Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
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INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE
FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 30
EL LIBRO DE ROMANOS
VERSÍCULO POR VERSÍCULO
(Segunda parte)
Romanos 5 - 8
Capítulo 1
Introducción a la vida correcta
Este es el segundo de una serie de cuatro fascículos con notas
para quienes han escuchado nuestros programas de radio sobre la
carta de Pablo a los romanos, versículo por versículo. Si usted no
tiene el primero de estos fascículos, lo aliento a que se ponga en
contacto con nosotros para que le enviemos un ejemplar. Si usted
quiere aprender por su cuenta o compartir este estudio de Romanos
con otros, necesitará el primer fascículo para tener continuidad y
perspectiva. Si bien en esta serie de programas radiales yo enseño la
carta de Pablo a los romanos versículo por versículo, en mi primer
fascículo hice un resumen de los primeros cuatro capítulos de esta
carta, y en éste sintetizaré los siguientes cuatro capítulos (5 – 8) de
esta obra maestra teológica de Pablo.
En los primeros cuatro capítulos de esta carta, Pablo relaciona
la justificación con el pecador. Su conclusión es que todos nosotros
somos pecadores, pero luego de esa mala noticia nos da la Buena
Noticia de que Dios ha justificado, o declarado justos, a todos lo que
deciden creerle cuando revela lo que ha hecho por nosotros a través
de Jesucristo. En realidad, la conclusión de los primeros cuatro
capítulos se encuentra en el primer versículo del capitulo cinco:
“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio
de nuestro Señor Jesucristo”.
En los siguientes cuatro capítulos de esta carta, Pablo
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relaciona la justificación con los que han sido declarados justos por
su fe en lo que Jesucristo hizo por ellos en la cruz. Los pecadores que
han sido declarados justos por Dios ya no tienen que vivir como
pecadores, sino tienen que vivir correctamente. Pero, ¿cómo lo
hacemos? Nuestra naturaleza de pecado, ¿fue quitada cuando
confiamos en Jesucristo como nuestro Salvador? ¿Dónde podemos
encontrar el poder dinámico para vivir vidas justas, para vivir
correctamente?
Pablo contesta estas preguntas en los próximos cuatro
capítulos, y comienza su respuesta en el segundo versículo del
capítulo 5: “Por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia
en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la
gloria de Dios”. Por la fe somos justificados por Jesucristo. Y por la
fe tenemos acceso a la gracia que nos posibilita adoptar una posición
por Cristo, para Cristo y con Cristo. Cuando aprendemos cómo hacer
esto en este mundo pecaminoso, sin ser esclavos del pecado,
podemos vivir una vida que glorifica a Dios.
En nuestro primer estudio, resumido en el primer fascículo,
aprendimos que el evangelio trata de dos hechos relativos a
Jesucristo: su muerte y su resurrección. Por fe en el primer hecho del
evangelio somos justificados y reconciliados de forma que llegamos
a un estado de paz con Dios. Cuando Pablo dice que tenemos entrada
por la fe a la gracia, nos está llevando a que pongamos nuestra fe en
el segundo hecho del evangelio: la resurrección de Jesucristo.
La palabra que Pablo escribió aquí y que se traduce como
“gracia” es karis, en griego. La gracia de Dios no es solo la
bendición y el favor de Dios que no merecemos, que no nos ganamos
y que no logramos por nuestros propios esfuerzos. La gracia de Dios
es la vida y el poder de Dios que obran en nosotros y a través de
nosotros. Cuando la gracia obra en y por nosotros, se usa la palabra
griega karisma.
Gracia asombrosa
En otro versículo maravilloso sobre la gracia que surge de la
pluma del apóstol Pablo, leemos: “Y poderoso es Dios para hacer que
abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en
todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra”
(itálicas agregadas para dar énfasis). Este es el versículo más
categórico de la Biblia sobre la gracia que Dios ha puesto a
disposición de su pueblo: 2 Corintios 9:8.
Según Pablo, Dios puede hacer que toda gracia (no un
poquito de gracia) abunde (no sea dada mezquinamente) en usted (no
solo en Billy Graham, el pastor o el misionero, sino en usted), a fin
de que (Pablo lo repite para enfatizar), teniendo siempre (no solo a
veces) en todas las cosas (no solo en alguna cosas) todo lo suficiente
(no solo parcialmente suficiente), abundemos (no solo andemos bien)
para toda buena obra (no solo alguna buena obra).
En resumen: ¡Toda gracia, abunde, siempre, todos ustedes,
quiero decir todos ustedes, en todas las cosas, todo lo suficiente, en
toda buena obra que Dios quiere hacer a través de ustedes! La iglesia
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del Nuevo Testamento trastornó el mundo porque creía y
experimentaba la verdad que Pablo proclamó en este extraordinario
versículo acerca de la gracia asombrosa de Dios.
¿Está disponible esta gracia para los creyentes hoy?
Una vez oí decir al Dr. A. W. Tozer, un gran maestro de la
Biblia: “Cuando uno lee el Nuevo Testamento y mira las iglesias de
hoy, no puede evitar pensar que Dios hizo publicidad engañosa en el
Nuevo Testamento”. Dado que todas esas expresiones superlativas
son verdaderas, ¿cómo podemos explicar la patética falta de
atracción dinámica de nuestras iglesias hoy?
Una vez oí decir a un pastor: “Cuando vuelva el Señor, mi
congregación será la primera en ser resucitada, ¡porque el Nuevo
Testamento dice que: ‘los muertos en Cristo resucitarán primero’!”.
Otro pastor, que enfrentaba la misma falta de dinámica espiritual en
su congregación, describió la impotencia espiritual de su gente de
esta forma: ‘¡Preparados, listos, nunca!’.
Dios dijo al apóstol Pablo: “Bástate mi gracia”. Parece
apropiado, a la luz de la “anemia espiritual” de muchas de nuestras
iglesias hoy, colocar después de esa afirmación la pregunta:
“¿Verdadero o falso?”. Debemos concluir que la gracia está
disponible para nosotros actualmente, pero no estamos accediendo a
esa gracia. Tal vez no sabemos cómo acceder a la gracia de Dios hoy.
¿O es que no creemos en la gracia de Dios en nuestro tiempo?
Pablo comienza los segundos cuatro capítulos de esta carta
diciendo que las personas que han sido declaradas justas pueden vivir
correctamente si tienen la fe para acceder a la gracia de Dios. Escribe
que, si tienen la fe, y saben cómo acceder a la gracia de Dios, pueden
adoptar una posición por Cristo y para Cristo en un mundo
pecaminoso. Luego pueden regocijarse en la esperanza de vivir una
vida que glorifica a Dios. Esto introduce el tema de los siguientes
cuatro capítulos que tratan, esencialmente, sobre cómo los pecadores
que han sido declarados justos por Dios deben acceder a la gracia de
Dios para poder vivir correctamente y glorificar a Dios.
Regocijarse en el sufrimiento
Pablo nos da su segundo punto de vista sobre cómo acceder a
la gracia de Dios cuando exhorta a los creyentes de Roma –y a usted
y a mí– a regocijarnos en nuestro sufrimiento. Ahora bien, ¿por qué
habría de exhortarnos a regocijarnos en la tribulación o el
sufrimiento? ¿Y qué tiene que ver el regocijarnos en nuestro
sufrimiento con acceder a la gracia de Dios?
Pablo dice que debemos regocijarnos en nuestro sufrimiento
porque Dios a veces lo usa para llevarnos a acceder a la gracia
descrita y prescrita en ese gran versículo que escribió a los corintios.
Esa gracia está disponible para cada auténtico discípulo de Jesucristo.
¿Cómo se debe sentir nuestro Dios cuando nos ve luchando
para vivir como deberíamos en este mundo, sabiendo que Él nos ha
provisto la forma de acceder a toda la gracia que necesitamos, y que
no nos apropiamos de esa gracia? Después de escribir que podemos
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acceder a la gracia de Dios por fe, cuando nos exhorta por segunda
vez a regocijarnos, Pablo nos informa una segunda forma de acceder
a la gracia de Dios. Debemos regocijarnos porque su gracia nos
equipa para darle gloria mediante una vida correcta, y debemos
regocijarnos cuando Dios usa el sufrimiento para hacernos una oferta
que no podemos rechazar.
Hay niveles o grados de sufrimiento que simplemente no
podemos soportar sin la gracia de Dios. Cuando nuestro sufrimiento
no lleva más allá de los límites de los recursos humanos que
podemos tener en nosotros, estos tiempos de severas pruebas se
convierten en una oportunidad para que Dios nos provea su gracia.
Un devoto compositor de himnos expresó esta verdad así:
“Él da más gracia cuando aumentan las cargas
Envía más fuerza al crecer la tarea
A la mayor aflicción misericordia agrega
A la múltiple pena su paz multiplicada.
Cuando hemos agotado nuestra resistencia
El día casi se ha ido y nuestra fuerza ha fallado
Cuando hemos agotado nuestros recursos humanos
Las dádivas plenas de nuestro Padre apenas comienzan.
Su amor es sin límite
Su gracia sin medida
Su poder sin fronteras que se puedan marcar
Pues de sus riquezas infinitas en Jesús
Él da, y da y vuelve a dar”.
Cuando experimentamos esa gracia, deberíamos regocijarnos
en el sufrimiento que nos llevó a descubrirla. En los siguientes tres
versículos, Pablo describe este proceso: “Y no sólo esto, sino que
también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la
tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba,
esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha
sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos
fue dado” (3-5).
En estos versículos Pablo nos dice que la voluntad de Dios
nunca nos llevará donde la gracia de Dios no nos pueda sostener. Sin
embargo, la voluntad de Dios frecuentemente nos lleva donde solo la
gracia de Él nos puede sostener. Esa verdad suele hacerse realidad en
nuestras experiencias de sufrimiento. Pablo escribe que nuestro
sufrimiento (o tribulación) “produce”. Cuando no podemos soportar
nuestro sufrimiento y rogamos a Dios que nos dé la medida de gracia
que necesitamos, se produce una virtud espiritual que se traduce aquí
como “paciencia”. La palabra griega es hipomoné. En realidad, está
formada por dos palabras que significan ‘morar’ y ‘bajo’.
Hay ocasiones en que nos encontramos en situaciones
difíciles y, cuando clamamos al Señor pidiendo liberación, Él
contesta nuestra oración y nos libera de esas situaciones. Sin
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embargo, hay otras ocasiones en que no nos libra sino que nos da la
gracia para permanecer bajo las presiones y tensiones de nuestras
dificultades.
Pablo pidió a los filipenses que oraran para que fuera liberado
de la cárcel, y fue liberado. Sin embargo, Pablo tenía un problema
que describió como un “aguijón en la carne” que estoy convencido
de que era un problema de salud. En el original griego, Pablo dice
literalmente a los gálatas que el problema de su ojo era de apariencia
tan horrenda que daba ganas de escupir, que causaba nauseas.
Cuando Pablo entró por primera vez en Galacia, el Espíritu le
prohibió que entrara en Asia. En esa encrucijada de su viaje
misionero, se le unió su amado médico, Lucas, que, al escribir el
Libro de Hechos, cambia el pronombre, de “ellos” a “nosotros”
(Gálatas 4:15, 6:11; Hechos 9:8; 18; 16:6, 10). Pablo pidió a Dios
tres veces que lo liberara de esta enfermedad. Dios respondió
diciéndole que no lo libraría, sino le daría la gracia para “morar
debajo” del problema (2 Corintios 12:7-10). Pablo sabe, desde su
experiencia personal, lo que está describiendo y prescribiendo para
estos creyentes romanos.
Según él, funciona así: cuando Dios nos da la gracia para
enfrentar nuestros problemas, se desarrolla una cantidad de paciencia
en nuestro carácter que se convierte en una dimensión vital de lo que
somos y de quiénes somos en Cristo. Se dice que una naranja se
convierte en una naranja simplemente porque permanece en el
mismo lugar hasta que llega a ser una naranja. Según Pablo, este
nivel especial de perseverancia produce carácter, y el carácter
produce esperanza. Luego dice que la esperanza no avergüenza. En
realidad, escribe: “La esperanza no puede ponerse en fuga”
(Romanos 5:5). Significa que un discípulo con este carácter probado
no dejará una situación difícil como hizo Juan Marcos, que se volvió
a su casa cuando fueron perseguidos en su primer viaje misionero
(Hechos 17:37-40).
En una vista a misioneros en la frontera entre Pakistán y
Afganistán, en 1977, aprendí que una de las cualidades más
importantes que los líderes de las sociedades misioneras buscan en
los candidatos para misioneros es lo que podríamos llamar “aguante”,
la capacidad de mantenerse donde Dios nos ha puesto. ¿Puede usted
ir a una cultura extraña, como algunos de los médicos misioneros que
conocí en esa cultura difícil, y quedarse quince, veinte o veinticinco
años? ¿Puede vivir una vida como la que vivió Cristo allí de forma
tal que su vida sea un fragancia de Cristo, una declaración irrefutable
del evangelio de Jesucristo a las personas que son hostiles hacia
Cristo y sus seguidores?
Las sociedades misioneras están buscando candidatos que
tengan esa cualidad en su carácter, porque saben que, para ser un
misionero fructífero en el largo plazo, en una situación transcultural,
una de las características necesarias es la perseverancia. En su mayor
parte, el trabajo misionero no consiste en predicar, sino en el desafío
de vivir a Cristo en un contexto transcultural hasta que las personas
que uno quiere alcanzar vean que “la vida de Jesús se manifieste en
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nuestra carne mortal”, para usar las palabras del más grande
misionero de la historia de la iglesia (2 Corintios 4:11).
Luego describe la experiencia de un discípulo que ha sido
probado y aprobado por la persecución, cuando dice que “el amor de
Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo
que nos fue dado” (5). Esta puede ser otra forma de describir lo que
Pablo llama en otro lugar “ser llenos [ser controlados por] del
Espíritu” (Efesios 5:18). Esto podría ser también lo que estaba
describiendo Jesús en la última de sus “bienaventuradas actitudes”,
cuando pronunció la bendición sobre los que padecen persecución a
causa de la justicia (Mateo 5:10).
¿Se da cuenta por qué Pablo escribe que debemos
regocijarnos en nuestros sufrimientos porque el sufrimiento produce
algo? El sufrimiento (o la tribulación) produce perseverancia,
carácter, esperanza (“aguante”) o la paciencia resignada que no
abandona ni huye del candelabro difícil en donde hemos sido puestos
estratégicamente por el Cristo resucitado y vivo para brillar en un
mundo oscuro. Dios entonces llena este tipo de discípulo con su
amor, que es el fruto o la evidencia de la hermosa realidad de que el
Espíritu Santo está controlando la vida de un discípulo de Jesús.
“Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo
murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un
justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas
Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún
pecadores, Cristo murió por nosotros.
“Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él
seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos
reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando
reconciliados, seremos salvos por su vida. Y no sólo esto, sino que
también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por
quien hemos recibido ahora la reconciliación” (Romanos 5:6-11).
Pablo ahora vuelve brevemente a su énfasis en el primer
hecho relativo al evangelio, al escribir que el amor de Dios es
extraordinario porque Dios nos amó en y a través de la muerte de
Cristo mientras éramos pecadores, impíos y enemigos de Dios. La
tremenda realidad de que Dios nos amó (y nos ama) a través de
Cristo deja en claro que fuimos y somos totalmente indignos del
amor de Dios. Nuestra condición perdida magnifica y eleva el amor
de Dios, y no nuestra bondad ni nuestro merecimiento de la
salvación. Por esta razón, una de los significados básicos de la
palabra “gracia” es ‘favor inmerecido’.
Ahora Pablo vuelve rápidamente al segundo hecho relativo al
evangelio al hacer, en esencia, la siguiente pregunta: “Si fuimos
reconciliados a Dios a través de la muerte de su Hijo, ¿cuánto más
seremos salvados a través de la vida del Hijo de Dios resucitado y
vivo?”. Y nos dice por qué los pecadores como usted y yo debemos
creer en estos dos hechos relativos al evangelio cuando usa la palabra
“reconciliación”.
La consecuencia esencial de la reconciliación que tenemos
con Dios, cuando somos justificados por fe en nuestro Señor
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Jesucristo, es paz con Dios. Por tercera vez, Pablo nos exhorta a
regocijarnos. Nos ha exhortado a regocijarnos porque podemos vivir
vidas que glorifiquen a Dios. Debemos regocijarnos en nuestros
sufrimientos, porque hemos recibido reconciliación con nuestro Dios.
A partir del versículo 12, en la segunda mitad de este
capítulo, Pablo escribe lo que tal vez sea el pasaje más difícil de
todos sus escritos. Estoy en deuda nuevamente con el Dr. David
Stuart Briscoe por su sencillo, pero brillante, resumen de este pasaje,
que está realmente en el corazón de la teología de la iglesia del
Nuevo Testamento.
