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Clínica y Salud, 2004, vol. 15 n°. 3 - Págs. 227-252. ISSN: 1135-0806 Clínica y Salud, 2004, vol. 15 n.º 3 227 ARTÍCULOS Bienestar social y trauma psicosocial: una visión alternativa al trastorno de estrés prostraumático Social well-being and psycho-social trauma: An alternative approach to post- traumatic stress disorder AMALIO BLANCO 1 DARÍO DÍAZ 1 RESUMEN La Psicología clínica tradicional ha abordado el trastorno y la salud mental tomando como marco de referencia y unidad de análisis a un sujeto aislado de su medio. Frente a esa concepción, la perspectiva psicosocial ha mostra- do la necesidad de atender aquellas condiciones, situadas más allá de la piel del individuo, que anteceden al trauma. Se trata de condiciones de un indivi- duo inserto dentro de unas determinadas coordenadas socio-hist óricas. Desde ahí retomamos el concepto de trauma psicosocial como un trastorno situado dentro de un determinado contexto interpersonal, social, económico, político, etc., al que subyace una visión de la salud mental entendida como un asunto que incumbe a las relaciones del sujeto con diversos elementos de su medio. Detrás de las concepciones de salud, trastorno o trauma se encuentra la idea de la Psicología como una ciencia al servicio del bienestar. ABSTRACT Traditionally, clinical psychology has addressed mental health with a focus on the individual, irrespective of his/her environment. On the contrary, a psy- chosocial approach has underlined the need to address conditions foregoing 1 Universidad Autónoma de Madrid Fecha de Recepción: 14-11-2004 Fecha de Aceptación: 25-11-2004

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Clínica y Salud, 2004, vol. 15 n°. 3 - Págs. 227-252. ISSN: 1135-0806

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ARTÍCULOS

Bienestar social y trauma psicosocial:una visión alternativa al trastorno de

estrés prostraumático

Social well-being and psycho-socialtrauma: An alternative approach to post-

traumatic stress disorder

AMALIO BLANCO1

DARÍO DÍAZ1

RESUMEN

La Psicología clínica tradicional ha abordado el trastorno y la salud mentaltomando como marco de referencia y unidad de análisis a un sujeto aisladode su medio. Frente a esa concepción, la perspectiva psicosocial ha mostra-do la necesidad de atender aquellas condiciones, situadas más allá de la pieldel individuo, que anteceden al trauma. Se trata de condiciones de un indivi-duo inserto dentro de unas determinadas coordenadas socio-históricas.Desde ahí retomamos el concepto de trauma psicosocial como un trastornosituado dentro de un determinado contexto interpersonal, social, económico,político, etc., al que subyace una visión de la salud mental entendida como unasunto que incumbe a las relaciones del sujeto con diversos elementos de sumedio. Detrás de las concepciones de salud, trastorno o trauma se encuentrala idea de la Psicología como una ciencia al servicio del bienestar.

ABSTRACT

Traditionally, clinical psychology has addressed mental health with a focuson the individual, irrespective of his/her environment. On the contrary, a psy-chosocial approach has underlined the need to address conditions foregoing

1 Universidad Autónoma de Madrid

Fecha de Recepción: 14-11-2004 Fecha de Aceptación: 25-11-2004

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the trauma, beyond individual’s skin. If we are to understand mental healthand mental disorders we have to consider the socio-historical coordinateswithin which the trauma takes place, i.e., the pre-traumatic situation, interper-sonal and inter-group involvement, even the political frame, etc. A mentalhealth view lies behind all these determinants, which takes into account indi-vidual-environment relationships. In line with this concept of health and disor-der or trauma, Psychology is a science pursuing individual well-being.

PALABRAS CLAVE

Salud mental, Trastorno mental, Trastorno de estrés postraumático, Tras-torno social, Trauma psicosocial, Bienestar social.

KEY WORDS

Mental health, Mental disorder, Posttraumatic stress disorder, Social disor-der, Psychosocial trauma, Social wellbeing.

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Tendremos que soportar el pesode la soledad diciéndosepoblándose de seres a su imagenimpotentes en su sola mirada deasombro.

(José Teruel Benavente, 11-M, 2004)

UNA DIGRESIÓN SOBRE EL MAL

Elie Wiesel, Premio Nobel de laPaz en 1987, no puede reprimir unestremecimiento de espanto cadavez que vez que piensa en AdolfEichmann. Le sobran motivos: él esun superviviente de Auschwitz. Lepreocupa pensar en la posibilidadde que aquel tenebroso criminal deguerra pudiera realmente habersido “humano”. Debería haber sidoposible, añade, haberlo declararlono perteneciente a nuestra especie.Eichmann le da miedo. Wiesel fuetestigo presencial del juicio que locondenaría finalmente a morir en lahorca: “le miro, le miro durantehoras; me da miedo. Sin embargo,en el estado en que se halla, en sujaula de cristal blindado, no presen-ta peligro alguno. ¿Por qué me datanto miedo? ¿Existe un mal onto-lógico encarnado por un ser que nisiquiera necesita actuar, salir de símismo para hacer sentir su maléfi-ca potencia?” (Wiesel, 1996, p.416).

Una pregunta incómoda que laPsicología nunca se ha hecho defrente, pero a la que, sin embargo,no ha tenido inconveniente en daruna respuesta. A veces sucedencosas así: que damos respuestas apreguntas que aparentemente nonos hemos hecho. En el caso quenos ocupa, la respuesta ha sido

categórica, obstinada y precisa:hay una conexión directa, una rela-ción lineal entre lo que la personaes y lo que hace, de suerte que elcomportamiento viene a ser forzo-samente la continuación natural ylógica de las disposiciones indivi-duales, la manifestación en estadopuro de la “self-outcome contin-gency”, una de las creencias sobrelas que se cimenta nuestra estruc-tura psicológica, esa que sederrumba con estrépito a conse-cuencia del trauma derivado de laviolencia, como la que vivimos el11-M: “Un mundo con sentido esaquel que deja percibir una contin-gencia entre la persona y sus resul-tados; existe una relación entre lapersona y lo que le sucede”(Janoff-Bulman, 1992, p. 8), unsupuesto que se emparenta conuna hipótesis de hondas resonan-cias psicosociales: lejos de distri-buirse de manera alocada, losacontecimientos (los buenos y losmalos) siguen meticulosamente lasenda que le van marcando las per-sonas: necesitamos pensar que haycosas que nunca le podrán sucedera las personas buenas y honestas.Esa es la hipótesis que va a mane-jar Melvin Lerner: “Queremos creerque vivimos en un mundo en el quela gente tiene lo que se merece, oque se merece lo que consigue.Queremos creer que las cosas bue-nas les suceden a la gente buena, yque el sufrimiento sólo es exclusivode las malas personas. En la mismalínea, queremos creer que la genteque se esfuerza consigue lo que seha ganado y aquello por lo que haluchado. Nos gusta pensar que lagente fracasa debido a su incom-petencia o falta de voluntad para

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hacer lo que es necesario paraconseguir sus metas o evitar elsufrimiento” (Lerner, 1970, p. 207).Ponemos todo el empeño en esta-blecer una distancia entre unos yotros, la distancia que media entrelas personas aquejadas de algunadisfunción psíquica u orgánica (losenfermos) y los que se encuentranlibre de ella (los sanos), porquenecesitamos pensar que la gentenormal no hace determinadascosas, y porque, como diría Janoff-Bulman, necesitamos creer que lagente es buena.

