Post on 14-Apr-2016
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CIENCIA MODERNA E INTERROGACIÓN FILOSÓFICA1
No son piedras o árboles lo que a mí me interesa, sino los hombres en la ciudad,
dijo el filósofo. Al final, le resulta imposible mantenerse fiel a esta sentencia.
Porque al reflexionar sobre los hombres en la ciudad fue llevado a asignarles un
lugar en el mundo y a reconocer su sustancial parentesco con piedras y árboles. Lo
que nos interesa a nosotros son aún los hombres en sus ciudades. Pero nosotros
sabemos que ellos no pueden ser separados de las piedras y los árboles. Estamos
empezando a entender también las implicaciones de tal separación.
Talvez, aunque el punto es debatible y está lejos de ser obvio, nosotros sabemos
más que Platón acerca de los hombres y sus ciudades. Ciertamente sabemos
infinitamente más acerca de las rocas y los árboles, en un sentido banal de
conocimiento. También estamos empezando a saber que este conocimiento, tan
ilimitadamente eficaz en muchos aspectos, es peor que inútil en muchos otros
aspectos de mucha mayor importancia. Algunos nos dirán con liviandad: nosotros
nunca hemos perseguido el conocimiento sino por amor al conocimiento. No está
claro que mantendrían esa línea, o que se mantendrían coherentes, si nosotros les
recordáramos que el conocimiento es comprado a cierto precio, o de que hay
ciertos experimentos con los que nunca soñaron comprometerse. Pero lo que por
sobre todo está claro, de cualquier manera, es que ellos ya no podrían decir mejor
que nosotros qué significa el conocimiento hoy.
Esta fuera de duda, y de hecho fue expresamente asentado en el ocaso de la era
científica moderna, que la inmensa labor llevada a cabo a través del curso de los
siglos han sido también motivados en parte por la convicción de que el hombre
ganaría así dominio y control sobre la naturaleza. Juzgando por los resultados de
su actividad científica y técnica, el hombre debería aparecer en cambio como la
más aborrecible pestilencia infligida sobre la tierra. Ante todos los eventos, estos
resultados deben permanecer como recordatorios, para ser negados talvez solo
bajo peligro de muerte, de que el hombre está inscripto indeleblemente en una
naturaleza inigualable por ninguna de sus actividades conscientes en cuanto a su
sutileza y profundidad. Esta naturaleza es de hecho para él un lugar para vivir,
pero nunca será un reino que pueda gobernar. Esta nueva patología que
1 Traducción de la versión en inglés publicada en Crossroads in the labyrinth, MIT Press, trad. K. Soper y M.
Ryle, Cambridge, 1984.
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caracteriza su existencia somática y psíquica hoy, tanto colectiva como
individualmente, es atestiguada por el hecho de que la naturaleza reside en él
tanto como él reside en la naturalezai. Este es un hecho que difícilmente valga la
pena notar en estos días que a pesar del grado de la –posiblemente irreversible-
degradación del medio natural que el hombre ha ejercido para el éxito a través de
la aplicación unilateral de su saber-como técnico, se mantiene tan débil como
siempre para tratar los problemas de la organización colectiva humana, con los
conflictos que existen en y entre las naciones, con la miseria física de dos tercios de
la humanidad y la miseria psíquica del otro tercio.
Igualmente, de todos modos, no puede haber dudas de que la labor humana ha
estado motivada, posiblemente incluso más profundamente, por el deseo de
conocimiento por amor al conocimiento, un deseo que fue reconocido muy
tempranamente como parte de la naturaleza humana, el cual no está más cerca de
su satisfacción hoy que hace veinticinco siglos atrás. Resolver un problema es
siempre hacer surgir otros; por cada cabeza cortada de la Hydra muchas más
crecen, y nuestro cuestionamiento muestra pocos signos de agotamiento mientras
el tiempo sigue corriendo. A una teoría sigue otra, el éxito de cada una lleva
consigo las semillas de su propia destrucción qua teoría. A parte de la matemática,
donde los términos de la cuestión son diferentes, y de la pura descripción, donde la
cuestión no emerge, toda verdad científica es error diferido. Y aun así es algo más
que eso. ¿Qué es, entonces? ¿Qué es eso que buscamos en el conocimiento?
¿Debemos decir que, como todo deseo, también este está condenado a ser
perpetuamente defraudado respecto de su objeto, a ser ignorante de él y así
perderlo? ¿Debe este amor sufrir el mismo destino que aquél otro, el de mirar sin
remedio como sus adquisiciones se escapan entre sus dedos? ¿Pero cómo podemos
pensar que el objeto de una actividad tan eminentemente racional es esencialmente
imaginario? Y si fuera ¿podríamos no estar irremediablemente atrapados en un
círculo vicioso? ¿Podríamos alguna vez descubrirlo a no ser por los medios de esa
misma actividad racional, la cual, en esta hipótesis, continuaría sobre
determinándolo? Si la idea de que el conocimiento puede apropiarse de la
naturaleza es en sí misma una fantasía, mucho más debe serlo la idea de que el
conocimiento puede apropiarse del conocimiento. Es en otro sueño, el de un sujeto
absoluto y el de una pura reflexividad, que uno podría escapar de este círculo; y
este sueño –incoherente por supuesto para la lógica diurna, y gobernado
solamente, como deberíamos esperar, por la lógica del deseo- es el sueño común, e
inconsciente, del espiritualismo absoluto y del totalitarismo científico.
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La importancia practica y teórica de estas cuestiones converge. En la cara de
estos brutales contrastes entre los poderes del hombre de manipulación científica y
tecnológica de las cosas y su total incapacidad para tratar con sus propios asuntos,
entre el conocimiento exacto que posee de los núcleos de las estrellas y la densa
oscuridad que cubre lo que sucede en el piso de la tienda, se ha vuelto común, y de
hecho un lugar común, volverse al conocimiento con el propósito de culpar,
deplorar o prohibirii nuestra necesidad de superar el “atraso”iii de las disciplinas
humanas en relación a las ciencias de la naturalezaiv. La reacción es entendible, y
sus intenciones honorables, al menos si uno acepta, como nosotros aceptamos, que
la respuesta a la coyuntura histórica no puede, y no debe, ser un retorno a un
oscurantismo religioso, emocional o pseudo-político. Pero la lucidez de esta
respuesta deja mucho que desear. Cualquiera sea la confusión, e incluso el caos,
que indisputablemente reina entre las disciplinas antropológicas, no tiene ningún
sentido hablar de su atraso a menos que uno haya aceptado de antemano los
procedimientos de las ciencias que llamamos “exactas” como modelo y standart
que puede ser factiblemente aplicado fuera de su campo de origen; o lo que es
igual, a menos que uno sostenga que es tanto posible como deseable para las
ciencias antropológicas proceder en conformidad con los principios y la
metodología de las ciencias naturales; a menos, en breve, que uno ya haya
decidido que psique, sociedad e historia son objetos que no difieren esencialmente
de los objetos físicos y biológicos y que son enteramente homogéneos con éstos.
Pero esto no es evidente en manera alguna –de hecho, ni siquiera está claro que las
conclusiones del argumento estén en armonía con sus motivos iniciales. Si el
extraordinario desarrollo durante los últimos tres siglos de un tipo dado de
actividad científica ha llegado a una situación de crisis, ¿deberíamos aceptar sin
más preguntas que el remedio consiste en este mismo tipo de actividad para otras
áreas? Y si, per impossibile, tal extensión fuera a tener lugar, ¿Qué esperanza
tendríamos de ganar algo con ello? ¿Podremos olvidar que ninguno de nuestros
conocimientos de la naturaleza podría tener algún valor práctico, no nos
permitimos el derecho de usar y abusar de todo objeto natural, animado e
inanimado, en la prosecución de nuestros fines? ¿Acaso hay alguien que reclame
este derecho hoy, sea para sí mismo o para los futuros Fermis y Tellers del núcleo
humano? ¿Y es nuestra timidez a este respecto un caso del miedo del esclavo al
amo y de la moral del esclavo, un caso de superstición residual que desaparecerá
mientras progresamos hacia un espíritu más científico? ¿O es la acusada e
insuperable dicotomía entre teoría y práctica? ¿O la heterogeneidad entre el orden
humano y el natural desde el punto de vista de la práctica? En este último caso,
¿deberíamos impedir que sea posible adoptar la misma perspectiva teórica en
nuestro reflexionar acerca de ambos?
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Hay poca duda de que, si la demanda de superar el atraso de las disciplinas
antropológicas asume esta forma, se mantiene dominada por ideas que han
colaborado ellas mismas a producir esta situación y no es más que una
manifestación de esta situación. En verdad, lo que necesitamos es reflexionar sobre
el conocimiento científico contemporáneo mismo, sus problemáticas internas, sus
raíces históricas y su función social. Tan pronto como hacemos esto, nos damos
cuenta, no solo de que el conocimiento producido por las ciencias naturales no
ofrece soluciones a las cuestiones arriba suscitadas, sino también de que este
conocimiento mismo está atravesando una profunda crisis, que tiene raíces muy
profundas y consecuencias muy extensas. Esta crisis es coextensiva con el periodo
histórico que atestigua el crecimiento y la proliferación de este conocimiento, con
la forma de organización social que ha modelado y que lo ha modelado, con la
ideología ontológica que ha incorporado, con un cierto, desde ahora en adelante
sin duda eterno, momento del imaginario humano.
La crisis de la ciencia moderna y el progresivismo científico
Debemos, entonces, retomar la investigación teórica del conocimiento científico
con la precaución de que nos llevara directamente a la colisión con la visión de la
ciencia corrientemente sostenida por la mayoría del público, letrado y no letrado
por igual. De hecho, por una de esas paradojas que la historia ha hecho tan
tediosamente familiar hoy día a aquellos renuentes a nadar en su presente, la
época moderna, por todas sus omnipresentes incertidumbres, gusta de pensar de
que hay al menos una cosa de la que puede estar segura –esta es, su conocimiento.
Esto no es negar, por supuesto, aquellos extraños momentos de malestar a los
cuales sucumbe cuando recuerda que su pretensión de posesión de este
conocimiento descansa en la más atrevida de las sinécdoques, y que los fragmentos
no totalizados, y posiblemente no totalizables, de este conocimiento existen solo
como la propiedad de ciertos ramos cuyos lenguajes no tienen nada en común con
el suyo y crecientemente poco en común con cada uno de los otrosv. Ni es tampoco
negar que hay preguntas ocasionales y espasmódicas formuladas acerca de la
relación (significando de hecho una asombrosa falta de relación) entre este
presunto conocimiento y el desorden del mundo moderno, acerca del naufragio de
todos sus fines o de las ilusiones tomando los lugares de éstos, de la imposibilidad
de definir la economía de un conjunto de recursos experimentando una expansión
sin precedentes, de la desconcertante confirmación de E=m c² por medio de los
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cadáveres de Hiroshima y Nagasaki, y más recientemente, acerca del posiblemente
irreparable daño que ha sido infligido en menos de una centuria a una biosfera que
data de miles de millones de años con la ayuda de este conocimiento. Pero la
naturaleza, el valor, la dirección, el modo de producción y los productos del
conocimiento parecen permanecer más allá de la discusión; son dogmas tan
firmemente atrincherados e incuestionablemente aceptados como los dogmas de la
religión que en lo precedente mantenían poder. De hecho, así como en el pasado
solo un espíritu irracional o pervertido podía osar cuestionar la virginidad de la
Virgen, lo cual se prueba simplemente al ser fijado, así también es que hoy día sólo
aquellos que fallan al entender el significado de las palabras que pueden disputar
la cientificidad de la ciencia. Y afirmar que un compromiso es científico, hoy día, es
proclamar su excelencia. Ambos el hombre en la calle y las luminarias del espíritu
moderno comparten esta simple convicción. El “yo=yo” de Fichte se traduce hoy
en: ciencia = ciencia.
De hecho, una paradoja de dos pliegues está implicada aquí. El triunfo de
esta ideología científica y su asimiento sobre la sociedad es masivo, coincide
precisamente con el debilitamiento de su sostén en su país de origen. Se ha vuelto
obvio ahora para los científicos que la ciencia está muerta –la ciencia galileana, con
la cual Occidente ha soñado desde el 1600 y de la cual, en el 1900, se pensó que casi
se había realizado. De hecho, esto no es meramente definitivo, concepciones
particulares y aisladas que han sido exitosamente destruidas por la explosión de la
física cuántica, la teoría de la relatividad, el principio de incertidumbre, el
resurgimiento de la cosmología y el descubrimiento de la indecibilidad en
matemática. Hemos presenciado la disrupción de la concepción, el programa y la
meta de la ciencia galileana, la cual ha provisto los fundamentos de la actividad
científica y la piedra angularvi de su ideología durante los últimos tres siglos. Lo
que ha sucumbido es un acercamiento al conocimiento que constituye su objeto
como un proceso que evoluciona independiente del sujeto, el cual puede ser
localizado en un marco espacio-temporal de validez universal y absoluta
transparencia, el cual puede ser asignado a categorías univocas e incontestables (de
identidad, sustancia y causalidad), el cual finalmente es expresable en un lenguaje
matemático de ilimitados poderes, cuya coherencia interna era, así ha parecido, no
más problemática que su milagrosa pre adaptación a su objeto. En conjunción con
la manifiesta regularidad de los fenómenos naturales de gran escala, este programa
de estudio parece garantizar la existencia de un sistema único de leyes naturales
que fueran a la vez independientes del hombre e inteligibles para él. El grado en
que este programa de hecho fallo en la práctica en cuanto a alcanzar su meta fue
considerado reducible en principio –como atribuibles o bien a las limitaciones de
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una base inductiva que todo el tiempo está expandiéndose, o bien a la constante
disminución de los errores de medida. Por lo tanto, era costumbre hablar –de
hecho lo es todavía- del progreso asintótico del conocimiento hacia la ciencia, sin
siquiera sospechar que esta expresión es carente de significado si uno no posee la
asíntota que evoca, lo cual sería absurdo.
El progresivismo científico puede verse hoy en su verdadera perspectiva, como
una de las grandes y fértiles ilusiones de la historia. La ciencia ha progresado
indisputablemente, pero no a través de la acumulación de verdades, no como el
trabajo de construcción en el cual labores aisladas de diferentes trabajadores, cada
uno de ellos extrañamente condenados a ignorar el plan maestro, felizmente
combinados para producir el edificio final. Es igualmente cierto que este progreso
no consiste simplemente, como algunos en su desilusión, talvez, se ven inclinados
a pensar, en la mera eliminación de errores, la falsificación de hipótesis erradas, el
crecimiento de una flota fantasmal de teorías enfermas. La cuestión acerca de qué
es el progreso científico es, en sí misma, un problema del más alto orden –y
ciertamente no es un problema científico. Pero hay de cualquier manera ciertos
errores que es posible evitar: el error de identificar proseo científico solamente con
la suma de hipótesis rechazadas; el error de considerar la brecha de la realidad de
la ciencia y la clásica idea del conocimiento como una cuestión de ciertas
imperfecciones marginales, como un tipo de escoria residual. La ciencia contiene la
incertidumbre como su verdadero centro, tan pronto como intenta hacer algo más
que meramente describir o coleccionar y organizar hechos en una base empírica y
computacional; esto es, tan pronto como aspira a ser teoría. Y cuando nos
dirigimos a pensar en la naturaleza de la teoría misma, parece imposible que la
ciencia hubiera sido otra cosa que incertidumbre, y que el asombro es tal que
ninguno hubiera persistido tanto con sus decepciones en lo contrario.
Hoy no puede haber desilusión. Ya no es más una cuestión de dudas acerca de la
validez de esta o aquella teoría específica, ni de la tolerable oscuridad de conceptos
básicos –lo cual continua siendo una compensación sin aquella interferencia en el
negocio real de la ciencia. Porque la incertidumbre que ha arribado al curso de la
actividad científica misma, la cual ha dificultado y a la vez estimulado su
crecimiento en cada estado de su progreso, ha venido a poner en cuestión y a
representar una crisis en el marco categorial completo de la ciencia; así es como
refiere explícitamente los científicos a la interrogación filosófica. Esta interrogación
es omniabarcantevii. Porque lo que esta en juego aquí no es solamente la metafísica
durante ha apuntalado tres siglos de ciencia occidental y que ha provisto con su
concepción implícita e inconsciente del status ontológico de los objetos
7
matemático, físico, biológico, psíquico e histórico-social. Es también el marco
lógico en el cual estos objetos han sido considerados; es el modelo aceptado del
tipo de conocimiento a perseguir; el criterio de la presunta demarcación entre
ciencia y filosofía, y la situación histórico social y la función de la ciencia y de las
organizaciones y personas que la sostienen. Al mismo tiempo, debería ser obvio
que tal investigación debería incluir un no menos radical llamado a
cuestionamiento a la filosofía misma. Porque una absoluta separación entre ciencia
y filosofía no puede ser imposible desde el punto de vista de la ciencia y a la vez
necesaria desde el punto de vista de la filosofía. En este respecto, y a pesar de toda
apariencia de lo contrario, la misma posición es compartida: por una epistemología
positivista que mantiene que la construcción de una ciencia “exacta” no tiene
ninguna relación con alguna consideración “inexacta” acerca de significado, valor,
etc.; y por una filosofía como la de Heidegger que considera la diferencia
ontológica como absoluta, cree que es posible “pensar el ser” separado de los entes,
y al hacer eso necesariamente permanece prisionero de una cierta concepción de lo
que los entesviii son, no menos que del lenguaje particular correspondiente a esa
concepción, ambos aspectos formando el único circulo en el cual es posible pensar.
Los fundamentos de las matemáticas y la indecibilidad
En el caso de la matemática, la crisis se ha desarrollado con toda la
inexorabilidad de un guion de tragedia griega, hybris trayendo sobre sí la
inevitable némesis, y la catarsis asumiendo la pureza de una prueba matemática
acerca de una imposibilidad radical. Pocos de hecho eran los signos del inminente
colapso dentro del imponente imperio que la matemática, a través de sus sucesivas
conquistas de nuevos territorios y su unificación bajo leyes sistemáticas, había
establecido como el giro del sigloix; por el tiempo, esto es, cuando Hilbert, en 1900,
con incluso menos razón que Edipo para desear el conocimiento a cualquier precio,
sugirió a los matemáticos del mundo reunidos en Paris que la prueba de la
naturaleza no contradictoria de la matemática era uno de los puntos problemáticos
que era su tarea resolver en el curso del siglo XX. Tres años más tardes el problema
explotó en sus caras cuando la paradoja de Russell fue publicada como un
comentario al principal trabajo de Frege, declarando este último que el trabajo de
su vida yacía en ruinas. Durante el periodo de agudo conflicto que siguió, los
matemáticos se encontraron divididos en diferentes campos, siendo determinadas
las líneas de demarcación por las respuestas que daban a preguntas como: ¿Qué es
8
el objeto de la matemática? ¿Qué hay que entender por existencia y por prueba, y
además por verdad matemática? ¿Cuál es la naturaleza de la actividad del
matemático? Muy pronto se vieron llevados a adoptar los términos realismo
platónico, nominalismo con el fin de caracterizar sus opiniones o las de sus
adversarios, y esta nomenclatura es de hecho apta para ello.
En un esfuerzo por resolver el conflicto y “por eliminar del mundo de una
vez y para siempre la cuestión de los fundamentos”, Hilbert fue llevado a construir
la metamatemática –en reconocimiento del hecho obvio de que la cuestión de la
coherencia de la matemática no es una cuestión matemática, y por lo tanto no
puede ser discutida entre matemáticos y solamente con recursos matemáticos. Las
ganancias formales fueron considerables, pero uno todavía está inclinado a
preguntar, desde un punto fundamental, si realmente hubo alguna ganancia, en
tanto toda la discusión de la metamatemática (o de un meta lenguaje de cualquier
grado) puede en última instancia tener lugar sólo dentro de la densidad y
polisemia del lenguaje ordinario –o lenguaje sin más. Pero hay un gran acuerdox
sobre esto, en tanto el inmenso trabajo de Hilbert forjó las grandes armas con las
cuales, unos años más tarde, un joven y por entonces desconocido matemático iba
a proveer una rigurosa prueba del hecho de que un sistema formalizado no trivial
(uno lo suficientemente rico para contener la aritmética de los enteros naturales)
necesariamente incluye proposiciones indecidibles, e iba a mostrar que es
imposible demostrar la naturaleza no contradictoria de tal sistema dentro de los
términos de ese mismo sistema (Gödel, 1931). Entonces se creó una situación
epistemológica completamente única y extremadamente paradójica. En un sentido,
los teoremas de Gödel no tienen importancia real; pero en otro sentido presagian
total e irremediable desastre. En el supuesto de que en algún futuro talvez nos
encontremos con un teorema que contradiga otros teoremas previamente
aceptados, la salida probable podría ser un reajuste tal del sistema que pueda
salvaguardar el cuerpo principal al costo de algunos de sus componentes
periféricos; la suposición es en si misa altamente improbable. Pero, y este es
precisamente el punto, esto no es más que improbable. Incluso si todas las
partículas elementales del universo fueran matemáticos probando cada uno un
nuevo teorema por segundo y continuaran así por quince mil millones de años sin
producir ni una sola contradicción, la lógica de la situación permanecería no
afectada: podría siempre permanecer lógicamente posible que una contradicción
emerja, y que la coherencia del sistema nunca sea más que una conjetura
altamente probable. Ahora, si un voluntario matemático se compromete en nombre
de sus compañeros científicos a calcular la probabilidad de una proposición, basa
su cálculo en teoremas existentes y nunca se inclina a considerar equivalente una
9
proposición probable respecto de un teorema de x% probabilidad, ni tampoco a
considerar equivalente un teorema respecto de una proposición de probabilidad 1.
Los principios inductivos consideran la probabilidad como mensurable a lo largo
de una escala continua, pero en una disciplina deductiva hay una brecha insalvable
entre una proposición que es verdadera, o sea apodícticamente necesaria, y otra
proposición de cualquier tipo de probabilidad. Sí, tenemos una ciencia
rigurosamente deductiva –la única que poseemos- que no debe nada a la
experiencia pero que es capaz de ser falsada por un hecho de experiencia: no un
hecho empírico, por cierto, sino el acto de un matemático. Por lo tanto, los
matemáticos de aquí en adelante tendrán que vivir permanentemente con las
preguntas acerca de los fundamentos, preguntas que son tan ineliminables de sus
mundos como de este.
Sería difícil sobreestimar la importancia filosófica de esta situación. La
fascinación que la matemática ha despertado en la filosofía, desde Pitágoras y
Platón a Kant y Husserl, no ha sido debido a, como frecuentemente se ha dicho, a
la creencia de que las matemáticas ofrecen un paradigma de absoluta certeza;
Platón sabía perfectamente bien que descansaba sobre meras hipotheses. Pero las
matemáticas fueron de hecho pensadas como el modelo perfecto de la certeza
hipotético-deductiva: una vez que la cuestión de la “verdad” de estas hipótesis se
ha puesto en suspenso (una cuestión que finalmente ha llegado a ser considerada
sin significado en el contexto de la matemática, lo que desde otro punto de vista
genera problemas considerables), el sistema de la inferencia matemática parece
ostentar una certeza apodíctica. Por lo tanto, se suponía que teníamos referencia a
un dominio donde solo el “contenido” permanecía contaminado por un status
hipotético, pero donde al menos la “forma” –el tipo de concatenación necesaria de
proposiciones- parecía ser absolutamente categórico. Los dos teoremas de Gödel, y
los restantes teoremas de indecibilidad que proliferaron desde entonces, han
puesto fin de una vez por todas a esta idea. Incluso algo más importante, han
sembrado dudas sobre la posibilidad de una lógica rigurosa en la única área donde
parecía compatible con cierta fecundidad. A pesar de las innumerables discusiones
que han tenido lugar desde que Gödel probó sus teoremas, la filosofía no ha
afrontado realmente las implicaciones de esta situación.
Los problemas que han surgido no pueden ser solucionados por la construcción de
metalenguajes y metasistemas en los cuales uno prueba la naturaleza no
contradictoria del sistema del que uno ha empezado. Son reproducidos
infinitamente más grandesxi. Sabemos, gracias a un resultado absolutamente
10
universal de Tarski2, que podemos interpretarxii todas las proposiciones de un
sistema formal decidible dado (y todos sus términos definibles), si nos ubicamos
provistos en un sistema más ricoxiii. Lo que esto significa, en efecto, que el posterior
incluirá proposiciones indecidibles y términos indefinibles; uno puede eludir estas
dificultad recurriendo otra vez a otro meta sistema más rico. Pero está claro que
este regreso al infinito, lejos de “resolver” las preguntas iniciales, solo sirve para
exacerbarlas; el empleo de lenguajes cada vez más ricos es equivalente a la
introducción de hipótesis cada vez más fuertes.