Los cuatro conquistadores
Según mi maestro de la Biblia favorito, en este pasaje Pablo
nos habla de cuatro conquistadores. Cada uno de estos
conquistadores entra en este mundo y abunda en él hasta que reina o
conquista. El primer conquistador podría llamarse “rey Pecado”.
Pablo no nos da un tratado sobre cómo el pecado entró, o entra, en el
mundo o en nuestra vida. Simplemente reconoce la dura realidad de
que el pecado y el mal están aquí, y están muy presentes en nuestra
vida personal.
El origen del mal es un problema que los teólogos y los
filósofos han discutido durante miles de años. Los que son creyentes
no pueden explicar cómo o de dónde surgió el mal si todo lo que creó
Dios era bueno. La Biblia es suficientemente realista como para
reconocer la realidad de la existencia de estos poderes, que son
enemigos de Dios y de todo lo bueno, pero no nos dice claramente
por qué o cómo Dios permitió que estuvieran aquí.
Lo más cerca que llegamos a una explicación es en la
parábola que enseñó Jesús sobre el trigo y la cizaña (Mateo 13:24-
30). La buena semilla es plantada, pero este cultivo plantado es
saboteado, probablemente de noche, cuando alguien con malas
intenciones para con el labrador siembra cizaña o malezas que tienen
un aspecto idéntico al trigo. Cuando ambos crecen juntos, es
imposible diferenciar a uno del otro. Siguen una pregunta y una
respuesta: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De
dónde, pues, tiene cizaña? Él les dijo: Un enemigo ha hecho esto”
(27, 28).
Le recuerdo nuevamente que, como Moisés en el Libro de
Génesis, Pablo no solo nos dice las cosas como eran en el pasado.
Nos presenta principalmente estos cuatro conquistadores como son
hoy. Siga el hilo del argumento: él está enseñando a pecadores que
han sido declarado justos cómo pueden acceder a la gracia de Dios,
por fe, y luego vivir rectamente en un mundo pecaminoso y
decadente.
Nos dice que el rey Pecado entra en nuestro mundo y nuestra
vida. Su intención es prosperar en nuestra vida y nuestro mundo
hasta conquistarnos y reinar sobre nosotros. Un gran y
experimentado pastor me enseñó: “¡No se puede coexistir con el
pecado, así como no se puede coexistir con un cáncer maligno!”.
Todo devoto seguidor de Cristo tiene que saber que el pecado es un
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conquistador. Cuando el pecado entró en este mundo o cuando entra
en nuestra vida, su intención fue y sigue siendo crecer y prosperar
hasta conquistarnos y reinar sobre nosotros.
El segundo conquistador que Pablo nos presenta en este
contexto es la “reina Muerte”. Pablo concluye el próximo capítulo
con la conclusión de que el pecado nos paga un salario, y que el
salario que paga el pecado siempre es la muerte. Cuando usa la
metáfora de la muerte, incluye la muerte literal, pero quiere decir
más que eso. Está aplicando el rótulo de “muerte” a todas las
consecuencias negativas de nuestro pecado en nuestro mundo y
nuestra vida. Cuando el rey Pecado entra en nuestra vida, siempre
estará acompañado por la reina Muerte.
El anciano e inspirado autor del Libro de Salmos declara que
debemos comer del fruto del trabajo de nuestras manos (Salmos
128:2). El poeta nos dice: “Tarde o temprano, todo hombre debe
sentarse al banquete de las consecuencias”. Jesús enfatizó
fuertemente esta misma realidad innegable de que toda elección que
hacemos nos conduce a sus consecuencias (Mateo 7:13-27). En este
profundo mensaje, Pablo enseña la misma verdad, cuando declara
que la reina Muerte siempre viene después del rey Pecado.
Estos dos primeros conquistadores podrían ser rotulados
como “malas noticias”. El tercer y cuarto conquistador son las
buenas noticias. El tercer conquistador es el rey Jesús. El evangelio
presentado por Pablo en esta carta es que Jesús entró en este mundo.
Abundó en este mundo hasta que conquistó al pecado, al mal y a
Satanás. Un día, Jesús reinará sobre su reino, que no tendrá fin.
Jesucristo es el mayor Conquistador que este mundo ha
conocido jamás. Durante dos milenios ha estado conquistando las
vidas de personas de todo el mundo. Un día se sabrá que Él ha
conquistado y reinado sobre personas de toda nación, origen étnico,
raza y color de este mundo (Mateo 24:14; Apocalipsis 5:9). Según el
último libro de la Biblia, un día Jesús conquistará literalmente como
Rey de reyes y Señor de señores.
Recuerde que el argumento sistemático que presenta Pablo es
que es posible acceder a la gracia de Dios, que nos dará la dinámica
espiritual para vivir correctamente, como deberían vivir personas que
han sido declaradas justas. La verdad más dinámica en el Nuevo
Testamento son las Buenas Nuevas de que el mismo Jesús que entró
en este mundo para salvarnos de nuestros pecados puede entrar en su
vida hoy como el Cristo vivo, ya que resucitó de los muertos.
Cuando Jesús entró en este mundo, y cuando entra en
nuestras vidas hoy, quiere abundar hasta reinar en su vida y en la mía
(Romanos 5:17). Él dijo que vino para que tuviéramos vida y para
que pudiéramos tener vida más abundante (Juan 10:10). Esto debería
plantear algunas preguntas en su corazón y en el mío: ¿He sido
justificado por fe en Jesucristo? ¿Sigo siendo conquistado
habitualmente por el rey Pecado y por su “melliza”, la reina Muerte?
¿Estoy comiendo continuamente del “banquete de las consecuencias”
que me demuestra a mí y a los que me conocen que sigo siendo
derrotado por estos dos reyes?
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
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Si usted está siendo derrotado continuamente por el pecado y
sus consecuencias, entonces está listo para escuchar las Buenas
Nuevas (el evangelio) sobre el cuarto conquistador en esta gran
declaración con la que comienza Pablo su tratado sobre cómo vivir
correctamente. El cuarto conquistador es el “rey Usted”. Luego de
hablarnos de los tres conquistadores anteriores, Pablo escribe: “Pues
si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más
reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la
abundancia de la gracia y del don de la justicia” (Romanos 5:17).
Hay tanta más verdad en este profundo pasaje que no tendré
el espacio para presentarla aquí. La verdad importante que debemos
obtener de este gran pasaje es que podemos entrar en Cristo, abundar
en Cristo, reinar en Cristo y ser victoriosos sobre el pecado y la
muerte.
La hermosa metáfora de estos cuatro conquistadores
comienza esta segunda sección de cuatro capítulos, que hablan de
cómo podemos conquistar estos dos reyes, Pecado y Muerte, entrar
en una vida en unión con Cristo y reinar en vida a través de nuestra
relación con Él. Los capítulos 6, 7 y 8 desarrollarán esta enseñanza
de una forma profunda e integral. ¡Pablo concluirá en el capítulo 8
proclamando que podemos ser súper vencedores en y a través de
Quien nos amó! (8:37).
Finaliza esta enseñanza sobre los cuatro conquistadores
relacionando el pecado de Adán, a través de quien fuimos hechos
todos pecadores, con la obra de Cristo, a través de quien todos los
que creen son hechos justos.
“Así que, como por la transgresión de uno [Adán] vino la
condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia
de uno [Jesús] vino a todos los hombres la justificación de vida.
Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos
fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno,
los muchos serán constituidos justos” (5:18, 19).
El pecado de Adán resultó en juicio y la condena de muerte,
en tanto que el acto justo de Jesucristo resultó en el regalo gratuito de
la justificación y la vida para los que son los hijos de Abraham,
porque ellos tienen la fe para creerle a Dios cuando les dice lo que ha
hecho por ellos en Cristo.
Pablo, entonces, resume su enseñanza en este punto al
escribir que, cuando la Ley de Dios entró en el mundo a través de
Moisés –dado que la función de la Ley fue y es hacernos conscientes
de nuestro pecado–, en un sentido, la Ley hizo que la ofensa
abundara. Sin embargo, la Buena Noticia fue y es que, cuando
abundó el pecado, la gracia abundó aún más: “Pero la ley se
introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado
abundó, sobreabundó la gracia; para que así como el pecado reinó
para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida
eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro” (20, 21).
El reinado del pecado llevó y lleva a la muerte, pero el
reinado de la gracia llevó y lleva a la vida eterna a través de
Jesucristo nuestro Señor. Pablo desarrollará esta verdad más en el
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capítulo 6, y concluirá la enseñanza que comienza aquí al final del
capítulo 6 con estas palabras: “Porque la paga del pecado es muerte,
mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”
(6:23).
Capítulo 2
Dos tipos de esclavos
(6:1-23)
¿Cómo viven las personas que han sido declaradas justas por
fe en lo que Jesucristo hizo por ellas? ¿Cómo deberíamos esperar que
vivan las personas que han sido declaradas justas? ¿Dónde
encuentran la dinámica para vivir de esa forma? Este es el tema entre
el quinto y el principio del octavo capítulo de esta obra maestra
teológica.
Perspectiva del capítulo 6
Al acercarnos a este capítulo, hay un versículo que debería
ponerse al lado de las metáforas que Pablo usa aquí: “Hablo como
humano, por vuestra humana debilidad” (6:19). Hay, también, una
verdad que resume el tema del capítulo, y todo el capítulo debería
estudiarse en el contexto de esta verdad: “No reine, pues, el pecado
en vuestro cuerpo mortal, [...] Porque el pecado no se enseñoreará de
vosotros” (6:12, 14).
Relacione los primeros versículos de este capítulo con los
últimos pensamientos de Pablo en el quinto capítulo. Dado que él
terminó el capítulo anterior escribiendo que donde abundó el pecado,
la gracia sobreabundó, comienza el capítulo seis con una pregunta
que imagina que sus lectores tal vez le quieran hacer: “¿Qué, pues,
diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?”.
Su respuesta es: “De ninguna manera”. Luego comienza a usar
metáforas que ilustran su respuesta enfática a esa pregunta.
Su primera metáfora es la del bautismo. Esta ilustración de
Pablo se interpreta de dos formas. Quienes creen que la inmersión es
la forma correcta del bautismo consideran que Pablo está hablando
aquí del bautismo que Jesús ordenó en su Gran Comisión (Mateo
28:18-20). Pablo escribe, en otra carta, que todos somos bautizados
en Cristo cuando creemos el evangelio (1 Corintios 12:13). Muchos
creen que Pablo escribe sobre nuestro bautismo en Cristo en estos
versículos. Como suele suceder, la respuesta no es una cosa o la otra,
sino ambas.
Cuando somos justificados por fe, si bien esto es un misterio
que no comprendemos plenamente, somos bautizados en Cristo.
Somos bautizados en su muerte y resurrección. Como nos ha dicho
Pablo en el quinto capítulo, en un sentido muy real estamos todos “en
Adán”. Estuvimos en Adán cuando el primer ser humano pecó. Por
ese hombre y nuestra identificación con y en él, todos pecamos. En la
medida que solo expresamos nuestra naturaleza de Adán –nuestra
carne–, todos somos pecadores culpables que debemos ser
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justificados por fe.
Esto es lo que Jesús quiso decir cuando le dijo a Nicodemo
que ya somos condenados y por eso debemos creer en Él (ver Juan
3:18). Cuando nos ocurre ese milagro, estamos ahora en Cristo,
bautizados en su muerte y resurrección. Como estuvimos en Adán,
ahora estamos en Cristo. Por eso Jesús es llamado el último Adán
(ver 1 Corintios 15:45).
El bautismo en agua, según lo ordenó Jesús, es simplemente
una sombra de este bautismo espiritual más profundo. Cuando
obedecemos la Gran Comisión de Jesús y somos bautizados,
profesamos nuestra fe en Jesús de la forma que Jesús nos ordenó que
debíamos profesar públicamente nuestra fe en Él.
Pero el bautismo en agua representa una realidad más
profunda. Las personas muertas no pecan. Pablo sabe que no estamos
muertos y que seguimos pecando. Simplemente usa esto como una
ilustración. Si estuviéramos muertos, no pecaríamos. En lo que se
refiere al pecado, aun cuando no estemos muertos, deberíamos actuar
como si estuviéramos muertos.
El bautismo en agua por inmersión refleja e ilustra en forma
hermosa lo que el apóstol escribe en este capítulo. Él identifica al que
es bautizado con los dos hechos básicos relativos al evangelio: la
muerte y la resurrección de Jesucristo. Cuando descendemos al agua,
hacemos nuestra propia, personal y pública profesión de fe en la
muerte de Jesús para nuestra salvación.
Nuestro bautismo en el agua hace una profesión más
profunda de fe en la muerte y resurrección de nuestro Salvador de
una forma hermosa. Cuando descendemos al agua, profesamos
nuestro compromiso de que morimos a nuestra vieja vida de pecado.
Cuando salimos del agua, profesamos un compromiso de vivir una
nueva vida en relación con el Cristo resucitado y vivo, una vida
abundante que hace posible esa relación.
Al pasar Pablo de la metáfora del bautismo a la metáfora de la
muerte y resurrección de Cristo y luego desafiarnos a aplicar nuestra
identificación con la muerte y la resurrección de Jesús a nuestro
pecado y nuestra vida correcta, recuerde el versículo que es la clave
para comprender este capítulo: “Hablo como humano, por vuestra
humana debilidad” (6:19). Esta afirmación quiere decir, en esencia:
“Uso ilustraciones humanas para ayudarlos a entender verdades
espirituales que les estoy enseñando”.
Jesucristo fue el mayor Maestro que este mundo haya
conocido jamás, y era el Maestro absoluto en el uso de parábolas y
metáforas. Obviamente, Pablo aprendió ese enfoque de la enseñanza
del Cristo resucitado, quien enseñó a Pablo en el desierto de Arabia,
según lo que este les escribe a los gálatas (Gálatas 1-2:10). El
versículo clave para las metáforas de este capítulo simplemente dice
que Pablo sigue las pisadas del mayor Maestro que haya tenido jamás
este mundo al ilustrar gráficamente y claramente su enseñanza.
Hay algunas otras palabras en este capítulo que son clave para
la forma en que debemos interpretar y aplicar estas ilustraciones de
Pablo a nuestra lucha con el pecado. Fíjese en el versículo 5, donde
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
12
Pablo escribe que debemos ser semejantes a Jesús en su muerte y
resurrección. Y, en el versículo 11, donde escribe: “Así también
vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en
Cristo Jesús, Señor nuestro”. La palabra griega que Pablo usa aquí,
que se traduce “consideraos”, sugiere otras traducciones, según los
eruditos, que dicen, básicamente: “De la misma forma, considérense
como muertos a la atracción y el poder del pecado, pero vivos para
Dios a través de Cristo Jesús nuestro Señor”.
Esto es muy importante para usted y para mí, al estudiar este
capítulo. Pablo no nos está diciendo que estamos muertos
literalmente. Una persona muerta no peca, y una persona muerta
nunca se ve tentada a pecar. Si estuviésemos muertos, el pecado no
sería problema alguno. Nuestro problema es que no estamos muertos
al pecado. Pablo enseña que debemos responder al pecado y a las
tentaciones del pecado como lo haríamos si estuviésemos muertos.
Un peatón que había estado bebiendo en exceso fue la
primera persona en llegar a la escena de un accidente
automovilístico. Un hombre que había sido herido en el accidente
daba vueltas y vueltas al costado del camino gritando: “¡Llámame
una ambulancia! ¡Llámame una ambulancia!”. El peatón borracho
contestó: “Así que, ¡eres una ambulancia!”. Cuando confrontamos las
tentaciones para pecar, Pablo nos desafía, a usted y a mí, a decirnos a
nosotros mismos: “¡Llámame un muerto!”.
Como muchos otros, nunca olvidaré como, cuando me
convertí, aquellos que eran mis amigos pecadores se entristecieron
cuando les anuncié que ya no me uniría a ellos en ese viejo estilo de
vida. Cuando dije a uno de ellos que había decidido estudiar para el
ministerio, me dijo que estaba apenado porque era casi como si me
hubiera muerto. Se lamentó: “¡Y tenías una buena personalidad!”.
Cuando me inscribí en una universidad cristiana para estudiar
la Biblia, fui bendecido y alentado en uno de mis primeros cursos
sobre la Biblia por algo que Pablo escribió a los gálatas al finalizar la
carta que les envió. Él declaró que, gracias a la cruz de Jesucristo, el
mundo estaba crucificado para él, y él para el mundo. En otras
palabras, la cruz hacía que este mundo fuera algo muerto para él y lo
hacía parecer como una persona muerta para quienes lo conocían en
este mundo (Gálatas 6:14).
Una de las verdades primarias que Pablo está enfatizando
aquí es la que destacó en el segundo capítulo. Esa verdad es que
nunca debemos tener una ceremonia religiosa sin la realidad de lo
que está representado por esa ceremonia. Nuestro bautismo es a
nuestra profesión de fe lo que la circuncisión era para el judío.
