2. Representación y Espacialidad.

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REPRESENTACIÓN Y ESPACIALIDAD Meditaciones sobre el harén en la mirada occidental Introducción La tradición entendida como el proceso –o parte de él- mediante el cual se conciben y transmiten cultural y socialmente diferentes aspectos de la realidad, es decir, el depósito de la experiencia de una sociedad; se encuentra conformado por tres componentes fundamentales que cambian a ritmos no coincidentes: los códigos culturales de carácter más perdurable, los símbolos de la realidad colectiva que suelen modificarse de una manera más acelerada y los modos de legitimación del orden político y social. En lo concerniente al estado los aspectos más sobresalientes de la tradición son la estructura de la autoridad, la justicia, las bases de la jerarquización social y la definición de pertenencia a las distintas comunidades, todos los cuales influyen en las líneas políticas desarrolladas por cada sociedad. Asimismo esas concepciones repercuten en las formas de integración de las sociedades en las que predominan y en las pautas de su legitimación 1 . En lo que refiere a los árabes en particular, es el Corán el elemento aglutinante por excelencia en lo que a la tradición respecta. Este libro es el argumento de su vida diaria, de su actividad política y legal; no es sólo la base de la religión, va más allá, condensa todos los

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Publicado en actas en: VII Jornadas Nacionales de Historia de las Mujeres, Universidad Nacional de Salta, 2004.

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REPRESENTACIN Y ESPACIALIDADMeditaciones sobre el harn en la mirada occidental

Introduccin

La tradicin entendida como el proceso o parte de l- mediante el cual se conciben y transmiten cultural y socialmente diferentes aspectos de la realidad, es decir, el depsito de la experiencia de una sociedad; se encuentra conformado por tres componentes fundamentales que cambian a ritmos no coincidentes: los cdigos culturales de carcter ms perdurable, los smbolos de la realidad colectiva que suelen modificarse de una manera ms acelerada y los modos de legitimacin del orden poltico y social. En lo concerniente al estado los aspectos ms sobresalientes de la tradicin son la estructura de la autoridad, la justicia, las bases de la jerarquizacin social y la definicin de pertenencia a las distintas comunidades, todos los cuales influyen en las lneas polticas desarrolladas por cada sociedad. Asimismo esas concepciones repercuten en las formas de integracin de las sociedades en las que predominan y en las pautas de su legitimacin1. En lo que refiere a los rabes en particular, es el Corn el elemento aglutinante por excelencia en lo que a la tradicin respecta. Este libro es el argumento de su vida diaria, de su actividad poltica y legal; no es slo la base de la religin, va ms all, condensa todos los saberes, en l puede indagarse y aprender sobre lengua, ciencias, teologa y jurisprudencia2. No debemos olvidar, ms all de lo sealado que este libro adquiri su orden definitivo un cuarto de siglo despus de la muerte del Profeta (571-632). Su ordenamiento es confuso, incoherente y acronolgico, dado que solamente tuvo en cuenta la extensin de los captulos. Resultan de ese modo trozos de elocuencia confeccionados para ser recordados no juzgados ni analizados-, destinados a golpear a un auditorio mltiple, empleando la repeticin para incrementar su efectividad3. Su lirismo, el cual desproporciona las cosas, pasa del sentido propio al metafrico sin ascensos mediados ni preparacin4. Asimismo es preciso hacer hincapi en que puede establecerse en la estructura cornica una divisin entre dos pocas y dos estilos: la parte ms antigua, elaborada en la Meca, cuando se buscaba reunir a los primeros creyentes en un medio hostil, emplea un lenguaje de visionario, e imgenes mentales de colores ardientes que evocan el fin del mundo y el da del juicio con fragmentos autobiogrficos; en tanto que en la parte ms reciente, escrita en Medina, cuando el Islam se vuelve mtodo de gobierno y el Profeta un gobernador, proliferan las pginas puramente legislativas, categricas y concisas como una constitucin. Es esta, a juicio de los creyentes, la obra maestra por excelencia, el modelo perfecto por su forma y su contenido, que nadie podr superar5. Es justamente la amplitud de aspectos, antes indicada, la que nos posibilita indagar, desde una perspectiva de gnero, el harn. Con relacin a sus residentes, es decir las mujeres, podemos sealar que del mismo modo en que el velo debe cubrirlas al salir de sus casas; prctica que se impuso en alguna medida- gracias al compaero y cuado del Profeta, Omar, quien viendo el constante entrar y salir por parte de los fieles de la casa de Mahoma en Medina, le sealara la necesidad de velar a las mujeres para evitar los apetitos ajenos y las posibles consecuencias. As, podemos leer en la Sura XXIV, 30-31:

