Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

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1 CIENCIA MODERNA E INTERROGACIÓN FILOSÓFICA 1 No son piedras o árboles lo que a mí me interesa, sino los hombres en la ciudad, dijo el filósofo. Al final, le resulta imposible mantenerse fiel a esta sentencia. Porque al reflexionar sobre los hombres en la ciudad fue llevado a asignarles un lugar en el mundo y a reconocer su sustancial parentesco con piedras y árboles. Lo que nos interesa a nosotros son aún los hombres en sus ciudades. Pero nosotros sabemos que ellos no pueden ser separados de las piedras y los árboles. Estamos empezando a entender también las implicaciones de tal separación. Talvez, aunque el punto es debatible y está lejos de ser obvio, nosotros sabemos más que Platón acerca de los hombres y sus ciudades. Ciertamente sabemos infinitamente más acerca de las rocas y los árboles, en un sentido banal de conocimiento. También estamos empezando a saber que este conocimiento, tan ilimitadamente eficaz en muchos aspectos, es peor que inútil en muchos otros aspectos de mucha mayor importancia. Algunos nos dirán con liviandad: nosotros nunca hemos perseguido el conocimiento sino por amor al conocimiento. No está claro que mantendrían esa línea, o que se mantendrían coherentes, si nosotros les recordáramos que el conocimiento es comprado a cierto precio, o de que hay ciertos experimentos con los que nunca soñaron comprometerse. Pero lo que por sobre todo está claro, de cualquier manera, es que ellos ya no podrían decir mejor que nosotros qué significa el conocimiento hoy. Esta fuera de duda, y de hecho fue expresamente asentado en el ocaso de la era científica moderna, que la inmensa labor llevada a cabo a través del curso de los siglos han sido también motivados en parte por la convicción de que el hombre ganaría así dominio y control sobre la naturaleza. Juzgando por los resultados de su actividad científica y técnica, el hombre debería aparecer en cambio como la más aborrecible pestilencia infligida sobre la tierra. Ante todos los eventos, estos resultados deben permanecer como recordatorios, para ser negados talvez solo bajo peligro de muerte, de que el hombre está inscripto indeleblemente en una naturaleza inigualable por ninguna de sus actividades conscientes en cuanto a su sutileza y profundidad. Esta naturaleza es de hecho para él un lugar para vivir, pero nunca será un reino que pueda gobernar. Esta nueva patología que 1 Traducción de la versión en inglés publicada en Crossroads in the labyrinth, MIT Press, trad. K. Soper y M. Ryle, Cambridge, 1984.

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Castoriadis

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CIENCIA MODERNA E INTERROGACIÓN FILOSÓFICA1

No son piedras o árboles lo que a mí me interesa, sino los hombres en la ciudad,

dijo el filósofo. Al final, le resulta imposible mantenerse fiel a esta sentencia.

Porque al reflexionar sobre los hombres en la ciudad fue llevado a asignarles un

lugar en el mundo y a reconocer su sustancial parentesco con piedras y árboles. Lo

que nos interesa a nosotros son aún los hombres en sus ciudades. Pero nosotros

sabemos que ellos no pueden ser separados de las piedras y los árboles. Estamos

empezando a entender también las implicaciones de tal separación.

Talvez, aunque el punto es debatible y está lejos de ser obvio, nosotros sabemos

más que Platón acerca de los hombres y sus ciudades. Ciertamente sabemos

infinitamente más acerca de las rocas y los árboles, en un sentido banal de

conocimiento. También estamos empezando a saber que este conocimiento, tan

ilimitadamente eficaz en muchos aspectos, es peor que inútil en muchos otros

aspectos de mucha mayor importancia. Algunos nos dirán con liviandad: nosotros

nunca hemos perseguido el conocimiento sino por amor al conocimiento. No está

claro que mantendrían esa línea, o que se mantendrían coherentes, si nosotros les

recordáramos que el conocimiento es comprado a cierto precio, o de que hay

ciertos experimentos con los que nunca soñaron comprometerse. Pero lo que por

sobre todo está claro, de cualquier manera, es que ellos ya no podrían decir mejor

que nosotros qué significa el conocimiento hoy.

Esta fuera de duda, y de hecho fue expresamente asentado en el ocaso de la era

científica moderna, que la inmensa labor llevada a cabo a través del curso de los

siglos han sido también motivados en parte por la convicción de que el hombre

ganaría así dominio y control sobre la naturaleza. Juzgando por los resultados de

su actividad científica y técnica, el hombre debería aparecer en cambio como la

más aborrecible pestilencia infligida sobre la tierra. Ante todos los eventos, estos

resultados deben permanecer como recordatorios, para ser negados talvez solo

bajo peligro de muerte, de que el hombre está inscripto indeleblemente en una

naturaleza inigualable por ninguna de sus actividades conscientes en cuanto a su

sutileza y profundidad. Esta naturaleza es de hecho para él un lugar para vivir,

pero nunca será un reino que pueda gobernar. Esta nueva patología que

1 Traducción de la versión en inglés publicada en Crossroads in the labyrinth, MIT Press, trad. K. Soper y M.

Ryle, Cambridge, 1984.

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caracteriza su existencia somática y psíquica hoy, tanto colectiva como

individualmente, es atestiguada por el hecho de que la naturaleza reside en él

tanto como él reside en la naturalezai. Este es un hecho que difícilmente valga la

pena notar en estos días que a pesar del grado de la –posiblemente irreversible-

degradación del medio natural que el hombre ha ejercido para el éxito a través de

la aplicación unilateral de su saber-como técnico, se mantiene tan débil como

siempre para tratar los problemas de la organización colectiva humana, con los

conflictos que existen en y entre las naciones, con la miseria física de dos tercios de

la humanidad y la miseria psíquica del otro tercio.

Igualmente, de todos modos, no puede haber dudas de que la labor humana ha

estado motivada, posiblemente incluso más profundamente, por el deseo de

conocimiento por amor al conocimiento, un deseo que fue reconocido muy

tempranamente como parte de la naturaleza humana, el cual no está más cerca de

su satisfacción hoy que hace veinticinco siglos atrás. Resolver un problema es

siempre hacer surgir otros; por cada cabeza cortada de la Hydra muchas más

crecen, y nuestro cuestionamiento muestra pocos signos de agotamiento mientras

el tiempo sigue corriendo. A una teoría sigue otra, el éxito de cada una lleva

consigo las semillas de su propia destrucción qua teoría. A parte de la matemática,

donde los términos de la cuestión son diferentes, y de la pura descripción, donde la

cuestión no emerge, toda verdad científica es error diferido. Y aun así es algo más

que eso. ¿Qué es, entonces? ¿Qué es eso que buscamos en el conocimiento?

¿Debemos decir que, como todo deseo, también este está condenado a ser

perpetuamente defraudado respecto de su objeto, a ser ignorante de él y así

perderlo? ¿Debe este amor sufrir el mismo destino que aquél otro, el de mirar sin

remedio como sus adquisiciones se escapan entre sus dedos? ¿Pero cómo podemos

pensar que el objeto de una actividad tan eminentemente racional es esencialmente

imaginario? Y si fuera ¿podríamos no estar irremediablemente atrapados en un

círculo vicioso? ¿Podríamos alguna vez descubrirlo a no ser por los medios de esa

misma actividad racional, la cual, en esta hipótesis, continuaría sobre

determinándolo? Si la idea de que el conocimiento puede apropiarse de la

naturaleza es en sí misma una fantasía, mucho más debe serlo la idea de que el

conocimiento puede apropiarse del conocimiento. Es en otro sueño, el de un sujeto

absoluto y el de una pura reflexividad, que uno podría escapar de este círculo; y

este sueño –incoherente por supuesto para la lógica diurna, y gobernado

solamente, como deberíamos esperar, por la lógica del deseo- es el sueño común, e

inconsciente, del espiritualismo absoluto y del totalitarismo científico.

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La importancia practica y teórica de estas cuestiones converge. En la cara de

estos brutales contrastes entre los poderes del hombre de manipulación científica y

tecnológica de las cosas y su total incapacidad para tratar con sus propios asuntos,

entre el conocimiento exacto que posee de los núcleos de las estrellas y la densa

oscuridad que cubre lo que sucede en el piso de la tienda, se ha vuelto común, y de

hecho un lugar común, volverse al conocimiento con el propósito de culpar,

deplorar o prohibirii nuestra necesidad de superar el “atraso”iii de las disciplinas

humanas en relación a las ciencias de la naturalezaiv. La reacción es entendible, y

sus intenciones honorables, al menos si uno acepta, como nosotros aceptamos, que

la respuesta a la coyuntura histórica no puede, y no debe, ser un retorno a un

oscurantismo religioso, emocional o pseudo-político. Pero la lucidez de esta

respuesta deja mucho que desear. Cualquiera sea la confusión, e incluso el caos,

que indisputablemente reina entre las disciplinas antropológicas, no tiene ningún

sentido hablar de su atraso a menos que uno haya aceptado de antemano los

procedimientos de las ciencias que llamamos “exactas” como modelo y standart

que puede ser factiblemente aplicado fuera de su campo de origen; o lo que es

igual, a menos que uno sostenga que es tanto posible como deseable para las

ciencias antropológicas proceder en conformidad con los principios y la

metodología de las ciencias naturales; a menos, en breve, que uno ya haya

decidido que psique, sociedad e historia son objetos que no difieren esencialmente

de los objetos físicos y biológicos y que son enteramente homogéneos con éstos.

Pero esto no es evidente en manera alguna –de hecho, ni siquiera está claro que las

conclusiones del argumento estén en armonía con sus motivos iniciales. Si el

extraordinario desarrollo durante los últimos tres siglos de un tipo dado de

actividad científica ha llegado a una situación de crisis, ¿deberíamos aceptar sin

más preguntas que el remedio consiste en este mismo tipo de actividad para otras

áreas? Y si, per impossibile, tal extensión fuera a tener lugar, ¿Qué esperanza

tendríamos de ganar algo con ello? ¿Podremos olvidar que ninguno de nuestros

conocimientos de la naturaleza podría tener algún valor práctico, no nos

permitimos el derecho de usar y abusar de todo objeto natural, animado e

inanimado, en la prosecución de nuestros fines? ¿Acaso hay alguien que reclame

este derecho hoy, sea para sí mismo o para los futuros Fermis y Tellers del núcleo

humano? ¿Y es nuestra timidez a este respecto un caso del miedo del esclavo al

amo y de la moral del esclavo, un caso de superstición residual que desaparecerá

mientras progresamos hacia un espíritu más científico? ¿O es la acusada e

insuperable dicotomía entre teoría y práctica? ¿O la heterogeneidad entre el orden

humano y el natural desde el punto de vista de la práctica? En este último caso,

¿deberíamos impedir que sea posible adoptar la misma perspectiva teórica en

nuestro reflexionar acerca de ambos?

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Hay poca duda de que, si la demanda de superar el atraso de las disciplinas

antropológicas asume esta forma, se mantiene dominada por ideas que han

colaborado ellas mismas a producir esta situación y no es más que una

manifestación de esta situación. En verdad, lo que necesitamos es reflexionar sobre

el conocimiento científico contemporáneo mismo, sus problemáticas internas, sus

raíces históricas y su función social. Tan pronto como hacemos esto, nos damos

cuenta, no solo de que el conocimiento producido por las ciencias naturales no

ofrece soluciones a las cuestiones arriba suscitadas, sino también de que este

conocimiento mismo está atravesando una profunda crisis, que tiene raíces muy

profundas y consecuencias muy extensas. Esta crisis es coextensiva con el periodo

histórico que atestigua el crecimiento y la proliferación de este conocimiento, con

la forma de organización social que ha modelado y que lo ha modelado, con la

ideología ontológica que ha incorporado, con un cierto, desde ahora en adelante

sin duda eterno, momento del imaginario humano.

La crisis de la ciencia moderna y el progresivismo científico

Debemos, entonces, retomar la investigación teórica del conocimiento científico

con la precaución de que nos llevara directamente a la colisión con la visión de la

ciencia corrientemente sostenida por la mayoría del público, letrado y no letrado

por igual. De hecho, por una de esas paradojas que la historia ha hecho tan

tediosamente familiar hoy día a aquellos renuentes a nadar en su presente, la

época moderna, por todas sus omnipresentes incertidumbres, gusta de pensar de

que hay al menos una cosa de la que puede estar segura –esta es, su conocimiento.

Esto no es negar, por supuesto, aquellos extraños momentos de malestar a los

cuales sucumbe cuando recuerda que su pretensión de posesión de este

conocimiento descansa en la más atrevida de las sinécdoques, y que los fragmentos

no totalizados, y posiblemente no totalizables, de este conocimiento existen solo

como la propiedad de ciertos ramos cuyos lenguajes no tienen nada en común con

el suyo y crecientemente poco en común con cada uno de los otrosv. Ni es tampoco

negar que hay preguntas ocasionales y espasmódicas formuladas acerca de la

relación (significando de hecho una asombrosa falta de relación) entre este

presunto conocimiento y el desorden del mundo moderno, acerca del naufragio de

todos sus fines o de las ilusiones tomando los lugares de éstos, de la imposibilidad

de definir la economía de un conjunto de recursos experimentando una expansión

sin precedentes, de la desconcertante confirmación de E=m c² por medio de los

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cadáveres de Hiroshima y Nagasaki, y más recientemente, acerca del posiblemente

irreparable daño que ha sido infligido en menos de una centuria a una biosfera que

data de miles de millones de años con la ayuda de este conocimiento. Pero la

naturaleza, el valor, la dirección, el modo de producción y los productos del

conocimiento parecen permanecer más allá de la discusión; son dogmas tan

firmemente atrincherados e incuestionablemente aceptados como los dogmas de la

religión que en lo precedente mantenían poder. De hecho, así como en el pasado

solo un espíritu irracional o pervertido podía osar cuestionar la virginidad de la

Virgen, lo cual se prueba simplemente al ser fijado, así también es que hoy día sólo

aquellos que fallan al entender el significado de las palabras que pueden disputar

la cientificidad de la ciencia. Y afirmar que un compromiso es científico, hoy día, es

proclamar su excelencia. Ambos el hombre en la calle y las luminarias del espíritu

moderno comparten esta simple convicción. El “yo=yo” de Fichte se traduce hoy

en: ciencia = ciencia.

De hecho, una paradoja de dos pliegues está implicada aquí. El triunfo de

esta ideología científica y su asimiento sobre la sociedad es masivo, coincide

precisamente con el debilitamiento de su sostén en su país de origen. Se ha vuelto

obvio ahora para los científicos que la ciencia está muerta –la ciencia galileana, con

la cual Occidente ha soñado desde el 1600 y de la cual, en el 1900, se pensó que casi

se había realizado. De hecho, esto no es meramente definitivo, concepciones

particulares y aisladas que han sido exitosamente destruidas por la explosión de la

física cuántica, la teoría de la relatividad, el principio de incertidumbre, el

resurgimiento de la cosmología y el descubrimiento de la indecibilidad en

matemática. Hemos presenciado la disrupción de la concepción, el programa y la

meta de la ciencia galileana, la cual ha provisto los fundamentos de la actividad

científica y la piedra angularvi de su ideología durante los últimos tres siglos. Lo

que ha sucumbido es un acercamiento al conocimiento que constituye su objeto

como un proceso que evoluciona independiente del sujeto, el cual puede ser

localizado en un marco espacio-temporal de validez universal y absoluta

transparencia, el cual puede ser asignado a categorías univocas e incontestables (de

identidad, sustancia y causalidad), el cual finalmente es expresable en un lenguaje

matemático de ilimitados poderes, cuya coherencia interna era, así ha parecido, no

más problemática que su milagrosa pre adaptación a su objeto. En conjunción con

la manifiesta regularidad de los fenómenos naturales de gran escala, este programa

de estudio parece garantizar la existencia de un sistema único de leyes naturales

que fueran a la vez independientes del hombre e inteligibles para él. El grado en

que este programa de hecho fallo en la práctica en cuanto a alcanzar su meta fue

considerado reducible en principio –como atribuibles o bien a las limitaciones de

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una base inductiva que todo el tiempo está expandiéndose, o bien a la constante

disminución de los errores de medida. Por lo tanto, era costumbre hablar –de

hecho lo es todavía- del progreso asintótico del conocimiento hacia la ciencia, sin

siquiera sospechar que esta expresión es carente de significado si uno no posee la

asíntota que evoca, lo cual sería absurdo.

El progresivismo científico puede verse hoy en su verdadera perspectiva, como

una de las grandes y fértiles ilusiones de la historia. La ciencia ha progresado

indisputablemente, pero no a través de la acumulación de verdades, no como el

trabajo de construcción en el cual labores aisladas de diferentes trabajadores, cada

uno de ellos extrañamente condenados a ignorar el plan maestro, felizmente

combinados para producir el edificio final. Es igualmente cierto que este progreso

no consiste simplemente, como algunos en su desilusión, talvez, se ven inclinados

a pensar, en la mera eliminación de errores, la falsificación de hipótesis erradas, el

crecimiento de una flota fantasmal de teorías enfermas. La cuestión acerca de qué

es el progreso científico es, en sí misma, un problema del más alto orden –y

ciertamente no es un problema científico. Pero hay de cualquier manera ciertos

errores que es posible evitar: el error de identificar proseo científico solamente con

la suma de hipótesis rechazadas; el error de considerar la brecha de la realidad de

la ciencia y la clásica idea del conocimiento como una cuestión de ciertas

imperfecciones marginales, como un tipo de escoria residual. La ciencia contiene la

incertidumbre como su verdadero centro, tan pronto como intenta hacer algo más

que meramente describir o coleccionar y organizar hechos en una base empírica y

computacional; esto es, tan pronto como aspira a ser teoría. Y cuando nos

dirigimos a pensar en la naturaleza de la teoría misma, parece imposible que la

ciencia hubiera sido otra cosa que incertidumbre, y que el asombro es tal que

ninguno hubiera persistido tanto con sus decepciones en lo contrario.

Hoy no puede haber desilusión. Ya no es más una cuestión de dudas acerca de la

validez de esta o aquella teoría específica, ni de la tolerable oscuridad de conceptos

básicos –lo cual continua siendo una compensación sin aquella interferencia en el

negocio real de la ciencia. Porque la incertidumbre que ha arribado al curso de la

actividad científica misma, la cual ha dificultado y a la vez estimulado su

crecimiento en cada estado de su progreso, ha venido a poner en cuestión y a

representar una crisis en el marco categorial completo de la ciencia; así es como

refiere explícitamente los científicos a la interrogación filosófica. Esta interrogación

es omniabarcantevii. Porque lo que esta en juego aquí no es solamente la metafísica

durante ha apuntalado tres siglos de ciencia occidental y que ha provisto con su

concepción implícita e inconsciente del status ontológico de los objetos

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matemático, físico, biológico, psíquico e histórico-social. Es también el marco

lógico en el cual estos objetos han sido considerados; es el modelo aceptado del

tipo de conocimiento a perseguir; el criterio de la presunta demarcación entre

ciencia y filosofía, y la situación histórico social y la función de la ciencia y de las

organizaciones y personas que la sostienen. Al mismo tiempo, debería ser obvio

que tal investigación debería incluir un no menos radical llamado a

cuestionamiento a la filosofía misma. Porque una absoluta separación entre ciencia

y filosofía no puede ser imposible desde el punto de vista de la ciencia y a la vez

necesaria desde el punto de vista de la filosofía. En este respecto, y a pesar de toda

apariencia de lo contrario, la misma posición es compartida: por una epistemología

positivista que mantiene que la construcción de una ciencia “exacta” no tiene

ninguna relación con alguna consideración “inexacta” acerca de significado, valor,

etc.; y por una filosofía como la de Heidegger que considera la diferencia

ontológica como absoluta, cree que es posible “pensar el ser” separado de los entes,

y al hacer eso necesariamente permanece prisionero de una cierta concepción de lo

que los entesviii son, no menos que del lenguaje particular correspondiente a esa

concepción, ambos aspectos formando el único circulo en el cual es posible pensar.

Los fundamentos de las matemáticas y la indecibilidad

En el caso de la matemática, la crisis se ha desarrollado con toda la

inexorabilidad de un guion de tragedia griega, hybris trayendo sobre sí la

inevitable némesis, y la catarsis asumiendo la pureza de una prueba matemática

acerca de una imposibilidad radical. Pocos de hecho eran los signos del inminente

colapso dentro del imponente imperio que la matemática, a través de sus sucesivas

conquistas de nuevos territorios y su unificación bajo leyes sistemáticas, había

establecido como el giro del sigloix; por el tiempo, esto es, cuando Hilbert, en 1900,

con incluso menos razón que Edipo para desear el conocimiento a cualquier precio,

sugirió a los matemáticos del mundo reunidos en Paris que la prueba de la

naturaleza no contradictoria de la matemática era uno de los puntos problemáticos

que era su tarea resolver en el curso del siglo XX. Tres años más tardes el problema

explotó en sus caras cuando la paradoja de Russell fue publicada como un

comentario al principal trabajo de Frege, declarando este último que el trabajo de

su vida yacía en ruinas. Durante el periodo de agudo conflicto que siguió, los

matemáticos se encontraron divididos en diferentes campos, siendo determinadas

las líneas de demarcación por las respuestas que daban a preguntas como: ¿Qué es

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el objeto de la matemática? ¿Qué hay que entender por existencia y por prueba, y

además por verdad matemática? ¿Cuál es la naturaleza de la actividad del

matemático? Muy pronto se vieron llevados a adoptar los términos realismo

platónico, nominalismo con el fin de caracterizar sus opiniones o las de sus

adversarios, y esta nomenclatura es de hecho apta para ello.

En un esfuerzo por resolver el conflicto y “por eliminar del mundo de una

vez y para siempre la cuestión de los fundamentos”, Hilbert fue llevado a construir

la metamatemática –en reconocimiento del hecho obvio de que la cuestión de la

coherencia de la matemática no es una cuestión matemática, y por lo tanto no

puede ser discutida entre matemáticos y solamente con recursos matemáticos. Las

ganancias formales fueron considerables, pero uno todavía está inclinado a

preguntar, desde un punto fundamental, si realmente hubo alguna ganancia, en

tanto toda la discusión de la metamatemática (o de un meta lenguaje de cualquier

grado) puede en última instancia tener lugar sólo dentro de la densidad y

polisemia del lenguaje ordinario –o lenguaje sin más. Pero hay un gran acuerdox

sobre esto, en tanto el inmenso trabajo de Hilbert forjó las grandes armas con las

cuales, unos años más tarde, un joven y por entonces desconocido matemático iba

a proveer una rigurosa prueba del hecho de que un sistema formalizado no trivial

(uno lo suficientemente rico para contener la aritmética de los enteros naturales)

necesariamente incluye proposiciones indecidibles, e iba a mostrar que es

imposible demostrar la naturaleza no contradictoria de tal sistema dentro de los

términos de ese mismo sistema (Gödel, 1931). Entonces se creó una situación

epistemológica completamente única y extremadamente paradójica. En un sentido,

los teoremas de Gödel no tienen importancia real; pero en otro sentido presagian

total e irremediable desastre. En el supuesto de que en algún futuro talvez nos

encontremos con un teorema que contradiga otros teoremas previamente

aceptados, la salida probable podría ser un reajuste tal del sistema que pueda

salvaguardar el cuerpo principal al costo de algunos de sus componentes

periféricos; la suposición es en si misa altamente improbable. Pero, y este es

precisamente el punto, esto no es más que improbable. Incluso si todas las

partículas elementales del universo fueran matemáticos probando cada uno un

nuevo teorema por segundo y continuaran así por quince mil millones de años sin

producir ni una sola contradicción, la lógica de la situación permanecería no

afectada: podría siempre permanecer lógicamente posible que una contradicción

emerja, y que la coherencia del sistema nunca sea más que una conjetura

altamente probable. Ahora, si un voluntario matemático se compromete en nombre

de sus compañeros científicos a calcular la probabilidad de una proposición, basa

su cálculo en teoremas existentes y nunca se inclina a considerar equivalente una

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proposición probable respecto de un teorema de x% probabilidad, ni tampoco a

considerar equivalente un teorema respecto de una proposición de probabilidad 1.

Los principios inductivos consideran la probabilidad como mensurable a lo largo

de una escala continua, pero en una disciplina deductiva hay una brecha insalvable

entre una proposición que es verdadera, o sea apodícticamente necesaria, y otra

proposición de cualquier tipo de probabilidad. Sí, tenemos una ciencia

rigurosamente deductiva –la única que poseemos- que no debe nada a la

experiencia pero que es capaz de ser falsada por un hecho de experiencia: no un

hecho empírico, por cierto, sino el acto de un matemático. Por lo tanto, los

matemáticos de aquí en adelante tendrán que vivir permanentemente con las

preguntas acerca de los fundamentos, preguntas que son tan ineliminables de sus

mundos como de este.

Sería difícil sobreestimar la importancia filosófica de esta situación. La

fascinación que la matemática ha despertado en la filosofía, desde Pitágoras y

Platón a Kant y Husserl, no ha sido debido a, como frecuentemente se ha dicho, a

la creencia de que las matemáticas ofrecen un paradigma de absoluta certeza;

Platón sabía perfectamente bien que descansaba sobre meras hipotheses. Pero las

matemáticas fueron de hecho pensadas como el modelo perfecto de la certeza

hipotético-deductiva: una vez que la cuestión de la “verdad” de estas hipótesis se

ha puesto en suspenso (una cuestión que finalmente ha llegado a ser considerada

sin significado en el contexto de la matemática, lo que desde otro punto de vista

genera problemas considerables), el sistema de la inferencia matemática parece

ostentar una certeza apodíctica. Por lo tanto, se suponía que teníamos referencia a

un dominio donde solo el “contenido” permanecía contaminado por un status

hipotético, pero donde al menos la “forma” –el tipo de concatenación necesaria de

proposiciones- parecía ser absolutamente categórico. Los dos teoremas de Gödel, y

los restantes teoremas de indecibilidad que proliferaron desde entonces, han

puesto fin de una vez por todas a esta idea. Incluso algo más importante, han

sembrado dudas sobre la posibilidad de una lógica rigurosa en la única área donde

parecía compatible con cierta fecundidad. A pesar de las innumerables discusiones

que han tenido lugar desde que Gödel probó sus teoremas, la filosofía no ha

afrontado realmente las implicaciones de esta situación.

