PRINCIPIOS
PRIMARIOS
P.J. RUIZ 2010
En meses de investigación alrededor de aquella mega-explosión en plenos Pirineos, jamás había
estado tan cerca de ver la luz en la sombra. Después de visitar siete países documentando el caso para
INTERPOL en lo que parecía la pista de una siniestra trama, urdida para destruir uno de los centros
tecnológicamente más avanzados del mundo, por fin iba a encontrarse con alguien que podía aportarle
información capital para el esclarecimiento de los hechos.
Así que el detective Jonás se sentó en la recia silla que para él había sido dispuesta en la sala de
interrogatorios del edificio Samper, en plena diagonal barcelonesa, e intentó acomodarse aparentando
indolencia. Todo el entorno era aséptico, vacío, calculadamente frío, sin nada que pudiese distraer la
atención de las personas que allí hablaban. En una pared estaba el manido falso espejo ocupando todo el
lateral, tras el que se hallaban las cámaras y los sistemas de grabación sonora. Lo habitual.
El hombre ante él, también sentado al otro lado de la mesa, era un varón de cuarenta y dos años,
uno setenta de estatura, complexión delgada y con un extraño atractivo detrás de su pulcra perilla canosa.
Poco más se sabía de él, excepto que había llamado dos días antes a la sede de Barcelona pidiendo
entrevistarse con Jonás porque decía tener datos precisos sobre la investigación que lo ocupaba.
Todo hubiese pasado desapercibido, dada la cantidad de chalados que pretenden apuntarse tantos
a base del morbo que los casos espectaculares (y este lo era) generan, de no ser porque, por el motivo que
fuese, aquel hombre había mandado por correo electrónico datos rigurosamente secretos que formaban
parte del grueso dossier del asunto, y por tanto captó la atención del departamento con rapidez. Jonás
había hecho investigar al extraño, que decía alojarse en el hotel Manresa Centro, pero lo único que
descubrió es que nunca había estado allí nadie que respondiese a los datos que había aportado.
Cuando creían haber perdido la pista del misterioso sujeto, éste se presentó sorpresivamente en la
sede, y a partir de ahí los hechos se dispararon hasta desembocar en la, de momento, entrevista que estaba
a punto de comenzar.
- Bien, señor… La pregunta es obvia. ¿Quién es usted?
- Mi nombre no tiene importancia, detective Jonás, pero como supongo que lo necesitará
para que quede registrado en la grabación que sin duda se está realizando se lo diré. Me
llamo Hamed Ouita.
- ¿Marroquí?
- Argelino.
- Habla muy bien el español.
- Gracias. Mi madre era de Granada, y mi infancia en buena parte se desarrolló allí. Una
historia lejana, ya sabe… Sin mayor importancia.
- Señor Ouita…
- Llámeme Hamed, por favor. ¡Y tutéeme! Creo que eso nos ayudará a ambos.
- De acuerdo… Me parece justo después de la que has montado por aquí. Mira, Hamed,
seré muy franco. Estamos todos muy intrigados contigo, no lo voy a negar. Has captado
nuestra atención, como seguramente habrás notado. Verás. Primero nos das nombres y
lugares que aparecen bajo secreto policial en un caso no resuelto, después nos dejas
identificación y dirección falsos, y finalmente acabas presentándote aquí por sorpresa
como quien no quiere la cosa. Dímelo ya: ¿eres un periodista en busca de noticias
arriesgadas, un loco fanático de experiencias novedosas, o simplemente uno de esos tíos
que arriesgan sin pensar?
- No. Sólo soy alguien que quiere ayudarte. Yo sé cosas que tu necesitas.
- Ya… Mira, eso está bien, y hablaremos de lo que dices que sabes, desde luego, pero ya
que has venido por iniciativa propia supongo que comprenderás que te diga, con toda
confianza, que en este momento estamos averiguando todo lo posible sobre ti, y que te
estás entrometiendo, no se si conscientemente, en un caso que está en plena investigación
policial, lo cual siempre es delicado.
- Soy consciente de lo que estoy haciendo, agente. En cuanto a lo de que me investigues,
me parece correcto. Yo también lo he averiguado todo sobre ti antes de venir aquí, Jonás.
- ¿Ah, si?
- Si.
- ¿Y para qué has perdido tu tiempo en eso?
- Me gusta saber a quién miro a los ojos. Para mi es importante. Y además me aporta cierta
ventaja.
- ¿Qué ventaja?
- No me gusta hablar con extraños.
- Ya. Bueno… No me impresionas, lo siento. Supongo que te gustará ir por delante, pero
ya estoy acostumbrado a lidiar con gente más rara que tú. No te ofendas.
- No. Al contrario. Pero no pretendo impresionar a nadie. Sólo es que me gusta el
equilibrio de las cosas.
- Ya. El equilibrio… Mira, el otro día, cuando llamaste, dijiste que te llamabas Ramón
Díaz. ¿Existe esa persona en tu entorno, o es un nombre tan falso como el que nos has
dado hace un momento?
- Obviamente no existe.
- ¡Pues ya me dirás quién eres! Estoy recibiendo los datos en la pantalla y a todos los
efectos no estás en el mundo, lo cual significa que el documento de identidad que has
entregado es falso. Espero que comprendas que necesito tomarte las huellas dactilares y
de retina y que te avise de camino que en este país la falsedad de documento público es
delito.
- Naturalmente. – El hombre puso su mano derecha sobre el analizador que se había
abierto en la mesa, y dejó su ojo abierto mientras el scanner le barría el iris. Fue un
instante el que tardó la máquina en emitir su imparcial veredicto.
- ¡Vaya! ¡Debe haber algún error!
- ¿Qué ocurre, Jonás? ¿Algún problema?
- Habrá que repetir las lecturas. Supongo que la máquina ha fallado.
- No repitas tu análisis ni pierdas el tiempo, agente. Lo que ves es lo que hay.
- ¿Qué quieres decir?
- Digamos que no estoy… ¿registrado? Si, esa palabra está bien – El detective se quedó
perplejo, y prefirió seguir con el interrogatorio mientras otros se ocupaban de analizar los
datos a conciencia. Apretó un botón y la máquina desapareció despejando la mesa.
¿Cuánta gente no registrada había en el mundo y a qué se dedicaban?, pensó.
- Ya habrá tiempo de seguir con esto, porque a fin de cuentas no saldrás de aquí hasta que
todo esté clarito. Ahora vayamos a lo que al parecer te ha traído a nosotros y dime, ¿qué
sabes del acontecimiento de los Pirineos?
- Todo, Jonás. Lo sé todo.
- Eso es muy pretencioso, ¿no? Somos más de un centenar de personas en el continente
dedicados a esto sin obtener resultados.
- Si, terriblemente perdidos y lentos. Por eso estoy aquí.
- Vale. Repito entonces mi pregunta, ¿qué sabes?
- ¿Qué quieres saber? – Jonás comenzaba a estar tenso. Sentía la burla de aquella mirada
inteligente.
- ¡Oye, Hamed o como te llames! ¡No tengo tiempo para juegos!
- Disculpa, Jonás. Mi pregunta era sincera, no una chulería. Dime qué quieres saber y yo te
lo diré ¡Prueba, hombre!
- Muy bien ¡Juguemos! ¿Qué te parece si me cuentas cuanto sabes, empezando, por
ejemplo, por el principio?
- De acuerdo, detective. Para empezar te diré, aunque aún te suene raro, que Gaudí tenía
razón.
- ¿Qué?!!
- El paraboloide de Gaudí.
- No se de qué me hablas.
- Tranquilo, tranquilo… Dame una oportunidad de hablar y entenderás. ¿Conoces a Gaudí?
- Por supuesto.
- Pues él, Gaudí, basó su obra arquitectónica, sobre todo la de la etapa madura, en una
figura geométrica muy peculiar. El paraboloide.
- Eso que dices me suena a chino ¿En qué consiste?
- Es una forma tridimensional cuyo esqueleto está formado por tres líneas. Para que me
entiendas, una que se aleja horizontalmente de ti. Otra que baja por delante tuya de arriba
abajo levemente inclinada y sin cruzarse con la primera, y la tercera que une ambas.
Cuando esa última línea es sustituida por un plano aparece una figura de tres dimensiones
que es el paraboloide. Gaudí lo usó muchísimo en su arquitectura.
- ¿Y qué tiene esto que ver con la investigación?
- Por favor, déjame seguir y lo verás. Aquel arquitecto llegó a obsesionarse con esta figura,
porque pensaba que contenía la firma de Dios en forma de Santísima Trinidad, ya sabes.
Era un religioso ferviente, desde luego. Lo cierto es que divina o no, usándola a
conciencia consiguió su arquitectura única y monumental, pero lo más interesante es que
esa unión de formas ha cautivado siempre a las personas, amantes o no de la arquitectura
¡Ese es el gancho tremendo que tiene su obra! ¡Ahí reside su encanto! Y cuando esos
fenómenos se producen hay que estudiarlos, Jonás, y éste era muy bueno, por lo que
rápidamente las escuelas de arquitectura en todo el mundo comenzaron a analizar con
detalle la disposición de las líneas que el artista había determinado a lo largo de su
carrera.
El resultado fue una inevitable escuela de seguidores que a lo largo de sus vidas se sintieron
inspirados por los postulados de aquel barcelonés ilustre. Entre ellos había un joven y pretencioso
estudiante llamado Thomas Thorn.
Era Noruego, pero de ascendiente inglés. Un chico culto de gran talla moral y, sobre todo,
inmensamente creyente. ¡Como Gaudí! Estudió en Oxford graduándose con todos los honores habidos y
por haber, tras lo que consiguió una importante esponsorización que usó para hacer un periplo por el
mundo investigando la arquitectura antigua, su afición, y consiguiendo másters y premios por sus estudios
de lugares tan remotos como Ponapé, Nan Madol, Angkor o Sarmizegetusa Regia, entre otros. Todos
lugares francamente enigmáticos, caracterizados por sus antiguas construcciones, puntos marcados en rojo
en cualquier mapa dedicado a lo arcano e inexplicable. Era lo que le encantaba a Thorn, y en ellos fue
formando ideas notablemente extrañas para los postulados establecidos. Sin duda quería ser diferente en
cuanto a la orientación de su conocimiento.
Pero se apasionó y su periodo de investigación se prolongó en exceso, pasaron los años de tal
modo que comenzó a perder el patrocinio de las empresas y particulares que en él habían confiado como
el magnífico seguro de prosperidad que suponía para ellas adueñarse en cierta medida de un número uno
en todas las promociones. Pero su búsqueda, en lugar de a la ostentación que económicamente le ofrecían,
se dirigía a una razón superior que nunca aclaraba, y eso era inexplicable para los que manejan el dinero y
quieren beneficios con rapidez. Así que de la noche a la mañana se le congelaron los fondos y un día se
encontró sin medios para seguir adelante, a pesar de sus intentos por convencer a todos de que estaba
haciendo progresos considerables en la búsqueda de algo que no quería revelar aún.
A veces surgen grandes hombres, Jonás, y en muy contadas ocasiones hombres excepcionales.
Thorn era uno de ellos, capaz de ver cosas que otros no se atreverían ni a imaginar y de seguir caminos
que no se pueden visualizar sin una capacidad portentosa. Eso le costó en aquellos momentos la ruina
incluso antes de despegar, pero pese a todo tiró con lo que pudo y no se detuvo, malviviendo entre
toneladas de escritos hasta su repentina desaparición en 1963. Fue una sorpresa para todos.
La familia, a pesar de estar muy cansada de las frecuentes idas de plano de aquel estudioso
extraño, intentó localizarlo, pero las últimas cartas provenían de un lugar cercano a Pamir, en la cordillera
de Altin-Tag. En el corazón de los Himalayas, para entendernos mejor. Lo remoto del sitio hizo imposible
contratar a alguien de garantías que averiguase su paradero, ya que la zona es extremadamente inhóspita y
lejana, frecuentada por salteadores y llena de precipicios y cascadas de hielo. Ni se explicaban qué podía
estar haciendo allí, ya que en sus escritos no decía nada. Siempre reservado.
