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1 ALVARO ANGULO BOSSA AÑORANZAS DE “EL CABRERO” PARQUE APOLO

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A:

Myrna,

Mi compañera durante 50 años, de los 77

Que hasta hoy ha durado mi existencia.

A mis hijos: César Gabriel, Julia Isabel, Alvarito, y Débora María Angulo

Arrieta; a los pocos amigos cabreranos que aún existen, en especial al Capi

Valiente, un cabrerano de tiempo completo.

Cartagena,enero de 2013

ALVARO ANGULO BOSSA

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PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN:

SURSUM CORDA

POR ROBERTO BURGOS OJEDA

José María Cordovez Moure popularizó en Colombia el estilo periodístico de la crónica: las del autor nombrado son truculentas, registran tremendos episodios de robos, asesinatos, atracos y toda suerte de violencia sobre personas y cosas. Las Reminiscencias de Santafé de Bogotá constituyen así una veta de sucesos terribles y ocultos, comparables a los que con anterioridad había escrito el español Juan Rodríguez Freyle con el nombre genérico de “El Carnero”. Crímenes pasionales, picardías de Oidores, Visitadores y Encomenderos, todo dentro de un marco de falsa moral religiosa cuyos protagonistas eran curas y altos funcionarios de la Corona española.

Los antecedentes del género se encuentran en la Península, con mayor precisión en la novela picaresca. Es un mundo crepuscular por donde discurren los más variados personajes del “tinglado de la farsa”, trotaconventos, sacapotras, maritornes, mujeres de partido, funcionarios venales, escribanos, curas de ollas, etc. Es una procesión presidida por doña Venus y don Amor que muchas veces concluye en tragicomedia. Es un reflejo de la humanidad que vive y suda y se solaza con los chismes, que hurga en las vidas ajenas por vocación subconsciente; son los grandes frustrados que discurren como vampiros en la penumbra de ajena calamidad. Este género perdió fuerza y fue sustituido por la novela policiaca o por las crónicas políticas de los grandes diarios. Fue la base del periodismo amarillo con el cual se enriqueció en la América del Norte la familia Herst. Servir cada mañana un escándalo fresco. Noticias de dineros calientes, de funcionarios clientelistas, de tráfico de influencias, de parlamentarios tramposos, de negocios subterráneos tan del agrado de Capones y Dillingers en la época del “Tammany Hull”, del pasillo secreto donde toda codicia tiene su precio estipulado. Muchas veces se llegó al “Watergate”, al husmeo y grabación de las actividades del adversario para derrotarlos con sus propios argumentos.

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Dentro de otro estilo de crónicas ha leído con satisfacción las que por estos días ha publicado en el diario “El Universal” el doctor Álvaro Angulo Bossa.

Con una factura amena y ágil, con mucha gracia literaria ha revivido Álvaro, acontecimientos que de otra manera se hubieran perdido. Con paso firme ha entrado nuestro amigo al mundillo de los secretos sucesos de la “Ciudad Heroica”. Cuadros al carbón sobre personajes lugareños, tenderos, trasnochadores, profesionales de la “Varilla y del chisme”, etc. Es un universo inédito que Álvaro se ha propuesto descubrir en buena hora.

En una de sus crónicas noveladas, se refiere al corazón del general Ricardo Gaitán Obeso, a la víscera cordial de un gran revolucionario, confiada por un azar del destino al ilustre jurista Simón Bossa, abuelo materno del escritor. En sus agitadas mocedades vio Álvaro con horror infantil, la urna que contenía el corazón de Ricardo Gaitán Obeso.

La urna fue guardada con celo y riesgo en la época de la hegemonía conservadora por uno de los pocos hombres que conoció la dignidad en Colombia, una especie de Cid Campeador de la hombría y de la verticalidad liberal.

El corazón de Gaitán Obeso quedó en la ciudad como tributo de la alocada empresa y heroísmo de su dueño. Así como también queda el de Castillo Rada, que rescaté un día entre los papeles de un decanato de la Universidad de Cartagena y que Eduardo Lemaitre, como Rector Magnífico, depositó en el sitio donde debía estar y donde todavía permanece después de larga peregrinación. Es la historia de dos corazones con distintos designios: el de Gaitán Obeso, revivido por Álvaro Angulo Bossa y el de Castillo Rada, biografiado por don Generoso Jaspe y honrado por Eduardo Lemaitre.

Cartagena, enero 30 de 1989

Roberto Burgos Ojeda

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NOTAS LIMINARES

Este libro de carácter costumbrista, el cual se fundamenta en hechos y costumbres de El Cabrero, un barrio cartagenero que tuvo la importancia de haber sido el lugar de residencia de Rafael Núñez Moledo y de su cónyuge doña Soledad Román de Núñez, es hoy un conglomerado social que se encuentra en plena transformación por el sin número de edificios que allí se están construyendo, y por el éxodo de muchos de sus habitantes tradicionales que se han ido hacia otros barrios. Sin embargo, la época a la que se refieren estas crónicas, publicadas en El Universal hace ya más de 25 años, es ya lejana, pues los hechos a los cuales me refiero transcurrieron entre los años de 1940 a 1955. Casi todos los personajes aquí mencionados ya se encuentran en el lugar del no retorno, o en el más allá. Los nombres de los personajes son los verdaderos, y los hechos aquí narrados también son ciertos pues ocurrieron en la vida real.

Esta segunda edición, aumentada y corregida, la he llevado a cabo porque fue mi primer libro publicado en el siglo pasado, concretamente en 1989, es decir, hace más de 23 años. Aunque hoy estoy dedicado a escribir sobre la historia de Cartagena, estas crónicas tienen para mí el valor de haber sido escritas sobre personajes de aquella barriada cartagenera, a quienes conocí y traté. Son cuadros al carbón que reflejan las costumbres de personas sencillas, las cuales no participaron en actividades políticas de ninguna naturaleza.

Sin embargo, con ellas trato de comprobar que en nuestro conglomerado la discriminación racial y social estaban en un segundo plano, debido a que sus moradores pensaban que, a pesar de ser una realidad social, en términos generales practicaban una especie de igualdad en algunos aspectos; por ejemplo, la casa de don Carmelo Cruz era visitaba frecuentemente por humildes pescadores y deportistas, quienes disfrutaban de finas atenciones de parte de sus dueños. Igualmente podríamos decir sobre la de don Miguel Antonio Brid, un hombre que a los 70 años recibía en su casa a jóvenes y adolescentes amigos de su hijo Fredy. También él se convertía en nuestro amigo y consejero, y nos refería historias de su vida pasada.

