Nº 5-Octubre 2010-
Editorial
Parece que vamos haciendo mella e n e s t e l u g a r . S a n t a n d e r Imaginario tiene ya su pequeño grupo de lectores que nos buscan impacientes por las calles. Pero saben, que aunque el Nº4 ya se haya agotado, estamos donde siempre:
Santanderimaginario.blogspot.com
Para llegar a todos aquellos que nos buscan creceremos a 1000 ejemplares, aunque la publicidad ha de ser nuestro ascensor. Gracias a Opium, Rubicón, La Caverna, La p i l a , Ur b a n , Do lm e n , Semicrol y, recientemente, Circus; por seguir haciéndolo posible.
Si todavía te quedan historias en el tarro:
Aquí nos encontrareis.
Javito, Lalo y Franto
Solución rincón perdido nº4
Todavía en estos duros días de Octubre se puede ir al jardín del Gurugú con un amigo y tirar allí la tarde. Y comerse unas pipas y recoger las cáscaras luego. Y hablar de ese bar que vamos a montar. Y de ese viaje que vamos a hacer. Y compartir un cigarrillo de chocolate.
Fotografías de Portada, de contraportada y de “Euforia” cedidas por el Franto. Fotografías de “Blanco y Negro de Mujer con trenzas” y de “Enigma” cedidas por Javier Vila y La caverna de la Luz. Fotografía de “Mariano y el viento Sur” cedida por Sergio Jato y El Plenilunio.
(Cf6)d3. Susana All you need is love
Cuando llegó a la puerta de su despacho, todavía temblaba. “Putos nervios”, pensó. Se quitó los cascos y apagó el reproductor. “Kashmir”, de Led Zeppelin, era una de sus canciones favoritas, pero en ese momento no servía. Cuando levantó de nuevo la vista, un sudor frío recorrió su espalda, y quiso irse de allí corriendo. Lejos. Lo más lejos que pudiese. Pero no había llegado hasta aquí para eso.
Podía recordar perfectamente el primer día que apareció en su vida, hace cuatro meses. Parecía una alumna más, en vaqueros, con una camiseta de los Clash perfectamente ajustada. Entró y se sentó en el borde de la mesa de los profesores, con los brazos cruzados y media sonrisa en la cara. Esperando a que la gente se callase para empezar. Su pelo rizado, castaño, caía suavemente por los hombros. Perfecto. Como si todo estuviese medido y en su siKo. Podía recordar como fue impos ib le descolgarse de sus ojos verdes. De su voz. De su manera de moverse de un lado al otro de la pizarra. La leve excitación entre sus piernas cuando sonó el Kmbre. Y ahí empezó la tortura.
Según iban pasando los días, las semanas, esperaba sus clases con una
ansiedad perfectamente real. Tangible. Una necesidad Rsica de verla. Incluso la seguía a veces cuando ella salía de la facultad, siempre con una carpeta negra apoyada suavemente en su pecho. Sabía que podía haber bajado en cualquier momento a su despacho. Escucharla tan de cerca que pudiera oler su perfume. Lamer su cuello si se hubiera atrevido. Pero ese era el problema. Que no se atrevía. Se limitaba a mirarla desde lejos, desde el fondo de la clase. A diez pasos de distancia. A masturbarse con el recuerdo de sus ojos. De sus curvas. Del cuerpo desnudo que había intentado adivinar tantas veces. Incluso un día comeKó la torpeza de dejar una flor y bombones en la puerta de su despacho. El mismo lugar donde se encontraba ahora, y del que no le hubiera importado escapar. Pero no. Tenía una cita con ella. Se alegraba de haber hecho lo que hizo. Pese al miedo.
Fue justo en el examen, cuando ella reparKó las hojas con las preguntas. La echó un vistazo, y la apartó a un lado. Se las sabía todas perfectamente. En cambio, cogió las hojas en blanco, el bolígrafo, y durante las siguientes tres horas se dedicó a escribir con su mejor letra todo lo que senXa por ella. Todo lo que pensaba de ella. Todo. Hasta lo de la flor y los bombones. Incluso las veces que se había tocado pensando
en ella. No paró hasta que se vació completamente. Firmó, y se lo entregó. Estaba hecho. El día que salieron las notas, al lado de su nombre apareció un asterisco con una fecha y una hora. Y allí estaba. Respiró profundamente, y aguantando el aire, llamó a la puerta.
