¿Ahora Solo Una Ética Podría Salvarnos?

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RAÚL VILLARROEL Centro de Estudios de Ética Aplicada (CEDEA) de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile El incumplimiento de deberes cívicos fundamentales y la interpretación mañosa de la responsabilidad contraída que han dejado a la vista los escándalos protagonizados por diversos personeros de la política en el último tiempo, constituyen la gota que desbordó el vaso. Se sabe desde hace mucho que el distanciamiento entre la gente y los políticos es síntoma evidente del proceso de COLUMNAS 22 de marzo de 2015 ¿Ahora solo una Ética podría salvarnos? A través de diversos episodios recientes del acontecer nacional la ética parece haber emergido como la tabla de salvación de nuestra sociedad ante la creciente corrupción del poder, asediado por el interés egoísta del capital. La discusión suscitada hace un tiempo respecto de la necesidad de establecer un sueldo ético, o el hecho de que se haya conminado a los máximos ejecutivos de las cadenas farmacéuticas coludidas a tomar clases de ética como medida reparatoria del dolo cometido, incluso la reciente constitución de una comisión presidencial cuya tarea es diseñar lineamientos para fortalecer los vínculos éticos entre la política y los negocios, son la expresión inequívoca de dicha emergencia. Todo parece indicar que, en tales circunstancias, para algunos chilenos ha llegado el momento de tomarse más en serio su privilegiada condición de “servidores públicos”, como a menudo gustan de autocalificarse. El incumplimiento de deberes cívicos fundamentales y la interpretación mañosa de la responsabilidad contraída que han dejado a la vista los escándalos protagonizados por diversos personeros de la política en el último tiempo, constituyen la gota que desbordó el vaso. Se sabe desde hace mucho que el distanciamiento entre la gente y los políticos es síntoma evidente del proceso de decadencia irreversible que afecta a la estructura fundamental de la democracia representativa moderna. Semejantes acontecimientos como los que hemos conocido por la información pública en días pasados no hacen sino otorgar razón a quienes creen que los “representantes” solo lo son de sus propios intereses y que el Parlamento es una casta de privilegiados que legislan en función de puras ventajas personales. El filósofo estadounidense John Rawls ideó hace algunas décadas un procedimiento imparcial para la determinación de las normas, donde quienes debían decidir el futuro de los demás miembros de la sociedad tenían que desconocer absolutamente el resultado de sus decisiones y de tal modo verse impedidos de asegurar ventajas y beneficios para sí mismos o para sus cercanos. Nada de eso parece estar ocurriendo en nuestros días. Todo lo contrario, el tráfico de influencias, el manejo oscuro y mezquino de información estratégica, el aprovechamiento indebido de la familiaridad con el poder, la compra encubierta de favores legislativos, son todas expresiones inequívocas del destino fatal que ha venido agotando la credibilidad de la actividad política oficial de nuestro país. Se ha dicho majaderamente que las instituciones funcionan, pero, a decir verdad, parece que no lo hacen tanto, o tal y como debieran. Y esto, por supuesto, fastidia cada vez más a los ciudadanos de a pie, que desconfían de las probidad de sus representantes y, por qué no decirlo, de todo el sistema de la política, incluidas aquellas instituciones que le dan forma. ¿Qué podría hacer entonces la ética para revertir esta situación? ¿Qué podría decirles hoy a quienes lucran a costa del erario público, o se escurren a hurtadillas entre los vacíos legislativos para defraudar al Estado; qué tendría que enseñarles a quienes ocupan con impudicia la autoridad que les ha concedido el electorado solo para mejorar su situación personal? No lo sabemos a ciencia cierta aún. Pero es imprescindible que tratemos de saberlo. Cuanto antes mejor. Por ello, la tarea de todos los ciudadanos, la tarea de nuestro tiempo, es pensar y esclarecer con voluntad y suficiencia el nuevo imperativo ético que se les debe plantear a los legisladores, ahora que las demás referencias sean normativas, deontológicas, ideológicas, doctrinarias o legales han sido oscurecidas por el interés perverso que define al juego de la política democrática. Sobre todo hoy, cuando la economía se ha

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El incumplimiento de deberes cívicos fundamentales y la interpretación mañosa de la responsabilidad contraída que han dejado a la vista los escándalos protagonizados por diversos personeros de la política en el último tiempo, constituyen la gota que desbordó el vaso. Se sabe desde hace mucho que el distanciamiento entre la gente y los políticos es síntoma evidente del proceso de decadencia irreversible que afecta a la estructura fundamental de la democracia representativa moderna.

