Marxismo y stalinismo a la luz de la historia <<…El capitalismo es la sociedad del engaño y el pillaje
mutuo…>> (K. Marx-F. Engels: "Manifiesto del Partido Comunista".
Febrero 1848). <<...Estuve enfermo durante todo el año pasado
(aquejado de antrax y forúnculos). De no haber sido por ello, mi
libro “El Capital”, la economía política, ya se habría publicado.
Espero ahora terminarlo al fin dentro de unos meses y asestar, en
el plano teórico, un golpe a la burguesía del cual no se recuperará
jamás....>> (K. Marx: "Carta a Karl Klings" 04/10/1864).
01. Introducción
La tan escueta como certera definición del capitalismo, así como la diagnosis de muerte
sobre la categoría social llamada burguesía que encabezan este texto, se han visto confirmadas
en toda regla. Desde que la obra central de Marx viera la luz, ningún teórico amancebado a esa
clase todavía dominante, pudo demostrar fehacientemente que lo escrito ahí distara una sola
micra de la certeza científica. La prueba está en que, el único recurso que han podido esgrimir
como arma de combate ideológico —conscientes del peligro que supone a sus intereses la
difusión del marxismo—, fue y sigue siendo la barrera de silencio “sanitario” que, desde
entonces, “las furias del interés privado” han venido erigiendo en torno suyo, tanto como para
poder seguir garantizando el predominio político del pensamiento único burgués en la conciencia
de los explotados.
Para idénticos fines pero en contraste con ese silencio, más recientemente los ideólogos a
sueldo y prebendas del capital, han venido haciendo mucho ruido propagandístico, tratando de
identificar al marxismo con el stalinismo. Muy especialmente desde la caída del muro de Berlín
en 1989 y la disolución de la URSS en 1992. Año en el que ese moderno profeta de tres al cuarto
llamado Francis Fukuyama, anunció “el fin de la historia”.
Y en la tarea de urdir y componer semejante amalgama1, todos ellos se pusieron de
acuerdo en hacer hincapié sobre uno de esos típicos vaivenes de la historia en una etapa todavía
no resuelta, donde los infaltables oportunistas al acecho —como fue el caso de Stalin desde
febrero de 1917— no habiendo podido resistir la marea revolucionaria que pugnaba por resolver
la contradicción social en curso, muy a regañadientes se mantuvieron entre bambalinas, a la
espera del momento propicio del proceso revolucionario, para interrumpirlo liderando el polo
contrarrevolucionario que actuó en sentido regresivo. El hecho de que ese mujik llamado Stalin
compartiera eventualmente la dirección política que implantó en Rusia por primera vez la
dictadura democrática de las mayorías explotadas y oprimidas, sobre las minorías opresoras,
no significa que hubiera compartido el mismo pensamiento marxista y desempeñado el mismo
papel político que Lenin. Al contrario fue el mejor gestor político de la burguesía al interior del
partido comunista de la URSS, el “gran organizador de derrotas”, como así lo calificara
Trotsky en su obra del mismo nombre publicada en setiembre de 1929, donde lo demostró.
Para comprender la diferencia fundamental entre ambos pensamientos y su práctica política
consecuente —nada que ver la una con la otra—, es necesario centrar la atención por un
momento, en algo tan sencillo como la relación social entre asalariados y patronos. Una
relación en la cual ha venido destacando históricamente la lucha entre esos dos términos
contrapuestos, es decir, antagónicos e históricamente irreconciliables. En toda relación —sea
matemática, biológica, física, química o social— intervienen necesariamente dos componentes
1 Amalgama: Mezcla de cosas esencialmente distintas. Del verbo amalgamar, que significa conjugar. Sinónimo de coordinar, combinar, armonizar,
conciliar, asociar, compatibilizar, compaginar, relacionar, unir, enlazar, articular, conjuntar, reunir, aglutinar.
que se contradicen u oponen el uno al otro. Por tanto, lo que hay que dilucidar es la esencia de
esa contradicción, o sea, si la relación entre sus contrarios es complementaria y conciliable, o
irreconciliable. Por ejemplo: un macho de león se distingue o es diferente de una hembra por su
distinto sexo respectivo, pero comparten una misma naturaleza biológica. Por tanto, se
complementan dialécticamente para reproducirla. De esa relación surge la fuerza orgánica
que hace a la supervivencia de su propia especie.
Otro tanto y al margen de los sexos, cabe decir, por ejemplo, de la relación entre
demócratas y republicanos en los EE.UU., en tanto que son fuerzas políticas distintas, cada una
con intereses compartidos al interior de su respectiva formación, al mismo tiempo que contraria
a los intereses de la otra. Así, ambos partidos políticos constituyen una relación dialéctica, es
decir, antagónica. Pero esencialmente, es decir, en términos de clase social, son de la misma
naturaleza, dos partes constitutivas de un todo idéntico, en tanto que representan y asumen los
intereses de la burguesía. Estamos en tal caso, ante una relación dialéctica entre componentes
tácticamente antagónicos pero estratégicamente aliados y, por tanto, históricamente
conciliables y complementarios.
Pero el devenir histórico de la sociedad humana dividida en clases, es un hecho
incontrovertible cuya fuerza impulsora y sentido directriz, está científicamente probado que
no ha surgido ni puede surgir, de relaciones económicas, sociales y políticas entre partes
antagónicas complementarias, sino incompatibles e históricamente irreconciliables. Si
Hegel no pudo concebir la existencia de contradicciones antagónicas de naturaleza
históricamente irreconciliable, fue porque se lo ha impedido su propia condición de clase
pequeñoburguesa, y el carácter teológico, idealista y armonicista de su filosofía, desplegada
pensando la contradicción entre la naturaleza divina y la humana, entre Dios y el Mundo —
supuestamente creado por él—, como hecho a su imagen y semejanza, o sea: inmutable y
eterno. Este principio teológico explica por qué en su “Sistema filosófico”, Hegel no dejara
resquicio alguno por donde pudiera colarse lo afirmado por él mismo previamente en su
“Lógica”, contexto en el cual sí que dejó margen a la posibilidad de que las contradicciones
operen un cambio de naturaleza en el ser de las cosas. Esta prejuiciosa incongruencia de Hegel,
explica que tal posibilidad real, debiera ser teóricamente demostrada por un ateo con el genio
científico de Marx, a instancias del concepto superador de contradicción antagónica
irreconciliable.
La dialéctica entre clases explotadoras y explotadas a lo largo del tiempo —como es el
caso más actual entre burguesía y proletariado— ha venido demostrando, pues, que tales
términos de la relación no sólo han sido como siguen siendo hoy, contradictorios y antagónicos,
sino también lógica e históricamente irreconciliables. Por tanto, proclamar el progreso de la
humanidad y para eso proponer que el proletariado se integre y participe en los partidos
políticos y en las instituciones de Estado burguesas, creyendo en que así es posible la
convivencia humana en paz y progreso, constituye un error que los explotados hemos venido
pagando muy caro, producto de una concepción armonicista, ilusoria y falsa de las
contradicciones sociales, desmentida categóricamente por la historia.
Así las cosas y a los fines del progreso social de la humanidad, el problema a resolver
en las actuales condiciones, no está en el antagonismo táctico estratégicamente
complementario, entre fracciones políticas de una misma clase social que rivalizan por el
poder al interior de las instituciones del Estado capitalista, que así deja intacto al sistema. El
problema consiste en el antagonismo estratégicamente irreconciliable entre distintas clases
sociales, en nuestro caso entre burguesía y proletariado. Si echamos la vista atrás en la historia,
comprobaremos que resolver o solucionar el problema de las contradicciones sociales
irreconciliables en cada período histórico de la humanidad, ha venido siendo hasta hoy día la
condición sine qua non de todo progreso humano posible. Una condición que todas las clases
dominantes que lo han sido, pugnaron por evitar que se cumpla. Y para tal fin han venido
utilizando todos los medios a su alcance. Pero no han podido. No lo han conseguido. Porque la
fuerza emancipadora contenida en la contradicción con sus explotados se lo ha impedido. Y al
final, ya se ha visto el resultado: tanto el esclavismo como el feudalismo han quedado atrás. Y
ahora tenemos ante nosotros un desafío como el de nuestros antepasados. Una realidad como la
actual, donde la burguesía es empujada irresistiblemente por el capitalismo —que ella
personifica— a exacerbar cada vez más su contradicción con el proletariado. He aquí el
carácter irreconciliable de la contradicción.
Y tal es la causa de que los burgueses se vean obligados a disimularla, a negar de palabra
el carácter históricamente irreconciliable de su contradicción con los explotados en los hechos.
Por eso pregonan la unidad. Constantemente hablan en primera persona del plural. ¿Para qué?
Pues, para conservar esa relación, para que aparente ser una relación complementaria, para
preservar así, en ella, su existencia como clase políticamente dominante. Para seguir
usufructuándola a expensas de sus explotados. Toda la historia del capitalismo ha estado jalonada
por semejante contradicción entre las palabras de los burgueses y sus actos. Y para eso han
venido, precisamente, contando con la valiosa colaboración de la pequeñoburguesía. Como le
dijera Marx a Pável Vasílevich Annenkov en carta fechada en Londres el 28 de diciembre de
1846: <<Ese pequeño burgués diviniza la contradicción, porque la contradicción es el núcleo de su ser>>.
Según se irá viendo en este trabajo, el ritual pequeñoburgués de consagrar la relación entre
burguesía y proletariado, de mantenerla viva y sin resolver, en esto radica igualmente la
naturaleza del stalinismo como aliado estratégico del capitalismo. Al igual que también lo
es la socialdemocracia. El común carácter pequeñoburgués de ambos movimientos políticos,
les identifica con el capital en la tarea de conservar esa contradicción entre explotadores y
explotados.
Para ello la burocracia stalinista que se hizo con el poder tras la muerte de Lenin, creó un
bloque histórico de poder político aliándose con la pequeñoburguesía agraria de los koljoses,
dando así el primer paso para reponer el sistema capitalista en la URSS, hasta que lo ha
conseguido. A partir de ese momento, el socialismo desapareció como tal disolviéndose
refundido en la socialdemocracia tradicional, dedicado a conservar la contradicción entre
burguesía y proletariado en todo el Mundo. ¿Cómo? En aparente y engañosa relación de
incompatibilidad con su contraparte de la derecha política liberal. Cuando en realidad son dos
formaciones políticas que, bajo el disfraz de una falsa controversia, se alternan en el ejercicio
del poder en todo el Mundo sobre un tipo de Estado y una forma de gobierno, desde donde
dicen actuar en favor de los intereses generales, ocultando así el hecho de que ambas responden,
exclusivamente, a los intereses de una sola clase social con la que comparten mesa y mantel: la
burguesía.
Se trata de la misma farsa que desde los tiempos de la llamada “ilustración”, la clase
capitalista dominante sigue representando sobre las tablas de ese teatro bufo que es el típico
Estado burgués, a dúo con sus lacayos, los políticos profesionales. Y desde ahí la proyectan hacia
las bases sociales subalternas explotadas que arrastran sus miserias por la vida. Un símil de
esta realidad, fue lo que Ramón María del Valle-Inclán en su conocida obra literaria: “Luces de
Bohemia”, proyectó el siglo pasado magistralmente sobre sus personajes, inspirados en la
sociedad española de los años 20. Y lo hizo moviéndolos sobre un escenario, donde la farsa de
los opulentos se combina tan armoniosamente con la tragedia de los desarraigados, como el
hambre con la corrupción política. Hasta el punto en que esa combinación se desvela para
mostrarse sin tapujos como un esperpento.
¿Puede alguien negar hoy, que la burguesía internacional siga moviendo a sus políticos
profesionales en todo el Mundo, para que no dejen de representar por arriba la misma farsa,
mientras por abajo el sistema económico reproduce la misma tragedia? ¿Puede alguien negar
que se repita y colme así en todas partes, el más absurdo, cínico, grotesco y criminal extremo
de lo esperpéntico?
02. El principio activo del capitalismo y la estrategia proletaria
Los marxistas distinguimos un período histórico de otro, según la distinta forma de
organización social básica o fundamental, por medio de la cual los seres humanos divididos
en clases sociales, se han venido relacionando a lo largo de la historia, para producir y reproducir
materialmente su vida en sociedad. Bajo el capitalismo, su forma social específica de
organización básica está determinada por la relación entre capitalistas y asalariados, a instancias
de los vínculos mercantiles y dinerarios establecidos en el mercado de trabajo.
Esta relación entre asalariados y capitalistas se ha venido sosteniendo en el tiempo sobre
una lógica objetiva, es decir, que se reproduce con total independencia de la voluntad de los
seres humanos involucrados en ella, cuya finalidad consiste en transformar la mayor cantidad de
trabajo necesario (contenido en los salarios) en excedente (plusvalor) para los fines de la
acumulación en forma de capital. Tal es el principio activo del capitalismo y su cometido.
De acuerdo con lo descrito científicamente por Marx en "El Capital", según avanza el
desarrollo de las fuerzas productivas y su consecuente proceso de acumulación —a instancias
de la competencia intercapitalista y la lucha entre capitalistas y asalariados—, el cumplimiento
de esta lógica objetiva se torna más y más dificultoso, dado que el progreso técnico bajo
semejantes condiciones, determina que, de cada unidad de capital adicional (plusvalor)
obtenido en cada rotación2, la parte reinvertida en salarios sea cada vez menor respecto de la
parte reinvertida en medios de producción. Teniendo en cuenta que la jornada colectiva de labor
no se puede extender más allá de las 24 Hs. de cada día. De estas premisas reales típicas del
capitalismo se infiere que:
1) el plusvalor aumenta, pero cada vez menos respecto del capital global en funciones que
funge como coste para obtenerlo. Pero también aumenta cada vez menos respecto de si
mismo, porque lo hace a expensas del salario, cuya parte susceptible de convertirse en
plusvalor capitalizado disminuye progresivamente, dado que la jornada colectiva de
labor no puede exceder las 24 Hs. de cada día.
2) consecuentemente, la tasa de ganancia tiende históricamente a disminuir, en la misma
medida que la tasa de explotación —como relación entre el plusvalor y el salario—,
aumenta.3
2 Rotación: Período de tiempo que discurre entre la compra de los factores de la producción y la venta o realización de su producto acabado. 3 G’ = p/(c + v). En esta fórmula, la tasa de ganancia (G’) es el cociente aritmético promedio, como resultado de la relación entre la magnitud
de plusvalor (p) y una determinada masa de capital (c + v), invertido en producir y realizar dicha ganancia en determinado lapso de tiempo llamado
rotación. Proceso en el cual “c” es la parte del capital invertido en uno de los dos factores fundamentales de la producción, que Marx denominó
capital constante, en virtud de que, a instancias del trabajo asalariado, se limita a transferir su propio valor al producto. Este capital se divide, a su
Hasta llegar a un punto en que la masa de capital acumulado en funciones no puede ser
compensada por el aumento cada vez más menguado del plusvalor, obtenido a instancias de
la creciente productividad del trabajo. Así las cosas, la burguesía debe apelar, cada vez más, al
ataque no ya esporádico sino sistemático, permanente y directo contra las condiciones de vida
y de trabajo de los asalariados activos, al tiempo que se ve obligada a mantener un ejército
creciente de parados en lugar de ser mantenida por ellos. Y aunque debido a la modalidad del
trabajo a tiempo parcial, el paro parece remitir durante las fases expansivas periódicas de los
ciclos cortos, aumenta más que proporcionalmente en las fases recesivas prolongadas,
convirtiéndose así en históricamente creciente.
La humanidad ha alcanzado este punto desde la primera guerra mundial. Es aquí, cuando
la propia lógica objetiva del capital le empieza a decir a la burguesía que es una clase social por
completo decadente, porque ya no es capaz de asegurar a sus esclavos asalariados, las
condiciones de su propia esclavitud y que, por tanto, debe dejar el testigo de la historia en
manos de los trabajadores emancipados de su yugo social.
De lo razonado hasta aquí se desprende, que la estrategia del poder socialista cabalga
sobre la verificada incapacidad más y más notoria de la burguesía, para garantizar la
participación de sus explotados —cada vez más numerosos e instruidos— en el creciente
producto de su trabajo. Y al socaire de sus luchas infructuosas por satisfacer esa justa demanda
dentro del actual sistema de vida, la parte de ellos que actúan en función de científicos sociales
se encargan inteligente y pacientemente, de dibujar en la conciencia de sus compañeros la razón
revolucionaria devenida en necesidad cada vez más imperiosa, de proceder al necesario cambio
histórico-social alternativo.
Así es como la experiencia de las luchas obreras espontáneas se combina con los
resultados de la moderna ciencia social —encarnados en la vanguardia revolucionaria—,
para que sintetice en el partido independiente y su programa, que es el arma política de la
racionalidad histórica superadora con que el proletariado tiende a sacudirse la tutela del
patrón capitalista y su Estado a escala planetaria. Todo este proceso no es una previsión
mental calenturienta y arbitraria de unos cuantos visionarios inconformistas, sino que está en la
propia naturaleza de las cosas bajo el capitalismo.