Nunca, jamás, debemos reducir nuestra profesión de fe ceremonial a
través del bautismo a un adorno religioso que no tiene ningún
significado en cuanto a la realidad de nuestra fe en el poder del
Cristo resucitado y nuestra experiencia de este poder.
Que esta perspectiva lo guíe al interpretar y aplicar las
profundas e inspiradas metáforas que usa Pablo a lo largo de este
capítulo.
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
13
Un resumen de lo que Pablo enseña en el capítulo 6
La primera verdad que Pablo enseña en este capítulo está
ilustrada por la metáfora del bautismo. Esa verdad es que debemos
relacionar nuestro descenso al agua con la muerte y sepultura de
Jesús, y dejar nuestra vieja vida de pecado en el agua. Debemos
relacionar nuestra salida del agua con la resurrección de Jesús, y con
la vida completamente nueva que debemos vivir, libres del pecado
(1-4).
Esta verdad fue presentada, en realidad, en el segundo
versículo del quinto capítulo, donde escribió que tenemos acceso por
fe a la gracia que nos permite tomar una posición por Cristo en este
mundo y vivir una vida que glorifica a Dios.
En los siguientes siete versículos (5-11), refuerza esta
enseñanza al presentar una verdad que suele enseñar en sus cartas:
“Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos
para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro” (6:11). Yo llamo a esta
verdad “el evangelio en reversa”. Expresado simplemente, el
evangelio es: “Cristo murió para que tú puedas vivir”. El evangelio
en reversa es, simplemente: “Ahora es tu turno; muere (a tus deseos
pecaminosos y ambiciones egoístas) para que Cristo pueda vivir”.
Pablo enseñó esa misma verdad a los gálatas, como su propia
experiencia en Cristo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya
no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo
vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí
mismo por mí” (Gálatas 2:20).
Los siguientes tres versículos comienzan con esa importante
palabra: “pues”.
“No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo
que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis
vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino
presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos,
y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. Porque el
pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino
bajo la gracia” (12-14).
Pablo usa la palabra “pues” para ayudarnos a seguir su
inspirada lógica. Obviamente, está conectando estos tres versículos
con lo que escribió acerca del evangelio en reversa. Si debemos
morir al pecado para que Cristo pueda vivir a través de nosotros, pero
seguimos pecando, Cristo no podrá vivir a través de nosotros. Eso,
para este apóstol, es impensable. Cuando estábamos bajo la ley, no
teníamos la gracia para vivir por sobre el pecado. Dado que la gracia
y la verdad vinieron a través de Cristo (Juan 1:17), simplemente no
debemos seguir estando bajo el dominio del pecado, porque ahora
tenemos la gracia para vivir como debemos.
Entonces llega al corazón de este capítulo, al introducir la
metáfora de la esclavitud: “¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no
estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera. ¿No
sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle,
sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte,
o sea de la obediencia para justicia? Pero gracias a Dios, que aunque
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
14
erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella
forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del
pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia.
“Hablo como humano, por vuestra humana debilidad; que así
como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir a la
inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santificación presentad
vuestros miembros para servir a la justicia” (6:15-19).
Como señalé en mi comentario sobre el saludo con el que
Pablo comienza su carta, cuando él la escribió, la mitad de las
personas que vivían en Roma eran esclavas. Para las personas como
Pablo, que habían nacido libres, la sola idea de ser un esclavo era
terrible. La verdad que él describe dinámicamente y dramáticamente
al usar esta metáfora es que uno es esclavo de quien uno sirve o de lo
que uno sirve Si está controlado por el pecado, es esclavo del pecado.
Si usted ha confiado en Jesucristo para su salvación, y ha
elegido llamarlo Señor, ¡ser un esclavo del pecado es negar su fe en
Él! (Lucas 6:46). Usted debería ser un esclavo de Jesucristo, y solo
de Él, lo que lo hará libre del poder del pecado y de la muerte. Por
eso Pablo se presenta en sus cartas como siervo de Jesucristo
(Romanos 1:1; Filipenses 1:1; Tito 1:1).
“Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres acerca
de la justicia. ¿Pero qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales
ahora os avergonzáis? Porque el fin de ellas es muerte. Mas ahora
que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios,
tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna.
Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida
eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (20-23).
En los últimos cuatro versículos del capitulo, vuelve a esa
realidad innegable de las consecuencias. Pablo desafía a los romanos
a pensar en ese “banquete de consecuencias” que ocurrió cada vez
que entregaban los miembros de su cuerpo para ser esclavos del
pecado. Su razonamiento es que, cuando servían al pecado, no
podían servir a la justicia. Sin embargo, los desafía a pensar en el
fruto o las consecuencias de los pecados de los que se avergüenzan
ahora. A esas consecuencias les da el rótulo de “muerte”.
En contraste con esta muerte, los exhorta a darse cuenta de
que el fruto o las consecuencias de servir a la justicia llevará a la
santidad y a la calidad eterna de vida que Jesucristo promete dar a
todo el que confíe en Él como Salvador, lo corone como su Señor y
viva el evangelio en reversa: morir a sí mismo y vivir para Cristo.
Pablo resume su profunda enseñanza con ese versículo final
en donde escribe que el pecado siempre paga el mismo salario. Aun
en un mundo donde la inflación y los mercados hacen que fluctúen el
valor del salario que recibimos y la riqueza que acumulamos, el
pecado siempre paga el mismo salario. La mala noticia es que “la
paga del pecado es muerte”. Pero la Buena Noticia es que “la dádiva
de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”.
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
15
Capítulo 3
Las cuatro leyes espirituales de Pablo
(7:1 - 8:13)
Cuando Pablo escribe este séptimo capítulo, relaciona el
desafío de conquistar el pecado con su propia vida y comparte con
nosotros su propio diario privado de cómo perdió y ganó sus batallas
contra el pecado. Al comenzar el testimonio personal de sus propias
luchas por la santificación, escribe la parte de esta carta que es la
favorita para mí, así como para millones de personas. A modo de
introducción a esta sección de la carta, fíjese en el énfasis del apóstol
en el concepto de la ley. Comenzando en este capítulo y siguiendo
hasta el versículo 17 del capítulo 8, Pablo presenta las “cuatro leyes
espirituales”. Como personas que hemos sido declaradas justas,
simplemente debemos entender estas cuatro leyes espirituales que
leemos en este diario espiritual que Pablo comparte con nosotros.
Al leer los capítulos 7 y 8 de esta carta, observe
cuidadosamente lo que Pablo enseña acerca de:
La Ley de Dios,
La Ley del Pecado y la Muerte,
La Ley del Espíritu de Vida en Cristo, y
La Ley del Esquema Mental o la Forma de Pensar.
Luego de presentar todas esas metáforas en el capítulo 6,
Pablo comienza el séptimo capítulo con una metáfora más: “¿Acaso
ignoráis, hermanos (pues hablo con los que conocen la ley), que la
ley se enseñorea del hombre entre tanto que éste vive? Porque la
mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras éste vive; pero
si el marido muere, ella queda libre de la ley del marido. Así que, si
en vida del marido se uniere a otro varón, será llamada adúltera; pero
si su marido muriere, es libre de esa ley, de tal manera que si se
uniere a otro marido, no será adúltera.
“Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley
mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó
de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios. Porque
mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que eran
por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte.
Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en
que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo
del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra” (1-6).
Ley espiritual número uno: la Ley de Dios
Pablo ahora edifica sobre lo que ha escrito en esta inspirada,
lógica y amplia presentación de la justificación por la fe. Ha escrito
que estamos todos bajo el pecado, porque todos estamos bajo la Ley
de Dios, que cierra nuestras bocas y nos muestra que todos somos
pecadores.
Note que antes de que Pablo comparta esta metáfora con la
que comienza este capítulo, admite que sabe que está escribiendo a
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
16
los que conocen la Ley de Dios. Esto significa que, como vimos en el
segundo capítulo, se está dirigiendo, a lo largo de toda esta carta, a
los judíos. Sigue pensando en aquellos judíos con los que se encontró
cuando llegó a Roma (Hechos 28:17-29). Cuando leamos los
primeros versículos del noveno capítulo de esta carta, entenderemos
por qué este apóstol siempre piensa primero en los judíos, y luego en
los griegos, cuando escribe, cuando predica y cuando enseña.
Ahora se dirige a las personas que son como era él cuando era
Saulo de Tarso. Como fariseo de fariseos, Saulo de Tarso había
dedicado cada fibra de su ser a guardar la Ley de Dios. Los fariseos
como Saulo de Tarso no tienen buena prensa en los Evangelios. Sin
embargo, debemos darnos cuenta de que los fariseos tenían muchas
cosas buenas. Por ejemplo, fueron formados para preservar la
ortodoxia de la fe judía. Eran los fundamentalistas judíos del período
del Nuevo Testamento de la historia hebrea. Los fariseos que eran tan
fervorosos como Saulo de Tarso memorizaban la Ley de Moisés, es
decir los cinco primeros libros del Antiguo Testamento. La mayoría
de los cristianos de hoy ni siquiera han leído completamente los
primeros cinco libros de la Biblia.
Eran personas increíblemente rectas. Su rectitud era un tipo
de rectitud propia, legalista y ajustada a la letra de la ley a la que
tanto Jesús como este apóstol se opusieron y confrontaron. Los
fariseos obedecían fervorosamente la Ley de Dios porque creían que
su salvación dependía de ello. Sin embargo, eran personas muy
rectas, y muchas de ellas era muy buenas.
Al leer los cuatro Evangelios, note el amor y la paciencia de
Jesús al acercarse a fariseos como Nicodemo, José de Arimatea y
aquellos con los cuales dialoga, aun cuando se trate de diálogos
hostiles. El mayor ejemplo de amor de Jesús por los fariseos es la
conversión de este apóstol en el camino a Damasco. Cuando el Cristo
resucitado escogió al mayor misionero que ha conocido la iglesia
jamás, escogió a este fariseo de fariseos.
En un pasaje autobiográfico, que escribió a los filipenses,
Pablo compartió con ellos que él consideraba que su dedicación a
guardar la Ley era como basura, porque, como fariseo, creía que
guardar la Ley le daría la salvación. Al escribir a la iglesia de Filipos,
Pablo criticó esa dedicación enérgicamente. Sin embargo, tuvo
mucha compasión para con los judíos rectos que eran fervorosos en
su amor por la Ley de Dios. En su carta a los romanos, ahora se
dirige a aquellos que tienen ese mismo nivel de dedicación a guardar
la Ley de Dios.
¿Cuál es su relación con la Ley de Dios una vez que se dan
cuenta de que no pueden ser justificados por guardarla? La respuesta
a esa pregunta se encuentra en la metáfora con la que Pablo comienza
este capítulo.
Cuando David describió al hombre bienaventurado en sus
Salmos, escribió que el hombre bienaventurado encuentra su delicia
en la Ley de Dios, es decir que la ama (Salmos 1:2). El salmo más
largo de la Biblia fue escrito, obviamente, por alguien como Esdras,
que tenía un gran amor por la Ley de Dios (Salmos 119).
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
17
Cuando los judíos piadosos que amaban la Ley de Dios se
dieron cuenta de que la Ley no los podía salvar, sintieron un dolor
como el de un viudo que había perdido su compañera de toda la vida.
Por lo tanto, Pablo presenta esta inspirada y brillante metáfora, que
les recuerda que, cuando una persona pierde a su cónyuge, está libre
para volver a casarse. Ahora que ellos han perdido a su “esposa” (la
Ley), son libres para “casarse” con otra compañera. Pablo escribe
que, si creen lo que les está presentando, están ahora “casados” con
su Señor y Salvador resucitado y vivo: ¡Jesucristo!
Aplicación personal
¿Cuál es la aplicación personal y devocional para los romanos
y para los que leen esta carta hoy? En principio, esta enseñanza se
aplica a todo el que ha confiado en alguien o algo para su salvación y
que, según aprende de esta obra teológica maestra, no los salva ni
puede salvarlos.
Hay una ilustración en el Evangelio de Juan que describe a
este tipo de personas. Al entrar Jesús en Jerusalén, había una gran
multitud de personas débiles, enfermas y lisiadas acostadas en los
pórticos del estanque de Betesda. Estas personas creían en una
superstición. Creían que, cuando el agua se movía, el primero en
entrar en el agua sería sanado. Jesús sanó a un hombre que estaba allí
porque había perdido toda esperanza de entrar en ese estanque. En mi
comentario sobre esta historia (Fascículo número 24), comparé a esta
multitud patética, reunida alrededor de esa superstición, con todos los
que están buscando la salvación o que confían en alguien o en algo
fuera de Jesucristo para la salvación.
Pedro nos dice que no hay salvación fuera de Jesucristo: “Y
en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el
cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos
4:12). Si usted confía en alguien o en algo fuera de Jesucristo para su
salvación, está buscando la salvación en un “estanque de Betesda”, y
esta metáfora con la que Pablo comienza el séptimo capítulo de esta
carta se aplica a usted.
Cuando usted cree lo que Pablo ha escrito en los primeros
seis capítulos de esta carta, ¿qué hará sin lo que ha sido como una
esposa o un esposo para usted? La respuesta es que usted debe
considerar a aquello que no puede salvarlo como una esposa o un
esposo muerto, y que debe estar casado con otro cónyuge: el
Jesucristo resucitado y vivo.
Otra aplicación personal es darse cuenta de que, así como
Pablo se dirige al judío devoto en toda esta carta, se está dirigiendo
también a todas las personas agradables o buenas que confían en su
bondad para su salvación. Hay muchas personas en este mundo que
creen que la salvación está basada en hacer las cosas lo mejor posible
y vivir la vida sin hacerle daño a nadie. Si usted es una de esas
personas que confían en la integridad, bondad o rectitud personal
para su salvación, entonces esta metáfora se aplica a usted. En mi comentario sobre el tercer y cuarto capítulo de esta
carta, planteé preguntas que usted debería contestarse, como:
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
18
“¿Cómo puede uno saber cuándo ha hecho el bien suficiente?”. Y
esta otra: “Si podemos salvarnos a nosotros mismos, ¿por qué tuvo
que morir Jesús en la cruz?”. Aplique las ideas que Pablo dirige a los
judíos en esta carta a usted, si es una de esas personas agradables,
morales e íntegras que creen que la bondad es suficiente.
Jesús habló con amor a un joven que era muy bueno y
moralmente recto. Lo llamamos “el joven rico”. Leemos que, al
mirarlo y amarlo, Jesús le dijo que su integridad moral no era
suficiente (Marcos 10:21).
En los siguientes cinco versículos (7:8-12), Pablo hace un
cambio importante en su estilo de escritura. Se ha estado dirigiendo a
sus lectores usando palabras como “ustedes” (vosotros) y “mis
hermanos”. Ahora comienza a relacionar lo que escribe con él mismo
y su propia experiencia con la Ley de Dios y su batalla contra el
pecado.
Ley espiritual número dos: La Ley del Pecado
Pablo repite, para enfatizar, una verdad que ya ha dejado en
claro: el propósito de la Ley nunca fue la salvación, sino hacernos
conscientes de nuestro pecado y de nuestra necesidad de la salvación.
Según Pablo, la Ley es como la regla de Dios que Él coloca junto a
nuestras vidas torcidas, y Pablo estaría de acuerdo con Santiago en
que la Ley o la Palabra de Dios es como un espejo en el que vemos
nuestras imperfecciones (Santiago 1:23, 24).
Pablo también escribe que la Ley es como un estricto ayo, o
maestro de escuela, que nos lleva a Cristo (Gálatas 3:24). Pablo
vuelve a establecer el propósito y el valor de la Ley de Dios cuando
escribe: “¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna
manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco
conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás. Mas el
pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda
codicia; porque sin la ley el pecado está muerto. Y yo sin la ley vivía
en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo
morí. Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me
resultó para muerte; porque el pecado, tomando ocasión por el
mandamiento, me engañó, y por él me mató” (Romanos 7:7-11).
Entonces llega a la conclusión de que, en realidad, la Ley de
Dios no tiene nada de malo. Su problema, y el problema que tenemos
todos, no es con la Ley de Dios. Nuestro problema es con nosotros
mismos.
El profeta Jeremías estuvo de acuerdo con Pablo cuando
predicó, en esencia, que, si queremos saber cuál es el problema y
dónde se encuentra, debemos mirar en un espejo. Jeremías predicó
constantemente de la inminente cautividad de los judíos en
Babilonia. Una paráfrasis del pasaje que se indica arriba presenta la
predicación de Jeremías: “Cuando alguien del pueblo o de los
sacerdotes te pregunte: ‘Bueno, Jeremías, ¿cuál es la triste noticia
que tienes del Señor hoy?’, tú les responderás: ‘¡Ustedes son la mala
noticia!’” (Jeremías 23:33).
Pablo escribe su propia versión de ese sermón predicado por
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
19
Jeremías: “De manera que la ley a la verdad es santa, y el
mandamiento santo, justo y bueno. ¿Luego lo que es bueno, vino a
ser muerte para mí? En ninguna manera; sino que el pecado, para
mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que es
bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser
sobremanera pecaminoso” (7:12, 13).