Los problemas que han surgido no pueden ser solucionados por la construcción de

metalenguajes y metasistemas en los cuales uno prueba la naturaleza no

contradictoria del sistema del que uno ha empezado. Son reproducidos

infinitamente más grandesxi. Sabemos, gracias a un resultado absolutamente

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universal de Tarski2, que podemos interpretarxii todas las proposiciones de un

sistema formal decidible dado (y todos sus términos definibles), si nos ubicamos

provistos en un sistema más ricoxiii. Lo que esto significa, en efecto, que el posterior

incluirá proposiciones indecidibles y términos indefinibles; uno puede eludir estas

dificultad recurriendo otra vez a otro meta sistema más rico. Pero está claro que

este regreso al infinito, lejos de “resolver” las preguntas iniciales, solo sirve para

exacerbarlas; el empleo de lenguajes cada vez más ricos es equivalente a la

introducción de hipótesis cada vez más fuertes.

Una situación muy similar se encuentra en los varios intentos dirigidos a eliminar

las “paradojas” encontradas en la teoría de conjuntos. Así, por ejemplo, y aparte de

las otras objeciones a ella, la “teoría de los tipos”, sea en la formulación original de

Russell o en la más sofisticada de von Newman, solo pospone al infinito las

preguntas formuladas por el hecho de que en el pensamiento ordinario y en los

lenguajes naturales todo atributo define una clase (o, en otras palabras, toda

propiedad es una colecciónxiv). Uno puede tratar de superar esta dificultad

arreglando los axiomas de la teoría de conjuntos de manera tal que la expresión

“clase de todas las clases” resulte algo sin significado, que el objeto que designa es

“no existente”, que no todas las relaciones deben ser tomadas como reunibles en

coleccionesxv, de manera tal que “no exista un conjunto en el cual todo objeto sea

elemento”3. Pero al mismo tiempo, es claro que o bien la teoría de conjuntos es una

teoría vacía (sin objeto), o bien que hay algo que es conjunto en general, el objeto

de una teoría así llamada, y los enunciados de tal teoría son válidos para todo

conjunto. Si entonces se afirma el enunciado: “la teoría de conjuntos concierne a

todos los conjuntos” no pertenece a la teoría misma de conjuntos (en la cual éste no

tiene ningún significado), pero es el enunciado de una meta teoría, el argumento es

irrefutable –pero fútil. Porque esta meta teoría está en cambio obligada a

considerar la propiedad de “ser un conjunto” como ser reunible en una colecciónxvi,

y a decir, por ejemplo, que un conjunto forma una “clase”; o bien, a afirmar que

consideramos una colección de objetos…que será denominada un universo”,

siendo los conjuntos los “objetos” de este universo; luego, en función de evadir la

afirmación de que x pertenece a U, uno dice que “el objeto x está en el universo

U”4. Pero es dolorosamente obvio que la proposición de en este contexto ya está

cargada con todas las paradojas de la teoría “ingenua” de conjuntos. ¿Qué significa

2 Tarski, Logic, Semantics, Metamathematics, Clarendorf Press, Oxfor, 1956, especialmente p.273-274 y 406-

408.

3 N. Bourbaki, Theory of sets, Herrman, Paris, 1968, Cap. II, 1, 7

4 J.L. Krivine, Theorie axiomatique des ensembles, PUF, Paris, 1969, p. 10.

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aquí decir de un objeto que “está en”? ¿Qué es mentado por “colección”? ¿Hay

alguna colección de todas las colecciones –y puede una colección estar “en” una

colección? Si puede, estamos inmediatamente de regreso en la paradoja de Russell;

si no puede, meramente se ha transferido la pregunta original a un nivel más alto.

Como Cineas lo hubiera expresado, bien nos pudiéramos haber quedado

tranquilos donde estábamos en la planta bajaxvii y aceptar la inicial definición

“ingenua” de Cantor, tan maravillosamente lucida precisamente porque sus

círculos viciosos y sus términos indefinibles son tan patentes: “un conjunto es una

colección de objetos definidos y distintos de nuestra percepción o pensamiento”.

Incluso una cuestión aparentemente tan simple, y al mismo tiempo tan

fundamental, y aun elemental en el sentido primario del término, es que el

ordenamiento, la arquitectónica, las respectivas posiciones ocupadas por los varios

departamentos de matemática –una pregunta respecto de la cual claramente

depende la pregunta de la validez lógica- permanece largamente abierta. Desde

que Cantor la creó, la teoría de conjuntos ha pasado a ser considerada el

departamento primario o fundamento de la matemática, siendo derivadas de ella

todas las demás ramas; y habiendo sido reformuladas, más o menos, todas las

ramas a la luz de los conceptos y resultados de la teoría de conjuntos. Este es el

punto de vista que, como bien es sabido, Bourbaki entronizó en sus Elementos de

matemática. Pero, sumados los problemas lógicos y filosóficos que presenta, ya ha

sido discutido y, talvez deberíamos decir, rechazado entre los matemáticos

mismos. Así se afirma en un trabajo reciente5: “El punto de vista adoptado en este

trabajo talvez parezca extraño a aquellos que piensan que la teoría axiomática

[énfasis del propio autor] de conjuntos ocupa el departamento primario de la

matemática (como es verdadero, quizás, en el caso de la teoría ingenua de

conjuntos)”. Que un matemático emplee el término “talvez” respecto de una

cuestión tan seria, la cuestión de la base sobre la cual uno conduce la prueba de

cualquier cosa en cualquier rama de la matemática, puede significar un

estremecimiento. Pero aquí permitámonos simplemente considerar que “talvez”

debemos permitir a una teoría “ingenua” de conjuntos (una que en consecuencia

sea no rigurosa y entrañe paradojas) esta privilegiada posición en matemáticas, ser

la sola base sobre la cual sea posible, siempre que no seamos tan inquisitivos, de

construir buena parte de la matemática por medio de la cual (por el empleo, esto

es, los recursos están disponibles por esta construcción) talvez podamos formular

una teoría axiomática de conjuntos. Lo que es problemático de esta exigencia no es

tanto su circularidad lógica, ya que en los días de la filosofía es un vicio

5 Krivine, op. cit, p. 6.

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irremediable (pero quizás el “vicio” de todo lo que existe, especialmente de todo

pensamiento), sino el hecho de que los defectos iniciales de la teoría ingenua de

conjuntos son transmitidos hereditariamente, en consecuencia contaminando la

serie entera de subsecuentes construcciones.

Así como para las dificultades lógicas y filosóficas mencionadas arriba, estas son

tan numerosas que debemos contentarnos aquí con una referencia al ejemplo más

chocante. Objetos tales como el conjunto de los enteros naturales (N), o relaciones

tales como la de orden, son presentados como constructos producidos en y por la

teoría de conjuntos, e incluso en el caso de N en un estado bastante avanzado de la

misma. Es claro de cualquier manera que los correspondientes conceptos (o

categorías o esquemas) están envueltos directamente desde el principio en

cualquier razonamiento matemático, y no pueden de hecho (como, en un sentido,

Kant ya había mostrado) ser derivados de alguna otra cosa. Toda prueba,

matemática o de otro tipo, ordenaxviii sus afirmaciones de acuerdo a la relación de

orden, y de hecho, un buen ordenamiento es necesario; en la mera construcción de

una afirmación, el orden de los signos es generalmente crucial (“hay un x tal que

para todo y…” como sabemos de ninguna manera es equivalente a “para todo y

hay un x tal que…”). En un sentido similar, los enteros naturales en efecto están

siendo invocados directamente desde el principio: sin usar “uno”, “dos” y sobre

todo “etc.” y “…” (que significa en la practica la introducción y uso efectivo del

infinito potencial) directamente no se puede progresar. De hecho, es difícil de

aceptar el argumento de Bourbaki6 de que en estos casos los números son usados

como “puntos de referencia” en algún sentido similar en que podrían serlos los

colores. Uno talvez use de hecho colores para distinguir objetos o para establecer a

cuál de ellos se estaba refiriendo, pero hablar al de una relación binaria, por

ejemplo, no puede haber negación de que es la cardinalidad del número “dos” lo

que está en cuestión. Bourbaki, de alguna manera, reconoce este hecho él mismo7

cuando enfatiza que la matemática está envuelta desde el principio en pruebas que

apelan enteramente a recursos de la matemática misma en sus usos de enteros

arbitrarios e inducción matemática; cuando habla en este sentido del riesgo de una

petitio principii (de nuevo una expresión extraña viniendo de un matemático: ¿se

supone ahora que uno debe consultar a una agencia de seguros para establecer

cuándo es o no circular un argumento matemático?), y de nuevo, finalmente,

cuando admite que no podría tener sentidoxix enseñar matemática a “seres” que no

sepan “leer, escribir y contar” (énfasis nuestro), hecho que parece obvio en sí

6 Bourbaki, op. Cit., “Introduction” p.10

7 Bourbaki, op. Cit., p. 9-10

Page 13: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

13

mismo pero que el formalismo y el logicismo desesperadamente han procurado

siempre negar. Pero, si este es el caso, no podemos continuar hablando más de la

“construcción” de N; es a lo sumo una cuestión de reparar y repintar su frente.

La situación de la física

La crisis de los fundamentos de la matemática mantiene entonces en gran

parte una cuestión abierta, y es difícil de ver cómo podría superarse –excepto,

claro, en el reconocimiento de que la matemática no puede esperar más que

cualquier otra disciplina asegurarse un fundamento absoluto, ni de obtener alguna

otra garantía acerca de su coherencia que la que le brinda el hacer teóricoxx de sus

profesionales. Pero la matemática es al menos capaz de aislar el área de crisis

lógicamente del resto de su práctica. Esto no reduce en ningún sentido la

importancia filosófica del problema, pero permite a los matemáticos proseguir sus

estudios presentes, más allá de su importancia, a cierta distancia de ello. Esta

situación es un poco diferente en la física, donde el problema avanzan, en tanto

están relacionados a los instrumentos lógicos indispensables para la tarea del

físico, interfieren de un modo decisivo en el proceso de teorización. De hecho, no

es solo –como algunos han pretendido erróneamente- la posibilidad de una

representación intuitiva que ha fracasado con los trastornos que han tenido lugar

luego de 1900. Son las categorías mismas del pensamiento que se utilizan en la

física, y la naturaleza misma de su objeto, la naturaleza de la actividad del físico y

del físico como tal –esto es, como una comprensión científica operando- que han

sido puestas en cuestionamiento. Claramente, no hubiera sido posible aplicar el

término de metafísica a esa parte crecientemente significativa de la reflexión con

que los físicos se han dedicado a la cuestión de las ideas últimas presupuestas por

su actividad –aunque con legitima ironía Heisemberg ha comentado la actitud de

los positivistas lógicos, que con bastante felicidad hablan de metamatemática o de

metalógica pero entran en pánico si el prefijo “meta” se aplica al mundo físico8. Se

podría hablar de pre física, en tanto los conceptos en cuestión existen con prioridad

a cualquier empresa en física, incluso la más elemental. Pero en realidad no es una

cuestión de pre o de meta-física. Porque las cuestiones aquí implicadas no son

anteriores o posteriores a las físicas contemporáneas: son las físicas

8 Heisemberg, Der tail und das Ganze, Piper, Munich, 1969, p.286. Heisemberg atribuye este reproche

irónico a Niels Bohr.

Page 14: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

14

contemporáneas. Indisociablemente ligadas a las decisiones teóricas últimas, se

convierten en un artículo central del debate en todo aumento de las apuestas

teóricasxxi. Si una línea ha de ser trazada para que los físicos puedan continuar su

trabajo negando estos problemas de principios, ello no demarcaría entre filosofía y

física teórica sino entre física teórica y lo que uno debería llamar –a pesar de su

tremenda efectividad- el extravagante trabajo empírico-experimentalxxii.

Estos problemas han sido lo suficientemente discutidosxxiii en los últimos

sesenta años, para justificarxxiv que nos ciñamos a una lista de los más importantes.

El físico esta conminado a cuestionarse acerca de su entendimiento de lo que es el

tiempo y el espacio, y acerca de qué justifica la distinción misma. La cuestión de la

frontera entre los fenómenos micro físicos y los de un observador ampliadoxxv (el

sistema formado por el observador y su aparato experimental) permanece

enteramente irresuelta. También esta irresuelta la antinomia epistemológica

formulada por primera vez por Heisenberg en 1935 entre el reconocimiento de la

invalidez de las categorías y leyes de la física ordinaria en el dominio de lo micro

físico por una parte, y por la otra la prueba de esta invalidez por medio de un

aparato construido en observancia de las leyes de la física ordinaria e interpretada

de acuerdo con sus categorías normales. Sería erróneo pensar que podemos

resolver esta antinomia -con mayor éxito que respecto de los efectos de la crisis de

la categoría de causalidad- meramente apelando a grandes números y

probabilidades, en tanto –como ha sido señalado- un evento cuántico único –al

cual no podemos asignar más que un cierto grado de probabilidad- es capaz –por

medio de un aparato experimental apropiado- de desencadenar un evento

macroscópico de un tipo que en principio esta enredado en una cadena de

relaciones determinísticas. Algunos se inclinan a pensar que la discusión de estos

problemas está aproximándose al punto de agotamiento. Nada puede estar más

lejos de la verdad, en cuanto los progresos físicos constantemente reaniman tales

problemas y generan otros de tipo similar. Podría tomarse como ejemplo la

“decadencia”, como ha sido llamada, de la categoría de “campo”xxvi, la cual

durante los últimos cien años ha si empleada con creciente predominio en la física

como un todo, que ha alimentado la (continuamente frustrada) esperanza de que

una teoría unificada pueda constituirse, pero que ahora se ha mostrado incapaz de

acoger la última señal del fenómeno “elemental”. También podría tomarse la

reapertura del debate acerca de los principios de simetría en la naturaleza, de

reversibilidad de los fenómenos elementales, e incluso de conservación. O

nuevamente, existe la persistente pero irresuelta cuestión de cómo reconciliar (o

incluso establecer alguna relación entre) la relatividad general y la mecánica

Page 15: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

15

cuántica. Y está también el cuestionamiento de la noción misma de fenómeno

físico.

De hecho, los físicos mismos dicen que acuerdan entre ellos acerca del uso

de la mecánica cuántica, pero que están en profundo disenso acerca de su

significado y de sus conceptos fundamentales9. Wigner reconoce que, al afirmar

que el de un acto de observación –en otras palabras, un “acto mental”- se ha

convertido en el concepto primario en mecánica cuántica, no se ha hecho otra cosa

que “explicar un acertijo por medio de un misterio”. Reconoce que no hay acuerdo

en la cuestión epistemológica de si el “vector estado”xxvii (que describe un sistema

dado desde el punto de vista de la mecánica cuántica) “representa la realidad” o es

simplemente “una herramienta matemática a usar para calcular las probabilidades

de los varios resultados posibles de las observaciones”. También recuerda que “la

naturaleza auto-contenidaxxviii de la mecánica cuántica es una ilusión insostenible”,

y que “la teoría de la mecánica cuántica, si se sigue consistentemente, conduce a

difíciles cuestiones epistemológicas y filosóficas”. En cuanto a lo que a la mecánica

cuántica concierne, y en vista de las ilusiones que aún prevalecen, parece útil citar

in extenso a uno de los físicos contemporáneos más conocidos: “…la teoría

permanece generalmente insatisfactoria, no solo porque contiene lo que finalmente

parece ser algunas contradicciones, sino también porque ciertamente tiene un

cierto número de características arbitrarias que son capaces de indefinidas

adaptaciones a los hechos, de algún modo evocativas del modo en que los epiciclos

ptolemaicos podían acomodarse a casi cualquier dato observacional que pudiera

sobrevenir en la aplicación de tal marco descriptivo…”10.

La controversia –de la cual hemos hablado- respecto a la noción de

fenómeno físico, es producto de cuestiones derivadas de –al menos- dos puntos de

vistas diferentes pero en última instancia convergentes. Por una parte, la idea

tradicional de que “…los sistemas físicos existen y tienen propiedades físicas bien

definidas independientementexxix de cualquier observación de estas

propiedades…” (“hipótesis C”, como B. d´Espagnat la ha denominado, y en

conexión con la cual J. M. Jauch ha comentado adicionalmente que “…es más bien

difícil, sino imposible, decir cuál podría ser el significado exacto de una hipótesis

así…”) no es sostenible por más tiempo; en todo caso, se ha mostrado que es

9 E. Wigner en Foundations of quantum mechanics, ed. B d´Spagnat, Academic Press, Ney York y Londres,

1971, p. 4-6.

10 D. Bohm, “Quantum theory as an indication of a new order in physics” en Foundations of quantum

mechanics, p. 434.

Page 16: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

16

incompatible con el comportamiento de sistemas cuánticos que interactúan entre

ellos –y en realidad, obviamente, todos los sistemas son de este tipo11. Por el otro

lado, las situaciones paradójicas se encuentran en el estudio de los sistemas

cuánticos en interacción llevan cada vez más a pensar que la idea de un sistema

parcial o sub-sistema “es talvez incompatible con la estructura de las leyes

cuánticas”12, lo que significa decir que la idea de fenómenos aislables o separables

es carente de sentido13. Si este es el caso, claramente amenaza la conceptualización

y –en principio- los métodos empleados por la física establecida (en el tipo

moderno, no en el clásico), que es incapaz en sus ecuaciones y en su trabajo

experimental de tratar con sistemas o aspectos parciales considerados como

separables del todo. Si, como Bohm afirma, la teoría cuántica implica “la caída de

la noción de análisis del mundo a partes relativamente autónomas, separadas pero

en interacción”14 estamos sumidos en una interminable serie de enigmas: no

podemos ya siquiera avalar conceptos como los de observador, observado y

observación; de hecho ya no es más posible afirmar con absoluto rigor (como se

sostenía en la que en un momento fuera revolucionaria y ahora es la interpretación

clásica de la mecánica cuántica, sobre la cual mucha tinta ha circulado y a la cual ni

Einstein ni Schrödinger ni L. de Broglie podrían intentar aceptar) que “lo que es

observado” es de hecho el producto de una interacción entre el observador y lo

observable. Las regularidades parciales que descubrimos a diferentes niveles de la

“realidad” física (sin la cual, por otra parte, no podríamos siquiera vivir) están

selladas por una total contingencia y se convierten en totalmente ininteligibles. El

universo, en esta interpretación, no es mas que un solo híper-fenómeno, aunque es

difícil de ver cómo el término “fenómeno” podría seguir teniendo aplicación en

tales condiciones, dado que el observador para quien hay fenómeno habría quedado

integrado él mismo dentro de este universo; y sería igualmente anacrónico hablar

de un universo cuando la mecánica cuántica parecería de hecho afirmar que ella

11

J. M. Jauch en Foundations of quantum mechanics, op. Cit., pp.28-29. B. d´Espagnat, Conceptions de la

physique contemporaine, Paris, 1965.

12 J. M. Jauch, loc. Cit., p.32

13 B. d´Espagnat, “Measure and non-separability” en Foundations of quantum mechanics, op. Cit.,pp.84-96.

M.D. Zeh, Foundations of physics, I, 1970. Esta cuestión ha vuelto con renovada fuerza en los últimos años,

siguiendo con la realización actual de equivalentes del “experimento mental” de Einstein-Podolsky-Rosen. El

resultado parece, hasta ahora, apoyar fuertmente la idea de que la “separabilidad” de fenómenos físicos es

mas que dudosa. Ver, por ejemplo, B. d´Espagnat, A la recherche du reel, Gauthier-Vilar, Paris, 1979 –Adición

del autor a la edición inglesa de 1983.

14 D. Bohm, op. Cit.

Page 17: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

17

describe no es “…la realidad que acostumbramos pensar, sino una compuesta por

muchos mundos…”15.

Esta sola cuestión del “universo” es la más elocuente del estado caótico en

que la física se encuentra hoy: ninguna otra área del estudio teórico ha estado

sujeta por los últimos cincuenta años a tales violentos y continuos disturbios como

la astronomía teórica (o, más exactamente, la cosmología) –la única área en que la

ciencia moderna originalmente creía, sobre la base de la teoría newtoniana, que

podía encontrar pruebas triunfantes del poder de sus métodos y de la verdad de

sus resultados. Deberíamos recordar que la cosmología contemporánea no es

materia de especulación gratuita, sino la inevitable consecuencia de la observación

astronómica de suprema importancia tanto como de la necesidad de encontrar

leyes locales; y que su progreso ha tambaleado a cada paso, por los obstáculos

puestos por la inevitable necesidad de cuestionar o abandonar las categorías y

medios más elementales de conceptualización. La teoría general de la relatividad

tiene origen en la intención de Einstein de encontrar una explicación rigurosa –

dentro de los términos de la física teórica- de lo que hasta entonces había

permanecido como mera identidad “coincidente” entre la masa gravitacional y la

inercial (principio de equivalencia de Mach). Todavía se debate si logró este

objetivo. Pero de cualquier manera triunfó en vaciar los conceptos newtonianos de

espacio, tiempo y materia de todo contenido; sobre todo, ha producido ecuaciones

que -siendo igualmente consistentes con una “singularidad” en un pasado infinito,

una evolución periódica del universo o un horizonte temporal ilimitado- ha

forzado a los físicos a resucitar nociones tan misteriosas como comienzo del tiempo

o tiempo cíclico, y en última instancia a proponer la cuestión de la realidad y el

significado del tiempo. De modo similar, la paradoja de Olbers (formulada en 1826,

pero que permaneció desconocida no solo para el público educado sino para vastas

mayorías de científicos, que se vieron bien y verdaderamente sorprendidos de

aprender que nadie en la Tierra era capaz de explicar por qué de noche el cielo era

negro, o más precisamente por qué no estaba a una temperatura constante de

6000°) en cierto sentido ha sido “resuelta” por el descubrimiento del

desplazamiento hacia el rojo y su explicación en términos de un “universo en

expansión”. Pero ciertamente no hay unanimidad en la interpretación teorica de

esta expansión, y -lo que es más importante- cada una de las dos teorías rivales ha

debido abandonar principios físicos que son incluso más fundamentales (en tanto

son más abstractos) que abandonados por la mecánica cuántica. La teoría del

15

B.S. de Witt, “la interpretación de de la mecánica cuántica de los muchos universos” en Foundations of

quantum mechanics, op. Cit, p. 226.

Page 18: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

18

estado estacionario ha debido echar por la borda el principio de la conservación de

la materia-energía (porque postula una “creación continua” de la materia en el

universo) mientras que la teoría de un “estado hiper-denso inicial” (teoría del Big

Bang) se ha visto obligada –como Fred Hoyle ha subrayado- a abandonar nada

menos que el principio de la invariancia de las leyes físicas16. Pero la cuestión

principal que ha hecho sobrevenir la cosmología contemporánea es, sin duda, la

cuestión de sus propios objetivos. ¿En qué sentido puede haber una teoría de un

objeto único? ¿Cómo se podría hablar en términos de leyes gobernando este objeto

único, el universo? ¿Puede uno mantener la separación entre objeto y leyes a este

nivel? Los cosmólogos más radicales argumentan que una teoría construida para

describir un sistema único “debería no contener ninguna característica arbitraria”,

lo que significa en efecto que no debería contener referencia alguna a “condiciones

iniciales”17. Pero en realidad, no podemos concebir una teoría física sin

“condiciones iniciales” (o “condiciones limites”) más de lo que podemos pensar en

términos de una distinción entre esencia y accidente en caso de un objeto

absolutamente único. Para cualquier sistema físico parcial, asumir sus condiciones

iniciales es –en efecto- asumir su situación en el tiempo y el espacio, y su “estado

original” –y es esto lo que, desde el punto de vista de la física teórica parece ser

“accidental”. Considerado bajo esta luz, es inmediatamente obvio que en el caso

del universo como un todo “nada puede permanecer accidental”, como dice

Sciama- excepto, como deberíamos haber agregado, el universo mismo.

Enfrentamos aquí la cuestión impuesta por la imposibilidad de emplear las

categorías de contingencia y necesidad cuando el objeto considerado es el objeto

físico último. Dar otra, pero solo aparentemente diferente, ilustración de esta

antinomia: una teoría cosmológica rigurosamente comprometida al principio de

que al hablar del universo debería evitarse toda referencia a “condiciones iniciales”

–de la cual ningún sentido real puede darse en tal contexto-, estaríamos en la

posición de tener que hacer una deducción teórica de todas las propiedades del

universo, incluyendo el hecho de que tiene cuatro o catorce dimensiones y no dos, e

incluyendo los valores numéricos de las constantes fundamentales. Como se sabe,

Eddington pasó la última parte de su vida explorando esta posibilidad, sin mucho

éxito. Pero si suponemos, per impossibile, que ejercicio de deducción fuera 16

Desde hace muchos años, la evidencia observacional (el descubrimiento de una radiación cósmica

uniforme correspondiente a la temperatura de 3° K e interpretada como un “efecto residual” del Big Bang

de la “explosión inicial” del universo) ha inclinado la balanza fuertemente contra la teor{ia del estado

estacionario. Pero esta evidencia, de cualquier modo, no permite decidir entre diferentes modelos

cosmológicos compatibles con las ecuaciones de la teoría general de la relatividad.