‐ “Adelante”, escuchó desde dentro.
Abrió la puerta cuando se encontró de golpe con sus ojos. Fijos en los suyos. Con la mano mostró la silla para que se sentase. Entonces, ella habló. En bajito.
‐ “La verdad, no sé muy bien que decir. Lo he leído unas ̀ cuantas veces, y no sé que decir. Si senKrme enfadada, halagada... Pero esto tenemos que arreglarlo en este momento. Estoy descolocada… pero… ¿por qué?”
Había pensado mil veces qué decir. Cómo iba a explicarse. Pero en ese momento todo aquello se derrumbaba como un casKllo de naipes mal hecho. Los nervios se colgaban de su lengua. De su garganta. Creyó incluso que se iba a poner a temblar. A Krar la silla y meterse en el baño a llorar. Así que se sorprendió cuando su voz sonó clara. Firme. Sincera.
‐ “Porque te quiero”.
Vio como ella se revolvió en su asiento. Inquieta.
‐ “Tú no me quieres. No me conoces”.
Claro que te conozco, pensó. Llevo cuatro meses conKgo en mi cabeza. Empezó a senKr tristeza. Leve ira. Principio de traición. Y decidió jugarse el todo por el todo.
‐ “Sé que te has acostado con otros alumnos… ¿Por qué conmigo no?”.
Vio como ella se echaba hacía adelante. Acercando su cara a la suya. Se notaba que había acertado porque sus ojos verdes echaban chispas. Debería saber que era un secreto a voces. Su mano apuntó a la puerta. Abrió la boca. Y la respuesta sonó como una bofetada.
‐ “Porque a mí no me gustan las chicas, Susana.”
Monet.
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Enigma
Me sacaste del continuo eco cautivadorDe un sueño eterno de breve trovador.Te extiendes como la luz de la Luna,Por las remotas estrellas y su cuna,
Que es ese cielo de color azul oscuroConfesor del corazón y su susurro
¿Será este otro somnífero de nocturno argumento?¿ Será promesa venida a fugaz momento?¿Do pretendes con tu surco estela llegar?
Esta foto me la dio tu padre para el poemaBertso
Euforia
Cada uno se corre con lo que quiere, faltaría más. Hay quien encuentra sensaciones opiáceas en escuchar música tirado en el sofá y personas a los que les relaja sentarse delante de la tele a consumir heces “porque le entretiene”. Los hay a los que se le pone dura conduciendo un coche a 180 por hora, justo antes de dejar los sesos en la calzada, y a quien gusta de ataviarse con un capuchón en la cabeza o autoflagelarse en la semana santa. Conozco individuos a los que les apasiona el cine y otros a los que les gusta echarle salchichas a la paella, igual que a unos tenemos de referente femenino a Claudia Cardinale y otros a Belén Esteban.Que el fútbol sirva de distracción, afición o entretenimiento pasajero está bien y es hasta razonable y comprensible, de la misma forma que puede servir de distracción hacer crucigramas, encajes de bolillos o ver pasar la migración de las golondrinas. También es beneficioso creer en el símbolo común de un país históricamente miserable y ahora lo representan una generación de jóvenes que han nacido en
(relativa) libertad y en democracia, que en el fondo nos unen más cosas de las que nos separan , etc, etc…pero esas euforias desmedidas e inexpl icables exal taciones patrióticas, gentes al borde del infarto o del colapso, llegan a dar un pelín de vergüenza ajena, si no fuera porque me parece hasta bonito que exista pluralidad, que pueda haber multitudes despelotadas en su sueño de una noche de verano mientras otros sigan a sus cosas, indiferentes y ajenos a todo. Me gusta una sociedad de contrastes, que cada uno tenga las aficiones o fobias que le venga en gana, siempre que no sean a costa de fastidiar al prójimo.Sin embargo mosquea un poco constatar que el tinglao pueda servir de cortina de humo, que venga muy bien a un puñado de interesados políticos inútiles; ver cómo la mayoría del personal prioriza de
forma llamativa y busca excusas para proyectar sus problemas y su propia vida en éxitos ajenos y tener el deseo de poder vibrar identificándose con algo, y así sentirse un poquito mejor o formar parte de un común triunfador. Me pregunto cuáles serán las reacciones el día que les ocurra algo de verdad trascendental para su vida o su destino, también cuántas de esas personas radiantes de felicidad y ebrias de entusiasmo y fútbol estarán en el paro, lo tengan fastidiado para ajustar su economía y su entorno familiar, o su pareja les ponga unos cuernos como los de un ñu.La llegada multitudinaria y el desfile de la selección por las calles de Madrid recordaba mucho aquel Charlton Heston regresando triunfante a Roma con Quinto Arrio en ‘Ben-Hur’, para ser recibidos por el emperador y agasajados por esa
plebe radiante de pan y circo. Aquellos emperadores de entonces eran considerados un dios más de una sociedad politeísta, y tenían esfinges y retratos a cascoporro.Me alegro, claro, pero no va más allá de una anécdota. Me vino bien para justificarme a mí mismo salir un domingo noche, entrando, lo reconozco, un poquito al juego; y hoy ser dos aquí escribiendo, mi resaca y yo. También constaté in situ esas reacciones y euforias de las que hablo y que dan pie a la reflexión.Creo que tengo el deber de escribir
lo evidente y que parece evitarse porque resulte cruel o es mejor vivir en la anestesia de los sueños mientras duren: Se volverá a la normalidad una vez pasado el temporal; es decir, no cambiará el lamentable estado de las cosas.
