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ALBERTO LEIVA PALLARES TODO FINAL TIENE UN COMIENZO: RELATOS

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ALBERTO LEIVA PALLARES

TODO FINAL TIENE UN COMIENZO: RELATOS

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Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta obra, incluida la ilustración de la cubierta, puede ser total o parcialmente reproducida, almacenada o distribuida en manera alguna ni por ningún medio sin la autorización previa y por escrito del escritor.

Copyright Alberto Leiva Pallares, 2018

Título: TODO FINAL TIENE UN COMIENZO: RELATOS Diseño y Maquetación: Alberto Leiva Pallares Portada: Alberto Leiva Pallares

ISBN: 9781717702128 Sello: Independently published

Web: www.todofinaltieneuncomienzo.com Blog: https://albertoleiva.blogspot.com Facebook: @albertelp Instagram: @albertelp

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1.- “Historia de Halloween: James Baker” 2.- “Sangre en el hotel” 3.- “Mi amor” 4.- “Un sucio almacén” 5.- “Nuestro sueño” 6.- “No llores por lo que no tienes, sino por lo que puedes perder” 7.- “El final perfecto” 8.- “Una de zombies” 9.- “La sombra negra” 10.- “Rencor, amor y París” 11.- “Una eternidad contigo” 12.- “Operación mazo de hierro” 13.- “El bar del olvido” 14.- “Animales muertos por los besos de la bella Lucy Dorada” 15.- “Pastel de cables” 16.- “La rutina a paseo” 17.- “Un día tonto” 18.- “Una tarde aburrida” 19.- “Sombra y oscuridad” 20.- “Filtros de espinas con lazos: (3 Relatos)” 21.- “Mi vida, mi hogar” 22.- “El señor del tiempo” 23.- “Mi vida en un momento de tradiciones se complica por momentos hasta que apareciste tú” 24.- “Actos inexplicables en sucesos imprevisibles” 25.- “Tren con destino perdido” 26.- “Te conozco desde siempre pero no sé quien eres” 27.- “La experiencia de la vida” 28.- “Días grises, días felices” 29.- “Marmotas en el tiempo” 30.- “Un sucio atardecer de verano” 31.- “Días de gloria” 32.- “Una mañana de septiembre” 33.- “Tú eres Yo” 34.- “Tormenta de Héroes”

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Agradecimientos

Antes de nada quiero darle las gracias a mi familia y amigos que me han dado fuerzas cuando ya no quedaban. No es fácil luchar por lo que te hace feliz cuando no tienes un “Padrino”. También quiero darle las gracias a mi pareja, ya no sólo por su ayuda con la edición del libro, sino por darme la felicidad y la fuerza para luchar cada día desde que la conocí.

Esta vez me ha tocado hacerlo todo a mí, ya no sólo escribir que es lo que más me gusta, también la corrección y la maquetación. Lo siento si hay alguna errata o falta, le he dado tantas vueltas que seguro que algo se me ha colado.

Ahora quiero darte las gracias a ti, sí a ti, que tienes este libro en tus manos y estás a punto de embarcarte en mis historias. Espero hacerte pasar un buen momento o que por lo menos te alejes del mundo real mientras compartimos este rato. Gracias por comprar el libro, puede parecer una tontería pero gracias a eso, podré seguir haciendo lo que me gusta con más velocidad que es escribir nuevas historias.

Ya no os entretengo más y os dejo con el libro. Espero vuestros comentarios y que lo disfrutéis, un saludo.

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1.- “Historia de Halloween: James Baker”

Como cada noche me siento en el salón con mi portátil y me pongo a escribir un poco más de mi nuevo libro, “La vida de un tractor humano”. Trata de un hombre que un día pierde todo lo que tuvo. Su mujer, sus dos hijas, su trabajo y todo por lo que sentía la necesidad de seguir luchando. Ahora se enfrenta a una vida en la que si dependiera de él, desearía que se terminara ya mismo. Pero cada vez que intenta quitarse la vida siempre pasa algo que se lo impide. Asumiendo que no puede morir, decide caminar por el mundo sin detenerse en un sitio fijo en el que vivir.

En este momento ya ha cruzado tres países y sigue su camino. Alimentándose de lo que desechan los supermercados y lo que tiran los restaurantes.

Es una historia que me tiene realmente enamorado. El sentimiento y la tristeza del personaje es palpable para el lector, haciéndole ver que en cualquier momento le puede pasar a él. Al contrario que las películas en las que siempre sabes que es una película y que jamás te pasará a ti.

Después de varias hojas, echo un trago de mi taza. Me encanta esta taza. Es blanca y tiene escrito mi nombre, “James Baker” en color rojo. Fue un regalo de la editorial por mi primer libro. Parece ser que vender mil ejemplares en una semana fue todo un hito para ellos.

Al beber, escucho un fuerte gruñido y un ajetreo fuera de mi casa. El sonido proviene de la ventana del salón. He de decir que vivo en una casa en lo alto de la montaña. Alejado de cualquier tipo de civilización. El vecino más cercano se encuentra a diez

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kilómetros. Mi casa está separada por una carretera de unos tres metros y de un bosque muy frondoso.

Decido asomarme por la ventana un poco atemorizado. No soy capaz de identificar al animal, jamás he oído un sonido parecido. Era como el gruñido de un lobo pero haciendo el sonido de un elefante enfurecido.

Cuando me asomo por la ventana no consigo ver nada, sólo consigo escuchar unos sonidos de pasos que vienen del bosque. Quizás sea algún animal nocturno, me repito una y otra vez en mi interior. Vuelvo a sentarme y prosigo escribiendo mi historia como si no hubiera pasado nada.

Al poco rato vuelvo a escuchar el mismo gruñido y un fuerte golpe en el cristal. Mi cuerpo se estremece, un fuerte escalofrío recorre todo mi cuerpo. Un cierto nerviosismo se apodera de mí. No puedo dejar de pensar que estoy solo y que algo que desconozco está acechándome desde la oscuridad. Una oscuridad siniestra y tenebrosa.

Me levanto de mi asiento y me dirijo a la ventana otra vez. Durante unos segundos un debate interno se apodera de mí. ¿Abrir la ventana o no? Finalmente decido abrirla y para mi asombro y más confusión, descubro que no hay nada en la carretera. Al mirar hacia el bosque un destello de unos ojos rojos me hace quedarme paralizado y cerrar la ventana con todas mis fuerzas.

Al cerrarla, el sonido se hace cada vez más ensordecedor. Esta vez parecen más de uno, como si un grupo de depredadores estuvieran deseando darme caza y devorarme.

La luz parpadea hasta que finalmente se corta. Al coger el teléfono descubro que tampoco hay linea.

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Inconscientemente trago saliva. Una saliva que parece atascarse según baja por mi garganta. Me acerco hasta la cocina medio tembloroso. Abro el segundo cajón del mueble y cojo una linterna a la que no le quedan muchas pilas. Voy hasta mi habitación, cojo mi escopeta de cartuchos, y me armo con bastantes de ellos. Dispuesto a salir y enfrentarme a quien quiera que esté rifándose mi carne.

Cuando abro la puerta de la calle, el gruñido se detiene y reina el silencio. Un silencio sepulcral. Salgo de mi casa en dirección al portalón. La luna está llena con lo que la linterna no me hace excesiva falta. Se ve con bastante claridad para ser de noche.

Abro el portalón y salgo a la carretera. Me quedo en el medio de la carretera mirando hacia el bosque, con mi escopeta de cartuchos cargada y apuntando al frente.

Empiezo a escuchar crujidos de ramas que provienen del bosque. En décimas de segundo escucho un fuerte jadeo que viene de mi lado derecho. Al girarme, veo una especie de perro abalanzándose sobre mi cuello.

El cabrón me ha mordido pero consigo apartarlo dándole en la cabeza con la culata de mi escopeta. Tirado en el suelo, intentando levantarse, le apunto a la cabeza y disparo.

Un fuerte aullido se apodera de él hasta caer fulminado.

Me toco el mordisco con la mano, la cual acaba empapada en sangre. Parece que ese maldito perro de una raza que desconozco, acabará conmigo. Su tamaño es más grande que el de un pastor alemán.

Un ardor comienza a recorrer mi cuerpo desde la herida del cuello hasta las extremidades. “Ahhhhhh”, tengo ganas de correr, de saltar y de comer. De alimentarme de carne, de desgarrarla…

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Comienzo a correr por el bosque en dirección al pueblo más cercano. Sin saber cómo, mis manos se han convertido en garras. Comienzo a saltar entre los árboles, con una agilidad y velocidad increíbles. Cuanto más rápido voy, más rápido quiero ir.

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2.- “Sangre en el hotel”

Y aquí estamos los dos, apuntándonos a la cabeza con nuestras pistolas. Giramos lentamente en el sentido opuesto a las agujas del reloj, sin pestañear, sin mover ni un músculo de nuestras caras. Franccesca... Franccesca Gillianni. Líder de los Gillianni. Una mafia italiana con dominios en todo el mundo.

Su pelo negro baila libremente con cada uno de sus pasos. Sus ojos color miel se clavan en los míos, intentando colarse en mi cabeza. Una leve sonrisa brota en sus labios color carmesí.

—¿Qué piensas hacer, John Burton? —Pienso meter una bala de mi pistola en tu retorcida cabeza y vengar a Marie. —Ohh… La Belle Marie... No hacía más que suplicar. Tuve que dispararle. Me estaba levantando dolor de cabeza. —Sucia bastar... ¡AHHHH!

Un fuerte golpe en la cabeza consigue tirarme al suelo. Desorientado y con un pitido en los oídos intento levantarme. Pero es imposible, una patada directa a mi sien, me deja sin sentido.

Una voz y lo que parecen unas palmadas en mi cara consiguen despertarme. Mierda, me han atado a una silla. Un reguero de sangre corre por mi cara hasta caer en mi camisa. En frente de mí está Franccesca, con su vestido negro y ajustado caminando hacia mí.

Se sienta encima de mí y comienza a desabrochar mi camisa. Su mirada se aferra a mis ojos consiguiendo que no pueda pensar en nada que no sea desearla. Desear cada milímetro de su piel. Acerca

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sus labios a los míos y sin apenas rozarse, me susurra en el oído izquierdo.

—Tuviste que elegir a Marie cuando podías haber estado conmigo… Eso es algo que jamás te perdonaré. —Nunca tendría nada con una escoria como tú—. Dijo John mientras le escupía en la cara una mezcla entre saliva y sangre.

De haber sabido que pondría esa cara lo habría dicho antes. Su cabeza golpeó la mía y su puño derecho me golpeó en las costillas ocasionando alguna fractura.

Seguidamente se levantó y caminó hacia la ventana. Era mi momento, ahora o nunca. Me levanté y rompí la silla contra su espalda. Su pistola se deslizó por el aire mientras ella se retorcía en el suelo. Empuñé la pistola y le apunté a la cabeza.

—Mataste a Marie, mi mujer. Ella no pertenecía a ninguna mafia pero a ti no te importó. —A ti no te importó matar a Antonio Gillianni, mi padre. —Él era un asesino, frío y calculador. Sus muertes se contaban por miles. —Pagarás por esto, John Burton. —No, esta vez no... se acabó Franccesca.

El sonido del disparo se apoderó de la habitación del hotel. El cuerpo de Franccesca Gillianni comenzaba a mancharse por la sangre que salía de su cabeza. Podía escuchar los pasos de los hombres de Franccesca subiendo por las escaleras pero ya no me importaba. Mi final había llegado.

Se ha terminado Marie… Mi amor... Me acerqué a la ventana y miré al sol por última vez. Pude escuchar la puerta de la habitación abriéndose. Alcé la pistola con mi mano derecha y la apoyé en la sien. Justo en ese momento y tras una gran bocanada de aire, apreté el gatillo.

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3.- “Mi amor”

Hoy, Domingo 25 de Junio de 1944.

Mi amor, mi querida Alice. Aún no consigo asimilar que he perdido una pierna en combate. Lo único que mantiene mi cabeza alejada de todo el horror vivido, es la idea de volver vivo a tus brazos. Sin duda soy el hombre más afortunado del mundo. Extraño tus besos, tus caricias, tus dulces susurros de amor mientras estamos tumbados junto a la chimenea. Abrazados con nuestros cuerpos desnudos como si fuéramos uno.

No hay noche que no me despierte sobresaltado gritando. Todas las noches regreso a la ciudad de Carentan, donde perdí mi pierna. Ese jodido pepino de Panzerfaust llevaba mi nombre. Dios quiso que sólo me quedara sin pierna. El soldado Louise falleció en el acto. Quizás me hubiera gustado estar más tiempo con los chicos, pero prefiero estar a tu lado.

He contado cada uno de los días en los que no estuve contigo. Desde aquel sábado en el campamento de West Point, donde pudimos pasar todo el día juntos. Tú me suplicabas que no me fuera pero mi estupidez me hizo ignorar tus palabras. Te dije que estaría bien y que regresaría a tus brazos. Que traería conmigo un trozo de la chaqueta de Hitler. Ahora, sé que regreso pero no del modo que había soñado. Ya no soy un hombre “completo” pero a pesar de todo quiero seguir siendo tu hombre. Cuando llegue a Arkansas quiero que nos casemos y que tengamos una vida juntos, nuestra vida. No quiero volver a separarme de ti por nada del mundo. No podré trabajar pero tendré una buena paga por mi pierna. No nos faltará de nada.

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Ahora estoy aquí en mi cama. Escribiéndote esta carta con mi mano derecha. En mi mano izquierda tengo mi medalla Corazón Púrpura. Mi billete de vuelta. Hoy le dieron el alta a un soldado que ya tenía tres. Regresaba al frente con la 101 aerotransportada. un poco loco pero en el fondo era un gran tipo.

He recibido cinco cartas tuyas. Las he llevado en todo momento conmigo, en el bolsillo izquierdo de mi chaqueta, junto a tu foto. Con esto último me despido. En dos semanas estaremos juntos mi amor. Esperaré con ansia ese momento.

—¡Eh Marty! ¿Qué estás escribiendo? ¿Es para tu chica? —¿Stinson, no tienes nada mejor que hacer? —Pasará de ti Marty. Todas lo hacen. La zorra de mi mujer se ha ido con mi vecino, el Sr. Bollder. —Pasa de mí Stinson.

Dos semanas después.

Tras el aterrizaje me dispongo a bajar. Mi corazón se acelera. Mi niña, mi vida, mi Alice…

La puerta del avión se abre y las azafatas nos dicen que bajemos. Apoyado por mis muletas, me pongo en pie y camino por el pasillo hasta la puerta.

Las malditas escaleras consiguen hacer que se me escapen un par de lágrimas. Nunca más podré volver a bajar corriendo por unas escaleras. Lo que más deseo en este mundo está esperándome ahí abajo, y yo, bajo ralentizado por mi nueva condición.

Al llegar al suelo miro los rostros de la gente. Alice, dónde estás, no consigo verte. Quizás no sabía que llegaba hoy. De repente, una voz procedente de mi espalda, me produce un escalofrío.

—Marty...

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Al girarme contemplo el rostro de Alice, mi Alice.

—Mi cielo, te quiero.

Sin decirnos nada más, Alice se abraza a mí entre lágrimas y me besa. Por un momento el ruido de la gente, del avión y de todo lo que nos rodeaba había desaparecido. Llevaba meses añorando este momento. En el momento que caí herido, supliqué a dios que me dejara volver a verla. Y ahora aquí estoy, otra vez en casa. Entre los brazos de mi niña.

Entre lágrimas me separo de ella y me arrodillo. Ayudado por las muletas consigo flexionar mi única pierna. Meto mi mano en el bolsillo derecho de mi chaqueta y saco mi regalo.

—Señorita Alice, ¿aceptas vivir esta vida a mi lado y casarte conmigo? —¡Sí Marty, mi amor!

Alice se volvió a lanzar sobre mí y volvimos a besarnos como si fuera la primera vez.

—Juro que jamás volveré a separarme de tu lado y que jamás volveré a no escuchar tus palabras. Te amo mi vida. Doy gracias a dios por permitirme volver a sentir tu calor y tu cariño. —Mi niño, si pudiera elegir, elegiría vivir toda la eternidad arropada entre tus brazos y alimentada por tus besos.

Esas palabra hacen que las lágrimas sean cada vez más abundantes en mis ojos. Es tanta la felicidad la que siento en este momento, que por un momento me cuestiono si lo estaré viviendo o si será un sueño.

Al cabo de un rato nos subimos al coche de Alice y nos vamos hacia Beebe. Donde tenemos nuestra casa.

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—Mi vida, quiero que tengamos muchos niños. La vida puede ser muy perra pero momentos como estos, hacen que merezca la pena vivirla. Aunque todo te vaya mal, llega un momento en el que serás recompensado.

(Narrador): En el trayecto desde el Aeropuerto Internacional de Arkansas, hasta el domicilio de Marty y Alice. Sufrieron un accidente en la carretera Interestatal 55. El coche en el que viajaban sufrió un pinchazo cuando iban a una velocidad elevada. Su coche chocó contra un camión que iba en dirección contraria. Por consecuencia el soldado Marty falleció en el acto. Su prometida Alice falleció a los tres días del suceso debido a las graves lesiones sufridas en el accidente.

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4.- “Un sucio almacén”

Aquí estoy, tirado en un sucio almacén, con una bala en el hombro y una conmoción cerebral producida por un bate de baseball. Mi nombre es Robert Sniton. Entrenado por el servicio secreto en seguridad nacional. Se me ha encargado la misión de localizar y neutralizar a Valeria Torino. En mi primer encuentro, he fracasado.

Todo iba bien. Llegué al almacén, me colé en el interior sin hacer saltar la alarma y sin alertar a los servicios de seguridad. Valeria estaba en el interior de unas oficinas. Conseguí llegar hasta ella pero he subestimado su poder. La tenía a punto. Ya era mía. Estaba a menos de medio metro, dispuesto a cumplir mi misión. Ella se giró a una velocidad de vértigo para golpearme con su pistola en la garganta.

Después de un largo y doloroso interrogatorio, vino un hombre caucásico. Le dijo algo a Valeria que la hizo enloquecer. Sacó su pistola y lo fulminó. Se acercó a mí, me puso la pistola en mi hombro izquierdo y disparó sin previo aviso. Me dijo que para un agente secreto sólo hay una muerte posible. Disparo en el pecho y dejar inconsciente para que se muera desangrado, sin poder escapar de su trágico destino. Después de eso, cogió un bate de baseball y me dejó fuera de servicio con un sólo golpe.

Mis ojos se abren y vuelvo a estar despierto sin saber cuanto tiempo ha pasado. Consigo levantarme apoyándome contra la pared. Un charco de sangre desvía mis pensamientos hasta el suelo. Cuando consigo volver a concentrarme en mi propia supervivencia, compruebo con mi borrosa mirada que todos se han marchado. El cuerpo del hombre caucásico sigue ahí tirado, con su disparo en la cabeza. Camino hacia él entre tambaleos. Cuando consigo llegar no

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puedo evitar caerme encima de él. Quizás tenga un nombre o algo que me pueda dar una pista para seguir a Valeria. En un bolsillo interior de su chaqueta de cuero tiene una cartera. Dentro tiene un documento de identidad y una nota escrita con un bolígrafo de tinta negra. Su nombre es “Dimitri Korvasshin” y en la nota pone “Plaza roja, Mosku 13 de junio”. Ya tengo un destino. Eso será dentro de tres días.

Tengo que salir de aquí sea como sea. Consigo ponerme en pie otra vez y entre tambaleos, consigo llegar a la puerta principal. El sol calienta mi cuerpo herido y casi desangrado. No queda ni rastro de Valeria y sus matones.

Hay un coche, puede que sea del hombre ruso. Me acerco hasta él y veo que tiene las llaves puestas. Mi billete de huida. La próxima vez no te me escaparás, Valeria Torino.

*Ilustración hecha por Elena Arribas para este relato que se publicó en el diario “La Tribuna de Albacete”.

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5.- “Nuestro sueño”

Hoy he vuelto a caer en este parking de supermercado. Paralizado y totalmente desubicado. Al fondo, a unos diez metros, puedo ver la rampa que lleva a la salida. Hacia ella camina una chica de una estatura media, con pelo largo y un andar rápido y nervioso. Detrás suya van tres chicos que parecen estar siguiéndola. Detrás de mí, una voz enfadada me empuja diciéndome que deje de hacer el gilipollas. Impulsado por el empujón, comienzo a caminar hacia la chica. Adelanto a los tres chicos y consigo llegar hasta su posición. Me coloco a su izquierda y comienzo a pasar mi brazo derecho por su espalda hasta llegar a su cintura. Los tres chicos al verme, dan la vuelta y se marchan. Mientras comenzamos a subir la rampa de salida, le digo que no se preocupe que ya estoy yo con ella y que no le va a pasar nada. Ella se detiene, me mira y me vuelvo a quedar paralizado.

Su rostro iluminado por el sol me atrapa en el tiempo. Levanto la vista y observo mi alrededor. Al final de la rampa puedo ver dos árboles grandes. Sus hojas de color verde claro se mueven con el viento. Escucho el canto de algún pájaro que intenta decirme que todo es perfecto. Puedo sentir el calor producido por los rayos de sol chocando contra mi piel. Puedo oler su perfume que me hace volver a mirarle a sus ojos de color miel. Una sonrisa nace en sus labios que se abalanzan hacia los míos.

No puede ser, una serie de imágenes recorren mi cabeza a una velocidad increíble. En décimas de segundo puedo vernos a los dos en otras épocas, con otras ropas pero siendo nosotros en la misma situación que en esta. Separa sus labios de los míos y se vuelve a quedar mirándome. Su cara es el reflejo de una expresión de alivio y satisfacción. Me pregunta —¿Dónde te habías metido?—

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Que me estaba buscando. Yo no puedo decirle otra cosa que no sea, —Siempre estuve aquí, esperando a que llegaras—. Me vuelve a besar y vuelvo a sentir esa sensación de paz, de tranquilidad, de saber que todo está bien.

Si ahora me preguntaran si existe el paraíso, no podría negarlo, ahora mismo lo estoy sintiendo.

Me dice que nos vayamos. Acabamos de subir la rampa y nos metemos en un coche. En el nos dejamos llevar por la pasión y el deseo de volver a reencontrarnos. Nos retorcemos el uno con el otro hasta sentirnos como si solo fuéramos uno.

Mi siguiente imagen no es otra que la del despertar en una realidad completamente distinta. Bajado del mismísimo paraíso, sin ella… sin su cariño… desnudo de todo sentimiento… Me levanto y se lo cuento a mi mejor amigo, quien me dice que sólo ha sido otro sueño. Le explico que ha sido distinto a los demás sueños. Puedo recordar todo lo vivido en él y lo más importante que puedo recordar su rostro, su olor, su voz y sobretodo su amor. Desde ese mismo momento decido buscarle por este infierno al que llamamos vida. Sin mayor novedad pasan los días. Hasta que quince días después, cuando no cabía la más mínima esperanza. Bajando unas escaleras no muy largas pero que si me parecieron interminables, pude ver que allí estaba. Clavando sus ojos en los míos y con una sonrisa como si pudiera recordar nuestro amor en nuestro sueño.

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6.- “No llores por lo que no tienes, sino por lo que puedes perder”

Aquí estoy, componiendo la que será otra de mis canciones. Ya tengo la letra y el ritmo, el paso siguiente será darle el punto perfecto con una buena interpretación. La titularé, “No llores por lo que no tienes, sino por lo que puedes perder”.

Esta noche actúo en el club “Lavie”, una fiesta privada de un multimillonario que decidió comprar mi actuación.

Después de una ducha me visto y afino la guitarra para la actuación. Antes de marcharme, siempre voy a la habitación de mis premios. En treinta y cinco años como músico, me han concedido más de doscientos premios. Me gusta mirarlos antes de una actuación. Me hacen retroceder al pasado, cuando canté mi primera canción al oido de una chica. Se llamaba Marie y compartimos un verano juntos. Los dos éramos demasiado jóvenes pero decidimos jugar a lo que se le llama amor. Pronto nos dimos cuenta de que aquello no estaba hecho para nosotros.

Tras este momento de reflexión, me voy al garaje y me subo a mi coche. De camino al club me quedo atrapado en un atasco. Parece que no va a despejarse en bastante tiempo. Empiezo a escuchar los rumores de los que pasan por mi lado. Al parecer ha habido un accidente múltiple. No puedo esperar, tengo una actuación. Dar la vuelta con el coche me resultaría imposible. Mi única opción es bajarme e ir andando. No está demasiado lejos desde aquí. A media hora más o menos.

Al abrir la puerta me bajé y miré hacia atrás. En ese momento el tiempo se hizo más lento, no pude hacer absolutamente

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nada. Cerré los ojos y me dejé llevar. En mi cabeza resonó una melodía de violines que me hizo dibujar una sonrisa en mi cara. Una moto de gran cilindrada acababa de impactar contra mi cuerpo. El típico que adelanta coches por el carril central. Podía sentir como me desplazaba por el aire a cámara lenta, con mi sonrisa en la cara y mis violines tocando una melodía diseñada para este momento. La oscuridad se apoderó de mí mientras la melodía se iba atenuando.

No sé cuanto tiempo habrá pasado pero la luz volvió a mis ojos. Doloridos y con niebla, despertando por el reciente acontecimiento. Poco a poco se empieza a colocar todo en su sitio, sin niebla y sin distorsión, estoy en la cama de un hospital. Lo que parece un médico me está cegando con su linterna. Sus labios se mueven pero no puedo escucharle.

—Tendrá que hablar más alto si quiere que le escuche—. Sorprendido, continuó moviendo los labios pero no podía escuchar su voz. De hecho no escucho nada. Ni siquiera los violines que me hicieron feliz en un instante amargo.

La enfermera salió de la habitación para regresar con una pizarra y un rotulador. Se la entregó al médico quien empezó a escribir algo. “Tendremos que hacerle pruebas, tiene usted lo que parece una sordera temporal” —¿Cómo… sordera temporal?— Repliqué, más por un impulso que con el uso de mi razón. No puede ser. Esto no me puede pasar a mí. La música es mi vida, los sonidos de la vida son mi melodía. No puede ser. Mi vida se transformó en un castillo de arena que se derrumba por el viento y por el mar al llegar a él.

Los días fueron pasando, prueba tras prueba todo seguía igual. Hasta que un día el médico vino y me dijo que me darían el alta. Mis oídos se habían apagado para siempre. Mis violines se habían escapado. Navegantes por el infinito de lo oscuro, sin destino, sin puerto donde atracar. Vagando a la deriva, en un mundo sin mar. En el accidente, salí despedido diez metros. Cayendo con mi cabeza

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contra el suelo. En el impacto una parte de mi cerebro se desconecto. De tantas donde elegir, tuvieron que ser mis oídos, lo único que hacía que mi vida tuviera un sentido y una ilusión.

Una semana después de salir del Hospital me encontraba en la escalera del avión que me llevaría a New York.

Una vez dentro, una azafata se acercó a mí. Me dijo algo que no pude entender. Cogí un papel que llevaba en mi bolsillo junto a un bolígrafo y escribí algo que resultó muy duro para mí. “Sordo”. Arranqué el papel y me lo puse en el pecho. La azafata mostró su mejor cara de sorpresa y comenzó a hacer una serie de gestos que yo no podía entender. Le dije que no con la cabeza y se marchó. En todo el viaje no se volvió a acercar a mí hasta que llegamos a nuestro destino. Así es el mundo, cuando alguien no entiende algo se marcha: un libro, una carrera universitaria, un coche, un trabajo...

Mi viaje llegaba a su final. No podía aguantar más esta agonía. Un silencio absoluto que me acompañaba ya demasiado tiempo. Supongo que lo que sentiría un pintor si perdiera la visión. Dejaría de ver los colores de la vida, para navegar a la deriva junto a mis violines.

El Empire State Building, entro y subo en el ascensor hasta lo más alto. Camino hasta el balcón. Miro al sol por última vez, cierro mis ojos y doy un salto de liberación. Otra vez se vuelve a ralentizar el tiempo. La canción “One october song de Nico Stai”, comienza a sonar en mi interior mientras danzo con el viento en mi descenso. Mis cadenas se han roto y el sonido que me dará mi libertad, cada vez se hace más fuerte, al igual que mi sonrisa.

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7.- “El final perfecto”

Señor Miller, siento darle esta noticia. Hemos hecho todo lo que hemos podido. Debido a su enfermedad sólo le quedan tres meses de vida. Lo siento.

Esas fueron las últimas palabras que me dedicó mi doctor. Ahora estoy aquí, en la entrada de una sucursal de un banco cualquiera, dispuesto a realizar mi final.

Tres meses me dio y sólo ha pasado un mes. He escrito casi toda mi novela, la que será la última. Lo he dejado justo en el momento en el que cada lector puede imaginarse su propio final. El final que más se ajuste a sus necesidades.

Llevo puesto un traje de tres mil euros. A mi espalda dos pistolas. En mi zapato derecho llevo un USB con mi final. Un final cifrado que sólo conseguirán descifrar aquellos que se hayan leído la obra entera y consigan entender la forma de pensar del personaje principal.

Un mes preparando este asalto. He gastado todo mi dinero. La mayor parte la he donado a alguna organización del tercer mundo y unos diez mil euros se los he dado al pobre que siempre pide debajo de mi piso. Muchos me llamarían loco por ello pero ¿de qué me sirve el dinero cuando ya este muerto? No quiero ser el más rico del cementerio, sino hacer soñar y dar oportunidades a los que aún pueden tenerlas.

Respiro hondo y entro en la sucursal. Supongo que debería tener miedo pero sólo tengo una sonrisa en mi cara y una paz interior enorme. Saco mis pistolas y disparo al techo. Con el primer disparo

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ya deben haber avisado a la policía con el clásico botón que sale en las películas.

La gente comenzó a tirarse al suelo sin decir nada. Se podían escuchar murmullos de gente diciendo, “Es Josh Miller, el escritor…”, otros gritaban y alguna mujer estaba llorando. Yo no era eso lo que quería así que decidí explicárselo a todos.

—Por favor no hagan nada, no voy a hacerles ningún daño. Muchos de ustedes me reconocerán. Mi nombre es Josh Miller Ford. Escritor de cinco best seller y un montón de premios más. Hace un año me diagnosticaron una enfermedad mortal, después de muchos y variados tratamientos. A los nueve meses, el doctor me dijo que me quedaban tres meses de vida. Decidí como todo escritor, diseñar el final perfecto, para la obra perfecta y este es mi final. Quiero que sepan que cuando acabe esto. En mi pie derecho tengo un llavero USB con el final de mi última novela. La podrán encontrar en mi escritorio. Díganselo a la policía y que hagan lo que tengan que hacer con él. No quiero que se asusten ni que tengan miedo, sólo les pediré que cuando venga la policía, no hagan nada y no miren. Lo último que querría sería crearles un trauma. ¿Señorita, le ha dado al botón para avisar a la policía?— Dijo Josh Miller. —No, la vigilancia es por cámaras. En el momento que entró disparando ya se habrán puesto en contacto con la policía y estarán viniendo hacia aquí—. Dijo la chica. —Pero por favor, no tenga miedo, ni este asustada, no le va a pasar nada.

Pude ver como las caras de la gente iban cambiando. Ahora reinaba un silencio bastante incómodo, hasta que la voz de una joven de unos dieciséis años lo interrumpió.

—Perdone, tengo su libro, “El silencio de los sauces en invierno”, ¿sería tan amable de firmármelo?— Preguntó la joven. —Por supuesto, y además te llevas el mejor autógrafo que he hecho en toda mi vida, el último—. Dijo Josh Miller sonriendo.

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Me acerqué a la joven. Saqué mi pluma que siempre llevo en el bolsillo de la camisa y le firmé su autógrafo. Le di dos besos y le dije que se sentara que esto no duraría mucho. Y así fue. Las sirenas de la policía comenzaron a abrirse paso por la calle hasta llegar a la puerta. En cuestión de segundos se escuchó un megáfono que decía.

—Salga con las manos en alto y muy despacio. Esto puede acabar rápido y sin mayores consecuencias—. Dijo un policía. —Lo siento, si hiciera eso, no sería el gran final perfecto—. Dijo Josh Miller mirando para todos con un sonrisa amigable. —Bueno, es mi momento. Espero no haberles causado demasiada molestia—. Dijo Josh Miller caminando hacia la puerta. —¡No lo haga! Los médicos a veces se equivocan—. Dijo un hombre de mediana edad. —No puedo detener esto señor, esto tiene que acabar así.

La gente comenzó a decirme que no lo hiciera, que recapacitara. Miré a la joven que me pidió el autógrafo y pude ver como una lágrima se escapaba de sus ojos hasta caer al suelo. Lo único que pude hacer fue sonreírle.