17D.W. Sciama, Unity of the univers, Faber y Faber, Londres, 1959, p. 145 y p. 179. Cf. También, H. Bondi,

Cosmology, University Press, Cambridge, 1961.

Page 19: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

19

exitosamente realizado, ¿qué se seguiría epistemológica y filosóficamente

entonces? El cosmos habría sido disuelto, conceptualmente, en una colección de

determinaciones logico-matemáticas, y la cuestión que hubiera sobrevenido

entonces es por qué esta colección tendría una contrapartida “real”.

En casi el mismo sentido en que uno descubre referencias a la filosofía

clásica resurgiendo en la discusión de la epistemología matemática, así también

uno tiene la impresión de que debajo de la superficie de los debates

contemporáneos de cosmología nos enfrentamos una vez más con las antinomias

de la “dialéctica trascendental” –que las investigaciones de Kant sobre los

fundamentos de la unidad de la experiencia, y las reflexiones de Platón y de

Leibniz acerca de la unicidadxxx del universo y las posibles razones para ello.

El problema de la historia de la ciencia

Ligados como están al periodo histórico presente y al estado dado en el

desarrollo de la física, puede pensarse que estas observaciones tienen solamente un

status contingente. No han faltado grandes físicos que han pretendido que un

nuevo avance de las ciencias podría posibilitarnos, al menos en ciertos casos

(determinismo) y al precio de unas pocas complicaciones, volver al status quo ante.

Este punto de vista, que en cualquier caso ha sido abandonado ahora, es poco

sostenible. No solo porque, cuando todo se ha dicho y hecho, la crisis que afecta a

la física del siglo XX ha servido meramente para revelar algo que ha sido siempre

el caso, esto es, que toda teoría física presupone un conjunto de categorías que no

son evidentes por sí mismas, no un marco de trabajo neutral, suscitando así la

cuestión de sus interpretaciones, que desde entonces y en adelante interfiere

necesariamente con cualquier teorización de la experiencia. Y es también porque, a

la luz de esta crisis, podemos discernir otro hecho, que nuevamente debería ser

percibido directamente desde el principio, pero que incluso hoy es solo parcial y

superficialmente reconocido. Esto es que el carácter histórico – en el sentido más

estrecho: la mera diacronía- de la ciencia crea una situación en la cual el programa

clásico se quiebra, porque es absolutamente incapaz de ser pensada en los términos

de aquel programa. La concepción clásica no tiene medios para pensar una historia

de la verdad, y este es el sello, de hecho, del cientificismo esencialmente idealista o

tradicional. Este carácter diacrónico de la ciencia es una de aquellas grandes

trivialidades, incluso tautologías, análoga a hechos tales como que para poder

Page 20: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

20

“ver” un electrón, uno debe “iluminarlo”, o que para pensar uno debe pensar algo,

o que para que un sujeto pueda tener conocimiento de un mundo real debe ser él

mismo real en cierto sentido –de lo cual de hecho enormes consecuencias se

siguen. La cuestión que despierta es la siguiente: dado que el primer científico no

estableció de un golpe el conocimiento absoluto, respecto del cual sus sucesores no

habrían tenido más que confirmar infinitamente, ¿cómo es posible y pensable en

general una sucesión de teorías físicas?

La concepción científica, que aun domina los puntos de vista de la

comunidad científica en estos puntos, solo puede permitir que es posible o

pensable por medio de una triada de nociones absolutamente inadecuadas:

sucesivas aproximaciones, generalización y adición. Fácilmente puede descartar la

idea de sucesivas aproximaciones (¿aproximaciones a qué?) que sólo puede ser

invocada en este contexto por alguien que falla por completo al entender la

naturaleza de la teoría. Es el resultado predictivo de las teorías lo que puede ser

ordenado de acuerdo a una mayor o menor proximidad a algo, no las teorías

mismas. Diferentes teorías tienen diferentes estructuras lógicas, y no son

comparables en ese sentido. ¿Cómo, entonces, puede pensarse la sucesión de

teorías? ¿Bajo qué condiciones puede un orden temporal simultáneamente

constituir un orden lógico intrínseco?

La inadecuación de las interpretaciones usuales del desarrollo de la ciencia

Se habla mucho de generalización, en el sentido de que las teorías

posteriores contienen a las anteriores como a “casos particulares”. Esta descripción

frecuentemente se sostiene de modo correcto para las cuestiones menores de la

física, pero nunca es verdadera para las mayores. Está basada, también, en una

confusión entre predicción numérica y contenido lógico de una teoría. Es imposible

tomar seriamente la formulación aceptada hoy día de acuerdo con la cual la teoría

newtoneana es un caso particular de la relatividad especial, el caso especial en el

cual c (la velocidad de la luz en el vacío) es tomada como infinita; todo lo que se

puede decir es que en la fórmula de la relatividad especial, si uno asigna a c el

valor de infinito, entonces arriba a resultados newtoneanos. Pero esto no debería

hacernos olvidar que la teoría especial de la relatividad empieza por poner como

axioma lo absurdo del axioma fundamental implícito en la teoría newtoneana, la

existencia de señales que pueden ser propagadas a velocidad infinita. Entonces

Page 21: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

21

¿Esta uno habilitado a decir que a es una aproximación de no-a? Como Hermann

Bondi ha dicho “…hoy en día…los conceptos newtoneanos son tenidos como

insostenibles…”18. Presentar la teoría newtoneana como si fuera la primera

aproximación de algo respecto de lo cual la teoría de la relatividad es una segunda

y mejorada aproximación, es parodiar los conceptos y la estructura lógica de la

teoría; es admitir que uno no tiene ningún otro interés más que los decimales

predichos por ambas teorías; es pretender presentar un ideal absoluto de ciencia

precisamente presentándolo como una no teoría, como capaz de mezclar la más

heterogénea infusión de conceptos siempre que esté lo suficientemente bien

servida con el jugo numérico correcto. No es posible continuar hablando de la

teoría cuántica como conteniendo la física clásica como un “caso particular”; esto

equivaldría a la aserción de que el conjunto de los enteros contiene el conjunto de

los números reales como uno de sus casos particulares. Por otra parte,

contrariamente a lo que se supone, es difícil, incluso en el campo de las

matemáticas, describir avances decisivos en términos de generalización pura y

simple. Ha sido bastante bien observado que es un abuso del lenguaje hablar del

“progreso considerable” que fuera realizado para probar el ultimo teorema de

Fermat. Porque este así llamado progreso ha consistido, de hecho, en la

construcción de ramas enteras de matemática completamente nuevas

(notablemente la teoría de los números ideales) y el problema tal como se lo

concibe hoy es algo de lo cual “Fermat no tuvo idea”19 y el cual le hubiera

resultado totalmente ininteligible. Asimismo, sólo desde el punto de vista más

vacío y formal podría considerarse como generalización la transición de las

geometrías euclídeas a las no-euclídeas, o de geometrías de tres dimensiones a

geometrías de n dimensiones (sea n finito o infinito). Es algo ridículo creer y

estimular la creencia de que el pensamiento humano ha necesitado veinticinco

siglos para pasar del número 3 al número 4, 5, … cuando todo lo que se hubiera

requerido era “generalizar”. Para hacer esta transición lo que se requería no era

una generalización sino una revolución, y no solo de la categoría matemática de

espacio, sino de la mera concepción de la naturaleza de la matemática y de su

objeto. Lo que se requería, en otras palabras, era la agitación filosófica por la cual el

otrora objeto de la matemática –las relaciones entre las magnitudes “naturales” y

sus extensiones inmediatamente directas- fuera suplantado por el estudio de

relaciones formalizables entre entidades de cualquier tipo.

18

H. Bondi, op. Cit., p. 89

19 R. L. Goldstein, Essays in Philosophy of mathematics, University Press, Leicester, 1965, pp. 90-91.

Page 22: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

22

Estos ejemplos también demuestran cuán imposible es describir el

desarrollo de la ciencia como un proceso de “adición”. Si es verdad que muy

frecuentemente nuevos dominios de estudio son descubiertos, y que, inicialmente,

su teorización toma la forma de adicionar las nuevas teorías a aquellas que ya han

sido elaboradas en otros dominios, no es menos verdadero que, tarde o temprano,

la cuestión de la relación entre ellas se suscita, y que esta cuestión nunca ha sido

resuelta en términos de simple yuxtaposición. Como regla general, la unificación

de teorías ha causado estragos con las teorías particulares ya establecidas, o ha

traído una alteración en sus significados. La verdad científica no es más aditiva

sincrónicamente de lo que es acumulativa diacrónicamente. Pero esto significa

también que no podemos pensar más los aspectos coexistentes de un objeto, que

nosotros asignamos a disciplinas particulares y acomodamos entre teorías

específicas, como separables y recomponibles a voluntad, que lo que podemos

pensar de que las sucesivas capas que descubrimos en un objeto concuerdan entre

ellas conforme a nuestra conveniencia de tal modo que podamos movernos

regresivamente de los corolarios a los teoremas y de los teoremas a los axiomas.

Todo fenómeno es un interfenómeno. Las fronteras entre ellos se vuelve difusa y la

idea de región reafirma el lugar central que debe acordársele en el esquema

categorial del conocimiento. Pero si este es el caso, la única teoría merecedora de

tal nombre sería una teoría unificada y unitaria. Las físicas contemporáneas no

están en posesión de una teoría tal ni parecen ser capaces de construirla. ¿Pero es

siquiera concebible una teoría semejante? La discusión de tal cuestión permanece

fuera de nuestro asunto aquí e indudablemente más allá de nuestras capacidades

también. De cualquier manera, debemos mirar un poco más de cerca el proceso

histórico de la ciencia y los problemas a los que hace emerger.

La idea defendida arriba –esto es, que es imposible presentar la historia de

la ciencia como un proceso de “generalización”, “adición” o “perfección” en el

curso del cual adquirimos nuevo conocimiento mientras dejamos intacto aquel que

ya ha sido establecido; en breve, la idea de que es imposible presentar la ciencia

como un proceso acumulativo- conlleva la demanda de que, a falta de mejor

término, debemos poner a las etapas históricas de la ciencia correspondiendo a

rupturas. Desde este punto, nuevas cuestiones emergen. Por ejemplo ¿de qué son

rupturas estas rupturas? O en otras palabras ¿qué es esto que en cada etapa y a

través de todas las etapas constituye la “esencia” del sistema de ciencia aceptado?

¿Cuál es la relación entre las etapas así distinguidas y entre los sucesivos

conocimientos científicos correspondientes a ellas?

Page 23: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

23

La naturaleza filosófica de estas cuestiones, el hecho de que están

indisolublemente ligadas a las cuestiones relativas a la esencia del conocimiento, a

su historicidad y a la naturaleza de su objeto, son inmediatamente manifiestas. Así

que talvez no debería sorprendernos que sean generalmente evadidas incluso en

aquellos casos donde el progresivismo científico ingenuo ha sido

aproximadamente abandonado. Limitarse a traer a la luz los sucesivos

“paradigmas” o a enfatizar la incomensurabilidad de los criterios, la

incomunicabilidad de lenguajes o la “diferencia de mundos”20 que existe entre

ellos, o a hablar persistente y exclusivamente de aquello que de modo en cierto

sentido extraño ha sido llamado la “episteme” de cada época, aparentemente sin

relación con el de otras épocas, es pulverizar el objeto de la actividad teórica

humana y la actividad misma. No se ha empezado a reflexionar en el intimidante

problema que presenta el hecho de que la ciencia posee una historia si se presenta

esta última como una serie de saltos desconectados, y se rehúsa a afrontar la

cuestión de la relación entre los “contenidos” del conocimiento científico en sus

diferentes etapas de existencia. Lo que se ha hecho evidente por la situación

contemporánea es que la cuestión filosófica es en sí misma parte del “contenido”

de la actividad científica positiva. El mundo macroscópico ordinario puede (y, en

cierto sentido, debe) ser descrito, analizado y explicado de acuerdo con los

métodos de la física “clásica” (pre-cuántica). Pero si construir un puente entre este

mundo y la descripción del mundo de la mecánica cuántica es una tarea de la

mayor urgencia, la tarea sin embargo parece lejana a nosotros –y esto yace en el

corazón de las dificultades que afronta la física contemporánea. Por lo tanto, la

cuestión “filosófica” o “histórica” de las relaciones entre la física clásica y la

moderna es igual y directamente una cuestión científica a la cual la física debe

dirigirse ella misma, en tanto recaexxxi sobre las diferentes “capas” o

“manifestaciones” de su objeto.

Evocar estas cuestiones es involucrarse inmediatamente uno mismo en una

investigación acerca de la organización del “contenido” científico en cada etapa y

época de su existencia; pero claramente esto implica también una investigación

acerca de aquello que es conocido en cada época, en otras palabras una

investigación acerca del contenido y la organización de lo que, simplemente, es. Si

la cuestión no es planteada, si los sucesivos “paradigmas” (o “epistemes”) son

concebidos en términos puramente descriptivos sin ninguna investigación acerca

de sus relaciones recíprocas, o acerca de qué es lo que en el objeto que les ocupa les

permite existir, y qué hace que ellos se sucedan tal como se suceden y no en otro

20

Como hace, por ejemplo, T.S. Khun, La estructura de las revoluciones científicas.

Page 24: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

24

orden, enteramente arbitrario, entonces uno no está realmente reflexionando sobre

la ciencia sino, a lo sumo, etnografía. Es, tal vez, el pensamiento de que tomando

ese camino uno puede evitar hacer “filosofía”, pero a decir verdad, sus exponentes

están sobre el mango de una filosofía que no se atreve a pronunciar su nombre: la

filosofía que postula que la historia de la ciencia y del conocimiento humano no es

sino la sucesión de mitos equivalentes.

La imposibilidad de pensar la historia de la ciencia en el marco de la filosofía

tradicional

De cualquier modo, es igualmente verdadero que uno volvería en vano a la

filosofía tradicional para encontrar algún medio para pensar la historia del

conocimiento científico. Esto es porque (dejando de lado la cuestión del

escepticismo y del pragmatismo) la filosofía tradicional sólo ofrece dos maneras de

pensar la historia, ambas insostenibles. De acuerdo con la concepción que podemos

llamar “crítica” (de la cual Kant es el exponente más sistemático, pero de ningún

modo el único representante) es el “contenido” del conocimiento lo que puede

evolucionar ya sea, por ejemplo, porque nuevas observaciones y experimentos

incrementan el rango de material fenoménico disponible, o sea porque la “labor”

científica sobre el material se ve refinada y expandida. Esto implica decir que el

contenido concreto de aquello que la física toma como “leyes naturales” (en un

sentido secundario del término) en cierta etapa puede (y, de hecho, necesariamente

debe) someterse a cambio; pero este cambio no puede afectar las leyes reales y

últimas de la naturaleza, las cuales se presumen categoriales e idénticas con la

mera organización del pensamiento científico y con todo pensamiento de lo real.

Incluso en un nivel estrictamente filosófico, este punto de vista inmediatamente

conduce a aporías insuperables, de las cuales la más importante es la imposibilidad

de proveer algún reporte acerca de la relación entre las “categorías” y los

“fenómenos materiales” que garantizaría que estos últimos son de tal modo que

resultan pensables y organizables por el primero. El hecho de que tal relación

existe es finalmente descrito por Kant en la Crítica de la facultad de juzgar como un

“afortunado accidente” (glücklicher Zufall). Pero ¿cómo se podría mantener tal

punto de vista (el kantiano) hoy día? Cuando categorías fundamentales como las

de sustancia y causalidad han sido puestas en cuestión, apenas podemos confinar

nuestras ambiciones a un trabajo de reparación que remplazaría los conceptos de la

“deducción trascendental” de las categorías por otros nuevos, más adecuadamente

Page 25: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

25

modernos (una tarea que en cualquier caso deberíamos volver a empezar al día

siguiente). Lo que precisamente esta en cuestión aquí es la idea central del

criticismo kantiano, su asunción de que se puede hacer una separación absoluta

entre “material” y “categorías” y al mismo tiempo deducir estas últimas de la mera

idea del “conocimiento” del primero, sea lo que esto sea. Cualquier intento de apelar

simplemente a la idea de un sujeto confrontado con la tarea de establecer la

“unidad de un múltiple” –o a un factum de experiencia dado a un sujeto- con la

intención de derivar, de una vez y para siempre, el sistema necesario de formas

que posibilita arribar a esta unidad, o las cuales están implicadas en esta misma

experiencia, está condenado a fallar en la estimación de la naturaleza

indeterminada y a priori indeterminable de los términos “unidad”, “múltiple” y

“experiencia”. Porque la “unidad” aquí en cuestión no es simplemente cualquier

unidad, ni este “múltiple” es simplemente cualquier múltiple –es, sobre todo, un

múltiple bastante definido y no algo absolutamente caótico. Y si quisiéramos que

la expresión “unidad de un múltiple” significara lo mismo para Aristóteles, para

Kant y para nosotros, deberíamos vaciarla de su contenido y se convertiría en

puramente nominal y vacua.

De acuerdo con la concepción alternativa de la ciencia, que podemos llamar

“panlogística” (y de la cual Hegel es el más sistemático, pero nuevamente no el

único representante), no hay separación entre forma y materia. Categorías y

contenido se implican mutuamente y hay una “dialéctica histórica” del

conocimiento. Sin entrar en el debate de las aporías específicamente filosóficas a las

que este punto de vista conduce, notemos meramente que, a lo sumo, nos presenta

un programa que nunca podría ser realmente llevado a cabo. Pero esto implica

decir que está en abierta contradicción consigo mismo; porque mientras ubica la

verdad absoluta en el dominio del conocimiento absoluto, esta forzado por su

incapacidad para instanciar este último, a volverse, declaradamente o no, otra

“idea kantiana” infinitamente remota de cualquier conocimiento actual.

Podría proseguirse y mostrar que estas dos imposibles formas de pensar la

historia del conocimiento son las únicas posibles dentro del marco de la filosofía

heredada; pero esto nos llevaría demasiado lejos de nuestro objetivo actual.

Retornando a este, notemos, con Khun, que una teoría sólo alguna vez está “más o

menos” adaptada a los hechos. La totalidad de la historia de la ciencia está aquí

para probar este “menos” –la falla de la teoría es nunca adaptarse totalmente a los

hechos, su falla es nunca dar cuenta exhaustiva de ellos. Pero al “más” debemos

dedicarle algún pensamiento; porque hay siempre una clase de hechos respecto de

la cual la teoría alcanza a dar cuenta. Lo que muestra la historia de la física (la cual,

Page 26: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

26

por obvias razones, es la que más nos interesa aquí) es que en cada etapa hay una

“descripción-explicación” de una clase dada de hechos, la cual es simultáneamente

adecuada para el aceptado criterio de racionalidad y aun así incompleta en relación

con el conjunto de hechos conocidos, y lógicamente incoherente desde el punto de

vista de la “racionalidad” de las etapas subsiguientes. Todo ocurre tal como si

existiesen “niveles” o “estratos” del objeto físico que fueran “describibles-

explicables” en correlación con un “sistema categorial” dado, y aun así al mismo

tiempo es como ambos debieran ser, en alguna ocasión dada, esencialmente

incompletos o deficientes en algún sentido. Deberíamos aclarar, para evitar la

confusión, que cuando hablamos de “descripción-explicación” tenemos en mente

una descripción-explicación no trivial, una del tipo que por ejemplo permite

genuina predicción, no de “eventos” o de “hechos” sino de tipos de fenómenos hasta

ahora desconocidos (una realización de tantas teorías que han sido

subsecuentemente abandonadas). Debemos tener el coraje de enfrentar estas dos

aserciones –ambas irrefutables pero, de acuerdo con el pensamiento heredado, no

pueden ser ambas verdaderas: el modelo newtoneano no es simplemente un

constructo arbitrario; corresponde, luego de un cierto propósitoxxxii, a una enorme

clase de hechos, que son de todo tipo y que no tienen relación aparente; ha

permitido explicar o prever tipos de hecho de los cuales no se tenía ninguna

reporte en los tiempos de su construcción (por ejemplo, los movimientos regulares

de los planetas o la evolución de cúmulos globulares); incluso hubiera permitido

predecir, como Milne y McCrea mostraron en 1934, la expansión del universo21. Y

aun así, el modelo newtoneano es falso, si es que el término tiene algún significado

en el presente contexto: no sólo que falla en prever otros hechos, que solo pueden

ser explicados siempre que lo rechacemos, sino que también contiene hipótesis y

conceptos absurdos, y conduce a conclusiones absurdas22. Y no podemos decir que

sus “deficiencias” nos conducen, en un cierto y no ambiguo sentido, a un modelo

más grande en el cual estaría “contenido”; nos conducen, de hecho, a las

insondables profundidades de la cosmología contemporánea, que no puede

contener el modelo newtoneano, sino que tiene que romper relaciones con él.

Entonces, al pensar acerca de lo que existe no podemos basarnos en la idea

tradicional de un dominio empírico que posee una mera extensión y profundidad

infinita-indefinida, ambas concebidas como meras determinaciones negativas,

21

H. Bondi, Op. Cit., 75-89

22 Cf. A. Einstein, Relativity, Methuen, Londres, 1960, pp. 105-107. Tambien A. Trautman en A. Trautman,

F.A.E. Pirani, H. Bondi, Lectures on general relativity, Prentices Hall, New Jersey, 1965, p. 229 ff; y H. Bondi,

op. Cit. pp. 407-409.

Page 27: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

27

como un siempre “más y más” que podría ser efectuado y repetido sin límites.

Tampoco podemos basarnos en la otra idea tradicional de una organización

articulada subyacente; donde cada nivel, como parte completa en sí misma, estaría

bien integrado en la “totalidad” y como completamente determinado tal como se

encuentra, refiriendo de manera necesaria y unívoca a otro nivel inferior (o, si se

prefiere, superior). Si vamos a pensar lo que existe debe ser en términos de

estratificación de algún tipo hasta ahora insospechado. Debe ser en términos de una

organización en capas que en parte adhieren conjuntamente, en términos de una

sucesión ilimitada de capas de ser, que están siempre organizadas pero nunca

completamente, siempre articuladas de manera conjunta pero nunca por completo.

Si esto es así, es erróneo plantear y oponer una capa “fenoménica” y otra

(hipotéticamente) “real”. Ya que ninguna de estas capas es única, y ninguna

disfruta de un privilegio absoluto. El primer estrato, el de la percepción cotidiana,

de lo que sería el mundo material e inmediatoxxxiii, es en cierto sentido el menos

privilegiado, el más “ilusorio” de todos, en la medida en que esta acribilladoxxxiv de

características inexplicables, lleno de lagunas fluyendo por todas partes hacia algo

más, y no más pronto investigado que descubierto que ineluctablemente debemos

referirnos a otro estrato que dé cuenta de élxxxv. Pero en otro sentido es

absolutamente privilegiado, en tanto todo proceder científico, toda interpretación,

verificación, reducción y explicación finalmente debe exhibir su evidencia en este

mundo y debe ser pronunciada en el lenguaje ordinario y cotidiano. Como Wigner

dijo, siguiendo a Niels Bohr, “nuestra ciencia no puede mantenerse enteramente

sobre sus propios pies…esta profundamente anclada a los conceptos adquiridos en

nuestra niñez o que vienen con nosotros y que son usados en la vida diaria…”23.

Para expresar este punto de otra manera, podemos decir que no solo desde un

punto de vista filosófico que, como Husserl afirmaba, la Tierra en su carácter como

“arco primordial” no se “mueve”; también desde un punto de vista lógico, la

precisión de la afirmación de que el sol siempre sale en el Este y se pone en el

oeste” se presupone por la demostración que establece el sistema heliocéntrico. La

verdad de la apariencia del geocentrismo es un ingrediente en la verdad del

heliocentrismo.

De este modo, cada estrato es en cierto sentido coherente, y en otro sentido

incompleto. Pero también es por supuesto verdadero que en cualquier ocasión son

coherentes o incompletos, suficientes o deficientes, sólo en relación con el

“esquema categorial” en cuestión. ¿Podemos decir, entonces, que no son mas que

23

Foundations of quantum mechanics, op. Cit, P. 18

Page 28: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

28

el producto de tales esquemas? Ciertamente no. Una cosa es reconocer que no hay

orden de lo dado que exista en sí mismo y que sea necesarioxxxvi; que ninguna

cuestión puede emerger por sí misma y tener un significado independientemente

de un marco teorico (como Einstein dijo: “es la teoría lo que primeramente decide

acerca de qué es observable”24 –y agregaríamos que sólo en y a través de las teorías

que aparecen las lagunas y las anomalías). Pero otra cosa bastante distinta es

hipotetizar implícitamente que, frente a esta teoría –o, más bien, a esta

interminable sucesión de teorías- sólo hay un caos absolutamente amorfo, que no

posee ninguna organización por sí mismo, y que sin embargo esta dotado del

impactante poder de adaptarse a cualquier orden que una teoría podría imponerle.

De hecho, solo hay que inspeccionar esta idea un poco más de cerca para ver que

es contradictoria; tan pronto como fuera absolutamente desorganizado, lo real

sería indefinidamente organizable, y aun así sería organizado qua organizable.

Llegamos a la conclusión de que no podemos pensar ni la ciencia ni nuestro

conocimiento del objeto en los modos heredados de la tradicion filosófica. Ya no

podemos pensar la ciencia como una serie arbitraria o extrínseca de construcciones

equivalentes, en la misma medida que no podemos pensarla como la “reflexión”

de un orden que existe objetivamente en sí mismo, asi como tampoco podemos

pensarla cmo la imposición soberana de un orden que derive de la consciencia

teorica desplegada sobre el caos amorfo de lo dado. Estamos inclinados a

sospechar que sabemos las razones de esto: es porque cada uno de estos modos de

pensar, en una inspección cuidadosa, parece ser la copia, el calcado de una relacion

empírica particular y parcial que se sostiene bien en una u otra área de la actividad

humana. Talvez ha llegado el tiempo de empezar a pensar la pasmosa empresa de

la actividad teórica humana por lo que es en su propio derecho, y no por analogía

con espejos, fábricas, tiradas de dados o narración de cuentos.