No es de extrañar, pues, que enla inmensa mayoría de las ocasio-nes, el lenguaje que la Psicologíaemplea sobre el trauma recuerde alde la Medicina y al de la Patología.Términos como trastorno, enferme-dad, diagnóstico, tratamiento, opaciente enfatizan la existencia deuna creencia que ha guiado lapráctica de la psicología clínica yde la salud durante años. Autorescomo Barone, Maddux y Zinder(1997) señalan la existencia de unsupuesto ampliamente compartido,el de que los problemas psicológi-cos son análogos a las enfermeda-des: unos y otros proceden delinterior del individuo. Con ello olvi-dan, entre otras cosas, aquel prin-cipio que con tanta sencillez comoprecisión señalara el gran SolomonAsch: a consecuencia de la vida ensociedad que nos atañe a todos,“ las acciones de las personasalcanzan una relación de mutuaincumbencia” en virtud de la cual“los acontecimientos dejan de tenerrelación con uno mismo” (Asch,1962, p. 140). Por infinitas razones;por ejemplo, porque existe la pre-

sión grupal, de la que Asch fue sumejor investigador, la mera presen-cia, la co-actividad, el sentimientode pertenencia grupal, diversosestilos de llevar a la práctica el lide-razgo, las normas de obligadocumplimiento; porque hay valores,porque la gente tiene creencias ydefiende credos; porque hay unprincipio de autoridad y el poderimpregna una parte importante denuestra vida; porque nos maneja-mos con un complejo proceso decategorización con extensiones tandecisivas en la vida social como losestereotipos, la prototipicidad, lapolarización, el favoritismo endo-grupal, la búsqueda de identidadsocial positiva, el conflicto intergru-pal, y un largo etcétera, que nosalcanzan de lleno a todos, incluyen-do, claro está, a los sistemas cate-goriales como el DSM, a las cate-gorías como el TPET, e incluso a lapráctica clínica.

El lenguaje de la enfermedadestigmatiza, además, a la persona,la deja al borde de responsabilizarlay culparla de su propio mal, y des-cribe al paciente como un sujetopasivo que debe recibir los cuida-dos y la curación de un experto. Esel lenguaje de la “ideología de laenfermedad” del que han quedadoimpregnadas las diversas edicionesdel DSM (Seligman y Csikszent-mihalyi, 2000; Maddux, 2002). Ladefinición que dicho manual haceen su versión DSM-IV (APA, 1995,p. xxi) de los trastornos mentaleses un excelente ejemplo: “Síndro-me o patrón comportamental o psi-cológico de significación clínica,que aparece asociado a un males-tar (por ejemplo, dolor), a una dis-

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capacidad (por ejemplo, deterioroen una o más áreas de funciona-miento) o a un riesgo significativa-mente aumentado de morir o sufrirdolor, discapacidad o pérdida delibertad [...] Cualquiera que sea sucausa, debe considerarse como lamanifestación individual de una dis-función comportamental, psicológi-ca o biológica”. Toda una declara-ción de intenciones.

Manifestación individual de unadisfunción localizada en el sujeto: lasalud directamente puesta al servi-cio de la enfermedad, de la disfun-ción psíquica u orgánica de unapersona: ese es el verdadero senti-do del trastorno mental de acuerdocon el DSM-IV-TR; un sentido que,además de entrañar una visión delsujeto encasillado dentro de losestrechos límites de un organismoindividual, decide desestimar laconcepción de salud como unestado de bienestar físico, psíquicoy social, y no solamente como lasimple ausencia de enfermedad ode invalidez, que maneja la OMSdesde hace más de cincuentaaños. No es posible que la “Ameri-can Psychiatric Association” seacapaz de prescindir, sin justifica-ción teórica alguna, de la vasta tra-dición de la práctica totalidad de laciencia social, de los espectacula-res datos que nos ofrece la Epide-miolog ía, de los avances en elcampo de la medicina social y lasalud pública, y de la cada vez mássolvente corriente de la Psicologíade la salud sin razón alguna. Unaconcepción del trastorno mentalcomo algo encapsulado dentro deun sujeto y suspendido en el vacíosocial no es sólo una mera declara-

ción de intenciones; es tambiénuna declaración de visiones delmundo que pasa por una sólidaconvicción: en lo que atañe a lasalud y al trastorno mental, no haynada que no pueda inferirse de loque acontece en los interiores de lapersona y del organismo humano.Si ello es así, todo lo que está yacontece fuera de la piel del indivi-duo resulta por completo indiferen-te para el trastorno mental: larepresión y la tortura por razonespolíticas, la persecución y el estig-ma en razón de inclinacionessexuales, credos religiosos quedefienden una humillante desigual-dad entre las personas, llamadasfanáticas que claman venganza,intereses políticos o económicosque terminan en conflictos arma-dos, estructuras macro y microso-ciales aupadas en la lógica de ladominación, creencias que llevanimpresa a sangre y fuego la supe-rioridad del endogrupo y la inferiori-dad étnica o cultural del exogrupo,normas que sancionan la depen-dencia, la humillación, la desigual-dad y la sumisión, leyes que jaleanla discriminación en razón de lapertenencia racial, todo esto pare-ce ser para el DSM un conjunto dehechos anecdóticos a la hora dehablar de trastorno mental. Y seequivocan de cabo a rabo.

Todas estas consideraciones nosólo sirven para seguir defendiendoalgo tan obvio como la necesidadde situar al sujeto dentro de uncontexto, sino en primer términopara defender la hipótesis de queentender y tratar el trastorno mentalen general, y el TEPT más en parti-cular, requiere el esfuerzo de mirar

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lo que acontece a su alrededor. Sir-ven también para plantear la posi-bilidad de que, cuando hablamosen términos de salud, bienestar,trastorno, etc., podamos aplicartodas estas características no sóloa las personas, sino a grupos,colectivos, comunidades. Final-mente, sirven para defender demanera convencida que la vía pararevertir el estado de insania perso-nal pasa muchas veces por modifi-car el modelo de relación que elsujeto mantiene con alguno de loselementos de su medio, o directa-mente por el cambio de alguno delos aspectos que lo caracterizan: susistema de creencias, la estructurade poder, el modelo de distribuciónde la riqueza, las valoraciones delas categorías a las que pertenece,el respeto por sus conviccionespolíticas, etc. La idea de una pato-logía instalada a lo largo y ancho delas características estructurales eideológicas de un colectivo (sectas,grupos terroristas, etc.) e inclusodentro de toda una sociedad (elcaso de Alemania durante el régi-men nazi) es algo perfectamenteasumible desde esa Psicolog íasocial que ha dado reiterada y pun-tualmente cuenta de los fenómenosde presión grupal investigados porAsch (1962), de las brutales e ines-peradas reacciones de obedienciaestudiadas por Stanley Milgram(1980), del concepto de desinvidi-duación manejado por Zimbardo ensu estremecedor experimento de lacárcel de Stanford (Zimbardo,Hanve, Banks y Jaffe, 1986), delconcepto de burocracia weberianoque retoman Kelman y Hamilton(1989) para dar cuenta de lasmasacres, del concepto de ideolo-

gía utilizado por Martín-Baró paraacercarse a la comprensión de esamodalidad extrema y letal de vio-lencia pol ítica que es la guerra(Martín-Baró, 2003), del favoritismoendogrupal y la discriminación exo-grupal que empezó a estudiar Tajfel(1984) abriendo una fructífera líneade investigación que nos lleva en laactualidad a hablar de los crímenesde odio (Dunbar, 1997; APA, 1998;Brewer, 1999). Todos estos ingre-dientes teóricos han sido tomadosrecientemente para, a raíz de losacontecimientos del 11-M, acercar-nos decididamente a la propuestade una patología grupal (ver a esterespecto el capítulo 9 de Blanco,Caballero y de la Corte, 2004; Blan-co, 2004), de una disfunción com-portamental o psicológica, porseguir utilizando los términos delDSM-IV, instalada por completofuera del sujeto individual y situadaen las antípodas de su organismo.No es este el momento ni el lugarpara desarrollar con detenimientocada una de estas hipótesis, perono quisiéramos sustraernos a ofre-cer al lector una lúcida reflexiónhecha por Zimbardo, Haney, Banksy Jaffe en la discusión de los resul-tados de su conocido experimentoque viene como anillo al dedo en elmarco del concepto de trastornoque maneja el DSM-IV-TR:

“Desgraciadamente la insisten-cia de los psiquiatras tradicionales,los psicoanalistas y los psicólogosde la personalidad en que la con-ducta desviada o patológica es unproducto de los débiles, de rasgoslatentes y de toda una cohorte dedisposiciones internas supuestasha hecho un flaco servicio a la

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humanidad. Los que ocupan posi-ciones de poder han recibido deesta forma un arsenal de etiquetaspara aplicar a los que carecen depoder, a los pobres a los disiden-tes, a los inconformistas, a losrevolucionarios, etc., permitiéndo-les mantener el estatus quo convir-tiendo a las personas en problemaen lugar de las injusticias en lasituación vital económico/socio/político. Además, este análisis dis-posicional se convierte en un armaen manos de los legisladores reac-cionarios y de las agencias encar-gadas de sancionar las leyes, yaque entonces las personas que sonconsideradas como problemapasan a ser tratadas por una de lasinstituciones ya existentes mientrasque las situaciones problema sonignoradas o despreciadas comoirrelevantes o demasiado comple-jas para cambiar fácilmente” (Zim-bardo, et. al., 1986, p. 105).