Pablo, como Jesús, proclama que la Ley de Dios es buena si
la interpretamos y la aplicamos de acuerdo con los propósitos de
Dios al darnos su Ley (Mateo 5:17-20). Jesús cumplió la Ley de Dios
al pasarla por el prisma del amor de Dios antes de aplicar esa Ley a
las vidas del pueblo de Dios. Pablo hizo lo mismo, y lo llamó “el
espíritu de la Ley” (ver 2 Corintios 3:6). Ahora se centra en uno de
los propósitos para los cuales Dios nos dio su Ley: la Ley de Dios
revela la Ley del Pecado.
Confesiones verdaderas de un fariseo
Pablo comienza ahora el pasaje más transparente, honesto y
útil de la Biblia sobre el tema de la santificación, es decir la victoria
sobre el pecado, que se haya escrito jamás. Todo creyente lucha con
este “rey Pecado”, que quiere gobernar nuestras vidas hasta que la
“reina Muerte” las destruya. Estos versículos nos muestran
claramente y prácticamente cómo Pablo aplica la enseñanza bíblica
sobre la santificación a su vida.
Ahora está resumiendo, y está en el corazón y el alma mismo
de la enseñanza que comenzó cuando escribió aquel segundo
versículo del quinto capítulo: “Por quien [refiriéndose a Cristo]
también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos
firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios”.
Recuerde que es aquí donde el apóstol comenzó a decir a los
creyentes de Roma –y a usted y a mí– cómo podemos acceder a la
gracia que necesitamos para vivir de la forma que se espera deben
vivir las personas que han sido declaradas justas.
Pablo sigue ese versículo inicial con sus exhortaciones a que
nos regocijemos en todo lo que hace que la gracia de Dios sea
accesible a nosotros por fe, aun los sufrimientos que nos fuerzan a
acceder a la gracia de Dios. Esto fue seguido por la metáfora de los
cuatro conquistadores: el rey Pecado, la reina Muerte, el rey Jesús y
el rey Usted y Yo, cuando el Espíritu Santo de Dios ha venido para
controlar nuestras vidas y hacernos más victoriosos. Luego, en el
capítulo 6, usó las metáforas del bautismo, la muerte, la resurrección
y la esclavitud para convencernos de que el pecado nunca debería
controlar la vida de un creyente que ha sido declarado justo por fe en
Jesucristo.
Pablo continúa ahora su enseñanza sistemática sobre este
tema con la enseñanza de sus cuatro leyes espirituales. Él ilustra
vívidamente esas leyes con esta confesión transparente, en la que
comparte su lucha personal. Luego comparte las claves para su
victoria –que puede ser nuestra también– al proponerse que ese
pecado no reinaría en su vida. Este tema puede encontrarse desde el
versículo 13 del capítulo 8 y continúa hasta el final del capítulo 8, y
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
20
hasta podría decirse que se extiende hasta el final del capítulo 11 de
esta obra maestra teológica.
Al leer este pasaje transparente y sincero, que se parece a una
página del diario espiritual del apóstol, busque las cuatro leyes
espirituales que Pablo describe aquí. También recuerde que usted
está leyendo el diario espiritual de un hombre que amaba la Ley de
Dios y probablemente intentó, más que cualquier hombre que haya
vivido, cumplir esa Ley.
“Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal,
vendido al pecado. Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago
lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero,
esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo
quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en
mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien
está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero,
sino el mal que no quiero, eso hago.
“Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado
que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley:
que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en
la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela
contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado
que está en mis miembros.
“¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de
muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que,
yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la
ley del pecado” (7:14-25).
La primera declaración de Pablo con relación a su lucha para
vencer el pecado está relacionada con lo que ha aprendido sobre él
mismo. Escribe: “Soy carnal, vendido al pecado”. Esta palabra,
“carnal”, deriva de “carne”. Pablo continúa diciendo que en él –es
decir, en su carne– no hay nada bueno.
Pablo usa la palabra “carne” frecuentemente en sus escritos.
Por lo tanto, es importante que entendamos lo que quiere decir
cuando la usa. Un famoso erudito del idioma griego y profesor de
Biblia de la Universidad de Edimburgo, Escocia, creía que la
definición precisa de esta palabra, como la usa Pablo, debería ser ‘la
naturaleza humana, sin la ayuda de Dios’.
Cuando el apóstol concluye que no hay nada bueno en su
carne, significa que no hay nada bueno en su naturaleza humana
cuando esta naturaleza no está ayudada por Dios. Deberíamos
agregar que los que viven en la carne, o en su naturaleza humana sin
la ayuda de Dios, adoptan y viven según los valores y la filosofía de
la naturaleza humana, que no tiene acceso a la gracia y la verdad
reveladas y ordenadas en la Palabra de Dios.
Esta definición tiene aplicaciones prácticas muy importantes
para todo creyente que quiera vivir correctamente, porque ha sido
justificado por la fe. Cuando Pablo mira su propio corazón, es
sincero y transparente sobre lo que ve en su naturaleza humana. No
solo no encuentra nada bueno, sino que descubre una ley: cuando
desea hacer lo bueno, el mal está presente en él.
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
21
En otras palabras, cuando miraba su naturaleza humana
descubría la Ley del Pecado. Pablo estaba de acuerdo con lo que la
Ley de Dios le decía, y creía que esta Ley era buena. De hecho, él
amaba la Ley de Dios. Tal vez se haya dicho, como un fariseo
increíblemente disciplinado, que guardar la Ley de Dios era
simplemente cuestión de fuerza de voluntad. Sin embargo, ahora nos
dice que, debido a esta Ley del Pecado, descubrió que, cuando se
proponía obedecer la Ley de Dios, finalmente se dio cuenta de que el
problema con su fuerza de voluntad era que a su voluntad le faltaba
fuerza constantemente.
También concluyó que la Ley del Pecado estaba en guerra
con lo que él llama “la Ley de la Mente”. Él da testimonio de que su
batalla con el pecado no fue ganada en el campo de batalla de la
fuerza de voluntad, es decir sus grandes poderes intelectuales. Luego
de su confesión desesperada de que era un hombre desdichado, clama
pidiendo liberación. Después declara que la batalla con el pecado es
una guerra espiritual que no puede ganarse mirando hacia adentro.
Según Pablo, él y nosotros no encontraremos nada al mirar hacia
adentro que nos permita ganar nuestras batallas contra el pecado.
Estas batallas solo serán ganadas cuando Dios agregue una
dimensión espiritual a nuestra naturaleza humana. Esto significa que,
cuando somos justificados por la fe, la Ley del Pecado no es quitada
de nuestra carne.
Al entrar al próximo capítulo, declara la muy buena noticia de
que, cuando somos justificados por la fe, algo espiritual, sobrenatural
y milagroso se agrega a nuestra carne. Sin embargo, aun luego de
agregar el milagro, todavía debemos enfrentarnos a la dura realidad
de la Ley del Pecado, que sigue estando presente con nosotros
mientras estemos en estos cuerpos humanos. Cuando el Cristo
resucitado y vivo vive en nuestro corazón a través del milagro del
Espíritu Santo, descubriremos que el que está en nosotros es mayor
que el que impulsa el poder de pecar –el diablo– y encontraremos
nuestra victoria en Cristo.
Capítulo 8
¡La victoria!
Dos leyes espirituales más de Pablo
Al pasar del capítulo 7 al 8 de esta carta, le recuerdo que,
cuando Pablo la escribió, no estaba dividida en capítulos y
versículos. A menudo, las divisiones de los capítulos ocurren en
medio de una declaración profunda, y este es el caso aquí, donde
Pablo está escribiendo y la división de capítulos interrumpe la
inspirada lógica de lo que está enseñando.
Note la presencia de esa importante palabra, “pues”, al
comenzar a leer el octavo capítulo de esta obra maestra. Cuando
piensa en la razón por la que esa palabra se encuentra allí, fíjese que
conecta lo que Pablo está por enseñar en el capítulo 8 con lo que ha
estado enseñando. Obviamente, la enseñanza que está por presentar
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
22
en este capítulo será la continuación de lo que dijo en las metáforas
con las que comenzó el séptimo capítulo, a través de la forma
transparente y sincera en que nos dejó ver su diario espiritual con sus
propias luchas personales contra el pecado que vienen después de
esas metáforas, y especialmente las últimas palabras que escribe al
comenzar este octavo capítulo.
Busque, también, la tercera y la cuarta ley espiritual que
descubrimos cuando Pablo nos permite leer más de su diario
espiritual: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están
en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme
al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha
librado de la ley del pecado y de la muerte. Porque lo que era
imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios,
enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del
pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley
se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino
conforme al Espíritu.
“Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la
carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque
el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es
vida y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra
Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los
que viven según la carne no pueden agradar a Dios.
“Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu,
si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el
Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo está en vosotros, el
cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive
a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó de los
muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a
Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su
Espíritu que mora en vosotros.
“Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que
vivamos conforme a la carne; porque si vivís conforme a la carne,
moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne,
viviréis” (8:1-13).
Ley espiritual número tres: la Ley del Espíritu de Vida en Cristo
Jesús
Hay tres importantes verdades en la primera oración de este
octavo capítulo. Si volvemos atrás a cuando Pablo comienza a
enseñar, en el versículo 17 del capítulo 1, este “pues” introduce la
conclusión de que no hay ninguna condenación para los que están en
Cristo Jesús y no andan según su naturaleza humana, sin la ayuda de
Dios, sino según el Espíritu. Jesús y Pablo enseñaban que los que no
creen están condenados porque no creen (Juan 3:18). Ambos también
enseñan que la fe –en la obra terminada del Hijo de Dios por nuestra
salvación personal– quita nuestra condenación eterna.
Pablo mostrará más adelante en este capítulo que el Cristo
vivo y resucitado no nos condena cuando fracasamos o no llegamos a
la altura, a la medida, de glorificar a Dios en todo pensamiento,
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
23
palabra y acción. Él es nuestro Padre celestial perfecto, y se nos dice
que, como todo buen padre, conoce nuestra condición y se acuerda
de que somos polvo (Salmos 103:14).
¿Puede imaginar a un padre terrenal que le enseñe a su hijo a
caminar y que lo reta o aun lo castigue cuando trastabilla y se cae
mientras aprende? Jesús hizo esta misma comparación cuando
enseñó que, si nosotros sabemos dar buenas cosas a nuestros hijos,
debemos darnos cuenta de que nuestro Padre celestial ciertamente
nos dará el Espíritu Santo y una relación con nuestro Dios cuando se
lo pidamos (Lucas 11:11-13). Un Padre así no nos condenará cuando
caigamos.
Pablo enseña una segunda verdad importante cuando coincide
con Santiago en que “la fe obra” y “la fe camina” (ver Santiago 2:14-
26). La fe sola puede salvar, pero la fe que salva nunca está sola. Los
que no están condenados porque están justificados por la fe validan
su fe demostrando que no caminan según la carne sino según el
Espíritu. Hay una diferencia entre caminar de acuerdo con la carne y
estar en la carne. Caminar de acuerdo con a la carne es algo que una
persona espiritual puede elegir hacer. Estar en la carne es la
condición de los no espirituales o del hombre natural, que no tiene
una relación con Dios y que no puede siquiera entender las cosas
espirituales (ver 1 Corintios 2:14).
Una tercera verdad que Pablo enseña en esta primera oración
se encuentra en estas dos palabras que usa casi doscientas veces en el
Nuevo Testamento. Una de las formas preferidas de Pablo de
describir a los pecadores justificados que han descubierto esta tercera
ley espiritual es decir que están “en Cristo”. Con esto quiere decir
que están en Cristo así como una rama está en la vid, es decir está
relacionada con la vid de la cual deriva la vida que le permite dar
fruto (Juan 15:1-16).
Pablo entonces presenta su tercera ley espiritual, al escribir:
“La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley
del pecado y de la muerte”. Cuando nos dice lo que puede hacer esta
tercera ley, vuelve a su segunda ley y, esta vez, le agrega cuatro
palabras. La llama “la ley del pecado y de la muerte”. Esto conecta
las cuatro leyes espirituales de Pablo con los cuatro conquistadores
que presentó en el quinto capítulo. ¿Recuerda al rey Pecado y la reina
Muerte? La muerte es la consecuencia que siempre sigue al pecado.
Así como los dos primeros conquistadores eran las malas
noticias y el tercer y cuarto conquistador eran las buenas noticias, las
primeras dos leyes espirituales son las malas noticias y la tercera y
cuarta ley, las buenas noticias. Las buenas noticias acerca de esta
tercera ley son que nos libera de la ley del pecado y de la muerte.
Imagine un gran avión de pasajeros que ruge por la pista hasta
alcanzar la velocidad suficiente para despegar como un ascensor con
375 pasajeros y varias toneladas de equipaje y equipos hasta una
altitud de diez mil metros.
En una ocasión, estaba predicando un sermón sobre esta
tercera ley espiritual y usé esta ilustración. Confesé que no tenía la
menor idea de cómo los enormes aviones, en los que yo había
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
24
viajado muchas veces, podían subir al cielo. Un profesor de física,
fiel cristiano, que escuchó mi sermón, me enseñó luego, con gran
paciencia, cómo ocurre esto.
Su explicación fue que, mientras el gigantesco avión
avanzaba rugiendo por la pista, su velocidad y el impulso de sus
motores hacen posible que la ley de la aerodinámica venza la ley de
la gravedad. Cuando ocurre esto, el avión se levanta hacia el cielo y
vuela a diez mil metros durante miles de kilómetros hasta que llega a
su destino.
Ahora piense en esa segunda ley espiritual, la Ley del Pecado
y de la Muerte, como una ley de “gravedad espiritual” que nos
mantiene abajo y no nos deja volar espiritualmente. Cuando Pablo
presenta su tercera ley espiritual, escribe que la Ley del Espíritu y de
la Vida en Cristo Jesús es como una ley de “aerodinámica espiritual”,
que nos levanta y nos permite volar por encima del poder y las
consecuencias de la Ley del Pecado y de la Muerte.
La buena noticia de esta tercera ley espiritual ha formado
parte del Nuevo Testamento desde que fue escrito. ¿No deberíamos,
entonces, esperar que todos los pecadores estuvieran volando por
encima del poder y las consecuencias del pecado? ¿Cuál es, en
realidad, la experiencia de muchos de los pecadores que han sido
justificados por fe y que asisten a nuestras iglesias?
Basándome en las observaciones que he hecho siendo pastor
durante casi cinco décadas, estoy convencido de que la respuesta
sincera y espontánea a esa pregunta es que demasiados de nosotros,
durante demasiado tiempo, somos como gigantescos aviones que
están posados sobre las pistas de la vida, con motores que son
capaces de vencer la ley de la gravedad espiritual, rugiendo durante
veinte, treinta, cuarenta años, o durante el resto de nuestra vida, ¡sin
jamás levantar vuelo! ¿Por qué no estamos volando por encima de
todo lo que está representado por la Ley del Pecado y de la Muerte, si
esto nos cuesta tan caro?
Ley espiritual número cuatro: la Ley del Esquema Mental o de la
Forma de Pensar
Simplemente no sabemos cómo implementar la gracia de
Dios, o esta tercera ley espiritual, si no entendemos la cuarta ley
espiritual de este gran apóstol. Busque la cuarta ley espiritual cuando
vuelva a leer estos versículos: “Porque los que son de la carne
piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las
cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el
ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la
carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de
Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden
agradar a Dios” (5-8).
El concepto de un esquema mental, o forma de pensar, es
muy importante para los deportistas y equipos deportivos. A menudo,
no es el mejor equipo el que gana el campeonato de la Copa del
Mundo o las medallas olímpicas. El que suele ganar es el equipo o el
deportista que tiene el mejor esquema mental.
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
25
Los diplomáticos, que enfrentan desafíos impresionantes para
intentar evitar la guerra convenciendo a las potencias que la paz es
mejor que la guerra, deben tener un esquema mental adecuado antes
de enfrentar el desafío de la negociación. Los vendedores, los
médicos que realizan intervenciones quirúrgicas de vida o muerte, y
las personas de todas las profesiones, ocupaciones, trabajos y
posiciones sociales deben tener un esquema mental adecuado para
tener éxito.
Seguramente algo tan práctico como un esquema mental no
tendría ningún lugar en nuestra victoria sobre el pecado... ¿o sí? En el
pasaje que citamos anteriormente, al hablarnos de una cuarta ley
espiritual, que es una parte crítica de nuestra victoria sobre el poder
del pecado, ¡Pablo se refiere al esquema mental cinco veces! ¿Ha revelado la Ley de Dios la Ley del Pecado en su vida?
¿Ha descubierto la buena noticia milagrosa de la Ley del Espíritu de
Vida en Cristo Jesús? ¿Está usted volando por encima del poder del
pecado? ¿Está usted venciendo la “gravedad espiritual” con la
“aerodinámica espiritual”? ¿O está haciendo rugir sus “motores”
espirituales en la pista de la vida sin despegar espiritualmente nunca?