Allí estaba yo. Abriendo la puerta de la sucursal, saliendo pero sin las manos en alto. Con mis dos pistolas en la mano. Había cuatro coches de policía y dos furgones. Todos apuntándome con sus pistolas. Era el momento… el momento soñado, el momento esperado. Alcé mis pistolas al aire y apreté los gatillos. Pude escuchar gritos diciendo que no en el interior de la sucursal hasta que pude sentir mi final.

Las balas se abrieron hueco en el aire hasta penetrar en mi cuerpo. El dolor no era más que la señal de que todo estaba saliendo según lo planeado. Mis piernas me fallaron y me desplomé en el suelo. Pude escuchar unos pasos que se iban haciendo cada vez más débiles. Encima estaba el sol, testigo imprevisto de mi muerte. Me quedé mirando hasta que todo se apagó y se hizo el silencio.

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*Contenido del documento de texto del USB:

“...Sólo es libre el hombre que no tiene miedo, lucha por tus metas hasta que sólo quede paz y felicidad en tu corazón…”. Josh Miller Ford.

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8.- “Una de zombies”

31 de octubre de 2011 y allí estábamos: Alicia, Ana, Marta, Luis, José y yo, Antón. Sentados en uno de los jardines de la facultad de telecomunicaciones de Vigo. Decidimos subir a las ocho de la noche, encender una hoguera y contar historias de miedo. La mejor idea para aprovechar la magia de esta noche. Por suerte no llueve y no hace frío, algo inusual en esta época del año.

Luis me contó que tiene pensado declararse a Alicia. Lleva tiempo enamorado de ella pero ella parece no sentir nada. Realmente no sé como acabará esa historia. Yo siento una atracción sobrenatural por Ana. A veces me gustaría no pensar tanto en ella pero es por su encanto por el cual no puedo dejar de hacerlo. Marta es mi mejor amiga. El otro día me pidió que invitara a José porque quiere hablar con él. Sin duda será una noche mágica en todos los sentidos.

Luis ha comprado unas nubes para barbacoa, esas que salen siempre en las películas americanas. Ahora que lo pienso, esta podría ser una de esas películas americanas de universitarios que se reúnen una noche de halloween para hacer esto, les aparece el clásico Jason y los mata a todos. Quizás debería contar una de esas historias, seguro que José me suelta uno de sus comentarios “Venga tío déjalo ya…” jajaja tiene aspecto de duro pero en el fondo es el primero en salir corriendo.

Estamos todos sentados alrededor de la hoguera. Cada uno con nuestro palo haciendo nuestras nubes. La verdad que están realmente buenas. Yo nunca las había probado.

—Antón, ¿por qué no cuentas una de tus historias? ¿Eres escritor no? Podías empezar tú—. Dijo Ana sonriendo.

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—Bueno lo que es escritor... sólo tengo un blog pero vale. ¿Conocéis la historia de Alan García?— Dijo Antón mirando para todos. —¿Ese no es un chico que desapareció por aquí hace unos quince años o así?— Dijo José. —Si, era un estudiante de telecomunicaciones en esta misma facultad. El 31 de octubre de 1996 subió como nosotros con sus amigos pero algo salió mal. Lo que empezó como algo entretenido o la idea de llevarse alguna chica al huerto, resultó ser una pesadilla. Ellos eran cuatro, Alan García, dos chicas y un chico más. Alan García desapareció sin dejar rastro, aún sigue en la lista de desaparecidos. Los otros tres aparecieron una semana después bajando por la carretera hacia la ciudad de Vigo. Drogados y con una cantidad muy elevada de alcohol en la sangre. Cuando se les pasó el efecto de las drogas, los tres parecían haber perdido la cabeza. Se echaban a la gente y les mordían. Tuvieron que encerrarlos en centros psiquiátricos. Ninguno razonaba, simplemente te observaban y atacaban para morderte, como si fueran animales salvajes hambrientos. A día de hoy aún permanecen encerrados en los centros psiquiátricos. Alan García sigue desaparecido. Nadie sabe que le pasó, ni una sola pista de su paradero—. Concluyó Antón. —¿Habéis oído eso? Hay algo en los árboles—. Dijo José con la voz temblorosa. —Jajajaja, ¿José tienes miedo?— Dijo Alicia riéndose. —Pues yo sí, maldita la hora en la que te dije que contaras una historia—. Dijo Ana. —No te preocupes, no dejaré que te pase nada—. Dijo Antón pasando su brazo izquierdo por la espalda de Alicia. —Ooohhhhh que tierno, jajaja—. Dijo Luis. —Se me ocurre algo, ¿y si vamos a ver si hay alguna puerta abierta de la facultad y entramos?— Dijo Marta. —Chicos, no estoy segura de que eso sea una buena idea—. Dijo Alicia.

Al final nos pusimos de acuerdo y decidimos ir a echar un vistazo. Ana iba agarrada a mi cintura porque según ella, hacía frío.

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No hace falta decir que yo estaba encantado por ello. Alicia iba con Luis y Marta iba detrás hablando con José.

Al ir comprobando las puertas. Todas estaban cerradas hasta que vimos una de las ventanas de un aula abierta. Decidimos intentar colarnos por ella. En poco tiempo ya estábamos dentro.

—Chicos, estamos dentro, podemos hacer lo que queramos—. Dijo José. —¿Y si vamos al despacho de Antonio Martínez?— Dijo Marta.

Antonio Martínez tiene fama de mujeriego y de aprobar a chicas por algunos favores que prefiero no recordar. Al salir del aula empezamos a subir por el pasillo hacia los despachos. Los pasillos de teleco son eternos, deben medir unos cincuenta metros. De pronto, una sombra pasó por la puerta.

—¿Habéis visto eso?— Dijo Alicia con voz temblorosa. —Hostia, que mal rollo, hay alguien más aquí dentro—. Dijo José. —Pero callaros, igual es algún alumno como nosotros—. Dijo Luis. —Vámonos, esto no me gusta nada, quiero irme—. Dijo Marta dando la vuelta. —¡AAAAAHHHHHHHHHH!

Un grito sonó a nuestras espaldas al otro lado del pasillo. Nosotros estábamos justo en la mitad.

—¿Qué-ha-si-do-e-so?— Dijo Marta deletreando cada sílaba. —Vámonos, tengo miedo—. Dijo Alicia. —No, tenemos que ir a ver que pasó. Igual se cayó alguien y se hizo daño—. Dijo Antón.

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Empezamos a caminar hacia el lugar de donde procedía el grito. Cuando llegamos al final, entramos por la puerta y vimos algo que creo que preferíamos no haber visto.

Javier, un compañero de nuestra clase, estaba tirado en el suelo, con un charco de sangre enorme. Tiene lo que parece un mordisco en el cuello. ¿Qué demonios habrá pasado?

—Dios, dios, dios, dios, que mal rollo ¡TENEMOS QUE IRNOS DE AQUÍ!— Dijo José bastante alterado. —Tenemos que llamar a la policía. Maldición, no tengo cobertura—. Dijo Anton. —Yo tampoco—. Dijo Ana. —Yo tampoco—. Dijo Luis. —Ninguno tenemos. ¿Habrá algún tipo de inhibidor de frecuencias?— Dijo Alicia. —Es posible pero, ¿quién puede estar usando uno ahora? ¿Y para qué?— Dijo Antón. —¡Para matarnos, tenemos que salir de aquí!— Dijo José alterado y presa del pánico. —La sombra que vimos, ¿igual es Alan García? Tenemos que irnos de aquí—. Dijo Marta. —Tía cállate, estoy temblando—. Dijo Alicia. —Tranquilos, volveremos a la clase y nos iremos por la ventana que entramos. Luego iremos al coche, bajaremos y avisaremos a la policía—. Dijo Luis.

Comenzamos a caminar, esta vez con el paso más acelerado. Al llegar al aula las ventanas estaban cerradas con llave.

—Esto cada vez me gusta menos. Yo me largo de aquí sea como sea—. Dijo José mientras se iba corriendo por el pasillo hacia la derecha, donde se había visto la sombra. —¡Vuelve! ¡A dónde vas!— Gritó Luis. —¡Maldito hijo de puta, deja de jugar con noso…!— Gritó José hasta que su voz se interrumpió.

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—¡JOSÉ!— Gritó Luis.

Nos echamos a correr por donde había ido José y para nuestra sorpresa, otra vez volvimos a ver algo que desearíamos no haber visto. José tirado en el suelo, con un charco de sangre a su alrededor y una herida en el cuello. Como si fuera un mordisco. Por si eso no fuera suficiente, otra vez volvimos a ver la sombra de alguien pasando al otro lado del pasillo.

Alicia empezó a llorar presa del pánico. Su cuerpo temblaba de un miedo que era horrible con sólo contemplarlo.

—Tranquila, vamos a salir de aquí. ¡Mírame!, ¡Alicia, mírame!— Dijo Luis. —Yo no se vosotros pero aquí hay un hacha para incendios y yo no pienso estar desarmado ante esto—. Dijo Luis. —Dios, ¿qué está pasando? Quiero irme a mi casa y estar tranquilamente viendo una peli en mi sofá con una manta—. Dijo Marta llorando. —Chicos, que demonios…— Dijo Ana mirando por el pasillo. —¿Ese no es Javier?— Dijo Luis. —Se mueve raro, como un Zombie—. Dijo Marta. —Antón, ¡la historia que contaste! los chicos al volver querían morder a la gente—. Dijo Alicia. —No puede ser…— Dijo Antón. —Sea como sea, o corremos, o le clavo el hacha en la cabeza porque viene hacia aquí y cada vez va más rápido—. Dijo Luis. —¿PERO QUE ESTÁ PASANDO?— Gritó Alicia, alterada. —Ya es tarde. ¡Ya esta aquí!— Dijo Luis.

Luis le clavó el hacha en la cabeza a Javier. Se desplomó en cuestión de segundos pero eso no detuvo a Luis que siguió clavándole el hacha en la cabeza unas tres veces más, hasta que Alicia lo paró.

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—Tenemos que salir de aquí—. Dijo Marta. —Mirar, aquí hay gotas de sangre. Van hacia uno de los despachos de los profesores—. Dijo Ana.

Caminamos hasta una de las puertas.

—El rastro indica que entró en este despacho y es el de Antonio Martínez—. Dijo Luis.

Al abrir la puerta vimos lo que parecía una trampilla. Normalmente estaría tapada por una alfombra y por la mesa del despacho.

—¿A dónde irá a parar eso?— Dijo Marta. —Sólo hay una manera de averiguarlo—. Dijo Luis.

Empezamos a bajar por las escaleras hasta llegar a lo que parecía un laboratorio bajo tierra. La visión era bastante siniestra. Algunas camas de hospital, un montón de frascos con cosas dentro y montones de utensilios de medicina. Es una habitación enorme y poco iluminada. Al fondo hay como un pasillo que gira a la derecha. Continuamos andando hasta llegar a él. Donde había un montón de puertas. Eran habitaciones de diez metros cuadrados. Como si fueran celdas. Estaban todas vacías menos una. Donde había una persona de pie con la cabeza baja. Al verle la cara pude recordar quien era. Alan García, el desaparecido Alan García.

—Es otro zombie—. Dijo Marta. —Es Alan García—. Dijo Anton. —¿Entonces? ¿Antonio Martínez es el que ha estado haciendo esto?— Dijo Alicia. —En efecto, he sido yo el que ha hecho esto—. Dijo Antonio Martínez. —¡MALDITO HIJO DE PUTA PAGARÁS POR ESTO!— Dijo Luis.

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—Yo me relajaría y tiraría esa hacha, no vais a salir de aquí—. Dijo Antonio Martínez sacando un revólver y apuntando a la cabeza de Luis. —¡ERES UN MALDITO LUNÁTICO! ¿LO SABES VERDAD?— Dijo Alicia. —Tranquila bonita, tengo grandes planes para vosotros. Tú tira eso al suelo—. Dijo Antonio Martínez apuntando a Luis.

Luis tiró el hacha mientras Antonio Martínez se acercaba a nosotros. Se puso al lado de Alicia y comenzó a acariciar su cara.

—Eres realmente bonita—. Dijo Antonio Martínez sonriente.

Luis no pudo aguantarlo ni un segundo más y se lanzó sobre él. Por suerte para todos consiguió tirarlo al suelo. Empezó a golpear sus puños contra su cabeza hasta que Alicia tiró de él. Empezamos a correr hacia las escaleras hasta que un grito desgarrador rompió la tensión del momento.

Antonio Martínez había atrapado a Alicia y tenía una jeringuilla en su cuello con un líquido verde.

—¡Suéltala!— Dijo Luis con lágrimas en los ojos. —Ohhh... tu chico acaba de empezar a llorar—. Dijo Antonio Martínez con tono sarcástico. —Marcharos, Luis te quiero y siempre te he querido—. Dijo Alicia con una voz hiriente y enternecedora. —No te voy a dejar aquí, vamos a acabar con él y nos iremos—. Dijo Luis llorando desconsoladamente. —Correr ahora que podéis. Te quiero…— Susurro Alicia.

Antonio Martínez clavó la jeringuilla en el cuello de Alicia y le introdujo el líquido verde. En cuestión de segundos su piel palideció, sus ojos perdieron el brillo y su llanto se apagó. Empezó a emitir gruñidos, hasta el momento de querer echarse hacia nosotros.

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—Marcharos, yo los detendré. Cerrar la trampilla al salir—. Dijo Luis mientras se agachaba y cogía el revolver.

Comenzamos a subir las escaleras hasta llegar al despacho. Cerramos la trampilla y pusimos la mesa encima. De repente escuchamos un disparo seguido de una explosión. Quizás Luis haya disparado a alguna de las bombonas que había abajo.

—Tenemos que salir de aquí—. Dijo Antón.

Salimos del despacho y para desgracia al final del pasillo estaba el zombie de José. Nos había visto y venía a por nosotros. No sé que se nos pasaría por la cabeza pero Marta, Ana y yo comenzamos a correr hacia él. Conseguimos tirarlo al suelo pero algo iba mal.

—¡Mierda me mordió el brazo!— Dijo Marta intentando levantarse.

Cuando miramos fue demasiado tarde. El zombie de José se acaba de echar encima de ella y le estaba mordiendo el cuello. Cogí uno de los extintores y golpeé su cabeza. Conseguí tirarlo al suelo y volver a darle con el extintor hasta que su cabeza se rompió como un melón. Había dejado de moverse, volvía a estar muerto. Marta ya no respiraba y un charco de sangre comenzaba a formarse. Le había seccionado la yugular y su cuello parecía una fuente. Decidimos aplastar su cabeza al ver que empezaba a palidecer como los demás. Una vez hecho eso, nos dirigimos a la clase por la que entramos. Donde había comenzado todo. Tras varios golpes, conseguí romper el cristal con el extintor. Ana y yo saltamos y nos echamos a correr hacia el coche.

No sé cuanto tiempo llevaríamos allí metidos pero el sol comenzaba a salir. Al llegar a mi coche, Ana y yo nos miramos a los ojos, respiramos hondo y nos besamos. Seguidamente nos subimos al coche y nos fuimos hacia la ciudad de Vigo. Teníamos una historia

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que contarle a la policía. Lo que todo había empezado como una noche interesante, había acabado como una pesadilla que no seríamos capaces de olvidar. Habíamos perdido a cuatro amigos de la peor forma que se podía imaginar.

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9.- “La sombra negra”

Los policías rompieron la puerta de una patada entrando en el domicilio de Mario, pero ya era demasiado tarde. Su cuerpo frío e inerte yacía ausente de cualquier síntoma que antaño fue vida. Uno de los policías, el más joven, se acercó al cuerpo y se agachó. En su brazo izquierdo tenía una jeringuilla clavada. En sus ojos se pudo ver un surco de lágrimas que se escaparon junto al alma de su cuerpo. En su mano derecha había un libro y debajo una rosa roja marchitada. Al abrirlo, el policía pudo comprobar que era una especie de diario en el que Mario fue contando una historia, su historia, que empezaba así.

Día 1

Mi nombre es Mario García, hijo de José Luis y María Antonia. Soy el tercero de cuatro hermanos. Mi hermano mayor José, le sigue Luis, luego estoy yo y mi hermano pequeño que se llama Marcos.

Mi familia es una familia acomodada, con varias casas en distintas ciudades y en los mejores barrios. Poseemos uno de los negocios textiles más importantes del momento. El dinero nunca fue un problema para nosotros. El único problema fue la excesiva disciplina y el exceso de aparentar que somos la mejor familia del mundo ante los demás. Quizás por eso, yo siempre hice lo contrario. Aprendí a tocar la guitarra y coqueteé demasiado con las drogas y las fiestas. Hasta llegar al punto de quedarme sólo.

Día 2

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Miles de peleas con mi familia me llevaron a vivir a la ciudad de Vigo. Donde toco la guitarra en la calle del Príncipe para sacar un dinero que ojalá usara para comer… pero la realidad es otra. Me enganché a la heroína hace ya cinco años. Mi cuerpo se fue deteriorando hasta el punto de no poder mirarme a un espejo. Ya no reconozco al que se refleja en él. Mi pelo es lo suficientemente largo como para taparme la cara cuando estoy tocando la guitarra. La timidez es algo que no fui capaz de superar y con las drogas fue a peor. Los remordimientos y el sentimiento de culpa no me lo consigo quitar de encima. Pude tener una vida normal, con mi mercedes y una casa lujosa en algún barrio donde me llamarían señor García. Quizás con algún sirviente y una esposa que quizás me quisiera más por mi dinero y mi posición social que por mi yo interior. También podría tener algunos críos con los que poder jugar, llevar al cole y regañarles de vez en cuando por alguna travesura de niño. Verles llegar a casa con su primer amor y romper a llorar por la ilusión de ver a mis hijos crecer.

En vez de eso aquí estoy, en la calle con mi guitarra, apoyando mi espalda y mi pie derecho contra la pared. Esperando a que alguien se detenga y me de alguna moneda con la que poder comprar más heroína para chutar. Como dije antes, ojalá pudiera gastarlo en comida y no en esta jodida adicción. Las drogas son buenas decían, te ayudan a pasarlo mejor, todo el mundo las toma, si no las tomas eres un idiota al que nadie se quiere arrimar. Hipócritas, idiotas, estúpidos y gilipollas. Si antes supiera lo que sé ahora, se las metería por uno de sus orificios y los echaría de la fiesta dándoles una buena paliza. Escoria parasitaria que enganchan a personas con alguna dolencia interior, de esas que no tienen medicina, esas que sólo el tiempo o la distancia pueden curar.

Día 3

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Mis canciones las compongo yo. Siempre hablando de lo dura que es la vida, de algún desamor y de alguien que se va. Pero todo eso ha cambiado. Hay una chica rubia, uno setenta de estatura, de ojos azules, pelo largo, labios rojos, piel blanca y una sonrisa que me hace sentir una paz y una tranquilidad que jamás pude experimentar. Todos los días se detiene a escucharme cantar y me deja una moneda de un euro en la funda de la guitarra. Me suelta su sonrisa y se va. Por mi parte soy incapaz de hablarle. Me pierdo en sus ojos al mirarlos. Consigue atraparme mientras la guitarra no deja de sonar.

Día 4

Hoy he hablado con la chica. Su nombre es Marta. Mi voz tartamudeaba junto a mi aspecto. No sé como no ha escapado corriendo. Alejándose lo máximo de mí. Hoy sólo he ido a comprar droga al rincón una vez. Un sólo chute. Al día siempre meto tres. Ausente de todo las 24 horas, sedado por lo ficticio, en un mundo de fantasía donde nada es real. No existe el dolor y sólo existe indiferencia. Mañana le diré a Marta de tener una cita.

Día 5

Soy idiota, como podía pensar que una chica tan bonita podría tener una cita con algo como yo. Su excusa fue decirme que se tenía que ir a casa de sus padres y que pasaría el día entero con ellos. No la culpo, nadie querría pasar un segundo al lado de un yonki.

Día 6

Marta, hoy ha venido a escucharme tocar y me ha regalado una rosa roja. Me ha dicho que no la deje morir hasta que ella se

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vaya marchitando por el paso del tiempo. Me ha hecho llorar y me ha dado un abrazo. Yo no quería dárselo. Le dije que olía mal por que no me podía lavar. Que estaba sucio. A ella le dio igual, sonrió y me abrazó. Me dijo que algo tendríamos que hacer al respecto. Me invitó a ir a su casa, a darme una ducha. No fui. Me empieza a gustar demasiado y ella se merece algo mejor.

Día 7

Hoy no pude evitarlo. Estaba en mi pared tocando mi guitarra cuando Marta apareció, me agarró del brazo y me metió en su coche. Podría haberme resistido pero olía demasiado bien. Me aturdió con su aroma y simplemente me dejé llevar. En el coche no sabía que decirle pero a ella le ocurrió todo lo contrario. No paró de preguntarme donde vivía, que hacía y demás preguntas. No fui capaz de decirle que me drogaba. Quizás ya lo supiera por mis múltiples tics nerviosos. Marta es maravillosa, siempre tiene una sonrisa en la cara y siempre hace que te sientas bien.

Ella vive en un apartamento a las afueras de la ciudad. Un piso acogedor sin demasiadas cosas. Un poco de ropa tirada por ahí como en cualquier casa de alguien que no para demasiado en ella. Me metió en el baño y me dijo que me duchara que me buscaría ropa limpia. Me sentía extraño pero feliz como un cachorrillo dócil, hice lo que me ordenó. No tiene espejos en su baño, quizás compartamos la misma dolencia. Al salir de la ducha, Marta golpeó la puerta y me dijo que abriera para darme la ropa. Abrí... Quizás más de lo que ella habría querido. Se quedo mirando a mi cuerpo desnudo y me dijo algo como siempre hacia, “Esto ya es otra cosa, ahora estas mejor” mientras me daba la ropa con una sonrisa.

Unos Jeans, una camisa Hugo Boss y un jersey de Lacoste. Cruel ironía del destino que me golpea ahora mismo. Nos sentamos en la cocina y Marta me pide que toque alguna canción para ella. Empiezo a tocar mientras me pone un café... un delicioso café hecho

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por sus suaves manos y su infinito amor. Horas más tarde le digo que me tengo que ir. Ella me dice que si quiero puedo pasar la noche allí pero yo le digo que no, que tengo mi propia casa. En realidad es cierto, pero llena de basura.

Día 8

Hoy no he visto a Marta.

Día 9

Hoy he ido a casa de Marta y he visto algo que me ha vuelto a matar. Al doblar la esquina he visto a Marta besándose con un chico. Sólo he podido mirar durante un minuto. Me he ido al rincón y he empeñado mi guitarra por heroína. Se acabó todo para mí, no puedo aguantar este dolor. El mundo se me cae encima ahora mismo. Me ha hecho tocar el cielo para luego bajar al más profundo infierno. Ahora estoy aquí, en mi colchón. Tirado en el suelo de mi piso. Dispuesto a despedirme de este mundo con un último chute que me libere de mi dolor. Que rompa mis cadenas y me libere de esta depresión.

Esto te lo escribo a ti, mi querida Marta. Me has enseñado que no todo el mundo ve tu aspecto. Si no que también hay personas que ven tu corazón. Tu viste mi corazón y quisiste arreglarlo pero quizás esté demasiado roto. Me despido de ti, diciéndote que te quiero, que ojalá no me hubiera atrapado la sombra negra y pudiera tener una vida a tu lado pero la sombra negra me atrapó hace ya cinco años y desde entonces no he hecho más que desaparecer poco a poco de este mundo que me vio nacer. TE QUIERO, ADIÓS.

El policía joven no pudo evitar derramar una lágrima al acabar de leer el relato. De repente un leve sonido salió de la boca de Mario.

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—¡ES TOS! ¡ESTÁ TOSIENDO! ¡LLAMAR A UNA AMBULANCIA!— Dijo el joven policía.

Día 12

Hola diario, he vuelto a nacer. Estoy en una cama en el hospital. Compartiendo habitación con un amable señor que me cuenta sus historias por las noches. Han pasado ya tres días desde mi experiencia cercana a la muerte. Al parecer la vida me ha dado otra oportunidad. El chute no me mató, sino que me ralentizó el organismo hasta el punto de parecer un cadáver. Aunque mi aspecto de yonki tampoco ayudaba a parecer lo contrario. Un policía joven leyó mi diario y fue el que me salvó. No se separó ni un día de mí. Su nombre es Carlos. Hoy fue a buscar a Marta y me la trajo al hospital. Al parecer el tipo con el que se estaba besando, es un compañero de trabajo que está enamorado de ella (no lo culpo). Marta me dijo que no sabía nada y que fue él quien la besó. Parece ser que yo llegué en el momento justo para ver a mi destino a los ojos. Hay una frase que dice, “para aprender hay que caer y para ganar hay que perder” a partir de hoy, la convertiré en mi lema de vida.

Carlos me ha dicho que el estado me dará una paga por mi situación y Marta me ha dicho que me vaya a vivir con ella. Que ha visto algo en mí que no sabe que es pero que le atrae demasiado y quiere intentarlo. Yo en ella sólo vi a un ángel que se detuvo cada día ante mí. Me agarró del brazo y me salvó la vida. La querré eternamente. Me despido de este diario ya que nunca más volveré a escribir en él. Lo guardaré como recuerdo de que no debo desaprovechar esta segunda oportunidad. Ingresaré en un centro de desintoxicación y comenzaré mi nueva vida junto a Marta.

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Me ha regalado una guitarra y me ha dicho que le debo una canción personalizada. Os la dejaré aquí para que también disfrutéis de ella.

“Mi Ángel Rubia”

Te posaste ante mí regalándome tu felicidad

felicidad que se plantó en mí como una semilla

que se detuvo en mi corazón donde brotaron fuertes raíces

alimentadas por tus sonrisas y por tu amor.

Si me plantara ante dios y me concediera un deseo

sólo podría pedir vivir mi vida a tu lado.

Caminaremos juntos de la mano de la ilusión de un nuevo amanecer

sin perspectivas de un atardecer que se esconde lejano en nuestros corazones

tras las sombras de una noche que forjó nuestro destino.

Te digo que te quiero que sin ti me muero que un día a tu lado es para mí un deseo.

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10.- “Rencor, amor y París”

No hay mejor plan que pasar la tarde sentado en la arena de la playa de Samil. El sol comienza a despedirse con un tono rojizo sobre un cielo despejado. Dos chicos corriendo por la orilla, charlando de cualquier cosa que se les pase por la cabeza. También hay una chica morena de pelo largo jugando con su perro entre risas y caricias. Le tira un palo al agua una y otra vez para que vaya a recogerlo. Romeo and Juliet de los Dire Straits suena en mi mp3 dando una banda sonora perfecta a este momento.

Son muy curiosas las cosas que se pueden llegar a hacer por amor. Eso si tu ex no se va con tu mejor amigo y su única defensa es decir que ya no le hacías caso y que pasabas de ella. Malditos hijos de perra.

Por suerte para mí, me tocó un millón de euros en la lotería y mañana me marcharé a París de viaje. Siempre quise ir a la ciudad del amor. Siempre pensé que iría con mi chica. Los dos arderíamos en deseo e ilusión por nuestro amor. Pero no será así. La realidad siempre suele estar poco hecha y algo fría.

Me levanto y me quito mis Ray-Ban. Absurdo llevarlas, el sol ya se ha marchado. Subo al paseo y me siento en una cafetería. Una joven camarera rubia se acerca sonriente, con su camisa medio desabrochada en un gesto desesperado por captar la atención de algún cliente que mire sus grandes tetas. Conmigo lo ha conseguido. Le suelto una sonrisa estúpida y le pido un café. Se marcha moviendo el culo como si le acabara de pedir un baile. En frente puedo ver a una señora escandalizada por mi conducta hacia la chica. Su mirada de desaprobación con ojos abiertos y boca abierta consiguen que me ría y le salude lanzándole un beso. La señora se

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ruboriza y me llama cerdo sin pensar. Su amiga o quizás su compañera sentimental me mira y le dice que se calme.

Vuelve la camarera con mi café. Me dice que ella misma me lo ha preparado con todo su cariño. Le digo que no se moleste, que me he cansado de chicas exuberantes que te usan como un juguete al que abandonar cuando se cansan. La camarera me tira el café y me dice que me largue. Jaja parece que di en el clavo. Le digo que se tape las tetas, no vaya a coger un constipado. Lo siguiente que vi, fue la taza y el plato volando cerca de mí. Adiós al café…

Llego a mi casa y me doy una ducha. Aún sigo oliendo a café. Mañana cogeré el tren de las 7:00 AM dirección a París. No puedo tener más ganas de marcharme y olvidarme de todo.

Cuando llego al tren veo una cara conocida. La chica que ayer estaba jugando con su perro, ahora está delante de mí, arrastrando una maleta que parece pesada.

—¿Quieres que te ayude a llevarla?— Le dije a la chica con una sonrisa.

Ella también sonrió y me contestó con cierta timidez

—Si me ayudas te lo agradeceré eternamente. Hace poco tuve una lesión en mi brazo derecho y con la izquierda soy muy patosa—. La chica sonrió mientras me dejaba coger el mango de la maleta. —¿Vas a París?— Me dijo ella. —Pues sí, he decidido escaparme unos días—. Le contesté.

No nos dijimos nada más hasta que llegamos a su asiento. Pongo su maleta en el compartimento, encima de su asiento y me despido cortés y con una sonrisa. Ella me da la mano y me dice que se llama Vanesa. Yo le devuelvo el saludo y le digo que me llamo Jesús. Le digo que tendremos un viaje largo si necesita charlar sólo

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tiene que decírmelo. Ella me contesta lo mismo. Sin más, me voy a mi asiento que casualmente está en la misma fila que ella. No sé si os habéis fijado pero el plástico o cristal que está encima de los asientos donde van las maletas, refleja el resto de asientos que están delante tuya.

Allí estaba ella, cogiendo su MP3 y reclinando su asiento. Nuestras miradas se volvieron a cruzar y me volvió a regalar otra sonrisa. Vanesa, apenas se nada de ti y ya no puedo dejar de mirarte a través de este reflejo. Si dejo volar mi imaginación, empiezo a pensar en mil situaciones en las que sufrimos un accidente, secuestro o situación en la que los dos nos juntamos y empezamos una historia. Me pregunto que estará escuchando. Yo aquí estoy con mis Dire Straits escuchando mi Romeo and Juliet.

Unas cuantas horas más tarde me levanto y me voy a la máquina de café del tren. Selecciono un capuchino y me quedo mirando para la máquina como lo prepara. Hay algunas que tardan una auténtica eternidad. Antes de que termine de hacerse, un “hola” dulce y alegre me hace cerrar los ojos. En décimas de segundo coqueteo con los fantasmas del pasado.

Me doy la vuelta y le saludo.

—¿Vas a tomar un café?— Le pregunté con una leve sonrisa. —Sí, me apetece un capuchino—. Dijo Vanesa quitando una pelusa de la chaqueta de Jesús.

Los dos sonreímos e inmediatamente nos interrumpe un pitido de la máquina para indicarnos que mi café ya está listo. Lo cojo y se lo doy a ella.

—Toma, te invito—. Le dije. —Muchas gracias—. Contestó.

Intentó pagarme el siguiente café pero me negué en rotundo.

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Comenzamos a hablar y me contó que hacía unos meses lo había dejado con un chico. Al parecer pasaba de ella y le hacía más caso a otras mujeres que a ella. Se cansó y lo mandó a la mierda. ¿De que me sonará todo esto? Le digo que mi ex, se fue con mi mejor amigo, que me dejó porque decía que pasaba de ella y que no le hacía tanto caso como antes. Vanesa comenzó a reírse y a decirme que lo sentía, que no era para reírse pero que no lo podía evitar. Una chica curiosa por lo menos. Entre bromas le dije que me parecía bonito que se riera de mi desgracia, a lo que ella me contestó que no lo hacía queriendo que ni siquiera sabía por que se reía.

Nos tiramos como media hora hablando de tonterías, sin nada concreto hasta que los dos volvimos a nuestros asientos. Ella estaba cansada y me dijo que iba a dormir un rato, que aún nos quedaban diez horas de viaje. Así fue, pude ver desde su reflejo como se iba quedando dormida. Su rostro era precioso. Su pelo negro y sus ojos oscuros con un brillo especial. Quizás ese brillo sólo lo podía ver yo. Yo decidí acompañarla en este tren que se había convertido en un sueño del que no me quería despertar ni separar.