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Don Samuel Juliao, a pesar de ser en aquellos días un octogenario bueno y feliz, aún creía en el amor y tocaba su tiple en honor de Josefina, una solterona, también buena y feliz. Con él departíamos frecuentemente sobre la vida y las historias familiares de Cartagena.

En fin, en este librito encontraremos estampas de un líder liberal, ejerciendo política liberal, pero fundamentándose en la ideología marxista leninista.

Y, ¿por qué no decirlo...?, nos hallaremos también frente a un respetable torero de ficción que ejerció su arte en becerradas, en los clubes sociales y a veces desde el balcón de su casa cabrerana.

Sin embargo, encontraremos a un grupo de bohemios juveniles, quienes nos dedicábamos en las playas de Marbella a llevar serenatas a las turistas, y en algunas oportunidades a parrandear en el barrio o fuera de él. En todo caso, en estas añoranzas se describen muchos pasajes de nuestra adolescencia y juventud, que bien podrían ser analizados para compararlos con los de la adolescencia y juventud actual.

Como hemos dicho con anterioridad, lo aquí descrito es el reflejo de una época lejana, la cual, sin embargo, aún es recordada por quienes participamos en ella. A pesar de que muchos de los protagonistas de este anecdotario ya se han marchado hacia el más allá, mientras viva jamás dejaré de recordarlos. Por lo anterior quiero mencionar el nombre de algunos de ellos: Carlos Facio Lince Bossa, Armando Noriega Patrón, Guido y Alfredo Benedetti Ibarra, el Maestro Adolfo Pareja Jiménez, Benjamín Martínez Ibarra, y muchos otros cuyos nombres por el momento se me escapan. Que yo recuerde, aún me acompañan en la existencia Francisco (Pacho) y Eduardo Camacho Castillo, lo mismo que Fredy Brid, Teodoro Riaño Martínez (El inolvidable “Teo”), Horacio y Chilipa Martínez, y Jorge Martínez, quienes residen en Bogotá. Además Tomasito Benedetti y su hermana Noris, y Gloria mi hermana menor, quienes aún están con nosotros, lo mismo Rosita Noriega.

Queda, pues, en manos de mis lectores un juicio justo sobre éste compendio costumbrista de un barrio cartagenero. Aunque Cartagena tiene en su pasado

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un gran número de personajes que servirían para un libro más extenso, el cual ya publiqué en 1999, para complacer a muchos, próximamente lo llevaré nuevamente a la impresión ya corregido y aumentado. El prólogo escrito por el Maestro Roberto Burgos Ojeda, mi ex profesor y Expresidente de la Academia de la historia de Cartagena, de la cual hoy soy su Miembro de Número, me enaltece por muchísimas razones.

ALVARO ANGULO BOSSA,

Cartagena, febrero de 2013

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INTRODUCCIÓN

EL AUTOR DE ESTE ÁLBUM A LOS 13 AÑOS DE EDAD

En la foto de al lado aparecen, de izquierda a derecha, sobre la baranda de la terraza de Villa Raquel, Álvaro Angulo Bossa, autor de estas añoranzas, y su mascota “Pupi”, y Marcos Martínez de Aparicio, un amigo de antaño. La foto fue tomada en 1947, cuando Álvaro tenía apenas doce años. Según él, al amigo de la foto no lo ha vuelto a ver desde hace más de 50 años.

Era la época del juego de la tapita y de la bolita de caucho. La honda, ese instrumento para lanzar piedras,

que tiene en sus manos Marcos Martínez Aparicio, era el arma utilizada por los adolescentes para cazar “lobitos” y pájaros. Esas armas, según el autor, “nunca las utilizamos para matar mariamulatas ni pitirres, esos pájaros que abundaban en Marbella”.

En la parte posterior a la baranda donde están sentados, existía un patio lleno de cangrejos y de matas de lirios blancos y olorosos. Allí había un enorme almendro que daba fresca sombra al corredor. Aquel árbol

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sobrepasaba el techo de la casa; de manera que era muy fácil y placentero subir al tejado para mirar el panorama de los alrededores. “No olvidaré jamás desde lo alto”,- nos dice el autor en una crónica “al edificio de la Clínica Vargas, situada en el barrio de Torices, y al Circo Teatro en los confines de San Diego, escondido detrás de las murallas. El edificio Ganem de la calle de la Universidad también hacía parte del panorama cartagenero, lo mismo el Castillo de San Felipe de Barajas que se hallaba casi en ruinas. Ya el edificio Andian, construido por una compañía extranjera en la emblemática Plaza de la Aduana también se hallaba en pie.

MIS ABUELOS MATERNOS: SIMÓN BOSSA PEREIRA

Mi abuelo fue un importante abogado político, y Jefe del Partido Liberal, en alguna oportunidad. Ocupó importantes posiciones, como Presidente de la Convención Liberal de Ibagué en 1922.

En cierta oportunidad fue postulado también como candidato presidencial en 1918, lo cual no aceptó por considerar que no se daban las condiciones

para tal aspiración. En varias oportunidades le fueron ofrecidas algunas postulaciones tales como candidato a la Corte Suprema de Justicia y al Consejo de Estado, pero como era un hombre fiel al ejercicio de su profesión y a la política, no aceptó ninguna de ellas. Fue jefe del liberalismo en Bolívar, creando así una poderosa fuerza bautizada por el pueblo con el nombre de “Bossismo”, liderada por él y su hijo Simón Bossa Navarro y otros importantes políticos de Bolívar, tales como José Santos Cabrera, Aníbal Badel, Donaldo Badel, Efraín Del Valle, Nicolás Múnera y posteriormente por jóvenes jefes como Jaime Angulo Bossa, Simón Bossa López y otros cuyos nombres se me escapan.

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Simón Bossa Pereira nació en Arjona en 1863, y murió a los 87 años en 1950 de una grave enfermedad en Cartagena. Durante su vida fue Masón Grado 33, y Jefe de la Masonería en la región. Actualmente existe la Logia Simón Bossa en la calle San Juan de Dios, efectuándose allí importantes ceremonias en su memoria.

