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Arqueología peruana (1970-1990): Algunos comentarios{*) Ramiro Matos Mendieta ANTECEDENTES HISTORICOS La arqueología peruana como ocupación académica se inició con Max Uhle (1856-1944). A partir de sus publicaciones, la disciplina tomó un nuevo camino, su verdadero camino, por asf decirlo. Empezó a valerse de una metodo- logía científica, fijando su perfil antropológico y empleando un lenguaje propio a su órbita. De esta manera, la arqueología andina pasa a definirse como dis- ciplina científica, y se distingue de las entusiastas prácticas de excavadores aficionados. Cuando Julio C. Tello (1880-1947) aparece en el escenario de las inves- tigaciones arqueológicas, le imprime su propia característica personal. Diferente de Uhle, por supuesto, desde la fonnación profesional y la metodología de sus trabajos, hasta la manera de entender la cultura andina. Uhle y Tello pertenecieron a dos escuelas diferentes, a dos nacionali- (*) Anteriormente 11.an aparecido dos ensayos sobre el mismo tema: Schaedel y Shimada (1982) y Burger (1989). Moseley (1983) publicó un resumen sobre el proceso andino. No. 2, diciembre 1990 507

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Arqueología peruana (1970-1990): Algunos comentarios{*)

Ramiro Matos Mendieta

ANTECEDENTES HISTORICOS

La arqueología peruana como ocupación académica se inició con Max Uhle (1856-1944). A partir de sus publicaciones, la disciplina tomó un nuevo camino, su verdadero camino, por asf decirlo. Empezó a valerse de una metodo­logía científica, fijando su perfil antropológico y empleando un lenguaje propio a su órbita. De esta manera, la arqueología andina pasa a definirse como dis­ciplina científica, y se distingue de las entusiastas prácticas de excavadores aficionados.

Cuando Julio C. Tello (1880-1947) aparece en el escenario de las inves­tigaciones arqueológicas, le imprime su propia característica personal. Diferente de Uhle, por supuesto, desde la fonnación profesional y la metodología de sus trabajos, hasta la manera de entender la cultura andina.

Uhle y Tello pertenecieron a dos escuelas diferentes, a dos nacionali-

(*) Anteriormente 11.an aparecido dos ensayos sobre el mismo tema: Schaedel y Shimada (1982) y Burger (1989). Moseley (1983) publicó un resumen sobre el proceso andino.

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dades, a dos culturas y quizás aquello motivara diferentes perspectivas al acer­carse a la cultura y el objeto de sus estudios. Tel10, notablemente comprometido con la historia indígena y sujeto a la influencia de su origen serrano, se esforzó por entender el proceso desde una óptica nacional. Uhle, por su lado, se esforzó por reconstruir la cronología de los principales acontecimientos de la historia preoccidental . Tel10, militante del influyente movimiento indigenista de su época, y Uhle, convencido de la existencia de un largo proceso preinka, se erigieron como los pioneros de la investigación andinista. Por consiguiente, aunque los discursos que ambos arqueólogos usaron en tribunas o en publicaciones apun­taran al mismo objetivo, existían entre ellos diferencias sustanciales.

Las investigaciones iniciadas por Uhle han sido continuadas por Kroeber (1876-1960), en menor escala por Strong (1899-1962) y en las últ,imas décadas por John H. Rowe. La tradición andinista que Uhle inauguró en la Universidad de California, Berkeley, a comienzos de siglo, hoy muestra la misma vitalidad que en el inicio. Tello no tuvo en cambio la misma suerte en la Universidad de San Marcos. Nadie intentó continuar el camino iniciado por el Amauta, aunque en la esfera no universitaria dejó una legión de seguidores legos que hacían gala de una mística excepcional para defender el patrimonio arqueológico del Perú. El Patronato Nacional de Arqueología y las inspectorías regionales y provincia­les fueron creadas por él y funcionaron con cierto éxito hasta 1968.

La obra de Uhle ha sido publicada casi íntegramente (Rowe, 1954), mientras que la de Tello, aun al cabo de casi medio siglo de su muerte, se mantiene inédita y en peligro de total deterioro.

Entre Uhle y Tello aparece en la escena de las investigaciones Rafael Larco Hoylc (1901-1966), Este investigador se vincula más estrechamente a Uhle y guarda distancia de Tel10. Sin lugar a dudas, la contribución de Larco fue importante en lal investigación arqueológica, particularmente para la costa norte.

Durante los mismos años, Wendell C. Bennen, Samuel Lothrop, Alfredo Kidder 11, Theodore McCown, Henry Reichlen, Jacinto Jijón y Caamaño, Her­mann Trimbom y Stig Rydén, entre otros, llevaron a cabo diversos estudios sobre arqueología peruana. De todos ellos, Bennett fue el arquéologo que más excavaciones realizó en diversos lugares de los Andes.

En 1937 se creó el Instituto de Investigación Andinas de Nueva York, con intervención directa de Tel10. Esta institución ha auspiciado varios proyec­tos, no solamente en el Perú sino también en otros países de América y se ha distinguido por un perfil destacado en la historia de las investigaciones arqueológi­cas andinas. Su actual presidente es J. Murra.

Después de la muerte de Uhle y Tel10, ocurridas en 1944 y 1947, respec­tivamente, el panorama de las investigaciones arqueológicas en el Perú pre­sentaba nuevas características. John H. Rowe y Richard Schaedel, por el lado norteamericano, se ubicaron en una posición de liderazgo. Rowe ha estudiado principalmente la arqueología de lea y Cuzco. Su valiosa contribución se distin­gue por ser inagotable.

El autor no ha dejado de publicar desde la aparición de un valioso ensayo

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que se incluyó junto al de Bennett en el Handbook of South American lndians (1946). Richard Schaedel (1951, 1966), por su parte, se ha interesado más por la arquitectura y por los patrones de establecimiento orientándose hacia la paleode­mograffa y los sistemas de organización poblacional. Ambos, profesores de univer­sidades norteamericanas, han sabido estimular entre sus estudiantes la vocación por la cultura andina.

Los años 1946-1948 marcaron un hito en la arqueología peruana. 1) Se llevó a cabo el Proyecto del Valle de Viru, con participación de un grupo de arqueólogos de diferentes tendencias. Junius Bird (1948), interesado en el pre­cerámico, descubre Huaca Prieta, que determinó que la antigüedad de la cultura andina se ampliase a los 2,500 A.C. G. Willey (1953) ensayó la novedosa estrate­gia de estudiar los patrones de establecimiento y el uso prehispánico del espacio. J. Ford (1949), por su parte, puso en práctica el método estadístico para elaborar mediante la seriación cuantitativa la secuencia cronológica. D. Collier (1955) intentó explicar la evolución cultural en el valle y W.D. Strong y C. Evans (1952) realizaron excavaciones en Guañape, en contextos del período Formativo. 2) En 1948 aparecieron simultáneamente dos publicaciones: la de Larco en el Peru, y la de Bennett en los Estados Unidos. La primera plantea la cronología para la costa none y la segunda se preocupa por la definición de los conceptos consustanciales a la arqueología andina. 3) Al finalizar la década del cuarenta se descubre el método de fechamiento mediante el Cl4, en virtud del cual las cronologías asumen un valor "absoluto".

Entre finales de la década del cincuenta y los sesenta varias circunstan­cias tuvieron repercusión directa en la arqueología peruana. 1) La Universidad de San Marcos estableció un convenio de colaboración con la Comisión Fulbright en cuyo marco vinieron al Peru varios arqueólogos para llevar a cabo investiga­ciones en los valles de la costa afectados por programas de inigación, incorpo­rando a estudiantes peruanos para realizar sus prácticas. 2) La Universidad de Tokyo dio inicio a sus expediciones a la América nuclear. Se llevaron a cabo excavaciones a gran escala, primero en Kotosh (lzumi y Sono, 1963; Izumi y Terada, 1972) y más tarde en otros sitios. 3) Egresaron de la Universidad de San Marcos las promociones que luego asumirían importantes funciones relacionadas con el destino de la arqueología peruana. A ellas pertenecen Luis Lumbreras, Rosa Fung, Duccio Bonavia, Isabel Flores, Ramiro Matos, Hermilio Rosas y Rogger Ravines. 4) Durante los mismos años se abrieron dos escuelas de Ar­queología, una en Huamanga y otra en la Particular de Arequipa. Por otra parte, en las universidades en que tales escuelas funcionaban anexas a la especialidad de Antropología, la disciplina arqueológica cobró independencia.

En las décadas del setenta y el ochenta, la investigación mostró avances positivos. Estos se vieron, sin embargo, opacados si se considera el patrimonio arqueológico destruido. Sin riesgo de exagerar, se podría señalar que este fue el período de mayor predación. La magnitud de las investigaciones científicas sobre el pasado prehispánico no compensan, en volumen global, el patrimonio destrui­do o desaparecido durante el mismo período. Surge aquí el debate entre la ciencia

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y la conservación de los bienes del pasado, entre la política cultural del gobierno y la identidad histórica del pueblo, entre los métodos y técnicas científicas en los trabajos de campo y la búsqueda fácil de los testimonios por cualquier medio, entre el trabajo cuidadoso del arqueólogo y la alegre acción de excavar y coleccionar para los museos. Estamos, en resumidas cuentas, ante el viejo debate entre la ciencia con ética y el simple hallazgo a como dé lugar. (Bonavia, Cárdenas, Iriane y Matos, 1980).

En estas dos décadas se multiplicaron los proyectos individuales, prin­cipalmente orientados a la preparación de tesis de grado. También se organizan proyectos de gran envergadura, como el de Chanchan (Moseley y Day, 1982), Ayacucho (MacNeish, 1969, 1971), los de la Universidad de Tokyo, en La Pampa, Ancash, Huacaloma y Kuntur-Wasi en Cajamarca (Terada,, 1980; Terada y Onuki, 1982), y muchos otros de menor tamaño, en términos de personal y fi­nanciamiento.

No se podría pasar por alto el papel que ha jugado en la arqueología peruana, la llamada "Nueva Arqueología". Esta corriente de tendencia neoposi­tivista surgió y creció notablemente en los Estados Unidos y atrajo a muchos investigadores principalmente entre las promociones de los años sesenta a los ochenta (Binford y Binford, 1968; Binford, 1983; Binford y Sabloff, 1982). Muchos libros escritos en inglés fueron traducidos al castellano, especialmente los que tratan sobre metodología (Watson, LeBlanc y Redman, 1984). Para dife­renciarse de la arqueología tradicional ellos reclaman para esta corriente de "arqueología procesal", el llamado "método científico" (Hole, 1986).

Muchos seguidores de esta coniente han trabajado en el Perú en el campo de la arqueología andina. Circunstancialmente, he sido testigo de algunos de sus trabajos y he leído los proyectos propuestos para estudiar un sitio o un problema. A primera vista éstos me impresionaron por sus planteamientos y el rigor teórico de su metodología. Pero algunos años después he visto con cierta preocupación cómo los "modelos teóricos" propuestos para interpretar los datos se alejaban cada vez de la realidad, desarticulándose de la información empírica, o sencillamente pasaban desapercibidos. Entre los arqueólogos nacionales de esa corriente no han encontrado seguidores.

Tal vez por esta razón las monografías clásicas de la arqueología tradi­cional (Hole, 1986), como las de Strong y Evans (1952), Willey y Corbett (1954), por mencionar dos ejemplos, mantienen su vigencia, mientras que trabajos re­cientes, a poco tiempo de su circulación, han debido rendirse ante las críticas. En tal sentido, sería importante una reflexión sobre las contribuciones de las dos tendencias a la arqueología andina: una corriente con soporte de datos y la otra con datos supuestos.