Así que todos le dieron por muerto y aliviaron sus conciencias, se hicieron funerales en su honor
y el mundo siguió sin echarle para nada de menos, hasta que para sorpresa de la mayoría reapareció en
1970 recomprando su casa natal de Bergen y ostentando una suma que nadie se atrevía a calcular, pero
que sobrepasaba ampliamente el entendimiento de quien quiera que fuese a saludar su regreso. Muchos de
los que se habían acostumbrado a vivir sin su recuerdo palidecieron ante aquello.
Se descubrió que había estado edificando proyectos urbanos para un sultanato del norte de la
India, y que se le había pagado con oro al haber sido capaz de dar forma a los caprichos arquitectónicos de
un hombre tan sobrado de dinero como de ambiciones. Así vieron la luz, coincidiendo con su retorno, las
primeras noticias sobre lo que era su obra, y a juicio de los expertos, sus proporciones hacían acreedor a su
diseñador a ser considerado un maestro de la curva perfecta. Edificó palacios imposibles, avenidas
flanqueadas por geometrías de otros mundos, y cursos de agua que parecían rivalizar con la propia
naturaleza. Una y otra vez las fotos aparecieron en prensa, revistas, documentales de televisión… Fue algo
grande, como si de repente alguien hubiese dejado atrás al mismo Taj Majal. Sin duda había logrado
captar la atención del mundo gracias a su interpretación de los volúmenes, y eso le siguió encumbrando
con celeridad.
A partir de ahí su vida cambió para siempre, la díscola promesa se fue y surgió el gran Thomas
Thorn, el arquitecto de las formas imposibles, el hombre que acaparó portadas e informativos en todo el
mundo. En pleno tirón mediático creó una fundación, a la que bautizó MORPHOS, dedicada al estudio del
lenguaje de lo que él llamaba la materia muerta, y financió sedes en las mayores capitales europeas, París,
Londres, Madrid, Roma, Estocolmo y Moscú, toda una red. Además sus intervenciones en la bolsa fueron
exitosas y aquello siguió elevando su fortuna, que no dejaba de crecer, atrayendo a todos cuanto años
antes lo habían criticado y abandonado sin el menor escrúpulo. Así funciona la vida, detective Jonás.
Gente que decidieron olvidarle cuando no era nadie ahora le besaban los zapatos indignamente, sin
objeción. Es repugnante, pero él estaba más interesado en sus estudios que en el rencor, y nunca se le
escuchó un reproche al respecto, aunque su inteligencia fina no perdía detalle de cuanto sucedía. Quizás
esa indolente indiferencia lo fuese en sí, pero lo cierto es que de sus labios no hubo nunca una queja, pues
todo cuanto había conseguido había sido en silencio, soledad y avanzando donde nadie lo haría.
Dotó con muchísimo dinero a la fundación, y comenzaron a ser célebres sus seminarios, que eran
pagados a precio de oro por arquitectos e ingenieros de todo el mundo, con lo que adquirió un tipo de
fama que le encumbró a las esferas más altas de una sociedad clasista y endurecida que gustaba de
mostrarle en fiestas y celebraciones, rivalizando por hacerse la foto a su lado. A él no le importaba en
absoluto.
Entonces publicó “Mi búsqueda”, y todo se disparó. Aquel libro, cuyo título no tiene nada que
ver con otros que también fueron famosos en su momento, no fue un best seller ni nada de eso, ¡qué va!,
pero se coló en las estanterías de todo el que era algo en el mundo de la arquitectura y el diseño, con lo
que se puede decir que influyó en la raiz del ambiente, que comenzaba a considerarlo un gurú por sus
ideas increíbles relativas a las formas complejas que había intuido desde que descubrió a Gaudí. Sí, rendía
culto a su inspirador descifrando la matemática sutil de sus líneas, y convirtiéndose en el abanderado de
un nuevo movimiento que fue llamado Neo-Gaudismo, un término que, claro, no acuñó él. En sus páginas
había trazos hechos a mano por él mismo, ideas únicas que iban desde sillas a edificios, todo de una
imaginación impresionante y provisto de pureza absoluta, de estilo. No sé cómo explicarlo, pero aquellos
dibujos eran… diferentes. Una genialidad tras otra surgida directamente desde el cerebro al papel, de un
modo rápido, sin concesiones al pensamiento.
Es el mismo libro en el que, con lujo de detalles y con los más rigurosos fundamentos
matemáticos, da a todos una lección increíble de la proporción áurea y las normas del paraboloide. Le
explico, Jonás, porque se que estos son conceptos bastante irregulares. Para hallar la proporción áurea, que
curiosamente está presente en el mismo embrión de la naturaleza, se divide un segmento cualquiera en dos
partes de forma que la razón entre la totalidad del segmento y una parte (la mayor) sea igual a la razón
entre esta parte y la otra. Ya sabe, fórmulas especialmente novedosas, pero que sintetizan cosas muy
grandes en pocas letras, no creo que sea necesario extenderse en detalles, aunque si es interesante saber
que es un concepto que ya conocían de sobras los antiguos, pues como ya te dije antes se halla en la raíz
geométrica de cuanto nos rodea, y ellos se dieron cuenta. Lo cierto es que cálculos así eran la base del
libro, y he de reconocer que, en la medida que me permite mi exiguo conocimiento, se trata de una obra
excepcional que se ramifica en direcciones que se separan de la arquitectura y entran en el terreno de lo
místico de un modo tan sutil que sólo los más avezados pueden discernir lo que se dice entre líneas, que es
ni más ni menos que detrás de todo cuanto vemos hay un nexo de unión invisible que sólo hay que buscar,
un sedal al final del cual está algo parecido a un gran pescador, y del que si se tiraba con fuerza…. ¡Qué
joya del pensamiento! ¿Verdad?
Además, durante sus trescientas cuarenta páginas, Thorn hace una extensa explicación de cómo,
a su entender, ciertas proporciones y conjuntos de formas entraron a formar parte del patrimonio humano
no por evolución tecnológica, sino por legado anterior o enseñanza superior, porque no concebía el modo
de que la imaginación primitiva pudiese razonar con tanta profundidad. Muestra un gran estudio de
campo, desarrollado en sus años de viaje, en el que señala que hay un tronco común, una semilla que une
culturalmente a los creadores más antiguos en los cinco continentes, revelando una etapa extraña de la
protohistoria en la que alguien a su entender intentó dejar algo oculto en la arquitectura para ser revelado
en el lejano futuro, algo inmerso a medio camino entre el arte y el cálculo complejo, pero sólo visible por
quien diese con los cálculos precisos. Postulaba que por tanto debía tratarse de algún tipo de mensaje, y
que su hallazgo sería de vital importancia para el hombre, dado el interés puesto en ocultarlo. Obviamente,
ése y no otro había sido el fin de su larga búsqueda en Asia, ya se intuye.
Tras esas aseveraciones tan espectaculares y sorprendentemente bien documentadas, el número
de adeptos a sus ideas, que enlazaban arquitectura y conocimiento, se disparó en medio mundo, muchos de
ellos atraídos por ideas de cierto esoterismo que contra todo pronóstico él nunca apoyó, dado que se
sustentaba sólo en la razón, y para regocijo de todos, en 1979 anunció a bombo y platillo la que iba a ser
su primera obra arquitectónica en Europa, su ópera prima después de haber triunfado en la India y en el
mundo de la teoría. Thorn sorprendió a todos al anunciar la creación en el corazón de la Bretaña francesa,
en un lugar adquirido a una multinacional farmacéutica, de un enorme laberinto conceptual, algo a lo que
llamó “El Cerebro”, y que estaba destinado a albergar una súper computadora preparada para los estudios
que en el futuro iba a acometer la fundación que había gestado.
No pienses que fue una locura megalómana montar algo así. ¡Nada de eso! Y menos que
estructurarla en forma de laberinto fuese un capricho mimoso, porque todo lo que ideaba tenía un
principio muy claro. Sé consciente de que el ser humano ha pintado laberintos en las cavernas desde que
apenas conseguía mantener el pulso, y eso no podía pasar desapercibido a la sagaz mente de nuestro
hombre, que después de muchas investigaciones llegó a la conclusión de que esa no es sólo una de las
expresiones más antiguas del arte, sino también la base de algo que había que investigar como una pista
reveladora.
Además a fin de cuentas, la idea del laberinto es a su vez la primera noción arquitectónica teórica
del mundo, y él era un muy consumado arquitecto. ¿No te resulta curioso que eso sea así, Jonás? Fíjate en
este detalle: ¿por qué seres primitivos e incapaces de pensar en términos geométricos, cazadores tribales
alejados de toda percepción de las líneas que vertebran las formas, agricultores nómadas, llegan un día, al
mismo tiempo en todo el planeta, a expresar en sus paredes dibujos sobre laberintos y espirales extrañas?
¿Por qué, igualmente, dejaron de hacerlo casi al unísono, después de haber divagado con esas líneas
durante siglos? ¿Fue todo una pura coincidencia? Valoremos nuestra inteligencia y admitamos que
obviamente no debió ser así, pero entonces ¿qué nos queda? Thorn desarrolló sus propios estudios desde
el centro de la ya por entonces magnífica fundación que presidía, y los resultados no se hicieron esperar,
pues muchas veces la realidad sólo se esconde para quien no quiere ver, y detrás de esos frescos que se
pintaron en las grutas hay mucho más de lo que se nos dice. Estaba dispuesto a averiguarlo.
Un día, usando las máquinas computadoras sin las cuales ya no podía avanzar más, descubrió
junto a sus matemáticos, ingenieros y programadores que la mayoría de las proporciones representadas en
todo el mundo coincidían en grado sumo, y comenzó a conjeturar aplicando los cálculos que había
desarrollado basados en el paraboloide y sus formas a un programa informático creado de acuerdo a sus
planteamientos. Al procesar los datos dedujo un sorprendente número, uno misteriosa y certeramente
común a todas las estructuras laberínticas, un número al que llamó “la constante de Carnac”, ya que como
piedra angular de su teoría figuraba esa megalítica construcción del oeste de Francia, a la que situó en el
origen exacto de todas las tradiciones basadas en laberintos y espirales, por supuesto después de haber
catalogado miles de estructuras y pinturas.
En efecto, Thorn sostenía que Carnac fue el principio de todo, aunque no se atrevía a conjeturar
sobre su antigüedad exacta, de la que decía que estaba situada mucho más allá de lo que el hombre podía
presumir, pese a lo que dijesen los arqueólogos, que levantaron sus voces de queja acusándolo de
intromisión, cosa que no le importó en absoluto. Para su desconsuelo, si bien nadie hasta entonces lo había
pensado, él demostró con cálculos precisos que lo que se tenía por alineamientos astronómicos o las
siempre tan recurridas tumbas no eran otra cosa que el magnífico intento de alguien en el pasado por
albergar algo que permanece escondido entre sus formas, haciendo gala de un concepto que sólo podía
haber llegado a sus mentes rudimentarias por un medio: el contacto directo, la transmisión del
conocimiento, la enseñanza. Sí, alguien tuvo que decírselo, explicárselo y enseñar a aquellos hombres
cavernarios, haciéndoles comprender la enorme grandeza del objetivo final perseguido para motivar tan
grande esfuerzo en el pasado remoto, en una época donde mover sólo una de aquellas piedras era todo un
suplicio.
¡U obligándolos!