No se andan por las ramas losinvestigadores de la Universidad deStanford; más aún, da la impresiónde que ponen el dedo en la llagaque más duele: en el fondo, la con-cepción del trastorno en los térmi-nos manejados por el DSM-IV-TRno deja de ser una apuesta por unavisión del mundo centrada en elsujeto, en sus méritos y deméritos,en sus éxitos y fracasos, en suslogros y frustraciones, dejando almargen, como si de un adornomeramente estético se tratara, losrasgos y características del contex-to en el que está inserto, dando porbueno, o al menos por inocuo parala salud o el trastorno mental, cual-quier sistema político, cualquierordenación del poder, cualquier

modelo de distribución de la rique-za, cualquier estructura de normas,cualquier sistema de valores, cual-quier entramado de creencias. Ese1.7 para el caso de la depresión,3.59 para el abuso del alcohol, y7.85 de riesgo mayor para contraerla esquizofrenia en mujeres negras,pobres a cargo de familias mono-parentales que nos ofrecía haceaños Deborah Belle (1990), sólopuede ser, desde la lógica delDSM-IV, una “manifestación indivi-dual de una disfunción comporta-mental, psicológica o biológica”.Este es, sin duda, el camino másseguro para culpar a la víctima desu trastorno y exculpar al entorno,con las consecuencias socio-políti-cas que de ello se derivan, aberran-tes la mayoría de ellas. De dentrohacia fuera: una reacción “anormal”en el marco de un contexto “nor-mal”.

La propuesta de Martín-Baró vaa ser justamente la contraria: aveces, el trastorno psicológico noes sino el reflejo de algún tipo dedisfunción en el marco de las rela-ciones sociales:

“La salud mental deja de ser unproblema terminal [la situación pos-traumática] para convertirse en unproblema fundante [la situación pre-traumática]. No se trata de un fun-cionamiento satisfactorio del indivi-duo; se trata de un carácter básicode las relaciones humanas que defi-ne las posibilidades de humaniza-ción que se abren para los miem-bros de cada sociedad y grupo. Entérminos más directos, la saludmental constituye una dimensión delas relaciones entre las personas y

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grupos más que un estado indivi-dual, aunque esa dimensión seenraíce de manera diferente en elorganismo de cada uno de los indi-viduos involucrados en esas relacio-nes, produciendo diversas manifes-taciones (síntomas) y estados (sín-dromes)” (Martín-Baró, 2003, p.336) [...] “Es evidente que el trastor-no o los problemas mentales no sonun asunto que incumba únicamenteal individuo, sino a las relaciones delindividuo con los demás; pero si elloes así, también la salud mental debeverse como un problema de relacio-nes sociales, interpersonales e inter-grupales, que hará crisis, según loscasos, en un individuo o en ungrupo familiar, en una institución oen una sociedad entera. Es impor-tante subrayar que no pretendemossimplificar un problema complejocomo el de la salud mental negandosu enraizamiento personal y, porevitar un reduccionismo individual,incurrir en un reduccionismo social.En última instancia, siempre tene-mos que responder a la pregunta deporqué éste sí y aquél no. Pero que-remos enfatizar lo iluminador queresulta cambiar de óptica y ver lasalud o e trastorno mentales nodesde dentro afuera, sino de afueradentro; no como la emanación deun funcionamiento individual inter-no, sino como la materialización enuna persona del carácter humaniza-dor o alienante de un entramado derelaciones sociales” (Martín-Baró,2003, p. 338).

La cita es larga, pero merece lapena que la tomemos en conside-ración. Se trata de una propuestahecha hace veinte años (muy pio-nera, por tanto), que se instala den-

tro de unos parámetros avaladospor la teor ía socio-histórica deVygotski (1987): desde el punto devista psicosocial, la unidad de aná-lisis de cualquier fenómeno psico-lógico (y la salud o el trastornomental lo son por derecho propio)no puede ser otro que la relaciónsujeto-objeto, individuo-mundo. Lorelacional como fuente de realidad,huyendo de los clásicos determi-nismos centrados en la obtusa,innecesaria, y periclitada primacíade cualquiera de ellos. Esa es lalínea argumental de la ley genéticadel desarrollo cultural, del desarro-llo sin cambios en el tipo biológico,y de la sociogénesis de las formassuperiores de conciencia: “Detrásde todas las funciones superiores,de sus relaciones, están, genética-mente, las relaciones sociales, lasrelaciones reales entre la gente”(Vygotski, 1987, p. 161). La con-ducta del hombre adulto contem-poráneo, argumenta, resulta ser elproducto de dos procesos diferen-tes: el proceso de evolución bioló-gica, y el proceso de desarrollo his-tórico, pero es indudable que eldesarrollo, y sobre todo la expre-sión y manifestación de las funcio-nes psíquicas superiores ha acon-tecido al margen del primero. Solo-mon Asch asestó un golpe teóricodefinitivo a los determinismos psi-cológico y sociológico; ambos, dijo,están aquejados de varias caren-cias: “carecen de la concepción deque las cosas relacionadas produ-cen efectos ordenados que depen-den de las propiedades de los par-ticipantes. En particular carecen dela concepción de interacción psico-lógica y de campo mutuo. Ambasignoran el hecho de la interacción...

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Ninguna puede admitir el hecho deque los acontecimientos psicológi-cos a los que llamamos socialesson, en un sentido preeminente,relacionales” (Asch, 1962, p. 257).

La escasa atención prestada porel DSM-IV-TR a los aspectos socia-les del trauma y a las característi-cas del contexto en el que se mani-fiesta, choca con la opinión genera-lizada de que “el DSM no es undocumento científico, es un docu-mento social” (Widiger y Trull, 1991,p.111). Esta afirmación puede com-probarse con especial claridad enel caso de la creación e inclusiónde la categoría diagnóstica que nosocupa, el TEPT.

LA CONSTRUCCIÓN YDECONSTRUCCIÓN SOCIALDEL TEPT

Como es bien sabido, en su ori-gen, el TEPT estuvo estrechamenteligado a la guerra. Da sus primerospasos en 1871, cuando un médiconorteamericano, Da Costa, publicaen el “Journal of Medicine andSciences” un artículo bajo un suge-rente título, “El corazón irritado”, enel que narra una suerte de desor-den funcional cardíaco padecidopor un combatiente en la GuerraCivil norteamericana (1861-1865).El soldado en cuestión presentabadolor en el pecho, taquicardia yvértigos. Los estudios acerca delos efectos de los conflictos bélicossobre la salud de los combatientesen la Guerra Civil y en la PrimeraGuerra Mundial, así como la publi-cación del libro de Abraham Kardi-ner, The Traumatic Neurosis of War,

señalaron la presencia de una seriede síntomas que, tomados en con-junto, afectaban a la mayoría de lossoldados que habían participado enestos conflictos. Según Kardiner,los soldados sufrían una irritabili-dad crónica, reacciones de sobre-salto y agresiones explosivas. Sinembargo, el síntoma más caracte-rístico era la tendencia a revivir lasituación traumática de manera queel paciente actuaba como si lasituación original se mantuviera.

Estos estudios y descripcionesno fueron, sin embargo, suficientespara impulsar la existencia de unacaracter ística diagnóstica. Lamayoría de las revisiones históricas(Bobes, Bousoño, Calcedo y Gon-zález, 2003) cifran en dos los acon-tecimientos centrales para la intro-ducción de esta categoría en elDSM: el retorno de los soldados deEEUU de la guerra de Vietnam, y laprimera descripción psicopatológi-ca de las mujeres víctimas de unaviolación. El primero produjo ungran impacto en el país. Los solda-dos se encontraron con una situa-ción que los hacía extraordinaria-mente vulnerables debido por unaparte a la falta de agradecimiento yconsideración por sus sacrificios enuna guerra impopular, y después ala posterior ausencia de reconoci-miento de sus problemas emocio-nales, lo que les impedía el accesoal tratamiento sanitario y a las com-pensaciones económicas. Dadoque los soldados afectados poreste trastorno describieron sínto-mas muy parecidos a los señaladospor Kardiner, muchos profesionalessanitarios comenzaron a presionarpara que la enfermedad se introdu-

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jera como una nueva categor íadiagnóstica en el DSM-III.