Como contraparte al neopositivismo, se· desarrolló en Latinoamérica la "arqueología como ciencia social". En el Perú el movimiento, liderado por Lumbreras (1981), ha tenido influencia en el medio universitario. Sin embargo, la mayoría de los estudiantes que se autodefinen como seguidores de esta co­rriente, todavía no logran encontrar una metodología adecuada para sus trabajos,

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y explicar el proceso social dentro de los postulados que plantean. Mientras tanto, la arqueología tradicional con sus descripciones empíricas, sigue su curso en los estudios andinos.

Finalmente, una corriente diferente a las mencionadas es la "ecología prehistórica". Con una perspectiva geográfica y el apoyo de los estudios inter­disciplinarios, viene trabajando en los análisis del ambiente, los recursos natu­rales, el clima, entre otros, como factores importantes en el proceso socio­económico (Meggers, 1972). Dentro de esta orientación han venido desarrollándose disciplinas como la paleo-ecología, la paleo-botánica y la paleo-zoología. Por ahora, ellas constituyen las nuevas especialidades dentro de las carreras que se dedican al estudio de las culturas indígenas (Hastorf, 1988; Wing, 1986; Wright, 1984).

La investigación interdisciplinaria se va extendiendo en la arqueología peruana, aunque con dificultades para los proyectos nacionales. El interés entre los estudiantes por estudiar alguna de estas especialidades, ha sido escaso, dado que en el país no se ofrecen oportunidades para el desarrollo profesional.

LAS INVESTIGACIONES SOBRE EL PRE-CERAMIO

Después de los pioneros descubrimientos de Huaca Prieta en 1946 (Bird, 1948) y de Lauricocha en 1958 (Cardich, 1958), los hallazgos de esta naturaleza tanto en la costa como en la sierra se han dado con frecuencia. Por ahora el incidente de encontrar nuevos sitios, no tiene ya tanta resonancia como en las décadas pasadas. La metodología y la calidad científica de los estudios son los elementos más reclamados. Por esta razón trataré de resumir los avances de la investigación, dejando para otra oportunidad el inventario de sitios y los in­formes preliminares, que sin duda son también interesantes.

El interés por estudiar las ocupaciones pre-alfareras en los Andes creció notablemente en las décadas del sesenta y del setenta. El "Proyecto Arqueológico Botánico Huanta-Ayacucho" (MacNeish 1971), y el debate sobre el horizonte paleo-indio, con sus derivaciones al problema del hombre temprano en América y particularmente en los Andes, concitaron la atención de los americanistas, (Bryan, 1973; Haynes, 1974; Kricger, 1964 Lanning, 1970; Lynch, 1974; MacNeish, 1976). Unos se preocuparon de los hallazgos de mayor antigüedad (MacNeish, 1971; 1976), mientras que otros trataron de estudiar la naturaleza cultural de los hallazgos (Lynch, 1980; Lavallée, 1985; Chauchat, 1982; Bonavia, 1982; Dillehay, Netherly y Rossen, 1989).

A finales de la década del 60, Richard MacNeish se trasladó al Perú en busca del hombre andino del Pleistoceno Tardío. Recorrió algunos valles inter­andinos procurando encontrar cuevas secas. Al parecer, trataba de reeditar la experiencia ganada en su anterior proyecto realizado en el valle de Tahuacan en México (MacNeish, 1976). Luego se ubicó en la cuenca del Huarpa, Ayacucho, en donde llevó a cabo un espectacular proyecto, no solamente por la cantidad de personas que participaron, sino también por los hallazgos y las novedades que

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anunciaron durante y después de los trabajos de campo. MacNeish, muy entu­siasmado por encontrar los testimonios más tempranos, no Sblamente de los Andes, sino de Sudamérica, buscó evidencias que le permitieran acceder al "estadio pre-paleoindio en Sudamérica" (MacNeish, 1971). Esta fue la base de su ponen­cia presentada al Congreso Internacional de Americanistas realizado en Lima, como también de sus primeras publicaciones sobre los resultados del proyecto (MacNeish, 1971; MacNeish, 1969).

Las estimaciones de antigüedades de 21,000-13,000 A.C. para la Fase Paccaiccasa y de 13,000-11,000 A.C. para la Fase. Ayacucho, fueron cuestiona­das. Ni las evidencias que definen las fases, ni la naturaleza de los estratos que corresponderían a estas fases en la cueva de Pikimachay, y menos aún los fechados que supuestamente revelan su sensacional antigüedad han merecidq la confianza de los especialistas (Lynch, 1974, 1984, 1990; Lavallé, 1985; Owen, 1984).

Para la fase Paccaiccasa MacNeish publicó cuatro fechados (I 7,650 + 3,000; 18,250 + 1,050; 14,100 + 1,200; 12,750 + 1,400). Si se observan las varia­ciones, éstas muestran una tendencia objetiva de menor antigüedad con relación al entusiasmo del propio arqueólogo. En vez de buscar un promedio ponderado, MacNeish señala que, a su juicio, esta fase debe haber empezado hacia los 23,000 A.C. (MacNeish, 1969; lo repite en los informes siguientes: MacNeish, Nelken-Temer y Vierra, 1980: 3). Si se restaran las variaciones de error, la mayor antigüedad no debería exceder los 14,000 A.C., una fecha más o menos razonable.

Las muestras asociadas a una gran antigüedad fueron hechas a partir del examen de restos óseos de perezosos. En palabras de Lynch (1990: 164 ), parafra­seando la información de su descubridor (MacNeish, García, Lumbreras, Vierra y Nelken-Temer, 1981 ), esos animales "ocuparon y defecaron en Pikimachay". Estos aspectos han sido objeto de serios debates entre los arqueólogos. Los supuestos restos culturales, unos aparentemente tallados en huesos de los referi­dos perezosos y otros en roca desprendida de la cueva, no muestran los signos convincentes que el autor del hallazgo se esforzó vanamente en presentar. Sin embargo, aunque se ha desestimado la antigüedad del hombre en Pikimachay, la presencia de una variada fauna pleistocénica en el sitio, deja una puerta abierta para futuras invéstigaciones en la región.

MacNeish redefinió su proyecto una década después de las investiga­ciones de campo, disipada la euforia de los hallazgos. Luego de recibir y compartir los comentarios y las críticas a sus infonnes preliminares, particulannente en los aspectos relacionados con las evidencias culturales con las que trataba de probar su antigüedad. De esta manera, en la introducción al primer volumen publicado como informe final, (que corresponde al Vol III, y no al I como se hubiera esperado), MacNeish, Nelken-Temer y Vierra (1980; 1) señalan que fue "El proyecto interdisciplinario de investigación a gran escala", y agregan que el propósito fundamental del mismo fue estudiar el origen de la agricultura y su relación con la vida aldeana para luego ver el desarrollo de la civilización prís­tina.

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Con la edición de tres volúmenes, MacNeish ha adelantado informes finales del proyecto. En ellos se observa que el corpus principal de la investi­gación fue el análisis del material lítico, el cual a nuestro juicio fue su mejor contribución. Sus pormenorizadas descripciones de las colecciones de piedra talladas o simplemente utilizadas en todas sus formas y desperdicios, constituyen un modelo de estudio de este tipo de material arqueológico.

En el aspecto botánico, MacNeish ha adelantado algunos comentarios sobre la presencia temprana de cultígenos y de plantas cultivadas desde la Fase Piki (con mate, quinua y quizás calabaza), con antigüedad fechada entre 6,700-5,000 A.C., seguidos de una lista de plantas en las fases Chihua y Cachi (como frejolcs, achiote, calabazas, lúcuma, coca, quizás papas e inclusive un tipo de maíz al que denomina tipo Ayacucho, etc.). Aclara que no se trataba de agri­cultores, sino de simples horticultores de valle, pero con producción múltiple.

Sin embargo, la etnobotánica que trabajó en el Proyecto Ayacucho, Barbara Pickirsguel (1969, 1989) ha señalado que las muestras coleccionadas en las diferentes excavaciones han revelado pobreza en cantidad y también cierta debilidad en su calidad. Estas no podrían servir de base para especular con cierta solvencia sobre la temprana actividad agrícola en la región. El informe de esta autora sobre el ají (Capsicum sp) en los Andes Centrales es una excelente contribución. El reconocimiento fitogeográfico de la especie le ha permitido adelantar algunas ideas acerca de las condiciones ambientales de los valles inter­andinos como posibles escenarios en los intentos de domesticación de algunas plantas conocidas en el antiguo Perú. Las primeras observaciones de los valles de Ayacucho para tales propósitos no han sido alentadoras.

Por los informes preliminares de MacNeish ( 197 I, 1976, MacNeish et al., 1981) sabemos también de una relación de animales encontrados en sus excavaciones. Un grupo de esos animales corresponde claramente a la fauna pleistocénica o megafauna y el otro a la fauna holocénica o contemporánea. La fauna pos1pleistocénica analizada por Elizabeth Wing (1973 1977), revela la abundancia de camélidos sudamericanos seguidos de cérvidos, principalmente del venado de cola blanca (Odocolius virginianus) y una pequeña cantidad de mamíferos menores. Esta situación es similar a la que observamos en Junín.

En el altiplano de Junín se ha encontrado también la sucesión de los dos grupos de fauna, la pleistocénica y la contemporánea, al igual que en Huargo (Cardich, 1973). En la cueva de Ushcumachay se hallaron cuernos de venado extinguido (Agallmacerus bliki), y dos tipos de caballo americano (Equus equii, y el Parahiparium), los cuales habrían sobrevivido hasta los primeros milenios del Holoceno (8,000 A.C.) (Whecler-Pires Ferreira, Pires Ferreira y Kaulicke, 1976).

Por lo tanto es una constante entre las cuevas excavadas en Junín, que los estratos medios y superiores presenten en un primer lugar una gran densidad de osamentas qe camélidos, y en segundo lugar, de cérvidos. Por ahora estos depósitos arqueológicos ofrecen las mejores evidencias encontradas en los Andes para estudiar el problema de la domesticación de llamas (Lama glama) y alpacas

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(Lama pacos). Los testimonios son incuestionables en las cue-xas de Uchcuma­chay, Pachamachay y Panaulauca (Matos Medieta, 1975; Wheeler-Pires Ferreira, Pires Ferreira y Kaulicke, 1976; Wing, 1978).

El Vol. 11 de MacNeish et al. (1981) dedicado a las sociedades agro­alfareras es un comentario a los trabajos previamente publicados. Lo que más llama la atención es el optimismo del autor en señalar la mayor antigüedad para sus hallazgos. De esta manera, la cerámica inicial que él llama Fase Andamarka, tendría la edad de 2,213-1 ,670 A.C. y la siguiente Fase Wishjana, 1,670-1,100 A.C. Destaca también en la publicación, la proliferación de muchas nuevas fases , subfases y culturas arqueológicas, sin que éstas estén acompañadas de des­cripciones que caractericen a los nuevos tipos y estilos que MacNeish presenta para Ayacucho desde el Período Inicial hasta el Horizonte Inka. ,

Reconocemos en el proyecto MacNeish un amplio aspecto positivo. En el Perú después del proyecto Virú de 1946, el de MacNei sh ha sido el segundo de carácter regional, interdisciplinario y con novedosas estrategias en su meto­dología. A estas referencias se deben agregar dos hechos más. El proyecto ha compartido sus trabajos con arqueólogos nacionales, dando oportunidad de entrenamiento a un importante gmpo de estudiantes, tanto pcmanos como ex­tranjeros. Este fue el proyecto internacional que mejor se compenetró con la población local, tanto urbana como rural . Durante los cuatro afios en que se realizaron investigaciones de campo, Ayacucho y los pueblos vecinos fueron movilizados por el entusiasmo en los trabajos. La universidad local fue parte también de esta actividad académica.