Ordena a los fieles que bajen sus miradas, y que observen la continencia. As sern ms puros. Dios tiene noticia de todo lo que hacen Manda a las mujeres que bajen los ojos y que observen la continencia, que no dejen ver de su cuerpo ms que lo que deban ensear, que cubran sus senos, que no dejen ver sus encantos ms que a sus maridos, sus padres, sus suegros, sus hermanos, sus sobrinos, a sus esclavas, a los criados varones que no necesitan mujeres [eunucos], a los nios que no distinguen todava las partes sexuales de una mujer. Que las mujeres no agiten los pies de manera que dejen ver sus encantos ocultos. Volved vuestros corazones hacia Dios, a fin de que seis dichosos6

El harn est destinado a evitar la exposicin de las habitantes femeninas de la casa, la cual es considerada un santuario. As, queda establecido claramente que tanto el acceso al harn como la posibilidad de ver a las mujeres sin su velo, est pensado en funcin de los elegidos, es decir, de los hombres que estn vinculados a ellas ya sea por lazos sanguneos como por vnculos polticos, dejando claro que esto debe entenderse en un esquema de familias extensas. Lo que presupone, de cualquier manera, un nmero ms reducido de hombres que estn legitimados socialmente para ver a las mujeres que moran en una casa en contrapartida, a los que podran verlas de no existir estas prohibiciones.

La mirada occidental sobre el harn

En este punto resulta importante buscar ahondar en dos aspectos; por un lado, la representacin oriental y occidental que sobre el harn se efecta y; por otro, la multiplicidad de significados que el espacio posee al interior de dicho lugar. En paralelo intentaremos develar los mecanismos intelectuales y/o intereses polticos- que posibilitaron y aun posibilitan una representacin negativa de aquel mundo opaco, e incluso hoy, incivilizado: Oriente en general y el mundo rabe en especial. Empecemos indicando el doble significado de la representacin. As, por un lado la representacin permite ver el objeto ausente (cosa, concepto o persona) sustituyndolo por una imagen capaz de representarlo adecuadamente, en tanto y en cuanto ella que nos remite en idea y en memoria los objetos ausentes y nos los pinta tal cual son; por otro lado la representacin es la demostracin de una presencia, la presentacin pblica de una cosa o de una persona7. Esta definicin nos permite tener, al menos, dos imgenes contrastadas del harn, una que lleva a representarlo como un lugar de sometimiento y reclusin; y otra destinada a mostrarlo como uno ms de los lugares que existen al interior de una residencia (palacio, casa). No obstante, ambos se establecen desde un nosotros deliberadamente construido a partir de intereses poltico-ideolgicos. La primera lectura es comn entre las feministas, las cuales no han podido (o querido) recordar la advertencia de Mary Nash sobre los riesgos de caer en una generalizacin que mostrara a la mujer como vctima8. La segunda es una lectura exclusivamente religiosa que pertenece a los musulmanes, sin embargo, ella no es menos ideolgica que la anterior, y precisamente por ello tan sesgada. No obstante suele establecerse entre feministas y creyentes un dilogo si de este modo puede ser caracterizado- entre sordos, en tanto y en cuanto los rabes niegan la creacin del harn como un lugar de lujuria, de sometimiento, de reclusin; y las feministas suelen tener como referente un harn literario, fundamentalmente creado por los relatos de Scherezada. Aqu se torna conveniente indicar que los primeros relatos que bosquejan el libro conocido como las Mil y una noches se remontan al siglo XI, aunque se atribuye la redaccin definitiva a los albores del siglo XV. Paralelamente debemos tener presente que la introduccin al continente europeo as como la circulacin de esta obra se debe a la traduccin de Antoine Galland, quien la publicara en doce volmenes que fueron apareciendo en Francia entre 1704 y 17179. Aqu resulta acertado resaltar que esta obra ayud a cimentar un conocimiento ficcional sobre el mundo musulmn, poniendo en accin una simplificacin que homolog la realidad a la esquematizacin de un texto, reduciendo las cosas a tal punto que "la idea subyacente [es aquella segn la cual] los hombres, los lugares y las experiencias se pueden describir siempre en un libro, de tal modo que el libro (o el texto) adquiere una autoridad y un uso mayor incluso que la realidad que describe"10. En otras palabras, esta imagen del harn busca restituir una ausencia.

