Tipografía
Repaso de conceptos básicos
Interlineado
El tipógrafo que no conoce su oficio aprende la inconstancia del hombre
El tipógrafo que no conoce su oficio aprende la inconstancia del hombre
El tipógrafo que no conoce su oficio aprende la inconstancia del hombre
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El tipógrafo que no conoce su oficio aprende la inconstancia del hombre rico que odia leer. Para ellos no son ni los remates ni los espacios entre letras ya que no los apreciarán. Nadie (salvo otro artesano) podrá apreciar tu maestría, pero podrás pasar interminables años de felicidad experimentando en la creación de la copa cristalina que sea dig-na para contener la cosecha de la mente humana. El tipógrafo que no conoce su oficio aprende la inconstancia del hombre rico que odia leer. Para ellos no son ni los remates ni los espacios en-tre letras ya que no los aprecia-rán. Nadie (salvo otro artesano) podrá apreciar tu maestría, pero
El tipógrafo que no conoce su oficio aprende la inconstancia del hombre rico que odia leer. Para ellos no son ni los remates ni los espacios entre letras ya que no los apreciarán. Nadie (salvo otro artesano) podrá apreciar tu maestría, pero podrás pasar interminables años de felicidad experimentando en la creación de la copa cristalina que sea dig-na para contener la cosecha de la mente humana. El tipógrafo que no conoce su oficio aprende la inconstancia del hombre rico que odia leer. Para ellos no son ni los remates ni los espacios entre letras ya que no los apreciarán. Nadie (salvo otro artesano) podrá apreciar tu maestría, pero podrás pasar interminables años de feli-cidad experimentando en la crea-ción de la copa cristalina que sea digna para contener la cosecha de la mente humana.
El tipógrafo que no conoce su
oficio aprende la inconstancia
del hombre rico que odia leer.
Para ellos no son ni los remates
ni los espacios entre letras ya que
no los apreciarán. Nadie (salvo
otro artesano) podrá apreciar
tu maestría, pero podrás pasar
interminables años de felicidad
experimentando en la creación
de la copa cristalina que sea dig-
na para contener la cosecha de
la mente humana. El tipógrafo
que no conoce su oficio aprende
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Tienen efectos estéticos y funcionales
Marginados
El tipógrafo que no conoce su oficio aprende la inconstancia del hombre rico que odia leer. Para ellos no son ni los remates ni los espacios entre letras ya que no los apreciarán. Nadie (salvo otro artesano) podrá apreciar tu maestría, pero po-drás pasar interminables años de felicidad ex-perimentando en la creación de la copa cristali-na que sea digna para contener la cosecha de la mente humana.
El tipógrafo que no conoce su oficio aprende la inconstancia del hombre rico que odia leer. Para ellos no son ni los remates ni los espacios entre letras ya que no los apreciarán. Nadie (salvo otro artesano) podrá apreciar tu maestría, pero podrás pasar interminables años de felicidad experimentando en la creación de la copa cris-talina que sea digna para contener la cosecha de la mente humana.
El tipógrafo que no conoce su oficio aprende la inconstancia del hombre rico que odia leer. Para
ellos no son ni los remates ni los espacios entre letras ya que no los apreciarán. Nadie (salvo
otro artesano) podrá apreciar tu maestría, pero podrás pasar interminables años de felicidad
experimentando en la creación de la copa cris-talina que sea digna para contener la cosecha de
la mente humana.
El tipógrafo que no conoce su oficio aprende la inconstancia del hombre rico que odia leer. Para ellos no son ni los remates ni los espacios entre
letras ya que no los apreciarán. Nadie (salvo otro artesano) podrá apreciar tu maestría, pero
podrás pasar interminables años de felicidad experimentando en la creación de la copa cris-
talina que sea digna para contener la cosecha de la mente humana.
Justificado
Marginado a izquierda
Marginado a derecha
Centrado
El tipógrafo que no conoce su oficio aprende la inconstancia del hombre rico que odia leer. Para ellos no son ni los remates ni los espacios entre letras ya que no los apreciarán. Nadie (salvo otro artesano) podrá apreciar tu maestría, pero po-drás pasar interminables años de felicidad ex-perimentando en la creación de la copa cristali-na que sea digna para contener la cosecha de la mente humana.
El tipógrafo que no conoce su oficio aprende la inconstancia del hombre rico que odia leer. Para ellos no son ni los remates ni los espacios entre letras ya que no los apreciarán. Nadie (salvo otro artesano) podrá apreciar tu maestría, pero podrás pasar interminables años de felicidad experimentando en la creación de la copa cristalina que sea digna para contener la cosecha de la mente humana.
Justificado sin ajuste Justificado sin corte
Ajuste de espaciado y cortes de palabra
Justificados
Ajuste de espaciado y cortes de palabra
Justificados
El tipógrafo que no conoce su oficio aprende la inconstancia del hombre rico que odia leer. Para ellos no son ni los remates ni los espacios entre letras ya que no los apreciarán. Nadie (salvo otro artesano) podrá apreciar tu maestría, pero po-drás pasar interminables años de felicidad ex-perimentando en la creación de la copa cristali-na que sea digna para contener la cosecha de la mente humana.
El tipógrafo que no conoce su oficio aprende la inconstancia del hombre rico que odia leer. Para ellos no son ni los remates ni los espacios entre letras ya que no los apreciarán. Nadie (salvo otro artesano) podrá apreciar tu maestría, pero podrás pasar interminables años de felicidad experimentando en la creación de la copa cristalina que sea digna para contener la cosecha de la mente humana.
Justificado sin ajuste Justificado sin corte
El tipógrafo que no conoce su oficio aprende la in-constancia del hombre rico que odia leer. Para ellos no son ni los remates ni los espacios entre letras ya que no los apreciarán. Nadie (salvo otro artesa-no) podrá apreciar tu maestría, pero podrás pasar interminables años de felicidad experimentando en la creación de la copa cristalina que sea digna para contener la cosecha de la mente humana.
Justificado ajustado
Ajuste de espaciado y cortes de palabra
Justificados
El tipógrafo que no conoce su oficio aprende la inconstancia del hombre rico que odia leer. Para ellos no son ni los remates ni los espacios entre letras ya que no los apreciarán. Nadie (salvo otro artesano) podrá apreciar tu maestría, pero po-drás pasar interminables años de felicidad ex-perimentando en la creación de la copa cristali-na que sea digna para contener la cosecha de la mente humana.
El tipógrafo que no conoce su oficio aprende la inconstancia del hombre rico que odia leer. Para ellos no son ni los remates ni los espacios entre letras ya que no los apreciarán. Nadie (salvo otro artesano) podrá apreciar tu maestría, pero podrás pasar interminables años de felicidad experimentando en la creación de la copa cristalina que sea digna para contener la cosecha de la mente humana.