Si su respuesta a esa pregunta es “sí”, usted necesita
desesperadamente esta cuarta ley espiritual del apóstol Pablo: la Ley
del Esquema Mental.
Según Pablo, cuando tenemos la Ley del Espíritu de Vida en
Cristo Jesús a nuestra disposición porque el Cristo resucitado y vivo
vive en nosotros, tenemos una opción: podemos elegir vivir y
caminar de acuerdo con la carne (nuestra naturaleza humana sin la
ayuda de Dios) o podemos elegir vivir y caminar sometidos al
control del Espíritu Santo (Gálatas 5:16-23).
Pablo escribe más adelante sobre no estar en la carne sino en
el Espíritu, y agrega una advertencia: si el Espíritu no mora en
nosotros, no somos de Él y no pertenecemos a Dios. Esta no significa
vivir de acuerdo con la carne, caminar en la carne o tener un esquema
mental carnal.
Pablo divide a toda la familia humana en dos grupos: las
personas espirituales y las personas no espirituales. La persona que
aún está en la carne es la persona no espiritual o el hombre natural
que Pablo describe cuando escribe a los corintios. Según Pablo, este
hombre natural no puede entender de ninguna manera los conceptos
espirituales; para él, son una locura, porque solo las personas
espirituales pueden entender la verdad espiritual (ver 1 Corintios 2:9-
16).
Cuando este apóstol escribe acerca de vivir según la carne, se
refiere a algo muy diferente de lo que enseña cuando usa la expresión
“en la carne”. Pablo declara aquí que esas personas espirituales, que
escogen vivir de acuerdo con la carne, ponen sus mentes en la carne
como un asunto de elección personal, y las personas espirituales que
eligen deliberadamente poner sus mentes en el Espíritu.
Pablo declara que aun las personas espirituales, que han
tomado un compromiso de ser seguidores de Cristo, no pueden
agradar a Dios cuando viven de acuerdo con la carne. Agrega que los
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
26
que son espirituales también descubrirán que, cuando nuestra mente
está centrada en la carne, el pecado siempre paga su salario. Ese
salario es un banquete de consecuencias negativas que él describe
como “muerte” (Romanos 6:23; 8:2). Al decir “muerte”, Pablo no se
refiere a la muerte literal o a la muerte eterna, sino la muerte en el
sentido de separación de Dios y de separación de la calidad de vida
que surge de conocer a Dios (Juan 17:3).
Las personas espirituales tienen una opción que no tienen las
personas que no son espirituales. Concentrar la mente en el Espíritu
lleva a la vida espiritual, lo que Jesús describió como “vida en
abundancia” (Juan 10:10). El apóstol Juan resumió esta verdad al
escribir: “Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y
esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no
tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5:11, 12).
Jesús enseñó que, si nuestra mente es buena, o saludable, todo
nuestro cuerpo estará lleno de luz, pero si la mente no es buena, todo
nuestro cuerpo estará lleno de tinieblas. Según Jesús, la diferencia
entre una vida llena de luz (felicidad) y una vida llena de tinieblas
(infelicidad) es la forma en que vemos las cosas (ver Mateo 6:22,
23). Jesús estaba dando una advertencia sombría sobre lo que
podríamos llamar “esquizofrenia espiritual” o “visión doble
espiritual”. Santiago 1:8 nos dice que un hombre de doble ánimo es
inestable, inconstante, dubitativo, poco confiable e incierto en todo lo
que piensa, siente y decide. Pablo da esa misma advertencia en el
capítulo 6, 7 y 8 de esta carta a los romanos.
Jesús, Pablo, otros apóstoles y los profetas denominaron a
este esquema mental espiritual enfermizo con muchas expresiones
elocuentes. El profeta Elías desafió al pueblo de Dios de su tiempo:
“¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si
Jehová es Dios, seguidle” (1 Reyes 18:21).
El apóstol Juan registró una carta abierta del Cristo resucitado
y vivo a la iglesia de Éfeso. Estaba recibiendo el último libro del
Nuevo Testamento, por inspiración, del Cristo resucitado, mientras
estaba preso por su fe en la isla de Patmos. Ese mensaje era, en
esencia: “Preferiría que fueras caliente, pero, si no vas a ser caliente,
entonces sé frío. Lo que no quiero es que seas tibio. Eso hace que me
sienta mal del estómago y me da ganas de vomitarte” (ver
Apocalipsis 3:15, 16).
Santiago, que, junto con Pedro y Pablo fue uno de los grandes
líderes de la primera generación de la iglesia del Nuevo Testamento,
enseñó a los creyentes que debían pedir a Dios sabiduría cuando
llegaban al punto en que simplemente no sabían qué hacer. Como
una parte vital de esa exhortación, Santiago los desafió –y nos
desafía a nosotros– a no flaquear en nuestra fe cuando le pidamos a
Dios sabiduría. No debemos ser como las olas del mar, que son
llevadas de un lado para otro. Su forma de rotular el problema que
tratan Jesús, Pablo, Elías y Juan es la siguiente: “El hombre de doble
ánimo es inconstante en todos sus caminos”.
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
27
Aplicación personal
Una vez escuché a un profesor de psicología personal
denominar a este problema: “compartimentos lógicamente estancos”.
Nos dijo que debíamos pensar en nuestra mente como un círculo.
Dentro de ese círculo tenemos un pensamiento, que es un
pensamiento positivo; por ejemplo: “Tengo fe y no me preocupo por
nada”. Luego tenemos otro pensamiento, que está en conflicto
directo con nuestro primer pensamiento. Cuando estos dos
pensamientos entran en conflicto en nuestra mente, causan úlceras
estomacales, alta presión sanguínea y otros síntomas físicos, que nos
enfrentan con la realidad innegable de que estamos preocupados; ¡en
realidad, estamos asustados!
Para vivir con estos pensamientos conflictivos, construimos
una pared imaginaria por el medio de nuestras mentes y aislamos
estos pensamientos en dos compartimentos lógicamente estancos.
Mientras nos preocupamos, no nos permitimos pensar en el hecho de
que tenemos fe.
Cuando afirmamos nuestra fe y nos decimos que no estamos
preocupados por nada, no permitimos el pensamiento de que tenemos
síntomas físicos, que nos harían imposible negar nuestra
preocupación. Nuestra mente, entonces, podría ser representada
como un círculo con signos más y signos menos, aislados entre sí por
una línea –esa línea imaginaria de la mente– que está trazada por el
medio de ese círculo.
El profesor entonces enseñó que todo pensamiento que
tenemos pasa por los bancos de memoria de nuestro inconsciente y
crea una reserva de conflicto que, con el tiempo, genera síntomas
físicos, que se producen cuando nuestra mente inconsciente envía un
mensaje a nuestra mente consciente indicándole que deberíamos
resolver esos conflictos.
Luego desafió a los que estaban capacitándose para ser
consejeros a quitar cuidadosamente esa pared imaginaria que dividía
y aislaba los pensamientos conflictivos de las personas aconsejadas.
Les advirtió que las personas religiosas necesitan esto más que otras
porque tienen muchas normas de integridad irrealmente elevadas con
las que no pueden vivir en sus vidas cotidianas. ¡Concluyó su
exposición con la declaración de que los que enseñan estos absolutos
morales están enfermando mentalmente a las personas!
Jesús enseñó que la Palabra de Dios es verdad, y que
debemos leer la Palabra de Dios buscando la verdad. Además,
debemos asumir el compromiso de que, cuando encontremos la
verdad en la Palabra de Dios, la aplicaremos a nuestra vida personal
(ver Juan 17:17; 7:17; 13:17). Esta perspectiva de nuestro Señor ha
modelado todo mi enfoque de la Palabra de Dios. He descubierto –y
usted también lo descubrirá– que esta es la forma de demostrar que la
Biblia es la inspirada Palabra de Dios.
Jesús enseñó también que su Palabra es como un vino que
aún no ha fermentado. Advirtió que si el vino de su enseñanza se
vertía en un odre viejo y quebradizo, al fermentar, se expande y hace
presión dentro del odre. Si el odre no cede a la presión del vino que
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
28
fermenta, se reventará y se destruirá. Esto también significa que el
vino se perderá y se desperdiciará (Lucas 5:37, 38).
Jesús estaba advirtiendo a los que escuchaban su enseñanza
que si no recibían su Palabra con el compromiso de aplicar y
obedecer la verdad que enseñaba, esa Palabra destruiría su mente.
Compartí esa parábola de Jesús con el profesor de psicología. Su
respuesta fue: “¿Ustedes le enseñan a la gente de sus iglesias lo que
Jesús enseñó en esa parábola?”. Le aseguré que ciertamente lo
hacemos. Durante más de cinco décadas he compartido esa parábola
de Jesús, no solo con mis congregaciones, sino también con varios
psiquiatras y psicólogos que creen que los que enseñamos la Palabra
de Dios estamos enfermando a las personas.
Al descubrir y obedecer la verdad que descubrí en la Palabra
de Dios desde 1949, he llegado a la conclusión de que la Biblia es,
toda, completamente verdadera. Sin embargo, hay una verdad
revelada y una verdad descubierta. Cuando los consejeros, jueces,
médicos y otras personas que ven a cientos de personas en su trabajo
descubran la verdad en la vida de las personas con quienes se
encuentran en su trabajo, descubrirán que la Biblia ya ha dicho lo que
descubrieron, y lo ha dicho mejor. Podemos decir que la Biblia es
verdadera porque la Biblia es inspirada. También podemos decir que
la Biblia es inspirada porque la verdad que encontramos en la Biblia
es muy verdadera.
Resumen y aplicación personal
Comparto este ejemplo de la psicología con usted para poner
en perspectiva esta enseñanza de Jesús, Pablo y otros que
encontramos en la Biblia. Al leer la carta de Pablo a los romanos,
piense que su vida es como un círculo. Imagine que este círculo, que
representa su vida, está lleno solamente de signos más. Esto
representaría lo que enseñaba Jesús, cuando decía que debemos tener
una mente buena si queremos tener un cuerpo lleno de luz o
felicidad. Ese círculo también representaría el objetivo de lo que
Pablo está enseñando mediante estas cuatro leyes espirituales.
Ahora imagine que el círculo tiene tanto signos más como
menos, con una línea trazada por el medio del círculo que divide a
los signos más de los signos menos. Los signos más simbolizan la
Ley de Dios, o la Palabra de Dios. En otras palabras, los signos más
representan lo que usted cree son las inspiradas normas para la vida
correcta, basadas en la enseñanza de la Palabra de Dios. Luego dese
cuenta de que los signos menos simbolizan su comportamiento, que
no cumple con lo que representan los signos más y lo que le exigen.
El círculo dividido representa la confesión sincera de Pablo –
este fariseo de fariseos– en el séptimo capítulo de esta carta. La
mente dividida, la visión doble espiritual, es la descripción de lo que
el apóstol se llama a sí mismo: un “desdichado”.
La enfermedad psicosomática es enfermedad del cuerpo (en
griego, soma), cuando la causa de la enfermedad está en la mente, o
el alma (en griego, psyché). Una de las causas típicas y
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
29
preponderantes de la enfermedad psicosomática es la culpa. Una de
las causas más comunes de la culpa en los creyentes es tener una
norma de lo que sabemos es la vida correcta (la Ley de Dios) en
conflicto con nuestra vida cotidiana, cuando la forma de vivir no
coincide con la norma de Dios para la vida correcta.
Uno de los hombres más santos que vivió jamás fue el
hombre que el Dios Todopoderoso describió como: “un varón
conforme a su corazón” (ver 1 Samuel 13:14; Hechos 13:22). Este
hombre nos mostró, más que ningún otro hombre, con la excepción
de Moisés, lo que es la adoración y cómo debemos adorar. Sin
embargo, la Palabra de Dios nos dice toda la verdad: ¡él pecó
gravemente! Cometió adulterio, traicionó, asesinó y, durante un año
entero, intentó cubrir esos terribles pecados. Ese debe de haber sido
el año más triste de la vida de David.
Piense en estas palabras escritas por David, que describen
vívidamente cómo la terrible culpa que experimentó lo afectó
físicamente, emocionalmente y espiritualmente: “Feliz el hombre a
quien sus culpas y pecados le han sido perdonados por completo.
Feliz el hombre que no es mal intencionado y a quien el Señor no
acusa de falta alguna.
“Mientras no confesé mi pecado, mi cuerpo iba decayendo
por mi gemir de todo el día, pues de día y de noche tu mano pesaba
sobre mí. Como flor marchita por el calor del verano, así me sentía
decaer. Pero te confesé sin reservas mi pecado y mi maldad; decidí
confesarte mis pecados, y tú, Señor, los perdonaste” (Salmos 32:1-5,
Dios Habla Hoy).
Estas palabras corresponden con las sinceras palabras de
Pablo. Nos dan un ejemplo del Antiguo Testamento para poner al
lado de la confesión de Pablo. Las sinceras confesiones de estos dos
hombres piadosos nos sirven como un ejemplo tremendo. Pablo se
llama a sí mismo un “desdichado”.
Ahora imagine un círculo con solo signos menos adentro.
Esto representaría la vida de una persona que nunca ha tenido
ninguna luz ni ninguna enseñanza de la Ley o la Palabra de Dios.
Estas serían las personas que Jesús describió como aquellas que no
tienen luz y, por lo tanto, no tienen ningún conocimiento del pecado
(ver Juan 9:40, 41; 15:22). Según Jesús, el pecado es el rechazo o la
imposibilidad de vivir de acuerdo con la luz que hemos recibido.
Los versículos de los primeros capítulos de esta carta nos
desafían a preguntarnos si existe realmente una persona así (1:20).
Sin embargo, si hubiera tal persona, no tendría ningún pecado, no
tendría culpa y no tendría úlceras, dolores de cabeza o diarrea.
Al leer el sexto capítulo de Romanos, piense en esa persona
con un único y pecaminoso esquema mental, representado por el
círculo con solo signos menos. Esta persona no sería inmoral porque
no tendría ninguna norma de moral. Hoy, algunos llaman a esto
“amoral”, con lo que quieren decir que no existe tal cosa como los
absolutos morales o una norma moral de lo que está bien y lo que
está mal. Obviamente, los que creen en la Ley de Dios creen en los
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
30
absolutos morales, o una norma moral de lo que está bien y lo que
está mal.
Al escribir el sexto capítulo de esta carta, el fuerte énfasis de
Pablo está en que los que hemos sido justificados por la fe, tenemos
acceso a la gracia y creemos en la Palabra de Dios, nunca jamás
deberíamos vernos reflejados como un círculo con solo signos
menos. En otras palabras, ¡el pecado no debería tener absolutamente
ningún dominio sobre nosotros!
Al leer esta sincera confesión de Pablo, piense en ese círculo
con tanto signos menos como signos más, separados por una línea
trazada por el medio del círculo. Había una canción popular cuando
era adolescente que decía: “Cuélgate de lo afirmativo; elimina lo
negativo; ¡acentúa lo positivo y no te metas con el hombre que está
en el medio!”. El Pablo que vemos en el séptimo capítulo es “el
hombre que está en el medio”, según esa ridícula canción. Lo que es
mucho más importante es esto: el “hombre que está en el medio” es
descrito enfáticamente por Jesús, David, Elías, Juan, Santiago y por
Pablo, al final de su confesión, como el hombre “desdichado” (7:24).
Cuando lea el octavo capítulo de esta carta, imagínese un
círculo con solo signos más. Ese círculo representaría la mente buena
y la vida llena de luz y felicidad que enseñó Jesús. Sería la aplicación
y la obediencia buscada por David, los apóstoles y los profetas. Un
círculo lleno de signos más también representaría la aplicación de la
tercera ley espiritual descrita por Pablo, que da al pecador justificado
la dinámica para obedecer la Ley de Dios y vencer la Ley del Pecado
y de la Muerte.
La Ley del Esquema Mental es simplemente la elección
deliberada que tenemos de implementar la tercera ley espiritual del
apóstol Pablo. A diferencia del psicólogo, que no tiene ninguna
dinámica para ofrecer a quienes quieren quitar la pared que los
convierte en personas de doble ánimo y desdichadas, Pablo ofrece la
Ley del Espíritu de Vida en Cristo Jesús, que puede vencer la Ley del
Pecado y de la Muerte.
Vuelva a leer estos versículos y, al hacerlo, note que Pablo
refuerza y enfatiza la realidad absoluta de que, sin la dinámica del
Espíritu de Dios, no solo no podemos ganar la batalla contra el
pecado; si no tenemos el Espíritu Santo, ni siquiera pertenecemos a
Cristo y a Dios. Sin embargo, si pertenecemos a Cristo, tenemos el
Espíritu, y tenemos la promesa de que Él dará vida a nuestros
cuerpos mortales:
“Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu,
si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el
Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo está en vosotros, el
cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive
a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó de los
muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a
Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su
Espíritu que mora en vosotros” (Romanos 8:9-11).