Ver, y no solamente mirar, lo oriental

Nosotros, en cambio, deseamos dar cuenta de una presencia: la construccin intelectual Oriente-Occidente, la cual pretende resumir al primero a una entidad amorfa, lineal, aproblemtica, que funcionara como un espejo invertido que refleja todo aquello que no es en comparacin a su anttesis. Occidente se asocia, de este modo, al progreso, la democracia y la racionalidad y a Oriente slo le resta ser el espacio geogrfico del despotismo, las prcticas mgicas y ocultas, y claro est del estancamiento y la decadencia11. Esta mirada esquemtica de lo Oriental no se modifica ni mostrar cambio alguno siquiera cuando se mencione a Medio Oriente, sobre el que se aplica una visin reducida y condescendiente que no considera las diferencias culturales, polticas o religiosas que se encuentran al interior de una geografa no menos heterognea12.Hagamos el siguiente ejercicio mental para comprobar la homegeneizacin que persigue borrar las especificidades, as deberemos reconocer que en trminos generales se da como vlida la idea segn la cual las sociedades musulmanas no permiten la representacin de figuras humanas, e incluso se llega a sostener que ellas son civilizaciones aniconistas, es decir, que no permiten las imgenes figurativas en general. Esto, contrariamente a lo que se cree, se encuentra lejos de ser verdad, tomemos algunos ejemplos que as lo manifiestan; en principio, sealemos que antes de 695-696 el califa, Adb-al-Malik acu monedas con su propio rostro grabado; un segundo caso sera recordar que durante la dinasta fatim (963-1171), quien fundara El Cairo y se estableciera all, se desarroll corrientemente la representacin de la figura humana13. Una primera contra argumentacin casi automtica podra suponer que estos casos testigos dan cuenta de prcticas polticas en mbitos no religiosos y, que por ello mismo deberan minimizarse para no hablar de subestimacin, que sera menos polticamente correcto-. A este contra argumento deber confrontarse el hallazgo de varias mezquitas que poseen en su interior representaciones figurativas14. Estas ideas reduccionistas llevadas a la prctica, subsumen al otro en un discurso que lo convierte en un ente, y por ello sin forma ni particularidades algunas. Nos hallamos en estos casos ante una construccin que posibilita vislumbrar las fisuras y remarcar las continuidades de una larga historia de malos entendidos poltica e ideolgicamente potenciados a favor de Occidente. Tampoco debemos perder de vista que este constructo no se limita simplemente a un discurso o a un grupo de ellos- sino que tambin integra otros mecanismos, ms o menos sofisticados, que van desde la opinin sobre lo que poco se sabe pero mucho se escribe o dice- hasta la manipulacin de los medios de comunicacin, pasando por prcticas discriminatorias, la utilizacin de smbolos y el empleo de eufemismos15. En lo que concierne al haram, en su doble significado de lugar sagrado/lugar prohibido, podemos observar la esquematizacin antes sealada, vindolo como lugar de reclusin y opresin versus lugar de hbitat o residencia. Conlleva consigo una reduccin que olvida o al menos descuida-; por un lado que las mujeres no son una unidad y por ende todas iguales entre s como tampoco lo son los hombres-; y por otro, que el harn tiene lgicas propias que le confieren a sus integrantes poder, especialmente en el papel de esposa y madre de hijos varones. As le corresponder a la mujer las decisiones sobre la conveniencia o no de sus futuras nueras, su educacin para un adecuado ingreso al interior de esa familia. De este modo se abre ante la observacin de quien mira el harn, la posibilidad de entenderlo como un espacio con mltiples significados que van ms all del sitio propiamente harn.