Estamos convocados a pensar acerca de lo que es, y acerca de lo que en cada

etapa pensamos sobre lo que es, de un modo que no tiene análogo o precedente en

el pensamiento heredado. No hay una lógica que pueda ser imputada a lo real,

pero de igual modo no podemos negar que tiene alguna lógica; en el mismo

sentido, no hay una lógica que pueda ser imputada a nuestras teorías de lo real y a

su sucesión; pero tampoco podemos negar toda lógica. Las ideas tradicionales de

lógica y orden, si son permitidos el alcance y el poder que la filosofía ha querido

darles, se revelan ellas mismas tan inadecuadas e insuficientes para adecuarse a lo

real tanto como a nuestras teorías sobre ello. Ni lo real ni nuestro conocimiento de

24

Citado or Heisemberg, op. Cit., p.88

Page 29: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

29

ello puede tomarse para representar la realización total o la completa ausencia de

tales ideas. Ni tampoco pueden ser pensados como cierta combinación de estas

determinaciones y sus contradicciones, sino que más bien deben ser vistos como

algo que las excede o no las alcanza.

Las cuestiones de los fundamentos, que la filosofía ha debatido desde su

origen, emergen ahora en la ciencia luego de largos años en los cuales el

pensamiento mismo de protegió de ellas. Esto muestra, incidentalmente, la

desesperanzada superficialidad de las noción de corte epistemológico, que esta

disfrutando una anacrónica moda en el preciso momento en que su vacuidad

puede ser establecida. Si es verdad que las cuestiones de los fundamentos re-

emergen como fértiles cuestiones, esto es porque no están siendo simplemente

repetidas en su forma filosófica desnuda –y de hecho, es solamente la Academia, y

no los grandes filósofos mismos, quien alguna vez pensó acercarse a ellas de ese

modo. Estas cuestiones re-emergen sobre la base de una experiencia propia, nueva

a irremplazable; la luz bajo la cual deben ser vistas, e incluso su contenido, ha

sufrido una alteración, y cualquier discusión renovada sobre ellas esta, en ciertos

aspectos, constreñida previamente por los actuales procedimientos y resultados de

la actividad científica. ¿De qé modos –ya que es de esto acerca de lo cual debemos

entender y pacientemente pensar- es la perspectiva del Timeo idéntica y no idéntica

con la física fundamental? ¿De qué modo es la idea que guía a Kant en la

deducción trascendental de las categorías idéntica y no idéntica con el postulado

de la invariancia de las leyes naturales, el cual subyace a la teoría de la relatividad

o el principio completo de cosmologíaxxxvii? Es precisamente esta identidad y no

identidad lo que permite estas perspectivas y estas ideas fecundarse unas a otras.

Si entonces la ciencia moderna resucita las cuestiones filosóficas, y en su

modo particular hace de ellas también algo propio, la conclusión que estamos

obligados a sacar es que no podemos adherir más a la ingenua distinción –

ingenuamente dada por sentada- entre ciencia y filosofía. Ciertamente que no es,

salvo por accidente, la misma persona la que inventa un procedimiento

experimental y piensa acerca del ente. Pero el puro experimentador como tal no es

un físico; y se podría preguntar si alguien que meramente piensa acerca del ente es

aún un filósofo.

Lo que debe ser entedido – lo que es una novedad- no es que número,

continuidad, iteración, relación, equivalencia, orden, materia, espacio, tiempo,

causalidad, identidad, el individuo, las especies, vida, muerte, organismo,

finalidad y evolución mantienen problemas respecto de los cuales la ciencia debe

Page 30: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

30

presuponer en cada ocasión, por omisión, una pseudo solución particular, mientras

que el filosofo –o el físico disfrazado de filósofo- puede todavía tener el derecho

(incluso seria más que cualquier derecho consolidadoxxxviii) a hablar de ellos. Es de

hecho incorrecto referir estas ultimas combinaciones de realidad y pensamiento,

del universal y de lo concreto, como problemas, cuando son ellas mismas las que

nos permiten articular los problemas. Lo que entonces debe entenderse, y que es

una novedad, es que estamos obligados a hablar de ellos sobre la base de una

interrogación que es simultáneamente científica y filosófica, en tanto ni el científico

ni el filosofo puede reivindicar el uso exclusivo de estos términos, ni tampoco

puede cada uno pasar sobre el otro.

Es, de hecho, escasamente posible aceptar por más tiempo la presente teoría

de la “demarcación” entre ciencia y filosofía tal como fue formulada y promulgada

hace casi cincuenta años atrás por el positivismo lógico y por la escuela de Viena,

respecto de la cual la mayoría de los filósofos parece curiosamente ligada. Cuando

uno establece como criterio de cientificidad de una teoría (algo más que puramente

lógico o formal) la posibilidad de ésta de ser falsada por un hecho de la

experiencia, uno se olvida de los inmensos problemas –que son problemas

filosóficos- que el término “hecho de experiencia” encubre, como también sucede

con el término “falsación”. El criterio que el positivismo lógico promovió tan

ruidosamente, es talvez válido para las afirmacionesxxxix empíricas en el nivel más

inmediatamente banal; ciertamente no es pertinente para las afirmaciones de la

teoría científica. “Todos los cisnes son blancos” es una afirmación empírica tan

pronto como pueda ser falsada (y lo ha sido) por la observación de solo un no-

cisne blanco. Pero una teoría científica digna de ese nombre nunca es pura y

simplemente falsable por la apariencia de un hecho de experiencia; primero,

porque los hechos de experiencia con los cuales las teorías científicas se ocupan no

tienen esta curiosa propiedad que el positivismo lógico les atribuye de ser

perfectamente determinados y unívocos. Un hecho de experiencia sólo es tal cosa

dentro de la estructura y como función de una teoría dada; repetir: “es la teoría la

que decide primeramente qué es observable”. Por lo tanto no podemos pretender

creer que existe un mundo de hechos en sí mismos, los cuales son anteriores e

independientes de toda interpretación científica, y con los cuales podemos

comparar las teorías científicas para ver si son falsables o no por ellas. Estar seguro

de que una teoría no puede comportarse de un modo completamente arbitrario, o

que no puede estar vaciada de todo contenido empírico; pero este contenido

empírico siempre ha sufrido un alto grado de elaboración conceptual,

precisamente a manos de la teoría en la cual es presentado. La relación entre hecho

y teoría es infinitamente más compleja que lo que el positivismo lógico supone, en

Page 31: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

31

tanto pone en juego enteramente el aparato conceptual de la ciencia, y detrás de

esto, como la situación de la física contemporánea ha mostrado precisamente, y el

sistema de categorías e incluso de formas lógicas del pensamiento racional.

Tampoco podemos considerar la noción de falsación como auto evidente. Una

teoría siempre puede introducir hipótesis adicionales en la cara de un “hecho” que

la perturba, y decir que entonces cesa de ser la misma teoría es jugar con palabras

en tanto nadie, después de todo, ha estado ha estado en posición de enumerar

exactamente las hipótesis independientes de una teoría de física implícita o

explícitamente contiene. La acumulación de hipótesis adicionales puede continuar

indefinidamente (uno raramente se queda corto con las hipótesis) y cuando la

teoría es finalmente abandonada, la mayoría de las veces no es por un “hecho” la

falsado definitivamente, sino porque ha probado que es posible inventar una teoría

que “es más simple” (noción que es en sí misma más que misteriosa, pero a la cual

debemos abstenernos aquí de seguir). El criterio de demarcación se vuelve así

mucho más modesto: una teoría científica establece una relación, que queda por

definir, con una cierta clase de eventos llamados “hechos de experiencia”, la cual

nuevamente queda por definir. Pero estas dos definiciones no pueden ser

producidas por la ciencia como tal, ni tampoco exclusivamente por una teoría de la

ciencia (epistemología o filosofía) que trabaje ignorando lo que la ciencia ha hecho

y lo que actualmente esta haciendo. Es en este sentido que nosotros demandamos

que no puede haber demarcación rigurosa entre ciencia y filosofía25.

En este punto, cuando Heidegger escribe que “es correcto que la física no se

ocupe de la cosidad de la cosa” es difícil de ver qué es lo que separa su posición de

la de Sir Karl Popper –a menos que, como sabemos, la física no se merezca este

elogio. Porque su afirmación comparte que puede haber un conocimiento

“positivo” de la cosa, capaz de determinarla y manipularla indefinidamente, sin

encontrase nunca obligado a preguntar: ¿Qué es una cosa? Es obviamente

irrelevante que Heidegger abone este conocimiento “positivo” con menos (o más)

importancia que lo que lo hacen los científicos positivistas, ya que es realmente una

25

El texto, en la presente forma, fue preparado en el otoño-invierno de 1970-1971, el trabajo de Lakatos,

Feyeraben y Elkana entre otros (algunos de los cuales ya estaban publicados en 1970 pero de los que no

estaba al tanto) han traido a la luz numerosos e importantes cuestiones de la historia de la ciencia que,

desde mi perspectiva, dan un fuerte apoyo a las ideas expresadas en este texto. Esto no es lo mismo que

decir que comparto en lo mas minimo las conclusiones epistemológicas de algunos de los autores

mencionados –ni delpopperianismo reformado de Lakatos (que, a juzgar pos sus últimos textos, creo que

Lakatos si hubera sobrevivido hubiera cortado sus últimos vínculos con las conclusiones de Popper); ni

tampoco del “anarquismo epistemológico de Feyerabend, que es mero nihilismo epistemológico y de hecho

ignora ingenuamente el problema de la verdad (Nota al pie añadida por el autor a la edición inglesa de

1984).

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32

cuestión de preferencia subjetiva arbitraria que no tiene posible status filosófico. Lo

que es importante notar aquí es la mutilación, la ceguera a la cual se condena a la

filosofía. Porque comprometerse con la filosofía no es meramente preguntarse por

la cosidad de la cosa, es preguntarse también por la cosa misma, es también hablar

de la cosa misma. Si hay una metafísica que esta correcta y verdaderamente hecha

y terminadaxl, es esta separación de la cuestión de la cosidad respecto de la

cuestión de la cosa, es esta ilusión de que uno puede establecer una línea

absolutamente segura de demarcación entre ellas, que uno puede dibujar fronteras

donde no puede haber bordes. Comprometerse en filosofía es cuestionar esta cosa

y toda cosa –y así abrir el recorrido desde ella hacia otras cosas y hacia aquello que

no es una cosa. Seria difícil que para alguien que nunca ha tenido la experiencia de

alguna cosa tenga sentido la cuestión de la cosidad de la cosa. Porque las cosas no

son dadas de una vez y para siempre, como Heidegger piensa (prisionero como

está, a través de un curioso giro de la rueda, de la anticuada metafísica que

subyace a la física clásica y que es ella misma el subproducto degenerado de los

grandes sistemas metafísicos de la antigüedad). Las cosas –pragmata- son

constantemente fabricadas; también son en parte producidas por el constante

fabricar/hacer humano, incluyendo el fabricar/hacer científico; y esta actividad trae

a la luz o a nuestra existencia aspectos de la cosidad de la cosa, que sin tal

actividad permanecerían ocultos o no-existentes. Por su negación a tomar en

cuenta esto, porque se mantuvo ciego ante la física contemporánea, el psicoanálisis

o la revolución, Heidegger se condenó a sí mismo a no ser capaz más que de

repetir lo que Aristóteles o Kant habían sido capaces de decir (y habían dicho, de

hecho) acerca de la cosidad de la cosa. Es escasamente sorprendente encontrarlo

hastiado de proclamar “el fin de la filosofía” –en el momento donde todo está

llamando a una radical renovación de la filosofía- y encontrarlo pensando sobre un

“coronamiento de la filosofía” traido por la “emancipación de las ciencias” y acerca

de una “descomposición de la filosofía en el advenimiento de las ciencias

tecnificadas”26. La filosofía es ciertamente un pensamiento no inductivo, pero no

puede ser el vacío pensar del ser como tal. Es sólo a través del contacto con los

entes que la cuestión de su ser puede ser alcanzada, para no mencionar de

discutirla.

Si entonces estamos en lo correcto al interpretar la presente crisis de las

ciencias exactas como algo que demuestra el insostenible carácter del programa

galileano –que depende esencialmente de distinguir entre ciencia y filosofía sobre

la base de un conjunto de categorías que parecen auto evidentes a los científicos

26

Heidegger, El fin de la filosofía y la tarea del pensar.

Page 33: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

33

como a Euclides le parecían sus axiomas- la cuestión que debe extraerse no debe

ser que estamos reclamando renovar las cuestiones filosóficas entendiendo que no

puede haber una base conceptual dada de una vez y para siempre; estamos

requiriendo, de hecho, negar la posibilidad de cualquier separación entre base

conceptual y resultados; estamos requiriendo reconocer la forma en que estos

resultados reaccionan sobre su base; la forma en que la base se esta yendo a la

deriva en el remolino de las discusiones, descubrimientos y refutaciones, de

manera tal que se esta convirtiendo en objeto de un cuestionamiento perpetuo, el

final de la era de la tranquilidad científica; estamos requiriendo, en breve, abolir la

barrera entre filosofía y ciencia. Es la separación absoluta entre diferentes dominios

de estudio lo que está en cuestión aquí. Esto no es porque en ultima instancia

formen un solo dominio, sino porque la articulación entre ellos es bastante

diferente de una partición, mera yuxtaposición, de un incremento especifico o

lineal, real o lógico, jerarquico. Reafirmar y hacer explícita esta articulación –como

hicieron Platón, Aristóteles, Descartes, Leibniz o Hegel, pero como nadie más que

ellos fueron capaces- es, en nuestra opinión, la tarea que enfrenta el pensamiento

filosófico hoy.

Debe admitirse que es una tarea rara vez emprendida, aunque felizmente

más y más científicos se apuntan a ella. Los intratables problemas que afligen a la

física contemporánea han suscitado la cuestión de en qué consiste el objeto físico y

el objeto de la física (más allá de las medidas a las que es sujetado y de las fórmulas

matemáticas en las cuales es fugazmente encapsulado). Y este cuestionamiento ha

inspirado un numero creciente de escritos de físicos que cuestionan –a veces

volviendo a Tales mismo- los fundamentos y el significado de su actividad

científica. Similarmente en biología, donde la discusión de las cuestiones de

principio nunca ha mermado de hecho, los mayores descubrimientos de los

últimos quince años han inspirado una renovada y revigorizada discusión acerca

del organismo vivo y de las categorías que su estudio pone en juego. De hecho

muchos de los investigadores responsables de estos descubrimientos han llegado a

sentir la necesidad de formular las reflexiones más generales a las cuales ellos se

han visto conducidos. Ciertos filósofos suelen considerar estos esfuerzos

unilaterales e ingenuos. Si así lo hicieran se equivocan, pues encontrarían en tales

esfuerzos una inagotable fuente de reflexión; pero además serían poco elegantes,

dada la total falla de la filosofía contemporánea para poder enfrentarse con estas

cuestiones. La filosofía contemporánea se ha hecho impotente respecto de estas

cuestiones desde que se ha desecado enteramente a través de su absorción en

cuestiones como “convenciones lingüísticas” o una epistemología que no va más

allá de la lógica formal; o si no, en una orgullosa retirada sobre las sublimes alturas

Page 34: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

34

del ser, ha proclamado de una vez y para siempre la radical separación entre el

pensamiento sobre el ser y el conocimiento del ser, y ha abandonado este último a

una ciencia que identifica con la tecnología y expresamente etiqueta de no-

pensante. En ambos casos, el resultado es el mismo: una separación o división se

mantiene entre o que debe ser a toda costa comprendido y pensado en conjunción.

Biología contemporánea: verdaderos y falsos problemas

Los descubrimientos de suprema importancia que se han hecho en biología en el

curso ha llevado a varios autores, incluyendo a algunos de los más notables, a

afirmar que los problemas de principio que ha dividido por siglos a biólogos y

filósofos han sido finalmente liquidados. Podemos de cualquier modo cuestionar si

no son los términos en que se ha planteado la discusión de estos problemas los que

han sido liquidados, y si el resultado de estos recientes avances no es de hecho el

haber estimulado investigaciones más frescas y profundas y el de forzarnos a

pensar acerca de aquellos en un horizonte más amplio que el de lo viviente como

tal.

Es cierto que la biología molecular y el modelo cibernético-informacional

han coordinado a disolución de ciertos puntos aporéticos del longevo debate entre

mecanismo y finalismo. Pero han logrado esto, curiosamente, a través de una

confirmación de la tesis esencial del mecanismo y de su refutación finalista. En

oposición al mecanismo se ha argumentado exitosamente que hablar en términos

tales como que un organismo es una máquina es ipso facto hablar de él como

teniendo una finalidad; una maquina es una maquina en la medida en que es

puesta en uso para la producción de un fin dado, y es este para lo que le provee su

raison d´être en general y en el para-qué de la operación en sus partes particulares.

En modo similar, ha sido señalado que la concepción mecanicista no puede dar

cuenta de un comportamiento adaptativo y flexible; y también de que es incapaz

de entender un desarrollo temporal caracterizado por una absoluta singularidad

de orientación que es proseguida con el mayor rigor, y aun así con la mayor

plasticidad, y llevarla a su realización a través de una inmensamente compleja

serie de diversos medios, tal como el pasaje desde el huevo fecundado hacia el

organismo completamente desarrollado.

Page 35: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

35

Somos capaces ahora de considerar una clase de máquina –que nosotros

construimos, perfeccionamos y operamos en una escala constantemente ampliada-

cuyos efectos, cuyos productosxli relevantes, cuyos propósitos, pueden definirse

con referencia a –no a un conjunto de atributos ambientales- sino a un conjunto de

sus propios atributos, y cuyo funcionamiento está gobernado por una regla de

auto-conservación e incluso auto-modificación. Una finalidad es entonces

dada a una maquina como lo es a un ser vivo. Podemos dotar estas máquinas de

programas condicionales de considerable complejidad, permitiéndoles adaptar su

“comportamiento” a un amplio rango de condiciones externas, y también de

“programas heurísticos” que resultaran en su optimización de ciertos estados de

acuerdo a criterios predeterminados. Podemos incluso mostrar que bajo ciertas

condiciones, un comportamiento adaptativo o heurístico puede seguirse de

procesos aleatorios. Finalmente, la posibilidad de desplegar temporalmente

aquello que esta ordenado en términos puramente espaciales, de “tiempo

espacializante”xlii (de usar un aparato para representar en avance una sucesión de

operaciones mutuamente condicionantes) es una presuposición trivial del

programa computacional más simple.

Existen entonces -matemática y realmente- máquinas que, siempre que

tengan energía de entrada y energía de reservaxliii, presentan una capacidad dada

para la adaptación frente a condiciones externas variables y poseen una finalidad

inmanente de auto-conservación y de auto-desarrollo. Su existencia no viola

ninguna ley física ni involucra ningún “principio material”, ninguna “fuerza”

desconocida para la física (observación obviamente tautológica). ¿Pero es esta una

respuesta a la cuestión real? O debemos formular esta última como sigue: ¿puede

la descripción, análisis y explicación de estas máquinas, y más generalmente toda

clase de autómatas –desde las computadoras y las bacterias hasta las sociedades

humanas- ser llevada a cabo exclusivamente por medio de las categorías y

conceptos de la física o necesitamos introducir otros nuevos –no solo sin

equivalentes, sino también sin significado en la física? Si lo hacemos, ¿podrían

estos conceptos y categorías guiarnos a la formulación de leyes específicas a los

autómatas e irreductibles a las leyes físicas? Finalmente, si este es el caso ¿No

podría mantenerse que, incluso si las leyes físicas puedan talvez contar para la

apariencia de los autómatas (que, en principio, deben ser capaces de contar de tal

modo), pueden hacerlo sólo en la medida en que los autómatas son sistemas

físicos, y no en tanto que son autómatas?

Page 36: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

36

El enfoque de la teoría de la información y sus límites

Por largo tiempo se ha entendido que el organismo vivo no puede ser

entendido, descripto y analizado, excepto por medio de conceptos extraños a la

física, tales como función, órgano, individuo, especies, entorno interno como

opuesto a externo, entre otros. Pero más allá de su importancia, la validez de esta

advertencia ha permanecido incierta a punto tal que nos hemos encontrado

incapaces de probar que estos conceptos son efectivamente irreductibles o

primitivos, que no son meras formas de decir –posiblemente de tipo

antropomórficas-, un tipo de taquigrafía al cual actualmente no corresponde

ningún nivel de realidad. La discusión debe ser retomada a un nivel más

elemental, y esto parece factible hoy día precisamente a la perspectiva cibernética y

a la generalización que permite, aunque las líneas en las que esto es intentado

parecen discutibles. Seguramente, la perspectiva cibernético-informacional ha sido

esencial en disipar falsos problemas y eliminar perplejidades que no tienen

verdadera base para existir. Pero también, e igualmente, el uso indiscriminado y

acrítico al que demasiado frecuentemente es sometido (lo que no comporta falta

para los creadores de la teoría cibernética y de la información, quienes -por el

contrario- explicita y repetidamente han advertido contra la extensión de los

métodos y conceptos de la teoría más allá de un campo estrictamente

circunscripto) se arriesga a generar considerable confusión y a envolver genuinos

problemas con el velo de una euforia engañosa.

-¿Podemos pensar las categorías termodinámicas como adecuadas para

acoger el campo completo de la biología? ¿O debemos admitir que no sabemos

nada de ello?

-¿Es el concepto estrictamente definido de cantidad de información (como

su equivalente termodinámico) establecido suficientemente por la teoría de la

información como para explicar –e incluso describir- el funcionamiento y

comportamiento incluso de un autómata muy simple? ¿O es esencial introducir

otras dimensiones de información, y posiblemente otros conceptos –tales como

pertinencia, peso, valor, significado de la información o “mensaje”- para entender

el autómata?

-¿Es el concepto de orden, tan necesario a la biología como a la antropología,

idéntico al que es usado en física? ¿O su relación con éste no es superior a la

vaguedad de la analogía u homonimia?

Page 37: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

37

El autómata como auto-definición

No hay intención de discutir en profundidad estas cuestiones aquí. Pero

debemos mencionar algunas consideraciones subrayando su legitimidad. La

primera concierne a la mera definición de autómata (o de lo viviente). Demasiado

poca atención se presta al hecho de que la cibernética descansa sobre un concepto

del autómata que es, estrictamente hablando, un sinsentido para la física. El

autómata, y el ser viviente en general, está caracterizado primero que todo –

lógicamente, fenomenológicamente y realmente- que establece un sistema de

tabiques en el mundo físico que es válido sólo para sí mismo (y, en una serie de

solapamientos regresivos, para aquellos “de su tipo”) y que, en tanto es solamente

uno de un infinito número de sistemas posibles, es totalmente arbitrario desde el

punto de vista de la física. El rigor de los argumentos de los Principia mathematica

no comporta ningún cuidado para los mitos de la biblioteca del museo británico.

La iluminación de la sala no es relevante para el funcionamiento de una

calculadora. Las ondas de radio no transportan ninguna información para los seres

vivos de la Tierra, excepto para el hombre moderno. Los segmentos del universo

que son y que no son relevantes para un autómata, que de hecho –muy

simplemente- existen o no existen para él, forman un sistema de tabiques

correspondientes al autómata en cuestión, que el físico en tanto que físico no

conoce ni tiene razón para conocer. El físico puede, si la ocasión se lo requiere,

construirlo en su rol de ingeniero –supuesto de que ha sido provisto de una

descripción completa del autómata en cuestión y de su aparato apropiado. El

sistema de tabiques, en otras palabras, no puede explicar de ninguna forma al

autómata; más bien, el primero presupone la especificación del último.

Podemos poner en concreto este punto bajo dos aspectos. Claramente es

únicamente este sistema de tabiques – y la jerarquía del “universo de discurso”

donde sea que el autómata se sitúa en cada momento - lo que nos permite definir,

en cada instancia, lo que constituye información, ruido o nada en absoluto para el

autómata en cuestión; es también esto lo que nos permite definir dentro de los

términos de lo que constituye información en general para el autómata, lo que es

información relevante, el peso y el valor que porta, su “significado” operacional y

en definitiva su “significado” como tal. Estas diferentes dimensiones de

información, que no pueden ser ignoradas, muestran que no podemos pensar

meramente en términos de cantidad de información tal como es medida por un

Page 38: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

38

ingeniero en telecomunicaciones, ni reducir todas las cuestiones al cálculo

probabilístico. También conducen la atención al hecho obvio de que -si no en

general- al menos en todos los casos relevantes aquí –y en la medida en que es un

correlato de información- probabilidad solo puede ser medida en relación a –con un

aparato de elaboración de muestras (Token)xliv recibidas, a un conjunto de

conocimientos previos, etc. Este en relación a nos refiere entonces a un sistema

esencialmente subjetivo. Finalmente, estas dimensiones de información nos

muestran que en el sentido que interesa, el autómata no puede ser pensado sino en

sus propios términos, que constituye su propio marco de existencia y de

significado, que es su propio a priori; en breve, que ser vivo es ser para uno

mismo, como algunos filósofos han afirmado por largo tiempo.