El Proyecto Ayacucho es el que ha llevado a cabo más excavaciones en sitios precerámicos. Se analizaron casi íntegramente las ocupaciones en Pikima­chay, Puente, Jayhuamachay, Rosamachay y otras menores. En todos los casos, el mayor volumen de material rescatado estuvo compuesto de huesos de ani­males utilizados en la dicta y artefactos de piedra tallada. El Vol. III de los infom1es está precisamente dedicado al análisi s lítico (MacNeish, Viera, Nelken­Temer y Phagan, 1980). Este ha sido el mayor éxito del proyecto, seguido de los esfuerzos hechos para reconstruir la evolución cultural y su relación con los cambios climáticos. Una de las publicaciones iniciales de MacNeish (1971) resume todo lo que el proyecto iría después reforzando en sus años de actividad. El esquema trazado en 1969 (MacNeish, 1969) fue confirmado con los trabajos de los siguientes años.

Finalmente, MacNeish hizo esfuerzos por señalar las esferas de interac­ción entre los grupos y sociedades prehispánicas, desde los cazadores de la llamada Fase Paccaiccasa, hasta los Inka (MacNeish, Patterson y Browman, 1975). Idealmente, MacNeish sugirió hipótesis sobre las relaciones de interac­ción regional. Trataba de demostrar la estacionalidad de los movimientos, pero también el carácter económico de la interacción, aprovechando de esta manera los recursos que ofrecían cada una de las zonas ecológicas. Obviamente en estas ideales interrelaciones espaciales fueron contemplados los contrastes entre los valles y las punas y entre la sierra y la costa . . Es posible que las hipótesis como

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tales sean buenas pero, por ahora, los datos son débiles todavía o sencillamente no existen.

Lynch (1967, 1980) estudió las primeras ocupaciones del Callejón de Huaylas. Exploró Kishkipunku y más tarde hizo excavaciones en la cueva de Guitarrero. Aunque sus informes preliminares merecieron serias críticas (Ves­celius, 1981), principalmente por las perturbaciones que presentaba la estrati­grafía, el informe final ha resistido mejor a los comentarios. En Guitarrero se encuentran los más antiguos cultivos conocidos en los Andes, consistentes en frejoles y calabazas (8,000 A.C.). Con los datos a su alcance, Lynch postuló la tesis de la trashumancia estacional, costa-sierra. Lamentablemente no se ha continuado el estudio del modelo propuesto.

Lynch (1980) ha advertido también que los componentes culturales entre las punas de Ancash, Junín, hasta Huancavelica, deben formar parte de una misma tradición. Se trata de los primitivos cazadores y recolectores que habi­taron las cuevas y más tarde, hacia los 3,500 A.C., se agruparon en campamentos abiertos como Ondores (Matos, 1975), Quishkipunku (Lynch, 1967) y Ambo (Ravines, 1965).

El empeño en la investigación sobre la costa, característico de las déca­das pasadas, ha disminuido dramáticamente. Los proyectos sobre el precerámico son pocos. A las investigaciones de Lanning (1965) Lanning y Patterson (1967) en la costa central, cada uno de ellos con importante producción bibliográfica, le siguieron algunos proyectos como los llevados a cabo por Bonavia (1982), Chauchat (1977), U ceda (1986), Dillehay, Netherly y Rossen ( 1989) y los que realiza el Proyecto Contisuyo en Moquegua (Watanabe, Moseley y Cabieses, 1990).

El establecimiento precerámico que asombró por la magnitud de sus edificaciones fue El Aspero, estudiado por Feldman (1980) y considerado por él como una arquitectura corporativa. Esto implica la diferenciación de clases sociales y una compleja organización del trabajo. El establecimiento tiene 13 Has. de área consuuida y el edificio central se compone de 6 plataformas.

Las Salinas de Chao, sitio estudiado por Cárdenas (1977-78) y Alva (1978), ostenta 8 Has. de área construida. Sus edificios se suman a los conocidos como Huaca Prieta, Río Seco y El Paraíso o Chuquitanta, estudiados hace tiempo por Bird (1948) y Engel (1966), respectivamente. Este último sitio ha dado lugar a que se formulen más preguntas que respuestas acerca de su naturaleza y su antigüedad real. Quilter (1985) realizó otro estudio del establecimiento en donde propone que el edificio es un asentamiento ceremonial, quizás coparticipante de la "tradición religiosa Kotosh" al igual que Bandurria, El Aspero, Kotosh y otros menores de la costa norcentral, con evidencias que suponen diferencias en la organización social y política. Los nuevos fechados C14 para El Paraíso lo ubican en el final del precerámico, y quizás en el Período Cerámico Inicial .

En la ~ierra, la edificación monumental del Precerámico Final es el conocido templo de Los Nichitos en Kotosh (Izumi y Terada, 1972), al cual se ha sumado la impresionante arquitectura de La Galgada en Ancash (Grieder,

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Bueno, Smith y Malina, 1988). , Bonavia (1982) llevó a cabo una investigación en Los "Gavilanes, valle

de Huanney. Este es un buen ejemplo de un proyecto individual de alcance mul­tidisciplinario y con infonne final excelentemente editado. El problema central del estudio fue la presentación de las evidencias arqueológicas sobre la presencia del maíz precerámico. Con el apoyo de Grobman, Bonavia propuso la tesis de un centro de domesticación independiente del maíz en los Andes (Bonavia y Grobman, 1989). Sefialan que la raza Proto Confite Morocho sería el equivalente a la raza primitiva del maíz mexicano. Sostienen también que éste ha coexistido junto a otras dos razas andinas llamadas Confite Chavinense y Proto Kculli. R. Bird (1990) ha planteado un interesante debate sobre el problema.

En la costa norte, Chauchat (1977) y Uceda (1986) realizarpn novedosos estudios sobre sitios de temprana ocupación precerámica. Chauchat ha caracteri­zado el complejo Paijanense, el cual, en el sitio de Quirihuac ostenta la edad de 13,000 A.P. El arqueólogo francés ha ubicado una serie de campamentos abier­tos, talleres de tallado de piedra, enterramientos, y diversas evidencias que le penniten explicar la vida cotidiana de estos primeros recolectores y cazadores de los valles de Moche y Chicama. La metodología utilizada en le análisis del material lítico es la parte sustancial de sus investigaciones. Chauchat tiene en un grupo de arqueólogos trujillanos, discípulos que le acompafian en la investiga­ción.

En un reciente artículo, Lynch (1990) ha puesto en debate las posiciones europeas y norteamericanas sobre el tratamiento de los sitios tempranos en Sudamérica. En el caso peruano, la confrontación se presenta entre los trabajos hechos por los arqueólogos franceses (D. Lavallée y C. Chauchat) y los ameri­canos encabezados por MacNeish. Al ponerse al lado de los europeos, Lynch empieza cuestionando la antigüedad de Guitarrero (12,560 + 360 A.P.) y se adhiere a la propuesta de los 9,000 A.P. como promedio para el poblamiento de los Andes. Todos los fechados que sugieren una mayor antigüedad serían cues­tionables. Esta es una apreciación relativa.

Los trabajos iniciales de Lanning (1965, 1970), Lanning y Patterson (1967), en los campamentos de Zona Roja, Chivateros y Oquendo, en la costa central (11,000 - 9,000 A.P.), fueron revisados y evaluados posteriormente, cuestionando la estratigrafía y las características de los artefactos de piedra en­contrados en cada uno de estos sitios. De esta manera, las grandes "bifases" de guijarro coleccionadas en Chivateros y que sus estudiosos consideraban como preproyectiles, fueron redefinidas como prefonnas (Bonavia, 1982; Fung, Cen­zano y Zavala, 1972). Se trataba por tanto de objetos en proceso de manufactura, posiblemente para facilitar su traslado a los campamentos, donde debieron haber sido tenninados en su tallado de puntas bifaciales.

Dillehay y Rossen llevan a cabo otro proyecto interesante en el relicto de Nanchoc, Zafia. En esta área encontraron diversos asentamientos precerámi­cos, con antigüedades que fluctúan en los 9,000 afios. En las excavaciones de contextos prealfareros, se hicieron hallazgos muy novedosos, desde los restos de

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plantas cultivadas (frejoles, calabazas, ajf, coca, etc.), hasta la existencia de viviendas nucleadas y edificios públicos. Es decir, Nanchoc promete importan­tes datos sobre la economía, la organización social e inclusive sobre ritos fune­rarios en un período bastante temprano (Dillehay 1986; Dillehay, Netherly y Rossen, I 989).

LA DOMESTICACION DE PLANTAS Y ANIMALES Y LA INVESTIGACION INTERDISCIPLINARIA

Desde los pioneros estudios fitogeográficos de Vavilov (I 95 I) y de Sauer (1952), el tema de la domesticación de plantas y animales, ha entusiasmado a muchos arqueólogos, botánicos, genetistas y últimamente a los biólogos molecu­lares, aunque como se sabe, muy pocos han abordado el tema seriamente. Los Andes Centrales, que ofrecen las condiciones ambientales más diversas y de profundos contrastes en el Nuevo Mundo, han atraído la atención de los especia­listas desde las primeras décadas de la presente centuria (Latchan, 1922).

Los factores que contribuyeron a estimular la investigación sobre este complejo asunto, podrían resumirse en tres: I) la excelente conservación de los restos orgánicos preoccidentales en la costa, en la región altoandina y en las cuevas secas de los valles interandinos y trasandinos. 2) La concentración de importantes comunidades de plantas y animales silvestres en algunas cuencas hidrográficas o en detenninados nichos ecológicos y relictos naturales. La iden­tificación de las especies silvestres es importante para rastrear a los posibles progenitores de las especies domesticadas. 3) El contraste y la complementarie­dad ecológica, con una gama de ambientes en dista.11cias realmente cortas, que penniten adaptar una especie de planta o de animal a nuevos pisos de vida natural, sin transtornar su fisiología original. La adaptación habría sido un factor importante en la tarea de domesticación.

Entre los arqueólogos existió siempre el interés por saber qué comía la gente antigua. Las primeras identificaciones fueron hechas totalmente "a ojo de buen cubero". La experiencia de los investigadores y la información propor­cionada por el personal local de apoyo en las excavaciones tuvieron validez en los reportes. En esta fase de los estudios, el arqueológo coleccionaba solamente los restos orgánicos completos e identificables.

Con el surgimiento de la etnobotánica o paleobotánica se incorporó más tarde la estrategia por tantos conocida de la comparación con las muestras moder­nas para reforzar la afirmación (Bird, 1948). Por los años cincuenta, la especiali­zación tomó un nuevo derrotero y el interés por los cultivos indígenas cobró tanto valor como el que se prestaba a la cerámica y a otros elementos culturales. Con estas nuevas disciplinas aparecieron nuevas estrategias, tanto para recoger las muestras como para los análisis en los laboratorios. Los resultados de estas primeras identificaciones influyeron en la estructuración de las secuencias cronológicas. Pór tanto, las etapas de desarrollo se dividieron entre las sociedades preagrícolas y las sociedades agroalfareras. Se llegó incluso a distinguir el pre-

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cerámico prealgodón, del precerámico con algodón (Pozorski y Pozorski, 1987). Vemos así que el estudio de las plantas ha servido también como indicador para distinguir las fases y los períodos de desarrollo.

Aparecieron así las técnicas de "flotamiento", para coleccionar semillas y carbón vegetal, la extracción de núcleos "core" no contaminados para análisis de polen, y otras. En estos casos se descubrieron las estrategias, generalmente con buenos resultados. Estas, sin embargo, al ser repetidas mecánicamente en cualquier ambiente, sin la constatación de las condiciones locales, en vez de constituirse en técnicas de apoyo, han producido resultados totalmente negativos. En la costa 'peruana, por ejemplo, donde la sal del ambiente puede conservar los bienes orgánicos, mientras está "dormida" -como dicen los lugarefios- una vez "despertada" con el agua, las muestras se destruyen casi completam,ente en pocas horas o minutos, máxime cuando se trata de restos carbonizados. Algunos colegas, sin embargo, siguen repitiendo la prueba para luego lamentarse de no encontrar la muestra buscada.

