Historia contemporénea de España

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Confío que los delirios provocados por las fiebres que padezco, atormentado por la inminencia de la muerte, no desfiguren la confesión que me dispongo a contar. Yo, Germán López, hombre piadoso y temeroso de Dios, en el año de nuestro señor de 1542. Nací en el seno de una familia humilde en Villanueva de la Serena, en el año de 1511 de nuestro señor. Soy el primero de cinco hermanos. Durante mi infancia, ayudaba a mi padre en el campo, y muchas veces me iba con el ganado. En realidad ése no era mi deseo, y lo que yo quería desde siempre era formarme fuera de mi villa, como estudiante, o clérigo (a gusto de mis padres), o luchar en el ejército, y empezar así una etapa nueva. Los medios económicos con los que disponíamos en esa época no eran los suficientes como para poder estudiar, y la religión no era lo que más me apasionaba, así que todo lo que se podía pasar por mi cabeza eran sueños inalcanzables. Uno de mis hermanos en 1526 tuvo un problema con la justicia, habiendo robado unas cabezas de ganado en las lindes cercanas a nuestra villa y herido al pastor que cuidaba de ellas. Eso lo obligó a huir, llevándome consigo, ya que nuestros padres murieron tres años antes, y las tierras y ganado lo llevaban mis otros tres hermanos. Huimos hacia el sur llegando hasta Sevilla, y el poco dinero que habíamos llevado con nosotros lo habíamos gastado. Una de las noches en una taberna cercana, un oficial del cual desconocíamos su nombre, nos invitó a ir a Las Américas, y después de muchas dudas, decidimos

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Eje Cronologico de la historia contemporánea de España

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Page 1: Historia contemporénea de España

Confío que los delirios provocados por las fiebres que padezco, atormentado por

la inminencia de la muerte, no desfiguren la confesión que me dispongo a contar. Yo,

Germán López, hombre piadoso y temeroso de Dios, en el año de nuestro señor de

1542.

Nací en el seno de una familia humilde en Villanueva de la Serena, en el año de

1511 de nuestro señor. Soy el primero de cinco hermanos. Durante mi infancia, ayudaba

a mi padre en el campo, y muchas veces me iba con el ganado. En realidad ése no era

mi deseo, y lo que yo quería desde siempre era formarme fuera de mi villa, como

estudiante, o clérigo (a gusto de mis padres), o luchar en el ejército, y empezar así una

etapa nueva. Los medios económicos con los que disponíamos en esa época no eran los

suficientes como para poder estudiar, y la religión no era lo que más me apasionaba, así

que todo lo que se podía pasar por mi cabeza eran sueños inalcanzables.

Uno de mis hermanos en 1526 tuvo un problema con la justicia, habiendo

robado unas cabezas de ganado en las lindes cercanas a nuestra villa y herido al pastor

que cuidaba de ellas. Eso lo obligó a huir, llevándome consigo, ya que nuestros padres

murieron tres años antes, y las tierras y ganado lo llevaban mis otros tres hermanos.

Huimos hacia el sur llegando hasta Sevilla, y el poco dinero que habíamos llevado con

nosotros lo habíamos gastado. Una de las noches en una taberna cercana, un oficial del

cual desconocíamos su nombre, nos invitó a ir a Las Américas, y después de muchas

dudas, decidimos embarcarnos en esa aventura que a mí me marcaría para siempre.

Corría el año de 1527.

En ese mismo año, pudimos embarcarnos en uno de los convoyes que salían de

la ciudad. El ajetreo era impresionante, mucha gente salió a nuestra despedida.

Abandonamos el litoral peninsular y empezamos a ir por el Mar de las Yeguas, hasta

llegar a las Islas Canarias. Tardamos en cubrir ese trayecto unos once días.

El viaje fue lento, a causa de la carga de los buques mercantes, que eran los que

nos imponían el ritmo. Desde Canarias nos adentramos en el denominado Mar de las

Damas, porque se decía que hasta las mujeres podían gobernar allí las embarcaciones,

dadas las condiciones ideales de navegación que solían existir, con los vientos alisios

soplando de popa. Tardamos en hacer toda la travesía dos meses y medio.