Un pitido me despertó. Bienvenidos a París dijo una grabación. Mi destino, miré al reflejo de Vanesa pero ya no estaba, me levanté y empecé a buscarla entre la gente que se movía. Al fin pude verla, estaba quieta en el pasillo. Mirando para mí, con sus manos en sus caderas y una sonrisa. Creo que quiere que le baje la maleta. Así fue, bajé su maleta y salimos del tren.

—Bueno, ya hemos llegado. Fue un placer conocerte—. Le dije a Vanesa. —Lo mismo digo, si quieres te doy mi teléfono y nos vemos por París—. Dijo Vanesa sacando el movil de un bolsillo. —No… —Le contesté—. Hagamos un trato. Si volvemos a encontrarnos en nuestra vida, haremos algo los dos. ¿Qué te parece? —Me parece perfecto, que sea el destino quién nos una si tenemos que estar juntos.

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Sin más nos dimos dos besos y nos marchamos cada uno por nuestro camino.

Después de dar varias vueltas por la ciudad llego a un hotel llamado “Jardin des plantes”. Entro y pido una habitación. Me pregunta si tengo maletas. Le contesto que no. Si supiera que ahora mismo me sobra el dinero. Tengo un millón de euros en el banco. Subo a mi habitación y me tiro en la cama. Tengo esa manía cuando entro en mi habitación de hotel. Probar la cama. Al rato voy al minibar y veo que no hay bebidas. Iré a recepción a decirles que me llenen la nevera.

Al abrir la puerta no pude dar crédito. Un escalofrío recorrió mi espalda al verla.

—Vanesa…— Dije apenas susurrando.

Se giró, sonrió y se lanzó a darme un abrazo

—¡Jesús! pensé que no volvería a verte y ya me estaba arrepintiendo por dejarte marchar—. Me dijo mientras me estrujaba entre sus brazos. Yo me quedé paralizado. —Pues parece que tendremos que hacer algo. ¿Qué te parece si te invito a comer?— Le dije mirándole a los ojos. —Pues me parece perfecto. Primero deja que me de una ducha y ya estaré lista—. Me dijo corriendo a su habitación. —Yo haré lo mismo. Pasaré a buscarte en media hora—. Le dije mientras cerrábamos las puertas.

No me lo puedo creer. Mi corazón latía a punto de darme un ataque al corazón. El escalofrío había vuelto, esta vez paseándose una y otra vez por mi espalda. Una alegría que parecía muerta resurgió e hizo que me sintiera feliz. Me duché, me vestí y fui a llamarle a la puerta. No sé muy bien que hacer, ni que decir, sólo que quiero impresionarla y que se sienta la mujer más feliz del mundo.

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La puerta se abrió y para mi sorpresa, sólo una toalla tapaba su cuerpo. Su pelo mojado y su siempre dispuesta sonrisa me invito a entrar. Me dijo que me sentara, mientras se iba a vestir. Allí estaba yo, sentado en un sofá esperando a que ella se vistiera. Me sorprendió al ver que en cinco minutos ya estaba lista. Se había puesto un vestido corto de flores, apropiado para este calor que nos golpea en primavera. También llevaba unas sandalias y su pelo ya seco echado hacia atrás.

—Estás realmente preciosa Vanesa—. Le dije al verla —Vaya, muchas gracias, lo mismo puedo decir de ti.

Salimos del hotel y caminamos hasta la Torre Eiffel. Entramos en un restaurante y pedimos algo para comer. Hablamos de todo, nuestros gustos, aficiones y todo lo que nos gustaría hacer en esta vida. Me dijo que le apetecía viajar, perderse durante un tiempo conociendo distintos países y distintas gentes. Le dije que yo estaba haciendo eso ahora mismo. Durante un tiempo indefinido pensaba irme sin billete de vuelta, sólo de idas. Me dijo que le encantaría hacer eso pero que ahora su familia estaba mal económicamente y ella había conseguido un trabajo como profesora de castellano. Aún no le dije que me tocó la lotería. Quiero que me demuestre que me quiere y que podría arriesgarse a una locura sin importarle mi cuenta bancaria. Al terminar la comida salimos fuera. Yo, decidido a hacer algo que jamás pensé que volvería a hacer. Saqué un pañuelo de mi bolsillo y le vende los ojos. Le pregunté si confiaba en mí y me dijo que sí. Con la mayor decisión que jamás había escuchado. La cogí de la mano, ella me la soltó para agarrarse a mi cintura y empezamos a caminar. No pude evitar sonreír de felicidad. Fuimos a una Creppería donde pedí dos Creppes de Nutella. Espero que le guste. La llevé a ciegas a la explanada de los Camps de Mars, con la Torre Eiffel a nuestra izquierda. Le quité la venda y al mirar a su alrededor, una lágrima salió de su ojo derecho. Se había emocionado. Le dije que no se pusiera triste, a lo que me contestó que no era tristeza, si no que nunca nadie había hecho nada por ella. Que lo máximo que

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habían hecho los chicos había sido aprovecharse de ella y utilizarla. Le dije que yo no lo haría, que no sabía porqué, pero la quería más que a nada que hubiese querido antes. En tan sólo dos días había sentido más en mi corazón que todos los años al lado de otras mujeres. Ella se abrazó a mí y me besó. Me había besado millones de veces con diversas chicas pero sin duda aquel fue el mejor beso de toda mi vida. Pude sentir su amor recorriendo todo mi cuerpo. Después de un rato, nos miramos a los ojos y le di el Creppe. Se volvió a reír con esa sonrisa que sólo ella puede tener y me dijo que no quería volver a separarse de mí por nada del mundo. Le digo que la quiero y que me acompañe en mi viaje. Que nos perdamos los dos por el planeta en adelante. Me dice que le de tiempo, que necesita mandarle dinero a su familia. Su madre y sus dos hermanos están en el paro y ella es la única que ha encontrado trabajo. Decido contárselo. Le digo que me tocó la lotería que no se preocupe por el dinero que nunca más será un problema, y así fue.

Veinticuatro años después, seguimos juntos. Hemos pasado por muchas situaciones en estos años pero todas han sido maravillosas a su lado. Tenemos tres hijos dos chicos y una chica . A día de hoy, seguimos besándonos como hace veinticuatro años con la Torre Eiffel de testigo y una vida por delante. Junto a mis hijos, la quiero más que a nada en este mundo y por ellos, daría lo que fuera necesario. Ahora me acuerdo de mi ex y de mi mejor amigo. Quizás os guste saber que no duraron ni un mes y que ella al enterarse de que era millonario, quiso volver a intentarlo. Dio la lata un tiempo hasta que encontró a un chico que la hizo feliz el resto de su vida. De mi mejor amigo no he vuelto a saber nada más. Deciros que a veces me encantaría detener el tiempo para no envejecer y vivir todo el tiempo del mundo con Vanesa. Pero también entiendo que todo lo malo que nos vaya pasando en la vida, no es más que un aprendizaje para que un día llegue nuestra felicidad y la disfrutemos como nunca.

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11.- “Una eternidad contigo”

Sólo recuerdo un estruendo muy fuerte seguido del mayor de los silencios. Desde ese momento han pasado ya veintitrés años. Unos decían que en ese momento veías una luz y que debías ir hacia ella. Todo mentira, yo no vi nada. Yo tenía veintinueve años y gozaba de una buena salud. Recuerdo aquel mediodía invernal del 20 de enero de 1989 como si fuera ayer. Estaba cruzando cuando escuché ese estruendo y luego el silencio. Yo estaba tirado en el suelo, me levanté y allí estaba mi cuerpo. La gente se agolpaba alrededor de él, curiosos y expectantes. Yo me acerqué, intenté volver a meterme dentro pero me resultó imposible. Más tarde aprendí que esta nueva condición a la que me enfrentaba, sólo me permitía tocar cuerpos muertos u objetos inertes. Los cuerpos vivos los atravieso como si no existieran. Como si sólo fueran un reflejo o parte de mi imaginación. Sin quererlo me acababa de convertir en un espectador de la vida en primera persona. Corrí hacia mi casa sin mirar atrás. Por suerte o por desgracia estaba a quince minutos de ella.

Con mi nueva condición no me cansaba, ni me hacía falta respirar. Llegué a mi casa en... bueno, no sabría decirlo, no tenía reloj. La cuestión es que llegué antes de que los servicios de urgencias llamaran a mi casa para informar a mi mujer.

Allí estaba Gladis, mi mujer, de pie en la cocina preparando la comida. Esperando a que yo llegara por la puerta, fuera hasta la cocina sin hacer ruido, la agarrara por la cintura y le diera un mordisco en el cuello para luego decirle lo mucho que la quiero. Gladis era preciosa… Su pelo era negro, largo y ondulado. Su figura fina y elegante, de estatura media. Sus ojos color miel conseguían atraparte en el más profundo laberinto del que no podías escaparte.

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Su piel siempre cálida y suave, con un olor a fresa que conseguía aturdirte en un jardín de deseo. Fui hasta ella, intenté hacer lo de siempre pero mis manos la atravesaron como si no estuviera allí. En ese momento ella tuvo un escalofrío. Empecé a hablarle pero ella parecía no escucharme. De pronto, el teléfono sonó. Gladis corrió a contestar con una botella de vino tinto en la mano.

La mano que sujetaba la botella perdió su fuerza y dejó caer la botella. El vino se derramó manchando el suelo a su paso. Gladis comenzó a llorar desconsolada. Sus piernas flaquearon y se cayó de rodillas entre llantos. No pude escuchar nada pero supuse que se lo acababan de comunicar. Su marido, yo, acababa de morir en un accidente de tráfico.

Yo desesperado me quería volver a morir. Mi mujer llorando y yo no podía decirle nada. Ni siquiera podía darle un abrazo. Cuanto más lo intentaba, más fracasaba en ello. No pude aguantarlo, tuve que salir de allí. Me fui a la calle. Volví donde había sido el accidente pero ya no quedaba nada.

Al día siguiente fue mi funeral. Nunca pensé que estaría en él como un espectador. Estaba toda la familia y algunos de mis amigos. También había alguno de mis enemigos. Los típicos que siempre están intentando joderte pero que luego van a llorarte cuando ya no estás. De todos los que estaban allí, en aquella sala de tanatorio, sólo me importaban cinco personas. Mis dos hermanos, mis padres y Gladis. La pobre está desecha, su cara no es ni el reflejo de como es cuando sonríe. Nunca soporté verla así. Siempre tuve esas palabras que necesitaba para no llegar a ese punto.

Lo que más rabia me daba era no escuchar nada. Todo el mundo movía su boca pero yo no podía escuchar nada. Intenté hacerme notar tocando cosas pero era como si hubiera perdido toda mi fuerza. Ahora sé que para mover los objetos tengo que sentir muchísima ira en mi interior.

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Después del entierro, los días fueron transcurriendo sin nada interesante que contar. Gladis comenzó a salir de casa ayudada por mi suegra. Yo pasé todos los días pegado a mi mujer. Fui a hacer alguna visita al trabajo y algunos familiares y amigos pero la mayor parte del tiempo lo pasé con Gladis. Todas las noches duermo a su lado, aunque ella no puede sentirme ni verme. Ojalá pudiera oler otra vez su olor a fresa y ojalá pudiera volver a sentir sus labios con los míos.

Al cabo de un par de meses, Gladis fue al médico y pude ver la segunda cosa más bonita de mi vida, o debería decir, la primera de mi muerte. Se podría decir que lo más bonito de mi vida fue el momento en el que conocí a Gladis y el mejor momento de mi muerte fue cuando vi a mi hijo en la pantalla con la que hacen las ecografías. Empecé a llorar mientras me reía, algo que también le pasó a Gladis. En ese momento sin pensarlo, movido por el corazón, besé los labios de Gladis. El ruido volvió a mí. Era como un huracán de cosas pasando al mismo tiempo. Pude sentir los labios de Gladis y por un momento, pude escuchar su voz diciendo “me ha besado”. Su cara era un poema, aunque supongo que la mía sería igual. Fueron décimas de segundo pero pude sentir sus labios, oír su voz y oler ese olor a fresa. Volví a intentar besarla pero fue inútil.

Desde ese momento, empecé a intentar aprender por mi cuenta. A interactuar con “los vivos”. Estaba claro que no podían verme pero si que podían sentirme si yo también lo hacía.

Gladis pasó los días, semanas y los meses, abriendo la boca. Quizás hablaba conmigo pero yo no podía entender nada. Por las noches siempre lloraba cuando se metía en la cama. Supongo que no lo haría si supiera que yo estaba allí, con ella, tumbado en la misma cama. Cuando estaba vivo todas estas cosas me parecían una locura y ahora es lo más normal del mundo.

Siete meses después, nació nuestro hijo. Yo quería discutir el nombre con ella pero no podía. El parto fue bien y a los pocos días

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Gladis se fue a casa. Sus padres estuvieron viviendo con ella un tiempo. Mis padres iban a visitarla casi todos los días y a ver a nuestro hijo. Podía sentir mucha felicidad, lo que hizo que empezara a llorar y que fuera incapaz de estar con ellos cuando se reunían. Mi corazón o mi alma, se retorcía por dentro al ver eso. No poder estar con ellos y no poder coger a mi hijo en brazos me rompía por dentro.

Un día que estaba sentado en el sofá y Gladis estaba sentada en el otro con nuestro hijo, pasó algo con lo que no había contado. Nuestro hijo no dejaba de mirar hacia mí. Me levanté y empecé a moverme. Sus ojos y su cabeza me seguían allí a donde iba. Me acerqué y le hice muecas. El empezó a reírse y mi mujer con él. Pude descifrar en sus labios que le decía —¿y tú de qué te ríes?— Sus gestos derrochaban dulzura y ternura. Era una imagen que me encantaba. Desde el primer momento que vi a Gladis en aquel supermercado, supe que era mi mujer y que algún día sería la madre de mis hijos. No puedo estar más orgulloso de ella, para mí siempre será la mejor.

Los años fueron pasando hasta la actualidad. Mucho he aprendido sobre aquello. Ahora puedo tocar lo que quiera, siempre que no esté vivo. Sólo tengo que llenarme de ira y ya puedo mover o coger lo que sea. La única interacción que tuve con los vivos estando muerto fue esa vez que besé los labios de Gladis y los primeros meses de mi hijo. Al llegar al año de edad dejó de mirarme, es como si ya no pudiera hacerlo.

También pude ver el nombre de mi hijo en los baberos que le hacía mi madre y la de Gladis. Aarón, como yo. El día que lo vi, tampoco pude impedir las lágrimas.

Si hay algo que me encantó de Gladis, es que nunca volvió a estar con un hombre. Tuvo amigos y conocidos pero nunca llegó a nada con ellos. Si lo hubiera hecho tampoco habría podido reprochárselo. Ella podía disfrutar de su vida aún y debía hacerlo.

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En todos estos años he conocido a muchos muertos como yo. Algunos han sido amigos otros conocidos y otros completamente desconocidos. Cada uno con sus cosas. Dicen que cuando mueren todos los miembros de tu familia que conociste en vida, te vas a un mundo completamente distinto a este. No sé si será cierto, lo que si sé, es que mucha gente que fui conociendo, fueron desapareciendo.

Ahora no hay nadie en casa. Gladis tiene cuarenta y ocho años. Tenía veinticinco años cuando yo me morí. Sigue estando preciosa, aunque los años han ido pasando por ella, para mí sigue siendo mi niña. Son las doce y media de la noche y Gladis se va a la cama. Nuestro hijo ha salido con los amigos, según pude ver en sus conversaciones de su teléfono móvil. Hay una chica que se llama Marietta con la que parece que empieza a tener una relación amorosa. No sé en que acabará eso.

Gladis se mete en la cama y yo me acuesto a su lado, mirándole a los ojos. De repente Gladis se sobresalta y grita. Su grito casi me deja sordo.

—¿Aarón?— Dijo Marta acercándose. —Marta, ¿puedes verme?— Dijo Aarón con la voz temblorosa. —Sí…— Susurró Marta lanzándose hacia Aarón y abrazándolo. —Mi niña, te quiero, puedo escucharte, puedo olerte y puedo sentirte—. Dijo Aarón. —No entiendo nada pero bésame—. Dijo Marta.

Sin mediar mas palabras comenzamos a fundirnos el uno con el otro. Estuvimos horas y horas después de veintitrés años de soledad.

Cuando nos dimos un respiro, comenzamos a hablar de todo lo que nos había pasado. Yo le conté que no me separé de ella en ningún momento y que la acompañé a todos los sitios. Le conté que

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fui con ella a todas las visitas al ginecólogo para ver a nuestro hijo y que siempre los he protegido de cualquier cosa que les amenazara.

Ella me dijo que pudo sentir mis labios el día de la primera ecografía y que desde ese momento dejó de estar triste por que ella en su interior sabía que yo estaba con ella. Nos abrazamos y pasamos el resto de la noche juntos hasta que nos quedamos dormidos.

A la mañana siguiente me desperté y le di un beso para despertarla. Fui a ver si había llegado nuestro hijo pero no. Aún no había llegado. Preocupado comencé a caminar deprisa hacia la habitación para decírselo a Gladis. A medio camino, un grito de ella hizo que corriera más rápido. Al llegar a la habitación me quedé boquiabierto. Gladis de pie, completamente desnuda mirando hacia la cama, donde yacía su cuerpo desnudo. Gladis comenzó a gritar y a llorar desesperada como la vez que le dijeron que yo me había muerto. Solo que esta vez, yo si que podía abrazarla y decirle esas palabras exactas que hacían que se calmara. Lo primero que pensamos fue en nuestro hijo. Ahora era huérfano. Cuando por fin Gladis se calmo, dijo algo que a mí me hizo reír como un idiota. Dijo, “Tenemos que vestir mi cuerpo, no puede ir desnudo por ahí”.

No pude evitar reírme pero creo que lo más cómico del asunto es la idea de vernos a los dos en modo fantasma poniéndole unas bragas a su cuerpo. Seguido de la demás ropa. Que por cierto, tuvo que poner el cuerpo conjuntado, no valía cualquier ropa. Eso también hizo que me riera sin parar.

De pronto, nuestro hijo entró en la habitación, Gladis se lanzó sobre él sin saber que no podía tocarlo. Lo atravesó y se cayó al suelo. Aarón se acercó al cuerpo y vio que su madre estaba muerta. Comenzó a llorar desesperado y llamó a una ambulancia. Al poco aparecieron los de la ambulancia y la policía, que se llevaron el cuerpo. Mis padres y los de Gladis aparecieron desconsolados y destrozados.

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Al día siguiente fue el entierro. Esta vez estábamos los dos. Reconozco que estar muerto es una mierda pero cuando tienes a la persona que más quieres a tu lado, todo se ve diferente.

Los meses siguientes los pasamos al lado de nuestro hijo, quien empezó a trabajar y a ganar un buen sueldo. También nos enteramos que la noche que Gladis y yo nos reencontramos. Aarón y la chica Marietta, habían pasado la noche juntos. Al cabo de unos meses empezaron a vivir juntos en nuestra casa.

Gladis y yo decidimos vivir muertos lo que no pudimos vivir como vivos. Los dos éramos jóvenes y al estar muertos no nos cansábamos, así que hicimos de cada segundo juntos un sueño. Nos fuimos de viaje por el mundo en adelante. De vez en cuando volvíamos a casa para ver a nuestro hijo. Ahora ya se había casado y tenía tres hijos. Una niña y dos niños. A la niña la llamó Gladis y a los niños Aarón y Michael.

Los años siguieron pasando hasta que al final nos fuimos reencontrando todos y por fin nos fuimos del mundo de los vivos para vivir nuestra muerte todos juntos.

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12.- “Operación mazo de hierro”

Estamos en Somalia, Mogadishu. Somos tres miembros de la fuerza especial Foxtrot; Michael, Luis y yo. Nuestro objetivo principal es matar al general rebelde Sayid Hirsi. El sargento Michael está en la azotea del hotel Florensa, denominado “El nido”. Con su rifle de francotirador debe neutralizar al objetivo. Luis y yo tenemos que proteger la entrada del hotel para facilitar la evacuación de Michael. Nuestro enlace está en su posición, al inicio de la calle “Wadada Wadnaha”. Todo está preparado para dar comienzo. —Aquí Michael, llega un todoterreno blanco y de copiloto el objetivo. Repito, llega un todoterreno blanco y de copiloto el objetivo. Cambio. —Recibido Michael, aquí el capitán Pablo. Fije el objetivo y cuando tenga un disparo claro, neutralícelo. Cambio. —El vehículo se detiene junto a nuestro enlace, cambio. —Estate atento a cualquier movimiento, cambio y corto.

De pronto el sonido inconfundible de un AK-47 hizo aparición.

—¿Qué ocurre Michael?— Preguntó Pablo. —¡El enlace ha caído! En espera de una orden. —¡Detenga el vehículo y neutralice el objetivo!

Rápidamente ordené a Luis salir del Hotel y disparar hacia el todoterreno. Tan pronto como salimos, un RPG impactó en la azotea del hotel. Ordené a Luis que se pusiera a cubierto pero parecía no escucharme. Comenzó a disparar al depósito del vehículo con su M4. El todoterreno salió volando por los aires. Seguidamente sin que pudiera percatarse, el cabo Luis miró hacia mí y otro misil de RPG

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lanzado desde la misma posición, le impactó. Por suerte para mí, yo estaba a cubierto detrás de un contenedor. En cambio Luis, yacía en el suelo sin ningún signo de vida.

—Luis ha caído. Michael, elimine ese RPG ¡YA!— Dijo Pablo.

Tras esperar unos segundos sin obtener ningún tipo de respuesta, volví a repetir la orden.

—Sargento Michael elimine ese RPG ¡YA!

No podía esperar más, tenía que actuar. Estaba sólo. No sabía donde podía haber más RPG pero no podía quedarme quieto. A menos que quisiera acabar como el resto del equipo.

Antes de que pudiera moverme, desde otra de las ventanas del edificio donde estaba el del RPG, salió un rebelde con una AK-47 y comenzó a disparar a los civiles. Mi mirada se centra en una chica joven de unos veinte años. Corre hacia un niño que está en el medio de la carretera llorando. Tal vez sea su hijo o su hermano pequeño. Otro disparo del RPG. Esta vez impactó en la chica y demás gente que corría buscando protección. El niño se quedó inmóvil, llorando en el medio de la calzada.

Sin pensarlo me levanté y me eché a correr hacia el pequeño. Lo cogí en brazos y volví a mi posición. Lo puse detrás de mí y apunté con mi M4 hacia el tipo de la AK-47. Ayudándome de la mira telescópica apunté a su cabeza y disparé. Seguidamente apunté hacia el del RPG e hice el mismo ejercicio. De pronto empezaron a salir por las ventanas una lluvia incesante de balas que venían hacia mí. Cogí una de mis granadas de humo y la lancé al medio de la calle. El humo permitió que los disparos se detuvieran. Cogí al niño y crucé la calle. Me coloqué en una posición perfecta. Estaba protegido por la pared y una gran visibilidad. Cuando el humo comenzó a disiparse

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pude ver a cinco de los rebeldes caminando hacia donde estaba antes. Cogí una granada y se la lancé.

Parece que ya no queda nadie. Momento de ir a buscar a Michael. Quizás aun esté vivo. Cuando empecé a correr me detuve en seco y miré atrás. Allí estaba el niño mirándome con sus ojos llenos de lágrimas. Debía tener tres años. No podía dejarlo allí. Volví a correr hacia el niño, le cogí la mano y comencé a cruzar la calle a toda prisa con él en brazos. Al llegar a Luis comprobé su pulso. Muerto, sin pulso y frío. Arranqué las chapas con su nombre del cuello y fui al edificio. Le dije al niño que me esperara en la escalera, que volvería en un momento a por él. No creo que entienda mi idioma pero parece entender lo que le quiero decir. Al llegar a la azotea puedo ver a Michael en un estado que recordaré el resto de mi vida. Cogí las chapas de lo poco que quedaba de su cuerpo y volví con el niño.

—Bueno, te voy a llevar conmigo al cuartel general. Esto no es seguro para ti solo. Allí sabrán que hacer contigo. Necesito que me sigas en todo momento y que no sueltes mi mano. ¿Entiendes lo que te quiero decir?— Dijo Pablo.

El niño asintió con la cabeza para mi asombro. Le cogí la mano y salimos fuera. Está claro que nos pueden disparar no puedo llevarlo al descubierto. Corrí hacia Michael, le quité el chaleco antibalas y el casco. El estaría orgulloso de que sirviera para esto. Se lo puse al niño. El casco le quedaba grande y el chaleco le llegaba a las rodillas. Quizás le pese un poco pero esto puede salvarle la vida. Puse mi M4 al hombro y cogí la pistola. Al llevar al niño agarrado con una mano, no podría disparar con el M4, la precisión sería horrible.

Comenzamos nuestra andanza por la misma calle, la “Wadada wadnaha” hasta el Hospital “Digfeer General” que está a las afueras. Hay mucho terreno de por medio. Al principio las calles y luego zona boscosa. Debo avisar al cuartel general.

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—Aquí el capitán Pablo del equipo Foxtrot. Solicito refuerzos. El sargento Michael y el cabo Luis han caído en la misión. El enlace también ha caído. Estoy solo en este momento. Cambio. —Aquí el cuartel general. No podemos enviar a nadie. Siga hasta la zona de extracción fijada, donde tendrá un helicóptero esperando. Cambio. —Recibido Cuartel general. Cambio y corto.

Aunque mi objetivo es llegar al punto de extracción mi prioridad es mantener a salvo a este niño. A mitad de camino veo a tres rebeldes en una carnicería apuntando a los civiles. No podía dejar que muriera más gente inocente. Puse al niño a cubierto en un portal y me puse detrás de un coche estacionado. Me equipé con mi M4. Ajusté la mira y de tres tiros certeros acabé con el problema. Los tres rebeldes estaban abatidos en el suelo. Volví a por el niño y continué en mi trayecto.

Llegando al final de la calle el niño comenzó a llorar. Me detuve y cogí mi cantimplora. No sé por que lo hice, quizás un instinto interno me dijera que el pequeño tenía sed. Le di la cantimplora a lo que el me rió y ayudándole se puso a beber. Casi se bebe todo el agua. Al final se atragantó, a lo que le di una pequeña palmada en la espalda y el se volvió a reír.

Su sonrisa me devolvió por un momento a mi casa. Pude ver a mi mujer y a mis tres hijos corriendo por el jardín. Un disparo me devolvió a la realidad. Cogí al pequeño y me metí en un portal rompiendo la puerta de una patada. El edificio estaba abandonado y medio en ruinas. No tengo ni la menor idea de donde vino ese disparo. Subí al primer piso y me fui a una de las ventanas. Me asomé y pude ver a dos rebeldes atrincherados en un coche en la acera de enfrente. Es extraño, suelen ir de tres en tres. De pronto escuché pasos en el interior del edificio. Cogí mi pistola y comencé a caminar hacia las escaleras. Justo al llegar a la puerta alguien me golpeó con la culata de un arma. Era el tercer rebelde que me faltaba.

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Me lancé hacia él y levantándolo por la cintura lo tiré de espaldas al suelo. Apunté con mi pistola y sin pensarlo apreté el gatillo. El pequeño me miró atemorizado pero no tenía tiempo de consolarlo, ahora mismo nuestras vidas corrían peligro. Corrí hacia la ventana y pude ver como los otros dos comenzaban a cruzar hacia el edificio. Cogí mi M4 y los neutralicé. Miré a todos lados para confirmar que estaba despejado y me fui hacia el pequeño.

Le cogí la mano y el sé levantó. Creo que entendió que le estoy protegiendo. Se agarró a mi pierna, se aferró a ella con todas sus fuerzas. Me costó despegarlo pero cuando lo conseguí le di la mano y salimos del edificio. Al poco, por fin llegamos a la zona boscosa. Metiéndonos por entre los árboles tracé una linea recta para llegar al punto de extracción.

Ya tenía contacto visual con el hospital. Al llegar subí a la azotea, donde me recibieron parte de mis compañeros del equipo Delta. Al principio el pequeño no quería montarse en el helicóptero. Quizás le diera miedo. Me agaché apoyando una de mis rodillas en el suelo y abrí los brazos. El vino, me abrazó y me dio un beso en la mejilla. Aunque no nos entendamos con el idioma, hemos creado nuestro propio lenguaje. Lo agarré y nos metimos en el helicóptero.

Al llegar al cuartel general, el general Rodríguez me echó la bronca por llevarme a un niño conmigo. Al final entró en razón y me concedió unas cuantas medallas. Sinceramente las medallas me daban igual, lo que me importaba era saber que iba a pasar con el pequeño. Tras una investigación de unas horas. El general Rodríguez me informó que al pequeño no le quedaba familia. La única persona que le quedaba era su madre de diecinueve años. La que vi morir por el RPG. Le pedí al general si podía llevarme al pequeño a mi casa. El general Rodríguez me miró y me dijo “Hijo, he entregado muchas medallas pero esto que quiere hacer usted es mayor que cualquier rango o medalla. Le concedo un año de descanso con su familia y luego le recomendaré para que pase a ser instructor en algún cuartel militar de su zona”.

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No pude aguantar y actué como el niño somalí. Sin pensar, al oír esas palabras, le di un abrazo al general Rodríguez.

Diez días después estaba embarcando en un avión, con el niño somalí de camino a mi casa. Me pregunto como se tomarán esto mi mujer y mis hijos. Simplemente me dejaré llevar hasta ese momento, sin adelantar acontecimientos.

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13.- “El bar del olvido”

El último bar de la noche, “El bar del olvido”. Después de tomar unas cuantas copas me gusta acabar aquí la noche. Me dirijo a la barra y me siento al lado de una chica de aspecto gótico. La chica es morena, de pelo liso y bastante largo. Lleva un pantalón de cuero negro ajustado, una camiseta con escote por delante y por detrás, dos guantes negros que le llegan hasta los codos y un gran tatuaje en la espalda de una pin-up.

—Hey Barry, ponme lo de siempre—. Dijo Jack mientras colocaba sus manos en la barra. —¡Marchando un Whisky con Vodka!— Dijo Barry con cierto tono alegre. —Vaya, nunca traté con un hombre que bebiera eso. ¿Tiene algún nombre esa mezcla?— Dijo la mujer con tono dulce mientras dibujaba una sonrisa pícara y clavaba sus ojos en la cara de Jack. —Sí, se llama “Mickey Mouse”—. Jack se quedó mirando para la mujer con una sonrisa de medio lado. Igualita que la de Marlon Brando. —¿En serio se llama así?— La mujer torció las cejas con cara de no creerse lo que le estaba diciendo Jack.. —Claro, yo mismo se lo puse—. Volvió a responder Jack con una sonrisa. —Aquí tienes Jack, no te atragantes. —Vaya, así que te llamas Jack. —Sí, mi padre era un poco tradicional para esas cosas, ya sabes. —Entiendo, yo me llamo Lucy, Lucy Vont. Encantada de conocerte, Jack—. Lucy tendió su mano y pronunció su nombre con cierta picardía.

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—Nena, como sigas así me vas a poner realmente cachondo—. Dijo Jack dándole la mano a Lucy. —Veo que te gusta ser directo con la bebida y con las mujeres—. Dijo Lucy sonriendo pero sin despegar su mirada de Jack. —Si algo aprendí de la vida es que si no hablas claro, las cosas se van y no van a esperar a que repitas una segunda vez lo que quieres decir o hacer. Mi lema es, “Dame tu ritmo que yo te daré mi blues”. —Tu mirada desvela una vida dura—. Dijo Lucy entrecerrando los ojos. —Desde luego, no he tenido una vida normal pero aquí estoy, una noche más, charlando con una chica preciosa en la barra del último bar—. Dijo Jack volviendo a poner esa sonrisa de medio lado en su cara. —Hey muñeca, me llamo Tony, ¿por qué no te vienes conmigo y con mis amigos al billar y te alejas de este cromañón?— Dijo Tony mirando a Jack mientras colocaba su brazo derecho sobre la espalda de Lucy. —Tony, te estás ganando unas hostias—. Dijo Jack mirando a Tony. —Quita tu brazo de mi espalda insecto—. Dijo Lucy quitando el brazo de Tony de su espalda. —¡Qué te pasa zorra! ¿Prefieres a este cromañón que a mí?— Dijo Tony alzando la voz.

Suficiente, me bebo mi Mickey Mouse del tirón. De fondo puedo escuchar “Hobo Blues” de John Lee Hooker en la radio. Cierro mi puño y le meto un puñetazo en los dientes a Tony.

—Dile “Ciao” a tus dientes Tony, han salido volando—. Dijo Jack levantándose del taburete. —Maldito cabrón, me ha roto todos los dientes. Chicos a por él—. Dijo Tony desde el suelo. —Duerme gilipollas—. Dijo Jack dándole una patada en la cabeza a Tony.

