Post on 10-Mar-2016
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Confío que los delirios provocados por las fiebres que padezco, atormentado por
la inminencia de la muerte, no desfiguren la confesión que me dispongo a contar. Yo,
Germán López, hombre piadoso y temeroso de Dios, en el año de nuestro señor de
1542.
Nací en el seno de una familia humilde en Villanueva de la Serena, en el año de
1511 de nuestro señor. Soy el primero de cinco hermanos. Durante mi infancia, ayudaba
a mi padre en el campo, y muchas veces me iba con el ganado. En realidad ése no era
mi deseo, y lo que yo quería desde siempre era formarme fuera de mi villa, como
estudiante, o clérigo (a gusto de mis padres), o luchar en el ejército, y empezar así una
etapa nueva. Los medios económicos con los que disponíamos en esa época no eran los
suficientes como para poder estudiar, y la religión no era lo que más me apasionaba, así
que todo lo que se podía pasar por mi cabeza eran sueños inalcanzables.
Uno de mis hermanos en 1526 tuvo un problema con la justicia, habiendo
robado unas cabezas de ganado en las lindes cercanas a nuestra villa y herido al pastor
que cuidaba de ellas. Eso lo obligó a huir, llevándome consigo, ya que nuestros padres
murieron tres años antes, y las tierras y ganado lo llevaban mis otros tres hermanos.
Huimos hacia el sur llegando hasta Sevilla, y el poco dinero que habíamos llevado con
nosotros lo habíamos gastado. Una de las noches en una taberna cercana, un oficial del
cual desconocíamos su nombre, nos invitó a ir a Las Américas, y después de muchas
dudas, decidimos embarcarnos en esa aventura que a mí me marcaría para siempre.
Corría el año de 1527.
En ese mismo año, pudimos embarcarnos en uno de los convoyes que salían de
la ciudad. El ajetreo era impresionante, mucha gente salió a nuestra despedida.
Abandonamos el litoral peninsular y empezamos a ir por el Mar de las Yeguas, hasta
llegar a las Islas Canarias. Tardamos en cubrir ese trayecto unos once días.
El viaje fue lento, a causa de la carga de los buques mercantes, que eran los que
nos imponían el ritmo. Desde Canarias nos adentramos en el denominado Mar de las
Damas, porque se decía que hasta las mujeres podían gobernar allí las embarcaciones,
dadas las condiciones ideales de navegación que solían existir, con los vientos alisios
soplando de popa. Tardamos en hacer toda la travesía dos meses y medio.
A veces se ordenaban zafarranchos de combate para tener entrenada a la tropa y
marinería frente a un posible ataque enemigo, y esto era quizá lo único que rompía el
tedio. La única distracción a bordo eran los oficios religiosos a los que teníamos que
acudir todos. Se daba la comida dos veces al día. Los pajes la servían a los pasajeros. Al
principio no era mala pues constaba de carne, verduras y frutas, pero se fue acabando
pronto y empezaban las legumbres para terminar con una dieta a base de tasajo, miel,
queso y aceitunas. La marinería comía casi exclusivamente tasajo.
Alcanzamos la isla de La Española, donde hicimos una pequeña escala. La
primera impresión que tuve al llegar allí fue de total fascinación, por sus gentes,
paisaje…
Durante el viaje, conocí en el mismo barco a Francisco de Orellana, tenía mi
edad, dieciséis años. Por lo que me contó en la larga travesía, nació en Trujillo en 1511,
también me dijo que su abuela materna pertenecía a la familia de los Pizarro, de los
cuales había oído hablar durante mi viaje, y de los proyectos que estaban preparando. Vi
en los ojos de Orellana el ansia de gloria y de emular las gestas que habían conseguido
sus paisanos y familiares. Me animó a enrolarme en el ejército para participar en la
conquista del imperio inca, ya que mi complexión era bastante fuerte. No dudé en
ningún momento, mi sueño estaba a punto de cumplirse, además, las dificultades al
llegar a un lugar desconocido no me ayudaban a disponer de más posibilidades. Decir
que mi experiencia militar era nula, pero no importaba. A todo esto mi hermano pereció
en La Española, a causa de un proceso febril. Le lloré bastante, le di digna sepultura, y a
olvidarlo lo más pronto que pudiese, ya que ambos nos apoyábamos el uno al otro.