Una situación muy similar se encuentra en los varios intentos dirigidos a eliminar
las “paradojas” encontradas en la teoría de conjuntos. Así, por ejemplo, y aparte de
las otras objeciones a ella, la “teoría de los tipos”, sea en la formulación original de
Russell o en la más sofisticada de von Newman, solo pospone al infinito las
preguntas formuladas por el hecho de que en el pensamiento ordinario y en los
lenguajes naturales todo atributo define una clase (o, en otras palabras, toda
propiedad es una colecciónxiv). Uno puede tratar de superar esta dificultad
arreglando los axiomas de la teoría de conjuntos de manera tal que la expresión
“clase de todas las clases” resulte algo sin significado, que el objeto que designa es
“no existente”, que no todas las relaciones deben ser tomadas como reunibles en
coleccionesxv, de manera tal que “no exista un conjunto en el cual todo objeto sea
elemento”3. Pero al mismo tiempo, es claro que o bien la teoría de conjuntos es una
teoría vacía (sin objeto), o bien que hay algo que es conjunto en general, el objeto
de una teoría así llamada, y los enunciados de tal teoría son válidos para todo
conjunto. Si entonces se afirma el enunciado: “la teoría de conjuntos concierne a
todos los conjuntos” no pertenece a la teoría misma de conjuntos (en la cual éste no
tiene ningún significado), pero es el enunciado de una meta teoría, el argumento es
irrefutable –pero fútil. Porque esta meta teoría está en cambio obligada a
considerar la propiedad de “ser un conjunto” como ser reunible en una colecciónxvi,
y a decir, por ejemplo, que un conjunto forma una “clase”; o bien, a afirmar que
consideramos una colección de objetos…que será denominada un universo”,
siendo los conjuntos los “objetos” de este universo; luego, en función de evadir la
afirmación de que x pertenece a U, uno dice que “el objeto x está en el universo
U”4. Pero es dolorosamente obvio que la proposición de en este contexto ya está
cargada con todas las paradojas de la teoría “ingenua” de conjuntos. ¿Qué significa
2 Tarski, Logic, Semantics, Metamathematics, Clarendorf Press, Oxfor, 1956, especialmente p.273-274 y 406-
408.
3 N. Bourbaki, Theory of sets, Herrman, Paris, 1968, Cap. II, 1, 7
4 J.L. Krivine, Theorie axiomatique des ensembles, PUF, Paris, 1969, p. 10.
11
aquí decir de un objeto que “está en”? ¿Qué es mentado por “colección”? ¿Hay
alguna colección de todas las colecciones –y puede una colección estar “en” una
colección? Si puede, estamos inmediatamente de regreso en la paradoja de Russell;
si no puede, meramente se ha transferido la pregunta original a un nivel más alto.
Como Cineas lo hubiera expresado, bien nos pudiéramos haber quedado
tranquilos donde estábamos en la planta bajaxvii y aceptar la inicial definición
“ingenua” de Cantor, tan maravillosamente lucida precisamente porque sus
círculos viciosos y sus términos indefinibles son tan patentes: “un conjunto es una
colección de objetos definidos y distintos de nuestra percepción o pensamiento”.
Incluso una cuestión aparentemente tan simple, y al mismo tiempo tan
fundamental, y aun elemental en el sentido primario del término, es que el
ordenamiento, la arquitectónica, las respectivas posiciones ocupadas por los varios
departamentos de matemática –una pregunta respecto de la cual claramente
depende la pregunta de la validez lógica- permanece largamente abierta. Desde
que Cantor la creó, la teoría de conjuntos ha pasado a ser considerada el
departamento primario o fundamento de la matemática, siendo derivadas de ella
todas las demás ramas; y habiendo sido reformuladas, más o menos, todas las
ramas a la luz de los conceptos y resultados de la teoría de conjuntos. Este es el
punto de vista que, como bien es sabido, Bourbaki entronizó en sus Elementos de
matemática. Pero, sumados los problemas lógicos y filosóficos que presenta, ya ha
sido discutido y, talvez deberíamos decir, rechazado entre los matemáticos
mismos. Así se afirma en un trabajo reciente5: “El punto de vista adoptado en este
trabajo talvez parezca extraño a aquellos que piensan que la teoría axiomática
[énfasis del propio autor] de conjuntos ocupa el departamento primario de la
matemática (como es verdadero, quizás, en el caso de la teoría ingenua de
conjuntos)”. Que un matemático emplee el término “talvez” respecto de una
cuestión tan seria, la cuestión de la base sobre la cual uno conduce la prueba de
cualquier cosa en cualquier rama de la matemática, puede significar un
estremecimiento. Pero aquí permitámonos simplemente considerar que “talvez”
debemos permitir a una teoría “ingenua” de conjuntos (una que en consecuencia
sea no rigurosa y entrañe paradojas) esta privilegiada posición en matemáticas, ser
la sola base sobre la cual sea posible, siempre que no seamos tan inquisitivos, de
construir buena parte de la matemática por medio de la cual (por el empleo, esto
es, los recursos están disponibles por esta construcción) talvez podamos formular
una teoría axiomática de conjuntos. Lo que es problemático de esta exigencia no es
tanto su circularidad lógica, ya que en los días de la filosofía es un vicio
5 Krivine, op. cit, p. 6.
12
irremediable (pero quizás el “vicio” de todo lo que existe, especialmente de todo
pensamiento), sino el hecho de que los defectos iniciales de la teoría ingenua de
conjuntos son transmitidos hereditariamente, en consecuencia contaminando la
serie entera de subsecuentes construcciones.
Así como para las dificultades lógicas y filosóficas mencionadas arriba, estas son
tan numerosas que debemos contentarnos aquí con una referencia al ejemplo más
chocante. Objetos tales como el conjunto de los enteros naturales (N), o relaciones
tales como la de orden, son presentados como constructos producidos en y por la
teoría de conjuntos, e incluso en el caso de N en un estado bastante avanzado de la
misma. Es claro de cualquier manera que los correspondientes conceptos (o
categorías o esquemas) están envueltos directamente desde el principio en
cualquier razonamiento matemático, y no pueden de hecho (como, en un sentido,
Kant ya había mostrado) ser derivados de alguna otra cosa. Toda prueba,
matemática o de otro tipo, ordenaxviii sus afirmaciones de acuerdo a la relación de
orden, y de hecho, un buen ordenamiento es necesario; en la mera construcción de
una afirmación, el orden de los signos es generalmente crucial (“hay un x tal que
para todo y…” como sabemos de ninguna manera es equivalente a “para todo y
hay un x tal que…”). En un sentido similar, los enteros naturales en efecto están
siendo invocados directamente desde el principio: sin usar “uno”, “dos” y sobre
todo “etc.” y “…” (que significa en la practica la introducción y uso efectivo del
infinito potencial) directamente no se puede progresar. De hecho, es difícil de
aceptar el argumento de Bourbaki6 de que en estos casos los números son usados
como “puntos de referencia” en algún sentido similar en que podrían serlos los
colores. Uno talvez use de hecho colores para distinguir objetos o para establecer a
cuál de ellos se estaba refiriendo, pero hablar al de una relación binaria, por
ejemplo, no puede haber negación de que es la cardinalidad del número “dos” lo
que está en cuestión. Bourbaki, de alguna manera, reconoce este hecho él mismo7
cuando enfatiza que la matemática está envuelta desde el principio en pruebas que
apelan enteramente a recursos de la matemática misma en sus usos de enteros
arbitrarios e inducción matemática; cuando habla en este sentido del riesgo de una
petitio principii (de nuevo una expresión extraña viniendo de un matemático: ¿se
supone ahora que uno debe consultar a una agencia de seguros para establecer
cuándo es o no circular un argumento matemático?), y de nuevo, finalmente,
cuando admite que no podría tener sentidoxix enseñar matemática a “seres” que no
sepan “leer, escribir y contar” (énfasis nuestro), hecho que parece obvio en sí
6 Bourbaki, op. Cit., “Introduction” p.10
7 Bourbaki, op. Cit., p. 9-10
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mismo pero que el formalismo y el logicismo desesperadamente han procurado
siempre negar. Pero, si este es el caso, no podemos continuar hablando más de la
“construcción” de N; es a lo sumo una cuestión de reparar y repintar su frente.
La situación de la física
La crisis de los fundamentos de la matemática mantiene entonces en gran
parte una cuestión abierta, y es difícil de ver cómo podría superarse –excepto,
claro, en el reconocimiento de que la matemática no puede esperar más que
cualquier otra disciplina asegurarse un fundamento absoluto, ni de obtener alguna
otra garantía acerca de su coherencia que la que le brinda el hacer teóricoxx de sus
profesionales. Pero la matemática es al menos capaz de aislar el área de crisis
lógicamente del resto de su práctica. Esto no reduce en ningún sentido la
importancia filosófica del problema, pero permite a los matemáticos proseguir sus
estudios presentes, más allá de su importancia, a cierta distancia de ello. Esta
situación es un poco diferente en la física, donde el problema avanzan, en tanto
están relacionados a los instrumentos lógicos indispensables para la tarea del
físico, interfieren de un modo decisivo en el proceso de teorización. De hecho, no
es solo –como algunos han pretendido erróneamente- la posibilidad de una
representación intuitiva que ha fracasado con los trastornos que han tenido lugar
luego de 1900. Son las categorías mismas del pensamiento que se utilizan en la
física, y la naturaleza misma de su objeto, la naturaleza de la actividad del físico y
del físico como tal –esto es, como una comprensión científica operando- que han
sido puestas en cuestionamiento. Claramente, no hubiera sido posible aplicar el
término de metafísica a esa parte crecientemente significativa de la reflexión con
que los físicos se han dedicado a la cuestión de las ideas últimas presupuestas por
su actividad –aunque con legitima ironía Heisemberg ha comentado la actitud de
los positivistas lógicos, que con bastante felicidad hablan de metamatemática o de
metalógica pero entran en pánico si el prefijo “meta” se aplica al mundo físico8. Se
podría hablar de pre física, en tanto los conceptos en cuestión existen con prioridad
a cualquier empresa en física, incluso la más elemental. Pero en realidad no es una
cuestión de pre o de meta-física. Porque las cuestiones aquí implicadas no son
anteriores o posteriores a las físicas contemporáneas: son las físicas
8 Heisemberg, Der tail und das Ganze, Piper, Munich, 1969, p.286. Heisemberg atribuye este reproche
irónico a Niels Bohr.
14
contemporáneas. Indisociablemente ligadas a las decisiones teóricas últimas, se
convierten en un artículo central del debate en todo aumento de las apuestas
teóricasxxi. Si una línea ha de ser trazada para que los físicos puedan continuar su
trabajo negando estos problemas de principios, ello no demarcaría entre filosofía y
física teórica sino entre física teórica y lo que uno debería llamar –a pesar de su
tremenda efectividad- el extravagante trabajo empírico-experimentalxxii.
Estos problemas han sido lo suficientemente discutidosxxiii en los últimos
sesenta años, para justificarxxiv que nos ciñamos a una lista de los más importantes.
El físico esta conminado a cuestionarse acerca de su entendimiento de lo que es el
tiempo y el espacio, y acerca de qué justifica la distinción misma. La cuestión de la
frontera entre los fenómenos micro físicos y los de un observador ampliadoxxv (el
sistema formado por el observador y su aparato experimental) permanece
enteramente irresuelta. También esta irresuelta la antinomia epistemológica
formulada por primera vez por Heisenberg en 1935 entre el reconocimiento de la
invalidez de las categorías y leyes de la física ordinaria en el dominio de lo micro
físico por una parte, y por la otra la prueba de esta invalidez por medio de un
aparato construido en observancia de las leyes de la física ordinaria e interpretada
de acuerdo con sus categorías normales. Sería erróneo pensar que podemos
resolver esta antinomia -con mayor éxito que respecto de los efectos de la crisis de
la categoría de causalidad- meramente apelando a grandes números y
probabilidades, en tanto –como ha sido señalado- un evento cuántico único –al
cual no podemos asignar más que un cierto grado de probabilidad- es capaz –por
medio de un aparato experimental apropiado- de desencadenar un evento
macroscópico de un tipo que en principio esta enredado en una cadena de
relaciones determinísticas. Algunos se inclinan a pensar que la discusión de estos
problemas está aproximándose al punto de agotamiento. Nada puede estar más
lejos de la verdad, en cuanto los progresos físicos constantemente reaniman tales
problemas y generan otros de tipo similar. Podría tomarse como ejemplo la
“decadencia”, como ha sido llamada, de la categoría de “campo”xxvi, la cual
durante los últimos cien años ha si empleada con creciente predominio en la física
como un todo, que ha alimentado la (continuamente frustrada) esperanza de que
una teoría unificada pueda constituirse, pero que ahora se ha mostrado incapaz de
acoger la última señal del fenómeno “elemental”. También podría tomarse la
reapertura del debate acerca de los principios de simetría en la naturaleza, de
reversibilidad de los fenómenos elementales, e incluso de conservación. O
nuevamente, existe la persistente pero irresuelta cuestión de cómo reconciliar (o
incluso establecer alguna relación entre) la relatividad general y la mecánica
15
cuántica. Y está también el cuestionamiento de la noción misma de fenómeno
físico.
De hecho, los físicos mismos dicen que acuerdan entre ellos acerca del uso
de la mecánica cuántica, pero que están en profundo disenso acerca de su
significado y de sus conceptos fundamentales9. Wigner reconoce que, al afirmar
que el de un acto de observación –en otras palabras, un “acto mental”- se ha
convertido en el concepto primario en mecánica cuántica, no se ha hecho otra cosa
que “explicar un acertijo por medio de un misterio”. Reconoce que no hay acuerdo
en la cuestión epistemológica de si el “vector estado”xxvii (que describe un sistema
dado desde el punto de vista de la mecánica cuántica) “representa la realidad” o es
simplemente “una herramienta matemática a usar para calcular las probabilidades
de los varios resultados posibles de las observaciones”. También recuerda que “la
naturaleza auto-contenidaxxviii de la mecánica cuántica es una ilusión insostenible”,
y que “la teoría de la mecánica cuántica, si se sigue consistentemente, conduce a
difíciles cuestiones epistemológicas y filosóficas”. En cuanto a lo que a la mecánica
cuántica concierne, y en vista de las ilusiones que aún prevalecen, parece útil citar
in extenso a uno de los físicos contemporáneos más conocidos: “…la teoría
permanece generalmente insatisfactoria, no solo porque contiene lo que finalmente
parece ser algunas contradicciones, sino también porque ciertamente tiene un
cierto número de características arbitrarias que son capaces de indefinidas
adaptaciones a los hechos, de algún modo evocativas del modo en que los epiciclos
ptolemaicos podían acomodarse a casi cualquier dato observacional que pudiera
sobrevenir en la aplicación de tal marco descriptivo…”10.
La controversia –de la cual hemos hablado- respecto a la noción de
fenómeno físico, es producto de cuestiones derivadas de –al menos- dos puntos de
vistas diferentes pero en última instancia convergentes. Por una parte, la idea
tradicional de que “…los sistemas físicos existen y tienen propiedades físicas bien
definidas independientementexxix de cualquier observación de estas
propiedades…” (“hipótesis C”, como B. d´Espagnat la ha denominado, y en
conexión con la cual J. M. Jauch ha comentado adicionalmente que “…es más bien
difícil, sino imposible, decir cuál podría ser el significado exacto de una hipótesis
así…”) no es sostenible por más tiempo; en todo caso, se ha mostrado que es
9 E. Wigner en Foundations of quantum mechanics, ed. B d´Spagnat, Academic Press, Ney York y Londres,
1971, p. 4-6.
10 D. Bohm, “Quantum theory as an indication of a new order in physics” en Foundations of quantum
mechanics, p. 434.
16
incompatible con el comportamiento de sistemas cuánticos que interactúan entre
ellos –y en realidad, obviamente, todos los sistemas son de este tipo11. Por el otro
lado, las situaciones paradójicas se encuentran en el estudio de los sistemas
cuánticos en interacción llevan cada vez más a pensar que la idea de un sistema
parcial o sub-sistema “es talvez incompatible con la estructura de las leyes
cuánticas”12, lo que significa decir que la idea de fenómenos aislables o separables
es carente de sentido13. Si este es el caso, claramente amenaza la conceptualización
y –en principio- los métodos empleados por la física establecida (en el tipo
moderno, no en el clásico), que es incapaz en sus ecuaciones y en su trabajo
experimental de tratar con sistemas o aspectos parciales considerados como
separables del todo. Si, como Bohm afirma, la teoría cuántica implica “la caída de
la noción de análisis del mundo a partes relativamente autónomas, separadas pero
en interacción”14 estamos sumidos en una interminable serie de enigmas: no
podemos ya siquiera avalar conceptos como los de observador, observado y
observación; de hecho ya no es más posible afirmar con absoluto rigor (como se
sostenía en la que en un momento fuera revolucionaria y ahora es la interpretación
clásica de la mecánica cuántica, sobre la cual mucha tinta ha circulado y a la cual ni
Einstein ni Schrödinger ni L. de Broglie podrían intentar aceptar) que “lo que es
observado” es de hecho el producto de una interacción entre el observador y lo
observable. Las regularidades parciales que descubrimos a diferentes niveles de la
“realidad” física (sin la cual, por otra parte, no podríamos siquiera vivir) están
selladas por una total contingencia y se convierten en totalmente ininteligibles. El
universo, en esta interpretación, no es mas que un solo híper-fenómeno, aunque es
difícil de ver cómo el término “fenómeno” podría seguir teniendo aplicación en
tales condiciones, dado que el observador para quien hay fenómeno habría quedado
integrado él mismo dentro de este universo; y sería igualmente anacrónico hablar
de un universo cuando la mecánica cuántica parecería de hecho afirmar que ella
11
J. M. Jauch en Foundations of quantum mechanics, op. Cit., pp.28-29. B. d´Espagnat, Conceptions de la
physique contemporaine, Paris, 1965.
12 J. M. Jauch, loc. Cit., p.32
13 B. d´Espagnat, “Measure and non-separability” en Foundations of quantum mechanics, op. Cit.,pp.84-96.
M.D. Zeh, Foundations of physics, I, 1970. Esta cuestión ha vuelto con renovada fuerza en los últimos años,
siguiendo con la realización actual de equivalentes del “experimento mental” de Einstein-Podolsky-Rosen. El
resultado parece, hasta ahora, apoyar fuertmente la idea de que la “separabilidad” de fenómenos físicos es
mas que dudosa. Ver, por ejemplo, B. d´Espagnat, A la recherche du reel, Gauthier-Vilar, Paris, 1979 –Adición
del autor a la edición inglesa de 1983.
14 D. Bohm, op. Cit.
17
describe no es “…la realidad que acostumbramos pensar, sino una compuesta por
muchos mundos…”15.
Esta sola cuestión del “universo” es la más elocuente del estado caótico en
que la física se encuentra hoy: ninguna otra área del estudio teórico ha estado
sujeta por los últimos cincuenta años a tales violentos y continuos disturbios como
la astronomía teórica (o, más exactamente, la cosmología) –la única área en que la
ciencia moderna originalmente creía, sobre la base de la teoría newtoniana, que
podía encontrar pruebas triunfantes del poder de sus métodos y de la verdad de
sus resultados. Deberíamos recordar que la cosmología contemporánea no es
materia de especulación gratuita, sino la inevitable consecuencia de la observación
astronómica de suprema importancia tanto como de la necesidad de encontrar
leyes locales; y que su progreso ha tambaleado a cada paso, por los obstáculos
puestos por la inevitable necesidad de cuestionar o abandonar las categorías y
medios más elementales de conceptualización. La teoría general de la relatividad
tiene origen en la intención de Einstein de encontrar una explicación rigurosa –
dentro de los términos de la física teórica- de lo que hasta entonces había
permanecido como mera identidad “coincidente” entre la masa gravitacional y la
inercial (principio de equivalencia de Mach). Todavía se debate si logró este
objetivo. Pero de cualquier manera triunfó en vaciar los conceptos newtonianos de
espacio, tiempo y materia de todo contenido; sobre todo, ha producido ecuaciones
que -siendo igualmente consistentes con una “singularidad” en un pasado infinito,
una evolución periódica del universo o un horizonte temporal ilimitado- ha
forzado a los físicos a resucitar nociones tan misteriosas como comienzo del tiempo
o tiempo cíclico, y en última instancia a proponer la cuestión de la realidad y el
significado del tiempo. De modo similar, la paradoja de Olbers (formulada en 1826,
pero que permaneció desconocida no solo para el público educado sino para vastas
mayorías de científicos, que se vieron bien y verdaderamente sorprendidos de
aprender que nadie en la Tierra era capaz de explicar por qué de noche el cielo era
negro, o más precisamente por qué no estaba a una temperatura constante de
6000°) en cierto sentido ha sido “resuelta” por el descubrimiento del
desplazamiento hacia el rojo y su explicación en términos de un “universo en
expansión”. Pero ciertamente no hay unanimidad en la interpretación teorica de
esta expansión, y -lo que es más importante- cada una de las dos teorías rivales ha
debido abandonar principios físicos que son incluso más fundamentales (en tanto
son más abstractos) que abandonados por la mecánica cuántica. La teoría del
15
B.S. de Witt, “la interpretación de de la mecánica cuántica de los muchos universos” en Foundations of
quantum mechanics, op. Cit, p. 226.
18
estado estacionario ha debido echar por la borda el principio de la conservación de
la materia-energía (porque postula una “creación continua” de la materia en el
universo) mientras que la teoría de un “estado hiper-denso inicial” (teoría del Big
Bang) se ha visto obligada –como Fred Hoyle ha subrayado- a abandonar nada
menos que el principio de la invariancia de las leyes físicas16. Pero la cuestión
principal que ha hecho sobrevenir la cosmología contemporánea es, sin duda, la
cuestión de sus propios objetivos. ¿En qué sentido puede haber una teoría de un
objeto único? ¿Cómo se podría hablar en términos de leyes gobernando este objeto
único, el universo? ¿Puede uno mantener la separación entre objeto y leyes a este
nivel? Los cosmólogos más radicales argumentan que una teoría construida para
describir un sistema único “debería no contener ninguna característica arbitraria”,
lo que significa en efecto que no debería contener referencia alguna a “condiciones
iniciales”17. Pero en realidad, no podemos concebir una teoría física sin
“condiciones iniciales” (o “condiciones limites”) más de lo que podemos pensar en
términos de una distinción entre esencia y accidente en caso de un objeto
absolutamente único. Para cualquier sistema físico parcial, asumir sus condiciones
iniciales es –en efecto- asumir su situación en el tiempo y el espacio, y su “estado
original” –y es esto lo que, desde el punto de vista de la física teórica parece ser
“accidental”. Considerado bajo esta luz, es inmediatamente obvio que en el caso
del universo como un todo “nada puede permanecer accidental”, como dice
Sciama- excepto, como deberíamos haber agregado, el universo mismo.
Enfrentamos aquí la cuestión impuesta por la imposibilidad de emplear las
categorías de contingencia y necesidad cuando el objeto considerado es el objeto
físico último. Dar otra, pero solo aparentemente diferente, ilustración de esta
antinomia: una teoría cosmológica rigurosamente comprometida al principio de
que al hablar del universo debería evitarse toda referencia a “condiciones iniciales”
–de la cual ningún sentido real puede darse en tal contexto-, estaríamos en la
posición de tener que hacer una deducción teórica de todas las propiedades del
universo, incluyendo el hecho de que tiene cuatro o catorce dimensiones y no dos, e
incluyendo los valores numéricos de las constantes fundamentales. Como se sabe,
Eddington pasó la última parte de su vida explorando esta posibilidad, sin mucho
éxito. Pero si suponemos, per impossibile, que ejercicio de deducción fuera 16
Desde hace muchos años, la evidencia observacional (el descubrimiento de una radiación cósmica
uniforme correspondiente a la temperatura de 3° K e interpretada como un “efecto residual” del Big Bang
de la “explosión inicial” del universo) ha inclinado la balanza fuertemente contra la teor{ia del estado
estacionario. Pero esta evidencia, de cualquier modo, no permite decidir entre diferentes modelos
cosmológicos compatibles con las ecuaciones de la teoría general de la relatividad.
17D.W. Sciama, Unity of the univers, Faber y Faber, Londres, 1959, p. 145 y p. 179. Cf. También, H. Bondi,
Cosmology, University Press, Cambridge, 1961.
19
exitosamente realizado, ¿qué se seguiría epistemológica y filosóficamente
entonces? El cosmos habría sido disuelto, conceptualmente, en una colección de
determinaciones logico-matemáticas, y la cuestión que hubiera sobrevenido
entonces es por qué esta colección tendría una contrapartida “real”.
En casi el mismo sentido en que uno descubre referencias a la filosofía
clásica resurgiendo en la discusión de la epistemología matemática, así también
uno tiene la impresión de que debajo de la superficie de los debates
contemporáneos de cosmología nos enfrentamos una vez más con las antinomias
de la “dialéctica trascendental” –que las investigaciones de Kant sobre los
fundamentos de la unidad de la experiencia, y las reflexiones de Platón y de
Leibniz acerca de la unicidadxxx del universo y las posibles razones para ello.
El problema de la historia de la ciencia
Ligados como están al periodo histórico presente y al estado dado en el
desarrollo de la física, puede pensarse que estas observaciones tienen solamente un
status contingente. No han faltado grandes físicos que han pretendido que un
nuevo avance de las ciencias podría posibilitarnos, al menos en ciertos casos
(determinismo) y al precio de unas pocas complicaciones, volver al status quo ante.