Otro suceso fundamental fue ladescripción, en 1974, del síndromede la mujer violada (Burguess yHolstrom, 1974). En este trabajo seseñalaba que las terribles pesadi-llas y flashbacks que experimenta-ban las mujeres que habían sidovíctimas de una violación resulta-ban muy parecidos a los que habí-an sido descritos en soldadosexpuestos al combate. Se produjo,además, una sensibilización mayorhacia algunos traumas que podíanexperimentarse en la vida civilcomo el maltrato a menores o laviolencia doméstica (Walker, 1979).

Los grupos políticos de apoyo aestos dos movimientos, veteranosde guerra y movimientos feminis-tas, ejercieron una dura presiónsobre los comités y grupos de tra-bajo que estaban gestionando elDSM-III. De hecho, la inclusión fueclaramente precipitada porque,como señalan la mayoría de losautores, no se realizaron estudiosde campo y los criterios diagnósti-cos se incluyeron basándose enuna revisión de la bibliografía y dela casuística disponible (Bobes, et.al., 2003). Finalmente, en 1980 elsistema DSM aceptó incluir undiagnóstico nuevo que reflejaraestos trastornos al que llamó post-traumatic stress disorder (PTSD):trastorno de estrés postraumático.La inclusión de este diagnósticotuvo grandes repercusiones políti-cas dentro del ámbito de la causali-dad de los trastornos mentales alser el primero en el que la causa sesituaba fuera del individuo.

Desde la creación e inclusión dela categoría de TEPT en el DSM-IIIse han desarrollado numerosasinvestigaciones sobre la psicología,biología, epidemiología y tratamien-to de este trastorno que, aunquehan contribuido a un mejor conoci-miento del trauma, han ido tejiendotambién una serie suposicionessobre las que merece la pena vol-ver. En primer lugar, resulta necesa-rio reseñar que categorías como elTEPT son simplemente herramien-tas en las que han convenido losprofesionales, y de las que nosvalemos para orientarnos y darsentido a una parte muy concretade la realidad; son artefactos, comotodos los que usamos en Psicolo-gía, que han sido elaborados den-tro de un contexto normativo yvalorativo del que se sirven deter-minados colectivos e instituciones.El TEPT no fue descubierto comose descubre un virus, una proteínao un fragmento de ADN. El TEPT esfruto de un acuerdo, como lo sonlos elementos que definen nuestrarealidad social. Las reacciones quedescubren no son ciertamente un“mito”, en el sentido que ThomasSzasz (1974) da a este término apli-cado a los trastornos mentales,pero contrariamente a lo que suce-de cuando describimos las reaccio-nes del VIH, el TEPT lleva impresaen su descripción una visión delmundo protagonizado por un sujetodueño, soberano y protagonistaabsoluto de sí mismo y de su con-ducta, cuyo comportamiento siguepuntualmente las directrices marca-das por los deseos, intenciones,motivos y razones personales. ElEje IV del DSM-IV-TR incluye cierta-mente una serie de categorías que

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definen problemas agrupados entorno al grupo primario de apoyo, alambiente social, relativos a la ense-ñanza o a la economía, pero eso noparece haber servido para introdu-cir ni un solo matiz en la concep-ción del trastorno mental. Digamosque no ha servido de mucho.

El uso de categorías ha sido pre-dominante en las llamadas culturascientíficas occidentales durante lastres últimas décadas, y subyace aun tipo de pensamiento que ha sidodenominado por Bruner (1986, p.62) paradigmático, en la medidaque “emplea categorizaciones yconceptualizaciones y articula lasoperaciones mediante las cualeslas categorías son establecidas […]y relacionadas con otras para for-mar un sistema”. Desafortunada-mente, en muchas ocasiones cuan-do construimos categorías como elTEPT, las vemos en s í mismascomo realidades y las confundimoscon el mundo real. Como resultadode esta equivocación también sole-mos confundir clasificar con com-prender, y etiquetar con explicar(Ross, 1980). El TEPT forma partede un sistema de clasificación, ylos sistemas de clasificación no sonverdaderos (válidos) o falsos (noválidos); son simplemente útiles.Los criterios de validez que debe-mos emplear son criterios de utili-dad (Nathan y Langenbucher,1999), y éstos son de dos órdenes:facilitar el diagnóstico clínico y latoma de decisiones, por una parte,y proceder a la intervención o altratamiento por la otra. Las catego-rías diagnósticas como el TEPTdeben facilitar, pues, el juicio clínicoy el tratamiento.

Aunque las categorías puedenayudar a efectuar un diagnósticoclínico preciso, también puedensesgar el procesamiento de la infor-mación. El problema comienza conlas creencias previas del profesio-nal. Como hemos comentado, laprimera de ellas es que los trastor-nos mentales existen y tienen pro-piedades reales. Relacionado conello se supone que las personasque acuden a un psicólogo clínicotienen, por tanto, problemas quedeben encajar en alguna categoríadiagnóstica. Finalmente, los propiosprofesionales creen que son objeti-vos en su percepción de la realidad,que no están influidos por los ses-gos y errores en el procesamientode la información, que son inmunesal error atributivo fundamental, yque, por tanto, toman decisionesobjetivas. La génesis de esta auto-percepción está relacionada con lacreencia general de que los profe-sionales de la salud que han recibi-do una formación académica sonmás precisos y cometen menoserrores a la hora de procesar lainformación diagnóstica que laspersonas que no han recibido esaformación. Los datos que nos ofre-ce la investigación no siemprecorroboran esta imagen (Garb,1998), debido fundamentalmente ala existencia de un sesgo confirma-torio a la hora de comprobar lashipótesis diagnósticas, que haceque los profesionales de la saludsesgen el procesamiento de lainformación prestando mayor aten-ción a la información que confirmasu diagnóstico (Dawes, 1998). Dehecho, en oposición a la creenciade que cuanto mayor es la expe-riencia profesional clínica menores

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son los errores en el procesamientode la información, distintas investi-gaciones señalan la existencia decorrelaciones positivas que apuntanen la dirección contraria: cuantomayor es la experiencia, mayoreserrores y sesgos se cometen en elprocesamiento de la información(Snyder, Shenkel y Lowery, 1977;Garb, 1998). Finalmente, existetambién la creencia de que emplearuna categoría diagnóstica como elTEPT facilita el tratamiento, pero lostratamientos con una teoría que lossustente en su base es fundamentalpara poder explicar cuáles son lascausas, qué es lo que sucede y quédebe ser mantenido o cambiado.Puesto que el DSM, por diseño, espuramente descriptivo y ateórico,no puede adentrarse en la etiologíade los trastornos que describe; sim-plemente realiza una descripción desíntomas que puede sugerir, aunquevagamente, qué debe cambiarse.Pero el DSM no puede señalarlos elcómo facilitar el cambio, ni tampo-co cuáles son las causas.

Estamos manejando dos obvie-dades: a) los profesionales de laPsicología tienen también una teo-ría sobre el funcionamiento de lamente propia y de la mente ajena, yb) el TEPT lleva impresa en su des-cripción una visión del mundo pro-tagonizada por un determinadomodelo de sujeto. Un modelo desujeto que, entre otros, chocaría defrente y estrepitosamente no sólocon la teoría socio-histórica deVygotski, a la que hemos aludido,sino con la epistemología compara-da de Lewin (1991), con la teoría dela categorización de Tajfel (1984),con el realismo crítico de Martín-