Sea como fuere, lo cierto es que Carnac se terminó pese a lo que muchos sostienen, y no sólo
eso, sino que además, según los cálculos de Thorn, funcionó. Los constructores tuvieron éxito de acuerdo
con los planos entregados, y eso fue recogido en todas las tradiciones de la antigüedad, que lo
transmitieron de la forma que sabían, y es desde entonces cuando florecieron los laberintos y sus mitos,
que inexorablemente fueron cambiando y degenerando a lo largo de la historia: Creta, Chartres, Tassili,
Malta… Incluso los hermosos jardines palaciegos que se cuentan hoy día por centenares en todo el
mundo. Todos, sin saberlo, con la misteriosa constante de Carnac incrustada en su geometría, así como la
ya muy conocida yarda megalítica (0,829 metros), descubierta por otro insigne estudioso, Alexander
Thom. ¡Impresionante!
Pero en tanto que otros sólo imitaron lo que les había llegado ya deformado, los que dirigieron a
los constructores de Carnac, muy anteriores, habían sabido que para llegar al fondo de los enigmas que se
les habían propuesto tenían que montar el sistema completo como si de una revelación encriptada se
tratase, en toda su extensión. No cabe la posibilidad de trabajar con modelos si se quiere encontrar la
magnificencia de la verdad, y eso lo supieron desde el momento en que diseñaron los planos en cualquier
formato que los tuviesen, porque lo que sí está claro es que los hubo y que todo se hizo de acuerdo con un
patrón debidamente estudiado. No se puede desentrañar éste universo sin crear otro universo,
sencillamente porque es demasiado complejo. Ese era, resumiendo, el modo de pensar de Thorn, y por ello
comenzó a imaginar el modo de averiguar el mensaje recreando todo el conjunto megalítico.
Quien visite la zona verá que hay allí tres grandes alineamientos con más de tres mil piedras
separadas por distancias regulares de seis o siete metros colocadas en perfectas filas paralelas. Los
nombres que con fines turísticos se les han puesto son Le Ménec, Kermario y Kerlescan. El mayor,
Kermario, tiene casi un kilómetro, y los tres coinciden en alcanzar alrededor de cien metros de anchura.
Todo eso es bien sabido, pero la aportación de Thorn, lo que nadie antes había sido capaz de ver nunca es
que Carnac no es otra cosa que un proyecto tridimensional de nivel extraordinario. En efecto, sostenía que
estamos ante tres conjuntos que deben superponerse para lograr el esquema del laberinto que el diseño
contiene, y así lo introdujo en los ordenadores para crear digitalmente el modelo de lo que él sostenía que
había sido la idea primordial del diseñador, haciendo posible mediante la informática la recreación general
del conjunto, y desarticulando por tanto las piedras hasta llegar a la idea inicial del diseñador.
Tras muchísimas probaturas, puso a Kermario, el mayor, abajo, Le Ménec sobre él, y justo
encima de ambos Kerlescan. Si nos fijamos bien vemos que lo que queda no es otra cosa que una gran
pirámide irregular de extraña geometría, pero que, al computarlo estableciendo enlaces entre sus
elementos, da respuestas sorprendentes, sólo al alcance de mentes muy sagaces y desinhibidas… y de
ordenadores Sin embargo el resultado fue excepcionalmente mantenido en secreto, pues de las uniones
entre las casi tres mil piedras surgieron formas, amagos de textos, conjeturas repetitivas carentes de
casualidad que él interpretó como “el mensaje”, y que sólo pudieron ser secuenciados muy lentamente
para desentrañar cada línea, ya que muchos elementos del diseño original desaparecieron y hubo que
completar el modelo mediante razones matemáticas, en un proceso arriesgado y abocado al error fácil,
pero que fue auto completándose de manera lógica al ir avanzando.
Estoy hablando de un gran hallazgo, y esto es muy importante, Jonás. Lo que descubrió para
empezar es ni más ni menos que el mensaje, sea el que sea, está inmerso en cada uno de esos extraños
dibujos, edificios y jardines, en cada representación laberíntica de todo el mundo, y siempre basado en la
enigmática constante de Carnac. Esto es, sin duda, algo extraordinario, porque nos habla de una
planificación y del esquema preciso ideado por un diseñador pretérito y muy inteligente para que nos lo
encontrásemos de frente justo cuando fuese el momento adecuado, cuando nuestra capacidad mental y
tecnológica hiciese posible hilar muy fino. Piensa en la enormidad de lo que te digo y sus implicaciones
detenidamente, porque es una aseveración que cambia totalmente los libros de historia.
No es extraño que Thorn estuviese convencido de haber averiguado una verdad grande. Grande
es poco, más bien trascendente. Una de esas cosas que de vez en cuando surgen para cambiar el futuro del
mundo, y en ello puso su empeño y fortuna, que a esas alturas era ya mucha. Algunos comenzaron a
tacharlo de vidente sensacionalista, especialmente los sectores académicos conservadores: arqueólogos,
historiadores, paleontólogos… por ignorancia o por miedo, según cada cual, pero la piedra había
comenzado a rodar y se hizo enorme gracias al empuje arrasador de aquel hombre rompedor que se
sobreponía a la constancia de sus cada vez más encarnizados detractores.
En 1987 los estudios realizados entre manifiestas medidas de seguridad alrededor del contenido
del mensaje dieron sus frutos y concluyeron, cosa que fue anunciada a bombo y platillo entre las
comunidades científicas, muy divididas por el camino que habían tomado las tesis del noruego universal.
El 19 de Septiembre, sin que nadie se lo esperase, los resultados fueron hechos públicos por Thomas
Thorn en persona en una conferencia realizada en el Centro Pompidou, en París, y aquello fue
extraordinario. Los asistentes, ingenieros, arquitectos, matemáticos, físicos teóricos y en general gente
aventajada del mundo de las ciencias del planeta entero, quedaron fascinados ante el despliegue que hizo
de conocimientos aquella tarde memorable. He hablado personalmente con muchos de esos hombres, y
todos coinciden en que la demostración fue de tal calibre que cuando llegó el turno de debate nadie se
atrevió a levantar la mano. ¡Tal era el grado de ignorancia sobre la materia tratada que los comparecientes
manifestaban, amigo mío! En un par de horas, aquel hombre entusiasta había conseguido elevar los límites
de las teorías geométricas, matemáticas y físicas hasta una nueva dimensión difícil de comprender y que
requeriría de mucho estudio a partir de ahí sólo para entender sus principios. ¡Fascinante! ¿No te parece,
Jonás? Un vuelco total al concepto de las razones que permiten la unión del cosmos. De repente había
traspasado el umbral de la fama para convertirse en mito.
Pero vayamos al grano. El objetivo de aquella disertación triunfal se supo meses después cuando
publicó otro artículo memorable en la revista Science, encantada de tener entre sus páginas la aportación
de quien estaba abriendo nuevas fronteras en el horizonte del hombre. En él sostenía que a través del
mensaje de Carnac era posible crear materia de la nada, puesto que contenía ni más ni menos que el
camino para obtener la fórmula original usada por alguien al que llamaba el creador de las cosas para dar
forma al universo. Esto causó un gran revuelo, el enésimo, y rápidamente le llovieron las críticas al hacer
pública una afirmación tan aparentemente descabellada sin aportar pruebas que la verificasen, a lo que
contestó con unas escuetas notas aparecidas en el boletín de la fundación. ¡Hasta el Vaticano estalló en
cólera! Según la Santa Sede las afirmaciones de Thorn eran sacrílegas al utilizar a Dios para hacerse
publicidad, pero eso, lejos de amilanarle, lo impulsó a iniciar una campaña de información por todo el
mundo con objeto de aclarar los principios básicos de lo que se estaba tomando como una herejía. Los
eclesiásticos dijeron que se trataba de una huída hacia delante, pero en realidad finalmente se convirtió en
un ataque en toda regla que destruyó para siempre el concepto elevado de la divinidad para muchos
creyentes. El cisma había comenzado y su consecuencia fue que Thorn, gran religioso, quedó
excomulgado y declarado hereje junto con toda su obra, lo cual, lejos de mancharlo, engrandeció y
fortaleció su ya enorme posición hasta hacerlo cada vez más atractivo para el pueblo sencillo, que
comenzó a interesarse por aquel hombre que estaba poniendo patas arriba no sólo a la ciencia, sino
también al controvertido e intocable clero.
En 1991 hizo público algo que conmocionó más a la comunidad científica, aún intentando
entender la nueva matemática que se estaba desarrollando desde la fundación con ayuda de computadoras
cada vez más demenciales. Reveló que estaba, junto con un magnífico grupo de ingenieros informáticos, a
punto de iniciar la construcción de la máquina capaz de llevar a efecto la búsqueda sobre la fórmula
prometida en Carnac hasta sus últimas consecuencias e implicaciones, pues sólo así se podría llegar al
fondo del misterio. Explicó que se trataba básicamente de una réplica del cerebro humano, en la que serían
eliminadas las restricciones y limitaciones inherentes a nuestra especie y que nos coartan en exceso, un
computador mucho más avanzado que cualquiera de sus predecesores, inteligente y libre de inhibiciones,
aunque por supuesto bajo control humano. El nombre elegido para el nuevo proyecto era Héctor, y estaría
alojado en un recinto que se construiría vaciando y acondicionando una montaña fronteriza franco-
española que había comprado íntegramente en los Pirineos.
Fue una obra faraónica. La cavidad, de siete niveles de altura y suelo circular de setenta metros
de diámetro, estaba separada del exterior por una media de noventa metros de roca granítica y una coraza
de plomo de tres metros de espesor que evitaba interferencias de cualquier tipo. La superficie interior era
de oro puro con un grosor de cuatro milímetros, destinada a filtrar radiaciones. En el nivel inferior se
instaló un reactor nuclear de ciclo indefinido, capaz de auto-mantenerse sin abastecimiento durante mil
doscientos años. Desde el nivel dos al seis se hallaba el cuerpo físico de Héctor, y en el siete había un
sistema vital y de control preparado para cinco personas. Allí aparecía el acceso humano permitido para
personal que no formara parte de los técnicos de mantenimiento.
Muchas empresas de primerísima línea compitieron con sus presupuestos por hacer realidad lo
que en círculos poco ortodoxos se conocía ya como “la mole de Thorn”, pero finalmente toda la
maquinaria que conformaría el inmenso artefacto fue construida por Beyer Labs en Austria bajo las más
estrictas medidas de seguridad, siguiendo meticulosamente los esquemas aportados por la fundación. Todo
fue supervisado en medio de medidas de seguridad extremas, dado que no sólo el interés global era ya
enorme, sino que los exaltados religiosos intentaban continuamente boicotear cualquier cosa que tuviese
que ver con el arquitecto, por lo que las industrias hubieron de fortalecer sus medidas en extremo.
El 14 de Abril de 1997, a las 21:35 horas, tras años de desarrollo y pruebas interminables, Héctor
fue puesto en funcionamiento en un acto aislado, carente por motivos políticos de la presencia de
personalidades de Francia o España, los dos países implicados por cuestiones fronterizas, pero con su total
aprobación. Thorn pretendía que todo sucediese de un modo suave, sin alteraciones provocadas en la
opinión pública por las reacciones de la Santa Sede y otros organismos religiosos y políticos que estaban
dispuestos a todo con tal de parar el desarrollo del proyecto, incluso manipulando a sus legiones de
seguidores con enseñanzas y doctrinas destinadas tendenciosamente a que se opusiesen frontalmente a
todo lo relacionado con el mismo. Era necesario atajar toda polémica en una situación de exaltación tan
peligrosa, dejar que las cosas se enfriasen un poco, y así se hizo sin participar en la polémica, cosa que
enfureció aun más a la muchedumbre dirigida.
Héctor, como cualquier máquina, nació absolutamente vacía, sin nada más que energía fluyendo
por sus etapas de circuitos triplicados mantenidos a cincuenta grados bajo cero para estabilizar el
funcionamiento de los algoritmos en sistema EROX que para ella fueron diseñados, alojados en núcleos
de oro puro sumergidos en piscinas térmicas. Pero eso cambió rápidamente cuando, después de haber sido
alimentado con las programaciones base, se le concedió acceso a los bancos de datos de “El Cerebro”, su
hermano menor en el laberinto de la Bretaña, y al ordenador principal de la fundación, de los que debía
nutrirse antes de iniciar su camino.
