Proclamando la Buena Nueva
El Kérux de Dios
† Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 12,13-21
13 Dijo uno de la muchedumbre: Maestro, di a
mi hermano que parta conmigo la herencia.
14 El le respondió: Pero, hombre, ¿quién me ha
constituido juez o partidor entre vosotros?
15 Les dijo: Mirad de guardaros de toda avaricia,
porque, aunque se tenga mucho, no está la vida
en la hacienda.
16 Y les dijo una parábola: Había un hombre ri-
co, cuyas tierras le dieron gran cosecha.
17 Comenzó él a pensar dentro de sí, diciendo:
¿Qué haré, pues no tengo dónde encerrar mi cosecha? 18 Y dijo: Ya sé lo que voy
a hacer; demoleré mis graneros y los haré más grandes, y almacenaré en ellos to-
do mi grano y mis bienes, 19 y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes alma-
cenados para muchos años; descansa, come, bebe, regálate. 20 Pero Dios le dijo:
Insensato, esta misma noche te pedirán el alma, y todo lo que has acumulado,
¿para quién será? 21 Así será el que atesora para sí y no es rico ante Dios.
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LECTIO DIVINA XVII IDOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO C)
Elaborado y diseñado por el Licdo. Orlando Carmona. Ministro de la Palabra.
Publicación Bíblica Semanal. Paginas Web: Nuestro Blog visítanos: http://
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4 de Agosto
2013
Año 4 N° 177
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La parábola que Jesús les propone para comprender a fondo esta situación humana recoge una
experiencia de la vida cotidiana. Los seres humanos están dispuestos a amontonar riquezas, a
transformar la realidad para preservarlas, para sentirse seguros y satisfechos con ellas. Sin em-
bargo, no aprecian el valor de la vida misma. Sus apegos no les dejan ver otra cosa que sus pro-
pias ambiciones.
ORACIÓN: ¿Qué le digo?
Elaborado y diseñado por el Licdo. Orlando Carmona. Ministro de la Palabra 3
“Digo a los arrogantes: "¡Ya basta de violencias!" y a los incrédulos: "No alcen los cuernos, no
levanten tanto su cornamenta ni lancen desafíos contra la Roca". Pues, he aquí que viene, no del
oriente ni del occidente, ni del desierto ni de las montañas, pero sí viene Dios, que es el juez, pa-
ra humillar a unos, y ensalzar a otros. En su mano el Señor tiene la copa de vino espumante y
embriagador. La escancia, y la vacían hasta la borra al beberla todos los malos de la tierra.
(Sal 75,5-9)
CONTEMPLACIÓN: ¿Cómo interiorizo el mensaje?
MEDITACIÓN ¿Qué me dice el texto?
Alguien de entre la multitud llama a Jesús para que le solucione un problema. Su interés es sim-
plemente resolver sus preocupaciones individuales. Jesús con sinceridad y sin rodeos le hace
caer en cuenta que su petición está fuera de lugar. Jesús no se siente hombre-orquesta para ir
arreglando problemas en todo lado. Además, le hace caer en la cuenta de que su problema no
es un asunto de justicia, sino de simple ambición personal. El hombre no veía en Jesús otra cosa
que una buena oportunidad para obtener mayor porción en la herencia familiar.
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1 LECTURA ¿Qué dice el texto?
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Contemplemos el mundo de hoy, la riqueza de pocos hace más pobres a otros, no la utilizan para
ayudar al hermano desamparado. Veamos en este mundo corrompido que nuestra única herencia
es haber recibido por parte del Padre a su Hijo Jesucristo.
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ACCIÓN: ¿A que me comprometo?
A no ser codicioso y repartir mis bienes a los más necesitados.
A atesorar la Palabra de Dios como lo más importante en mi vida.
Elaborado y diseñado por el Licdo. Orlando Carmona. Ministro de la Palabra 3
Si careces de codicia, todo
será tuyo
Jesucristo nuestro Señor,
que otorga el amor, recri-
mina la codicia. Quiere
arrancar el árbol malo y
plantar el bueno. Del amor
mundano no brota ningún
fruto bueno, del divino
ninguno malo. Son estos los dos árboles de los que
dijo el Señor: El árbol bueno no produce frutos ma-
los; en cambio, el malo los da malos (Mt 7,17).
Nuestra palabra, cuando procede de Dios, el Señor,
es la segur puesta a la raíz del árbol malo. La mis-
ma palabra del evangelio leído hirió a los malos
árboles; pero poda, no tala. Sábete que no te con-
viene lo que no quiere que tengas el que te creó. El
Señor no quiere que haya en nosotros codicia mun-
dana.
Nadie, por tanto, diga: «Busco lo. mío, no lo aje-
no». Guárdate de toda codicia (Lc 12,15). No ames
demasiado tus bienes que pueden perecer, pues per-
derás sin duda los imperecederos. «Yo -dices- no
quiero ni perder lo mío, ni apropiarme de lo ajeno».
Esta excusa o pretexto es señal de cierta codicia, no
gloria del amor. Del amor se dijo: No busca las co-
sas propias, sino lo que interesa a los demás (1 Cor
13,5; Flp 2,4). No busca su comodidad, sino la sal-
vación de los hermanos. Pues si prestasteis atención
y os disteis cuenta, también buscaba su propio in-
terés, no el ajeno, aquel que solicitó apoyo del Se-
ñor. Su hermano se había llevado todo el patrimo-
nio dejándole sin la parte que le correspondía. Vio
al Señor justo —no podía haber encontrado mejor
juez— y requirió su ayuda diciéndole: Señor, di a
mi hermano que reparta conmigo la herencia
(Le 12,13). ¿Hay algo más justo? «Que tome él su
parte y me deje a mí la mía. Ni todo para mí, ni todo
para él, pues somos hermanos».
Si, en cambio, viviesen en concordia, tendrían siem-
pre la totalidad de la herencia, pues lo que se divide
disminuye. Si viviesen concordes en su casa, como
cuando estaba en vida su padre, cada uno lo poseería
todo. Si, por ejemplo, tuviesen dos fincas, las dos
serían de ambos, y a quien preguntase por ellas ellos
responderían que eran suyas. Si preguntares a uno de
ellos de quién era la finca, te respondería:
«Nuestra». Y, si siguiesen preguntando: «¿De quién
es la otra?», respondería de igual forma: «Nuestra».
Si cada uno se quedase con una, disminuiría la pose-
sión y cambiaría la respuesta. Si preguntases enton-
ces: «¿De quién es esta finca?», te respondería:
«Mía». —«¿Y la otra?»—. «De mi hermano». No
adquiriste una, sino que perdiste la otra, porque divi-
diste la herencia. Como le parecía que era justa su
codicia, puesto que reclamaba su parte en la heren-
cia y no deseaba la ajena, como presumiendo de lo
justo de su causa, pidió el apoyo del juez justo. Pero.
¿qué le respondió? Di, ;oh hombre!, —tú que no
percibes las cosas que son de Dios, sino las de los
hombres—, ¿ quién me ha constituido en divisor de
la herencia entre vosotros? (Lc 12,14). Le negó lo
que le pedía, pero le dio más de lo que le negó.
Le pidió que juzgase sobre la posesión de la heren-
cia, y Jesús le dio un consejo sobre el despojo de la
codicia.
LA COLUMNA DE SAN AGUSTÍN
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