Desde La Española, me adentré en la zona de Nicaragua, llegando a sus costas,
donde pasé una larga estancia. Hasta el momento, la aclimatación fue bastante dura, ya
que la humedad se hacía insoportable en algunos momentos. Y cuando llovía lo hacía de
manera torrencial. La ropa que llevábamos tampoco ayudaba mucho. La alimentación
era otro problema, puesto que los alimentos que había los desconocía por completo,
pero no me costó mucho tiempo en acostumbrarme. No me quedaba otro remedio si
quería vivir allí.
Al entablar amistad con Orellana, participé en la conquista del imperio Inca, en
el Perú con Pizarro, corría el año de 1533. Participamos en la fundación de Puertoviejo
donde Orellana se estableció como encomendero. Nos metimos en su reducida hueste.
Voy a hablar de cómo se forma una hueste, que para nada se parecía a lo que era
un ejército en el viejo continente. Las huestes de conquista éramos una especie de levas
voluntarias, que se pusieron de moda, con la empresa americana. Las huestes de
conquista, eran ejércitos heterogéneos formados generalmente, por una autoridad
peninsular, que buscaba riquezas y títulos, y que normalmente no corría riesgo. Estas
figuras solían ser eclesiásticos, o nobles habitualmente venidos a menos, que veían la
oportunidad de enriquecerse.
Una vez los dirigentes de la hueste obtenían el dinero para la empresa, generalmente
mediante asociaciones, y obtenían la capitulación, correspondiente del rey, se procedía
al reclutamiento, el cual dependía de la fama del capitán, de la zona en la que se
realizase, así como de los bulos que corriesen acerca de la riqueza. 1
El reclutamiento en muchos casos era masivo. Por tanto con el surgimiento de la
empresa americana, los más desfavorecidos como los pobres, los campesinos, los
segundones…, en general todos aquellos con ansias de cambiar sus vidas y obtener
riqueza y títulos vieron la gran oportunidad de mejorar su situación, también influirá
que a todo delincuente que se fuese a la conquista de América, se le quitarían las penas.
A pesar de la heterogeneidad del reclutamiento, había una serie de normas,
puesto que no se podían reclutar ni moros, ni judíos, ni cristianos nuevos, a pesar de que
en muchos casos, el reclutamiento no era completado hasta llegar a las indias.
Dicho esto, la formación de las huestes estaban formadas por campesinos,
ladrones, baja nobleza, eclesiásticos, ex-combatientes de la guerra de Granada e,
incluso, algún judío, moro o cristiano nuevo. Ciertamente una amalgama de clases y
estatus sociales en un ejército en el que cada uno aportaba lo que tenía. La mayoría de
los integrantes de la hueste provenía de Andalucía, Extremadura y Castilla.
Se observaba un “mare magnum” de vestimentas, proliferaban toda clase de
jubones y calzas, así como cascos, cotas, morriones, celadas, rodelas, alguna cota de
malla y muchos acolchados de algodón contra las flechas. De las armaduras se tomaban
sólo algunas piezas de la parte superior del cuerpo. Abundaban las armas blancas como
1 Por ejemplo Chile se consideraba una zona maldita, y costaba mucho reclutar
voluntarios. Castrillo Mazeres, Francisco. Madrid. Mapfre. 1992.
espadas, picas, lanzas y ballestas, aunque también había algunos mosquetes, arcabuces y
falconetes. La artillería solía ser escasa y muy ligera. Constituía una de las grandes
armas contra los indios, junto con los caballos y los perros. Los caballos iban protegidos
con pecheras y llevaban petrales de cascabeles para infundir temor a los naturales. No
todos podíamos disponer de caballos. Si tenías capital suficiente para sufragar el gasto
del animal podías tenerlo.
