¡Oh glorioso San Nicolás mi especial protector!
Desde aquella morada de luz, en que gozas de la presencia
divina, vuelve piadoso tus ojos hacia mí.
Alcánzame del Señor aquellas gracias convenientes a mis
presentes necesidades, tanto espirituales
como materiales.
En particular la gracia que deseo ahora,
si es para mi bien y lo que convenga
para mi eterna salvación.
Protege también, oh glorioso Santo Obispo, a nuestro Pontífice, a la Santa Iglesia, a esta ciudad,
y a nuestra familia.
Conduce a la salvación a los que viven sumidos en el
pecado, o envueltos en las tinieblas de la ignorancia, y el error.
Consuela a los afligidos, socorre a los necesitados,
conforta a los débiles, defiende a los oprimidos,
asiste a los enfermos.
Que todos descubran que el regalo más importante
que podemos dar y recibir porque es eterno, porque sana,
y alegra nuestra vida: “Es el amor”.
Por tanto, enséñanos a llevar el amor de Dios a todos
los corazones porque Él es:
“El Amor mismo que se hizo hombre para estar cerca de
nosotros y salvarnos”.
Haz por fin que todos experimenten
los efectos de tu poderoso patrocinio
para con el supremo dispensador de todos los bienes, Cristo Jesús.
Amén.
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