Baró (1998), con el sujeto reflexivode Mead (1925, 1964), con elmodelo relacional de Asch (1962),con el modelo cibernético de Mil-gram (1980), y por supuesto con el“sujeto con mente” de Angel Riviè-re (1991). El TEPT se sustentasobre una teoría de la mente queconcibe al sujeto desprendido delmundo, y que atribuye intenciones,infiere creencias, descubre motivosy averigua razones sirviéndoseúnica y exclusivamente del sujeto, yse acerca a su comportamiento conla sospecha de que todo está escri-to en su interior. Este es, sin duda,su argumento central, pero curiosa-mente es también, y al mismo tiem-po, el argumento central del queconocemos como error fundamen-tal de atribución, una tendencia aenfatizar y a sobreestimar lo dispo-sicional (causas internas) frente a losituacional (el contexto) a la horade percibir, juzgar o analizar la con-ducta de las personas. Es impor-tante resaltar esta paradoja que nodeja de ser teóricamente hiriente.Fritz Heider creyó a pie juntillas quela Psicología científica debe muchoa la Psicología ingenua, a esa Psi-colog ía natural e intuit iva queposee el hombre de la calle queempezamos y acabamos siendotodos, prácticamente sin excep-ción. En el terreno que nos ocupa,todos los datos apuntan a que elcientífico ingenuo ha ido por delan-te del profesional, y bueno será queintentemos poner remedio a undesfase del que no hay razón algu-na para sentirse orgulloso. Para ellono es necesario correr el riesgo deconstruir apresuradamente unanueva epistemología psicológica;nos basta y nos sobra con la que

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se fue poniendo en uso desde losaños treinta de la mano de losautores antes mencionados. Sonprecisamente ellos quienes con susreflexiones teóricas, derivadas lasmás de las veces de estudios einvestigaciones consagradas comoclásicas, han abierto el camino a unenfoque claramente alternativo aese empirismo individualista atadode pies y manos al error fundamen-tal de atribución, cuya única fuentede conocimiento son los datos pro-venientes de un sujeto psicológicoque atesora una libertad individualsin límites, y que en un determina-do momento, debido a una quiebrainterior, se desliza por derroterosempedrados de insania. Y esteenfoque alternativo pasa por lanecesidad de emplear un enfoqueverdaderamente psicosocial.

LA DIMENSIÓN PSICOSOCIALDEL TRAUMA

Apostada en la estación de Ato-cha había una pancarta en la quese podía leer: “Ningún hombre esuna isla”. La letra es Tajfel, y lamúsica nos lleva por una hipótesisque es necesario recuperar a lahora de hablar de cualquier aspec-to del funcionamiento psíquico delsujeto, incluido, claro está, el tras-torno mental: “la Psicología socialpuede y debe incluir entre sus pre-ocupaciones teóricas y en relacióncon la investigación, un interésdirecto por las relaciones entre elfuncionamiento psicológico huma-no y los procesos y acontecimien-tos a gran escala que moldean estefuncionamiento y son moldeadospor él” (Tajfel, 1984, p. 23). Este es

un supuesto regio desde el puntode vista psicosocial, que no sólosirve para el estudio de esos com-portamientos de los que tradicio-nalmente se ha ocupado nuestradisciplina (el altruismo, las actitu-des, la agresión, los fenómenosgrupales, etc.), sino de cuantosquepan ser estudiados desde laperspectiva psicosocial, que sontodos, incluida, sin ningún génerode dudas, la salud mental. El bie-nestar y la salud, como cualquierotro proceso psicológico, no puedeser un juego de afirmaciones abso-lutas e ingrávidas alejadas de laconcreción de quienes la protago-nizan. Desde la teoría de la catego-rización social ya sabemos que losjuicios sobre las personas, como esun diagnóstico sobre su salud men-tal, nunca pueden hacerse en unvacío de afirmaciones absolutasque lleva implícita la imagen de ais-lamiento y soledad de los fenóme-nos psicológicos que tenemosentre manos. Eso que llamamosmente (la identidad, el self, la con-ciencia, la subjetividad) no puededefinirse desde un soliloquio inter-minable desde sí misma para con-sigo misma de espaldas a la reali-dad que la rodea. Y aunque tradi-cionalmente se nos haya hechocreer lo contrario, la salud mentalno puede ser una excepción.

Cuando adjetivamos “psicoso-cialmente” el trauma, lo que esta-mos haciendo es tratar de situarloen sus coordenadas socio-históri-cas, por si cupiera la posibilidad deestablecer una relación entre lascondiciones en las que se ha gesta-do y la naturaleza o intensidad deldaño causado, y de que sus conse-

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cuencias pudieran afectar no sólo alas personas particulares, sino a losdiversos elementos del entorno enel que se mueven. De nada nossirve saber que el origen del traumase sitúa fuera del sujeto si no toma-mos en cuenta este hecho paraconectarlo con la naturaleza ycaracterísticas de sus manifestacio-nes internas o externas. Siguiendola senda previamente marcada,desde la perspectiva psicosocialresulta no solo pertinente, sino detodo punto de vista imprescindiblepreguntarse por las condicionesque rodean a las personas quesufren el trauma por si lo postrau-mático pudiera ser en un determina-do momento una continuación anivel personal de condiciones pre-traumáticas. Con ello volveríamos alnúcleo duro de la perspectivasocio-histórica: de afuera (condiciónpretraumática) adentro (estrés pos-traumático). Es así como el traumatendría un carácter social por parti-da doble: por su origen y por losefectos que va desplegando en suentorno. Historizar el dolor: dedónde procede, las razones que logeneran, los personajes que lo pro-tagonizan como actores y comopacientes. El sujeto del trauma,como el sujeto empeñado en sacu-dirse la adicción al alcohol, nopuede renunciar, si no quiere versereducido a una sombra de s ímismo, a su reflexividad (capacidadde ser al mismo tiempo objeto ysujeto de nuestro propio conoci-miento, decía Mead, y capacidadpara ponerse en lugar del otro), a suhistoricidad, a su capacidad de cre-ación, manejo y transmisión de sím-bolos (la capacidad de signación,que decía Vygotski), a su socialidad

(ubicación dentro de una red derelaciones sociales, estructuras depoder sobre todo), a su actividadhacia dentro (capacidad de apren-der y cambiar sus estrategias com-portamentales o cognitivas) y haciafuera (capacidad para modificar elmedio); un sujeto, en fin, que estácontinuamente aportando pruebasque contradicen abiertamente eseerror fundamental de atribución enel que parece haberse enclaustradoel TEPT. El protagonista del trastor-no y de la salud no puede ser otroque un sujeto socio-histórico.

Lo son sin duda los sujetos queprotagoniza la violencia terroristaque nos asoló el 11-M, y lo sontambién quienes, en diverso grado,sufrimos sus consecuencias, quede alguna manera somos todos, desuerte que cuando analizamos epi-sodios de esta naturaleza resultaimprescindible mirar alrededor,entre otras cosas para no caer en lacómoda tentación de suponer quela guerra, el terror indiscriminadoperpetrado al amparo de credosreligiosos o banderías políticas, latortura, el secuestro o el tiro en lanuca a plena luz del día son única-mente manifestaciones de la insa-nia deleznable o excesos ocasiona-les de determinadas personas.Desde la perspectiva psicosocialresulta inaceptable reducir el trau-ma psicológico causado por lasdiversas y sofisticadas formas enlas que se manifiesta la violenciapolítica y el terror a una mera ecua-ción personal. Esa fue la hipótesisque trabajó, con perfecto conoci-miento de causa, Ignacio Martín-Baró: vivió en medio del conflictosalvadoreño, a su estudio dedicó

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sin duda la parte más importantede su quehacer científico, y murióasesinado por el ejército salvadore-ño en el recinto de la Universidaduna madrugada del mes denoviembre de 1989. Son muchaslas razones para prestar la máximaatención a su propuesta sobre eltrauma, que se dejaría resumir enlos siguientes puntos:

1. Como cualquier otro fenóme-no psicológico, el trauma posee uncarácter dialéctico; es el resultadode ese complejo proceso de rela-ciones en el que está implicado elsujeto y los procesos y aconteci-mientos sociales a gran escala quelo rodean, que hemos visto defen-der a Tajfel. Cuando hablamos delcarácter dialéctico del trauma que-remos decir “...no sólo que el trau-ma es producido por la sociedad,aunque el afectado principal sea elindividuo, sino que la naturaleza deltrauma hay que ubicarla en la parti-cular relación social de la que elindividuo sólo es una parte” (Mar-tín-Baró, 2003, p. 293).

2. Al defender el origen social deltrauma, se hace necesario mirar nosólo al sujeto que lo sufre, sino a lasituación que lo alimenta, al con-texto que le da cobertura, a laestructura que lo origina, lo institu-cionaliza y lo mantiene. No se tratasolo de mirar “fuera” del sujeto,sino de mirar “antes” de que ocurrael trauma, prestar atención a lasituación pretraumática, porque esen ella donde se encuentran algu-nas de las claves del daño psicoló-gico que arrastra, y todas las cla-ves del desorden social que aca-rrea. El trauma no sólo afecta a per-

sonas concretas, sino a su mundode relaciones sociales, a las estruc-turas e instituciones sociales dentrode las cuales se ubican los sujetos.