A esta variedad había que sumar que frecuentemente en las huestes, se nos unían
indígenas, bien por un odio a un enemigo común, bien porque habían sido vencidos.
También era frecuente que las huestes fueran acompañadas de porteadores
indígenas llamados “tamemes”2. A todos ellos se les sumaban los conocedores de la
lengua o “baquianos” y los intérpretes que iban con el capitán.
Las huestes eran dirigidas por un capitán, seleccionado generalmente, con algún
tipo de experiencia militar (en un principio eran obtenidos de la guerra de Granada),
alguien con autoridad que supiese imponerse a tan variopinta empresa, y que a su vez,
su fama y renombre, incitase al reclutamiento.
A pesar de la autoridad del capitán, muchas veces no impedía que se produjesen
revueltas, puesto que a pesar de los pocos requisitos necesarios para entrar en una
hueste, una vez obtenido el botín, y entregado el quinto correspondiente a la corona
española, este se repartía según las dotes militares, las armas, y la logística que cada uno
aportase, lo que en la práctica provocaba un muy subjetivo reparto del botín.
Orellana, al ser leal a sus parientes, apoyó la causa pizarrista e intervinimos
durante el asedio de Cuzco entre 1536 – 37, por la rebelión de Manco Cápac. Se desató
una guerra civil entre Pizarro y Diego de Almagro. Mi capitán, Orellana, montó un
2 Tameme es una palabra que proviene del náhuatl tlamama, que significa cargar. En Honduras y México
significa cargador indio. En la época prehispánica, los aztecas o mexicas capturaban prisioneros en las
poblaciones y luego los esclavizaban. Algunos de estos esclavos eran convertidos en tamemes, es decir,
obligados a llevar a sus espaldas las cargas (que podían ser personas, tributos, artículos para comercio,
etcétera). En América Central, los dominantes de cultura nahua-mexica se servían de tamemes chibcha.
pequeño ejército para ir en ayuda de su pariente, e intervinimos en la batalla de las
Salinas.3 Era mi primera batalla seria, y Almagro fue derrotado.
De ahí nos retiramos a tierras ecuatorianas al año siguiente, donde mi Capitán
Orellana recibió de Francisco Pizarro la gobernación de la provincia de la Culata (1538)
y hace la segunda fundación de Santiago de Guayaquil. Anteriormente esta ciudad había
sido fundada por Belalcázar tres años antes, y había sido destruida. Al año siguiente,
Orellana sumó al cargo de gobernador, el de Capitán General.
Durante la estancia que tuvimos en Santiago, mi ocupación fue la de cuidar mi
casa, la cual tenía un huerto. Eso me entretenía bastante, pero también tuve la curiosidad
de conocer a la población indígena del lugar. Nos miraban extrañados, ya que nunca
habían visto a personas diferentes a ellos, eso hizo en algún momento que desconfiasen
de nosotros, pero a su vez la hospitalidad era bastante agradable.
En 1540, al haber oído historias maravillosas sobre la búsqueda del País de la
Canela y el Dorado, decidió Orellana 4agregarse a la expedición de Gonzalo Pizarro.5
Viajamos a Quito unos 23 soldados. Eran los últimos días del mes de febrero y,
cuando llegamos a la ciudad, Pizarro ya había marchado.6 Partimos con una ceremonia
3 Batalla de las Salinas, fue un combate en el que las tropas de Hernando y Gonzalo Pizarro vencieron a
las de Diego de Almagro, que fue hecho prisionero, el 6 de abril de 1538. El enfrentamiento entre
Francisco Pizarro y Diego de Almagro durante el proceso de la conquista española del Perú se originó en
la disputa por la posesión de la ciudad de Cuzco, que ambos consideraban bajo su jurisdicción y que
estaba en poder de Almagro desde 1537. Malamud Carlos, Historia de América. Madrid, Editorial, 2005.