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22/3/2015 ¿Ahora solo una Ética podría salvarnos? ­ El Mostrador

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RAÚL VILLARROELCentro de Estudios de Ética Aplicada (CEDEA) de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile

El incumplimiento dedeberes cívicos

fundamentales y lainterpretaciónmañosa de la

responsabilidadcontraída que han

dejado a la vista losescándalos

protagonizados pordiversos personerosde la política en el

último tiempo,constituyen la gota

que desbordó el vaso.Se sabe desde hace

mucho que eldistanciamiento entrela gente y los políticoses síntoma evidente

del proceso de

COLUMNAS

22 de marzo de 2015

¿Ahora solo una Ética podría salvarnos?

A través de diversos episodios recientes del acontecer nacional la ética parece haber emergido como la tabla de salvación de nuestrasociedad ante la creciente corrupción del poder, asediado por el interés egoísta del capital. La discusión suscitada hace un tiemporespecto de la necesidad de establecer un sueldo ético, o el hecho de que se haya conminado a los máximos ejecutivos de las cadenasfarmacéuticas coludidas a tomar clases de ética como medida reparatoria del dolo cometido, incluso la reciente constitución de unacomisión presidencial cuya tarea es diseñar lineamientos para fortalecer los vínculos éticos entre la política y los negocios, son laexpresión inequívoca de dicha emergencia.

Todo parece indicar que, en tales circunstancias, para algunos chilenos ha llegado el momento de tomarse más en serio su privilegiadacondición de “servidores públicos”, como a menudo gustan de autocalificarse. El incumplimiento de deberes cívicos fundamentales y lainterpretación mañosa de la responsabilidad contraída que han dejado a la vista los escándalos protagonizados por diversos personerosde la política en el último tiempo, constituyen la gota que desbordó el vaso. Se sabe desde hace mucho que el distanciamiento entre lagente y los políticos es síntoma evidente del proceso de decadencia irreversible que afecta a la estructura fundamental de lademocracia representativa moderna. Semejantes acontecimientos como los que hemos conocido por la información pública en díaspasados no hacen sino otorgar razón a quienes creen que los “representantes” solo lo son de sus propios intereses y que el Parlamentoes una casta de privilegiados que legislan en función de puras ventajas personales.

El filósofo estadounidense John Rawls ideó hace algunas décadas un procedimiento imparcial para ladeterminación de las normas, donde quienes debían decidir el futuro de los demás miembros de lasociedad tenían que desconocer absolutamente el resultado de sus decisiones y de tal modo verseimpedidos de asegurar ventajas y beneficios para sí mismos o para sus cercanos. Nada de eso pareceestar ocurriendo en nuestros días. Todo lo contrario, el tráfico de influencias, el manejo oscuro ymezquino de información estratégica, el aprovechamiento indebido de la familiaridad con el poder, lacompra encubierta de favores legislativos, son todas expresiones inequívocas del destino fatal que havenido agotando la credibilidad de la actividad política oficial de nuestro país. Se ha dichomajaderamente que las instituciones funcionan, pero, a decir verdad, parece que no lo hacen tanto, otal y como debieran. Y esto, por supuesto, fastidia cada vez más a los ciudadanos de a pie, quedesconfían de las probidad de sus representantes y, por qué no decirlo, de todo el sistema de lapolítica, incluidas aquellas instituciones que le dan forma.

¿Qué podría hacer entonces la ética para revertir esta situación? ¿Qué podría decirles hoy a quieneslucran a costa del erario público, o se escurren a hurtadillas entre los vacíos legislativos para defraudaral Estado; qué tendría que enseñarles a quienes ocupan con impudicia la autoridad que les haconcedido el electorado solo para mejorar su situación personal? No lo sabemos a ciencia cierta aún.Pero es imprescindible que tratemos de saberlo. Cuanto antes mejor. Por ello, la tarea de todos losciudadanos, la tarea de nuestro tiempo, es pensar y esclarecer con voluntad y suficiencia el nuevoimperativo ético que se les debe plantear a los legisladores, ahora que las demás referencias ­seannormativas, deontológicas, ideológicas, doctrinarias o legales­ han sido oscurecidas por el interésperverso que define al juego de la política democrática. Sobre todo hoy, cuando la economía se ha

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22/3/2015 ¿Ahora solo una Ética podría salvarnos? ­ El Mostrador

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decadenciairreversible que

afecta a la estructurafundamental de la

democraciarepresentativa

moderna.

vuelto un sistema despiadado y cínico, que no reconoce vínculos ni deberes para con el mundo social yasfixia cada vez más letalmente las aspiraciones de la política; en tanto, los políticos parecen haberolvidado por conveniencia aquel carácter irrenunciablemente ético con que Aristóteles definió suactividad hace ya tantos siglos.