3. El trauma se convierte así en“una consecuencia normal de unsistema social basado en relacio-nes sociales de explotación y opre-sión deshumanizadoras... el traumapsicosocial puede ser parte de una‘normal anormalidad’ social” (Mar-tín-Baró, 2003, p. 295) que afectade manera especial a los colectivosy grupos más vulnerables.

4. Es entonces cuando podemosdecir que “el trauma psicosocialconstituye la cristalización concretaen los individuos de unas relacio-nes sociales aberrantes y deshu-manizadoras como las que prevale-cen en situaciones de guerra civil”(Martín-Baró, 2003, p. 293).

En buena medida, lo confiesanlos propios autores, este fue elmarco de referencia en el que seinstalaron un grupo de profesiona-les de la salud mental (mayormenteprocedentes de la Psicología) quecomenzaron a trabajar con perso-nas que habían sido pasto de lapersecución política y de la torturaa mano de los esbirros del generalPinochet. No tardaron mucho enpercatarse de que si bien los afec-tados entraban plenamente dentrode la categoría de “traumatizados”,no siempre resultaban útiles lascategorías diagnósticas tradiciona-les a la hora de identificar la sinto-matología y el padecimiento. Seimponía, cuenta Elisabeth Lira, untipo de diagnóstico que tuviera encuenta el origen del trauma:

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“Este tipo de diagnóstico difierede los tradicionales porque hacereferencia a la situación de viola-ción de los derechos humanosque está en el origen del padeci-miento, lo que no permite que unproblema de origen sociopolíticose encubra como un problema deorigen psicopatológico individualni se desconoce tampoco lasdimensiones psicopatlógicasespec í f icas que puedan estarimplicadas. Esta manera de nom-brar el padecimiento – identifican-do la situación que lo origina –impide su reducción a la sintoma-tología, la que puede ser observa-ble en situaciones de origen muydiferente. Sería erróneo entenderlocomo un diagnóstico referido a unsíndrome específico de la tortura,del torturado, del exilio o del exi-liado, no obstante la situaciónpolítica que les ha afectado puedaser descrita en términos semejan-tes o análogos.... El diagnósticode estrés postraumático... al estarincorporado dentro de los cuadrosreconocidos oficialmente en lamayor parte de los países, tienediversos inconvenientes productode su carácter general y de laimprecisión respecto al procesopsicopatológico que se desenca-dena” (Lira, 1999, 143).

Cabe, entonces, la posibilidad deque al hablar del trauma causadopor la violencia estemos hablandotanto de una sintomatología deíndole psicopatológica como deexpresiones concretas de un con-flicto social y político cuyas conse-cuencias se dejan sentir tanto en elpsiquismo individual como en lasubjetividad social. En muchos

casos, se trata del uso del dolor ydel sufrimiento para regular y con-trolar la conducta política de los ciu-dadanos de un determinado país.De un uso perfectamente organiza-do y meticulosamente planificado;de “...un diseño [del terror] dirigido aun sector de la población en razónde su ideología y su práctica políti-ca, que tiene efectos sobre el con-texto social, desalentando la partici-pación social en general y vinculan-do experiencias de muerte – trau-matizaciones extremas – a la accióne ideología política de las personas”(Becker, et. al., 1990, 288). La con-secuencia no se deja esperar: “Portanto, dicen, nuestra conceptualiza-ción diagnóstica de la experienciatraumática incluye una caracteriza-ción de la situación represiva espe-cífica y del proceso que esta situa-ción desencadena en los sujetos, enlas familias y en los grupos” (ILAS,1990, 40).

En los actos de violencia queencuentran su apoyo en el fanatis-mo político o religioso (el 11-M esuno de ellos), se ponen en marchaprocesos que sitúan a las personas(a las víctimas y a los victimarios)dentro un contexto atravesado derelaciones de poder y sumisión,dentro de un marco en el que seactivan hasta el paroxismo perte-nencias categoriales alimentadasde verdades a medias y de menti-ras de cuerpo entero, de estereoti-pos nada benevolentes que desem-bocan en una polarización extremade personas y posiciones (un“ellos” y “nosotros”, que da paso a“nosotros” contra “ellos”), que sue-len abrir el camino a esos procesosde favoritismo endogrupal y discri-

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minación exogrupal de los que tansólidas y reiteradas noticias tene-mos a partir de las investigacionespioneras de Tajfel sobre el grupomínimo. La traumatización extrema,dice David Becker, uno de losmiembros de aquel histórico Insti-tuto de Salud Mental y DerechosHumanos (ILAS), “se caracterizapor una estructura de poder basa-da en la eliminación de grupos depersonas por miembros de sumisma sociedad. No tiene límite enel tiempo y se desarrolla secuen-cialmente” (Becker, 1995, p. 107).La estructura de poder comomarco de referencia a la hora dehablar del trauma: “los victimariosen todas las partes del mundo hanusado el ‘desorden’ de las víctimaspara justificar sus actos de cruel-dad y destrucción” (Becker, 1995,p. 103), normalmente una desvia-ción ideológica de carácter políticoo religioso a la que es necesarioponer fin sin ahorrar ningún medio.Para los victimarios, el problema noreside en el “desorden social” (esedesorden ordenado del que habla-ba Martín-Baró) que puede suponerlas condiciones miserables querodean la vida de millones de per-sonas, la injusticia, la desigualdad,la represión política, la persecuciónen razón de las ideas, o el fanatis-mo religioso, sino la resistencia dedeterminadas personas a admitirlas condiciones o a asumir los pos-tulados que les imponemos comoverdades absolutas con vocaciónde eternidad. Una posición a todasluces insostenible no sólo desde elpunto de vista moral, sino desdecualquier supuesto científico delque nos queramos valer en el estu-dio del trastorno mental.

Aquella “nueva psicología del trau-ma” de la que habló Janoff-Bulmanhace veinte años, necesita tener encuenta la totalidad de las experien-cias de los supervivientes, parte delas cuales caen lejos de los paráme-tros con los que se maneja en TEPT:el sistema de creencias acerca delmundo y de nosotros mismos quenos permite relacionarnos con elentorno, la confianza en los demás,el reconocimiento del valor propio, lasensación de control sobre lo quenos sucede, y el sentimiento de invul-nerabilidad, todas esas cosas quenos permiten dar coherencia, orden yestabilidad al mundo que nos rodeaqueda hecho añicos como conse-cuencia del terror (Janoff-Bulman,1992, p. 50). Un orden y una estabili-dad que, entre otras cosas, sederrumba estrepitosamente comoconsecuencia de la violencia, yhacen de él un contexto “amenaza-dor y traumatizante, con gran poten-cial destructivo” (Lira, Becker y Casti-llo, 1990, 39), convirtiendo las relacio-nes interpersonales en un campominado de amenazas, desconfianzay temor: se destruye la confianza enlos demás, una de las creenciassobre las que fundamentamos nues-tra vida interactiva. El miedo pasa asía convertirse en el patrón fundamen-tal de la vida social. El miedo comoproceso psicológico y como procesopolítico: ese es su estatus, y ese estambién el título del primer capítulode uno de los estudios más significa-tivos del grupo chileno, agrupado yapara esas fechas en el “Instituto Lati-noamericano de Salud Mental yDerechos Humanos” (ILAS):

“El miedo se genera en la subjeti-vidad de personas concretas, y

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como tal es una experiencia privaday socialmente invisible. Sin embar-go, cuando miles de sujetos sonamenazados simultáneamente den-tro de un determinado régimen polí-tico, la amenaza y el miedo caracte-rizan las relaciones sociales inci-diendo sobre la conciencia y la con-ducta de los sujetos. La vida coti-diana se transforma. El ser humanose hace vulnerable... La relaciónentre la amenaza política y la res-puesta de miedo individual o socialforma parte simultáneamente deprocesos psicológicos y procesospolíticos que se influyen dialéctica-mente” (Lira y Castillo, 1991, p. 8).