Justificado sin ajuste Justificado sin corte
Ancho de columna
wguir un fin esencialmente utilitario y solo accidentalmente estético, ya que el goce visual de las formas constituye rara vez la aspiración principal del lector. Por tanto, es equivocada cualquier disposición del material de imprenta que, sea por la causa que sea, produzca el efecto de interponerse entre el autor y el lector. Se deduce de esto que la impresión de libros hechos para ser leídos ofrece muy reducido margen para la tipografía «original». Incluso la medio-cridad y la monotonía en la composición resultan mucho menos perniciosas para el lector que la excentricidad o la excesiva informalidad. Artificios de esta naturale-za son deseables, e incluso esenciales, en los impresos de propaganda sea de tipo comercial, político o religioso, porque en tales impresos solamente la novedad es capaz de vencer a la indiferencia. Pero la tipografía del libro, con la sola excepción de las ediciones de tirada muy limitada, requiere obediencia a unas normas que son casi totalmente absolutas. Y con razón. Dado que el arte de imprimir es esencial-mente un medio de multiplicación, nece-sita no solamente ser bueno en sí mismo, sino poseer esta bondad con respecto a una finalidad general. Cuanto más amplia sea esta finalidad, más estrictas serán las limitaciones impuestas al impresor. Puede tolerarse a este que haga un experimento en un opúsculo cuya tirada no exceda de
La tipografía es el medio eficaz para conseguir un fin esencialmente uti-litario y solo accidentalmente estético, ya que el goce visual de las formas constituye rara vez la aspiración principal del lector. Por tanto, es equivocada cualquier disposición del material de imprenta que, sea por la causa que sea, produzca el efecto de interponerse entre el autor y el lector. Se deduce de esto que la impresión de libros hechos para ser leídos ofrece muy reducido margen para la tipografía «original». Incluso la mediocridad y la monotonía en la composición resultan mucho menos perniciosas para el lector que la excentricidad o la excesiva informalidad. Artificios de esta naturaleza son deseables, e incluso esenciales, en los impresos de propaganda sea de tipo comercial, político o religioso, porque en tales impresos solamente la nove-dad es capaz de vencer a la indiferencia. Pero la tipografía del libro, con la sola excepción de las ediciones de tirada muy limitada, requiere obediencia a unas normas que son casi totalmente absolutas. Y con razón. Dado que el arte de imprimir es esencialmente un medio de multiplicación, necesita no solamente ser bueno en sí mismo, sino poseer esta bondad con respecto a una finalidad general. Cuanto más amplia sea esta finalidad, más estrictas serán las limitaciones impuestas al impresor. Puede tolerarse a este que haga un experimento en un opúsculo cuya tirada no exceda de cincuenta ejem-plares; pero carecería de sentido intentar hacer experimentos del mismo alcance en un impreso del que se tiren cincuenta mil. Por la misma razón, la introducción de una novedad tipográfica, que podría parecer adecuada en un folleto de dieciséis páginas, resultaría totalmente indeseable en un libro de ciento sesenta. Forma parte de la esencia de la tipografía y de la natura-leza del libro impreso, en cuanto tal, el hecho de que desempeña un servicio público.Para finalidades individuales o particulares existe el manuscrito, el códice. Hay, pues, algo de ridículo en hacer un solo ejemplar de un libro impreso, lo que no obsta para que se halle justificada la limitación del número de ejemplares de un libro cuando este constituye el vehículo de un experimento tipográfico. Siempre es deseable que se hagan experimentos, y si algo lamen-tamos es que sean tan limitadas en número y atrevimiento estas piezas «de laboratorio». La tipografía, en la actualidad, no precisa tanto de inspiración
La tipografía es el medio eficaz para conseguir un fin esen-cialmente utilitario y solo accidentalmente estético, ya que el goce visual de las formas constituye rara vez la aspiración principal del lector. Por tanto, es equivocada cual-quier disposición del material de imprenta que, sea por la causa que sea, produzca el efecto de interponer-se entre el autor y el lector. Se deduce de esto que la impresión de libros hechos para ser leídos ofrece muy reducido margen para la tipografía «original». Incluso la mediocridad y la monotonía en la composición resultan mucho menos perni-ciosas para el lector que la excentricidad o la excesiva informali-dad. Artificios de esta naturaleza son desea-bles, e incluso esen-
La tipografía es el me-dio eficaz para conse-guir un fin esencial-mente utilitario y solo accidentalmente estéti-co, ya que el goce visual de las formas constitu-ye rara vez la aspiración principal del lector. Por tanto, es equivocada cualquier disposición del material de im-prenta que, sea por la causa que sea, produz-ca el efecto de interpo-nerse entre el autor y el lector. Se deduce de esto que la impresión de libros hechos para ser leídos ofrece muy reducido margen para la tipografía «original». Incluso la mediocridad y la monotonía en la composición resultan mucho menos perni-ciosas para el lector que la excentricidad o la excesiva informali-dad. Artificios de esta naturaleza son desea-bles, e incluso esencia-les, en los impresos de
Viudas y huérfanas
La tipografía es el medio eficaz para con-seguir un fin esencialmente utilitario y solo accidentalmente estético, ya que el goce visual de las formas constituye rara vez la aspiración principal del lector. Por tanto, es equivocada cualquier dis-posición del material de imprenta que, sea por la causa que sea, produzca el efecto de interponerse entre el autor y el lector. Se deduce de esto que la im-presión de libros hechos para ser leí-dos ofrece muy reducido margen para la tipografía «original». Incluso la me-diocridad y la monotonía en la com-posición resultan mucho menos perni-ciosas para el lector que la excentricidad o la excesiva informalidad. Artificios de esta naturaleza son deseables, e in-cluso esenciales, en los impresos de pro-paganda sea de tipo comercial, políti-co o religioso, porque en tales impresos solamente la novedad es capaz de ven-cer a la indiferencia. Pero la tipografía del libro, con la sola excepción de las edi-ciones de tirada muy limitada, requie-re obediencia a unas normas que son casi totalmente absolutas. Y con razón. Dado que el arte de imprimir es esen-cialmente un medio de multiplicación, necesita no solamente ser bueno en sí mismo, sino poseer esta bondad con respecto a una finalidad. Cuanto más amplia sea esta finalidad,
más estrictas serán las limitaciones im-puestas al impresor. Puede tolerarse a este que haga un experimento en un opúsculo cuya tirada no exceda de cin-cuenta ejemplares; pero carecería de sentido intentar hacer experimentos del mismo alcance en un impreso del que se tiren cincuenta mil. Por la misma razón, la introducción de una novedad tipográfica, que podría parecer adecua-da en un folleto de dieciséis páginas, resultaría totalmente indeseable en un libro de ciento sesenta. Forma parte de la esencia de la tipografía y de la natu-raleza del libro impreso, en cuanto tal, el hecho de que desempeña un servi-cio público.Para finalidades individuales o particu-lares existe el manuscrito, el códice. Hay, pues, algo de ridículo en hacer un solo ejemplar de un libro impreso, lo que no obsta para que se halle justificada la limitación del número de ejempla-res de un libro cuando este constituye el vehículo de un experimento tipográ-fico. Siempre es deseable que se hagan experimentos, y si algo lamentamos es que sean tan limitadas en número y atrevimiento estas piezas «de labora-torio». La tipografía, en la actualidad, no precisa tanto de inspiración y re-surecciones históricas como de inves-tigación. Nos proponemos formular