RAQUEL NAVARRO VELEZ

“Mamá Raque”, así la llamábamos sus nietos. Era una hermosa y feliz septuagenaria, a quien mi abuelo mimaba a todas horas. Sin embargo, sufría de una penosa enfermedad contraída durante la guerra de los mil días en las cuevas de Mahates, donde nuestro abuelo, (Papá Simón) había establecido los cuarteles de las tropas liberales que allí acampaban. La enfermedad le afectó el

estómago, de tal manera que su comida era seleccionada entre los mejores y más sanos alimentos: arroz con leche, carne de pollo o de gallina, sopas de verduras, etc. Además, sufría de reumatismo lo cual le obligaba a caminar pausadamente por su excesivo peso corporal.

Era hija de don Tomás Navarro Sarabia, un personaje cartagenero quien fungió como administrador del Mercado Público de Cartagena y posteriormente como Alcalde de la ciudad. Su madre fue Anita Vélez De Janón, casada con Don Tomás Navarro Sarabia. Ella era nieta de Pedro Romero, el líder cubano que luchó por la Independencia de Cartagena.

Mamá Raque sobrevivió tres o cuatro años a Papá Simón, pues murió de cáncer en 1954. En un reciente libro sobre la familia, relato así su muerte:

“Nunca podré olvidar a mis 18 años, el día de la muerte de “Mamá Raque”. Unos tres años después de la muerte de “Papá Simón”, por allá en 1953, ya viviendo en la casita de al lado, también propiedad de la familia, no se me

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olvidará jamás que acostada en su cama, quejándose, decía padecer terribles dolores en su cuerpo. Estando las tres tías y mi madre, Andreita y otras personas en su alcoba, alrededor de su lecho, observamos con espanto que una mariposa negra se posaba en la pared.

Indudablemente, pensamos que ya la muerte anunciaba su presencia y venía por ella. Todo aquello sucedía en horas del mediodía, y como pude me colé hasta la cabecera de su cama, y me aferré a su mano derecha, pidiéndole con cariño que no se fuera. Se la apreté hasta que cerró sus ojos y en medio de un profundo suspiro falleció. Ella había sido la fiel compañera de mi abuelo durante su vida, y en la guerra de los mil días, en las cuevas de Mahates, donde por la mala alimentación había adquirido una enfermedad estomacal que la torturó toda su vida…”1

JULIA BOSSA NAVARRO, MI MADRE

Ella nació en Cartagena en 1898. Era la mayor de las hijas de Simón y Raquel, y estudió bachillerato y piano en la escuela de música de Simón J. Vélez. Contrajo matrimonio con César Angulo Benedetti en 1823, matrimonio del cual nacimos 7 hijos: Cecilia, Jaime, Julio, Roberto, Rebeca, Álvaro y Gloria. Hoy estamos vivos los tres últimos. Al morir nuestro padre en 1940, la familia residía en Turbaco, pues él desempeñaba el cargo de Gerente de la Fabrica de Licores de Bolívar, que en aquel entonces estaba situada en Turbaco.

A nuestra madre le llegó la viudez a los 45 años de edad, y por ello se trasladó a casa de su padre con sus 7 hijos. Allí, en Marbella recibió la debida protección de su progenitor.Afortunadamente no quedamos desamparados.

MI PADRE: CÉSAR ANGULO BENEDETTI, FALLECIÓ EN 1940, CUANDO YO APENAS TENÍA 4 AÑOS

Nació en Barranquilla en 1890, del matrimonio celebrado entre José Manuel Angulo Ruiz y Cleofe Benedetti. Murió accidentalmente a los 50 años en Turbaco el 19 de febrero de 1940.Sus hermanos fueron: Manuel Antonio, casado con María del Socorro Passos, y Carlos Angulo Benedetti con Cleofe Benedetti. Los hijos de estos matrimonios fueron: Daniel, (médico)… Alberto (abogado)… Tico (médico)… José Francisco (gallero), y Alcides… Angulo Passos (abogado). Los hijos de Carlos Angulo Benedetti fueron: Cleofe, Leticia

1 Añoranzas de Villa Raquel, pág.9

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y Carlos Angulo Benedetti. Estos primos hermanos ya fallecieron. De todos ellos, con quien el autor de este libro tuvo una relación más estrecha y afectiva fue con Alcides Angulo Passos. De él recibimos la ayuda de una beca para estudiar en el internado del colegio de la Esperanza en 1951, y más adelante, en 1957, me consiguió un empleo como Escribiente en la Inspección Central de Policía que me permitía estudiar derecho. Al graduarme, me llevó a ejercer la profesión con él en sus oficinas del Banco de la República en 1967, donde estuve hasta 1976.

EXODO DE LA FAMILIA HACIA MARBELLA

Al morir nuestro padre en 1940, mi madre y sus siete hijos emigramos a la casa de nuestro abuelo materno en Marbella, pues él le manifestó que nos daría la debida protección. Allí habitaban mis dos abuelos, cuatro tías solteronas, y dos tíos. De manera que con nuestra llegada, la casa tuvo que resistir 14 habitantes y la servidumbre, integrada por Chola, la cocinera, Amelia, Andreita, el ama de llaves de mi abuela y Etelvina, la linda nieta de Chola.

JULIA BOSSA VDA. DE ANGULO

En la foto, a la derecha, observamos a nuestra madre, Julia Bossa Vda.de Angulo, cuando preparaba un suculento plato en casa de la familia Benedetti Ibarra.

A su izquierda la acompaña con un mortero en su mano derecha, María Ibarra de Benedetti, madre de la familia Benedetti Ibarra.

En esa época, 1962, mi madre tendría unos sesenta y cinco años de edad.

Ella murió de 69 años, es decir, unos cuatro años después de tomada esta fotografía.

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ERASE UNA VEZ UN JOVENCITO CABRERANO

Erase una vez un jovencito cabrerano, que interpretaba muy bien las timbas, las maracas y los bongós. En materia de percusión era la gran sensación y, de vez en cuando, como buen caribeño, tratando de variar su afición musical, se deleitaba tocando la violina.

Cuando se dirigía al Colegio de la Esperanza, el cual aún recuerda con sentimentales añoranzas, cruzaba por el malecón y la Tenaza, y en medio de la soledad de la mina, entonaba la violina con singular cadencia latina.