De hecho, autores como Foa,Steketee y Routhbaum (1989), enuna primera aproximación que darápaso posteriormente a su teoría delprocesamiento emocional, señalanque lo que caracteriza al TEPT fren-te a otros trastornos de ansiedades la ruptura de los conceptos deseguridad y la activación de unamemoria del miedo que provocaque las personas que lo sufrenactúen con un estilo de superviven-cia que les impide llevar una vidanormal. Mart ín-Baró expresó lamisma idea valiéndose de otros tér-minos: la estrechez y rigidizaciónde la vida social, la polarizaciónsocial, la devaluación de la vidahumana, el socavamiento de lasrelaciones sociales, y el deteriorode la convivencia social son conse-cuencias del trauma psicosocial:

“Sin duda el efecto más deletéreode la guerra en la salud mental delpueblo salvadoreño hay que buscarloen el socavamiento de las relacionessociales, que es el andamiaje donde

nos construimos históricamentecomo personas y como comunidadhumana. Aflore o no en trastornosindividuales, el deterioro de la convi-vencia social es ya, en sí mismo, ungrave trastorno social, un empeora-miento en nuestra capacidad colecti-va de trabajar y amar, de afirmarnuestra peculiar identidad en la histo-ria de los pueblos. La guerra está detal manera corroyendo nuestras raí-ces humanas, que no es impropiocuestionarse, como algunos ya lo hanhecho, si no está en peligro la viabili-dad histórica de nuestro país; y malpodemos hablar de salud mental deun pueblo incapaz de asegurar supropia supervivencia” (Martín-Baró,2003, p. 343-344).

Richard Mollica, Director del “Har-vard Programm in Refugee”, coinci-de con Janoff-Bulman (resulta difícilno hacerlo) en que la experiencia deltrauma derivado de la violencia polí-tica no sólo conduce a una transfor-mación del sistema de valores, auna destrucción de las costumbresculturales y de las creencias, y a suposterior sustitución por nuevasideas respecto al mundo que nosrodea, sino que además el traumalleva consigo una serie de limitacio-nes funcionales a las que concedeuna relevancia, teórica y metodoló-gica, primordial: “la descripción delas limitaciones funcionales a partirde los síntomas médicos y psiquiá-tricos ha sido uno de los grandeslogros metodológicos de las investi-gaciones realizadas durante la pasa-da década sobre las consecuenciasen la salud de los hechos traumáti-cos” (Mollica, 1999, p. 54). Esaslimitaciones afectan a las habilida-des y capacidades para funcionar

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de manera autónoma y pertinenteen la vida cotidiana, al rendimientointelectual debido a la fatiga crónicay al cansancio mental asociados altrauma, a las obligaciones socialesnormales, y a la pérdida de confian-za en supuestos tan centrales comoel de justicia, equidad, libertad,moralidad, etc.

LA PSICOLOGÍA Y SUCOMPROMISO CON ELBIENESTAR

El trauma socava, debilita y limitala vida personal y social de las víc-timas. En ese contexto es en el queentra en escena la Psicología, elque le exige una respuesta inme-diata como ciencia y como profe-sión. El 11-M ha tenido de las dos,buena prueba de ello es estenúmero monográfico, que se añadeal Número extraordinario “Interven-ción psicológica tras los atentadosdel 11 de marzo en Madrid”, publi-cado en esta misma Revista. Conello no hacemos más que cumplircon nuestro deber, ese que quedaclaramente explicitado en el Artícu-lo 5 de nuestro Código Deontológi-co: “El ejercicio de la Psicología seordena a una finalidad humana ysocial, que puede expresarse enobjetivos tales como el bienestar, lasalud, la calidad de vida, la plenituddel desarrollo de las personas y delos grupos, en los distintos ámbitosde la vida individual y social”. Elbienestar y la salud como princi-pios rectores de nuestro quehacer:he aquí un escueto y preciso resu-men del deber ser de la Psicología,de una ciencia de la que ya no nosvale solo decir que no está libre de

valores, sino de la que proclama-mos los valores que rigen su ejerci-cio profesional.

Robert Nisbet, un fino historiadorde la ciencia social, desarrolló contodo lujo de detalles una hipótesisa la que nos interesa prestar lamáxima atención:

“las grandes ideas de las cien-cias sociales tienen invariablemen-te sus ra íces en aspiracionesmorales. Por abstractas que lasideas sean a veces, por neutralesque parezcan a los teór icos einvestigadores nunca se despojan,en realidad, de sus orígenes mora-les. Esto es particularmente ciertocon relación a las ideas de que nosocupamos en este libro [comuni-dad, autoridad, estatus, lo sagradoy la alineación]. Ellas no surgierondel razonamiento simple y carentede compromisos morales de laciencia pura. No es desmerecer lagrandeza científica de hombrescomo Weber y Durkheim afirmarque trabajan con materiales inte-lectuales – valores, conceptos yteorías – que jamás hubieran llega-do a poseer sin los persistentesconflictos morales del siglo XIX.Cada una de las ideas menciona-das aparece por primera vez enforma de una afirmación moral, sinambigüedades ni disfraces. Estasideas nunca pierden por completosu textura moral. Aún en los escri-tos científicos de Weber y Durk-heim, un siglo después de queaquéllas hicieran su aparición, seconserva vívido el elemento moral.Los grandes soció logos jamásdejaron de ser filósofos morales”(Nisbet, 1969, p. 33-34).

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El acuerdo en este sentido esprácticamente unánime: el interésque en su momento unió a pensa-dores de diversa procedencia yadscripción política fue la hondapreocupación por las consecuen-cias social y psicológicamentedevastadoras de los cambios tec-nológicos: la degradación de lavida de los trabajadores, la sacudi-da sufrida en las formas de vidatradicionales, la anarquía intelectualy el caos moral, el profundo dete-rioro de la socialidad, la honda hue-lla psicológica que va dejando trasde sí la alineación, por no hablar delas condiciones de vida humillantesa que se vio enfrentada la masaobrera. Todo ello conduce a unobjetivo compartido sin fisuras porla práctica totalidad de los máscualificados protagonistas de laciencia social: la emancipación, “elinterés cognoscitivo emancipato-rio”, en palabras textuales deHabermas (1982, p. 325) que ase-gura la conexión del saber teóricocon una práctica vivida.

Ese interés ha tenido en la Psico-logía una traducción más que con-vincente en el concepto de bienes-tar, que, bien mirado, no es otracosa que un sinónimo del conceptode salud. La búsqueda y la implan-tación del bienestar se conviertenpara nosotros en el sinónimo de laemancipación, y por tanto nadamenos que en el hecho fundante dela Psicología, en el objetivo últimoque la justifica como ciencia y lalegitima como una profesión resuel-tamente volcada a la intervención.Su vocación emancipatoria se tra-duce en su inveterada vocación deintervención, y esta tiene en el bie-

nestar su marco de referencia másconsagrado. A veces, esa emanci-pación tendrá como marco el pro-pio sujeto (un sujeto activo haciadentro); otras el objetivo se centra-rá en la emancipación frente almedio (un sujeto activo haciafuera).

Fue George Miller (1969) quien,como Presidente de la APA, dejóapuntadas algunas ideas maestrasen una alocución que hoy podemoscalificar de histórica: la Psicologíacomo instrumento al servicio de lapromoción del bienestar social, fueel título de su conferencia. A ella lesiguieron otras que con el paso delos años se han convertido en refe-rentes indiscutibles, como las deDonald Campbell sobre la necesi-dad de planif icar las reformassociales como experimentos, y lade Morton Deutsch, un psicólogosocial comprometido desde hacemás de cincuenta años en la bús-queda de argumentos científicospara conseguir la paz, una metaanhelada hoy en d ía por mediomundo como el primer paso parasu bienestar. La postura de estosdos singulares teóricos de la Psico-logía sigue siendo un referente. Lade Campbell, un exquisito metodó-logo de las ciencias del comporta-miento, porque pretende dotar derigor a los programas de interven-ción para que sean eficaces, y la deMorton Deutsch porque entra delleno en el debate de fondo: la Psi-cología, dice, debe ser empleadamás para la paz que para la guerra,más para la reducción de armasque para su promoción y venta,más para eliminar el etnocentrismoque para promover el racismo, por-

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que “desde Hiroshima no podemosseguir pretendiendo que los científi-cos sociales y la ciencia alegueninocencia respecto a las conse-cuencias sociales de sus activida-des científicas” (Deutsch, 1969, p.1092).