Roberto Granda
Mariano y el Viento SurFinalista del I Concurso de Relato Corto
‐Dime Mariano, ¿por qué odias La vida?‐ La voz del doctor Vázquez le llegó lejana. El viento sur jugueteaba con las corKnas de la ventana abaKble que daba al Paseo de Pereda. Recuerdos de la infancia le llegaban con el viento, introduciéndose en su cabeza, llegando a r e c o r r e r l a s l a b e r í n K c a s circunvalaciones de su sensible cerebro, y de ahí hacia lo más suKl, lo más incorpóreo, lo más espiritual…
‐Perdone doctor Vázquez, no estaba atento lo que decía.‐
‐Sí, bueno, estábamos en lo de la vida. Decías que la vida era una mierda, que la odiabas.‐ El doctor se levanta, y súbitamente cierra la ventana. El viento cesa.
‐Así es… nunca he tenido suerte, suerte en el amor, ¿no dicen que el amor mueve el mundo?
‐Hay muchos mundos, cada ser humano es uno.‐ Replicó con frialdad.
‐Habla de los mundos subjeKvos ¿Realmente sabemos algo del mundo objeKvo?‐
‐Lo que vemos, oímos y senKmos. Estamos l imitados por c inco
senKdos. Más allá no sabemos nada.‐
‐¿Y qué me dice de las drogas, las sustancias para alterar la mente, ‐Mariano se entusiasmó‐ poder tal vez ir más allá de los senKdos?
‐Queman las neuronas, no son aconsejables. Pero si crees que vas a solucionar tus problemas con ellas, estás equivocado.‐
Mariano guardó silencio y se replegó sobre sí mismo. Parecía que el psiquiatra no sintonizaba en realidad con sus más profundos problemas.
Mariano era demasiado románKco, y el doctor Vázquez demasiado racionalista, frío, impersonal.
‐¿Le he contado lo de mis malas rachas en el amor? ‐silencio pausado‐ Tal vez en ese terreno podamos despejar algunas incógnitas.‐
‐Adelante…‐
‐Bueno, mi vida en Santander (esta peculiar ciudad que amo por un lado y por otro me decepciona tristemente) no ha sido fácil. En el colegio fui un mal estudiante, la gente se reía de mí. No me senXa seguro.‐
‐Y ahora ¿Cómo te sientes?‐
‐Defraudado conmigo mismo. Soy una auténKca bazofia.
‐ ¿Y las mujeres?‐
‐Creo que me odian, o tal vez las doy asco, porque tengo un complejo de inferioridad muy marcado. Y eso me lo notan ¡Lo tengo escrito en mi maldita cara!‐ Mariano rompió a llorar como un niño a pesar de sus cuarenta y dos años. Las lágrimas fluían de sus ojos y rodaban por la cara con extraordinaria fluidez.