Este punto de vista, que en cualquier caso ha sido abandonado ahora, es poco
sostenible. No solo porque, cuando todo se ha dicho y hecho, la crisis que afecta a
la física del siglo XX ha servido meramente para revelar algo que ha sido siempre
el caso, esto es, que toda teoría física presupone un conjunto de categorías que no
son evidentes por sí mismas, no un marco de trabajo neutral, suscitando así la
cuestión de sus interpretaciones, que desde entonces y en adelante interfiere
necesariamente con cualquier teorización de la experiencia. Y es también porque, a
la luz de esta crisis, podemos discernir otro hecho, que nuevamente debería ser
percibido directamente desde el principio, pero que incluso hoy es solo parcial y
superficialmente reconocido. Esto es que el carácter histórico – en el sentido más
estrecho: la mera diacronía- de la ciencia crea una situación en la cual el programa
clásico se quiebra, porque es absolutamente incapaz de ser pensada en los términos
de aquel programa. La concepción clásica no tiene medios para pensar una historia
de la verdad, y este es el sello, de hecho, del cientificismo esencialmente idealista o
tradicional. Este carácter diacrónico de la ciencia es una de aquellas grandes
trivialidades, incluso tautologías, análoga a hechos tales como que para poder
20
“ver” un electrón, uno debe “iluminarlo”, o que para pensar uno debe pensar algo,
o que para que un sujeto pueda tener conocimiento de un mundo real debe ser él
mismo real en cierto sentido –de lo cual de hecho enormes consecuencias se
siguen. La cuestión que despierta es la siguiente: dado que el primer científico no
estableció de un golpe el conocimiento absoluto, respecto del cual sus sucesores no
habrían tenido más que confirmar infinitamente, ¿cómo es posible y pensable en
general una sucesión de teorías físicas?
La concepción científica, que aun domina los puntos de vista de la
comunidad científica en estos puntos, solo puede permitir que es posible o
pensable por medio de una triada de nociones absolutamente inadecuadas:
sucesivas aproximaciones, generalización y adición. Fácilmente puede descartar la
idea de sucesivas aproximaciones (¿aproximaciones a qué?) que sólo puede ser
invocada en este contexto por alguien que falla por completo al entender la
naturaleza de la teoría. Es el resultado predictivo de las teorías lo que puede ser
ordenado de acuerdo a una mayor o menor proximidad a algo, no las teorías
mismas. Diferentes teorías tienen diferentes estructuras lógicas, y no son
comparables en ese sentido. ¿Cómo, entonces, puede pensarse la sucesión de
teorías? ¿Bajo qué condiciones puede un orden temporal simultáneamente
constituir un orden lógico intrínseco?
La inadecuación de las interpretaciones usuales del desarrollo de la ciencia
Se habla mucho de generalización, en el sentido de que las teorías
posteriores contienen a las anteriores como a “casos particulares”. Esta descripción
frecuentemente se sostiene de modo correcto para las cuestiones menores de la
física, pero nunca es verdadera para las mayores. Está basada, también, en una
confusión entre predicción numérica y contenido lógico de una teoría. Es imposible
tomar seriamente la formulación aceptada hoy día de acuerdo con la cual la teoría
newtoneana es un caso particular de la relatividad especial, el caso especial en el
cual c (la velocidad de la luz en el vacío) es tomada como infinita; todo lo que se
puede decir es que en la fórmula de la relatividad especial, si uno asigna a c el
valor de infinito, entonces arriba a resultados newtoneanos. Pero esto no debería
hacernos olvidar que la teoría especial de la relatividad empieza por poner como
axioma lo absurdo del axioma fundamental implícito en la teoría newtoneana, la
existencia de señales que pueden ser propagadas a velocidad infinita. Entonces
21
¿Esta uno habilitado a decir que a es una aproximación de no-a? Como Hermann
Bondi ha dicho “…hoy en día…los conceptos newtoneanos son tenidos como
insostenibles…”18. Presentar la teoría newtoneana como si fuera la primera
aproximación de algo respecto de lo cual la teoría de la relatividad es una segunda
y mejorada aproximación, es parodiar los conceptos y la estructura lógica de la
teoría; es admitir que uno no tiene ningún otro interés más que los decimales
predichos por ambas teorías; es pretender presentar un ideal absoluto de ciencia
precisamente presentándolo como una no teoría, como capaz de mezclar la más
heterogénea infusión de conceptos siempre que esté lo suficientemente bien
servida con el jugo numérico correcto. No es posible continuar hablando de la
teoría cuántica como conteniendo la física clásica como un “caso particular”; esto
equivaldría a la aserción de que el conjunto de los enteros contiene el conjunto de
los números reales como uno de sus casos particulares. Por otra parte,
contrariamente a lo que se supone, es difícil, incluso en el campo de las
matemáticas, describir avances decisivos en términos de generalización pura y
simple. Ha sido bastante bien observado que es un abuso del lenguaje hablar del
“progreso considerable” que fuera realizado para probar el ultimo teorema de
Fermat. Porque este así llamado progreso ha consistido, de hecho, en la
construcción de ramas enteras de matemática completamente nuevas
(notablemente la teoría de los números ideales) y el problema tal como se lo
concibe hoy es algo de lo cual “Fermat no tuvo idea”19 y el cual le hubiera
resultado totalmente ininteligible. Asimismo, sólo desde el punto de vista más
vacío y formal podría considerarse como generalización la transición de las
geometrías euclídeas a las no-euclídeas, o de geometrías de tres dimensiones a
geometrías de n dimensiones (sea n finito o infinito). Es algo ridículo creer y
estimular la creencia de que el pensamiento humano ha necesitado veinticinco
siglos para pasar del número 3 al número 4, 5, … cuando todo lo que se hubiera
requerido era “generalizar”. Para hacer esta transición lo que se requería no era
una generalización sino una revolución, y no solo de la categoría matemática de
espacio, sino de la mera concepción de la naturaleza de la matemática y de su
objeto. Lo que se requería, en otras palabras, era la agitación filosófica por la cual el
otrora objeto de la matemática –las relaciones entre las magnitudes “naturales” y
sus extensiones inmediatamente directas- fuera suplantado por el estudio de
relaciones formalizables entre entidades de cualquier tipo.
18
H. Bondi, op. Cit., p. 89
19 R. L. Goldstein, Essays in Philosophy of mathematics, University Press, Leicester, 1965, pp. 90-91.
22
Estos ejemplos también demuestran cuán imposible es describir el
desarrollo de la ciencia como un proceso de “adición”. Si es verdad que muy
frecuentemente nuevos dominios de estudio son descubiertos, y que, inicialmente,
su teorización toma la forma de adicionar las nuevas teorías a aquellas que ya han
sido elaboradas en otros dominios, no es menos verdadero que, tarde o temprano,
la cuestión de la relación entre ellas se suscita, y que esta cuestión nunca ha sido
resuelta en términos de simple yuxtaposición. Como regla general, la unificación
de teorías ha causado estragos con las teorías particulares ya establecidas, o ha
traído una alteración en sus significados. La verdad científica no es más aditiva
sincrónicamente de lo que es acumulativa diacrónicamente. Pero esto significa
también que no podemos pensar más los aspectos coexistentes de un objeto, que
nosotros asignamos a disciplinas particulares y acomodamos entre teorías
específicas, como separables y recomponibles a voluntad, que lo que podemos
pensar de que las sucesivas capas que descubrimos en un objeto concuerdan entre
ellas conforme a nuestra conveniencia de tal modo que podamos movernos
regresivamente de los corolarios a los teoremas y de los teoremas a los axiomas.
Todo fenómeno es un interfenómeno. Las fronteras entre ellos se vuelve difusa y la
idea de región reafirma el lugar central que debe acordársele en el esquema
categorial del conocimiento. Pero si este es el caso, la única teoría merecedora de
tal nombre sería una teoría unificada y unitaria. Las físicas contemporáneas no
están en posesión de una teoría tal ni parecen ser capaces de construirla. ¿Pero es
siquiera concebible una teoría semejante? La discusión de tal cuestión permanece
fuera de nuestro asunto aquí e indudablemente más allá de nuestras capacidades
también. De cualquier manera, debemos mirar un poco más de cerca el proceso
histórico de la ciencia y los problemas a los que hace emerger.
La idea defendida arriba –esto es, que es imposible presentar la historia de
la ciencia como un proceso de “generalización”, “adición” o “perfección” en el
curso del cual adquirimos nuevo conocimiento mientras dejamos intacto aquel que
ya ha sido establecido; en breve, la idea de que es imposible presentar la ciencia
como un proceso acumulativo- conlleva la demanda de que, a falta de mejor
término, debemos poner a las etapas históricas de la ciencia correspondiendo a
rupturas. Desde este punto, nuevas cuestiones emergen. Por ejemplo ¿de qué son
rupturas estas rupturas? O en otras palabras ¿qué es esto que en cada etapa y a
través de todas las etapas constituye la “esencia” del sistema de ciencia aceptado?
¿Cuál es la relación entre las etapas así distinguidas y entre los sucesivos
conocimientos científicos correspondientes a ellas?
23
La naturaleza filosófica de estas cuestiones, el hecho de que están
indisolublemente ligadas a las cuestiones relativas a la esencia del conocimiento, a
su historicidad y a la naturaleza de su objeto, son inmediatamente manifiestas. Así
que talvez no debería sorprendernos que sean generalmente evadidas incluso en
aquellos casos donde el progresivismo científico ingenuo ha sido
aproximadamente abandonado. Limitarse a traer a la luz los sucesivos
“paradigmas” o a enfatizar la incomensurabilidad de los criterios, la
incomunicabilidad de lenguajes o la “diferencia de mundos”20 que existe entre
ellos, o a hablar persistente y exclusivamente de aquello que de modo en cierto
sentido extraño ha sido llamado la “episteme” de cada época, aparentemente sin
relación con el de otras épocas, es pulverizar el objeto de la actividad teórica
humana y la actividad misma. No se ha empezado a reflexionar en el intimidante
problema que presenta el hecho de que la ciencia posee una historia si se presenta
esta última como una serie de saltos desconectados, y se rehúsa a afrontar la
cuestión de la relación entre los “contenidos” del conocimiento científico en sus
diferentes etapas de existencia. Lo que se ha hecho evidente por la situación
contemporánea es que la cuestión filosófica es en sí misma parte del “contenido”
de la actividad científica positiva. El mundo macroscópico ordinario puede (y, en
cierto sentido, debe) ser descrito, analizado y explicado de acuerdo con los
métodos de la física “clásica” (pre-cuántica). Pero si construir un puente entre este
mundo y la descripción del mundo de la mecánica cuántica es una tarea de la
mayor urgencia, la tarea sin embargo parece lejana a nosotros –y esto yace en el
corazón de las dificultades que afronta la física contemporánea. Por lo tanto, la
cuestión “filosófica” o “histórica” de las relaciones entre la física clásica y la
moderna es igual y directamente una cuestión científica a la cual la física debe
dirigirse ella misma, en tanto recaexxxi sobre las diferentes “capas” o
“manifestaciones” de su objeto.
Evocar estas cuestiones es involucrarse inmediatamente uno mismo en una
investigación acerca de la organización del “contenido” científico en cada etapa y
época de su existencia; pero claramente esto implica también una investigación
acerca de aquello que es conocido en cada época, en otras palabras una
investigación acerca del contenido y la organización de lo que, simplemente, es. Si
la cuestión no es planteada, si los sucesivos “paradigmas” (o “epistemes”) son
concebidos en términos puramente descriptivos sin ninguna investigación acerca
de sus relaciones recíprocas, o acerca de qué es lo que en el objeto que les ocupa les
permite existir, y qué hace que ellos se sucedan tal como se suceden y no en otro
20
Como hace, por ejemplo, T.S. Khun, La estructura de las revoluciones científicas.
24
orden, enteramente arbitrario, entonces uno no está realmente reflexionando sobre
la ciencia sino, a lo sumo, etnografía. Es, tal vez, el pensamiento de que tomando
ese camino uno puede evitar hacer “filosofía”, pero a decir verdad, sus exponentes
están sobre el mango de una filosofía que no se atreve a pronunciar su nombre: la
filosofía que postula que la historia de la ciencia y del conocimiento humano no es
sino la sucesión de mitos equivalentes.
La imposibilidad de pensar la historia de la ciencia en el marco de la filosofía
tradicional
De cualquier modo, es igualmente verdadero que uno volvería en vano a la
filosofía tradicional para encontrar algún medio para pensar la historia del
conocimiento científico. Esto es porque (dejando de lado la cuestión del
escepticismo y del pragmatismo) la filosofía tradicional sólo ofrece dos maneras de
pensar la historia, ambas insostenibles. De acuerdo con la concepción que podemos
llamar “crítica” (de la cual Kant es el exponente más sistemático, pero de ningún
modo el único representante) es el “contenido” del conocimiento lo que puede
evolucionar ya sea, por ejemplo, porque nuevas observaciones y experimentos
incrementan el rango de material fenoménico disponible, o sea porque la “labor”
científica sobre el material se ve refinada y expandida. Esto implica decir que el
contenido concreto de aquello que la física toma como “leyes naturales” (en un
sentido secundario del término) en cierta etapa puede (y, de hecho, necesariamente
debe) someterse a cambio; pero este cambio no puede afectar las leyes reales y
últimas de la naturaleza, las cuales se presumen categoriales e idénticas con la
mera organización del pensamiento científico y con todo pensamiento de lo real.
Incluso en un nivel estrictamente filosófico, este punto de vista inmediatamente
conduce a aporías insuperables, de las cuales la más importante es la imposibilidad
de proveer algún reporte acerca de la relación entre las “categorías” y los
“fenómenos materiales” que garantizaría que estos últimos son de tal modo que
resultan pensables y organizables por el primero. El hecho de que tal relación
existe es finalmente descrito por Kant en la Crítica de la facultad de juzgar como un
“afortunado accidente” (glücklicher Zufall). Pero ¿cómo se podría mantener tal
punto de vista (el kantiano) hoy día? Cuando categorías fundamentales como las
de sustancia y causalidad han sido puestas en cuestión, apenas podemos confinar
nuestras ambiciones a un trabajo de reparación que remplazaría los conceptos de la
“deducción trascendental” de las categorías por otros nuevos, más adecuadamente
25
modernos (una tarea que en cualquier caso deberíamos volver a empezar al día
siguiente). Lo que precisamente esta en cuestión aquí es la idea central del
criticismo kantiano, su asunción de que se puede hacer una separación absoluta
entre “material” y “categorías” y al mismo tiempo deducir estas últimas de la mera
idea del “conocimiento” del primero, sea lo que esto sea. Cualquier intento de apelar
simplemente a la idea de un sujeto confrontado con la tarea de establecer la
“unidad de un múltiple” –o a un factum de experiencia dado a un sujeto- con la
intención de derivar, de una vez y para siempre, el sistema necesario de formas
que posibilita arribar a esta unidad, o las cuales están implicadas en esta misma
experiencia, está condenado a fallar en la estimación de la naturaleza
indeterminada y a priori indeterminable de los términos “unidad”, “múltiple” y
“experiencia”. Porque la “unidad” aquí en cuestión no es simplemente cualquier
unidad, ni este “múltiple” es simplemente cualquier múltiple –es, sobre todo, un
múltiple bastante definido y no algo absolutamente caótico. Y si quisiéramos que
la expresión “unidad de un múltiple” significara lo mismo para Aristóteles, para
Kant y para nosotros, deberíamos vaciarla de su contenido y se convertiría en
puramente nominal y vacua.
De acuerdo con la concepción alternativa de la ciencia, que podemos llamar
“panlogística” (y de la cual Hegel es el más sistemático, pero nuevamente no el
único representante), no hay separación entre forma y materia. Categorías y
contenido se implican mutuamente y hay una “dialéctica histórica” del
conocimiento. Sin entrar en el debate de las aporías específicamente filosóficas a las
que este punto de vista conduce, notemos meramente que, a lo sumo, nos presenta
un programa que nunca podría ser realmente llevado a cabo. Pero esto implica
decir que está en abierta contradicción consigo mismo; porque mientras ubica la
verdad absoluta en el dominio del conocimiento absoluto, esta forzado por su
incapacidad para instanciar este último, a volverse, declaradamente o no, otra
“idea kantiana” infinitamente remota de cualquier conocimiento actual.
Podría proseguirse y mostrar que estas dos imposibles formas de pensar la
historia del conocimiento son las únicas posibles dentro del marco de la filosofía
heredada; pero esto nos llevaría demasiado lejos de nuestro objetivo actual.
Retornando a este, notemos, con Khun, que una teoría sólo alguna vez está “más o
menos” adaptada a los hechos. La totalidad de la historia de la ciencia está aquí
para probar este “menos” –la falla de la teoría es nunca adaptarse totalmente a los
hechos, su falla es nunca dar cuenta exhaustiva de ellos. Pero al “más” debemos
dedicarle algún pensamiento; porque hay siempre una clase de hechos respecto de
la cual la teoría alcanza a dar cuenta. Lo que muestra la historia de la física (la cual,
26
por obvias razones, es la que más nos interesa aquí) es que en cada etapa hay una
“descripción-explicación” de una clase dada de hechos, la cual es simultáneamente
adecuada para el aceptado criterio de racionalidad y aun así incompleta en relación
con el conjunto de hechos conocidos, y lógicamente incoherente desde el punto de
vista de la “racionalidad” de las etapas subsiguientes. Todo ocurre tal como si
existiesen “niveles” o “estratos” del objeto físico que fueran “describibles-
explicables” en correlación con un “sistema categorial” dado, y aun así al mismo
tiempo es como ambos debieran ser, en alguna ocasión dada, esencialmente
incompletos o deficientes en algún sentido. Deberíamos aclarar, para evitar la
confusión, que cuando hablamos de “descripción-explicación” tenemos en mente
una descripción-explicación no trivial, una del tipo que por ejemplo permite
genuina predicción, no de “eventos” o de “hechos” sino de tipos de fenómenos hasta
ahora desconocidos (una realización de tantas teorías que han sido
subsecuentemente abandonadas). Debemos tener el coraje de enfrentar estas dos
aserciones –ambas irrefutables pero, de acuerdo con el pensamiento heredado, no
pueden ser ambas verdaderas: el modelo newtoneano no es simplemente un
constructo arbitrario; corresponde, luego de un cierto propósitoxxxii, a una enorme
clase de hechos, que son de todo tipo y que no tienen relación aparente; ha
permitido explicar o prever tipos de hecho de los cuales no se tenía ninguna
reporte en los tiempos de su construcción (por ejemplo, los movimientos regulares
de los planetas o la evolución de cúmulos globulares); incluso hubiera permitido
predecir, como Milne y McCrea mostraron en 1934, la expansión del universo21. Y
aun así, el modelo newtoneano es falso, si es que el término tiene algún significado
en el presente contexto: no sólo que falla en prever otros hechos, que solo pueden
ser explicados siempre que lo rechacemos, sino que también contiene hipótesis y
conceptos absurdos, y conduce a conclusiones absurdas22. Y no podemos decir que
sus “deficiencias” nos conducen, en un cierto y no ambiguo sentido, a un modelo
más grande en el cual estaría “contenido”; nos conducen, de hecho, a las
insondables profundidades de la cosmología contemporánea, que no puede
contener el modelo newtoneano, sino que tiene que romper relaciones con él.
Entonces, al pensar acerca de lo que existe no podemos basarnos en la idea
tradicional de un dominio empírico que posee una mera extensión y profundidad
infinita-indefinida, ambas concebidas como meras determinaciones negativas,
21
H. Bondi, Op. Cit., 75-89
22 Cf. A. Einstein, Relativity, Methuen, Londres, 1960, pp. 105-107. Tambien A. Trautman en A. Trautman,
F.A.E. Pirani, H. Bondi, Lectures on general relativity, Prentices Hall, New Jersey, 1965, p. 229 ff; y H. Bondi,
op. Cit. pp. 407-409.
27
como un siempre “más y más” que podría ser efectuado y repetido sin límites.
Tampoco podemos basarnos en la otra idea tradicional de una organización
articulada subyacente; donde cada nivel, como parte completa en sí misma, estaría
bien integrado en la “totalidad” y como completamente determinado tal como se
encuentra, refiriendo de manera necesaria y unívoca a otro nivel inferior (o, si se
prefiere, superior). Si vamos a pensar lo que existe debe ser en términos de
estratificación de algún tipo hasta ahora insospechado. Debe ser en términos de una
organización en capas que en parte adhieren conjuntamente, en términos de una
sucesión ilimitada de capas de ser, que están siempre organizadas pero nunca
completamente, siempre articuladas de manera conjunta pero nunca por completo.
Si esto es así, es erróneo plantear y oponer una capa “fenoménica” y otra
(hipotéticamente) “real”. Ya que ninguna de estas capas es única, y ninguna
disfruta de un privilegio absoluto. El primer estrato, el de la percepción cotidiana,
de lo que sería el mundo material e inmediatoxxxiii, es en cierto sentido el menos
privilegiado, el más “ilusorio” de todos, en la medida en que esta acribilladoxxxiv de
características inexplicables, lleno de lagunas fluyendo por todas partes hacia algo
más, y no más pronto investigado que descubierto que ineluctablemente debemos
referirnos a otro estrato que dé cuenta de élxxxv. Pero en otro sentido es
absolutamente privilegiado, en tanto todo proceder científico, toda interpretación,
verificación, reducción y explicación finalmente debe exhibir su evidencia en este
mundo y debe ser pronunciada en el lenguaje ordinario y cotidiano. Como Wigner
dijo, siguiendo a Niels Bohr, “nuestra ciencia no puede mantenerse enteramente
sobre sus propios pies…esta profundamente anclada a los conceptos adquiridos en
nuestra niñez o que vienen con nosotros y que son usados en la vida diaria…”23.
Para expresar este punto de otra manera, podemos decir que no solo desde un
punto de vista filosófico que, como Husserl afirmaba, la Tierra en su carácter como
“arco primordial” no se “mueve”; también desde un punto de vista lógico, la
precisión de la afirmación de que el sol siempre sale en el Este y se pone en el
oeste” se presupone por la demostración que establece el sistema heliocéntrico. La
verdad de la apariencia del geocentrismo es un ingrediente en la verdad del
heliocentrismo.
De este modo, cada estrato es en cierto sentido coherente, y en otro sentido
incompleto. Pero también es por supuesto verdadero que en cualquier ocasión son
coherentes o incompletos, suficientes o deficientes, sólo en relación con el
“esquema categorial” en cuestión. ¿Podemos decir, entonces, que no son mas que
23
Foundations of quantum mechanics, op. Cit, P. 18
28
el producto de tales esquemas? Ciertamente no. Una cosa es reconocer que no hay
orden de lo dado que exista en sí mismo y que sea necesarioxxxvi; que ninguna
cuestión puede emerger por sí misma y tener un significado independientemente
de un marco teorico (como Einstein dijo: “es la teoría lo que primeramente decide
acerca de qué es observable”24 –y agregaríamos que sólo en y a través de las teorías
que aparecen las lagunas y las anomalías). Pero otra cosa bastante distinta es
hipotetizar implícitamente que, frente a esta teoría –o, más bien, a esta
interminable sucesión de teorías- sólo hay un caos absolutamente amorfo, que no
posee ninguna organización por sí mismo, y que sin embargo esta dotado del
impactante poder de adaptarse a cualquier orden que una teoría podría imponerle.
De hecho, solo hay que inspeccionar esta idea un poco más de cerca para ver que
es contradictoria; tan pronto como fuera absolutamente desorganizado, lo real
sería indefinidamente organizable, y aun así sería organizado qua organizable.
Llegamos a la conclusión de que no podemos pensar ni la ciencia ni nuestro
conocimiento del objeto en los modos heredados de la tradicion filosófica. Ya no
podemos pensar la ciencia como una serie arbitraria o extrínseca de construcciones
equivalentes, en la misma medida que no podemos pensarla como la “reflexión”
de un orden que existe objetivamente en sí mismo, asi como tampoco podemos
pensarla cmo la imposición soberana de un orden que derive de la consciencia
teorica desplegada sobre el caos amorfo de lo dado. Estamos inclinados a
sospechar que sabemos las razones de esto: es porque cada uno de estos modos de
pensar, en una inspección cuidadosa, parece ser la copia, el calcado de una relacion
empírica particular y parcial que se sostiene bien en una u otra área de la actividad
humana. Talvez ha llegado el tiempo de empezar a pensar la pasmosa empresa de
la actividad teórica humana por lo que es en su propio derecho, y no por analogía
con espejos, fábricas, tiradas de dados o narración de cuentos.
Estamos convocados a pensar acerca de lo que es, y acerca de lo que en cada
etapa pensamos sobre lo que es, de un modo que no tiene análogo o precedente en
el pensamiento heredado. No hay una lógica que pueda ser imputada a lo real,
pero de igual modo no podemos negar que tiene alguna lógica; en el mismo
sentido, no hay una lógica que pueda ser imputada a nuestras teorías de lo real y a
su sucesión; pero tampoco podemos negar toda lógica. Las ideas tradicionales de
lógica y orden, si son permitidos el alcance y el poder que la filosofía ha querido
darles, se revelan ellas mismas tan inadecuadas e insuficientes para adecuarse a lo
real tanto como a nuestras teorías sobre ello. Ni lo real ni nuestro conocimiento de
24
Citado or Heisemberg, op. Cit., p.88
29
ello puede tomarse para representar la realización total o la completa ausencia de
tales ideas. Ni tampoco pueden ser pensados como cierta combinación de estas
determinaciones y sus contradicciones, sino que más bien deben ser vistos como
algo que las excede o no las alcanza.