A veces, acompañado de “Achín” Matos, un flaco cabrerano y de Tomás Aguilar, un estudiante morocho a quien el profesor Egel jamás pudo rajar, tumbaba cocos en la playa, lanzaba piedras a las garzas y se extasiaba cuando veía caer las atarrayas sobre el mar.

Por aquellos días no existía la famosa salsa, pero sí había algo superior a esa extraña mezcla de música gringa y antillana: la guaracha cubana, el son

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montuno y nuestro porro, y de vez en cuando la “Ola Marina” de Cascarita y su famoso “Cochero”, y el mambo de Pérez Prado.

Un sábado en la noche, después de un prolongado paseo en coche, el jovencito cabrerano y sus amigos se dedicaron a “cachaquear” y a tocar sus instrumentos muy cerca del hotel Miramar. De repente, a la medianoche, al maestro Adolfo Pareja, el famoso “Maestro”, un pichón de médico quien hacía el año rural en Marialabaja, experto intérprete del acordeón piano, propuso recorrer extensos caminos hacia la orilla opuesta del lago de El Cabrero. Así seguimos hacia Torices, con el objeto de adquirir licor y dar serenatas.

El problema radicaba en que la señora mamá del jovencito cabrerano- un mozalbete de 16 años- no le permitía a su hijo llegar a altas horas de la noche. En vista de lo cual, el Maestro Adolfo Pareja constituyó caución de buena conducta ante la progenitora del “bongoserito” cabrerano.

Así las cosas, iniciamos nuestro recorrido desde Marbella y cruzamos el puente Olaya Herrera. Al llegar a Torices nos instalamos en el famoso “Cali bar”, un establecimiento de mala muerte.

Allí, después de acallar con nuestro ritmo un chillón y bullanguero traganiquel, interpretamos alegres melodías. De repente apareció un policía embriagado, y éste en medio de su borrachera nos exigió llevarle una serenata a su mujer en el barrio de Canapote…

No tuvimos más remedio que acceder a las pretensiones del romántico agente del desorden, y nos encaminamos a Canapote para complacerlo. Allí tocamos hasta la madrugada.

A las tres de la mañana, cuando el grupo regresaba a pie con el jovencito cabrerano en hombros, como el torero Silverio Pérez, su madre se alarmó y juró no darle más permisos para salir nuevamente con el Maestro Pareja. El grupo musical estaba integrado por Adolfo Pareja, Carlitos Facio Lince Bossa, Guido Benedetti, Alfredito Benedetti, Armandito Noriega, Rafita Puello y el famoso bongoserito cabrerano. Los únicos que aún estamos vivos somos: Rafita Puello y el jovencito cabrerano.

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FACHADA DE LA CASA DE RAFAEL NÚÑEZ, FRENTE AL PARQUE APOLO

Nunca podré olvidar mi ruta para ir al colegio: por aquí pasaba todos los días a pie en mi camino rumbo al colegio de la Esperanza, y a veces me detenía en el parque para tumbar almendras y partir coquitos.

Sin embargo, muchos años después, aquí, frente a la casa de Rafael Núñez, y sentados en su estatua del parque Apolo, en 1957 un grupo de estudiantes de derecho en las noches de plenilunio, analizábamos la Constitución de 1886. Aquel grupo estaba integrado por Teodoro Riaño Martínez, Alfredo Aldana Miranda, Carlos Martínez Simahan, Jesús López Alarcón, y Pablo Herrera Merlano. Aquello ocurría en el año de 1957, cuando apenas cursábamos primer año de derecho, y yo apenas cifraba 21 años.

Muchos años han pasado desde que la familia llegó a Marbella para recibir la protección de nuestro abuelo.

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PLAYAS DE MARBELLA

En estas hermosas playas de El Cabrero y Marbella, infinidad de veces los muchachos jugábamos a la bolita de caucho y al bate de tapita. Aquí, con mucha frecuencia, competíamos al “mejor bateador”, tratando de batear más lejos las piedras o chinas lanzadas al aire por nosotros mismos.

Y, ¿por qué no decirlo?, en ellas, con terror en una época presenciamos cuando los tiburones atacaban a los indefensos bañistas y los despedazaban para darse tremendo hartazgo. Aquello sucedía en 1950, y fueron muchas las víctimas de aquellos feroces ataques.

Pero, finalmente, a la edad de quince años, en estas playas estampé mi primer beso a mi noviecita Hortensia, estando sentados en un bote surto en la playa. Pero las playas en aquella época no se hallaban como en la foto, pues recientemente realizaron ciertas obras para ampliarlas y proteger la carretera, la cual era de una sola vía y no de doble calzada como se ve en la imagen. A excepción de algunos edificios, las casas son las mismas que existían hace 60 años o más en nuestro barrio.

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ERMITA DE EL CABRERO

Aquí en esta iglesia, diagonal a la casa de Rafael Núñez, al lado del parque Apolo, construida por doña Soledad Román de Núñez, desde niño vi salir muchas procesiones de la Virgen de las Mercedes, la Patrona de nuestro barrio, las cuales se celebraban a finales de septiembre de cada año.

En esta pequeña iglesia, también los novios adolescentes nos citábamos furtivamente con nuestras pequeñas noviecitas de entonces, pero en todo caso, allí asistí por primera vez a misa.