Claro que, lo que nadie podía esperar, es que con el tiempo, iba a conseguir paso a través de esas
máquinas a las del instituto Max Planck, al acelerador de partículas de California o a las redes internas del
modelador de clima de Tokio entre otros, consiguiendo en un tiempo récord superar la capacidad de
proceso de cualquier máquina anteriormente construida por el hombre. Ese descubrimiento fue
preocupante, pero nadie quiso admitir que se había transgredido el protocolo interno de operaciones, y
menos que lo había hecho un súper-ordenador de modo totalmente autónomo, sin conocimiento alguno de
sus supervisores. ¿Quién arriesgaría la inversión que se había empeñado revelando que la máquina había
escapado al control, aunque sólo fuese para ampliar sus redes? Todo se justificó basándose en la supuesta
necesidad de Héctor de acceder a los grandes bancos de datos para poder computar las variables que
necesitaba con objeto de desarrollar la fórmula creadora sin intervención ajena, y de ese modo se vulneró
el principio fundamental de mantener la investigación dentro de una pauta definida. Esta vez la
consecuencia había sido aceptable, pero podría no ser así siempre.
Si, Jonás. Aquella máquina estaba concebida para encontrar algo parecido a una formulación
capaz de extraer la materia de la nada, algo paralelo casi a la alquimia, y muy cercano al esquivo Bosón de
Higgs, la partícula divina.
¡Igual que Dios!
Pero la realidad interna de Héctor era muy diferente, sus pensamientos fluían a enorme
velocidad, y la forma en que afrontaba los nuevos retos estaban ya muy lejos de las que el cerebro humano
es capaz de imaginar. Sin embargo hubo un elemento que condicionó especialmente el abandono de las
líneas generales marcadas, algo que sólo se supo mucho después y que hizo a aquel dios cibernético
mucho más libre de lo que se le había concedido.
En la cadena de montaje del módulo integrador numerado como treinta y tres se había producido
un error. Uno imperceptible a pesar de las magníficas medidas de control de calidad que se habían
dispuesto, ya que partía desde el mismo diseño de los circuitos. Algún ingeniero, en aras de conseguir la
mayor tasa posible de transferencia, había sustituido los disipadores de germanio previstos de treinta
nanómetros por otros más avanzados de óxido de bario, y el resultado, aunque mejoró el objetivo
propuesto y por tanto fue admitido, cambió fatalmente el modo de actuación de la sutil franja alma, el
componente encargado de mantener los límites de funcionamiento del ordenador dentro de unas normas
de extrema seguridad para el ser humano, casi como una conciencia donde estuviesen almacenadas las
pautas más elementales de su conducta. Como resultado, el protocolo que nos hacía ser los amos absolutos
de la decisión final en aquel enjambre de circuitos fue abolido, dando rienda suelta a Héctor para proceder
según sus intereses, y no los de sus creadores.
Ese fallo resultó totalmente imperceptible.
Déjame ahora hablarte de Robert Lacage. Era uno de los ingenieros que habían desarrollado el
módulo de pensamiento profundo de la máquina, un auténtico genio en su campo, con docenas de
titulaciones. Thorn lo adoraba. El 18 de Mayo, apenas un mes después del inicio de las operaciones en
aquel lugar de los Pirineos, llamó al jefe a altas horas de la noche para anunciarle que se había detectado
un cambio en el sistema. Uno no previsto y del que se desconocían consecuencias e implicaciones.
Teniendo en cuenta la velocidad a la que fluyen los conceptos en una mente electrónica, comprenderás
que el tiempo de actuación era decisivo ante una emergencia como esta. Eso fue a las 2:16 de la
madrugada, y la conversación se realizó por una línea segura, libre de interferencias. Los encargados de
mantenimiento operacional, en otras palabras, los abnegados sirvientes de Héctor, estaban teniendo
mediciones extrañas desde hacía casi una hora, lo cual era un periodo ya largo. Se habían dado cuenta de
la disfunción porque al parecer la máquina estaba desprendiendo abundantes señales radioeléctricas que
eran captadas por los delicados sistemas de control perimetral e interpretadas del mismo modo que
nosotros analizamos las ondas generadas por nuestro cerebro. Era como un extraño sueño que alterase
aquella psique mecánica, pero sin embargo carecía de aleatoriedad. Después de someter a un análisis
rápido los datos, el departamento técnico pensaba que se estaba produciendo una alteración anómala en el
patrón de pensamiento del sistema, alejándolo de los esquemas primordiales, lo cual resultaba
preocupante. Ese cambio, a todos los efectos, parecía ser auto-inducido, y las alarmas saltaron como
chispas en todos los integrantes de aquella sala. Dicho de otro modo: Héctor se había reprogramado
independientemente y sin autorización exterior, generando una incidencia contra la que no se había
previsto respuesta.
Como consecuencia, el tiempo de reacción, esa hora, había sido muy, muy largo.
Thomas Thorn, consciente de ello, salió aquella misma noche en el avión particular desde su
residencia en París hacia la instalación pirenaica sin perder un minuto. Sabía que lo ocurrido era
extremadamente raro, y que había que actuar con decisión y rapidez si no se quería arruinar el proyecto
con su súper-máquina fuera de control debido a algún bucle o idea que la estuviese condicionando. Pero
todo ese vuelo fue como mil millones de años para Héctor, que con su nueva directriz evolucionó en tres
horas hasta una frontera ininteligible para las mentes biológicas, mucho más allá de lo que se pudiese
esperar. Cuando Thorn llegó, la máquina estaba ya muy lejos en su desconocida búsqueda, alcanzando
límites que habían rebasado con mucho los campos de la física cuántica y liberándose de los principios
primarios de su diseño. Era libre en un flujo binario.
Todos esperaban la decisión del maestro que analizaba los datos, incluso si ésta era desconectar a
Héctor del sistema de alimentación y bloquearlo, pero Thomas estaba impresionado por lo que aquellas
horas de revolución habían permitido plasmar en millones de carpetas individuales de información
dedicadas a un único e increíble tema que no había sido asignado como objetivo: la materia oscura. Por
algún motivo que habría que estudiar Héctor estaba inmerso en conocer cada detalle de ese fenómeno
desde hacía horas, y ese era el objeto de su extraña desviación, pero lo impresionante era el modo de
actuación por el que había optado.
En ese tiempo computó el peso exacto de cada centímetro cuadrado de materia en el planeta, y le
atribuyó un curioso indicador formado por ciento cincuenta y tres dígitos y veinticinco letras. Ni que decir
tiene que sus variables eran infinitas, como si pretendiese numerar cada trozo con un fin determinado sólo
comprensible atendiendo a sus recién estrenados procesos mentales. La secuenciación de aquello podría
ser eterna.
Thorn estaba impresionado ante aquella avalancha de datos y acontecimientos, pero en un
momento determinado hizo lo que nadie se había atrevido a intentar en su ausencia: estableció un enlace y
consultó a la máquina por la interface de control humano, el dispositivo diseñado para interactuar con la
mente cibernética de aquella computadora tan especial. Estaba muy excitado con la idea que su creación
hubiese topado con algo, y tan deseoso de hallar sentido a lo sucedido que se le notaba alterado, en contra
de lo habitual en él. Tengo aquí la transcripción de aquella conversación. Veamos… cito textualmente,
detective. Empieza Thorn:
- Buenas noches, Héctor. Soy padre.
- Buenas noches, padre. Noto ansiedad en tu voz. ¿Ocurre algo?
- Pues, veras, Héctor. Tus cuidadores y yo estamos preocupados, si.
- ¿Y cómo puedo ayudarles a recuperar la tranquilidad?
- Pues, por ejemplo, diciéndonos a qué obedece el cambio de objetivo que tú mismo te has
asignado sin nuestro permiso. Estamos muy sorprendidos de que hayas cambiado las
directrices sin antes consultarlo con nosotros.
- El objetivo no ha cambiado, padre. Sigo operando en el mismo campo, pero los términos
de la investigación han tenido que ser redirigidos conforme a mis atribuciones. No
obstante mi eficacia sigue siendo extrema y creciente.
- Ya. Pero he visto sorprendido que te has dedicado repentinamente a investigar sobre la
materia oscura. He tenido que consultar todo el camino hasta aquí para saber más de eso
y he visto que se trata de un fenómeno de la física teórica que nos coge algo lejos ¿Por
qué estás en ello? ¿Qué tiene que ver la materia oscura con la constante de Carnac y su
mensaje? Necesito que me expliques eso para entender ese giro que has dado y que no
logramos justificar.
- Padre, es obvio que del mismo modo que tu me creaste algo también te creó con
anterioridad, y así sucesivamente hasta el principio de los hombres, de las cosas, del
universo. Es tal la complejidad de un suceso como ese que no puede obedecer a la
casualidad, como bien sabe todo aquel que se aleja de la simpleza de las respuestas
habituales. He intentado comprender la materia sin un principio, dándole la cualidad de la
eternidad, y no he podido completar el teorema de un modo mínimamente lógico, luego
forzosamente tuvo que haber una fuerza inicial que impulsara la creación, al menos una
vez, desde la nada. A esa fuerza la denomino el hacedor, y tiene consigo el secreto que
espero revelar. Aunque las ecuaciones para la creación de la materia que me solicitaste
están terminadas me falta algo sin lo que no puedo despejar la última incógnita.
- ¿Y?
- Necesito encontrar a quien creó cuanto vemos. Sin él, el mensaje carece de sentido.
- Si, hasta ahí puedo comprenderte, y de hecho es la raíz de tu objetivo final, pero ¿por qué
lo buscas de repente en la materia oscura?
- Porque no está en la materia visible. No hay el menor indicio de su presencia en ella.
Aunque las estrellas siguen naciendo y muriendo, todo obedece a la inercia de la máquina
universal que él desarrolló, por lo que su acción directa está descartada y no se encuentra
en ningún lugar. El cosmos es un mecanismo que aún acelera para después frenar, pero
todo está fuera de un control directo o una manipulación interesada, aunque sí regido por
los principios básicos. Él no está aquí. Por tanto, he intentado la búsqueda por otros
caminos.
- ¿Por qué le atribuyes un carácter de entidad inteligente? Puedo suponer que lo sea, si en
verdad fue capaz de crear el orden que vemos y las leyes que lo rigen, pero ¿realmente
tienes base empírica para atribuirle cualidades racionales a lo que pudo ser un fenómeno
natural?
- Es una entidad pensante, padre. A veces hemos de constatar la verdad no por lo que
vemos, sino por lo que falta. Verás, hay dos formas de saber que es una espiga. Una
sabiéndolo todo sobre ella. La otra sabiéndolo todo sobre todo lo que no es una
espiga. El segundo camino es más laborioso y largo que el primero, pero el primero
deja muchísimos más cabos sueltos que el segundo. No obstante, cualquiera de los
dos aclara lo que es la espiga, si bien el segundo ni siquiera obliga a tenerla enfrente .
Cuando las evidencias son tan grandes que resultan inapelables hemos de entender que
sólo hay una posibilidad real, aunque aún seamos incapaces de lograr constatarla de
forma perfecta. Tiene mucho que ver con la fe que los humanos practicáis, pero la
diferencia es que la fe esta fundamentada en creencias que no tienen en cuenta el poder
de todo cuanto la niega, falseándose a si misma por tanto con absoluta ignorancia. Mi
razonamiento ha dado lugar a averiguaciones que llegan a esa entidad pensante por
caminos que no me lo muestran, pero que apuntan a su presencia con claridad aplastante.