Las cuestiones de los fundamentos, que la filosofía ha debatido desde su
origen, emergen ahora en la ciencia luego de largos años en los cuales el
pensamiento mismo de protegió de ellas. Esto muestra, incidentalmente, la
desesperanzada superficialidad de las noción de corte epistemológico, que esta
disfrutando una anacrónica moda en el preciso momento en que su vacuidad
puede ser establecida. Si es verdad que las cuestiones de los fundamentos re-
emergen como fértiles cuestiones, esto es porque no están siendo simplemente
repetidas en su forma filosófica desnuda –y de hecho, es solamente la Academia, y
no los grandes filósofos mismos, quien alguna vez pensó acercarse a ellas de ese
modo. Estas cuestiones re-emergen sobre la base de una experiencia propia, nueva
a irremplazable; la luz bajo la cual deben ser vistas, e incluso su contenido, ha
sufrido una alteración, y cualquier discusión renovada sobre ellas esta, en ciertos
aspectos, constreñida previamente por los actuales procedimientos y resultados de
la actividad científica. ¿De qé modos –ya que es de esto acerca de lo cual debemos
entender y pacientemente pensar- es la perspectiva del Timeo idéntica y no idéntica
con la física fundamental? ¿De qué modo es la idea que guía a Kant en la
deducción trascendental de las categorías idéntica y no idéntica con el postulado
de la invariancia de las leyes naturales, el cual subyace a la teoría de la relatividad
o el principio completo de cosmologíaxxxvii? Es precisamente esta identidad y no
identidad lo que permite estas perspectivas y estas ideas fecundarse unas a otras.
Si entonces la ciencia moderna resucita las cuestiones filosóficas, y en su
modo particular hace de ellas también algo propio, la conclusión que estamos
obligados a sacar es que no podemos adherir más a la ingenua distinción –
ingenuamente dada por sentada- entre ciencia y filosofía. Ciertamente que no es,
salvo por accidente, la misma persona la que inventa un procedimiento
experimental y piensa acerca del ente. Pero el puro experimentador como tal no es
un físico; y se podría preguntar si alguien que meramente piensa acerca del ente es
aún un filósofo.
Lo que debe ser entedido – lo que es una novedad- no es que número,
continuidad, iteración, relación, equivalencia, orden, materia, espacio, tiempo,
causalidad, identidad, el individuo, las especies, vida, muerte, organismo,
finalidad y evolución mantienen problemas respecto de los cuales la ciencia debe
30
presuponer en cada ocasión, por omisión, una pseudo solución particular, mientras
que el filosofo –o el físico disfrazado de filósofo- puede todavía tener el derecho
(incluso seria más que cualquier derecho consolidadoxxxviii) a hablar de ellos. Es de
hecho incorrecto referir estas ultimas combinaciones de realidad y pensamiento,
del universal y de lo concreto, como problemas, cuando son ellas mismas las que
nos permiten articular los problemas. Lo que entonces debe entenderse, y que es
una novedad, es que estamos obligados a hablar de ellos sobre la base de una
interrogación que es simultáneamente científica y filosófica, en tanto ni el científico
ni el filosofo puede reivindicar el uso exclusivo de estos términos, ni tampoco
puede cada uno pasar sobre el otro.
Es, de hecho, escasamente posible aceptar por más tiempo la presente teoría
de la “demarcación” entre ciencia y filosofía tal como fue formulada y promulgada
hace casi cincuenta años atrás por el positivismo lógico y por la escuela de Viena,
respecto de la cual la mayoría de los filósofos parece curiosamente ligada. Cuando
uno establece como criterio de cientificidad de una teoría (algo más que puramente
lógico o formal) la posibilidad de ésta de ser falsada por un hecho de la
experiencia, uno se olvida de los inmensos problemas –que son problemas
filosóficos- que el término “hecho de experiencia” encubre, como también sucede
con el término “falsación”. El criterio que el positivismo lógico promovió tan
ruidosamente, es talvez válido para las afirmacionesxxxix empíricas en el nivel más
inmediatamente banal; ciertamente no es pertinente para las afirmaciones de la
teoría científica. “Todos los cisnes son blancos” es una afirmación empírica tan
pronto como pueda ser falsada (y lo ha sido) por la observación de solo un no-
cisne blanco. Pero una teoría científica digna de ese nombre nunca es pura y
simplemente falsable por la apariencia de un hecho de experiencia; primero,
porque los hechos de experiencia con los cuales las teorías científicas se ocupan no
tienen esta curiosa propiedad que el positivismo lógico les atribuye de ser
perfectamente determinados y unívocos. Un hecho de experiencia sólo es tal cosa
dentro de la estructura y como función de una teoría dada; repetir: “es la teoría la
que decide primeramente qué es observable”. Por lo tanto no podemos pretender
creer que existe un mundo de hechos en sí mismos, los cuales son anteriores e
independientes de toda interpretación científica, y con los cuales podemos
comparar las teorías científicas para ver si son falsables o no por ellas. Estar seguro
de que una teoría no puede comportarse de un modo completamente arbitrario, o
que no puede estar vaciada de todo contenido empírico; pero este contenido
empírico siempre ha sufrido un alto grado de elaboración conceptual,
precisamente a manos de la teoría en la cual es presentado. La relación entre hecho
y teoría es infinitamente más compleja que lo que el positivismo lógico supone, en
31
tanto pone en juego enteramente el aparato conceptual de la ciencia, y detrás de
esto, como la situación de la física contemporánea ha mostrado precisamente, y el
sistema de categorías e incluso de formas lógicas del pensamiento racional.
Tampoco podemos considerar la noción de falsación como auto evidente. Una
teoría siempre puede introducir hipótesis adicionales en la cara de un “hecho” que
la perturba, y decir que entonces cesa de ser la misma teoría es jugar con palabras
en tanto nadie, después de todo, ha estado ha estado en posición de enumerar
exactamente las hipótesis independientes de una teoría de física implícita o
explícitamente contiene. La acumulación de hipótesis adicionales puede continuar
indefinidamente (uno raramente se queda corto con las hipótesis) y cuando la
teoría es finalmente abandonada, la mayoría de las veces no es por un “hecho” la
falsado definitivamente, sino porque ha probado que es posible inventar una teoría
que “es más simple” (noción que es en sí misma más que misteriosa, pero a la cual
debemos abstenernos aquí de seguir). El criterio de demarcación se vuelve así
mucho más modesto: una teoría científica establece una relación, que queda por
definir, con una cierta clase de eventos llamados “hechos de experiencia”, la cual
nuevamente queda por definir. Pero estas dos definiciones no pueden ser
producidas por la ciencia como tal, ni tampoco exclusivamente por una teoría de la
ciencia (epistemología o filosofía) que trabaje ignorando lo que la ciencia ha hecho
y lo que actualmente esta haciendo. Es en este sentido que nosotros demandamos
que no puede haber demarcación rigurosa entre ciencia y filosofía25.
En este punto, cuando Heidegger escribe que “es correcto que la física no se
ocupe de la cosidad de la cosa” es difícil de ver qué es lo que separa su posición de
la de Sir Karl Popper –a menos que, como sabemos, la física no se merezca este
elogio. Porque su afirmación comparte que puede haber un conocimiento
“positivo” de la cosa, capaz de determinarla y manipularla indefinidamente, sin
encontrase nunca obligado a preguntar: ¿Qué es una cosa? Es obviamente
irrelevante que Heidegger abone este conocimiento “positivo” con menos (o más)
importancia que lo que lo hacen los científicos positivistas, ya que es realmente una
25
El texto, en la presente forma, fue preparado en el otoño-invierno de 1970-1971, el trabajo de Lakatos,
Feyeraben y Elkana entre otros (algunos de los cuales ya estaban publicados en 1970 pero de los que no
estaba al tanto) han traido a la luz numerosos e importantes cuestiones de la historia de la ciencia que,
desde mi perspectiva, dan un fuerte apoyo a las ideas expresadas en este texto. Esto no es lo mismo que
decir que comparto en lo mas minimo las conclusiones epistemológicas de algunos de los autores
mencionados –ni delpopperianismo reformado de Lakatos (que, a juzgar pos sus últimos textos, creo que
Lakatos si hubera sobrevivido hubiera cortado sus últimos vínculos con las conclusiones de Popper); ni
tampoco del “anarquismo epistemológico de Feyerabend, que es mero nihilismo epistemológico y de hecho
ignora ingenuamente el problema de la verdad (Nota al pie añadida por el autor a la edición inglesa de
1984).
32
cuestión de preferencia subjetiva arbitraria que no tiene posible status filosófico. Lo
que es importante notar aquí es la mutilación, la ceguera a la cual se condena a la
filosofía. Porque comprometerse con la filosofía no es meramente preguntarse por
la cosidad de la cosa, es preguntarse también por la cosa misma, es también hablar
de la cosa misma. Si hay una metafísica que esta correcta y verdaderamente hecha
y terminadaxl, es esta separación de la cuestión de la cosidad respecto de la
cuestión de la cosa, es esta ilusión de que uno puede establecer una línea
absolutamente segura de demarcación entre ellas, que uno puede dibujar fronteras
donde no puede haber bordes. Comprometerse en filosofía es cuestionar esta cosa
y toda cosa –y así abrir el recorrido desde ella hacia otras cosas y hacia aquello que
no es una cosa. Seria difícil que para alguien que nunca ha tenido la experiencia de
alguna cosa tenga sentido la cuestión de la cosidad de la cosa. Porque las cosas no
son dadas de una vez y para siempre, como Heidegger piensa (prisionero como
está, a través de un curioso giro de la rueda, de la anticuada metafísica que
subyace a la física clásica y que es ella misma el subproducto degenerado de los
grandes sistemas metafísicos de la antigüedad). Las cosas –pragmata- son
constantemente fabricadas; también son en parte producidas por el constante
fabricar/hacer humano, incluyendo el fabricar/hacer científico; y esta actividad trae
a la luz o a nuestra existencia aspectos de la cosidad de la cosa, que sin tal
actividad permanecerían ocultos o no-existentes. Por su negación a tomar en
cuenta esto, porque se mantuvo ciego ante la física contemporánea, el psicoanálisis
o la revolución, Heidegger se condenó a sí mismo a no ser capaz más que de
repetir lo que Aristóteles o Kant habían sido capaces de decir (y habían dicho, de
hecho) acerca de la cosidad de la cosa. Es escasamente sorprendente encontrarlo
hastiado de proclamar “el fin de la filosofía” –en el momento donde todo está
llamando a una radical renovación de la filosofía- y encontrarlo pensando sobre un
“coronamiento de la filosofía” traido por la “emancipación de las ciencias” y acerca
de una “descomposición de la filosofía en el advenimiento de las ciencias
tecnificadas”26. La filosofía es ciertamente un pensamiento no inductivo, pero no
puede ser el vacío pensar del ser como tal. Es sólo a través del contacto con los
entes que la cuestión de su ser puede ser alcanzada, para no mencionar de
discutirla.
Si entonces estamos en lo correcto al interpretar la presente crisis de las
ciencias exactas como algo que demuestra el insostenible carácter del programa
galileano –que depende esencialmente de distinguir entre ciencia y filosofía sobre
la base de un conjunto de categorías que parecen auto evidentes a los científicos
26
Heidegger, El fin de la filosofía y la tarea del pensar.
33
como a Euclides le parecían sus axiomas- la cuestión que debe extraerse no debe
ser que estamos reclamando renovar las cuestiones filosóficas entendiendo que no
puede haber una base conceptual dada de una vez y para siempre; estamos
requiriendo, de hecho, negar la posibilidad de cualquier separación entre base
conceptual y resultados; estamos requiriendo reconocer la forma en que estos
resultados reaccionan sobre su base; la forma en que la base se esta yendo a la
deriva en el remolino de las discusiones, descubrimientos y refutaciones, de
manera tal que se esta convirtiendo en objeto de un cuestionamiento perpetuo, el
final de la era de la tranquilidad científica; estamos requiriendo, en breve, abolir la
barrera entre filosofía y ciencia. Es la separación absoluta entre diferentes dominios
de estudio lo que está en cuestión aquí. Esto no es porque en ultima instancia
formen un solo dominio, sino porque la articulación entre ellos es bastante
diferente de una partición, mera yuxtaposición, de un incremento especifico o
lineal, real o lógico, jerarquico. Reafirmar y hacer explícita esta articulación –como
hicieron Platón, Aristóteles, Descartes, Leibniz o Hegel, pero como nadie más que
ellos fueron capaces- es, en nuestra opinión, la tarea que enfrenta el pensamiento
filosófico hoy.
Debe admitirse que es una tarea rara vez emprendida, aunque felizmente
más y más científicos se apuntan a ella. Los intratables problemas que afligen a la
física contemporánea han suscitado la cuestión de en qué consiste el objeto físico y
el objeto de la física (más allá de las medidas a las que es sujetado y de las fórmulas
matemáticas en las cuales es fugazmente encapsulado). Y este cuestionamiento ha
inspirado un numero creciente de escritos de físicos que cuestionan –a veces
volviendo a Tales mismo- los fundamentos y el significado de su actividad
científica. Similarmente en biología, donde la discusión de las cuestiones de
principio nunca ha mermado de hecho, los mayores descubrimientos de los
últimos quince años han inspirado una renovada y revigorizada discusión acerca
del organismo vivo y de las categorías que su estudio pone en juego. De hecho
muchos de los investigadores responsables de estos descubrimientos han llegado a
sentir la necesidad de formular las reflexiones más generales a las cuales ellos se
han visto conducidos. Ciertos filósofos suelen considerar estos esfuerzos
unilaterales e ingenuos. Si así lo hicieran se equivocan, pues encontrarían en tales
esfuerzos una inagotable fuente de reflexión; pero además serían poco elegantes,
dada la total falla de la filosofía contemporánea para poder enfrentarse con estas
cuestiones. La filosofía contemporánea se ha hecho impotente respecto de estas
cuestiones desde que se ha desecado enteramente a través de su absorción en
cuestiones como “convenciones lingüísticas” o una epistemología que no va más
allá de la lógica formal; o si no, en una orgullosa retirada sobre las sublimes alturas
34
del ser, ha proclamado de una vez y para siempre la radical separación entre el
pensamiento sobre el ser y el conocimiento del ser, y ha abandonado este último a
una ciencia que identifica con la tecnología y expresamente etiqueta de no-
pensante. En ambos casos, el resultado es el mismo: una separación o división se
mantiene entre o que debe ser a toda costa comprendido y pensado en conjunción.
Biología contemporánea: verdaderos y falsos problemas
Los descubrimientos de suprema importancia que se han hecho en biología en el
curso ha llevado a varios autores, incluyendo a algunos de los más notables, a
afirmar que los problemas de principio que ha dividido por siglos a biólogos y
filósofos han sido finalmente liquidados. Podemos de cualquier modo cuestionar si
no son los términos en que se ha planteado la discusión de estos problemas los que
han sido liquidados, y si el resultado de estos recientes avances no es de hecho el
haber estimulado investigaciones más frescas y profundas y el de forzarnos a
pensar acerca de aquellos en un horizonte más amplio que el de lo viviente como
tal.
Es cierto que la biología molecular y el modelo cibernético-informacional
han coordinado a disolución de ciertos puntos aporéticos del longevo debate entre
mecanismo y finalismo. Pero han logrado esto, curiosamente, a través de una
confirmación de la tesis esencial del mecanismo y de su refutación finalista. En
oposición al mecanismo se ha argumentado exitosamente que hablar en términos
tales como que un organismo es una máquina es ipso facto hablar de él como
teniendo una finalidad; una maquina es una maquina en la medida en que es
puesta en uso para la producción de un fin dado, y es este para lo que le provee su
raison d´être en general y en el para-qué de la operación en sus partes particulares.
En modo similar, ha sido señalado que la concepción mecanicista no puede dar
cuenta de un comportamiento adaptativo y flexible; y también de que es incapaz
de entender un desarrollo temporal caracterizado por una absoluta singularidad
de orientación que es proseguida con el mayor rigor, y aun así con la mayor
plasticidad, y llevarla a su realización a través de una inmensamente compleja
serie de diversos medios, tal como el pasaje desde el huevo fecundado hacia el
organismo completamente desarrollado.
35
Somos capaces ahora de considerar una clase de máquina –que nosotros
construimos, perfeccionamos y operamos en una escala constantemente ampliada-
cuyos efectos, cuyos productosxli relevantes, cuyos propósitos, pueden definirse
con referencia a –no a un conjunto de atributos ambientales- sino a un conjunto de
sus propios atributos, y cuyo funcionamiento está gobernado por una regla de
auto-conservación e incluso auto-modificación. Una finalidad es entonces
dada a una maquina como lo es a un ser vivo. Podemos dotar estas máquinas de
programas condicionales de considerable complejidad, permitiéndoles adaptar su
“comportamiento” a un amplio rango de condiciones externas, y también de
“programas heurísticos” que resultaran en su optimización de ciertos estados de
acuerdo a criterios predeterminados. Podemos incluso mostrar que bajo ciertas
condiciones, un comportamiento adaptativo o heurístico puede seguirse de
procesos aleatorios. Finalmente, la posibilidad de desplegar temporalmente
aquello que esta ordenado en términos puramente espaciales, de “tiempo
espacializante”xlii (de usar un aparato para representar en avance una sucesión de
operaciones mutuamente condicionantes) es una presuposición trivial del
programa computacional más simple.
Existen entonces -matemática y realmente- máquinas que, siempre que
tengan energía de entrada y energía de reservaxliii, presentan una capacidad dada
para la adaptación frente a condiciones externas variables y poseen una finalidad
inmanente de auto-conservación y de auto-desarrollo. Su existencia no viola
ninguna ley física ni involucra ningún “principio material”, ninguna “fuerza”
desconocida para la física (observación obviamente tautológica). ¿Pero es esta una
respuesta a la cuestión real? O debemos formular esta última como sigue: ¿puede
la descripción, análisis y explicación de estas máquinas, y más generalmente toda
clase de autómatas –desde las computadoras y las bacterias hasta las sociedades
humanas- ser llevada a cabo exclusivamente por medio de las categorías y
conceptos de la física o necesitamos introducir otros nuevos –no solo sin
equivalentes, sino también sin significado en la física? Si lo hacemos, ¿podrían
estos conceptos y categorías guiarnos a la formulación de leyes específicas a los
autómatas e irreductibles a las leyes físicas? Finalmente, si este es el caso ¿No
podría mantenerse que, incluso si las leyes físicas puedan talvez contar para la
apariencia de los autómatas (que, en principio, deben ser capaces de contar de tal
modo), pueden hacerlo sólo en la medida en que los autómatas son sistemas
físicos, y no en tanto que son autómatas?
36
El enfoque de la teoría de la información y sus límites
Por largo tiempo se ha entendido que el organismo vivo no puede ser
entendido, descripto y analizado, excepto por medio de conceptos extraños a la
física, tales como función, órgano, individuo, especies, entorno interno como
opuesto a externo, entre otros. Pero más allá de su importancia, la validez de esta
advertencia ha permanecido incierta a punto tal que nos hemos encontrado
incapaces de probar que estos conceptos son efectivamente irreductibles o
primitivos, que no son meras formas de decir –posiblemente de tipo
antropomórficas-, un tipo de taquigrafía al cual actualmente no corresponde
ningún nivel de realidad. La discusión debe ser retomada a un nivel más
elemental, y esto parece factible hoy día precisamente a la perspectiva cibernética y
a la generalización que permite, aunque las líneas en las que esto es intentado
parecen discutibles. Seguramente, la perspectiva cibernético-informacional ha sido
esencial en disipar falsos problemas y eliminar perplejidades que no tienen
verdadera base para existir. Pero también, e igualmente, el uso indiscriminado y
acrítico al que demasiado frecuentemente es sometido (lo que no comporta falta
para los creadores de la teoría cibernética y de la información, quienes -por el
contrario- explicita y repetidamente han advertido contra la extensión de los
métodos y conceptos de la teoría más allá de un campo estrictamente
circunscripto) se arriesga a generar considerable confusión y a envolver genuinos
problemas con el velo de una euforia engañosa.
-¿Podemos pensar las categorías termodinámicas como adecuadas para
acoger el campo completo de la biología? ¿O debemos admitir que no sabemos
nada de ello?
-¿Es el concepto estrictamente definido de cantidad de información (como
su equivalente termodinámico) establecido suficientemente por la teoría de la
información como para explicar –e incluso describir- el funcionamiento y
comportamiento incluso de un autómata muy simple? ¿O es esencial introducir
otras dimensiones de información, y posiblemente otros conceptos –tales como
pertinencia, peso, valor, significado de la información o “mensaje”- para entender
el autómata?
-¿Es el concepto de orden, tan necesario a la biología como a la antropología,
idéntico al que es usado en física? ¿O su relación con éste no es superior a la
vaguedad de la analogía u homonimia?
37
El autómata como auto-definición
No hay intención de discutir en profundidad estas cuestiones aquí. Pero
debemos mencionar algunas consideraciones subrayando su legitimidad. La
primera concierne a la mera definición de autómata (o de lo viviente). Demasiado
poca atención se presta al hecho de que la cibernética descansa sobre un concepto
del autómata que es, estrictamente hablando, un sinsentido para la física. El
autómata, y el ser viviente en general, está caracterizado primero que todo –
lógicamente, fenomenológicamente y realmente- que establece un sistema de
tabiques en el mundo físico que es válido sólo para sí mismo (y, en una serie de
solapamientos regresivos, para aquellos “de su tipo”) y que, en tanto es solamente
uno de un infinito número de sistemas posibles, es totalmente arbitrario desde el
punto de vista de la física. El rigor de los argumentos de los Principia mathematica
no comporta ningún cuidado para los mitos de la biblioteca del museo británico.
La iluminación de la sala no es relevante para el funcionamiento de una
calculadora. Las ondas de radio no transportan ninguna información para los seres
vivos de la Tierra, excepto para el hombre moderno. Los segmentos del universo
que son y que no son relevantes para un autómata, que de hecho –muy
simplemente- existen o no existen para él, forman un sistema de tabiques
correspondientes al autómata en cuestión, que el físico en tanto que físico no
conoce ni tiene razón para conocer. El físico puede, si la ocasión se lo requiere,
construirlo en su rol de ingeniero –supuesto de que ha sido provisto de una
descripción completa del autómata en cuestión y de su aparato apropiado. El
sistema de tabiques, en otras palabras, no puede explicar de ninguna forma al
autómata; más bien, el primero presupone la especificación del último.
Podemos poner en concreto este punto bajo dos aspectos. Claramente es
únicamente este sistema de tabiques – y la jerarquía del “universo de discurso”
donde sea que el autómata se sitúa en cada momento - lo que nos permite definir,
en cada instancia, lo que constituye información, ruido o nada en absoluto para el
autómata en cuestión; es también esto lo que nos permite definir dentro de los
términos de lo que constituye información en general para el autómata, lo que es
información relevante, el peso y el valor que porta, su “significado” operacional y
en definitiva su “significado” como tal. Estas diferentes dimensiones de
información, que no pueden ser ignoradas, muestran que no podemos pensar
meramente en términos de cantidad de información tal como es medida por un
38
ingeniero en telecomunicaciones, ni reducir todas las cuestiones al cálculo
probabilístico. También conducen la atención al hecho obvio de que -si no en
general- al menos en todos los casos relevantes aquí –y en la medida en que es un
correlato de información- probabilidad solo puede ser medida en relación a –con un
aparato de elaboración de muestras (Token)xliv recibidas, a un conjunto de
conocimientos previos, etc. Este en relación a nos refiere entonces a un sistema
esencialmente subjetivo. Finalmente, estas dimensiones de información nos
muestran que en el sentido que interesa, el autómata no puede ser pensado sino en
sus propios términos, que constituye su propio marco de existencia y de
significado, que es su propio a priori; en breve, que ser vivo es ser para uno
mismo, como algunos filósofos han afirmado por largo tiempo.
El concepto de conservación
Por otro lado, este sistema de tabiques siempre existe en una relación, tan
estricta como oscura, de la regla gobernante de funcionamiento del autómata, con
el estado que aspira a alcanzar o preservar, en breve, con su propósito. Prestamos
insuficiente atención a esta cuestión, confundidos como estamos con la engañosa
simplicidad con que se presenta en el caso del autómata artificial. Cuando
construimos una computadora, somos nosotros los que predeterminamos la
producciónxlv deseada y las condiciones de operación: el universo de discurso de la
computadora, el hecho de que reacciona a cartas perforadas o cintas magnéticas,
pero que no llora al escuchar ¿Es tu amor en vano? Están arregladas por nosotros en
vista a su prosecución de un resultado dado o de un estado claramente definido.
En el sistema causal que gobierna la producción de una computadora por seres
humanos, el fin de la computadora (o más exactamente, la representación de tal
propósito) es la causa, y su universo de discurso (que es edificado dentro de su
construcción) es el efecto. Este orden es revertido cuando llega al funcionamiento
de la computadora, pero los dos momentos son bastante distintos y su lógica clara.
