero de Picasso - Escena 2 18

ARIAS (compungido, mirando los restos de la caja): - ¡Usted no se puede tomar nada

en serio! ¿no?

PICASSO: - Bueno, hombre, mañana mismo nos tomamos un tren, cruzamos la frontera

y te compramos otra.

ARIAS: - Ya, y yo acabo en la cárcel y usted en los periódicos de medio mundo.

PICASSO: - Podríamos irnos hasta Barcelona y comernos una escudella i carn d’olla.

ARIAS: - A veces parece que tiene usted cinco años.

PICASSO: - O nos tomamos unos churros con chocolate…

ARIAS: - ¡Ande, no diga sandeces! ¿Sabe quién era? Mi mujer. Han llamado otra vez

de mi familia, en España. Mi madre no va nada bien, la van a ingresar en un hospital. ¡Y

yo aquí, sin poder ir a verla!

PICASSO: - Ya nos queda poco, Arias.

ARIAS: - ¿Poco para qué?

PICASSO: - Franco no puede durar ya mucho. Volveremos, ya lo verás. Estoy seguro.

ARIAS: - ¿Usted cree?

PICASSO: - Mira lo que te digo: muy pronto el “Guernica” colgará en el Prado.

ARIAS: - Yo a veces pienso que no regresaremos nunca. ¿Y sabe lo que más rabia me

da? Que mis hijos, mis nietos, sean todos franceses. Ya llevo diecisiete años aquí y a

veces no me acuerdo de palabras, o no sé cómo decir algo, o me parece que lo digo

mejor en francés y me entra una congoja enorme.

PICASSO: - A mí me pasa lo mismo.

ARIAS: - ¿Sabe? Si digo “pera”, por ejemplo, recuerdo aquellas peras amarillas,

jugosas de mi juventud en Buitrago. Pero cuando digo “poire”, lo que veo son estas

peras raquíticas de acá, verdes y duras como piedras.

PICASSO: - Arias, eres un poeta.

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El barbero de Picasso - Escena 2 19

ARIAS: - No, lo que soy es un iluso y un imbécil. Yo sé que tendría que sacarme la

nacionalidad, no tendría problema, mi mujer es francesa. Pero qué quiere, no puedo, es

una cosa sentimental. A mí nadie me dice que deje de ser español…

De repente, Picasso empieza a cantar, con un pésimo oído, “El emigrante”, de

Juanito Valderrama. Al principio, Arias se queda descolocado, pero luego se une a él y

ambos terminan cantando, desafinados, a voz en cuello.

PICASSO y ARIAS (cantan): - Adiós mi España querida, / dentro de mi alma te llevo

metía, / y aunque soy un emigrante / jamás en la vida podré yo olvidarte…

PICASSO: - ¿Sabes lo del homenaje que me está organizando el Ayuntamiento?

ARIAS: - Algo he oído.

PICASSO: - Les voy a pedir una corrida de verdad. ¿A que no sabes a quién quiero que

traigan?

ARIAS: - ¡A Ordóñez!

PICASSO: - Tengamos la fiesta en paz, ¿eh?

ARIAS: - O sea, que va a llamar al tirillas, ¿no? Pues no creo que quiera venir.

PICASSO: - ¿Cómo que no?

ARIAS: - Ese Dominguín es un señoritingo, no querrá venir a una plaza improvisada de

un pueblo de tercera. ¡Y en Francia!

PICASSO: - Vendrá al homenaje a Picasso, ya verás.

ARIAS: - Como no le ponga de cebo a la Sofía Loren…

PICASSO: - He prometido pintarle un retrato.

ARIAS: - Pero, ¿lo conoce?

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El barbero de Picasso - Escena 2 20

PICASSO: - Sí.

ARIAS: - ¿Y por qué no me había dicho nada?

PICASSO: - ¿Te pregunto yo con quién te vas de juerga tú por Cannes?

ARIAS: - Es que yo no me voy de juerga.

PICASSO: - Y si pudiera, te conseguía a Ordóñez, para que hiciesen un mano a mano.

ARIAS: - ¡Me está saliendo usted todo un empresario! A ver si va a resultar que hasta

tiene ganadería propia.

PICASSO: - No te diría yo que no la acabe teniendo. ¡Y una plaza de toros! ¿No sería

magnífico?

ARIAS: - Ande, ande, deje de desvariar

PICASSO: - Así podría matar todos los toros que quisiera.

ARIAS: - ¡Y dale!

PICASSO: - Los toros son lo único que nos queda de España, Arias. Y no es lo mismo.

Estas corridas de aquí, sin mise à mort, son toreo de salón: no hay riesgo, no hay sangre,

no hay vida.

ARIAS: - Ya sabe que aquí está prohibido.

PICASSO: - Yo se lo voy a pedir al alcalde: o deja que maten a los toros o no hay

homenaje.

ARIAS: - Ande, ande, siéntese ahí (indicándole el sillón de barbero) y acabemos por

hoy, que ya voy con retraso.

Picasso saca su botecito del bolsillo, lo deposita sobre el mostrador y va a

sentarse en el sillón de barbero.

PICASSO: - Oye, Arias, y tú, ¿qué deporte practicas, que estás tan en forma?

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El barbero de Picasso - Escena 2 21

ARIAS: - ¿Yo? ¡La siesta! “Acostarse temprano y levantarse temprano hace al hombre

más sano”, dijo Benjamín Franklin.

PICASSO: - Lo que tú no sepas…

ARIAS (tendiéndole un periódico): - Ande, lea un poco, a ver si usted también se

culturiza.

Arias empieza a cortarle el pelo, depositándolo en el botecito. Un tiempo de

silenci, mientras Picasso lee el periódico, hasta que de pront, estalla ante algo que ha

leído.

PICASSO:- Pero, bueno ¿tú has leído esto? ¡Arte religioso, dicen! ¿Qué se habrán

creído?

ARIAS:- No se mueva tanto.

PICASSO:- O es arte o es religioso, pero las dos cosas no puede ser. ¿Y qué hacen

Matisse, Braque, Léger… todos ellos tan modernos, cada uno pintando una iglesia?

¡Hay que jorobarse!

ARIAS:- ¿Se va a estar quieto?

PICASSO (enseñándole una fotografía del periódico):- Pero, ¿tú has visto esto? ¿Tú

has visto esta capilla, este suelo blanco luciente y los rombos negros? ¡Igual que un

cuarto de baño de Jacob Delafon! Pero, ¿es que Matisse se ha vuelto loco?

ARIAS:- ¡Que no se mueva!

PICASSO:- ¿Cómo va hacer arte religioso Matisse, que es más ateo que yo?

ARIAS:- ¡Ya está, ya la hemos fastidiado!

PICASSO:- ¿Qué?

ARIAS:- Mire lo que le he hecho, por no estarse quieto.

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El barbero de Picasso - Escena 2 22

PICASSO (mofándose): - Dios está en los pequeños detalles, hermano.

ARIAS:- ¿Le parece bonito, reírse de mi trabajo?

PICASSO:- Humildad, hermano, humildad.

ARIAS:- Ande, estése quieto a ver si lo arreglo.

PICASSO:- No, ahora me vas a dejar que te corte yo a ti. Todavía no hemos saldado la

apuesta que hicimos el primer día. Dame la navaja.

ARIAS: - No.

PICASSO: - Anda, dámela. Y luego tú me arreglas el cartel que he traído, para que se

entienda.

ARIAS: - Que no, hombre, que no.

Picasso se pone en pie y coge unas tijeras del mostrador donde están los útiles.

PICASSO:- ¿Por dónde empiezo? ¡Ven aquí, que te voy a trasquilar!

ARIAS (evitándolo):- Pablo, que con eso no se juega.

PICASSO:- ¿Qué, tienes miedo de que te quite el trabajo? ¿Y si resulta que soy un buen

barbero? ¡Tris, tris, tris!

(Picasso no deja de perseguir a Arias por toda la barbería. Arias, finalmente,

toma una silla de paja en sus manos y la usa como escudo. Picasso intenta pincharle en

broma y Arias pone la silla sobre su cabeza. De pronto, Picasso empieza a usar la

tijera como un estoque de torero y Arias reacciona dando embestidas. En un momento,

como dos chiquillos, están jugando a la corrida. Arias usa las patas de la silla como si

fueran los cuernos del toro mientras Picasso le da muletazos).

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El barbero de Picasso – Escena 3 23

III

En la peluquería, Arias y Valdés.

ARIAS: - No, no, no y no.

VALDÉS: - ¿Por qué no?

ARIAS: - Pero Valdés, hombre, párate a pensarlo un momento.

VALDÉS: - ¿Qué?

ARIAS: - ¿No te parece raro?

VALDÉS: - Pues a ti no te parecía tan extraño el otro día.

ARIAS: - Me pilló de sorpresa.

VALDÉS: - Tú me dijiste que era lo único que le haría ilusión.

ARIAS: - ¿Qué querías que dijera delante de Jacqueline?

VALDÉS: - ¿Qué tiene de malo?

ARIAS: - No tiene dignidad.

VALDÉS: - ¿Él, no tiene dignidad por pedir eso?

ARIAS: - No, hombre, el regalo. No es digno.

VALDÉS: - ¿De Picasso?

ARIAS: - ¡Del Partido Comunista, coño!

VALDÉS: - Pues a mí me parece un regalo humilde, proletario. Y lógico.

ARIAS: - Valdés, no me toques las narices, ¿qué lógica tiene eso?

VALDÉS: - Él ofrece una oveja al pueblo de Vallauris y Vallauris le ofrece una cabra.

ARIAS: - No, si tú de zoología… ¡Es un cordero!

VALDÉS: - Es que no entiendes nada. Es lo de la metáfora, ¿no? Lo de la realidad y el

arte. La cabra es un regalo popular al artista que…

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El barbero de Picasso – Escena 3 24

ARIAS: - ¡Es un regalo de palurdos!

VALDÉS: - Es el obsequio perfecto de los camaradas agricultores a cambio de la

escultura que simboliza...

ARIAS: - ¡No simboliza nada, Valdés! ¡Es una escultura de un señor con un cordero!

VALDÉS: - ¿No te parece una prueba de que no es un intelectual burgués alejado del

proletariado?

ARIAS: - No digas imbecilidades.

VALDÉS: - Pero, ¿es que no lo ves? ¡Es la prueba de la cercanía entre las masas

trabajadoras y el arte de vanguardia!

ARIAS: - ¡Es una patochada!

VALDÉS: - ¡¡Es el triunfo de la mentalidad comunista en la sociedad capitalista

avanzada!! ¡¡¡Es… es… la alianza… la alianza sagrada entre la realidad… objetiva y…

y… y… el arte metafórico!!!

ARIAS: - ¡¡¡¡Valdés, por Dios, ES UNA CABRA!!!!!! ¿Me entiendes? ¡Un bicho que

hace “beeeeeee” y se come la hierba! ¡Una cabra!

VALDÉS: - Pero…

ARIAS (interrumpiéndolo): - No lo vamos a transmitir al Comité Regional.

VALDÉS: - No puedes hacer eso. Ya hemos…

ARIAS: - ¡Claro que puedo!

VALDÉS: - Pero el Comité…

ARIAS (interrumpiéndolo): - ¡Me cago en el Comité! No vamos a darle esa carnaza a la

prensa. Pero, ¿tú es que no tienes dos dedos de frente?

VALDÉS: - Podríamos aprovechar, no sé, para dar una imagen…

ARIAS (sin escucharle): - Ya estoy viendo al día siguiente los titulares de los

periódicos.

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El barbero de Picasso – Escena 3 25

VALDÉS: - … que se la entreguen unos agricultores jóvenes, o…

ARIAS: - “LOS COMUNISTAS SE PITORREAN DE PICASSO”. “PICASSO

RECIBE UNA CABRA A CAMBIO DE SU ESCULTURA”, “EL PARTIDO

COMUNISTA FRANCÉS DA UNA LECCIÓN A SU PINTOR OFICIAL”.

VALDÉS: - …no sé, que se la lleven unas niñas junto a una tabla de quesos de la

región.

ARIAS: - Mira bien lo que te digo, Valdés: no vamos a correr ningún riesgo. No vamos

a transmitir eso al Comité Regional. Punto. Por la noche, en el banquete, después de la

inauguración le entregaremos… no sé, un libro conmemorativo, por ejemplo. Un libro

digno, encuadernado en piel. ¡De cabra!

VALDÉS: - Pero Arias, es que yo ya se lo había dicho a Fontaine, el alcalde.

ARIAS: - ¿Y qué?

VALDÉS: - Que Fontaine se lo ha dicho al Camarada de Asuntos Agrícolas y éste lo ha

comentado con la Comisión de Festejos y… y… y…

ARIAS: - ¿Y qué?

VALDÉS: - Que lo han inscrito en el orden del día y se va a someter a votación en el

próximo pleno.

ARIAS: - ¡Me cago en…!

Entra Jacqueline en la peluquería. Arias hace las presentaciones.

ARIAS: - Madame Roque… El Sr. Valdés.

JACQUELINE: - ¡Ah, es usted!

VALDÉS: - Encantado, señora.

JACQUELINE: - ¿Usted es el que ha mandado la nota sobre el cartel para el Congreso?

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El barbero de Picasso – Escena 3 26

VALDÉS: - Sí. Bueno, no yo… yo sólo la he transmitido… es el pleno de la Delegación

el que ha decidido que… yo sólo soy el vocal.