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CAPITULO PRIMERO

“VILLA RAQUEL”, la casa de mis abuelos, hoy en ruinas y en manos de terceros

Mi vida apenas empezaba cuando llegamos a “Villa Raquel”, la casa de mis abuelos maternos en Marbella, barrio de El Cabrero de Cartagena, situada en la avenida de El Lago. Era la casa solariega del abuelo, bautizada con el nombre de mi abuela, y construida en 1925 en una esquina frente al laguito de El Cabrero. La rodeaba el esplendor del ardiente sol, reflejado en un laguito pletórico de peces, garzas, pisingos y chorlitos. El inmueble aún está allí casi destruido por el paso del tiempo. Al llegar, el ambiente anterior me indicaba que allí todo sería claro para mí en el futuro, y que la inmensidad del mar, bajo el ritmo constante de sus olas sobre las tibias arenas de la playa, orientaría en adelante mi existencia. Turbaco, mi pueblo natal, había quedado atrás; mi padre, por un absurdo accidente que para siempre marcó nuestras vidas, había dejado de existir a los cincuenta años. Yo cifraba entonces cuatro de nacido, y mi hermanita Gloria sólo dos, aún no entendíamos que de allí en adelante tendríamos que

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enfrentarnos a la vida sin su protección; a nuestra edad, no comprendíamos que la autoridad paterna es el eje de una familia. Sin embargo, en medio de la tragedia y como legado de Dios, en Villa Raquel

nos recibieron nuestros abuelos maternos, quienes, desde nuestro triste y

forzado asilo, nos otorgaron a mí y a mis seis hermanos y, en especial a Gloria, apenas de dos años, la gran protección que la muerte de nuestro padre se había llevado consigo. Al principio todo se circunscribía a la vida cotidiana: comer para vivir, dormir y continuar durante el día con las travesuras propias de la edad. Simón Bossa Pereira, nuestro abuelo, creía firmemente en los principios de la unidad familiar, y consideraba que la familia es la más importante célula de la sociedad. Cuando llegué allí él tenía 77 años, pues había nacido en 1863, época de la Convención de Rionegro, cuna del radicalismo liberal. De andar pausado y lento, me llamaba la atención su imponente figura trajeada de lino blanco. Al regresar de su oficina de la calle de La Moneda, Alberto Matos, su conductor personal, le ayudaba a subir las escalinatas de la amplia terraza. Inicialmente se quitaba la chaqueta y el chaleco, se calzaba unas cómodas babuchas, y tomaba asiento en una poltrona especial para esperar allí el almuerzo. Así, sin exagerar, se cumplía diariamente el ritual del retorno de mi abuelo. Nadie se sentaba a la mesa antes que él, esperábamos con paciencia a que le pusieran una especie de babero para que el viejo no ensuciara la bata.

UN NUEVO MUNDO

Su imponente figura inspiraba respeto: a sus 77 años, en su diario trajinar, la vida del abuelo todavía se circunscribía al ejercicio de su profesión de abogado y a la conservación de aquellos principios que representaban para él un gran respeto por el núcleo familiar. No concebía la ordinariez ni la vulgaridad; todo lo contrario, creía en la existencia de un engranaje social en donde todo debería estar regido por el Gran Arquitecto del Universo, que representaba la equidad y la justicia (GADU).2 Su vestido de lino blanco, con cuello de pajarita y corbata negra, y su sombrero de fieltro gris, enmarcaban su fornido cuerpo que a su edad no bajaba de 1.75 metros de estatura; sus canosos cabellos y bigotes,

2 Sigla que se utiliza en masonería para designar a Dios.

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humedecidos por el sudor del mediodía, al regresar de su oficina le daban el aspecto de una respetable y procera figura emergida de un histórico pasado. A pesar del caluroso clima, debajo de su chaqueta usaba un chaleco adornado con una leontina de plata, de la cual pendía su reloj “Ferrocarril de Antioquia” que guardaba en el bolsillo inferior derecho del chaleco. En el transcurso de diez años, observé su rápido envejecimiento hasta fallecer en 1950, a sus 87 años. Recuerdo que sentado en su poltrona, me ponía como tarea leerle los titulares de El Tiempo, y me ordenaba detenerme en la noticia que más le interesaba. En esa misma poltrona de mimbre, bien temprano lo sacaban al patio para recibir su baño de luz solar ordenado por el médico, doctor Hernández Franco. Así, poco a poco, se fue apagando el abuelo hasta fallecer diez años después de habernos dado a mi madre y a todos sus nietos, la protección que por fuerza mayor no pudo darnos nuestro padre.

COMO TERESITA ALCALÁ…AQUELLA POBRE VIEJECITA DEL TUERTO LÓPEZ

“Yo era niño, muy niño. Tú llegabas, viejita, cucaracha de iglesia, por la noche a mi hogar. Te hacía burlas…y siempre mi mamá, muy bonita y

muy dulce, te daba más de un cachito de pan…”

LUIS CARLOS LÓPEZ

Como Teresita Alcalá, aquella pobre viejecita de Luis Carlos López, quien siendo éste apenas un niño, se presentaba a su hogar en busca de un cachito de pan, así mismo llegaba Gabina donde mi abuelo todos los días a las cinco de la tarde.

En medio de la bruma de los recuerdos, como en un sueño, observo que Gabina se acerca primero al retrato de mi tío prematuramente fallecido, situado sobre su propio mueble en un rincón de la sala y estampa un beso de amor sobre aquel retrato de incalculable valor familiar. Luego, Gabina se desplaza silenciosamente como un robot, sin levantar los pies del suelo hasta la poltrona donde el abuelo se halla descansando, y de rodillas besa su mano cariñosamente. Él, ya cansado y viejo, la levanta con ternura y mecánicamente le regala una monedita. Finalmente, después de culminar aquel ritual de veneración, Gabina se dirige a la cocina en busca de los

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alimentos con la complicidad de Chola, la cocinera, la abuela de Etelvina, la linda negrita con quien hice el amor por vez primera detrás de un escaparate.

La anterior escena la presencié infinidad de veces, y, sin exagerar, se repetía diariamente en forma cronométrica.

Gabina era descendiente de una familia de esclavos. Prefirió quedarse en un mundo moderno de esclavitud, en vez de ir a probar suerte, como sus hermanos, a tierras y campos desconocidos. No entendía la noción de la libertad, no comprendía que el yugo de sus cadenas había dejado de existir, ni pensaba que era libre y que ya no estaba obligada a arrodillarse ante otras personas.

RETRATO DE MI TÍO SIMÓN BOSSA NAVARRO

Gabina residía en la Boquilla, un caserío habitado por descendientes de esclavos; y por las mañanas recorría de a pie hasta El Cabrero, aquella gran distancia capaz de agotar a una joven atleta en la plenitud de sus facultades físicas. En la tarde, después de visitar a “Villa Raquel”, regresaba nuevamente a la Boquilla, sin embargo, a veces pernoctaba en Cartagena donde sus bisnietos. Ejercía un oficio que hoy se encuentra en vías de extinción: componedora de pies y manos descompuestas. Con ungüentos a base de aceites de pescado, mentoles y de

extraños rezos, daba profundos masajes en las partes afectadas, y así solucionaba un problema traumático mejor que los especialistas de aquellos tiempos.