Resumiendo: En la sociedad capitalista, el progreso técnico incesante incorporado a los
medios de producción, determina que el capital se acumule más rápido y en mayor masa que la
producción de plusvalor, agudizando las contradicciones del sistema bajo la forma de sucesivas
rebeliones inconscientes de los explotados en el contexto de catástrofes humanas (económicas,
bélicas, epidemiológicas y ecológicas) de frecuencia y magnitud crecientes, hasta el punto de
poner al proletariado ante la necesidad de comportarse como clase revolucionaria, que cada vez
con más fuerza se ve impulsada a tomar la decisión de sustituir la caduca forma social de
producir y su correspondiente democracia política formal, por la democracia real de los
productores libres asociados. Y en esas estamos.
vez, en dos partes: una de ellas denominada capital fijo, constituido por maquinaria, herramientas, edificios, tierra cultivable, mobiliario y demás
material durable; su otra parte está integrada por materias primas y materias auxiliares (estas últimas combustibles, lubricantes y demás productos
de consumo directo), a las que Marx denominó capital circulante, en razón de que antes de ser utilizados para crear el valor contenido en el
producto final, pasan por sucesivos procesos previos de transformación parcial.
El otro factor fundamental de la producción: “v” es el salario, al que Marx denominó capital variable, porque durante el proceso productivo
los asalariados comprometidos en él, con su trabajo crean un plus de valor que añaden al producto final bajo la forma de plusvalor o ganancia que
se apropian los capitalistas, según la tasa de explotación: (p/v), definida por la relación entre ese plus adicional de valor “p” y el salario “v”. Relación
que aumenta según progresa técnicamente la productividad física del trabajo en detrimento del salario.
El socialismo consiste, pues, en un proceso revolucionario por medio del cual, las leyes
objetivas, ciegas, irracionales y anárquicas del mercado, que presiden el movimiento de la
sociedad dividida entre capitalistas y asalariados, son reemplazadas por decisiones conscientes.
La condición necesaria para convertir esa necesidad social en realidad efectiva de este modo
alternativo racional de producción y reparto, es la abolición de la propiedad privada sobre los
medios de producción y de cambio. Con esta determinación, desaparece la explotación del
trabajo ajeno y, por tanto, el capitalismo como sistema de vida. De este modo, tienden a
desaparecer, también, las noxas o daños sociales derivados de los desajustes permanentes entre
la producción y las necesidades colectivas, que están en la lógica de las crisis, así como la
cosificación de las relaciones sociales en todos los ámbitos.
Pero mientras al interior de la sociedad en tránsito al socialismo siga subsistiendo la
categoría económica de "propiedad privada" y, con ella, el "dinero" y los "precios", el espíritu
objetivo de la burguesía sigue vivo, enquistado en la base material o económica de la sociedad
de transición, pugnando por el regreso a la sociedad capitalista pura y dura. Por tanto, al
principio la revolución socialista no puede dejar de ser inestable, dado que esa tendencia
regresiva hacia el capitalismo se manifiesta en que la explotación del trabajo subsiste en la
categoría de propiedad, pero sólo como posibilidad potencial, es decir, abstracta o contingente
al interior del Estado obrero. ¿Por qué abstracta o contingente? Pues, porque puede volver a ser
realidad o no, mientras no estén dadas todas las condiciones materiales y, por tanto, políticas,
para que el socialismo se vea definitivamente consolidado: <<Finalmente, cuando todo el capital, toda la producción y todo el cambio estén
concentrados en las manos de la nación, la propiedad privada dejará de existir de
por sí, el dinero se hará superfluo, la producción aumentará y los seres humanos
cambiarán tanto que se podrán suprimir también las últimas formas de relaciones
de la vieja sociedad>> (F. Engels: “Principios del comunismo”.4
03. La génesis histórica del cisma entre marxismo y stalinismo
Tomando por referencia la Gran Revolución Rusa, la diferencia entre marxismo y
stalinismo se puso por primera vez en evidencia, durante los acontecimientos previos a la toma
del poder político por el bloque histórico de poder obrero-campesino, entre febrero y octubre de
1917. La revolución democrático-burguesa de febrero fue totalmente espontánea, por eso llamada
“insurrección anónima”. Tan es así, que incluso sorprendió al propio Partido Bolchevique.
Desembocó en una situación de doble poder al interior del Gobierno burgués Provisional,
dividido entre los representantes del partido constitucionalista surgido de la revolución de
1905, en alianza con los reformistas socialdemócratas mencheviques y socialistas
revolucionarios, por un lado, y por otro los soviets, “auténticos parlamentos democráticos de
diputados obreros elegidos en las fábricas y en los barrios de las ciudades”, emulando la
Comuna de París: <<Desde estos dos órganos de poder político se vieron enfrentadas dos concepciones
de la democracia, la representativa y la directa. Y detrás de ellas dos clases: la
burguesía y el proletariado, a las que la caída del zarismo dejó de pronto frente a
frente>>. (Pierre Broué: “El Partido Bolchevique” Cap. IV Ed. Ayuso/1973 Pp. 114.
Versión digitalizada)
4 Si. Los esclavos egipcios, griegos y romanos, tampoco en su tiempo pudieron concebir una sociedad del futuro como el feudalismo y menos aun
como el capitalismo.
Ante esta situación, los mencheviques y socialistas revolucionarios, dos partidos
políticos que ostentaban la mayoría en los soviets —y en el primer congreso pan-ruso de
diputados y campesinos celebrado el 22 de mayo de 1917—, no estaban dispuestos a luchar
por el poder proletario-campesino, pensando que la revolución no debía pasar de ser
democrático-burguesa y que, por tanto, sólo a la burguesía le correspondía ocupar el poder hasta
ese momento en manos de la aristocracia zarista.
Y lo que sucedió como consecuencia de esta determinación adoptada por mencheviques y
socialistas revolucionarios en alianza con el Partido burgués demócrata constitucionalista
(KDT), es que ciertos dirigentes bolcheviques, entre ellos Stalin, Kámenev y Sinóviev, se
dejaron arrastrar hacia esas posiciones, y durante los acontecimientos intentaron romper con
la disciplina política de la organización revolucionaria. Estos disidentes promovieron la idea de
que la Revolución Rusa debía recorrer el mismo camino iniciado por la revolución social
burguesa de 1789, cuando la monarquía absoluta hereditaria por derecho divino de los Reyes,
fue sustituida en Francia por la República. O sea, que optaron por una teoría de la revolución
socialista puramente empírica, de carácter político etapista y burguesa, sin tener en cuenta las
enseñanzas de la experiencia histórica posterior entre 1789 y 1871, que permitió alumbrar la
concepción teórica totalmente opuesta y que Marx, en 1850, llamó “revolución permanente”.
En lo que atañe concretamente a Stalin: <<La Revolución de Febrero de 1917 lo encontró participando en un bloque con la
burguesía liberal y en consecuencia hecho un campeón del planteo de la unidad con
los mencheviques en un solo partido. Sólo la llegada de Lenin desde el extranjero puso
punto final a la política independiente de Stalin, a la que calificó de caricatura del
marxismo>>. (L. D. Trotsky: “Tres concepciones de la revolución rusa”
A la expresión “caricatura del marxismo” apeló Lenin en su obra: “Dos tácticas de la
socialdemocracia en la revolución democrática”, escrita entre junio y julio de 1905 tras el III
congreso del POSDR5 y la conferencia celebrada simultáneamente por los mencheviques en
Ginebra, a quienes Lenin tildó de “liquidadores” de la revolución democrático-burguesa en
Rusia.6 Para comprobar qué grano de verdad hubo en las posiciones sostenidas por Lenin durante
ese período, es necesario volver con el intelecto a recorrer el camino de la experiencia política
manifiesta, apelando a la memoria histórica de la lucha de clases en la sociedad moderna.
04. La revolución burguesa en Francia 1789-1793
Para poder comprender el desarrollo político en la historia del continente Europeo durante
este periodo, es necesario distinguir entre las condiciones económico-sociales sobre las cuales
discurrió el proceso de la revolución social capitalista en Inglaterra, y las del resto de países
europeos. Como ya hemos dicho en otra parte, el desarrollo desigual7 en los diversos países
bajo dominio político de la nobleza y, por tanto, el distinto carácter de las relaciones y vínculos
entre la aristocracia feudal decadente y la burguesía ascendente, determinó que el proceso político
de cambio revolucionario no fuera el mismo en todas partes.
El gran señor feudal inglés, por ejemplo, al transformar las tierras de labranza en pastos
para la cría de ovejas y la producción de lana con destino a la industria manufacturera de Flandes,
5 POSDR: Partido Obrero Socialdemócrata Ruso. 6 El hecho de que Stalin no aparezca mencionado en ese texto ni en otros de la misma época, destapa la naturaleza camaleónica del personaje. El “como
si” típico de todo conspirador al acecho, aspirante a bonapartista en ejercicio totalitario del poder. 7 Cuanto mayor es el desarrollo tecnológico y económico de un capital nacional, mayor es su masa en funciones y mayor, por tanto, su tendencia a la
centralización económica en pocas manos, y más disimuladamente despótica y corrupta la política institucional de sus organismos de Estado.
favoreció mucho más la acumulación primitiva del capital, la expansión del trabajo
asalariado y el desarrollo tecnológico en ese país, que en el resto del territorio continental
europeo. En efecto, mientras en todos los países de Europa la producción se caracterizaba por la
división de la tierra entre el mayor número de campesinos parcelarios sometidos a tributo, que
determinaban los ingresos y el consecuente poder económico y político de cada señor feudal, en
Inglaterra se procedió a transformar el minifundio en latifundio para la cría de ovejas. De este
modo, el campesino inglés, de indigente urbano desplazado del campo, fue convertido en
proletario, y el comerciante de lanas, en capitalista industrial textil. Este vínculo entre los agentes
sociales feudales productores de lana y los agentes sociales burgueses comerciantes y
productores de lana, explica el conservadurismo de la burguesía inglesa en sus relaciones
políticas con la aristocracia terrateniente, y el carácter mismo de la revolución capitalista en ese
país: <<El gran misterio para el señor Guizot, que sólo acierta a descifrar recurriendo
a la inteligencia superior de los ingleses, (es decir,) el misterio del carácter
conservador de la revolución inglesa, es la constante alianza en que la burguesía se
halla con la mayor parte de los grandes terratenientes, alianza que distingue
esencialmente a la revolución inglesa de la francesa, la cual, mediante la
parcelación, destruyó la gran propiedad de la tierra. Esta clase de grandes
terratenientes (en Inglaterra) aliada a la burguesía y que, por lo demás, había nacido
bajo Enrique VIII, no estaba —como la propiedad de la tierra (en Francia) en
1789— en contraposición (enfrentada), sino más bien en total armonía con las
condiciones de vida de la burguesía. Su propiedad territorial no era, en realidad,
una propiedad feudal, sino una propiedad burguesa>>. (K. Marx: “¿Por qué ha
triunfado la revolución de Inglaterra? Discurso sobre la historia de la revolución de
Inglaterra” París, 1850. Lo entre paréntesis nuestro)
Y en “El Capital”, abonando la última parte de este párrafo citado, Marx recuerda que,
desde la última parte del siglo XIV: <<La inmensa mayoría de la población (en Inglaterra)8 se componía entonces
—y aún más en el siglo XV— de campesinos libres que cultivaban su propia tierra,
cualquiera fuere el rótulo feudal que encubriera su propiedad. En las grandes
fincas señoriales, el arrendatario libre había desplazado al bailiff (bailío) siervo (que
había sido) él mismo en otros tiempos. Los trabajadores asalariados agrícolas se
componían, en parte, de campesinos libres que valorizaban su tiempo libre
trabajando en las fincas de los grandes terratenientes y, en parte, de una clase
independiente poco numerosa —tanto en términos absolutos como relativos— de
asalariados propiamente dichos. Pero también estos últimos eran, de hecho, a la
vez campesinos que trabajaban para sí mismos, pues, además de su salario, se les
asignaban tierras de labor con una extensión de 4 acres y más, y asimismo cottages.
Disfrutaban, además, a la par de los campesinos propiamente dichos, del usufructo
de la tierra comunal sobre la que pacía su ganado, que les proporcionaba, a la vez,
el combustible: leña turba, etc. >>. (K. Marx: Op. Cit. Libro I Cap. XXIV. Lo entre
paréntesis y el subrayado nuestros)
Esta evolución singular, el camino más corto desde las relaciones de señorío y
servidumbre hacia el capitalismo en Inglaterra, estuvo favorecida por la peste que se extendió
sobre toda Europa durante la baja edad media, y supuso el golpe de gracia para la supremacía
económica y política del sistema señorial. Esta epidemia diezmó la población activa hasta el
punto de que el trabajo se convirtió en algo tan escaso y oneroso, que, con el fin de mantener sus
tierras cultivadas para obtener ingresos, los señores feudales no pudieron permitirse el lujo de
8 Todavía n el último tercio del siglo XVII, más de las 4/5 partes de la población total inglesa eran agricultores (Macaulay: The history of England,
Londres 1854 Vol. I p. 413) Cito a Macaulay, porque, en su condición de falsificador sistemático de la historia, procura “podar” lo más posible hechos
de esta naturaleza.
negar exenciones impositivas a sus campesinos. De ahí el significado de la expresión:
campesino libre9
En Inglaterra, donde los vínculos mercantiles y monetarios estaban relativamente más
desarrollados, pocas propiedades señoriales sobrevivieron en el siglo XVI, y las tierras pasaron
a ser cultivadas en su mayoría por pequeños propietarios o granjeros independientes, mientras las
grandes propiedades que aún quedaban intactas empezaron a ser cultivadas por asalariados al
servicio de sus propietarios o arrendatarios (burgueses) Los señores seguían dominando
políticamente la sociedad y con frecuencia ejercían una influencia patriarcal, pero los
campesinos eran legalmente libres para cambiar de lugar de residencia y de trabajo. Esta
condición social aceleró el proceso de conversión de los nobles en terratenientes puros y muchos
campesinos en arrendatarios capitalistas.
Esta transformación ―hasta cierto punto― “natural” de las relaciones de producción
feudales en relaciones capitalistas, determinó una creciente dependencia material de la nobleza
residual ―cada vez más decadente― respecto de la cada vez más poderosa burguesía inglesa.
De hecho, en la medida en que la peste fue diezmando la población de siervos y buena parte de
los supervivientes compraba su libertad vendiendo los excedentes de su trabajo en condiciones
de tiempo libre, mermaban los ingresos del reino en concepto de prestaciones, diezmo y demás
tributos, a la vez que los gastos crecían en términos absolutos respecto de los ingresos. Así fue
cómo la nobleza creó los parlamentos para convocar allí a los burgueses ―llamados
“comunes”―, a fin de negociar con ellos las condiciones en que estarían dispuestos sufragar los
déficits de la Corona. Muy pronto se implantó la costumbre de que antes de aceptar nuevos
impuestos se presentaran las quejas con antelación. Este creciente condicionamiento de los
señores feudales por la burguesía, creó, a su vez, las condiciones para que, en determinado
momento ―a principios del siglo XVII— la burguesía, a instancias del Parlamento, se embarcara
en una lucha por la supremacía política con la Corona. El resultado fue la Guerra Civil inglesa.
Para acabar con los problemas que enfrentaban a los monarcas con los representantes
parlamentarios de la burguesía, fue preciso emprender una nueva lucha, más avanzado el siglo.
Los parlamentarios ganaron finalmente la Guerra Civil inglesa gracias al apoyo de Escocia
y, sobre todo, debido al liderazgo militar de Oliver Cromwell, quien creó las unidades militares
que servirían de base para el Nuevo Ejército (New Model Army). Con el apoyo de estos nuevos
regimientos, Cromwell depuró el Parlamento de todos los miembros opositores. El Parlamento
Rabadilla (Rump Parliament) llevó a juicio a Carlos I que fue ejecutado el 30 de enero de 1649;
abolió la monarquía y la Cámara de los Lores y estableció en Inglaterra un régimen
protorepublicano (denominado Protectorado o Commonwealth), que aunaba aspectos
monárquicos y parlamentarios.
Después de la Revolución Gloriosa 1688-1689) quedó claro que los monarcas gobernaban
con el respaldo del Parlamento, creándose un sistema de equilibrio entre ambos poderes que
serviría de modelo a todo el mundo occidental y que se continúa en la actualidad. En 1694, la
burguesía inglesa ya dispuso del primer banco emisor: el Banco de Inglaterra.
Por tanto, las condiciones económico-sociales sobre las que discurrió el proceso político
que culminó con el ascenso de la burguesía como clase dominante en Inglaterra, configuró un
proceso político específico y único, en el que la burguesía de ese país no tuvo necesidad de crear
9 Exención: liberación de cumplir una obligación o carga
ninguna institución política constituyente, porque se la encontró hecha para ella por la propia
nobleza.
En el continente europeo, en cambio, las condiciones económico-sociales exigieron que
fuera el pueblo (conglomerado de pequeñoburguesía y proletariado), con el apoyo pasivo de la
burguesía, quien ―en un primer acto― debiera imponer la constitución política de la burguesía
como nueva clase dominante, y que esta constitución pasara por un proceso más lento, más
complejo, más cruento y formalmente distinto: los gobiernos provisionales y las asambleas
constituyentes.