JACQUELINE: - Ya, ya.

ARIAS (a Jacqueline): - ¿Hay algún problema?

JACQUELINE: - ¿Qué quiere que le diga, Arias? La notita... Menos mal que él no la ha

leído todavía.

VALDÉS (interrumpiéndola): - Era sólo una explicación.

ARIAS: - ¿Cómo, una explicación?

VALDÉS: - Bueno, decía solamente que preferiríamos que hiciese una cosa que se

entendiese más. Como son carteles que se van a pegar por toda Francia…

JACQUELINE: - ¡Encima, con exigencias!

VALDÉS: - No, no, no, no me entienda mal. Lo que queríamos decir…

JACQUELINE: - Lo que quieren ustedes es dictarle cómo debe pintar y eso, ¡jamás!

VALDÉS: - Nos ha ayudado tantas otras veces…

JACQUELINE: - Ése es el problema de Pablo: les ha ayudado tanto que le han perdido

el respeto. ¡Y hasta le quieren dar instrucciones!

VALDÉS: - ¡No era eso!

JACQUELINE: - Que si se vea esto, que si dibuje lo otro al fondo… Pero, ¿quiénes son

ustedes para darle órdenes?

VALDÉS: - ¡Y dale a la marrana!

JACQUELINE: - ¿Cómo ha dicho?

VALDÉS: - ¿Qué?

JACQUELINE: - ¿Qué me ha llamado?

VALDÉS: - ¿Pero qué la pasa, señora?

JACQUELINE: - ¿Me ha insultado?

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El barbero de Picasso – Escena 3 27

VALDÉS: - ¿Yo?

Entra Picasso en la peluquería con chaquetilla de toreo y montera, tocando un

aire gitano en una trompeta.

PICASSO: - Et voilà!

ARIAS: - ¡España cañí!

PICASSO: - ¿Qué os parece?

JACQUELINE: - ¡Pablo!

ARIAS: - ¡Olé esa gracia pinturera! ¿Y a qué se debe el honor?

PICASSO: - ¡Viene Dominguín!

VALDÉS: - ¡No!

PICASSO: - ¡Sí, señor, he conseguido a Dominguín para la corrida!

JACQUELINE: - Pas vrai!

PICASSO: - Y además habrá un desfile después, el sábado por la noche. Como una

procesión de Semana Santa, pero alegre, sin penitentes ni pasos ni curas. Lo abriré yo,

en un Mercedes blanco descapotable, con capa española y sombrero cordobés. (A

Jacqueline) Tú vendrás a mi lado, con peineta y traje de flamenca. Y detrás, una

orquesta de gitanos de la Camargue. ¡Alegría, alegría, a desfilar todos!

Picasso toca de nuevo la trompeta e inicia un desfile por toda la barbería. Arias

lo sigue, repartiendo saludos al público como si fuera en el coche. Valdés, indeciso al

principio, se une a ellos. Jacqueline se queda quieta, sin saber qué hacer. Al cabo de un

rato, Valdés se vuelve hacia ella.

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El barbero de Picasso – Escena 3 28

VALDÉS: - Venga, mujer, anímese.

JACQUELINE: - No… no.

PICASSO: - ¡No seas gabacha! ¡Alegría, alegría! (Trata de arrastrarla).

JACQUELINE: - Pablo, no… Tengo que decirte…

PICASSO: - ¡A divertirse, que un día sin reír es un día perdido!

JACQUELINE: - Mais Pablo, ce Monsieur…!

PICASSO: - ¡Ni una palabra de franchute hoy! ¡Prohibido!

JACQUELINE: - Pablo… no… déjame.

PICASSO: - ¡He dicho que vamos a divertirnos y nos vamos a divertir!

(Picasso arranca un tapete de ganchillo que estaba sobre uno de los

mostradores y se lo pone como una mantilla por la cabeza a Jacqueline, que se resiste

casi sin fuerzas. Arias y Valdés se han detenido y contemplan la escena, inmóviles).

PICASSO (a Jacqueline): - ¡Desfila!

JACQUELINE: - Mais tu sais que je ne….

PICASSO (cada vez más violento): - ¡Desfila, he dicho!

JACQUELINE: - Pablo…

PICASSO (entregando la trompeta a Valdés): - ¡Valdés, toca tú!

VALDÉS: - Pero…

PICASSO: - ¡Toca un pasodoble y ensayemos! ¡Nadie me va a fastidiar el día de mi

homenaje! ¡España cañí!

Valdés empieza a tocar, casi a regañadientes, para relajar la tensión, iniciando

de nuevo la marcha. Arias le sigue. Picasso empuja violentamente a Jacqueline que

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El barbero de Picasso – Escena 3 29

empieza a desfilar insegura, tímidamente. Picasso cierra la marcha saludando al

público imaginario. Salvo Jacqueline, todos se divierten como niños, dando vueltas y

vueltas cada vez más rápido por la peluquería, ruidosos, haciendo el ganso,

empujándose unos a otros hasta que terminan por romper la formación para dejarse

caer sobre las sillas.

ARIAS: - ¡Un momento! ¡Esto se merece algo muy especial! ¡Un momento!

Arias sale corriendo y desaparece en la trastienda.

VALDÉS: - ¡España cañí!

PICASSO: - ¡Qué pasodoble!, ¿eh?

VALDÉS: - Si usted supiera que yo estuve cuando lo tocaron por primera vez…

PICASSO: - ¿En serio?

VALDÉS: - En el 31. ¿No lo sabía? Don Pedro Rico, el alcalde de Madrid, decidió

celebrar la corrida inaugural de Las Ventas a beneficio de los parados. Y para allá que

nos fuimos todos los camaradas. La presidió Alcalá Zamora, nada menos. Y allí,

durante el paseíllo, España cañí fue el primer pasodoble que sonó en la nueva plaza.

PICASSO: - ¡Qué tiempos!

Arias regresa de la trastienda con cuatro copas y una botella de champán.

ARIAS: - ¡Esa noticia se merece champán y mucho más!

PICASSO: - ¡Pero Arias, hombre, tráenos un buen Valdepeñas y no esta meada con

agujeritos!

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El barbero de Picasso – Escena 3 30

ARIAS: - ¡Oiga, que es del bueno!

PICASSO: - Nada, nada. Además, ¿no teníamos algo que enseñarle a Jacqueline?

ARIAS: - Pablo, hombre.

JACQUELINE: - ¿Enseñarme qué?

PICASSO (a Jacqueline): - Ya verás, ya verás como te va a encantar. (A Arias) Venga,

tráenoslo.

ARIAS: - ¿Está seguro?

PICASSO (a Arias): - Anda, venga.

A regañadientes, Arias desaparece de nuevo en la trastienda con las copas y la

botella de champán.

VALDÉS (a Picasso): - Mire, que lo de la nota…

JACQUELINE (discretamente, a Picasso): - Pablo, il faut que je te parle.

PICASSO (a Jacqueline): - Plus tard, plus tard. (A Valdés) ¿Qué nota?

VALDÉS: - No, que decíamos nosotros que las metáforas y eso…

JACQUELINE (interrumpiéndolo): - Pablo, ne l’écoute pas.

PICASSO (a Jacqueline): - ¿Por qué no?

VALDÉS: - A nosotros, en realidad, cualquier cartel que nos haga…

JACQUELINE (a Valdés): - Assez!

PICASSO: - ¡Ah!, ¿se refiere al cartel del Congreso por la Paz?

JACQUELINE: - Pablo, ça va pas!

PICASSO (a Jacqueline): - Pero ¿qué te pasa, mujer?

JACQUELINE: - Ce monsieur me ha insultado y después de lo que pasó con el retrato

de Stalin tu ne va pas…

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El barbero de Picasso – Escena 3 31

PICASSO: - ¿Cómo que te ha insultado? ¿Valdés? ¡Le habrás entendido mal, mujer! Y

el…

Aparece Arias con un porrón lleno de vino.

PICASSO: - ¡Esto sí que es un brindis como Dios manda! (Toma el porrón, le da un

tiento largo y se lo tiende a Jacqueline). Ahora tú.

JACQUELINE (débilmente): - Non, Monseigneur.

PICASSO: - Anímate, mujer. Que no se diga que no pareces española.

JACQUELINE: - Pero es que…

ARIAS (tratando de ayudar a Jacqueline): - No es tan difícil. Mire: lo agarra así y lo

mantiene en alto, firme, sin temblar.

Arias bebe del porrón y luego se lo pasa a Jacqueline, que lo intenta

torpemente, derramándose todo el vino por la cara.

JACQUELINE: - Merde, alors! C’est infernal, ce machin!

ARIAS (tendiendo una toalla a Jacqueline): - Tome, límpiese. Hay que practicar un

poco, pero ya verá cómo le termina saliendo.

PICASSO: - ¡Otro invento español que no le ha gustado!

ARIAS: - Ya vale, ¿eh? Pablo.

PICASSO (bebiendo otra vez del porrón): - ¡Por la mejor corrida que se haya visto

nunca en Vallauris!

VALDÉS: - ¿Qué Vallauris? ¡En toda Francia! (Bebe del porrón).

ARIAS (a Valdés): - ¿Tú también eres de Dominguín? (Bebe del porrón).

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El barbero de Picasso – Escena 3 32

PICASSO: - ¡Y que corra la sangre!

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El barbero de Picasso – Escena 4 33

IV

La peluquería vacía. Valdés habla por teléfono.

VALDÉS: - Sí, eso he dicho: cabra. (…) Una cabra, une chèvre. (…) No, no, normal;

no tiene que tener nada de especial, de ninguna raza ni nada. (…) No, una cabra

hispánica no. (…) Ya, ya sé que él también es español (…) Y vale, caprichoso también.

Pero lo que él quiere es una cabrita pequeña, a la francesa, bien educada, ¿me

entiendes? Una cabra de andar por casa. (…) ¡Y yo qué sé, el genio es él! (…)

Jacqueline, nos lo ha dicho oficialmente Jacqueline, su compañera. (…) Bueno, los

grandes hombres son así, ¿no? Quiere más realidad en su casa. (…) Sí, hombre, a ver si

me explico: él decidió buscar desechos, ¿no? (…) Sí, Picasso. (…) ¿Y por qué no va a ir

recogiendo desperdicios por los vertederos si le da la gana? (…) Sí, le vio todo el

pueblo, a mí ya me lo habían dicho. (…) No, no hubo ningún fotógrafo, no se trataba de

eso. (…) Pero ¿qué más da? ¿Tú quieres que te explique lo de la metáfora o no? ¡Pues

entonces no me interrumpas cada dos por tres! O sea, que como él había decidido hacer

una escultura de chatarras… (…) Pues no, no utilizaba mármol porque no le daba la

gana. (…) ¡Ya sé que es más normal, pero qué quieres, a él le había entrado ese antojo,

no es culpa mía! (…) Bueno, a veces yo tampoco, pero no por eso me pongo a

interrumpir todo el rato cuando me lo están contando. El caso es que ya tiene en casa

una cabra esculpida a base de basuras y ahora quiere una viva para que la realidad y el

arte… (…) El arte, sí, eso he dicho. (…) No, hombre, la cabra de casa está hecha con

residuos, pero no es basura. (…) Es difícil de explicar, sí. (…) ¡Pues ya ves, hay gente

que aflojaría un pastón por tener la porquería en su casa! Cosas del arte moderno. (…)

No, no, las vivas no valen lo mismo, aunque hayan convivido con Picasso. (…) Bueno,

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El barbero de Picasso – Escena 4 34

entonces ¿qué?, ¿votarás a favor? (…) ¡Pero qué implicación ni qué símbolo ni qué

leches! (…) ¡Pues los camaradas agricultores, que se metan su opinión por donde…!

(…) ¡No, no quiere las obras completas de Marx, quiere una cabra! ¡Una cabra, me

entiendes! Un bicho que hace “beeeeeee” y se come la hierba! ¡¡¡¡Una puñetera

cabraaaaaaaa!!!!

Sale Arias de la trastienda.

ARIAS: - No sé de qué me suena a mí esa frase… ¿Qué, convencemos o no

convencemos al Comité?

VALDÉS (tapando el auricular, a Arias): - Si es que son de un bruto… No entienden

nada de lo del arte moderno con basuras, oye. (Al teléfono) Mira: tú mañana votas que sí

a lo de la cabra y ya está, no le des más vueltas. (…) A Moreau y a Raissiguier se lo

dices también. (…) Hala, adiós. (Cuelga).

ARIAS: - Mira Valdés que te has empeñado y va a ser una catástrofe.

VALDÉS: - Es que después de proponerlo para que se vote, ya no me puedo echar atrás.

Yo pensé que el Galarza éste, como es español también, no tendría problema.

ARIAS: - Lo que tiene es más cabeza que tú.

VALDÉS: - Anda, claro, ¡como que es vasco! Y a ti te parecerá bonito: primero me

embarcas en esto y luego me dejas tirado.

ARIAS: - Yo ya te dije que no lo propusiéramos. Si no te hubieras adelantado… Y

perdona, pero el que está en el Ayuntamiento eres tú, no yo.

VALDÉS: - Sí, pero la cabra no se la va a regalar el Ayuntamiento sino el Partido.

ARIAS: - Da igual, a mí no me vas a hacer compartir esa responsabilidad. El cabeza de

chorlito eres tú.

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El barbero de Picasso – Escena 4 35

Entran en la peluquería Picasso y Jacqueline con un cartapacio.