La tipografía es el medio eficaz para con-seguir un fin esencialmente utilitario y solo accidentalmente estético, ya que el goce visual de las formas constituye rara vez la aspiración principal del lector. Por tanto, es equivocada cualquier dis-posición del material de imprenta que, sea por la causa que sea, produzca el efecto de interponerse entre el autor y el lector. Se deduce de esto que la im-presión de libros hechos para ser leí-dos ofrece muy reducido margen para la tipografía «original». Para finalidades individuales o particu-lares existe el manuscrito, el códice. Hay, pues, algo de ridículo en hacer un solo ejemplar de un libro impreso, lo que no obsta para que se halle justificada la limitación del número de ejemplares de un libro cuando este constituye el vehículo de un experimento tipográfi-co.Incluso la mediocridad y la monotonía en la composición resultan mucho me-nos perniciosas para el lector que la ex-centricidad o la excesiva informalidad. Artificios de esta naturaleza son desea-bles, e incluso esenciales, en los impre-sos de propaganda sea de tipo comer-cial, político o religioso, porque en tales impresos solamente la novedad es capaz
de vencer a la indiferencia. Pero la tipografía del libro, con la sola excepción de las ediciones de tirada muy limitada, requiere obediencia a unas normas que son casi totalmente absolutas. Cuanto más amplia sea esta finalidad, más estrictas serán las limi-taciones impuestas al impresor. Puede tolerarse a este que haga un ex-perimento en un opúsculo cuya tirada no exceda de cincuenta ejemplares; pero carecería de sentido intentar hacer ex-perimentos del mismo alcance en un impreso del que se tiren cincuenta mil.Por la misma razón, la introducción de una novedad tipográfica, que podría parecer adecuada en un folleto de die-ciséis páginas, resultaría totalmente in-deseable en un libro de ciento sesenta. Forma parte de la esencia de la tipo-grafía y de la naturaleza del libro im-preso, en cuanto tal, el hecho de que desempeña un servicio público.Para finalidades individuales o particu-lares existe el manuscrito, el códice. Hay, pues, algo de ridículo en hacer un solo ejemplar de un libro impreso, lo que no obsta para que se halle justificada la limitación del número de ejemplares de un libro cuando este constituye el ve-hículo de un experimento tipográfico.
Viudas y huérfanasViudas y huérfanas
La tipografía es el medio eficaz para con-seguir un fin esencialmente utilitario y solo accidentalmente estético, ya que el goce visual de las formas constituye rara vez la aspiración principal del lector. Por tanto, es equivocada cualquier dis-posición del material de imprenta que, sea por la causa que sea, produzca el efecto de interponerse entre el autor y el lector. Se deduce de esto que la im-presión de libros hechos para ser leí-dos ofrece muy reducido margen para la tipografía «original». Incluso la me-diocridad y la monotonía en la com-posición resultan mucho menos perni-ciosas para el lector que la excentricidad o la excesiva informalidad. Artificios de esta naturaleza son deseables, e in-cluso esenciales, en los impresos de pro-paganda sea de tipo comercial, políti-co o religioso, porque en tales impresos solamente la novedad es capaz de ven-cer a la indiferencia. Pero la tipografía del libro, con la sola excepción de las edi-ciones de tirada muy limitada, requie-re obediencia a unas normas que son casi totalmente absolutas. Y con razón. Dado que el arte de imprimir es esen-cialmente un medio de multiplicación, necesita no solamente ser bueno en sí mismo, sino poseer esta bondad con respecto a una finalidad. Cuanto más amplia sea esta finalidad,
más estrictas serán las limitaciones im-puestas al impresor. Puede tolerarse a este que haga un experimento en un opúsculo cuya tirada no exceda de cin-cuenta ejemplares; pero carecería de sentido intentar hacer experimentos del mismo alcance en un impreso del que se tiren cincuenta mil. Por la misma razón, la introducción de una novedad tipográfica, que podría parecer adecua-da en un folleto de dieciséis páginas, resultaría totalmente indeseable en un libro de ciento sesenta. Forma parte de la esencia de la tipografía y de la natu-raleza del libro impreso, en cuanto tal, el hecho de que desempeña un servi-cio público.Para finalidades individuales o particu-lares existe el manuscrito, el códice. Hay, pues, algo de ridículo en hacer un solo ejemplar de un libro impreso, lo que no obsta para que se halle justificada la limitación del número de ejempla-res de un libro cuando este constituye el vehículo de un experimento tipográ-fico. Siempre es deseable que se hagan experimentos, y si algo lamentamos es que sean tan limitadas en número y atrevimiento estas piezas «de labora-torio». La tipografía, en la actualidad, no precisa tanto de inspiración y re-surecciones históricas como de inves-tigación. Nos proponemos formular
La tipografía es el medio eficaz para con-seguir un fin esencialmente utilitario y solo accidentalmente estético, ya que el goce visual de las formas constituye rara vez la aspiración principal del lector. Por tanto, es equivocada cualquier dis-posición del material de imprenta que, sea por la causa que sea, produzca el efecto de interponerse entre el autor y el lector. Se deduce de esto que la im-presión de libros hechos para ser leí-dos ofrece muy reducido margen para la tipografía «original». Para finalidades individuales o particu-lares existe el manuscrito, el códice. Hay, pues, algo de ridículo en hacer un solo ejemplar de un libro impreso, lo que no obsta para que se halle justificada la limitación del número de ejemplares de un libro cuando este constituye el vehículo de un experimento tipográfi-co.Incluso la mediocridad y la monotonía en la composición resultan mucho me-nos perniciosas para el lector que la ex-centricidad o la excesiva informalidad. Artificios de esta naturaleza son desea-bles, e incluso esenciales, en los impre-sos de propaganda sea de tipo comer-cial, político o religioso, porque en tales impresos solamente la novedad es capaz
de vencer a la indiferencia. Pero la tipografía del libro, con la sola excepción de las ediciones de tirada muy limitada, requiere obediencia a unas normas que son casi totalmente absolutas. Cuanto más amplia sea esta finalidad, más estrictas serán las limi-taciones impuestas al impresor. Puede tolerarse a este que haga un ex-perimento en un opúsculo cuya tirada no exceda de cincuenta ejemplares; pero carecería de sentido intentar hacer ex-perimentos del mismo alcance en un impreso del que se tiren cincuenta mil.Por la misma razón, la introducción de una novedad tipográfica, que podría parecer adecuada en un folleto de die-ciséis páginas, resultaría totalmente in-deseable en un libro de ciento sesenta. Forma parte de la esencia de la tipo-grafía y de la naturaleza del libro im-preso, en cuanto tal, el hecho de que desempeña un servicio público.Para finalidades individuales o particu-lares existe el manuscrito, el códice. Hay, pues, algo de ridículo en hacer un solo ejemplar de un libro impreso, lo que no obsta para que se halle justificada la limitación del número de ejemplares de un libro cuando este constituye el ve-hículo de un experimento tipográfico.