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
31
Él resume lo que ha escrito sobre sus cuatro leyes espirituales
en estos versículos: “Así que, hermanos, deudores somos, no a la
carne, para que vivamos conforme a la carne; porque si vivís
conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las
obras de la carne, viviréis” (12, 13).
Aplicación personal: ¿Dónde está usted?
Lo que he ilustrado a través de las metáforas de estos círculos
es el mensaje esencial de los capítulos 6, 7 y los primeros trece
versículos del capítulo 8 de esta magnífica obra maestra teológica.
¿En cuál de estos círculos se encuentra usted? ¿Se encuentra en el
círculo que representa la verdad que Pablo enseña en el sexto
capítulo? ¿No tiene ningún signo más en todo su esquema mental? Si
eso es lo que es, usted necesita escuchar, entender y creer el
evangelio que Pablo proclamó claramente en Roma y presenta de
forma tan hermosa, sistemática y amplia en esta obra maestra de
todas sus cartas.
¿Se encuentra en ese círculo que tiene tanto signos más como
menos? Entonces necesita moverse pasar al círculo que solo tiene
signos más. En otras palabras, si usted no quiere ser un “desdichado”,
debe encontrarse con la solución de su condición desdichada
moviéndose en su experiencia del capítulo 7 al 8 de esta inspirada
carta.
Capítulo 4
Más que vencedores
(8:14-39)
Al leer el resto de este octavo capítulo, note la declaración de
Pablo de que Dios no está en todos. Dios está solo en aquellos que,
por fe, han sido justificados y han encontrado, por fe, acceso personal
a su gracia. Dios no está con todos. Dios está solo con los que lo
obedecen. No está para todos. Solo está para los que lo aman y son
llamados de acuerdo con sus propósitos. Sin embargo, Pablo llegará a
la conclusión de que, si Dios está en nosotros, con nosotros y por
nosotros, ningún poder de la tierra, bajo la tierra o sobre la tierra, en
el pasado, presente o futuro, podrá separarnos del amor de Dios, y de
lo que Él quiere hacer en nosotros, con nosotros, por nosotros y a
través de nosotros.
Los últimos veinticinco versículos del octavo capítulo de
Romanos son considerados uno de los pasajes más sublimes de toda
la Biblia. Este pasaje se compara con el resto de la Biblia de la
misma forma que el pico de la montaña más alta del mundo se
compara con las otras montañas de este mundo.
Lo que yo he llamado “las cuatro leyes espirituales de Pablo”,
presentadas ya por este apóstol. Sin embargo, el tema que comenzó
en el quinto capítulo, con relación a cómo los pecadores que han sido
declarados justos pueden vivir correctamente, seguirá en estos
últimos versículos del octavo capítulo hasta que Pablo declara que
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
32
podemos ser más que vencedores por medio de Cristo. La verdad que
Pablo ahora presentará, que hace que éste sea un pasaje
extraordinario de la Biblia, es que todos podemos ser
súpervencedores porque Dios es la Fuente, el Poder que está detrás
de nuestras conquistas espirituales, y también su propósito.
Recuerde que, después de escribir en el segundo versículo del
capítulo 5 que tenemos acceso por fe a la gracia, Pablo presenta la
metáfora de los cuatro conquistadores, que nos muestra cómo reinar
en vida a través de la gracia y en Cristo (5:17). El tema de la derrota
del pecado y sus consecuencias ha continuado a través de los
capítulos 6, 7 y los trece primeros versículos del capítulo 8. Pablo ha
proclamado de forma osada, elocuente y profunda el mismo mensaje
que declaró a través de su metáfora de los cuatro conquistadores
presentando su metáfora de estas cuatro leyes espirituales.
Sin embargo, se introduce otro gran tema en el glorioso punto
culminante de esta inspirada presentación de la victoria espiritual del
creyente. Ese tema es la intervención divina de un Dios soberano y
conquistador, que quiere ganar la batalla en nosotros, a través de
nosotros, con nosotros y por nosotros. Antes de introducir ese
magnífico tema, Pablo desafía la identidad espiritual de las personas
a las que escribe: “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según
el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si
alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo está
en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas
el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que
levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de
los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos
mortales por su Espíritu que mora en vosotros” (Romanos 8:9-11).
Las preguntas sobre la identidad espiritual que plantea Pablo
aquí son del tipo: “¿Están ustedes en la carne o en el Espíritu?”. Para
Pablo, hay solo dos posibilidades. O somos personas espirituales,
porque el Espíritu Santo vive en nosotros, o somos personas
naturales y no espirituales, porque el Espíritu Santo no vive en
nosotros. Si el Espíritu Santo no vive en usted, usted no es un
hombre espiritual y todo lo que escribe Pablo no se aplica a usted.
Sin embargo, si el Espíritu Santo vive en usted, el que levantó a Jesús
de los muertos dará vida a su cuerpo mortal. Esto no significa en la
vida venidera, porque él se refiere a nuestro como mortal, un cuerpo
que muere. El concepto de mortalidad significa que estamos aquí
solo por un período de tiempo. Cuando vamos a un funeral,
“entramos en contacto con nuestra mortalidad”, porque nos damos
cuenta de que vamos a morir algún día.
Esta pregunta sobre la identidad espiritual es seguida por otra
pregunta; en esencia: “¿Eres un hijo de Dios?”. Pablo combina estos
dos asuntos de la identidad espiritual personal y de ser un hijo al
escribir: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios,
éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de
esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el
espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu
mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
33
Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con
Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente
con él seamos glorificados” (14-17).
Una enseñanza popular es que Dios es el Padre de todos los
seres humanos y, por lo tanto, todos los seres humanos somos
hermanos y hermanas. El Evangelio de Juan dice claramente que a
los que creen en Cristo y lo reciben se les da la potestad de ser hijos
de Dios. La palabra griega que se traduce como ‘potestad’ es, en
realidad, la que significa ‘autoridad’.
Juan enseña que, al venir Jesús al mundo, cuando las personas
respondieron a Él correctamente, o con fe, nacieron de nuevo y se les
dio la autoridad para considerarse y llamarse hijos de Dios (Juan
1:12, 13). Si toda la humanidad fuera hija de Dios, la vida y la
muerte de Jesucristo habrían sido innecesarias.
Cuando la Biblia usa el masculino “hijos”, no se refiere
solamente a los varones, con exclusión de las mujeres. El término es
genérico e incluye a todas las personas, independientemente de su
género. A esto se refería Pablo cuando escribió que, en Cristo, no hay
varón ni mujer (ver Gálatas 3:28). Somos todos uno en Cristo.
Pablo describe grados de relación cuando escribe a los
filipenses sobre un anciano que le había llevado ofrendas de amor de
su iglesia a él, en la cárcel (ver Filipenses 2:25-30). Describe al
anciano como su hermano, su colaborador, su compañero de milicia,
su mensajero y ministrador de sus necesidades. Al decir “hermano”,
Pablo quería decir que era un creyente que había recibido la potestad
de ser llamado “hijo de Dios”. “Compañero de milicia” significa que
había arriesgado con Pablo su vida por Cristo y el evangelio. Los
significados de los otros títulos son obvios.
Pablo dice, claramente y dogmáticamente, que aquellos en
quienes vive el Espíritu pertenecen a Cristo. Luego conecta esa
identidad espiritual personal con el ser “hijos de Dios” al escribir:
“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son
hijos de Dios” (14). Pertenecemos a Cristo cuando el Espíritu Santo
mora en nosotros, y cuando somos guiados por el Espíritu Santo
somos hijos de Dios, según Pablo.
Esto es seguido por una enseñanza fascinante, que es similar
a una verdad que escribió a los gálatas. Dice, en esencia, en ambas
cartas inspiradas que, cuando el Espíritu da testimonio a nuestro
espíritu de que somos hijos de Dios, clamamos: “Abba, Padre”
(Gálatas 4:6). La palabra abba significa ‘padre’ en árabe. Esto se
refiere, obviamente, a una experiencia espiritual subjetiva, íntima y
personal.
Una vez pregunté a un mentor que me estaba entrenando
cuando yo era un pastor muy joven: “¿Cómo se le da seguridad de la
salvación a una persona que profesa ser creyente pero no tiene esa
seguridad?”. Tenía mi anotador y mi bolígrafo listos para escribir. Su
respuesta fue: “Uno no puede darle seguridad de salvación a nadie.
Ese es un ministerio del Espíritu Santo”. Me explicó que podemos
compartir evidencias que nos confirmen que la persona es salva y
tiene fe. Hasta podemos hacer ciertas preguntas y ofrecer varios tipos
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
34
de apoyo, aliento y afirmación cuando encontramos estas evidencias.
Pero, en el análisis final, solo el Espíritu Santo puede dar testimonio
a sus espíritus y darles la seguridad de que son hijos de Dios.
Para seguir el siguiente pensamiento de Pablo, es necesario
entender algo sobre la cultura romana de esa época. La costumbre
romana era que el padre considerara a sus hijos como niños hasta que
tenían catorce años. Cuando alcanzaban esa edad, en un tribunal de
justicia, él los adoptaba como hijos y los declaraba herederos de todo
lo que deseaba que heredaran de sus bienes.
Esta es la metáfora que Pablo usa aquí cuando escribe que
somos hijos, porque nacemos a la familia de Dios a través de nuestro
nuevo nacimiento espiritual. Sin embargo, a través de nuestro acceso
a la gracia de Dios, llegamos a ser algo más: “El Espíritu mismo da
testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos,
también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo”
(Romanos 8:16, 17). Heredamos con Jesucristo, quien es el amado
Hijo de Dios, todo lo que Él hereda de su Padre. Esto tiene un
enorme costado positivo, pero hay, también, un costo involucrado.
Recuerde que nos identificamos con Cristo en su muerte y en su
resurrección.
Ahora comienza su inspirado canto de alabanza por la
conquista y la victoria, en que relaciona nuestra identificación con la
muerte y resurrección de Cristo, que enseñó en el sexto capítulo, con
nuestro sufrimiento por Cristo en este mundo. Proclama que, si
sufrimos con Cristo, también seremos glorificados junto con Él en la
vida venidera:
“Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y
coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para
que juntamente con él seamos glorificados. Pues tengo por cierto que
las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria
venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo
ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de
Dios” (17-19).
Pablo ahora hace dos cosas en su profunda presentación de la
victoria espiritual de un pecador justificado sobre el pecado. Primero,
relaciona la victoria y el crecimiento espiritual con el sufrimiento.
Luego escribe la dimensión más inspiradora y majestuosa de su
concepto al transportar su enseñanza sobre las victorias espirituales
de un creyente al estado eterno. Antes de centrarme en lo que Pablo
escribe acerca del crecimiento espiritual final y la victoria en la
siguiente dimensión, es muy importante que usted considere conmigo
lo que escribe acerca de la forma en que el sufrimiento se relaciona
con nuestro crecimiento espiritual y las victorias de esta vida.
Muchos están enseñando, falsamente, que Dios nunca quiere
que su pueblo sufra, esté enfermo, pobre o aun pase por pruebas.
Esto no es lo que la Biblia enseña, simplemente, y Pablo quiere que
entendamos esta verdad. ¿Ha sido usted un creyente el tiempo
suficiente como para darse cuenta de que el crecimiento y la victoria
sobre el pecado pueden estar relacionados con el sufrimiento? Según
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
35
Jesús, cuando somos como una rama fructífera porque estamos bien
unidos a Él, como la vid, el Padre poda, recorta, la rama que somos
nosotros, para que seamos más fructíferos (Juan 15:2). En este
contexto, mucho de nuestro sufrimiento puede verse como un recorte
más que un escollo y un impedimento para nuestra vida.
El apóstol Pablo es un gran ejemplo de este tipo de
sufrimiento. Fueron sus frecuentes prisiones las que le dieron el
tiempo para producir cinco de sus más importantes cartas. Podría
haber sido fructífero durante muchos de esos meses predicando y
enseñando; sin embargo, Dios deseaba más fruto, y Pablo pasó ese
tiempo en la prisión. Ahora, durante más de dos mil años, sus
inspiradas cartas, escritas en la prisión, han traído salvación y
bendición a millones de personas.
Piense en este pasaje, escrito por Pablo, que nos da una
perspectiva de su propia experiencia de sufrimiento personal:
“¿Son servidores de Cristo? ¡Qué locura! Yo lo soy más que
ellos. He trabajado más arduamente, he sido encarcelado más veces,
he recibido los azotes más severos, he estado en peligro de muerte
repetidas veces. Cinco veces recibí de los judíos los treinta y nueve
azotes. Tres veces me golpearon con varas [esta forma de castigo era
un costumbre romana similar a lo que se hace en lugares como
Singapur, hoy; estas varas eran peores que un látigo, porque
magullaban el tejido muscular y aun podían quebrar los huesos], una
vez me apedrearon [Hechos 14], tres veces naufragué, y pasé un día y
una noche como náufrago en alta mar [Hechos 27 y 28]. Mi vida ha
sido un continuo ir y venir de un sitio a otro; en peligros de ríos,
peligros de bandidos, peligros de parte de mis compatriotas, peligros
a manos de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el campo,
peligros en el mar y peligros de parte de falsos hermanos. He pasado
muchos trabajos y fatigas, y muchas veces me he quedado sin
dormir; he sufrido hambre y sed, y muchas veces me he quedado en
ayunas; he sufrido frío y desnudez” (2 Corintios 11:23-27, NVI).
¿Puede ver por qué Pablo relaciona el crecimiento espiritual y
la victoria con el sufrimiento? Dado que el sufrimiento es una de las
muchas herramientas que Dios usa al hacernos sus criaturas, ¿ha
usado Dios, o está permitiéndole usted que use, el sufrimiento ahora
para hacerlo crecer espiritualmente? ¿Puede registrar también sus
experiencias de este principio en su propio diario espiritual de fe?
¡No desperdicie sus penas!
Pablo escribe, en otra de sus inspiradas cartas, que todos
somos hechura de Dios. Cuando un constructor que yo conocí
terminaba una hermosa casa, solía llevar a una persona que buscaba
un constructor de casas para que viera la que había completado, y les
decía a esos potenciales clientes: “Por la gracia de Dios, esta casa es
hechura mía”. Según Pablo, Dios quiere señalarnos, a cada uno de
nosotros, y decir: “¡Esta es mi hechura!” (Efesios 2:10).
Un pastor, mientras las parejas que había casado estaban en
su luna de miel, solía ir a la casa o departamento de ellos y colocaba
un cartel en la puerta principal que decía: “Cuidado: ¡Dios
trabajando!”. Quería recordar a esas parejas que debían ser pacientes
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
36
el uno con el otro y darse cuenta de que Dios estaba trabajando en
sus vidas. Ese cartel podría ser colocado sobre la vida de cada
creyente que ha sido justificado por la fe.
Esto es cierto, no solo en esta vida, sino que, en un sentido, la
hechura de Dios no estará completa hasta que seamos hechos
perfectos en la eternidad a través de nuestra propia muerte y
resurrección literales (Filipenses 1:6).
Una vez, oí acerca de un pastor de la ciudad de Nueva York
que estaba deprimido, al punto tal que no podía escribir su sermón.
Decidió salir a caminar. Mientras caminaba por la ciudad, tan
deprimido que estaba prácticamente en un estupor, llegó a una obra
en construcción de una gran catedral. Estaban haciendo grandes
refacciones para preservar la belleza y la longevidad de la gran
catedral.
El deprimido pastor se quedó parado allí, en su estado de
estupor, contemplando a los obreros con la mirada perdida. Pasaron
varios minutos antes que se diera cuenta de que estaba observando a
un hombre que trabajaba en una gran piedra que tenía la forma de
una enorme cruz. Pasado un tiempo, el habilidoso artesano se dio
cuenta del pastor que lo estaba contemplando. Cuando se cruzaron
sus miradas, el pastor le preguntó: “¿Qué está haciendo?”. El
artesano le mostró una abertura en el campanario, arriba de ellos. La
abertura tenía también la forma de una cruz. Le preguntó al pastor:
“¿Ve esa abertura ahí arriba?”. Y entonces, mientras señalaba la
enorme piedra que estaba tallando, el artesano le dijo: “¡Le estoy
dando forma aquí para que encaje allá arriba!”.
Mientras el pastor se alejaba caminando de la obra de
construcción, dijo: “Gracias, Señor. ¡Esto es exactamente lo que
necesitaba escuchar!”. Se dio cuenta de que muchos de los problemas
y las presiones que lo habían llevado a su depresión, eran la manera
en que Dios le estaba dando forma para que pudiera encajar allá
arriba.