PICASSO: - Hombre, me alegro de encontrarlos a los dos aquí.

ARIAS: - Hola.

VALDÉS: - Hola

PICASSO (a Arias): - ¿Cómo va lo de tu madre?

ARIAS: - Fatal.

PICASSO: - ¿Hay alguna novedad?

ARIAS: - Fui al Consulado, a tantear las posibilidades.

PICASSO: - ¿De ir a España?

ARIAS: - Sí.

PICASSO: - Pero, ¿tú quieres acabar en la cárcel?

ARIAS: - Bueno, había oído que ahora están regresando algunos y ya no es tan difícil.

PICASSO: - Las cosas no cambian, Arias.

ARIAS: - ¡Ya lo creo que no cambian! Si sabe lo que me pasó en la oficina consular…

PICASSO: - ¿Qué?

ARIAS: - Pues que para conseguir el visado, me pedían que firmara un papel en el que

decía: “El abajo firmante lamenta haber luchado contra Franco y la Falange y pide

disculpas a las autoridades legítimas”.

JACQUELINE: - Pas vrai!

PICASSO: - ¿Y qué hiciste?

ARIAS: - Escribir encima: “El abajo firmante NO lamenta haber luchado contra Franco

y la Falange. Y no le pide disculpas a nadie por haber combatido por la libertad”.

JACQUELINE: - ¿Y qué pasó?

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El barbero de Picasso – Escena 4 36

ARIAS: - Le devolví el papelote al funcionario. Se puso a leerlo y dijo que perdería su

puesto si lo enviaba a Madrid, así que lo rompió y me echó del Consulado. Pero se

quedó con mi nombre.

PICASSO: - De todos modos, no hubiera sido prudente que fueras, todavía.

ARIAS: - No puedo hacerme a la idea de que mi madre se esté muriendo y no me dejen

ir a darle el último adiós.

PICASSO: - La echas de menos.

ARIAS: - No la he visto desde que salí para el exilio. Pero no he dejado de pensar en

ella ni un solo día. Una mujer tan inteligente, que me enseñó tanto…

VALDÉS: - Pero, ¿tu madre no era pastora?

ARIAS: - Sí, una pastora de Robledillo de la Jara, en la Sierra de Madrid. Pero con esa

sabiduría del pueblo, ¿saben lo que me dijo el día en que nos despedimos? “Hijo, en

este combate que es la vida, te podrán robar la cartera o te podrán desvalijar tu casa;

pero atención, no te dejes pervertir el alma”. Ella me dio el mejor ejemplo de dignidad

en la derrota.

PICASSO: - ¡Qué mujer más inteligente!

ARIAS: - ¿Entiende por qué tengo que ir a verla antes de que fallezca?

PICASSO: - Si puedo ayudarte en algo…

ARIAS: - Gracias, muchas gracias, Pablo.

Un momento embarazoso de silencio, que Valdés termina por romper.

VALDÉS (indicando el cartapacio que traía Jacqueline): - ¿Qué nos han traído ahí?

¿El nuevo cartel?

JACQUELINE (ceñuda): - Oui.

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El barbero de Picasso – Escena 4 37

VALDÉS: - A ver, a ver.

Jacqueline posa el cartapacio en una repisa y saca el cartel poniéndolo de modo

que los espectadores no puedan verlo. Arias y Valdés se quedan mirándolo un momento

sin decir nada. Tensión. Picasso, dándose cuenta de que lo están mirando al revés,

boca abajo, le da la vuelta en silencio y se queda esperando unos minutos mientras los

otros siguen estudiando el cartel sin abrir la boca. Al final, Picasso, incómodo, termina

por romper el silencio.

PICASSO: - Bueno, ¿qué?

VALDÉS: - Este sí que se entiende.

PICASSO: - ¡Menos mal!

VALDÉS: - Claro, como no tiene metáfora.

PICASSO: - ¿Qué?

VALDÉS: - Bueno, pues que la realidad es más… O sea, menos cubista, ¿no? No es

como lo de la… Vamos, que se parece más a la escultura que inauguran la semana que

viene… Quiero decir… que es rara, pero se entiende… O sea, que se ve que es un señor

y un cordero pero tampoco son normales, vaya.

ARIAS (a Valdés, para que no siga metiendo la pata): - ¿No tienes algo que enseñarles

tú también?

VALDÉS: - Ah, sí. Que ya tenemos los permisos para la corrida de su homenaje.

PICASSO: - ¿Los habéis conseguido?

VALDÉS: - Ha costado, pero sí.

PICASSO: - ¿Con la autorización para matar a los toros?

VALDÉS: - Bueno, no… No exactamente.

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El barbero de Picasso – Escena 4 38

PICASSO: - ¿Cómo que no “exactamente”?

VALDÉS: - Eso, en realidad… Parece que no dejan… Vamos, que lo prohíben

expresamente.

PICASSO: - ¡Pues vaya mierda que nos ha conseguido el alcalde!

VALDÉS: - Oiga, que no sabe lo que le ha costado que autorizasen una plaza portátil.

El arquitecto municipal estaba empeñado en no dejar que la montaran.

PICASSO: - ¡Si he pedido una corrida a la española la quiero a la española!

VALDÉS: - Es que no lo prohíben las ordenanzas municipales sino el reglamento

nacional de espectáculos, el alcalde no tiene competencia, no puede hacer nada.

PICASSO: - ¡Cuando Picasso pide algo, se le consigue cueste lo que cueste! ¡Voy a

hablar yo con el Fontaine ése y me va a oír!

VALDÉS: - Pero, ¿no ve en qué lío nos metería a los del ayuntamiento? Recapacite un

poco, hombre. ¡El Prefecto nos podría meter una multa de primera!

PICASSO: - ¿Tú te crees que en diez o veinte años alguien se va a acordar del Prefecto,

de la multa o de la madre que la parió? ¡Pero seguro que se acuerdan de la corrida de

Dominguín en Vallauris!

ARIAS: - Pablo, no se puede y no se puede.

PICASSO: - ¡Es mi homenaje y se hará como a mí me gusta!

VALDÉS: - Pero…

PICASSO: -¡Si les he regalado una estatua para la plaza de este pueblo de mierda y he

conseguido levantar la industria de la cerámica y que esto se llene de turistas, ahora

quiero una corrida con suerte de matar y no un sucedáneo! ¡Así que ya lo sabéis!

Valdés, díselo al alcalde: ¡se hará la corrida como a Picasso le salga de las narices!

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El barbero de Picasso – Escena 4 39

(Picasso, enfadadísimo, va hacia la puerta y sale dando un portazo. Jacqueline

se ha quedado atrás, con el cartel en las manos, sin saber muy bien qué hacer. Un

momento. Picasso vuelve a abrir la puerta).

PICASSO (a Jacqueline): - ¡Jacqueline!

JACQUELINE : - Oui, Monseigneur !

Jacqueline deja el cartel de cualquier modo sobre el cartapacio y sale corriendo

detrás de Picasso.

VALDÉS: - ¿Y ahora qué le digo yo al alcalde?

ARIAS: - ¡Que se vaya preparando para la multa que le va a meter el Prefecto!

VALDÉS: - Pero, ¿tú crees que se hará?

ARIAS (recogiendo el cartel): - ¿Alguna vez has visto que Picasso no se salga con la

suya?

Suena el teléfono de la peluquería y Arias va a responder.

ARIAS (por el teléfono): - Salon de coiffure Arias. Allô? (…) Antoinette (…)

T’inquiète pas, dis- moi (…) Non, non, ce n’est pas possible (…) Mais, comment? Elle

devait rentrer à l’hôpital demain. (…) Enfin, la pression, oui, mais… (…) Ça s’est passé

quand? (…) Bon, écoute, je vais venir et nous allons les rappeler depuis chez nous. (…)

Bises, à plus tard. (Cuelga. A Valdés). Ha muerto mi madre.

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El barbero de Picasso – Escena 5 40

V

Picasso está decorando con un pincel una bacía de barbero hecha de barro

mientras Arias le lee en voz alta de un recorte de periódico amarillento.

ARIAS: - “…Cuando los años pasen y las heridas de la guerra se vayan restañando;

cuando el recuerdo de los días dolorosos y sangrientos se esfume en un presente de

libertad, de paz y de bienestar; cuando los rencores se vayan atenuando y el orgullo de

la patria libre sea igualmente sentido por todos los españoles, hablad a vuestros hijos;

habladles de estos hombres de las Brigadas Internacionales…”.

PICASSO: - ¿Cuándo lo dijo?

ARIAS: - En Barcelona, en noviembre del 38. Es el famoso discurso de despedida. ¡Hay

que ver qué verbo tiene!

PICASSO: - ¿Y de qué le sirvió? ¿Quién se acuerda hoy en España de ella?

ARIAS: - ¡Muchos!

PICASSO: - Eres un romántico, Arias. Y un ingenuo. Los españoles sólo piensan ahora

en sus garbanzos. ¿La lucha revolucionaria? ¡No saben ni lo que es!

ARIAS (doblando y guardando cuidadosamente el recorte): - Eso ya lo veremos.

PICASSO: - No lo vas a intentar otra vez, ¿verdad?

ARIAS: - Se lo debo a mi madre. Tengo que ir al entierro.

PICASSO: - Pero Arias, te ficharon en el Consulado, ¿sabes a lo que te expones si

vuelves a pedir el pasaporte?

ARIAS: - A lo mejor ya no se acuerdan de mí.

PICASSO: - ¡Venga, hombre! ¿Y qué vas a hacer esta vez, firmar que sí le pides perdón

a Franco?

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El barbero de Picasso – Escena 5 41

ARIAS: - Ya se me ocurrirá algo.

PICASSO: - Tu sitio está aquí, con tu mujer.

ARIAS: - Iré a Buitrago al entierro de mi madre. Nadie me lo va a impedir.

Valdés va a entrar en la peluquería. Al ver a Picasso hace ademán de volverse

atrás, pero Picasso, que ya lo ha visto, se dirige a él.

PICASSO: - ¡Valdés!

VALDÉS: - ¿Es a mí?

Valdés entra todo nervioso, se tropieza y casi choca con Picasso, que evita en el

último momento que la bacía se le caiga al suelo.

PICASSO: - ¡Pero ten más cuidado!

VALDÉS: - ¡Ay, perdón, perdón!

PICASSO: - Díselo tú, hombre. Que no vaya a España

VALDÉS: - ¿Yo?

PICASSO: - Sí, tú. Convéncele, dile lo que se juega si lo detienen en España.

VALDÉS: - ¿Ahora que ya tengo el pasaporte?

PICASSO: - ¿Cómo?

ARIAS: - ¡Valdés!

PICASSO: - ¿Le has conseguido un pasaporte?

VALDÉS: - Bueno, tuvimos que hacer bastantes más que uno para que quedara bien.

ARIAS: - ¡Valdés!

PICASSO: - Os van a meter en chirona a los dos.

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El barbero de Picasso – Escena 5 42

VALDÉS: - No, hombre, si el…

ARIAS (interrumpiéndolo): - ¿Por qué no te vas a comprar tabaco, eh?

VALDÉS (a Arias): - ¿No le habías dicho nada?

Picasso dirige una mirada interrogativa a Arias, que se encoge de hombros.

VALDÉS: - ¡Ay, que me parece que he metido la pata!

PICASSO: - Va a ser que sí.

VALDÉS: - Bueno, pues entonces me voy, ¿eh? A comprar tabaco.

PICASSO: - No, vente para acá.

VALDÉS: - ¿Qué?

PICASSO: - Acércate, hombre, que no pasa nada.

Valdés se acerca, temeroso, a Picasso, que le propina una buena colleja.

PICASSO: - Hale, ahora ya te puedes ir.

VALDÉS: - ¡Ay! ¿Por qué hace eso?

PICASSO: - Por mentiroso. Por bocazas. Y por ayudarle a este atolondrado a meterse

un lío. Pero sobre todo, por no decirme nada.

VALDÉS: - Pero, ¿usted qué es? ¿Su padre?

PICASSO: - ¡Su mejor cliente! Y no quiero quedarme sin el único barbero que me

gusta.

VALDÉS: - ¡Pues sí que es difícil cortarle los cuatro pelos que tiene usted! (Ante la

mirada asesina que le dirigen Arias y Picasso). Me callo, me callo. Si es que callado,

yo estoy mucho mejor. ¡Hale, a por tabaco!

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El barbero de Picasso – Escena 5 43

PICASSO: - Anda, tráeme esa joya del arte que has hecho.

VALDÉS: - ¿Qué?

PICASSO: - ¡El pasaporte, Valdés, el pasaporte, coño!

(Valdés saca un pasaporte de su chaqueta y se lo entrega a Picasso, que deja la

bacía sobre uno de los mostradores).

ARIAS: - No es necesario que lo examine, Pablo.

(Picasso lo inspecciona un buen rato en silencio, calibrándolo).

PICASSO: - El papel es bueno.

VALDÉS: - Es que lo…

PICASSO (interrumpiéndolo): - No me digas de dónde lo habéis sacado. Prefiero no

saberlo.

(Valdés y Arias intercambian una mirada cómplice).

PICASSO: - Las firmas parecen buenas.

VALDÉS: - ¿Qué te había dicho yo, Arias?

PICASSO: - Y las tintas no están mal.

VALDÉS (a Arias): - ¿Ves?

PICASSO: - Pero el resto es una mierda.

