CONSIDERACIONES SOBRE EL ESTADO
PARTE II
Es la tarde del 31 de diciembre de 2010. Mientras escribo, las notas inmortales de
la música de Handel resuenan en mi recinto. ¡Oh quién diera que esta música
maravillosa y perfecta (sin duda que en el Paraíso hay algo todavía mejor. No
obstante, las armonías handelianas aún no han sido superadas por ningún mortal
ni por ningún medio terreno) fuera un reflejo indubitable de la realidad que nos
circunda! Lo que rodea nuestra vida es el terrible atonalismo de Schönberg, una
música vil que sigue desarrollándose y perfeccionándose por toda una ristra de
compositores absurdos que han seguido esos postulados asesinos del espíritu de
la armonía. Y hablando de armonía, consideremos la armonía establecida por los
estudiosos del Derecho. Los estudiantes de esta ciencia o disciplina tienen que
enfrentar un sinfín de silogismos, teorías súper redundantes y terriblemente
ampulosas, absurdos manejos del lenguaje, contenidos deontológicos, filosóficos
y teleológicos de ninguna trascendencia, y todo esas ridiculeces para que en la
realidad objetiva (¡cómo que la realidad no fuera objetiva por sí misma!) todo se
resuma en esto: Los que tienen que aplicar la justicia se inclinan del lado del mejor
postor.
Estos estudiosos del Derecho, que bueno fuera para ellos no haber nacido, nos
han impuesto un concepto abstracto bien visto por las masas de intelectuales y
burgueses que a todas luces lo justifican: El Estado. “¿Por qué es necesario? Para
que todos y todas puedan gozar de bienestar, seguridad y justicia. Para que se
respeten los derechos individuales de cada ser humano, y para que en nombre de
la autoridad que le confiere la ley el Estado regule la libertad de sus ciudadanos en
un irrestricto apego al derecho”. ¡Cuántas cosas absurdas como éstas hemos
tenido que soportar sin darnos cuenta! Los que han envenenado y siguen
envenenado todavía los cuatro vientos con sus voces ponzoñosas al defender
estas doctrinas del infierno son unos dragones cuyo aliento mata todo lo que
tiene vida. ¡Todo está poluído! Desde las bases deficientes e hipócritas de la
familia hasta los falsos establecimientos educativos que sirven a esta ideología
peligrosa se predican estos postulados, ya sea con pretextos de educación cívica,
o de estudios sociales, o fundamentos de moral y ética. Por desgracia, también
nosotros hemos sido engañados por nuestros profesores, y ¡cuánto más esta
juventud frívola y pervertida, no por sí mismos, sino por quienes los instruyeron y
educaron! Nos engañaron en la familia (en hora buena para los que no), nos
engañaron en la escuela, nos engañan en los medios de comunicación, nos
engañan en los lugares de trabajo, y lo peor de todo es que queremos vivir con
esas mentiras porque nadie quiere pensar, nadie quiere cuestionar su realidad, y
nadie quiere alzar la voz para decir “¡Basta! Todo esto es un absurdo y no me
dejaré arrastrar por ello”.
La mentira del Estado es la peor de todas. ¿Por qué alguien apenas acaba de ser
concebido y ya tiene que formar parte, sin su consentimiento, de todo un orden
complejo y corrupto llamado Estado, y someterse a un cuerpo infinito de leyes
que nunca conocerá a fondo pero que lo regirá durante toda su vida? ¡Eso no es
libertad! Eso no es nacer libre. Eso es nacer esclavo. En tal caso, sería mucho
mejor tener a un déspota que se enseñoree de nosotros, ya que en esta
democracia no es sólo uno, sino millares de déspotas malditos que han vendido
su alma a Satanás los que nos gobiernan. Y aunque muchos digan que el hombre
es gregario por naturaleza (¡al diablo con eso!), mejor fuera huir hacia la selva o
hacia las montañas y volverse un ermitaño, a fin de no ser sometido al vasallaje
del Estado ni a la dictadura de la sociedad.
Sería bueno que a todos los defensores de la doctrina de El Estado les cortaran
la lengua, les quitaran los sesos y les rellenaran la boca con hojas de chichicaste.