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Tony se quedó echando una cabezadita en el suelo. Joder, que ven mis ojos, son seis valientes. Jajajaja, esto va a ser divertido. El primero viene a por mí con un palo de billar. Me lo rompe en la cabeza. ¿Realmente pensaba hacerme algo? Le doy un cabezazo y le rompo la nariz. Uno menos. El siguiente viene con otro palo, pero por amor de dios. ¿Qué hace? Lo está usando para separarme de él. Agarro el palo por el medio y lo empujo hasta darle con él en la cabeza. El palo se rompió y el cayó al suelo. Joder, son patéticos. Alguien me agarra por la espalda. Coge mis brazos con los suyos haciendo algo que parece una llave de algún arte marcial. Hago fuerza y llevo mis brazos hacia delante. Pude escuchar el sonido de la victoria, un “Crack” doble. Otro que se queda gritando en el suelo. Un tipo con el pelo hacia atrás, camiseta negra y pantalón negro, tumba a dos de los tres que quedan. A uno le rompe una botella en la cabeza y al otro simplemente lo tumba de tres puñetazos. Uno en la cara, otro en el hígado y para terminar un gancho desde abajo. Sólo queda uno. Que sin pensárselo al ver que está sólo, saca una navaja. Siempre queda el memo para el final… Viene hacia mí como un poseso. Me inclino para que clave la navaja en mi brazo izquierdo. Al clavarla se queda con cara de memo haciendo honor a su nombre. Le doy un puñetazo en el oído derecho para aturdirlo, saco la navaja clavada en mi hombro y se la clavo en los huevos. Odio a los que sacan un arma. Son la mayor escoria del mundo. Incapaces de luchar cuerpo a cuerpo.

Me acerco al tipo que me ayudó y le doy la mano.

—Gracias por la ayuda colega, mi nombre es Jack. —Nada hombre, esos tipos llevan tocándome los huevos toda la noche. Mi nombre es Pete.

Pete se largo sin más a su sitio. Sin que pudiera percatarme, Lucy apareció detrás de mí. Dando una vuelta a mi alrededor y aplaudiendo lentamente.

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—Bravo, bravo, bravo. Es la primera vez que veo que alguien hace algo tan maravilloso por una mujer—. Dijo Lucy acercándose hasta pegar su cara con la de Jack. —Deberías acompañarme en mi día a día nena, esto no ha sido más que un pasatiempo—. Dijo Jack poniendo otra vez esa sonrisa estúpida. —Lo único que me apetece ahora es devorarte y calmar así mi instinto—. Dijo Lucy besando a Jack como sino hubiera un mañana.

Después de que Lucy me pusiera un pañuelo suyo en la herida del hombro, nos fuimos a un motel cercano al bar, se llamaba “Venture” en la calle Nevox. Cuando entramos, pedimos habitación y nos dan la 314. Lucy no dejaba de besarme y de acariciarme. Era como una serpiente devorando a su presa, enroscándose sobre ella.

Cuando llegamos a la habitación, Lucy me tiró en la cama y se subió encima de mí. Sentándose justo en mi paquete. Comenzó a moverse como una jodida serpiente, zigzagueando sin parar. En ese momento, en mi cabeza volvió a sonar “Hobo Blues” de John Lee Hooker. Me estaba poniendo realmente cachondo. Agarró mi camiseta blanca con sus manos y la rasgo de un tirón con sus uñas. Una manera curiosa de desnudarme. Comenzó a pasar su lengua desde mi ombligo hasta mi boca, pasando por los pezones, donde se detuvo un rato. Se volvió a erguir encima y sin quitarme su mirada, comenzó a quitarse la camiseta con dos escotes. Lo hizo tan sensual que me provocó una erección increíble. Se levantó encima de la cama y se quitó los pantalones. Debajo llevaba un tanga rojo que me estaba dejando sin aliento. Se lo quitó y seguidamente me quitó los pantalones. Se volvió a poner encima de mí introduciendo mi miembro dentro de su vagina. Seguidamente volvió a moverse como una jodida mamba negra. Agarrándose a mi cadera como si fuera una prolongación de mi cuerpo. He estado con muchas chicas pero ninguna era como Lucy Vont. Tenía algo especial, algo que iba a hacer que llegara al clímax en nada. Jodiendo un momento perfecto. Volvió a hacer lo mismo con su lengua pero esta vez desde mi

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ombligo hasta mi cuello. Mientras seguía con su movimiento de serpiente. De pronto pude sentir un mordisco en mi cuello.

—Ahh, nena, me has hecho daño—. Dijo Jack dándole una palmada en el culo a Lucy.

Al rato, Lucy se irguió mientras seguía reptando encima de mí. Pude ver sangre en su boca. Esta colgada me había mordido el cuello.

—¿Qué coño haces nena? Me has hecho sangre en el cuello—. Dijo Jack con tono furioso. —Te dije que tenía ganas de devorarte. Soy una vampiresa y eres realmente un encanto, Jack. Hacía muchos años que no veía a un tipo como tú. Eres una golosina para mí—. Dijo Lucy. —¡Sal de encima bicho!— Dijo Jack furioso. —No intentes resistirte. Los vampiros segregamos un tipo de sedante en la boca que al morder a alguien, se queda totalmente inmóvil. Tranquilo, no voy a matarte. Quiero que esto lo hagamos más de una vez. Pero también tengo que decirte que no te acordarás de nada cuando te despiertes, otro de los beneficios del sedante—. Dijo Lucy acariciando el pecho de Jack. —¿Me estás diciendo que no voy a poder recordar este polvo? Joder—. Dijo Jack como apenado. —Jajaja, lo siento Jack, pero no lo vas a recordar. Mañana te despertarás pensando que sólo ha sido un sueño. Aunque te parezca real, tu cerebro dirá que sólo fue un sueño. —No me jodas. —Disfruta de esto campeón, porque voy a chorrear ahora mismo—. Dijo Lucy con la cara desencajada.

Joder, Lucy me empapó con su flujo vaginal. Un polvo perfecto y no voy a poder recordarlo, una gran putada.

A la mañana siguiente, me despertó la luz de la ventana. ¿Dónde coño estoy? Otra vez me he vuelto a pasar con los putos

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“Mickey Mouse”. Al empezar a vestirme, descubro que mi camiseta esta toda rota. Joder, que coño habré hecho ayer. Me pongo mi chaqueta y me largo del mugroso Motel. Puedo recordar un sueño que he tenido con una vampira. Malditos “Mickey Mouse”, tengo que dejar de tomarlos.

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14.- “Animales muertos por los besos de la bella Lucy Dorada”

Tumbado en el suelo con las manos en la cabeza. Pensando en algo que termine con esta situación. Esos malditos hijos de puta parece que tienen pensado matarnos a todos. Irán matando uno a uno en quince minutos si la policía no les da lo que piden. Al parecer quieren llevarse todo lo que hay en la caja fuerte del banco. Que les traigan un camión blindado y que les dejen escapar del país en el primer avión hacia cualquier parte.

Un mal día para estos tipos. Sólo estoy esperando el momento perfecto para sacar a pasear a Lucy. La bella Lucy está esperando hacer su aparición estelar. Devolver la normalidad a esta mierda. Lucy es el nombre de mi Desert Eagle del 44 en color dorado.

Son cinco tipos con caretas de animales. Tres están en la caja fuerte y dos están con nosotros. Uno apuntándonos y otro vigilando desde la puerta. Observando todos los movimientos que realiza la policía. El muy imbécil no se ha enterado que en las azoteas de enfrente hay francotiradores. Tres francotiradores apuntando a su jodida cabeza de conejo.

Los quince minutos pasan y cogen a un rehén del suelo. No... no lo hagas... Es una chica. Debe tener veinte años. Es rubia de complexión normal y está histérica. No deja de gritar y de llorar. Su cara esta roja y sus piernas comienzan a temblar hasta el punto que no puede tenerse en pie.

—¡Estate quieta zorra, no vas a durar mucho como no nos traigan ese puto camión!

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Valiente cabrón. De pronto el arma se disparó. El cuerpo de la chica se desplomó para el asombro no sólo de los rehenes sino de los propios ladrones. Al parecer eso no estaba en el guión de su plan. Comenzaron a gritar y a insultarse como si ahora pudieran arreglarlo. Fuera se pudo sentir el nerviosismo de la policía que comenzó a preguntar que había pasado. Un grupo de fuerzas especiales estaba dispuesto a entrar hasta que vieron como el gilipollas que disparó cogía a otro rehén. Esta vez a un hombre de avanzada edad. Es canoso, con gafas y flacucho.

—¡Vamos, darnos nuestro jodido camión y nadie más morirá!

Gritó el tipo de la puerta a la policía. Mantenía un dialogo totalmente estúpido. Los tres tipos de la caja fuerte parece que ya tienen todo el dinero que buscaban. Este es el momento. El momento de presentar al público a la gran estrella del día, a Lucy. Lucy dorada debía entrar en escena para cerrar el telón de una obra sin guión aparente.

Dirigí mi mano derecha hacia mi espalda, donde allí se escondía. Allí yacía la buena de Lucy. Esperando su momento. Rápido como un relámpago desenfundé a Lucy y apunté a la cabeza del cerdo. El jodido cabrón que mató a la chica hace un momento. Apunté a su entrecejo y el gatillo hizo el resto. El tiempo se detuvo y la bala se deslizó por el aire, abriéndose hueco hasta llegar a su destino donde penetró sin que el cerdo se diera cuenta. Fulminado se empezó a caer al suelo mientras Lucy iba a por su próxima víctima. Hambrienta, ligera, brillante y caliente se movió hasta tener fijado el entrecejo del conejo. El puto conejo que estaba hablando con la policía. Incrédulo por lo que acababa de pasar. Su compañero cerdo se estaba desplomando de un tiro en su cabeza por alguien que estaba disparando desde el suelo. El gatillo se aflojó nuevamente para soltar otra bala en dirección al entrecejo del conejo. Décimas de segundo fueron las que hicieron falta para que la bala llegara a su objetivo. Dos muertos, quedan tres.

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Los demás rehenes yacen en el suelo gritando, llorando y suplicando. No os preocupéis, esta función ya está terminando. Pronto os alzareis y os iréis a vuestros destinos.

Me levanto y veo a los tres ladrones que me faltan. Una vaca, un ciervo y un elefante. Lucy sigue caliente tras sus últimos gritos. Están desarmados, no me lo puedo creer. Vienen a robar un banco desarmados… Malditos aficionados. Camino hacia ellos mientras Lucy hace su trabajo. En orden de proximidad, uno a uno van cayendo. La vaca, el ciervo y el elefante comienzan a desplomarse con sendos besos de Lucy en sus entrecejos. Las bolsas de viaje con el dinero dentro se caen al suelo generando un gran ruido. Camino hacia ellas mientras los cinco animales yacen muertos en el suelo. Los demás rehenes comienzan a levantarse y a salir corriendo. Yo no tardo mucho más que ellos en salir corriendo, mezclándome entre ellos, dejándome llevar. Las fuerzas de asalto entran en el banco mientras yo ya he salido con los demás rehenes. Sin que nadie se percate, doblo la esquina y me dirijo a mi coche. Un Chevrolet Impala del 67. Abro el maletero y meto lo que he ido a buscar. Cuatro bolsas de viaje llenas de dinero. Compruebo el bolsillo interior de mi traje de Armani y saco el billete de avión que acababa de reservar hace dos horas. Destino a la Habana, sin retorno.

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15.- “Pastel de cables”

Las diez y media de la mañana. El maldito despertador ha vuelto a ponerse en huelga. Ese horrible sonido que se adentra en unos oídos dormidos y expectantes de cualquier ruido que alerte al cerebro para despertarse no ha llegado a su hora. Me levanto a todo tren, me doy una ducha express y desayuno aun más rápido todavía. Abro la nevera y cojo el cartón de leche. ¡Mierda! Al echar la leche la mitad se cae al suelo. Bien Nico bien. Parece que hoy te has levantado con el pie torcido. O quizás debería decir con el pie roto… Salgo de casa y al cerrar la puerta una imagen viene a mi cabeza. La imagen del llavero con mis llaves colgadas en él. Luego tendré que llamar a un cerrajero o a mi hermano Tommy para que me abran la puerta. Me echo a correr escaleras abajo en dirección a la autoescuela. Mi primera práctica con el coche y llegaré tarde. El profesor que me ha tocado se llama Pascal. Un tipo raro sin duda. Su pestañeo lento y repugnantemente simétrico hace que un escalofrío se restriegue contra mi espalda generando un temblor asqueroso.

Cuando llego a la autoescuela el profesor me está esperando fuera.

—Hola soy Nico, tengo prácticas con usted ahora mismo, bueno hace 10 minutos. —Llegas tarde. ¿Por qué llegas tarde? Habíamos quedado a las once en punto. —Fue el maldito despertador. —Estaba bromeando, no pasa nada. Vayamos al coche y comencemos con la práctica.

Su tono pausado y su horrible parpadeo no hacen que me sienta más cómodo a su lado y el hecho de que pusiera una mano

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sobre mi espalda menos todavía. Caminamos hacia el coche y me llevo una gran sorpresa. Un Seat Panda. ¿En serio? ¿Aún existen?

Al subirme el asiento se clava en mi espalda. Más que un asiento parece una mesa de acupuntura. Cada muelle se clava en mi espalda intentando crear un punto de relajación casi imposible con el señor Pascal parpadeando con esa mirada extraña y robótica.

Comenzamos con la práctica. Pongo el coche en marcha y consigo incorporarme a la circulación. No sin antes calar el coche un par de veces. Todo iba bien. Mis nervios se iban calmando y el señor Pascal, resultaba ser cada vez más agradable. De repente, en una recta completamente vacía de coches, el Seat Panda comenzó a acelerarse. Cada vez más y más rápido. El señor Pascal empezó a ponerse nervioso y a ponerme nervioso a mí. Sin saber muy bien como el señor Pascal dijo una palabra de tantas que salían por su boca, “Memo”.

Se hizo un flash y la carretera por la que íbamos había desaparecido. Habíamos cambiado de lugar y parece que de época. El coche dio un salto con un bache del camino y volcamos. Mi cerebro se bloqueó al ver lo que apreciaron mis ojos después del flash. Estábamos en un valle inmenso y al fondo, una manada de dinosaurios enormes. Dinosaurios de esos que son como jirafas.

Tras el accidente perdí el conocimiento un breve periodo de tiempo. Cuando empecé a despertarme vi al profesor Pascal enganchado por el cinto con la cabeza gacha. Al parecer estaba inconsciente o quizás estaba muerto.

—Iniciando el sistema COPLIX. —Pascal, ¿está bien? —Analizando posibles errores en el cuerpo biomecánico. Esto puede tardar unos minutos. —Profesor Pascal. ¿Qué coño esta diciendo?

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—Oh, ¡estás vivo! ¡Mi querido Nico, estás vivo! Tan azucarado y cremoso como siempre.

Vale… Este tío a perdido la cabeza. Estoy en a saber donde, dentro de un Seat Panda con un chalado.

—¡Ven a mí mi querida tarta! Parece que estás herido. Te está saliendo sirope de fresa por la frente.

¿Qué? mierda tengo una brecha en la cabeza.

—¡¡Tu mano, debajo de la piel tienes cables y metal!! —Es una “DL263TY54”. Extremidad de un RHHB de tipo 3. —¿EL QUÉ?

Salí del coche tan rápido como pude. Aquello era una locura. El salió detrás de mí con una agilidad increíble.

—He sido programado para protegerte y para darte amor. Mi querida tarta. —¡Que no soy una tarta, soy humano!

De repente algo capto nuestra atención. Lo que parecía un cromañón o algo de las cavernas comenzó a darle palazos al robot profesor de autoescuela llamado Pascal. Sin mediar palabra se giró, lo cogió por la cabeza y la comprimió con sus manos. La cabeza de aquel ser había explotado como si fuera un melón. Los restos quedaron en sus manos y en forma de salpicaduras por su cuerpo. No pude hacer otra cosa que gritar. Aquello era repulsivo. Se giró hacia mí y me dijo que me tranquilizara. Una tarta no debía estresarse o sabría amarga, pero el no permitiría que nadie probara esa tarta, ya que, era su mejor amigo.

Me eché a correr intentando escapar pero él me perseguía y me llamaba amigo. De pronto, una humana apareció ante mí. Desnuda, con un maravilloso cuerpo que hizo que me detuviera. Se

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me fue de la cabeza el porqué de mi carrera. Sólo podía admirar su cuerpo desnudo. La extraña mujer me miró y se echó a correr hacia Pascal. Se subió encima de él y se besaron. Aquello era extraño, una mujer impresionante acababa de pasar de mi careto para morrear a un robot psicópata.

—Mi querida tarta mejor amiga mira. Esta es una RHM de tipo 3. Es mi amante y vamos a tener hijos y una casa en el lago. —¡¡¡Pero, como vas a tener una casa en el lago maldito lunático y como vas a tener hijos si eres un robot!!! —Querido amigo tarta. No seas memo.

De repente otra vez el flash. Ahora estábamos en una gran ciudad. Llena de gente extraña que se quedaba mirándonos. Habíamos ido a parar a la Alemania nazi.

—No puede ser... Ya lo tengo... es la palabra “memo”, cuando la pronuncias haces que viajemos a otras épocas. —Memo.

Otra vez el flash. Ahora estábamos en una especie de comedor enorme. En la mesa... dios no puede ser... Es Hitler.

La mujer robot desnuda estaba mirando hacia mí con unos ojos extraños y fríos. Pascal se puso a caminar hacia Hitler. Agarró su cabeza con sus manos y volvió a aplastar otra cabeza. Los demás asistentes en aquel comedor empezaron a chillar.

—Memo.

Otra vez el flash. Ahora estábamos en lo que parece un circo romano. Yo en la arena y Pascal en el palco de pie. Junto a él, estaba la robot desnuda. A mi alrededor habían cinco gladiadores esperando la decisión de Pascal para matarme o dejarme vivir. El público rugía “muerte” al unísono. Pascal me miró y alzó su dedo proclamando mi vida. Los gladiadores y el público se enfurecieron. Él saltó del palco

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y comenzó a aplastar las cabezas de los gladiadores uno a uno y una vez más volvió a repetir la palabra clave, “memo”.

Ahora sólo estábamos los dos. La robot había desaparecido. Estábamos otra vez de vuelta en el Seat Panda, en la carretera inicial. En mi práctica de autoescuela. Pascal me miró y se rió. Yo le pregunte que había sido de la mujer robot y el me dijo que la robot estaba en el asiento trasero. Cuando miré por el espejo retrovisor allí estaba. Su rostro. Su mirada fría me estaba mirando junto a sus tetas desnudas. Del susto perdí el control del coche y tuvimos un accidente. Pude sentir como algo me atravesaba. En las vueltas de campana. Era un brazo de la mujer robot que entro por mi espalda y salió por mi pecho. La oscuridad tardo poco en venir a mí.

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16.- “La rutina a paseo”

Mi nombre es David Mitchell. Soy el subdirector de la empresa eléctrica más importante del país. El tipo al que todos miran y el tipo al que todos culpan. Muchos dicen que soy un afortunado. Cobro mucha pasta, tengo una novia impresionante y sólo tengo a un jefe por encima. Un jefe que se pasa la mayor parte del tiempo en viajes de placer y jugando al pádel con sus amigos. Yo he tenido que ir a un par de esas interminables partidas mientras todos dicen lo que tienen y lo que podrían tener con sólo un chasquido de dedos. Sé que muchos me envidian, muchos me insultan y a veces unos pocos me ignoran. Lo que nunca ha hecho nadie, es comprenderme y ponerse en mi pellejo. Si por mí fuera, me largaría, me iría de aquí y me dedicaría a hacer locuras. Ser un miembro más del cuarteto de un millón de dólares en los años 50.

Ahora estoy aquí, a punto de cruzar la calle. Mirando como no deja de sonar mi iPhone de última generación. “Living on a prayer”, suena y vuelve a sonar una y otra vez. Ese es mi tono de llamada que consigue no dejarme descansar ni un segundo al día. Dejo que siga sonando esa deliciosa melodía mientras alzo mi vista y contemplo el emblemático edificio “Gerald Freinz Nacional Eléctrica”. Es un edificio de aspecto antiguo y moderno a la vez. Su fachada en piedra con figuras incrustadas. Cada una de esas figuras vale más que todo lo que he podido ganar yo en mi vida, que no es poco. Devuelvo mi mirada al iPhone que ha parado de sonar. Cierro los ojos tan solo un instante y contemplo la paz. El silencio en mi mente, el silencio de la despreocupación. Para mi desgracia dura poco, Bon Jovi vuelve a cantar, haciendo un directo en mi mano, sólo para mí. En la pantalla veo el nombre de mi chica, “Ellie”. Estoy cansado de ella. Es la típica chica que sólo está contigo por el dinero, sin importarle nada tus sentimientos ni tus preocupaciones.

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Lo único que le interesa es mi tarjeta de crédito sin fondo. Realmente pensé que era otro tipo de chica pero he estado equivocado. Llevamos un mes saliendo y lo único bueno que tiene es cuando estamos en la cama. Sus movimientos de cadera son lo único que consigue aplazar el momento en el que le diga adiós.

—Ellie , ¿qué te pasa? —David, mi amor, se me han roto los zapatos nuevos. Los que me compre en New York la semana pasada.

No puede ser, está llorando por unos zapatos.

—Ellie, tranquilízate. Tenemos que hablar. —Siempre me dices lo mismo, que tenemos que hablar pero no quiero hablar, quiero mis zapatos. Los iba a llevar puestos a la cena de esta noche, ¿recuerdas? La cena que organizaron tu jefe y su mujer en su casa.

Joder, lo había olvidado, realmente no puedo más, me quiero ir, quiero dejar esta mierda. Esto no es lo que buscaba cuando era pequeño. Sólo una señal, sólo necesito una jodida señal para irme y mandar todo a la mierda.

—Me había olvidado, te compraré unos de camino a casa. —No, no sabes mis gustos, mándame tu tarjeta y me los compraré yo. —¿Nunca te cansas de gastarte mi dinero verdad?

El teléfono comenzó a comunicar. Esa garrapata había entendido el mensaje. Supongo que ya estoy soltero. No quiero pensar como dejará la habitación de hotel en la que estamos. He estado con unas cuantas chicas así. No les suele gustar que las mandes a paseo o que les contestes lo que no quieren oír. Seguro que dentro de una semana estará abrazada a algún cantante diciéndole lo mucho que lo ama. Si hay algo que echaré de menos serán sus increíbles caderas y su increíble movimiento.

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Guardo mi teléfono y comienza a sonar otra vez. Paso, no lo voy a coger hasta llegar a mi despacho. Cruzo la calle y entro en el edificio GFNE. Me dirijo al ascensor con la mayor prisa que puedo. No quiero que nadie me moleste hasta llegar arriba. Entro en el ascensor y me quedo paralizado por una sonrisa.

Una mujer de unos treinta años, delgada, rubia y con ojos oscuros se queda mirándome fijamente. Estamos los dos solos en el ascensor. Por un momento me gustaría que pasara eso que pasa en las películas. El ascensor se detiene bruscamente, se va la luz y sólo nos ilumina un pequeño piloto del techo. La chica entra en pánico y se abraza al chico que está con ella. En este caso sería yo. Nuestras miradas se cruzan, nuestros labios se rozan y comenzamos a dar rienda suelta a nuestra pasión ocasional.

—Si no le das al botón, no creo que vayas a tu planta.

Sus palabras fueron un regalo de los ángeles que se posaron en mis oídos penetrándolos con su dulce y suave melodía.

—Perdona. —Eres David Mitchell, ¿verdad? Ese apuesto joven subdirector de la empresa de 34 años. —¿Qué le ha llevado a pensar eso de mí? —Bueno, eres el único que lleva pelo largo y además en tu maletín pone subdirector D. Mitchell. —Jajajaja, reconozco que tienes un humor un tanto ácido pero he de reconocer que me gusta. —Se puede decir que te gustaría tener una cita conmigo, ¿no? —Pues no estaría mal un poco de desconexión de este infierno. —¿Tú no estás con esa chica rica que sale en las revistas? —Creo que eso ha pasado a mejor vida hace un cuarto de hora.

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El timbre del ascensor sonó cortando el buen rollo que se acababa de empezar a gestar en ese ascensor. La chica comenzó a caminar con cierto flirteo elegante mientras me dedica unas últimas palabras.

—Pues tú y yo tendremos una cita cuando nos volvamos a cruzar en un sitio completamente distinto a este. —Entiendo, bonita forma de decir “no”. Al menos dime tú nombre. —He dicho que tal vez si se dan unas condiciones. En ningún momento he dicho que no. Lo que no te diré será mi nombre. Para ti seré “La chica sin nombre”.

Me dedicó una última sonrisa mientras se cerraba la puerta del ascensor. Al llegar a mi planta, unos cuantos pasos y ya estoy en mi despacho. El maldito iPhone no dejaba de sonar una y otra vez. Esta vez ponía desconocido. No conozco a ningún desconocido y ya lleva cinco llamadas perdidas.

Una vez sentado comienza la rutina. Los teléfonos suenan, gente que llama a la puerta. Mi secretaria me recuerda los puntos a tratar en este día. Como un robot automatizado comienzo a hacer una tras una las tareas asignadas. Mi jefe me dice que quiere verme elegante en la cena de hoy en su casa y quiere saber si “caderas dulces” va a llevar un vestido corto, ajustado. ¿En serio? ¿Le acaba de llamar “caderas dulces” a la que era mi chica? Me limito a fingir que no escuché ese comentario. Si llegara a mis oídos que Ellie tuvo sexo con mi jefe mientras lo tenía conmigo, creo que saltaría por esta jodida ventana.

Las horas van pasando y pasando, lentas y aburridas. Cada vez más asqueado. El iPhone ha seguido sonando y esta vez me dispongo a cogerlo. La duodécima vez que llama el número desconocido.

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—¿Si? —¿David? ¿David Michelle? ¿Eres tú?

No puede ser. Sólo hay un grupo de personas que me llamaban así y son los chicos de mi grupo del instituto. Tocábamos en todos los antros de la ciudad. Hasta grabamos un disco. “Los sueños de los rockeros se gestan en el infierno, mamones”, en aquel momento no entendíamos por que no vendimos ni un disco. A día de hoy me hago una ligera idea.

—¿Rubens? Te ha cambiado la voz, ¿qué has hecho? ¿Chupársela a un camello? —Jodido David… Tío, quiero proponerte algo. Tenemos un concierto esta noche. Tributo a los de siempre ya sabes, Bon Jovi, Nirvana, Bruce, etc. No tenemos voz y nos acordamos de ti. Ya se que dijiste que querías madurar y que un grupo no llegaría a nada pero tío te necesitamos. El concierto de hoy es importante. Va un tipo de una discográfica y es nuestra única oportunidad de dar el salto. ¿Vamos, que me dices? —Te digo... ¡que si hermano! ¡Necesitaba algo así! ¡Te juro que lo necesitaba! —¡Genial! Quedamos a las 8:00PM en el local “The Roxy”, te pondremos al tanto de las novedades y ensayaremos un rato. El concierto es a las 00:00AM. —Allí nos veremos, chao.

Y ahí está. La señal que buscaba. Mandar a tomar por culo este puto trabajo y esta puta vida de mierda. Aunque sólo sea por una noche, haré lo que me llenaba de vida en el pasado. Me despido de este trabajo de mierda y me largo para siempre.

Abro la ventana. Estoy en el piso 23, miro mi iPhone por última vez y lo lanzo con todas mis fuerzas. Puedo ver como cae al suelo y se rompe en varios trozos. Me dirijo al despacho de mi jefe, abro la puerta y me despido voluntariamente.

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—Querido Gerald Freinz hijo. Me voy de tu jodida empresa de mierda. Me despido. Si quieres follarte a “Caderas Dulces”, es toda tuya, me despido de ella también. Tómatelo, no sé, como un regalo de despedida y tómatelo como una venganza por tu parte. Yo ya me he follado a tu maravillosa esposa la señorita Rose Summway. Puff eso si que era maravilloso. Recuerdo aquel día. Tú estabas jugando al pádel con aquel tipo. El de los ordenadores. Tu mujer me miró y me hizo una señal. La seguí y me tiró en tu cama. He de reconocer que los muelles quedaron dañados de aquel día. El sonido que hacían cuando acabamos no era el mismo de cuando empezamos. ¡Hasta siempre Freinz!

Pude ver como se le hinchaba su vena de la muerte. Esa que todos los empleados temían. Cuando se hinchaba significaba que ya no había escapatoria, serías su próxima víctima y no podrías moverte. Yo cerré la puerta de su despacho y me largué hacia el ascensor. Pude escuchar… bueno, toda la planta y me arriesgo a pensar que algunas plantas de debajo también lo escucharon. Se acordó de mi madre por así decirlo. Antes de llegar al ascensor mi secretaria me agarro del brazo y se echó a reír. Al parecer mi jefe estaba en una conferencia por teléfono y tenía activado el manos libres. Estaba hablando con el presidente del gobierno, los mejores clientes, posibles inversores y un puñado de altos cargos. Una sonrisa salió de mi cara. Pude escuchar unos pasos como de T-Rex tras e mí. Entre en el ascensor pulse el botón y mientras se cerraba la puerta pude ver como mi jefe venía hacia mí con un bate de baseball. Por suerte para mí, la puerta se cerró a tiempo.

Cuando llegué abajo camine hasta mi coche. Un BMW de alta gama. Me monté y me largué de allí. Eran las 19:00PM. Faltaba una hora para la cita. Me fui al hotel con cierto miedo por si aun seguía Ellie allí. Al llegar a mi habitación pude comprobar con mis propios ojos, la fuerza de una mujer despechada. Estaba todo roto y desordenado. No se como hizo para tirar una mesa encima de la cama pero lo había hecho. Me fui a la ducha y me metí dentro con el traje. Me lo fui quitando mientras el agua iba cayendo sobre mi

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cuerpo vestido. Una sensación de libertad maravillosa. El traje estaba empapado y se iba pegando más a mí mientras me lo quitaba. Minutos más tarde me fui al armario y cogí unas prendas que hacía muchísimo que no usaba. Un pantalón vaquero con cortes, una camiseta blanca ceñida, una chupa vaquera y un cinto negro con una hebilla plateada en la que ponía “Harley Davidson”. Me puse mis botines y unas muñequeras de cuero negro. Seguidamente y sin perder más tiempo, me largué a mi cita.

Cuando llegué, el local estaba cerrado o eso parecía. Peté en la verja y la verja se abrió. Al otro lado estaba Mike, dando una calada a un cigarro.

—¿Qué pasa tron? —Me alegro de verte Mike, ¿dónde están los otros dos?

Allí están Rubens y Tim. Rubens ha engordado y Tim se está quedando calvo. Joder, el tiempo no se detiene para nadie.

—¿Dónde has dejado el traje? Ejecutivo…

Todos nos reímos. Ese era Tim, el simpático Tim, como le llamábamos en el insti.

Estuvimos las cuatro horas tocando y hablando de los viejos tiempos. De cuando éramos una banda de insti, con nuestras peleas y nuestras movidas. Siempre nos metíamos en líos. No sé como lo hacíamos pero siempre en líos. Recuerdo que la madre de Rubens había entrado en un local a darle de hostias a un tipo que insultó a su hijo. Pobre desgraciado. Acabó con la nariz rota, un párpado destrozado y un brazo dislocado. También me contaron que habían hecho unos temas nuevos y que les gustaría que tocáramos alguno. Uno de ellos me llamo la atención. Se llamaba, “La chica sin nombre”. Me había olvidado por completo de ella. El día tuvo tantas cosas que me había olvidado de ella.

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Recuerdo para aquí, recuerdo para allá, por fin llegaron las 00:00. El público gritaba y pedía guerra. La pregunta era si nosotros seríamos capaces de luchar contra ellos o por lo contrario haríamos que se largaran del local, aburridos y asqueados. También va a estar el tipo ese de la discográfica. Me dijeron que no saben quien es. Que es un tío anónimo. Podría ser cualquiera.

Chocamos nuestras manos, nos deseamos mierda y nos preparamos para salir al escenario. Como en los viejos tiempos. La luz se apaga. Un humo sale por los dos laterales del escenario en un ángulo de 45º. La gente grita, uno a uno vamos saliendo. La batería primero y comienza con su intro. Luego entra la guitarra, luego el bajo y luego entro yo y comienzo con la canción. Vamos a cantar quince temas y un bis.