4 Así lo dice el Padre Gaspar de Carvajal, el cronista de la expedición: “El dicho capitán (Orellana) dijo al
dicho Gonzalo Pizarro como quería ir con él en servicio de su Majestad y llevar sus amigos y gastar su
hacienda para mejor servir y esto concertado, el dicho Capitán se volvió a retornar a la dicha tierra que a
cargo tenía y a dejar en quietud y sosiego las dichas ciudad y villas. Y para seguir dicha jornada gastó
sobre cuarenta mil pesos de oro en cosas necesarias y aderezado se partió para la villa de Quito”.5 En la región de Quito encontraron la leyenda del Dorado, el reino donde el oro era tan abundante que
los palacios estaban cubiertos de oro y el príncipe se cubría de oro en ciertas épocas del año.
Latorre, Octavio. La expedición a la Canela y el Descubrimiento del Amazonas. Quito. Global Graphics,
2006.6 La vanguardia de la expedición había partido tres días antes que el grueso de la expedición, en marzo .
religiosa y una bendición por el capellán, Fray Gaspar de Carvajal, que posteriormente
se convertirá en nuestro cronista por el Amazonas.
La ruta fue muy difícil, ya que tuvimos que pasar una cordillera. En el paso del
Guamaní, que por esas fechas estaba nevado cobramos nuestras primeras bajas, la
mayoría de ellos indígenas a causa de la vestimenta, y en alguna ocasión víctimas de los
malos tratos por nosotros. Al descender, nos sobrevino un terremoto.
Posteriormente fuimos a la tierra inexplorada de Quijos. Bordeamos una laguna
y la población de Papallacta, después debíamos internarnos en los bosques, siguiendo
unos antiguos caminos que parecieron haber sido frecuentados en épocas anteriores.
Estuvimos siguiendo el río Maspa7, estaba poblada de indígenas que en algunas
ocasiones opusieron resistencia. Al llegar a la confluencia del río Maspa con el
Cosanga, nos dirigimos hacia el sur. Nos vimos emboscados por unos indios, pero la
rápida acción de Pizarro, nos hizo llegar al campamento sanos y salvos. El campamento
estaba al pie del Sumaco, donde encontramos abundante comida, aunque los indios se
mostraban esquivos.
Anduvimos setenta días buscando la canela, murieron muchos de mis
compañeros en esa expedición. Cumplimos los seis meses en ese arduo viaje, y lo único
que encontramos fue el ishpingo 8. La frustración en la expedición era más que evidente,
lo que produjo un gran desaliento entre nosotros, y causó a la postre el fracaso de
dichosa expedición, y sólo nos quedaba la esperanza de encontrar el Reino de El
Dorado.
Pasamos a otra zona llamada Capua, y allí los capitanes estaban decidiendo que
itinerario coger: Una era al norte; otra hacia el este en dirección al río Coca o retroceder
a Quito, lo que sería el gran fracaso de la expedición si tomáramos esa decisión.
Avanzamos a la provincia de Guema, donde vimos pequeños poblados, lo que
nos hizo a los militares alertarnos.
7 Que posteriormente se llamará Quijos. Latorre Octavio. La expedición a la Canela y el Descubrimiento del Amazonas. Quito. Global Graphics. 2006.8 Una planta con olor a canela, pero muy distinta a la canela conocida en Europa
El avance por el río Coca era muy lento, por lo que decidieron pasar a la parte
izquierda del río. Logramos capturar algunas canoas sin mucha resistencia para facilitar
el avance y así ir a por la búsqueda de alimentos, ya que la expedición estaba causando
estragos en nuestras filas.
