Romanización
Por romanización entendemos el proceso de conquista e imposición de los principios de
administración, cultura, organización social y autoridad militar a los pueblos que
habitaban la Península por parte de Roma. Fue un proceso largo e implacable que
comenzó cuando los romanos derrotaron a los cartagineses (hacia el 206 a. C.), y que no
terminará, oficialmente, hasta el sometimiento de los pueblos cántabros y astures en el 19
a. C.[0]
I. CONCEPTO DE ROMANIZACIÓN
Romanización es el proceso de aculturación que experimentaron las diversas regiones
conquistadas por Roma, por el que dichos territorios incorporaron los modos de organización
político-sociales, las costumbres y las formas culturales emanadas de Roma o adoptadas por ella.
En el caso correspondiente a la península Ibérica, fue de diferente intensidad según las zonas —
mayor en el sur y este peninsulares— y se produjo en distintos momentos (más tardío en el oeste
y norte).
Acueducto de Segovia
Tras vencer a los cartagineses en las Guerras Púnicas, Roma inició su hegemonía en los
territorios peninsulares, que recibieron el nombre de Hispania. El proceso de romanización de las
nuevas provincias fue fundamental en la configuración del Imperio romano. Además de sus
formas políticas, sociales, institucionales, religiosas y culturales, Roma dotó a sus dependencias
territoriales de construcciones de todo tipo, entre las que destacaban las referidas a obras
públicas. Tal es el caso del acueducto erigido para la conducción de agua en la ciudad española
de Segovia, construido por el arquitecto Cayo Julio Lacer a mediados del siglo I d.C., siendo
emperador Claudio I.
La Romanización de España por Roma empezó en el 218 a. C. Aníbal (cartaginés) destruyó la
ciudad de Sagunto, aliada de Roma, y al frente de un poderoso ejército cruzó el río Ebro y los
Pirineos y emprendió la marcha hacia Italia. Entonces los romanos planearon hacer una guerra
contra los cartagineses en España. Los romanos, con una extraordinaria visión de la estrategia
militar, mandaron a España un ejército bajo el mando de Cornelio Escipión. Éste desembarcó en
Emporion y empezó la conquista de las tribus de Cataluña, conquista que se consiguió
rápidamente después de la llegada de su hermano P. Escipión, que asentó su base militar en
Tarraco, destinada a ser una de las capitales romanas de España. Cuando ya estaban ocupadas las
zonas ibéricas del levante y divididas las fuerzas de los dos hermanos, en el año 212 a. C., tomó
por sorpresa Cartago Nova. Después de dos victorias en Baecula e Ilipa, logró expulsar a todas
las tropas cartaginesas de la Península, e hizo un pacto con la cuidad de Gades en el año 206 a.
C. Después de someter algunas tribus rebeldes (ilergetas), fieles a los pactos con los cartagineses,
dominó toda la zona propiamente ibérica, que ya había pasado del dominio cartaginés al de los
romanos a causa de la Guerra Púnica.
Roma aplicó a los pueblos ibéricos y al territorio ocupado el derecho de conquista, comenzando
una vergonzosa etapa de sistemática expoliación que causaría, en 197 a. C., una rebelión general
de todos los pueblos ibéricos, exceptuando los ilergetas, que a causa de las anteriores represiones
habían perdido su espíritu de resistencia. Roma mandó a España al cónsul Marco Pocio Catón,
quien, tras una durísima represión, en el transcurso de la cual fueron destruidos todos los núcleos
semiurbanos y urbanos de Levante y Cataluña, dominó firmemente el territorio, que quedaría
dividido en dos provincias: la Citerior y la Ulterior.
II. FASES DE LA ROMANIZACIÓN
Teatro romano de Mérida
La importancia de Emerita Augusta, como era conocida la actual Mérida durante la época
romana, queda constatada en edificios como el teatro romano, en el que todavía hoy se celebran
representaciones teatrales y actuaciones musicales. Tiene un aforo aproximado para 5.000
personas.
El comienzo de este proceso data del año 218 a.C., cuando las legiones romanas de Cneo
Cornelio Escipión desembarcaron en Ampurias, en la costa catalana, para enfrentarse con sus
enemigos cartagineses, ocupantes de las zonas costeras y de parte del interior.
En una primera fase se procedió a la conquista militar —de la zona cartaginesa hasta el 206 a.C.,
de la zona interior durante el siglo II a.C. y del resto en el siglo I a.C.—, no exenta de
dificultades debido al valor y ansia de independencia de los indígenas, con continuas rebeliones.