El concepto de conservación

Por otro lado, este sistema de tabiques siempre existe en una relación, tan

estricta como oscura, de la regla gobernante de funcionamiento del autómata, con

el estado que aspira a alcanzar o preservar, en breve, con su propósito. Prestamos

insuficiente atención a esta cuestión, confundidos como estamos con la engañosa

simplicidad con que se presenta en el caso del autómata artificial. Cuando

construimos una computadora, somos nosotros los que predeterminamos la

producciónxlv deseada y las condiciones de operación: el universo de discurso de la

computadora, el hecho de que reacciona a cartas perforadas o cintas magnéticas,

pero que no llora al escuchar ¿Es tu amor en vano? Están arregladas por nosotros en

vista a su prosecución de un resultado dado o de un estado claramente definido.

En el sistema causal que gobierna la producción de una computadora por seres

humanos, el fin de la computadora (o más exactamente, la representación de tal

propósito) es la causa, y su universo de discurso (que es edificado dentro de su

construcción) es el efecto. Este orden es revertido cuando llega al funcionamiento

de la computadora, pero los dos momentos son bastante distintos y su lógica clara.

Las cosas son de otro modo en el caso del autómata natural, por un vasto número

de razones de las cuales será suficiente mencionar la más importante: no podemos

saber nada de su finalidad. No hay estado definible del que podamos decir que su

conservación es el fin total del funcionamiento del viviente. No podemos decir que

este fin seria la conservación del individuo, ya que sería circular (el

funcionamiento del viviente individual evidentemente aspira a la conservación del

individuo en tanto que individuo viviente) y doblemente erróneo (esta conservación

Page 39: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

39

invariablemente falla y se subordina a la supervivencia de la especie). Pero por la

misma razón, no podemos decir que el fin de funcionamiento del ser viviente sea

la conservación de las especies –porque, en orden a que unas especies sobrevivan,

otras deben desaparecer. ¿Talvez, entonces, el fin del funcionamiento es la

conservación del biosistema en general? Pero ¿qué querría decir eso? El biosistema

no es otra cosa que la colección de seres vivientes, en otras palabras, es la colección

de autómatas cuya función es la conservación del biosistema, en otras palabras la

colección de seres vivientes, en otras palabras…: en breve, invocar la noción de

conservación de este modo es ignorar el hecho de que esta conservación, si es algo,

es conservación de un estado que nunca podría definirse excepto por referencia a

esta conservación.

¿Pero podemos siquiera hablar en términos de conservación donde es una

cuestión de un biosistema cuya característica esencial es que se expande y

evoluciona? ¿Puede ser el hecho de esta expansión y evolución ser comprendido

solamente por medio de categorías termodinámicas? Ha sido notado desde un

largo tiempo que un viviente es similar a una máquina que, localmente, decrece la

entropía o al menos previene su crecimiento. Ciertamente, al final el viviente

muere, pero solo después de que ha creado en su lugar una o más máquinas

menguantes-de-entropía (output)xlvi. Más generalmente, el biosistema terrestre total

–que desde esta perspectiva es el único que nos ocupa- no solo que no muere, sino

que ha estado expandiéndose por largo tiempo. Esta máquina local para el

decrecimiento de la entropía, para una masa cercana al orden de los 1018 gramos en

un cono inverso de dos o tres billones de años (que no es nada respecto de la escala

del universo, pero que es enorme para el vaso de agua y la gota de tinta con los

cuales en cualquier instante podemos verificar la férrea necesidad de la segunda

ley de la termodinámica) esta máquina (que es, de hecho, el aproximadamente el

medio geométrico entre estos dos extremos) es claramente un sistema no aislado.

Funciona a expensas de la energía solar, y sus cuentas termodinámicas están en

orden, al menos en cuanto concierne a la primera ley (en orden a hacer un cálculo

desde el punto de vista de la segunda ley, uno tendría que ser capaz de calcular la

entropía del resto del universo, y es poco claro que podamos hacernos algún

sentido de tal expresión).

El concepto de fluctuación termodinámica

Page 40: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

40

Pero los biosistemas terrestres también representan –¿como lo hacen, talvez,

todos los sistemas del universo?- una fluctuación que, si se toma globalmente y en

su evolución, parece de hecho muy improbable. Lo que sea que haya sido la

composición del caldo primitivo (asumiendo, por supuesto, que no contenida ya

entonces seres vivientes) y cualquiera fueran las condiciones entonces

prevalecientes, la probabilidad de una fluctuación original “espontánea”

ocurriendo así que fragmentos de materia fueron primero transformados en

complejos compuestos orgánicos, y entonces pasaron a unas formas de proto-vida

capaces de inventar casi simultáneamente los servomecanismos de metabolismo y

replicación, un código genético cuyo funcionamiento sólo es posible si los

productos que encarnan sus instrucciones traducidas están ya disponibles, una

membrana permeable o impermeable como lo requiera la ocasión –tanto como la

probabilidad sea infinitamente baja. ¿Pero qué vamos a decir acerca de esta subida

ascendente constante a lo largo de los últimos dos billones de años contra la

pendiente descendente de la entropía, sobre este crecimiento –y, tal como parece,

acelerada- complejización de las especies y del biosistema como un todo? ¿Qué

debemos decir del incremento, en limites que plantean cada vez por el poder de

diez, en el orden y en la independencia de las propiedades de sus partes? ¿O qué

debemos decir del hecho de que en un tiempo de 1016 segundos sucesivos no ha

habido nunca una fluctuación decreciente espontanea, importante y durable en el

sistema, capaz de empujar –incluso temporariamente-, hacia una pendiente

decreciente? Por supuesto, uno siempre puede replicar que si las cosas no han sido

como han sido, no habría nada para observar, nada para explicar, y nadie para

experimentar esta nada. Pero argumentar que si el problema no hubiera sido

resuelto de un modo u otro no estaríamos en posición de dirigirnos a ello nosotros,

no significa que tengamos los medios para hacerlo. Desde el punto de vista

termodinámico, el análogo que estamos pretendiendo aquí no es meramente decir

que una gota de tinta diluida en un inmenso volumen líquido se ha concentrado en

un breve instante en un área bien definida del receptáculo. Es mucho más. Es que

la tinta se ha vuelto incluso más concentrada; que progresiva y siempre

espontáneamente se ha organizado en capas correspondientes a colores

previamente indefinibles; que posteriormente produjo señales regulares, entre las

cuales emergen aquellos signos que componen las ecuaciones de Boltzmann-Gibbs

y una serie de escritos explicando que la probabilidad de que ocurran tales

evoluciones es tan mínima que equivale a su imposibilidad.

Todo ocurre como si la vida, ciertamente sin violar la segunda ley de la

termodinámica, esta indefinidamente estafándola, evitándola, haciéndola

irrelevante para sus operaciones. Podría compararse esto con un jugador que, en el

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41

curso de un maratónico juego de ruleta, ha ubicado sus fichas unas 10100 veces y

entonces sabe cómo combinar sus elecciones y apuestas de modo tal que, habiendo

empezado con un centavo ha amasado luego un billón billón de toneladas de oro

(estos números no son meros modos de hablar) y aún sigue ganando. La teoría nos

asegura que un evento así es posible, que tiene una probabilidad finita asignable,

pero que es tan escasa que nadie podría siquiera esperar a ser testigo de que

ocurriera. Aun así, no somos testigos de este evento inmensamente improbable:

somos este evento. ¿La rueda de la ruleta está amañada? ¿El apostador ha

descubierto una martingala infalible (pero podemos mostrar que ninguna puede

existir)? ¿O estamos solamente en el dominio de la teoría de la probabilidad, en

otros términos, de la termodinámica estadística?

El concepto de estado estacionario

Consideraciones de este tipo han sido aceptadas y fuertemente enfatizadas

por por algunos biofísicos que de algunos años a esta parte han estado intentando

estudiar lo viviente desde el punto de vista de la termodinámica de los fenómenos

irreversibles y de los estados estacionarios. Uno puede dudar del éxito final de sus

esfuerzos, y cuestionar si no es que empiezan por eliminar una vez más la

propiedad que intentan explicar –el hecho de que el biosistema es esencialmente

no estacionario (o de que, si es estacionario, el periodo de relajación es tal que la

teoría en cuestión pierde todo interés). También se puede cuestionar si estos

esfuerzos toman sufrientemente en cuenta las dimensiones y distinciones

específicas concernientes a un análisis de lo viviente.

Una analogía ayudará a aclarar este punto. Desde el punto de vista

cibernético lo que esencialmente distingue un autómata de cualquier maquina o

proceso físico, no importa qué tan complejo sea, es que para un autómata el gasto

y circulación de energía –que por su puesto, nunca para- no es una variable

relevante: puede ser alterada casi arbitrariamente, siempre que el mensaje continúe

circulando. La variable que realmente cuenta es, en primera instancia, la cantidad

de información. Pero si la cantidad de energía es indiferente, es igualmente crucial:

en el curso de su funcionamiento el autómata absorbe energía de “alta calidad”

que convierte en información y disipa en forma de “baja calidad”. Según la famosa

frase de Schrödinger: “el ser viviente se alimenta de entropía negativa”. Pero el ser

viviente no se limita a la consumición de entropía negativa, a utilizar energía libre,

Page 42: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

42

en orden de preservar un flujo dado de información y un tipo dado de orden:

considerado en su propia dimensión temporal –como un segmento de la

biosistema terrestre- incrementa el flujo de información, cambia el tipo, modifica

su orden y produce su nivel de organización. En este respecto –que es

absolutamente decisivo, en tanto nuestra preocupación es para con el autómata

auto-evolutivo- no solo la cantidad sino la cualidad de la energía absorbida deja de

ser relevante, supuesto sólo que sea suficiente. Sea que el biosistema presenta su

nivel de organización o no, la misma cantidad de energía libre con las mismas

características es suplida para él por segundo y por centímetro cuadrado de la

superficie de la Tierra. Usa aproximadamente la misma proporción de ella cada

gramo de materia viviente, y disipa la misma cantidad en fuga cósmica por medio

de radiación. Por la misma cantidad de biomasa, el balance global permanecerá

aproximadamente el mismo sea que la superficie de la Tierra este habitada por

protozoos, dominada por saurios, o sea testigo de los homínidos prendiendo sus

primeros fuegos. Pero es precisamente eso, que es termodinámicamente idéntico,

que hace a la diferencia biológicamente (y cibernéticamente).

La termodinámica es la única parte de la física donde encontramos un

verdadero tiempo –un tiempo irreversible. Pero este verdadero tiempo no es aun

suficientemente verdadero como para ser el tiempo de la biología o el de la

historia. La flecha del tiempo va en la dirección de la probabilidad creciente. Pero

esta probabilidad creciente, que es ciertamente activa en ciertos bolsillos o en

ciertos niveles de la evolución e historia biológica, parece perder su rol cuando

llega a sus aspectos más importantes. ¿Debemos decir que la flecha del tiempo

histórico o biológico va en dirección de la improbabilidad creciente? Sería mejor,

en nuestra opinión, pura y simplemente rechazar la relevancia de tales conceptos

en esta conexión. Pero entonces ¿qué posible significado podemos dar a la idea de

que sucesivos tipos de tiempo existen “objetivamente”?

Lejos de eliminar cuestiones de principio en relación con lo viviente, la

biología contemporánea las ha exacerbado. Al mismo tiempo, al forzarnos a

ponderar los conceptos de información, orden, organización, sistemas auto-

evolutivos e incluso el de historia, talvez ayude a iluminar aunque sea por

contraste objetos que yacen fuera de su propia esfera específica, y más

particularmente aquellos estudiados por las disciplinas antropológicas. En tanto es

fácil ver que estos conceptos, como los puntos desarrollados aquí, también caen

Page 43: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

43

dentro del marco por medio del cual intentamos entender la organización y

evolución de los individuos y las sociedades humanas27.

Las disciplinas antropológicas

La situación en que se encuentran las disciplinas antropológicas es, sin

dudas, lo más problemático a este respecto. Es difícil de decir si es públicamente

percibida como tal, en tanto por una parte la “crisis” fue el estado permanente en

que han estado desde su primera aparición, mientras por el otro lado uno

periódicamente escucha la injustificada proclama de que por virtud de algún

avance real o presunto avance en una u otra disciplina, la clave para la solución de

todos los problemas antropológicos ha sido finalmente descubierta (como ha sido

sucesivamente pretendido por la economía, el psicoanálisis y la lingüística). Aquí

los efectos de la separación de las disciplinas se hacen sentir más agudamente que

cualquier otra parte: de su separación respecto de la filosofía (que, a decir verdad,

nunca ha sido realmente llevada a cabo), en tanto lleva a la negligencia de las

innumerables asunciones e implicaciones filosóficas presentes en todo discurso

antropológico; su separación de otras ramas mayores de estudio, de las ciencias

físicas y sobre todo biológicas, en tanto es imposible considerar la naturaleza física

y biológica del hombre como una condición abstracta de su actividad histórica; y

finalmente de su separación entre ellas mismas, en tanto la unidad de su objeto de

estudio desafía la disección científica, y uno puede preguntar si la división que

hacemos entre diversas disciplinas tiene algún significado para otra sociedad más

que la nuestra.

Economía

Tomemos la economía, por ejemplo. Es claro que no podría haber conocimiento de

la economía –en el sentido de descripción, análisis y explicación del fenómeno

económico actual- que no descansara sobre postulados o hechos establecidos

concernientes al comportamiento de los individuos, de sus motivaciones, su grado

de racionalidad y la naturaleza de esta racionalidad, que no tuviera en cuenta la

27

Desarrollos recientes en biología teórica me parecen plenamente situados en el horizonte de las

cuestiones presentadas en el texto. Ver, en particular, Henri Atlan, Entre le cristal et la fumee, 1979;

Prygogine y Stengers, La nouvelle Alliance, 1980; F. Varela, Principles of biological autonomy, 1979.

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44

división de la sociedad en grupos, estratos, clases, o que no se ocupara del

funcionamiento interno y de los roles sociales de las organizaciones e instituciones,

sobre todo de las empresas, los sindicatos y del Estado. Pero ¿de qué fuentes

extraerá esta información? Las conclusiones a las que arriban la psicología y la

sociología tienen sobre el economista el mismo impacto que el último resultado

establecido en física atómica sobre el astrofísico o el bioquímico, y en cualquier

caso le ofrecerían la misma asistencia. En consecuencia, el economista se refugia en

la aserción de que su conocimiento solo concierne a la “pura lógica de la elección”

(una posición incoherente y falaz, como en breve veremos), o bien basa sus

postulados en su propio sentido de lo que es “obvio”, que claramente no es otra

cosa que el más inocente de los prejuicios. El resultado neto es que toda la

literatura de la moderna economía está basada implícitamente en una psicología

del comportamiento individual que un folletinista de 1850 hubiera rechazado por

muy simplificadora: el individuo nunca actúa excepto en total consciencia de lo

que quiere y de qué hacer para obtenerlo, y sólo quiere una sola cosa –maximizar

sus ganancias y minimizar su esfuerzo. En la resistencia de esta profunda visión de

la naturaleza humana, el economista contemporáneo está listo para amontonar sus

sarcasmos sobre cualquier cosa que huela a psicología o psicoanálisis. A lo sumo,

concederá que estos estudios pueden explicar desviaciones en el comportamiento

individual en función de un tipo promedio, pero que se cancelan estadísticamente;

es obvio que lo que está en cuestión es precisamente esta ficción económica de un

determinado tipo promedio, un maniquí hueco que no tiene ninguna relación con

nada existente ni concreta ni estadísticamente. Sociología y filosofía continuarán

siendo vistas con sospecha. Esto permite a los modernos economistas reproducir

sin saber el lenguaje del más inocente absoluto hegelianismo, en tanto todo lo que

dice –por ejemplo- del rol y del comportamiento del Estado, la guía que da y las

reglas de conducta que establece para éste están basados en la idea de que el

Estado no es otra cosa que la instancia de la pura racionalidad encarnando la

realidad de la idea ética. Incidentalmente, esto no es exclusividad de los

economistas académicos; también los marxistas contemporáneos han fallado en

integrar la teoría del Estado como instrumento de la dominación de clase con un

análisis de su rol económico. En todos estos casos, poca o ninguna atención se

presta, tanto a la función sociológica de las instituciones en cuestión, como a sus

estructuras burocráticas y sus consecuentes irracionalidades incorporadas.

Aquí aparece el ineliminable problema de los fines de la actividad económica, para

el cual ya sea una cuestión de los actuales fines alcanzados por un sistema socio-

económico dado o se trate de fines normativos, la cuestión permanece siempre

abierta. La línea ejemplar adoptada por los economistas académicos (y en el Este

Page 45: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

45

por los economistas oficiales) es sostener simultáneamente que el sistema existente

es óptimo salvo por ciertos disturbios, y que su trabajo no es discutir fines sino

medios. Lo que importa aquí no es una interpretación sociológica de la duplicidad

de esta actitud, lo que ya es obviamente suficiente, sino más bien la consistencia

lógica de tal presunción de que la economía está libre de valores. ¿Es el sistema

óptimo relativo a todo fin posible? ¿Es un medio puro y universal? Obviamente

sería absurdo pretender esto. El economista replicará que el sistema es óptimo

respecto de los fines presupuestos por aquellos que viven en él. Respuesta vacía,

en cuanto lo que los seres humanos adoptan y la manera en que pueden expresarlo

–en un nivel económico como en cualquier otro- esta pesadamente determinado

por el sistema mismo. Entonces es circular sostener el carácter óptimo del sistema.

Entonces podemos despedir las pretensiones de la economía qua economía de

pronunciarse sobre las bondades de cualquier sistema, y concentrarnos sobre su

pretendida construcción de una “pura lógica de la elección entre medios limitados

para la consecución de fines ilimitados”. La economía sería entonces una pura

técnica de cálculo generalizado capaz de producir resultados descoloridos si las

premisas concernientes a los fines a alcanzar le fueran suministradas. Esto ya

indicaría su incapacidad para adelantar en algún grado nuestro entendimiento

acerca del mundo social y del funcionamiento real de la economía. Pero aún hay

más, en tanto es de hecho imposible establecer un cálculo económico neutral.

Excepto en instancias triviales, la existencia de una pluralidad de fines trae

inmediatamente la cuestión de la equivalencia, de la medida común de su

valoración, en breve, la cuestión de su evaluación. El economista replicara que eso

es asunto de sus clientes; él, por su parte, solo está preparado para lidiar con tales

clientes en tanto sean capaces de especificarle las utilidades ordinales y cardinales

que ligan a la satisfacción de sus deseos, y sólo entonces él busca economizar los

medios. Pero ¿economizar qué, y en relación con qué? Si es un caso de economizar

la energía gastada en la realización de una tarea dada, no se necesita un

economista sino un ingeniero o un agrónomo. Obviamente este no es el caso en

cuestión; más bien estamos ocupados con la economizacion del consumo

productivo de un conjunto de medios que son física y temporáneamente

heterogéneos. La reducción de estos medios a una medida común llama

nuevamente a su evaluación relativa; ¿a dónde debe uno buscarla? De hecho uno

siempre busca esta evaluación al sitio donde es actualmente llevada, al mercado, y

el dinero es la medida de todas las cosas. Esto también es verdadero, por supuesto,

respecto de la actual evaluación de fines, y el economista acepta en la teoría y en la

práctica que la evaluación está contenida en el sistema de precios de los productos

finales –sistema que obviamente refleja la distribución dada el ingreso y el estado

histórico de la producción y de las costumbres, etc. En teoría, con este criterio uno

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podría dispensarse si el sistema en cuestión satisface un restringido conjunto de

condiciones, siendo la más importante la existencia de un factor común entrando

directa o indirectamente en todo proceso de producción. Resulta que en el

verdadero asunto de los negocios humanos (no necesariamente en el universo de la

pura elección) hay un solo factor que, por medio de ciertas abstracciones, puede

ser seriamente considerado como teniendo la requerida universalidad, y esto es el

trabajo humano. Pero incluso el trabajo no puede ser aislado del mundo histórico

concreto en el cual modela tanto como es modelado, para ser convertido entonces

en un equivalente abstracto y trans histórico. Decir hic et nunc que una acción así y

asá o que una decisión así y asá gasta o consume útilmente una cantidad de trabajo

así y asá, es equivalente a decir que consume o gasta útilmente una cantidad de

trabajo así y asá dentro de las condiciones existentes hic et nunc, y éstas solo

pueden ser significados dadosxlvii, económicamente, en términos de la variedad y

cantidad de productos en los cuales el trabajo puede ser materializado. Esto lo

mismo que decir que tales productos, en tanto que existen y de la manera concreta

en que existen, tienen valor. Pero el que lo tengan es contingente desde un punto de

vista absoluto, en otras palabras, socio-histórico. Cuando treinta jóvenes deciden

hacer su propia cuestión en una colonia hippy, el economista dirá que el costo de

oportunidad de un acto tal “para la sociedad”xlviii es el conjunto de productos que

de otro modo tal vez hubieran producido en un sector industrial dado empleando

la tecnología más eficiente. Nosotros podríamos replicar que entonces de hecho no

se hubiera ganado nada “para la sociedad” o para cualquiera en absoluto, por otros

treinta individuos transpirando o aburriéndose a muerte en una línea de montaje

en orden de producir objetos inútiles que no se venderían si otros sujetos no

gastaran sus vidas persuadiendo a la población de que es necesario poseerlos. La

estructura de la demanda no menos que las tecnologías más productivas son parte

integrante del sistema social, y economizar trabajo es economizar acerca de los

fines del sistema establecido, estando tales fines profundamente emparentados con

sus medios. La falacia de la separación entre fines y medios –falacia encontrada en

todo dominio de estudio, y especialmente en los debates acerca del rol de la ciencia

y de la tecnología- es una de las más perniciosas entre las dominantes; la ideología

de la economía como una “lógica de la elección de medios” está basada en este

absurdo. En el mismo sentido en que los fines del comportamiento del individuo

no se revelan en lo que éste dice sino en los efectos efectivos a los cuales su acción

conduce, así también los fines de una sociedad son -primero que todo-

precisamente aquellos que constantemente produce por los medios que emplea, y

sólo empleará sus medios con vista a los fines que adhiere; en efecto no puede

hacer otra cosa, en tanto los fines están inscriptos en la misma materialidad, la

naturaleza, la organización de sus medios. Y el propósito de un sistema

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productivo, que lo determina como un todo, no es la producción en general, ni

siquiera la producción y reproducción de la vida material de los seres humanos; es

la producción y reproducción del sistema social existente (del cual el material

humano sobreviviente, dentro de cuyos límites están -hablando general y

ampliamente-, es simplemente una condición necesaria)xlix.

Decir que la economía –que en realidad es inextricablemente explicativa/positiva, y

normativa/política- no puede ignorar la cuestión de los fines es decir que no puede

ser disociada absolutamente de las otras disciplinas antropológicas, o de la

filosofía, o de la política en su verdadero –su gran y fundamental- sentido. Así

como sería absurdo apelar a argumentos filosóficos cuando se discute la elección

de una inversión o de condiciones de equilibrio de un mercado, es igualmente

absurdo olvidar que todos estos argumentos de hecho empleados en estas

cuestiones descansan en suposiciones sobrecargadas filosófica, antropológica y

políticamente, suposiciones que no son autoevidentes en modo alguno.

Derecho

Lo mismo es obviamente verdadero para una disciplina como el derecho. Ningún

conocimiento genuino del derecho (en el sentido de una historia/sociología de éste,

en lo cual la mayor parte está por escribirse) podría basarse meramente en apelar a

las necesidades lógicas y técnicas que caracterizarían a un sistema legal coherente.

Tendría que hacer igual apelación a toda la disciplina cuyo objetivo es describir,

analizar y explicar la emergencia, el funcionamiento y los mecanismos de

preservación de un sistema social (incluyendo aquellos que analizan la relación

que se constituye y mantiene entre l individuo social y la ley positiva). Y una de

sus tareas cruciales, en la cual podría servir de modelo a otras disciplinas histórico

sociales, sería hacer inteligible la relación –a la vez complementaria y antagonista-

existente entre los siguientes aspectos; explicar, esto es, decir cómo el sistema social

genera una lógica-técnica particular e históricamente específica que sostiene el

poder en el dominio social en cuestiónl, cómo lo sobredetermina a éste, y cómo y

con qué grado adquiere autonomía esta lógica-técnica específica y eventualmente

marcha en sentido opuesto al objetivo primero de todo el sistema. Es igualmente

obvio que uno no puede esperar explicarse la práctica legal, la actual aplicación de

un sistema legal por los responsables de tal operación, sin tener en cuenta los fines

del sistema social. La insuperable brecha que necesariamente existe entre la regla

legal y el material al que supuestamente debe abarcar –descubierta por Platón y

correctamente atribuida por él al carácter necesariamente abstracto de cualquier

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regla- es aceptado por la teoría y la filosofía del derecho modernas como un

inevitable defecto de cualquier sistema legal, y reconocida como aquello que da

una cualidad antes productiva que adventicia a la interpretación de la ley por la

persona que la implementa. Esta brecha solo puede ser salvada, y la interpretación

solo puede ser emprendida, por medio de un doble coordinación a efectuar, por

una parte entre la letra de la ley y el espíritu que de hecho la inspira, y por otra

parte entre la ley y la situación concreta que debe ser juzgada. Entonces a

cualquierali que implementa la ley se le requiere ser consciente de sus intenciones,

pero en tanto esta es una expresión sin significado en sí misma, esto implica decir

que a esta persona se le requiere suplir tal intención. Incluso más, a esta persona se

le requiere ser suficiente cognoscente acerca de la situación concreta a juzgar, en

particular en situaciones individuales y sociales, sea que el resultado global

efectivo de una decisión dada sea conforme o no a las intenciones de la ley tal

como esta persona la está interpretando. Decir que un jurista debe ser

simultáneamente político, psicólogo y sociólogo, tanto como un lógico capaz de

preservar la coherencia de un sistema legal que obedece a otros fines,

indudablemente tiene implicaciones que van más allá de las cuestiones discutidas

aquí; pero demuestra también, y de manera particularmente llamativa, lo que

implica la separación de las disciplinas.