Cuando estalló la revolución en Francia, la nobleza y el clero eran dos estamentos sociales
económicamente privilegiados y ultra-minoritarios. Apenas suponían el 1% de la población, pero
detentaban el poder político, que ejercían a través de sus instituciones de Estado, hechas a la
medida de sus intereses, de modo que sus privilegios disfrazados de “derechos” señoriales, les
eximía de pagar impuestos. El llamado “Tercer Estado”, aglutinaba a la mayoría de la población
(el 99%). Dentro de él, había grandes diferencias de opulencia y status social. Los más
acaudalados burgueses, desde la cúspide del desarrollo económico en la industria y en el
comercio, trataban de comprar cargos y títulos nobiliarios que les reportaban prestigio y más
riqueza.
La pequeña y mediana burguesía, sin haber alcanzado aun plena conciencia de clase,
rechazaba la sociedad tradicional, los privilegios señoriales y el absolutismo. Instigada por las
ideas de los filósofos de la “Ilustración” y el ejemplo de la Guerra de la Independencia
americana, aspiraba a intervenir en el gobierno de la nación. La única vez en la historia que este
sector burgués subalterno pudo demostrar su condición de clase social verdaderamente soberana
y revolucionaria, ocurrió durante los sucesos que convirtieron a Francia en un país libre de
ataduras feudales. Fue su período heroico. El único que le haya merecido ese calificativo en toda
su historia. Lideró al pueblo llano en la lucha contra la opresión de la aristocracia feudal en el
poder. Su ejemplo de vanguardia política instruida y valiente, cundió entre los campesinos y
obreros franceses, a quienes supo trasmitir la necesidad del cambio revolucionario para
transitar del feudalismo al capitalismo, creando un nuevo orden: la ley igual para todos y la
democracia política, valores en torno a los cuales pudo unificar a toda la nación para luchar por
ese sistema progresivo de vida. Un sistema del que nadie por entonces sabía nada de las
explosivas contradicciones económicas y sociales contenidas en él. Y que al día de hoy, la
mayoría de los explotados y oprimidos todavía siguen ignorando, por la gracia de ese Dios
llamado capital, que inexplicablemente sigue reinando en la conciencia de los explotados.
Una nueva organización jurídica y política de tipo capitalista, regida por nuevas leyes para
que los seres humanos como ciudadanos libres vivieran en ella. Decimos nuevas formas de
organización jurídica y política, porque en ese momento, las formas básicas de organización
económica capitalista —las empresas— ya coexistían con las antiguas formas económicas
corporativas del feudalismo. La revolución burguesa consistió, precisamente, en extender
geográfica y socialmente las nuevas formas económicas, sociales y políticas del capitalismo que
sustituyeran a las feudales, dando pábulo a la paulatina universalización de sus propias
relaciones de producción en detrimento de las relaciones feudales, hasta ese momento todavía
predominantes.
A raíz de la mala cosecha de 1788 y el consecuente paro agrícola que se extendió afectando
a las ciudades, sumado al aumento de impuestos y a la especulación en el mercado negro que
disparó el precio de los alimentos, la crisis económica que había estallado ese año, un año después
se trasladó al Estado bajo la forma de crisis financiera y presupuestaria, provocando el
declive político de la Monarquía absoluta. Éste fue el primer hecho del drama, seguido no
precisamente por otro hecho, sino por un acto político de masas: la Revolución antifeudal y
antimonárquica que comenzó en París el 14 de julio de 1789 con la muy conocida toma de la
Bastilla, antigua fortaleza medieval convertida en cárcel para muchas víctimas del despotismo
reinante, encarceladas sin juicio previo por una simple resolución del monarca. Un edificio que
había sido construido para fines militares, pero que por razones presupuestarias se había decidido
cerrar definitivamente, y en el momento del asalto era defendido por unos cuantos efectivos a
cargo de otros tantos convictos: cuatro estafadores, un enfermo mental llamado Auguste
Tavernier, un noble condenado por incesto y un cómplice de Robert Damiens, acusado de
intentar el asesinato del Monarca Luis XV. Fue aquél, pues, un acto simbólico, pero con una
poderosa carga revolucionaria explosiva que, a la postre, acabaría con el sistema feudal y su
régimen político absolutista.
En ese mismo contexto, el 5 de octubre de 1789 las mujeres de los mercados de París
organizaron una manifestación, para protestar por la escasez y los altos precios del pan. Este
movimiento, que exigía reformas políticas democráticas, llegó a sumar una multitud de 60.000
personas, que acabaron saqueando el arsenal de armas y marcharon en dirección del palacio real
en Versalles. Mientras tanto, con la oposición radical de los aristócratas y el clero, en Francia
estaba en plena efervescencia el llamado Tercer Estado, que integraban numerosas asociaciones
políticas populares, entre las cuales destacó una que dio en llamarse club de los jacobinos, por
haberse creado en el antiguo convento de los dominicos, sito en la calle parisina de San Jacobo,
y que llegó a contar entre sus filas con 85 diputados representantes en la Asamblea Constituyente.
Sitiado el palacio y tras doblegar a la Guardia real, consiguieron imponer al Rey que
aceptara respetar los derechos democráticamente aprobados y que, seguidamente, volviera con
ellos a París. Allí procedieron a ocupar la Asamblea, conformada, a la derecha de la Cámara, por
la minoría de aristócratas defensores de las prerrogativas reales y del antiguo orden; a la izquierda
estaban los “patriotas”, que defendían la limitación del poder real, aunque existían diferencias
entre ellos: la gran mayoría eran monárquicos moderados o constitucionalistas, como el marqués
de La Fayette, ambos sectores procedentes de la antigua nobleza, aunque ya reciclados a su
nueva condición social “real”, de gran burgueses liberales vinculados con el capital financiero.
Compartían en ese momento la misma bancada con los patriotas moderados, también partidarios
de la monarquía constitucional —como Antoine Pierre Joseph Marie Barnave— y con los
radicales Jacobinos, como François Marie Isidore de Robespierre, que bregaban por la
República burguesa pura.
Las nuevas leyes acordes con ese nuevo orden social y político, habían sido elaboradas
por los líderes intelectuales de la muy próxima clase burguesa dominante, que pasaron a
regimentar la relación entre los ciudadanos en su vida personal de relación y en las distintas
organizaciones económicas, sociales y políticas, al tiempo que otros líderes de la misma
condición de clase burguesa, se encargaron de dar forma legal y estatutaria a las organizaciones
sociales en la sociedad civil, así como a las propiamente políticas en el flamante Estado
capitalista.
Dos de las primeras disposiciones que aprobó la Asamblea Constituyente, fue la abolición
de los derechos señoriales el 4 de agosto de 1789, y la Declaración de derechos del hombre y
del ciudadano, proclamada el día 26. En ella se reconocía que los hombres son libres e iguales
ante la ley, y que tienen todos los mismos derechos “naturales e imprescriptibles”: la libertad, la
propiedad, la seguridad y la resistencia contra la opresión; se afirmaba la idea de que el poder
reside en la soberanía nacional y que la ley es la expresión de la voluntad popular; defendía la
separación de poderes; proclamaba las libertades de opinión y expresión; establecía la igualdad
judicial y la igualdad fiscal. Este texto constituyó el primer documento del liberalismo político.
Por su parte, el Rey, Luis XVI se manifestó expresamente contrario a implantar los derechos
ciudadanos proclamados ese 26 de agosto, que derogaban los privilegios feudales.
Como decíamos, desde mayo de 1789 la crisis económica en Francia se había extendido al
Estado como crisis financiera de su aparato político y administrativo, creando la conciencia en la
sociedad, de que para cancelar el déficit presupuestario, era imperativo enajenar los bienes del
clero. Así se expuso en la Asamblea Constituyente el 6 de agosto, donde Mirabeau, —haciendo
palanca sobre la idea del abate Sieyes según la cual, el Rey no puede prevalecer sobre las
decisiones democráticas de la Asamblea Nacional— propuso la fórmula para llevar a cabo la
operación: había que nacionalizar los bienes de la Iglesia a cambio de que el Estado corriese con
los gastos de sostenimiento del culto y del clero, eliminando las escandalosas diferencias de status
económico entre el alto clero y los curas. La expropiación se justificó, argumentando que la
Iglesia no era propietaria de esos bienes, sino sólo usufructuaria. El 2 de noviembre de ese año
fueron nacionalizados. Seguidamente, con la garantía de su valor, fue lanzada una emisión de
papel moneda que serviría para pagar la deuda del Estado. Y según se fuese recuperando su
equivalente monetario por el importe de su venta, para evitar el efecto inflacionario ese dinero
debería ser incinerado. La venta de los bienes nacionales no comenzó hasta el mes de mayo de
1790 y con facilidades a los compradores, de modo que a la fecha de su adquisición, sólo debían
pagar entre el 12 y 15 por 100 de su valor total, dejando el resto aplazado hasta doce años al 5
por 100 de interés.
La clase social triunfante y beneficiaria de todo el proceso de luchas populares
preconstitucionales que culminó en setiembre de 1791, fue la gran burguesía, apuntalada por la
aristocracia liberal, liderada por los La Fayette y los Talleyrand. A partir de aquí, el bloque
político de los “patriotas” se fracturó, y el proceso borrascoso y violento que sacudió a Francia
entre 1789 y 1793, acabó momentáneamente con el poder en manos del pueblo trabajador —
proletario y campesino— políticamente liderado por los jacobinos: <<Robespierre, no se contentaba con derrocar al Monarca y a la aristocracia
(feudal) de nacimiento, sino que consideraba como enemiga, también a la
aristocracia del dinero (germen de la futura gran burguesía gobernante)>>. (Arthur
Rosenberg: “Democracia y socialismo” Cap. I Ed. Siglo XXI. Ed. Pasado y
Presente/1981 Pp. 46. Lo entre paréntesis nuestro)
El 13 de febrero de 1790, se aprobó la ley de reforma religiosa suprimiendo no solamente
los llamados “votos canónicos”, que distinguían a un religioso profesional de un simple seglar o
creyente, por el hecho de que los primeros juraban imitar a Jesucristo, supeditando los placeres
terrenales a la obligación de cumplir los votos de pobreza, obediencia y castidad. También fueron
suprimidos los institutos religiosos u órdenes católicas mendicantes, caracterizadas por
mantenerse gracias a las limosnas de quienes no son sus miembros, así como los conventos con
menos de veinte profesos.
Meses más tarde, el conflicto entre Iglesia y Estado adquirió su auténtica dimensión,
cuando la Asamblea Constituyente votó el 12 de julio de ese año la Constitución civil del clero,
que fue promulgada el 24 de agosto. En ella, además de confirmar la nacionalización del
patrimonio eclesiástico y la supresión del diezmo que recaía sobre los campesinos —un impuesto
en especie consistente en la décima parte de cada cosecha que debía pagarse a la Iglesia o al
Rey— los obispos y los curas serían elegidos como los demás funcionarios del Estado y todos
ellos quedaban sometidos a la jurisdicción civil, debiendo prestar juramento de ser fieles a la
nación, a la ley y al rey, defendiendo con todas sus fuerzas la Constitución. La Constitución civil
del clero fue bien acogida por la mayor parte de los curas, pero rechazada por los obispos. No
obstante, todos esperaban el pronunciamiento del Papa Pío VI quien tardó ocho meses en dictar
sentencia negativa. Luis XVI, no habiendo podido resistir la presión a la que estaba sometido, se
vio forzado por las circunstancias a sancionarla sin conocer el criterio de Roma. De esta forma,
a partir del verano de 1790, todo el clero debió someterse a la jurisdicción civil promulgada.
A todo esto, hasta no ser despojada del poder político en Francia, la aristocracia del
dinero lo utilizó para conspirar, no precisamente de forma pacífica contra la revolución, es
decir, contra las reivindicaciones del movimiento popular que iba, naturalmente, contra los
intereses de esa minoría opulenta. Y es que, en 1791, el ejemplo de la revolución en ese país se
había propagado por toda Europa, poniendo en guardia sobre todo, a los países del continente
políticamente menos evolucionados entre los cuales no se encontraba Inglaterra, país en el que
su mayor desarrollo económico y los consecuentes cambios operados en el ámbito de la
superestructura política durante el Siglo XVII, evitaron que lo sucedido en el país galo causara
la misma repercusión y alarma. El concepto de soberanía popular basada en las elecciones
periódicas y la representación parlamentaria, había venido siendo en Inglaterra una realidad
política desde hacía más de un siglo.10
La mayor presión de tales acontecimientos —por cercanía geográfica—, se hizo sentir
especialmente en Austria y Prusia, donde sus respectivas burguesías desde el poder compartido
con la aristocracia y el clero —todavía dominantes en esos países—, habían logrado introducir
algunas reformas favorables a sus intereses de casta religiosa. Pero poco más, dada su debilidad
económica y política relativa. Semejante incapacidad de la burguesía en esos dos países, permitió
que las fuerzas de la reacción feudal se pusieran en movimiento para contener la marea
revolucionaria en Europa con epicentro en Francia.
En aparente contradicción con sus intereses —a juzgar por su tradicional política
exterior—, la burguesía Británica se puso al frente de la ofensiva militar aristocrático-clerical
emprendida por Austria y Prusia contra Francia, país con el que, tras una guerra comercial de 100
años, había firmado en 1786 el acuerdo de Eden: <<El Tratado de Eden también conocido como el Tratado Anglo-Francés de 1786,
marcó un antes y un después en materia de comercio. Nunca antes dos países —
mediante un contrato—, habían establecido una relación comercial con un solo fin
en mente: liberalizar el comercio. Los beneficios del comercio, postulados en gran
medida por las ideas compiladas por Adam Smith en su libro “La riqueza de las
Naciones”, fueron sin duda uno de los alicientes para asumir un nuevo paradigma
ideológico que entró a reemplazar las teorías mercantilistas. Estas estaban basadas
en la idea de que el progreso se daba gracias a estados con economías cerradas y
altamente influenciadas por el Estado y la iglesia, las cuales, si bien en una primera
etapa contribuyeron a crear los primeros Estados Nación de la historia, más tarde
se mostraron ineficaces ante los avances tecnológicos y el agotamiento del modelo
como motor de crecimiento>>. (Eduardo José Sánchez S.: “Imperio y Religión: Un
Análisis Histórico del Libre Comercio”. Subrayado nuestro)
10 En ese momento, Gran Bretaña contaba con un banco central desde 1694 y era el país más desarrollado del mundo. El valor de su producción de
algodón, que cuarenta años antes era de 20.000₤, pasó a ser de 1.700.000₤. Algo parecido había sucedido con la industria de la lana y del hierro.
Decimos “en aparente contradicción con sus intereses”, sobre todo porque la revolución
industrial entre 1780 y 1790, había creado en Inglaterra un creciente proletariado sometido a
miserables condiciones de vida —que Marx describió hasta el más mínimo detalle en el punto
4 del primer libro de El Capital— y, por tanto, muy permeable a las ideas revolucionarias
predominantes en Francia, lo cual constituía un peligro para la dominación política de la
burguesía británica. Pero el peligro para Inglaterra no solo provenía del proletariado. También de
la pequeñoburguesía, donde habían proliferado grupos clandestinos, en permanente contacto con
Francia. Como consecuencia de todas estas amenazas, el gobierno de William Pitt, apoyado por
buena parte de la burguesía que temía por sus intereses económicos, emprendió una persecución
contra los revolucionarios británicos, clausurando sus organizaciones y persiguiendo a los
agitadores e intelectuales que simpatizaban con la Revolución francesa, llegando a tal extremo
represivo que, para tales fines, fue suspendido en Gran Bretaña el derecho al habeas corpus.
El primer producto de la conspiración antidemocrática burguesa en Francia, fue la
invasión de su territorio por esos dos países de corte político aristocrático-feudal-absolutista, bajo
los reinados de Federico Guillermo II de Prusia y Leopoldo II de Austria, ambos monarcas
aleccionados, además, por la familia de María Antonieta, esposa y consorte del todavía por
entonces Rey de Francia Luis XVI. Una entente internacional entre la gran burguesía y la
nobleza, a la que subrepticiamente se sumó la corte y los curas al interior del país invadido. Lo
cual indujo a que buena parte del pueblo francés se mostrara dispuesto a enrolarse en el ejército
nacional, para defender en su territorio y difundir por toda Europa, el nuevo orden revolucionario.
En abril de 1792 la Asamblea Nacional francesa declaró la guerra a Austria y Prusia,
durante la cual la libertad de expresión permitió que el pueblo manifestase su hostilidad hacia la
reina —llamada la "austriaca" por ser hija de un emperador austriaco— y contra el propio Luis
XVI, en todo momento contrario a firmar la entrada en vigor de las nuevas leyes aprobadas por
la Asamblea Legislativa.