VALDÉS: - ¿Qué?

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El barbero de Picasso – Escena 5 44

PICASSO: - Una mierda. El contraste, los sellos, el tamaño de los tipos. Sois unos

aficionados. Y éste no cruza la frontera ni con un aduanero borracho.

ARIAS (arrancándole el pasaporte de las manos): - Traiga acá. (Lo examina). ¿Qué

sabrá usted?

PICASSO: - De falsificaciones, mucho más que tú.

ARIAS: - No está tan mal.

VALDÉS: - ¡Con lo que me ha costado!

PICASSO: - ¡Es una mierda!

ARIAS: - Pues yo tengo que ir a España como sea o reviento. ¡No puedo más de este

exilio!

PICASSO: - ¿Y cómo te crees que me siento yo, que no he vuelto desde hace mucho

más tiempo que tú?

VALDÉS: - Pero si usted casi no vivió en España y es medio francés.

PICASSO: - No me digas eso nunca. ¿Tú sabes cuántas veces me han ofrecido la

nacionalidad francesa? Y antes, durante la guerra mundial, ¿sabes cuántos países me

propusieron refugio? Pero yo sé que represento a la España en el exilio. ¡Y qué coño, no

quiero perder mi puesto de director del Prado!

VALDÉS: - ¿Qué dice?

PICASSO: - En el 36, en plena guerra, me nombraron director del Museo del Prado.

VALDÉS: - ¿En serio?

PICASSO: - Que yo sepa, nadie me ha destituido. Y cuando vuelva la República…

ARIAS: - Somos unos ilusos, Pablo. Ya verá: ahora que Franco ha entrado en la ONU,

cualquier día estos cochinos franceses nos acaban deportando a los que tenemos

pasaportes viejos del gobierno republicano.

VALDÉS: - Liberté, égalité, fraternité… ¡y una patada en el culo!

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El barbero de Picasso – Escena 5 45

PICASSO: - No habléis así de Francia, que nos ha acogido con los brazos abiertos a

todos los exiliados.

ARIAS: - ¡A Usted, que le abrió las puertas de París! Pero ¿sabe lo que pasamos

nosotros? En el 39, cuando cruzamos la frontera con los últimos republicanos, los

gendarmes nos quitaban las armas nada más llegar. De rabia, yo destrocé mi pistola con

una piedra antes que dársela. El gendarme que me vio me arreó una patada y me ladró

furioso: “Salaud”. Esa fue la primera palabra que aprendí en francés. “Cabrón”. ¡Qué

bonito!, ¿no? Inmediatamente nos internaron en Argelès-sur-Mer. “Un campo de

acogida”, nos dijeron. ¡Un campo de concentración, eso es lo que era! Nos moríamos de

frío, no había nada para comer, nos trataban como a prisioneros. Estalló la guerra

mundial y en cuanto Pétain firmó el armisticio con Hitler a mí me llevaron al servicio

de trabajo forzado. Pude escapar y me metí en el maquis, con la resistencia. Más

hambre, más frío. ¡Casi perdí un pulmón luchando por Francia! ¿Y para qué, eh, para

qué? Dígame qué me ha dado Francia como recompensa por haber liberado París con

otros exiliados españoles ¡Ni una pensión de guerra!

VALDÉS (a Picasso): - Tiene razón Arias. A usted, esta tarde le nombran ciudadano de

honor de Vallauris después de la inauguración y queda a salvo, pero nosotros…

PICASSO: - Ciudadano de honor no significa nada.

ARIAS: - ¿Entiende? ¿Qué más da que entre con un pasaporte falso o que firme ese

papel de mierda del Consulado? Antes o después nos van a terminar deportando a

todos...

PICASSO: - Al banquete que tenemos después de la inauguración va a venir un montón

de autoridades, déjame que pregunte lo que se puede hacer.

ARIAS: - No hay tiempo, Pablo.

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El barbero de Picasso – Escena 5 46

VALDÉS: - Además, con la sorpresa que le han preparado, no le va a… (ante la mirada

reprobatoria de Arias) Esto… que me callo.

PICASSO: - ¿Has conseguido lo que yo quería?

VALDÉS: - ¡Exactamente como usted la quería!

PICASSO: - Dame un abrazo, Valdés.

Picasso abraza a Valdés que, embarazado, no sabe muy bien qué hacer.

VALDÉS (por la bacía): - Oiga, y eso que estaba pintando, ¿qué era?

PICASSO: - Una bacía de barbero.

VALDÉS: - Ah.

PICASSO: - Ya que no he podido encontrar ninguna caja de útiles que le guste…

ARIAS: - Mejor no mentemos la bicha, ¿eh?

VALDÉS: - ¿Y se la está haciendo con metáfora o sin metáfora?

ARIAS (a Valdés): - Valdés, ¿quieres dejar en paz a Pablo? (A Picasso) Y usted,

siéntese de una vez y empecemos o no va a llegar, que la inauguración es a las cinco.

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El barbero de Picasso – Escena 7 47

VI

En la peluquería, Arias está afeitando a Valdés.

VALDÉS: - Pues yo, lo del pedestal, lo que dijo en su discurso, no lo entendí, oye. Mira

que es raro, ¿eh?

ARIAS: - ¿Qué tiene de extraño?

VALDÉS: - Pues no sé, que si has hecho una escultura que te ha costado tanto y a la

que le tienes tanto aprecio, ¿qué quieres decir con eso de que te gustaría que los perros

la pudieran mear y los niños subirse encima?

ARIAS: - Es una forma de hablar. Lo que quería decir es que la escultura fuera

accesible, que no hubiera una separación.

VALDÉS: - Pero todas las esculturas tienen una verja alrededor. Mira la de la guerra del

14…

ARIAS: - Es que ésa no es moderna.

VALDÉS: - Pues el señor con la oveja…

ARIAS: - Cordero

VALDÉS: - …eso, el señor con el cordero será muy moderno y lo que quieras, pero

alguna gente, al escuchar lo que dijo en su discurso, y como sabían que la escultura la

había regalado al pueblo del Vallauris y que el ayuntamiento no había tenido que pagar

nada, pensó que lo que había hecho era deshacerse de un trasto viejo que tenía en su

taller y ya no quería. Claro, como dijo eso de que le gustaría que los perros la mearan…

Entra Picasso en la peluquería con un botijo y arrastrando una cabra viva de

una cadena

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El barbero de Picasso – Escena 7 48

VALDÉS: - ¡Don Picasso! (Por la cabra) ¿Cómo está Lucera?

PICASSO: - ¡Me tiene usted contento con Lucera, Valdés!

VALDÉS: - ¿Pero no era lo que usted quería?

PICASSO: - ¡Te voy a dar yo a ti, lo que yo quería!

VALDÉS: - Si nos lo dijo Jacqueline…

PICASSO: - Yo quería una cabra, una cabrita de verdad y no este monstruo de feria.

ARIAS: - ¿Qué le pasa a la cabra?

PICASSO: - Para empezar, que tiene un genio de mil demonios. Se pasa el día

comiéndose mis dibujos y cagándose por todo el estudio. Jacqueline no puede más y yo

tampoco. Y encima, a la escultura de la cabra ni se acerca. El primer día la olfateó un

momento y desde entonces ya, ni caso. ¿Ustedes creen que eso es normal?

ARIAS: - Tal vez es más inteligente que nosotros.

PICASSO: - ¿Qué?

VALDÉS (a Arias): - O sea, ¿que le ha fallado el experimento?

PICASSO: - ¡Lo que ha fallado es la cabra!

VALDÉS (a Arias): - Mucha metáfora y lo que tú quieras, pero la cabra no es tonta y en

cuanto se haya olido lo de las basuras…

PICASSO: - Pero, ¿qué basuras? ¿De qué está hablando?

VALDÉS (a Picasso): - Que la realidad es muy terca, hombre.

PICASSO: - ¿Qué realidad ni qué realidad? ¿Es esto la realidad, este bicho inmundo?

ARIAS: - Yo ya dije que las obras completas de Marx…

PICASSO: - ¡Pero es que no quiero las obras completas de Marx! ¡Lo que yo quiero es

una cabra civilizada que cohabite con mi escultura y no este monstruo! (Indicando el

vientre de la cabra). Venid aquí, tocad esto.

VALDÉS: - ¡Anda ya, con el mal fario que da!

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El barbero de Picasso – Escena 7 49

ARIAS: - ¡No se cree lo de la Santísima Trinidad y se cree que tocarle el culo a una

cabra trae mala suerte! ¡Menudo comunista estás hecho, Valdés!

VALDÉS: - Ríanse, ríanse, pero estas cosas…

PICASSO: - Anda, Arias, tócala tú y a ver qué te parece.

Con sumo cuidado, Arias palpa el vientre de la cabra. Sorpresa.

PICASSO: - ¿Qué?

ARIAS: - Yo no entiendo mucho de bichos, pero desde luego, hembra no es. Así que

tenemos un problema.

VALDÉS: - No te entiendo.

PICASSO: - Pues que macho no puede ser, porque los cuernos son cortos y no tiene

barba. Pero hembra tampoco, dado lo que tiene ahí abajo. En resumen, que me regalaron

un fenómeno de feria. ¡No me extraña que hicieran tanto banquete y tanto discurso!

VALDÉS: - ¿Está usted seguro?

PICASSO: - ¿Y tú? ¿Estás seguro… de que no lo quieres comprobar por ti mismo?

VALDÉS: - Quite, quite.

PICASSO: - ¿A quién se le ocurrió?

VALDÉS: - De la cabra se encargó el Comisario de Asuntos Agrícolas.

PICASSO: - Y claro, debió de pensar: “Si es para Picasso, le compramos algo

excepcional, lo nunca visto, no se va a contentar con una cabra como las de todo el

mundo”. ¿Es eso? ¿O es más bien que os queríais reír de mí? Dime: ¿pretendíais

cachondearos a mi costa? ¿Sí? “Vamos a darle una lección a Picasso. Él, que se cree tan

comunista, que se atreve a pedirnos una cabra para hacernos quedar como unos patanes

ante la prensa, va a ver quién ríe el último”. ¿No fue así? Ya me imagino a todos los

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El barbero de Picasso – Escena 7 50

miembros del Comité, votando a mano alzada cómo tomarse la revancha por lo del

retrato de Stalin. “El se rió de nosotros, ¿no? Ahora nos toca a nosotros reírnos de él”.

Pues que sepas, Valdés, que yo no pretendí nunca reírme de vosotros y mucho menos

del Partido Comunista. A mí me encargaron un retrato que tenía que estar listo en 24

horas, yo lo hice. ¿Era bueno, era malo? Eso da igual. Lo importante es que os lo hice.

Y no era una caricatura, como dijeron algunos. ¡Después de todo lo que yo he hecho por

vosotros! ¿Acaso no he donado cientos de dibujos, montones de grabados, para recaudar

dinero? ¿Cuántas palomas de la paz, cuántos carteles he dibujado? ¿Y qué recibo a

cambio? ¡Una cabra hermafrodita que se zampa mis lienzos y me deja cagarrutas!

VALDÉS: - No se ponga así, le aseguro que no era la intención de nadie, Galarza sabe

mucho de estas cosas.

PICASSO: - Pues si el especialista en cabras eligió este engendro… ¡Así va el Partido

Comunista! Ahora, que a mí no me la dais. Se la voy a llevar al doctor Monnier y él me

dirá qué nos traemos entre manos.

ARIAS: - ¿A su cardiólogo?

PICASSO: - ¡Un médico es un médico! Me ha dado cita a las dos y media.

ARIAS (consultando el reloj que cuelga en la barbería): - Pues vaya para allí, que no

llega.

PICASSO (a Arias): - Bueno, aquí tienes esto para que me lo guardes. (Le entrega el

botijo). Ya veremos cuándo le damos la sorpresa. (A Valdés) ¡Y tú, ya te enterarás de lo

que me diga el doctor!

ARIAS: - Pero Pablo, no se ensañe, hombre…

PICASSO: - Me voy, me voy, que no llego.

ARIAS: - Jacqueline, la pobre, no…

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El barbero de Picasso – Escena 7 51

PICASSO: - Jacqueline es la única mujer que me ha querido de verdad y esto no es nada

para ella.

Sale Picasso con la cabra. Arias y Valdés se quedan un momento viéndolo

alejarse. Luego se miran entre sí y estallan en una carcajada.

ARIAS: - ¡Pero hombre, a quién se le ocurre! ¡Mira que es bruto el vasco ése!

VALDÉS: - Sí, bueno, es que técnicamente, no la compró Galarza.

ARIAS: - La pagaste tú pero la compró el vasco, ¿no?

VALDÉS: - No exactamente.

ARIAS: - ¿Qué estás diciendo?

VALDÉS: - Bueno, ya sabes cómo se pusieron en el Comité tras la votación. Estaban

los ánimos muy encrespados. La mayoría pensaba que Picasso se reía de ellos, que

quería darles una lección. Y el vasco…

ARIAS: - ¿Qué?

VALDÉS: - Pues que al principio me dijo que me ayudaría pero luego, viendo cómo

todo el Comité se puso en contra, se echó atrás. No quería que lo acusaran de

contrarrevolucionario. Y yo… yo no entiendo mucho de cabras.

ARIAS: - ¿Me estás diciendo que no la compró Galarza?

VALDÉS: - No. La compré yo, a unos gitanos.

ARIAS: - ¿Cómo?