En una segunda fase, iniciada cuando aún gran parte de lo que será Hispania no había sido
conquistada, se procedió a una asimilación cultural del territorio. Esta no fue total en las últimas
regiones sometidas (área cantábrica) ni siquiera en el siglo V cuando se debilitó la presencia
romana presa de las invasiones bárbaras, a pesar de llevar 500 años de dominación —muchas
veces más nominal que efectiva—, debido al escaso interés por controlar y poblar zonas
deprimidas y marginales. Allí pervivieron estructuras gentilicias (clanes) e idiomas (por ejemplo
el euskera), así como el sentimiento de identidad que permitiría su supervivencia frente a los
visigodos y el islam, posibilitando el nacimiento de los futuros reinos y condados cristianos. Una
de las consecuencias del prestigio de Roma y de lo romano será la aspiración a la ciudadanía,
conseguida a duras penas por los indígenas a base de dinero o en premio a su fidelidad. Ello,
junto a la suavización de los términos en que se acordaron las distintas rendiciones a manos de
las legiones y el tiempo transcurrido desde aquellas, fueron creando un clima propicio a la
aceptación de lo romano. Punta de lanza de todo esto fue la llegada de inmigrantes de origen
romano e itálico, que se fueron estableciendo en ciudades (municipia civium romanurum,
coloniae civium romanorum), creando así focos tanto de difusión cultural como de control
político y administrativo: Itálica (Sevilla), Corduba (Córdoba), Emerita (Mérida), Barcino
(Barcelona), entre otros. La política colonizadora de Julio César y de Augusto en el siglo I a.C.
fue el impulso definitivo a esta labor, iniciada tímidamente dos siglos atrás con la llegada de
soldados y comerciantes, suponiendo ahora no sólo el asentamiento de veteranos de las legiones
—emparejados con las mujeres indígenas— sino también nuevas remesas desde la propia Italia,
en busca de nuevas tierras y mejores condiciones de vida. El clima de paz y la lejanía de los
frentes bélicos contribuyeron decisivamente a la mejora de la economía y, con ello, a la
aceptación definitiva de Roma.
Ruinas de Numancia
En el 133 a.C., tuvo lugar, en las proximidades de la actual ciudad española de Soria, uno de los
actos épicos más famosos de la historia antigua de la península Ibérica: la destrucción de la
ciudad celtibérica de Numancia a cargo del poder romano, tras diez años de asedio contestado
por los heroicos defensores. No en vano, el calificativo 'numantino' hace referencia a quien
mantiene una actitud de aislamiento y resistencia a ultranza e incondicional ante el exterior. Esta
fotografía muestra las ruinas de la ciudad, la cual fue reedificada sobre la celtibérica.
Un hito en el proceso romanizador fue la concesión por el emperador Vespasiano (69-79) del ius
latii o derecho de ciudadanía latina, para todos los hispanos libres de origen indígena. Tal medida
fue ampliada en el 212 por el emperador Caracalla al convertir a todos los habitantes libres del
Imperio en ciudadanos romanos mediante la Constitutio Antoniniana. En Hispania, para esas
fechas, casi por unanimidad, la población se ‘sentía’ romana.
III. LA ACULTURACIÓN
Vías de la Hispania romana
Las más destacadas poblaciones de la Hispania romanizada aparecen en este mapa, unidas por
las principales vías creadas por el poder de Roma.
Reflejo de esa uniformidad cultural creciente fue la adopción de la lengua latina en todos los
ámbitos de la vida, al principio en igualdad con las lenguas prerromanas y luego, salvo
excepciones en el norte peninsular, con exclusividad, si bien es verdad que se mantuvieron
variantes dialectales —al igual que costumbres y tradiciones culturales—, pero que no alteraron
la unidad alcanzada. A este respecto es de destacar la capacidad romana de adoptar creencias y
costumbres de los pueblos conquistados, asumiéndolas como propias e integrándolas en un todo
común.
La romanización se mostró también en la penetración de la religión romana y, sobre todo, de las
religiones orientales importadas por Roma —culto de Cibeles, Mitra, cristianismo— en el uso de
vestimentas y ajuares; en los tipos constructivos, ya en obras públicas, ya en vivienda privada; en
el uso de los nombres romanos con su praenomen, nomen y cognomen; en el uso de la moneda y
métrica romanas; en la aceptación del Derecho Romano frente a las costumbres tribales; en las
prácticas comerciales y asociacionistas (collegia); en la llegada de hispanos a Roma como
emperadores, magistrados o literatos; o en la presencia de hispanos como legionarios desde
Britania a Mesopotamia. La inserción de la Península en el mundo romano supuso una mayor
apertura a los intercambios comerciales y culturales con el Mediterráneo y más allá, en una
identificación con los habitantes también romanizados de Asia, África y resto de Europa.
Todavía en torno al año 500 el sur peninsular se resistirá a la penetración germánica y mantendrá
lazos de unión con el Imperio romano de Oriente, que posibilitarán la reconquista bizantina de la
zona y su mantenimiento hasta el siglo VII, como una consecuencia de ocho siglos de historia y
tradición en torno a la idea y al nombre de Roma.