Al relacionar Pablo el sufrimiento con el crecimiento
espiritual y la victoria sobre el pecado en la vida de un creyente, está
afirmando que Dios está férreamente dedicado a modelarnos como
sus hijos e hijas, y a hacernos sus mensajeros aquí y ahora. También
nos está dando forma para el estado eterno, cuando
experimentaremos nuestra redención completa y la victoria total
sobre el pecado. Piense en la siguiente paráfrasis de estos dos
versículos, donde Pablo relaciona el sufrimiento con el magnífico
futuro que Dios tiene reservado para nosotros: “En mi opinión, todo
lo que tengamos que soportar ahora no es nada en comparación con
el magnífico futuro que Dios tiene reservado para nosotros. Toda la
creación está en puntas de pie para contemplar la maravillosa escena
de los hijos de Dios que reciben lo que les corresponde” (Romanos
8:18, 19).
La vida en dos dimensiones:
¿Alguna vez vio una libélula cuando está volando y usa sus
magníficas alas dobles para ir de una flor a otra? A veces se queda
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
37
sobrevolando, como un helicóptero, quieta y suspendida en el
espacio. En realidad, la libélula puede mantenerse volando así todo el
día. Estas asombrosas criaturas son una maravilla absoluta de la
aerodinámica, con sus dos conjuntos de alas que las pueden mantener
en vuelo perpetuamente.
De hecho, la libélula pasa entre el primer y cuarto año de su
existencia en el fondo de un cuerpo de agua. Si fuéramos a hacer,
como lo haría un científico, un corte transversal de la libélula bajo el
agua durante sus primeros años de vida, descubriríamos que está
equipada con dos sistemas respiratorios. La libélula subacuática tiene
un sistema respiratorio que le permite inhalar agua a través de su
largo y delgado cuerpo y extraer el oxígeno del agua, como hacen
muchas criaturas subacuáticas. También descubriríamos que esta
fascinante criatura tiene un segundo sistema respiratorio que, un día,
le permitirá respirar aire cuando ingrese a su segunda dimensión de
vida.
Cuando la primera existencia de la libélula –la subacuática–
ha sido completada, asciende a la superficie del agua, se sube a la
tierra, seca sus alas al sol, extiende esos dos magníficos conjuntos de
alas y comienza, gloriosamente, la segunda dimensión de su
existencia. Obviamente, la libélula ha sido diseñada por Dios para
vivir su existencia en dos dimensiones.
Nosotros compartimos esta característica con la libélula.
Según Pablo, nosotros también fuimos diseñados por Dios para
existir en dos dimensiones. Dios nos da un cuerpo terrenal para vivir
nuestra vida aquí en la tierra, y Dios nos dará un cuerpo celestial que
nos permitirá vivir para siempre en la segunda dimensión –la eterna–
de nuestra existencia planeada providencialmente, en el cielo.
Hablando figurativamente, si fuéramos a hacer un “corte
transversal” de un creyente nacido de nuevo, descubriríamos que, al
igual que la libélula, está equipado con dos sistemas vitales. Cada
seguidor auténtico de Cristo está equipado con un cuerpo terrenal, un
sistema vital, que le permite vivir la primera dimensión de su vida.
También descubriríamos que todo verdadero creyente está equipado
con lo que Pablo llama “la nueva creación” o “el nuevo hombre” o
“el hombre interior”. Según Pablo, esta obra milagrosa de la nueva
creación hecha por el Espíritu Santo, como el segundo sistema
respiratorio de la libélula, prefigura el cuerpo espiritual que Dios
dará a todos los creyentes y que les permitirá vivir eternamente en el
cielo.
La libélula es una maravilla aeronáutica en su segunda
dimensión de vida. Cuando los creyentes son resucitados
sobrenaturalmente, cuando Dios nos dé a usted y a mí cuerpos
espirituales para nuestra segunda y eterna dimensión de vida,
¡imagine cómo seremos!
Cerca del final del Nuevo Testamento, en su primera carta, el
anciano líder de la iglesia primitiva, el apóstol Juan, reflexiona sobre
lo que somos y quiénes somos como creyentes, y quiénes y qué
vamos a ser. Nos dice que aún no se ha revelado lo que seremos, pero
será algo maravilloso, más allá de lo que podamos imaginar, porque,
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
38
en el cielo, ¡seremos exactamente como el Cristo resucitado y vivo es
ahora! (1 Juan 3:1, 2).
Pablo escribe, de una forma tan hermosa, que todo el mundo
está de puntas de pie, esperando ansiosamente, para ver este milagro
glorioso de lo que seremos. Me han dicho que envejecer no es para
cobardes. Al experimentar el envejecimiento, o al observar ese
proceso en las personas que usted conoce y ama, nunca olvide que el
cuerpo es solo el “traje terrenal” de un creyente. Dios nos da un
cuerpo para que podamos vivir nuestra vida aquí, en la tierra. Dios
dará a cada seguidor de Cristo un cuerpo espiritual, que nos permitirá
vivir en el cielo, cuando, como hijos de Dios, recibiremos lo que nos
corresponda.
Estos dos versículos, que relacionan nuestro crecimiento y
victoria con el sufrimiento y el estado eterno, son seguidos por
algunos versículos profundos que nos dicen algunas verdades
fascinantes acerca de este mundo que Dios ha creado y sostiene. Los
hijos de Dios no son la única creación de Dios que necesita la
continua obra creadora del Creador: “Porque la creación fue sujetada
a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó
en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la
esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios.
Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con
dolores de parto hasta ahora” (Romanos 8:20-22).
Para interpretar estos tres versículos, debemos entender la
caída de la familia humana, según se la relata en los primeros
capítulos del Libro de Génesis, y en el primer capítulo de esta carta
que Pablo escribe a los romanos. Cuando el hombre peca, todo lo que
toca es afectado por su pecado. Vemos los resultados del pecado
humano en el medio ambiente de muchísimas formas hoy. La
avaricia humana contamina nuestras aguas, el aire que respiramos y
los alimentos que comemos.
Según el relato bíblico, la creación fue influida
dinámicamente por la caída del hombre. Estos versículos
simplemente dicen que, cuando la redención del hombre sea
completa, habrá una redención final y completa de este mundo.
Cuando seamos redimidos, seremos nuevas criaturas. Pablo nos ha
enseñado en esta carta que nuestro viejo hombre debe morir para que
comience nuestra nueva vida. La Biblia enseña que un día Dios
creará un nuevo cielo y una nueva tierra en los que reinará la justicia
(2 Pedro 3:13).
Pablo nos dice aquí, en el octavo capítulo de Romanos, que la
creación presente gime y anhela por esa nueva creación: “Porque la
creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por
causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación
misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad
gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación
gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo
ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias
del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos,
esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo. Porque en
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
39
esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es
esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? Pero si
esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos”
(Romanos 8:20-25).
Ahora Pablo vuelve al tema de nuestra redención final y
completa. Dice que somos salvados por esta esperanza de la
redención de nuestros cuerpos. Quiere decir que, en un sentido,
nunca seremos redimidos plenamente y finalmente hasta que seamos
resucitados al estado eterno. Muchas personas piadosas mueren
enfermas, y a veces nos preguntamos por qué no fueron sanadas
físicamente.
La respuesta se encuentra, al menos parcialmente, en estos
versículos. Así como su redención no será plena y completa hasta
que entren en la eternidad, su sanidad completa tampoco será total
hasta que sean resucitadas…en el cielo. Cuando Dios les dé ese
cuerpo espiritual que las equipará para vivir en el cielo, su sanidad y
su redención serán completas.
¡Oren igual!
“Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra
debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos,
pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos
indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la
intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios
intercede por los santos” (26, 27).
Observe el énfasis en los versículos que he citado que Pablo
escribió a los corintios, y en los versículos 23 al 25 de este octavo
capítulo de Romanos, sobre el hecho de que nuestros cuerpos y la
creación gimen con el anhelo ferviente de experimentar esta
redención plena y final. Pablo continúa con un pasaje que ha traído
consolación a millones de creyentes durante casi dos mil años.
Escribe que Dios escucha nuestro gemir y ministra a nuestras
debilidades de forma hermosa.
Todo creyente que esté instruido en la disciplina espiritual de
la oración sabe que debemos orar en concordancia y de acuerdo con
la voluntad de Dios. Sin embargo, nuestro problema es que a menudo
no sabemos cuál es su voluntad cuando nos presentamos ante el
Señor y le ofrecemos nuestras peticiones. Por lo tanto, algunos de
nosotros no vamos ante Él en oración ni le presentamos estas
peticiones.
La instrucción de este apóstol es que, de todos modos,
debemos orar. La explicación inspirada y profunda para este consejo
es que el Espíritu Santo conoce la voluntad de Dios con relación a
cada petición que presentamos ante Él en nuestras oraciones.
Cuando, de todos modos, oramos, o aun si pedimos algo que no es su
voluntad para nosotros o para quienes estamos orando, ¡el Espíritu
Santo hará intercesión por nosotros de acuerdo con la voluntad de
Dios! En palabras directas y simples, esto significa que, cuando
pedimos algo incorrecto, si nuestros corazones están bien con Dios,
el Espíritu Santo intercederá por nosotros y Dios nos dará lo que es
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
40
su voluntad para nosotros o para las personas por quienes estamos
orando.
Yo agradezco a Dios por esta promesa, y porque no ha
contestado algunas de mis oraciones. Ahora que soy más maduro,
que he crecido en mi caminar en Cristo, y puedo mirar atrás y ver
cómo Dios ha obrado en mi vida, puedo decir: “Gracias, Espíritu
Santo, por interceder por mí cuando pedí cosas incorrectas”.
En el Antiguo Testamento hay varios ejemplos de hombres
piadosos que oraron pidiendo morir. Moisés, Elías, Job y Jonás
llegaron a un punto de depresión y desesperación en el que pidieron a
Dios que los matara. Aun estos grandes hombres de Dios estaban tan
exhaustos físicamente, mentalmente, emocionalmente y hasta
espiritualmente que le pidieron a Dios algo incorrecto. Dado que su
corazón estaba bien con Dios, su amante Padre celestial no contestó
su oración y no los mató.
Dios dio a Moisés setenta hombres para ayudarlo a
sobrellevar las cargas que lo habían reducido a la depresión y a la
desesperación. Durante casi cuarenta años, Moisés había estado
guiando a los hijos de Israel mientras daban vueltas por un terrible
desierto que podían haber cruzado en once días. Estaba cansado, y
estaba cansado de estar cansado. En nuestra cultura moderna lo
llamamos “agotamiento” (ver Números 11:10-17).
La belleza de la verdad que Pablo enseña en esta receta para
la oración es que no deberíamos dejar que el hecho de no conocer la
voluntad de Dios nos impida orar. Deberíamos orar de todas formas,
porque el Espíritu Santo intercederá por nosotros y Dios nos dará lo
correcto y lo que esté de acuerdo con su voluntad.
El profeta Elías descuidó algo que me gusta llamar
“mantenimiento del templo”. Pablo enseña que nuestro cuerpo es el
Templo del Espíritu Santo. Dado que nuestra vida física, espiritual,
mental y emocional forma un solo paquete, cuando la dimensión
física de nuestro cuerpo es descuidada, el agotamiento físico implica
un agotamiento mental, emocional y aun espiritual. Cuando Elías
pide a Dios que lo mate, Dios lo hace dormir, lo despierta el tiempo
suficiente como para alimentarlo y luego lo vuelve a dormir. Leemos
que este gran profeta, que quería morir, fue totalmente restaurado y,
con la fuerza que le dieron ese alimento y descanso, ¡viajó cuarenta
días! Cuando pidió a Dios lo incorrecto, Dios le dio lo correcto (1
Reyes 19:1-8).
Si usted lee con cuidado los discursos de Job, verá que el
sufrimiento de Job lo llevó al punto en que también hizo la oración
que hicieron Moisés y Elías (Job 3:11, 10:18). El profeta Jonás se
unió a estos otros tres hombres y también hizo esa oración (Jonás 4).
Dios no mató a Job ni a Jonás. Cuando hicieron esa oración, Dios les
dio la esencia de los dos libros que llevan sus nombres. Estos cuatro
ejemplos nos enseñan que aun las personas piadosas pueden llegar a
un punto en que pierden su perspectiva y piden a Dios lo incorrecto.
Estos cuatro hombres son ejemplos de lo que Pablo enseña en esta
extraordinaria y profunda receta de la oración.
Estos dos versículos (Romanos 8:26, 27) son el trasfondo del
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
41
versículo que sigue, que ha dado consolación e inspiración a millones
de discípulos cristianos desde el momento en que fue escrito. Este
maravilloso versículo también es, probablemente, el que ha sido más
incorrectamente comprendido y aplicado entre los escritos inspirados
del apóstol: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas
les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son
llamados” (8:28).
El versículo comienza con una maravillosa promesa de que
todas las cosas obran juntas para el bien. Pablo usa esta frase, “todas
las cosas”, frecuentemente, pero nunca livianamente o
accidentalmente. Los creyentes y no creyentes han contemplado esa
frase mientras sufrían por tragedias como las causadas por la guerra u
otras expresiones de maldad descarnada. Estos trágicos sucesos a
menudo parecen explicarse solo por un caos aleatorio, o por la dura
realidad de que simplemente se encontraban en el lugar incorrecto en
el momento incorrecto. Se quedan mirando este versículo y luego
preguntan: “¿Todas las cosas, Pablo? ¿Aun esta horrible tragedia?”.
Piense en esta paráfrasis/traducción de este versículo, que se
aproxima bastante al idioma original y a la intención de Pablo
cuando escribió estas palabras: “Más aun, sabemos que, para los que
aman a Dios, que son llamados de acuerdo con su plan, todo lo que
ocurre encaja en un patrón para bien” (28). Quisiera hacer dos
observaciones básicas acerca de este versículo. Mi primera
observación es que la promesa con que comienza el versículo es muy
condicional. Deben cumplirse dos condiciones o requisitos previos
antes de que esta promesa se aplique a la vida y los problemas que
puede experimentar una persona:
1) Debe amar a Dios.
2) Debe ser llamada de acuerdo con su plan.
¿Qué significa, exactamente, amar a Dios? El apóstol Juan
nos informa que no es fácil amar a Dios. Nos desafía con una
pregunta: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano,
es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto,
¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1 Juan 4:20). Según
Pablo, mostramos que amamos a Dios siendo llamados de acuerdo
con el plan de Dios. Cuando la prioridad de cada fibra de nuestro ser
es ser llamados de acuerdo con el plan de Dios, como Moisés, Elías,
Job y Jonás, estamos cumpliendo las condiciones y los requisitos
previos que hacen posible que apliquemos este versículo a nuestra
vida y nuestros problemas, no importa lo trágicos y sin sentido que
puedan parecer.
Algunas veces, después de predicar que todas las cosas obran
para bien, tanto creyentes como no creyentes se me han acercado
para cuestionar mi sermón. La tremenda, amarga y dura realidad es
que si toda la orientación de sus vidas ha sido siempre poco
espiritual, secular, egoísta y centrada en los valores de moda en su
mundo secular, no pueden siquiera comenzar a aplicar este versículo
a sus vidas y a sus trágicos problemas.
Mi segunda observación es que, cuando se lo comprende, este
versículo no dice que todo lo que pasa en la vida de un devoto
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
42
seguidor de Cristo sea bueno. Tal vez no haya absolutamente nada
bueno en lo que nos ha ocurrido. Jesús era sumamente realista, y
también lo era este amado discípulo.
Jesús enseñó que tendríamos aflicción (Juan 16:33) y,
mediante su ejemplo y su enseñanza, este apóstol y el Señor dejan
bien en claro que a menudo sufrimos porque el maligno odia a Cristo
y a los suyos. La promesa de este versículo es que, si cumplimos los
requisitos, nuestro Dios puede tomar todo lo que nos ocurre, aun
cuando no haya nada bueno en nuestros trágicos problemas, y lo
puede hacer encajar en un patrón para el bien.
Esto plantea otra pregunta. ¿Al bien de quién nos estamos
refiriendo aquí: el nuestro o el de Dios? Bueno, esa pregunta se
contesta en las condiciones o requisitos previos en los que se basa
esta promesa. Si amamos a Dios y nuestra pasión es ser llamados de
acuerdo con su plan, el único bien que nos interesa es el bien de
Dios. Cada vez que enfrentamos problemas trágicos, nuestra
respuesta inmediata debería ser: “¿Cómo puede esta tragedia encajar
en un patrón para el bien y la gloria de Dios?”.
El salmista planteó una pregunta similar para cuando estamos
sufriendo: “Si fueren destruidos los fundamentos, ¿qué ha de hacer el
justo?” (Salmos 11:3). Basado en nuestro estudio de eruditos en el
idioma hebreo, una traducción literal de las palabras hebreas escritas
por este antiguo escritor de himnos sería: “¿Cuando los fundamentos
de nuestra vida se están derrumbando, ¿qué está haciendo el Justo?”.
Antes de que podamos aplicar la maravillosa promesa de que
todas las cosas obran para bien, simplemente debemos entender y
aplicar estas condiciones y requisitos previos. Nunca entenderemos o
apreciaremos realmente este versículo hasta tanto lo hagamos.