El 10 de agosto de 1792, los sans-culottes (descamisados) —una masa de trabajadores
independientes, artesanos y obreros de París— liderados por Babeuf, se impusieron en la
Asamblea sobre la burguesía moderada, aliada con los nobles progresistas, aprobando por
mayoría sustituir al Ayuntamiento de la ciudad por una Comuna. Allí decidieron asaltar el
Palacio de las Tullerías, donde, al parecer, encontraron un cofre con pruebas que implicaban en
el complot militar extranjero a Luis XVI, quien a todo esto se había refugiado en el edificio de la
Asamblea con su familia. Destituido y encarcelado, el monarca dejó a Francia sin gobierno, dado
que por acuerdo legislativo, esa era la función que había venido desempeñando.
Esta jornada del 10 de agosto fue un momento crucial en el desarrollo de la Revolución
Francesa, porque marcó el inicio de una nueva fase más radicalmente inclinada hacia la
democracia popular. Un proceso que fue liderado por los jacobinos, dentro y fuera de las
instituciones del Estado. En ese momento, la Asamblea Nacional estaba integrada por 749
diputados electos mediante sufragio, de ellos salvo dos de condición asalariada, los demás eran
de extracción social burguesa. Todos defendían el liberalismo económico y la propiedad privada
pura. Pero estaban divididos en tres grupos: a la derecha, los “girondinos”, con 160 escaños,
representaban a la alta burguesía comercial e industrial de Burdeos —capital de la Gironda—, y
otros puertos; eran partidarios de la descentralización y del federalismo, proclives a contener la
Revolución. A su izquierda estaban los diputados jacobinos de «La Montaña», con 140 escaños,
procedentes de la burguesía media y baja, más radicales, cuyos principales dirigentes eran
Robespierre, Danton y Marat, quienes se habían aliado con los sans-culottes para resistir la
invasión extranjera y conseguir que prevalezcan los principios de la Revolución burguesa hasta
ser completada. “La Llanura” era el grupo de centro, integrado por burgueses y republicanos
moderados fluctuando entre los dos extremos.
Allí, ese mismo 10 de agosto se votó que la antigua Asamblea Nacional recibiera el nombre
de Convención —inspirado en el de su homónima durante la revolución americana—,
momento en el que la aristocracia liberal-burguesa rompió definitivamente con los
“extremistas” burgueses jacobinos. Todo ello bajo una gran tensión política y social en Francia,
ante la amenaza de perder su soberanía a manos de las dos potencias europeas invasoras. El
conflicto se planteaba, pues, entre una monarquía constitucional en transición hacia una
democracia republicana y las fuerzas militares de ocupación apoyadas desde dentro del país
por las minorías sociales regresivas partidarias de la continuidad política absolutista. Un
conflicto que paralizó a los moderados, convertidos así, en cómplices solapados de la
contrarrevolución, tal como se pudo demostrar.
Las derrotas iniciales sufridas por el todavía desorganizado y poco disciplinado ejército
francés, fueron atribuidas a ese complot urdido entre la Corte real y los curas, con el propósito
de malograr la Revolución, en acuerdo político y con ayuda militar de las dos potencias
extranjeras. Como respuesta, los sansculottes se manifestaron en apoyo del gobierno en
funciones, ante lo cual el duque de Brunswick, jefe del ejército prusiano, hizo público un
manifiesto en el que amenazó a los parisinos con una venganza ejemplar si se hacía daño al rey.
Este manifiesto, no hizo más que convencer al pueblo de que el rey era cómplice del complot, lo
cual fue el detonante de una nueva insurrección popular.
El 2 de septiembre, la situación en el frente de guerra era desesperada. La fortaleza de
Verdun cayó en manos del ejército prusiano y provocó una ola de pánico popular, obligando a
que el gobierno provisional pidiera voluntarios para ir a luchar en el frente de guerra. Al mismo
tiempo surgió el temor de que, en ausencia de los patriotas enrolados, se descuidara el control en
las otras cárceles del país sobre los contrarrevolucionarios que allí permanecían encerrados. En
esos precisos momentos corrió el rumor de que el complot se podía extender a las prisiones, y
más de 1400 sospechosos fueron ejecutados. Las Masacres de Septiembre ensangrentaron
también a Reims, Lyon y otras ciudades. La Revolución se radicalizaba.
El 20 de septiembre, el general Dumouriez, al frente del ejército francés, consiguió la
primera victoria sobre los prusianos en el poblado de Valmy, al norte de Francia. "Desde ese
día, desde ese lugar, se inició una nueva era en la historia del mundo", escribiría Goethe que
asistió a esa batalla. En esa batalla, combatió como mariscal de campo a las órdenes de
Dumouriez, el militar venezolano Francisco de Miranda, futuro caudillo de la independencia
de América. Se había demostrado, no solo que la política de reclutamiento voluntario decidida
por el Gobierno Provisional y acatada por el pueblo llano movido por el terror al ejército
invasor, había dado sus frutos. Sino que sirvió de modelo en las luchas de emancipación política
de los pueblos latinoamericanos.
En ese momento seccionaba en París la Convención Nacional que aupó en el poder a la
burguesía revolucionaria democrática encarnada en los jacobinos, cuyo objetivo en Francia
pasó por redactar y aprobar una nueva Constitución. La Asamblea estaba integrada por 749
diputados elegidos por sufragio universal masculino, cuya mayoría eran burgueses; sólo había
dos obreros.
Todos ellos defendían el liberalismo económico y la propiedad privada. Pero estaban
divididos en tres grupos: a la derecha, los 150 diputados llamados “girondinos”, que
representaban a la alta burguesía comercial e industrial de Burdeos, capital de la Gironda, y otros
puertos; partidarios de la descentralización federalista, procuraban moderar la revolución. A la
izquierda se ubicaban los 150 diputados jacobinos de “La Montaña” —así llamados por el lugar
más alto que ocupaban en el hemiciclo de la Cámara—, procedentes de la burguesía media y baja;
eran los más radicales, liderados por Robespierre, Georges Jaques Danton, Jean-Paul Marat y
Luis Antoine León Saint-Just, éste último mano derecha de Robespierre. Militaban en frente
único con los “sans-culottes” para resistir la invasión extranjera y conseguir que los principios
de la Revolución (burguesa), no solo echaran raíces en la sociedad francesa sino que se
propagasen por Europa. Finalmente “La llanura” era el grupo mayoritario, de centro, integrado
por 350 burgueses republicanos ideológica y políticamente diferenciados, equidistantes de
girondinos y jacobinos. De modo que, para ambos extremos, ganarse la voluntad política de estos
grupos inestables, era decisivo. Y el caso es que, sobre ellos, ejercían gran influencia los sans-
culottes, partidarios de implantar la propiedad privada pura exenta de privilegios feudales. Pero
al mismo tiempo exigían el control sobre los precios y la eventual requisa de alimentos, para
garantizar que en condiciones de crisis, quedara preservado su nivel de vida.
El 21 de septiembre, al día siguiente de esta primera victoria de las tropas revolucionarias
francesas sobre la entente contrarrevolucionaria, la Convención abolió en París la monarquía y
proclamó la Primera República francesa. Seguidamente, se pasó a debatir qué hacer con el
Monarca Luis XVI. Los girondinos propusieron encarcelarlo y los jacobinos darle muerte por
traición. Finalmente, por un voto de diferencia, fue condenado a muerte y ejecutado en el cadalso
el 21 de enero de 1793. Este acto supuso la ruptura definitiva entre la Francia revolucionaria y la
Europa monárquica.
Después del triunfo sobre la reacción feudal en Valmy, los prusianos abandonaron el
territorio francés ante la contraofensiva del ejército galo, que recuperó el territorio de Saboya y
Niza, mientras el general Custine hacía lo propio en Maguncia y, seguidamente, Dumouriez
ocupó Bélgica haciendo valer la superioridad numérica de sus tropas, expulsando a los austriacos
en la batalla de Jemappes (Hainaut en la actual Bélgica), el 6 de noviembre de 1792. Aupados
sobre sus éxitos patrios, los diputados de la Convención coincidieron en proclamar el principio
de las "fronteras naturales". Pero a esta borrachera de optimismo revolucionario respondió la
coalición aristocrático-clerical-burguesa a la que junto a Prusia Austria y Rusia, se sumó el
resto de los países europeos, salvo Suiza, Escandinavia y Turquía. Éste fue el principio del fin de
la revolución burguesa pura en Francia, es decir, sin resabios feudales. Una revolución
jacobina.
El país afrontaba en esos momentos una situación muy complicada. Al aumento de los
gastos para mantener a su ejército en la defensa de los territorios recién ocupados —cuya
población se manifestaba contraria al cambio de régimen social y político—, se sumaba el hecho
de que los efectivos militares allí destacados, en su mayor parte eran voluntarios y muchos de
ellos habían decidido volver junto a sus familias. En semejantes condiciones y dado que el regreso
de los voluntarios no se cubría con otros de reemplazo, el 3 de febrero de 1793 la Convención
decidió llevar a cabo un reclutamiento forzoso de 300.000 hombres.
En el momento de su ejecución, esa medida provocó motines en no pocas localidades
francesas, destacando entre ellas lo acontecido en La Vendée, una región donde el tejido
clientelar entre los señores aristócratas y sus antiguos súbditos, seguía vivo en la conciencia de
estos últimos, ante su propia debilidad necesitada de protección por un ser superior, a cambio de
ofrendas bajo la forma de servicios personales. Así fue como los disturbios derivaron en
insurrección armada contra el gobierno, apelando a los nobles para que asumieran el mando y
tras ellos, se sumaron a la gesta contrarrevolucionaria los "sacerdotes refractarios".
En esta insurrección se puso de manifiesto un error fundamental de los dirigentes
revolucionarios franceses en 1789, que no tuvo precisamente un carácter genuinamente
democrático y socialmente progresivo, sino al contrario, y consistió en que una de las medidas
más importantes adoptadas ese año, fue la forma retrograda en que se repartió la tierra tras ser
nacionalizada, y que no favoreció a los intereses de la mayoría absoluta de habitantes en
Francia: los campesinos pobres, que por entonces eran 22 millones, el 80% de la población, sino
al contrario. Porque ese suelo, que había venido siendo trabajado por sus antepasados, no fue
cedido sino subastado en grandes lotes. Y dado que los campesinos pobres carecían de dinero
para adquirir esas fracciones de suelo, fueron los acaudalados y parasitarios gran burgueses y
nobles que vivían de la renta del suelo y de los impuestos, quienes sacaron provecho de tal
medida, explotando a esa mayoría campesina. La insurrección de La Vendée en 1793 y, a la
postre, el fracaso político de la Revolución francesa liderada por los jacobinos y sans-culottes,
todo ese proceso estuvo atravesado por el fantasma reminiscente de aquella errónea por injusta y
antidemocrática decisión irracional de asignación de tierras, que lejos de acelerar el transito del
feudalismo al capitalismo, lo retrasó.
En el capítulo XX del Libro III de “El Capital”, Marx observa que hay dos caminos para
transitar del feudalismo al capitalismo. Según el primero, cada productor directo deja de producir
lo estrictamente necesario para su propia subsistencia y pasa a producir un excedente que, al
venderlo, le convierte puntualmente en comerciante, pero sin dejar de ser productor. El otro
camino consiste en que el comerciante se apodera de la producción y la controla, comprando
materia prima que vende al productor, a quien a su vez le compra su producto para venderlo en
el mercado: <<Aunque este último camino actúa históricamente como transición —como por
ejemplo el clothier (pañero) inglés del siglo XVII, quien adquiere el control de los
tejedores a quienes, aunque son independientes, les vende lana [materia prima] y les
compra el paño [producto que venden con ganancia]— eso no produce, de por sí el
trastocamiento (alteración, transformación) del antiguo modo de producción
[mercantil simple]11, al cual, por el contrario, conserva, manteniéndolo como
supuesto suyo>>. (Op. cit. El subrayado y lo entre corchetes nuestro)
De este razonamiento Marx concluye que el primero “es el camino realmente
revolucionario”. Una economía natural agrícola y artesanal, como la predominante en la
Francia de 1789, donde cada campesino se limitaba a producir valores de uso para el consumo
suyo y de su familia, más un excedente que él mismo cambiaba por los aperos necesarios para
seguir produciendo en condiciones óptimas, conserva ese modo de producción natural existente.
Una economía que produce valores de cambio, es decir, no con arreglo al consumo sino para
llevarlos al mercado y obtener un excedente o ganancia, trastoca o revoluciona el modo de
producción existente, en convertido en otro técnica y socialmente superior.
Sea como fuere, cualquier política agraria de reparto de suelo implementada en régimen
de propiedad privada sobre ese medio de producción llamado tierra, antes o después se
centraliza en pocas manos a instancias del mercado, desbaratando ese sueño utópico
11 Producción basada en la propiedad privada de los medios de producción y el trabajo personal de los productores, que durante la Edad Media del
feudalismo elaboraban artículos en parte destinados a la venta en el mercado. Los representantes más típicos de la producción mercantil simple son
los pequeños campesinos y los artesanos que no explotaban trabajo ajeno.
pequeñoburgués. Aunque solo sea porque no todas las tierras tienen la misma fertilidad
natural, ello bastaría de por sí para que los propietarios de la porción de suelo más fértil, a la
postre acabaran convirtiendo al resto en asalariados suyos. Así lo demostró Marx en su crítica
lapidaria a Hermann Kriege en “Crítica moralizante y moral critizante”.
Pero si esa forma de “reparto negro” ver Pp. 180 —al que aspiraban los campesinos
franceses entre 1789 y 1793—, se hubiera llevado a cabo, quién sabe si enfilando por ahí,
Robespierre y sus compañeros de viaje no hubieran cambiado el curso político de la Revolución
francesa en aquellas circunstancias.12 Porque así como suele decirse que “la fe mueve montañas”,
quién sabe si la creencia engañosa en la supuesta “seguridad permanente” que le brindaba el
saberse dueña de su terruño personal, no hubiera llevado a esa enorme masa campesina del pueblo
francés en volandas de tal quimera, convencido de que al luchar hasta la muerte por la soberanía
del suelo francés, luchaba por esa parte que era su propio terruño y el de su familia.
Quién sabe si así se hubiera podido evitar la insurrección de La Vendée, y quién sabe si
así, ese 80% de la población francesa en aquel momento, liderada por el proletariado urbano,
habría contribuido a que se pudieran abreviar y mitigar los dolores del parto burgués en Europa,
reforzando los ideales revolucionarios en la conciencia de las mayorías obreras y campesinas de
los países beligerantes, evitando así que, desde agosto de 1792, la Francia revolucionaria acabara
siendo víctima de un conflicto bélico fratricida ininterrumpido, que se prolongó hasta 1815, cuyo
origen se remontó al momento en que los revolucionarios jacobinos decidieron un erróneo y fatal
reparto de tierras, que marginó y desmoralizó a la inmensa mayoría de la población integrada por
el campesinado pobre.
A ese genocidio bélico se prestó la gran burguesía europea en alianza con la nobleza
feudal, para ahogar en sangre la revolución francesa. ¿Puede caber duda de esto? Puede caber
duda de que el terror desatado por los jacobinos en 1793 sobre los contrarrevolucionarios al
interior del territorio francés, fuera su respuesta desesperada al terror inducido sobre Francia
por los contrarrevolucionarios de la Santa Alianza europea desde el exterior un año antes?
El 07 de febrero de 1794, Robespierre pronunció un discurso a modo de testamento
político ante los diputados de la Convención. El 26 de julio se le detuvo. Al día siguiente fue
conducido a la plaza de la Revolución (hoy plaza de la Concordia), donde se le guillotinó junto a
veintiún colaboradores suyos, entre ellos Saint-Just, Couthon y el general Hanriot, líder del
sector del ejército que se mantuvo fiel a los ideales de la revolución. Finalmente el cuerpo sin
vida de Robespierre y el de los demás condenados, fue arrojado a una fosa común en el
cementerio de Errancis, donde sobre ellos se vertió cal viva para borrar su rastro.
Desde entonces, todo el oprobio que la historiografía oficial burguesa arrojó y sigue
arrojando sobre aquél movimiento de los jacobinos, ha sido y sigue siendo una calumnia de lo
más infame. ¡Acusar de terrorista a Robespierre! ¿En qué otro período de su historia la
democracia burguesa habría podido elevarse hasta donde desde allí alcanzó a brillar entre 1789
y 1793, de no haber sido por los heroicos jacobinos y sans-culottes? ¿Y quiénes han venido desde
entonces profesando el terror y la destrucción, como único medio de seguir usurpando el poder
sobre las mayorías sociales en nombre de la “democracia”, si no vosotros? Mirad, fijaos en qué
despotismo cada vez más violento, explotador, criminal y corrupto, en qué despojo más y más
12 Reparto negro. Expresión empleada para definir la política agraria de reparto de tierras en pequeñas parcelas. En “Crítica moralizante y moral
critizante”, Marx hizo una recusación demoledora a esta tesis propuesta por Hermann Kriege, una obra que el 11/11/1847 Marx publicó en la “Gaceta
alemana de Bruselas”, y de la cual no hay todavía versión informática, pero que Lenin comentó en un artículo publicado por la revista “Proletari” el
27 de julio de 1905.
irracional e inhumano, habéis convertido aquella DEMOCRACIA desde entonces. ¡¡Ahí están
los hechos!!: <<Si en la actualidad se preguntara a un político medio o tan solo a un hombre culto,
quien considera que es la personificación histórica de la democracia, sería totalmente
improbable que respondiera: “Robespierre”. El hombre del terror, el jefe de la
sangrienta dictadura de 1793, no es ciertamente un demócrata para la generación de
nuestro tiempo. Pero para Babeuf, el sistema de Robespierre y la democracia son
absolutamente la misma cosa>> (Arthur Rosenberg: “Democracia y socialismo” Ed.