FOTO IMAGINARIA DE GABINA (Tomada de Google)

Gabina se instalaba en casa de sus descendientes, situada en la calle Real de El Cabrero. Allí vendía postas de pescado con bollo limpio. La gente le calculaba cien años, y cuando alguien le preguntaba por su edad, contestaba que había perdido la cuenta,

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y que tan sólo sabía, ya que así lo presentía, que estaba próxima a marcharse de este mundo.

Ella misma pregonaba, sin que nadie se lo preguntara, que su muerte ya había sido anunciada por el tiempo.

Gabina era la clásica estampa de la Cartagena de antaño: su estatura no excedía de un metro con cincuenta centímetros, y permanentemente vestía con un traje negrito de amplias polleras, adornado con dibujos. Como dato curioso, no conocía los zapatos. Su cabello, canoso, corto y duro lo cubría con una especie de pañoleta negrita para que la brisa no la despeinara. A veces, cuando no usaba pañoleta, lo amarraba con sólidos cachumbos para que la brisa no la despeinara. A la brisa marina le era imposible despeinar se férreo peinado de esclava.

El color de su piel era negro, apergaminado y casi transparente debido a que casi siempre estaba expuesta a los rayos solares. Era ñata y desdentada, sin embargo muchas veces la vi masticando sin ninguna dificultad el quemado, eso que en Barranquilla llaman “cucayo”. Fumaba tabaco con la candela por dentro, y juraría que nunca la oí toser como a los fumadores afectados de cáncer. No exagero al afirmar que poseía una extraña vitalidad; quizá aquello podría atribuirse al pescado, base principal de su alimentación.

Jamás olvidaré su diminuta figura en medio de la playa blanca: semejaba un punto negrito en movimiento, acariciado por aquel mar azul de cielo. Sin embargo, no siempre la tristeza la acompañaba: en aquella época las fiestas del Once de Noviembre se realizaban en las playas de Marbella, y cuando la cumbia se prendía, ella era la primera en empinarse un trago de ron blanco.

Y, seguidamente, portando en su mano izquierda una vela encendida, agarraba con la derecha sus largas polleras, al son de gaitas y tambores, y con su ritmo lento, cadencioso y bien marcado, giraba sobre su cuerpo con

sorprendente agilidad-.

EL BAILE DE LA CUMBIA EN LAS PLAYAS DE MARBELLA

Así se bailaba la cumbia en Marbella, con espermas y ron blanco. El Once de Noviembre, como a las seis de la tarde, se iniciaba el desfile

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de gaiteros, tamboreros y danzarinas, cada una de ellas con una vela para ser encendida al inicio del baile.

Y, así, al compás de las olas del mar, y del lamento de la cumbia, los pescadores y visitantes iniciaban aquella danza con olor a ron.

Poco a poco comenzaba una rueda danzante para dar lugar al rito de la cumbia, aquella danza legendaria de los primeros pobladores de estas tierras caribeñas.

La timba hembra revoloteaba en la playa, mientras el llamador, sin micrófono alguno, animaba el ritmo hasta los confines de la noche.

Sin exagerar, así era la cumbia en mi Marbella del alma. Desde lejos solíamos escuchar el golpe intermitente de la tambora, adornada por la gaita y la flauta de millo y.

La tambora hembra esperaba a que el llamador se pronunciara para continuar su redoble ensordecedor.

Mientras tanto, las parejas en un círculo alrededor de una hoguera, iban danzando con los pies casi pegados a la arena. Como decía un célebre historiador andino, quien afirmaba, después de haber visto bailar la cumbia por los campesinos del río Grande de la Magdalena:

“La cumbia es un baile que refleja la inmovilidad en el movimiento”. Sin despegar los pies del suelo, la pareja se desplaza al compás de un ritmo cadencioso y constante.

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CAPITULO II

EL CORAZÓN DE RICARDO GAITÁN OBESO

UN CORAZÓN EMBALSAMADO

La biblioteca del abuelo colindaba con el cielo raso de una de las alcobas

de “Villa Raquel”, aquel caserón bautizado con el nombre de mi abuela. En

un rincón de la biblioteca había una misteriosa urna de cristal, de la cual yo

imaginaba percibir todos los días, a las doce en punto de la noche, un destello

de luz semejante al del Sagrado Corazón de Jesús.

Dentro de aquella urna era guardado un corazón humano disecado. Se trataba

del corazón del General Ricardo Gaitán Obeso, un joven combatiente del

radicalismo liberal.

Desde muy niño me acostumbré a la presencia de aquel misterioso objeto: su

tamaño era como el de un puño cerrado, y se conservaba sostenido por una

especie de asta metálica dentro de la urna. Confieso que en más de una

ocasión sentí miedo; pensaba que su dueño regresaría del más allá para

colocárselo nuevamente en el pecho, y que empuñaría su sable para abrirme la

cabeza en dos. Pero no fue así, con el tiempo pude convencerme que se trataba

de un corazón amigo, que en vida había servido para bombear la sangre

revolucionaria de un valiente jefe del radicalismo liberal, y que aquella luz

que emanaba de la urna, quizás era para iluminarme el sendero que conduce

hacia la ideología liberal. Al pie de la urna podía leerse la siguiente leyenda:

“...Morir en un campo de batalla, morir en una prisión; morir en un

cadalso o en playas extranjeras; todo es morir por la patria, y esa es mi

mayor, mi más constante aspiración... “

(Ricardo Gaitán Obeso)

¿Cuándo y cómo llegó aquella víscera histórica a la biblioteca de Simón

Bossa? La respuesta es muy sencilla: cuando el general murió encarcelado en

Panamá, al practicarle la autopsia le extrajeron el corazón, que fue depositado

en aquella urna entregada al general Manuel Santodomingo Navas, quien, a

su vez, poco antes de fallecer, encargó a mi abuelo de su custodia, a la sazón

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en Panamá, para que lo trajera de regreso a Cartagena, la ciudad que le

proporcionó histórica derrota.

Gaitán Obeso fue acérrimo enemigo de la llamada política de “Regeneración o

catástrofe” de Rafael Núñez, y como comandante del ejército rebelde se tomó

a Honda en 1885, seguidamente se apoderó de todos los puertos del río

Magdalena hasta llegar a Barranquilla. Desde allí organizó el ataque contra

Cartagena hasta lograr tomarse el cerro de La Popa y el Castillo de San

Felipe.