Lingüística

Podría mostrarse fácilmente que la lingüística es el caso de una disciplina

que difícilmente pueda descansar sobre conceptos y términos primarios que no

son los suyos, que meramente disfruta de ellos como un usufructo parcial y

problemático, si no fuera porque este hecho ha sido cubierto por todo el ruido

generado en los años recientes por las varias escuelas de lingüística y sus

pretensiones de haber acordado finalmente un status de ciencia rigurosa para su

disciplina. Ciertamente, la cuestión ¿qué es el lenguaje? Trazando -como de hecho

lo hace- un circulo primordial con que se cerca a sí misma y a toda posible

respuesta, es una cuestión que la lingüística pueda talvez querer rechazar sobre la

base de que no es su tarea entrar en discusiones acerca de la esencia, sino que su

rol es más similar al del físico que no inquiere acerca de la naturaleza de la physis

sino que meramente trata de predecir lo que la physis hará. De todos modos, como

sabemos, la teoría física está obligada a construir hipótesis sobre lo que sea que

“hará tal o cual cosa”, so pena de ser reducida al rango de una actividad

puramente empírico-pragmática que permitiría todo constructa dando así lugar a

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análogas predicciones que deberían por tanto estar en pie de igualdad, sin

consideración de su incompatibilidad lógica. Aquí también, la cuestión acerca de

qué es el lenguaje no solamente sobreviene en consideración de la constitución del

objeto de la lingüística y de la delimitación de sus fronteras (que cierta lingüística

no encuentra dificultad de transgredir, cuando afirma la existencia o inexistencia

de “lenguaje animal”, que el “código genético” es un lenguaje, o de que el mundo

humano puede ser reducido al intercambio de mujeres, objetos y signos). En todas

estas manifestaciones, y por lo tanto en el trabajo actual de la lingüística, el

lenguaje nos refiere a su esencia y a la cuestión que esta presenta. ¿Debemos decir,

por ejemplo, que la doble articulación es esencialmente inherente al lenguaje, o

bien simplemente tratarla como un hecho empíricamente universal? Antes de

rechazar esta distinción, permítasenos recordar que los lingüistas no la rechazan,

sino que están divididos en el siguiente punto: un hecho de extrema importancia

en sí mismo, ya que un físico no tendría duda ni por un segundo acerca de la

necesidad de un hecho universal, e inmediatamente intentaría deducirlo.

¿Debemos decir que las pocas categorías gramaticales que encontramos en todo

lenguaje conocido expresan características esenciales del lenguaje, o todavía

estamos en el nivel de la mera generalidad inductiva? ¿Y qué deberíamos decir de

otras categorías gramaticales que son peculiares sólo a ciertos lenguajes, pero sin

las cuales las categorías básicas no funcionan en estos lenguajes? ¿Qué deberíamos

decir de la relación entre ambos tipos de categorías, en este último caso? Para

siquiera empezar a discutir estas y otras cuestiones que traen consigo la posible

existencia de universales del lenguaje debemos primero preguntar hasta qué punto

está sujeta cualquier categorización del mundo a necesidades internas e

infranqueables; y al punto que sea, ¿están tales necesidades impuestas por el

categorizador, por aquello que es categorizado o por ambos conjuntamente? Y en

este último caso, ¿en qué proporciones y bajo qué relación están ambos?; y hasta

qué punto no refleja meramente ciertos aspectos de una cultura dada, la cual en tal

consideración no sería más que contingente. Bajo esta luz, tanto el culturalismo

como el apriorismo actualmente se ven desconcertantemente similares a las

posturas filosóficas tan viejas como la historia misma. Quien tome un punto de

vista más decepcionadolii de la cuestión agregará que estas posturas están

enterradas por una ingenuidad de la que sus originales carecían; quien vea la

cuestión desde un punto de vista más optimista dirá que tales posturas han sido

avivadas por la instilaciónliii de material fresco. Talvez estemos listos para acordar

con ambos.

El lenguaje tiene que ver con el sentidoliv. ¿Cómo, entonces, podemos hablar

de lenguaje sin habar de filosofía? Por medio siglo, la lingüística solo ha sido capaz

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de experimentar esta enigmática identidad/no-identidad, estos lazos adamantinos

entre lenguaje y sentido como una trampa, como una trampa filosófica de la cual

debe escapar a toda costa. Por lo tanto la mayoría de los lingüistas han condenado

tanto el termino como la idea del sentido como siendo filosófica y han tratado de

deshacerse de ambas. Obviamente no podían sino fallas, y todos sus dolores se han

empantanado como un indiscreto compromiso filosófico con una filosofía

particular, el conductismo (sus reparos en aceptar este nombre pueden anularse).

Hoy, algunos de ellos se separarían de este compromiso en favor de otro punto de

vista supuestamente cartesiano. ¿Debemos esperar que la lección alguna vez será

aprendida? Por el momento, parece, está destinada a permanecer negada en cuanto

al problema del sentido como tal, y en cuanto a sus innumerables implicaciones en

la teoría lingüística. Si se hubiera atendido, talvez hubiéramos escuchado un poco

menos hablar de semántica estructural, sobre una empresa fundada en el increíble

postulado de que el sentido se compone de elementos discretos sujetos a las leyes

de un grupo aditivo. Mas reflexión se podría haber dedicado a la actualmente

aceptada distinción entre las estructuras “superficiales” y “profundas” de las

oraciones (las cuales no hacen más que reflejar el mero capricho del lingüista

cuando declara que su reconstrucción de una oración lingüística es más

“profunda” de la que es efectivamente pronunciada) o bien resulta en la idea

imposible de un contenido completamente constituido anterior a la expresión, y así

postulando la existencia de un sentido completamente determinado en sí mismo

independientemente del signo. Finalmente, el status y la fuente de legitimidad de

las concepciones que proclaman el carácter innato de ciertos aspectos del lenguaje,

¿representan pretensiones científicas que pueden ser probadas o refutadas, son

especulaciones enmascaradas como ciencia, son filosofía? Y si todas estas

distinciones no se aplican completamente aquí, ¿podemos enturbiarlas de

cualquier modo que nos plazca? Obviamente, no puede desecharse la suprema

relevancia del problema de la relación del lenguaje (tomado generalmente y en sus

aspectos particulares) con la biología humana e igualmente con sistemas de

“comunicación” animal y de proceso de “información” que ocurren entre

organismos (como un todo y a nivel celular). Pero estas cuestiones no pueden ser

elucidadas hasta que triunfemoslv al pensar el lenguaje como efectivamente es, y

rechacemos todas las asimilaciones perjudiciales a lo que el lenguaje no es.

Psicoanálisis

De cualquier manera, podemos estar seguros de que no hay dominio donde

los efectos de la separación entre las disciplinas sean más agudamente manifiestos

que en la psicología de los contenidos mentales o psicoanálisis. Por una parte, el

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psicoanálisis en principio y en la práctica abarca la totalidad de las manifestaciones

humanas, en tanto éstas derivan (por lo menos parcialmente) de la organización,

funcionamiento y desarrollo de la psique humana. Por el otro lado, las enfoca

desde un punto de vista extremadamente específico, y desde el punto de vista de

una práctica única y de una praxis necesariamente singular. Este hecho ya significa

que su peculiar status filosófico y epistemológico presenta una cuestión e incluso

una discusión preliminar que debe ir más allá de los criterios epistemológicos

tradicionales (por consiguiente, de la mera corrección formal –tan perfecta como

vacua- de las criticas convencionales “filosóficas” o “científicas” al psicoanálisis).

Aun así, está lejos de ser fácil clarificar sus relaciones con las otras disciplinas. Es

en nuestra opinión incontestable que el psicoanálisis hace una contribución

esencial a nuestro entendimiento del fenómeno social -sea económico, político o

religioso. ¿Pero cuál es la naturaleza de esta contribución? ¿De dónde deriva su

legitimidad? ¿Sobre qué bases podemos encontrar la transición del individuo a la

sociedad? Los psicoanalistas difieren ampliamente en sus puntos de vista acerca de

esto, asumiendo algunos que esta transición es auto-evidente válida, mientras

otros insisten en que es incorrecto siquiera hablar de transición en tanto todo es en

última instancia reductible a términos psicoanalíticos. Es ciertamente difícil

mantener este último enfoque si uno considera la incapacidadfinal del

psicoanálisis de explicar el hecho mismo de la institución, institución cuya

existencia es presupuesta por todas las interpretaciones. Aun es preciso por esta

razón –esto es lo mismo que decir que, porque lo social no es ni lógica ni realmente

reductible a lo inconsciente individual (no más que lo último a lo primero)- que

esta cuestión de la relación entre ambos existe. ¿Puede decirse, como alguna vez lo

hizo Freud, que la sociedad es la realidad, la realidad que el psicoanálisis no puede

sino presuponer como tal y en la forma de una sociedad dada –que continuamente

dota el “principio de realidad”, confrontando al individuo con su propio

contenido- y que su estudio debe ser dejado a otras disciplinas? Abandonarlo de

esta forma es de todos modos imposible, en tanto el psicoanálisis tiene mucho que

decirnos acerca de, por ejemplo, la religión: este aspecto crucial de la realidad

social, dice Freud, es una ilusión. Entonces ¿qué queremos decir con “realidad?

¿En qué consisten la sociedad y su historia? ¿Es la misma “realidad” la que el

individuo y la sociedad confrontan? No hay duda de que es la sociedad en un

doble sentido la que constituye la realidad para el individuo, sobre quien la ley

dada o la organización dada de la economía son impuestas de una incontrovertible

manera, y en tanto sobre aquellos que se nieguen a reconocer este orden caerá

generalmente la sanción de la psicosis. Pero lo que aparece como una necesidad de

hierro para el individuo es tan maleable como cera para la historia, que ha creado y

continúa creando una variedad de formas aparentemente ilimitada. ¿Hay límites

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para esta creación? Y si los hay ¿cuáles son? Ciertamente hay algunos, y la

sociedad a su turno se enfrenta cara a cara con ciertas realidades tanto interna

como externa, a las cuales no puede superar; pero el examen de estas realidades

sólo conduce a banalidades, y en tanto son dadas de una vez y para siempre, no

nos iluminan en la más mínima de las variadas realidades que la sociedad

postula/ponelvi en cada tiempo. No es la insuperable necesidad humana de tantas

calorías por día que nos permite entender la infinita variedad de sistemas

dietéticos humanos; ninguna sociedad posee lenguaje, cada una posee su propio

lenguaje; la idea de ley no nos dice nada acerca los actuales sistemas de

organización por medio de los cuales la sociedad es gobernada. Entonces ¿cuál es

la fuente de esta inmensa variedad de sistemas sociales? ¿Qué rol juegan estos

sistemas en cualquier ocasión respecto de la constitución, desarrollo y el

funcionamiento de la psique? ¿Acaso es que psicoanalíticamente no hay

diferencias reales entre un parisino moderno, un balinés, un dogón o incluso –si

fuera posible cruzar el tiempo- un babilonio? Responder afirmativamente es en

esencia negar la existencia de la historia; responder negativamente es sostener que

el inconsciente mismo es en cierto sentido histórico. Ninguna de ambas

pretensiones puede justificarse dentro de los confines particulares de la teoría

psicoanalítica, menos aún por medio de sus métodos –que son específicos de ella, y

respecto de los cuales deriva su originalidad y sobre todo su derecho de existir.

Pero la cuestión misma se mantiene legítimamente, y marca las fronteras de un

dominio donde las demarcaciones convencionales entre las disciplinas han sido

ignoradas.

Las aporías creadas por el psicoanálisis no terminan aquí. La relación -que a

la vez postula y sostiene a distancia- entre el proceso psíquico que analiza y el

cuerpo biológico no vuelve a meramente despertar el problema mente-cuerpo de la

filosofía tradicional, sino que lo propone en un nuevo modo. El síntoma somático,

y su interpretación como un signo del sentido inconsciente, obviamente presume

un tipo de asociación entre los dos niveles de la existencia individual que

permanece enteramente incomprensible –tanto como la manifestación del proceso

opuesto y simétrico, del cual siempre hemos estado al tanto, pero que técnicas

contemporáneas de quimioterapia han mostrado más extensos y sustancialmente

diferentes en carácter de lo que se había supuesto. Si no fuera tan triste

encontraríamos divertida la presente situación, donde el psicoanalista realiza su

interpretación y frecuentemente resuelve un síntoma histérico, mientras en la

puerta de al lado el psiquiatra está limpiando al paciente de delirio por medio de

una dosis meticulosamente medida de alguna sustancia química, y el filósofo en un

tercer edificio está sosteniendo la relación entre el cuerpo y el alma –mientras que

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los tres, con furtivas miradas a los costados, evitaran más tarde a los otros mientras

cruzan el patio. Es simple sostener la creencia superficial de que algún avance en

nuestro entendimiento de estas relaciones se ha alcanzado en la forja de la

expresión “lenguaje corporal”, tanto como es difícil en el momento presente

concebir alguna manera en que la fisiología del sistema nervioso central –a pesar

del progreso que se ha hecho con el impulso de la cibernética- alguna vez sea

capaz de tender un puente sobre el abismo que separa el almacenamiento, la

elaboración y la circulación de información en un sistema híper complejo respecto

de las realidades del deseo, del afecto y de la creación. ¿Debemos finalmente

recordar que el psicoanálisis, como una praxis, encuentra constante y

necesariamente con cuestiones éticas y políticas que no pueden ser discutidas

dentro de sus propios términos, pero a las cuales ofrece de todos modos –

queramos o no- una respuesta con cada movimiento que hace? Todo tratamiento

analítico intenta evadir ciertos resultados y superar ciertas situaciones, en busca de

un objetivo que –a pesar de la deslumbrante formulación dada por Freud (“donde

el Ello era, el Yo debe advenir)- se mantiene imposible de definir de todos modos.

Ni tampoco puede tratamiento analítico alguno evadir enfrentar esa “realidad”

que consiste en la contingencia de la forma dada que asume la sociedad, y con la

cual incluso podría terminar chocando –si no fuera por las particularidades del

medio social donde usualmente tiene lugar.

Sociología

Nuestro estudio de las disciplinas antropológicas permanecería incompleto a

menos que tomáramos cuenta de aquella que en principio debe supuestamente

abarcarlas a todas, aunque es de hecho un poco incapaz de hacerlo: la sociología.

Una dificultad mayor sobreviene cuando nos confinamos al intento de definir su

objeto: ¿hay un auténtico nivel de la realidad que puede pensarse como lo social?

¿Y cómo, a través de una mera apelación al mundo, podemos concebirlo? ¿Tal vez,

después de todo, usamos el término solamente como abreviación de una suma de

realidades particulares? Hemos encontrado un aspecto de este problema en

nuestra discusión sobre el psicoanálisis y la imposibilidad de reducir lo social a lo

individual. De cualquier manera que esto nos parezca cierto, no anticipa la

cuestión concerniente a la naturaleza de aquello que permanece irreductible.

Cualesquiera que sean las intenciones proclamadas, todas las explicaciones e

interpretaciones parciales de los fenómenos sociales que pueden citarse nos

refieren en última instancia al individuo como la causa eficiente y el intento de

hecho de construir lo social a través de una adición de individuos. Esto es

verdadero de la economía (lo marxistas tanto como los académicos) tanto como de

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la interpretación psicoanalítica de la religión. Quienes han querido trascender esta

posición solo lo han hecho verbalmente. Ha apelado por ejemplo a “conciencia

colectiva” o a un “inconsciente colectivo”, lo que claramente no son más que frases

vacías cuyos únicos significados posibles es el problema mismo bajo discusión, o

bien están basados en la asunción de que la totalidad social es un elemento

primario sin discutirla. Parece que ningún progreso puede hacerse en este punto a

menos que pongamos en duda las categorías centrales del pensamiento tradicional

y, en esta instancia, precisamente la manera en que pensamos los tipos de posibles

relaciones entre un “todo” y sus “partes” o “elementos”. Es claramente imposible

pensar la sociedad como “compuesta” de elementos concebidos como lógica o

realmente preexistentes a ella: una “composición” de la sociedad, si de hecho se

puede dar algún sentido a tal expresión, sólo puede realizarse con individuos que

ya son sociales –o sea, individuos en sí mismos portan la sociedad. Es igualmente

imposible en esta instancia apelar al modelo que parece –correcta o

incorrectamente–como apto en otros campos, la idea de algo que los físicos llaman

fenómeno colectivo (i.e. la emergencia, al nivel de la “totalidad”, de nuevas

propiedades que no existen o a las que no puede atribuirse significado al nivel de

los “componentes” –idea que corresponde a la más familiar noción de

“transformación de la cantidad en cualidad”). Es un sinsentido pensar el lenguaje,

la producción y las reglas sociales como “propiedades” que emergen tan pronto

como un grupo suficiente de individuos son agrupados, en tanto tales individuos

son inexistentes e inconcebibles fuera de o antes que estas presuntas “propiedades

colectivas”, a las cuales es por otra parte imposible reducir.

Enfrentamos la misma cuestión cuando consideramos la organización y la vida de

la sociedad como un todo, y los “sectores” o “dominios” de que está hecha. No hay

esquema disponible que realmente nos permita asir las relaciones entre economía,

derecho y religión por un lado, y la sociedad por el otro; o, de hecho, que nos

permita asir las relaciones entre estos sectores mismos. Ni tampoco hay esquema

alguno que nos permita decir en qué sentido son estas particulares entidades que

son. Éstas no pueden ser pensadas como “aspectos” en el sentido de que hablamos

de aspecto químico o térmico de una reacción; pero tampoco son “sistemas

parciales” coordinados, análogos a los sistemas circulatorio, respiratorio o nervioso

de un organismo, en tanto –por ejemplo- podemos encontrar -y usualmente lo

hacemos- casos en que uno u otro de estos así llamados “sistemas parciales” han

adquirido autonomía o predominio en organizaciones sociales específicas. ¿Qué

son entonces estas entidades? La cuestión da la mayor complejidad en el hecho de

que no podemos siquiera hablar de esta articulación de lo social, esta división en

tecnología, economía, política, derecho, religión, arte, como algo dado de una vez

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para siempre. Casi lo opuesto es de hecho verdadero, en cuanto estamos

perfectamente al tanto de que es solo en una etapa tardía de la historia humana

que el sistema legal y la economía –por ejemplo- emergen como momentos

explícitos de la organización social y son postuladoslvii como tal; que sólo muy

recientemente en la historia humana la religión y el arte han sido creados como

factores relativamente separados; o que sólo muy recientemente en esta historia el

tipo (y no meramente el contenido) de las relaciones entre “trabajo productivo” y

otras actividades humanas ha exhibido enormes variaciones. La organización total

de la sociedad se reordena a sí misma en cada momento de diferente modo, y es

ella misma responsable en cada ocasión, no solo de postular los diferentes

“momentos” que personifica sino también de la creación de un tipo dado de

relación entre estos “momentos” y el “todo”. Estos “momentos” y el tipo de

relación postulado entre ellos no puede ser deducido a priori por medio de una

reflexión teórica, ni inferido sobre la base de una consideración inductiva de las

formas sociales de vida observadas hasta ahora, ni pensado en un marco lógico

dado de una vez y para siempre.

Estamos así enfrentados con un “objeto” que revela que, en sus actuales

tratamientos, términos tales como parte y todo, uno y muchos, composición e

inclusión, varían ampliamente de significadolviii; que muestra que puede ser

cuestionado si, a través de los confines de ciertos dominios estrechamente

definidos, tal significado es alguna vez algo más que “nominal y vacío” –como

Aristóteles hubiera dicho, “logikos kai kenos”. La aparentemente imposible tarea que

se nos requiere es pensar “relaciones” entre “términos” que no pueden ser

pensados como entidades discretas, separables e individualizables, y –lo que es

aún más difícil- aceptar que la díada “términos-relaciones” en la manera específica

y el nivel determinado en que está presente a cada instante, no puede ser

comprendida a ese nivel independientemente de los otros.

Sociedad e historia

Este redesplieguelix mismo que la sociedad realiza por todas parteslx en su historia

igualmente nos invita a considerar la temporalidad histórica de un modo

incompatible con la tradicional determinación del tiempo. Nos hace entonces

considerar que la distinción entre sociedad e historia, y a su vez entre una

“sociología” y una verdadera “ciencia de la historia” es en última instancia

inaceptable. Saussure hizo bien, en reacción a los planteos “eventomentales”lxi

pseudo historicistas del lenguaje, en insistir en el hecho de que no podemos

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entender nada del lenguaje si nos limitamos a re trazar la evolución fonética o

semántica, si nos limitamos a cartografiarlxii las derivaciones o cambios en las

formas gramaticales. Saussure ha mostrado que necesitamos concebir el lenguaje

como un sistema que debe funcionar -y efectivamente funciona-, en cualquier

momento dado, como un sistema independiente de su pasado. Pero su trabajo ha

conducido en las décadas recientes a la erección de una oposición absoluta entre

los puntos de vistas diacrónico y sincrónico, y como resultado de uno de esos

vaivenes a los que el pensamiento humano esta irremediablemente condenado,

esto ha conducido a personas a trabajar como si solamente el punto de vista

sincrónico tuviera alguna legitimidad, siendo las consideraciones diacrónicas

exiliadas de los dominios de la ciencia: como es sabido, muchos de los voceros del

“estructuralismo” han hablado elocuentemente (ironia)lxiii sobre este tema. De

cualquier manera, debería ser claro inclusive desde el punto de vista más

elemental que es absurdo pensar que un mismo objeto puede ser considerado por

una parte desde el punto de vista de una serie de secciones-transversales

momentáneaslxiv, y por el otro desde el punto de vista de su devenir, sin

interconectar ambas perspectivas de algún modo. Pero es en un nivel más

profundo que la cuestión de la relación entre la sincronía del “sistema” y la

diacronía del “devenir” se presenta aquí; porque lo que se pone en duda es la mera

posibilidad de trazar una distinción tan aparentemente clara. Ya hemos hecho

notar con respecto a la cosmología las dificultades que aparecen con la distinción

entre “estructura” y “devenir”, no sólo porque la estructura del universo es

evolución, sino porque si no hay manera en que podamos pensar la expansión del

universo como “accidental”, entonces o bien su estructura implica una historia

(desde el punto de vista de la relatividad general) o bien (desde el punto de vista

de la teoría del estado estacionario) su estructura es su historia. La misma cuestión

sobreviene en biología, donde el “sistema” sólo cuenta como sistema vivo en

virtud de su capacidad de “evolucionar”, ya sea en el nivel ontogenético,

filogenético o del biosistema global. Y es aun en otro modo que este problema

sobreviene en el dominio social. Podemos ilustrar fácilmente este punto en el

lenguaje, en relación con su aspecto esencial, o sea con respecto a la significaciónlxv.

Porque es una propiedad del lenguaje como sistema que no se agota en sus estados

sincrónicos, que nunca es reducible a una colección de significaciones

determinadas, fijas, disponibles-a-mano, sino que por el contrario siempre contiene

eminente e inminentemente algo más, siempre esta sincrónicamente abierto a la

transformación de los significados, en breve, siempre es capaz de producir un

discurso original utilizando medios familiares y usar lo usual de modos

“inusuales”. Pero es también una propiedad del lenguaje como historia que

absorbe inmediatamente en su sistema todo lo que emerge como modificación de

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ese sistema, y constantemente permite adquisiciones y eliminaciones por medio de

las cuales perpetúa su capacidad de funcionar y transformar continuamente lo

inusual en usual. Y finalmente, aun en una manera adicional encontramos esta

cuestión en el nivel de la sociedad como un todo, en tanto el “espacio social”, en el

sentido más amplio del término, y todo lo que contiene, sólo existen en la forma

constituida en que efectivamente existen porque están abiertos a una

temporalidad. No hay nada en una sociedad (no importa cuán “arcaica” o “a-

histórica” sea), que no sea la inconcebible presencia de algo que ya no existe, y la

igualmente inconcebible cosa íntimalxvi de algo aún por venir. El ser-ahí de lo social

está siempre sujeto a la dislocación interna o, uno podría decir también, está

siempre constituido en sí mismo solamente sobre la base de lo que esta fuera de sí

mismo, sobre la base de la eficaz presencia del “pasado” en las tradiciones e

instituciones y del “futuro” en las expectaciones, incertidumbres y compromisos.

Si vamos a reflexionar verdaderamente sobre la sociedad y la historia, debemos

pensar lo social-histórico en una dimensionalidadlxvii de la cual no encontramos

ejemplo en ningún otro lado de cuya irreductible originalidad hemos sido, por esta

misma razón, incapaces de reconocer hasta ahora.

El problema de la unificación de las disciplinas

Este es el gran problema que encuentra, en cada dominio de estudio, las

disciplinas particulares, y su desarrollo propio, el que crea la vociferada necesidad

de superar la separación extrema que ha caracterizado su desarrollo por los

últimos tres siglos. Esta es la separación que se encuentra en las disciplinas que

comparten el mismo campo de estudio, y entre las disciplinas científicas y la

reflexión filosófica. Por varios años, un creciente número de científicos se han

mostrado, por diversos caminos, conscientes de esta necesidad. Si la situación no

ha sufrido siquiera el mas mínimo cambio como resultado, es porque sus raíces

yacen muy profundo, y son tan intrínsecas a ella como su formación histórico

social; y porque los varios intentos que se han realizado para cambiarla han sido

dirigidos al síntoma de la separación más que al análisis y a la comprensión de las

razones que ella presupone.