Viudas y huérfanas (y líneas cortas)
La tipografía es el medio eficaz para con-seguir un fin esencialmente utilitario y solo accidentalmente estético, ya que el goce visual de las formas constituye rara vez la aspiración principal del lector. Por tanto, es equivocada cualquier dis-posición del material de imprenta que, sea por la causa que sea, produzca el efecto de interponerse entre el autor y el lector. Se deduce de esto que la im-presión de libros hechos para ser leí-dos ofrece muy reducido margen para la tipografía «original». Incluso la me-diocridad y la monotonía en la com-posición resultan mucho menos perni-ciosas para el lector que la excentricidad o la excesiva informalidad. Artificios de esta naturaleza son deseables, e in-cluso esenciales, en los impresos de pro-paganda sea de tipo comercial, políti-co o religioso, porque en tales impresos solamente la novedad es capaz de ven-cer a la indiferencia. Pero la tipografía del libro, con la sola excepción de las edi-ciones de tirada muy limitada, requie-re obediencia a unas normas que son casi totalmente absolutas. Y con razón. Dado que el arte de imprimir es esen-cialmente un medio de multiplicación, necesita no solamente ser bueno en sí mismo, sino poseer esta bondad con respecto a una finalidad. Cuanto más amplia sea esta finalidad,
más estrictas serán las limitaciones im-puestas al impresor. Puede tolerarse a este que haga un experimento en un opúsculo cuya tirada no exceda de cin-cuenta ejemplares; pero carecería de sentido intentar hacer experimentos del mismo alcance en un impreso del que se tiren cincuenta mil. Por la misma razón, la introducción de una novedad tipográfica, que podría parecer adecua-da en un folleto de dieciséis páginas, resultaría totalmente indeseable en un libro de ciento sesenta. Forma parte de la esencia de la tipografía y de la natu-raleza del libro impreso, en cuanto tal, el hecho de que desempeña un servi-cio público.Para finalidades individuales o particu-lares existe el manuscrito, el códice. Hay, pues, algo de ridículo en hacer un solo ejemplar de un libro impreso, lo que no obsta para que se halle justificada la limitación del número de ejempla-res de un libro cuando este constituye el vehículo de un experimento tipográ-fico. Siempre es deseable que se hagan experimentos, y si algo lamentamos es que sean tan limitadas en número y atrevimiento estas piezas «de labora-torio». La tipografía, en la actualidad, no precisa tanto de inspiración y re-surecciones históricas como de inves-tigación. Nos proponemos formular
La tipografía es el medio eficaz para con-seguir un fin esencialmente utilitario y solo accidentalmente estético, ya que el goce visual de las formas constituye rara vez la aspiración principal del lector. Por tanto, es equivocada cualquier dis-posición del material de imprenta que, sea por la causa que sea, produzca el efecto de interponerse entre el autor y el lector. Se deduce de esto que la im-presión de libros hechos para ser leí-dos ofrece muy reducido margen para la tipografía «original». Para finalidades individuales o particu-lares existe el manuscrito, el códice. Hay, pues, algo de ridículo en hacer un solo ejemplar de un libro impreso, lo que no obsta para que se halle justificada la limitación del número de ejemplares de un libro cuando este constituye el vehículo de un experimento tipográfi-co.Incluso la mediocridad y la monotonía en la composición resultan mucho me-nos perniciosas para el lector que la ex-centricidad o la excesiva informalidad. Artificios de esta naturaleza son desea-bles, e incluso esenciales, en los impre-sos de propaganda sea de tipo comer-cial, político o religioso, porque en tales impresos solamente la novedad es capaz
de vencer a la indiferencia. Pero la tipografía del libro, con la sola excepción de las ediciones de tirada muy limitada, requiere obediencia a unas normas que son casi totalmente absolutas. Cuanto más amplia sea esta finalidad, más estrictas serán las limi-taciones impuestas al impresor. Puede tolerarse a este que haga un ex-perimento en un opúsculo cuya tirada no exceda de cincuenta ejemplares; pero carecería de sentido intentar hacer ex-perimentos del mismo alcance en un impreso del que se tiren cincuenta mil.Por la misma razón, la introducción de una novedad tipográfica, que podría parecer adecuada en un folleto de die-ciséis páginas, resultaría totalmente in-deseable en un libro de ciento sesenta. Forma parte de la esencia de la tipo-grafía y de la naturaleza del libro im-preso, en cuanto tal, el hecho de que desempeña un servicio público.Para finalidades individuales o particu-lares existe el manuscrito, el códice. Hay, pues, algo de ridículo en hacer un solo ejemplar de un libro impreso, lo que no obsta para que se halle justificada la limitación del número de ejemplares de un libro cuando este constituye el ve-hículo de un experimento tipográfico.
Márgenes
La tipografía es el medio eficaz para conseguir un fin esencialmente
utilitario y solo accidentalmente estético, ya que el goce visual de las
formas constituye rara vez la aspiración principal del lector. Por tanto,
es equivocada cualquier disposición del material de imprenta que, sea
por la causa que sea, produzca el efecto de interponerse entre el autor
y el lector. Se deduce de esto que la impresión de libros hechos para
ser leídos ofrece muy reducido margen para la tipografía «original».
Incluso la mediocridad y la monotonía en la composición resultan
mucho menos perniciosas para el lector que la excentricidad o la
excesiva informalidad. Artificios de esta naturaleza son deseables,
e incluso esenciales, en los impresos de propaganda sea de tipo
comercial, político o religioso, porque en tales impresos solamente
la novedad es capaz de vencer a la indiferencia. Pero la tipografía del
libro, con la sola excepción de las ediciones de tirada muy limitada,
requiere obediencia a unas normas que son casi totalmente absolutas.
Y con razón. Dado que el arte de imprimir es esencialmente un medio
de multiplicación, necesita no solamente ser bueno en sí mismo, sino
poseer esta bondad con respecto a una finalidad general. Cuanto más
amplia sea esta finalidad, más estrictas serán las limitaciones im-
puestas al impresor. Puede tolerarse a este que haga un experimento
en un opúsculo cuya tirada no exceda de cincuenta ejemplares; pero
carecería de sentido intentar hacer experimentos del mismo alcance
en un impreso del que se tiren cincuenta mil. Por la misma razón, la
introducción de una novedad tipográfica, que podría parecer adecua-
da en un folleto de dieciséis páginas, resultaría totalmente indeseable
en un libro de ciento sesenta. Forma parte de la esencia de la tipogra-
fía y de la naturaleza del libro impreso, en cuanto tal, el hecho de que
desempeña un servicio público.