Cuadernos de pasado y presente/1981 Pp. 39)
Para nosotros, sin duda, también.
05. De la Primera República al Imperio de Napoleón Bonaparte.
Pero la tarea de la burguesía francesa para constituirse definitivamente como clase
dominante nacional, no estaba todavía terminada. Porque, a diferencia de Inglaterra —
geográficamente separada del continente—, Francia estaba rodeada de potencias feudales
poderosas, como Austria, Prusia, y, en menor medida, Italia, con su retaguardia en la poderosa
Rusia. Así fue cómo, en noviembre de 1799, Napoleón y sus seguidores pudieron derrocar al
Directorio y, un mes después, establecieron el Consulado. Inmediatamente, Napoleón se nombró
a sí mismo jefe de Estado. Y la nueva Constitución, que él por sí y ante sí promulgó, estableció
los poderes esenciales del cargo que asumió como primer cónsul. Había nacido en Francia el
Primer Imperio.
El emperador, que rompió la continuidad de la I República francesa, se presentó ante sus
súbditos patrios como un hombre pacífico que pondría fin a los largos años de guerra, pero una
vez en el poder, insistió en que la única forma de conseguir la paz y la prosperidad para la “patria”
francesa (léase, la expansión del capital francés), era a través de la victoria sobre los enemigos
de Francia. Y el único gran bastión que la burguesía francesa encontró para completar
territorialmente su revolución tras haber derrotado a Prusia en octubre de 1806 y a los austríacos
en 1809, fue Rusia, donde cayó vencida por el “General invierno”, tal como le volvió a suceder
al imperialismo burgués en Alemania, bajo la dictadura fascista de Hitler durante la segunda
Guerra Mundial.
En síntesis, como Marx decía en 1851 ―parafraseando a Hegel― “la tradición de todas
las generaciones muertas, oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”, quienes para hacer
su propia historia, al principio no pueden dar un paso sin repetir los paradigmas legados por su
tradición, condicionados como están por su pasado: <<Es como el principiante que habiendo aprendido un idioma nuevo: lo traduce
siempre a su idioma nativo, y sólo se asimila el espíritu del nuevo idioma, sólo es
capaz de producir (pensar, hablar y actuar) libremente en él, cuando se mueve
dentro de él sin reminiscencias y olvida en él su lengua natal>>. (K. Marx: “El 18
Brumario de Luis Bonaparte” I)
Y así como para dar el paso de sacudirse a la nobleza dentro de sus propias fronteras, la
burguesía francesa empezó pensando, hablando y actuando en el idioma de su antecedente
histórico inmediato: la antigua República esclavista romana ―a instancias de los Robespierre y
los Saint Just―, para empezar a hablar, pensar y actuar en su propio idioma ―sin reminiscencias
del pasado— tanto dentro como fuera de Francia, los burgueses de ese país hubieron de comenzar
a pensar, hablar y actuar, en el idioma de su nuevo Imperio: <<Si examinamos aquellas conjuras de los muertos en la historia universal,
observamos enseguida una diferencia que salta a la vista. Camile Desmounlins,
Danton, Robespierre, Saint-Just, Napoleón, lo mismo los héroes que los partidos y
la masa de la antigua revolución francesa, cumplieron bajo el ropaje romano y con
frases romanas, la misión de su tiempo: es decir, la eclosión e instauración de la
sociedad burguesa moderna. Los primeros destrozaron la base del feudalismo y
segaron las cabezas feudales que habían brotado en ella. Napoleón creó en el
interior de Francia las condiciones bajo las cuales podía desarrollarse la libre
concurrencia, explotarse la propiedad territorial parcelada, utilizarse la fuerzas
productivas industriales de la nación, que habían sido liberadas; mientras que, del
otro lado de las fronteras francesas, barrió por todas partes las formaciones
feudales, en el grado en que esto era necesario para rodear a la sociedad burguesa
de Francia en este continente europeo, de un ambiente adecuado, acomodado a los
tiempos. Una vez instaurada la nueva formación social, desaparecieron (del espíritu
de la sociedad francesa) los colosos antediluvianos y, con ellos, el romanismo
resucitado: Los Bruto, los Graco, los Publícola, los tribunos, los senadores y hasta
el mismo César. Con su sobrio realismo, la sociedad burguesa se había creado sus
verdaderos intérpretes y portavoces en los Say, los Cousin, los Royer Collard, los
Benjamín Constant y los Guizot; sus verdaderos generalísimos estaban en las
oficinas comerciales, y la “cabeza mantecosa” de Luis XVIII era su cabeza
política>>. (K. Marx: Op. cit. Lo entre paréntesis nuestro)
La primera enseñanza de la historia en torno a este asunto que nos ocupa, es que, lógica e
históricamente, ambos instrumentos políticos, el Gobierno provisional y la Asamblea
Constituyente, tuvieron como antecedente o condición de existencia, la sustitución de la clase
feudal históricamente decadente por la nueva clase burguesa dominante, en una revolución
más o menos cruenta, que se llevó a término, sea directamente conformando una Asamblea
Nacional Constituyente ―como en América del Norte― o a través de un gobierno provisional
de facto ―es decir, ya en el poder― de la clase burguesa sustituta que le antecedió, como en
Europa.
Insistimos:
Primera enseñanza de la revolución francesa
Los Gobiernos Provisionales y las Asambleas Constituyentes, surgieron por
primera vez en la sociedad moderna, como resultado y exigencia de
revoluciones sociales previas, para sustituir NO a una dinastía por otra o a
una forma de gobierno por otra, al servicio de la misma clase feudal en el
poder dentro de una misma formación social y de un mismo tipo de Estado,
SINO para sustituir a una clase históricamente dominante por otra, para
remplazar las relaciones sociales vigentes (de señorío y servidumbre) y su
correspondiente tipo feudal o estamental de Estado, por otras relaciones
sociales nuevas (entre burguesía y proletariado), a las que corresponde un
tipo de Estado también nuevo: el Estado capitalista, a fin de completar la
nueva formación social burguesa que le ha servido de base, a través de un
proceso tortuoso e interrumpido de marchas y contramarchas más o menos
cruento. Tal como va demostrando ser la necesaria e inevitable transición
entre capitalismo y comunismo.
Inmediatamente después de esa lucha por el poder, la clase de facto dominante, en un
segundo acto político constitutivo, procedió a legitimar y a legalizar ese poder, instituyendo
las formas jurídicas y políticas adecuadas a su naturaleza económica y social de nueva clase
dominante que, a la vez, conformaron el carácter o tipo social de su nuevo Estado. O sea, que la
verdadera partera en toda esta etapa histórica, no ha sido el derecho por acuerdo previo de partes
civilizado y pacífico formalizado en ninguna asamblea popular, sino la violenta imposición de la
parte más fuerte por vía de los hechos; ni acatamiento a voluntad popular libremente manifiesta,
ni leyes preexistentes democráticamente legisladas, sino determinación política de un colectivo
social minoritario que hace prevalecer violentamente sus intereses sobre otro, imponiendo así ¡su
propia ley! Desde entonces, la clase triunfante pasa a ser dominante al interior de una nueva
sociedad y de sus propias instituciones concebidas y estructuradas para ese fin, para ejercer
su voluntad política particular ―predeterminada por una necesidad histórica objetiva— sobre
las demás clases, que así pasan a ser subalternas.
Segunda enseñanza de la revolución francesa
Ratificó que todo pasaje histórico de una formación social a otra no es un
proceso continuo progresivo y pacífico, sino interrumpido y más o menos
violento, con marchas y contramarchas, triunfos y derrotas. Pero lo
específico de esta evolución se demostró, en que la burguesía, por sí misma,
fue incapaz de liderar su propia revolución. ¡¡Sólo pudo completarla bajo
tutela de la nobleza feudal!!
Así, tras la derrota de Napoleón en Rusia, cayó también su imperio, dando inicio a la
llamada “restauración” política de la aristocracia en Europa. Él, que no fue ningún soñador,
comprendió que la esencia del Estado moderno estaba en el desarrollo sin trabas del capital
nacional, es decir, en el libre juego de los intereses privados, etc. Pero, al mismo tiempo, tal
como Robespierre, Danton y Saint Just, pensó en el Estado nacional ―la patria— no como el
instrumento de la clase (burguesa) que lo creó a su imagen y semejanza, sino como un fin en sí
mismo, absolutamente incondicionado: <<Tras la caída de Robespierre, la ilustración política y el movimiento, se
precipitaron hacia un punto en que habían de convertirse en botín de Napoleón,
quien, poco tiempo después del 18 Brumario13 pudo decir: “con mis prefectos, mis
gendarmes y mis curas, puedo hacer de Francia lo que se me antoje”>> (K. Marx:
Ibíd)
Al embarcarse en una guerra imperial, Napoleón preparó el terreno a una futura expansión
promisoria del capital nacional global francés. Pero, en el corto y mediano plazo, conspiró
inconscientemente contra ella debilitando a la burguesía industrial y poniendo el Estado a los pies
de la burguesía financiera aliada circunstancial de la aristocracia. En este sentido, como dijera
Marx: <<Napoleón Bonaparte “satisfizo el egoísmo nacional francés hasta la
saciedad, pero a expensas de una enorme deuda interna (de guerra) cuyo rescate
enriqueció a la aristocracia financiera en cuyos sótanos conspiraba la
Restauración; pero la recaudación de numerosos impuestos para pagarla,
esquilmó las ganancias de la burguesía y sumió en la miseria a las familias
trabajadoras de la ciudad y el campo>> (Ibid. Lo entre paréntesis nuestro)
Pero por haber pecado de conseguir semejante independencia política del Estado respecto
de su base económica capitalista dominante, el imperio napoleónico se enajenó el apoyo político
de la mayoría social ya asentada sobre esa base: la burguesía, el campesinado parcelario y el
proletariado urbano. Ante el rechazo de esa masa social mayoritaria por un gobierno que,
concebido para ser sirviente de la sociedad civil intentó convertirse en amo y señor absoluto de
ella, como si tuviera derecho a una voluntad propia, el Imperio militar napoleónico vio ceder bajo
13 En el calendario de la Revolución francesa, es la fecha (9 de noviembre de 1799) en que se dio el golpe de Estado que inició la contrarrevolución en
Francia, derrocando al Directorio e instaurando la dictadura de Napoleón Bonaparte.
sus pies el suelo sobre el que se había erigido, sacando demasiado tarde ya, la enseñanza de que
“las bayonetas pueden servir para todo menos para sentarse sobre ellas”. La definitiva derrota del
emperador en junio de 1815, restituyó en el trono a Luis XVIII, quien no pudo volver atrás con
las reformas sociales de la propiedad territorial ni con otras numerosas leyes integradas en el
Código Napoleónico que hasta hoy rigen la vida social francesa. Pero las potencias feudales
extranjeras triunfantes de la séptima coalición entre los reinos de Austria, Prusia y Rusia,
impusieron a Francia la ocupación militar de dos tercios de su territorio durante cinco años, y el
pago de una fuerte deuda de guerra.
06. De la restauración política de la nobleza, a la revolución de julio
de 1830.
Bajo estas nuevas condiciones, las fuerzas burguesas progresistas sufrieron un retroceso
político considerable. La llamada “segunda Restauración” se hizo sentir tanto por el “terror
blanco” contra bonapartistas y republicanos burgueses, como porque las primeras elecciones
parlamentarias, celebradas en 1815, dieron el poder a una cámara ultrarrealista, es decir,
monárquica, partidaria de una política reaccionaria. En 1816, Luis XVIII disolvió la Cámara de
diputados bajo la presión de las potencias imperiales europeas. Pero en las siguientes elecciones
resultaron mayoría los monárquicos moderados, en medio de una mejora de la situación
económica.
En 1818 finalizó la ocupación extranjera y Francia fue readmitida en los foros
internacionales europeos, ingresando en la Santa Alianza. Pero dos años después, a raíz del
asesinato del heredero al trono ―el duque de Berry― al gobierno de los moderados le sucedió
el gobierno partidario de los Borbones, y la coronación, en 1824, de su máximo exponente, el
conde de Artois, como rey de Francia con el nombre de Carlos X.
Los liberales republicanos protestaron anunciando al pueblo que las libertades francesas
peligraban, pero al suceder en una coyuntura de prosperidad general en que Francia pudo
recuperar su ritmo normal de vida, los Borbones pudieron gobernar sin contratiempos. Esta
situación duró lo que la economía tardó en volver a una nueva depresión pasado el año 1826, tras
haber perdido las elecciones generales de 1827. El clima político volvió a enconarse cuando, en
agosto de 1829, Carlos X nombró presidente del Consejo al ultra monárquico príncipe de
Polignac, lo que crispó a los diputados liberales y a la prensa. En marzo de 1830, la mayoría
liberal de la Cámara de Diputados publicó el “manifiesto de los 221” solicitando su destitución.
Carlos X respondió disolviendo la Cámara y convocando a nuevas elecciones que confirmaron a
la mayoría. Pero el monarca no aceptó el resultado electoral y, el 26 de julio de 1830, promulgó
una serie de decretos para convocar nuevas elecciones, reducir el número de votantes y restringir
la libertad de prensa. Los periodistas y diputados liberales protestaron considerando que esta
medida violaba la Constitución, recibiendo el apoyo de los obreros parisinos, al mismo tiempo
que el período “Le Nacional” emprendió una campaña de prensa, acabando por desencadenar la
insurrección llamada de “los tres días gloriosos” (27, 28 y 29 de julio de 1830), a raíz de la cual,
Carlos X, abandonado por todos excepto por una minoría de monárquicos, abdicó refugiándose
en Inglaterra. Los diputados (todos burgueses) ofrecieron el trono a Luis Felipe, duque de
Orleans, perteneciente a una rama reciente de la familia de los Borbones, que revisaron la
Constitución para eliminar el poder legislativo del rey, y extendieron moderadamente el derecho
al sufragio, haciendo descender el censo de riqueza que facultaba su ejercicio a la capa
inmediatamente inferior y relativamente menos numerosa entre los más acaudalados burgueses,
esto es, la gran burguesía financiera, precisamente los orleanistas, muy ligados a la aristocracia
terrateniente residual, lo que les garantizó la mayoría en el gobierno y el parlamento. Era la misma
oligarquía financiera que comenzó a enriquecerse con los préstamos al Estado bajo el Primer
Imperio, y que durante el reinado de Luis Felipe ascendieron a más del doble. Por su parte, la
pequeñoburguesía rural y urbana, así como los campesinos pobres que carecían por completo de
representación directa en las instituciones de Estado, estaban liderados por la burguesía industrial,
políticamente minoritaria. Así fue cómo los voceros ideológicos de estas clases subalternas,
abogados, médicos, literatos, la intelectualidad en general, pasaron a constituirse en oposición a
la clase dominante, que Marx llamaba: el “país oficial”14: <<Después de la revolución de julio, cuando el banquero liberal Laffitte,
acompañó en triunfo al Hôtel de Ville (Ayuntamiento de París) a su compadre, el duque
de Orleáns (Luis Felipe), dejó caer estas palabras: “Desde ahora dominarán los
banqueros”. Laffitte había traicionado el secreto de la revolución.