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A veces se ordenaban zafarranchos de combate para tener entrenada a la tropa y

marinería frente a un posible ataque enemigo, y esto era quizá lo único que rompía el

tedio. La única distracción a bordo eran los oficios religiosos a los que teníamos que

acudir todos. Se daba la comida dos veces al día. Los pajes la servían a los pasajeros. Al

principio no era mala pues constaba de carne, verduras y frutas, pero se fue acabando

pronto y empezaban las legumbres para terminar con una dieta a base de tasajo, miel,

queso y aceitunas. La marinería comía casi exclusivamente tasajo.

Alcanzamos la isla de La Española, donde hicimos una pequeña escala. La

primera impresión que tuve al llegar allí fue de total fascinación, por sus gentes,

paisaje…

Durante el viaje, conocí en el mismo barco a Francisco de Orellana, tenía mi

edad, dieciséis años. Por lo que me contó en la larga travesía, nació en Trujillo en 1511,

también me dijo que su abuela materna pertenecía a la familia de los Pizarro, de los

cuales había oído hablar durante mi viaje, y de los proyectos que estaban preparando. Vi

en los ojos de Orellana el ansia de gloria y de emular las gestas que habían conseguido

sus paisanos y familiares. Me animó a enrolarme en el ejército para participar en la

conquista del imperio inca, ya que mi complexión era bastante fuerte. No dudé en

ningún momento, mi sueño estaba a punto de cumplirse, además, las dificultades al

llegar a un lugar desconocido no me ayudaban a disponer de más posibilidades. Decir

que mi experiencia militar era nula, pero no importaba. A todo esto mi hermano pereció

en La Española, a causa de un proceso febril. Le lloré bastante, le di digna sepultura, y a

olvidarlo lo más pronto que pudiese, ya que ambos nos apoyábamos el uno al otro.

Desde La Española, me adentré en la zona de Nicaragua, llegando a sus costas,

donde pasé una larga estancia. Hasta el momento, la aclimatación fue bastante dura, ya

que la humedad se hacía insoportable en algunos momentos. Y cuando llovía lo hacía de

manera torrencial. La ropa que llevábamos tampoco ayudaba mucho. La alimentación

era otro problema, puesto que los alimentos que había los desconocía por completo,

pero no me costó mucho tiempo en acostumbrarme. No me quedaba otro remedio si

quería vivir allí.

Al entablar amistad con Orellana, participé en la conquista del imperio Inca, en

el Perú con Pizarro, corría el año de 1533. Participamos en la fundación de Puertoviejo

donde Orellana se estableció como encomendero. Nos metimos en su reducida hueste.

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Voy a hablar de cómo se forma una hueste, que para nada se parecía a lo que era

un ejército en el viejo continente. Las huestes de conquista éramos una especie de levas

voluntarias, que se pusieron de moda, con la empresa americana. Las huestes de

conquista, eran ejércitos heterogéneos formados generalmente, por una autoridad

peninsular, que buscaba riquezas y títulos, y que normalmente no corría riesgo. Estas

figuras solían ser eclesiásticos, o nobles habitualmente venidos a menos, que veían la

oportunidad de enriquecerse.

Una vez los dirigentes de la hueste obtenían el dinero para la empresa, generalmente

mediante asociaciones, y obtenían la capitulación, correspondiente del rey, se procedía

al reclutamiento, el cual dependía de la fama del capitán, de la zona en la que se

realizase, así como de los bulos que corriesen acerca de la riqueza. 1

El reclutamiento en muchos casos era masivo. Por tanto con el surgimiento de la

empresa americana, los más desfavorecidos como los pobres, los campesinos, los

segundones…, en general todos aquellos con ansias de cambiar sus vidas y obtener

riqueza y títulos vieron la gran oportunidad de mejorar su situación, también influirá

que a todo delincuente que se fuese a la conquista de América, se le quitarían las penas.

A pesar de la heterogeneidad del reclutamiento, había una serie de normas,

puesto que no se podían reclutar ni moros, ni judíos, ni cristianos nuevos, a pesar de que

en muchos casos, el reclutamiento no era completado hasta llegar a las indias.