Todo marcha, el concierto va saliendo, la gente grita de emoción y cada uno de nosotros damos lo mejor de nosotros mismos. Cerca de la última canción una chica capta mi atención. Es la chica del ascensor. Completamente cambiada. Su pelo suelto, una camiseta de asas alargadas deja ver su perfecto canalillo. Un pantalón de cuero negro ajustado hace que sus piernas sean puro deseo y lo que más llama mi atención son sus brazos. Un tatuaje de llamas en toda su espalda. Me sonríe y me guiña un ojo. Me lanza un beso y vuelve a sonreír.

Es mi momento, hemos llegado a la última canción.

—Bueno, esto ya se termina. Hemos tocado quince temas para vosotros y lo hemos hecho como siempre, dando lo mejor para lo mejor. Esta canción que vamos a tocar ahora, se la quiero cantar al oído a una chica muy especial. Aún no la conozco pero es como si estuviera siempre. Su nombre es “La chica sin nombre”.

El público se volvió como loco, es como si conocieran la canción. Tim me miró y me dijo que la tocaban cada fin de semana en el local. Que se había vuelto un clásico.

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—Dejadme un momento, lo que quiero decir, es que quiero que suba al escenario. Sube.

Su cara era un poema, una sonrisa le desencajaba la cara. No sabía donde meterse. En su interior tenía una guerra entre dos lobos uno que le decía corre y el otro que le decía sube. Finalmente subió. La agarré por la cintura y le cante la canción. Llegando al final me soltó un beso que casi me corta la respiración. Mi corazón latía a un ritmo tal alto que parecía que en cualquier momento saldría de mi pecho. Mi lobo interno me decía que lo hiciéramos allí mismo, en ese escenario pero no podía ser… Me despedí del público, cogí a mi rubia del brazo y nos largamos pitando. Nos metimos en mi coche, corrimos acelerados hasta mi habitación de hotel. Donde nos tiramos en el suelo. No dio tiempo a más. Ella se subió encima de mí, comenzó a frotarse mientras me besaba. Me arrancaba los labios a cada beso. Podía sentir su deseo en cada poro de su piel. Pasamos la noche como perros en celo. Al llegar la mañana los dos estábamos tirados desnudos en el suelo. La miré y le dije:

—Vámonos. —¿Ahora? ¿No te apetece echar otro? —No me entiendes. Vámonos de esta ciudad, larguémonos —¿Estás e coña? ¿A dónde? ¿Aquí tengo a mi familia? —A donde salga el primer vuelo. Vámonos. Vístete. Quiero vivir esta historia contigo, vámonos. No se cuanto duraremos, ni como lo haremos. Lo único que quiero es pasar todo esto contigo. No te preocupes por nada, sólo hazme caso. —Estás loco, jajaja, ¿a dónde? —¿Aceptas? ¿O te tendré que coger otra vez del brazo? Jajaja. —jajajaja, ¡acepto!

Sus ojos se clavaron en mí. Pude sentir amor en ellos, el nacimiento de un amor que se había gestado en tan solo un día.

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¿Cuánto duraremos? No lo sé. Lo que si sé, es que quiero cambiar mi vida y ella es el comienzo.

—Y sí, si que quiero repetir y no con uno, con dos.

Después de un poco de pasión más, nos fuimos al aeropuerto. El primer vuelo es a Isla tortuga. No sé donde queda pero suena bien. Allí nos vamos.

P.D.: En ese momento comenzó una historia de amor. David Mitchell y su misteriosa mujer que resultó ser Marie Blunch. Se convirtió en la mujer de sus tres hijos. Vivieron juntos toda la vida en Isla tortuga. Al año de llegar allí, David le pidió que se casara con él. Ella aceptó sin pestañear ni un segundo. El de la discográfica que les estuvo escuchando en el local les hizo una propuesta multimillonaria a los tres integrantes que quedaban del grupo. Ellos intentaron ponerse en contacto con David pero su móvil parecía estar apagado o fuera de cobertura. Lo que ellos no sabían era que su amigo se había marchado lejos y que jamás regresaría. Su destino había cambiado y su vida, seguía un nuevo sendero marcado por la felicidad y el amor.

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17.- “Un día tonto”

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—Vete mi amor—. Susurraba Jim mientras le caían un par de lágrimas por los ojos. Unos ojos irritados por la pena y el dolor de decir adiós a la persona que más ama en esta vida, —Vete mi amor. Déjame y no mires atrás. Salva tu vida y se feliz. Yo lo seré si tú lo eres. —No, no, no… —Gimió Alicia con un nudo en la garganta tan grande que su negación sonó desgarrada, como si le arrancaran un trozo de alma en cada palabra. Dos mares corrían por sus mejillas. Sus ojos azules se unieron al rojo irritado más espantoso que se pueda imaginar—. No pienso dejarte aquí tirado. Morirás si te dejo. —Ya es tarde para mí. No puedes hacer nada, salvo marcharte y salvarte. Hazlo por mí cariño. —No me voy a ir Jim, no pienso dejarte. —Entra en razón, si nos quedamos los dos, nos moriremos de frío. Tú no puedes cargar conmigo y estoy perdiendo demasiada sangre por la pierna. El torniquete no hará que pare. Se puede ralentizar pero esto no parará. Seguro que se seccionó parte de la arteria femoral. Ha sido una caída muy fea cariño. —Bajaré hasta el refugio. Llamaré a emergencias y volveré a por ti. Iré lo más rápido que pueda pero te prometo que te sacaré de esta apestosa montaña. Nos iremos a casa, te recuperarás y viviremos una vida juntos. —Claro que sí mi vida. Lo conseguiremos, yo sé que lo conseguiremos. Confío en ti y se que irás rápida pero cautelosa y que volverás a por mí en menos que canta un gallo. Ve, yo te esperaré aquí—. Jim sonrió atestiguando a sus palabras pero sus ojos parecían

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decir otra cosa. Un frío silencioso en su mirada sonó como un adiós. Un adiós que la joven Alicia no pudo ver o no quiso creer. —Vuelvo ahora. Toma mi chaqueta. Iré más rápida sin ella. —No, no, tienes que llevarla. La temperatura es muy baja y si no vas bien abrigada podrías congelarte. —Voy a estar en movimiento no tendré frío. ¡No contradigas a tu mujer y ponte esta chaqueta! —Jajajaja, está bien… Me la quedaré. Si hay algo que no me apetece ahora mismo es que me regañes. —Lo siento mi amor, dame un beso. Prometo que volveré ya, ¿vale? —De acuerdo. Aquí te espero mi vida. Vete con cuidado. Te quiero, te quiero, te quiero, muuak.

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Tengo que llegar. Puedo llegar. Mi novio está atrapado en lo alto de esta maldita montaña. Maldigo la hora en que le dije que sí. Que quería vivir una aventura con él. Nos dejamos llevar por la tontería. No debimos bajar por esa pendiente. El se apoyó mal, resbaló y se cayó. No fue desde una gran altura pero fue una mala caída. Fue golpeando con las rocas hasta caer encima de un árbol muerto. Si eso no fuera poco, una de las ramas se clavó en su pierna. Bajé lo más rápido que pude pero la nieve ya estaba llena de sangre. Me quité la bufanda y se la puse en la pierna haciendo un torniquete. Eso no arreglará el daño pero me dará tiempo para bajar a por ayuda. El refugio está a unos cinco kilómetros. Desde allí podemos llamar a los servicios de emergencia para que lo rescaten y le ayuden. Sé que lo conseguiré. No puedo perderlo. Si lo pierdo se acabará todo para mí.

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Hace ya más de una hora que Alicia se marchó. No siento las piernas. Los brazos me pesan. Comienzo a dejar de sentir el frío. Maldito el día que le propuse vivir una aventura. Le propuse subir al Monte Blanco por la cara fácil y descender por la cara más difícil. La rocosa empinada… Si no hubiéramos venido, ahora estaríamos en nuestra casa, viendo alguna película tirados en el sofá con un gran ball de palomitas o tomando un chocolate caliente. En vez de eso estamos aquí. Separados. Ella bajando a por ayuda y yo desangrándome y muriéndome poco a poco como una tortura agónica.

La quiero con locura, recuerdo la primera vez que nos vimos. Fue un flechazo a primera vista, por lo menos para mí lo fue. Siempre tenemos esa discusión. Ella dice que no, que ni siquiera se había fijado en mí, que estaba mirando al tipo de detrás. Yo recuerdo esos momentos como si pasaran ahora mismo. Estábamos en una cafetería. Casualmente los dos íbamos a esa cafetería todos los días en el descanso del trabajo para tomar un café. Ella trabajaba en una tienda de ropa y yo trabajaba para una aseguradora. Yo me sentaba siempre en la misma mesa y pedía lo mismo de siempre. Un café con leche grande y un croissant a la plancha. Ella siempre llegaba cinco minutos después y se sentaba en la barra. El primer día que nos vimos, nuestras miradas se cruzaron mientras yo bebía un trago del café y ella se dirigía de la entrada a la barra. El tiempo se ralentizó y nuestros ojos se quedaron fijos sin pestañear. Aunque sólo fue un instante, para mí fue una eternidad. Los días fueron pasando y ella siempre hacía lo mismo. Entraba, me miraba y se sentaba en la barra. Luego me miraba varias veces y se iba mirándome otra vez. Un día me cambié de sitio. Sabía que si le interesaba me iba a buscar. ¿Qué hizo ella? Entró, miró hacia donde miraba siempre y se sentó en la barra. En ese preciso momento dije “a la mierda”, pero justo en ese momento, mientras parecía rebuscar algo en el bolso, me miró, se quedo mirándome y me sonrió. La clave, la señal, el momento de acercarme y decirle algo. Asumo mi culpa, no dije lo más apropiado. Terminé mi café, me fui a la barra y le salude. Ella me sonrió y me devolvió el saludo. Sin pensar le dije que me encantaba, que llevaba

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tiempo observándola y que me encantaría conocerla. Pasar tiempo juntos y vivir algo los dos. Ella me miró con cara rara y me dijo si era un acosador o un violador. Me quedé pálido. Me esperaba cualquier contestación menos esa. Ella se rió y me dijo que era broma. Que también se había fijado en mí y que estaría encantada. Seguimos hablando y decidimos quedar. Así, día tras día hasta llegar al día de hoy. El día más tonto y más absurdo. El día en el que nada de esto debería haber pasado, pero está pasando. Lo único que pienso ahora es en las veces que discutimos. Mayormente la mayoría de las veces y sobretodo en las veces que me quedé callado y que no le dije un “te quiero”. Las lágrimas comenzaron a derramarse por mis mejillas. Mi final estaba cerca y nada lo podría evitar. Por mucho que corriera Alicia, nunca llegaría a tiempo. Lo único que espero es que no le pase nada en el descenso.

Mis párpados me empiezan a pesar cada vez más. Me pareció escuchar un ruido. Como de helicóptero. No, no puede ser…

—Alicia—. Susurro Jim.

Pude sentir fuego en mis mejillas. Todo se estaba fundiendo a negro. No puede ser. Es mi final. Jamás volveré a ver a mi niña, a mi amor, a mi vida.

—Te quiero mi…— El susurro final de Jim se corto sin pronunciar el final.

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Estoy corriendo a una velocidad de vértigo. Muchas veces me habían dicho que cuando estás en peligro o en situaciones en las que te va la vida en ello. El cuerpo siempre tiene algo que hace que vayas más rápido, que seas más ágil y que seas más fuerte. Ahora mismo lo estoy comprobando.

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No soy una chica muy fuerte ni nada por el estilo. Todo lo contrario. Soy de estatura normal y de peso escaso, tirando a delgado. Cada vez me queda menos. Espera un poco mi vida, en nada estaré a tu lado y te daré un millón de besos. Espérame y pronto estaremos en casa tirados en algún lugar, haciendo cualquier cosa donde lo único que me importe sea estar a tu lado. Recuerdo la primera vez que lo vi. Estaba en aquella cafetería bebiendo un café. Sus ojos inocentes y sin apenas maldad se clavaron en los míos. Moreno de ojos claros, tan claros como el cristal. Sentí un golpe en el corazón como si algo acabara de atravesarlo. Se que suena “ñoño” y pasteloso pero así fue. A él le digo que no que no me había fijado en él, que miraba al chico que había detrás pero eso sólo lo hago por hacerle rabiar. La verdad es que me quedé prendada de él desde ese momento. Estaba en el trabajo deseando que fuera la hora del descanso para ir corriendo a la cafetería para verle. Todos los días esperaba que él se levantara y viniera a mí pero no lo daba hecho. Siempre fue poco decidido para esas cosas… Siempre analizándolo todo y viendo si sí o si no. Por fin un día se decidió y vino hasta la barra. Me dijo que quería pasar más tiempo conmigo y que quería conocerme. Por un momento pensé que era como los demás chicos. Vienen, te venden un prototipo ideal, consiguen lo que buscan y se van. En él sólo dudé un momento, hasta que clavó sus ojos en mí y pude ver su interior. Un interior claro y transparente. Se que soy un poco mala y que peco de ello, pero sentí la necesidad de decirle algo que le sacara de su zona de confort. Así fue, se quedo mudo. Su cara empezó a ponerse blanca. Por un momento pensé que iba a morirse allí mismo, así que corregí mi contestación y le dije que me encantaría. Tengo que decir que fue precioso. Fue lo mejor que pude hacer en toda la vida. Conocerle fue lo más maravilloso. De niña leía muchas historias de príncipes y hacía mis propias historias cuando jugaba con las Barbies. Él rompió todos los guiones, todos los cuentos infantiles y creo los suyos propios. Esta vez éramos nosotros los protagonistas y no hizo más que hacerme sentir como una princesa. La princesa del cuento más bonito que jamás se ha contado. Infinitos detalles, infinito cariño, infinito amor es lo que me da. Ahora que sé que se está quedando sin vida, un puño agarra mi

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corazón. Contrayéndolo hasta convertirlo en un garbanzo minúsculo y sin apenas movimiento. Le quiero, le amo y le necesito. Si pudiera dar mi vida por él, la daría en este mismo momento.

Por fin llego al refugio. Al entrar, le explico al guardia mi situación y rápidamente llama al helicóptero de emergencias. En cinco minutos llega hasta nosotros me recoge y nos vamos hacia donde está Jim, mi amor. Cuando llegamos el helicóptero desciende. Me echo a correr hacia él gritando su nombre.

—¡JIIIIIIIIIMMMMMMMM!

Como una loca llego hasta él con los ojos llenos de agua. Me tiro de rodillas al suelo y compruebo que su vida se apaga. Está frío y congelado, apenas sin calor. De pronto sus labios susurran algo.

—Te quiero mi…

No, no, no ,no, mi amor no. Golpeo su cara sin obtener respuesta. Llegan los médicos y comienzan a moverlo hacia una camilla. En menos de diez segundos lo tienen agarrado con una manta y en camino hacia el helicóptero. Un enfermero me agarra y me dice que nos tenemos que ir, que no hay tiempo. Nos vamos hacia el hospital más cercano. En el helicóptero los médicos no dan muchas esperanzas. Yo grito como una loca su nombre.

—¡JIIIIIIIIMMMMMMM!

Se va, se va,. Mi amor se va y no puedo hacer nada. La impotencia se apodera de mí. Quiero agarrarlo besarlo, decirle que le quiero y no puedo. No serviría de nada. Se va, se va, mi amor se va.

Los médicos comienzan a reanimarle. Su corazón se ha parado. Mi cuerpo se muere en ese preciso momento. Mi fuerza se va y me derrumbo en llanto. Un llanto que ni siquiera se pronuncia ni sale. Un dolor interno. Mi corazón se rompe, se tritura, se

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destruye. Mi vida se escapa junto a la suya. El médico me mira y me dice que no hay nada que hacer. No, no, no.

—No me dejes Jim, te lo suplico, no me dejes...

Me tiro encima del y beso sus labios. Mis lágrimas caen en su cara. Sus labios están fríos, inertes, muertos. Pasan el frío a los míos. Mis manos se posan en sus mejillas mientras mis labios parecen dar el beso más largo y más doloroso de todos los besos que se pueden dar en esta vida.

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Allí estaban, en aquel helicóptero de emergencias cerca del hospital, Jim y Alicia. Tirados en el suelo, él en una camilla y ella de rodillas, besando a su novio que yacía en el suelo muerto. De pronto el pie derecho de Jim da una sacudida. El médico se alertó y apartó a la chica. Jim había regresado de la muerte, o lo que el médico consiguió explicar fue, que había permanecido en un estado cercano a la muerte. Su corazón se ralentizo hasta el punto de parecer que no latía, pero si lo hacia, a un ritmo muy lento y apenas perceptible. Para Jim y Alicia fue amor. Un amor tan fuerte que sería incapaz de separarles hasta que hubieran vivido una vida juntos. Cuando llegaron al hospital, Jim fue trasladado de urgencia al quirófano. Allí fue atendido por los mejores especialistas del hospital. A las pocas semanas, le dieron el alta y se fueron a su casa.

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18.- “Una tarde aburrida”

Una tarde cualquiera en el viejo oeste americano. Corría el año 1834 en el pequeño pueblo de Lookerville. El viejo Jones el desdentado estaba sentado en la mecedora de su porche. Cantando Kentucky Waltz con su banjo maltratado el tiempo. Jones canta con cierto llanto alegre en su voz. La tarde es calurosa y seca en julio.

Bill coge su caballo “Blakie”. Un caballo fuerte y rápido. Al que Bill le tiene un cariño especial. Se dirige a “Modtown”, en busca de una medicina para su hermana Jessica. Ella tiene una enfermedad que le impide llevar una vida normal. Necesita tomar esa medicina para poder caminar ya que jugar como los demás niños de siete años le resulta imposible.

La señora Rose Carter ha hecho tarta de manzana y la ha puesto a enfriar en la ventana. Unas tartas excelentes. Los jóvenes Josh y Jebb la han visto y se van corriendo hacia la casa de la señora Rose. Escondiéndose debajo de la ventana y la que en un rato será, su tarta de manzana. Todos los muchachos del pueblo le han robado en algún momento una tarta a la señora Rose. De hecho, seguro que ella las hace con esa intención. Es una buena señora. Solitaria y viuda. Siempre se preocupa por los demás y le encanta dar cosas a los demás. Algo que siempre enfadaba a su difunto marido Anthony el loco. Realmente, no estaba loco, sólo que era demasiado valiente. Ayudante del shérif Jim. Todos saben en el pueblo que en poco tiempo sería el sucesor de Jim. Él ya no está para ese puesto. Sus huesos se resienten, su espalda le tortura en cada movimiento. Sus manos ya no aguantan el revolver como antaño. Cuando era joven era el más rápido desenfundando y disparando. Con una puntería excelente. Siempre ganaba en los juegos de tiro del pueblo. Aunque

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su mejor característica, es ese olfato de policía que sólo tiene un hombre en cada generación.

Los jóvenes Josh y Jebb ya han cogido la tarta y se van corriendo. La señora Rose los ha visto desde la ventana y sonríe. Una gran señora. Los dos jóvenes de quince y trece años, ya están debajo del Árbol Viejo comiéndose su botín. Con los estómagos llenos y con toda una tarde de verano por delante. Josh le dice a Jebb que se vayan a la colina a disparar un rato. Tiene ganas de disparar. Jebb sabe donde guarda su padre el Winchester. En lo alto del armario de su habitación y las balas están en la bodega.

Bill llega a Modtown con Blakie y entra en la consulta del médico local, el doctor Haffner, de origen europeo, siempre te recibe con una sonrisa. El mejor doctor que se pueda imaginar. Siempre acierta en los diagnósticos, estudioso y defensor de las medicinas modernas. Prepara sus propias medicinas. Gracias a sus brebajes, Jessica puede andar. Se desconoce con que los hace, pero tiene para todo tipo de dolencias. El doctor Haffner saluda a Bill y le pregunta qué tal va Jessica. Bill le dice que bastante bien, sólo necesita la medicina porque ha empezado con uno de los ataques. El doctor Haffner cambia su cara alegre por una con cierta preocupación. En vez de darle el brebaje azul le da uno negro y le dice que le dé ese mejor. Es una receta que diseño nueva y que funcionará más rápido y con más duración. En definitiva, mejor que la anterior. Bill le paga la mitad del precio, Haffner le dice que no se preocupe, que se lo deja a ese precio menos uno. Un hombre nunca debe ir por ahí sin dinero. Bill sonríe y le da las gracias. Sin perder más tiempo sale de la consulta, se monta en Blakie y se pone en marcha por el Camino Muerto.

El Camino Muerto recibe su nombre por estar entre dos montañas y totalmente despoblado de vegetación. Algún cactus y pequeñas plantas nacen aisladas de vez en cuando pero siempre terminan muriendo al poco tiempo.

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Los jóvenes Josh y Jebb se han ido con el winchester a la Colina del Armadillo. Una colina rocosa. En frente está la Colina del Zorro y justo entre las dos, en la zona baja, pasa el Camino Muerto, que atraviesa las dos colinas. Jebb carga el rifle y apunta a un cactus. Su boca interpreta el clásico “piungg” que hacen los rifles al disparar pero no ha apretado el gatillo. Josh se ríe de él por no ser capaz de disparar. Josh es el mayor de los dos. Coge el rifle y apunta al mismo cactus. Él si que dispara. El cactus se parte en varios trozos, desparramándose por el suelo. A lo lejos se divisa un jinete y Josh lo ha visto. Josh apunta con su rifle al pecho del jinete. Jebb le pregunta —¿Qué se sentirá al disparar a un hombre?— Josh escucha una conversación pasada de su abuelo en la que decía que para disparar a un hombre sólo hay que respirar despacio, concentrarse y apretar el gatillo. La bala hará el resto.

El rifle se disparó sin apenas apretar el gatillo. El Ángel de la Muerte había ejecutado la acción. El jinete se cayó al suelo y el caballo siguió corriendo. El joven Josh se queda paralizado mientras Jebb comienza a gritar diciendo —¡Lo has matado, lo has matado!— Jebb se marcha corriendo en dirección a su casa. El joven Josh se queda sólo, petrificado, con ganas de ser él el muerto y así no tener que enfrentarse a su padre cuando se entere de lo que acaba de hacer. Josh se marcha a su casa tirando el rifle al suelo. Al llegar entra en su cuarto cerrando la puerta. Se tira en su cama y comienza a llorar.

A las pocas horas, el shérif Jim llega a casa de Josh y le cuenta a sus padres lo que ha pasado. El joven Jebb lo ha confesado. El padre de Josh grita desesperado golpeando las paredes por la rabia y la impotencia. La madre de Josh comienza a llorar y le pregunta al shérif Jim a quién ha matado. El shérif Jim se quita su sombrero y le dice que ha matado a Bill, cuando iba a por una medicina a Modtown para su hermana. Al escucharlo, los padres de Josh lloran desconsoladamente. Bill era un joven muy querido por todos. El shérif Jim le dice al padre de Josh que esta vez no podrá hacer nada y que tendrá que juzgarlo. El pueblo pedirá que se equilibre el daño. La madre de Josh eleva el llanto y el padre de Josh maldice y se cae

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de rodillas. Josh hace aparición bajando por las escaleras. Con lágrimas en sus ojos rojos y una cara desencajada.

—¿Por qué lo has hecho?— Le preguntó el shérif Jim a Josh. —¿Por qué lo has hecho?— El joven Josh sólo pudo responder —No lo sé—. Sus palabras quebradas y vueltas a una infancia que parecía haber querido dejar atrás. Corrió a su madre quien le abrazó llorando. Su padre los abrazó a los dos en un halo de dolor y rabia. Los tres lloraban desconsolados, con tanto dolor que el shérif Jim soltó una lágrima también. Se armó de valor y dijo —Tengo que llevármelo—. Los tres comenzaron a gritar mientras el shérif Jim se llevaba al joven a comisaría.

El joven Josh permanece a la espera, sentado en la cama de su celda, mirando a la pequeña ventana con la mirada congelada. Mira como entra el sol a través de ella. Puede escuchar el murmullo de la gente y de como los guardias que acompañan al shérif Jim, se van acercando. No ha pasado ni un sólo segundo durante los quince días que estuvo en prisión en el que no pensara en Bill y en como le había quitado su vida. Todas las noche regresaba a él en sueños, haciéndole compañía en la oscuridad de la celda. Diciéndole que no se preocupara, que él iría a buscarlo en el momento de su ejecución.

El shérif Jim llegó y le dijo a Josh que se pusiera en pie, que el momento había llegado. —Lo siento mucho chico, pero no puedo hacer nada. Nunca debiste jugar con el winchester—. Palabras que se clavaron el el corazón del joven Josh, recordándole el momento del disparo. Salen de comisaría y se montan en el carro blindado del shérif en dirección al Árbol de la Justicia. Por el camino todo el pueblo pedía su cabeza. El camino se hizo eterno, los guardias le miraban en el carro como si fuera el mayor villano del pueblo. El shérif Jim era el único que intentaba mantener el tipo con aspecto de duro pero los años le habían hecho blando y comprensivo. Si por él fuera, no castigaría al joven Josh. El sólo ya se había castigado teniendo que soportar el peso de un muerto el resto de su vida. Todo por querer saber que se siente al matar a un hombre.

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Al llegar al Árbol de la Justicia, el joven Josh pudo contemplar como una soga colgaba de una de sus ramas. Una soga que llevaba su nombre escrito en sangre. En sangre de Bill. Una vez la soga pasó por su cabeza, el joven Josh comenzó a llorar y entre llantos le pidió al shérif Jim que le dejara pronunciar unas palabras. El shérif Jim hizo que todo el mundo guardara silencio y le permitieran despedirse al muchacho. Allí estaban todos, los padres de Bill, su hermana, el doctor Haffner y todos y cada uno de los habitantes del pueblo y los alrededores. Todos los que conocían a Bill pero a quien más le dolió mirar el joven Josh, fue a sus padres. En primera fila, obligados a contemplar por la ley como su hijo era despojado de su vida por un crimen que había cometido.

El joven Josh se armó de valor y empezó a pronunciar el que sería su último discurso.

—Todo este tiempo no he hecho más que recordar aquella calurosa tarde en la que Jebb y yo buscábamos una distracción para pasar el rato. Aburridos e inquietos se nos ocurrió la peor de las ideas. La idea de jugar con un arma. Como cualquier niño sólo queríamos sentirnos mayores haciendo algo de mayores. Por desgracia, Bill apareció en el momento que yo tenía el rifle en la mano. Recuerdo aquel momento como si estuviera pasando ahora mismo. Todo este tiempo e deseado ser yo el que se moría sólo y desangrado por el disparo de una bala. Muriéndose mientras hacía algo honorable como ir a por una medicina para su hermana. No es así, no he hecho nada bueno en esta vida. Lo único que he hecho han sido pillerías y matar a un hombre. Os pediría perdón a todos pero serían sólo palabras. Al único que le quiero pedir perdón es a Bill, que es a él, a quien le he privé de todo. Me lo merezco y merezco ser despojado de lo mismo que he arrancado. Por último, quiero deciros que intentaré ser mejor persona en otra vida. Ahora me iré directo al infierno aunque tengo que deciros que no hay mayor infierno que haber vivido estos últimos quince días.

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La gente del pueblo había comenzado a llorar. El Shérif Jim miró a Josh y Josh le hizo una señal. La señal de “ya estoy listo jefe”. El verdugo retiró el taburete y Josh quedó suspendido por la soga. Ahogándose poco a poco. La gente gritaba pero todo sonido desapareció para le joven Josh. Lo único que podía contemplar era como un jinete se acercaba hacia él. Un jinete sin expresión a lomos de un caballo sin rostro. Al acercarse pudo contemplar el rostro del jinete. Era Bill. El jinete lo agarró montando su alma en su caballo y los dos cabalgaron juntos por un camino que los vivos no podían ver.

El cuerpo del joven Josh, yacía muerto, colgando en la soga con un tic en su pie derecho.

FIN

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19.- “Sombra y oscuridad”

La noche era calurosa. Se podía respirar el olor veraniego que viaja por el viento. Los chicos Jack “El perro” y Simon Sunles, estaban sentados en el arcén de Sunset ave NW en Atlanta. Mirando a la luna llena e imaginándose como sería su futuro. Cómo les cambiaría la vida cuando se hicieran mayores. Ahora son dos chicos de catorce años con los típicos sueños de adolescentes. Sin olvidarnos de Julie Sumers y Monique Rodriguez. Los amores platónicos de los dos. Ellas son las chicas más guapas del instituto y los tienen locos. El único problema es que pasan de ellos. Están con los jugadores de fútbol del instituto, los “Red Dragons”.

De pronto, el joven Jack cree ver algo. Lo cierto, es que sí que lo está viendo. No es un efecto visual, ni una alucinación. Simon también lo ve. Se quedan perplejos, sentados en el arcén. Una figura de unos dos metros y medio de alto, con un hábito negro con capucha tapándole el rostro. Sus brazos cruzados por dentro de las mangas hace que no se le vean las manos. Lo que tampoco se le ven, son los pies. No tiene pies, levita en el aire como un espectro.

Los dos chicos permanecen inmóviles de terror. Mientras, la criatura se acerca a ellos. El pantalón corto del joven Jack comienza a humedecerse por la orina que se escapa involuntariamente. El miedo hace que permanezcan paralizados ante esta situación. La criatura se acerca cada vez más, emitiendo un gemido siniestro. Un sonido que parece salido de lo más profundo del infierno. Los chicos están tan aterrorizados que descubren un miedo que jamás habían sentido. La criatura muestra sus manos y agarra con cada una de ellas a cada uno de los chicos por el cuello. Los levanta en aire y con un ligero movimiento parte sus cuellos. Tira los cuerpos muertos al suelo y se agacha. Les arranca los ojos y los introduce en su boca.

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Una vez que termina de comerse los ojos, se incorpora y desaparece entre las sombras.

Todo habría quedado en un homicidio por parte de algún vecino sospechoso, sino fuera por que la señora Lauren permanecía atónita a través de la ventana de su habitación. Agachada entre sus cortinas con la luz apagada. Un temblor involuntario recorría su cuerpo, impidiéndole realizar cualquier movimiento. Quería gritar, pero no tenía voz.

A las dos horas le estaba contando lo sucedido a la policía, hasta que llego el FBI y se la llevaron a un cuartel secreto. Desde ese momento la Señora Lauren, una anciana solitaria pero querida por todos sus vecinos, desapareció para siempre. Nadie volvió a preguntar por ella desde aquel incidente. La anécdota quedó guardada en el mayor de los secretos.

Al día siguiente en Cádiz, hubo otro suceso similar. Así día tras día. Hasta que comenzó a cundir el pánico.

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20.- “Filtros de espinas con lazos: (3 Relatos)”

“Filtro de amor”

El bueno de Joe se dirige a su casa en el valle. La jornada ha sido dura recogiendo algodón en la finca de los Montepío. Sonríe con cara de idiota mientras se imagina a Martha, su Martha. De pie en el porche de su casa, esperándole mientras el viento mece su vestido de seda rosa. En la radio está sonando la voz del gran Roy Orbison. Cantando para los solitarios bajo una luna llena acompañada por las velas que parpadean en el firmamento.

Conduce su vieja camioneta Ford del 69, con un faro roto y un sonido a chatarra que proviene de la parte delantera. El bueno de Joe, piensa en llegar a su casa, salir de su coche, abrazar a su mujer y darle un beso de película. Su único deseo es estar a su lado tras un día de continuo ajetreo con el algodón. Lo único que le dará la paz que necesita ahora mismo.

Al llegar a su casa, la mosquitera está abierta, golpeándose con el aire. La luz del porche está encendida pero Martha no está en él. Esperándole como cada noche. Joe sale de su camioneta y entra en su casa. La oscuridad en ella le empieza a preocupar hasta que escucha un ruido. Es Martha y debe estar en la cama. Joe piensa que quizás le tenga una sorpresa. Quizás ha ido a comprar un conjunto nuevo de lencería para sorprenderle. Joe sigue con su sonrisa idiota. Entra en la habitación y contempla la sorpresa. La gran sorpresa…

Martha con compañía. Martha, su Martha está desnuda a cuatro patas mirando hacia él. Detrás tiene al hijo pequeño de los Montepío. La agarra por la cintura mientras realizaba envestidas una y otra vez. En el momento que la puerta se abrió. Martha se asustó y

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su vagina se cerró por el shock. El bueno de Joe pudo ver como justo antes de eso el hijo pequeño de los Montepío eyaculaba en el interior de su Martha. Enganchados por el shock. El bueno de Joe se cae de rodillas mientras contempla esa ventana al infierno. Una situación que no se habría imaginado ni en la peor de sus pesadillas. Le gustaría salir corriendo. Le gustaría irse y no ver más de este momento. Joe comienza a llorar sin pronunciar palabra. Siente como su corazón se acaba de romper en trozos más pequeños que migajas de pan. Migajas de pan que comienzan a fluir por sus venas, dándole la fuerza necesaria para levantarse, darse la vuelta e irse de la casa en dirección a su camioneta.