Las cosas son de otro modo en el caso del autómata natural, por un vasto número
de razones de las cuales será suficiente mencionar la más importante: no podemos
saber nada de su finalidad. No hay estado definible del que podamos decir que su
conservación es el fin total del funcionamiento del viviente. No podemos decir que
este fin seria la conservación del individuo, ya que sería circular (el
funcionamiento del viviente individual evidentemente aspira a la conservación del
individuo en tanto que individuo viviente) y doblemente erróneo (esta conservación
39
invariablemente falla y se subordina a la supervivencia de la especie). Pero por la
misma razón, no podemos decir que el fin de funcionamiento del ser viviente sea
la conservación de las especies –porque, en orden a que unas especies sobrevivan,
otras deben desaparecer. ¿Talvez, entonces, el fin del funcionamiento es la
conservación del biosistema en general? Pero ¿qué querría decir eso? El biosistema
no es otra cosa que la colección de seres vivientes, en otras palabras, es la colección
de autómatas cuya función es la conservación del biosistema, en otras palabras la
colección de seres vivientes, en otras palabras…: en breve, invocar la noción de
conservación de este modo es ignorar el hecho de que esta conservación, si es algo,
es conservación de un estado que nunca podría definirse excepto por referencia a
esta conservación.
¿Pero podemos siquiera hablar en términos de conservación donde es una
cuestión de un biosistema cuya característica esencial es que se expande y
evoluciona? ¿Puede ser el hecho de esta expansión y evolución ser comprendido
solamente por medio de categorías termodinámicas? Ha sido notado desde un
largo tiempo que un viviente es similar a una máquina que, localmente, decrece la
entropía o al menos previene su crecimiento. Ciertamente, al final el viviente
muere, pero solo después de que ha creado en su lugar una o más máquinas
menguantes-de-entropía (output)xlvi. Más generalmente, el biosistema terrestre total
–que desde esta perspectiva es el único que nos ocupa- no solo que no muere, sino
que ha estado expandiéndose por largo tiempo. Esta máquina local para el
decrecimiento de la entropía, para una masa cercana al orden de los 1018 gramos en
un cono inverso de dos o tres billones de años (que no es nada respecto de la escala
del universo, pero que es enorme para el vaso de agua y la gota de tinta con los
cuales en cualquier instante podemos verificar la férrea necesidad de la segunda
ley de la termodinámica) esta máquina (que es, de hecho, el aproximadamente el
medio geométrico entre estos dos extremos) es claramente un sistema no aislado.
Funciona a expensas de la energía solar, y sus cuentas termodinámicas están en
orden, al menos en cuanto concierne a la primera ley (en orden a hacer un cálculo
desde el punto de vista de la segunda ley, uno tendría que ser capaz de calcular la
entropía del resto del universo, y es poco claro que podamos hacernos algún
sentido de tal expresión).
El concepto de fluctuación termodinámica
40
Pero los biosistemas terrestres también representan –¿como lo hacen, talvez,
todos los sistemas del universo?- una fluctuación que, si se toma globalmente y en
su evolución, parece de hecho muy improbable. Lo que sea que haya sido la
composición del caldo primitivo (asumiendo, por supuesto, que no contenida ya
entonces seres vivientes) y cualquiera fueran las condiciones entonces
prevalecientes, la probabilidad de una fluctuación original “espontánea”
ocurriendo así que fragmentos de materia fueron primero transformados en
complejos compuestos orgánicos, y entonces pasaron a unas formas de proto-vida
capaces de inventar casi simultáneamente los servomecanismos de metabolismo y
replicación, un código genético cuyo funcionamiento sólo es posible si los
productos que encarnan sus instrucciones traducidas están ya disponibles, una
membrana permeable o impermeable como lo requiera la ocasión –tanto como la
probabilidad sea infinitamente baja. ¿Pero qué vamos a decir acerca de esta subida
ascendente constante a lo largo de los últimos dos billones de años contra la
pendiente descendente de la entropía, sobre este crecimiento –y, tal como parece,
acelerada- complejización de las especies y del biosistema como un todo? ¿Qué
debemos decir del incremento, en limites que plantean cada vez por el poder de
diez, en el orden y en la independencia de las propiedades de sus partes? ¿O qué
debemos decir del hecho de que en un tiempo de 1016 segundos sucesivos no ha
habido nunca una fluctuación decreciente espontanea, importante y durable en el
sistema, capaz de empujar –incluso temporariamente-, hacia una pendiente
decreciente? Por supuesto, uno siempre puede replicar que si las cosas no han sido
como han sido, no habría nada para observar, nada para explicar, y nadie para
experimentar esta nada. Pero argumentar que si el problema no hubiera sido
resuelto de un modo u otro no estaríamos en posición de dirigirnos a ello nosotros,
no significa que tengamos los medios para hacerlo. Desde el punto de vista
termodinámico, el análogo que estamos pretendiendo aquí no es meramente decir
que una gota de tinta diluida en un inmenso volumen líquido se ha concentrado en
un breve instante en un área bien definida del receptáculo. Es mucho más. Es que
la tinta se ha vuelto incluso más concentrada; que progresiva y siempre
espontáneamente se ha organizado en capas correspondientes a colores
previamente indefinibles; que posteriormente produjo señales regulares, entre las
cuales emergen aquellos signos que componen las ecuaciones de Boltzmann-Gibbs
y una serie de escritos explicando que la probabilidad de que ocurran tales
evoluciones es tan mínima que equivale a su imposibilidad.
Todo ocurre como si la vida, ciertamente sin violar la segunda ley de la
termodinámica, esta indefinidamente estafándola, evitándola, haciéndola
irrelevante para sus operaciones. Podría compararse esto con un jugador que, en el
41
curso de un maratónico juego de ruleta, ha ubicado sus fichas unas 10100 veces y
entonces sabe cómo combinar sus elecciones y apuestas de modo tal que, habiendo
empezado con un centavo ha amasado luego un billón billón de toneladas de oro
(estos números no son meros modos de hablar) y aún sigue ganando. La teoría nos
asegura que un evento así es posible, que tiene una probabilidad finita asignable,
pero que es tan escasa que nadie podría siquiera esperar a ser testigo de que
ocurriera. Aun así, no somos testigos de este evento inmensamente improbable:
somos este evento. ¿La rueda de la ruleta está amañada? ¿El apostador ha
descubierto una martingala infalible (pero podemos mostrar que ninguna puede
existir)? ¿O estamos solamente en el dominio de la teoría de la probabilidad, en
otros términos, de la termodinámica estadística?
El concepto de estado estacionario
Consideraciones de este tipo han sido aceptadas y fuertemente enfatizadas
por por algunos biofísicos que de algunos años a esta parte han estado intentando
estudiar lo viviente desde el punto de vista de la termodinámica de los fenómenos
irreversibles y de los estados estacionarios. Uno puede dudar del éxito final de sus
esfuerzos, y cuestionar si no es que empiezan por eliminar una vez más la
propiedad que intentan explicar –el hecho de que el biosistema es esencialmente
no estacionario (o de que, si es estacionario, el periodo de relajación es tal que la
teoría en cuestión pierde todo interés). También se puede cuestionar si estos
esfuerzos toman sufrientemente en cuenta las dimensiones y distinciones
específicas concernientes a un análisis de lo viviente.
Una analogía ayudará a aclarar este punto. Desde el punto de vista
cibernético lo que esencialmente distingue un autómata de cualquier maquina o
proceso físico, no importa qué tan complejo sea, es que para un autómata el gasto
y circulación de energía –que por su puesto, nunca para- no es una variable
relevante: puede ser alterada casi arbitrariamente, siempre que el mensaje continúe
circulando. La variable que realmente cuenta es, en primera instancia, la cantidad
de información. Pero si la cantidad de energía es indiferente, es igualmente crucial:
en el curso de su funcionamiento el autómata absorbe energía de “alta calidad”
que convierte en información y disipa en forma de “baja calidad”. Según la famosa
frase de Schrödinger: “el ser viviente se alimenta de entropía negativa”. Pero el ser
viviente no se limita a la consumición de entropía negativa, a utilizar energía libre,
42
en orden de preservar un flujo dado de información y un tipo dado de orden:
considerado en su propia dimensión temporal –como un segmento de la
biosistema terrestre- incrementa el flujo de información, cambia el tipo, modifica
su orden y produce su nivel de organización. En este respecto –que es
absolutamente decisivo, en tanto nuestra preocupación es para con el autómata
auto-evolutivo- no solo la cantidad sino la cualidad de la energía absorbida deja de
ser relevante, supuesto sólo que sea suficiente. Sea que el biosistema presenta su
nivel de organización o no, la misma cantidad de energía libre con las mismas
características es suplida para él por segundo y por centímetro cuadrado de la
superficie de la Tierra. Usa aproximadamente la misma proporción de ella cada
gramo de materia viviente, y disipa la misma cantidad en fuga cósmica por medio
de radiación. Por la misma cantidad de biomasa, el balance global permanecerá
aproximadamente el mismo sea que la superficie de la Tierra este habitada por
protozoos, dominada por saurios, o sea testigo de los homínidos prendiendo sus
primeros fuegos. Pero es precisamente eso, que es termodinámicamente idéntico,
que hace a la diferencia biológicamente (y cibernéticamente).
La termodinámica es la única parte de la física donde encontramos un
verdadero tiempo –un tiempo irreversible. Pero este verdadero tiempo no es aun
suficientemente verdadero como para ser el tiempo de la biología o el de la
historia. La flecha del tiempo va en la dirección de la probabilidad creciente. Pero
esta probabilidad creciente, que es ciertamente activa en ciertos bolsillos o en
ciertos niveles de la evolución e historia biológica, parece perder su rol cuando
llega a sus aspectos más importantes. ¿Debemos decir que la flecha del tiempo
histórico o biológico va en dirección de la improbabilidad creciente? Sería mejor,
en nuestra opinión, pura y simplemente rechazar la relevancia de tales conceptos
en esta conexión. Pero entonces ¿qué posible significado podemos dar a la idea de
que sucesivos tipos de tiempo existen “objetivamente”?
Lejos de eliminar cuestiones de principio en relación con lo viviente, la
biología contemporánea las ha exacerbado. Al mismo tiempo, al forzarnos a
ponderar los conceptos de información, orden, organización, sistemas auto-
evolutivos e incluso el de historia, talvez ayude a iluminar aunque sea por
contraste objetos que yacen fuera de su propia esfera específica, y más
particularmente aquellos estudiados por las disciplinas antropológicas. En tanto es
fácil ver que estos conceptos, como los puntos desarrollados aquí, también caen
43
dentro del marco por medio del cual intentamos entender la organización y
evolución de los individuos y las sociedades humanas27.
Las disciplinas antropológicas
La situación en que se encuentran las disciplinas antropológicas es, sin
dudas, lo más problemático a este respecto. Es difícil de decir si es públicamente
percibida como tal, en tanto por una parte la “crisis” fue el estado permanente en
que han estado desde su primera aparición, mientras por el otro lado uno
periódicamente escucha la injustificada proclama de que por virtud de algún
avance real o presunto avance en una u otra disciplina, la clave para la solución de
todos los problemas antropológicos ha sido finalmente descubierta (como ha sido
sucesivamente pretendido por la economía, el psicoanálisis y la lingüística). Aquí
los efectos de la separación de las disciplinas se hacen sentir más agudamente que
cualquier otra parte: de su separación respecto de la filosofía (que, a decir verdad,
nunca ha sido realmente llevada a cabo), en tanto lleva a la negligencia de las
innumerables asunciones e implicaciones filosóficas presentes en todo discurso
antropológico; su separación de otras ramas mayores de estudio, de las ciencias
físicas y sobre todo biológicas, en tanto es imposible considerar la naturaleza física
y biológica del hombre como una condición abstracta de su actividad histórica; y
finalmente de su separación entre ellas mismas, en tanto la unidad de su objeto de
estudio desafía la disección científica, y uno puede preguntar si la división que
hacemos entre diversas disciplinas tiene algún significado para otra sociedad más
que la nuestra.
Economía
Tomemos la economía, por ejemplo. Es claro que no podría haber conocimiento de
la economía –en el sentido de descripción, análisis y explicación del fenómeno
económico actual- que no descansara sobre postulados o hechos establecidos
concernientes al comportamiento de los individuos, de sus motivaciones, su grado
de racionalidad y la naturaleza de esta racionalidad, que no tuviera en cuenta la
27
Desarrollos recientes en biología teórica me parecen plenamente situados en el horizonte de las
cuestiones presentadas en el texto. Ver, en particular, Henri Atlan, Entre le cristal et la fumee, 1979;
Prygogine y Stengers, La nouvelle Alliance, 1980; F. Varela, Principles of biological autonomy, 1979.
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división de la sociedad en grupos, estratos, clases, o que no se ocupara del
funcionamiento interno y de los roles sociales de las organizaciones e instituciones,
sobre todo de las empresas, los sindicatos y del Estado. Pero ¿de qué fuentes
extraerá esta información? Las conclusiones a las que arriban la psicología y la
sociología tienen sobre el economista el mismo impacto que el último resultado
establecido en física atómica sobre el astrofísico o el bioquímico, y en cualquier
caso le ofrecerían la misma asistencia. En consecuencia, el economista se refugia en
la aserción de que su conocimiento solo concierne a la “pura lógica de la elección”
(una posición incoherente y falaz, como en breve veremos), o bien basa sus
postulados en su propio sentido de lo que es “obvio”, que claramente no es otra
cosa que el más inocente de los prejuicios. El resultado neto es que toda la
literatura de la moderna economía está basada implícitamente en una psicología
del comportamiento individual que un folletinista de 1850 hubiera rechazado por
muy simplificadora: el individuo nunca actúa excepto en total consciencia de lo
que quiere y de qué hacer para obtenerlo, y sólo quiere una sola cosa –maximizar
sus ganancias y minimizar su esfuerzo. En la resistencia de esta profunda visión de
la naturaleza humana, el economista contemporáneo está listo para amontonar sus
sarcasmos sobre cualquier cosa que huela a psicología o psicoanálisis. A lo sumo,
concederá que estos estudios pueden explicar desviaciones en el comportamiento
individual en función de un tipo promedio, pero que se cancelan estadísticamente;
es obvio que lo que está en cuestión es precisamente esta ficción económica de un
determinado tipo promedio, un maniquí hueco que no tiene ninguna relación con
nada existente ni concreta ni estadísticamente. Sociología y filosofía continuarán
siendo vistas con sospecha. Esto permite a los modernos economistas reproducir
sin saber el lenguaje del más inocente absoluto hegelianismo, en tanto todo lo que
dice –por ejemplo- del rol y del comportamiento del Estado, la guía que da y las
reglas de conducta que establece para éste están basados en la idea de que el
Estado no es otra cosa que la instancia de la pura racionalidad encarnando la
realidad de la idea ética. Incidentalmente, esto no es exclusividad de los
economistas académicos; también los marxistas contemporáneos han fallado en
integrar la teoría del Estado como instrumento de la dominación de clase con un
análisis de su rol económico. En todos estos casos, poca o ninguna atención se
presta, tanto a la función sociológica de las instituciones en cuestión, como a sus
estructuras burocráticas y sus consecuentes irracionalidades incorporadas.
Aquí aparece el ineliminable problema de los fines de la actividad económica, para
el cual ya sea una cuestión de los actuales fines alcanzados por un sistema socio-
económico dado o se trate de fines normativos, la cuestión permanece siempre
abierta. La línea ejemplar adoptada por los economistas académicos (y en el Este
45
por los economistas oficiales) es sostener simultáneamente que el sistema existente
es óptimo salvo por ciertos disturbios, y que su trabajo no es discutir fines sino
medios. Lo que importa aquí no es una interpretación sociológica de la duplicidad
de esta actitud, lo que ya es obviamente suficiente, sino más bien la consistencia
lógica de tal presunción de que la economía está libre de valores. ¿Es el sistema
óptimo relativo a todo fin posible? ¿Es un medio puro y universal? Obviamente
sería absurdo pretender esto. El economista replicará que el sistema es óptimo
respecto de los fines presupuestos por aquellos que viven en él. Respuesta vacía,
en cuanto lo que los seres humanos adoptan y la manera en que pueden expresarlo
–en un nivel económico como en cualquier otro- esta pesadamente determinado
por el sistema mismo. Entonces es circular sostener el carácter óptimo del sistema.
Entonces podemos despedir las pretensiones de la economía qua economía de
pronunciarse sobre las bondades de cualquier sistema, y concentrarnos sobre su
pretendida construcción de una “pura lógica de la elección entre medios limitados
para la consecución de fines ilimitados”. La economía sería entonces una pura
técnica de cálculo generalizado capaz de producir resultados descoloridos si las
premisas concernientes a los fines a alcanzar le fueran suministradas. Esto ya
indicaría su incapacidad para adelantar en algún grado nuestro entendimiento
acerca del mundo social y del funcionamiento real de la economía. Pero aún hay
más, en tanto es de hecho imposible establecer un cálculo económico neutral.
Excepto en instancias triviales, la existencia de una pluralidad de fines trae
inmediatamente la cuestión de la equivalencia, de la medida común de su
valoración, en breve, la cuestión de su evaluación. El economista replicara que eso
es asunto de sus clientes; él, por su parte, solo está preparado para lidiar con tales
clientes en tanto sean capaces de especificarle las utilidades ordinales y cardinales
que ligan a la satisfacción de sus deseos, y sólo entonces él busca economizar los
medios. Pero ¿economizar qué, y en relación con qué? Si es un caso de economizar
la energía gastada en la realización de una tarea dada, no se necesita un
economista sino un ingeniero o un agrónomo. Obviamente este no es el caso en
cuestión; más bien estamos ocupados con la economizacion del consumo
productivo de un conjunto de medios que son física y temporáneamente
heterogéneos. La reducción de estos medios a una medida común llama
nuevamente a su evaluación relativa; ¿a dónde debe uno buscarla? De hecho uno
siempre busca esta evaluación al sitio donde es actualmente llevada, al mercado, y
el dinero es la medida de todas las cosas. Esto también es verdadero, por supuesto,
respecto de la actual evaluación de fines, y el economista acepta en la teoría y en la
práctica que la evaluación está contenida en el sistema de precios de los productos
finales –sistema que obviamente refleja la distribución dada el ingreso y el estado
histórico de la producción y de las costumbres, etc. En teoría, con este criterio uno
46
podría dispensarse si el sistema en cuestión satisface un restringido conjunto de
condiciones, siendo la más importante la existencia de un factor común entrando
directa o indirectamente en todo proceso de producción. Resulta que en el
verdadero asunto de los negocios humanos (no necesariamente en el universo de la
pura elección) hay un solo factor que, por medio de ciertas abstracciones, puede
ser seriamente considerado como teniendo la requerida universalidad, y esto es el
trabajo humano. Pero incluso el trabajo no puede ser aislado del mundo histórico
concreto en el cual modela tanto como es modelado, para ser convertido entonces
en un equivalente abstracto y trans histórico. Decir hic et nunc que una acción así y
asá o que una decisión así y asá gasta o consume útilmente una cantidad de trabajo
así y asá, es equivalente a decir que consume o gasta útilmente una cantidad de
trabajo así y asá dentro de las condiciones existentes hic et nunc, y éstas solo
pueden ser significados dadosxlvii, económicamente, en términos de la variedad y
cantidad de productos en los cuales el trabajo puede ser materializado. Esto lo
mismo que decir que tales productos, en tanto que existen y de la manera concreta
en que existen, tienen valor. Pero el que lo tengan es contingente desde un punto de
vista absoluto, en otras palabras, socio-histórico. Cuando treinta jóvenes deciden
hacer su propia cuestión en una colonia hippy, el economista dirá que el costo de
oportunidad de un acto tal “para la sociedad”xlviii es el conjunto de productos que
de otro modo tal vez hubieran producido en un sector industrial dado empleando
la tecnología más eficiente. Nosotros podríamos replicar que entonces de hecho no
se hubiera ganado nada “para la sociedad” o para cualquiera en absoluto, por otros
treinta individuos transpirando o aburriéndose a muerte en una línea de montaje
en orden de producir objetos inútiles que no se venderían si otros sujetos no
gastaran sus vidas persuadiendo a la población de que es necesario poseerlos. La
estructura de la demanda no menos que las tecnologías más productivas son parte
integrante del sistema social, y economizar trabajo es economizar acerca de los
fines del sistema establecido, estando tales fines profundamente emparentados con
sus medios. La falacia de la separación entre fines y medios –falacia encontrada en
todo dominio de estudio, y especialmente en los debates acerca del rol de la ciencia
y de la tecnología- es una de las más perniciosas entre las dominantes; la ideología
de la economía como una “lógica de la elección de medios” está basada en este
absurdo. En el mismo sentido en que los fines del comportamiento del individuo
no se revelan en lo que éste dice sino en los efectos efectivos a los cuales su acción
conduce, así también los fines de una sociedad son -primero que todo-
precisamente aquellos que constantemente produce por los medios que emplea, y
sólo empleará sus medios con vista a los fines que adhiere; en efecto no puede
hacer otra cosa, en tanto los fines están inscriptos en la misma materialidad, la
naturaleza, la organización de sus medios. Y el propósito de un sistema
47
productivo, que lo determina como un todo, no es la producción en general, ni
siquiera la producción y reproducción de la vida material de los seres humanos; es
la producción y reproducción del sistema social existente (del cual el material
humano sobreviviente, dentro de cuyos límites están -hablando general y
ampliamente-, es simplemente una condición necesaria)xlix.
Decir que la economía –que en realidad es inextricablemente explicativa/positiva, y
normativa/política- no puede ignorar la cuestión de los fines es decir que no puede
ser disociada absolutamente de las otras disciplinas antropológicas, o de la
filosofía, o de la política en su verdadero –su gran y fundamental- sentido. Así
como sería absurdo apelar a argumentos filosóficos cuando se discute la elección
de una inversión o de condiciones de equilibrio de un mercado, es igualmente
absurdo olvidar que todos estos argumentos de hecho empleados en estas
cuestiones descansan en suposiciones sobrecargadas filosófica, antropológica y
políticamente, suposiciones que no son autoevidentes en modo alguno.
Derecho
Lo mismo es obviamente verdadero para una disciplina como el derecho. Ningún
conocimiento genuino del derecho (en el sentido de una historia/sociología de éste,
en lo cual la mayor parte está por escribirse) podría basarse meramente en apelar a
las necesidades lógicas y técnicas que caracterizarían a un sistema legal coherente.
Tendría que hacer igual apelación a toda la disciplina cuyo objetivo es describir,
analizar y explicar la emergencia, el funcionamiento y los mecanismos de
preservación de un sistema social (incluyendo aquellos que analizan la relación
que se constituye y mantiene entre l individuo social y la ley positiva). Y una de
sus tareas cruciales, en la cual podría servir de modelo a otras disciplinas histórico
sociales, sería hacer inteligible la relación –a la vez complementaria y antagonista-
existente entre los siguientes aspectos; explicar, esto es, decir cómo el sistema social
genera una lógica-técnica particular e históricamente específica que sostiene el
poder en el dominio social en cuestiónl, cómo lo sobredetermina a éste, y cómo y
con qué grado adquiere autonomía esta lógica-técnica específica y eventualmente
marcha en sentido opuesto al objetivo primero de todo el sistema. Es igualmente
obvio que uno no puede esperar explicarse la práctica legal, la actual aplicación de
un sistema legal por los responsables de tal operación, sin tener en cuenta los fines
del sistema social. La insuperable brecha que necesariamente existe entre la regla
legal y el material al que supuestamente debe abarcar –descubierta por Platón y
correctamente atribuida por él al carácter necesariamente abstracto de cualquier
48
regla- es aceptado por la teoría y la filosofía del derecho modernas como un
inevitable defecto de cualquier sistema legal, y reconocida como aquello que da
una cualidad antes productiva que adventicia a la interpretación de la ley por la
persona que la implementa. Esta brecha solo puede ser salvada, y la interpretación
solo puede ser emprendida, por medio de un doble coordinación a efectuar, por
una parte entre la letra de la ley y el espíritu que de hecho la inspira, y por otra
parte entre la ley y la situación concreta que debe ser juzgada. Entonces a
cualquierali que implementa la ley se le requiere ser consciente de sus intenciones,
pero en tanto esta es una expresión sin significado en sí misma, esto implica decir
que a esta persona se le requiere suplir tal intención. Incluso más, a esta persona se
le requiere ser suficiente cognoscente acerca de la situación concreta a juzgar, en
particular en situaciones individuales y sociales, sea que el resultado global
efectivo de una decisión dada sea conforme o no a las intenciones de la ley tal
como esta persona la está interpretando. Decir que un jurista debe ser
simultáneamente político, psicólogo y sociólogo, tanto como un lógico capaz de
preservar la coherencia de un sistema legal que obedece a otros fines,
indudablemente tiene implicaciones que van más allá de las cuestiones discutidas
aquí; pero demuestra también, y de manera particularmente llamativa, lo que
implica la separación de las disciplinas.