La tipografía es el medio eficaz para conseguir un fin esencialmente utilitario y
solo accidentalmente estético, ya que el goce visual de las formas constituye rara
vez la aspiración principal del lector. Por tanto, es equivocada cualquier disposi-
ción del material de imprenta que, sea por la causa que sea, produzca el efecto de
interponerse entre el autor y el lector. Se deduce de esto que la impresión de libros
hechos para ser leídos ofrece muy reducido margen para la tipografía «original».
Incluso la mediocridad y la monotonía en la composición resultan mucho menos
perniciosas para el lector que la excentricidad o la excesiva informalidad. Artificios
de esta naturaleza son deseables, e incluso esenciales, en los impresos de propagan-
da sea de tipo comercial, político o religioso, porque en tales impresos solamente
la novedad es capaz de vencer a la indiferencia. Pero la tipografía del libro, con la
sola excepción de las ediciones de tirada muy limitada, requiere obediencia a unas
normas que son casi totalmente absolutas. Y con razón. Dado que el arte de impri-
mir es esencialmente un medio de multiplicación, necesita no solamente ser bueno
en sí mismo, sino poseer esta bondad con respecto a una finalidad general. Cuanto
más amplia sea esta finalidad, más estrictas serán las limitaciones impuestas al
impresor. Puede tolerarse a este que haga un experimento en un opúsculo cuya
tirada no exceda de cincuenta ejemplares; pero carecería de sentido intentar hacer
experimentos del mismo alcance en un impreso del que se tiren cincuenta mil. Por
la misma razón, la introducción de una novedad tipográfica, que podría parecer
adecuada en un folleto de dieciséis páginas, resultaría totalmente indeseable en un
libro de ciento sesenta. Forma parte de la esencia de la tipografía y de la naturaleza
del libro impreso, en cuanto tal, el hecho de que desempeña un servicio público.
Para finalidades individuales o particulares existe el manuscrito, el códice. Hay,
pues, algo de ridículo en hacer un solo ejemplar de un libro impreso, lo que no
obsta para que se halle justificada la limitación del número de ejemplares de un
libro cuando este constituye el vehículo de un experimento tipográfico. Siempre
es deseable que se hagan experimentos, y si algo lamentamos es que sean tan
limitadas en número y atrevimiento estas piezas «de laboratorio». La tipografía, en
la actualidad, no precisa tanto de inspiración y resurecciones históricas como de
investigación. Nos proponemos formular aquí algunos principios sobradamente
conocidos por los impresores, y confirmados por la investigación, para que los no profesionales puedan reflexionar sobre ellos por su cuenta.
Distribuyendo elementos en la página
Dado que el arte de imprimir es esencialmente un
medio de multiplicación, necesita no solamente
ser bueno en sí mismo, sino poseer esta bondad
con respecto a una finalidad general. Cuanto más
amplia sea esta finalidad, más estrictas serán las
limitaciones impuestas al impresor. Puede tolerarse
a este que haga un experimento en un opúsculo
cuya tirada no exceda de cincuenta ejemplares; pero
carecería de sentido intentar hacer experimentos
del mismo alcance en un impreso del que se tiren
cincuenta mil. Por la misma razón, la introducción
de una novedad tipográfica, que podría parecer ade-
cuada en un folleto de dieciséis páginas, resultaría
totalmente indeseable en un libro de ciento sesenta.
Naturaleza del libro impreso, en cuanto tal.
ESTU
DIE
DISE
ÑO
GRÁF
ICO
DOS CUATRIMESTRESTodos los lunes y jueves
Programa de la materia
19:30 hCiclo 2011
Distribuyendo elementos en la página
Dado que el arte de imprimir es esencialmente un
medio de multiplicación, necesita no solamente
ser bueno en sí mismo, sino poseer esta bondad
con respecto a una finalidad general. Cuanto más
amplia sea esta finalidad, más estrictas serán las
limitaciones impuestas al impresor. Puede tolerarse
a este que haga un experimento en un opúsculo
cuya tirada no exceda de cincuenta ejemplares; pero
carecería de sentido intentar hacer experimentos
del mismo alcance en un impreso del que se tiren
cincuenta mil. Por la misma razón, la introducción
de una novedad tipográfica, que podría parecer ade-
cuada en un folleto de dieciséis páginas, resultaría
totalmente indeseable en un libro de ciento sesenta.
Naturaleza del libro impreso, en cuanto tal.
ESTU
DIE
DISE
ÑO
GRÁF
ICO
DOS CUATRIMESTRESTodos los lunes y jueves
Programa de la materia
19:30 hCiclo 2011
Distribuyendo elementos en la página
Dado que el arte de imprimir es esencialmente un
medio de multiplicación, necesita no solamente
ser bueno en sí mismo, sino poseer esta bondad
con respecto a una finalidad general. Cuanto más
amplia sea esta finalidad, más estrictas serán las
limitaciones impuestas al impresor. Puede tolerarse
a este que haga un experimento en un opúsculo
cuya tirada no exceda de cincuenta ejemplares; pero
carecería de sentido intentar hacer experimentos
del mismo alcance en un impreso del que se tiren
cincuenta mil. Por la misma razón, la introducción
de una novedad tipográfica, que podría parecer ade-
cuada en un folleto de dieciséis páginas, resultaría
totalmente indeseable en un libro de ciento sesenta.
Naturaleza del libro impreso, en cuanto tal.