Reflexiones

La interpretacin sobre las mujeres musulmanas como sometidas y presas de los hombres, es ms una manera cmoda de operar sobre variables y cdigos culturales desconocidos que un verdadero anlisis que busque comprender las especificidades de sociedades unificadas bajo el rtulo musulmn, desconociendo -o peor an, no reconociendo- las diferencias y especificidades al interior de un Medio Oriente mucho ms amplio y complejo de lo que resulta conveniente sealar; cayendo de este modo en una occidentalizacin que homologa y subsume lo ajeno en los propios parmetros del observador. La complejidad de las realidades internas de Medio Oriente nos superan ampliamente, sin embargo, quisiramos terminar esta exposicin con dos breves reflexiones (probablemente ms intuitivas que cognitivas). En principio, dar cuenta que las sociedades musulmanas, as como las mujeres al interior de ella, no han permanecido inmutables a lo largo de los siglos, su carcter de vctimas responde ms a una proyeccin occidental que a una realidad16. Por otra parte, tener presente que la pasin y los prejuicios tienden a obnubilar el pensamiento, perdiendo as la amplitud del objeto de estudio. A diferencia de Duby17 no creemos que la autocrtica sea suficiente, pasar de las palabras a los hechos conlleva mucho ms que mera buena voluntad; sin embargo tambin nos parece adecuado decir nobleza obliga-, que la autocrtica es un paso necesario en la reconstruccin intelectual Oriente-Occidente.

1 N. EISENSTADT, Anlisis comparativo de la formacin de los estados en sus contextos histricos en Revista Internacional de Ciencias Sociales, UNESCO, XXXII, 1980, Nro. 4, pp. 633-634. 2 P. HITTI, El Islam. Modo de vida, Madrid, Biblioteca Universitaria Gredos, 1973, pp. 54-55. 3 Este recurso es claramente un mtodo de la oralidad, a tal punto, que su uso puede rastrearse y hallarse en fuentes asiras, egipcias, hebreas, babilonias. 4 I. ANTAKI, La cultura de los rabes, Mxico, Siglo XXI, 1998, pp. 15-20. 5 B. ALI, El Amor El matrimonio y La justicia segn EL Corn, Buenos Aires, Editorial Arbigo-Argentina, 1948. 6 El Corn, Espaa, Biblioteca DM, 1995. 7 R. CHARTIER, Pouvoirs et limites de la representation. Sur loeuvre de Louis Marin en Annales HSS, mars-avril 1994, Nro. 2, pp. 408-409. 8 M. NASH, Experiencia y aprendizaje: la formacin histrica de los feminismos en Espaa en Historia Social, Nro. 20, Otoo 1994, pp. 151-172. 9 A. GROSRICHARD, La estructura del Harn. La ficcin del despotismo asitico en el Occidente clsico, Barcelona, Editorial Petrel, 1981. 10 E. SAID, Orientalismo, Madrid, Libertarias, 1990, pp. 22 y ss. 11 M. LIVERANI, El Antiguo Oriente. Historia, sociedad y economa, Barcelona, Crtica, 1995, pp. 19-35. 12 E. SAID, Cultura e imperialismo, Barcelona, Anagrama, 1996, pp. 11-34. 13 D. FREEDBERG, El poder de las imgenes, Madrid, Ctedra, 1992, pp. 75-79. 14 J. GOODY, Icnes et iconoclasme en frique en Annales ESC, Nro. 6, 1991, pp. 1235-1251. G. BEAUG et J.-F. CLMENT (Comps.), Limage dans le monde arabe, Paris, P.U.F, 1995. 15 Baste para ejemplificar esto recordar el atroz ataque que sufrieron los habitantes de Irak con preponderancia de los daos causados en Bagdad por una guerra que slo dio cuenta de incivilidad e irrespeto a la jurisprudencia internacional en tanto la ONU (Organizacin de Naciones Unidas) se opuso, infructuosamente, a la invasin.. 16 J. DAKHLIA, Les Miroirs des princes islamiques: une modernit sourde ? en Annales HSS, Nro. 5 septembre-octobre, 2002, pp. 1191-1206. 17 G. DUBY, Introduction en Journal of the Economic and Social History of the Orient, Vol. 38, Part 2, May 1995, pp. 121-122.