Lingüística
Podría mostrarse fácilmente que la lingüística es el caso de una disciplina
que difícilmente pueda descansar sobre conceptos y términos primarios que no
son los suyos, que meramente disfruta de ellos como un usufructo parcial y
problemático, si no fuera porque este hecho ha sido cubierto por todo el ruido
generado en los años recientes por las varias escuelas de lingüística y sus
pretensiones de haber acordado finalmente un status de ciencia rigurosa para su
disciplina. Ciertamente, la cuestión ¿qué es el lenguaje? Trazando -como de hecho
lo hace- un circulo primordial con que se cerca a sí misma y a toda posible
respuesta, es una cuestión que la lingüística pueda talvez querer rechazar sobre la
base de que no es su tarea entrar en discusiones acerca de la esencia, sino que su
rol es más similar al del físico que no inquiere acerca de la naturaleza de la physis
sino que meramente trata de predecir lo que la physis hará. De todos modos, como
sabemos, la teoría física está obligada a construir hipótesis sobre lo que sea que
“hará tal o cual cosa”, so pena de ser reducida al rango de una actividad
puramente empírico-pragmática que permitiría todo constructa dando así lugar a
49
análogas predicciones que deberían por tanto estar en pie de igualdad, sin
consideración de su incompatibilidad lógica. Aquí también, la cuestión acerca de
qué es el lenguaje no solamente sobreviene en consideración de la constitución del
objeto de la lingüística y de la delimitación de sus fronteras (que cierta lingüística
no encuentra dificultad de transgredir, cuando afirma la existencia o inexistencia
de “lenguaje animal”, que el “código genético” es un lenguaje, o de que el mundo
humano puede ser reducido al intercambio de mujeres, objetos y signos). En todas
estas manifestaciones, y por lo tanto en el trabajo actual de la lingüística, el
lenguaje nos refiere a su esencia y a la cuestión que esta presenta. ¿Debemos decir,
por ejemplo, que la doble articulación es esencialmente inherente al lenguaje, o
bien simplemente tratarla como un hecho empíricamente universal? Antes de
rechazar esta distinción, permítasenos recordar que los lingüistas no la rechazan,
sino que están divididos en el siguiente punto: un hecho de extrema importancia
en sí mismo, ya que un físico no tendría duda ni por un segundo acerca de la
necesidad de un hecho universal, e inmediatamente intentaría deducirlo.
¿Debemos decir que las pocas categorías gramaticales que encontramos en todo
lenguaje conocido expresan características esenciales del lenguaje, o todavía
estamos en el nivel de la mera generalidad inductiva? ¿Y qué deberíamos decir de
otras categorías gramaticales que son peculiares sólo a ciertos lenguajes, pero sin
las cuales las categorías básicas no funcionan en estos lenguajes? ¿Qué deberíamos
decir de la relación entre ambos tipos de categorías, en este último caso? Para
siquiera empezar a discutir estas y otras cuestiones que traen consigo la posible
existencia de universales del lenguaje debemos primero preguntar hasta qué punto
está sujeta cualquier categorización del mundo a necesidades internas e
infranqueables; y al punto que sea, ¿están tales necesidades impuestas por el
categorizador, por aquello que es categorizado o por ambos conjuntamente? Y en
este último caso, ¿en qué proporciones y bajo qué relación están ambos?; y hasta
qué punto no refleja meramente ciertos aspectos de una cultura dada, la cual en tal
consideración no sería más que contingente. Bajo esta luz, tanto el culturalismo
como el apriorismo actualmente se ven desconcertantemente similares a las
posturas filosóficas tan viejas como la historia misma. Quien tome un punto de
vista más decepcionadolii de la cuestión agregará que estas posturas están
enterradas por una ingenuidad de la que sus originales carecían; quien vea la
cuestión desde un punto de vista más optimista dirá que tales posturas han sido
avivadas por la instilaciónliii de material fresco. Talvez estemos listos para acordar
con ambos.
El lenguaje tiene que ver con el sentidoliv. ¿Cómo, entonces, podemos hablar
de lenguaje sin habar de filosofía? Por medio siglo, la lingüística solo ha sido capaz
50
de experimentar esta enigmática identidad/no-identidad, estos lazos adamantinos
entre lenguaje y sentido como una trampa, como una trampa filosófica de la cual
debe escapar a toda costa. Por lo tanto la mayoría de los lingüistas han condenado
tanto el termino como la idea del sentido como siendo filosófica y han tratado de
deshacerse de ambas. Obviamente no podían sino fallas, y todos sus dolores se han
empantanado como un indiscreto compromiso filosófico con una filosofía
particular, el conductismo (sus reparos en aceptar este nombre pueden anularse).
Hoy, algunos de ellos se separarían de este compromiso en favor de otro punto de
vista supuestamente cartesiano. ¿Debemos esperar que la lección alguna vez será
aprendida? Por el momento, parece, está destinada a permanecer negada en cuanto
al problema del sentido como tal, y en cuanto a sus innumerables implicaciones en
la teoría lingüística. Si se hubiera atendido, talvez hubiéramos escuchado un poco
menos hablar de semántica estructural, sobre una empresa fundada en el increíble
postulado de que el sentido se compone de elementos discretos sujetos a las leyes
de un grupo aditivo. Mas reflexión se podría haber dedicado a la actualmente
aceptada distinción entre las estructuras “superficiales” y “profundas” de las
oraciones (las cuales no hacen más que reflejar el mero capricho del lingüista
cuando declara que su reconstrucción de una oración lingüística es más
“profunda” de la que es efectivamente pronunciada) o bien resulta en la idea
imposible de un contenido completamente constituido anterior a la expresión, y así
postulando la existencia de un sentido completamente determinado en sí mismo
independientemente del signo. Finalmente, el status y la fuente de legitimidad de
las concepciones que proclaman el carácter innato de ciertos aspectos del lenguaje,
¿representan pretensiones científicas que pueden ser probadas o refutadas, son
especulaciones enmascaradas como ciencia, son filosofía? Y si todas estas
distinciones no se aplican completamente aquí, ¿podemos enturbiarlas de
cualquier modo que nos plazca? Obviamente, no puede desecharse la suprema
relevancia del problema de la relación del lenguaje (tomado generalmente y en sus
aspectos particulares) con la biología humana e igualmente con sistemas de
“comunicación” animal y de proceso de “información” que ocurren entre
organismos (como un todo y a nivel celular). Pero estas cuestiones no pueden ser
elucidadas hasta que triunfemoslv al pensar el lenguaje como efectivamente es, y
rechacemos todas las asimilaciones perjudiciales a lo que el lenguaje no es.
Psicoanálisis
De cualquier manera, podemos estar seguros de que no hay dominio donde
los efectos de la separación entre las disciplinas sean más agudamente manifiestos
que en la psicología de los contenidos mentales o psicoanálisis. Por una parte, el
51
psicoanálisis en principio y en la práctica abarca la totalidad de las manifestaciones
humanas, en tanto éstas derivan (por lo menos parcialmente) de la organización,
funcionamiento y desarrollo de la psique humana. Por el otro lado, las enfoca
desde un punto de vista extremadamente específico, y desde el punto de vista de
una práctica única y de una praxis necesariamente singular. Este hecho ya significa
que su peculiar status filosófico y epistemológico presenta una cuestión e incluso
una discusión preliminar que debe ir más allá de los criterios epistemológicos
tradicionales (por consiguiente, de la mera corrección formal –tan perfecta como
vacua- de las criticas convencionales “filosóficas” o “científicas” al psicoanálisis).
Aun así, está lejos de ser fácil clarificar sus relaciones con las otras disciplinas. Es
en nuestra opinión incontestable que el psicoanálisis hace una contribución
esencial a nuestro entendimiento del fenómeno social -sea económico, político o
religioso. ¿Pero cuál es la naturaleza de esta contribución? ¿De dónde deriva su
legitimidad? ¿Sobre qué bases podemos encontrar la transición del individuo a la
sociedad? Los psicoanalistas difieren ampliamente en sus puntos de vista acerca de
esto, asumiendo algunos que esta transición es auto-evidente válida, mientras
otros insisten en que es incorrecto siquiera hablar de transición en tanto todo es en
última instancia reductible a términos psicoanalíticos. Es ciertamente difícil
mantener este último enfoque si uno considera la incapacidadfinal del
psicoanálisis de explicar el hecho mismo de la institución, institución cuya
existencia es presupuesta por todas las interpretaciones. Aun es preciso por esta
razón –esto es lo mismo que decir que, porque lo social no es ni lógica ni realmente
reductible a lo inconsciente individual (no más que lo último a lo primero)- que
esta cuestión de la relación entre ambos existe. ¿Puede decirse, como alguna vez lo
hizo Freud, que la sociedad es la realidad, la realidad que el psicoanálisis no puede
sino presuponer como tal y en la forma de una sociedad dada –que continuamente
dota el “principio de realidad”, confrontando al individuo con su propio
contenido- y que su estudio debe ser dejado a otras disciplinas? Abandonarlo de
esta forma es de todos modos imposible, en tanto el psicoanálisis tiene mucho que
decirnos acerca de, por ejemplo, la religión: este aspecto crucial de la realidad
social, dice Freud, es una ilusión. Entonces ¿qué queremos decir con “realidad?
¿En qué consisten la sociedad y su historia? ¿Es la misma “realidad” la que el
individuo y la sociedad confrontan? No hay duda de que es la sociedad en un
doble sentido la que constituye la realidad para el individuo, sobre quien la ley
dada o la organización dada de la economía son impuestas de una incontrovertible
manera, y en tanto sobre aquellos que se nieguen a reconocer este orden caerá
generalmente la sanción de la psicosis. Pero lo que aparece como una necesidad de
hierro para el individuo es tan maleable como cera para la historia, que ha creado y
continúa creando una variedad de formas aparentemente ilimitada. ¿Hay límites
52
para esta creación? Y si los hay ¿cuáles son? Ciertamente hay algunos, y la
sociedad a su turno se enfrenta cara a cara con ciertas realidades tanto interna
como externa, a las cuales no puede superar; pero el examen de estas realidades
sólo conduce a banalidades, y en tanto son dadas de una vez y para siempre, no
nos iluminan en la más mínima de las variadas realidades que la sociedad
postula/ponelvi en cada tiempo. No es la insuperable necesidad humana de tantas
calorías por día que nos permite entender la infinita variedad de sistemas
dietéticos humanos; ninguna sociedad posee lenguaje, cada una posee su propio
lenguaje; la idea de ley no nos dice nada acerca los actuales sistemas de
organización por medio de los cuales la sociedad es gobernada. Entonces ¿cuál es
la fuente de esta inmensa variedad de sistemas sociales? ¿Qué rol juegan estos
sistemas en cualquier ocasión respecto de la constitución, desarrollo y el
funcionamiento de la psique? ¿Acaso es que psicoanalíticamente no hay
diferencias reales entre un parisino moderno, un balinés, un dogón o incluso –si
fuera posible cruzar el tiempo- un babilonio? Responder afirmativamente es en
esencia negar la existencia de la historia; responder negativamente es sostener que
el inconsciente mismo es en cierto sentido histórico. Ninguna de ambas
pretensiones puede justificarse dentro de los confines particulares de la teoría
psicoanalítica, menos aún por medio de sus métodos –que son específicos de ella, y
respecto de los cuales deriva su originalidad y sobre todo su derecho de existir.
Pero la cuestión misma se mantiene legítimamente, y marca las fronteras de un
dominio donde las demarcaciones convencionales entre las disciplinas han sido
ignoradas.
Las aporías creadas por el psicoanálisis no terminan aquí. La relación -que a
la vez postula y sostiene a distancia- entre el proceso psíquico que analiza y el
cuerpo biológico no vuelve a meramente despertar el problema mente-cuerpo de la
filosofía tradicional, sino que lo propone en un nuevo modo. El síntoma somático,
y su interpretación como un signo del sentido inconsciente, obviamente presume
un tipo de asociación entre los dos niveles de la existencia individual que
permanece enteramente incomprensible –tanto como la manifestación del proceso
opuesto y simétrico, del cual siempre hemos estado al tanto, pero que técnicas
contemporáneas de quimioterapia han mostrado más extensos y sustancialmente
diferentes en carácter de lo que se había supuesto. Si no fuera tan triste
encontraríamos divertida la presente situación, donde el psicoanalista realiza su
interpretación y frecuentemente resuelve un síntoma histérico, mientras en la
puerta de al lado el psiquiatra está limpiando al paciente de delirio por medio de
una dosis meticulosamente medida de alguna sustancia química, y el filósofo en un
tercer edificio está sosteniendo la relación entre el cuerpo y el alma –mientras que
53
los tres, con furtivas miradas a los costados, evitaran más tarde a los otros mientras
cruzan el patio. Es simple sostener la creencia superficial de que algún avance en
nuestro entendimiento de estas relaciones se ha alcanzado en la forja de la
expresión “lenguaje corporal”, tanto como es difícil en el momento presente
concebir alguna manera en que la fisiología del sistema nervioso central –a pesar
del progreso que se ha hecho con el impulso de la cibernética- alguna vez sea
capaz de tender un puente sobre el abismo que separa el almacenamiento, la
elaboración y la circulación de información en un sistema híper complejo respecto
de las realidades del deseo, del afecto y de la creación. ¿Debemos finalmente
recordar que el psicoanálisis, como una praxis, encuentra constante y
necesariamente con cuestiones éticas y políticas que no pueden ser discutidas
dentro de sus propios términos, pero a las cuales ofrece de todos modos –
queramos o no- una respuesta con cada movimiento que hace? Todo tratamiento
analítico intenta evadir ciertos resultados y superar ciertas situaciones, en busca de
un objetivo que –a pesar de la deslumbrante formulación dada por Freud (“donde
el Ello era, el Yo debe advenir)- se mantiene imposible de definir de todos modos.
Ni tampoco puede tratamiento analítico alguno evadir enfrentar esa “realidad”
que consiste en la contingencia de la forma dada que asume la sociedad, y con la
cual incluso podría terminar chocando –si no fuera por las particularidades del
medio social donde usualmente tiene lugar.
Sociología
Nuestro estudio de las disciplinas antropológicas permanecería incompleto a
menos que tomáramos cuenta de aquella que en principio debe supuestamente
abarcarlas a todas, aunque es de hecho un poco incapaz de hacerlo: la sociología.
Una dificultad mayor sobreviene cuando nos confinamos al intento de definir su
objeto: ¿hay un auténtico nivel de la realidad que puede pensarse como lo social?
¿Y cómo, a través de una mera apelación al mundo, podemos concebirlo? ¿Tal vez,
después de todo, usamos el término solamente como abreviación de una suma de
realidades particulares? Hemos encontrado un aspecto de este problema en
nuestra discusión sobre el psicoanálisis y la imposibilidad de reducir lo social a lo
individual. De cualquier manera que esto nos parezca cierto, no anticipa la
cuestión concerniente a la naturaleza de aquello que permanece irreductible.
Cualesquiera que sean las intenciones proclamadas, todas las explicaciones e
interpretaciones parciales de los fenómenos sociales que pueden citarse nos
refieren en última instancia al individuo como la causa eficiente y el intento de
hecho de construir lo social a través de una adición de individuos. Esto es
verdadero de la economía (lo marxistas tanto como los académicos) tanto como de
54
la interpretación psicoanalítica de la religión. Quienes han querido trascender esta
posición solo lo han hecho verbalmente. Ha apelado por ejemplo a “conciencia
colectiva” o a un “inconsciente colectivo”, lo que claramente no son más que frases
vacías cuyos únicos significados posibles es el problema mismo bajo discusión, o
bien están basados en la asunción de que la totalidad social es un elemento
primario sin discutirla. Parece que ningún progreso puede hacerse en este punto a
menos que pongamos en duda las categorías centrales del pensamiento tradicional
y, en esta instancia, precisamente la manera en que pensamos los tipos de posibles
relaciones entre un “todo” y sus “partes” o “elementos”. Es claramente imposible
pensar la sociedad como “compuesta” de elementos concebidos como lógica o
realmente preexistentes a ella: una “composición” de la sociedad, si de hecho se
puede dar algún sentido a tal expresión, sólo puede realizarse con individuos que
ya son sociales –o sea, individuos en sí mismos portan la sociedad. Es igualmente
imposible en esta instancia apelar al modelo que parece –correcta o
incorrectamente–como apto en otros campos, la idea de algo que los físicos llaman
fenómeno colectivo (i.e. la emergencia, al nivel de la “totalidad”, de nuevas
propiedades que no existen o a las que no puede atribuirse significado al nivel de
los “componentes” –idea que corresponde a la más familiar noción de
“transformación de la cantidad en cualidad”). Es un sinsentido pensar el lenguaje,
la producción y las reglas sociales como “propiedades” que emergen tan pronto
como un grupo suficiente de individuos son agrupados, en tanto tales individuos
son inexistentes e inconcebibles fuera de o antes que estas presuntas “propiedades
colectivas”, a las cuales es por otra parte imposible reducir.
Enfrentamos la misma cuestión cuando consideramos la organización y la vida de
la sociedad como un todo, y los “sectores” o “dominios” de que está hecha. No hay
esquema disponible que realmente nos permita asir las relaciones entre economía,
derecho y religión por un lado, y la sociedad por el otro; o, de hecho, que nos
permita asir las relaciones entre estos sectores mismos. Ni tampoco hay esquema
alguno que nos permita decir en qué sentido son estas particulares entidades que
son. Éstas no pueden ser pensadas como “aspectos” en el sentido de que hablamos
de aspecto químico o térmico de una reacción; pero tampoco son “sistemas
parciales” coordinados, análogos a los sistemas circulatorio, respiratorio o nervioso
de un organismo, en tanto –por ejemplo- podemos encontrar -y usualmente lo
hacemos- casos en que uno u otro de estos así llamados “sistemas parciales” han
adquirido autonomía o predominio en organizaciones sociales específicas. ¿Qué
son entonces estas entidades? La cuestión da la mayor complejidad en el hecho de
que no podemos siquiera hablar de esta articulación de lo social, esta división en
tecnología, economía, política, derecho, religión, arte, como algo dado de una vez
55
para siempre. Casi lo opuesto es de hecho verdadero, en cuanto estamos
perfectamente al tanto de que es solo en una etapa tardía de la historia humana
que el sistema legal y la economía –por ejemplo- emergen como momentos
explícitos de la organización social y son postuladoslvii como tal; que sólo muy
recientemente en la historia humana la religión y el arte han sido creados como
factores relativamente separados; o que sólo muy recientemente en esta historia el
tipo (y no meramente el contenido) de las relaciones entre “trabajo productivo” y
otras actividades humanas ha exhibido enormes variaciones. La organización total
de la sociedad se reordena a sí misma en cada momento de diferente modo, y es
ella misma responsable en cada ocasión, no solo de postular los diferentes
“momentos” que personifica sino también de la creación de un tipo dado de
relación entre estos “momentos” y el “todo”. Estos “momentos” y el tipo de
relación postulado entre ellos no puede ser deducido a priori por medio de una
reflexión teórica, ni inferido sobre la base de una consideración inductiva de las
formas sociales de vida observadas hasta ahora, ni pensado en un marco lógico
dado de una vez y para siempre.
Estamos así enfrentados con un “objeto” que revela que, en sus actuales
tratamientos, términos tales como parte y todo, uno y muchos, composición e
inclusión, varían ampliamente de significadolviii; que muestra que puede ser
cuestionado si, a través de los confines de ciertos dominios estrechamente
definidos, tal significado es alguna vez algo más que “nominal y vacío” –como
Aristóteles hubiera dicho, “logikos kai kenos”. La aparentemente imposible tarea que
se nos requiere es pensar “relaciones” entre “términos” que no pueden ser
pensados como entidades discretas, separables e individualizables, y –lo que es
aún más difícil- aceptar que la díada “términos-relaciones” en la manera específica
y el nivel determinado en que está presente a cada instante, no puede ser
comprendida a ese nivel independientemente de los otros.
Sociedad e historia
Este redesplieguelix mismo que la sociedad realiza por todas parteslx en su historia
igualmente nos invita a considerar la temporalidad histórica de un modo
incompatible con la tradicional determinación del tiempo. Nos hace entonces
considerar que la distinción entre sociedad e historia, y a su vez entre una
“sociología” y una verdadera “ciencia de la historia” es en última instancia
inaceptable. Saussure hizo bien, en reacción a los planteos “eventomentales”lxi
pseudo historicistas del lenguaje, en insistir en el hecho de que no podemos
56
entender nada del lenguaje si nos limitamos a re trazar la evolución fonética o
semántica, si nos limitamos a cartografiarlxii las derivaciones o cambios en las
formas gramaticales. Saussure ha mostrado que necesitamos concebir el lenguaje
como un sistema que debe funcionar -y efectivamente funciona-, en cualquier
momento dado, como un sistema independiente de su pasado. Pero su trabajo ha
conducido en las décadas recientes a la erección de una oposición absoluta entre
los puntos de vistas diacrónico y sincrónico, y como resultado de uno de esos
vaivenes a los que el pensamiento humano esta irremediablemente condenado,
esto ha conducido a personas a trabajar como si solamente el punto de vista
sincrónico tuviera alguna legitimidad, siendo las consideraciones diacrónicas
exiliadas de los dominios de la ciencia: como es sabido, muchos de los voceros del
“estructuralismo” han hablado elocuentemente (ironia)lxiii sobre este tema. De
cualquier manera, debería ser claro inclusive desde el punto de vista más
elemental que es absurdo pensar que un mismo objeto puede ser considerado por
una parte desde el punto de vista de una serie de secciones-transversales
momentáneaslxiv, y por el otro desde el punto de vista de su devenir, sin
interconectar ambas perspectivas de algún modo. Pero es en un nivel más
profundo que la cuestión de la relación entre la sincronía del “sistema” y la
diacronía del “devenir” se presenta aquí; porque lo que se pone en duda es la mera
posibilidad de trazar una distinción tan aparentemente clara. Ya hemos hecho
notar con respecto a la cosmología las dificultades que aparecen con la distinción
entre “estructura” y “devenir”, no sólo porque la estructura del universo es
evolución, sino porque si no hay manera en que podamos pensar la expansión del
universo como “accidental”, entonces o bien su estructura implica una historia
(desde el punto de vista de la relatividad general) o bien (desde el punto de vista
de la teoría del estado estacionario) su estructura es su historia. La misma cuestión
sobreviene en biología, donde el “sistema” sólo cuenta como sistema vivo en
virtud de su capacidad de “evolucionar”, ya sea en el nivel ontogenético,
filogenético o del biosistema global. Y es aun en otro modo que este problema
sobreviene en el dominio social. Podemos ilustrar fácilmente este punto en el
lenguaje, en relación con su aspecto esencial, o sea con respecto a la significaciónlxv.
Porque es una propiedad del lenguaje como sistema que no se agota en sus estados
sincrónicos, que nunca es reducible a una colección de significaciones
determinadas, fijas, disponibles-a-mano, sino que por el contrario siempre contiene
eminente e inminentemente algo más, siempre esta sincrónicamente abierto a la
transformación de los significados, en breve, siempre es capaz de producir un
discurso original utilizando medios familiares y usar lo usual de modos
“inusuales”. Pero es también una propiedad del lenguaje como historia que
absorbe inmediatamente en su sistema todo lo que emerge como modificación de
57
ese sistema, y constantemente permite adquisiciones y eliminaciones por medio de
las cuales perpetúa su capacidad de funcionar y transformar continuamente lo
inusual en usual. Y finalmente, aun en una manera adicional encontramos esta
cuestión en el nivel de la sociedad como un todo, en tanto el “espacio social”, en el
sentido más amplio del término, y todo lo que contiene, sólo existen en la forma
constituida en que efectivamente existen porque están abiertos a una
temporalidad. No hay nada en una sociedad (no importa cuán “arcaica” o “a-
histórica” sea), que no sea la inconcebible presencia de algo que ya no existe, y la
igualmente inconcebible cosa íntimalxvi de algo aún por venir. El ser-ahí de lo social
está siempre sujeto a la dislocación interna o, uno podría decir también, está
siempre constituido en sí mismo solamente sobre la base de lo que esta fuera de sí
mismo, sobre la base de la eficaz presencia del “pasado” en las tradiciones e
instituciones y del “futuro” en las expectaciones, incertidumbres y compromisos.
Si vamos a reflexionar verdaderamente sobre la sociedad y la historia, debemos
pensar lo social-histórico en una dimensionalidadlxvii de la cual no encontramos
ejemplo en ningún otro lado de cuya irreductible originalidad hemos sido, por esta
misma razón, incapaces de reconocer hasta ahora.
El problema de la unificación de las disciplinas
Este es el gran problema que encuentra, en cada dominio de estudio, las
disciplinas particulares, y su desarrollo propio, el que crea la vociferada necesidad
de superar la separación extrema que ha caracterizado su desarrollo por los
últimos tres siglos. Esta es la separación que se encuentra en las disciplinas que
comparten el mismo campo de estudio, y entre las disciplinas científicas y la
reflexión filosófica. Por varios años, un creciente número de científicos se han
mostrado, por diversos caminos, conscientes de esta necesidad. Si la situación no
ha sufrido siquiera el mas mínimo cambio como resultado, es porque sus raíces
yacen muy profundo, y son tan intrínsecas a ella como su formación histórico
social; y porque los varios intentos que se han realizado para cambiarla han sido
dirigidos al síntoma de la separación más que al análisis y a la comprensión de las
razones que ella presupone.
Ha sido posible desde hace mucho tiempo pensar, y aun se piensa así hoy,
que la separación debe y sólo puede superarse por medio de la utilización de
métodos básicos en los diferentes campos de estudio, o si no por medio de su
58
reducción a uno solo campo de estudio subyacente. De hecho, estos dos programas
son esencialmente el mismo. Si los fenómenos psíquicos, históricos y sociales son
reducibles a fenómenos biológicos, y estos por otro lado son reducibles a
fenómenos físico-químicos,y si en última instancia la física se reduce a matemática
materializada, la reducción de los contenidos y la unificación de los métodos
significa finalmente una misma cosa, la matematización. Inversamente, si todas las
diferentes regiones de estudio se prestan ellas mismas a una unificación
metodológica, luego las diferencias entre ellas pueden haber sido meras
apariencias. El proyecto del Círculo de Viena, cuyo programa explicito era la
“unificación de las ciencias” provee una clara ilustración en este punto: la
búsqueda de una unidad epistemológica entre las disciplinas estaba inspirada en
una filosofía fisicalista, la cual al mismo tiempo se esfuerza por establecer.