De entre toda la compleja tramade asuntos que rondan el conceptode bienestar del que nos hemosocupado en algún otro momento(Blanco, Rojas y de la Corte, 2000),nos interesa recoger un aspectoque entendemos de singular impor-tancia para una concepción psico-social de la salud y del trastornomental: los indicadores socialesque se han manejado a la hora dedefinir el bienestar psicológico o elbienestar subjetivo. Desde las pio-neras aproximaciones de Wilson en1967 hasta las más recientes de EdDiener, uno de los especialistasmás consumados, en el marco teó-rico de la psicología positiva, hansido muchas las apuestas en tornoa este concepto. Un muestreo sig-nificativo de las más importantes apartir de la revisión del propio Die-ner en 1984 (Diener, 1994), ypasando por las propuestas deVeenhoven (1994), Michalos (1995),Ryff y Keyes (1995), Sen (1996),Allardt (1996), Staudinger, Fleeson yBaltes (1999), Diener, Lucas y Oishi(2002), ofrecen un panorama en elque se dejan fácilmente identificarcuatro grandes bloques de varia-bles:

1. El bienestar y la salud se dejanver frecuentemente acompañadosde una serie de variables demográ-ficas que tradicionalmente nos hanservido para ubicar a los sujetos en

el contexto social (algunas de ellasson las que se han manejado tradi-cionalmente como indicadores dela clase social). Hablamos de varia-bles como la edad, el sexo, la raza,el nivel educativo, el empleo, y elnivel de ingresos.

2. Estas variables ponen diferen-cialmente a nuestra disposiciónunos recursos que nos permiten unmayor o menor acceso a cuidadosde salud (este es sin duda un indi-cador central del bienestar, señala-do por Erikson, 1996), un determi-nado nivel de seguridad de nuestravida y de nuestras propiedades,una mayor o menor posibilidad deinstrucción que en determinadosmomentos nos puede ayudar ahacer frente a los bien conocidoseventos estresantes de vida, etc.

3. Es necesario también reseñarque el contexto macro y microso-cial en el que nos movemos nosfacilitan poder contar con un deter-minado nivel de recursos socialesque, además de las posibilidadesde instrucción y empleo, pasan porla igualdad social, por un determi-nado margen de libertad política,hasta el punto, dice Veenhoven(1994, p. 102) que la satisfaccióncon la vida no sólo es mayor en lospaíses económicamente más prós-peros, sino en aquellos que social-mente son más iguales, aquellos enlos que se respetan los derechoshumanos y las libertades políticas,y en los que hay un mejor acceso alconocimiento. Amartya Sen (1996),quien fuera premio Nóbel de Eco-nomía en 1998, lo ha definido demanera extraordinariamente preci-sa: la libertad para el bienestar.

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4. Hay finalmente un conjunto devariables que se sitúan en un nivelde hondo significado psicológicoque podrían quedar enclavadasdentro de esas necesidades socio-emocionales que requieren satis-facción y que van desde el apegohasta la identidad, pasando por elapoyo social y emocional, por elrespeto, por el cariño, por todasesas cosas que normalmente sesatisfacen en las distancias cortasy que tienen a los grupos primarioscomo protagonistas: el contactosocial y las relaciones familiares y laintegración social (Erikson, 1996), elarraigo y los contactos comunita-rios, los patrones activos de amis-tad y la participación social (Allardt,1996), las relaciones positivas conlos demás (Ryff y Keyes, 1995).Conviene recordar que los proble-mas relativos al grupo primario sonlos primeros que se recogen en elEje IV del DSM-IV-TR, y todos ellosgiran en torno a la quiebra o ruptu-ra de los lazos que unen al sujeto afiguras o grupos de hondo signifi-cado y valor afectivo.

Estos cuatro grandes grupos devariables forman parte del sujetosocio-histórico cuyo bienestar físi-co, social y posicológico centra larazón de ser de la Psicología. Eltrastorno causado por aconteci-mientos como el 11-M afectan, demanera decisiva, a las dimensionespsicológicas y sociales de ese suje-to; por eso adjetivamos al traumacomo psicosocial. Esa, ya lo hemosvisto, fue la denominación que ledio Martín-Baró mediada la décadade los ochenta. Hoy autores comoHorowitz (1976), Janoff-Bulman(1992), Bolton y Hill (1996) y Mollica

(1999) siguen defendiendo que losacontecimientos traumáticos des-truyen creencias compartidas sobreel yo, sobre los otros y sobre elmundo que nos rodea. De formaconsistente con esta idea, numero-sos estudios empíricos han encon-trado un incremento generalizadode creencias negativas sobre elself, sobre los otros y sobre elmundo en personas que han sufri-do experiencias traumáticas (Dun-more, Clarks y Ehlers, 1999).

Todo ello nos acerca definitiva-mente a la posibilidad de que eltrauma afecte a todas y cada de lascinco dimensiones fundamentalespara el bienestar social que manejaKeyes (1998):

1. Los traumas rompen los lazosde relación entre la persona y sucomunidad, destroza el sentido depertenencia, y asesta un golpe quepuede ser definitivo a su integra-ción social. Al final de “El Suicidio”,Durkheim introduce el concepto deintegración social: “El suicidio ego-ísta se origina porque la sociedadno tiene en todos sus puntos unaintegración suficiente para mante-ner a todos sus miembros bajo sudependencia... Por consiguiente, laúnica forma de remediar el mal esdar a los grupos sociales bastanteconsistencia para que mantenganmás firmemente al individuo, y queéste, a su vez, se sostenga unido aellos” (Durkheim, 1928, p. 418).Muy probablemente se trata de lanecesidad psicológica más primi-genia, la del apego social, que en eltranscurso del ciclo vital se va con-cretando en afiliación, auto-evalua-ción, sentimiento de pertenencia, y

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búsqueda de identidad social posi-tiva. Todas ellas constituyen razo-nes profundas de la vida social, ycontrastan con los efectos psicoló-gica y socialmente devastadores dela soledad, sobre todo cuando éstaacontece en las primeras etapas dela vida. El trauma te deja en unestado de orfandad; una infinitatristeza y una infinita soledad seapodera de la vida.

2. Los traumas destrozan la queJanoff-Bulman cree que es unacreencia sólidamente compartida,la de que la gente es buena,honesta, amable. Rompen la con-fianza en la gente y ponen entreparéntesis todo el andamiaje cog-nitivo que sustenta la hipótesis deun mundo justo. Martín-Baró habíaseñalado que el efecto más des-tructor de la guerra pasa por eldeterioro de la convivencia social,por la introducción de una descon-fianza radical en las relacionesinterpersonales. El trauma generauna visión negativa sobre la natu-raleza human y por tanto disminu-ye sensiblemente los niveles deaceptación social.

3. Como consecuencia de ello,de la dramática conciencia de vul-nerabilidad que nos invade, nospercatamos de una dolorosa reali-dad: somos perfectamente prescin-dibles; el mundo puede seguir suandadura sin percatarse lo másmínimo de nuestra falta. El traumahace disminuir radicalmente el valorque nos otorgamos, la sensación

de ser una parte vital de nuestrasociedad, la sensación de contribu-ción social, e incluso la creencia deque lo que hacemos tiene algúnsentido o hace alguna aportación albienestar común. Desde el puntode vista psicológico, es quizás laauto-eficacia la que más sienta losefectos del trauma (Bandura, 1997,p. 321-323), pero es necesarioreseñar cómo la minusvaloraciónque hacemos de nosotros mismoscomo consecuencia del traumapuede afectar a nuestra identidad ya nuestra auto-estima.

4. Parece sensato pensar que eldestrozo causado en las creenciasfundamentales sobre las personasvaya acompañado por una falta deconfianza en el cambio, en el pro-greso social y en las instituciones.La actualización social, es el térmi-no empleado por Keyes, quedaafectada en su sentido más nucle-ar: el mundo ha enloquecido y seencuentra a expensas de fuerzasimposibles de controlar y de prede-cir.

5. El mundo no sabe donde va, yla persona abatida por el trauma sesiente incapaz de entenderlo y orillacualquier tentación de hacer pre-dicciones respecto a su futuro. Eltrastorno causado por un aconteci-miento como el 11-M destruye lacoherencia social, el sentido delmundo para la persona, y muy pro-bablemente el sentido mismo de lapersona, o al menos el sentido desu vida después de la tragedia.

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