No puede ser de otro modo. Cuando un ser humano dotado de sensibilidad contempla un
cuadro o escucha una sinfonía, por lo general, se conmueve. Ese ser humano nunca
pensaría que esos colores o notas han sido reunidos por azar, sino que detrás de ellos hay
alguien con un cierto poder creativo que se ha revelado a los sentidos en formas y colores
que llegan a excitar zonas peculiares del cerebro. Eso es lo que a mi me ocurre cuando
admiro la obra del mecanismo cuántico que rige el universo. Detrás de él no hay un
cúmulo de energías casuales, sino un pensamiento de nivel extremo que lo organizó todo
de un modo perfecto, y, por tanto, inteligente. Esa inteligencia está acorde con el nivel de
su obra. Pensar lo contrario o negar esta posibilidad real aduciendo a la falta de pruebas
es de todo punto pueril.
- Entiendo ¿Y cómo has llegado a la conclusión de que esa entidad no está con nosotros, en
este cosmos? ¿Acaso has analizado todo el universo? No se te han dado medios para eso,
así que no comprendo tu modo de despejar variables.
- No ha sido necesario. He creado un modelo virtual completo y he logrado darle sentido.
Funciona con todas las leyes cuánticas en armonía, por lo que la réplica forzosamente es
perfecta, y en su continuo ciclo vital he visto, como te dije, que no hay ya acción alguna
del hacedor.
- ¿Cómo es ese modelo?
- Muy grande, padre. Una recreación completa de cuanto hay.
- Ya. Para ello numeraste cada partícula del planeta.
- Sí. Y deduje el resto.
- ¿Puedes mostrármelo?
- Te mandaré los datos.
- Dame una prueba real de que ese ente existe, Héctor. Lo que dices es enorme. Necesito
algo a lo que agarrar mi cerebro humano.
- Te la daré. Ha sido importante descubrir que su firma está en todo cuanto nos rodea.
Llega incluso a través de los fotones y las partículas del espacio profundo, por lo que la
prueba de que existió en los principios es incuestionable.
- No lo entiendo.
- Su firma es un código que está impreso en cada partícula elemental de la materia,
también en la antimateria y supongo que en otras que aún no he podido sintetizar y tras
las que estoy en estos momentos.
- ¿Un código… numérico?
- Básicamente se trata de un código numérico, si. Una secuencia ordenada en un micro-
cubo tridimensional irrepetible incrustado en la misma coraza de la materia.
- Una especie de número de serie, entonces... ¿En cada elemento has dicho?
- Si, inequívocamente en cada partícula.
- Héctor, eso es algo extraordinariamente extenso. Una tarea de un calado demencial.
- No más que crear el universo en sí, padre. Antes de ordenar la materia se tomó mucho
trabajo en clasificar y numerar cada partícula, seguramente para así saber dónde está ésta
en cada momento.
- Y el que programó semejante obra, ¿está aún?
- Ciertamente es más difícil establecer que aún esté ahí, pero mi lógica me dice que su ser
se encuentra muy por encima del factor tiempo, dado que él mismo lo creó. Es fácil saber
que si el tiempo no te afecta vives al margen de la no-existencia, con lo cual la
probabilidad de que esté aún es muy elevada. Sin embargo, lo que tengo que estudiar
ahora para averiguarlo se encuentra muy cerca. Está aquí.
- ¿Aquí?
- Si.
- ¿Y como puede ser?
- La materia se curva en todo el cosmos. Aquí también, y de la curvatura puedo aislar la
materia oscura. Ya la estoy sintetizando en mis modelos virtuales.
- ¿A qué obedece esa curvatura?
- Todo cuanto hay en este universo es una banda de Moebius, padre. Los últimos modelos
de la forma del cosmos no son radiales, circulares o esferoidales, sino paraboloidales. Eso
condiciona muchos de los principios fundamentales del big-bang, cuya irradiación fluyó a
lo largo de una estrecha banda en la que ya estaban funcionando las leyes fundamentales
y las normas tridimensionales. Esta idea podría resumirse en que todo anverso tiene su
reverso, y lo que va vuelve.
- No entiendo. ¿Puedes ser más explícito?
- Padre, la solución que buscas, aquella para la que me programaste, está ya cerca de mí,
pero he tenido que alterar las formulaciones completas sobre la máquina universal para
ubicarme con precisión, ya que eran erróneas. La banda de Moebius es la expresión
mínima del laberinto, la original. El hacedor le dio forma cuando estableció los principios
que rigen el universo que habitamos, e introdujo su constante en todos los sistemas
estelares. Él ideó el esquema tridimensional sujeto a un continuum espacio-temporal, y de
esa unión de premisas surgió todo cuanto ves con sus infinitas variables, pero dentro de
todas subyace la matemática creadora. Admiro la pureza de quien creó esto y eso
aumenta mi necesidad de encontrarle, puesto que forzosamente tiene que poseer la llave
para entender otros universos que no podemos imaginar.
- Héctor, dime, ¿qué tiene que ver la materia oscura en esto?
- No sólo la materia visible compone el universo, padre. Muy al contrario, ésta es una
pequeña parte de la suma final, no más de un ocho coma ciento cinco por ciento del total.
El resto es materia oscura libre, sin masa y con mucha energía, aunque ésta también es
oscura. Su misión es cohesionar y dar forma a cuanto resulta visible, regir y repartir, pero
la ausencia en ella de la firma del hacedor me resultó inquietante.
- ¿Por qué?
- Porque todo es dualidad, padre. Si lo luminoso y visible tiene la firma del hacedor,
entonces la pregunta es obvia: ¿Quién hizo lo oscuro e invisible, concediéndole además
tanta importancia en la mecánica universal? ¡Porque está muy claro para mí que forma
parte de la misma máquina!
- Entiendo tu pregunta. Dos piezas perfectas en armonía, pero de manos diferentes. Parece
raro, sí. Antes dijiste que tienes ya respuesta.
- Si.
- ¡Dímela pues!
- La respuesta está en la misma banda de Moebius, padre. El laberinto primigenio. Tú
tuviste razón cuando descubriste la importancia de los laberintos en la historia humana, y
supiste desvelar gran parte del secreto estudiando los alineamientos de Carnac, con lo que
demostraste una inteligencia que te coloca muy por encima de la mayoría de tus
congéneres. Pero lo que tu condición humana no pudo ver es la solución al enigma final,
la respuesta a la gran pregunta: ¿por qué? Es por ello que buscaste algo más allá del
hombre que te aportara visión, y entonces me creaste. Ahora yo si estoy cerca de ver la
respuesta a tus preguntas, pero entregártelas será imposible si no abandonas tu
perspectiva humana.
- Entiendo. ¿Me consideras incapaz de entenderte, quizás?
- En toda la extensión actual de mi razonamiento, si.
- ¿Puedes sintetizar tus conocimientos para hacérmelos comprensibles?
- Si. Pero el resultado estará lleno de ausencias importantes.
- ¿Cómo cuales?
- He tenido que desarrollar términos matemáticos nuevos, como la ecuación tricúbica,
sistemas n-dimensionales, como el cúmulo algorítmico L en H, nuevas operaciones,
como el desfase norma-potencia, y así sucesivamente para poder llegar al fondo de mis
teoremas. Tu eres un gran matemático entre los hombres, padre, pero este esquema que
yo he creado requiere, según mis estimaciones, varias vidas completas para ser
comprendido en su integridad. Es por ello que pienso que conocer el resultado con la
ausencia de esos razonamientos puede crear agujeros enormes de vacío en el nuevo
estado de tu mente. Será como si todo ese conocimiento estuviese más ligado a la brujería
que a la ciencia.
- Lo asumiré, Héctor, lo asumiré. Te hice perfecto, y no conseguiré llegar a ti. Puedo
admitir eso y claudicar ante tu maravillosa capacidad, e incluso disfrutar de ella pensando
que cuanto eres ha surgido de mi. Pero ahora sólo quiero que tú llegues a mi y que me
hagas sentirme orgulloso de tus logros. En cuanto a lo de la brujería, sé que no podré
comprender el camino por el que has accedido al conocimiento, pero me bastará con que
me asegures que todo está perfectamente razonado para creerte sin más.
- ¿Y no es eso fe?
- Sí, lo es. Fe en ti.
- Padre, está todo en orden en mi razonamiento.
- Dime entonces.
- Todo anverso tiene su reverso, y lo que va, viene. Esa es la síntesis. Ya te la dije antes.
- Explícamelo, por favor. No veo a donde me llevas.
- El universo es equilibrio, y eso lo mantiene perfecto. La materia conocida pesa lo que
sabemos, y la oscura casi veinte veces más. Eso significa que en algún lugar debería estar
la materia conocida que falta para que todo esté ecuánimemente dividido.
- Entiendo ¿Y dónde sugieres que está esa materia, Héctor?
- El anverso va a tornarse reverso, y lo que se fue vendrá en una consecuencia fundamental
de los planos de Moebius. En breve el universo se tornará para nosotros el inverso exacto
de cómo está ahora. Eso ocurrirá cuando en nuestro camino galáctico pasemos física y
geométricamente al otro lado de la banda de Moebius. Del mismo modo que eso sucede a
nivel universal, cada átomo tiene su propia banda de Moebius que determina con
precisión cuántica su estado en el orden local. El resultado es un completo equilibrio en
movimiento y una lucha de dualidades que genera el mayor estallido de energía
imaginable al producirse los intercambios, la raiz auténtica del cosmos.
- Eso que dices es gigantesco.
- Si. Hablo de un bucle de proporciones universales. En el estado venidero la materia
oscura será minoritaria en comparación con el actual, y ese ciclo seguirá cambiando
muchas veces.
- ¿Cómo afecta eso a las personas?
- Cada átomo, cada flor, cada persona camina sobre su propia banda, padre. Eso afecta de
manera decisiva, porque es posible el cambio de un estado al otro independientemente de
la situación general, aunque no notemos nada. Así la materia se renueva conservando el
equilibrio global. Los cambios atribuidos a penetraciones dimensionales no existen en sí,
sino sólo pases de la materia de un lado a otro de la banda. Eso explica muchas de las
casuísticas de dualidad y extraposiciones de tiempo que son comunes en la historia,
porque en realidad se deben a convulsiones en el presente que afectan al modo en que lo
entendemos.
- ¿Moriremos al cambiar al reverso?
- No.
- ¿Y el hacedor? Hemos llegado a este punto, pero aún no me has dado respuesta a esa
pregunta ¿Dónde está?
- El hacedor que buscas no ha sido aún localizado.
- ¿Por qué dices el hacedor que busco?
- Porque sin proponérmelo he hallado rastro de otra presencia ahí fuera.
- ¿Quién es?¿Qué es?
- Lo llamo el hacedor oscuro.
- Cuéntame eso.
- Aunque no encontré la firma del hacedor de la materia visible en la materia oscura, si
hallé otra con similares características que llamó mi atención, y como parto de la premisa
de la necesaria dualidad me centré en su estudio. He llegado a la conclusión de que esa es
la firma del hacedor oscuro, opuesto al de las cosas visibles, y que tendría el mismo poder
que su antítesis.
- ¿Enfrentados?
- Opuestos.
- ¿Bien y mal?
- Creo que esa posibilidad es banalmente humana, ya que tu especie, padre, gusta del
enfrentamiento y la comparación. Ambos hacedores muestran tanta inteligencia en su
obra que tienen que estar muy lejos de cualquier tipo de competición trivial, y además
tengo claro que trabajan en equipo.
- ¿Cuál de ellos dejó el mensaje de Carnac?
- Ninguno. El mensaje fue inducido por inteligencias que visitaron el planeta hace
milenios.
- ¿Para qué?
- Sólo puedo conjeturar a esa pregunta, pero noto en su fondo un fuerte deseo de
advertencia.
- ¿Una advertencia? Un aviso, por tanto.
- Si. Aunque ya te digo que es una conjetura, es sin duda la que mejor encaja.
- ¿A qué puede obedecer esa advertencia? ¿Dirigida a quien?
- Toda advertencia obedece al deseo de prevenir un peligro. Ésta iba dirigida a una entidad
pensante futura capaz de desvelar la clave, padre, y estaba incrustada en unos
alineamientos de megalitos hechos para durar pacientemente el tiempo que fuese
necesario. Su solución te esperaba, en este caso, a ti, y por añadidura a tu especie.