Tal unificación aproximadamente directa de métodos parece fuera de
cuestión en este momento y también posiblemente permanente. Uno no puede
siquiera representárselo entre los dominios de las disciplinas antropológicas,
donde por cierto tiempo considerable el intento de matematización ha tomado la
forma de una ingenua búsqueda de leyes cuantitativas cuyo descubrimiento pueda
conferir el envidiado rigor de la física matemática a las ciencias humanas. Estos
intentos han tenido resultados solamente triviales o no existentes; incluso en el
mejor – o en el peor - de los casos, la economía (que ofrece la trampa más tentadora
a los investigadores, ya que sus fenómenos parecen ya estar constituidos en la
forma de entidades mensurables y cuantificables) los resultados han sido
escasamente convincentes. Tal como Norbert Wiener ha escrito: “El éxito de la
física matemática ha dejado al cientista social ser celoso de su poder sin entender la
actitud mentales que contribuyen a ese poder. El uso de la fórmula matemática ha
acompañado el desarrollo de las ciencias naturales y se ha convertido el modo en
las ciencias sociales. Así como personas primitivas adoptan el modo occidental de
vestir cosmopolita o el parlamentarismo fuera de un vago sentimiento de que esas
investiduras y ritos mágicos van a ponerlos a la par de la cultura moderna, así
también los economistas han desarrollado el hábito de vestir sus ideas más bien
imprecisas en el lenguaje del cálculo infinitesimal”28. La razón de esta falla es clara:
aquellos aspectos del fenómeno social que satisface las condiciones de la teoría
matemática de medida no son relevantes, o no tienen relación funcional con los
aspectos relevantes.
28
N. Wiener, God and golem, 1966.
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Mas recientemente, un nuevo acercamiento, neo-formalista o estructuralista,
ha sido adoptado con el propósito de la unificación de las ciencias, en la creencia
de que iba a permitir una matematización sin recurrir a la medida. Incluso
suponiendo que el programa estructuralista podría ser realizado, solo podría ser
un punto dentro de una unificación parcial de ciertos aspectos desconectados de
ciertas disciplinas antropológicas, precisamente aquellas que se han prestado a un
tratamiento de este tipo. Incluso si el método estructuralista es restringido en su
aplicación al campo de la lingüística, donde se originó, es más que dudoso de que
sea capaz de asir la naturaleza esencial del fenómeno en cuestión, más bien es, de
hecho, capaz de tomar conocimiento de unos pocos, y en última instancia
secundarios, componentes de este fenómeno. Además, el estructuralismo es
incapaz de dar comienzo a las cuestiones que emergen respecto a las cuestiones de
la interrelación e integración de las diferentes estructuras a encontrar en un orden
social dado, o en la lingüística, o en la economía o con respecto al poder. Hablar de
homologías estructurales entre oposiciones fonemáticas y formas de poder en una
sociedad, o de una estructura global en la cual ellos tendrían en común suena más
a una broma que a un programa de investigación. Por otra parte, incluso si las
cuestiones suscitadas por diferentes estructuras fueran resolubles de esta manera,
uno necesitaría investigar las razones de esas diferencias y de la secuencia
cronológica en la cual ocurren. ¿Cómo - entender la conexión entre sucesivas
formas históricas? ¿Cuál es la fuente de esa otredad, de ese poder innovador, que
es como mucho una característica de la historia, tal como es su continuidad sui
generis? El problema es fundamental, pero cede tan poco a cualquier aproximación
estructuralista que los estructuralistas no han encontrado mejor camino de defensa
que el de negar su existencia o importancia.
Aquí también el intento ha sido el de matematizar o formalizar sin
consideración alguna acerca de si hay condiciones que permitan una
formalización, y si es posible, de qué tipo. El fenómeno social evade el alcance no
solamente la teoría de la medida y el análisis clásico, sino también las categorías
mucho más básicas para la matemática moderna: la relación de orden, la relación
de equivalencia, función, no tiene apoyo sobre lo que está implicado esencialmente
en tal fenómeno. Si la ingenua cuantificación en el campo de la antropología puede
ser comparado, con un poco de malicia, al esforzado análisis de una galería de arte
en términos del número y del área total de superficie de las pinturas conservadas
en ella, entonces podría ser incluso menos malicioso comparar al estructuralismo
con un esforzado análisis en términos de si esas pinturas han sido asignadas a
diferentes salas de la galería de acuerdo a las escuelas de pintura y los diversos
temas representados. El ejercicio es en ambos casos realizado fácilmente, y a bajo
60
costo. En ningún momento se considera la pintura. ¿Qué podría saber del Louvre
si meramente supiera que un paisaje danés excluye la presencia de un retrato
italiano en la misma sala e implica la existencia de un paisaje marino inglés en la
sala adjunta?
Intentos de pseudo-formalizaciones de este tipo en el campo de la
antropología, basados en transposiciones directas o reproducciones de modelos de
formalización que han probado éxito en cualquier lugar, muestra que no hay ni un
indicio de conocimiento acerca de la dudosa legitimidad de tal transposición, e
incluso menos aun del enorme problema que estas formalizaciones presentan
incluso en sus propios campos de origen. ¿Cómo se puede suponer que existiendo
la matemática –cuyos recursos, a pesar de sus fantásticos progresos, se han
mostrado desigualmente a las tareas planteadas por la hidrodinámica, de la física
de partículas elementales o cosmología- podría permitirnos el dominio sobre el
estudio del ser viviente, o de la psique, o de lo histórico-social? Fue uno de los más
grandes matemáticos del siglo quien, hacia el final de su vida, y en la culminación
de un inmenso trabajo teórico y práctico sobre robots, se vio conducido a concluir
que “el lenguaje del cerebro no es el lenguaje de las matemáticas”29. Esto descarta
la posibilidad de que el lenguaje matemático pudiera ser suficiente para
comprender el funcionamiento del cerebro; incluso menos, por lo tanto, para el
funcionamiento de la psique y el de la sociedad. Pero si es así ¿en qué lenguaje
puede uno hablar de estos objetos? ¿Qué significa decir que puede haber varios
“lenguajes”? ¿Y qué relación tienen estos lenguajes entre sí y con el lenguaje como
tal? Debemos desviar la discusión que sigue a una exploración preliminar de estas
cuestiones.
Lógica conjuntista o identitaria
Era al lenguaje matemático que Von Neumann se refería en conexión con el
cerebro, en primer lugar, ciertamente, porque era el lenguaje que él mismo
hablaba, y en el desarrollo del cual dejo poderosas huellas. Pero también por otra
razón de un tipo más esencial, no desconectada con el extraordinariamente
29
J. Von Neumann, The computer and the brain, Yale University Press, New Haven, 1958, p. 80-82. Cf.
También del mismo autor, The theory of de Self-reproducting autómata, University of Illinois Press, London
urbana, p. 31-80
61
privilegiado status de este lenguaje (y esto es profundamente relevante para
aquella fascinación ejercida por la matemática sobre la filosofía que sugerimos
anteriormente). A pesar de su aparente irrealidad, esta distancia respecto del
mundo de la percepción natural y de la vida inmediata, la desalentadora extrañeza
de su Babel de construcciones, la matemática representa, en la forma más plena y
pura posible, el logro más lejano de un tipo esencial de lógica, y por esta razón ha
sido erróneamente identificado con la lógica tout court. Debemos llamar a esta
lógica identitaria, y también conjuntista, aunque estamos prevenidos del
anacronismo y de un cierto abuso lingüístico envuelto en el último término. Su
status privilegiado viene dado por ser constituyente de una dimensión esencial del
lenguaje como tal, y de todo lenguaje, como de toda vida y toda practica social.
Repitamos la definición “ingenua” de Cantor: “un conjunto es una colección
en un todo de objetos distintos y definidos de nuestra intuición (aunschauung: el
término aquí empleado cubre tanto lo que es intuido externa e internamente en un
sentido empírico, el percibido, como lo que es percibido en el sentido “puro”
kantiano) o de nuestro pensamiento. Estos objetos son llamados los elementos del
conjunto”. Esta definición es fundamental no a pesar, sino en función de, las
circularidades e “ingenuidades” que contiene. Se corresponde de una admirable
manera con las operaciones esenciales de lo que debemos llamar el legein que es
simultáneamente una condición de la sociedad y de un producto social, una
condición que es producida por aquello que ella misma condiciona. Legein es
elegir-poner-reunir-decir. Para que una sociedad exista y para que un lenguaje
funcione, todo debe ser hecho congruente, de un modo u otro, en un cierto nivel o
capa o estrato de la práctica y el discurso social, respecto de lo que esta
“definición” implica. Esto es: que debe ser posible para “objetos” completamente
“distintos” unos de otros, y “bien-definidos” (en el sentido de una definición
decisoria) ser elegidos-puestos-reunidos-dichos, y esto se aplica a objetos, sean
objetos de la “percepción” externa o interna, de la “representación” en el sentido
más general, o del “pensamiento” en el sentido estricto del término. En segundo
lugar, estos objetos deben ser pasibles de ser reunidos en “colecciones” formando
“totalidades”, lo que es lo mismo que “objetos” de un tipo superior. Esto implica
en cambio una continua capacidad de hacer distinciones o de actuar como si uno
estuviera en posesión de tal capacidad; esto implica una habilidad de un tipo tal
que permite que, a todo lo que uno “dirige la propia mirada”, sea adecuada y
suficientemente designado con la intención discursiva de que entre en “la mirada”
de otros. Uno debe ser siempre capaz de formar una “colección entera”, al menos
en el discurso, y además, obviamente, de realizar la operación inversa y
descomponer un “todo” dado en “totalidades” de orden más bajo o en
62
“elementos” distintos y definidos. Aunque esto permanece implícito en la
definición de Cantor (y sin tocar los renovados debates que esta cuestión ha dado
lugar por los últimos cincuenta años, ya que no son relevantes en cuanto a lo que
aquí concierne) debemos tener a propia disposición la operación equivalente:
propiedad ≡ clase, y esto en ambas direcciones, p. ej. la posesión de una propiedad
define una clase y ser miembro de una clase define una propiedad.
Los presupuestos ontológicos de la lógica conjuntista
Todos los componentes esenciales de la lógica identitaria o conjuntista están en
obra aquí implícita o explícitamente. Probar esto rigurosamente sería una larga
tarea. Es suficiente notar que los términos “distinto” y “definido” implican la ley
del tercero excluido; la definicion de Cantor implica, conlleva o permite la
construcción de las parejas sujeto- atributo y sustancia-accidente, y en última
instancia casi todo lo que el pensamiento occidental ha considerado como
“determinación” de los entes. Así encapsula el núcleo esencia de este pensamiento:
la idea de que todo lo que existe es determinable, en el sentido de que posee un
potencial inmanente de ser definido y distinguido. Es claro, por ese mismo indicio,
que esta lógica significa una decisión ontológica acerca de la organización de lo
que es (o aquello que es tomado en cuenta en el discurso y el hacer social), que esta
decisión tiene infinitas implicaciones, y que, a pesar de las cualificaciones,
restricciones y objetos internos producidos por casi todos los grandes filósofos, en
última instancia ha prevalecido a través de la historia del pensamiento greco-
occidental, y, en consecuencia de su descendiente, la ciencia moderna. Ser y pensar
son ambos confinados en esa extraña unidad que ha sido sellada desde el tiempo
de Parménides. Porque esta lógica nos dice que “lo que es –lo que se puede
pensar” es pasible y debe ser siempre pasible de ser completa y distintamente
definido, componible y descomponible en totalidades definidas por propiedades
universales y comprendiendo partes definidas por propiedades particulares (no
hace diferencia, desde nuestro presente punto de vista, que esta composición-
descomposición se pruebe finalmente pasible o impasible de ser pronunciada en
una totalidad única, hen-panta, o de arribar a entidades ultimas e indivisibles,
atoma). Finalmente nos dice que cualquier cosa que no sea pasible de ser tratado de
esta manera existe en cierto orden menor o sin más no existe; esto es, en palabras
de Hegel, no más que una existencia transitoria, contingencia externa, opinión,
63
apariencia superficial, error, o si no, como Cantor lo expresa, “multiplicidad
inconsistente” (carta a Dedekind, 28 de Julio de 1899).
Lógica conjuntista y organización social
Ahora es inmediatamente obvio que la mera existencia de la sociedad, como
actividad colectiva organizada, es imposible sin la operación de tal lógica.
Cualquiera sea el tipo y el contenido de la organización que la sociedad instituya,
en su conjunto o en detalle, para su mundo y para sí misma, cualesquiera sean las
significaciones imaginarias que subyacen a ella30 y el fluido mágico, mítico o
religioso que corra a través suyo; cualquiera sea el modo de pensar (“pre-lógico” o
“por participación”) que la acompañe, la actividad social siempre presupone y
refiere ella misma a “objetos” (en el sentido más amplio del término) que son
distintos y definidos, componibles y descomponibles, definibles en la base de
“propiedades” definitorias bien establecidas. Un objeto particular puede tener
cualidades invisibles, una piedra particular o una bestia pueden ser considerados
divinos; un clan totémico puede, o tal vez no, ser acreditado con “co-
sustancialidad” o “participación” en la esencia de su animal epónimo; el niño
puede ser considerado como la reencarnación de su antecesor o como su antecesor
en persona; y todas estas atribuciones y relaciones pueden ser pensadas, vividas o
nombradas (en nuestros ojos) con la “sinceridad” del corazón, completa
“duplicidad” o absoluta “confusión”. Pero debe permanecer siempre el caso que
cada vaca y todas las vacas pertenezcan a la clase de las vacas, que las vacas no
puedan ser toros (no en un sentido arbitrario), que su progenie sea virtualmente
necesario terneros o novillas, que un grupo de chozas constituya la aldea que es
nuestra aldea, la aldea a la cual “pertenecemos”, que los cuchillos corten y el fuego
queme. Hay una dimensión ineliminable de la subestructura lógico-imaginaria de
la sociedad que es, y no puede sino ser, directamente consistente con la teoría
conjuntista o lógica identitaria. El estructuralismo es culpable de un doble error a
este respecto. Por un lado, piensa que esta lógica comprende la totalidad de la
lógica e incluso de la vida misma de cualquier sociedad. Por el otro, evacua la
pregunta advenida por el hecho de que una sociedad particular distingue y opone
ciertos términos particulares y no otros, y quiere sin embargo tratar las
30
Ver La instituci{on imaginaria de la sociedad.
64
“oposiciones” que no se cansa de exponer, como si fueran dadas de modo evidente
de una vez y para siempre (omitiendo negligentemente hechos tan obvios como el
que incluso la oposición entre masculino y femenino es socialmente instituida en la
medida que es una diferencia social y no biológica, y que existe diferentemente en
diferentes tiempos). Es culpable, en otras palabras, de un compromiso ingenuo y
total con la lógica conjuntista identitaria.
El dominio de validez de la lógica conjuntista
Si todo esto es correcto, lleva a la exigencia de que la decisión ontológica que
arriba mencionamos es, al menos parcialmente, “bien fundada”; esto significa, en
otras palabras, que indubitablemente existe una capa o estrato en la cual lo que es
de hecho se ofrece o se presenta a sí mismo como efectivamente sujeto a una lógica
conjuntista o identitaria –una capa que aparece no problemáticamente clasificable
en términos de jerarquías, y yuxtaposiciones o entrelazado de jerarquías; como
siempre, perteneciendo qua elementos distintos y definidos, a conjuntos
designables; como siempre poseyendo propiedades suficientes para definir clases;
y como siempre obedeciendo a las “leyes de identidad y tercero excluido (lo que
nunca cede su soberanía y poder incluso si su contenido puede ser infinitamente
variable: la ley del tercero excluido rige para los judíos en el caso de humanos/no-
humanos, pero no para los cristianos que existe un hombre-dios). Debe decirse,
que esta capa encuentra una formidable representante en la entidad con la cual la
sociedad ha estado comprometidalxviii directa e inevitablemente desde su origen; el
organismo viviente, sea animal o vegetal. Porque no sólo es el caso de que las
propiedades estables de este último, sus características suficientemente decisorias,
son intrínsecamente necesarias para su mera existencia (y la existencia de la
sociedad que extraelxix de ahí su vida); pero también el organismo vivo aparece
directamente desde el principio como instanciando en y por sí mismo un sistema
aristotélico de jerarquización/conjuntización, como agrupados de sí mismo en
géneros y especies de un tipo que puede ser completamente definido en la base de
la unión, intersección o disyunción de “propiedades” o atributos.
Como ya se ha apuntado, está claro que esta capa o estrato es siempre
lacunar y nunca enteramente coherente; pero también está claro que esta
lacunaridad y esta falta de coherencia no puede revelarse como tal desde que uno
pasa del legein al logos completo; hasta que uno entra a un discurso que no
65
reconoce limites salvo aquellos que emergen de su propia naturaleza y de sus
propias posibilidades, donde, como resultado, la cuestión que emerge no es más
concerniente con los meros hechos, sino con el logos de estos hechos; donde
también, en consecuencia, ningún otro criterio se aplica más que aquel que el
discurso descubre en su coherencia consigo mismo. (Parece ser inevitable que el
destino de este logos que su coherencia en última instancia, y contra toda
apariencia, sea interpretada como una identidad infinitamente desarrollada ella misma
abarcando la contradicción; pero no podemos continuar este análisis aquí). Hasta
que este pasaje al logos tiene lugar, la lacunaridad es preventivamente llenada, e
incoherentemente conciliada, por el mythos, por un discurso narrativo que, en su
modo de ser y a través de la actitud de aquellos que lo viven y sostienen, excluye el
planteo de cualquier pregunta de horizontes ilimitados, en tanto ha sido
respondida de antemano invocando un evento.
La dimensión conjuntista del lenguaje
Esta organización conjuntista de lo dado no es ejercida solamente por el
lenguaje, sino también, y sobre todo, es encarnada en él, tanto en los elementos
“materiales-abstractos” que la componen como en las significaciones en que
transmite. De hecho, el lenguaje es primariamente instituido a través de elementos
“discretos” que funcionan como entidades bien definidas y completamente
distintas (fonemas, morfemas, clases gramaticales, tipos sintácticos). En su ser-ahí
“material-abstracto” el lenguaje es el primero (y dejando aparte las construcciones
matemáticas) el único verdadero conjunto que ha habido o que alguna vez sea. Es
el único conjunto “real” (más que meramente “formal”). Pero también es obvio –y
esto es lo que el mal camino de los estructuralistas ha llevado- que incluso en este
nivel esencial, incluso cuando es considerado como “cuerpo” de significaciones, el
lenguaje necesariamente incorpora al mismo tiempo una dimensión conjuntista.
Esta afirmación parecerá paradójica, sino incluso absurda, a cualquiera que no sea
victima de la ideología contemporánea y que haya reflexionado algún tiempo
sobre la naturaleza de la significación; porque es claro que una significación es solo
una significación en la medida en que elude la comprensión de la lógica
conjuntista/identitaria. Decir de una significación que “pertenece a” o “se
descompone en” es, asumiendo que estos términos no están siendo empleados en
la más torpe de las metáforas ( y podría ser que, por razones profundas, no puede
encontrarse nada mejor), decir algo con tan poco sentido como decir que es azul o
66
amarilla o que tiene carga eléctrica positiva o negativa. Y aun asi permanece el caso
de que la significación no puede ser significación, no puede, por ejemplo,
pertenecer al mero discurso con el cual estamos tratando de explicar nuestra
posición en este momento, excepto en la medida que en uno de sus aspecto –en
uno de sus niveles- pueda ser comprendida como si fuera un objeto “distinto y
definido”; de otro modo, no tendríamos ya idea de lo que estuvimos hablando.
Puedo usar las plabras “vago” o “impreciso” solo si la “vaguedad” y la
“imprecisión” son, en cierto sentido, propiedades bien determinadas, sólo si, en
principio, la clase de aquellas “cosas” que son vagas e imprecisas es bien definida y
sus límites rigurosamente demarcados. El lenguaje sólo puede funcionar porque,
de una parte las significaciones que transmite son nada más que ilimitadas e
indefinidas referencias a algo más que… (lo que parece haber sido dicho
directamente), pero al mismo tiempo estas referencias sólo pueden ser referencias
porque refieren de un término a otro, y sólo puede existir porque hay relaciones
entre términos postuladas como fijas. Es en este sentido que el lenguaje puede
simultáneamente ser el lenguaje del mito, de la poesía, del pensamiento filosófico y
del lenguaje de la co-operación, del cálculo, del entendimiento. “En sí misma” una
significación es nada; es nada más que un enorme préstamo. Es, si uno puede
decirlo así, absolutamente exterior a sí misma; pero es eso que es externo a sí
mismo. Entre estos dos aspectos de la significación es intentada una inaceptable
separación por toda forma de substancialismo (que asume que que las
significaciones son términos sólidos, cuyas relaciones con otro fueran un extra y
como si fueran cualidades superfluas) tanto como por el estructuralismo (que
asume que las significaciones son términos sólidos, cuyas relaciones con otro
fueran un extra y como si fueran cualidades superfluas). Hegel tuvo una visión
parcial en el verdadero estado de la cosa, pero nubló su visión a través de su final,
heroica y vana lucha para hacer el todo una vez más determinable, para sujetarlo a
la razón, si bien infinita, y a la lógica identitaria, si bien “dialéctica”. Porque, si
Hegel vacía de sus determinadas significaciones todos los términos con los que se
encuentra en su camino (empezando con el “aquí” y el “ahora” o con el “ser, puro
ser”), lo hace para conducirlos a la totalidad completa de determinabilidad infinita,
donde todas las significaciones son en última instancia recuperadas como
infinitamente determinadas.
Lógica conjuntista y formalización
67
Es claro que la matemática, y más en general todo cuanto hemos concebido
como sistema formal, está basado de principio a fin en una lógica conjuntista (y
esto es así independientemente de los problemas arriba mencionados acerca de
ocuparselxx del “contenido” de la teoría de conjuntos, su lugar en el sistema de la
matemática, etc.). Hemos usado los términos de Cantor “distintos” y “definidos”;
pudimos haber hablado igualmente bien de la “discreción” y la “separación” en
función de caracterizar la característica esencial de la lógica conjuntista. Porque si
hemos tomado estos últimos términos como teniendo un significado cercano a
aquellos usados por Cantor (ciertamente no el significado que se les da en
matemática), entonces es de hecho el caso de que la matemática sólo reconoce
objetos que sean “discretos” y separados”. El “continuo” matemático consiste
simplemente en la coexistencia de un infinito número de entidades plenamente
distintas y bien definidas; en el intervalo definido por dos números reales
cualesquiera, sin importar la cercanía entre ambos, existe un infinito incontable de
reales, cada uno de los cuales es un individuo incapaz de ser confundido con
ningún otro, y de cuyas propiedades no podría haber nunca en principio duda
alguna, no más duda que acerca de estas propiedades eran compartidas con otros
individuos, pertenecientes o no a tal sub conjunto contenido en este intervalo. Y,
no importa cuán lejos uno se aventure, incluso si es hacia los más bizarros
laberintos de la “teratopología”lxxi, la misma lógica continúa presidiendo.
Permítasenos notar al pasar que nada cambia en lo esencial si uno remplaza el
principio del tercero excluido, esto es, una lógica bivalente, por una lógica
polivalente. La situación resulta igualmente indemne por la introducción de
“conjuntos borrosos”lxxii, pues aunque intentos recientes de hacer usos recientes de
éstos ha sugerido que talvez se muestren muy fértiles en otros respectos, sólo
pueden ser definidos apelando a la teoría de las probabilidades que en cambio
presupone la teoría de conjuntos “convencional”, y de esta manera la lógica
conjuntista en nuestro sentido del término31.
Los límites de la lógica conjuntista
Todo parece sugerir que, excepto en la primera capa o estrato del que hemos
hablado, lo que existe no es congruente con la lógica conjuntista. Las preguntas y 31
En sus últimas versiones, la teoría de “conjuntos difusos” ya no apela a la teoría probabilística. De
cualquier manera continúa estando basada en la lógica conjuntista identitaria.