VALDÉS: - ¿Qué querías que hiciera? ¡No se la podía comprar a ningún agricultor, son

todos del Partido y hubiera levantado sospechas, lo hubieran comunicado al Comité,

qué sé yo! Me pareció que era una buena acción. Los gitanos la tenían atada de una

cadena y la hacían bailar en la punta de una escalera al son de una corneta.

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El barbero de Picasso – Escena 7 52

ARIAS: - ¿Me estás diciendo que es un fenómeno de feria?

VALDÉS: - ¡Y yo qué sabía! Soy linotipista, no tengo ni idea de agricultura. Y menos

de cabras.

ARIAS: - Valdés, en buen lío te has metido.

VALDÉS: - Galarza vino a verme dos días antes de la inauguración. Me dijo que él no

estaba de acuerdo con la línea oficial del Partido, aunque había votado con la mayoría

porque no quería enemistarse con los camaradas. Y se ofreció a ayudarme. A él se le

ocurrió la idea de que se la entregara su hija por la noche, al final del banquete. Me dijo

había que dársela entonces y no por la tarde en la plaza, durante la inauguración de la

estatua. Así parecería un regalo privado, no un obsequio oficial del ayuntamiento.

ARIAS: - ¡Pero el alcalde hizo un discurso y todo en el banquete!

VALDÉS: - A título personal. No sé si te fijaste, pero no mencionó ni una sola vez al

Partido Comunista. Sólo habló de los intelectuales y el pueblo.

ARIAS: - ¡Fontaine es la leche!

VALDÉS: - Pero si ahora Picasso le arma un escándalo, nos vamos a hundir con todo el

equipo. ¡La cabra y la madre que la parió!

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El barbero de Picasso – Escena 7 53

VII

En la peluquería, Arias está enseñando a beber de un botijo a Jacqueline, que

lleva una gran servilleta atada al cuello como un babero.

ARIAS: - Hay que mantenerlo firme, así en alto, agarrando por el asa y acercar el

pitorro a la boca. El secreto es sólo verter lo que pueda beber, no intentar verter y tragar

a la vez, ¿me entiende? Pruebe usted.

Jacqueline lo prueba y se lo derrama todo encima.

JACQUELINE: - Merde, merde, merde! ¡Es imposible, Arias, no puedo, no lo

conseguiré jamás!

ARIAS: - Que sí, mujer, todo es practicar.

JACQUELINE: - ¿Es que los españoles no pueden hacer las cosas como todo el

mundo?

ARIAS: - No, señora, los españoles no hacemos nada como todo el mundo. Hale,

inténtelo otra vez. Yo la ayudo. Vierta sólo un poquito.

Arias ayuda a Jacqueline a sostener el botijo en alto. Vierten un chorrito en la

boca. Jacqueline lo traga rápidamente.

ARIAS: - ¿Ve qué bien? Hale, otro poco.

Vuelven a verter otro poco. Jacqueline se atraganta.

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El barbero de Picasso – Escena 7 54

JACQUELINE: - ¡Ay, que me ahogo!

ARIAS: - Trague, trague tranquila.

JACQUELINE: - No lo voy a conseguir, Arias. Me va a dejar. Nunca beberé como una

española.

ARIAS: - No diga eso.

JACQUELINE: - Ustedes son rarísimos. No se parecen en nada a los demás europeos.

ARIAS: - Venga, inténtelo.

JACQUELINE: - No puedo, Arias, nunca podré.

ARIAS: - ¡Claro que podrá! Ya verá qué sorpresa se lleva él. Sosténgalo usted sola y

vierta lo que pueda beber.

Jacqueline intenta hacerlo sola y se vuelve a derramar el agua por toda la cara.

JACQUELINE (al borde de las lágrimas): - ¡No puedo! ¡Nunca podré!

ARIAS: - Es porque se pone nerviosa y cierra la garganta. Vamos a probar con menos

agua.

Arias toma el botijo y va a verter parte del agua en uno de los lavabos. En ese

momento, entra Picasso en la barbería. Arias se vuelve e intenta esconder el botijo a

sus espaldas. Alarma en Jacqueline, que hace gestos a Arias para que oculte el botijo.

En todo el diálogo siguiente, Arias intenta deshacerse del botijo metiéndolo detrás de

algún mueble, pero cada vez que lo intenta, Picasso está mirando y tiene que desistir;

Jacqueline y Arias se pasan la escena pasándose el botijo y tratando de que Picasso no

lo vea, hasta que al final consiguen dejarlo debajo de uno de los sillones de barbero.

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El barbero de Picasso – Escena 7 55

PICASSO: - ¡Jacqueline! ¿Qué haces tú aquí?

JACQUELINE: - Es que terminé pronto los recados y…

PICASSO: - ¿Han llegado ya los pigmentos que encargamos?

JACQUELINE: - Aún no, Monseigneur.

PICASSO: - Buenas tardes, Arias.

ARIAS: - Buenas tardes.

PICASSO: - ¿Ha venido Valdés por aquí?

ARIAS: - No.

PICASSO: - Tengo que hablar muy seriamente con él

ARIAS: - ¿Ah, sí?

PICASSO: - ¡Habráse visto tamaña desfachatez! ¿Qué me querían decir mandándome

una cabra más vieja que Matusalén? ¿Que soy un comunista de la vieja escuela? ¿Que

ya estoy viejo para pintar?

JACQUELINE: - Pablo, no te obsesiones, seguro que no tenía ningún significado.

PICASSO (a Jacqueline): - Tú no conoces a los apparatchiks éstos.

ARIAS: - Yo creo que Jacqueline tiene razón, no hay que buscarle tres pies al gato.

PICASSO: - ¡O una picha descomunal a una cabra vieja!

JACQUELINE: - ¡Pablo!

ARIAS: - ¡Qué dice!

PICASSO: - Que ni cabra hermafrodita ni leches, lo que tenía entre las piernas era un

tumor de tomo y lomo. El doctor Monnier dice que le queda una semana de vida. El no

es especialista, me ha dicho que la lleve al veterinario, pero que hay que darle una

inyección y acabar con ella, es seguro. ¿Por qué me hace esto el Partido, con todo lo que

yo he dado por ellos? ¿Qué me quieren decir? ¿Que estoy acabado? ¿Que me retire?

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El barbero de Picasso – Escena 7 56

ARIAS: - Cálmese, no se lo tome tan a la tremenda.

PICASSO: - ¿Cómo quieres que me lo tome cuando me la entregó oficialmente una

delegación regional con tres camaradas, nada menos?

ARIAS: - Bueno, a lo mejor no era tan oficialmente.

PICASSO: - Que sí, Arias, que sí. ¡Pero si lo viste tú mismo! Acuérdate: estaban

Galarza, Valdés y Fontaine. Eso significa algo, seguro. Ya sabes cómo se las gastan. Y

al final Fontaine nos largó un discurso sobre la alianza entre intelectuales y pueblo.

ARIAS: - Yo no le daría tanta importancia, no se ponga así

PICASSO: - ¡Tiene la importancia que tiene y me pongo como me pongo! Llama al

alcalde y vamos a aclarar las cosas.

ARIAS: - Cálmese, tómese un vaso de agua y luego…

JACQUELINE: - Eso: tómate un vaso de agua. Yo te lo traigo.

Jacqueline, que tenía el botijo en ese momento, intenta desaparecer con él en la

trastienda.

PICASSO (a Arias): - Si tienen un mensaje que darme, que me lo digan a las claras. ¡Y

les voy a llevar su cabra vieja para que se la coman con patatas! (A Jacqueline). No

vayas, no quiero agua.

JACQUELINE: - ¡Pero es que el agua te va a venir muy bien!

PICASSO: - Merci, chérie, mais je ne veux pas d’eau maintenant.

JACQUELINE (renunciando a meterse en la trastienda): - D’accord, d’accord,

Monseigneur.

ARIAS: - A lo mejor no es el alcalde con quien hay que hablar. Seguramente, él no

escogió la cabra. No sé, digo yo.

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El barbero de Picasso – Escena 7 57

JACQUELINE: - ¿Y vino, no quieres un vaso de vino?

PICASSO (a Jacqueline): - No. (A Arias) ¿Qué quieres decir?

ARIAS: - Que a lo mejor la culpa no es del alcalde.

PICASSO: - ¿De quién, si no?

ARIAS: - De quien escogió la cabra.

Jacqueline consigue finalmente dejar el botijo bajo uno de los sillones de

barbero.

PICASSO: - Arias, tú sabes algo que no me quieres contar.

ARIAS: - Yo no digo nada. Y vamos a ir cerrando, que ya es hora.

JACQUELINE: - Sí, nosotros también tenemos que ir.

PICASSO: - ¡Arias!

ARIAS: - Venga, venga, que yo tendría que estar ya en casa.

PICASSO: - ¡Pues yo no me muevo de aquí hasta que no me digas lo que me tienes que

decir!

Picasso va a sentarse precisamente en el sillón bajo el cual Jacqueline ha

puesto el botijo.

ARIAS: - Yo que usted no la tomaría contra el Partido.

PICASSO: - ¿Y contra quién la tomarías? ¿Contra la madre de la cabra?

JACQUELINE: - Anda, Pablo, vamos a casa y ya se te pasará.

PICASSO: - ¡Y dale, coño! ¡Que no soy un niño chico!

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El barbero de Picasso – Escena 7 58

En su gesticulación agitada, Picasso da con el botijo que está bajo el sillón. Un

segundo de sorpresa y una mirada interrogativa a Arias. Alarma en Picasso. A partir

de ahora, es Picasso quien intenta ocultar el botijo a Jacqueline, creyendo que Arias lo

ha olvidado allí y que Jacqueline no sabe nada de lo que le estaban preparando.

PICASSO: - Vosotros no entendéis lo que… lo que esto… esto… ¡lo que esto significa

para mí!

Jacqueline y Arias, alarmados, no saben de qué está hablando Picasso.

PICASSO: - Que… que los… que… ¡que el partido por el que lo he dado todo, que

esos mismos camaradas a los que no he escatimado nada, dinero, contribuciones,

carteles, hasta la dichosa paloma de la paz, ahora se atrevan a … a insultarme de esa

manera tan directa… a reírse… en mis narices!…

Picasso aprovecha un descuido de Jacqueline para tomar el botijo e intentar

pasárselo de tapadillo a Arias para que lo oculte. El mismo juego que había antes entre

Arias y Jacqueline se establece ahora entre Arias y Picasso.

ARIAS (intentando cambiar de conversación): - Estuve en el Consulado.

PICASSO: - ¿Lo has vuelto a pedir?

ARIAS: - Sí. Y esta vez no me exigieron que firmara ninguna declaración. Sólo rellenar

los formularios y basta.

PICASSO: - Qué raro.

ARIAS: - ¿Usted no hizo ninguna gestión el día de la inauguración de su estatua?

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El barbero de Picasso – Escena 7 59

PICASSO: - No, ya sabes que al final el Cónsul no vino y tampoco dio explicaciones.

Suena la bocina de un coche en la calle.

JACQUELINE: - Ahí está el chófer con el coche, vámonos.

ARIAS: - Pablo, de verdad, no merece la pena que se haga mala sangre. ¡Y si no me

cree, pregúntele al alcalde!

PICASSO: - ¡Contento me tiene, el alcalde! Por cierto, tráeme las pruebas del cartel que

te dejé.

ARIAS: - ¿El cartel?

PICASSO: - El de la corrida.

ARIAS: - El de la corrida.

PICASSO: - El de la corrida, sí, ¿no lo tienes en la trastienda? (Indicando el botijo, para

que se lo lleve). ¿Vas a la trastienda y me lo traes?

ARIAS: - Es que… no está.

PICASSO: - ¿Cómo que no está?

ARIAS: - Se lo llevó Valdés.

PICASSO: - ¿Valdés?

ARIAS: - Sí, como a él le conocen en la imprenta, le mandé con el cartel de la corrida y

el del Congreso por la Paz.

Vuelve a sonar la bocina del coche fuera.

JACQUELINE: - ¿Vamos, Pablo?

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El barbero de Picasso – Escena 7 60

PICASSO (a Arias): - Pues hay cambios. (A Jacqueline) Ya vamos. (A Arias, saliendo

hacia la puerta) Dile que me llame.

ARIAS: - ¿En cual de los dos?

PICASSO: - En el de la corrida, por supuesto.

ARIAS: - ¿Qué quiere cambiar?

PICASSO: - Tiene que poner que se matarán los toros. (Con la mano en el picaporte).

O no habrá corrida.

Picasso y Jacqueline salen. Arias se queda un momento desconcertado. Luego

va a la puerta, deja el botijo en el suelo, da la vuelta al cartel de “Fermé” y al volverse

para ir a por su abrigo tropieza sin darse cuenta con el botijo… que se rompe en

pedazos.

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El barbero de Picasso – Escena 8 61

VIII

Arias está afilando las navajas en la barbería, antes de cerrar. Entra Jacqueline

de muy mal genio. Trae el cartapacio debajo del brazo. Cierra de un portazo.

ARIAS: - Madame! ¡Que esa puerta me ha costado sus buenos francos!

JACQUELINE: - Arias, que no estoy de humor.

ARIAS: - Pues si le cuento yo…

JACQUELINE: - ¿Qué le pasa a Usted?

ARIAS: - Ha llegado la respuesta del Consulado. Me han denegado el permiso para

viajar a España.

JACQUELINE: - ¡No!