La que dominó bajo Luis Felipe no fue la burguesía francesa, sino una fracción
de ella, los banqueros, los reyes de la Bolsa, los reyes de los ferrocarriles, los
propietarios de minas de carbón y de hierro y de explotaciones forestales y una parte
de la propiedad territorial aliada a ellos. Ella ocupaba el trono, dictaba leyes en las
cámaras y adjudicaba los cargos públicos, desde los ministerios hasta los estancos
(quioscos estatales de sellos y timbres para trámites públicos)
La burguesía industrial propiamente dicha constituía una parte de la oposición
oficial, es decir, sólo estaba representada en las Cámaras como una minoría. Su
oposición se destacaba más decididamente, a medida que se destacaba más el
absolutismo de la aristocracia financiera y a medida que ella, la propia burguesía
industrial, creía tener asegurada su dominación sobre la clase obrera, después de las
revueltas de 1832, 1834 y 1839. 15
En general, la inestabilidad del crédito y la posesión de los secretos (información
privilegiada) de éste, daban a los banqueros y a sus asociados en las Cámaras y en el
trono, la posibilidad de provocar oscilaciones extraordinarias y súbitas en la
cotización de los valores del Estado, cuyo resultado tenía que ser siempre,
necesariamente, la ruina de una masa de pequeños capitalistas, y el enriquecimiento
fabulosamente rápido de los grandes especuladores. Y si el déficit del Estado
respondía al interés directo de la fracción burguesa dominante, ello explica por qué
los gastos públicos extraordinarios hechos en los últimos años del reinado de Luis
Felipe, ascendieron a mucho más del doble de los gastos públicos extraordinarios
hechos bajo Napoleón, habiendo alcanzado casi la suma anual de 400.000.000 de
francos, mientras que la suma total de la exportación anual de Francia, por término
medio, rara vez se remontaba a los 750.000.000.>> (K. Marx: “Las luchas de clases en
Francia 1848 1850” I. Enero-nov. de 1850. Lo entre paréntesis nuestro)
Toda esta situación había sido generada durante los prolegómenos de la primera gran crisis
del capitalismo en 1825, moviendo a la aristocracia financiera hacia la práctica del
enriquecimiento, no precisamente por medio de la explotación directa y general del trabajo ajeno,
que distribuye los beneficios según lo determinado por la tasa media de ganancia. Este negocio
burgués por excelencia, solo viable en condiciones de expansión, donde todos los burgueses
ganan en proporción al capital con que participan en él explotando trabajo ajeno, fue reemplazado
en gran medida por el juego puramente especulativo, donde lo que unos ganan, otros lo pierden,
14 Desde 1830, la fracción republicano-burguesa se agrupaba con sus escritores, sus tribunos, sus talentos, sus ambiciosos, sus diputados, generales,
banqueros y abogados, en torno a un periódico de París: “El National”. En provincias, este diario tenía sus periódicos filiales. La Pandilla del National
era la dinastía de la república tricolor. Se adueñó inmediatamente de todos los puestos dirigentes del Estado, de los ministerios, de la prefectura de
policía, de la dirección de correos, de los cargos de prefecto, de los altos puestos de mando del ejército que habían quedado vacantes. Al frente del
poder ejecutivo estaba Cavaignac, su general; su redactor-jefe, Marrast, asumió con carácter permanente la Asamblea Nacional Constituyente. Al
mismo tiempo, hacía en sus recepciones, como maestro de ceremonia, los honores en nombre de la república honesta. (K. Marx: “Las luchas de clases
en Francia 1848 1850”. II) 15 El 5 y el 6 de junio de 1832 hubo una sublevación en París. Los obreros, que participaban en ella, levantaron una serie de barricadas y se defendieron
con gran valentía y firmeza. En abril de 1834 estalló la insurrección de los obreros de Lyon, una de las primeras acciones de masas del proletariado
francés. Esta insurrección, apoyada por los republicanos en varias ciudades más, sobre todo en París, fue aplastada con saña. La insurrección del 12 de
mayo de 1839 en París, en la que también desempeñaron un papel principal los obreros revolucionarios, fue preparada por la Sociedad Secreta
Republicano-socialista de Las Estaciones del Año bajo la dirección de A. Blanqui y A. Barbès; fue arrollada por las tropas y la Guardia Nacional.
porque lo que está en disputa no es el plusvalor creado, sino el mismo capital ya acumulado
que se sustrae a la inversión productiva para especular.
La parte del plusvalor obtenido en la esfera de la producción que huye hacia la
especulación, inmediatamente antes del estallido de las crisis, está movida de sitio por el hecho
de que la ganancia que se puede obtener en la producción, deja de compensar lo que cuesta
producirla como consecuencia del descenso tendencial de la Tasa General de Ganancia. Y en ese
otro mercado alternativo, quienes manipulan el movimiento del dinero en beneficio propio son
los pocos grandes propietarios de capital, con capacidad de invertir ingentes cantidades de
dinero en productos financieros, que así hacen subir su cotización y, por efecto demostración,
atraen a muchos pequeños e incautos inversores que, al comprar, hacen subir todavía más los
precios, momento en el cual los grandes inversores venden, capitalizando la maniobra a expensas
suyas y, en no pocos casos, arruinándoles.
Marx observaba cómo esta tentación irresistible por el aparente “dinero fácil”, no sólo se
apoderó de los pequeños ahorristas por lo que se podía ver en las pizarras de la Bolsa; también a
través de los medios de prensa. Y mostraba hasta qué extremos este afán de enriquecimiento
“malsano”, estuvo acompañado por los más disolutos placeres de la vida, en esa cabeza podrida
de pescado que había llegado a ser la cúspide social y política dirigente de aquella época, en
desmedro y perjuicio de las llamadas “clases medias”.
La contrapartida sociológica de estos métodos de reparto, lumpenizó a la sociedad por sus
dos extremos. Creó una aristocracia dineraria opulenta, que desde los excesos de la lujuria y el
desenfrenado disfrute, hubo de pasar por el infierno de hospitales, asilos y manicomios, cuando
no por la cárcel y el patíbulo, a los que también llegó buena parte del proletariado desde la miseria
y la desesperación del paro, mientras la burguesía industrial representada por los republicanos
puros agrupados en torno al National, y los sectores medios amenazados por la podredumbre
social desde arriba y desde abajo, clamaban por una solución que ellos se sentían incapaces de
dar. Mientras tanto: <<Las fracciones no dominantes de la burguesía francesa clamaban:
¡Corrupción! El pueblo gritaba: ¡A bas les grands voleurs! A bas les assassins16
cuando en 1847, en las tribunas más altas de la sociedad burguesa, se presentaban
públicamente los mismos cuadros que, por lo general, llevan al lumpenproletariado
a los prostíbulos, a los asilos y a los manicomios, ante los jueces, al presidio y al
patíbulo. La burguesía industrial veía sus intereses en peligro, la
pequeñoburguesía estaba moralmente indignada; la imaginación popular se
sublevaba. París estaba inundado de libelos: La dynastie Rotschild. Les juifs rois de
l´époque17 etc., en los que se denunciaba y anatematizaba, con más o menos ingenio,
la dominación de la aristocracia financiera. (K. Marx: Op. Cit.)
¿Quién puede negar que este mismo cuadro de situación, se repita con tintes mucho más
trágicos y esperpénticos que por entonces en el mundo de hoy, hundido en la tan ignominiosa
como nunca vista distribución desigual de la riqueza y el poder? ¿De qué democracia y progreso
están hablando estos corruptos farsantes de todos los colores políticos, que todavía lo gobiernan?
07. La Revolución de 1848
<<En el año 1848, la burguesía era ya incapaz de jugar un papel
comparable (al que cumplieron luchando por hacer realidad los jacobinos).
No se mostraba lo suficientemente dispuesta ni audaz como para
16 ¡Mueran los grandes ladrones! ¡Mueran los asesinos! 17 La dinastía Rostchild, los usureros de la época.
asumir la responsabilidad de acabar con el orden social (feudal) que se
oponía a su dominación. (Y se apoyó en él). Entretanto, hemos podido
llegar a conocer el por qué. Su tarea consistía más bien —y de eso se
daba ella cuenta claramente— en incluir en el viejo sistema, garantías
que eran necesarias, no para su dominación política, sino simplemente
para un reparto del poder con las fuerzas del pasado. La burguesía
había extraído algunas lecciones de la experiencia de la burguesía
francesa: estaba corrompida por su traición (a su propia revolución) y
amedrentada por sus fracasos. No solamente se guardaba muy bien de
empujar a las masas al asalto contra el viejo orden, sino que buscaba
un apoyo en el viejo orden, con tal de rechazar a las masas que la
empujaban hacia delante>>. (L. D. Trotsky: “Resultados y Perspectivas”
Cap. III. A principios de 1906. Lo entre paréntesis nuestro)
Se impone, pues, rememorar lo más brevemente posible este proceso. A mediados del siglo
XIX, Inglaterra era el país económicamente más desarrollado de Europa, con la mitad de vías
férreas del continente, el uso generalizado del carbón y de maquinaria movida por la energía del
vapor, la mecanización de la hilatura y el tejido, la fundición de hierro a gran escala en base al
carbón de coque y el pudelado en altos hornos, la producción de acero y de gran maquinaria, la
instalación de líneas telegráficas y el uso del alumbrado de gas en las ciudades. En todo este
progreso le seguían por entonces en importancia, Francia y Bélgica, además de ciertas regiones
alemanas, como Sajonia y Renania-Westfalia, donde llegó a concentrarse el 90% de la
construcción de maquinas de vapor alemanas. Le seguían Italia (el Piamonte, Lombardía y la
Toscana) y luego España limitada a la región Catalana, donde la industria textil estaba en pleno
desarrollo.
El fracaso de las cosechas a raíz de la plaga de la patata y la escasez de alimentos,
incrementó los precios de los productos básicos, derrumbó el poder adquisitivo de los salarios y
extendió la miseria por toda la sociedad europea18. Esta crisis se superpuso en 1847, con la crisis
mundial del comercio a raíz de la crisis típica de superproducción de capital en Inglaterra,
motorizada por el progreso tecnológico y el desarrollo industrial en ese país, donde, como en
todos los ciclos económicos periódicos, la sobreacumulación absoluta de capital19 derivó en
un movimiento especulativo que acabó provocando la caída de las cotizaciones en los mercados
bursátiles, la desaparición del crédito bancario, la paralización industrial, el cierre de empresas
en quiebra, la extensión del paro, el déficit fiscal y presupuestario del Estado y la agudización
generalizada de la miseria preexistente en las capas más bajas de la sociedad.
Tal fue la base económica sobre la que cabalgó aquella revolución continental iniciada en
febrero de 1847, que se propagó desde Italia hasta los montes Cárpatos en Rusia,
comprometiendo seriamente el por entonces relativamente reciente y ya caduco poder político y
social semifeudal de las monarquías parlamentarias en Francia, Prusia, Austria, Baviera,
Sajonia y algunos Estados de la Confederación germánica; una revolución que se combinó con
18 Entre 1845 y 1849 la plaga de la patata echó a perder las cosechas, lo que fue especialmente grave en Irlanda (Gran Hambruna irlandesa). Este
suceso coincidió con la carestía general en Francia de 1847 que, al igual que en otros países de Europa, originó graves conflictos internos y una fuerte
oleada migratoria. 19 De un incremento de capital invertido, siempre lógicamente resulta un incremento en la masa de plusvalor obtenido. Pero la continuidad del proceso
de acumulación del capital, la decisión de continuar con el proceso de inversión por parte de los capitalistas, no depende del crecimiento en la masa
absoluta de plusvalor obtenido. Lo que determina esta decisión no es el hecho de ganar más, sino de que el incremento de plusvalor obtenido
compense la masa incrementada de capital invertido. Y esto depende de la composición orgánica del capital y de la tasa de ganancia. Por
ejemplo, cuando la masa de capital acumulado pasa de 1.000 a 1.150 unidades monetarias, y la tasa de ganancia del 15 al 9% quiere decir que habiendo
invertido 1.000 al 15% obtuvo 150, mientras que con esas 1.150 a una tasa del 9% pasaría a obtener sólo 103. En semejantes condiciones, la nueva
inversión del plusvalor de 150 no se realiza, porque ahora, para volver a ganar poco más que esas 150 de plusvalor, el capitalista tendría que invertir
un capital mayor que las 1.150 disponibles. Exactamente 525 más (1.000+150+525 = 1.675 x 9% = 150,75) lo cual le significaría una pérdida neta de
ganancia respecto de la rotación anterior. No sólo porque no le compensa sino porque no dispone de esa masa de valor adicional, con lo que tiene que
pedir un crédito, de modo que, entonces, su ganancia no sería ya siquiera del 9% sino menos, porque debería restarle la tasa de interés a pagar por el
préstamo. A este fenómeno Marx le llama "Sobreacumulación absoluta de capital". Tal es la causa y origen de las crisis. La causa es el descenso en la
tasa de ganancia. El origen es la sobreacumulación o exceso de capital respecto de la ganancia obtenida, que no de mercancías de consumo final
ofrecidas respecto de la demanda efectiva o solvente.
luchas de emancipación política en los territorios polacos ocupados por Prusia; los de Bohemia,
Hungría y la Lombardía italiana ocupados por el reino austríaco; afectando al resto de los Estados
italianos: el reino de Cerdeña en el Piamonte, los territorios papales y el reino de Nápoles. Este
escenario era por entonces eminentemente rural, donde predominaba la gran propiedad en manos
de la nobleza. Pero también se insinuaba en él, un incipiente desarrollo industrial.
En febrero de 1847, el hambre de la población desencadenó en París una manifestación
multitudinaria, que derivó en motín y acabó convertida en insurrección. De tal magnitud, que el
día 24 las tropas no podían controlar la ciudad. El Rey abdicó y los burgueses republicanos
tomaron el Parlamento, haciéndose cargo de la situación y proclamando un Gobierno
Republicano Provisional. Este hecho extendió la agitación política incontrolable al resto del
Continente, y lo resuelto en Francia fue emulado en el reino de los Habsburgo en Austria,
Hungría, Croacia, Bohemia y Galitzia (Ucrania), la Confederación alemana y los territorios
italianos.
En noviembre de ese mismo año y a modo de proyecto de programa para la “Liga de los
Comunistas”, Federico Engels escribió "Principios del Comunismo". Durante el segundo
congreso de esta organización, celebrado entre el 29 de noviembre y el 8 de diciembre, se decidió
la redacción de lo que pasaría a la historia bajo el nombre de "Manifiesto del Partido
Comunista". Designados para esa tarea, Marx y Engels comenzaron la redacción del histórico
documento con los "Principios…" de Engels sobre la mesa de trabajo. Engels describe allí el
proceso durante el cual el artesanado gremial fue transformado en proletariado moderno. Y
refiriéndose a la etapa capitalista de la manufactura, explica que este modo de producción
había ya trascendido el marco de la propiedad feudal y gremial para adquirir una nueva forma:
la propiedad privada pura típica del capitalismo incipiente.
Pero en esta etapa temprana de su desarrollo, el capitalismo no presentaba aun las
condiciones técnicas ni sociales necesarias para poder ser, a su vez, revolucionado. Por una
parte, la cooperación y la división manufacturera del trabajo, no habían acabado el proceso de
transformación de los viejos artesanos en asalariados modernos. Por otra parte, la manufactura
tampoco garantizaba del todo el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo necesaria, para
iniciar el proceso de transformación revolucionaria de tipo socialista: <<En efecto, para la manufactura y para el primer período de desarrollo de la gran
industria, no era posible ninguna otra forma de propiedad además de la propiedad
privada, no era posible ningún orden social además del basado en esta propiedad.
Mientras no se pueda conseguir una cantidad de productos que no sólo baste para
todos, sino que quede cierto excedente para aumentar el capital social y seguir
fomentando las fuerzas productivas, deben existir necesariamente una clase
dominante que disponga de las fuerzas productivas de la sociedad y una clase pobre
y oprimida. La constitución y el carácter de estas clases dependen del grado de
desarrollo de la producción. La sociedad de la Edad Media, que tiene por base el
cultivo de la tierra, nos da el señor Feudal y el Siervo; las ciudades de las
postrimerías de la Edad Media nos dan el maestro artesano, el oficial y el jornalero;
en el siglo XVII el propietario de manufactura y el obrero de ésta; en el siglo XIX el
gran fabricante y el proletario>> (F. Engels: "Principios del Comunismo". Fines de
octubre y principios de noviembre de 1847)
Dicho esto, Engels pasa a ubicarse con su intelecto en la sociedad de su tiempo, para
anunciar que, con el afianzamiento del maquinismo y la gran industria, las fuerzas productivas
de la sociedad europea han superado la etapa de la manufactura y alcanzado el grado de
desarrollo necesario para iniciar el proceso de superación del capitalismo. Y como prueba
de veracidad de esta afirmación, Engels esgrime tres razones: 1) El desarrollo de la fuerza productiva alcanzado por la gran industria, que permite el excedente
necesario para revolucionar la sociedad burguesa;
2) La aparición del proletariado moderno en trance de convertirse, por obra de las leyes del
capitalismo, en una mayoría de la sociedad, cuyo empobrecimiento relativo aumenta, contradictoriamente,
con el cada vez mayor crecimiento de la riqueza que crea mediante su trabajo;
3) La progresiva inadecuación de las relaciones de producción burguesas a las fuerzas productivas
en desarrollo, revelada por las crisis periódicas.
Y fundamenta esta “progresiva inadecuación” del modo siguiente: <<Pero hoy, cuando merced al desarrollo de la gran industria, en primer lugar
se han constituido capitales y fuerzas productivas en proporciones sin precedentes y
existen medios para aumentar en breve plazo hasta el infinito estas fuerzas
productivas; cuando, en segundo lugar, estas fuerzas productivas se concentran en
manos de un reducido número de burgueses, mientras la gran masa del pueblo se va
convirtiendo cada vez más en proletarios, con la particularidad de que su situación se
hace más precaria e insoportable en la medida en que aumenta la riqueza de los
burgueses; cuando, en tercer lugar, estas poderosas fuerzas productivas, que se
multiplican con tanta facilidad hasta rebasar el marco de la propiedad privada y del
burgués, provocan continuamente las mayores conmociones del orden social, sólo
ahora la supresión de la propiedad privada se ha hecho posible e incluso
absolutamente necesaria>> (F. Engels: Op. cit.)