Martha llora en la cama con la polla del hijo pequeño de los Montepío introducido en su vagina. El joven se ríe mientas dice “Buen rodeo Martha, muy buen rodeo”. Seguidamente le da palmadas en el culo a Martha mientras ella llora desconsolada. Llora apenada y dándose cuenta que por esa puerta acaba de ver marchar al único hombre que le había amado en su vida. Ella sabe que no es una mujer muy bella pero sabe que para Joe era la más bonita del mundo, de su mundo que acababa de descomponerse..

Joe sale de la casa y se monta en su camioneta. Llorando y destrozado. Sin saber muy bien cómo ni porqué. Pero tiene que marcharse de este lugar para no volver jamás. Ahora sólo tiene dudas. No sabe si en algún momento Martha estuvo enamorada de él o si siempre fue un engaño. Ahora todos los momentos a su lado pasan ante sus ojos en décimas de segundo. El momento en el puerto, cuando Joe le declaró su amor. El momento en el que se besaron por primera vez. El momento en el que sus cuerpos se unieron por primera vez. Tantos y tantos momentos que para él habían sido únicos y verdaderos. Martha la única razón para seguir cada día luchando con un trabajo que le rompía la espalda por una pequeña paga al mes. Pequeña pero suficiente para vivir con su gran amor. Ahora todo eso ha volado y lo único que puede recordar es el momento en el que el joven hijo de los Montepío eyaculaba en el interior de la vagina de Martha. Vagina que tantas veces el había

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besado y con la que tantas veces había jugado con todo el amor que le procesaba. Ahora se siente sucio, engañado. No quiere pensar en esto, sólo quiere encender su maldita camioneta y marcharse. Marcharse tan lejos como ese cacharro le permita.

El sonido del contacto al introducir la llave de la camioneta y girar hace que por un momento Joe piense que esa maldita camioneta no va a encender y no podrá escapar de ese momento. Pero si que se produce… El motor arranca haciendo ese ruido extraño exterior. El motor suena cada vez más fuerte pero Joe ya está en la nacional 65, camino de ninguna parte.

Las luces de los coches que vienen hacia Joe se le clavan en sus ojos. Unos ojos rojos ensangrentados por el dolor de haber perdido a su gran amor. Llenos de agua como dos presas incontroladas que están desbordadas y rebosantes. Anegando a los pueblos que habitan en sus mejillas hasta llegar a su boca y desembocando en su barbilla.

Cuando pasan un par de horas el ruido delantero de la camioneta se hace cada vez más grande hasta que algo hace que la camioneta se detenga. Joe intenta encender otra vez la camioneta pero el contacto no funciona. Joe sale y abre el capó. Mira para todo lo que hay dentro pero no sabe ni por donde empezar a tocar. Al rato, un Chevrolet para delante de su camioneta y del asiento del conductor sale una chica rubia, delgada y rebosante de felicidad. El bueno de Joe había dejado de llorar ya hacia un rato pero su cara denotaba una gran tristeza. La chica se acercó a Joe y le pregunto qué le había pasado. El bueno de Joe le dijo que su camioneta se había detenido. Que la parte delantera hacía un ruido pero que no sabía lo que podría ser. Ella se rió y le dijo que ella sabía un poco de mecánica. Sus padres eran granjeros y ella y sus hermanos aprendieron a trabajar con maquinaria. La chica le dijo que se llamaba Rose y que el problema posiblemente era el filtro del aire que estaba roto. Lo que hacía que el coche se ahogara. Eso hasta donde ella podía ver. Le dice que el coche no tiene mucha solución

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en ese momento pero lo que más le preocupa es él. Joe se queda sorprendido y Rose le dice que no hace falta que le diga nada. Que sabe que algo malo le ha pasado pero que no hace falta que le cuente nada. Rose se ofrece a llevarlo a algún sitio. Le pregunta hacia donde va. A lo que Joe responde “A lo que llaman lejos”. Ella sonríe y le dice que también se dirige a ese lugar. Joe sonríe y por un momento deja de pensar en lo que pasó hace un par de horas. Rose le pregunta si le puede acompañar ya que ella ha tenido un problema hace un par de horas. Joe sonríe una vez más y le dice que sería un placer ir con ella en esta aventura. Rose se pega al bueno de Joe y le da un beso en los labios. Un beso fuerte y cálido que hace reaccionar a Joe. Que le devuelve el beso mientras la levanta por la cintura al abrazarla. Dejan de besarse y mirándose a los ojos sonríen como dos recién casados a punto de embarcarse en su luna de miel.

Joe y Rose se montan en el Chevrolet y se marchan lejos con un fuerte acelerón por parte de Rose. La camioneta de Joe se queda en el arcén con los cuatro intermitentes puestos, el capó levantado y sólo un faro alumbrando, como guiñándoles un ojo en la despedida.

“Filtro sin cadenas”

Rose sabía que aquella era su única oportunidad de salir de aquel agujero en el infierno. Sabía que si se marchaba de allí, rompería las cadenas que le mantenían presa para poder correr libre por un paraíso desconocido para ella. El pájaro llamado Chevrolet, estaba a tan solo unos metros. Esperando ansioso que su nueva dueña cabalgara con él miles de kilómetros sin parar.

Un motín… el motín que desencadenó la locura más extrema. Todo fue perfecto. Los guardias de la cárcel hicieron lo que tenían que hacer. Contener a las presas seguido de lo que siempre hacían. Violarlas. Por suerte para Rose ella nunca había sufrido aquellas brutalidades. Pero esta vez era distinto. Quería que los cabrones la llevaran a la sala del amor. Así la llamaban los guardias. Una vez

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consiguió su magno plan. Hizo lo que tenía previsto. Antes de que ninguno de esos gordos obsesionados con el sexo forzado llegara a penetrar su preciada vagina. Ella saco un puñal hecho con material de la cocina que escondía en su muñeca derecha. Directo a los huevos del primer guardia. El más cercano. Seccionó la mitad de su miembro, lo que hizo que empezara a chillar como un desgraciado. Rose sabía que era su momento, ahora o nunca. Comenzó a lanzar su puñal hábilmente a las gargantas de los guardias. Eran tres y los tres yacían doloridos y ensangrentados en el suelo. Sin sus miembros que permanecían muertos en el suelo. Rose cogió las llaves de la prisión y una pistola de uno de los guardias. Sólo dos puertas la mantenían alejada de la libertad, de su pájaro liberador llamado Chevrolet.

En su interior podía escuchar a su propia voz diciéndole “Corre Rose, corre”. Hecho, una vez fuera, allí estaba. Su Chevrolet.

Con el motor encendido y el coche en marcha, pisó el pedal del acelerador hasta el fondo para alejarse de aquel lugar. Rose empezó a recordar el porqué había estado en prisión. Su exmarido le había pegado desde que se habían casado hasta que al quinto año tras una paliza, ella acabó con aquel miserable. Cuando la policía llegó a su casa, ella estaba durmiendo en la cama mientras su marido estaba muerto desangrado en el suelo del salón. Cuando el juez le preguntó “¿Qué hacía usted dormida en la cama?”. Rose sonrió y dijo, “era la primera vez desde hacia mucho tiempo que no tenía miedo a que ese cabrón me golpeara mientras estaba dormida”. El juez le dijo que la entendía y que él quizás habría hecho lo mismo pero que las leyes le obligaban a actuar muy a su pesar en esos casos. Aunque si es cierto que sólo le puso un año de prisión. Del cual sólo cumplió una semana. Una semana en la que organizó el motín para ir a la sala del amor y desencadenar una orgía de placer en su interior.

Esta vez sí, pensó Rose. Esta vez sí, seré libre. Encontraré a un chico que me haga feliz y me largaré de esta mierda de pasado que me persigue. Ella sabe que en algún lugar hay un chico que le

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hará olvidar aquel tormento sufrido para que un día siendo anciana le cuente a sus nietos que una vez, hace mucho tiempo, ella había tenido un mal sueño. Un mal sueño al que llamaría pasado.

Dos horas después de emprender el viaje hacia ninguna parte, vio una furgoneta Ford parada en el arcén. Redujo la velocidad del Chevrolet y observó la situación. La furgoneta tenía el capó levantado y un chico intentaba repararlo. El corazón le dio un vuelco al pensar en no pararse. En ese momento pisó el freno y se bajó de su Chevrolet. Se acercó al chico y le preguntó que le pasaba. Él le dijo que se llamaba Joe y que su coche se había detenido. Rose no pensó otra idea mejor que decir que ella sabía de mecánica y que había crecido en una granja. Algo totalmente falso. Ella había nacido en New York y siempre fue una chica de ciudad. Lo más que sabía de mecánica era de lo que veía en las películas de coches que a ella le encantaban. Lo primero que se le ocurrió fue decirle que era el filtro del aire y que no se podía arreglar. Rose no sabía que era pero sentía algo por aquel desconocido que acababa de conocer. Quizás fueran sus ojos rojos como tomates de haber estado llorando durante bastante tiempo o que una voz sin alma le pidiera ayuda, como un niño le pide a su madre que le proteja entre sus brazos.

Ella quería protegerlo, quería irse con él. Quería vivir una aventura, conocerlo. Marcharse de ese pasado y comenzar un nuevo amanecer con ese desconocido al que acababa de conocer. Al rato de estar hablando. Rose le preguntó a donde se dirigía. Joe le dijo que se iba al lugar al que llaman lejos. Rose sonrió y le dijo que también iba en esa dirección. Rose le pregunta si le puede acompañar ya que ella ha tenido un problema hace un par de horas. Joe sonríe una vez más y le dice que sería un placer ir con ella en esta aventura. Rose se pega al bueno de Joe y le da un beso en los labios. Un beso fuerte y cálido que hace reaccionar a Joe. Que le devuelve el beso mientras la levanta por la cintura al abrazarla. Dejan de besarse y mirándose a los ojos sonríen como dos recién casados a punto de embarcarse en su luna de miel.

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Se montaron en su Chevrolet y se largaron dando un acelerón. Atrás quedó la furgoneta del bueno de Joe, con sus cuatro intermitentes y un faro roto como guiñándole un ojo a Rose. Algo que le hizo reír. Se giró hacia Joe, le miro fijamente y le dio otro beso en los labios. Esta vez fue un beso de esos que se dicen te quiero sin haberlo pronunciado.

“Filtro sin filtro”

El día estaba caluroso y Martha está en la mecedora del porche de su casa, esperando con nervios y ganas al hijo pequeño de los Montepío. El joven estuvo tonteando con ella desde hace un tiempo, aprovechando que el “bueno de Joe”, estaba fuera de casa casi todo el día, trabajando en las fincas de algodón de sus padres. Martha llevada por la rutina, por la ausencia de un marido que aunque le daba todo y se moría por ella, no acababa de llenarle como lo hacía antes. Llevan juntos desde que eran adolescentes y lo que antes fue un incendio incontrolable poco a poco se fue consumiendo, por lo menos para Martha.

A lo lejos contempla la moto del hijo pequeño de los montepío, una Triumph que le compró su padre al cumplir los diecinueve. Martha se retuerce en ganas con cierto temblor de piernas al verlo llegar. Sabe que tienen toda la tarde para estar juntos, Joe no llegará hasta que se vaya el sol. El joven corrió hacia ella y la levanto en aire, mientras Martha se agarraba con sus piernas a su cintura. Entraron y subieron las escaleras agarrados como presa y cazador.

Ya en la habitación, Martha deja caer su vestido deslizándose lentamente por su cuerpo con tanta delicadeza y suavidad, que consigue erizar los pelos de su cuerpo a su paso, haciendo que las ganas de abalanzarse sobre el muchacho sean inaguantables.

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El tiempo se les va de las manos, entre fuerza, ganas e insaciabilidad. Empapados en sexo salvaje a escondidas de Joe que sin que se dieran cuenta acababa de abrir la puerta de la habitación. Martha sintió como la corrida del joven de los Montepío empapaba su interior. En ese momento, su vagina se cerró por el susto, el miedo y la angustia de ver a Joe.

En ese preciso momento ve en la cara de Joe como se le rompe el corazón en mil pedazos. Corazón que le acariciaba el alma por las noches y la cuidaba para que no le faltara nada aunque llegara con la espalda muerta cada día. Las lágrimas, los llantos sin poder sacar voz, muda de vida al verle marchar por la puerta. Sabe que no podrá hacer nada por recuperar su vida, la vida por la que hace años habría luchado contra los mismísimos dioses si hiciera falta.

Reza y suplica porque la vieja camioneta de Joe no arranque pero no tiene esa suerte, escucha como arranca y se va, cuando consigue deshacerse del pequeño de los Montepío de su interior, sale corriendo completamente desnuda, confiando en llegar a la puerta y que esté Joe para poder pedirle perdón. Pero la realidad es otra, Martha se muere por dentro al contemplar el vacío en la entrada, no hay rastro de Joe ni de la camioneta.

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21.- “Mi vida, mi hogar”

El último objetivo fijado. La mira es el chivato y mi dedo índice el juez a punto de ejecutar sentencia.

El sonido del disparo hizo eco en aquel maldito infierno. Un infierno en el que llevábamos dos años metidos. Siempre nos dicen: “esta será la última misión y volveréis a casa” pero siempre pasa algo… Siempre sale un nuevo terrorista en estas malditas tierras. Todos los días mueren soldados, compañeros, amigos… Afganistán es esta tierra y esta maldita guerra jamás terminará.

Soy el sargento Scott y tengo a mi cargo a cinco soldados. Cuatro chicos y una chica. Jimmy, Mikey, Standley y Sven han caído en este momento. La soldado Juliet está herida en el suelo. Los atacantes eran siete terroristas cargados con rifles de francotirador y AK-47.

Puedo escuchar a Juliet pidiendo auxilio. Me echo a correr apresurado a su posición y me agacho a su lado.

—¿DÓNDE TE HAN DADO JULIET? —Estoy jodida mi señor. Me han dado en el estómago. De esta no saldré. Sólo quiero irme a mi hogar señor. Lléveme a mi hogar.

Juliet comenzó a llorar. Destrozada. Sabiendo que su final estaba cerca. Siempre había sido muy fuerte y muy valiente pero en ese momento ella perdió todo orgullo que le hacía sobrevivir un día más en este infierno. He visto a hombres corpulentos derrumbarse y ella obligarles a levantarse con carácter y autoridad. Ya no había de eso en su mirada.

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—Estoy contigo Juli y no me voy a separar de ti. Te prometo que te llevaré a tu hogar.

Ella está muriéndose y no tengo valor para decírselo. Le han dado en el hígado. Puedo reconocer la herida por la sangre oscura. Le quedan minutos de vida. La pobre y joven Juliet… Vino aquí como todos nosotros, con el único objetivo de arreglar el mundo y el mundo se la está llevando.

—Señor, es la primera vez que me llama Juli. Debe ser realmente grave mi herida. Además nunca le vi llorar. Siempre estuvo fuerte cuando le necesitamos. Quiero darle las gracias mi señor. Ha sido un honor luchar a su lado. —¡No te despidas Juliet! ¡Es una orden! —Lo siento Scotty. Mi tiempo se termina. Sólo quiero irme a mi hogar. —¡NOO, JULI! ¡JULIEEEEET!

Pude sentir su último aliento tras sus últimas palabras. Su vida se había escapado de su cuerpo. Mi fuerza se fue en ese mismo momento. Mi pelotón había muerto y sólo quedaba yo. Lo peor que me podía pasar. Había compartido momentos con todos ellos y ahora ya no están.

Cuando el Black Hawk hizo aparición, yo estaba sentado, mirando el cuerpo sin vida de Juliet. Los chicos hicieron lo que tenían que hacer. Me concedieron mi libertad... Dejé el ejercito con méritos y una buena paga, pero un gran vacío en mi corazón. Mis chicos estaban muertos. Lo único que venía a mi cabeza eran las palabras de Juliet, “Llévame a mi hogar”.

Cuando le entregue a su madre la bandera fue uno de los momentos más duros. El entierro fue otro momento duro. En su lápida ponía un epitafio que su madre me pidió. “Mi vida, mi

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hogar”. Para todos mis chicos había terminado aquel maldito infierno. A mí me tocaría aguantar unos cuantos años más.

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22.- “El señor del tiempo”

La hora perfecta por fin ha llegado. La hora en la que termino mi jornada laboral y salgo del trabajo. Ficho y me largo. De camino al coche un señor se queda mirándome fijamente. Su vestimenta es rara, como de otra época. Lleva traje negro y sombrero. La verdad que si quería dar la nota, lo está consiguiendo. La gente está muy loca últimamente. Enciendo el coche y me largo. El hombre sigue mirándome con esa mirada fría como si fuera una estatua. Sin moverse pero sin apartar la mirada de mí.

Enciendo la radio y para mi sorpresa empieza a sonar Romeo & Juliet de los Dire Straits. Preciosa canción para empezar a disfrutar de mi descanso hasta mañana. De pronto, una moto se mete delante de mí haciendo una maniobra peligrosa. Me adelantó por la derecha y se metió delante casi rozando mi defensa delantera. El coche de delante pega un frenazo lo que hace que el motorista se desestabilice y se vaya al suelo. Piso el freno a toda velocidad pero ya es demasiado tarde.

La moto y el motorista se meten debajo de mi coche. Un destello extraño hace que todo esto haya parecido una imaginación en mi cabeza. El motorista está delante con su moto. Adelantando más coches. Sin frenazos, sin desestabilizarse, sin muertos. Extraño. ¿Qué demonios ha pasado aquí?

Al llegar a mi casa sigo extrañado por el suceso. Quizás necesite más descanso. La verdad que he dormido poco estos días. Me doy una ducha, me preparo algo de cenar y me voy al salón. Vivo en un octavo, en un edificio que llega hasta la duodécima planta.

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En la tele están poniendo una peli que siempre me ha encantado. Para mí es una de mis películas favoritas. “Walk the line”, trata sobre la vida de Johnny Cash.

Un grito hace que mi atención se desvíe hacia la ventana. He visto algo caer. Gritos en la calle hacen que me levante apresurado. Al asomarme veo un trozo de cornisa que se ha caído a la calle. Debajo de los escombros hay lo que parecen dos personas. No puede ser. ¿Qué está pasando hoy? A diez metros del suceso, vuelvo a ver al hombre de mirada extraña. ¿Qué demonios hace ahí? Está mirándome otra vez… Un escalofrío recorre todo mi cuerpo, seguido por el sudor frío que hace que me estremezca aún más. Estoy aterrado. Algo extraño está pasando.

La noche fue larga. Vino un coche de policía, dos ambulancias y tardaron en limpiar todo el desastre que se había llevado la vida de dos personas. Agotado me fui a la cama. No podía más. Los párpados me pesaban y realmente necesitaba descansar.

Al despertarme hice lo de siempre: ducha, desayunar e irme a trabajar. En el ascensor no me encontré a nadie. Al salir del portal, levanté la mirada y vi algo que hizo que me quedara paralizado. La cornisa del edificio estaba perfecta. No faltaba ningún trozo. La acera estaba impoluta, ni manchas, ni baldosas rotas. Qué demonios está pasando.

Al mirar hacia arriba contemplo como una de mis ventanas se abre. No puede ser, vivo solo. En la ventana se asoma el señor raro, mirándome una vez más… Las piernas me flaquean. ¿Quién demonios es ese hombre? Subo las escaleras corriendo y abro la puerta de mi casa. Entro y registro todas las habitaciones. Para mi sorpresa, sólo hay vacío, soledad… Aquí no hay nadie, sólo yo… Sin embargo, la ventana está abierta. Camino hacia ella y la cierro. Al darme la vuelta un grito profundo y fuerte salió de mi garganta. El señor extraño estaba detrás de mí, con su mirada fría, mirándome

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fijamente. Un olor a jazmín muy fuerte se apodera del ambiente. El miedo me paraliza de nuevo, dejándome sin saber que hacer.

Tras un momento, por fin pude pronunciar unas palabras. Le pregunto quien es. Me responde que es mi custodio. —¿De qué hablas?— Le dije medio enfurecido. —“Estás muerto y mi labor es que causes el menor de los daños hasta que por fin te vayas de esta realidad”—. Respondió con voz grave. —No puede ser…— Le respondí.

El tipo raro levantó su mano y la puso en mi cabeza. El destello volvió a deslumbrarme. Esta vez aparecí en la entrada del trabajo. Como un espectador, viéndome a mi mismo. Saliendo del coche y cruzando para empezar mi jornada laboral. A lo lejos vi el coche que había esquivado al entrar en el trabajo.

¿Qué? No puede ser. Lo había esquivado acelerando el paso. Mi cuerpo yacía muerto en el suelo. El coche me había aplastado por completo. ¿Cómo no pude darme cuenta?

De pronto el destello volvió a deslumbrarme. Esta vez para aparecer en un sitio completamente distinto. En este sitio estaban todos. Todos los que fueron desapareciendo a lo largo de mi vida. El señor extraño me dijo que esta era mi nueva realidad, la realidad de los renacidos. A lo lejos pude ver a viejos conocidos y me fui a saludarles. El señor extraño ya había desaparecido de mi vista.

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23.- “Mi vida en un momento de tradiciones se complica por momentos hasta que apareciste tú”

Mi vida en un momento

El tiempo se detiene justo en este momento. En la radio suena la canción “Just pretend” cantada por Elvis Presley. Mi mirada permanece fija en el espejo. Un espejo que muestra el reflejo de Aarón, mi hijo. Tan solo tiene tres meses de edad. Sentado en su sillita, mirándome y riéndose de algo que desconozco. Su risa inocente es tan contagiosa que consigue dibujar una sonrisa en mi cara. Mi pequeño… todo mi orgullo en una cosa tan pequeña. Mi mujer murió en el parto, fue un parto complicado, recuerdo sus últimas palabras. Me dijo, “Cuídalo siempre, yo estaré con vosotros en todo momento”. En su interior sabía que se marchaba, que se iría lejos, que nos dejaría a los dos solos ante la vida. Hecho tanto de menos a mi mujer. Mirando al peque recuerdo cuando yo era pequeño, sin preocupaciones, sin estrés, el único rompedero de cabeza era el no perderse los dibujos y el bocata de la merienda. Luego comenzaron a llegar los primeros problemas y el verdadero descubrimiento de la vida. Mi primera chica, mi primer trabajo, mi mujer, la hipoteca, el nacimiento de Aarón. Todo a su debido momento. Siempre he querido cosas y me torturaba con ello por no tenerlas. Con el tiempo aprendes que todo llega en su debido momento, justo cuando tiene que llegar.

El tiempo continúa parado, recorriendo mi vida por todos los momentos, jugando con mis hermanos, peleas, risas, momentos únicos que se clavan en mi sonrisa haciéndola mucho más grande. Sabiendo que se acaba todo en este momento, que las posibilidades de salir de esto son prácticamente nulas, sólo le puedo pedir perdón a Aarón por lo que va a pasar, sin tener culpa nos vamos…

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Estamos en mi coche, un Chevrolet del 77 negro, camino a Madrid a la boda de un familiar de mi mujer. En frente está una hormigonera que se ha salido de su carril a dos metros de impactar contra nosotros frontalmente. El conductor también sonríe, me pregunto si también estará recordando sus mejores momentos, seguro que sí.

El tiempo vuelve a su velocidad normal, un crujido ruidoso, como cuando explotas un globo cerca de un oído. Un sonido seco y breve. Todo se vuelve negro y una silueta nace cargada de brillo entre tanta oscuridad. Es mi mujer, sonriente y más guapa que nunca, abriendo sus brazos para juntarnos de nuevo. Puedo volver a sentirla, su calor, su olor, el tacto de su piel y de su pelo, sus labios. Algo está mal en esto, nuestro hijo, Aarón no está aquí… ¿Por qué? ¿Dónde está? No puede ser... Mi mujer sonríe señalándome un cuadro de luz. Un cuadro viviente. Es la carretera por la que íbamos. El coche a quedado completamente destrozado, puedo ver mi cuerpo machacado entre tanto hierro. El conductor de la hormigonera ha salido volando por el parabrisas. Ha impactado contra el suelo y su cuerpo se ha partido en dos, pobre hombre. Aarón, Aarón está llorando en el interior del coche. Su sonrisa se ha ido pero está perfectamente. La zona del medio del coche ha quedado intacta. Te toca vivir una larga vida pequeño, se fuerte y lucha hasta el final. Mi mujer me hace una señal con su mano, me dice que nos vayamos, que tenemos muchas cosas de las que hablar. Me he muerto. Según ella, cosas de la vida.

De tradiciones

Sonó como un crack, roto, destrozado, abriendo camino a su paso. Eso fue lo que hizo el palo de billar en la cabeza de ese cabrón anónimo. La gente gritó, se escandalizó, algunos corrían a algún lugar. De fondo sonaba “Oh mary don't you weep” de Bruce Springsteen. La que era mi chica, bueno mi ex, quedó llorando al

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lado del cadáver. Llevaban dos años juntos a mis espaldas, nos casamos hace un año y ahora está embarazada de tres meses. Con la duda de si será mío o de ese cadáver.

El palo de billar entro por su ojo izquierdo y salió por detrás de su cabeza teñido de rojo. Respiro hondo. Descansado. Aliviado. Sabiendo que todo está en paz ahora mismo. Restablecer el equilibrio de las cosas por la vía rápida, sin vueltas, sin más problemas, sin injusticias.

Todo fue muy rápido. Entrar, coger el palo y clavar. No le dio tiempo ni a reaccionar, sólo a sorprenderse y a desencajar sus ojos por la sorpresa. Podría haberlo hecho con mi Magnum pero no. Demasiado fácil. Eso hace que acabe con el romanticismo de la mafia tradicional. Las tradiciones son lo mejor, sin lugar a dudas.

Poco tardó en aparecer la policía. Entraron con sus pistolas apuntándome, no se lo pondré fácil. Llevo toda mi vida en una familia de la mafia, mis valores son los que inculca el sonido del silencio.

Una sonrisa sale de mi cara al escuchar a los policías decir mi nombre y gritar que tire mis armas, como ironía del destino comienza a sonar “Soud of silence” en la radio del bar. Hoy comenzará mi silencio. Saco mi Magnum y apunto a los policías. Disparo rápidamente. Veo como dos de los policías caen mientras sus balas atraviesan mi cuerpo. Siento un gran ardor allá por donde van entrando. Mis piernas pierden su fuerza y me caigo de rodillas. Un disparo en la cabeza hace que el silencio se apodere de mí.

Se Complica por momentos

La misión era sencilla. Liquidar al líder terrorista, pero todo se complicó. Éramos cinco en el pelotón: Mike, Alex, Joseph, Cristal y yo. En este momento sólo quedamos Cristal y yo. Ella está herida

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en una pierna y no puede moverse. Estamos dentro de una casa en el medio del pueblo. Me gustaría poder decirle a Cristal que vamos a salir de aquí y que volverá a ver a sus dos hijas y a su marido. Me encantaría decirme a mí mismo que volveré a ver a Claudette, mi novia, pero no, no vamos a salir de aquí. Estamos totalmente rodeados.

Ya no nos quedan balas, tampoco nos quedan granadas, hemos perdido la señal de radio en el momento que Mike pisó la mina. Su cuerpo explotó en todas direcciones, aún puedo sentir cachos del chocando contra mi cara. Alex murió de un tiro en el corazón por un francotirador, Joseph se comió de lleno el misil de un RPG.

Los ojos de Cristal se clavan en los míos, poco a poco va naciendo vidrio en ellos, el preludio de las lágrimas, el color de sus ojos se va tiñendo poco a poco en color rojo. Sus lágrimas comienzan a caer. Me dice que le de un abrazo que se muere y al menos quiere morir con un gesto de cariño de un ser querido. Le doy un abrazo sin decir absolutamente nada. De pronto, una granada entra por la ventana. Los dos nos quedamos mirándola, sabiendo que es el fin, nuestro fin.

Un estallido hace que el dolor y la sordera se apoderen de mí. A penas puedo ver nada. La sangre me cae por los ojos. Los brazos y las piernas no me responden. Lo poco que puedo ver es a Cristal muerta en el suelo, completamente destrozada, puta mierda. A los pocos segundos entran los terroristas. Me apuntan, hablan entre ellos sin poder escuchar nada, me he quedado sordo. Me arrastran y me llevan fuera de la casa para me meterme en un coche. Mis ojos se entrecierran hasta que se cierran por completo.

Hasta que

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Por fin estamos volando, al parecer el avión tenia algún tipo de problema y retrasaron el vuelo. Dos horas de camino y llegaré a casa. Tengo unas ganas horribles de poder tirarme en mi cama. Es lo que más echo de menos ahora mismo. En los hoteles te olvidas de todo, no tienes que cocinar, no tienes que limpiar, pero no es lo mismo que estar en tu casa.

A mi lado va una chica morena de pelo rizo, no deja de mirarme, quizás debería decirle algo. Quizás tenga alguna mancha o algo pegado. Eso sería realmente cómico. Le miro y le sonrío, ella me devuelve la sonrisa y me ofrece unos cacahuetes. Amablemente le digo que no, que soy alérgico, no a ella, sino a los cacahuetes. Ella se vuelve a reír y pone cara extraña.

Al rato viene la azafata y nos dice que nos pongamos el cinturón de seguridad, le pregunto el por qué pero no me contesta y se va al asiento siguiente a decirles lo mismo. En su cara se atisba algo de preocupación.

Miro a la chica y le digo que no se preocupe que seguramente serán turbulencias o algo, ella me mira y no me dice nada. De pronto, el avión sube y baja. Lo que decía, turbulencias. La luz del avión se va por momentos. El avión comienza a moverse en todas direcciones como si fuera una coctelera. Esto ya no son turbulencias. ¿Qué coño estará pasando? Todo el mundo comienza a gritar, las cosas salen volando de un lado a otro golpeando a todo el mundo. El caos se apodera de este momento.

Sin previo aviso, el avión comienza a caer en picado. Cierro los ojos esperando que todo se arregle, pero no es así. Impactamos contra el suelo y morimos todos en el acto.

Apareciste Tú

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El día amanece lluvioso y oscuro, sin duda será un día totalmente gris. El viento sopla fuerte, queriendo arrancar todo a su paso. Mis ganas de luchar un día más son un poco justas. Realizo mis tareas matutinas: ducharme, vestirme y desayunar viendo las noticias. Al parecer, unos terroristas han matado a cuatro soldados y han apresado a un quinto. Piden la liberación de su líder a cambio del rehén. El gobierno aún no se ha pronunciado. Pobre desgraciado, nadie moverá un dedo por él.

Salgo de casa y me voy al garaje en busca de mi coche. Me dirijo al trabajo con poco tráfico. Lo que hará que llegue demasiado pronto. En la autovía hay retenciones. Vaya por dios… Ya no llegaré tan rápido. Según me voy acercando, contemplo una imagen horrible. Una hormigonera ha impactado frontalmente contra un turismo. Los médicos de la ambulancia tienen a un bebe en brazos. Espero que esté bien. En el suelo hay dos sabanas térmicas tapando lo que serán dos cadáveres. Joder, vaya forma de empezar el día, todo son malas noticias.

Cuando llego al trabajo lo hago media hora tarde, lo que supone una bronca de mi jefe, otra más, cualquier día mandaré todo a la mierda y me iré lejos donde pueda ser libre y vivir mi vida en paz y en calma con el mundo. La mañana pasa bastante rápida para mi sorpresa. Todo ha salido bien y he estado bastante entretenido. Cuando llega la hora de comer, me voy al bar que hay enfrente de mi trabajo. No es un gran sitio, ni tampoco muy limpio, pero tengo que reconocer que el menú que ponen siempre es excelente.

Unas mesas más adelante hay una chica comiendo sola. También me pregunto si su día habrá sido tan malo como el mío. En el bar también tienen puestas las noticias. Al parecer, un avión se ha estrellado y todos los ocupantes han muerto en el acto. Ya tenemos otra más al carro… De repente, un lunático con aspecto de mafioso ha irrumpido en el bar, se ha acercado a uno y sin mediar palabra le ha clavado un palo de billar en la cabeza. La gente comienza a chillar. Algunos vomitan lo que han comido. Yo, sencillamente, me

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quedo mirando a la chica. Me he quedado prendado de ella sin explicación alguna. Ella también está mirando para mí. Entre los dos hemos creado una campana alrededor del mundo, nos hemos aislado y nos hemos quedado en nuestra parcela privada. Me acerco a ella sin saber muy bien el porqué. Mis piernas se han puesto a caminar sin que se lo hubiera ordenado.