Dicho esto, la formación de las huestes estaban formadas por campesinos,

ladrones, baja nobleza, eclesiásticos, ex-combatientes de la guerra de Granada e,

incluso, algún judío, moro o cristiano nuevo. Ciertamente una amalgama de clases y

estatus sociales en un ejército en el que cada uno aportaba lo que tenía. La mayoría de

los integrantes de la hueste provenía de Andalucía, Extremadura y Castilla.

Se observaba un “mare magnum” de vestimentas, proliferaban toda clase de

jubones y calzas, así como cascos, cotas, morriones, celadas, rodelas, alguna cota de

malla y muchos acolchados de algodón contra las flechas. De las armaduras se tomaban

sólo algunas piezas de la parte superior del cuerpo. Abundaban las armas blancas como

1 Por ejemplo Chile se consideraba una zona maldita, y costaba mucho reclutar

voluntarios. Castrillo Mazeres, Francisco. Madrid. Mapfre. 1992.

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espadas, picas, lanzas y ballestas, aunque también había algunos mosquetes, arcabuces y

falconetes. La artillería solía ser escasa y muy ligera. Constituía una de las grandes

armas contra los indios, junto con los caballos y los perros. Los caballos iban protegidos

con pecheras y llevaban petrales de cascabeles para infundir temor a los naturales. No

todos podíamos disponer de caballos. Si tenías capital suficiente para sufragar el gasto

del animal podías tenerlo.

A esta variedad había que sumar que frecuentemente en las huestes, se nos unían

indígenas, bien por un odio a un enemigo común, bien porque habían sido vencidos.

También era frecuente que las huestes fueran acompañadas de porteadores

indígenas llamados “tamemes”2. A todos ellos se les sumaban los conocedores de la

lengua o “baquianos” y los intérpretes que iban con el capitán.

Las huestes eran dirigidas por un capitán, seleccionado generalmente, con algún

tipo de experiencia militar (en un principio eran obtenidos de la guerra de Granada),

alguien con autoridad que supiese imponerse a tan variopinta empresa, y que a su vez,

su fama y renombre, incitase al reclutamiento.

A pesar de la autoridad del capitán, muchas veces no impedía que se produjesen

revueltas, puesto que a pesar de los pocos requisitos necesarios para entrar en una

hueste, una vez obtenido el botín, y entregado el quinto correspondiente a la corona

española, este se repartía según las dotes militares, las armas, y la logística que cada uno

aportase, lo que en la práctica provocaba un muy subjetivo reparto del botín.

Orellana, al ser leal a sus parientes, apoyó la causa pizarrista e intervinimos

durante el asedio de Cuzco entre 1536 – 37, por la rebelión de Manco Cápac. Se desató

una guerra civil entre Pizarro y Diego de Almagro. Mi capitán, Orellana, montó un

2 Tameme es una palabra que proviene del náhuatl tlamama, que significa cargar. En Honduras y México

significa cargador indio. En la época prehispánica, los aztecas o mexicas capturaban prisioneros en las

poblaciones y luego los esclavizaban. Algunos de estos esclavos eran convertidos en tamemes, es decir,

obligados a llevar a sus espaldas las cargas (que podían ser personas, tributos, artículos para comercio,

etcétera). En América Central, los dominantes de cultura nahua-mexica se servían de tamemes chibcha.

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pequeño ejército para ir en ayuda de su pariente, e intervinimos en la batalla de las

Salinas.3 Era mi primera batalla seria, y Almagro fue derrotado.

De ahí nos retiramos a tierras ecuatorianas al año siguiente, donde mi Capitán

Orellana recibió de Francisco Pizarro la gobernación de la provincia de la Culata (1538)

y hace la segunda fundación de Santiago de Guayaquil. Anteriormente esta ciudad había

sido fundada por Belalcázar tres años antes, y había sido destruida. Al año siguiente,

Orellana sumó al cargo de gobernador, el de Capitán General.

Durante la estancia que tuvimos en Santiago, mi ocupación fue la de cuidar mi

casa, la cual tenía un huerto. Eso me entretenía bastante, pero también tuve la curiosidad

de conocer a la población indígena del lugar. Nos miraban extrañados, ya que nunca

habían visto a personas diferentes a ellos, eso hizo en algún momento que desconfiasen

de nosotros, pero a su vez la hospitalidad era bastante agradable.