Mientras las técnicas de campo tienen sus propias limitaciones, los análisis de laboratorio pueden seguir el mismo camino, si no están adecuadamente procesados. La preparación de las muestras comparativas de plantas y de ani­males exigen tanto o más cuidado que la obtención de las muestras arqueológi­cas. Es que se trata de verdaderos master para los futuros estudios. De la calidad y la pureza de estas "colecciones maestras" depende en cierta medida (además de la idoneidad del investigador), el éxito de los análisis. La rigurosidad de este tipo de estudios ha superado a la "tradicional experiencia visual".

Quisiera mencionar sólo dos ejemplos. John Bradbury, palinólogo con mucha experiencia con materiales del Pleistoceno Final, no ha logrado identificar cerca del 50% de plantas de los core obtenidos en las lagunas residuales de Junín, simplemente porque no contaba con las muestras comparativas. Para es­tudiar los restos óseos de la fauna marina excavadas en un asentamiento tardío en Cañete, Joyce Marcus y Kent Flannery tuvieron primero que preparar la muestra de comparación, procesando ellos mismos los peces y mariscos de la zona. Cuando debido a diversos factores el muestrario no fue completado para el análisis del material arqueológico, Marcus y Flannery tuvieron que recurrir a otras colecciones confiables. Estas son algunas de las diferencias entre la identificación a priori hechas en el pasado y los análisis científicos que se hacen ahora.

Los especialistas pueden ahora conseguir mejores aproximaciones con las novísimas técnicas de la biología molecular. Es la aplicación de ciencia pura en los análisis de las muestras orgánicas. El método puede conducir incluso a la verificación de la evolución de una planta, sefialando su taxonomía y el compli­cado mecanismo de las mutaciones. De otro lado, se puede llegar a precisar el tipo de dieta que tuvieron seres humanos o animales en vida, a través del análisis de la composición química de los huesos. Con estas nuevas técnicas, la paleobotánica principalmente se ha visto reforzada en sus métodos de investiga­ción. Al iniciarse la década de los noventa, esta disciplina nos presenta un cuadro

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totalmente renovado sobre los orígenes de los cultivos y la domesticación de plantas en el Nuevo Mundo (Wilson, 1990; Nee, 1990; Doebley, 1990; Gepts 1990; Bretting, 1990; Heiser, 1990).

• En la paleozoologfa mientras tanto, aunque existen saludables avances (Wing, 1973, 1977), Miller (1979), Kent (1982), los logros alcanzados hasta ahora, no son similares a los de la paleobotánica. Como se sabe, el número de especies de animales domesticadas es poco en relación a las plantas. Estas especies animales son sólo tres. La llama (Lama-g/ama), alpaca (Lama pacos) y el cuy (Cavia porcelus). Sobre el perro andino (Cannis ingae) se sabe muy poco, aunque su presencia dentro de la sociedad andina es constante (Málaga, 1980). Se especula sobre una especie de gallina e inclusive sobre un tipo de pato, los que tal vez hayan sido domesticados por los antiguos peruanos, pero por lo pronto no existen evidencias seguras.

Latchan (1922), seguido de otros andinólogos, mencionó la posibilidad de encontrar un buen centro de domesticación de animales y posiblemente de algunas plantas altoandinas en la cuenca del Titicaca. A pesar de las hipótesis y los argumentos que reforzaban su afinnación, las investigaciones de campo no han tenido hasta ahora el éxito esperado.

En cambio, en las pocas cuevas excavadas en Junín (Pachamachay, Tilamioc, Panaulauca, Curimachay, Ushcumachay y Telannachay), se ha encon­trado una abundante infonnación sobre la fauna utilizada por los cazadores primitivos, con una sucesión estratigráfica ideal desde las primeras ocupaciones, aproximadamente hace 10,000 años, hasta el Período Fonnativo, un siglo des­pués de la era cristiana. Estas cuevas que hemos venido registrando desde 1969 han sido objeto de estudios realizados por varios colegas. D. Lavallée (1985) excavó el abrigo Tclannachay. Empicando el método del decapage ha limpiado casi íntegramente el basural depositado en el sitio, piso por piso.

No ha corrido la misma suerte a los otros abrigos y a sus excavadores -incluido el autor de este artículo-, sólo han practicado "pozos de prueba" dentro de los cuales sería materialmente imposible definir los pisos y la naturaleza de la ocupación. Nos hemos confonnado con la identificación de las capas estra­tigráficas, que por suerte se conservaron en su posición original (Rick, 1980; Kaulicke, 1977; Matos, 1975).

Las punas de Junín junto a Ayacucho, fueron las que ejercieron más atracción sobre los estudiosos del hombre temprano. Desde nuestros primeros hallazgos ocurridos en 1968, hemos invitado a los colegas que tuviesen interés en los cazadores y recolectores altiplánicos, a participar en las investigaciones. Muchos acudieron a nuestro llamado para llevar a cabo diversos estudios en la región. J. Parsons y sus estudiantes de la Universidad de Michigan llevaron a cabo serias investigaciones sobre los patrones de asentamiento, el uso del es­pacio y de los recursos naturales (Parsons, 1978; Parsons y Matos, 1978; Hastings, 1985; Parsons ~ Hastings, 1987). Otros, principalmente empeñados en desarro­llar sus tesis de' grado, trabajaron sobre diversos aspectos de la arqueología de la región (Rick, 1980; Kaulicke, 1977; Morales, 1978).

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Después de recorrer el altiplano de Junfn con nosotros Lavallée decidió realizar su propio proyecto, ocupando un área diferente. Hizo exploraciones de la sección superior de Palcamayo y luego concentró sus esfuerzos en el abrigo de Telarmachay. El informe final publicado sobre la ocupación precerámica, es una excelente contribución a la arqueología andina, tanto por la metodología empleada en las excavaciones, como por el análisis del material recolectado. Su monografía es un modelo de trabajo científico. Se distingue por la cuidadosa presentación de los datos, organizados por fases, que concuerda con los pisos de ocupación. El Vol. I se ocupa de las seis capas precerámicas, cuya edad más antigua es 9,000 A.C. que concluye con el Período Cerámico Inicial hacia 1,500 A.C. Aunque tiene un fechado Cl4 que da una edad más temprana, Lavallée ha preferido promediar su datación a los 9,000 A.P. El Vol. 11 de sµ informe, se ocupará del periodo alfarero.

Mientras que la arqueóloga francesa se ha preocupado en organizar los datos y presentarlos en un corpus coherente, los que hemos estudiado las otras cuevas con datos muy limitados, nos hemos empeñado en formular modelos teóricos, muchas veces sin un sustento de datos procedentes de los sitios que estuvimos estudiando. Esto ocurrió con Pachamachay. Con una muestra que no debe alcanzar al 2% del universo, se han realizado especulaciones (Rick 1980). Mientras que en Telarmachay el universo de información alcanzaba casi al 70% del sitio, en Pachamachay, Uchcumachay, Panaulauca y otras cuevas menores, los datos siempre han sido mínimos. Se trataba de selecciones de muestras que al ser procesadas por computadora, pueden simular decenas de posibilidades de inferencias teóricas.

Lo interesante de la experiencia en Junín, es que uno de los proyectos estuvo empeñado en la obtención de datos de campo (Lavallée, 1985), mientras que el otro buscaba sólo algunas evidencias que permitieran articular los mode­los teóricos prediseñados (Rick, 1980). Estos dos libros permiten confrontar, las dos maneras de hacer arqueología en el Perú. Hubiera sido bueno para la ar­queología andina si estas dos metodologías se hubiesen complementado. Pero lamentablemente no hubo ningún signo de acercamiento, ni de relaciones pro­fesionales de intercambio de experiencias y de informaciones.

Volviendo al tema de las domesticaciones, el estudio de las plantas ha originado por su parte, una suerte de especialización por cada especie. Los fri­joles (Phaseolus) han tenido entre sus cultores a Kaplan (1965) y Gepts (1990). Los pioneros estudios genéticos y botánicos de Kaplan, ahora reforzados con sofisticados análisis hechos mediante marcadores bioquímicos como la faseolina, la isozima dentro de la genética molecular, permiten señalar con mucha seriedad de parte de sus estudiosos que este género que tiene cincuenta especies distribui­das en América, incluye cuatro razas cultivadas, (Phaseolus vulgaris, P. lu­natus, P. acutifolius, P. coccineus). De ellas, señala Gepts (1990: 28), "las formas cultivadas P.vulgaris y P. lunatus, fueron el resultado de por lo menos dos domesticaciones distintas, en Mesoamérica y en los Andes". Señala que el ancestro del P. vulgaris se extiende desde el norte de México hasta el oeste de

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Argentina. Por tanto, la domesticación del frijol común puede haber ocurrido en cualquier parte de esta extensa región. Sin embargo, los especialistas postulan la tesis de dos grandes centros de domesticación, uno en Mesoamérica y otro en los Andes, con un tercer centro menor, posiblemente localizado en Colombia. En esta distribución geográfica de caracteres genotípicos comunes, los valles norteños del Perú ocuparían la ubicación central entre Mesoamérica hasta Co­lombia y los Andes Meridionales (Gepts, 1990).

Estas nuevas observaciones a la luz de la biología molecular mediante marcadores bioquímicos, definen mejor la diversidad genética y su distribución fitogeográfica. La novísima metodología, al constatar la existencia de dos gran­des centros con concentración de genes tanto de P. vulgaris como del P. lunatus, siguiendo la norma de los indicadores, permiten concluir, que pueden haber existido dos centros de domesticación independiente, uno en Mesoamérica y otro en los Andes. En tal sentido, los hallazgos de frijoles en la cueva de Guitarrero, con la antigüedad de 6,000 A.C. y los encontrados en Zaña en las excavaciones de T. Dillehay y J. Rossen, con la misma antigüedad (comunicación personal), pueden corresponder a las primeras especies domesticadas. Sin enfrentar a la te­sis que sostiene la existencia de varios centros de domesticación del frijol, los ha-llazgos hechos en los valles peruanos tanto de la costa como de la sierra, podrian ofrecer informaciones adicionales sobre su temprana utilización en la dieta.

Las lagenarias del género Cucurbita (zapallos y calabazas), aparecen también en América desde fases muy tempranas (Whitaker, 1981 ). Su distribución abarca desde el sur de Canadá hasta Argentina y Chile (Nee, 1990). Nee (1990: 57) señala que unos trece grupos de especies que tiene el género, cinco son domesticados. Estos se habrian originado desde grupos mesoffticos y de diversos ancestros silvestres. Una sexta especie, que fue encontrada en la costa del Ecuador (C. equatorensis), presenta caracteres de haber sido parcialmente domesticada.

Precisar el centro, o por lo menos el área de domesticación de las cucurbitáceas es todavía relativo. Debe posiblemente encontrarse dentro de la o las regiones donde la diversidad de los ancestros silvestres se presenten más concentrados. Este centro aún no ha sido detectado con precisión. Sin embargo se supone que debe ser un área sumamente extensa y que la domesticación podría haber ocurrido progresivamente en períodos no muy tempranos como ha ocurrido con otras especies, · como los frijoles .