‐Por favor Mariano, tranquilízate un poco‐dijo el doctor Vázquez con cierta alarma‐ espera un momento que voy a por un valiun y un vasito de agua, trata de respirar hondo… ahora vuelvo…
Cuando el doctor Vázquez estaba sacando el frasco de valiun de la vitrina de la habitación conKgua, oyó un estallido de cristales en la sala: “no, por favor, que no lo haya hecho. Dios mío… no…”
Al entrar en la sala, sinKó un gran alivio al ver a Mariano en una esquina de la habitación, y en el centro del suelo un amasijo de plumas rodeado de cristales.
‐Es una gaviota que se ha estrellado contra su ventana doctor. El viento sur la ha debido desviar el vuelo, o se ha vuelto loca a causa de éste. No necesito el valiun, ya estoy bien gracias.
El viento sur silbaba por todo el Paseo de Pereda, aullando sin tregua, como si fuera un intemporal fantasma que tenía poseída a toda Santander. Mariano y el doctor se miraron a los ojos, y luego dirigieron la mirada hacia la desdichada gaviota muerta, rodeada de cristales, como una macabra postal.
Mephisto
¡Cógem
e!
Blanco y Negro de Mujer con TrenzasFinalista del I Concurso de Relato Corto
1
Veinte centímetros a la izquierda de la puerta que daba a la cocina, y aproximadamente a 2 metros del suelo estaba aquel marco dorado con labrados que nunca supe si eran flores o qué. Siguiendo en orden desde fuera hacia dentro lo que seguía al marco era una maría luisa de un terciopelo rojo palidecido por varias capas de polvo tan leve y fino como inevitable e inamovible. Lo había colgado Antonio, su marido, y Julia estaba tan acostumbrada a verlo que para ella no podría representar más que un imperceptible ruido de fondo. Pero a mí me había marcado.
En la foto aparecía ella, Julia, con un vestido de verano estampado de patrones geométricos como series de puntos, con el pelo en dos trenzas perfectas cayendo sobre sus hombros, y con la niña en sus brazos. Era a blanco y negro, con lo que me es imposible saber de qué color eran los puntos o el fondo de la tela, pero yo siempre me lo he imaginado blanco, gris y amarillo pálido.
Cuando el tiempo con su caracter íst ica indiferencia por nuestros recuerdos comenzó a borrar sus rasgos de mi mente, la foto de la mujer de trenzas acabaría siendo para mi imagen de ella como una balsa en medio de un naufragio memorístico.
2
Comencé a olvidarla un domingo por la tarde. Estaba sentado a solas en el banco de una calle de mi pueblo y me di cuenta de que, por mas que lo intentara, cuando quería pintar en mi mente su cara, solo me venía por una fracción de segundo en su completitud para después ser tapada, sin quererlo yo, por la de alguna famosa que se asemejaba tenuemente a la de ella. Podía traer trocitos muy específicos de vuelta, como la cicatriz que dejo a su paso la varicela junto a su ceja, o el modo en que, al prenderse el cabello del lado derecho de su cara, dejaba caer un mechón en perfecta diagonal sobre su frente, cayendo apenas suficiente para no cubrirle el ojo izquierdo. Pero su cara entera se resistía e insistía en acrecentar esa sensación de entre cansancio, aburrimiento y resaca que nos invade los domingos por la tarde.
Fue entonces que decidí rebuscar el cuadro entre todos los baúles de todas las casas en las que había dejado jirones de mi vida pasada cubriéndose de polvo y musgo, entre muebles rotos, telarañas y excusas para no recordar. Comencé
por la casa vacía que fue de mi madre, donde había decidido arrumbar cajas con residuos de Antonio cuando Julia me pidió que me deshiciera de sus cosas. Cuando finalmente él nos hizo el favor de marcharse y convertir nuestro eterno triángulo amoroso, tan secreto y tan obvio al mismo tiempo, en los dos puntos que fuimos Julia y yo, unidos primero tan solo la línea de nuestra mirada, que a base de pequeños roces cada vez menos accidentales un día se materializó a través de nuestros brazos, y luego nuestras bocas, y finalmente nuestros seres enteros. Más enteros que nunca.
3
A l m i s m o t i e m p o q u e levantaba todos esos añejos recuerdos entre mis manos tratando de dominar mi miedo a ver, hacia lo posible por concentrarme en todos los detalles de la foto. La mirada de Julia denotaba una fuerza inusual para sus escasos veinte años, la cual se hacia aun mas evidente a través de la paz y seguridad que la niña en sus brazos parecía sentir. E l la s iempre tuvo esa capacidad especial de hacer a la gente sentir segura. Durante los primeros meses después de su llegada a Santander fue ella quien tuvo que ser el pilar para sostener a la familia.