ARIAS: - Ni una explicación, ni una razón, nada. “Denegado”, eso es todo lo que ponía.

JACQUELINE: - Lo siento muchísimo, de verdad.

ARIAS: - Así que ya puede imaginarse cómo estoy.

JACQUELINE: - Si hay algo en lo que podamos ayudarle…

ARIAS: - Gracias, muchas gracias. Y usted, ¿por qué no está de humor?

JACQUELINE (abriendo el cartapacio): - Mírelo usted mismo.

ARIAS (mirando lo que hay dentro): - Pero… ¡pero este cartel es completamente

distinto!

JACQUELINE: - ¡A mí me lo va a contar!

ARIAS: - Pues tenemos un problema.

JACQUELINE: - Tenemos más de un problema, Arias. Y la corrida es en dos días.

ARIAS: - Es que de la imprenta mandaron ayer las pruebas definitivas y empezaron la

tirada. ¿No cree que cuando los vea Pablo, a lo mejor cambia de opinión?

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El barbero de Picasso – Escena 8 62

JACQUELINE: - Arias, mírelo bien y sea sincero: ¿qué cartel es mejor?

Arias contempla el nuevo cartel un rato y termina por reconocer, a

regañadientes.

ARIAS: - Este, me temo.

JACQUELINE: - Entonces no tengo que contestar a su pregunta.

Entra Valdés en la peluquería, con otro cartapacio bajo el brazo.

VALDÉS (aceleradísimo): - ¡Hola! Me alegro de verla aquí, precisamente vengo con

los primeros carteles. Estamos empezando a pegarlos. Yo iba a subírselos a su casa pero

ya que está aquí lléveselos usted, que tengo mucha prisa. Han quedado perfectos. Se los

dejo aquí mismo. La veo esta noche. A las ocho, ¿verdad?

JACQUELINE (cortante): - Buenos días.

VALDÉS: - Ah, sí, perdón, buenos días, claro, eso es lo primero. ¿Qué me dice?

JACQUELINE (más acelerada aún que él): - Que arroje esos carteles a la basura, coja

estos otros originales, los lleve a la imprenta ahora mismo, les mande que saquen las

pruebas hoy sin falta, diga en el Ayuntamiento que hay que retirar todos los que han

pegado, se venga esta noche a la cena con las pruebas, espere a que él haga las

correcciones, las lleve de vuelta mañana a primera hora a la imprenta y les diga que

hagan la tirada nueva antes del mediodía y peguen los carteles definitivos mañana por la

tarde. (Recoje sus cosas y va a salir). Por cierto, buenas tardes, que ya es la una.

VALDÉS: - Pero…

JACQUELINE: - ¿Qué?

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El barbero de Picasso – Escena 8 63

VALDÉS: - Que no podemos hacer unos carteles nuevos.

Jacqueline se limita a levantar la ceja, irónica.

VALDÉS: - ¡Es que no hay ni tiempo!

JACQUELINE (con la mano ya en el pomo de la puerta): - ¿No es usted español? ¡Pues

improvise, hombre, improvise!

VALDÉS: - Pero el alcalde tiene que…

JACQUELINE: - ¡El alcalde, el alcalde! ¿Es que usted no puede hacer nada sin el

alcalde?

VALDÉS: - Como él es el que da el visto bueno…

JACQUELINE: - Ya encontrarán ustedes la manera de arreglarlo. Y en la cena nos

cuentan cómo lo han hecho. Es a las ocho, sí. Sea puntual.

VALDÉS: - A las ocho, a las ocho sin falta… ¿Se va usted ya? Buenos días.

JACQUELINE: - Buenas tardes.

VALDÉS: - Digo, eso, buenas tardes. Adiós.

(Jacqueline sale).

ARIAS: - ¿Y tú a qué venías?

VALDÉS: - Me tienes que afeitar y cortar.

ARIAS: - ¿Cuándo?

VALDÉS: - Ahora mismo.

ARIAS: - ¡Ah, no! Yo ahora cierro, que es la hora de comer. ¡Y a ti más te vale correr a

la imprenta si no quieres que tengamos un drama!

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El barbero de Picasso – Escena 8 64

VALDÉS: - En la imprenta ya se han ido. Tendré que estar allí de vuelta en cuanto

abran esta tarde.

ARIAS: - Pues ven mañana.

VALDÉS: - ¡Que no, hombre, que no, que me tienes que adecentar para la cena de esta

noche!

ARIAS: - ¿Vas a cenar con ellos?

VALDÉS: - Sí, en su casa.

ARIAS: - ¿Te han invitado a su casa?

VALDÉS: - Sí.

Arias consulta el reloj.

ARIAS: - Anda, siéntate ahí, que te voy a hacer una faena rápida que ni Fangio en el

Grand Prix.

Valdés se sienta en el sillón y Arias, tras enjabonarle la cara, empieza a

afeitarlo.

VALDÉS: - A mí ¿qué quieres que te diga? Me huele mal, Arias.

ARIAS: - No seas desconfiado, hombre.

VALDÉS: - ¡Pero es que no ha invitado a nadie más del Partido, sólo al alcalde y a mí!

ARIAS: - Bueno, no es una recepción oficial, ¿no?

VALDÉS: - Pero ¿por qué no ha llamado al vasco?

ARIAS: - ¿Quiénes más van? ¿Ha llegado ya alguno de los que van a venir a su

homenaje?

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El barbero de Picasso – Escena 8 65

VALDÉS: - Sólo nos ha invitado a nosotros dos.

ARIAS: - Qué raro. Pero bueno, él es así.

VALDÉS: - Nos va a decir que abandona el Partido.

ARIAS: - No creo. Pablo podrá pensar lo que sea de algunos comunistas que tenéis la

cabeza a pájaros, pero nunca renegará del comunismo.

VALDÉS: - Que sí, Arias, estoy seguro.

ARIAS: - Que no, hombre. Acuérdate de lo que le dijo a la prensa cuando lo del

escándalo por el retrato de Stalin, aquello de que ya se sabe que quien más te disgustos

te da es tu propia familia.

VALDÉS: - Ya verás, va a usar con nosotros la táctica china.

ARIAS: - ¿Qué táctica china ni qué ocho cuartos?

VALDÉS: - Nos va a utilizar de mensajeros. Nos dirá que piensa abandonar el Partido

para que nosotros lo transmitamos a las altas esferas, extraoficialmente por supuesto, y

ver qué reacción provoca. Luego alguien de más arriba, del Comité regional o incluso

de París se pondrá en contacto con él, se deshará en excusas, le dará mil explicaciones y

conseguirá que reconsidere su decisión. A nosotros nos cortan la cabeza, él recibe sus

disculpas y el Partido salva la cara. ¡Pero si es que es de libro! En maldita hora se le

ocurrió lo de la puñetera cabra. ¿No se podía haber conformado con una placa de

camarada modelo? ¡No señor, tenía que venir a jorobarnos a los pobres proletarios!

¡Bien podía haberse comprado un rebaño entero, con todos los millones que tiene!

¿Comunista? ¡Los cojones! Comunista soy yo, que no tengo un franco y menos aún voy

a tener cuando me defenestren.

ARIAS: - ¡Valdés, pisa el freno que te escoñas!

VALDÉS: - ¡A mí no me vienen los americanos a comprarme mamarrachos por

millones de dólares!

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El barbero de Picasso – Escena 8 66

ARIAS: - ¡Valdés!

VALDÉS: - ¡Yo sí que soy un honrado proletario! ¿Por qué se tiene que ensañar

conmigo ese vejestorio de las narices?

ARIAS: - ¡Valdés, hombre!

VALDÉS: - ¡Conmigo, que el único delito que tengo es haber intentado satisfacer el

capricho de un carcamal chocho y putañero que…!

Arias le hace un corte a Valdés con la navaja.

ARIAS: - ¡Adiós!

VALDÉS: - ¡Arias! ¿qué has hecho?

ARIAS: - ¡Lo siento, lo siento!

Arias intenta contener la sangre con una toalla, pero termina por manchar más

a Valdés.

VALDÉS: - ¡Mira cómo me has puesto!

ARIAS: - ¡Lo siento! ¡No sabes cuánto lo siento! Es la primera vez en mi vida que…

Nunca me había pasado, te lo juro, jamás.

VALDÉS: - ¡Lo has hecho a propósito!

ARIAS: - ¡Cómo se te ocurre semejante idea!

VALDÉS: - ¡No me mientas, Arias!

ARIAS: - ¡Pues no, pero si lo hubiera hecho, bien merecido lo tenías!

VALDÉS: - ¡Tú estás compinchado con él!

ARIAS: - ¡Tú ves conjuras por todas partes!

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El barbero de Picasso – Escena 8 67

VALDÉS: - ¡Se lo dijiste tú, estoy seguro! ¡Te quieres quedar con mi puesto en el

Partido!

ARIAS: - ¡Fuera de mi peluquería! ¿Cómo te atreves?

VALDÉS: - ¡Nunca me has podido ver ni en pintura! ¡Siempre has querido ser tú el

Secretario!

ARIAS: - ¡Fuera ahora mismo!

VALDÉS: - ¡Por eso me dijiste lo de la cabra! ¡Te compinchaste con Jacqueline, esa

bruja, para hacerme caer! ¡Y el de las boinas, que me odia, colaboró con vosotros!

ARIAS: - ¿Qué boinas?

VALDÉS: - ¡Galarza! ¡Ahora lo entiendo! ¡Un caso clarísimo de zancadilla política!

Pero ya veremos quién tiene la última palabra.

Valdés, furioso, se levanta de la silla con la cara llena de jabón de afeitar y la

toalla ensangrentada, agarra su cartapacio y el de Jacqueline y sale de la barbería

hecho un basilisco.

ARIAS: - ¡Habráse visto!

De golpe, se abre la puerta de la barbería de nuevo y Valdés mete la cabeza

para exclamar furibundo.

VALDÉS: - ¡Y éste no te lo pago!

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El barbero de Picasso – Escena 9 68

IX

Entra en la peluquería Picasso con una cabrita pequeña en los brazos.

ARIAS: - No, si esto va a acabar como el arca de Noé. ¿Qué, multiplicándonos un

poquito?

PICASSO: - Calla, calla, Arias, que menuda la has liado.

ARIAS: - ¿Yo?

PICASSO: - Sí, tú. ¿Qué le dijiste a Valdés?

ARIAS: - ¿Yo? ¡Yo no le dije nada!

PICASSO: - Pues se presentaron a la cena cada uno con una cabra. Esta, Margarita, la

trajo el alcalde. Y a los cinco minutos llama a la puerta Valdés con otra.

ARIAS: - Como lo de la vieja trajo cola, Valdés se sentiría responsable.

PICASSO: - ¿Tú no le dijiste nada de nada?

ARIAS: - ¡Palabrita del niño Jesús!

PICASSO: - Juramento bien comunista, ¿eh? Si es que a un español, a poco que se

descuida, le sale la sotana que lleva dentro.

ARIAS: - Ande, Pablo, no me sea jesuita. Y explíqueme lo del nuevo cartel.

PICASSO: - ¿No te gustó?

ARIAS: - El diseño era muy bueno.

PICASSO: - ¿Entonces?

ARIAS: - ¿Por qué se empeñó en poner eso?

PICASSO: - ¿De qué estás hablando?

ARIAS: - Sabe muy bien que no lo van a permitir

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El barbero de Picasso – Escena 9 69

PICASSO: - Pues yo creo que sí. Por cierto, Dominguín llega a mi casa esta tarde, no le

vayas a decir lo que piensas de él.

ARIAS: - ¡Pablo!

PICASSO: - Fíjate que yo estoy seguro de que le vamos a ver matar los seis toros.

¡Seis! A los de Ordóñez os va a dar algo, ¿eh?

ARIAS: - ¿Ha perdido la cabeza?

PICASSO (a la cabrita que aún tiene entre brazos): - ¡Ay, este Arias, que no se entera

de nada! ¿A que no, Margarita?

Arias, desconcertado, lo mira de hito en hito, pero Picasso sigue hablándole a

la cabrita, sin mirar a Arias.

PICASSO (a la cabrita): - A lo mejor es que no sabe que anoche vinieron a cenar a casa

dos buenos amigos y claro, ¿qué les íbamos a ofrecer? Pues un estofado bien rico

preparado amorosamente por Jacqueline. Y nuestros dos amigos, después de dejarnos

los regalos que ya sabemos, dieron cuenta del banquete. Son comunistas, pero aprecian

los buenos vinos. Uno de ellos habla de España, de los Rioja que tanto añora. Y al

momento le suben uno de la bodega. Él, encantado, no deja de alabar el estofado de la

dueña de la casa. Y ya que tanto le gusta, el viejo Picasso, tan bonachón y campechano,

le ofrece una segunda ración, ¡faltaría más! El otro invitado no quiere ser menos en

hacer los honores y también repite estofado. Rebañan bien el plato, con ese pan tan rico

que les han puesto. Picasso, el viejo tonto, les pregunta entonces si les gusta de verdad

esa carne y ellos responden que les ha encantado. Y Picasso insiste: “Pero, ¿seguro,

seguro?”. Y ellos: “que sí, que sí”. Y la verdad, a Picasso le extraña, porque lo que se

acaban de zampar es la cabra vieja que le habían regalado. Valdés no da crédito. “Es

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El barbero de Picasso – Escena 9 70

broma, ¿verdad?”. Pero Picasso le dice que con las cosas de comer no se juega.