ESTU
DIE
DISE
ÑO G
RÁFI
CO
DOS CUATRIMESTRESTodos los lunes y jueves
Programa de la materia
19:30 h
Ciclo2011
Criterios básicos de legibilidad
Recomendaciones y situaciones desaconsejables para bloques de texto de cierta extensión)
Algunos criterios básicos sobre legibilidad
Criterios de elección y uso tipográfico para bloques de texto
Tipografías muy condensadas
Esta sorprendente declaración es de origen francés y, (según dicen ellos) de cierta antigüedad. ¿Quién la dijo y cuando? ¿Un lugareño alardeando con una súbita y maravillosa revelación de espíritu dra-mático? ¿O es más cierto que se trata de una conquista de la mente del hombre? Dejemos a quienes conocen los antepasados que nos lo digan, olvídate del lugar de nacimiento de su tía, los recuerdos de su maestro de escuela, las circunstancias de su nacimiento, sus hábitos, su gusto por los cigarros o por las empuñaduras de espadas, o la política, o la religión. Quienquiera que él fuera, como haya prosperado, lo que haya dicho o hecho, nada puede justificar la sublime arrogancia de esta declaración «con venticinco soldados de plomo he conquistado el mundo».Sólo se puede permitir una cosa. A aquellos de vosotros a quienes les gustan las «evidencias internas», una reliquia agradable de los días de escuela, podéis considerar el número 25. ¿Puede decirnos la fecha de la frase? Hacia la mitad del siglo XVII la W fue añadida a las 25 letras del alfabeto; y estas 25 una o dos décadas antes eran 24 hasta que se añadió la J. Es por esto que me atrevo a afirmar que el «Cesar» de Shakespeare se escribió sobre 1640. Pero mi punto de vista es este: esta forma de actuar, carece del rigor y deja sin utilidad los diccionarios de frases, donde, indudablemente, estas se encuentran, fechadas, anotadas, y analizadas.Con 25 soldados de plomo… si no individualmente si se puede considerar una verdad general. Todas las alturas, profundidades y extensiones de las cosas tangibles y naturales —paisajes, puestas de sol, la fragancia del heno, el zumbido de las abejas, la belleza que pertenece a los párpados (y que falsamente se atribuye a los ojos); todas las emociones inmensurables e impulsos de la mente
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Tipografías muy expandidas
Esta sorprendente declaración es de origen francés y, (según dicen ellos) de cierta antigüedad. ¿Quién la dijo y cuando? ¿Un lugareño alardeando con una súbita y ma-ravillosa revelación de espíritu dra-mático? ¿O es más cierto que se trata de una conquista de la mente del hombre? Dejemos a quienes conocen los antepasados que nos lo digan, olvídate del lugar de naci-miento de su tía, los recuerdos de su maestro de escuela, las circuns-tancias de su nacimiento, sus hábi-tos, su gusto por los cigarros o por las empuñaduras de espadas, o la política, o la religión. Quienquiera que él fuera, como haya prospe-rado, lo que haya dicho o hecho, nada puede justificar la sublime arrogancia de esta declaración «con venticinco soldados de plomo he conquistado el mundo».Sólo se puede permitir una cosa. A aquellos de vosotros a quienes les gustan las «evidencias internas», una reliquia agradable de los días de escuela, podéis considerar el
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Interlineado muy cerrado Interlineado muy abierto
Esta sorprendente declaración es de ori-gen francés y, (según dicen ellos) de cierta antigüedad. ¿Quién la dijo y cuando? ¿Un lugareño alardeando con una súbita y mara-villosa revelación de espíritu dramático? ¿O es más cierto que se trata de una conquista de la mente del hombre? Dejemos a quienes conocen los antepasados que nos lo digan, olvídate del lugar de nacimiento de su tía, los recuerdos de su maestro de escuela, las circunstancias de su nacimiento, sus hábitos, su gusto por los cigarros o por las empuña-duras de espadas, o la política, o la religión. Quienquiera que él fuera, como haya prospe-rado, lo que haya dicho o hecho, nada puede justificar la sublime arrogancia de esta decla-ración «con venticinco soldados de plomo he conquistado el mundo».Sólo se puede permitir una cosa. A aquellos de vosotros a quienes les gustan las «evi-dencias internas», una reliquia agradable de los días de escuela, podéis considerar el número 25. ¿Puede decirnos la fecha de la frase? Hacia la mitad del siglo XVII la W fue añadida a las 25 letras del alfabeto; y estas 25 una o dos décadas antes eran 24 hasta que se añadió la J. Es por esto que me atrevo a afirmar que el «Cesar» de Shakespeare se escribió sobre 1640. Pero mi punto de vista es este: esta forma de actuar, carece del rigor y deja sin utilidad los diccionarios de frases,
Esta sorprendente declaración es de ori-
gen francés y, (según dicen ellos) de cierta
antigüedad. ¿Quién la dijo y cuando? ¿Un
lugareño alardeando con una súbita y mara-
villosa revelación de espíritu dramático? ¿O
es más cierto que se trata de una conquista
de la mente del hombre? Dejemos a quienes
conocen los antepasados que nos lo digan,
olvídate del lugar de nacimiento de su tía,
los recuerdos de su maestro de escuela, las
circunstancias de su nacimiento, sus hábitos,
su gusto por los cigarros o por las empuña-
duras de espadas, o la política, o la religión.
Quienquiera que él fuera, como haya prospe-
rado, lo que haya dicho o hecho, nada puede
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Columnas muy angostas Columnas muy anchas
Esta sorpren-dente declara-ción es de ori-gen francés y, (según dicen ellos) de cier-ta antigüedad. ¿Quién la dijo y cuando? ¿Un lugareño alar-deando con una súbita y maravillosa revelación de espíritu dramático? ¿O es más cierto que se trata de una conquista de la mente del hombre? Dejemos a quienes conocen los antepasados que nos lo digan, olvída-te del lugar de nacimiento
Esta sorprendente declaración es de origen francés y, (según dicen ellos) de cierta antigüedad. ¿Quién la dijo y cuando? ¿Un lugareño alardeando con una súbita y mara-villosa revelación de espíritu dramático? ¿O es más cierto que se trata de una conquista de la mente del hombre? Dejemos a quienes conocen los antepasados que nos lo digan, olvídate del lugar de nacimiento de su tía, los recuerdos de su maestro de escuela, las circunstancias de su nacimiento, sus hábitos, su gusto por los cigarros o por las em-puñaduras de espadas, o la política, o la religión. Quienquiera que él fuera, como haya prosperado, lo que haya dicho o hecho, nada puede justificar la sublime arrogancia de esta declaración «con venticinco soldados de plomo he conquistado el mundo».Sólo se puede permitir una cosa. A aquellos de vosotros a quienes les gustan las «evi-dencias internas», una reliquia agradable de los días de escuela, podéis considerar el número 25. ¿Puede decirnos la fecha de la frase? Hacia la mitad del siglo XVII la W fue añadida a las 25 letras del alfabeto; y estas 25 una o dos décadas antes eran 24 hasta que se añadió la J. Es por esto que me atrevo a afirmar que el «Cesar» de Shakespeare se es-cribió sobre 1640. Pero mi punto de vista es este: esta forma de actuar, carece del rigor y deja sin utilidad los diccionarios de frases, donde, indudablemente, estas se encuentran, fechadas, anotadas, y analizadas.Con 25 soldados de plomo… si no individualmente si se puede considerar una verdad general. Todas las alturas, profundidades y extensiones de las cosas tangibles y naturales —paisajes, puestas de sol, la fragancia del heno, el zumbido de las abejas, la belleza que pertenece a los párpados (y que falsamente se atribuye a los ojos); todas las emociones inmensurables e impulsos de la mente humana, que parece no tener límites; ideas y co-sas feas, terribles y misteriosas que como las bellas— están conseguidas, limitadas, orde-nadas en un frívolo montón de letras. Ventiseis signos! El material completo de mi hijo de seis años y de Shakespeare. Dos docenas de garabatos donde elegir que ordenados forman el Rey Lear ! Ellos son iguales para los grandes creadores y para nosotros. Ellos son la llave de la eternidad, peldaños de piedra que nos acercan a las estrellas. Y noso-tros los utilizamos unas veces para preparar pequeñas notas, otras para comunicarnos con un ser querido y otras para componer un artículo que se convierte en la Introduc-
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Tipografías de mucho contraste entre gruesos y finos