Hablamos de nosotros como si nos conociéramos de toda la vida. Le digo que porqué no nos vamos. Ella también está asqueada de su trabajo y de lo igual que resultan todos los días para ella. Como si fuera un despertador, una serie de disparos hacen que dejemos de hablar y miremos al mafioso. Al parecer, la policía ha entrado y lo ha cosido a balazos. No nos hemos enterado absolutamente de nada, lo que hace que nos riamos como tontos. En este preciso momento es como si todo lo malo de este día se hubiera terminado. Una simple acción positiva hace que todo lo negativo no sea más que una anécdota curiosa. Nos vamos del bar en dirección a la estación de tren. Podríamos ir en avión, pero la noticia que vimos hace un momento nos quitó las ganas.

¿Qué nos deparará el futuro? No lo sabemos, lo que si sabemos es cual será nuestro próximo paso y ese, será irnos a Albacete. ¿Por qué Albacete? porque al salir del bar dijimos que cogeríamos el primer tren que saliera, sin importar el destino, así y de este modo, allá vamos Albacete, pórtate bien con nosotros.

“Mi vida en un momento de tradiciones se complica por momentos hasta que... apareciste tú”.

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24.- “Actos inexplicables en sucesos imprevisibles”

Sentado, mirando al mar desde esta isla llamada Sicilia. Tomando un capuchino en un bar bastante acogedor. El calor suave del atardecer hace que en mi cara se refleje una sonrisa leve pero agradable. La paz y la tranquilidad cogidas de la mano, disfrutando de uno de un momento mágico. Esta es la gran lección de la vida. Da igual lo que hagas o lo que quieras, lo único que te dará paz y tranquilidad, son las cosas pequeñas, esas que despreciamos o que pasamos de ellas a lo largo del día. Nos centramos en alcanzar grandes cosas, creyendo que la felicidad es la competición, y no es así.

La vida quiso que estuviera aquí, en este momento, sonriendo, pensando, disfrutando del momento… A mi lado hay una chica muy atractiva. Su aspecto es el de la clásica chica italiana, su mirada permanece oculta tras unas gafas de sol grandes y oscuras. Me sonríe antes de tomarse otro trago de su coca cola recién servida, quizás por cortesía o quizás por acto reflejo. Yo sonrío y bebo de este delicioso capuchino.

Decidido a hablar con ella, giro mi cabeza en su dirección y me llevo una sorpresa. Un tipo enorme, vestido de traje y con gafas oscuras, está hablando con ella. Era de esperar, será su novio, marido, pareja, lío de una noche… La cara de ella está completamente pálida, como si se hubiera convertido en un cadáver en apenas dos segundos. Su sonrisa ha desaparecido, su cuerpo comienza a temblar. Intrigado y a punto de decidirme a intervenir, me quedo mirando con detenimiento la situación. Están a penas dos metros de mí. Me levanto con la intención de intervenir cuando veo que el chico lleva su mano derecha a la parte trasera de su pantalón, de donde saca una pistola. En décimas de segundo y sin saber

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porqué, me lanzo hacia él impulsando todo mi cuerpo. Consigo desestabilizarlo y tirarlo al suelo, lo que no podía suponer era que la pistola caería al suelo apuntando a su cabeza y se dispararía en el momento de tocar el suelo. Mi cara se convirtió en un baño de sangre y trozos de cabeza. Un chorro de sangre comenzó a salir por el orificio de bala como si fuera una fuente, poniéndome completamente perdido de sangre y otros restos. Al levantarme, la chica ya no está y tampoco hay nadie más en el bar. Sólo dos coches de alta gama aparcados en la entrada con los cristales tintados, de los cuales comienzan a salir más tipos como el que yace muerto a mis pies.

Asustado, cojo la pistola y me echo a correr hacia la puerta trasera del bar. Al abrirla descubro ante mis ojos que es un cuadrado al aire libre con mesas y sillas en el medio, un muro de dos metros me separa de saltar a la calle. Rápidamente muevo una mesa hasta el muro, me subo encima y salto. Al caer al suelo una de mis rodillas se resiente generando un pequeño y breve dolor que desaparece casi en el momento. Me echo a correr como un loco calle abajo sin saber muy bien a donde ir. Al mirar hacia atrás, veo a unos tipos de traje que también vienen a toda pastilla hacia mí. Me limpio la cara con las mangas de la camisa, intentando ver mejor ya que la sangre se me estaba metiendo en los ojos.

Callejeando, cambiando de sentido sin apenas pensar, escapando como un ratón de una jauría de gatos. Al mirar atrás, observo que ya no hay nadie. Camino hacia una fuente circular donde se están bañando unas cuantas palomas. Casi sin aliento, intentando recuperarme me tiro dentro. Por suerte para mí, cubre hasta la cintura. Salgo completamente empapado, goteando y con un olor ciertamente vomitivo. Vuelvo a emprender mi huida, necesito ropa nueva y largarme de este lugar lo antes posible. Lo primero que me viene a la cabeza es ir al aeropuerto ya que es lo más cercano que tengo y la forma más rápida de escapar de aquí con vida. Me echo a correr, me queda media hora de camino. Callejeando de nuevo veo una tienda de ropa apunto de cerrar, entro cojo un pantalón y una

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camisa nuevas sin mirar apenas los colores ni la talla. Corro hacia el probador y me cambio. La chica de la tienda comienza a gritar, quizás alarmada por la sangre de mi antigua camisa. En cuestión de segundos, salgo, le enseño la pistola y me marcho corriendo. En el momento en el que vio la pistola, se quedó completamente callada, colgó el teléfono y lo rompió. Desconozco que pasa en esta isla pero me quiero largar de aquí ya. No sé en que me habré metido cargándome a ese tipo pero seguro que no me felicitará nadie por ello.

Al llegar al aeropuerto, pido un billete de avión para el próximo en salir, la azafata me dice que tengo cinco minutos para subir o se irá sin mí. Dirección a Kenya, acepto, saco la tarjeta de mi cartera aun mojada por el baño en la fuente. Al introducirla en la máquina, da error, la tarjeta no va. La chica me dice que no me preocupe que lo hará manualmente pero que antes le dirá al piloto que espere un momento al último pasajero. Tras un minuto con los nervios a flor de piel miro atrás y veo a los tipos de traje, ya están aquí y vienen a por mí. La chica me dice que ya está, que corra o perderé el vuelo. Corro lo más rápido que puedo y consigo entrar en el avión, tras de mi se cierra la puerta. Una de las azafatas del avión me dice que le acompañe a mi asiento. Al llegar contemplo algo que me hace sonreír de nuevo. La chica que estaba en el bar, la chica a la que salvé de una muerte segura, estaba sentada a mi lado en el mismo avión. La chica sonríe y se quita las gafas, tras ellas unos ojos color miel se clavan en mí.

Me siento y le pregunto que hace ahí y por que pasó lo que pasó en el bar, me dice que mejor no quiera saber porqué está sentada en ese avión. Su intención es empezar una nueva vida en otra parte del planeta y que le alegra tener a alguien “conocido” con ella. También me dice que no me preocupe, que en Kenya estaremos a salvo. Desconozco el porqué otra vez, pero vuelvo a tener esa maravillosa sensación de paz y tranquilidad. La azafata me trae un capuchino sin haberlo pedido, lo cual, me sorprende aún más. Mi nueva compañera me dice que me lo ha pedido ella, que sabía que si

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sobrevivía estaría en este avión dirección a Kenya. Miles de preguntas y dudas vienen a mi cabeza, pero decido apagarlas con el primer sorbo del capuchino.

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25.- “Tren con destino perdido”

El bar era pequeño, con pocas mesas, adornadas con los clásicos manteles a cuadros blancos y rojos. La luz era baja y amarillenta, rebotando contra paredes forradas por madera oscura que conseguían transformar este lugar en una cueva acogedora con una temperatura bastante agradable. En el interior, sólo están los dueños del local que son una señora mayor que hace las funciones de cocinera, un señor mayor que realiza la labor de camarero, un tipo con un macuto militar comiendo en una esquina del fondo y yo. Camino hasta la barra que está a la derecha, donde el señor con una cara bastante siniestra me dice que me siente donde quiera. Sin pensármelo dos veces camino hacia la otra esquina del fondo, yo también quiero alejarme del mundo por eso he emprendido este viaje.

El señor se acerca y me dice que sólo hay dos platos, un primero y un segundo. De primero me pondrá embutido del lugar y de segundo un caldo especialidad de la casa. Asiento y le digo que me parece bien, que otra cosa podía hacer. Son las once de la noche, estoy en un pueblo que no sé ni como se llama, en el que no hay apenas casas y donde sólo está este bar. Las tripas me rugen y si no como algo me caeré muerto al suelo. Al rato, me trae las dos cosas y para mi sorpresa y alejándome de la realidad, descubro que tanto el embutido como el caldo, son dos manjares deliciosos.

Mientras como, me vienen a la cabeza momentos vividos con ella, en otras ciudades y restaurantes de lujo, cuando todo nos iba bien, cuando el otro tipo aún ni existía en nuestras vidas, cuando ella aún me quería. “La vida es dura”, me dijo, como si eso fuera a ayudarme en la despedida, cuando me dijo que ya no me quería, cuando me dijo que estaba conociendo a otro chico y que yo ya no

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significaba nada en su historia. Tampoco le pedí explicaciones, simplemente cogí mis cosas y me marché, entendí que mi momento con ella se había acabado, que debía salir de allí y comenzar en otro sitio. Me fui a la estación de tren y me compré un billete para el próximo tren que saliera, estaba tan atontado por el momento que ni siquiera recuerdo a donde iba.

El militar parece que ha terminado, coge sus cosas y se marcha, me dedica una mirada y me dice que coma rápido que el tiempo se echa encima. No supe que contestarle, el tiempo se le echará a él encima, yo tengo todo el tiempo del mundo ahora mismo… Salvo que estos viejos locos decidan echarme a escobazos de esta maldita cueva. Sigo comiendo a mi ritmo. Al cabo de un rato, el señor y la señora se ponen fuera de la barra mirando hacia mí con los brazos cruzados. ¿Qué coño les pasa? Que forma de ganarse a la clientela... La señora le susurra algo al viejo, él se da la vuelta y se va por la puerta de la calle. Le digo a la señora que ya termino ahora, que si quieren cerrar, ya no me queda nada. Ella no me dice absolutamente nada, sólo se queda ahí, perpleja, mirando para mí con su cara siniestra, sin apenas parpadear. Se me empiezan a poner los pelos de punta, quiero salir de aquí ya, sin mirar atrás. Me levanto, saco mi cartera y le pregunto cuánto es, ella me hace un gesto levantando los dedos de la mano, 8€. Joder, por que no habla, ¿será muda? Siento un escalofrío por la nuca al rozar su mano con la mía a la hora de darle el dinero, me despido con un alegre “chau” y me largo de allí con paso acelerado. Fuera no está el señor por ningún lado, le podía haber preguntado a la señora si sabe de algún sitio donde pueda pasar la noche pero prefiero ni pensar en volver atrás.

Por suerte, este pueblo tiene muy pocas casas. Es la ladera de una montaña y tiene muchas fincas abiertas con árboles. Me adentraré en una de ellas, cogeré mi tienda de campaña y la montaré para pasar la noche. Por suerte, me la traje y eso que dudé en el momento de salir de casa. Pensé que sería el clásico trasto inútil que no terminas usando, pero me equivoqué… Es una de esas tiendas de

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las que tiras de un sitio y ya está montada, o al menos eso me dijo el que me la vendió. Subo por una de las fincas, alejándome de la luz de la carretera. Por suerte, hay luna llena y algo se ve. De pronto, tropiezo con algo y me caigo al suelo. Apunto estuve de pegar un grito del susto pero mi boca tropezó con la hierba del suelo antes de que pudiera hacerlo. Enciendo la linterna del móvil y compruebo que con lo que he tropezado es el macuto del militar. Dejo de respirar por un momento para no hacer ruido y así poder escuchar todo a mi alrededor, no consigo escuchar pasos ni nada que demuestre que él está por aquí. Entonces, ¿por qué dejaría aquí su macuto? Al verlo de nuevo, el macuto tiene una mancha de sangre y parece fresca. Quizás le haya pasado algo, podría volver a la cueva a decirles a los viejos que he encontrado esto, que llamen a la policía pero el miedo interior me dice que siga con mi plan original, que la noche pase rápido y que me largue de allí. Aunque viendo esto, no quiero pasar la noche aquí, hay algo siniestro que me impide estar tranquilo, la ansiedad comienza a apoderarse de mí. Quizás sean estupideces pero quiero largarme de aquí. Tras un debate interno de un par de minutos, decido largarme del pueblo por las fincas y entre los árboles, escapándome de la carretera, no quiero encontrarme con nadie de este pueblo. Rebuscaré por el macuto del militar, quizás tenga un arma o algo útil. Al abrir el macuto, descubro la cabeza del militar, una pistola con dos balas y una nota manchada con gotas de sangre. “Espero que hayas comido bien, ahora te comeremos nosotros a ti”. Mi cuerpo empieza a temblar sin que pueda hacer nada para pararlo, estoy sólo en medio de la nada, completamente a oscuras, en un pueblo fantasma con dos viejos chalados que pretenden comerme, la cabeza de un militar en una mochila y mi cuello que no hace más que mandarme caricias en forma de escalofríos. Paralizado por el pánico, la ansiedad, el no saber que hacer y el querer salir corriendo hacia algún lado pero sin saber hacia donde. De pronto, un fuerte impacto hace que me caiga al suelo perdiendo el conocimiento.

Mis ojos comienzan a abrirse, con la mirada borrosa descubro que estoy atado a una silla con la boca tapada por un paño. La vieja está abriendo el cuerpo del militar en canal, como si fuera

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un cerdo. El viejo está mojando pan en la sangre del militar. Qué coño, qué clase de tarados son estos. No quiero morir aquí. Intento soltarme de la silla pero estoy bien atado, maldita sea mi suerte, que me hizo coger este tren al infierno. La vieja viene hacia mí con el cuchillo, comienzo a gritar, lo máximo que me permite el paño de la boca. Sin pensárselo, ¡zas! Corta mi cuello del cual comienza a salir sangre a chorro. El viejo viene hacia mí con ese maldito pan de bolla y comienza a mojarlo en mi cuello... me muero... de esta no salgo... mi vista se vuelve borrosa mientras siento las últimas lágrimas caer de mis ojos por las mejillas.

Un sobresalto me devuelve a la vida, mi pierna derecha golpea contra el asiento delantero de un tren. El vagón está casi vacío, vamos cuatro personas en él, es medio día según mi reloj. Ha sido un maldito sueño.

“Próxima parada, Padrón”, dijo la voz de la chica del tren.

No sé si es la última parada pero yo me bajo aquí. Al bajar del tren vuelvo la cabeza al interior del mismo y descubro que en él van los dos viejos y el militar... Ese maldito escalofrío vuelve a recorrer mi cuerpo...

“Me vuelvo a casa”.

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26.- “Te conozco desde siempre pero no sé quien eres”

¿Alguna vez has tenido la sensación de conocer a alguien desde siempre pero no saber quien es? Pues ahí estoy yo, en ese momento en el que no puedo decir quien eres. No es por ti, ni por mí, simplemente fue un accidente, algo que cambió el curso de mi vida. Ella ha estado siempre a mi lado, desde que nací. Bueno… He vuelto a nacer, me explicaré mejor.

La historia que os voy a contar es la historia de mi vida. Sí, al final me he decidido a contarla. Lo que diré aquí, es lo que me contaron que sucedió. Yo, no lo recuerdo.

Todo comenzó hace ya más de un año, por lo que me han dicho yo iba tranquilamente por la calle, era finales de abril. Los días habían comenzado a crecer, el calor era bastante elevado para esta época del año. El día estaba nublado pero aún así no hacía frío, es de esos días en los que se te pega el calor y no te deja respirar con facilidad. Sucedió en la calle Camelias, al pasar debajo de un edificio en obras. Yo iba feliz o por lo menos eso dicen… Tuve la suerte o la desgracia de ser el afortunado al que le tocó el gordo. Una de las herramientas de los obreros, una llave de las grandes, se le cayó desde un séptimo. ¿Os imagináis lo que pasó? Exactamente eso. Me golpeó en la cabeza, haciendo que perdiera el conocimiento y todos mis recuerdos. Allí se quedaron. Mezclados con la sangre que salía de mi cabeza. Los testigos que me auxiliaron dicen que tenía una sonrisa tonta en mi rostro, de esas que te hacen pensar que todo esta “OK”. Las asistencias no tardaron en llegar. Aunque no era demasiado tarde si que lo fue para mis recuerdos. Se habían ido, se habían esfumado, me habían abandonado quizás para siempre. Lo que tengo claro es que aún a día de hoy no recuerdo nada.

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Me trasladaron al hospital donde fui intervenido de urgencia. Me pasé dormido o si lo preferís en coma tres semanas. Los médicos no daban ninguna esperanza pero no contaban con el factor X. Sucedió, mis ojos comenzaron a abrirse y allí estaba ella. Su belleza me cautivó, comenzó a sonreír y a llorar al mismo tiempo, la magia de la felicidad. Una frase se escapó de mi boca como un susurro que ella escuchó y le rompió el alma.

—Hola, se que te conozco desde siempre pero no sé quien eres.

Sus ojos se rompieron tiñéndose de un color más rojo que el que ya tenían, su expresión se cayó, el dolor llegó a lo más profundo de su corazón que comenzó a resquebrajarse en varios trozos sin que nadie pudiera remediarlo. Sabía lo que pasaba y eso le desgarró el alma. Cuando pudo reaccionar tras unas décimas de segundo, corrió a llamar a un médico, el que le confirmó lo que podía estar sucediendo. Podía ser amnesia temporal por el golpe o esta podría ser permanente. Habría que esperar para poder confirmarlo.

Los días fueron pasando y los miedos se fueron convirtiendo en realidades. No recordaba nada. No conseguía saber nada de nadie, ni recordar quien era en mi vida anterior. Un desconocido en un cuerpo de veintinueve años. Tuve que aprender a caminar de nuevo, aprender a mover mis brazos y mis manos como un robot al que acababan de construir y le están enseñando a moverse. Tardaron en dejar que me viera en un espejo, de hecho, no había espejos en la habitación. Tuve varias operaciones después del accidente para reconstruirme. Ahora, hay una cicatriz tapada por el pelo. Ella ha permanecido a mi lado en todo momento. Me dormía y ahí estaba, me despertaba y ahí estaba. Una desconocida que poco a poco se convirtió en mi mejor amiga. Siempre cariñosa, siempre tan dulce y llena de vida e ilusión que me motivaba a querer seguir un día más. La verdad que hizo que esta situación fuera un sueño hecho realidad. No sé como sería mi vida pero esta con ella, me estaba encantando. Los dolores y las cicatrices no eran nada si ella estaba a mi lado.

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Cuando salí del hospital ella me fue llevando a todos los sitios donde habíamos estado y donde según ella, teníamos un recuerdo en cada uno de ellos. Como un libro que me estuviera leyendo, siempre con algo bonito que contarme donde nosotros éramos los protagonistas. También me contó los malos momentos aunque les restó importancia con tanta facilidad que hasta parecían bonitos. Los médicos descartaron la posibilidad de volver a recuperar mis recuerdos, jamás volvería a saber quien era yo antes del accidente. La verdad que no sé si quiero volver a recordar. No se que vida tuve, sólo sé que ahora soy feliz, este año al lado de ella ha sido un auténtico regalo.

Omitiendo todas las opiniones de los médicos, ella creyó en en la posibilidad de devolverme mis recuerdos y sino volveríamos a crearlos, pero se negaba a pensar en el no. Para ella siempre era un sí, rotundo y claro. Incansable y luchadora hasta que todo se acabara y no se pudiera hacer nada, pero luchar siempre por lo que se quiere, sin rendirse ante cualquier adversidad. Me siguió llevando a todos los sitios. Para mi eran todos nuevos. Me fue contando lo que hacíamos en cada uno con todo detalle. Lo que hizo que empezara a sentir una sensación nueva. Empezaba a querer compartir cada momento con ella, querer saber más de los protagonistas de la historia que me estaba contando. Hubo cosas que me hicieron sentir bastante triste pero su sonrisa momentánea y su forma única de quitarle importancia a las cosas, me hacía volver a sentirme en una nube.

De pronto y sin saber porqué, yo estaba en casa, en la mesa de la cocina ayudándole con la comida. Siempre riéndonos el uno con el otro, como si nunca hubiera pasado nada. Me enseñó a cortar cebolla omitiendo el detalle que el ácido te hace llorar como un idiota. Mis ojos comenzaron a llorar, sin saber que la cebolla producía eso y llevado por el momento, le dije una frase que me hizo volver a ver. La venda se acababa de caer con tan solo una frase. La luz vino a mí. —¿Te parecerá bonito?— Ella dejo de reírse. la olla

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que tenía en la mano se le cayó al suelo. Inmóvil. Sin poder hacer nada. Giró su cabeza y se quedó mirando para mí. Su corazón quería salir de su pecho. En su interior lo sabía. Me estaba viendo, al chico que una vez fui y que se había ido por un tiempo. Allí estaba, con los ojos rojos, llenos de lágrimas. Me levanté y comencé a caminar cada vez más rápido hasta agarrarla por la cintura y darle el mejor de los besos, Desbordados de sentimientos comenzamos a besarnos como si no hubiera un mañana. Los recuerdos comenzaron a pasar por mi cabeza como una película a toda velocidad. Volviendo a colocarse en su sitio, besándonos, cada vez con más intensidad.

La alcé con mis manos y la senté en la encimera. Sus piernas me agarraron por la cintura pegándose a mí. Sus uñas se clavaron en mi espalda mientras las mías acariciaban la suya. Podíamos sentir nuestros corazones acariciándonos la piel. Mis labios se escaparon a su cuello, donde comenzaron a sentir como su piel se iba erizando. Cada vez más y más sedientos de deseo. Ella llevaba un vestido de tirantes estampado con flores. Sus tirantes se fueron deslizando por sus hombros, ayudándoles a caer por completo los bajé hasta su cintura con mucha delicadeza. Un sujetador de encaje rosa hizo que mi cabeza se perdiera en él. Comencé a besar su cuello, bajando lentamente hasta sus pechos, donde me detuve un buen rato. Ausente de la realidad, continué bajando hasta su cadera. Su cintura comenzó a moverse de arriba a abajo chocando contra la mía. Terminé de quitarle el vestido y continué mi descenso hacia el interior de sus muslos que se erizaban a mi contacto. Su braga, también de encaje rosa y transparente, estaba completamente empapada. Sin quitársela comencé a pasar mis labios por su sexo. Sus gemidos cada vez más fuertes me animaban a seguir mi camino. Sus uñas se clavaban cada vez más fuerte en mi espalda y su cadera comenzó a moverse con gran intensidad. Finalmente, le quité la braga y comencé a besar sus labios, despacio y a la vez sin detenerme ni un segundo. Esta vez ayudado por mi lengua que se paseaba queriendo recorrer cada milímetro de su interior. Consiguiendo que su cadera esté cada vez más inquieta y sus gemidos sean cada vez con mayor intensidad. Al rato, ella liberó mi espalda, acariciando mi cuerpo a su paso hasta

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llegar a mis pantalones, liberándome de ellos sin que apenas me diera cuenta. Seguidamente, agarró mi miembro y se lo metió muy suavemente, haciendo del instante, un momento mágico. Cargados de placer y ausentes de realidad, nos fundimos en uno, acompasados y a buen ritmo. Podía sentir como me empapaba y lubricaba cada vez más y más. Sus gemidos seguían cada vez más fuertes mientras yo seguía jugando con su cuello y acariciando su espalda. Ella me apartó de su cuerpo lentamente, haciendo que me tirara sobre el suelo de la cocina. Se subió encima de mí y comenzó a moverse como sólo ella sabe, de adelante para atrás y en círculos, cambiando el sentido a su debido tiempo. Al rato, se tumbo sobre mí para morderme el cuello, la abracé entre mis brazos y la volteé contra el suelo, agarrando sus piernas con mis brazos y mis manos en su cintura comencé a penetrarla una y otra vez. Cuando terminamos nos quedamos empapados y exhaustos. Tirados en el suelo de la cocina, intentando recuperar el aliento.

Allí estábamos los dos, hace un rato para mí era una auténtica desconocida pero una simple frase, me hizo volver a ver a la que era la niña de mis ojos.

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27.- “La experiencia de la vida”

Aquí estoy, esperando la hora del final. El momento en el que todo se funda a negro y desaparezca para siempre quedando en el recuerdo. Escribiendo estas últimas lineas que jamás serán leídas por nadie o por nadie que entienda este lenguaje. Lo conseguimos, eso es cierto, hemos hecho historia. El problema es que nadie sabrá que la misión ha sido un éxito. A mi lado está Mike, el gran Mike, atrás deja una preciosa mujer, un cacho de pan que siempre tiene cariño para dar. También deja dos hijos, Joss de diez años y Anton de seis. No volveremos a casa. No volveremos a ver a nuestras familias. Es cierto que sabíamos a lo que nos enfrentábamos pero no éramos conscientes hasta que nos vimos en esta situación. Yo dejo atrás a Alice, mi Alice... Nos íbamos a casar a mi vuelta. Después de ocho años de noviazgo ya teníamos todo preparado para la gran ocasión.

Para que todo esto tenga sentido os contaré como empezó nuestro final. Noviembre de 2015, la misión era realizar el primer viaje espacio-tiempo. Crear un portal que nos permitiera desplazarnos, hasta ahí todo correcto. Se hizo un concurso para saber si alguien iría de voluntario. Allí me apunté, era algo que soñaba desde niño, el poder ver cosas que sólo se podían ver en las pantallas de cine, televisiones o en los cómics. Quería vivir esa sensación, “La experiencia de la vida” le llamaron. Hubo miles de candidatos, después de montones de pruebas, exámenes y entrevistas, me dijeron que yo era uno de los seleccionados, el otro sería Mike, mi compañero de viaje.

La idea del primer viaje era ir desde Alaska hasta New York. Obviamente esto no es New York. Estamos en un planeta en el cual no sabemos ni a que sistema solar pertenece. Estamos en lo alto de una montaña, con un valle a nuestros pies que llega hasta más allá

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del alcance de nuestra vista. Está anocheciendo y lo más curioso y una de las mejores imágenes que he visto en mis treinta y dos años de vida, es la de contemplar dos soles. Uno más grande que el otro ocultándose hasta el siguiente amanecer. A saber cuanto dura un día en este planeta. No hay vegetación, por lo menos en esta zona. Tampoco hay agua, ni ningún tipo de ser vivo. Por suerte para nosotros vamos ataviados con un traje espacial, al cual no le queda mucho oxígeno.

Mike no me ha dicho nada desde hace un buen rato, se ha quedado contemplando fijamente como se ocultan los soles. Nuestro último atardecer. Seguro que está pensando en su mujer y en sus dos niños... Lo siento Mike, lo siento.

Yo sigo escribiendo esta carta de despedida, espero que en algún momento de la historia alguien llegue a este planeta y encuentre nuestros cuerpos muertos, expropiados de vida. Guardaré mi carta en uno de mis bolsillos para protegerla. No sé ni que nos encontrará, quizás seamos una especie nueva para ellos, sólo diré que venimos de la Tierra, lo cual es una estupidez, sólo nosotros le llamamos así, un intento desesperado de volver a casa en algún momento supongo.

Quizás puedan calcular el salto exacto de nuestro viaje y venir a buscarnos, aunque lo dudo, ahora mismo deberíamos estar en New York junto al presidente de los EEUU en un acto oficial para todo el planeta. Lo siento por nuestras familias, que estarán con los corazones encogidos esperando nuestro regreso. Lo siento, espero que si al morir hay algo más, nos reencontremos en algún lugar con playa, sol y buenas copas.

Debo llevar ya unas cuantas horas intentando sacar fuerzas para escribir todo esto, lo más duro que he tenido que escribir nunca. La angustia del momento no me deja mucha rapidez mental para elaborar esto.

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Mike se cae de rodillas golpeando el suelo con sus puños cerrados, en un intento desesperado porque todo esto se acabe, que todo esto sea un sueño, poder abrir los ojos y decir, “cinco minutos más y me levanto cariño”. Ya no Mike, ya no...

No se por donde iba, así que os contaré lo que ha pasado. Me he acercado a Mike, le he dado un abrazo y le he dicho que se calmara, que todo esto acabaría rápido. Me abrazo tan fuerte que me corto la respiración pero fue lo más parecido a estar en casa. Seguidamente me dijo que se le había acabado el oxígeno, que ya era su final. Se quitó el casco y se asfixió. Su cara se comenzó a poner morada y en pocos segundos se acabó su sufrimiento. Gracias Mike, por este tiempo juntos.

He comenzado a llorar como un niño pequeño, consumiendo el oxígeno mucho más rápido. Mi corazón se quiere escapar de mi pecho, este es mi final. Guardaré la carta y me quedaré mirando este anochecer hasta que mi oxígeno se acabe por completo.

Me despido de todos con un “Hasta siempre”, espero volver a veros en algún momento. Gracias por estar siempre ahí. Os quiero Steve.

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28.- “Días grises, días felices”

El próximo pueblo está lo suficientemente cerca como para tomar el siguiente desvío. Sería incapaz de decir con precisión cuanto hace que no paro por completo a Lucy, mi pequeña Harley del 69. Los recuerdos, los momentos, todas las cosas que me hicieron dejar todo atrás. Comenzar una nueva vida sin destino, un poco de aquí y de allí, apartado de todo lo que fui anteriormente.

Lucy lleva tiempo diciéndome que tiene sed, espero que en este pueblo haya una gasolinera. Al llegar, me llevo la sorpresa, un par de casas, un bar y poco más. Aparco a Lucy y me voy al bar. Para colmo, empieza a llover y está anocheciendo. Me siento en una de las mesas paralelas a la barra y pegada al cristal. Al rato, llega una alegre y más que sonriente camarera, le pido un café y observo el local. Cinco señores mayores son la única clientela en este momento. Uno de ellos parece enfurecido por algo que decido no querer escuchar, no me interesan sus problemas.

—Aquí tienes, espero que te guste.

Tras guiñarme un ojo y marcharse de un respingo, echo un trago del café hasta que al tocar la taza casi me plantan fuego los dedos. Me toca esperar. De pronto, la lluvia se vuelve más intensa, hasta convertir la calle en niebla de agua, apenas se ve nada. Los señores comienzan a alborotarse con el acontecimiento, casualmente querían marcharse todos a su casa.

Miro a la camarera, una chica de pelo rojizo y ojos marrones, cuerpo más que apetecible e interesante. Ella también me estaba mirando, me dedicó otra sonrisa y otro guiño. Como broma del destino, un apagón en ese mismo momento, los ancianos volvieron a

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alborotarse mientras la lluvia se volvía cada vez más intensa. La camarera volvió a mirarme pero esta vez dispuesta a decirme algo.

—Parece que llegaste justo en el momento para no mojarte y pedir el café.

Se rió y le devolví el gesto, parece simpática. Se va hacia una escalera que está pegada a la barra y comienza a gritar por “Mónica” que suba. Ella le responde que no puede, que le da miedo. Me hago el loco pero no da resultado, se acerca a mí y me dice si puedo ir a buscarla. No me queda otra, me levanto y con una linterna me voy al rescate de Mónica. Sólo tuve que bajar un piso y allí estaba, pegada a la pared y temblando del miedo. Se agarró a mí como la cría de un mono y la subí al piso superior. Allí estaba la camarera riéndose una vez más. Comenzaron a hablar entre ellas mientras yo me fui a por mi café, lo único que me apetecía ahora mismo era terminarlo y marcharme. Los señores ya se han marchado, quedamos las chicas y yo. Joder, cuando más quieres tranquilidad, es peor.

El bar está completamente a oscuras, en la calle lo mismo, ya es de noche y no hay luna, además sigue lloviendo como si no hubiera un mañana. Mónica coge un paraguas y se dispone a marcharse. Al parecer, ha terminado su turno. Abre la puerta y se despide de la camarera, además de darme las gracias por haberla rescatado. La camarera, mi camarera, se sienta en mi mesa, coge mi café y da un trago.

—Perdona, espero que no te importe, sin luz no puedo prepararme uno y me apetece, ha sido un día muy largo. —No pasa nada. —No eres de muchas palabras, ¿qué pasa, eres un motero solitario de esos que va de pueblo en pueblo? —Sólo soy un tipo que no le apetece conocer a nadie. —Ya estamos, voy de negro y con mi moto me voy a donde quiero, bla, bla, bla… ¿Cómo te llamas? —¿Por qué debería decirte mi nombre?