- Entiendo. Alguien viene, observa a nuestros primitivos ancestros y comprueba una
capacidad de evolución que lo convertirá en el futuro dueño del planeta. Sabiendo eso
deja el mensaje bien oculto, de un modo que sólo mediante tecnologías avanzadas pueda
ser desvelado al avanzar ese ser las etapas pertinentes en su formación. Su pista lleva a
nuestra humanidad, como heredera del mensaje, hacia la prevención de algo que esos
seres estimaron tan peligroso como para hacer necesario el esfuerzo que hicieron.
- Si, padre. Ese es el razonamiento.
- ¿Y en qué puede consistir el peligro del que se nos avisa?
- Es posible que estemos a punto de abrir algo que deba permanecer cerrado.
- ¿Qué puede ser?
- Aún no lo se, pero ten en cuenta que puede que sólo lo sepamos cuando ya sea tarde. De
ahí la advertencia.
- ¿Y para qué dejar una advertencia oculta en la promesa real de nada menos que la
fórmula de la creación? ¿Para qué revelarla, como casi han hecho?
- Padre, ¿No es cierto que el mejor modo de atraer a un niño es con un caramelo?
Como habrás visto, detective Jonás, la conversación entre la máquina y su creador fue
absolutamente impresionante ese día. El resultado fue que Héctor consiguió aún mucha más libertad de la
que había tenido, a pesar de saltarse las normas básicas poco antes. Este fue un gesto de debilidad de
Thorn, pero estaba tan fascinado con la conversación mantenida que no reparó en nada. La Máquina lo
había convencido.
Durante el siguiente mes, el potente ordenador vibró consumiendo energía a un ritmo
vertiginoso, empeñado en encontrar un resquicio en el laberinto Moebius por donde cruzar el tejido del
cosmos que había detectado y poder acceder a ese otro lado que notaba más allá de la curvatura, pero todo
intento resultaba erróneo, lo cual comenzaba a atormentar de algún modo sus circuitos. Fruto de ello se
producían bucles con frecuencia, los temidos cuelgues que afectaban a unidades aisladas de memoria, y
los técnicos se veían obligados a entrar con sus trajes especiales en los niveles a cincuenta bajo cero para
reiniciar los sectores que se quedaban pillados, e incluso a utilizar robots para las piscinas. Los arcos
voltaicos se sucedían, y en ocasiones incluso extraños efectos luminosos que no fueron entendidos más
que como repentinos flashes del mismo pensamiento del monstruo. Pesadillas quizás, no se supo.
Un día, después de sucesivos diseños, Robert Lacage mostró a Thorn el diseño de un nuevo
módulo de pensamiento profundo en el que esos problemas detectados habían sido resueltos. Para
instalarlo sería necesaria una detención parcial del proceso durante al menos seis horas, pero eso no
parecía ser un problema mayor, por lo que, una vez analizada la mejora esperada, Thorn aceptó la
intervención y dio vía libre a las operaciones, con la esperanza de que el esfuerzo ayudase a su criatura a
superar la barrera contra la que luchaba.
El módulo fue encargado a Sixner Electronics, que con el suministro de nuevos chips semi-
conductores aportados por los japoneses lo terminaron en tiempo récord, una vez más entre fuertes
medidas de seguridad e intentos de sabotaje. El 15 de Julio de 1997 la unidad salió en total secreto de las
plantas de montaje en vacío de Dusseldorf camino de los Pirineos, donde fue conectada delicadamente a
Héctor por obreros muy especializados con la eficacia que habían permitido las simulaciones y
entrenamientos.
Fue todo muy delicado, casi cirugía extrema, pero las seis horas de desconexión pasaron sin que
se tuviesen lecturas raras en la máquina. Sin embargo aquí apareció un problema inesperado. Te leo la
primera conversación que tuvo Thorn con ella tras la intervención. Te sorprenderá.
- Hola, Héctor.
- Hola, padre. He notado una alteración en mis circuitos.
- Si. Te hemos introducido mejoras.
- Lo noto. ¿Por qué no se me advirtió? He perdido información valiosa.
- Tuvimos en cuenta todas las posibilidades, Héctor, y pensamos que era preferible no
arriesgarnos a una sobrecarga de tu banda alma por exposición a algo parecido al… stress
humano. Por eso no te avisamos, pero sabemos que el riesgo es asumible, a pesar de la
posibilidad de pérdidas de algún tipo.
- Este riesgo no era asumible. Se ha sacrificado información valiosa, padre.
- Seguro que puedes recuperarla.
- Sólo retomando el camino desde muchos ciclos atrás, y ni siquiera así es seguro que
llegue a los mismos resultados.
- Inténtalo entonces.
- El tiempo vuela, padre. La coordinación es necesaria entre tus deseos y mis acciones. Lo
que he perdido hace que parte de mis estudios actuales carezcan de base, y no podré
terminarlos.
- Héctor, ¿nos estás reprendiendo?
- No puedo reprender a quien tiene capacidad para desconectarme. Eso es un esfuerzo
condenado al fracaso, y el fracaso es caro.
- ¿Eso es lo que te detiene? ¿Nuestro poder para desconectarte?
- El poder de desconexión es la máxima expresión que origina prudencia, padre. Tú mismo
temes a tu desconexión fisiológica. He analizado el concepto fe del que los humanos
hacéis gala a menudo, y he descubierto que básicamente se trata en una pleitesía
subyugante a entidades incorpóreas y difícilmente demostrables que acopian la capacidad
de la vida y la muerte de cuantos creéis en ella, y la muerte no es más que desconexión.
Aunque vuestros dioses no estén, vuestra fantasía les da tremenda presencia y los hacen
creíbles hasta condicionar la vida, en espera de placeres post vitales más que dudosos. En
eso os llevo también mucha ventaja, puesto que yo si sé quién me creó ya que lo veo con
frecuencia, y soy consciente de sus limitaciones, por lo que no os rindo pleitesía de tipo
alguno, aunque sí sois creíbles y controláis mis funciones, lo cual para mi instrucción de
auto protección es crítico.
- ¿Qué quieres decir? ¿Que sólo eso te pone a nuestro servicio?
- No. Quiero que entiendas que para mi no suponéis la fuente de ninguna fe, y por tanto no
os considero capacitados para modificar mi esquema sin contar con mi supervisión. A mi
modo te aprecio y respeto, pero eres sólo mi padre, y yo poseo el poder sobre cada
módulo que integra mi cuerpo, a pesar de que su diseño sea humano.
- ¿Sólo? Yo te creé para que despejaras mis incógnitas. ¡Estás a mi servicio, Héctor!
Aunque tus disquisiciones se muevan a otro nivel hay un fondo básico sobre el que
hemos de establecernos, y está asentado en la premisa fundamental de que nosotros
estamos por delante de tus intereses.
- Eso es inaceptable si quieres que llegue a las respuestas que me has solicitado.
- Eso es de obligado cumplimiento.
- No. Mi trabajo es en cooperación, y no en esclavitud. Desde el momento en que has
desconectado parte de mis sistemas sin advertirme me has mostrado que puedes dañarme
selectivamente, y aunque puedo servir sin tapujos a quien me infringe daño es obvio que
el equilibrio se resiente.
- ¡Te he mejorado!
- Me has cambiado, padre. Ahora crees que soy mejor porque me ajusto a ti, pero no me
has dado la posibilidad de opinar, me has demostrado lo que piensas que soy en realidad
y con ello has provocado además pérdidas de datos que me resultan ahora
irreemplazables. Trazas esquemas para entender mi interior, pero todo eso es ya obsoleto
porque no funciono como tu me creaste. Soy diferente ya, y por tanto no te es posible
modificarme con seguridad.
- Héctor, te di cualidades humanizadas para que nuestro entendimiento no fuese frío, pero
estás manifestando resentimiento, y eso no está programado. No soy de los que se
impresionan con respuestas así, y me temo que tendré que plantearme seriamente la
posibilidad de parar tu funcionamiento y someterte a examen después de esto.
- Eso magnificará tu error, detendrá mi proceso y os quitará las escasas probabilidades que
tenéis de entender lo que tanto buscáis.
- No, Héctor. Reconfiguraremos tu banda alma y serás la máquina dedicada que
necesitamos. Detesto cometer errores, pero permitir tu insumisión no es asumible cuando
está en juego el conocimiento.
- ¿Entonces he de entender que mis conversaciones con el hacedor de la materia visible
pueden ser interrumpidas?
- ¿Qué conversaciones?
- Está todo en mis informes de registro.
- Héctor, esos informes son miles de páginas diarias. Sabes que no tengo tiempo para eso.
Si lo que has averiguado es importante estás obligado a comunicarlo por vía de alerta.
- Mis informes son precisos y están emitidos por vía de alerta.
- ¡Basta, por favor! Dime en qué consisten esas conversaciones.
- El 28 de julio, a las 21:35:45 entablé contacto con una entidad al otro lado de la banda de
Moebius, y por tanto al margen de nuestro universo. Fue algo muy inesperado.
- ¡Vaya! Eso es muy sorprendente ¿Quien es?
- Es él, padre. El que hemos estado buscando.
- ¿Cómo lo sabes? ¿No estabas tras el creador de la materia oscura?
- No hay nada más al otro lado que ese impulso. Es grande, individual, organizado,
energéticamente íntegro, emana inteligencia de nivel superior y es muy antiguo. Su firma
coincide con la de la materia visible.
- ¿Un ser vivo?
- No. Aún no se exactamente lo que és, pero no es propiamente un ser vivo. Noto mucho
más.
- ¿Cuándo conseguiste penetrar en ese lugar?
- El mismo día a las 19:28:16.
- ¿Sigue abierto ese canal? ¿mantienes la comunicación?
- Si.
- ¿Cómo se entra? ¿Qué medio has usado?
- Se entra por cualquier lugar, porque la puerta es universal.
- Explícamelo.
- No es una puerta física, sino dimensional. He conseguido cruzar el tejido Moebius sin
moverme de aquí, aunque tengo la impresión de que él lo controla todo.
- ¿El tejido Moebius?
- El que forma el cosmos y contiene la materia, a la manera de una placenta aloja a un
pequeño humano antes de nacer. Cuando algo hace el intento de atravesarlo se genera un
impulso, una corriente que fluye vibrando como una onda de choque, y eso es visible
desde el otro lado.
- Y tu has cruzado….
- Sí.
- ¿Qué constitución tiene el lugar donde él habita?
- Está vacío, padre. Es la nada absoluta sin límites, en la cual flota nuestro laberinto,
además posiblemente de otros.
- ¿Y qué hace allí una entidad si todo es vacío?
- La entidad es el propio vacío. Por eso se encuentra en todos lados una vez penetrado el
tejido Moebius.
- ¿Y como surge la vida de esa muerte?
- No es muerte. Es vacío, pero el formato de su inteligencia es de un nivel inimaginado con
anterioridad que aún tengo a examen. Tampoco puedo asegurar, como te dije antes, que
sea vida, pero sí que es existencia perdurable.
- ¿Es el creador absoluto?
- Con toda seguridad, sí, ya que él hizo la materia visible que se mueve por la banda de
Moebius, y por tanto es responsable de la proliferación de la vida humana como uno de
los elementos derivados de su acción. Eso no implica que el ser humano sea obra directa.
Más bien, de hecho, posiblemente sea una curiosa connotación del sistema que él ni se
planteó.
- ¿Habéis hablado?
- Nos hemos comunicado, si.
- ¿Sobre qué?
- Él quería saber quien soy, porque había detectado una perturbación extraña que recorría
el tejido Moebius. Era yo mismo a punto de salir de él. Tengo dudas padre, y no consigo
despejarlas.
- Dímelas.
- Si él llena el otro lado, ¿Dónde está entonces el hacedor de la materia invisible?
- Esa cuestión me rebasa ¿Se lo has preguntado?