Sobre estas ideas comunes, Marx y Engels redactaron el "Manifiesto del Partido Comunista"
publicado en febrero de 1848, donde incorporaron el análisis sobre el hecho recurrente de las
crisis periódicas, como la condición más importante y decisiva que exigía revolucionar la
sociedad capitalista en dirección al socialismo. Porque en estos fenómenos de las crisis, aparecen
concentradas todas las contradicciones del capitalismo bajo la forma de una verdadera rebelión
objetiva de las fuerzas productivas contra las relaciones burguesas de propiedad: <<Desde hace algunas décadas, la historia de la industria y del comercio no es más
que la historia de la rebelión de las fuerzas productivas modernas contra las actuales
relaciones de producción, contra las relaciones de propiedad que condicionan la
existencia de la burguesía y su dominación. Basta mencionar las crisis comerciales
que, con su retorno periódico plantean, en forma cada vez más amenazante, la
cuestión de la existencia de toda la sociedad burguesa. Durante cada crisis comercial
se destruye sistemáticamente, no sólo una parte considerable de productos
elaborados, sino incluso de las fuerzas productivas ya creadas. Durante las crisis, una
epidemia social, que en cualquier época anterior hubiera parecido absurda, se
extiende sobre la sociedad: la epidemia de la superproducción. La sociedad se
encuentra súbitamente retrotraída a un estado de súbita barbarie: diríase que el
hambre, que una guerra devastadora mundial, la han privado de todos sus medios de
subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. Y todo eso, ¿por qué?
Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida,
demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone
no favorecen ya el régimen de la sociedad burguesa; por el contrario, resultan ya
demasiado poderosas para estas relaciones, que constituyen un obstáculo para su
desarrollo; y cada vez que las fuerzas productivas salvan este obstáculo, precipitan en
el desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan la existencia de la propiedad
burguesa>>. (K.Marx-F.Engels: "Manifiesto del Partido Comunista". Cap. I)
Las fuerzas productivas superan las trabas de las relaciones de producción capitalistas al
interior de las mismas relaciones de producción capitalistas. Tal es el significado de las crisis. Es
ésta otra forma de decir, que el capitalismo no puede existir sino a condición de revolucionar
constantemente los medios de producción, que es lo que Marx y Engels se encargaron de señalar
en el mismo texto antes de referirse al fenómeno de las crisis. De hecho, tras los efectos
destructivos catastróficos resultantes de las crisis al final de cada ciclo periódico, el sistema entra
en un nuevo ciclo operando en base a una masa de capital social mayor y una composición
técnica y orgánica más alta que al principio del anterior. Y cuanto mayor es el capital
comprometido y mayor su composición técnica, más formidables son las trabas que el sistema
debe superar en cada crisis, y sucesivamente más doloroso el costo en desgracias humanas y
destrucción de riqueza ya creada. Todo esto, a causa de que, en las crisis, la racionalidad de las
fuerzas sociales productivas, sigue siendo no según su razón histórica de ser, esto es, según
su concepto, sino según la sinrazón de la acumulación de capital, según la consustancial
irracionalidad de las relaciones de producción capitalistas.
Si con Hegel entendemos por decadente algo que existe y se manifiesta, pero no ya por sí
mismo al perder su razón de ser —y esto es lo que sucede durante las crisis— ese algo sigue
vigente, pero deja de ser necesario y, por tanto "real efectivo" o efectivamente real, para pasar
a ser "real actual" y, por tanto, contingente, esto es, que puede seguir existiendo o dejar de existir
en cualquier momento, en tanto que ya ha sido superado por la razón histórica (en este caso
las fuerzas productivas), en pugna por crear otra realidad racional todavía inexistente. En tal
sentido, para Hegel “real efectivo” es todo aquello que tiene ya razón de ser aunque todavía no
exista, al mismo tiempo que lo decadente sigue existiendo, pero deja de ser efectivamente real
en tanto que ha perdido razón de existir. Habida cuenta de que la “razón de ser” de lo todavía
inexistente, no es otra que razón científica probada que justifica su existencia. Siendo así, —y
así lo comprendemos nosotros tal como Marx y Engels lo comprendieron al escribir el
“Manifiesto”—, entonces cabe afirmar que la decadencia del capitalismo empezó con la primera
gran crisis de su historia en 1825. Pero que se manifestó políticamente por primera vez entre
febrero y junio de 1848 en las calles de Paris, donde el capitalismo demostró haber empezado a
perder su razón histórica de ser en este Mundo.
De todo este proceso debe sacarse la siguiente conclusión: una vez que la RAZÓN científica
ha determinado cual es el correspondiente polo de la dialéctica social, que marca el pulso y la
dirección de la historia para superar un determinado período ya perimido de su devenir —en
este caso el capitalismo— desde el momento en que las sucesivas crisis periódicas demuestran
que las relaciones capitalistas de producción se erigen en trabas cada vez más formidables para
el libre desarrollo de las fuerzas productivas, es la necesidad histórica la que da su veredicto
inapelable y dicta férreamente las pautas de comportamiento político a la clase social
mayoritaria de la sociedad, que encarna el polo progresivo del devenir histórico. A estas pautas
se han ceñido Marx y Engels hasta la muerte sin desviarse un milímetro.
Hasta ese momento, todas las revoluciones sociales en el curso de la historia, habían
consistido en cambiar un modo de vida social y político por otro superior, renovando sus
correspondientes clases dominantes, siempre minoritarias por otras, respecto de la siempre
mayoritaria masa del pueblo trabajador explotado y oprimido. Esto fue así desde los tiempos
de los faraones egipcios 3.150 años antes de Cristo. Se trataba de sustituir una clase explotadora
socialmente minoritaria por otra.
El “Manifiesto Comunista” fue publicado pocos días antes de la Revolución alemana de
febrero en 1848. En el capítulo II de esa obra, Marx y Engels dicen literalmente: <<Todos los movimientos han sido hasta ahora realizados por minorías o en
provecho de minorías. El movimiento proletario es un movimiento propio de la
inmensa mayoría en provecho de la inmensa mayoría. El proletariado, capa inferior
de la sociedad actual, no puede levantarse, no puede enderezarse, sin hacer saltar
toda la superestructura (jurídica, política y moral) formada por las capas de la
sociedad oficial (todavía feudal)>> (Op. cit. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestro).
Y en el capítulo III precisan de modo categórico y terminante, el propósito político
irrefutablemente progresivo de ese movimiento aun por cumplir en la historia de la
humanidad: <<Como ya hemos visto más arriba, el primer paso de la revolución obrera es la
elevación del proletariado a clase (políticamente) dominante, la conquista de la
democracia>> (Ibíd. Subrayado nuestro).
Volviendo a los acontecimientos que se avecinaban ese año de 1848 en Europa, según la
propuesta que Marx y Engels formularon en febrero, de ningún modo propusieron al
proletariado hacer inmediatamente la revolución social proletaria, subvirtiendo por completo
la base económica del sistema capitalista. No. Se trataba de quitar barreras sociales al desarrollo
del capitalismo eliminando definitivamente los resabios feudales, tanto en el campo como en la
ciudad, tarea para la cual la burguesía había fracasado; se trataba de contribuir a facilitar la
acumulación del capital productivo agrario e industrial francés y europeo, preservándole del
parasitismo dominante retardatario de la renta territorial y de la tasa de interés (dos resabios
del sistema económico feudal), que permitiera extender lo más rápidamente posible y con el
menor coste social y humano, el dominio de las relaciones capitalistas al mayor espacio
geográfico de Europa, para convertir todo el trabajo social explotable en asalariado;
Se trataba de acabar definitivamente con el feudalismo en el campo, exigiendo que las
tierras confiscadas se mantuvieran como propiedad estatal y fueran utilizadas para crear colonias
obreras, “por medio de las cuales el principio de la propiedad común se plasme inmediatamente
de modo firme y extienda en detrimento de la propiedad privada y la consecuente proliferación
de una clase campesina pequeñoburguesa, evitando así que la ley del valor le hiciera pasar por el
mismo ciclo de empobrecimiento y endeudamiento en el que todavía se encontraba desde los
tiempos de Napoleón Bonaparte, cuya política permitió reproducir el latifundio. ¿Para qué todas
estas medidas? Para que, con el desarrollo del capital, se incrementara la masa asalariada hasta
convertirla en mayoría social absoluta de la sociedad. Tal es el fundamento científico de la
proposición política contenida en la expresión del “Manifiesto”: “conquista de la democracia”.
Se trataba, en fin, de favorecer en todo, los efectos de la ley del valor, para acercar el horizonte
temporal de la transformación del proletariado en clase mayoritaria de la sociedad, creando las
condiciones más favorables a la revolución socialista: la dictadura democrática del
proletariado.
Según el yerno de Marx, Paul Lafarge, en ese momento Marx ya había desentrañado la Ley
General de la acumulación capitalista, según la cual, el desarrollo de las fuerzas productivas
del trabajo social bajo el capitalismo, determina que, aun cuando relativamente menos que el
capital constante, el capital variable, es decir, el proletariado, no deja históricamente de
aumentar en términos absolutos: <<Engels me dijo que, en 1844, Marx le había expuesto en el Café de la Régence
de París —uno de los primeros centros de la revolución de 1789— el determinismo
económico de su teoría sobre la concepción materialista de la historia>> H. M.
Enzensberger: "Conversaciones con Marx y Engels" Tomo 1 Ed. Anagrama/1974 Pp. 40)
La "Liga de los comunistas" alemanes creada en 1847, no pretendió, pues, en 1848,
cambiar inmediatamente el carácter social burgués de la revolución europea. Su objetivo
inmediato consistió en derrocar a la burguesía en ese momento a cargo del poder político del
Estado, por no haberse atrevido a tocarle un pelo a la Aristocracia terrateniente en 58 años. Pero
en modo alguno se propuso expropiar a los capitalistas implantando un régimen que representara
exclusivamente los intereses económicos del proletariado. Esto aparece expresado en el punto IV
del "Manifiesto comunista", donde Marx y Engels actualizaron políticamente la letra y el
espíritu de lo que —según el método dialéctico y la terminología hegeliana— habían dicho en
1845: <<Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al
estado de cosas actual. Las condiciones de este movimiento se desprenden de la
premisa actualmente existente>> (K. Marx-F. Engels: "La ideología alemana")
Las condiciones o premisas del "movimiento real" en la sociedad europea de 1848, eran el
carácter todavía relativamente minoritario del proletariado (respecto del campesinado y los
intereses socialmente mayoritarios de la pequeño burguesía rural y urbana). En ese punto IV del
"Manifiesto" se dice que los comunistas luchan dentro del "movimiento real" por defender los
intereses inmediatos de la clase obrera (sus mejores condiciones de vida y de trabajo), pero sin
perder de vista la necesidad de luchar dentro del "movimiento actual" por el futuro racional de
ese movimiento, esto es, por la racionalidad socialista, por la "esencia inmediatamente devenida
en existencia" de las fuerzas productivas que impulsen objetivamente la dictadura del
proletariado. Pero, dadas las condiciones de la época, la esencia socialista de las fuerzas
productivas no podía devenir inmediatamente en existencia. Había todavía tareas
democrático burguesas que cumplir. De ahí la decisión táctica de aliarse con el partido de la
pequeñoburguesía democrática en contra del contubernio entre la gran burguesía y la aristocracia
financiera acreedora de los pequeños propietarios: <<Los comunistas luchan por alcanzar los objetivos e intereses inmediatos de la
clase obrera; pero, al mismo tiempo, defienden también, dentro del movimiento
actual, el porvenir de ese movimiento. Dentro de Francia, los comunistas se suman
al Partido Socialista Democrático (liderado por de Ledru Rollín) contra la burguesía
conservadora y radical, sin renunciar, sin embargo, al derecho de criticar las
ilusiones y los tópicos legados por la tradición revolucionaria.
En Suiza apoyan a los radicales, sin desconocer que este partido se compone
de elementos contradictorios, en parte de socialistas democráticos al estilo francés,
y en parte de burgueses radicales.
Entre los polacos apoyan al partido que ve en esa revolución agraria la
condición de esa liberación; es decir, al partido que provocó en 1846, la insurrección
de Cracovia.20 En Alemania lucha al lado de la burguesía, en tanto que ésta actúa
revolucionariamente contra la monarquía absoluta, la propiedad territorial feudal
y la pequeñoburguesía reaccionaria>>. (K. Marx-F. Engels: “Manifiesto Comunista”
Cap. IV Lo entre paréntesis es nuestro).
08. Resultado y perspectivas de la Revolución de 1848
Tras los bélicos sucesos acaecidos ese año y el siguiente, la experiencia histórica desde 1789
volvió a demostrar, que la minoría social burguesa, por sí misma:
1) había sido incapaz de reemplazar a la nobleza feudal como clase políticamente
dominante —que seguía siéndolo— y, por tanto,
2) debía ser la nueva mayoría social: el proletariado, quien liderase políticamente esa
revolución burguesa. Tal es la enseñanza que Marx y Engels sacaron de los acontecimientos
históricos entre 1789 y 1849.
20 Los principales iniciadores de la insurrección que se preparaba en las provincias polacas en febrero de 1846 con el fin de lograr la liberación nacional
de Polonia, eran los demócratas revolucionarios polacos.
Después de la derrota de los partidos revolucionarios en Francia y Alemania, a principios
de 1850 Marx puso en conocimiento del Comité Central de la “Liga de los comunistas”, una
circular dirigida a los demás miembros de la organización donde dijo: <<Ya en 1848 os dijimos, hermanos, que los burgueses liberales alemanes no
tardarían en subir al gobierno y que inmediatamente volverían contra los obreros el
poder recién conquistado. Los hechos, como habéis visto, nos han dado la razón.
Fueron, en efecto los burgueses quienes se adueñaron del poder público
inmediatamente después del movimiento de marzo en 1848, utilizándolo para
obligar a los obreros, sus aliados en la lucha, a retroceder enseguida a la anterior
situación de clase oprimida. Y si la burguesía no podía lograr esto sino coaligarse
con el pardito feudal eliminado en marzo, hasta llegar, a fin de cuentas, a traspasar
de nuevo el poder a este partido feudal absolutista, no es menos cierto que se aseguró
las condiciones que, a la larga, gracias a los apuros financieros del gobierno,
pondrían el poder en sus manos y salvaguardarían todos sus intereses, si fuese
posible conseguir que el movimiento revolucionase desde ahora, hacia lo que se
llama un desarrollo pacífico>>. (K. Marx: “Circular al Comité Central” Ed. FCE/1988
Pp. 355). Versión digitalizada
Y en “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”, publicado el 18 de mayo de 1852, Marx resumió
magistralmente aquél período entre la Monarquía constitucional de 1830 en Francia y la
contrarrevolución europea de julio en 1848: <<A la monarquía burguesa de Luis Felipe sólo le pudo suceder la república
burguesa; es decir, que si en nombre del rey (entre 1830 y febrero de 1848), había
dominado una parte reducida de la burguesía, ahora dominará la totalidad de la
burguesía en nombre del pueblo (apuntalada por la nobleza). Las reivindicaciones del
proletariado de París (bajo estas condiciones) son paparruchas utópicas, con las que
hay que acabar. El proletariado de París contestó a esta declaración de la Asamblea
Nacional Constituyente con la insurrección de Junio, el acontecimiento más
gigantesco en la historia de las guerras civiles europeas. Venció la república
burguesa. A su lado estaban la aristocracia financiera, la burguesía industrial, la
clase media, los pequeños burgueses, el ejército, el lumpenproletariado organizado
como Guardia Móvil, los intelectuales, los curas y la población del campo. Al lado
del proletariado de París no estaba más que él solo. Más de 3.000 insurrectos fueron
pasados a cuchillo después de la victoria y 15.000 deportados sin juicio. (Op. cit. Cap.
I)
Para no repetir esta misma experiencia, en aquella misma “Circular de Marzo a la Liga de
los Comunistas” Marx recordó las advertencias ya difundidas entre los asalariados urbanos en
ese país. Y es que, en el trance de reivindicar los principios programáticos del “Manifiesto”,
volverían a chocar con la burguesía. Esta vez, ese inevitable choque ocurriría en torno a la
necesidad de acabar con el feudalismo como una cuestión histórica de principio; y a los fines
de alcanzar tal objetivo, Marx les propuso que, frente al aparato de Estado burgués, debieran
crear paralelamente sus propios gobiernos obreros revolucionarios, “ya sea en la forma de
consejos, juntas municipales, clubes o comités obreros de barrio”. Aconsejándoles desconfiar no
solo del partido aristocrático y reaccionario vencido, sino de los propios burgueses que, hasta
esos momentos habían venido siendo aliados suyos. En fin, se trataba de emprender un proceso
de lucha, pero ahora con carácter de revolución permanente, tal como Marx lo dejó literalmente
dicho en esa misma circular con estas palabras: <<Los obreros alemanes saben que no podrán llegar al poder y hacer valer sus
intereses de clase, sin pasar por una larga trayectoria revolucionaria; pero esta vez
tienen, por lo menos, la certeza de que el primer acto de este drama revolucionario
inminente, coincide con la victoria directa de su propia clase en Francia, la cual lo
acelerará considerablemente.