La variedad conocida como zapallo (Cucurbita maxima) es una de las especies domesticadas más tempranamente (Whitaker, 1981). Su domesticación debe haberse producido en cualquiera de los valles templados de Sudamérica. Pertenece, por consiguiente, a esta parte del continente. Inclusive se sabe que su ancestro silvestre es la C. andreana. La C. pepo tiene un mayor rango de dis­tribución en Norteamérica, aunque aparece también en Sudamérica (Decker, 1988).

Con re~pecto a la variedad de especies de calabazas y zapallos de los Andes Centrales, revisando la literatura especializada, nos parece que los estu­dios han reportado un mejor avance para Norte y Mesoamérica, mientras que

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para el hemisferio sur, todo indica que falta mucho por hacer. , Desde una pers­pectiva completamente empírica, se conoce una gran variedad ele razas y espe­cies de este género, distribuidas en los diferentes valles de la costa, la sierra y la ceja de selva. Fuera de los análisis de Whitaker, sólo existen algunas de­scripciones botánicas, referencias geográficas o noticias arqueológicas. Este es un campo fértil poco trabajado.

Las Chenopodiáceas, consideradas como las plantas úpicamente andinas en razón a que las especies cultivadas como la quinua, cañigua, achita o kiwicha, se conservan asociadas a las comunidades marginales que habitan las punas y los altiplanos, tienen sus parientes cercanos dispersos en muchas latitudes del mundo. Los especialistas señalan que existen más de 120 especies y que su mutación por selección humana habría empezado hace 15,000 años. Este proC<'¡SO se dio de manera indirecta, por acción del movimiento de las malezas y en otros, direc­tamente mediante la domesticación, esto es, adaptando la especie a nuevos ambientes y provocando las hibridizaciones (Wilson, 1990: 92).

Sorprendentemente, Wilson señala que "Chenopodium quinoa Wi/ld, que incluye a la población domesticada no es andina y tampoco lo son las poblaciones que no son domesticadas". Después de analizar comparativamente la morfología de las hojas y la frecuencia de allozimas, este autor señala que la homogeneidad entre la especie doméstica (quinua) y la mostrenca (ajara) es completa, pero que, en cambio, es diferente de las domesticadas en la costa de Chile (quingua) y de las que libremente crecen en las tierras bajas de Argentina (C. hircinum). Los niveles de variación sugieren que estas razas originales de los Andes meridionales, posiblemente a partir de un progenitor silvestre y C. hircinum, se· habrían más tarde dispersado hacia el norte de Colombia y al sur de Chile, mientras que la población costeña aparentemente se habría mantenido aislada (Wilson, 1990).

La investigación de la quinua con fines botánicotaxonómicos y luego para el mejoramiento de las especies, que incluye a la genética, ha sido objeto de excelentes estudios (Tapia, 1979; Wilson, 1990). En resumen, se conoce que el cultivo de estas plantas, como consecuencia de desarrollos culturales inde­pendientes, conserva su mejor expresión agrícola contemporánea en el Cuzco (Perú), Tenochtitlán (México) y Cahokia, Illinois (EE.UU.). En cambio, en los supuestos centros de domesticación, como los valles chilenos y las tierras bajas de Argentina, el cultivo de estas especies no presenta el mismo cuadro, princi­palmente si lo comparamos con el de los Andes Centrales. Este es un indicador muy modesto que junto a la bibliografía que señala la procedencia de las muestras analizadas, podría llamar la atención sobre la relativa escasez de colecciones originarias de los Andes Centrales sometidas a las investigaciones bioquímicas.

La papa (Solanum tuberosum), la planta más popular y de amplia dis­tribución entre los pueblos andinos, es otra de las especies ahora seriamente cuestionadas en cuanto a su antigüedad y sus áreas de domesticación. Grun (1990), profesor de citología y citogenética de la Universidad del Estado de Pensilvania, señala que "en las primeras etapas de la evolución de la papa cul-

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tivada en el norte de los Andes, la especie diploide del complejo Solanum stenotomun se originó probablemente a partir de progenitores silvestres per­tenecientes al complejo S. brevicaule" (Grun, 1990: 39). Es decir, en los comien­zos de la evolución, el cruce habría sido entre un ssp. andigena (macho) y otra especie silvestre aún no identificada (hembra), evolucionando a la especie tu­berosum. Grun señala que esa evolución habría ocurrido entre el norte de Argentina y el sur de Argentina y Chile.

Los estudiosos de los gerrnoplasmas en la papa advierten que la ss. andigena y la ss. tuberosum, permanecen bien diferenciadas en sus áreas nativas de América del Sur (Bukasov, 1973). Los primeros habitaron las tierras altas de los Andes Centrales y Septentrionales, mientras que los segundos se ubicaron en el litoral meridional de Chile. Estas dos especies indígenas que fueron cultivadas desde el período arcaico, han convivido conservando cada cual sus propias áreas geográficas, hasta después de la invasión española. Sólo en tiempos recientes, estas dos especies que migraron hacia Norteamérica y otras partes del mundo, debido a los constantes esfuerzos de hibridización en programas de fitomejora­miento, tienden hacia una estrecha relación que en algunos de sus caracteres pueden asemejarse.

Como referencia a la mayor antigüedad de la papa encontrada en los Andes Centrales, Grun (1990) recurre a dos hallazgos, los que lamentablemente han sido cuestionados. Las supuestas "papas fósiles" encontradas por Engel (1970) en la cueva de Tres Ventanas de la cuenca superior de Chilca, una de estas con la antigüedad de 9,000 A.P. y la otra mencionada como posible papa cultivada durante la Fase Chiwa (4,200 - 2,500 A.C.) lamentablemente no fueron identificadas hasta ahora (MacNeish et.al., 1981 ). La fécula de las papas encon­tradas en Tres Ventanas son más semejantes a la papa cultivada moderna que a la especie silvestre. Mientras tanto, los hallazgos hechos en Chile (Ugent, Dillehay y Ramírez, 1987), los de Casma en el Perú (Ugent, Pozorski y Pozorski, 1983) y en Zaña (comunicación personal de T. Dillehay), constituyen las evidencias confiables. El primero está asociado a estratos del Pleistoceno Final, el segundo al Formativo Inferior y el tercero al Precerámico Medio (5,000 A.C.).

En la reunión convocada por Smithsonian Institution, precisamente para ocuparse de la papa (octubre de 1990), J. Ochoa, uno de los especialistas perua­nos que mejor conoce la diversidad de las especies silvestres del Solanum, señaló que el territorio peruano es uno de los más pródigos en el crecimiento y la variedad de estas plantas. Mencionó que se conoce más de un centenar de especies silvestres.

El maíz (Zea mays) es otra planta cultivada por los americanos pre­occidentales y que ha merecido sendas investigaciones, con los subsiguientes debates en tomo a la antigüedad, la variedad de razas y los posibles centros de domesticación (Galinat, 1983; Doebley, 1990); Mangelsdorf, 1986; Pearsall, 1978; Bonavia, 1982; Bonavia y Grobman, 1989; Bird, 1990). Es preciso señalar que la discusión no se ocupa del origen del maíz como una especie botánica, sino de la planta cultivada, del proceso de su domesticación y por consiguiente de sus

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ancestros genoúpicos. , México, el sureste de los Estados Unidos y recienteménte el Pero, han

sido postulados como principales centros de domesticación del maíz. Cada una de estas áreas ha tenido sus defensores y ha mostrado pruebas tanto arqueológi­cas como botánicas y genéticas. Para el caso peruano, las opiniones se dividie­ron en dos posiciones. Una sugiere que el maíz llegó a los Andes desde Mesoamérica (Pearsall, 1978; Mangelsdorf, 1986, entre otros) mientras que Bonavia con el apoyo de Grobman propone que en los Andes existió un centro de domesticación independiente (Bonavia, 1982; Bonavia y Grobman, 1989).

Los recientes análisis que emplean los métodos de la biología molecular aseguran que el teosinte es un antecesor del maíz y que a su vez, el Zea mays, subespecie parviglumis fue el ancestro directo del maíz cultivado, Es decir, el maíz sería una forma de teosinte domesticada. Asimismo estos análisis indican que no existe la posibilidad de mayores cambios en la distribución geográfica del parviglumis después de la domesticación del maíz, con lo cual, quedaría fijado como el único o principal centro de domesticación la cuenca del río Balsas, en el suroeste de México. Es más, Doebly (1990) y otros que estudian el problema empleando la misma metodología, advierten que las evidencias moleculares sistemáticas niegan la posibilidad de encontrar domesticaciones independientes en varios centros. Rechazan también la opción de que éstas hayan ocurrido en diferentes momentos de la historia de América Indígena, aunque obviamente deja abierta la opción de encontrar nuevas evidencias. El mejoramiento de las técnicas de investigación podrá también esclarecer este problema.

Después de la domesticación, el taxon del maíz no habría cambiado significativamente, conservando sus caracteres fundamentales. Las diferencias en las líneas fitogeográficas y en los procesos de hibridización no presentan fuerzas predominantes en la norma evolutiva. En resumen, esto indicaría que el maíz cultivado tuvo un solo centro de domesticación y una sola especie domesticada, desde la cual fueron originándose otras por mecanismos de hibridización (Doebly, 1990).

Existen muchas otras plantas cultivadas en el Pero prehispánico. Algunas muy peculiares a la ecología andina como la maca (Lepidium mejenni Walp), que después de haber tenido amplia producción durante la historia preoccidental, se encuentra ahora en proceso de extinción (Matos, 1979). Hay otras especies con mayor área de dispersión entre Meso y Sudamérica. Algunas comparten las dos áreas más importantes de domesticación en el Nuevo Mundo, como el algodón (Gossipium hirsutum y G. barbadense), el ají (Capsicum), el manioc (Manihot esculenta), el camote (lpomoea batatas), la papaya (Carica papaya) y un gran número de plantas cultivadas y de cultfgenos de los valles interandinos y los de la ceja de selva, que tuvieron notable importancia en la economía y en la alimen­tación de los pueblos prehispánicos. Por ahora estos cultivos no han merecido la misma atención de parte de los investigadores, aunque nadie ignora la impor­tancia que ellos tuvieron en la vida de los pueblos.

Sobre este polémico tema de los orígenes y la evolución de las plantas

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domesticadas en el Nuevo Mundo, existe una excelente publicación (P.K. Bret­ting, ed., 1990). Es el resultado de un simposio dedicado a las investigaciones en curso sobre la domesticación de plantas, la diversidad genética y las rela­ciones dentro de las especies y razas de plantas en América. Los informes publicados como un "Suplemento" de la Revista Economic Botany 44 (3), recoge los trabajos llevados a cabo dentro de la metodología de la biología molecular.

Frente a estas nuevas constataciones, las hipótesis acerca del temprano surgimiento de las sociedades agroaldeanas en los Andes, el tránsito de las sociedades presedentarias a las sedentarias, tendrán que ser revisadas y evaluadas a la luz de los nuevos datos.

Finalmente, el hecho de que las plantas de notable gravitación en la economía de la sociedad indígena, como la papa, el maíz, los frejoles, calabazas, y otros no sean exclusivamente centroandinas o no fueran domesticadas en esta parte de Sudamérica, no significa que el territorio de los Andes Centrales no haya jugado un papel importante en el complicado proceso de incorporación de las nuevas especies de plantas a la economía doméstica. De la lista de cultivos reportados tanto por la arqueología como por la etnografía, un notable porcentaje de los mismos no ha sido aún sometido al análisis molecular. Es de predecir que de esta relación, muchas de ellas encontrarán su área matriz en este territorio.