¿Quieren ver los restos de la cabra que están en la cocina? O a lo mejor, en vez de eso,

gustan un tercer plato de estofado. Porque parece que en la bandeja queda precisamente

una buena parte del tumor y sería una pena tirarlo. “¿Qué tumor?”, pregunta Valdés.

“¿Ah, no sabían que me habían regalado una cabra más vieja que Matusalén?”. “Pues

no”. “¿Y tampoco sabían que lo que tenía colgando en salva sea la parte era un tumor

como la copa de un pino?”. “Menos aún”. “Vaya, vaya. Pues se lo acaban de comer

enterito, ese tumor. Les va a venir muy bien. Ya verán cómo se contagian de realismo

puro, ya”. Fontaine se excusa, necesita ir al baño, pero Picasso le dice que es de mala

educación levantarse de la mesa. Valdés se sirve su tercer plato. A Fontaine le entran

mareos. Pero Picasso está hablando de arte y claro, hay que hacerle caso. “Así que lo

que a ustedes les gusta es el realismo, ¿eh? Pues nada, nada, no se preocupen, que en un

par de horitas ya van a ver qué realidad más gorda les va a agarrar. Y las obras que

produzcan ustedes, se las mandan al próximo Congreso de mi parte”. Y ya ves,

Margarita: resulta que ahora, por arte de birlibirloque, lo más probable es que ese viejo

chocho y carcamal de Picasso tenga el homenaje que tanto deseaba.

ARIAS (que no da crédito): - ¡No es posible! Les gastó una broma, ¿no?

PICASSO: - Qui sait?

Un momento de incredulidad.

ARIAS: - Chapeau!

PICASSO: - Así que ahora en justa correspondencia por tu indiscreción, te vas a hacer

cargo de esta amiguita. (Depositando la cabra en brazos de Arias) Aquí te la dejo.

ARIAS: - ¡Pero Pablo!

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El barbero de Picasso – Escena 9 71

PICASSO: - Nada, nada, que te va a hacer mucha compañía. ¡Y puedes practicar

rapándole las barbas, que últimamente andan diciendo por ahí que se te va la mano con

la navaja!

ARIAS: - ¡Es usted imposible!

Se abre la puerta de la barbería y entra Valdés, que se queda de una pieza al

ver a Picasso. Se tropieza debido al nerviosismo y otra vez termina por aterrizar

encima de Picasso.

PICASSO: - ¡Ay!

VALDÉS: - Bueno, yo me voy a por tabaco, ¿eh?

PICASSO: - ¡No, no! ¡Dame un abrazo, hermano! (Lo abraza efusivamente, ante el

estupor de Valdés, que no sabe qué hacer).

VALDÉS: - ¿Ya no está enfadado?

PICASSO: - ¡Nada, nada, pelillos a la mar!

VALDÉS (Por la cabrita, que sigue en brazos de Arias): - ¿Y Margarita?

PICASSO: - Tampoco está enfadada, no. Aquí tu amigo el barbero la va a cuidar

estupendamente. Así que ya ves, ¡viva la concordia y la paz universal! Vamos a brindar,

Arias.

ARIAS: - ¿Con champú o con loción capilar?

PICASSO: - ¿No tienes nada de vino por ahí?

ARIAS: - Pues no.

PICASSO: - Anda, ve a la trastienda, que seguro que algo encuentras por algún rincón.

ARIAS: - Yo creo que no.

PICASSO (casi empujando a Arias): - Tú ve y mira. Y tráeme mi cartapacio.

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El barbero de Picasso – Escena 9 72

Arias desaparece en la trastienda con la cabrita.

VALDÉS: - ¿Qué celebramos, si se puede saber?

PICASSO: - ¡La paz!

VALDÉS (totalmente desconcertado): - Ah.

PICASSO: - He pensado mejor lo que me dijo el alcalde.

VALDÉS: - ¿Lo de las cabras y las cestas?

PICASSO: - No, hombre, lo de la capilla.

VALDÉS: - Ah. Es que yo, lo de la cosas viejas y el arte moderno, pues que no lo

termino de entender, oiga.

PICASSO: - Ya.

VALDÉS: - ¿Usted no me lo podría explicar un poquito?

PICASSO: - A ver: lo que yo trato es de no alejarme de la naturaleza, ¿sabes? Quiero

que haya una semejanza…

VALDÉS: - O sea, que la escultura se parezca.

PICASSO: - Más o menos. No es que se parezca, es que tiene que haber una semejanza.

Pero quiero que esa semejanza sea más profunda, que sea más real que la propia

realidad, hasta llegar a lo surreal.

VALDÉS (que no ha entendido absolutamente nada): - Ya.

PICASSO: - Y para eso, para que una escultura esté inundada de realidad, el camino

más adecuado es la metamorfosis.

VALDÉS: - La metamorfosis.

PICASSO: - La metamorfosis, sí.

VALDÉS: - No la metáfora.

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El barbero de Picasso – Escena 9 73

PICASSO: - Mira, te voy a poner un ejemplo. Un día me encontré por la calle un sillín y

un manillar de bicicleta, los puse uno sobre otro y los convertí en una cabeza de toro.

Muy bien. Pero lo que tenía que haber hecho después era tirar esa escultura. Arrojarla a

otra vez a un vertedero. Entonces habría pasado un obrero. La hubiese recogido.

Hubiera pensado que quizá con aquella cabeza de toro podría hacer un sillín y un

manillar de bicicleta. Y lo habría hecho. ¿Entiendes? Esa es la metamorfosis

maravillosa entre el arte y la realidad.

VALDÉS: - ¿Y lo eso es lo mismo que lo de la metáfora y las cabras vivas?

Arias regresa con el cartapacio.

ARIAS: - Nada.

PICASSO: - Pero, ¿tú has mirado bien, bien?

ARIAS: - Nada, no insista. (A Valdés) Y tú, ¿a qué venías?

VALDÉS: - No, yo… a hablar contigo. Y a cortarme el pelo.

PICASSO: - ¿Ahora?

VALDÉS: - Bueno, son las tres de la tarde, la peluquería está abierta, ¿no?

ARIAS: - Hombre, abierta, abierta... sí que está. Para algunos

PICASSO (a Valdés): - ¡Ahora tenemos cosas mucho más importantes que hacer!

Tienes que ir al ayuntamiento y decirle al alcalde que venga a verme. Tenemos que

hablar.

VALDÉS: - No, no hace falta, si él ya…

PICASSO (sin escucharle): - Mira, le vas a llevar una paloma de la paz y le dices que

mañana, después de la corrida, hablamos de lo de la capilla.

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El barbero de Picasso – Escena 9 74

Picasso toma el cartapacio, saca un papel y dibuja durante el siguiente diálogo

entre Arias y Valdés.

ARIAS: - ¿Y de qué querías hablar?

VALDÉS: - De… esto… de ayer…

ARIAS: - Pues no hay nada de qué decir.

VALDÉS: - ¿Tú crees?

ARIAS: - ¡Estoy seguro!

VALDÉS: - Es que a lo mejor no nos entendimos muy bien.

PICASSO: - Yo creo que te entendí perfectamente.

VALDÉS: - Y también hay una cosa que puedo…

PICASSO (interrumpiéndolo y tendiéndole el dibujo): - Hala, ya te puedes ir para el

ayuntamiento.

Valdés recoge el dibujo y Picasso empieza inmediatamente a dibujar en otra

hoja.

VALDÉS (a Picasso): - Pero es que yo había venido a cortarme el pelo...

PICASSO: - Nada, nada, la paz es lo más importante. ¿No te das cuenta?

VALDÉS: - Es que como ayer no me dio tiempo… y mañana me han encargado que

diga unas palabras en su homenaje…

PICASSO: - La paz y la guerra. ¡Un tema buenísimo!

VALDÉS: - ...como van a venir tantas personalidades...

PICASSO: - ¡Hale, hale, que vas a llegar tarde y la paz no puede esperar! ¿Pero no ves

lo mal que va el mundo?

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El barbero de Picasso – Escena 9 75

VALDÉS (dirigiéndose a Arias): - Ya, pero si yo lo que quería era precisamente la

concordia… y un corte de pelo.

PICASSO: - ¡Con la que hay montada en Corea y tú aquí hablando de pelos!

VALDÉS: - No, no, si tiene razón, menuda la que...

PICASSO (empujando a Valdés fuera de la peluquería): - Hale, adiós, ¿eh?

VALDÉS (a Picasso): - Bueno,... sí, adiós... Muchas gracias por esto... Es muy bonita...

(A Arias) Nosotros ya hablamos en otro momento, ¿eh?

PICASSO (tendiendo el otro dibujo a Arias): - Toma, Arias, una paloma de la paz para

ti también.

Valdés sale por fin.

ARIAS: - Pero, ¿qué le ha dado hoy con la paz?

PICASSO: - Es el tema del mural: la guerra y la paz.

ARIAS: - ¿Qué mural?

PICASSO: - El alcalde, en la sobremesa, para congraciarse, me ofreció la capilla

abandonada del castillo de Vallauris.

ARIAS: - Pero, ¿no decía que nada de arte religioso? ¡Anda que no se rió de Matisse!

PICASSO: - No tendrá nada que ver con esas tonterías de Matisse y Braque, esas

pinturitas para seminaristas... El mío será un templo civil. Recubierto totalmente de

pinturas. A un lado, el mural con la paz. Al otro, el mural con la guerra. Y habrá que

entrar a visitarlo con velas, como si fueran pinturas rupestres. ¡Esa es la verdadera

experiencia religiosa!

ARIAS: - Pablo, está usted desconocido.

PICASSO: - ¡El Templo de la Paz! ¿No lo entiendes?

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El barbero de Picasso – Escena 9 76

ARIAS: - Pero, ¿no había dicho que no quería saber nada de este ayuntamiento?

PICASSO: - Ya veremos lo que pasa mañana en la corrida. Pero ¿no es una idea

fantástica? Un templo civil. ¡Y con realismo socialista!

ARIAS: - ¿Qué?

PICASSO: - Las paredes serán realismo; el techo, socialismo. Y todo lo demás,

¡abstracto!

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El barbero de Picasso – Escena 10 77

X

Es de noche en la barbería. Las luces apagadas. Se oyen lejanos los rumores de

del desfile por las calles de Vallauris: cohetes, banda de música, gritos, rumor de

gente, cláxones. Unos fuegos artificiales alumbran momentáneamente el espacio

dormido, colándose por las ventanas. Alguien forcejea con la cerradura de la puerta

hasta que consigue abrirla. Entra Jacqueline con mantilla española, peineta y traje de

flamenca, llevando un botijo. Cierra cuidadosamente la puerta tras de sí. Sin encender

la luz, avanza a tientas, tropezando con los sillones. Deposita el botijo sobre uno de los

mostradores, donde se acumulan los útiles de barbero, uno de los cuales se le cae al

suelo. Intenta recogerlo, pero no ve suficiente. Tantea el suelo. Tantea luego la pared

hasta dar con el interruptor de un pequeño aplique y lo enciende: una luz puntual, que

apenas ilumina el espejo sobre el mostrador. Jacqueline encuentra el útil que se había

caído y lo deposita en su sitio. Se ve reflejada en el espejo. Se contempla. Se arregla la

mantilla. Se sonríe a sí misma.

JACQUELINE: - “De verde. Te casarás de verde”. Ah, Monseigneur Pablo!

De pronto se oye un golpe de algo que cae al suelo en la trastienda. Jacqueline

queda paralizada. Escucha en silencio. Más ruidos en la trastienda. Jacqueline apaga

súbitamente la luz y permanece quieta escuchando. Retrocede hacia la puerta de salida

tratando de no hacer ruido. Pero antes de que la alcance, la puerta se abre y entra un

hombre sin encender la luz. A tientas, el hombre va avanzando hacia la trastienda.

Jacqueline, inmóvil, trata de que el hombre no advierta su presencia. Se abre la puerta

de la trastienda y alguien asoma la cabeza. La puerta se cierra de nuevo. De pronto,

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El barbero de Picasso – Escena 10 78

estalla fuera una cascada de fuegos artificiales y a la luz violenta que se cuela por la

ventana, Jacqueline descubre a Valdés con un gran bulto y él a ella. Sorprendidos,

ambos se quedan sin embargo sin decir nada. Esperan en silencio hasta que estalla un

nuevo cohete y se cercioran de quién es el otro.

JACQUELINE: - ¿Valdés?

VALDÉS: - ¿Jacqueline? ¿Qué hace aquí?

JACQUELINE: - ¿Qué hace usted?

VALDÉS: - ¿Cómo ha entrado?

JACQUELINE: - ¿Qué lleva ahí?

VALDÉS: - ¿Dónde está don Picasso?

JACQUELINE: - ¿Qué es eso que tiene ahí?

VALDÉS: - ¿Pablo sabe que está usted aquí?

JACQUELINE: - ¿A qué ha venido?

VALDÉS: - ¿Está sola?

JACQUELINE: - ¿Y Arias, sabe que está usted aquí?

VALDÉS: - ¿Se lo ha dicho Arias?

JACQUELINE: - ¿El qué?

VALDÉS: - ¿Va a venir Pablo también?

JACQUELINE: - ¿Qué están tramando?

VALDÉS: - ¿No sabe nada?

JACQUELINE: - ¿Otra idea brillante, a ver si esta vez en lugar de multarnos nos meten

a todos en la cárcel?

VALDÉS: - ¿No le ha gustado la corrida?