Ha sido posible desde hace mucho tiempo pensar, y aun se piensa así hoy,

que la separación debe y sólo puede superarse por medio de la utilización de

métodos básicos en los diferentes campos de estudio, o si no por medio de su

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reducción a uno solo campo de estudio subyacente. De hecho, estos dos programas

son esencialmente el mismo. Si los fenómenos psíquicos, históricos y sociales son

reducibles a fenómenos biológicos, y estos por otro lado son reducibles a

fenómenos físico-químicos,y si en última instancia la física se reduce a matemática

materializada, la reducción de los contenidos y la unificación de los métodos

significa finalmente una misma cosa, la matematización. Inversamente, si todas las

diferentes regiones de estudio se prestan ellas mismas a una unificación

metodológica, luego las diferencias entre ellas pueden haber sido meras

apariencias. El proyecto del Círculo de Viena, cuyo programa explicito era la

“unificación de las ciencias” provee una clara ilustración en este punto: la

búsqueda de una unidad epistemológica entre las disciplinas estaba inspirada en

una filosofía fisicalista, la cual al mismo tiempo se esfuerza por establecer.

Tal unificación aproximadamente directa de métodos parece fuera de

cuestión en este momento y también posiblemente permanente. Uno no puede

siquiera representárselo entre los dominios de las disciplinas antropológicas,

donde por cierto tiempo considerable el intento de matematización ha tomado la

forma de una ingenua búsqueda de leyes cuantitativas cuyo descubrimiento pueda

conferir el envidiado rigor de la física matemática a las ciencias humanas. Estos

intentos han tenido resultados solamente triviales o no existentes; incluso en el

mejor – o en el peor - de los casos, la economía (que ofrece la trampa más tentadora

a los investigadores, ya que sus fenómenos parecen ya estar constituidos en la

forma de entidades mensurables y cuantificables) los resultados han sido

escasamente convincentes. Tal como Norbert Wiener ha escrito: “El éxito de la

física matemática ha dejado al cientista social ser celoso de su poder sin entender la

actitud mentales que contribuyen a ese poder. El uso de la fórmula matemática ha

acompañado el desarrollo de las ciencias naturales y se ha convertido el modo en

las ciencias sociales. Así como personas primitivas adoptan el modo occidental de

vestir cosmopolita o el parlamentarismo fuera de un vago sentimiento de que esas

investiduras y ritos mágicos van a ponerlos a la par de la cultura moderna, así

también los economistas han desarrollado el hábito de vestir sus ideas más bien

imprecisas en el lenguaje del cálculo infinitesimal”28. La razón de esta falla es clara:

aquellos aspectos del fenómeno social que satisface las condiciones de la teoría

matemática de medida no son relevantes, o no tienen relación funcional con los

aspectos relevantes.

28

N. Wiener, God and golem, 1966.

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59

Mas recientemente, un nuevo acercamiento, neo-formalista o estructuralista,

ha sido adoptado con el propósito de la unificación de las ciencias, en la creencia

de que iba a permitir una matematización sin recurrir a la medida. Incluso

suponiendo que el programa estructuralista podría ser realizado, solo podría ser

un punto dentro de una unificación parcial de ciertos aspectos desconectados de

ciertas disciplinas antropológicas, precisamente aquellas que se han prestado a un

tratamiento de este tipo. Incluso si el método estructuralista es restringido en su

aplicación al campo de la lingüística, donde se originó, es más que dudoso de que

sea capaz de asir la naturaleza esencial del fenómeno en cuestión, más bien es, de

hecho, capaz de tomar conocimiento de unos pocos, y en última instancia

secundarios, componentes de este fenómeno. Además, el estructuralismo es

incapaz de dar comienzo a las cuestiones que emergen respecto a las cuestiones de

la interrelación e integración de las diferentes estructuras a encontrar en un orden

social dado, o en la lingüística, o en la economía o con respecto al poder. Hablar de

homologías estructurales entre oposiciones fonemáticas y formas de poder en una

sociedad, o de una estructura global en la cual ellos tendrían en común suena más

a una broma que a un programa de investigación. Por otra parte, incluso si las

cuestiones suscitadas por diferentes estructuras fueran resolubles de esta manera,

uno necesitaría investigar las razones de esas diferencias y de la secuencia

cronológica en la cual ocurren. ¿Cómo - entender la conexión entre sucesivas

formas históricas? ¿Cuál es la fuente de esa otredad, de ese poder innovador, que

es como mucho una característica de la historia, tal como es su continuidad sui

generis? El problema es fundamental, pero cede tan poco a cualquier aproximación

estructuralista que los estructuralistas no han encontrado mejor camino de defensa

que el de negar su existencia o importancia.

Aquí también el intento ha sido el de matematizar o formalizar sin

consideración alguna acerca de si hay condiciones que permitan una

formalización, y si es posible, de qué tipo. El fenómeno social evade el alcance no

solamente la teoría de la medida y el análisis clásico, sino también las categorías

mucho más básicas para la matemática moderna: la relación de orden, la relación

de equivalencia, función, no tiene apoyo sobre lo que está implicado esencialmente

en tal fenómeno. Si la ingenua cuantificación en el campo de la antropología puede

ser comparado, con un poco de malicia, al esforzado análisis de una galería de arte

en términos del número y del área total de superficie de las pinturas conservadas

en ella, entonces podría ser incluso menos malicioso comparar al estructuralismo

con un esforzado análisis en términos de si esas pinturas han sido asignadas a

diferentes salas de la galería de acuerdo a las escuelas de pintura y los diversos

temas representados. El ejercicio es en ambos casos realizado fácilmente, y a bajo

Page 60: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

60

costo. En ningún momento se considera la pintura. ¿Qué podría saber del Louvre

si meramente supiera que un paisaje danés excluye la presencia de un retrato

italiano en la misma sala e implica la existencia de un paisaje marino inglés en la

sala adjunta?

Intentos de pseudo-formalizaciones de este tipo en el campo de la

antropología, basados en transposiciones directas o reproducciones de modelos de

formalización que han probado éxito en cualquier lugar, muestra que no hay ni un

indicio de conocimiento acerca de la dudosa legitimidad de tal transposición, e

incluso menos aun del enorme problema que estas formalizaciones presentan

incluso en sus propios campos de origen. ¿Cómo se puede suponer que existiendo

la matemática –cuyos recursos, a pesar de sus fantásticos progresos, se han

mostrado desigualmente a las tareas planteadas por la hidrodinámica, de la física

de partículas elementales o cosmología- podría permitirnos el dominio sobre el

estudio del ser viviente, o de la psique, o de lo histórico-social? Fue uno de los más

grandes matemáticos del siglo quien, hacia el final de su vida, y en la culminación

de un inmenso trabajo teórico y práctico sobre robots, se vio conducido a concluir

que “el lenguaje del cerebro no es el lenguaje de las matemáticas”29. Esto descarta

la posibilidad de que el lenguaje matemático pudiera ser suficiente para

comprender el funcionamiento del cerebro; incluso menos, por lo tanto, para el

funcionamiento de la psique y el de la sociedad. Pero si es así ¿en qué lenguaje

puede uno hablar de estos objetos? ¿Qué significa decir que puede haber varios

“lenguajes”? ¿Y qué relación tienen estos lenguajes entre sí y con el lenguaje como

tal? Debemos desviar la discusión que sigue a una exploración preliminar de estas

cuestiones.

Lógica conjuntista o identitaria

Era al lenguaje matemático que Von Neumann se refería en conexión con el

cerebro, en primer lugar, ciertamente, porque era el lenguaje que él mismo

hablaba, y en el desarrollo del cual dejo poderosas huellas. Pero también por otra

razón de un tipo más esencial, no desconectada con el extraordinariamente

29

J. Von Neumann, The computer and the brain, Yale University Press, New Haven, 1958, p. 80-82. Cf.

También del mismo autor, The theory of de Self-reproducting autómata, University of Illinois Press, London

urbana, p. 31-80

Page 61: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

61

privilegiado status de este lenguaje (y esto es profundamente relevante para

aquella fascinación ejercida por la matemática sobre la filosofía que sugerimos

anteriormente). A pesar de su aparente irrealidad, esta distancia respecto del

mundo de la percepción natural y de la vida inmediata, la desalentadora extrañeza

de su Babel de construcciones, la matemática representa, en la forma más plena y

pura posible, el logro más lejano de un tipo esencial de lógica, y por esta razón ha

sido erróneamente identificado con la lógica tout court. Debemos llamar a esta

lógica identitaria, y también conjuntista, aunque estamos prevenidos del

anacronismo y de un cierto abuso lingüístico envuelto en el último término. Su

status privilegiado viene dado por ser constituyente de una dimensión esencial del

lenguaje como tal, y de todo lenguaje, como de toda vida y toda practica social.

Repitamos la definición “ingenua” de Cantor: “un conjunto es una colección

en un todo de objetos distintos y definidos de nuestra intuición (aunschauung: el

término aquí empleado cubre tanto lo que es intuido externa e internamente en un

sentido empírico, el percibido, como lo que es percibido en el sentido “puro”

kantiano) o de nuestro pensamiento. Estos objetos son llamados los elementos del

conjunto”. Esta definición es fundamental no a pesar, sino en función de, las

circularidades e “ingenuidades” que contiene. Se corresponde de una admirable

manera con las operaciones esenciales de lo que debemos llamar el legein que es

simultáneamente una condición de la sociedad y de un producto social, una

condición que es producida por aquello que ella misma condiciona. Legein es

elegir-poner-reunir-decir. Para que una sociedad exista y para que un lenguaje

funcione, todo debe ser hecho congruente, de un modo u otro, en un cierto nivel o

capa o estrato de la práctica y el discurso social, respecto de lo que esta

“definición” implica. Esto es: que debe ser posible para “objetos” completamente

“distintos” unos de otros, y “bien-definidos” (en el sentido de una definición

decisoria) ser elegidos-puestos-reunidos-dichos, y esto se aplica a objetos, sean

objetos de la “percepción” externa o interna, de la “representación” en el sentido

más general, o del “pensamiento” en el sentido estricto del término. En segundo

lugar, estos objetos deben ser pasibles de ser reunidos en “colecciones” formando

“totalidades”, lo que es lo mismo que “objetos” de un tipo superior. Esto implica

en cambio una continua capacidad de hacer distinciones o de actuar como si uno

estuviera en posesión de tal capacidad; esto implica una habilidad de un tipo tal

que permite que, a todo lo que uno “dirige la propia mirada”, sea adecuada y

suficientemente designado con la intención discursiva de que entre en “la mirada”

de otros. Uno debe ser siempre capaz de formar una “colección entera”, al menos

en el discurso, y además, obviamente, de realizar la operación inversa y

descomponer un “todo” dado en “totalidades” de orden más bajo o en

Page 62: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

62

“elementos” distintos y definidos. Aunque esto permanece implícito en la

definición de Cantor (y sin tocar los renovados debates que esta cuestión ha dado

lugar por los últimos cincuenta años, ya que no son relevantes en cuanto a lo que

aquí concierne) debemos tener a propia disposición la operación equivalente:

propiedad ≡ clase, y esto en ambas direcciones, p. ej. la posesión de una propiedad

define una clase y ser miembro de una clase define una propiedad.

Los presupuestos ontológicos de la lógica conjuntista

Todos los componentes esenciales de la lógica identitaria o conjuntista están en

obra aquí implícita o explícitamente. Probar esto rigurosamente sería una larga

tarea. Es suficiente notar que los términos “distinto” y “definido” implican la ley

del tercero excluido; la definicion de Cantor implica, conlleva o permite la

construcción de las parejas sujeto- atributo y sustancia-accidente, y en última

instancia casi todo lo que el pensamiento occidental ha considerado como

“determinación” de los entes. Así encapsula el núcleo esencia de este pensamiento:

la idea de que todo lo que existe es determinable, en el sentido de que posee un

potencial inmanente de ser definido y distinguido. Es claro, por ese mismo indicio,

que esta lógica significa una decisión ontológica acerca de la organización de lo

que es (o aquello que es tomado en cuenta en el discurso y el hacer social), que esta

decisión tiene infinitas implicaciones, y que, a pesar de las cualificaciones,

restricciones y objetos internos producidos por casi todos los grandes filósofos, en

última instancia ha prevalecido a través de la historia del pensamiento greco-

occidental, y, en consecuencia de su descendiente, la ciencia moderna. Ser y pensar

son ambos confinados en esa extraña unidad que ha sido sellada desde el tiempo

de Parménides. Porque esta lógica nos dice que “lo que es –lo que se puede

pensar” es pasible y debe ser siempre pasible de ser completa y distintamente

definido, componible y descomponible en totalidades definidas por propiedades

universales y comprendiendo partes definidas por propiedades particulares (no

hace diferencia, desde nuestro presente punto de vista, que esta composición-

descomposición se pruebe finalmente pasible o impasible de ser pronunciada en

una totalidad única, hen-panta, o de arribar a entidades ultimas e indivisibles,

atoma). Finalmente nos dice que cualquier cosa que no sea pasible de ser tratado de

esta manera existe en cierto orden menor o sin más no existe; esto es, en palabras

de Hegel, no más que una existencia transitoria, contingencia externa, opinión,

Page 63: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

63

apariencia superficial, error, o si no, como Cantor lo expresa, “multiplicidad

inconsistente” (carta a Dedekind, 28 de Julio de 1899).

Lógica conjuntista y organización social

Ahora es inmediatamente obvio que la mera existencia de la sociedad, como

actividad colectiva organizada, es imposible sin la operación de tal lógica.

Cualquiera sea el tipo y el contenido de la organización que la sociedad instituya,

en su conjunto o en detalle, para su mundo y para sí misma, cualesquiera sean las

significaciones imaginarias que subyacen a ella30 y el fluido mágico, mítico o

religioso que corra a través suyo; cualquiera sea el modo de pensar (“pre-lógico” o

“por participación”) que la acompañe, la actividad social siempre presupone y

refiere ella misma a “objetos” (en el sentido más amplio del término) que son

distintos y definidos, componibles y descomponibles, definibles en la base de

“propiedades” definitorias bien establecidas. Un objeto particular puede tener

cualidades invisibles, una piedra particular o una bestia pueden ser considerados

divinos; un clan totémico puede, o tal vez no, ser acreditado con “co-

sustancialidad” o “participación” en la esencia de su animal epónimo; el niño

puede ser considerado como la reencarnación de su antecesor o como su antecesor

en persona; y todas estas atribuciones y relaciones pueden ser pensadas, vividas o

nombradas (en nuestros ojos) con la “sinceridad” del corazón, completa

“duplicidad” o absoluta “confusión”. Pero debe permanecer siempre el caso que

cada vaca y todas las vacas pertenezcan a la clase de las vacas, que las vacas no

puedan ser toros (no en un sentido arbitrario), que su progenie sea virtualmente

necesario terneros o novillas, que un grupo de chozas constituya la aldea que es

nuestra aldea, la aldea a la cual “pertenecemos”, que los cuchillos corten y el fuego

queme. Hay una dimensión ineliminable de la subestructura lógico-imaginaria de

la sociedad que es, y no puede sino ser, directamente consistente con la teoría

conjuntista o lógica identitaria. El estructuralismo es culpable de un doble error a

este respecto. Por un lado, piensa que esta lógica comprende la totalidad de la

lógica e incluso de la vida misma de cualquier sociedad. Por el otro, evacua la

pregunta advenida por el hecho de que una sociedad particular distingue y opone

ciertos términos particulares y no otros, y quiere sin embargo tratar las

30

Ver La instituci{on imaginaria de la sociedad.

Page 64: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

64

“oposiciones” que no se cansa de exponer, como si fueran dadas de modo evidente

de una vez y para siempre (omitiendo negligentemente hechos tan obvios como el

que incluso la oposición entre masculino y femenino es socialmente instituida en la

medida que es una diferencia social y no biológica, y que existe diferentemente en

diferentes tiempos). Es culpable, en otras palabras, de un compromiso ingenuo y

total con la lógica conjuntista identitaria.

El dominio de validez de la lógica conjuntista

Si todo esto es correcto, lleva a la exigencia de que la decisión ontológica que

arriba mencionamos es, al menos parcialmente, “bien fundada”; esto significa, en

otras palabras, que indubitablemente existe una capa o estrato en la cual lo que es

de hecho se ofrece o se presenta a sí mismo como efectivamente sujeto a una lógica

conjuntista o identitaria –una capa que aparece no problemáticamente clasificable

en términos de jerarquías, y yuxtaposiciones o entrelazado de jerarquías; como

siempre, perteneciendo qua elementos distintos y definidos, a conjuntos

designables; como siempre poseyendo propiedades suficientes para definir clases;

y como siempre obedeciendo a las “leyes de identidad y tercero excluido (lo que

nunca cede su soberanía y poder incluso si su contenido puede ser infinitamente

variable: la ley del tercero excluido rige para los judíos en el caso de humanos/no-

humanos, pero no para los cristianos que existe un hombre-dios). Debe decirse,

que esta capa encuentra una formidable representante en la entidad con la cual la

sociedad ha estado comprometidalxviii directa e inevitablemente desde su origen; el

organismo viviente, sea animal o vegetal. Porque no sólo es el caso de que las

propiedades estables de este último, sus características suficientemente decisorias,

son intrínsecamente necesarias para su mera existencia (y la existencia de la

sociedad que extraelxix de ahí su vida); pero también el organismo vivo aparece

directamente desde el principio como instanciando en y por sí mismo un sistema

aristotélico de jerarquización/conjuntización, como agrupados de sí mismo en

géneros y especies de un tipo que puede ser completamente definido en la base de

la unión, intersección o disyunción de “propiedades” o atributos.

Como ya se ha apuntado, está claro que esta capa o estrato es siempre

lacunar y nunca enteramente coherente; pero también está claro que esta

lacunaridad y esta falta de coherencia no puede revelarse como tal desde que uno

pasa del legein al logos completo; hasta que uno entra a un discurso que no

Page 65: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

65

reconoce limites salvo aquellos que emergen de su propia naturaleza y de sus

propias posibilidades, donde, como resultado, la cuestión que emerge no es más

concerniente con los meros hechos, sino con el logos de estos hechos; donde

también, en consecuencia, ningún otro criterio se aplica más que aquel que el

discurso descubre en su coherencia consigo mismo. (Parece ser inevitable que el

destino de este logos que su coherencia en última instancia, y contra toda

apariencia, sea interpretada como una identidad infinitamente desarrollada ella misma

abarcando la contradicción; pero no podemos continuar este análisis aquí). Hasta

que este pasaje al logos tiene lugar, la lacunaridad es preventivamente llenada, e

incoherentemente conciliada, por el mythos, por un discurso narrativo que, en su

modo de ser y a través de la actitud de aquellos que lo viven y sostienen, excluye el

planteo de cualquier pregunta de horizontes ilimitados, en tanto ha sido

respondida de antemano invocando un evento.

La dimensión conjuntista del lenguaje

Esta organización conjuntista de lo dado no es ejercida solamente por el

lenguaje, sino también, y sobre todo, es encarnada en él, tanto en los elementos

“materiales-abstractos” que la componen como en las significaciones en que

transmite. De hecho, el lenguaje es primariamente instituido a través de elementos

“discretos” que funcionan como entidades bien definidas y completamente

distintas (fonemas, morfemas, clases gramaticales, tipos sintácticos). En su ser-ahí

“material-abstracto” el lenguaje es el primero (y dejando aparte las construcciones

matemáticas) el único verdadero conjunto que ha habido o que alguna vez sea. Es

el único conjunto “real” (más que meramente “formal”). Pero también es obvio –y

esto es lo que el mal camino de los estructuralistas ha llevado- que incluso en este

nivel esencial, incluso cuando es considerado como “cuerpo” de significaciones, el

lenguaje necesariamente incorpora al mismo tiempo una dimensión conjuntista.

Esta afirmación parecerá paradójica, sino incluso absurda, a cualquiera que no sea

victima de la ideología contemporánea y que haya reflexionado algún tiempo

sobre la naturaleza de la significación; porque es claro que una significación es solo

una significación en la medida en que elude la comprensión de la lógica

conjuntista/identitaria. Decir de una significación que “pertenece a” o “se

descompone en” es, asumiendo que estos términos no están siendo empleados en

la más torpe de las metáforas ( y podría ser que, por razones profundas, no puede

encontrarse nada mejor), decir algo con tan poco sentido como decir que es azul o

Page 66: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

66

amarilla o que tiene carga eléctrica positiva o negativa. Y aun asi permanece el caso

de que la significación no puede ser significación, no puede, por ejemplo,

pertenecer al mero discurso con el cual estamos tratando de explicar nuestra

posición en este momento, excepto en la medida que en uno de sus aspecto –en

uno de sus niveles- pueda ser comprendida como si fuera un objeto “distinto y

definido”; de otro modo, no tendríamos ya idea de lo que estuvimos hablando.

Puedo usar las plabras “vago” o “impreciso” solo si la “vaguedad” y la

“imprecisión” son, en cierto sentido, propiedades bien determinadas, sólo si, en

principio, la clase de aquellas “cosas” que son vagas e imprecisas es bien definida y

sus límites rigurosamente demarcados. El lenguaje sólo puede funcionar porque,

de una parte las significaciones que transmite son nada más que ilimitadas e

indefinidas referencias a algo más que… (lo que parece haber sido dicho

directamente), pero al mismo tiempo estas referencias sólo pueden ser referencias

porque refieren de un término a otro, y sólo puede existir porque hay relaciones

entre términos postuladas como fijas. Es en este sentido que el lenguaje puede

simultáneamente ser el lenguaje del mito, de la poesía, del pensamiento filosófico y

del lenguaje de la co-operación, del cálculo, del entendimiento. “En sí misma” una

significación es nada; es nada más que un enorme préstamo. Es, si uno puede

decirlo así, absolutamente exterior a sí misma; pero es eso que es externo a sí

mismo. Entre estos dos aspectos de la significación es intentada una inaceptable

separación por toda forma de substancialismo (que asume que que las

significaciones son términos sólidos, cuyas relaciones con otro fueran un extra y

como si fueran cualidades superfluas) tanto como por el estructuralismo (que

asume que las significaciones son términos sólidos, cuyas relaciones con otro

fueran un extra y como si fueran cualidades superfluas). Hegel tuvo una visión

parcial en el verdadero estado de la cosa, pero nubló su visión a través de su final,

heroica y vana lucha para hacer el todo una vez más determinable, para sujetarlo a

la razón, si bien infinita, y a la lógica identitaria, si bien “dialéctica”. Porque, si

Hegel vacía de sus determinadas significaciones todos los términos con los que se

encuentra en su camino (empezando con el “aquí” y el “ahora” o con el “ser, puro

ser”), lo hace para conducirlos a la totalidad completa de determinabilidad infinita,

donde todas las significaciones son en última instancia recuperadas como

infinitamente determinadas.

Lógica conjuntista y formalización

Page 67: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

67

Es claro que la matemática, y más en general todo cuanto hemos concebido

como sistema formal, está basado de principio a fin en una lógica conjuntista (y

esto es así independientemente de los problemas arriba mencionados acerca de

ocuparselxx del “contenido” de la teoría de conjuntos, su lugar en el sistema de la

matemática, etc.). Hemos usado los términos de Cantor “distintos” y “definidos”;

pudimos haber hablado igualmente bien de la “discreción” y la “separación” en

función de caracterizar la característica esencial de la lógica conjuntista. Porque si

hemos tomado estos últimos términos como teniendo un significado cercano a

aquellos usados por Cantor (ciertamente no el significado que se les da en

matemática), entonces es de hecho el caso de que la matemática sólo reconoce

objetos que sean “discretos” y separados”. El “continuo” matemático consiste

simplemente en la coexistencia de un infinito número de entidades plenamente

distintas y bien definidas; en el intervalo definido por dos números reales

cualesquiera, sin importar la cercanía entre ambos, existe un infinito incontable de

reales, cada uno de los cuales es un individuo incapaz de ser confundido con

ningún otro, y de cuyas propiedades no podría haber nunca en principio duda

alguna, no más duda que acerca de estas propiedades eran compartidas con otros

individuos, pertenecientes o no a tal sub conjunto contenido en este intervalo. Y,

no importa cuán lejos uno se aventure, incluso si es hacia los más bizarros

laberintos de la “teratopología”lxxi, la misma lógica continúa presidiendo.

Permítasenos notar al pasar que nada cambia en lo esencial si uno remplaza el

principio del tercero excluido, esto es, una lógica bivalente, por una lógica

polivalente. La situación resulta igualmente indemne por la introducción de

“conjuntos borrosos”lxxii, pues aunque intentos recientes de hacer usos recientes de

éstos ha sugerido que talvez se muestren muy fértiles en otros respectos, sólo

pueden ser definidos apelando a la teoría de las probabilidades que en cambio

presupone la teoría de conjuntos “convencional”, y de esta manera la lógica

conjuntista en nuestro sentido del término31.

Los límites de la lógica conjuntista

Todo parece sugerir que, excepto en la primera capa o estrato del que hemos

hablado, lo que existe no es congruente con la lógica conjuntista. Las preguntas y 31

En sus últimas versiones, la teoría de “conjuntos difusos” ya no apela a la teoría probabilística. De

cualquier manera continúa estando basada en la lógica conjuntista identitaria.