IV. DIVISIÓN ADMINISTRATIVA Y POLÍTICA EN LA ESPAÑA ROMANA
Inicialmente el territorio fue dividido en 2 provincias: España Citerior (la más cercana
geográficamente a Roma, que comprendía el este y noreste peninsulares) e España Ulterior (la
más alejada de la metrópoli). Durante doscientos años no se cambió, excepto en los límites
geográficos, acrecentados por las conquistas (correspondiendo el centro y norte a la primera y el
oeste y noroeste a la segunda).
Acueducto romano de Segovia, España
Tras la expulsión de los cartagineses de la península Ibérica, Roma inició su hegemonía allí.
Hispania quedó dividida en Hispania Citerior e Hispania Ulterior y proporcionó importantes
recursos agrícolas y mineros. Aunque la influencia romana se fue diluyendo a partir del siglo IV
d.C. todavía pueden observarse vestigios de su presencia en monumentos como el acueducto de
Segovia.
Sin embargo, Augusto en el 27 a.C. dividió la Ulterior en dos nuevas provincias Lusitania,
Bética y llamó Tarraconense a la Citerior.
El emperador Caracalla a comienzos del siglo III desgajó de la Tarraconense la provincia España
Nova Citerior Antoninianafutura Gallaecia, que comprendía el noroeste peninsular. Su sucesor
de principios del siglo IV, Diocleciano, creó la Cartaginense (centro y este peninsulares, más las
islas Baleares) desgajada también de la Tarraconense. A fines del siglo IV las Baleares pasan a
ser provincia insular llamándose Balearica. Por otro lado, el norte de África fue englobado en ese
siglo como parte de España con el nombre de Mauritania Tingitana, con capital en Tingis (actual
Tánger). Consecuencia de todo ello, en el siglo V España se componía de 7 provincias.
Hispania romana
Al ejército romano le costó unos 200 años obtener el control pleno de la península Ibérica,
proceso iniciado con la II Guerra Púnica (218-201 a.C.). En el máximo esplendor del Imperio
romano, Hispania estaba dividida en tres provincias. El Senado romano controlaba la Bética,
región más meridional de la península. La Lusitania y la Tarraconense eran provincias imperiales
controladas por el emperador.
- Lusitania
Lusitania es la antigua región que formó la provincia romana creada por el emperador Augusto
en la península Ibérica el año 27 a.C., con capital en Emerita Augusta (hoy Mérida, España). Las
constantes rebeliones contra el poder romano finalizaron en el 72 a.C., fecha del inicio de la
definitiva romanización en la región. Su principal figura como héroe de la resistencia fue la de
Viriato.
Su nombre completo era Provincia Hispania Ulterior Lusitania y, como su nombre indica, fue,
junto con la Bética, una de las dos partes en que se subdividió la antigua Hispania Ulterior.
Comprendía el actual Portugal, casi toda Extremadura y parte de las actuales provincias
españolas de Salamanca y Zamora, si bien el propio Augusto posteriormente incorporó el norte
del Duero a la Tarraconense. Recibe su nombre de sus antiguos habitantes, los lusitanos, con los
que Roma luchó durante los siglos II y I a.C. Administrada por el emperador, en el 284, como
una de las cinco provincias de la diócesis de Hispania, se dividió en tres distritos o conventos
jurídicos con capitales en Emerita, Scallabis (actual Santarém, Portugal) y Iulia Pax (hoy Beja,
Portugal). Tuvo importantes minas de cobre en el sur.
Fue ocupada por los alanos (411) y, posteriormente, por los suevos (439). En el 582 fue sometida
por el rey visigodo Leovigildo.
Teatro romano de Mérida
Capital de Lusitania desde la constitución de ésta como provincia de Roma en el 27 a.C., la
importancia de Emerita Augusta, nombre que recibía la actual Mérida durante la época romana,
queda constatada en edificios como el teatro romano, con un aforo aproximado para 5.000
personas y en el que aún hoy se celebran representaciones teatrales y actuaciones musicales.
- Bética
Bética es la provincia romana de la península Ibérica creada por Augusto en el 27 a.C., que toma
su nombre del río Baetis (actual Guadalquivir) y cuya capital fue Hispalis, hoy Sevilla. Su
nombre completo era Provincia Hispania Ulterior Baetica y estaba constituida por el centro y
oeste de Andalucía, sur de Extremadura y parte de Ciudad Real, aunque el rico distrito minero de
Castulo (cerca de Linares, en Jaén) pasó en el 7 a.C. a la Tarraconense. Era una de las zonas más
romanizadas de Hispania y su administración correspondía al Senado, si bien a finales del
Imperio la autoridad imperial se hizo preponderante. Tuvo 4 distritos con capitales en Hispalis,
Gades (Cádiz), Astigi (Écija) y Corduba (Córdoba), destacando Hispalis como capital de
Hispania durante el Bajo Imperio (siglos IV y V). Provincia fértil en agricultura, minería y
comercio, fue lugar de asentamiento de colonos romanos desde su conquista, y en ella nacieron
Trajano (y probablemente también su pupilo Adriano), Séneca, Lucano, Mela y Columela.