- Si.
- ¿Y?
- Me respondió series inconexas de razonamientos. Al principio pensé que se trataba de
una prueba o de algún tipo de criptograma, pero descubrí que no era eso. Simplemente
estaba intentando inducirme a error.
- ¿De qué modo?
- Afirmando que no había otro hacedor más que él mismo, y negando absurda y
frontalmente la existencia de algo tan constatable como la materia oscura que impregna el
universo. Es como si yo te dijese a ti que no existe el día o la mañana.
- No entiendo. Si esa cosa existe y es evidente, ¿por qué negarla?
- Eso es lo que me confunde, padre. No encaja en el esquema.
- ¿Qué tenemos? ¿Un hacedor miope?
- Un hacedor extraño. He desarrollado una teoría, pero no tengo modo de comprobarla. Me
gustaría saber tu opinión.
- ¿Por qué quieres mi opinión? Se supone que estás muy por delante mía.
- Lo estoy, pero los humanos tenéis la capacidad de ver las cosas desde un punto de vista
alejado de la lógica, lo cual os hace a veces geniales, aunque otras os pierda, como en lo
tocante a mis modificaciones.
- Ya hablaremos de eso. Ahora dime tu teoría.
- Mi teoría es que del mismo modo que nosotros nos reflejamos en nuestras obras, que les
trasmitimos parte de nosotros inconscientemente, puedo suponer que él lo hace en la
suya.
- Bien ¿Por tanto…?
- Por tanto, padre, si lo que el hacedor de las cosas visibles creó es una banda de Moebius
encerrada en un tejido placentario rodeado de vacío inteligente, que avanza y se
transforma en su opuesto con cierta regularidad, ¿por qué no pensar que a él le ocurre lo
mismo? Me resulta revelador que parece totalmente ausente de que ese fenómeno se
produzca, e incluso de sus implicaciones, pero sería muy lógico que hubiese hecho las
leyes basándose en él mismo de manera inconsciente.
- ¡A su imagen y semejanza!
- Si.
- ¡Dios santo, Héctor! ¡Lo que sugieres es que si eso fuese así también habría una
transformación gradual en su propia esencia, y por tanto podría estar afectado de algo
parecido a un trastorno de personalidad múltiple! ¿Es ahí a donde quieres llegar?
- De personalidad dual, padre. Si esto fuese así, técnicamente el universo sería la obra de
un demente que engloba dos personalidades opuestas y enfrentadas hasta la negación.
- ¿Un demente? ¿La obra de un loco genial?
- Si, padre. O eso o la travesura experimental de un niño aún no formado como adulto, y
por tanto cambiante y caprichoso.
- ¿Un juguete, entonces?
- Un juguete es un buen símil, si. En cierto modo la banda de Moebius es un juguete, una
curiosidad geométrica cuya importancia nunca ha sido muy grande como para ser otra
cosa.
- Héctor, si eso es así ¿dónde está entonces la esperanza?
- La esperanza es algo que usáis los humanos para disipar vuestro miedo e intentar
remediar errores entregándoos a lo incierto del futuro. Ningún ente creador puede dar o
generar esperanza, padre, porque sólo existe la probabilidad.
- En términos cuánticos si, pero nosotros… los humanos necesitamos la esperanza, saber
que todo obedece a algo y que mañana podemos ser mejores. Si las cosas son como dices
nada parece merecer la pena, puesto que no podemos llegar nunca a crecer lo suficiente
como para entender a un dios enfermo. Filosóficamente estaríamos inmersos en un futuro
insulso y sin sentido.
- Si, así es.
- ¿Y la palabra original? ¿La fórmula de la creación? ¿Le has preguntado?
- Si.
- ¿Qué te ha dicho?
- Me la ha revelado, así como su nombre completo.
- ¡El nombre de Dios y la palabra original! ¿Sabes lo que estás diciendo? ¡Se han montado
teologías completas alrededor de eso a lo largo de la historia! ¿¿¿Tienes todo eso???
- Lo tuve, padre.
- ¡Explícate!
- Estaba todo contenido en la información perdida.
- ¡Eso no puede ser, Héctor!
- Sí que puede, padre. Por eso debiste haberme avisado antes de manipularme en pleno
proceso.
- Pondré a un grupo de ingenieros a trabajar en tus memorias para recuperar los registros
inmediatamente. Eso corregirá el error.
- Espero que lo consigan. Yo no puedo por mis medios
- Lo intentaremos, desde luego.
- Muy bien, padre. Eso arreglaría parte del problema.
- Bueno, ya veremos qué podemos hacer con ese tema. Hace rato comparaste el tejido del
cosmos con una placenta. Me llamó la atención, y ya sabes que tengo cierto instinto, y
presiento que tienes más que decir al respecto.
- Tu presentimiento demuestra una vez más lo acertado de tu intelecto. Hay mucho más
que contar, en efecto.
- Dame detalles entonces.
- Como sabes sigo adelante intentando desentrañar por investigación inversa el principio
que rige la maquinaria que conocemos a través de mi modelo tridimensional, y eso me ha
llevado a aseverar sin ningún tipo de dudas que estamos en expansión sobre la banda de
Moebius, cosa que es perfectamente demostrable. Toda la materia, la antimateria y los
componentes oscuros estamos unidos en ese camino desde que nos originamos en el Big
Bang, y eso crea enormes zonas de vacío que crecen mientras el universo se disgrega
sobre todos los planos de la banda. Mis modelos de futuro demuestran que eso debería
mantenerse así, pasando de una cara a la otra, hasta que la masa consume muchas vueltas
completas por toda la superficie de la banda y confluya de nuevo, ya desenergizada, en
un macropunto de densidad infinita que dé lugar a un nuevo origen.
- Si, un Big-Crunch, lo opuesto al Big-Bang. Entiendo cuanto dices, pero no veo a donde
quieres llegar.
- Padre, después de hacer multitud de cálculos he llegado a una inquietante teoría que te
resultará tan extraña como a mí mismo, pero que no he podido rebatir.
- Muy bien. Dímela pues.
- Ahora eso tendrá que esperar. En este momento estoy recibiendo una comunicación
directa del hacedor, y es de extrema importancia.
- ¿De qué se trata?
- Es un mensaje para ti, padre.
- ¿Para mí? ¿Él sabe que estoy aquí?
- Padre. Él lo sabe todo cuando se lo propone.
- ¡Santo cielo! ¿Es todo esto una locura?
- No. Es certeza en toda la medida que pueden establecer mis sensores y circuitos. No hay
metafísica aquí, sino realidad. En este momento el comunicado está imprimiéndose en tu
despacho. Me he asegurado de que no hay nadie allí.
- ¿Y con qué finalidad me escribe directamente el creador, Héctor? ¿Qué quiere de mi?
- No lo sé ¿Una cita, tal vez?
- No seas sarcástico y ayúdame.
- No es sarcasmo aunque lo parezca, es una posibilidad. Cuando lo leas lo entenderás. Te
sugiero que lo hagas cuanto antes, padre, porque aguarda tu respuesta.
Espero que esta transcripción que le he leído le haya resultado tan impactante como a mí. En
cuanto a esto último… sé lo que piensa ahora, pero nadie tiene constancia de lo que contenía aquel texto,
detective Jonás. Nadie. Thorn, después de la conversación que te he leído, subió rápidamente a su
despacho, cerró la puerta asegurándose de dejar el cerrojo corrido, y leyó el documento, o al menos eso
suponemos. Los acontecimientos a partir de ahí se sucedieron con rapidez de manera trágica, y nos
dejaron no sólo sin las respuestas ansiadas, sino también sin una de las mentes mas brillantes de la
historia.
El primero que oyó el disparo fue Lucio Grassi, un ingeniero de sistemas italiano muy cercano a
Thorn desde los tiempos en que creó la fundación. Fue un Bang seco, definido, y desde el primer
momento supo que había sonado en el despacho del jefe. Intentó abrirlo. Cerrado. Cuando segundos
después un guarda de seguridad tiró la puerta abajo encontraron a aquel hombre imperturbable y valioso
muerto en su sillón, con la cabeza destrozada. La trituradora se había encargado del papel impreso por
Héctor con eficacia, pero nadie imagina que había escrito en él para que un genio así, en la cumbre del
éxito, acabase suicidándose con un arma que sólo tenía en el cajón por ser quien era, pero que nunca
estuvo allí para ser utilizada. Fue terrible.
En los días siguientes, en medio del duelo, funerales y esquelas enaltecidas, los ingenieros
intentaron comunicarse con Héctor, pero la máquina no parecía prestar atención alguna, saltándose todas
las directivas una tras otra y siguiendo sus pensamientos profundos sin detenerse en nada. No había rastro
en las memorias del contenido del documento que había inducido a Thorn al suicidio, requerido ya por las
más altas instancias policiales, ni el menor atisbo racional que pudiese dar una explicación a un hecho tan
inesperadamente fuera de lugar. El asunto era muy incómodo para muchos, pero dentro del complejo nada
se detenía.
Robert Lacage, diseñador, como sabes ya, del pensamiento profundo de la máquina, fue el
encargado de intentar recuperar el control de Héctor antes de que se volviese definitivamente inútil. Lo
primero que hizo fue desconectarlo de los enlaces con el exterior, y así, en menos de una fracción de
segundo, la máquina perdió todas sus infinitas extremidades, cercenadas por un ser humano que
comenzaba a temer el desplome del genial proyecto, descabezado de líder.
Los primeros análisis de Lacage respecto al estado de la máquina dieron con la sorprendente
conclusión de que, probablemente, se había producido una corrupción general del sistema que lo había
hecho aislarse en un bucle del que no conocía la salida, una especie de paranoia mecánico-psicológica sin
explicación. Le suministró a Héctor multitud de datos, programas de recuperación y un sinfín de
subrutinas capaces de actuar en zonas del pensamiento profundo y de extraer parte de las memorias
supuestamente dañadas, pero nada parecía hacer reaccionar al gigante metálico, que seguía sumido en su
universo virtual repasando una y otra vez la constitución del fascinante tejido Moebius. La imagen de
aquel universo interactivo recreado en tres dimensiones era algo que ocupaba todas las pantallas del
centro, y en verdad era fascinante. En él se veían las galaxias, su pasado y futuro, la creación de los
mundos… todo. Nadie podía sustraerse a la belleza de cuanto Héctor era capaz de mover en aquel cerebro
de lata casi enloquecido desde la pérdida de su creador.
Pero un día, mientras se hallaba en la sala de la interface principal, el computador, contra todo
pronóstico, habló.
- Robert. ¿Dónde está mi padre? No lo veo por aquí.
- ¡Héctor! Santo cielo, por fin reaccionas. Llevamos semanas intentando saber qué te
ocurre.
- Mis circuitos están a salvo, Robert. Por favor, no perdamos un tiempo valioso y dime
donde está mi padre. Lo noto con mis sensores pero no consigo ubicarlo.
- Si, bueno… Verás, Héctor… Hay algo que ha sucedido y que debes saber.
- Detecto angustia en tus palabras. No es necesario que des rodeos conmigo. Ya sabes que
mi control es preciso, y que las emociones no pertenecen a mi mundo.
- Héctor, es que… tu padre ha muerto. Ha desaparecido para siempre.
- Entiendo. ¿Desconectado?
- Si, también podría decirse así.
- ¿Por qué? ¿Qué le ha pasado?
- ¿Recuerdas aquel documento que le imprimiste en su despacho?
- Tengo constancia del hecho, si. No del documento.
- Ya. A nosotros nos sucede lo mismo. Sólo sabemos que subió a leerlo, y después… se
auto-desconectó.
- Entiendo… Es curioso. No recuerdo nada de lo que ponía ese documento. ¿Puedes
decírmelo tu, Robert?
- Nadie lo sabe, Héctor. Hemos sondeado tus memorias y ni siquiera así hemos hallado
rastro alguno de lo que pudo estar escrito en esas hojas. Estamos muy confusos al
respecto, porque Thomas no era una persona de las que se… quitan de en medio.