Page 68: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

68

aporías en el centro del debate de la física contemporánea, sobre lo cual hemos

brevemente comentado en lo anterior, parece referir a una organización –si el

termino se conserva aquí significativo- subyaciendo el ser físico, que se extiende

mucho más lejos de lo que Niels Bohr audazmente intento pensar bajo el nombre

de complementariedad, y que es esencialmente imposible de entender en los

términos de la lógica conjuntista32. Pero las más contundentes señales de

inadecuación de esta lógica son encontradas indudablemente en el dominio

antropológico. Nuestra discusión previa ha mostrado, pienso yo, la impotencia de

las categorías centrales de la lógica conjuntista cuando son aplicadas a la sociedad

y a la historia. Esto es incluso más claramente demostrado por lo que, gracias a

Freud y a su genio, finalmente hemos llegado a reconocer (aunque la verdad dicha

nos estaba mirando siempre a la cara) como lo que ocurre en el dominio de la

psique. El inconsciente, escribió Freud, ignora el tiempo tanto como la

contradicción; no quiere saber nada de ellos. El inconsciente existe en un modo

donde proposiciones contradictorias no son mutuamente excluyentes, o más

precisamente, donde no puede haber cuestión acerca de proposiciones

contradiciéndose una a la otra. Del “elemento” esencial del inconsciente, la

representación (Vorstellung) no podemos decir nada que pudiéramos confiar a

nuestra lógica usual; cuando genuinamente nos ocupamos del inconsciente, ya

hacemos violencia al tema de nuestro asuntolxxiii cuando hablamos de

representación como si fuera algo separado a afecto e intención inconscientes, ya

que tal separación es imposible por derecho tanto como por el hecho. Pero

permítasenos suponer aquí que ha sido realizada, y en consecuencia considerar la

representación aislada; permítasenos, de hecho, confinar nuestra atención a aquella

representación ordinaria, cotidiana, consciente en la cual estamos empapados, o,

más precisamente, en la cual, en cierto sentido, somos. ¿No es obvio que escapa de

este confinamiento y se escurre por todos los costados desde el esquema lógico

más elemental? ¿Cuántas representaciones hay en “mi amigo R. era mi tío…una

barba amarilla que lo cubría [su cara]lxxiv se destacó especialmente”? ¿Quién o qué

es el padre del pequeño Hans, el caballo de su fobia y sus relaciones para el

pequeño Hans? ¿Cómo podríamos esperar pensar estas cadenas de asociaciones

como relaciones biunívocas entre términos distintos y definidos? Con las

representaciones estamos de hecho enfrentados a un caso de lo que Cantor llamaba

“multiplicidad inconsistente”, ya que es simultáneamente una y muchas; la

determinación, en este dominio, no es decisiva ni indiferente; lo imposible y lo

necesario, lejos de dividir el campo entre ellos, deja su esencia intacta; las

relaciones de vecindad son indefinidas o constantemente redefinidas; y cada punto

32

Una idea similar se encuentra expresada con otros términos en el escrito de D. Bohn citado en la nota 10.

Page 69: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

69

es al mismo tiempo arbitrariamente cerca y arbitrariamente lejos de todo otro

punto33.

¿Podemos seguir más allá de estas determinaciones negativas, hacer algo

más que simplemente afirmar los límites de la lógica conjuntista identitaria?

Pensamos que podemos, que una lógica puede, debe y va a ser elaborada. Porque

al final no puede haber escape a la necesidad de forjar un lenguaje y “conceptos”

adecuados para tratar con tales objetos de estudio como partículas “elementales”,

el campo cósmico, la auto-organización del ser viviente, lo inconsciente o lo social-

histórico. Esta nueva lógica sea una nueva lógica habilitada para dar cuenta de lo

que, en sí mismo, no es un caos desorganizado que da lugar a “impresiones” fuera

de lo que la consciencia puede libremente entallar “hechos”lxxv, ni tampoco es

sistema (o una secuencia bien articulada, finita o infinita, de sistemas) de “cosas”

prolijamente divididas en un ordenado alineamiento recíproco; el cual sin embargo

también permanece “en parte” pasible de ser asido de cierta manera –y en una

manera que, aproximadamente, continúa presentando un testimonio “parcial” de

la relativa libertad de la consciencia vis-à-vis lo dado. Esta nueva lógica no

remplazara a la lógica conjuntista; ni tampoco la contendrá como un caso

particular, ni se adjuntará sin más a ella. Por virtud de la mera naturaleza de

nuestro lenguaje, la única relación que podría entablar con la lógica conjuntista es

la circular, en tanto ella misma, por ejemplo, tendría que emplear términos

“distintos” y “definidos” en función de ser capaz de decir que lo que es, o lo que

puede ser pensado o dicho, no es en su esencia última organizado de acuerdo con

los modos de la distinción y la definición. Todavía tenemos que empezar la tarea

de elaborar esta lógica, y no puede ser cuestión de iniciarla aquí. Hay un punto

crucial, sin embargo, al cual debemos prestar ahora nuestra atención si es que

estas reflexiones preliminares no han de dejarse incompletas. El mismo concierne a

un problema respecto del cual toda elaboración intentada de esta nueva lógica

debe tomar consideración.

Categorías y regionalidad

33

Castoriadis, Epilegómenos a una teoría del alma que pudo presentarse como ciencia.

Page 70: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

70

La lógica conjuntista por necesidad emplea categorías universales y trata el

universal como una determinación fuerte de cualquier cosa que es, o que pueda ser

pensada o dicha. (La oposición entre nominalismo y realismo es irrelevante aquí).

Como un resultado fue postulado muy temprano –desde el tiempo de Platón, y

especialmente, por supuesto, de Aristóteles- que las mismas formas (los géneros

supremos de Platón, o lo que Aristóteles, seguido por toda la filosofía siguiente,

llamo “categorías”) deben ser encontradas, tener validez y operar en todas las

áreas de lo real y del pensamiento. Decimos que este es necesariamente el caso

porque, por un lado las determinaciones de ser distinto, definido, perteneciente a,

etc. son necesariamente consideradas por esta lógica como decisivas y ubiquitous

características comunes de todo lo que es, de todo lo que puede pesarse o decirse; y

porque, por otro lado, la organización conjuntista de lo dado sólo puede proceder

(y ser llevada a su acabamiento conforme a su propio ideal) si impone la

equivalencia clase ≡ propiedad a cada paso de su progreso, y, como caso limite, la

equivalencia de clase de “todo lo que es” (o “todo lo que es pensable” o “todo lo

que es decible”) a un grupo de “propiedades” (o “atributos”, o mejor aún:

predicables con respecto a…lxxvi), el cual desde ese momento sólo puede ser concebido

como el constituyente esencial universal de cualquier y de todos los objetos (sean en

sí mismos o como son pensados o como son dichos). No es una característica

contingente o secundaria del pensamiento heredado, sino una necesidad

emergente en el nivel más profundo de su organización, que afirma la existencia

de hecho de categorías transregionales poseedoras de un sentido completo e idéntico

cualquiera sea el tipo de objeto que esté bajo consideración. Esto se mantiene cierto

incluso cuando este pensamiento parece reconocer explícitamente que cada tipo de

objeto posee su especifica organización lógica. (Aunque talvez la filosofía de Hegel

trasciende la trasregionalidad de las categorías, desde que, en cierto sentido, abole

la mera diferencia entre categorías y tipos de objetos, y trata conceptos tales como

“mecanismo”, “actividad química”, “organismo”, “especie” como conceptos de la

Filosofía de la lógica; pero esto no es mas que una apariencia, en tanto Hegel de

hecho emplea constantemente categorías tales como mediato-inmediato, en sí- para

sí, interior-exterior, etc. para hacerlas funcionar como categorías transregionales,

pero de una manera encubierta y nunca expresamente formulada).

El pensamiento heredado está asi obligado a sostener de hecho que “uno”

(“un”), por ejemplo, tiene el mismo sentido sea una cuestión acerca del espacio de

Hilbert, de una fabrica, de una neurosis, de una batalla, de un sueño, de especies

vivas, de una significación, de una sociedad, de una contradicción, de una

resolución judicial, de una hormiga, de una revolución, de una obra de arte; o que

“pertenecer a” tiene el mismo sentido donde quiera y cuando quiera que sea

Page 71: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

71

posible hablar de una relación de pertenencia; y así. Una aserción así clara e

inmediatamente revela su propia falsedad. En las expresiones “un electrón”, “un

gran romance”, “una sociedad feudal”, el “uno” o el “un” están cumpliendo

funciones diferentes; el significado de “forma de organización” siempre deriva en

parte de aquello que es organizado; si las cosas fueran de otra manera, podríamos

literalmente imponer cualquier organización que eligiéramos a lo que es, pero

sabemos muy bien que eso no es posible. No podemos mantener que las categorías

son univocas a menos que suprimamos toda separación y toda relación entre

pensamiento y ser –sea tratando lo que es como un caos que no demanda nada,

que no impone nada, que no excluye nada, según lo cual el pensamiento puede

hacer cualquier cosa que elija; o bien tratando lo que es como plena y

exhaustivamente idéntico con las determinaciones del pensamiento. Ya que

ninguno de estos puntos de vista es sostenible, las categorías deben ser

esencialmente multívocas, sus significaciones co-determinadas por lo que ellas

determinan. Lo que Aristóteles ya había visto y dicho acerca del ser –que es

pollachos legomenon; lo que el Vedanta llama, en la traducción de L. Renau

“superimposición”- es válido para todas las categorías: uno y muchos, todo y

partes, acción recíproca, tienen unidad sólo en cuanto son índices de un problema;

su significación plena y efectiva difiere esencialmente de una a otra región. Si

olvidamos este hecho, caemos inmediatamente en la forma suprema, la fundación

de toda forma, de reduccionismo, reduccionismo lógico: la creencia (que es

aparentemente justificada tanto por las “necesidades del pensamiento” y por la

identidad formal de los términos lingüísticos) de que lo dado manifiesta en todos

sus niveles tipos de organización lógica que son en última instancia equivalentes a

un “homomorfismo”. (Esto muestra, incidentalmente, cuan ingenuo es, una vez

que esta premisa ha sido aceptada, esforzarse por descubrir si lo “primero” es la

organización de la “mente” o de la “materia”).

Si nuestro argumento es correcto, sus implicaciones son importantes.

Implica, en primer lugar y negativamente, que los aspectos esenciales de la

actividad teórica humana reside en el descubrimiento y la exploración de nuevas

regiones. Solo hace progresos cuando confiere nuevas significaciones a las

“categorías” ya disponibles, e, incluso más relevantemente, postula/inventa

nuevas “categorías”. Esto significa que todo intento de construir la “tabla de las

categorías” verdadera y definitiva, de trazar una “lista final” de categorías, o peor

aún, de “deducirlas” o “desplegarlas” en su totalidad, sólo puede ser falaz. Como

todos los esfuerzos refleja un cierto paso en nuestra relación teórica con lo que es

(y establece como un absoluto lo que no son más que resultados de ese paso), o de

otro modo son “nominales y vacíos”, una mera descripción de los “predicables en

Page 72: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

72

cuanto a…” dentro de un lenguaje determinado, acabado –y, por tanto, muerto.

Pero también hay implicaciones positivas. Debemos reconocer que las regiones

primarias, los objetos originales mayoreslxxvii son “concebibles solamente por sí

mismos”, para usar una expresión de Spinoza. Lo que nuestra reflexión sobre la

sociedad nos enseña, por ejemplo, es que la relación entre la economía y el derecho

no es un caso particular de una “relacion en general”, y tan lejos de reducirse a

ella, no es siquiera comparable con ninguna otra relación, aunque sea “universal”.

Uno se pierde (y hay muchos que, de hecho, se han perdido) como “causa y

efecto”, o “materia y forma” o “estructura y superestructura”. Porque no podemos

pensarlo excepto sobre la base de sí mismo, y aprendemos en contacto con ello, no

solamente algo que ninguna otra relación podría enseñarnos, sino además mucho

más acerca de la idea de una relación en general que lo que la idea de relación en

general puede enseñarnos de la relación entre economía y derecho. De cualquier

manera, cuando nos dirigimos al lenguaje la relación entre significado y signo no

es un ejemplo o instancia de “relación en general” y nunca podría ser entendido

como la “relación de contenido a forma”, o de “interior a exterior”, o la

combinación de elementos que entran en su composición”. A alguien que

pregunta: ¿a qué tipo de relación pertenece la relación entre signo y significado?

Debemos responder: la relación entre signo y significado no pertenece a ningún tipo

de relación, sino que define ella misma un tipo de relación sobre cuya base de

podemos pensarla y talvez también pensar algo más que ella; es tan original y

fundamental como cualquier otra cosa que concibamos original y fundamental, sea

número, naturaleza, cosa, causa o cualquier otra. Es tan fácil de ver que, en el

momento en que nos aproximamos en este sentido, considerando todo por sí

mismo y rehusando a reducirlo a otra cosa, podemos disipar de una vez una

multitud de “problemas” que emergen como el resultado de la “superimposición”,

como el resultado del vano intento de transponer a esta región conceptos y

esquemas que son válidos sólo para otra región.

Es nuestra creencia, entonces, de que cualquier intento de elaborar debe,

directamente desde el principio, tomar cuenta de un esfuerzo por hacer pensable

esta fuerte regionalidad de lo que es dado para nosotros junto con todas sus

implicaciones. Esta tarea sólo será posible si las más primitivas y elementales

nociones –como, por ejemplo, las de universal y particular- son sujetas a una

reconsideración radical que en sí misma pueda probar en cambio estar cargada con

consecuencias decisivas para el entero edificio de nuestro pensamiento.

Page 73: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

73

La situación histórico-social de la ciencia contemporánea

Si ninguno de los intentos hasta ahora de unir la ciencia ha tenido éxito

hasta ahora, esto solo ha hecho sentir más fuertemente la necesidad de superar la

separación entre todas ellas. En ausencia de una teoría unificada, los teóricos

intentan al menos unirse entre ellos, como atestigua la proliferación de

conferencias, simposios y volúmenes colectivos inter disciplinarias en las últimas

décadas. Considerando el número y la calidad de quienes han participado en ellos,

el balance a pesar de todo es decepcionante. En el peor, que es la mayor parte de

los casos, ha habido una vacuidad industriosa; en el mejor, un numero de

contribuciones o discursos memorables para el cual la reunión en cuestión era

posiblemente la ocasión, pero en ningún sentido la condición necesaria, menos aún

el origen. En cualquier caso, incluso estas contribuciones han estado generalmente

circunscriptas a las especialidades propias de sus autores. A duras penas uno

puede, de hecho, señalar un problema de un genuino carácter inter disciplinar

cuyas chances de resolución han avanzado como resultado de estas tentativas

colectivas.

Todo esto acusa una falla al percibir la verdadera naturaleza de las

condiciones actuales históricas y sociales en las cuales la ciencia contemporánea y

sus profesionales existen y funcionan. Porque lo que hemos llamado separación a

lo largo de este texto e meramente el otro aspecto de la integración contradictoria

de la ciencia moderna con, o su participación conflictiva en, el mundo histórico y

social. La profundidad de la participación de la ciencia en este mundo es

proporcional a su contribución a la creación de este mundo. La ciencia es una

institución en el sentido fuerte y sustantivo del término, y es una institución

crecientemente central para el mundo moderno. Como tal, esta engranada en los

medios materiales, las formas de organización y las ideas que toma de y trae a este

mundo. Como toda institución, es una inercia sostenida por un mito. Relegada a sí

misma, continua en la misma dirección a la misma velocidad; cuestionar su valor,

sus métodos, su orientación y sus resultados significa iconoclasia. Esta

participación en el sistema de organización social contemporáneo en la división de

trabajo llevada a limites absurdos, tal como en una fábrica moderna, nadie, incluso

aquellos que están a cargo, tiene un entendimiento general de lo que se está

haciendo. En la ciencia, como en cualquier otro lado, esto se expresa en el típico

fenómeno de las sociedades modernas donde todo “progreso” es realizado solo a

expensas del atraso fabricado a una escala mayor, el rápido ritmo del cambio social

Page 74: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

74

encontrándose siempre con una obstinada resistencia a cualquier transformación

en las instituciones. Uno apenas necesita recordar los efectos que esto ha tenido en

el agravamiento de la actual crisis en la educación. Desde que simultáneamente la

investigación científica se convirtió en una empresa implicando un considerable

expendio de capital y empleando un gran número de personal, un problema de

gran escala acerca de la administración ha emergido. Este problema es resuelto,

como en la empresa industrial y en el estado, a través de la imposición de una

organización burocrática que es profundamente irracional en carácter y se extenúa

a sí misma en resolver con una mano los problemas que sus otras cien han creado.

La obvia extensión de la dependencia de esta empresa en economías y poderes

políticos prominentes, y los múltiples efectos que esto ha tenido, ha sido el tópico

del comentario público de un tiempo hasta aquí. Lo que es de particular interés

aquí es un factor menos obvio pero no por ello menos importante: sumada a la

restricción de la libertad en tales programas de investigación tal como son

emprendidos, además se requiere que sean “eficientes” y que produzcan

“resultados” tan rápido como sea posible. O estamos hablando aquí de su eventual

eficiencia desde el punto de vista de su aplicación industrial o militar, sino de un

cierto significado de la eficiencia referido a la investigación misma. La

consecuencia de esto es la de producir un prejuiciolxxviii, más contundente cuando

surge de las mejores intenciones, por el cual los proyectos seleccionados como

merecedores de promoción y estimulo son aquellos que, en la base de la opinión

establecida para el momento, son concebidos como potencialmente fértiles y

razonablemente sólidos. Pero está claro que cualquier valoración anticipatoria de

estas cualidades solo expresaran la proyección a futuro de experiencias pasadas, y

que la “presión selectiva” reversa que resulta de ello favorecerá la extensión de

líneas de investigación de ya probada eficiencia, y el empleo continuado de

métodos que hasta hoy han sido exitosamente adoptados. Desde que la historia de

la ciencia ha mostrado con cegadora claridad que no hay una sola línea de

investigación establecida que eventualmente no pierda su potencia, y de que todo

método tarde o temprano agota el área de estudio donde es fértil –y esperamos

haber mostrado que esto se sigue de la mera naturaleza, en sus aspectos

profundos, de la búsqueda del conocimiento y de su objeto- el eventual riesgo

resultante es el de bloquear el programa científico que se intenta promover.

Estas últimas reflexiones ya sugieren que la ciencia instituida depende del

sistema instituido en formas que son, más que materiales, políticas y sociales.

Igualmente importante, e igualmente en cuestión, es la dependencia sobre la

metafísica inconsciente e implícita de esa sociedad, sobre las líneas de fuerza

imaginarias-ideológicas del campo histórico contemporáneo. La dependencia de la

Page 75: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

75

experimentación; el uso de la cuantificación a todo costo, incluso si es trivial e

irrelevante, o ante la falla de esto, al menos de formalización; la expansión

ilimitada del paradigma cibernético-computacional (lo que ha tomado el relevo de

la “mecánica” del siglo XVIII y los paradigmas evolutivos-termodinámicos del

siglo XIX); una preocupación exclusiva pero el saber-como técnico y con la

organización como fines en sí mismos –estos son, en el dominio científico como en

cualquier parte, los síntomas manifiestos de la transformación del homo sapiens en

homo computans, del zoon logon echon en zoon logistikon. ¿Cómo puede

sorprendernos que las discusiones y conferencias dejan intactos esta situación?

¿Por qué sería sorprendente que esa discusión es casi incapaz de reconocer

preguntas que permanecen afuera, y virtualmente destruyen, este marco de

referencia? ¿Qué sorpresa supone que los prisioneros de la caverna científica –su

mirada clavada en el cuadrante de sus instrumentos, en sus unidades de display

visual, en las impresiones de sus computadoras – solo pueden reaccionar a tales

discusiones como si fueran intentos de conducirlos nuevamente a la oscuridad, la

cual es generalmente, de hecho, su propia oscuridad interna? Finalmente ¿qué

sorpresa hay en que tanta gente joven que, resistiéndose a transformarse en

animales logísticoslxxix(pero usualmente incapaces, precisamente como resultado

del sistema que los ha “educado”, de demostrar la incoherencia teórica de ese

sistema), se entreguen a irracionales formas de rebeldía?

Hay poca necesidad de explicar detalladamentelxxx las implicaciones de este

análisis. Es necesario reflexionar sobre el tipo de relacion que frecuentemente

existen entre las disciplinas científicas particulares, sobre su relacion entre ellas y la

filosofía; es necesario cuestionar la separación instituida entre ellas, que determina

su práctica, y cuestionar por lo tanto, el tipo de división del trabajo a la cual están

sujetas. Finalmente, necesitamos reflexionar sobre la integración de la ciencia

dentro de la sociedad instituida y cuestionar su institución.

Es igualmente claro que las preguntas así formuladas son sólo fragmentos

del problema que la humanidad contemporánea encuentra en cualquier lado al

que pueda intentar volar. Sería ingenuo pensar que pueden ser resueltos, parcial o

sustancialmente, a menos que la organización social y la orientación histórica sean

radicalmente transformadas. ¿Cómo puede ser separada la cuestión de la

institución social de la ciencia contemporánea respecto de la manera en que esa

sociedad misma se instituye? No hay más política de las ciencias de lo que hay

ciencia de la política, excepto, en ambas instancias, en la forma de la mistificación o

manipulación pseudo-técnica. Sólo hay, y debe haber, pensamiento político así

como debe haber políticos pensantes, y esto es lo que los tiempos demandan de

Page 76: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

76

nosotros. Además, ¿Cómo puede uno esperar abolir la institución en su forma

presente sin dar al traste con la organización interna del conocimiento y del trabajo

científico que es congruente con ella? Y ¿Qué podría ser esta liquidación, si no la

entera reconsideración de la cuestión del conocimiento, de aquellos

comprometidos con su propósito, del objeto de su propósito, y entonces una vez

más, y más que nunca, filosofía, aquella cuya muerte algunos simplones creen que

por sólo nombrar creen que pueden causar? La transformación social requerida

por nuestros tiempos esta inseparablemente ligadalxxxia la auto superación de la

razón. Esta transformación tiene tan poco que hacer con los pronunciamientos

mistificadores de los demagogos o illuminati de todos los bandos, como lo que

aquella superación tiene que hacer con las “revoluciones” periódicamente

anunciadas por los impostores mientras se trepan a sus tablones filosóficoslxxxii. En

ambos casos, lo que está en juego no es meramente el contenido de lo que necesita

ser cambiado –el tenor y la organización del conocimiento, la sustancia y la función

de la institución- sino también, e incluso en mayor medida, nuestra relación con el

conocimiento y con la institución. Es imposible entonces concebir algún cambio

esencial que no involucre un cambio en esta relación. Venga lo que sea,

permanecerá la grandeza de nuestra época, y la promesa de su crisis, para haber

avistadolxxxiii la posibilidad de este cambio.

Dudas de traducción

i Nature inhabits him as much as he inhabits nature ii Proclame (repongo prohibir siguiendo el sentido negativo de deplore y blame)

iii “Backwardness” entre comillas en el original

iv Blame, deplore or proclame our need to sourmount the “Backwardness” of the human disciplines relative

with the sciences of nature v Lenguages have nothing in common with its own and increasingly Little in common with each other

vi keystone

vii All-encompassing

viii Justamente por lo que aqui sostene CAstoriadis, traduzco “beings” por entes,

ix “turn of the century”

x Ther si a great deal more about this”

xi They are rather rendered infinitely greater

xii render

xiii Provided we place ourselves within a richer system

xiv collectivising

xv

collectivising xvi

collectivising xvii

Ground floor xviii

arrange xix

There Could be not question of teaching

Page 77: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

77

xx

“making/doing” (en la expresión “theoretical making/doing”) vierte el traductor inglés, que señala al

comienzo de la edición como reposición del vocablo francés “faire”.

xxi Central feature of the debate at every upping of the theoretical stakes.

xxii An empírico-experimental odd-jobmanship (¿!?!?!?!)

xxiii thrashed out

xxiv Warrant

xxv Enlarged observer

xxvi field

xxvii “state vector”

xxviii Self-contained nature

xxix “Independent” ¿adjetivo –refiere a las propiedades, al sistema, a la suposición expresada- o adverbio –

suposicion expresada-?

xxx oneness

xxxi Bears upon

xxxii After a certain fashion

xxxiii Of the woud-be inmediate and natural world

xxxiv riddled

xxxv And no sooner investigated tan discovered to refer us ineluctably to other strata wich account for it

xxxvi compelling

xxxvii Perfect cosmological principle

xxxviii Duty bounded

xxxix statement

xl If there is a metaphysics wich is well and truly over and done with, it is this…

xli output

xlii “spatialising time”

xliii Energy sink

xliv token

xlv output

xlvi Entropy-disminishing

xlvii And thes can only be given meaning, economically

Page 78: Ciencia Moderna e Interrogación Filosófica, Castoriadis

78

xlviii

The opportunity cost of colony

xlix (of wich the material survival of men, within limits are, generally speaking, fairly broad, is simply a

necessary condition)

l Historically specific tehnique-logic that holds sway in the social domain

li Anyone ¿positivo o negativo en este pasaje?

lii jaundiced

liii instillation

liv Meaning: en lo siguiente siempre se repone “sentido” por “meaning”

lv suceed

lvi Posit: recordar cómo insiste Castoriadis, cuando trata con la cuestión de la creación de las formas eide, de

que esta creación es un “poner” cuasi postular, en realidad es lisa y llanamente un “crear”.

lvii posited

lviii meaning

lix redemployment

lx throughout

lxi Pseudo historicist “eventmental” views of lenguages

lxii charting

lxiii Waxed eloquent: muy probablemente es una ironía mordaz contra el estructuralismo, aunque no capto la

expresión.

lxiv Momentary Cross-sections

lxv meaning

lxvi intimation

lxvii dimensionality

lxviii Has been involved

lxix Draws its life from it

lxx concerning

lxxi “Teratopology” comillas en el original

lxxii “Fuzzy sets” encomillado en el original

lxxiii Descompuse “tema” y “asunto” reponiendo el inglés “Subjet-matter”

lxxiv [su cara] reposicion en el original

lxxv Out of wich consciousness can freely tailor “facts”

lxxvi Predicabilities in respect to…

lxxvii Mayor original objets

lxxviii bias

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79

lxxix

Logistic animals

lxxx Spell out at lenght

lxxxi Bound up

lxxxii philosophical boards

lxxxiii Have sigthed