Esta sorprendente declaración es de origen francés y, (según dicen ellos) de cierta anti-güedad. ¿Quién la dijo y cuando? ¿Un lugare-ño alardeando con una súbita y maravillosa revelación de espíritu dramático? ¿O es más cierto que se trata de una conquista de la mente del hombre? Dejemos a quienes cono-cen los antepasados que nos lo digan, olvídate del lugar de nacimiento de su tía, los recuer-dos de su maestro de escuela, las circunstan-cias de su nacimiento, sus hábitos, su gusto por los cigarros o por las empuñaduras de es-padas, o la política, o la religión. Quienquiera que él fuera, como haya prosperado, lo que haya dicho o hecho, nada puede justificar la sublime arrogancia de esta declaración «con venticinco soldados de plomo he conquistado el mundo».Sólo se puede permitir una cosa. A aquellos de vosotros a quienes les gustan las «evidencias internas», una reliquia agradable de los días de escuela, podéis considerar el número 25. ¿Puede decirnos la fecha de la frase? Hacia la mitad del siglo XVII la W fue añadida a las 25 letras del alfabeto; y estas 25 una o dos décadas antes eran 24 hasta que se añadió la J. Es por esto que me atrevo a afirmar que el «Cesar» de Shakespeare se escribió sobre 1640. Pero mi punto de vista es este: esta
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Variables muy livianas
Esta sorprendente declaración es de origen francés y, (según dicen ellos) de cierta antigüe-dad. ¿Quién la dijo y cuando? ¿Un lugareño alardeando con una súbita y maravillosa reve-lación de espíritu dramático? ¿O es más cierto que se trata de una conquista de la mente del hombre? Dejemos a quienes conocen los antepasados que nos lo digan, olvídate del lugar de nacimiento de su tía, los recuerdos de su maestro de escuela, las circunstancias de su nacimiento, sus hábitos, su gusto por los cigarros o por las empuñaduras de espa-das, o la política, o la religión. Quienquiera que él fuera, como haya prosperado, lo que haya dicho o hecho, nada puede justificar la sublime arrogancia de esta declaración «con venticinco soldados de plomo he conquistado el mundo».Sólo se puede permitir una cosa. A aquellos de vosotros a quienes les gustan las «eviden-cias internas», una reliquia agradable de los días de escuela, podéis considerar el número 25. ¿Puede decirnos la fecha de la frase? Hacia la mitad del siglo XVII la W fue añadida a las 25 letras del alfabeto; y estas 25 una o dos décadas antes eran 24 hasta que se añadió la J. Es por esto que me atrevo a afirmar que el «Cesar» de Shakespeare se escribió sobre 1640. Pero mi punto de vista es este: esta
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Variables muy pesadas
Esta sorprendente declaración es de origen francés y, (según dicen ellos) de cierta antigüedad. ¿Quién la dijo y cuando? ¿Un lugareño alardeando con una súbita y maravillosa revelación de espíritu dramático? ¿O es más cierto que se trata de una conquista de la mente del hombre? Dejemos a quienes conocen los antepasados que nos lo digan, olvídate del lugar de nacimiento de su tía, los recuerdos de su maestro de escuela, las circunstancias de su nacimiento, sus hábitos, su gusto por los cigarros o por las empuñaduras de espadas, o la política, o la religión. Quienquiera que él fuera, como haya prosperado, lo que haya dicho o he-cho, nada puede justificar la sublime arrogancia de esta declaración «con venticinco soldados de plomo he con-quistado el mundo».Sólo se puede permitir una cosa. A aquellos de vosotros a quienes les gustan las «evidencias internas», una reliquia agradable de los días de es-cuela, podéis considerar el número 25. ¿Puede decirnos la fecha de la frase? Hacia la mitad del siglo XVII la W fue
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Signos de poca diferenciación
Esta sorprendente declaración es de origen francés y, (según dicen ellos) de cierta antigüedad. ¿Quién la dijo y cuando? ¿Un lugareño alardeando con una súbita y maravillosa revela-ción de espíritu dramático? ¿O es más cierto que se trata de una conquista de la mente del hombre? Dejemos a quienes conocen los antepasados que nos lo digan, olvídate del lugar de nacimiento de su tía, los recuerdos de su maestro de escuela, las circuns-tancias de su nacimiento, sus hábitos, su gusto por los cigarros o por las em-puñaduras de espadas, o la política, o la religión. Quienquiera que él fuera, como haya prosperado, lo que haya dicho o hecho, nada puede justificar la sublime arrogancia de esta decla-ración «con venticinco soldados de plomo he conquistado el mundo».Sólo se puede permitir una cosa. A aquellos de vosotros a quienes les gustan las «evidencias internas», una reliquia agradable de los días de es-cuela, podéis considerar el número 25. ¿Puede decirnos la fecha de la frase? Hacia la mitad del siglo XVII la W fue
declaración es de origen francés y, (según dicen ellos) de cierta antigüe-dad. ¿Quién la dijo y cuando? ¿Un lu-gareño alardean-
codpqage
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Justificados mal ajustados
Esta sorprendente declaración es de origen francés y, (según dicen ellos) de cierta antigüedad. ¿Quién la dijo y cuando? ¿Un lugareño alardeando con una súbita y maravillosa revelación de espíritu dramático? ¿O es más cierto que se trata de una conquista de la mente del hombre? Dejemos a quienes conocen los antepasados que nos lo digan, olvídate del lugar de nacimiento de su tía, los recuerdos de su maestro de escuela, las circunstancias de su nacimiento, sus hábitos, su gusto por los cigarros o por las empuñaduras de espadas, o la política, o la religión. Quienquiera que él fuera, como haya prosperado, lo que haya dicho o hecho, nada puede justificar la sublime arrogancia de esta declaración «con venticinco soldados de plomo he conquistado el mundo».Sólo se puede permitir una cosa. A aquellos de vosotros a quienes les gustan las «evidencias internas», una reliquia agradable de los días de escuela, podéis
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Cuerpos muy pequeños
Esta sorprendente declaración es de origen francés y, (según dicen ellos) de cierta antigüedad. ¿Quién la dijo y cuando? ¿Un lugareño alardeando con una súbita y maravillosa revelación de espíritu dramático? ¿O es más cierto que se trata de una conquista de la mente del hombre? Dejemos a quienes conocen los antepasados que nos lo digan, olvídate del lugar de nacimiento de su tía, los recuerdos de su maestro de escuela, las circunstancias de su nacimiento, sus hábitos, su gusto por los cigarros o por las empuñaduras de espadas, o la política, o la religión. Quienquiera que él fuera, como haya prosperado, lo que haya dicho o hecho, nada puede justificar la sublime arrogancia de esta declaración «con venticinco soldados de plomo he conquistado el mundo».Sólo se puede permitir una cosa. A aquellos de vosotros a quienes les gus-tan las «evidencias internas», una reliquia agradable de los días de escuela, podéis considerar el número 25. ¿Puede decirnos la fecha de la frase? Hacia la mitad del siglo XVII la W fue añadida a las 25 letras del alfabeto; y estas 25 una o dos décadas antes eran 24 hasta que se añadió la J. Es por esto que me atrevo a afirmar que el «Cesar» de Shakespeare se escribió sobre 1640. Pero mi punto de vista es este: esta forma de actuar, carece del rigor y deja sin utilidad los diccionarios de frases, donde, indudablemente, estas se encuentran, fechadas, anotadas, y analizadas.Con 25 soldados de plomo… si no individualmente si se puede considerar una verdad general. Todas las alturas, profundidades y extensiones de las cosas tangibles y naturales —paisajes, puestas de sol, la fragancia del heno, el zumbido de las abejas, la belleza que pertenece a los párpados (y que falsamente se atribuye a los ojos); todas las emociones inmensurables e impulsos de la mente humana, que parece no tener límites; ideas y cosas feas, terribles y misteriosas que como las bellas— están conseguidas, limitadas, ordenadas en un frívolo montón de letras. Ventiseis signos! El material completo de mi hijo de seis años y de Shakespeare. Dos docenas de garabatos donde elegir que ordenados forman el Rey Lear ! Ellos son iguales para los grandes creadores y para nosotros. Ellos son la llave de la eternidad, peldaños de piedra que nos acercan a las estrellas. Y nosotros los utilizamos unas veces para preparar pequeñas notas, otras para comunicar-nos con un ser querido y otras para componer un artículo que se convierte en la Introducción que estás leyendo.