Mantuvo sitiada a la ciudad durante 71 días, hasta el 7 de mayo de 1885, tres

meses después de haber sido apresado mi abuelo por ser hijo de José Manuel

Bossa, un viejo jefe del radicalismo bolivarense, de quien se sospechaba haber

estado envuelto en la revolución. Esta actitud hostil del gobierno de Núñez,

hizo que el abuelo, recién graduado de abogado en 1885, se fuera a ejercer su

profesión a Panamá, en compañía de su profesor Eloy Pareja. Por aquellos

días una compañía francesa había iniciado la construcción del famoso canal.

Pero volviendo al sitio de Cartagena, un error estratégico que consistió en

pretender tomársela de noche y por mar, costó a Gaitán Obeso una derrota con

más de 500 muertos, sobretodo porque los soldados atacantes eran del interior

del país, y desconocían los misteriosos secretos del mar. Más adelante

veremos que aquella derrota tiene relación con la traición de un coronel de

nombre Adolfo Rangel.

UN CORAZÓN RADICAL

Ya en la madurez de mi existencia, me he puesto a

cavilar sobre las ironías del destino: el corazón del

joven guerrero radical descansó por más de

cincuenta años en la biblioteca de un hombre de

leyes, y en la ciudad que no pudo conquistar. El

custodio de aquel corazón, a pesar de haber

formado parte del ejército liberal en la guerra de

“Los mil días” de 1899, fue posteriormente un

pacífico Jefe liberal hasta su muerte en 1950.

Como si lo anterior fuera poco, a pocas cuadras de

su morada, en la Ermita de El Cabrero, Rafael

Núñez, su eterno enemigo, también dormía el

sueño eterno.

Por último, quiero explicarles a mis amables

lectores, que los aficionados a las investigaciones

históricas, no inventamos la historia, tan sólo

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debemos atenernos a lo que surja de los documentos y libros antiguos donde

ella está escrita, y a las pesquisas que logremos entresacar de sus laberintos.

La que hoy iniciamos, no es una historia de ficción, corresponde a la realidad

de lo que en parte vivió su autor, de allí surgió nuestra inspiración para

transmitirla a quienes se interesen por estos hechos.

Considero que ellos son fundamentales para entender más a fondo lo que han

sido las dos historias políticas de Colombia: la del federalismo, o sea la del

Olimpo Radical de 1863, y aquella que surgió en 1886 con Rafael Núñez a la

cabeza, que estableció el centralismo y culminó en 1930, cuando el partido

liberal colombiano retornó al poder con Rafael Olaya Herrera como Presidente

de Colombia, y en 1936, durante la presidencia de Alfonso López Pumarejo,

se logró aprobar la reforma constitucional de 1936. De 1930 a 1945, ya

transformado por los años, y totalmente renovado, gobernó el Partido Liberal

con las nuevas teorías económicas y el Intervencionismo de Estado. La

función social de la propiedad, todo ello sumado a la enseñanza obligatoria y

gratuita en las escuelas del Estado. Surgieron derechos sociales y la existencia

de los sindicatos con funciones previamente establecidas en las leyes con el

derecho a la huelga.

En efecto, al surgir la Constitución de 1886, el sistema centralista se abrió

camino en nuestra patria, pero al retornar el liberalismo al poder en 1930,

dentro de ese centralismo, hubo cambios estructurales y, como consecuencia

de ello, el Estado colombiano se modernizó y dejó de ser individualista, para

convertirse en un Estado social de derecho. La Constitución de 1886 fue

reformada en varias oportunidades, pero las reformas más importantes fueron

las de 1910, 1936, 1945, 1957, 1968 hasta ser reemplazada en 1991. Como

dice Jorge Orlando Melo, “…paradójicamente sobrevivió porque en la medida

en que era reformada, dejaba de ser la misma.”

ASPECTOS DE LA CASONA

EL LAGUITO

Aunque la casona de los abuelos no estaba situada en una colina “barrida por los vientos”, como la casa del viudo de Siux, descrita por GABITO en “Crónica de una muerte anunciada”, y tampoco desde allí pudiera dominarse el “bello panorama de las ciénagas cubiertas de anémonas doradas”, desde su amplia terraza sí gozábamos de un amplio panorama del laguito de El Cabrero, el cual, desde aquel entonces ya empezaba a morir sobre sus quietas aguas.

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La luz de la luna permitía que en el lago, que semejaba un espejo, se reflejara, en la penumbra de la noche, la solitaria imagen de un pescador al lanzar la atarraya desde su bote. El silencio era interrumpido por el chapoteo de un cardumen de muchos peces: mojarras plateadas, barbudos, pargos rojos, lebranches, macabíes, pipones y hasta agujetas. Cubierta de ladrillos rojos, Villa Raquel tenía una gran terraza con techo de dos enormes columnas; la sala y el comedor eran divididos por una gran arcada. Sus seis alcobas de treinta metros cuadrados cada una, albergaban a más de veinte habitantes; recuerdo que transcurrían varios días sin vernos unos con otros en horas distintas a las del mediodía o de la noche, pues todos estábamos obligados a reunirnos alrededor de la mesa durante el almuerzo y en la cena. En cuanto a su ubicación, recuerdo que a la izquierda, entrando, había un callejón con muchos hoyos de cangrejos, y un gigantesco almendro que invitaba a la siesta profunda del mediodía.

En el patio, cerca de la puerta que comunicaba con el comedor, se levantaba una hermosa y frondosa mata de bonches rojos, cuya sombra refrescaba todo el corredor con sus baldosas de raros dibujos. Dos antiguas consolas, recostadas a la pared, sobre las cuales descansaban sendos espejos de cuerpo entero, lujosamente enmarcados, adornaban la sala. Sobre una de las mesas de la consola izquierda, se hallaban las Tres Gracias, esculpidas en mármol blanco de Carrara. Aquellas estatuillas de regular

tamaño, luciendo su desnudez, se hallaban abrazadas unas a otras, y eran el espectáculo artístico para visitantes y habitantes de la casona. Jamás olvidaré que mi primo Carlitos y yo, extasiados por la desnudez y belleza de las Tres Gracias, nos disputábamos el amor espiritual de cada una de ellas. Las estatuillas de mármol representaban un sentimiento de juvenil castidad que nos deleitaba en nuestra naciente pubertad. Ellas, en el eterno silencio de su castidad, eran indiferentes ante los requiebros amorosos de dos pelagatos que desconocían el arte de la escultura. Lo cierto es que Rafael Sanzio pintó en Florencia el hermoso cuadro que hoy resulta de corte moderno. Según la crítica, es un cuadro encantador que representa la belleza de la Escuela Clásica italiana.