EL PERIODO FORMATIVO

Entendido el Período Formativo como el que sigue al prolongado proceso prealfarero y antecede a su vez al surgimiento de los primeros "estados regiona­les", o más propiamente a la primera diversificación regional, es el momento históricamente crucial en la definición del carácter de la sociedad (Willcy y Philips, 1958; Ford, 1969). Su estudio, fuera de la identificación estratigráfica y tipológica en algunos implementos, todavía no ha sido hecho a profundidad. Para algunos este período estaría identificado con la cerámica inicial y Chavín (Steward y Faron, 1959). Otros lo asocian con el desarrollo de la agricultura y sus componentes económicos y para enfatizar su connotación evolutiva lo sub­dividen en Tempiano, Medio y Tardío y la última fase se extendería hasta después de Chavín (Lumbreras, 1974).

El Formativo Andino es complejo en su naturaleza y de larga duración en el tiempo. Algunos, entusiasmados sólo con el precerámico, han tratado de evitar su reconocimiento, dedicando su atención principal a la tecnología de la caza y la recolecta, como actividades inherentes a los grupos presedentarios, ignorando por completo a la ocupación alfarera (Rick, 1980). Igual ocurre con algunos entusiasmados sólo en el Período Formativo Andino que tampoco qui­sieran mirar un poco hacia atrás. Esta actitud ha contribuido en parte al hecho de que el Formativo Andino no se haya evaluado en su dimensión más amplia. Creo que es una deuda que tenemos pendiente con la arqueología peruana.

Además' de la agricultura y el pastoreo que se constituyen en la base de la economía, la edificación de viviendas nucleadas y de edificios públicos, prin-

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cipalmente de templos, que caracteriza a este periodo, la tecn~logía textil y la interacción económica toman mucha vitalidad. Todos estos elémentos tuvieron su origen durante el precerámico en sitios como El Paraíso o Chuquitanta en el valle del Chillón (Engel, 1966), Las Salinas de Chao (Alva, 1978; Cárdenas, 1977-78), Piedra Parada en el valle de Supe (Feldman, I 980), Alto Salaverry en el valle de Moche (Pozorski y Pozorski, 1977) y algunos otros reportados por Wilson (1988) en el valle de Santa, muestran no solamente su continuidad en el tiempo, sino también el desarrollo alcanzado. La ausencia de cerámica asociada a las estructuras y la presencia de tejidos twined .han sido considerados como indicadores para definir el precerámico.

Hubo cierta confusión al señalar a todos los sitios sin cerámica como precerámicos. En el valle del Santa, Wilson (I 988) diferenció los ~cerámicos de los realmente precerámicos. Los primeros pueden pertenecer a cualquier tiempo, inclusive moderno, mientras que los otros presentan un contexto totalmente diferenciablc.

El rwined originado en el precerámico superior, ha perdurado durante el Fonnativo Temprano en algunos sitios (Pozorski y Pozorski , 1990). Mientras se conservaron algunas viejas técnicas junto a cie11os cánones de la etapa pre­sedentaria, otros nuevos elementos fueron incorporándose a la sociedad aldeana, en unos casos promoviendo cambios sustanciales en la vida de los pueblos y en otros asimilándose lentamente, sin alterar el orden interno de la sociedad. No exi ste evidencia arqueológica para postular la posibilidad de "cambios revolu­cionarios" durante este proceso. Ni siquiera la introducción de la cerámica, del maíz o la construcción de templos, han causado tales cambios. El proceso ha sido de lenta transfom1ación y por consiguiente de paulatino desarrollo.

Al gunos de los asentamientos mencionados han sido cuestionados. Pareciera que los edilicios religiosos como la "plaza circular" , no correspon­derían al Precerámico final (2,000 A.C.) , sino al Formativo (Pozorski y Pozorski, 1990). Entre estos sitios de origen preccrámico y el complejo de edificaciones de Pampa de las Llamas en Moxeque (1,700 - 1,100 A.C.) existen notables semejanzas.

Los esposos Pozorski (] 987, 1990) han llamado la atención sobre el problema, advirtiendo que estos asentamientos deben ser reexaminados. Señalan que todavía no existe una respuesta satisfactoria para caracterizar el momento histórico, aunque indican que hay pruebas suficientes para suponer que todos estos yacimientos hayan sido contemporáneos. El debate ha concitado el interés teórico de muchos, aunque la constatación de las fuentes y el análisis de los datos, no han merecido todavía la misma atención. Son necesarios más estudios de campo, que incluyan excavaciones estratigráficas, asociaciones y definición de contextos, análisis integral de aldeas y de edificios públicos. Las observaciones superficiales y los pozos o trincheras de prueba, sólo conducen a encontrar algunas evidencias aisladas y por consiguiente, éstas no pueden asumir el valor de un corpus representativo.

Las investigaciones que desarrollaron los colegas de la Universidad de

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Tokyo, en La Pampa, Huacaloma y Kunturwasi (Terada, 1980; Terada y Onuki, 1982), Richard Burger (1984, 1987) en Chavín y en el valle de Lurín, Burger y Salazar (1980) en Huaricoto, Pozorski y Pozorski (1979, 1986) en el valle de Casma, J. Gufroy (Ms.) en Nañaniqui, Piura, Lumbreras (1977) en Chavín de Huantar, estuvieron dedicadas a estudiar las grandes edificaciones, es decir los templos y los recintos públicos. Estos constituyen obviamente aspectos impor­tantes de la cultura y penniten explicar una parte de ella, vinculada princi­palmente con el estrato social superior.

En los Andes Centrales hacen mucha falta estudios de campo sobre las fonnaciones aldeanas. No existe hasta ahora un solo análisis integral de un vi­llorio Fonnativo, exceptuando las aproximaciones hechas por Burger (1983) en Pójoc y Waman Wain. Es cierto que los hallazgos de nuevos sitios y algunos sondeos dentro de los mismos han aumentado en las últimas décadas. Pero también es cierto que los mencionados hallazgos no son aún suficientes como para re­construir seriamente la evolución hacia sociedades complejas. El Período Inicial caracterizado a fines de los cincuenta (Rowe 1960), sobre la base de los datos que en ese entonces se disponía para la costa peruana, ha servido como una excelente herramienta de trabajo. Ahora que se dispone de nuevas fechas, más elementos de juicio y datos relevantes, sería oportuno reevaluarlos (Burger, 1985, 1987; Pozorski y Pozorslci, 1990; Lumbreras, 1977).

Por Periodo Inicial en ténninos de tiempo, entendemos es el comprendido entre la introducción de la cerámica en la vida doméstica de los pueblos y la difusión de la ideología Chavín. Esta última, se expresa en la iconografía y la tecnología decorativa. De esta manera, el "Inicial" habría sido la fase más larga del Fonnativo.

Carlos Williams (1985), viene realizando importantes trabajos sobre las edificaciones tempranas. Ha sugerido algunas hipótesis para explicar la evolu­ción de los recintos religiosos tempranos, llamados "templos en fonna de U" y las "plazas circulares". Por su parte, Burger (1987), además de buscar una explicación antropológica a tales estructuras, ha tratado de establecer. la asocia­ción de los templos con la producción agncola. Después de sus excavaciones en Huaricoto, Burger y Salazar (1980) han encontrado evidencias como para sugerir la existencia de una "tradición religiosa Kotosh", de la cual deben participar importantes asentamientos de la sierra y costa norcentral, como La Galgada.

El Período Fonnativo en cualquiera de sus denominaciones, ha ocupado el interés de muchos estudiosos de los Andes, particulannente en la primera mitad del presente siglo. A esta etapa corresponden las investigaciones sobre Chavín, Cupisnique, Guañape, Ancón, Las Haldas, La Florida, Garagay, Chana­pata, Chiriapa, para citar los ejemplos más conocidos. En las dos últimas décadas, se realizaron importantes trabajos como los efectuados en Caballo Muerto (Pozorski, 1980), Carhua (Benson, 1971 ), Ataura (Matos, 1972), Monte Grande (Ravines, 1985), el estudio de vasijas Cupisnique en la ciudad de Huamanga (Ochatoma y otros, 1984), Cardal y otros sitios en el valle de Lurín, en actual estudio por R. Burger y también reconsideraciones de otros como Chiripa

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Crónicas Bibliográficas

(Browman, 1978), Chavín (Lumbreras, 1977), Garagay (Ravines e Isbell, 1976), Marcavalle (Mohr, 1981), Pacocampa (Kaulicke, 1976; Morales, 1982), varios siúos en Bagua y El Chotano (Shady y Rosas, 1980), etc.

En cuanto a la magnitud de excavaciones en grandes contextos del Fonnativo, sin duda la mayor contribución a la arqueología andina ha sido hecha por las expediciones de la Universidad de Tokyo. Aunque se nota el vacío académico dejado por Sehchi Izumi, sus sucesores, Kazuo Terada y Yoshío Onuki, han seguido la tradición iniciada por el maestro en 1958. Después de Kotosh, excavaron La Pampa, Huacaloma, Layzon y últimamente Kunturwasi (Terada, 1980; Terada y Onuki, 1985).

En el aspecto de la reconstrucción cronológica de las fases tempranas de este período, el debate que animaron Burger (1984, 1985) y Lum,breras (1977, 1989), ha sido tonificante. Los pioneros trabajos de Tello (1942) y Rowe (1962) se han visto enriquecidos con sus contribuciones. Burger y Lumbreras exca­varon en Chavín de Huantar y propusieron secuencias teóricas para organizar los materi ales encontrados. Después de una década de su postulación el orden sugerido por Burger (Urabarriu-Chakinani-Hanabarri) ha merecido aceptación casi gene­ral. Burger ha enriquecido la investigación con los análisis químicos de algunos componentes inorgánicos y orgánicos, como la obsidiana y los isótopos de los huesos de animales, respectivamente (Burger y Asaro, 1978).

DESARROLLO REGIONAL

El interés por el Período de Desarrollo Cultural ha sido focalizado sólo en dos culturas costeñas, Mochica y Nasca. La transición entre el Fonnativo (Chavfn, Cupisnique, Chanapata o Chiripa) y las culturas regionales, en estas dos úlúmas décadas, casi no han merecido la atención de los invesúgadores. Sobre este tema no se han realizado proyectos particulares, fuera de los que se llevaron a cabo en la primera mitad del presente siglo (Kroebcr, 1944; Tello, 1942; Bennett y Bird, 1949; Larco, 1948).

En Nasca se han sucedido varios proyectos de investigación de campo (Uhle, 1924; Strong, 1957; Rowe, 1960; Reiche, 1974; Reinhard, 1988; Silver­man, 1986, entre otros). En la última década ha habido más empeño, y es de esperar que los resultados de estas investigaciones ampliarán los conocimientos sobre esta cultura (Massey 1986; Silvennan, 1986, 1987; Oreficci, 1989). Ac­tualmente A. Cook, K. Schreiber, F. Ridel y M. Pazos ejecutan trabajos de campo en los valles de Nasca, además de los arriba mencionados.

Rowe (1960) ha presentado para lea un cuadro de secuencia cronológica, basado en seriaciones estilísticas, a partir de Paracas hasta Inka. Dentro de ella, la evolución de Nasca fue reconocida en nueve fases. Las fases tardías han sido subdivididas en subfases y todas ellas siguen el orden correlativo de lo más antiguo a lo más reciente. Este ordenamiento que tiene connotación cronológica, tipológica y también de correlación cultural, a pesar de los nuevos esfuerzos por corregirlo, sigue conservando su esquema fundamental.

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Las líneas de las Pampas de Nasca y el gran establecimiento de Ka­wachi, son los que más han atraído a los arqueólogos. La investigación del primer sitio, después de las observaciones de Kosok (1965), fue proseguida por su colaboradora María Reiche (1974). Las mejores referencias las encontramos en las notas de Reinhard (1988) y Silverman (1990). Desde hace una década varios arqueólogos vienen excavando intensamente en el segundo sitio (Silver­man, 1986; Oreficci, 1989).