JACQUELINE: - ¿Le ha gustado a usted lo que ha dicho el Prefecto?

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El barbero de Picasso – Escena 10 79

VALDÉS: - ¿A quién le importa lo que diga el Prefecto?

JACQUELINE: - ¿Acaso van a pagar ustedes el multazo?

VALDÉS: - ¿Cuándo ha visto a Pablo más contento?

JACQUELINE: - ¿Cuándo van a respetar los españoles la autoridad?

VALDÉS: - ¿Cuándo van a aprender los franceses a vivir la vida?

JACQUELINE: - ¡¡¡¡¡¿Cuándo va a dejar de hacerme preguntas de una vez?!!!!!

De pronto, se abre la puerta de la trastienda, sale Arias y enciende la luz

general de la peluquería. Jacqueline trata de ocultar rápidamente con su cuerpo el

botijo y que Valdés no lo vea.

ARIAS: - ¡Jacqueline! ¿Qué hace aquí?

JACQUELINE: - ¿Y usted?

VALDÉS (a Arias): - ¿No sabe nada?

JACQUELINE: - ¿Nada de qué?

ARIAS (a Jacqueline): - ¿Quería algo?

JACQUELINE (alarmada ante la presencia de Valdés e inventando rápidamente): -

Venía a… a… a que me desmontara la peineta. Eso es.

VALDÉS: - ¿A estas horas?

JACQUELINE: - ¿Qué quiere, que duerma con ella puesta?

ARIAS (a Jacqueline): - ¡Haberlo dicho antes, mujer! (A Valdés) Y tú, ¿no tienes que

hacer cosas?

Valdés desaparece en la trastienda.

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El barbero de Picasso – Escena 10 80

ARIAS (indicándole uno de los sillones): - Siéntese ahí.

Jacqueline va a sentarse cuando Arias descubre el botijo sobre el mostrador.

ARIAS: - ¿Ah, lo ha conseguido por fin?

JACQUELINE: - Exactamente igual que el otro. No se dará cuenta. Pero dígame: ¿qué

anda tramando con Valdés?

ARIAS: - Cosas nuestras, ya sabe. Ande, siéntese.

JACQUELINE (mientras se sienta en el sillón de barbero): - Ustedes siempre

buscándose líos.

Arias le va desmontando la mantilla y la peineta durante la siguiente

conversación.

ARIAS: - ¿Qué le ha parecido la corrida?

JACQUELINE: - No sé… Es algo muy raro…

ARIAS: - No le ha gustado Dominguín, ¿verdad? No, si es lo que yo le digo a Pablo,

pero él no me hace caso. Habrá hecho una buena faena, eso no se lo quito, pero la…

JACQUELINE: - No me comprende usted…Dominguín u otro, ¿qué más da? (Una

pausa) ¿No tiene usted una sensación de tristeza?

ARIAS: - No le entiendo.

JACQUELINE: - Tanto tiempo esperando ver la muerte del toro en la plaza, tanto lío…

y bueno, ya está. ¿Era esto todo?

ARIAS: - ¿Qué más quiere?

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El barbero de Picasso – Escena 10 81

JACQUELINE: - No entenderé nunca a los españoles. Puedo vivir con ustedes, pero

nunca los entenderé.

ARIAS: - Eso es porque ustedes, los franceses, reflexionan demasiado. ¡Hay que vivir!

JACQUELINE: - Tal vez tenga razón. Pero lo de esta tarde…

ARIAS: - ¿Qué le da miedo? ¿El multazo que ha anunciado el Prefecto? ¡Eso lo paga

Pablo vendiendo dos litografías y aquí paz y luego gloria!

JACQUELINE: - No, no es eso. Je suis habituée a que Pablo se salga siempre con la

suya y si quiere que le diga la verdad, cincuenta francos o quinientos mil, dan igual. Es

que hay algo en la corrida… algo que ustedes no ven… o lo ven y no les importa… La

muerte es de verdad… está ahí, a cada minuto… no puede ser algo insignificante… En

los aguafuertes de Goya, en las litografías de Pablo, en las cerámicas pintadas que ha

hecho, es algo estético, lleno de pasión, magnífico. En la realidad, toda esa sangre, la

arena manchada, las banderillas rotas… no es hermoso, ¿me entiende? Es bárbaro,

sucio… Y esa muerte… Ustedes la toman como algo natural… pero no lo es… No

entiendo esa familiaridad que tienen con… Y luego, cuando el torero sale vencedor…

cubierto de sangre… hay una tristeza como después de… No lo sé explicar…

ARIAS: - Hay que haber nacido en España para entender ciertas cosas. Mejor dicho:

para sentirlas.

JACQUELINE: - Pablo me ha pedido que me case con él.

ARIAS (atónito, tras una larga pausa): - ¡Jacqueline!

JACQUELINE: - En la muerte del último toro. Se ha vuelto hacia mí y me lo ha dicho.

¿Por qué precisamente allí, Arias? Tiene que haber alguna conexión, él no había visto

matar un toro desde hacía treinta años. Y hoy, en medio de la plaza, Dominguín acababa

de clavar el estoque, cuando Pablo se ha vuelto hacia mí y me lo ha dicho: “te casarás

conmigo de verde”. El toro estaba cubierto de sangre, yo no veía otra cosa, todas esas

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El barbero de Picasso – Escena 10 82

masas de rojo, la muleta... Algo en él revivió, algo que yo no conozco, que je ne saurai

jamais. De verde. Me casaré de verde. Me casaré de verde. ¿Sabe por qué le llamo

Monseigneur? Porque es cierto. Es mi señor. El me ha abierto un mundo que era sólo

suyo. ¿Qué importa entonces lo que digan de mí? Que lo tengo secuestrado. Que soy

una inculta. Que me quiero quedar con su dinero. Que le aparto de sus hijos. Pero nadie

sabe lo que pasa entre nosotros cuando por fin nos quedamos a solas. Y yo sin él no

sabría vivir.

Arias, que ha terminado de quitarle la mantilla y la peineta, la abraza

paternalmente por detrás, en un gesto que tiene más de protección que de afecto.

ARIAS: - Cuídelo bien. Usted sabe que no es tan fuerte como aparenta.

JACQUELINE: - Gracias, Arias. Lo haré.

El momento de intimidad pasa. Arias deja la peineta sobre el mostrador.

ARIAS: - Pues esto ya está.

JACQUELINE: - Sí. (Una pausa). ¿Cómo va lo de su madre?

ARIAS: - Pablo no le ha dicho nada, ¿verdad?

JACQUELINE: - ¿Nada de qué?

ARIAS: - No querría preocuparla.

JACQUELINE: - Arias, ¿me quiere hablar claro?

ARIAS: - Tal vez es mejor que no lo sepa.

JACQUELINE: - ¡Arias!

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El barbero de Picasso – Escena 10 83

Arias sopesa un rato si debe decir la verdad a Jacqueline.

ARIAS: - Valdés me va a cruzar clandestinamente por el Valle de Arán, como en el 44.

Una vez en España, tenemos un contacto.

JACQUELINE: - ¿Cuándo?

ARIAS: - Esta noche tomamos el tren hasta la frontera.

JACQUELINE: - ¡Y yo aquí, haciéndole perder el tiempo con esto! (refiriéndose a la

peineta)

ARIAS: - Madame, yo nunca dejo tirada a una clienta.

Entra Picasso en la peluquería, envuelto en una capa española y con sombrero

cordobés.

PICASSO: - ¡Jacqueline! ¿Qué haces tú aquí? ¿No te habías ido a casa?

JACQUELINE: - He venido… a… a… ¡a despedirme de Arias!

PICASSO: - Pero, ¿quién te lo ha dicho? ¡Valdés!

Valdés abre tímidamente la puerta de la trastienda y asoma la cabeza.

VALDÉS: - ¿Sí?

PICASSO: - Ven acá, hombre, ven acá.

VALDÉS: - ¿Qué quiere?

PICASSO: - Pero ven aquí, que no muerdo.

VALDÉS: - No, si yo aquí estoy muy bien.

ARIAS: - Pablo, hombre, déjele.

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El barbero de Picasso – Escena 10 84

JACQUELINE (a Picasso): - ¿Tú también has venido a despedirte?

PICASSO: - Y a traerle algo a Arias.

ARIAS: - ¿A mí?

PICASSO (a Arias): - Toma.

Picasso entrega a Arias la caja de trebejos con escenas de corridas

pirograbadas.

ARIAS (después de un momento, visiblemente conmovido): - No sabe lo que esto

significa para mí.

PICASSO: - Dame un abrazo, hermano.

Picasso y Arias se funden en un abrazo.

ARIAS: - Me la voy a llevar conmigo. Así, si acabo en la cárcel, al menos tendré este

recuerdo de ustedes.

Valdés, que se había quedado asomado a la puerta, intenta ver lo que es, sin

moverse de allí.

VALDÉS: - ¿Qué es?

ARIAS: - Una caja para mis útiles.

PICASSO: - Pirograbada.

VALDÉS: - ¿Qué?

PICASSO: - Grabada a fuego sobre la madera.

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El barbero de Picasso – Escena 10 85

ARIAS: - Con estampas de corridas.

PICASSO (a Arias): - Cuídala bien, porque nunca habrá otra igual. Como tú.

Suena la bocina de un coche en la calle.

VALDÉS: - ¡Ahí está el coche!

ARIAS (a Valdés): - Ve a decirle que ya vamos.

VALDÉS: - Sí, sí, pero date prisa o perderemos el tren.

Valdés sale de la trastienda con los petates y cruza la barbería.

VALDÉS (a Jacqueline, mientras besa respetuosamente su mano): - Adiós.

JACQUELINE: - Adiós

VALDÉS (a Picasso, estrechándole calurosamente la mano): - Adiós.

PICASSO: - Adiós.

Valdés sale de la peluquería. Un silencio embarazoso entre Jacqueline, Picasso

y Arias, que finalmente Picasso termina por romper.

PICASSO: - Ten cuidado.

ARIAS: - Lo tendré.

PICASSO: - Si yo pudiera ir contigo…

ARIAS: - Un día irá, estoy seguro.

PICASSO: - ¡Yo también volveré a España alguna vez!

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El barbero de Picasso – Escena 10 86

ARIAS: - ¡Volverá, y antes de lo que cree, no tengo la menor duda! Al Régimen no le

puede quedar ya mucho más.

Suena de nuevo la bocina del coche en la calle. Arias se apresura y abraza a

Jacqueline.

ARIAS: - Adiós. Ya sabe lo que me ha prometido.

JACQUELINE: - Oui. Adiós.

Arias entrega las llaves de la peluquería a Picasso, lo abraza por última vez sin

palabras y sale. Jacqueline y Picasso miran a través de la ventana cómo Arias se monta

en el coche y le hacen un último gesto de despedida. Un momento de tristeza. Luego

Picasso va a la trastienda, apaga la luz y la cierra con llave. Al volver sobre sus pasos,

ve el botijo sobre el mostrador. Jacqueline advierte al mismo tiempo que él lo ha

descubierto. Un mirada entre ellos y un silencio sostenido que Jacqueline termina por

romper.

JACQUELINE: - De verde, Monseigneur, de verde.

Picasso contempla un momento dubitativo a Jacqueline. Por fin, termina por

tomar el botijo con una mano y con la otra agarra a Jacqueline por el talle.

PICASSO: - ¡Y en España, Jacqueline! ¡Muy pronto, y en España!

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El barbero de Picasso – Escena 10 87

Apagan las luces de la barbería. Salen. Se escucha la llave dando vuelta en la

cerradura de la puerta. Un momento. Luego, sobre las paredes de la barbería, se

proyecta un primer plano de la actriz que hacía de Jacqueline, desmaquillándose en el

camerino.

ACTRIZ (en proyección): - Jacqueline Roque se casó finalmente con Pablo Picasso en

1961 y compartió la vida del pintor hasta el último momento. Pero en verdad no podía

vivir sin él. Y en 1985, tras doce años de viudez, se quitó la vida.

Otro primer plano con el actor que hacía de Arias, desmaquillándose.

ACTOR 1 (en proyección): - Eugenio Arias logró entrar en España clandestinamente,

dar un último adiós a su madre y regresar a Francia. Se quedó a vivir en Vallauris. Pero

en 1985 constituyó en su pueblo natal, Buitrago del Lozoya, un museo con todas las

obras de arte que Picasso le había regalado. Aún se pueden ver allí. Y en los veranos, a

sus noventa y tantos años, también se le puede ver a él.

Otro primer plano con el actor que hacía de Picasso.

ACTOR 2 (en proyección): - Pablo Picasso murió en Francia en 1973. Nunca pudo

regresar a España. Hasta el último momento, jamás perdió la esperanza de hacerlo. Hoy

está más presente que nunca. Ya lo dijo Federico García Lorca: “En todos los países, la

muerte es un final. Cuando llega, se cierra el telón. En España, no. En España, se

levanta”.

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El barbero de Picasso – Escena 10 88

Otro primer plano con el actor que hacía de Valdés.

ACTOR 3 (en proyección): - Valdés nunca existió en la realidad. Pero sí hubo muchos

otros como él que tuvieron que exiliarse en el 39, por la frontera de Cataluña. Algunos,

con los años, pudieron regresar. Otros no. Algunos rehicieron su vida en Francia, en

México, en Argentina. Otros murieron en campos de concentración nazis. Ninguno

olvidó España.