En 1540, al haber oído historias maravillosas sobre la búsqueda del País de la

Canela y el Dorado, decidió Orellana 4agregarse a la expedición de Gonzalo Pizarro.5

Viajamos a Quito unos 23 soldados. Eran los últimos días del mes de febrero y,

cuando llegamos a la ciudad, Pizarro ya había marchado.6 Partimos con una ceremonia

3 Batalla de las Salinas, fue un combate en el que las tropas de Hernando y Gonzalo Pizarro vencieron a

las de Diego de Almagro, que fue hecho prisionero, el 6 de abril de 1538. El enfrentamiento entre

Francisco Pizarro y Diego de Almagro durante el proceso de la conquista española del Perú se originó en

la disputa por la posesión de la ciudad de Cuzco, que ambos consideraban bajo su jurisdicción y que

estaba en poder de Almagro desde 1537. Malamud Carlos, Historia de América. Madrid, Editorial, 2005.

4 Así lo dice el Padre Gaspar de Carvajal, el cronista de la expedición: “El dicho capitán (Orellana) dijo al

dicho Gonzalo Pizarro como quería ir con él en servicio de su Majestad y llevar sus amigos y gastar su

hacienda para mejor servir y esto concertado, el dicho Capitán se volvió a retornar a la dicha tierra que a

cargo tenía y a dejar en quietud y sosiego las dichas ciudad y villas. Y para seguir dicha jornada gastó

sobre cuarenta mil pesos de oro en cosas necesarias y aderezado se partió para la villa de Quito”.5 En la región de Quito encontraron la leyenda del Dorado, el reino donde el oro era tan abundante que

los palacios estaban cubiertos de oro y el príncipe se cubría de oro en ciertas épocas del año.

Latorre, Octavio. La expedición a la Canela y el Descubrimiento del Amazonas. Quito. Global Graphics,

2006.6 La vanguardia de la expedición había partido tres días antes que el grueso de la expedición, en marzo .

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religiosa y una bendición por el capellán, Fray Gaspar de Carvajal, que posteriormente

se convertirá en nuestro cronista por el Amazonas.

La ruta fue muy difícil, ya que tuvimos que pasar una cordillera. En el paso del

Guamaní, que por esas fechas estaba nevado cobramos nuestras primeras bajas, la

mayoría de ellos indígenas a causa de la vestimenta, y en alguna ocasión víctimas de los

malos tratos por nosotros. Al descender, nos sobrevino un terremoto.

Posteriormente fuimos a la tierra inexplorada de Quijos. Bordeamos una laguna

y la población de Papallacta, después debíamos internarnos en los bosques, siguiendo

unos antiguos caminos que parecieron haber sido frecuentados en épocas anteriores.

Estuvimos siguiendo el río Maspa7, estaba poblada de indígenas que en algunas

ocasiones opusieron resistencia. Al llegar a la confluencia del río Maspa con el

Cosanga, nos dirigimos hacia el sur. Nos vimos emboscados por unos indios, pero la

rápida acción de Pizarro, nos hizo llegar al campamento sanos y salvos. El campamento

estaba al pie del Sumaco, donde encontramos abundante comida, aunque los indios se

mostraban esquivos.

Anduvimos setenta días buscando la canela, murieron muchos de mis

compañeros en esa expedición. Cumplimos los seis meses en ese arduo viaje, y lo único

que encontramos fue el ishpingo 8. La frustración en la expedición era más que evidente,

lo que produjo un gran desaliento entre nosotros, y causó a la postre el fracaso de

dichosa expedición, y sólo nos quedaba la esperanza de encontrar el Reino de El

Dorado.

Pasamos a otra zona llamada Capua, y allí los capitanes estaban decidiendo que

itinerario coger: Una era al norte; otra hacia el este en dirección al río Coca o retroceder

a Quito, lo que sería el gran fracaso de la expedición si tomáramos esa decisión.

Avanzamos a la provincia de Guema, donde vimos pequeños poblados, lo que

nos hizo a los militares alertarnos.