68
aporías en el centro del debate de la física contemporánea, sobre lo cual hemos
brevemente comentado en lo anterior, parece referir a una organización –si el
termino se conserva aquí significativo- subyaciendo el ser físico, que se extiende
mucho más lejos de lo que Niels Bohr audazmente intento pensar bajo el nombre
de complementariedad, y que es esencialmente imposible de entender en los
términos de la lógica conjuntista32. Pero las más contundentes señales de
inadecuación de esta lógica son encontradas indudablemente en el dominio
antropológico. Nuestra discusión previa ha mostrado, pienso yo, la impotencia de
las categorías centrales de la lógica conjuntista cuando son aplicadas a la sociedad
y a la historia. Esto es incluso más claramente demostrado por lo que, gracias a
Freud y a su genio, finalmente hemos llegado a reconocer (aunque la verdad dicha
nos estaba mirando siempre a la cara) como lo que ocurre en el dominio de la
psique. El inconsciente, escribió Freud, ignora el tiempo tanto como la
contradicción; no quiere saber nada de ellos. El inconsciente existe en un modo
donde proposiciones contradictorias no son mutuamente excluyentes, o más
precisamente, donde no puede haber cuestión acerca de proposiciones
contradiciéndose una a la otra. Del “elemento” esencial del inconsciente, la
representación (Vorstellung) no podemos decir nada que pudiéramos confiar a
nuestra lógica usual; cuando genuinamente nos ocupamos del inconsciente, ya
hacemos violencia al tema de nuestro asuntolxxiii cuando hablamos de
representación como si fuera algo separado a afecto e intención inconscientes, ya
que tal separación es imposible por derecho tanto como por el hecho. Pero
permítasenos suponer aquí que ha sido realizada, y en consecuencia considerar la
representación aislada; permítasenos, de hecho, confinar nuestra atención a aquella
representación ordinaria, cotidiana, consciente en la cual estamos empapados, o,
más precisamente, en la cual, en cierto sentido, somos. ¿No es obvio que escapa de
este confinamiento y se escurre por todos los costados desde el esquema lógico
más elemental? ¿Cuántas representaciones hay en “mi amigo R. era mi tío…una
barba amarilla que lo cubría [su cara]lxxiv se destacó especialmente”? ¿Quién o qué
es el padre del pequeño Hans, el caballo de su fobia y sus relaciones para el
pequeño Hans? ¿Cómo podríamos esperar pensar estas cadenas de asociaciones
como relaciones biunívocas entre términos distintos y definidos? Con las
representaciones estamos de hecho enfrentados a un caso de lo que Cantor llamaba
“multiplicidad inconsistente”, ya que es simultáneamente una y muchas; la
determinación, en este dominio, no es decisiva ni indiferente; lo imposible y lo
necesario, lejos de dividir el campo entre ellos, deja su esencia intacta; las
relaciones de vecindad son indefinidas o constantemente redefinidas; y cada punto
32
Una idea similar se encuentra expresada con otros términos en el escrito de D. Bohn citado en la nota 10.
69
es al mismo tiempo arbitrariamente cerca y arbitrariamente lejos de todo otro
punto33.
¿Podemos seguir más allá de estas determinaciones negativas, hacer algo
más que simplemente afirmar los límites de la lógica conjuntista identitaria?
Pensamos que podemos, que una lógica puede, debe y va a ser elaborada. Porque
al final no puede haber escape a la necesidad de forjar un lenguaje y “conceptos”
adecuados para tratar con tales objetos de estudio como partículas “elementales”,
el campo cósmico, la auto-organización del ser viviente, lo inconsciente o lo social-
histórico. Esta nueva lógica sea una nueva lógica habilitada para dar cuenta de lo
que, en sí mismo, no es un caos desorganizado que da lugar a “impresiones” fuera
de lo que la consciencia puede libremente entallar “hechos”lxxv, ni tampoco es
sistema (o una secuencia bien articulada, finita o infinita, de sistemas) de “cosas”
prolijamente divididas en un ordenado alineamiento recíproco; el cual sin embargo
también permanece “en parte” pasible de ser asido de cierta manera –y en una
manera que, aproximadamente, continúa presentando un testimonio “parcial” de
la relativa libertad de la consciencia vis-à-vis lo dado. Esta nueva lógica no
remplazara a la lógica conjuntista; ni tampoco la contendrá como un caso
particular, ni se adjuntará sin más a ella. Por virtud de la mera naturaleza de
nuestro lenguaje, la única relación que podría entablar con la lógica conjuntista es
la circular, en tanto ella misma, por ejemplo, tendría que emplear términos
“distintos” y “definidos” en función de ser capaz de decir que lo que es, o lo que
puede ser pensado o dicho, no es en su esencia última organizado de acuerdo con
los modos de la distinción y la definición. Todavía tenemos que empezar la tarea
de elaborar esta lógica, y no puede ser cuestión de iniciarla aquí. Hay un punto
crucial, sin embargo, al cual debemos prestar ahora nuestra atención si es que
estas reflexiones preliminares no han de dejarse incompletas. El mismo concierne a
un problema respecto del cual toda elaboración intentada de esta nueva lógica
debe tomar consideración.
Categorías y regionalidad
33
Castoriadis, Epilegómenos a una teoría del alma que pudo presentarse como ciencia.
70
La lógica conjuntista por necesidad emplea categorías universales y trata el
universal como una determinación fuerte de cualquier cosa que es, o que pueda ser
pensada o dicha. (La oposición entre nominalismo y realismo es irrelevante aquí).
Como un resultado fue postulado muy temprano –desde el tiempo de Platón, y
especialmente, por supuesto, de Aristóteles- que las mismas formas (los géneros
supremos de Platón, o lo que Aristóteles, seguido por toda la filosofía siguiente,
llamo “categorías”) deben ser encontradas, tener validez y operar en todas las
áreas de lo real y del pensamiento. Decimos que este es necesariamente el caso
porque, por un lado las determinaciones de ser distinto, definido, perteneciente a,
etc. son necesariamente consideradas por esta lógica como decisivas y ubiquitous
características comunes de todo lo que es, de todo lo que puede pesarse o decirse; y
porque, por otro lado, la organización conjuntista de lo dado sólo puede proceder
(y ser llevada a su acabamiento conforme a su propio ideal) si impone la
equivalencia clase ≡ propiedad a cada paso de su progreso, y, como caso limite, la
equivalencia de clase de “todo lo que es” (o “todo lo que es pensable” o “todo lo
que es decible”) a un grupo de “propiedades” (o “atributos”, o mejor aún:
predicables con respecto a…lxxvi), el cual desde ese momento sólo puede ser concebido
como el constituyente esencial universal de cualquier y de todos los objetos (sean en
sí mismos o como son pensados o como son dichos). No es una característica
contingente o secundaria del pensamiento heredado, sino una necesidad
emergente en el nivel más profundo de su organización, que afirma la existencia
de hecho de categorías transregionales poseedoras de un sentido completo e idéntico
cualquiera sea el tipo de objeto que esté bajo consideración. Esto se mantiene cierto
incluso cuando este pensamiento parece reconocer explícitamente que cada tipo de
objeto posee su especifica organización lógica. (Aunque talvez la filosofía de Hegel
trasciende la trasregionalidad de las categorías, desde que, en cierto sentido, abole
la mera diferencia entre categorías y tipos de objetos, y trata conceptos tales como
“mecanismo”, “actividad química”, “organismo”, “especie” como conceptos de la
Filosofía de la lógica; pero esto no es mas que una apariencia, en tanto Hegel de
hecho emplea constantemente categorías tales como mediato-inmediato, en sí- para
sí, interior-exterior, etc. para hacerlas funcionar como categorías transregionales,
pero de una manera encubierta y nunca expresamente formulada).
El pensamiento heredado está asi obligado a sostener de hecho que “uno”
(“un”), por ejemplo, tiene el mismo sentido sea una cuestión acerca del espacio de
Hilbert, de una fabrica, de una neurosis, de una batalla, de un sueño, de especies
vivas, de una significación, de una sociedad, de una contradicción, de una
resolución judicial, de una hormiga, de una revolución, de una obra de arte; o que
“pertenecer a” tiene el mismo sentido donde quiera y cuando quiera que sea
71
posible hablar de una relación de pertenencia; y así. Una aserción así clara e
inmediatamente revela su propia falsedad. En las expresiones “un electrón”, “un
gran romance”, “una sociedad feudal”, el “uno” o el “un” están cumpliendo
funciones diferentes; el significado de “forma de organización” siempre deriva en
parte de aquello que es organizado; si las cosas fueran de otra manera, podríamos
literalmente imponer cualquier organización que eligiéramos a lo que es, pero
sabemos muy bien que eso no es posible. No podemos mantener que las categorías
son univocas a menos que suprimamos toda separación y toda relación entre
pensamiento y ser –sea tratando lo que es como un caos que no demanda nada,
que no impone nada, que no excluye nada, según lo cual el pensamiento puede
hacer cualquier cosa que elija; o bien tratando lo que es como plena y
exhaustivamente idéntico con las determinaciones del pensamiento. Ya que
ninguno de estos puntos de vista es sostenible, las categorías deben ser
esencialmente multívocas, sus significaciones co-determinadas por lo que ellas
determinan. Lo que Aristóteles ya había visto y dicho acerca del ser –que es
pollachos legomenon; lo que el Vedanta llama, en la traducción de L. Renau
“superimposición”- es válido para todas las categorías: uno y muchos, todo y
partes, acción recíproca, tienen unidad sólo en cuanto son índices de un problema;
su significación plena y efectiva difiere esencialmente de una a otra región. Si
olvidamos este hecho, caemos inmediatamente en la forma suprema, la fundación
de toda forma, de reduccionismo, reduccionismo lógico: la creencia (que es
aparentemente justificada tanto por las “necesidades del pensamiento” y por la
identidad formal de los términos lingüísticos) de que lo dado manifiesta en todos
sus niveles tipos de organización lógica que son en última instancia equivalentes a
un “homomorfismo”. (Esto muestra, incidentalmente, cuan ingenuo es, una vez
que esta premisa ha sido aceptada, esforzarse por descubrir si lo “primero” es la
organización de la “mente” o de la “materia”).
Si nuestro argumento es correcto, sus implicaciones son importantes.
Implica, en primer lugar y negativamente, que los aspectos esenciales de la
actividad teórica humana reside en el descubrimiento y la exploración de nuevas
regiones. Solo hace progresos cuando confiere nuevas significaciones a las
“categorías” ya disponibles, e, incluso más relevantemente, postula/inventa
nuevas “categorías”. Esto significa que todo intento de construir la “tabla de las
categorías” verdadera y definitiva, de trazar una “lista final” de categorías, o peor
aún, de “deducirlas” o “desplegarlas” en su totalidad, sólo puede ser falaz. Como
todos los esfuerzos refleja un cierto paso en nuestra relación teórica con lo que es
(y establece como un absoluto lo que no son más que resultados de ese paso), o de
otro modo son “nominales y vacíos”, una mera descripción de los “predicables en
72
cuanto a…” dentro de un lenguaje determinado, acabado –y, por tanto, muerto.
Pero también hay implicaciones positivas. Debemos reconocer que las regiones
primarias, los objetos originales mayoreslxxvii son “concebibles solamente por sí
mismos”, para usar una expresión de Spinoza. Lo que nuestra reflexión sobre la
sociedad nos enseña, por ejemplo, es que la relación entre la economía y el derecho
no es un caso particular de una “relacion en general”, y tan lejos de reducirse a
ella, no es siquiera comparable con ninguna otra relación, aunque sea “universal”.
Uno se pierde (y hay muchos que, de hecho, se han perdido) como “causa y
efecto”, o “materia y forma” o “estructura y superestructura”. Porque no podemos
pensarlo excepto sobre la base de sí mismo, y aprendemos en contacto con ello, no
solamente algo que ninguna otra relación podría enseñarnos, sino además mucho
más acerca de la idea de una relación en general que lo que la idea de relación en
general puede enseñarnos de la relación entre economía y derecho. De cualquier
manera, cuando nos dirigimos al lenguaje la relación entre significado y signo no
es un ejemplo o instancia de “relación en general” y nunca podría ser entendido
como la “relación de contenido a forma”, o de “interior a exterior”, o la
combinación de elementos que entran en su composición”. A alguien que
pregunta: ¿a qué tipo de relación pertenece la relación entre signo y significado?
Debemos responder: la relación entre signo y significado no pertenece a ningún tipo
de relación, sino que define ella misma un tipo de relación sobre cuya base de
podemos pensarla y talvez también pensar algo más que ella; es tan original y
fundamental como cualquier otra cosa que concibamos original y fundamental, sea
número, naturaleza, cosa, causa o cualquier otra. Es tan fácil de ver que, en el
momento en que nos aproximamos en este sentido, considerando todo por sí
mismo y rehusando a reducirlo a otra cosa, podemos disipar de una vez una
multitud de “problemas” que emergen como el resultado de la “superimposición”,
como el resultado del vano intento de transponer a esta región conceptos y
esquemas que son válidos sólo para otra región.
Es nuestra creencia, entonces, de que cualquier intento de elaborar debe,
directamente desde el principio, tomar cuenta de un esfuerzo por hacer pensable
esta fuerte regionalidad de lo que es dado para nosotros junto con todas sus
implicaciones. Esta tarea sólo será posible si las más primitivas y elementales
nociones –como, por ejemplo, las de universal y particular- son sujetas a una
reconsideración radical que en sí misma pueda probar en cambio estar cargada con
consecuencias decisivas para el entero edificio de nuestro pensamiento.
73
La situación histórico-social de la ciencia contemporánea
Si ninguno de los intentos hasta ahora de unir la ciencia ha tenido éxito
hasta ahora, esto solo ha hecho sentir más fuertemente la necesidad de superar la
separación entre todas ellas. En ausencia de una teoría unificada, los teóricos
intentan al menos unirse entre ellos, como atestigua la proliferación de
conferencias, simposios y volúmenes colectivos inter disciplinarias en las últimas
décadas. Considerando el número y la calidad de quienes han participado en ellos,
el balance a pesar de todo es decepcionante. En el peor, que es la mayor parte de
los casos, ha habido una vacuidad industriosa; en el mejor, un numero de
contribuciones o discursos memorables para el cual la reunión en cuestión era
posiblemente la ocasión, pero en ningún sentido la condición necesaria, menos aún
el origen. En cualquier caso, incluso estas contribuciones han estado generalmente
circunscriptas a las especialidades propias de sus autores. A duras penas uno
puede, de hecho, señalar un problema de un genuino carácter inter disciplinar
cuyas chances de resolución han avanzado como resultado de estas tentativas
colectivas.
Todo esto acusa una falla al percibir la verdadera naturaleza de las
condiciones actuales históricas y sociales en las cuales la ciencia contemporánea y
sus profesionales existen y funcionan. Porque lo que hemos llamado separación a
lo largo de este texto e meramente el otro aspecto de la integración contradictoria
de la ciencia moderna con, o su participación conflictiva en, el mundo histórico y
social. La profundidad de la participación de la ciencia en este mundo es
proporcional a su contribución a la creación de este mundo. La ciencia es una
institución en el sentido fuerte y sustantivo del término, y es una institución
crecientemente central para el mundo moderno. Como tal, esta engranada en los
medios materiales, las formas de organización y las ideas que toma de y trae a este
mundo. Como toda institución, es una inercia sostenida por un mito. Relegada a sí
misma, continua en la misma dirección a la misma velocidad; cuestionar su valor,
sus métodos, su orientación y sus resultados significa iconoclasia. Esta
participación en el sistema de organización social contemporáneo en la división de
trabajo llevada a limites absurdos, tal como en una fábrica moderna, nadie, incluso
aquellos que están a cargo, tiene un entendimiento general de lo que se está
haciendo. En la ciencia, como en cualquier otro lado, esto se expresa en el típico
fenómeno de las sociedades modernas donde todo “progreso” es realizado solo a
expensas del atraso fabricado a una escala mayor, el rápido ritmo del cambio social
74
encontrándose siempre con una obstinada resistencia a cualquier transformación
en las instituciones. Uno apenas necesita recordar los efectos que esto ha tenido en
el agravamiento de la actual crisis en la educación. Desde que simultáneamente la
investigación científica se convirtió en una empresa implicando un considerable
expendio de capital y empleando un gran número de personal, un problema de
gran escala acerca de la administración ha emergido. Este problema es resuelto,
como en la empresa industrial y en el estado, a través de la imposición de una
organización burocrática que es profundamente irracional en carácter y se extenúa
a sí misma en resolver con una mano los problemas que sus otras cien han creado.
La obvia extensión de la dependencia de esta empresa en economías y poderes
políticos prominentes, y los múltiples efectos que esto ha tenido, ha sido el tópico
del comentario público de un tiempo hasta aquí. Lo que es de particular interés
aquí es un factor menos obvio pero no por ello menos importante: sumada a la
restricción de la libertad en tales programas de investigación tal como son
emprendidos, además se requiere que sean “eficientes” y que produzcan
“resultados” tan rápido como sea posible. O estamos hablando aquí de su eventual
eficiencia desde el punto de vista de su aplicación industrial o militar, sino de un
cierto significado de la eficiencia referido a la investigación misma. La
consecuencia de esto es la de producir un prejuiciolxxviii, más contundente cuando
surge de las mejores intenciones, por el cual los proyectos seleccionados como
merecedores de promoción y estimulo son aquellos que, en la base de la opinión
establecida para el momento, son concebidos como potencialmente fértiles y
razonablemente sólidos. Pero está claro que cualquier valoración anticipatoria de
estas cualidades solo expresaran la proyección a futuro de experiencias pasadas, y
que la “presión selectiva” reversa que resulta de ello favorecerá la extensión de
líneas de investigación de ya probada eficiencia, y el empleo continuado de
métodos que hasta hoy han sido exitosamente adoptados. Desde que la historia de
la ciencia ha mostrado con cegadora claridad que no hay una sola línea de
investigación establecida que eventualmente no pierda su potencia, y de que todo
método tarde o temprano agota el área de estudio donde es fértil –y esperamos
haber mostrado que esto se sigue de la mera naturaleza, en sus aspectos
profundos, de la búsqueda del conocimiento y de su objeto- el eventual riesgo
resultante es el de bloquear el programa científico que se intenta promover.
Estas últimas reflexiones ya sugieren que la ciencia instituida depende del
sistema instituido en formas que son, más que materiales, políticas y sociales.
Igualmente importante, e igualmente en cuestión, es la dependencia sobre la
metafísica inconsciente e implícita de esa sociedad, sobre las líneas de fuerza
imaginarias-ideológicas del campo histórico contemporáneo. La dependencia de la
75
experimentación; el uso de la cuantificación a todo costo, incluso si es trivial e
irrelevante, o ante la falla de esto, al menos de formalización; la expansión
ilimitada del paradigma cibernético-computacional (lo que ha tomado el relevo de
la “mecánica” del siglo XVIII y los paradigmas evolutivos-termodinámicos del
siglo XIX); una preocupación exclusiva pero el saber-como técnico y con la
organización como fines en sí mismos –estos son, en el dominio científico como en
cualquier parte, los síntomas manifiestos de la transformación del homo sapiens en
homo computans, del zoon logon echon en zoon logistikon. ¿Cómo puede
sorprendernos que las discusiones y conferencias dejan intactos esta situación?
¿Por qué sería sorprendente que esa discusión es casi incapaz de reconocer
preguntas que permanecen afuera, y virtualmente destruyen, este marco de
referencia? ¿Qué sorpresa supone que los prisioneros de la caverna científica –su
mirada clavada en el cuadrante de sus instrumentos, en sus unidades de display
visual, en las impresiones de sus computadoras – solo pueden reaccionar a tales
discusiones como si fueran intentos de conducirlos nuevamente a la oscuridad, la
cual es generalmente, de hecho, su propia oscuridad interna? Finalmente ¿qué
sorpresa hay en que tanta gente joven que, resistiéndose a transformarse en
animales logísticoslxxix(pero usualmente incapaces, precisamente como resultado
del sistema que los ha “educado”, de demostrar la incoherencia teórica de ese
sistema), se entreguen a irracionales formas de rebeldía?
Hay poca necesidad de explicar detalladamentelxxx las implicaciones de este
análisis. Es necesario reflexionar sobre el tipo de relacion que frecuentemente
existen entre las disciplinas científicas particulares, sobre su relacion entre ellas y la
filosofía; es necesario cuestionar la separación instituida entre ellas, que determina
su práctica, y cuestionar por lo tanto, el tipo de división del trabajo a la cual están
sujetas. Finalmente, necesitamos reflexionar sobre la integración de la ciencia
dentro de la sociedad instituida y cuestionar su institución.
Es igualmente claro que las preguntas así formuladas son sólo fragmentos
del problema que la humanidad contemporánea encuentra en cualquier lado al
que pueda intentar volar. Sería ingenuo pensar que pueden ser resueltos, parcial o
sustancialmente, a menos que la organización social y la orientación histórica sean
radicalmente transformadas. ¿Cómo puede ser separada la cuestión de la
institución social de la ciencia contemporánea respecto de la manera en que esa
sociedad misma se instituye? No hay más política de las ciencias de lo que hay
ciencia de la política, excepto, en ambas instancias, en la forma de la mistificación o
manipulación pseudo-técnica. Sólo hay, y debe haber, pensamiento político así
como debe haber políticos pensantes, y esto es lo que los tiempos demandan de
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nosotros. Además, ¿Cómo puede uno esperar abolir la institución en su forma
presente sin dar al traste con la organización interna del conocimiento y del trabajo
científico que es congruente con ella? Y ¿Qué podría ser esta liquidación, si no la
entera reconsideración de la cuestión del conocimiento, de aquellos
comprometidos con su propósito, del objeto de su propósito, y entonces una vez
más, y más que nunca, filosofía, aquella cuya muerte algunos simplones creen que
por sólo nombrar creen que pueden causar? La transformación social requerida
por nuestros tiempos esta inseparablemente ligadalxxxia la auto superación de la
razón. Esta transformación tiene tan poco que hacer con los pronunciamientos
mistificadores de los demagogos o illuminati de todos los bandos, como lo que
aquella superación tiene que hacer con las “revoluciones” periódicamente
anunciadas por los impostores mientras se trepan a sus tablones filosóficoslxxxii. En
ambos casos, lo que está en juego no es meramente el contenido de lo que necesita
ser cambiado –el tenor y la organización del conocimiento, la sustancia y la función
de la institución- sino también, e incluso en mayor medida, nuestra relación con el
conocimiento y con la institución. Es imposible entonces concebir algún cambio
esencial que no involucre un cambio en esta relación. Venga lo que sea,
permanecerá la grandeza de nuestra época, y la promesa de su crisis, para haber
avistadolxxxiii la posibilidad de este cambio.
Dudas de traducción
i Nature inhabits him as much as he inhabits nature ii Proclame (repongo prohibir siguiendo el sentido negativo de deplore y blame)
iii “Backwardness” entre comillas en el original
iv Blame, deplore or proclame our need to sourmount the “Backwardness” of the human disciplines relative
with the sciences of nature v Lenguages have nothing in common with its own and increasingly Little in common with each other
vi keystone
vii All-encompassing
viii Justamente por lo que aqui sostene CAstoriadis, traduzco “beings” por entes,
ix “turn of the century”
x Ther si a great deal more about this”
xi They are rather rendered infinitely greater
xii render
xiii Provided we place ourselves within a richer system
xiv collectivising
xv
collectivising xvi
collectivising xvii
Ground floor xviii
arrange xix
There Could be not question of teaching
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xx
“making/doing” (en la expresión “theoretical making/doing”) vierte el traductor inglés, que señala al
comienzo de la edición como reposición del vocablo francés “faire”.
xxi Central feature of the debate at every upping of the theoretical stakes.
xxii An empírico-experimental odd-jobmanship (¿!?!?!?!)
xxiii thrashed out
xxiv Warrant
xxv Enlarged observer
xxvi field
xxvii “state vector”
xxviii Self-contained nature
xxix “Independent” ¿adjetivo –refiere a las propiedades, al sistema, a la suposición expresada- o adverbio –
suposicion expresada-?
xxx oneness
xxxi Bears upon
xxxii After a certain fashion
xxxiii Of the woud-be inmediate and natural world
xxxiv riddled
xxxv And no sooner investigated tan discovered to refer us ineluctably to other strata wich account for it
xxxvi compelling
xxxvii Perfect cosmological principle
xxxviii Duty bounded
xxxix statement
xl If there is a metaphysics wich is well and truly over and done with, it is this…
xli output
xlii “spatialising time”
xliii Energy sink
xliv token
xlv output
xlvi Entropy-disminishing
xlvii And thes can only be given meaning, economically
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xlviii
The opportunity cost of colony
xlix (of wich the material survival of men, within limits are, generally speaking, fairly broad, is simply a
necessary condition)
l Historically specific tehnique-logic that holds sway in the social domain
li Anyone ¿positivo o negativo en este pasaje?
lii jaundiced
liii instillation
liv Meaning: en lo siguiente siempre se repone “sentido” por “meaning”
lv suceed
lvi Posit: recordar cómo insiste Castoriadis, cuando trata con la cuestión de la creación de las formas eide, de
que esta creación es un “poner” cuasi postular, en realidad es lisa y llanamente un “crear”.
lvii posited
lviii meaning
lix redemployment
lx throughout
lxi Pseudo historicist “eventmental” views of lenguages
lxii charting
lxiii Waxed eloquent: muy probablemente es una ironía mordaz contra el estructuralismo, aunque no capto la
expresión.
lxiv Momentary Cross-sections
lxv meaning
lxvi intimation
lxvii dimensionality
lxviii Has been involved
lxix Draws its life from it
lxx concerning
lxxi “Teratopology” comillas en el original
lxxii “Fuzzy sets” encomillado en el original
lxxiii Descompuse “tema” y “asunto” reponiendo el inglés “Subjet-matter”
lxxiv [su cara] reposicion en el original
lxxv Out of wich consciousness can freely tailor “facts”
lxxvi Predicabilities in respect to…
lxxvii Mayor original objets
lxxviii bias
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lxxix
Logistic animals
lxxx Spell out at lenght
lxxxi Bound up
lxxxii philosophical boards
lxxxiii Have sigthed