En este momento por nuestras cabezas sólo pasaba la idea de qué debíamos de
hacer, si volver sobre nuestros pasos o seguir adelante, sin saber lo que podía pasar con
nosotros. La decisión fue seguir avanzando, y se propuso la construcción de un barco
que facilitara la expedición. Terminado el bergantín, fue bautizado con el nombre de
San Pedro, cargamos todo lo pesado. Mi Capitán Orellana se encargó de comandarlo.
Continuamos río abajo9 . Éramos en ese momento unos 57 hombres, entre los
que se encontraban dos capellanes. Zarpamos río abajo desde el curso inferior del Coca,
en la víspera de la navidad de 1541. En los primeros días tuvimos un percance, ya que
nuestro bergantín chocó contra un tronco sumergido, y rompió una de las tablas.
Felizmente pudimos reparar la avería.
A los pocos días se nos agotaron los alimentos y el hambre se hizo presente, y no
encontrábamos poblaciones de indios. Eso hizo desesperarnos aún más. Aunque al
amanecer del año nuevo de 1542 oímos tambores en la lejanía con lo que renacía de
nuevo la esperanza, no dimos con ellos.
Después de recorrer 200 leguas, llegamos a la región de Aparia, donde
encontramos comida: maíz y pescado guisado. Estuvimos allí durante tres semanas.
Tras saciar el hambre y haber descansado, nuestro Capitán se reunió con nosotros, y nos
presentó la situación que había. Las únicas alternativas eran volver, esperar o proseguir
el viaje. La apatía que había en mí era patente, y la decisión que saliese de ahí me daba
exactamente igual. Aunque el volver habría sido mucho peor, ya que habría que haber
remado a contracorriente. Orellana invitó a todos a intentar llevar auxilio a Pizarro. Pero
la respuesta fue fría, sólo hallaron tres que dijeron que irían, pero que llevaran consigo a
tres ballesteros. Fue inútil.
9 El Capitán Orellana viendo lo que pasaba… le pareció que no cumplía con su honra dar vuelta sobre tanta perdida, y así se fue a dicho gobernador y le dijo cómo él determinaba de dejar lo poco que allí tenía y seguir el río abajo y que…si hallase poblado y comida… que él se lo haría saber.Carvajal, Gaspar de. La aventura del Amazonas.
Después de haber pasado la estancia en la región de Aparia, marchamos hacia la
región de Imará, donde la hospitalidad indígena era evidente. A ello ayudaba que
nuestro Capitán los entendía un poco. Y aprovechamos para construir un nuevo
bergantín con la madera que habíamos recogido en Irimary. El material estaba listo,
pero nuestro Capitán decidió zarpar para terminar el trabajo en mejor sitio.
El 2 de febrero partimos hacia la búsqueda del señor de Aparia. Al navegar 20
leguas, aparecieron las canoas de Aparia menor. Nos hallábamos en la confluencia de
un río que entraba por la derecha bastante furiosa, y eso amenazaba con hacer zozobrar
el bergantín.10Pasamos de largo hasta llegar a Aparia la Grande, donde nos ganamos la
voluntad de los indios con los conocimientos de la lengua que tenía Orellana. Y
aprovechó para proclamar la soberanía del rey y también la religión de los cristianos.
Fuimos muy bien aprovisionados y nos advirtieron los lugareños que más adelante nos
íbamos a encontrar con el reino de las mujeres guerreras, las famosas Amazonas.
El día de Santa Olalla, el 12 de febrero de 1542, nos encontramos de forma
inesperada con el Gran Río.11 El bergantín ya navegaba por el anchuroso río.
Aprovechando la hospitalidad de los indígenas, construimos un bergantín mucho mayor,
y lo llamamos Victoria. Refaccionamos el llamado de San Pedro, y continuamos con
nuestro viaje.