Antonio tardó en encontrar un trabajo y los ahorros de una vida entera que habían decidido apostar en l a a v e n t u r a d e l a m i g r a c i ó n comenzaban a flaquear.
C o m o t o d o , r e c u e r d o vagamente el día que llegaron. Yo vivía en el primero y ellos se instalaron en el segundo, con la puerta que estaba justo de frente a la mía al subir las anchas escaleras de aquel edificio antiguo de Puerto Chico. El primer contacto fue solamente una mirada y una sonrisa leve de su parte seguida de una breve inclinación de cabeza mía, a manera de saludo. Detrás de ella venía Antonio, sujetando la mano de la niña, y fue el quien se detuvo ante mí con la excusa de enseñarle a ella modales, incitándola a saludarme. Tuv imos una convers ac ión lo suficientemente larga como para sentirnos en confianza y muy identificados. Lo siguiente marcó el patrón de interacción entre nosotros para los próximos años: Mientras la voz e n m i m e n te t ra t a b a d e detenerme convenciéndome de lo mala idea que era, mi boca se ofreció a preparar una cena para los cuatro. Nunca sabré si para ellos era tan claro como para mí que, aunque llegue a sentir un gran afecto por él y la niña, mis constantes intentos por pasar tiempo con mis vecinos nada tenían que ver con ninguno de ellos dos, y sí con Julia.
Finalmente me di por vencido. De no estar en casa de mi madre, la
foto casi con toda certeza la tendría la niña, de modo que el siguiente paso tenia que ser volver a la ciudad y buscarla.
4
Apenas bajar un pie del tren caí en la cuenta de que no había pisado la ciudad desde que ella se fue. Siempre pasa en las películas que las rupturas ocurren en una tarde de otoño cuando llueve o cuando los personajes, vestidos siempre en tonos oscuros, se levantan el cuello del abrigo o se ciñen la bufanda para enfatizar su soledad mientras el viento les sopla a la cara. El día que Julia me dejó no fue así. Era un día de sol de primavera tardía, inusualmente agradable para el norte. Vestíamos
colores vivos y alegres, estábamos sentados frente a frente a una mesa de picnic en el parque, tomando una copa de vino blanco, mientras la niña, que cumplía sus once años aquel día, caminaba mirando al mar. Ella sonreía y aunque no estoy seguro, creo que yo también lo hacia. Me dijo que los últimos años habían sido sumamente felices para ella y que me quería. Me tomo de la mano y se pasó a mi lado de la mesa. “La vida no es una historia con un principio y un fin, sino varias pequeñas histor ias con var ios principios y finales” dijo y, sin dejar de sonreír, me beso.
No dijo más después de eso. Simplemente nos marchamos a casa, aun en nuestro viejo edificio de
Puerto Chico, cada quien en su apartamento. La tarde siguió su curso y yo no estaba seguro de que había pasado o iba a pasar, hasta que, varias horas después, subí a verla y me encontré con la puerta abierta de par en par a un hogar vacío por completo. No entré. Mis ojos no pudieron apartarse del terrible telón de fondo que era un trozo de muro entre la cocina y el salón en cuyo centro, a unos veinte centímetros del marco de la puerta, resaltaba un rectángulo de pared menos desteñido que el resto.
5
L a z o n a d e l a s universidades de la ciudad era una versión adaptada a los tiempos del barrio que yo deje. La Niña me había pedido encontrarla en un café que yo conocía y que bien podía ser otro ejemplo más de dicha adaptación. Su decoración barata, sus pequeñas sillas, el modo en que pilas de libros servían para posar velas, o los desgastados pantalones de los comensales eran todos iguales que en mis tiempos, pero ahora eran vistos como símbolos de pertenencia y antes
simplemente no teníamos más remedio.
La puerta del café se abrió de par en par, sacándome abruptamente de mis meditaciones, y por ella entro medio cuerpo de uno de mis sueños mas recurrentes: El vestido negro de verano, que dejaba ver gran parte de su espalda, su cabello negro, recogido en una coleta improvisada, sus sandalias de cuero, su cabeza aun del lado de la calle despidiéndose de alguien, el modo en que inclinaba medio cuerpo al reírse sujetándose el vientre con la mano izquierda. Por un momento fue Julia.