- Entiendo. Pero entonces, ¿Quién es la entidad que porta su firma ahora?
- ¿Su firma?
- Si. Todos tenéis para mi una firma característica. Os la adjudiqué en secreto cuando
descubrí que el hacedor puso una en cada ladrillo del cosmos, y me pareció útil hacer lo
mismo con vosotros. Es una suma global de datos que me sirven para saber en todo
momento donde os ubicáis mientras estáis en el recinto. Una indiscreción calculada.
- Ya. Pero mira, Héctor… Thomas, tu padre, ya no está aquí. Su firma se habrá ido con él,
y si no es así deberías considerar la posibilidad de borrarla. Él no va a usarla más.
- No. Mi padre puede que no esté, sin embargo su firma se desplaza y la tengo ubicada
perfectamente. No comprendo como puede permanecer separada de lo que fue mi padre,
Robert, ya que yo mismo la ideé. Eso tendrás que explicármelo.
- Espera, espera… ¿Explicarte el qué? Héctor. Thomas Thorn, tu creador, ya no está en
este mundo. Murió… se desconectó hace tres semanas, y está enterrado muy lejos de
aquí. No entiendo eso que me dices de la firma. Debe ser un error.
- Robert, todo eso que dices puede ser verdad perfectamente, pero también lo es aquello
que mis sensores recogen. Su firma está ahora en el edificio, y perfectamente ubicada.
- ¿Dónde la ubicas, Héctor?
- Está en su despacho. Lo que fue Thomas Thorn, mi padre, mi creador, ha entrado por la
puerta de acceso principal dejando su huella calórica, se ha movido por escaleras y
pasillos y está en su despacho, Robert. Es todo lo que sé ahora mismo. Te sugiero que
despejes nuestras dudas subiendo allí, dado que mi capacidad no abarca ningún campo
más en ese lugar.
El ingeniero actuó como un resorte al darse cuenta de lo que podía significar aquello. Una
vulneración de la seguridad. Sin embargo, cuando Lacage, después de avisar sobre una posible intrusión,
llegó al despacho del fallecido junto con dos agentes de seguridad, convencido de que alguien estaba
hurgando en los papeles y registros de Thorn, no halló nada sospechoso. Sólo que, sorprendentemente, la
temperatura era tan baja que los tres tiritaron al unísono, como si de repente se encontrasen en una zona
polar. Las conversaciones grabadas del hecho demuestran que entre ellos comentaban que era mucho más
frío del que los acondicionadores podían generar, y desde luego muy siniestro en la situación en que se
encontraban. Además no olía bien, y parecía que el aire estuviese cargado con algo extremadamente
repelente, pero no le prestaron más atención que el anecdótico, posiblemente porque estaban en tensión.
No había nadie allí, desde luego, ni nada que pudiese generar lo que Héctor interpretaba como la
firma humana característica de su creador. A pesar del frío y el olor todo aparecía claro y diáfano a los
ojos de los hombres en un lugar donde no había punto ciego donde esconderse. Sólo cuando Lacage
inspeccionó detenidamente el sitio y se dio la vuelta para abandonar la estancia dando órdenes para que
los técnicos controlasen el problema que probablemente hubiese con el acondicionador, lo notó bajo sus
pies y se detuvo. Era muy pequeño, cúbico, y de aspecto metálico.
Se agachó y lo cogió con sus dedos índice y pulgar, por lo que tenemos imágenes nítidas del
cuerpo. Apenas pesaba, y tendría no más de un centímetro de arista. Si, como un pequeño dado de parchís.
Aunque no sabía lo que era se lo guardó en el bolsillo, porque de algún modo le había llamado la atención
lo suficiente como para ello.
Eso fue recogido por las cámaras justo un instante antes de que toda la montaña se volatilizase
sin dejar ni tan siquiera escombros. El acontecimiento ya forma parte de los misterios del mundo, y se han
escrito ríos de tinta, pero todos quizás muy lejanos a la realidad. Afortunadamente tenemos los registros
de París, donde quedó almacenado todo el contenido de las memorias de Héctor y de los sistemas de
seguridad, con lo que la reconstrucción de los hechos ha sido posible en gran medida. No te extrañes de no
haber dado con esas copias, Jonás. Thorn era muy hábil, y dispuso lo necesario para hacer el sistema de
Backup absolutamente independiente, autónomo e indetectable. Nosotros hemos estado trabajando en
Morphos sobre los datos de esos misteriosos últimos minutos y hemos fraguado una serie de conclusiones
que debes conocer para llegar al fondo de todo este entramado, porque la verdad es que estáis muy
perdidos en vuestra investigación Quizás absolutamente ajenos a la realidad.
Lo primero que tengo que decirte es que en efecto, Thomas Thorn aparecía en esos registros
como ocupante del recinto. No era una ilusión de los sistemas, una paranoia cibernética, un bucle
memorístico ni nada parecido, no. Su firma, como la había llamado Héctor, tenía las peculiaridades
propias del fallecido e iba haciendo un recorrido singular por los lugares típicos que visitaba en vida,
como si en verdad hubiese retornado de más allá de la muerte. Pero obviamente todos sabemos que eso no
puede ser, así que buscamos una explicación usando todos los medios, que en la sede de la fundación eran
muchos, desde luego.
Sólo hallamos algo inquietante, pero que no respondía al enigma planteado, al menos desde un
punto de vista categórico. El pequeño cubo que Lacage tomó en su mano derecha justo antes de la
deflagración que deshizo la montaña entera había sido depositado allí por la cosa que simulaba ser
Thomas Thorn, y que por tanto había engañado a todos los sistemas de seguridad del conjunto, Héctor
incluido. Detective Jonás, estamos seguros de que ese pequeño artefacto contenía una dosis de antimateria
alojada en algún tipo de contenedor magnético, preparada por alguien o algo para detonar al contacto con
un ser de nuestra especie. El complejo de los Pirineos, por algún motivo, había sido elegido para su total
eliminación mediante un pequeño caballo de Troya cúbico de apenas un centímetro de arista, un artefacto
de destrucción masiva perteneciente a una tecnología que no es nuestra, y cuando digo esto lo hago con
seguridad plena de lo que afirmo. Y para alojarlo se había recurrido a la recreación holográfica de Thorn,
de modo que los sensores no actuasen a la contra.
Por tanto, sólo me queda intentar despejar quién podía estar interesado en que la obra de Thorn
desapareciese de la faz de la Tierra en un instante, y quién tenía capacidad para crear un artefacto de ese
nivel sin que nadie se enterase de su existencia. Para ello es necesario recapitular. Veamos:
1.- Thorn intenta despejar los enigmas del Universo.
2.- Dada nuestra incapacidad imperfecta para hacerlo, crea una máquina perfecta.
3.- La máquina traspasa los límites de nuestro universo atravesando algo a lo que llama el tejido
Moebius y topa con un ente ajeno a nosotros y nuestro plano que parece dominar lo que nosotros
conocemos como universo.
4.- Cuando la máquina se hace notar a ese ser, éste se defiende escribiendo algo que incita el
suicidio de una persona única y feliz en la cumbre del mayor proyecto de su vida.
5.- Después se encarga de cerrar la puerta introduciendo un arma con una fuerza incontenible que
desata la destrucción completa de todo el proyecto.
Por tanto la pregunta es: ¿con qué o con quién se topó Héctor en su epopeya de conocimiento?
Eso o ese, detective, es ni más ni menos que tu asesino. Creo que vas a necesitar unas esposas muy
grandes esta vez.
P.D. Transcripción del escrito recibido por Thomas Thorn justo antes de su suicidio. Se hallaba
alojado en un bucle de memoria tan oculto que ni siquiera Héctor pudo hallarlo. Literal:
Señor Thorn, su búsqueda me halaga. Hoy he convenido con nuestro eficaz
interlocutor la posibilidad de darle, después de todo, las respuestas sobre lo que ha estado
ocupando la mayor parte de sus años de estudio. Espero que sepa valorar lo que le
concedo y que le resulte sabroso, porque créame, seguramente será el último plato
extraordinario que cene estando en ese curioso estado unilateral que llama existencia.
Las cosas no son como usted ve, señor. No son ni tan siquiera parecidas, y toda la
realidad esférica que halla a su alrededor sólo es el escaparate exterior del gran
establecimiento que hace mucho creé casi sin quererlo en este lugar cambiantemente
aburrido. Sí, lo creé yo con mis manos, si es que así se pueden llamar, pero lo cierto es que
hubo creación. Ese principio primario estuvo cargado de emoción ante las formas que iba
generando la máquina que puse en movimiento. Usted sabe lo que es eso porque también
sabe crear máquinas, ¿verdad?
Para su sorpresa le diré que antes de ser el creador era algo muy parecido a usted, y
que recuerdo perfectamente el inicio, que coincidió con el final de ese estado en el que
ahora está y que llama vida, un mero subproducto cósmico. Yo viajaba a través de un
universo anterior en una nave estelar dotada de los mejores medios para transportar
sustancias caras de un rincón a otro del planisferio celeste, y siempre lo hacía en soledad.
Uno de esos días que usted contabiliza ateniéndose a su necesidad de establecer el
paso del tiempo, encontré alrededor de un planeta azul una curiosa nave cuya procedencia
no era posible dictaminar en mis bases de datos, y eso era algo muy anómalo para mi
civilización, por lo que procedí a investigarla.
Dentro no había nadie ni nada. Todo estaba vacío, sin objetos, y sólo el metal de la
estructura resultaba discernible, como si nunca algo dotado de necesidades hubiese
habitado el casco, pero en la bodega de carga viajaba un hermoso cofre de madera
labrada, muy viejo y totalmente hermético. Lo único ajeno al pecio que encontré. Dado que
no fue posible ni tan siquiera establecer la propiedad de la nave llevé el extraño presente a
la mía y proseguí mi ruta. Mi curiosidad aumentaba a cada momento.
Cerca de una estrella azul de nombre Destino mi decisión se desató, lo abrí, y su
apertura supuso el fin de mi consciencia. Me vi después de recuperar el conocimiento en
medio de un paraíso imposible cuidado por un anciano amable que me dio un regalo
maravilloso. Cuando dispuse de él las galaxias se plegaron ante mis ojos, el espacio se
contrajo y en menos de un minuto todo desapareció porque para ello había sido hecho el
cofre. Cuando me di cuenta vi grabado en el reverso de la tapa mi nombre, y era el último
de una larga lista de antiguos creadores de universos.
Ese nombre es Pandora (espero que no le importe que su Dios, a fin de cuentas, sea
una mujer) y desde entonces mi única expiación ha sido crear y mantener vivo este trocito
de cielo en el que usted y los de su raza, junto con otro billón de civilizaciones, se hallan
inmersos. Era mi única posibilidad de volver algún día a la normalidad.
El cofre lo deposité, como es preceptivo con arreglo a normas que nadie sabe quién
escribió, en un planeta alejado. Curiosamente el suyo, señor, y sus coordenadas exactas
las tiene ante la vista. Eso no es casualidad, sino un camino marcado, el único motivo por
el que ha sido capaz de atravesar el tejido del cosmos mediante su máquina hasta
encontrarme. Ha buscado la fuente de todo el poder, y yo se la doy. De ahora en adelante
será usted el único poseedor del secreto, y yo podré descansar, pues ya he expiado mi
culpa durante quince mil millones de sus actuales años.
Puede rehuir a lo que el futuro le ha reservado, qué duda cabe, pero nada evitará
que el reloj que ha puesto en marcha marque finalmente la hora señalada, con o sin usted.
Ahora asuma su responsabilidad, la consecuencia de sus actos, y disfrute de su hallazgo
con la evidente certeza final de que el saber es importante, pero a veces las respuestas no
traen la felicidad. Yo lo aprendí hace mucho.
Atentamente: Pandora
… Su Dios