7 Que posteriormente se llamará Quijos. Latorre Octavio. La expedición a la Canela y el Descubrimiento del Amazonas. Quito. Global Graphics. 2006.8 Una planta con olor a canela, pero muy distinta a la canela conocida en Europa

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El avance por el río Coca era muy lento, por lo que decidieron pasar a la parte

izquierda del río. Logramos capturar algunas canoas sin mucha resistencia para facilitar

el avance y así ir a por la búsqueda de alimentos, ya que la expedición estaba causando

estragos en nuestras filas.

En este momento por nuestras cabezas sólo pasaba la idea de qué debíamos de

hacer, si volver sobre nuestros pasos o seguir adelante, sin saber lo que podía pasar con

nosotros. La decisión fue seguir avanzando, y se propuso la construcción de un barco

que facilitara la expedición. Terminado el bergantín, fue bautizado con el nombre de

San Pedro, cargamos todo lo pesado. Mi Capitán Orellana se encargó de comandarlo.

Continuamos río abajo9 . Éramos en ese momento unos 57 hombres, entre los

que se encontraban dos capellanes. Zarpamos río abajo desde el curso inferior del Coca,

en la víspera de la navidad de 1541. En los primeros días tuvimos un percance, ya que

nuestro bergantín chocó contra un tronco sumergido, y rompió una de las tablas.

Felizmente pudimos reparar la avería.

A los pocos días se nos agotaron los alimentos y el hambre se hizo presente, y no

encontrábamos poblaciones de indios. Eso hizo desesperarnos aún más. Aunque al

amanecer del año nuevo de 1542 oímos tambores en la lejanía con lo que renacía de

nuevo la esperanza, no dimos con ellos.

Después de recorrer 200 leguas, llegamos a la región de Aparia, donde

encontramos comida: maíz y pescado guisado. Estuvimos allí durante tres semanas.

Tras saciar el hambre y haber descansado, nuestro Capitán se reunió con nosotros, y nos

presentó la situación que había. Las únicas alternativas eran volver, esperar o proseguir

el viaje. La apatía que había en mí era patente, y la decisión que saliese de ahí me daba

exactamente igual. Aunque el volver habría sido mucho peor, ya que habría que haber

remado a contracorriente. Orellana invitó a todos a intentar llevar auxilio a Pizarro. Pero

la respuesta fue fría, sólo hallaron tres que dijeron que irían, pero que llevaran consigo a

tres ballesteros. Fue inútil.

9 El Capitán Orellana viendo lo que pasaba… le pareció que no cumplía con su honra dar vuelta sobre tanta perdida, y así se fue a dicho gobernador y le dijo cómo él determinaba de dejar lo poco que allí tenía y seguir el río abajo y que…si hallase poblado y comida… que él se lo haría saber.Carvajal, Gaspar de. La aventura del Amazonas.

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Después de haber pasado la estancia en la región de Aparia, marchamos hacia la

región de Imará, donde la hospitalidad indígena era evidente. A ello ayudaba que

nuestro Capitán los entendía un poco. Y aprovechamos para construir un nuevo

bergantín con la madera que habíamos recogido en Irimary. El material estaba listo,

pero nuestro Capitán decidió zarpar para terminar el trabajo en mejor sitio.

El 2 de febrero partimos hacia la búsqueda del señor de Aparia. Al navegar 20

leguas, aparecieron las canoas de Aparia menor. Nos hallábamos en la confluencia de

un río que entraba por la derecha bastante furiosa, y eso amenazaba con hacer zozobrar

el bergantín.10Pasamos de largo hasta llegar a Aparia la Grande, donde nos ganamos la

voluntad de los indios con los conocimientos de la lengua que tenía Orellana. Y

aprovechó para proclamar la soberanía del rey y también la religión de los cristianos.

Fuimos muy bien aprovisionados y nos advirtieron los lugareños que más adelante nos

íbamos a encontrar con el reino de las mujeres guerreras, las famosas Amazonas.

El día de Santa Olalla, el 12 de febrero de 1542, nos encontramos de forma

inesperada con el Gran Río.11 El bergantín ya navegaba por el anchuroso río.

Aprovechando la hospitalidad de los indígenas, construimos un bergantín mucho mayor,

y lo llamamos Victoria. Refaccionamos el llamado de San Pedro, y continuamos con

nuestro viaje.