Finalmente terminó de entrar por la puerta del café y me buscó con la mirada. Algo dentro de mí hizo un alto sonoro en el momento en que sus ojos se cruzaron con los míos. Su cara trajo de vuelta a mi memoria la de Julia, pero también la de Antonio, y los olores de su piso al abrirse la puerta, y el sonido de sus pasos, y la pequeña cicatriz en el pulgar de Julia que yo solía acariciar mientras la llevaba de la mano, y tantos y tantos pequeños detalles.
Por lo visto la niña había encontrado el cuadro en el viejo apartamento mientras llenaba cajas con cosas para mud arse a la universidad. Nuestra conversación por teléfono fue breve y casual, como la de dos viejos amigos que se reencuentran y deciden tomar juntos un café. Me limité a preguntarle por la foto y ella accedió a encontrarse
conmigo y dármela. Ya en persona el tono cambio por completo. Su naturalidad y el modo en que, si cabe, sonreía por teléfono, se convirtieron en una expresión que me pareció una mezcla de curiosidad y pena, aunque a l m i s mo t ie m p o me pa re c ió reconocer en ella lo que en mí ocurría: Una especie de análisis comparativo entre la imagen en frente de si y la que había en su mente, aunque mi imagen de ella en ese entonces no era más que la de una foto a blanco y negro, en brazos de una hermosa mujer con trenzas. La niña había florecido y su mirada se había llenado de la fuerza de Julia, mientras mi piel se había arrugado, mi pelo se había vuelto casi completamente blanco, y mi memoria agonizante se aferraba a una sola imagen.
6
Tres horas después subía al tren que iba a mi pueblo con las manos temblorosas del café y del peso que supone volver a recordar. Miraba y acariciaba la imagen que suponía aquella vuelta, aquel nuevo comienzo de un final, si cabe, que de algún modo me devolvía una parte faltante de mí. El rostro de Julia volvió a pintarse en mi alma como siempre estuvo: fuerte, serio, a blanco y negro, e n m a r c a d o p o r u n a s t r e n z a s perfectas, una niña, y un silencio largo como una espera. Saqué la foto del viejo portarretratos para verla mejor y advertí que en el reverso decía:
“La vida no es una historia con un principio y un final. Con cariño, Antonio.”
Algo dentro de mí me pedía una reacción, ya sea una lágrima o un puño que rompiese el cristal, pero de mi ser no podía salir más que entendimiento. Después de tanto tiempo y tanta gente pasando al lado de mi vida como valles y montes pasaba ahora el tren, después de imágenes, palabras, sonidos y olores nuevos que estallaron como olas en mi conciencia y en su resaca arrastraron otros tantos, entendí que lo que el tiempo puede hacer a mis imágenes del mundo, jamás se lo podría haber hecho a lo que significan para mí, y que al ir desapareciendo se llevan consigo fragmentos de lo que soy. Saqué del bolsillo de la camisa el bolígrafo y agregue debajo de la dedicatoria de Antonio:
“Hay finales que parecen pausas, y comienzos que jamás acabarán de empezar.”
En un solo movimiento guardé el bolígrafo y la foto doblada en mi camisa dejando el marco en el asiento y, con la dificultad a que me condenan todos mis años, bajé del tren y me dirigí a casa.
Subvenciona:Ayuntamiento de Santander
El mundo, el tiempo. La vida es... CURVA
Mi escondite, mi clave de sol, mi reloj de pulsera,una lámpara de Alí Babá dentro de una chistera,no sabía que la primavera duraba un segundo,
yo quería escribir a la ciudad más hermosa del mundo.
Les presento a mi abuelo bastardo, a mi esposa soltera,al padrino que me apadrinó en la legión extranjera,a mi hermano gemelo, patrón de la merca ambulante,a Simbad el marino que tuvo un sobrino cantante.
Frente al cabo de poca esperanza arrié mi bandera,si me pierdo de vista esperadme en la lista de espera,heredé una botella de ron de un clochard moribundo,olvidé la lección a la vuelta de un coma profundo.
Nunca pude cantar de un tirónla canción de las babas del mar, del relámpago en vena,de las lágrimas para llorar cuando valga la pena,
de la página encinta en el vientre de un bloc trotamundos,de la gota de tinta en el himno de los iracundos
Yo quería escribir a la ciudad más hermosa del mundo