Los aspectos relacionados con la vida aldeana, la actividad agraria, la producción textil, la explotación de los recursos naturales, entre otros temas, no han sido aún analizados con detenimiento, salvo casos excepcionales como el estudio textil Paracas hecho por A. Paul (1988). Las investigaciones de campo casi siempre están orientadas a los grandes monumentos, donde obviamente pueden ocurrir descubrimientos espectaculares. Sin embargo, el catastro de algunos valles y el estudio de los patrones de establecimiento, han sido felizmente ini­ciados por algunos arqueólogos.

En las investigaciones sobre la cultura Mochica, el panorama es similar a Nasca. Los trabajos pioneros de Larco Hoyle (1944, 1948), su seriación en cinco fases y sus especulaciones acerca de la vida social, económica y tecnológica, siguen siendo los fundamentos para explicar a esta cultura.

En las dos últimas décadas se han formulado varios proyectos para estudiar la historia de los Mochica. De todos ellos, sobresalen los csfuerLos académicos de Christopher Dorman. Donnan es sin lugar a dudas el mejor conocedor de los misterios de la cultura Moche. En su haber tiene acumulada una importante bibliografía sobre el tema, particularmente en el aspecto de la iconografía (Donnan, 1976, 1984; Dorman y McClelland, 1979; Donnan y Mackey, 1978).

Los hallazgos de las tumbas en Sipán, en la Huaca Rajada, Lambayeque, seguidos de otros en el cerro La Mina en el valle de Jequetepeque, han ocasio­nado ciertos trastornos en la investigación científica. La espectacularidad del descubrimiento ensombreció la seriedad de los estudios y las publicaciones periodísticas rebasaron a los informes académicos. El oro y las piezas exóticas, entusiasmaron a los negociantes de antigüedades, mientras el Estado peruano hizo poco o nada para apoyar la investigación.

Sin lugar a dudas, el hallazgo de las tumbas de Sipán fue todo un acontecimiento. Las noticias se difundieron por todo el orbe. Las fotografías, maquetas y diversos relatos sobre el contenido de las tumbas fueron ampliamente publicitados, incluyendo las labores de conservación de las piezas en Alemania. Se han realizado dos informes preliminares sobre el contenido de las famosas tumbas. También se han publicado los informes de los huaqueros que los des­cubrieron y de los negociantes, posiblemente interesados en el hallazgo, en una evidente actitud de confrontación con los trabajos arqueológicos. Esta situación obligó al Instituto Nacional de Cultura (Perú) y a los arqueólogos responsables de la investigafión en Sipán, a poner orden en la infomrnción (Alva, .1988; Donnan, 1988, 1990).

Durante la ejecución del Proyecto Chanchan dirigido por Moseley (1982)

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Crónicas Bibliográficas

se llevaron a cabo investigaciones circunstanciales en asentamientos Mochica. Donnan y Mackey (1978) realizaron amplias excavaciones en rumbas. Otros se dedicaron a limpiar los murales de la Huaca de la Luna y un tercer grupo ha tra­tado de buscar las huellas de la actividad agraria en el valle y en los desiertos vecinos, incluyendo los sistemas de irrigación. Producto de este proyecto fueron una veintena de tesis de grado, la mayoría en la Universidad de Harvard . La­mentablemente ninguna ha sido publicada, por tanto, su acceso es muy limitado.

Las culturas Salinar y Gallinazo se desarrollaron en el territorio donde poco después de produciría el desarrollo Mochica . . Estas cu! turas fueron descri ­tas hace varias décadas (Bennen, 1946; Larco Hoyle, 1944; Collier, 1955;Willey, 1954). Desde entonces, es muy poco lo que se ha estudiado sobre ellas. En años recientes, Wilson (1988) ha tocado el problema en el valle del S<¡1nta. Su libro sobre patrones de asentamiento en la sección baja del Santa, con la obra de Willey y los trabajos de Parsons y Hastings en la sierra central, es de los mejores que se han escrito sobre este tema.

En lo que respecta a la sierra norte, después de las investigaciones de Reichlcn (1949), los arqueólogos de la Universidad de Tokyo han redefinido en años recientes el desarrollo de la cultura Cajamarca (Terada y Onuki, 1982, 1985). Nuestros conocimientos sobre las tempranas culturas de Cajamarca casi no han sido renovados. No ha ocurrido lo mismo con Vicús, del valle medio de Piura. Desde su descubrimiento en 1964 y las noticias adel antadas en ese en­tonces (Matos, 1965-1966), sólo se ha reproducido literatura comentada. Kau­licke y Mackowski, arqueólogos de la Universidad Católica de Lima, realizan desde hace unos .años excavaciones en uno de los sitios Vicús.

En la sierra central, el estilo Huarpa fue reevaluado por Lumbreras ( 1975) y en la costa central, después de los estudios de Patterson en los sesenta, no hubo novedades.

WARI: EL PRIMER ESTADO IMPERIAL ANDINO

El estilo, la cultura, el Estado o el Imperio Wari, ha originado serios debates y también especulaciones. En este caso, creo que los modelos teóricos y la formulación de hipótesis han sobrepasado con creces el universo de los datos empíricos. Ha habido más ruido que la esforzada tarea de investigación de campo y de laboratorio.

Uhle (1903) fue el primero en señalar que la cerámica encontrada en Pachacamac, costa central del Perú, es anterior a los inka y se parece a Tiwanaku de Bolivia. Por eso, a esta modalidad que hoy se le llama Wari, se le conocía también con el nombre de tiahuanacoide. Es decir, parecido a Tiwanaku, estilo que tuvo una difusión panandina. Los pioneros estudios de Uhle fueron enri­quecidos con los de Kroeber (1930), Bennett (1934; 1953), Strong (1957) y en

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años recientes por muchos otros (Menzel, 1964, 1968; Isbell, 1977; l 983, 1985; Lumbreras, 1960, 1980; Cook, 1985; Topic y Topic, 1983; Schreiber, 1978; Anders, 1986; McEwan, 1984; Benavides, 1979; etc.).

Con el propósito de hacer un balance de las investigaciones sobre este importante período, con la coordinación de William Isbell, Dumbarton Oaks (Washington, D.C.), organizó una reunión dedicada al tema en mayo de 1985, invitando para ello a los especialistas más calificados del medio. Próximamente se publicarán las actas de este evento.

Deben considerarse como positivos avances en la investigación los estu­dios detallados de algunos establecimientos provinciales Wari. Esto ha ocurrido con Azángaro, Wiracochapampa, Pikillacta, Jincamocco, Cerro Baúl, Uncopampa y otros asentamientos menores. Cada uno de estos establecimientos son consi­derados como "capitales provinciales" del creciente imperio o estado Wari (Anders, 1986; Topic y Topic, 1983; MacEwan, 1984; Schreiber, 1987; Watanabe 1984). Otros postulan la hipótesis del desarrollo de estados regionales independientes y por tanto niegan la existencia de un imperio panandino.

Las opiniones se dividieron entre aquellos que consideran a Wari como una formación sociopolítica generada en Tiwanaku y como tal, una variación centro andina del desarrollo altiplánico (Ponce, 1979, Kolata, 1982) y los que sostienen la tesis totalmente opuesta, es decir, que Wari constituye un desarrollo independiente de los Andes Centrales, con su centro principal en Huari, Ayacucho y con características comparables al imperio inka (lsbell, 1983, Lumbreras, 1980). Esta es la tesis sobre la cual muchos estudiosos de los Andes están trabajando, reconociendo las variaciones regionales y las temporales. Este segundo grupo no niega las relaciones iconográficas con Tiwanaku (Cook, 1985). Entre estos investigadores existe también un matiz de opinión expresado a través de distintos "modelos teóricos" de interpretación. Estos modelos varían desde aquellos que encuentran evidencias de carácter religioso para la difusión de los elementos Wari o Tiwanaku, hasta los que disponen de mejores argumentos en el aspecto económico, los intercambios de comercio, la relación de las aldeas y ciudadelas, los vínculos entre los productores y los consumidores, y los mecanismos que habrían facilitado las interacciones a gran escala a distancias igualmente grandes (Menzel, 1968; Lumbreras, 1974; Isbell, 1985; Isbell y Schreiber, 1978; lsbell y Cook, 1986).

Concordando los datos y los modelos, los seguidores de la segunda tesis consideran también la posibilidad de "mercaderes misioneros" que predicaban la religión, intercambiaban sus bienes y servicios y estimulaban una mayor produc­ción agrícola. La jerarquía superior del estamento religioso se habría encargado de conservar la unidad de los patrones y los roles oficiales, y de difundirla por las provincias controladas. Wari ha sido considerado también como una podero­so estado altamente jerarquizado, con burocracia administrativa centralizada y una consistente fuerza militar.

Todos estos argumentos, hábilmente esbozados en los modelos teóricos, han hecho de Wari y el período que ocupa, uno de los más complejos del proceso

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andino. El problema es complicado sin lugar a dudas. Por eso, creemos que la solución no está en el diseño de más modelos, sino en las investigaciones de campo y en el correcto análisis de los datos. Es decir, en la presentación de un corpus empírico de datos, que apoye científicamente a las hipótesis planteadas.

La mayor parte de las investigaciones sobre establecimientos Wari fue­ron hechas para la elaboración de tesis doctorales. Estas conforman la literatura conocida hasta la década de los setenta y aportaron nuevas observaciones. Para estos trabajos el esquema de cuatro "épocas" propuesto por Menzel (1964, 1968), las dos primeras con dos subdivisiones cada una, constituyó la base para la or­ganización de los datos (Cook, 1985; Knobloch, 1983; Schreiber, 1978). En tal sentido, los trabajos de Uhle (1903), seguidos por Bennett (1953) y Menzel (1964) han establecido los marcos generales del desarrollo Wari y pe sus articu­laciones geográficas, iconográficas, sociopolíticas e incluso tecnológicas. A este complejo cultural algunos prefieren llamarlo "fenómeno Wari".

Las mejores contribuciones sobre el discutido tema del Horizonte Medio y el imperio Wari, en las últimas décadas, fueron hechas por los estudiantes que trabajaban en sus respectivas tesis. Con las limitaciones que este tipo de trabajos tienen, estas monografías constituyen el reflejo de los avances de la arqueología andina sobre este período. Creo que es necesario señalar la participación de los profesores que desde las aulas estimularon tales estudios, como Schaedel desde la Universidad de Texas, Isbell desde la Universidad de Nueva York en Bing­hamton y Lumbreras desde la Universidad de Huamanga, primero y luego desde San Marcos. En años recientes hacen lo propio Teresa Topic y John Topic, Moselcy, Mario Benavides, entre otros.

LOS ESTADOS Y LOS SEÑOR/OS REGIONALES TARDIOS

Este es uno de los períodos importantes pero menos estudiados en la cultura andina. Desde mi punto de vista es fundamental su análisis para entender el proceso histórico desde la perspectiva propiamente indígena. Este es el momen­to en el cual las nacionalidades indígenas se consolidan, la demarcación territo­rial toma una dimensión geopolítica, las lenguas aborígenes y las ideologías asumen un rol protagónico en el mapa sociopolítico de los Andes.

Este período que sigue al colapso del Imperio o Estado Wari y que antecede al siguiente Imperio de los Inka, se caracteriza por la variedad de for­maciones eeonómicosoeiales, desde las reducidas agrupaciones locales, ubicadas en un valle o en una microrregión, a las que la arqueología puede detectar por su cultura material, como los Chiribaya en Arequipa o los Caras en Huancave­lica, hasta los estados o reinos desarrollados como Chimú, Chincha, Cuismancu, Wanka, Chanka, Aymara, etc., pasando por muchas otras formaciones interme­dias como Chancay, Churajón, Anqara, Ayarmacas, etc. Los intentos por indi­vidualizar a estas formaciones sociopolíticas, ubicándolos en el mapa del antiguo Tawantinsuyo han sido muy pocos (Rowe, 1946). Esta es una tarea por hacer.