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—Porque sino estarías siendo un maleducado al saber el mío, me llamo Carla. —Me llamo Luis. —¿Y que te trae por aquí Luis? —Nada que te importe. —Ya estamos, uhhh que mal me trató la vida, que malo soy... ¿Sabes cuantos como tú pasan por aquí al día? —¿Debería importarme lo que tú pienses? —Si no quisieras hablar conmigo ya te habrías bebido el café y te habrías marchado. —Tienes razón.

Termino mi café de un trago mientras la miro fijamente. Me levanto y me voy hacia la puerta.

—¿En serio te vas a ir? ¿Con la que está cayendo? —Con tal de no hablar más contigo me largo, sí. —A mí me encantaría correr bajo la lluvia, mira como cae, sería genial, ¿te animas? —Si, pero yo me voy en moto, y tú corres lo que quieras bajo la lluvia. —¿Me llevas contigo?

Mi cabeza se va hacia ella y mis ojos se quedan clavados en los suyos, justo en el momento en el que un cuerpo venía volando hacia la puerta del bar. El cuerpo de Mónica, destrozado y completamente desgarrado.

—¿Pero que cojones…? —¡AAAAAHHHHHH! ¡NOOOOOO! ¡MÓNICAAAA!

Un rugido de animal se puede escuchar a lo largo de la calle. No tengo ni puta idea de lo que está pasando, se acaba de descontrolar la realidad. Carla está fuera de sí, gritando y llorando. Sin duda, prefería su risa y su descaro. Al fondo de la calle tras un relámpago que la iluminó fugazmente, puedo ver a un hombre de

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más de dos metros de alto con gabardina y pelo largo, sus ojos brillan como dos luces. Agarro a Carla y me la llevo al sótano, sin saber muy bien porqué pero fue lo primero que se me ocurrió.

—¡Cállate!, no podemos hacer nada, ya está muerta. — ¡ T E N E M O S Q U E I R N O S ! ¡ N O P O D E M O S QUEDARNOS AQUÍ! ¡HA VUELTO! —¿Quién ha vuelto? —El destripador. —¿Quién coño es el destripador? —La muerte.

Un escalofrío recorre mi cuerpo al escuchar su voz cargada al máximo de miedo y terror.

—¿Estás de coña? —Ojalá... ¡Tenemos que irnos ya! —Está bien. Subamos. A Lucy le queda un poco de gasolina para largarnos de aquí. —Espera, aquí hay un poco.

Se va a las estanterías del fondo y coge un pequeño bidón. En su interior un poco de gasolina, perfecto. Subimos con el máximo silencio que permiten mis botas y sus tacones extralargos. Al llegar arriba, veo el cuerpo de Mónica, la lluvia parece que ha parado y el tipo parece que ya no está, por lo menos a simple vista. Salimos a toda prisa, a Carla se le rompe un tacón pero tiro de ella lo suficientemente fuerte como para que no se coma el suelo con sus preciosos labios color rojo. Echo la gasolina, arranco a Lucy y nos largamos, en los retrovisores una visión que se hace cada vez más pequeña. El destripador, de pie, mirando hacia nosotros, acelero al máximo y nos largamos del pueblo.

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29.- “Marmotas en el tiempo”

Mi nombre es Matt y lo que os voy a contar comenzó hace ya mucho tiempo. Me decido a escribir esta historia porque estoy cansado, no puedo más. Lo he comentado con Amanda y creo que me ha dado su aprobación. Yo tenía cuarenta y dos años y Amanda, mi esposa, ya había fallecido, hacía dieciocho meses de aquello. Los pequeños, nuestros hijos, tenían Luis cinco años y Mary tres. Echaban de menos a su madre como es normal pero yo siempre les contaba historias que les decía que su madre me mandaba desde el cielo.

Lo que os voy a contar en este escrito es lo que cambió mi forma de vivir. Mi realidad pasaría a distorsionarse y a entender más cosas de las que antes no era consciente. Era un día de invierno, el frío hacía que por las noches lo único que apeteciera fuera estar en la cama, descansando como un oso, esperando a que llegara la primavera para volver a la vida.

Me quedé dormido y una sensación de frío mezclada con la de no estar sólo en la habitación, me dejó inmóvil. De pronto, una sombra, una mujer distorsionada con cabello negro y piel pálida, supe enseguida que era familiar. Pero sólo en el momento en el que sentí su contacto supe quien era, Amanda, mi Amanda, estaba allí conmigo. Mis ojos se inundaron en lágrimas. Con su contacto supe que estaba enfadada, quería que hiciera algo, que me moviera de la cama ya. Un cuadro se cayó y las puertas comenzaron a golpearse, una imagen vino a mi cabeza, “Los niños”, corrí a sus habitaciones pero estaban vacías, no estaban. La puerta de la calle se cerró por un golpe de viento, supe que tenía que ir fuera. Al salir una imagen en el porche de la casa, mis dos pequeños estaban muertos en el suelo. Me caí derrumbado, todo mi mundo se acababa de morir.

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Segundos más tarde tras cerrar los ojos, volvía a estar en mi cama y sin rastro de Amanda. —¿Qué coño…?— No entiendo nada, me levanté corriendo para ver a mis hijos como si no hubiera un mañana. Al llegar, allí estaban los dos, dormidos como dos angelitos. Un suspiro se escapó de mis pulmones y me volví a la cama. —Sólo ha sido una pesadilla—. Me dije. Me volví a quedar dormido y al rato (o lo que para mí fue un rato) me volví a despertar, Amanda otra vez a mi lado, queriendo decirme que me levante, que corra, que es el momento. Sin pensarlo me fui corriendo a las habitaciones y una vez más los peques estaban durmiendo. Al darme la vuelta, sin rastro de Amanda… Me volví a la cama y me quedé dormido. Una vez más me volví a despertar y otra vez todo volando y golpeándose, no puede ser. Volví a las habitaciones y mis hijos no estaban, corrí a la puerta de la calle y ahí estaban… Una vez más los dos muertos.

Otra vez, cerré los ojos y al abrirlos volvía a estar en mi cama. Seguía sin entender nada pero esta vez el cabreado era yo. Pude ver a Amanda y le comencé a gritar —¡Avísame antes!— Ni siquiera sé porque dije eso, pero me salió así. Amanda me tocó y me transmitió paz, como sólo ella sabía hacerlo. Pude sentir como se acostaba a mi lado y me seguía tocando, invitándome a dormirme. En ese momento entendí que ella me avisaría, esta vez saldría bien. Seguí su consejo y me quedé dormido. Al rato, una vez más volví a sentir su contacto, esta vez en repetidas veces y muy apuradas. Me levanté corriendo pero esta vez no fui a las habitaciones, fui directo a la puerta de la calle. Allí estaba, el cabrón que los quería matar, el vecino de la casa de enfrente. Los llevaba de la mano por el jardín. Sin dudarlo salté encima del y comencé a golpearle. Pude sentir como mis hijos comenzaban a llorar, pero esta vez estaban a salvo. Yo seguía encima de él, golpeando su cabeza con mis puños. Su cara bañada en sangre era casi irreconocible. Me levanté y vi en el suelo una pistola, la cogí y le apunté a la cabeza. Mi deseo estaba claro, pero los vecinos se habían acercado y me pedían que no lo hiciera. También había llegado la policía (a día de hoy, aún no sé como llegaron tan pronto). Por mi cabeza pasaban dos opciones, la primera

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matarlo e irme a la cárcel lo que conllevaría perderme ver crecer a mis hijos. Por otro lado, bajar el arma y dejar que pase una temporada en la cárcel. Mis hijos crecerían a mi lado y podrían defenderse por si solos en un futuro. Una vez más sentí a Amanda, mi Amanda… Su contacto me daba paz. Tiré el arma y corrí a mis hijos mientras uno de los policías me decía —Bien hecho Matt, bien hecho...

El tiempo pasó y mis hijos crecieron. Amanda no volvió a tocarme ni a hacer nada nunca más, salvo algún cuadro movido y poco más. Quizás sea su forma de decirme que todo está bien y que está orgullosa de mí. Por lo menos eso es lo que me ha hecho seguir luchando día a día y no rendirme.

Me hice viejo y mis hijos mayores. Se convirtieron en unos gilipollas. Hipócritas, desalmados, han tenido una educación exquisita, se han hecho dueños de importantes empresas. Se convirtieron en gente importante pero vacíos por dentro. Siempre me reprocharon mi actitud con el vecino y me culparon de la muerte de su madre, nunca les conté lo que pasó. Me han dejado completamente sólo y sin ninguna ayuda, salvo la de mi pensión de 500€. Como decía al principio del texto, estoy cansado y no puedo más, he hecho la pregunta en alto —No puedo más Amanda, he decidido irme de aquí y donar esta casa para hacer un colegio. ¿Tú crees que es lo correcto?— La respuesta fue sentir una vez más, quizás la última vez, la paz que sólo ella me sabía transmitir. La decisión ya está tomada y mañana empezarán con las obras. No sé si Amanda se vendrá conmigo o se quedará atrapada en este lugar, pero si me ha dado su consentimiento es porque estará bien hecho una vez más. Mis hijos se que no me echarán de menos y yo no sé cuanto tiempo viviré, lo que si sé, es que lo viviré completamente libre y orgulloso de mis actos.

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30.- “Un sucio atardecer de verano”

—Cuanto tiempo... —Hablando de Moscú…

“Hablando de Moscú” eso fue lo que dijo después de tanto tiempo. De todo lo que podría haber dicho lo único que se le ocurrió fue, “Hablando de Moscú”. Una frase normal para los oídos de cualquiera pero una clave para nosotros. Una historia perdida en el tiempo, donde dejarse llevar ganó a la profesionalidad.

—Sabría reconocer ese .44 aunque no estuviera tocando mi cabeza. Me preguntaba cuanto tardarías en encontrarme y justo elegiste este momento, sentado en este bar, con una cerveza en mis manos y la ciudad a nuestros pies. —¿Acaso habría otro momento mejor? —No, aquí empezó todo, es lógico que también acabe aquí en este atardecer de verano. —Ya ha empezado a ponerse el sol, en cuanto desaparezca te irás con él. —¿Serás capaz de apretar el gatillo? —¿Serías capaz tú? —Yo no fui el que cambió de agencia. —Si no lo hubiera hecho... —¿Qué? —Déjalo. —Hay cosas que nunca cambian por mucho tiempo que pase. —Si me vuelves a llamar cosa no ves como se va el sol entero. —No vas a dispararme. —No antes de tiempo. —Si lo vas a hacer déjame verte por última vez.

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Me giré y la vi, cambiada, distinta, una cicatriz recorría su cara tapada por unas gafas oscuras bastante grandes. Su mano firme y su .44 sin perder de vista mi frente.

—¿Tan mal os va en Italia? —Tú estás más viejo y cojeas, llevo tiempo siguiéndote. —Sí, un despiste, ya sabes... Mis compañeros nuevos no fueron como tú. Están todos bajo tierra. —No me interesa lo más mínimo. —Te diré lo que va a pasar, ya me cansé de esta tontería. Me voy a beber mi cerveza de un trago, voy a levantarme, me subiré a mi moto y me largaré de aquí. No quiero que me sigas, no quiero que tu revolver vuelva a tocar mi cabeza y por lo que más quieras deja de apuntarme con él. —¿De verdad sigues pensando que vas a salir de aquí? —No me vas a disparar, te conozco lo suficiente como para saber que no eres capaz. —Ya no soy la misma. —Yo tampoco, vete con tu agencia y no te metas en los asuntos de la mía. —Si no me hubiera ido nos matarían a los dos, ese fue el trato. —¿Y ahora vienes a qué? ¿A salvarte a ti? Yo me habría cargado al que me lo hubiera planteado. —No era tan fácil y tú lo sabes. —Ya ves, pues te lo pondré fácil.

Me bebo mi cerveza de un trago y me levanto.

—No lo hagas... No me obligues. —No digas nada, sólo hazlo.

Puedo ver un momento de debilidad en su cabeza, es el momento, ser más rápido que ella, aprovechar su debilidad, apartar el .44 y dejarla inconsciente. Una vez más tras su traición vuelvo a

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protegerla. La siento en la silla y la dejo viendo el atardecer. Meto una nota en un bolsillo de su chaqueta que dejo abierto para que lo lea.

“Volveremos a vernos Valeria Torino, pero cuando las dos agencias hayan pagado por lo que nos han hecho.”

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31.- “Días de gloria”

Sales de tu casa y lo primero que siente tu cuerpo es un sol ardiente, ansioso por fundir tu piel en tan sólo un instante. Para colmo, la humedad se pega a tu piel, creando esa sensación insoportable de ansiedad crónica que te corta la respiración y consigue que no acabes de saciar tus pulmones con aire fresco. Siempre con la misma rutina, levantarse, hacer mil tareas intentando batir un nuevo récord. Al rato, te rindes sabiendo que algunas de ellas las tendrás que dejar para “después”. Te vas a trabajar, donde la presión, el estrés y una vez más la falta de tiempo, te hace rendirte de nuevo y dejar otra vez, cosas para “después”. Sin que te des cuenta el momento llegó. Ese instante en el que la realidad te golpea y te lleva por delante.

Silencio, calma, instantes vacíos de pensamientos, en definitiva, todas esas sensaciones que te demuestran que el tiempo se ha detenido. Curiosidades o caprichos de la vida. Lo que antes te estresaba ahora te daría la paz y lo que antes te daba la paz, ahora te estresaría. Un equilibrio imposible del que sólo eres consciente cuando ya es tarde. Cuando los “dejar para después” ya no tienen espacio ni cabida. Un estado de pausa que te convierte en un espectador que enfrenta pasado y futuro en un presente incierto que no sabe por donde encaminarse hacia lo correcto. Eres consciente de que no será un estado eterno pero lo apropias como si así fuese. Tendemos a quejarnos, a maldecir, a desear siempre lo que no tenemos en vez de disfrutar con lo que vamos viviendo.

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32.- “Una mañana de septiembre”

La mañana comienza tranquila, el sol entra por las rendijas de la ventana y la sensación térmica me indica que hoy será un día caluroso. Como cada mañana me voy directo a la ducha para terminar de despertarme, luego me preparo el desayuno, me lavo los dientes y me voy a la calle. Hoy tengo que ir al centro comercial a comprar unas cosas, así que, después de mi rutina me iré hasta allí.

Al terminar todas las tareas, salgo de casa y me voy a mi destino dando un paseo por la ciudad. Una ciudad que ya se ha despertado hace un par de horas, todos con sus tareas propias de un día laborable. Para acceder al centro comercial hay que bajar por una pequeña calle peatonal con árboles a los lados que le dan sombra, en medio de la calle puedo ver a una chica joven tocando la guitarra y cantando. No consigo acertar con la canción pero puedo destacar en la voz de la chica que tiene algo especial. En mi interior nacen las ganas de echarle una moneda, pero al ver mi cartera descubro que no me queda ninguna que le haga justicia. Sigo mi camino sin detenerme, con la pena de no haberle podido dar nada. Haré un trato conmigo mismo, ya que tengo que comprar y obtendré cambio, si al salir sigue en el mismo lugar, le daré una moneda.

Realizo mis compras y me tomo un café, no consigo despertar del todo en este día. Al terminar voy por la misma calle y allí está ella… Tocando una vez más una canción que reconozco, esta vez sí, esta vez se cual es… “Carry you home” de James Blunt, sacando un sonido excelente de su guitarra y creando un sonido con su voz que hace que me detenga, le eche una moneda y me quede mirando para ella. Disfrutando del momento. Ella se agacha agradeciéndome el gesto, soltándome un leve “gracias” apenas inaudible. Una chica rubia de pelo largo ocultando más de la mitad

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de su cara, descubriendo uno de sus ojos de un bonito color azul cielo, cristalino, profundo y sincero. Un espejo que junto a su voz deja su interior al descubierto. Tocando para mí, sigue con la canción, como si estuviéramos en una sala completamente a oscuras con un foco encima nuestra, sin poder ver nada más. Sin calor, sin prisas, sin ser esclavo del tiempo, un tiempo con el que parece estar jugando con sus dedos, meciéndolo con su tierna voz. Compartiendo su dolor con la canción en una sincronía perfecta.

Termina la canción y me vuelve a dar las gracias, le digo que lo ha hecho perfecto, que me ha encantado. En su acento descubro que no es de aquí, le ofrezco ir a tomar un café y acepta encantada. Me cuenta que ha llegado a la ciudad hace un par de días y que lo que saca tocando lo usa para vivir el día a día. Hace más de un mes que salió de Londres, su ciudad natal. Me dice que echa de menos su pasado pero que es algo que ya no existe y no puede volver a él. No me meto en eso, no tengo intención de remover sus demonios, sólo disfrutar este momento y hablar de música. Sus gustos musicales son exquisitos y por sorpresa para mí, a pesar de ser de Londres no es fan de los Beatles, si no de Elvis, algo que hace que me gane aún más. Entre sus gustos, además de James Blunt como ya me dejó claro, están Johnny Cash, Bob Dylan y Micah P. Hinson.

Cuando terminamos el café, nos despedimos y me da su teléfono, quedamos en volver a vernos esta noche para ir a cenar. Se va una vez más “a ganarse el día a día”. La acompaño a su lugar de trabajo y me voy de vuelta a casa.

De pronto, el pitido de un coche me devuelve a la realidad. En mitad de un paso de cebra con el semáforo en rojo. Corro hasta la acera y mi vista se va directa a mi mano derecha, en ella, una moneda en donde debería haber un papel con un número de teléfono. Miro hacia abajo y allí está ella. No tengo la menor idea de lo que ha pasado, mis pies siguieron dando sus pasos camino a casa. Podía haber vuelto atrás y dejar la moneda pero no tengo tiempo, tengo que volver a casa o será demasiado tarde.

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33.- “Tú eres Yo”

—Acércate hijo, ven a mi lado. —Dime Papa—. Dijo mientras se sentaba en la cama del hospital. —Este es mi final… De aquí ya no salgo. —Bueno… ¡ya estás! ¡Sólo es una gripe! —Hazme caso, nunca tuve una tos como esta. Escúchame lo que quiero decirte. —Una tontería, como siempre. Que si vas a morir, que si es el final… —Termina tú mi libro. Tienes que darle tú el final. Yo ya no puedo hacerlo y sé que lo harás bien. —Pero si yo no sé escribir y además, en unos días saldrás de aquí. —Que ya no salgo, hazme caso. Es algo que sabes cuando llega. —Me estás poniendo los pelos de punta, deja de decir esas tonterías. —Queargrggf… que meggsggsgd… —¡Si toses no hables, porque te atragantas, te lo tengo dicho mil veces! —Tráeme agua anda. —¿Dónde hay? —Tienes una máquina en el pasillo. Coge monedas en mi cartera. —Bueno, tengo yo, no voy a cogerte monedas a ti. ¿Qué pasa que no dan agua en este hospital? —Los recortes en sanidad… Ya sabes como son eses desgraciados… La culpa es de quien les vota, si no, no estarían ahí. —No empieces con la política, siempre igual, protestando. —Tráeme agua anda, que tengo la garganta seca.

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Mi hijo salió por la puerta. A ver si no tarda mucho que quiero beber. Voy a darme la vuelta un momentito… que sueño más tonto.

Pero que… ¿Qué hago yo aquí? y… ¿Qué demonios hago yo ahí? Ya no tengo sed… No estaré… Hay la hostia… ¡Estoy muerto! ¡y con este pijamita tan absurdo!

—Papa, vaya atraco la máquina… No te duermas… Papá… ¿Papá?— Dijo mientras lo movía cada vez con más intensidad. —¡PAPÁÁÁÁ! ¡ENFERMERAAAAA! —No te mates hijo, si ya estoy muerto, estoy justo detrás tuya. Vaya meneos me mete el condenao… —Ha fallecido…-Dijo la enfermera. —No…No…¡No puede ser! ¡Papá! —Son sesenta años hijo, ya te dije que me iba… Me da pena verte llorar… ¿y esa luz de donde viene…?

Nada, tendré que seguirla… Me lleva a maternidad… La gente lleva unos peinados y unas vestimentas más raras… Ni que hubiéramos retrocedido en el tiempo jajaja

La luz me lleva al paritorio, hay una chica pasándolo bastante mal, debe ser primeriza… Hostias…

—¿Mamá…?

¡Es mi madre! ¡Y mi padre! Pero si murieron hace años, y ese que sale ¿quién será? Es un niño, que feo es el condenado, debe ser alguno de mis hermanos…

¡Acaban de decirle mi nombre! ¡Soy yo! ¿Pero cómo?

—¿Sorprendido? —Pero… ¡Tú eres yo!

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—Con 45 años. Conseguí darnos hasta los sesenta. Has muerto, no deberías haber ido a ese concierto, la mojadura que cogiste hizo que te pusieras así de enfermo y murieras. Tú hijo mayor apunto de ser padre y te lo perdiste. Yo morí de accidente de tráfico, no debí saltarme aquel semáforo por que llegaba tarde a trabajar. —¿Y tú porque vas de traje y yo con este pijama de mierda? —Jajajajaja La ropa que lleves ahora, será la última que te pongan. Confía en que te pongan guapo. —Espero que sí, un traje al menos… ¿y ahora qué? —Ahora vas a ser el guía de tu vida, o ángel de la guarda. Debes evitar morirte como ya lo hiciste y todas esas cosas que querías haber hecho y no hiciste podrás hacerlas si quieres, y las que hiciste que no querías puedes no hacerlas. Todas esas decisiones que tomes, cambiarán todo. Así que debes estar atento en todo momento, aquí no puedes guardar la partida y volver luego. —¿Cómo hago para cambiar las cosas? —Puedes mover cosas, o hablarle en sueños. Cómo tú quieras. —¿Y tú? ¿Qué vas a hacer? —¿Tienes más preguntas? —No.. Creo. —Pues somos uno, debo unir mi energía a la tuya.

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34.- “Tormenta de Héroes”

A las tres de la madrugada el teléfono rompió el silencio en casa del alcalde de Vigo. Era Javier, su mano derecha, quien le decía que tenía que ir lo antes posible al ayuntamiento. El alcalde notó la gravedad del asunto en su voz y aceptó de inmediato. Se levantó y se vistió a toda prisa. En la calle no había ni una ráfaga de viento; sólo un grupo de gaviotas que pasó por encima de su cabeza llamó su atención y lo abstrajo de sus pensamientos. Esperando en la entrada del ayuntamiento estaba Javier, con una cara que le hizo tragar saliva. El alcalde le preguntó qué pasaba, pero Javier sólo dijo “sígame”. Sin mediar palabra aceptó la orden.

A su paso, dejaron atrás pasillos y puertas hasta llegar al ascensor. Javier introdujo una llave en el botón de la última planta y la giró. La tensión cortó la comunicación y los dejó pensativos. Al llegar arriba había un gran pasillo con puertas. Se dirigieron a la del fondo, la que sólo se podía abrir con la llave de la ciudad. Una llave antigua, de hierro, de unos quince centímetros que Javier llevaba colgada de su cuello. Al entrar podían verse unas escaleras de madera en línea recta y, al fondo, otra puerta cerrada con el mismo sistema. Las paredes de papel pintado y las lámparas de luz amarilla, hacían el recorrido todavía más tenebroso. Tras atravesar la segunda puerta llegaron a una sala con una mesa de cerezo y sillas a juego. Javier le hizo indicaciones al alcalde para que tomara asiento. De la pared del fondo bajó un televisor. En él, una mujer de pelo corto rojizo, vestida de traje, y sin expresión en su rostro, se disponía a hablar.

Era la responsable de la Agencia Estatal de Variaciones Espacio-temporales, comunicando la activación de la bandera negra en el protocolo 314. Lo que se acercaba no era una tormenta

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cualquiera, sino que traería el mismísimo infierno con ella. Sus centinelas habían detectado centenares de galeones en dirección a la costa de Vigo, portando la bandera de Francis Drake. A Coruña se encontraba en la misma situación. La responsable de la A.E.V.E advirtió que los barcos llegarían a las ocho de la tarde. Tanto los presentes en la sala como la mujer en pantalla sintieron un fuerte temblor que cortó la comunicación. Lo último que se entendió fue que tenían que organizar la ofensiva en Vigo.

El alcalde no dudó ni un segundo, clavó su mirada en Javier y le dijo que había que reunir al Consejo. Javier asintió con firmeza y caminaron nuevamente hacia el ascensor, pero esta vez hasta la última planta, donde recorrieron pasillos y atravesaron puertas hasta llegar a otro elevador que también se accionaba con la antigua llave de la ciudad. Después de un descenso de cincuenta metros durante el cual sólo se podía oír el mecanismo de poleas y engranajes, llegaron al sótano. Una vez allí, cruzaron un pasillo con muros de piedra pulida y suelo de madera, sobre el que una alfombra de color rojo y blanco hacía menos ruidosos los estallidos de la madera. Tras pasar una puerta de hormigón llegaron a una gran sala circular donde había una antigua mesa de piedra y sillones de granito esculpido y, alrededor, cincuenta puertas de madera numeradas. Encima de la mesa podía verse una baqueta y un tambor que el alcalde hizo sonar con dos golpes. El sonido rebotó en la sala creando un ruido estremecedor. De pronto, las dos primeras puertas se abrieron. De la número uno salió un rostro célebre pero desconocido para muchos en la actualidad. Se trataba de Martín Códax, con gesto serio y un aspecto fuerte. De la segunda puerta salió con una mirada desafiante otro personaje más conocido hoy en día, un héroe en la ciudad: Bernardo González del Valle “Cachamuíña”. Al igual que Martín Códax, se le veía en forma.

Los cuatro ocuparon sus asientos; el alcalde y Javier se situaron frente a los dos héroes. Martín Códax fue el primero en hablar, preguntando por qué irrumpían en su descanso. El alcalde les explicó lo que se avecinaba. Cachamuíña masculló que ese pirata

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nunca se daba por vencido y Martín despertó la alarma diciendo que no tenían efectivos suficientes. Javier sugirió despertar a los anónimos, las estatuas de la ciudad, convirtiéndolas en seres de carne y hueso, pero Cachamuíña masculló nuevamente diciendo que no son fáciles de controlar. El alcalde volvió a recalcar que necesitaban todos los recursos posibles incluido al Ejército Celta. Los dos héroes clavaron su mirada en él. Sólo se había despertado una vez a ese ejército, y de todos era sabido que pedirían algo a cambio, seguramente que les devolvieran el Castro para poder vivir en libertad. El alcalde frenó las discrepancias diciendo que lo importante era luchar por Vigo, ya se encontraría solución a sus exigencias más adelante. También indicó que prepararía a las fuerzas de seguridad para defender la ciudad y advertiría a los vigueses de lo que se venía encima. Además, preguntó si podrían contar con Julio Verne y su submarino Nautilus, guardado en un puerto subterráneo debajo de A Guía. Martín Códax sentenció que de eso se encargarían ellos y el alcalde concretó la siguiente reunión para las cinco de la tarde.

Sin más dilación, Javier y el alcalde se levantaron y se marcharon en dirección al primer despacho para organizar todo el operativo. La madrugada pasó volando, las horas se volvieron minutos y los teléfonos internos hervían. Las noticias llegaban de todos los lugares: no sólo Galicia se convertía en un campo de batalla, sino que la contienda tendría lugar a nivel mundial. Se trataba de una cruzada épica que pasaría a convertirse en la más importante de la historia. El alcalde movilizó a todas las fuerzas de seguridad, que recorrieron en coche las calles de la ciudad, avisando mediante megáfonos de que todo el mundo debía acudir a su casa, armarse y prepararse para afrontar la mayor tormenta de la historia de la ciudad. Los vigueses corrieron atemorizados a sus casas: no sabían qué iba a pasar, ni los más ancianos habían vivido algo así. El miedo se hizo eco y llegaron los saqueos. Con las primeras lluvias, a las dos de la tarde, la ciudad estaba desierta. Todos los vecinos estaban encerrados en sus casas, conscientes de que algo grave estaba en camino.

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A las cinco, hora acordada para la reunión, cada miembro del Consejo estaba sentado en su sillón de piedra junto a la mesa: el alcalde, Javier, Martín Códax, Cachamuíña, Julio Verne, y un representante celta. Martín Códax comenzó diciendo que estaba demasiado viejo como para liderar una batalla de ese calibre, por lo que cedía el mando de la operación a Cachamuíña; y este detalló el plan: Julio, sacaría el Nautilus por el exterior de las Cíes bordeando la isla de San Martiño para realizar una maniobra envolvente. “Esta vez no escapará…”, susurró Martín. Los celtas saldrían por las galerías de O Castro en dirección a la costa con más de quinientos guerreros. Los anónimos se despertarían en el momento que los galeones entrasen en la ría y al verlos correrían hacia ellos. Los presentes asentían ante todos los pasos de la estrategia planteada, y Cachamuíña continuó con su explicación. “Los pescadores de Gran Vía serán perfectos destructores, fuertes y resistentes. El Sireno correrá a su terreno, el mar, donde atacará a los invasores que caigan al agua. El hada y el dragón del paseo de Alfonso atacarán desde el aire, incendiando los galeones con su implacable aliento de fuego. Los héroes iremos montados en los caballos de Plaza de España; salvo Julio, que irá en el Nautilus. El nadador, como gigante que es, destruirá barcos con sus puños desde el medio de la ría, y los anónimos lucharán a su lado, pero esperarán a que los galeones tomen tierra, ya que conocemos a Drake de sobra y de seguro disparará los cañones cuando se aproximen a tierra firme”.

El alcalde preguntó cómo despertarían a los héroes y a los anónimos. Martín Códax le contestó que lo harán los druidas celtas y añadió que Javier se quedaría en el Ayuntamiento informándoles de la situación. Al término de la reunión, todos fueron a prepararse para la batalla. Cachamuíña le entregó al alcalde el uniforme de guerra de la ciudad, además de un sable, y junto con Martín Códax y el representante celta, se fueron a Plaza de España a por los caballos. Una vez allí, el alcalde no daba crédito: los cuerpos de bronce de los animales comenzaron a romperse, descubriendo caballos llenos de vida y pelo brillante. Se montaron en ellos y se fueron a lo alto de O

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Castro, donde ya se podían ver las velas de los galeones entrando por las Cíes. El momento de luchar por Vigo y los vigueses había llegado. Una vez más, todos juntos y hasta la victoria.

Martín Códax pidió enfrentarse a Drake, tenían una cuenta pendiente. Cachamuíña alentó con un breve discurso: “No temáis si caéis esta noche, luchad hasta que vuestra alma os abandone o hasta que no quede ningún invasor vivo”. De pronto, se oyó la voz de Javier por el pinganillo del alcalde. Malas noticias, la Torre de Hércules había caído y A Coruña estaba perdiendo la costa. Breogán acudía con sus hombres al rescate.

La actuación siguió como habían planeado; los galeones más atrasados comenzaron a disparar con sus cañones a la costa, y los primeros tomaron tierra. Era el momento. Antes de galopar con fuerza hacia A Laxe, el alcalde, Cachamuíña, el jefe celta y Martín Códax se miraron e hicieron sonar los cuatro cuernos celtas marcando el inicio de la batalla. Los anónimos y el resto de héroes también corrían a la batalla. Al mismo tiempo, el Ejército Celta salió por las galerías de O Castro. El nadador se zambulló en la ría destruyendo galeones a su paso. El Nautilus de Julio Verne estaba justo donde tenía que estar, destrozando barcos desde su retaguardia. Por su parte, el hada montada en el dragón fue volando por encima de las líneas enemigas, incendiando sus embarcaciones con bocanadas de fuego. Los celtas luchaban en la costa al grito de “¡Por Breogán y por Vigo!”, y los pescadores, grandes hombres sobrados de fuerza, hacían volar a los invasores con sus puños. El resto de héroes y anónimos se unieron a la batalla y sucedió lo que nadie esperaba: los vigueses salieron a la calle a luchar junto a sus hermanos. Una vez más se volvió a conseguir una gran victoria. Todos estaban muertos salvo uno, Francis Drake, quien desde el suelo y de rodillas, frente a los héroes a caballo, escupió con desprecio en el suelo. Martín Códax bajó de su caballo y decretó la sentencia. El pirata sería encerrado en la cárcel de la isla de San Martiño. A los celtas se les concedería O Castro. Los anónimos aceptaron volver a sus puestos de vigilancia, como estatuas, hasta

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que la ciudad los volviese a necesitar. La ciudad estaba a salvo y el alcalde se disponía a felicitar a todos los luchadores cuando una llamada de Javier le obligó a cambiar su discurso. A Coruña había caído; había sido conquistada por los piratas, y de allí llegaba la peor de las noticias: Breogán había muerto en la batalla. Las sonrisas de celebración y el éxtasis de la victoria dejaron paso a los rostros cabizbajos y a la preocupación. No podían relajarse; era momento de luchar, una vez más, hasta la victoria.

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