En las regiones de Machiparo, Omagua y en el reino de las temibles Amazonas

nos encontramos con una feroz resistencia. Al llegar a las tribus de Machiparo tuvimos

un combate: nos rodearon los bergantines con canoas, por lo cual, abrirnos paso era muy

difícil. Los arcabuceros tenían la pólvora húmeda, así que la batalla quedo en manos

nuestras, los ballesteros, que fuimos realmente efectivos. Al llegar a tierra, nuestro

Capitán ordenó intensificar el fuego, abriéndose una buena brecha. Bajamos a la playa

para dispersar a los indios y buscar alimentos, pero cuál fue nuestra sorpresa que las

casas de las aldeas eran defendidas por los indígenas. Tuvimos que retirarnos a la

10 Podría ser el río Curaray.11 Día de Santa Olalla…se juntaron dos ríos con el río de nuestra navegación, y eran grandes, en especial el que entró a la mano derecha como veníamos el agua abajo; el cual deshacía y señoreaba todo el otro río y parescia que le consumía en sí; porque venía tan furioso y con tan gran avenida que era cosa de mucha grima y espanto ver tanta palizada de árboles y madera seca como traía, que pusiera grandísimo temor mirarlo desde tierra cuanto más andando por él.Estas juntas de estos ríos se llamaron las juntas de Santa Olalla… y eran tan anchos de banda a banda que ahí adelante que parescia que navegábamos por una amplísima mar engolfada…

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desesperada, dejándonos consigo a algunos compañeros que habían caído. En días

posteriores los ataques por mar eran continuos.

En junio de 1542, avistamos un pueblo pequeño que invitaba al descanso. Pero

la reacción de los indios no fue buena al ver tomadas sus casas. Y hacia media noche

nos lanzaron un ataque, del cual ya estábamos provistos.

Habiendo abandonado dicha aldea, tras unos días de tranquila navegación dimos

con las famosas Amazonas12. Doce amazonas dirigían el combate, logramos matar a

ocho de ellas, teniendo un efecto negativo en los indios. Orellana nos dio órdenes de

retirada para recuperar a los heridos.

Entre julio y agosto de 1542, nos adentramos en el delta, era una región menos

poblada y a su vez menos hostil, aunque tuvimos algún enfrentamiento que pudo ser

fatal para la expedición. Llegamos a la desembocadura y finalmente al mar Atlántico el

26 de agosto de 1542. No teníamos motivos de festejo, ya que nuestro único fin era

continuar a tierra firme. Llegamos a la isla de Cubagua el 11 de septiembre, totalmente

extenuados.

A causa de esa extenuación y de unas fiebres, me postré en cama. Por esta

indisposición aquí acabo mi relato. Sé que mis días de vida están contados, y por ello

pido a Dios que se apiade de mí y me sepa perdonar de los males que he cometido en

vida. Que me guarde en su gloria una vez fallezca.

12 Eran mujeres guerreras que vivían a varias jornadas al interior, pero que vinieron apenas recibieron la solicitud de ayuda de las tribus ribereñas.

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BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA:

Castrillo Mazeres, Francisco. El soldado de la conquista. Madrid: Mapfre, D.L.

1992.

Rubio Recio, José Manuel. El Amazonas: el infierno verde. Madrid: Anaya,

D.L.1988.

Benites Vinueza, Leopoldo. Los descubridores del Amazonas:” La expedición

de Orellana”. Madrid: Ediciones Cultura Hispánica, 1976.

Carvajal, Gaspar de. La aventura del Amazonas. Madrid: historia 16, 1986.

Latorre, Octavio. La expedición a la Canela y el descubrimiento del Amazonas.

Quito. Global graphics, 2006.

BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA

Mañueco Baranda, Tello. Diccionario del Nuevo Mundo, todos los

conquistadores. Valladolid. Ámbito, 2006

Malamud, Carlos. Historia de América. Madrid. Alianza Editorial, 2005.

Lafaye, Jaques. Los conquistadores. Madrid: Fondo de Cultura Económica de

España, 1998.

Konetzke, Richard. Descubridores y conquistadores de América: de Colón a

Cortés. Madrid: Gredos: imp 1968