Este período es importante también porque permite confrontar diversas

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fuentes de infonnación, tales como la arqueología, la etnohistoria y la lingüística. Los documentos de los primeros años de la colonia contienen descripciones de la vida y costumbres de las comunidades anteriores a los inka. Las visitas con­ducidas por Iñigo Ortiz de Zúñiga (1562) entre los chupaychu y los yacha y por Garci Diez de San Miguel (1567) en el reino Aymara son buenos ejemplos para descubrir referencias sobre las poblaciones preinkaicas en los relatos orales después de la invasión. En este aspecto, Murra (1967, 1975, 1980, 1986) ha llamado la atención de los andinólogos para no descuidar este importante recurso. Sus in­vestigaciones tanto en Huánuco como en el Titicaca, son sin lugar a dudas las mejores contribuciones a la investigación sobre la cultura andina desde la pers­pectiva emohistórica.

Para las investigaciones arqueológicas, los asentamientos de este período se han conservado en óptimas condiciones. Muchos de ellos, ubicados tanto en la costa como en la sierra, muestran el contexto interno casi en su forma original. Hemos encontrado aldeas completas, que parecían haber sido abandonadas hace sólo pocos años , con sus casas, patios y muchos de sus menajes in situ, tales como Wakan y Guanrin (Matos, 1972), otros en Tanna y Jauja (Parsons y Hastings, 1988), muchos otros en Cuzco, Puno y la cuenca del Pampas. En la costa el caso se da con mayor frecuencia, aunque lamentablemente los establecimientos cos­tefios han sido fuertemente castigados por la inclemencia del tiempo, la depre­dación de los huaqueros y la acción de los invasores modernos.

A pesar de las condiciones favorables para las investigaciones sobre las culturas tardías en los Andes, los proyectos ejecutados son muy pocos. Uno de ellos es el Proyecto Chanchan, con una década de duración y una veintena de te­sis de grado, presentadas en su mayoría en la Universidad de Harvard . Lo publi­cado es poco, un volumen de texto y otro de planos de la antigua ciudad. (Moseley y Day, 1982). Ravines (1980) también ha publicado otra antología histórica sobre Chanchan. Sin embargo, nuestro conocimiento sobre esta instalación -una de las más grandes en su época- y sobre el reino Chimú, no ha cambiado en lo sustancial con relación a lo que ya se sabía antes de la década del 70.

En Cajamarca, Silva Santisteban (1982) contribuyó desde la perspectiva histórica a la definición del reino de Cuismancu. La misión japonesa se encargó luego de caracterizar los estilos alfareros tardíos, que deben corresponder a la etnia de los Cuismancu. La región de Chachapoyas está siendo estudiada por Inge Schjellerup (1984). En los últimos años, Schjellerup ha definido la ocu­pación inka, diferenciándola de sus antecesores locales. Debido a su alejamiento geográfico, esta región se mantenía casi olvidada. Por todo ello, los esfuerzos de la arqueóloga danesa son doblemente meritorios.

En la Sierra Central, las investigaciones sobre los asentamientos tardíos han tenido mejores resultados, particularmente en la cuenca del Mantaro donde se llevaron a cabo diversos programas de investigación regional. (Parsons y Matos, 1978; Parsons y Hastings, 1988; Earle y otros, 1980, 1987; D'Altroy y Hastorf, 1984; Hastorf, 1983; Lavallée y Julien, 1983). Los arqueólogos de la Universidad de Huamanga condujeron también algunas exploraciones de área en

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Crónicas Bibliográficas

Ayacucho. . En la zona de Jauja, T. Earle y sus estudiantes de entontes (C. LeBlanc,

T. D'Altroy, C. Hastorf) llevaron a cabo un programa de investigaciones de larga duración con la participación de un numeroso contingente de alumnos, tanto na­cionales como norteamericanos. Los resultados se han publicado en algunos ar­tículos y en un volumen dedicado a las campaf'ías de campo de 1982-1983. El proyecto se autodenomina interdisciplinario, por tanto, el volumen que edita los informes (Earle y otros, 1987) incluye ensayos de etnobotánica, arqueozoologfa, estudio de las piezas lf ticas y los análisis de cerámica procedentes de las excava­ciones. La innovación planteada por los arqueólogos de la Universidad de Cali­fornia fue la de asignar el nombre de "wanka" a los estilos alfareros tardíos. Es decir, cambiar la denominación de Mantaro de Base Roja (o Cla,ra) por la de Wanka.

En el caso del Mantaro, el proyecto ha servido también para la elabora­ción de una decena de tesis en la Universidad de California, Los Angeles. Mclissa Hagstrum, quien formaba parte de este grupo de estudiantes, decidió estudiar sistemáticamente a los alfareros de Aco en el valle del Mantaro, cuya tradición de ceramistas debe ser anterior a los inka.

Entre Huancavelica, Ayacucho, Andahuaylas y Cuzco, casi no se han llevado a cabo investigaciones detenidas. Existen noticias sobre asentamientos ubicados en esta área. Se han realizado intentos de aproximación tipológica con Wari o con lnka, o de nuevos estilos cerámicos, pero en términos de innovación o de ampliación de lo que ya se sabía hasta los setenta no hubo nada especial. Son los mismos estilos coras, arjalla, killke, etc., que fueron reportados entre las décadas 40 y 50, los que están presentes, sin innovación alguna, en los esquemas de la arqueología de esta parte de los Andes (Matos, 1959; Lumbreras, 1960, Rowe, 1944).

John Murra es el andinólogoa que ha reorientado las investigaciones sobre la cultura andina, utilizando nuevos recursos y también nuevas estrategias. Sus sugerencias para confrontar diversas fuentes, desde las arqueológicas hasta los archivos coloniales permitieron desarrollar estudios sobre aspectos socio­económicos de las etnias tardías y postcoloniales. El derrotero iniciado por él, desde las perspectiva etnohistórica, ha estimulado también la investigación arqueológica. Sus hipótesis de trabajo sobre la organización social, económica, política y la estructura religiosa, han venido ganando muchos adeptos entre los estudiosos del mundo andino. El discurso empleado en sus clases y en sus publi­caciones, ha captado una apreciable audiencia. La verticalidad, la reciprocidad, la unidad doméstica, el archipiélago económico, la función social de los tejidos, los señores étnicos, etc., son algunos conceptos incorporados por la etnohistoria después de las publicaciones de Murra.

LOS INKA Y LA /NVESTIGACION ARQUEOLOGICA

El imperio Tawantinsuyu tuvo una corta duración de solamente un siglo.

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Fue la última expansión panandina. Se caracterizó por la extraordinaria organi­zación social, económica, política e ideológica. Existe una extensa literatura histórica sobre los Inka. Las crónicas publicadas en los siglos XVI y XVII y los ingentes archivos inéditos que se conservan en Europa y América fueron las fuentes más importantes para las reconstrucciones históricas. Sin embargo, los eruditos en este período, reclaman la necesidad de escribir la verdadera historia de los inka, y revisar y evaluar todo lo que se ha hecho hasta ahora. Parecieran no estar satisfechos con la historia oficial.

Desde el punto de la arqueología, el Horizonte Inka ha sido el menos abordado por los estudiosos. Son pocos los trabajos hechos en este campo. En las dos últimas décadas, hubieron pocas, pero excelentes investigaciones ar­queológicas como las de Huánuco Pampa (Morris y Thompson, 1985), Morris (1981), el estudio sobre caminos inka de Hyslop (1984), el de Gasparini y Margolies (1977), Kendall (1974), el de Agurto (1980) sobre la arquitectura y planeamiento.

En años recientes, Marcus (1987) en la fortaleza Huarco de Cerro Azul, Cañete y Morris en Chincha, han desarrollado importantes estudios de campo sobre la ocupación Inka en la costa. Los datos que ambos proyectos publiquen, permitirán comparar la ocupación imperial inka de la sierra con las del litoral. La investigación conducida por Marcus, por la metodología de sus trabajos y las estrategias empleadas, es diferente de las que hemos estado acostumbrados a ver en el Perú.

EL PATRIMONIO ARQUEOWGICO Y LA INVESTIGACION

La defensa y la conservación del patrimonio histórico es una responsa­bilidad de la sociedad contemporánea. En el Perú, la riqueza arqueológica parece no mover el interés de la población moderna. En este aspecto lamentablemente no hemos tenido una política cultural coherente y por consisguiente, la defensa del patrimonio histórico ha sido siempre una quimera. No obstante, se han expedido buenas normas legales, aunque en la práctica casi nunca funcionaron.

El cambio de la Ley 6634 de 1929, por la ley vigente más conocida como la "Ley General de Amparo al Patrimonio Cultural del Perú", promulgada en 1985, en las postrimerias del Gobierno del Presidente Belaúnde, fue realmente una catástrofe para la arqueología. Con todas sus limitaciones la ley ante1ior fue más académica en sus principios y mucho más efectivo en la defensa del patri­monio histórico. Fue legislada con sentimiento peruano y con plena identifica­ción con los valores históricos del país. La ley actual en cambio favorece una actitud dudosa, lo que facilita la destrucción y el negocio. Bastaria hacer una comparación entre la ley 6634 y la actual en sus cinco años de vigencia para evaluar su efectividad. Como el propósito de este ensayo no es discutir la legis­lación vigente, mencionaré sólo un hecho, por estar relacionado con el tema.

La ley vigente reconoce a los coleccionistas, incorporándolos al Consejo Nacional, pero en cambio, ignora a los profesionales en arqueología. ¿Es posible

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Crónicas Bibliográficas

imaginar a la arqueología peruana sometida a una comisión controlada por políticos y coleccionistas? No se trata de subestimar la presencia de ésto's, sino, sencilla­mente de reclamar un trato equitativo para la arqueología. Creo que la compren­sión humana sin pasiones ni intereses, recomendaría una regulación diferente.

Mientras los arqueólogos son subestimados sutilmente, los bienes prehis­pánicos se destruyen a diario. Esta acción es generada por lo siguiente: 1) El crecimiento de las ciudades, la ampliación de los espacios agrícolas, la apertura de nuevos caminos, minas, etc. 2) La destrucción intencional con la finalidad de buscar entierros y otros trofeos de la antigüedad, y 3) Las excavaciones ar­queológicas. "Toda excavación es destrucción", dice una sentencia. La suerte del yacimiento se pone en riesgo cuando no se definen estrategias de conservación. El Instituto Nacional de Cultura, entidad oficial del Estado responsa,ble de la pro­tección del patrimonio, ha creado un nuevo mecanismo para sumarse oficialmente a la predación. Es la llamada "arqueología de liberación", mediante la cual, después de una somera exploración, se hace la entrega de un sitio para su uso moderno. Un caso reciente que conmovió a la sociedad, fue la entrega de un sector de Ollantaytambo, Cuzco para su urbanización.

Es natural que un país regule el tratamiento de su patrimonio histórico. El Perú dispone de una abundante legislación para tal efecto. Existe un reglamento sumamente estricto para las exploraciones y excavaciones arqueológicas. El Instituto Nacional de Cultura, mediante una oficina especial es el encargado de hacerlo cumplir. Esta norma muchas veces es aplicada con rigor a los arqueólo­gos, mientras que no ocurre lo mismo con los depredadores. Por este hecho, la huaquería y las excavaciones clandestinas se han multiplicado por doquier. En cambio, no existe estímulo alguno para la investigación, particularmente para los arqueólogos nacionales.

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Ramiro Matos Mendieta Seminario de Arqueología

Universidad Nacional Mayor de San Marcos

Lima, Perú

Revista Andina, Año 8

Matos: Arqueología

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