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Texto compuesto todo en mayúsculas
ESTA SORPRENDENTE DECLARACIÓN ES DE ORIGEN FRANCÉS Y, (SEGÚN DICEN ELLOS) DE CIERTA ANTIGÜEDAD. ¿QUIÉN LA DIJO Y CUANDO? ¿UN LUGAREÑO ALARDEANDO CON UNA SÚBITA Y MA-RAVILLOSA REVELACIÓN DE ESPÍRITU DRAMÁTICO? ¿O ES MÁS CIERTO QUE SE TRATA DE UNA CONQUISTA DE LA MENTE DEL HOMBRE? DEJEMOS A QUIE-NES CONOCEN LOS ANTEPASADOS QUE NOS LO DIGAN, OLVÍDATE DEL LUGAR DE NACIMIENTO DE SU TÍA, LOS RECUER-DOS DE SU MAESTRO DE ESCUELA, LAS CIRCUNSTANCIAS DE SU NACIMIENTO, SUS HÁBITOS, SU GUSTO POR LOS CIGARROS O POR LAS EMPUÑADURAS DE ESPADAS, O LA POLÍTICA, O LA RE-LIGIÓN. QUIENQUIERA QUE ÉL FUERA, COMO HAYA PROSPERADO, LO QUE HAYA DICHO O HECHO, NADA PUEDE JUSTIFICAR LA SUBLIME ARROGANCIA DE ESTA DECLARACIÓN «CON VENTICIN-CO SOLDADOS DE PLOMO HE CONQUIS-TADO EL MUNDO».SÓLO SE PUEDE PERMITIR UNA COSA. A AQUELLOS DE VOSOTROS A QUIENES LES GUSTAN LAS «EVIDENCIAS INTERNAS»,
Composición
COMPOSICIÓN
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Texto compuesto todo en mayúsculas
ESTA SORPRENDENTE DECLARACIÓN ES DE ORIGEN FRANCÉS Y, (SEGÚN DICEN ELLOS) DE CIERTA ANTIGÜEDAD. ¿QUIÉN LA DIJO Y CUANDO? ¿UN LUGAREÑO ALARDEANDO CON UNA SÚBITA Y MA-RAVILLOSA REVELACIÓN DE ESPÍRITU DRAMÁTICO? ¿O ES MÁS CIERTO QUE SE TRATA DE UNA CONQUISTA DE LA MENTE DEL HOMBRE? DEJEMOS A QUIE-NES CONOCEN LOS ANTEPASADOS QUE NOS LO DIGAN, OLVÍDATE DEL LUGAR DE NACIMIENTO DE SU TÍA, LOS RECUER-DOS DE SU MAESTRO DE ESCUELA, LAS CIRCUNSTANCIAS DE SU NACIMIENTO, SUS HÁBITOS, SU GUSTO POR LOS CIGARROS O POR LAS EMPUÑADURAS DE ESPADAS, O LA POLÍTICA, O LA RE-LIGIÓN. QUIENQUIERA QUE ÉL FUERA, COMO HAYA PROSPERADO, LO QUE HAYA DICHO O HECHO, NADA PUEDE JUSTIFICAR LA SUBLIME ARROGANCIA DE ESTA DECLARACIÓN «CON VENTICIN-CO SOLDADOS DE PLOMO HE CONQUIS-TADO EL MUNDO».SÓLO SE PUEDE PERMITIR UNA COSA. A AQUELLOS DE VOSOTROS A QUIENES LES GUSTAN LAS «EVIDENCIAS INTERNAS»,
Composición
COMPOSICIÓN
A modo de conclusión
• Las decisiones tipográficas se basan en aspectos funcionales y estilísticos.
A modo de conclusión
• Las decisiones tipográficas se basan en aspectos funcionales y estilísticos.
• Los aspectos funcionales se basan en normas que funcionan como recomendaciones y que han proba-do su utilidad a lo largo del tiempo. Podemos seguir en mayor o menor medida esas normas, pero no po-demos desconocerlas.
A modo de conclusión
• Las decisiones tipográficas se basan en aspectos funcionales y estilísticos.
• Los aspectos funcionales se basan en normas que funcionan como recomendaciones y que han proba-do su utilidad a lo largo del tiempo. Podemos seguir en mayor o menor medida esas normas, pero no po-demos desconocerlas.
• Cuando elegimos ignorar o contradecir una norma tenemos que saber que eso tiene consecuencias. Esa decisión tiene que ser consciente y no capri-chosa. Lo que ganamos tiene que ser más que lo que perdemos.
A modo de conclusión
• Las decisiones tipográficas se basan en aspectos funcionales y estilísticos.
• Los aspectos funcionales se basan en normas que funcionan como recomendaciones y que han proba-do su utilidad a lo largo del tiempo. Podemos seguir en mayor o menor medida esas normas, pero no po-demos desconocerlas.
• Cuando elegimos ignorar o contradecir una norma tenemos que saber que eso tiene consecuencias. Esa decisión tiene que ser consciente y no capri-chosa. Lo que ganamos tiene que ser más que lo que perdemos.
• Los aspectos estilísticos son más dinámicos y por eso más difíciles de manejar. Están más relaciona-dos con la experiencia y la sensibilidad, y no siguen normas o leyes.
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