La providencia de Dios
Pablo sigue estos tres grandes versículos sobre la perspectiva
y la receta para la oración con una de las palabras más majestuosas y
sublimes que hayan sido escritas jamás en la inspiración del Espíritu
Santo. Recuerde que todavía está tratando el tema que comenzó en el
segundo versículo del quinto capítulo: ¿Cómo pueden los pecadores
que han sido declarados justos por Dios vivir vidas justas? Los cuatro
conquistadores y las cuatro leyes espirituales han sido su respuesta.
Él ahora nos da su respuesta más grande, fuerte, convincente,
inspiradora y elocuente a esa pregunta, cuya conclusión es que
podemos ser más que meros vencedores: ¡podemos ser
súpervencedores!
La esencia de este pico supremo en los sublimes e inspirados
escritos de este apóstol es que nuestra victoria no es una cuestión de
qué o quiénes somos. La victoria espiritual no es cuestión de lo que
podemos o no podemos hacer. Nuestra victoria no tiene nada que ver
con lo que queremos nosotros. La conquista espiritual tiene su origen
y encuentra su dinámica en Quién y qué es Dios, en lo que Él puede
hacer y en lo que Él quiere. Él es el Origen de nuestra victoria. Él es
el Poder detrás de nuestra victoria, ahora y en el mundo venidero. Su
gloria es el propósito de todo lo que nos ocurre: pecadores que están
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
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siendo declarados justos y que reciben el poder para vivir
correctamente.
Cuando concluye toda la sección de enseñanza de esta obra
maestra, vuelve a usar esa frase, “todas las cosas”, de nuevo. Dice,
simplemente: “Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A
él sea la gloria por los siglos. Amén” (Romanos 11:36). Estamos
adelantándonos en la lectura, pero si usted lee los últimos cuatro
versículos del capítulo 11 antes de leer el pasaje que vamos a
considerar, le darán una perspectiva que le ayudará a entender este
pasaje, que es la cumbre de todos los escritos inspiradores de este
autor de la mitad del Nuevo Testamento.
Comienza explicando que, cuando Dios decidió enviar a su
Hijo a nuestro mundo para que pudiera declararnos y hacernos justos,
a nosotros los pecadores, para que Dios aplicara ese milagro a usted
y a mí, fueron necesarios tres milagros que solo Él podía realizar.
También nos informa que, después de ser justificados, hay una
dimensión futura en nuestra vida correcta que también involucra un
milagro que solo Él puede lograr.
Escribe: “Porque a los que antes conoció, también los
predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo,
para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que
predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también
justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó” (8:29, 30).
El milagro de la Providencia de Dios en nuestra justificación
por la fe es que Dios sabía de antemano que nos declararía justos.
Esto es simplemente una afirmación acerca de uno de los atributos de
Dios. Cuando aplicamos el conocimiento previo a Dios, lo llamamos
“omnisciencia”. Dado que el prefijo “omni” significa “todo”, esto
simplemente significa que Dios conoce todo. Sabe todo sobre el
pasado, el presente y el futuro. Dios nunca se sorprende por algo que
ocurre. Cuando la familia humana cayó en Adán, Dios no se
sorprendió. No tuvo que pasar a un “plan B”. Dios tuvo un plan para
la redención del hombre caído desde siempre.
El hecho de que supiera quiénes serían justificados no
significa que violara el libre albedrío de quienes fueron declarados
justos. El hecho de que Dios predestinara a quienes conoció de
antemano no significa que escogió a éste para el cielo y a ése para el
infierno. Cuando lleguemos al noveno capítulo, estudiaremos el
concepto de la elección, que plantea estos temas. Aquí, la enseñanza
es, simplemente, que Dios ha predestinado a los pecadores
justificados para que sean conformados a la imagen de su Hijo.
Cuando aquellos que han sido declarados justos viven
correctamente, ¿cómo sabrán cómo es la vida correcta? Este es uno
de los muchos propósitos para los cuales envió Dios a su amado Hijo
a este mundo. Dios predestinó, o predeterminó, que su Hijo fuera el
primero de muchos que serían tan parecidos a Él que serían como sus
hermanos (Hebreos 2:11).
Un tercer milagro que debe venir de Dios, para que podamos
ser conformados a la imagen de su Hijo, es que a los que Él conoció
de antemano y predestinó, también llamó. Ya he señalado que esta es
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
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una de las palabras favoritas de Pablo para describir a los seguidores
de Cristo que experimentan la salvación. Ser justificado por la fe y
encontrar acceso a la gracia por la fe es más que meramente una
proposición intelectual. Es un “llamado” para tener una relación con
el Cristo resucitado y vivo (1 Corintios 1:9). Dios quiere que
conozcamos a su Hijo y que lleguemos a ser como Él.
Estos tres milagros brindan el contexto para el mensaje
central y principal de esta carta: a aquellos que conoció de antemano,
predestinó y llamó, Dios justificó. Pablo luego va más allá de esta
vida y profetiza una dimensión presente y futura de este gran
milagro. A aquellos que justificó, también glorificó. Esto se refiere a
aquellos grandes milagros que Pablo describió tan hermosamente a
los corintios, cuando el Dios que nos dio un cuerpo terrenal para
vivir esta vida nos dará un cuerpo espiritual y celestial, para vivir en
el cielo.
Sin embargo, este versículo también nos demuestra que la
experiencia de ser glorificados comienza cuando somos justificados
por fe y accedemos a la gracia de Dios. Cuando la gracia de Dios
cambia nuestra vida y nos convertimos en nuevas criaturas, nuestro
hombre interior prefigura ese estado glorificado que
experimentaremos por toda la eternidad.
Preguntas y respuestas
Pablo plantea ahora siete preguntas que tienen respuestas muy
apasionantes: “¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros,
¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino
que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él
todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el
que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió;
más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de
Dios, el que también intercede por nosotros.
“¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o
angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?
Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo;
Somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas
cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó”
(31-37).
La primera pregunta que plantea Pablo nos desafía a
responder a sus gloriosas declaraciones: ¿Qué tenemos que decir a
todo esto? Esa parece ser la esencia de la primera pregunta. La
segunda pregunta nos muestra lo que piensa Pablo. Si Dios nos llama
a experimentar estos cinco milagros, y nuestra redención –nuestra
redención final y completa– depende de Él más que de nosotros,
entonces ¿quién puede estar contra nosotros?
La tercera pregunta introduce un importante concepto en el
punto cumbre de esta magnífica sección de la carta. Si un Dios
amoroso nos amó tanto que nos dio a su Hijo, ¿no nos dará también
libremente todo lo que necesitamos para seguir a su Hijo, nuestro
Salvador y Señor? Pablo ha razonado anteriormente que, si somos
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reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¿no seremos, mucho
más, salvos por la vida de ese Hijo resucitado y vivo? (5:10).
Piense en su cuarta pregunta en el contexto de un juicio del
cual escribió en el segundo capítulo. ¿Quién presentará cargos contra
los elegidos de Dios? Dios, ciertamente, no lo hará, porque Él es
quien declara que nosotros, los pecadores, somos justos. Él ha
vaciado el cielo y sacrificado a su Hijo para justificarnos.
Ciertamente Él no nos condenará.
Su quinta pregunta es: “¿Quién es el que condena?”. Hay dos
conceptos implícitos aquí: Jesucristo ha sido designado como Aquel
a quien Dios ha encomendado todo juicio (Juan 5:22). Por lo tanto,
está calificado para condenarnos, pero dijo que no vino a condenar al
mundo, sino para que el mundo fuera salvo por Él (ver Juan 3:17).
Dado que Él ha pagado el precio de nuestra redención, no nos
condenará. Jesús está sentado a la diestra de Dios intercediendo por
nosotros (ver Hebreos 7:25; 1 Juan 2:1).
Un segundo concepto implícito aquí se relaciona con una
función del maligno. Se nos dice que el diablo es el acusador de los
hermanos, y que los acusa día y noche. Cuando él sea destruido como
el acusador, el reino de Dios florecerá con gran poder (ver
Apocalipsis 12:10, 11).
Uno de los eruditos de mi preferencia, con quien serví cuando
yo era un pastor asociado interino, muy joven, parafraseó la palabra
“justificado”, que significa “declarado justo”, y le dio el significado
de “declarado valioso”. Las personas luchan y experimentan una
inexpresable agonía intentando ganar algún valor propio mediante
logros y buenas obras. El mensaje de esta obra maestra teológica de
la Biblia es que Dios ofrece a este mundo de pecadores un valor
declarado que no depende de su desempeño positivo o negativo.
Pablo también escribe aquí que, cuando Dios declara valiosos
a los pecadores que tienen muy poco valor propio, el maligno está
allí mismo declarando la verdad opuesta: “Tú no tienes ningún
valor”. Esto podría ser una aplicación más que una interpretación,
pero piense en este versículo la próxima vez que se sienta condenado,
o cuando alguien le diga que no tiene ningún valor. Recuerde resistir
al acusador recordando y reafirmando la Buena Noticia de que Dios
mismo ha declarado el valor de usted. El Espíritu Santo entonces
dará testimonio a su espíritu de que es un hijo de Dios y que tiene
valor.
Su valor está seguro porque no está basado en su capacidad
de tener éxito y no fracasar nunca. Este valor declarado, como el
amor incondicional de Cristo, no se gana por un desempeño positivo
ni se pierde por un desempeño negativo. Eso es lo que significa la
gracia de Dios, y la misericordia de Dios significa que hay perdón
cuando usted falla. Es Dios quien justifica.
Su sexta pregunta y su respuesta a esa pregunta debería ser un
tremendo consuelo y consolación para todos nosotros. “¿Quién o qué
podría separarnos del amor de Cristo?”. Su séptima pregunta presenta
una lista de aquellas cosas que creemos que nos pueden separar de
nuestro Señor Jesucristo resucitado y vivo. El consuelo y la
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consolación vienen cuando Pablo nos informa que ninguna de estas
cosas nos puede separar del amor de Dios que es en Jesucristo
nuestro Señor.
¡La vida es difícil! Jesús y el apóstol son sumamente realistas
sobre la aflicción y el sufrimiento involucrado en seguir a Cristo,
quien es odiado por este mundo (Juan 16:33; Hechos 14:6-22). Pablo
menciona muchos de los tremendos desafíos que han sido y son
enfrentados hoy por los discípulos de Jesucristo. La lista incluye la
tribulación causada por la persecución, aun al punto de la muerte por
espada. Su sorprendente respuesta es que somos súpervencedores en
todas estas cosas porque, ¡lo cierto es que nada nos puede separar del
amor de Dios!
El Salmo del Pastor de David nos dice que la misericordia, o
el amor incondicional de Cristo, verdaderamente nos seguirá todos
los días de nuestra vida, y estará con nosotros en el estado eterno,
¡para siempre! (Salmos 23:6). Tal vez sea eso lo que tiene en mente
el apóstol cuando contesta su séptima y última pregunta: “Por lo cual
estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni
principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni
lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor
de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (38, 39).
Este es una gran declaración resumida de Pablo al llegar al
glorioso punto culminante de uno de los pasajes más sublimes del
Nuevo Testamento, que ha comenzado en el segundo versículo del
capítulo 5. Ha descrito detalladamente cómo es posible que se
declare que un pecador impío, que era enemigo de Dios, tiene un
cierto valor, sino que también puede acceder a la gracia que le
posibilitará vivir una vida que glorifica a Dios.
La clave última para la victoria del pecador que ha sido
declarado justo por la fe es el amor de Dios en Cristo Jesús nuestro
Señor. La clave de la victoria no viene de nosotros sino de Dios, y en
Cristo. Esta es la base para la firme seguridad de este apóstol.
En realidad, no hay nada realmente nuevo en esta gran
declaración final de Pablo. Es meramente una conclusión resumida
de todo lo que viene enseñando. Pablo anuncia que está persuadido
de que la muerte no nos separará del amor de Cristo. Escribió a los
corintios que estar ausente en el cuerpo es estar presente con el Señor
(ver 2 Corintios 5:6-8). Declaró a los filipenses que el vivir es Cristo
y el morir ganancia, y que preferiría morir y estar con Cristo (ver
Filipenses 1:20-23). Por lo tanto, la muerte no lo separaría a él –ni a
nosotros– del amor de Cristo.
También está persuadido de que nada en esta vida nos puede
separar del amor de Cristo. Pablo era absolutamente temerario frente
a la muerte, porque creía que el vivir era Cristo y el morir, ganancia.
Los devotos discípulos de Jesucristo, que realmente creen en los
valores eternos del evangelio, no deberían temer a la muerte.
Sin embargo, algunos creyentes temen a la vida más que a la
muerte. Cuando tenemos la filosofía de la muerte de Pablo, no
temeremos la muerte porque el morir es ganancia. También tenemos
que darnos cuenta de que tampoco debemos temer la vida si tenemos
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su filosofía de la vida: que el vivir es Cristo. Según Pablo, no hay
nada en la muerte y no hay nada en la vida que nos pueda separar del
amor de Dios en Cristo.
Pablo estaba convencido –y lo enseña– que hay una
dimensión espiritual de la vida en la que los ángeles, y lo que designa
como principados y potestades, afectan nuestra vida positivamente y
negativamente. Escribió a los efesios: “Porque no tenemos lucha
contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades,
contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes
espirituales de maldad en las regiones celestes [espirituales]”
(Efesios 6:12). Él está plenamente persuadido de que ninguna fuerza
espiritual nos puede separar del amor de Dios en Cristo.
No hay nada absolutamente en nuestras circunstancias
presentes y no habrá nada en nuestra vida futura que pueda
separarnos de este amor. Luego menciona la altura y la profundidad.
Esta es una referencia a la enseñanza de Pablo de que Jesús ascendió
a las alturas y descendió a las profundidades, donde liberó a cautivos
y dio dones a los hombres (Efesios 4:8-10).
El tema y el énfasis de su carta a los efesios nos desafían a
vivir en las alturas celestiales o espirituales, donde podemos poseer
todas las bendiciones espirituales en Cristo (Efesios 1:3). Otra
aplicación práctica y devocional serían los altos y los bajos que todos
experimentamos en nuestra vida. La promesa, entonces, es que no
hay ninguna altura o profundidad espiritual que nos pueda separar del
amor de Cristo.
La última declaración que hace Pablo es que “ninguna cosa
creada” puede lograr esta separación. Las palabras originales dan a
entender que quiere decir “ninguna otra creación”. En el siglo XXI
oímos especulaciones sobre la vida en otros planetas. Casi cien años
atrás, un gran erudito de la Biblia preguntó: “Si hay vida en Marte,
¿cómo serían salvos esos seres?”. Y lo respondió: “Si hay vida en
Marte, entonces tienen una Biblia que comienza: ‘En el principio
Dios creó el cielo y Marte’. ¡Esa Biblia entonces les habla acerca del
amor y la salvación de Dios para los que viven en Marte!”.
Tal vez Pablo esté declarando que, si hay una creación en
alguna parte de este universo de lo cual él no sabe nada, aun esa
creación no podría separarnos del amor de Dios en Cristo Jesús.
Aplicación personal
Somos pecadores de poco valor con un valor declarado
gracias a la vida y muerte del Hijo de Dios. Y tenemos acceso a la
gracia que nos posibilita vivir correctamente y glorificar al Dios que
ha declarado que tenemos valor. Cuatro conquistadores nos muestran
a los pecadores justificados cómo podemos reinar en la vida. Cuatro
leyes espirituales nos demuestran cómo elevarnos por encima de la
ley del pecado y sus terribles consecuencias. ¡Luego, esta majestuosa
declaración de la intervención divina de Dios, que tiene
conocimiento previo, predetermina, llama, justifica y glorifica a
pecadores sin valor para que sean más que vencedores, en esta vida y
en la venidera!
Fascículo 30: El Libro de Romanos, versículo por versículo (Segunda parte)
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¡Pablo escribe que está plenamente persuadido de que esta
letanía de milagros es absolutamente verdadera! ¿Está usted
persuadido? ¿Ha sido justificado por la fe, o aun está intentando
salvarse guardando la Ley que fue hecha para quebrarlo, cerrar su
boca y llevarlo a confesar que necesita un Salvador y no puede
salvarse a sí mismo?
¿Está persuadido de que el Dios que es el Origen de este
milagro también es el Poder que hay detrás de ese milagro y
completará la obra que comenzó cuando lo declaró justo a usted?
Entonces crea lo que ha leído en los primeros ocho capítulos de esta
obra maestra teológica. Responda al llamado de Dios. Sea justificado
por la fe. ¡Sea glorificado en esta vida y en la vida venidera!
Querido lector, este es solo el segundo fascículo de nuestro
estudio del Libro de Romanos. Si no ha leído el primero, le aliento a
que escriba y lo solicite. Asegúrese de solicitar también el Fascículo
número 31, donde continuaremos este maravilloso estudio. También,
cuando escriba, me gustaría saber si ha llegado a creer ya. Si ha sido
justificado por la fe y encuentra la gracia para vivir correctamente,
me gustaría saber cómo Dios ha usado estos estudios de su Palabra
en su vida.
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