Puente romano de Córdoba
El proceso de romanización de Hispania (península Ibérica) fue especialmente intenso en la
provincia de la Bética. La ciudad de Corduba (la actual Córdoba) se convirtió a partir del siglo I
a.C. en uno de los focos económicos y culturales más importantes de esa región dominada por
Roma. En la imagen aparece el puente romano sobre el Guadalquivir, cuya reconstrucción fue
acometida durante la edad media, bajo la dominación musulmana, cuando Córdoba era la
principal ciudad de al-Andalus.
- Tarraconense
Tarraconense es la provincia romana establecida por Augusto en la península Ibérica el año 27
a.C. y con capital en Tarraco (la actual Tarragona). Su nombre latino completo era Provincia
Hispania Citerior Tarraconensis y sus límites se correspondían con los de la Provincia Citerior
creada en el 197 a.C. (valle del Ebro, Levante y parte de la Meseta Sur) más los territorios
conquistados de la zona cántabra y adyacentes. Posteriormente, Augusto incorporó Galicia, el
norte de Portugal y el territorio de los astures (desde Asturias a Zamora). Era provincia imperial,
sometida a la autoridad directa del emperador sin intervención del Senado, debido a la necesidad
de mantener tropas para controlar los focos rebeldes del norte y a la rica producción minera.
Tuvo siete distritos con capitales en Lucus, Bracara, Asturica, Clunia, Caesaraugusta,
CartagoNova y Tarraco. En el Bajo Imperio (siglos IV y V) sólo incluía el valle del Ebro y el
este de la zona cantábrica.
V. FACTORES DE LA ROMANIZACIÓN
Hispania ha sido siempre considerada como el baluarte del romanismo, la provincia más
romanizada de Occidente: la Bética era una pequeña Italia en Hispania.
Se entiende por romanización el lento proceso de asimilación de la cultura, civilización y modo
de vivir de los romanos por el pueblo hispano que duró seis siglos. Los factores que hicieron
posible este proceso fueron los siguientes:
I. El derecho de ciudadanía que constituía la aspiración común de todos los pueblos sometidos
ya que conllevaba grandes privilegios. En Hispania a partir de César que concedió a muchos
municipios y finalmente en el año 212 d.C. el emperador Caracalla extendió esta prerrogativa a
todos los habitantes libres del Imperio.
II. La fundación de las colonias y el régimen municipal: cada colonia era un centro de
romanización, ya que estaba integrada por ciudadanos romanos que se organizaban y vivían
como si estuvieran en la propia Roma y por indígenas que estaban en contacto con ellos, por lo
cual el pensamiento y la civilización eran asimilados por los nativos. El municipio era una ciudad
principal y libre, que tenía sus propias leyes y nombraba sus gobernantes independientemente de
Roma, siendo los órganos esenciales de éste semejantes a los de Roma: las Asambleas populares,
los magistrados, etc.
III. La influencia del ejército en la romanización fue decisiva: resultó ser el transmisor
fundamental de la lengua latina. Los soldados reclutados entre la población hispana
automáticamente adquirían el derecho de ciudadanía; así, al licenciarse, engrosaban el estamento
de ciudadanos y se convertían en agentes activos de romanización.
IV. La lengua latina logró imponerse a las demás lenguas nacionales excepto al euskera que se
habla en la zona norte) por medio de los funcionarios, del ejercito, de la enseñanza y del culto
religioso y sobre todo a través de las relaciones comerciales ya que era la lengua universal en los
países del Mediterráneo.
V. La extensa red de comunicaciones que proporcionaba el conjunto de calzadas romanas (más
de 10.000 kilómetros) facilitó la comunicación entre las distintas regiones, tanto en la costa como
en el interior, impulsando de esta manera el desarrollo del comercio entre todas ellas y, por tanto,
la romanización.
AZAHARA LÓPEZ CARRASCO
NOELIA LÓPEZ CARRASCO
(alumnas de Cultura Clasica II)
(IES "Fuente de la Peña")
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Recuperado de
http://www.iesfuente.org/departamentos/latin/alumnos/romanizacion.htm
Notas
[0] http://recursos.cnice.mec.es/latingriego/Palladium/cclasica/esc339ca3.php