En las regiones de Machiparo, Omagua y en el reino de las temibles Amazonas
nos encontramos con una feroz resistencia. Al llegar a las tribus de Machiparo tuvimos
un combate: nos rodearon los bergantines con canoas, por lo cual, abrirnos paso era muy
difícil. Los arcabuceros tenían la pólvora húmeda, así que la batalla quedo en manos
nuestras, los ballesteros, que fuimos realmente efectivos. Al llegar a tierra, nuestro
Capitán ordenó intensificar el fuego, abriéndose una buena brecha. Bajamos a la playa
para dispersar a los indios y buscar alimentos, pero cuál fue nuestra sorpresa que las
casas de las aldeas eran defendidas por los indígenas. Tuvimos que retirarnos a la
10 Podría ser el río Curaray.11 Día de Santa Olalla…se juntaron dos ríos con el río de nuestra navegación, y eran grandes, en especial el que entró a la mano derecha como veníamos el agua abajo; el cual deshacía y señoreaba todo el otro río y parescia que le consumía en sí; porque venía tan furioso y con tan gran avenida que era cosa de mucha grima y espanto ver tanta palizada de árboles y madera seca como traía, que pusiera grandísimo temor mirarlo desde tierra cuanto más andando por él.Estas juntas de estos ríos se llamaron las juntas de Santa Olalla… y eran tan anchos de banda a banda que ahí adelante que parescia que navegábamos por una amplísima mar engolfada…
desesperada, dejándonos consigo a algunos compañeros que habían caído. En días
posteriores los ataques por mar eran continuos.
En junio de 1542, avistamos un pueblo pequeño que invitaba al descanso. Pero
la reacción de los indios no fue buena al ver tomadas sus casas. Y hacia media noche
nos lanzaron un ataque, del cual ya estábamos provistos.
Habiendo abandonado dicha aldea, tras unos días de tranquila navegación dimos
con las famosas Amazonas12. Doce amazonas dirigían el combate, logramos matar a
ocho de ellas, teniendo un efecto negativo en los indios. Orellana nos dio órdenes de
retirada para recuperar a los heridos.
Entre julio y agosto de 1542, nos adentramos en el delta, era una región menos
poblada y a su vez menos hostil, aunque tuvimos algún enfrentamiento que pudo ser
fatal para la expedición. Llegamos a la desembocadura y finalmente al mar Atlántico el
26 de agosto de 1542. No teníamos motivos de festejo, ya que nuestro único fin era
continuar a tierra firme. Llegamos a la isla de Cubagua el 11 de septiembre, totalmente
extenuados.
A causa de esa extenuación y de unas fiebres, me postré en cama. Por esta
indisposición aquí acabo mi relato. Sé que mis días de vida están contados, y por ello
pido a Dios que se apiade de mí y me sepa perdonar de los males que he cometido en
vida. Que me guarde en su gloria una vez fallezca.
12 Eran mujeres guerreras que vivían a varias jornadas al interior, pero que vinieron apenas recibieron la solicitud de ayuda de las tribus ribereñas.
BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA:
Castrillo Mazeres, Francisco. El soldado de la conquista. Madrid: Mapfre, D.L.
1992.
Rubio Recio, José Manuel. El Amazonas: el infierno verde. Madrid: Anaya,
D.L.1988.
Benites Vinueza, Leopoldo. Los descubridores del Amazonas:” La expedición
de Orellana”. Madrid: Ediciones Cultura Hispánica, 1976.
Carvajal, Gaspar de. La aventura del Amazonas. Madrid: historia 16, 1986.
Latorre, Octavio. La expedición a la Canela y el descubrimiento del Amazonas.
Quito. Global graphics, 2006.
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
Mañueco Baranda, Tello. Diccionario del Nuevo Mundo, todos los
conquistadores. Valladolid. Ámbito, 2006
Malamud, Carlos. Historia de América. Madrid. Alianza Editorial, 2005.
Lafaye, Jaques. Los conquistadores. Madrid: Fondo de Cultura Económica de
España, 1998.
Konetzke, Richard. Descubridores y conquistadores de América: de Colón a
Cortés. Madrid: Gredos: imp 1968