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De otra parte, había en la sala un gran perro de bronce de color marrón, que parecía cuidar la entrada de la casa con su enorme bocaza. Carlitos y yo lo bautizamos Otelo, en honor a otro de carne y hueso que había fallecido viejo y desdentado. Y en el patio, una garza blanca de carne y hueso, arrugada por lo vieja, alimentada con gusanillos y pececillos “pipones” que pescábamos en la orilla del lago, nos ahuyentaba del patio. Mi madre afirmaba que corríamos el peligro de perder los ojos de un solo picotazo. Detrás de la garza, un grupo de pisingos en estricta fila india, se excitaba chillando durante las horas del mediodía. Mientras tanto, desde la calle escuchábamos los pregones de Clemente el elegante carbonero, quien gritaba: ¡Bonis! Caseritas, ¡Bonis!

Y…más adelante pasaba el Ñato Pon, quien desde su carretilla anunciaba a gritos recoger las basuras para botarlas en el lago o en los montes aledaños.

UN MUNDO DETRÁS DE LOS ESCAPARATES

En cada una de las alcobas había un escaparate de dos lunas con espejos muy finos. Eran colocados esquinados, para formar un triángulo rectangular con la pared. En ese espacio, posterior a los escaparates, existía un mundo mágico que hoy ha desaparecido por la existencia de los closets.

Ese mundo, casi en tinieblas por mí hoy añorado, servía para todo: allí eran guardadas las bacinillas, la ropa sucia depositada en un canasto, vestidos de baño, paraguas, y también unas extrañas bolsas de caucho rojo con mangueras largas. A la manguera de esas bolsas, se adhería una cánula negra de plástico y de mal aspecto. Como en un principio ignoraba para que se utilizaran, en cierta oportunidad, durante mi infancia, me llevé una de esas cánulas a la boca, tratando de succionar o chupar el agua depositada en la bolsa de caucho. Al observarme, mi madre exclamó alarmada: ¡Cuidado, muchacho, no te ensucies la boca con el agua y la cánula de los lavados!

Desde aquel día, el mundo mágico de los escaparates se tornó para mí en un mundo mal oliente y misterioso. Sin embargo, allí detrás, entre penumbras me fumé el primer cigarrillo, y me escondía cuando iban a ponerme una inyección. Allí se refugiaban los vampiros en el día, tenían sus nidos las cucarachas, hacían los perros la siesta y se usaban las bacinillas para orinar en la noche.

En fin, el mundo mágico de los escaparates ha desaparecido por completo, pues nadie podría usar un closet para vestirse allí dentro, ni para fumarse

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una colilla de cigarrillo. Así como las neveras acabaron con los tinajeros, los inodoros con las bacinillas, los abanicos eléctricos con los toldos, y los acondicionadores de aire con el calor de las noches, los closets también acabaron con el misterioso universo que existía detrás de todo escaparate esquinado.

La reducción de los espacios en la arquitectura moderna, ha hecho posible la aparición de los closets empotrados en las paredes. De manera que los escaparates han ido desapareciendo de los inmuebles, lo mismo los llamados Chifonieres, que eran unos escaparates para uso masculino. En realidad, lo anterior hizo desaparecer un mundo mágico que disfrutaban las generaciones anteriores.

ESCENAS COTIDIANAS EN VILLA RAQUEL

La familia estaba integrada por mis dos abuelos maternos. Además, tres tías solteronas: Alicia, Ana Raquel, Regina y María Teresa, esta última separada de su cónyuge, quien residía allí con su hijo Carlitos Facio Lince Bossa, y mi madre Julia Isabel con 7 hijos. Además, tres tíos casados que iban a almorzar diariamente, cuyos nombres eran: Raúl, Augusto y José Manuel.

Pero la población de Villa Raquel aumentaba con el servicio doméstico: Chola, la cocinera, Etelvina, su linda nietecita, con quien hice el amor por vez primera detrás de un escaparate. Además, se hallaba Amelia, ocasionalmente visitada por Toribio, su marido y sus hijos Clemente y Pablo. Allí también habitaba Andrea Hurtado, (Andreita), encargada de atender diariamente a mi abuela, a quien todos llamábamos “Mamá Raque”, y a nuestro abuelo “Papá Simón”. Lo anterior quiere decir que los habitantes de Villa Raquel éramos 18 personas, y una población flotante de seis. Por modo que, como los habitantes de Villa Raquel éramos muchos, las comidas debían servirse en tandas sucesivas. La mesa era de doce puestos, y nadie podía sentarse antes que “Papá Simón”; todos estábamos obligados a esperar la iniciación de la ceremonia de su diaria alimentación, consistente en la colocación de una especie de babero o servilleta para evitar que los alimentos se le derramaran sobre su camisa o pijama. A mí, como era un pequeñuelo de cuatro años, la comida me la daba mi madre, pero a los seis años ya me sentaban en un extremo de la mesa.

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Recuerdo que el hígado de res frito, era una carne que yo aborrecía, hasta el punto de prorrumpir en llanto cuando lo veía en el plato. Mi madre resolvió servírmelo tres días de seguido, hasta que vencido por el hambre, no tuve más remedio que dar buena cuenta de aquella proteína para mí aborrecible. Como resultado de aquella sanción disciplinaria, resultó que con los años la carne de hígado de res, se convirtió para mí en una de las más deliciosas que yo haya probado. El cucayo, la raspa o el quemado, y las tajadas maduras, eran el plato de nuestra predilección, lo mismo que el banano o platanito. A veces servían carne “ripiada”, y molida a la cual se agregaba un huevo frito bastante blando con el objeto de mezclarlo con el arroz. La sopa de hueso era un alimento que no faltaba, lo mismo que una porción de maíz cocido.