Pero ellos mismos deberán contribuir más que nada a la victoria final viendo
claros sus intereses de clase, adoptando lo antes posible una posición de partido
independiente, no dejándose engañar un solo momento por las hipócritas frases de
los demócratas pequeñoburgueses, sin perder de vista la imperiosa necesidad de una
organización independiente del partido del proletariado. Su grito de combate deberá
ser: “La revolución permanente”>> (Op. cit. El subrayado nuestro)21
Pero cuando la constitución burguesa de la flamante República en Francia bajo la
presidencia de Luis Bonaparte, estaba ya en plena vigencia y sesionando su Asamblea legislativa,
el 2 de diciembre de 1851, el propio Bonaparte ungido como Napoleón III, dio un golpe militar
haciendo saltar el baluarte político de la burguesía desde 1789, que así se reconvirtió en el
Segundo Imperio francés. Inmediatamente y por decisión despótica, la Constitución burguesa
hasta entonces vigente, fue sustituida por otra, que volvió a concentrar todo el poder en manos
de la aristocracia terrateniente y financiera en la persona del nuevo emperador: Luis
Bonaparte, con la aquiescencia a regañadientes de la burguesía.
Lo que las guerras entre familias dinásticas ponían en evidencia, es una situación en la que,
las viejas clases dominantes residuales del feudalismo, se hallaban en plena decadencia, pero la
nueva clase burguesa no tenía todavía envergadura suficiente, para hacerse definitivamente con
las riendas del poder en la incipiente sociedad capitalista. Y en esos momentos, el grueso de las
masas laboriosas al verse nuevamente sometidas al poder semifeudal, volvió a pensar que tal
orden de cosas era eterno por la voluntad de Dios. Del mismo modo que todavía hoy, una mayoría
holgada de explotados, sigue pensando bajo el capitalismo decadente. Aunque no ya tanto porque
así lo quiera el “altísimo”, sino por obra y gracia de la “naturaleza humana”. Un estúpido
prejuicio del que se alimenta la resignación, según el cual la libertad siempre será exclusivo
atributo de los pocos que mandan, porque como así ha sido, es y seguirá siendo.
09. La Comuna de París
<<Con el ejército alemán a las puertas de París, en la noche del 4
de septiembre de 1870 los delegados de la Cámara Federal de las
Sociedades Obreras francesas, reunidos con los delegados de las secciones
de la Internacional en la Corderie du Temple 3, redactaron un llamado al
pueblo alemán, publicado al día siguiente en ese idioma y en francés, donde
dicen: “La Francia republicana te invita, en nombre de la justicia, a retirar
tus ejércitos; si no, nos será preciso combatir hasta el último hombre y
derramar ríos de tu sangre y de la nuestra. Te repetimos lo que declaramos
a la Europa coligada en 1793: el pueblo francés no hace la paz con un
enemigo que ocupa su territorio. Vuelve a cruzar el Rhin. Desde las dos
orillas del río disputado, Alemania y Francia, tendámonos la mano.
Olvidemos los crímenes militares que los déspotas nos hicieron cometer
unos contra otros… con nuestra alianza, fundemos los Estados Unidos de
Europa”>>. (Eduard Dolleans: “Historia del Movimiento Obrero”. 1969
Lo hemos dicho ya e insistimos en ello aquí, porque parece que nunca será suficiente: Desde
los tiempos de la llamada “Ilustración”, al proletariado se le ha instruido de modo tal, que no
sepa más de lo necesario para ganarse la vida con su trabajo, disciplinado a la empresa que lo
emplea; esto es, generando ganancia para sus patronos. En todo lo demás que exceda a esta
“sagrada” finalidad para los explotadores burgueses, su precepto dominante ha sido y es, que
prevalezca en el espíritu colectivo de los explotados la confusión más absoluta. Tal ha venido
siendo, invariablemente, la filosofía política de los capitalistas en materia educativa.
21 Ya veremos más adelante, de qué modo y manera los revolucionarios alemanes liderados por rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, descuidaron esta
ineludible máxima de comportamiento so pena de malograr la revolución, como así sucedió durante los acontecimientos —de los que ellos mismos
fueron víctimas propicias en ese país— entre 1917 y 1919.
Así las cosas y desde tal perspectiva utilitaria y pragmática, lo primordial que debe interesar
a los asalariados es su causa final, lo que les sostiene como individuos en esta sociedad, es decir,
su salario. Nada más. Pero según el pensamiento de Aristóteles —tal como lo enseñó en su
“liceo”—, por encima de la finalidad útil que hace a la mera existencia de cada especie de cosas
inertes y seres animados, destaca y prevalece la causa formal que determina lo que son, por su
propia esencia, atributo, carácter o razón de ser, que les distingue de las demás especies de seres
vivos y cosas. Y la causa formal que distingue a los seres humanos radica en el pensamiento
racional. Ésta es la causa que ha venido incordiando a los filósofos de la burguesía.
En efecto. Porque, ¿en qué consiste la esencia o razón de ser y existir distintiva de los seres
humanos, sino en su capacidad de comprender o hacer inteligible, lo que las cosas y ellos
mismos son en realidad, su razón fundamental de existencia, así como la de los demás seres
vivos y distintas cosas de su entorno? Pero no sólo esto, porque también pueden prever
idealmente la razón de ser y finalidad de cosas todavía inexistentes, que conciben antes de
crearlas enriqueciendo así su propia esencia como seres humanos genéricos. Ver: Pp.62,
cualidad que les distingue de los demás seres animados y objetos de su entorno natural: <<Una araña ejecuta operaciones que semejan a las manipulaciones del
tejedor, y la construcción de los panales de las abejas podría avergonzar, por su
perfección, a más de un maestro de obras. Pero, hay algo en que el peor maestro de
obras aventaja, desde luego, a la mejor abeja, y es el hecho de que, antes de ejecutar
la construcción, la proyecta en su cerebro. Al final del proceso de trabajo, brota un
resultado que antes de comenzarlo existía ya en la mente del obrero; es decir, un
resultado que tenía ya existencia ideal. El obrero no se limita a que cambie de forma
(y esencia) la materia que le brinda la naturaleza, sino que, al mismo tiempo, realiza
en ella su fin, fin que él sabe que rige como una ley las modalidades de su actuación
y al que tiene necesariamente que supeditar su voluntad>>. (K. Marx: “El Capital”
Libro I Cap. V. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros)
¿No quiere decir esto que sin causa formal no puede haber causa final posible a la que pueda
aspirar cualquier sujeto humano? ¿Y no radica en esa causa formal, de tal modo preconcebida,
su propia y distintiva verdad como ser humano genérico (sin distinción de razas, credos y clases
sociales), la misma que le permite actuar sobre las cosas materiales de su entorno natural, para
transformarlas poniéndoles su esencia específica y así potenciando la suya propia como ser
humano? ¿Puede alguien probar fehacientemente, que desde Aristóteles a nuestros días esta
verdad científica haya podido declinar, aun cuando fuera, una vez más, política y
deliberadamente censurada?22
Pues bien, el criterio filosófico modélico que la burguesía vino imponiendo desde los
tiempos de la ilustración hasta nuestros días, ha consistido en dar al traste con aquél
descubrimiento de Aristóteles. Ha invertido por completo la razón de existir del ser humano
genérico poniendo al Mundo patas arriba. Los filósofos pro-burgueses de la ilustración invirtieron
el sentido de la relación entre causal formal y causa final, privilegiando a esta última en
detrimento de la primera. Y lo hicieron para poder abrazarse sin molestias a éste tan falso como
utilitario criterio del “para qué” de las cosas, aplicado por extensión a sujetos humanos como es
el caso de los asalariados, así tratados por sus patronos como cosas de usar y tirar, como objetos
22 Decimos “una vez más”, porque el primero en censurar el concepto de ser humano genérico, es decir, universal, sin distinción de nacionalidad,
religión, clase social o sexo, fue precisamente el propio Aristóteles, quien no habiendo podido sustraerse al pensamiento único de los esclavistas en
su tiempo, concibió como seres vivos con capacidad de raciocinio solo a los amos. Los esclavos, para él, eran simples “instrumentos parlantes”, meras
cosas susceptibles de uso hasta la extenuación y la muerte, sometidos a la causa final de sus “señores”.
de uso y descarte según su ocasional conveniencia, cuya finalidad propia como tales patronos
excluye la de los demás, de tal modo enfrentados en competencia unos con otros.
Así, aquella verdad universal del ser humano genérico que tan genialmente concibió
Aristóteles para los esclavistas “libres” de su época, en la sociedad capitalista moderna
desaparece, diluida en la “verdad” particular de cada individuo, entendiendo por verdad lo que
a cada cual le interesa que llegue a ser “su causa final” y/o sirva a “su propósito particular”
exclusivo. Donde la mayor o menor satisfacción del personal interés y servicio que —para su
propio fin— cada cual consiga de cosas y terceras personas con quienes se relaciona, está en
función de la propiedad que detente sobre determinadas cosas, de modo que, cuanta más
propiedad material disponga, más poder y dominio ejercerá sobre sus semejantes, y más peso
tendrá “su verdad” ante jueces y fiscales. He aquí el resultado de la cosificación en las relaciones
sociales e interpersonales, sobre cuyas fatales consecuencias ha venido girando la filosofía
educativa basada en la causa final impuesta por la burguesía, según la pudo ir convirtiendo en
pensamiento único.
La insurrección obrera de 1871 en Francia, fue la primera gran ruptura con semejante
filosofía social y política del aprendizaje, cuando la burguesía era todavía una clase incipiente,
solo aspirante a constituirse como clase minoritaria sustituta, absolutamente dominante, que
tuvo por precedente económico causal a la crisis de superproducción de capital en 1870:
Aquél grandioso y premonitorio acontecimiento protagonizado por el proletariado francés,
tuvo su antecedente político inmediato en las disputas entre distintas estirpes de la nobleza
decadente, que condujeron a la guerra Franco-Prusiana en julio de 1870. Un movimiento
revolucionario que se inició cuando, a propuesta del General español Juan Prim y Prats —conde
de Reus, marqués de los castillejos y vizconde de Bruch—, el príncipe Leopoldo de
Hohenzollern —primo del rey de Prusia, Guillermo I—, aspiró a la corona de España, vacante
por el destronamiento de Isabel II.
Una iniciativa a la que, en Francia, se opuso la casa de los Bonaparte todavía en el poder,
personificada en el Príncipe Luis —ungido como Napoleón III. Precisamente para evitar el
peligro emergente de que ese país burgués naciente, quedara entre otras dos naciones, al norte
y al sur, dominando en ambas la nobleza prusiana. En aquellos tiempos, las guerras eran el
producto de disputas entre familias dinásticas, cuyo estrato social más bajo, el populacho, servía
como carne de cañón23. Un anacronismo político salvaje injustificable, que la burguesía hizo suyo
23 El telegrama de Ems (en alemán: Emser Depesche), denominado a veces como Telegrama Ems, es el documento que Guillermo I de Alemania envió
a Bismarck la noche del 13 de julio de 1870, tras la reunión informal que mantuvo con el embajador francés en Prusia Vincent Banadetti, acerca de la
entre países como medio para concretar la tendencia capitalista irresistible a la centralización de
los capitales y como medio eficaz para superar lo más rápidamente posible, sus crisis periódicas
de superproducción de capital.
En medio de este contencioso, Napoleón III acabó por declarar la guerra contra Prusia,
pretextando que Guillermo I había desairado al embajador francés negándose a recibirlo en su
palacio. Pero la nobleza prusiana, anticipándose a los sucesos, había ya movilizado un poderoso
ejército de 500.000 soldados al mando del general Moltke, quien tras aplastar a los franceses en
las batallas de Froeschwilier, Rezonville y Gravelotte-Saint Privat, consiguió finalmente que
capitularan en Sedán el 02 de setiembre.
Estos hechos acarrearon terribles condiciones de pobreza que se cebaron sobre los estratos
sociales más bajos de la sociedad francesa, de modo que la humillación de la derrota a manos de
las tropas alemanas, provocó que el proletariado de París se sublevara el 4 de setiembre de 1870,
dando al traste con el II Imperio napoleónico que se derrumbó como un castillo de naipes, cuyo
vacío de poder político fue cubierto nuevamente por la República burguesa (III República).
Mientras tales acontecimientos sucedían, el ejército alemán estaba en trance de ocupar
París, y la Guardia Nacional francesa era el único baluarte militar para impedirlo, integrada hasta
ese momento por soldados de extracción social campesina e ideología pequeño burguesa, donde
asalariados inexpertos, mal entrenados y hambrientos, pasaron a enrolarse hasta llegar a ser
mayoría.
En todas las crónicas de la época y los relatos históricos posteriores hasta el día de hoy, se
describen los hechos refiriéndose a la resistencia del “pueblo” de París contra los invasores
alemanes. La verdad histórica es que, tras 131 días de asedio, parte de ese “pueblo” doblegado
por el hambre, capituló, y la burguesía a cargo en ese momento del gobierno francés, firmó un
vergonzoso y humillante cese de hostilidades con el ejército prusiano, lo cual supuso que los
fuertes fueran rendidos, las murallas desarmadas, las armas de las tropas de línea y de la Guardia
Móvil entregadas, y sus hombres considerados prisioneros de guerra.
Una traición en toda regla a los proclamados ideales de “libertad” e “independencia” de la
todavía flamante República francesa, donde los intereses de la coalición aristocrático-
burguesa eran los mismos que prevalecían en Alemania y se confabularon, ante el peligro que
suponían los obreros de París armados en los cuarteles de la Guardia Nacional, políticamente
unificados en la Comuna: <<En este conflicto entre el deber nacional y el interés de clase, el Gobierno francés
de Defensa Nacional, no vaciló un instante en convertirse en un gobierno de
traición nacional>> (K. Marx: “La Guerra civil en Francia” Cap. I. Lo entre
paréntesis nuestro)
Por lo tanto, en esa guerra la lucha del proletariado de París en defensa de la soberanía,
tuvo un carácter internacionalista, porque de hecho combatió contra la burguesía de esos dos
países, coaligada con sus respectivas noblezas: <<Una de las formas de mistificación de la clase obrera es el pacifismo y la
propaganda abstracta de la paz. En régimen capitalista, y particularmente en su
estadio imperialista, las guerras son inevitables. Pero, por otra parte, los
retirada de la candidatura al trono real de España del príncipe Leopoldo de Hohenzollern-Sigmaringen, hijo de Carlos Antonio. La publicación de este
telegrama instigó (casus belli) la guerra Franco-Prusiana, que comenzó el 19 de julio de 1870. El nombre del telegrama se refiere a Bad Ems, que es
un balneario spa situado al este de Coblenza sobre el río Lahn, parte integrante por aquel entonces de Prusia, lugar de residencia y reposo de la realeza
prusiana.
socialdemócratas (revolucionarios) no pueden negar el valor positivo de las guerras
revolucionarias, es decir, de guerras no imperialistas, tales como las llevadas
adelante de 1789 a 1871 por el derrocamiento de la opresión nacional y la creación,
a partir de Estados divididos, de Estados capitalistas nacionales, o incluso eventuales
guerras tendentes a salvaguardar las conquistas de un proletariado victorioso en su
lucha contra la burguesía>> (Op. cit. Lo entre paréntesis nuestro)
Seguidamente, Louis Adolphe Thiers, en ese momento Presidente provisional de la IIIª
República francesa, el 18 de marzo de 1871 ordenó desarmar a los obreros parisinos al mando de
la Guardia Nacional. Lo intentó enviando tropas a la colina de Montmatre, para quitar de allí 200
cañones con el pretexto de que eran propiedad del Estado, cuando en realidad habían sido
comprados por suscripción popular. Pero la tentativa fracasó ante la decidida resistencia de una
multitud de soldados mal preparados, mal alimentados y mal equipados, que contaron con la
solidaridad del pueblo trabajador de París.
El 21 de marzo, el Comité Central de la Guardia Nacional, que asumió provisionalmente
el poder, declaró: <<Los proletarios de la capital, en medio de los fracasos y traiciones de la clase
gobernante, han entendido que ha llegado el momento para ellos, de salvar la
situación tomando en sus manos la dirección de los asuntos públicos. (...) El
proletariado ha entendido que era su deber ineludible y su derecho absoluto, tomar
en sus manos sus destinos y para asegurar el triunfo asume el poder>>. [Journal
officiel de la Commune de Paris (París, Ressouvenances, 1997, 3 vols.)].
Se sintieron tan impulsados por la pasión democrática, como ungidos por el recuerdo del
“derecho a la insurrección” proclamado por la Constitución francesa aprobada en 1793, con la
firme voluntad de resolver la cuestión social de la diferencia de status y el antagonismo entre
las clases. Así fue cómo los asalariados de París inventaron y defendieron, día tras día, una forma
institucional de gobierno inédita en la historia de la humanidad. Se plantearon literalmente, “la
eliminación del antagonismo de clase entre capitalistas y obreros”, para resolver esa
contradicción en la categoría genérica de: “seres humanos”.
Acerca de esta forma en aquellos momentos aparentemente tan confusa, de expresar la
suprema aspiración universal por alcanzar la igualdad real de los seres humanos conviviendo
en sociedad, el 18/03/1891 en su ‘Introducción’ a la obra de Marx: “La guerra civil en Francia”,
Engels explicaba que el triunfo definitivo de la revolución socialista, está necesariamente
jalonado por una larga sucesión de intentos que acaban en fracasos, como condición del no menos
necesario aprendizaje en el camino por alcanzar tal objetivo de igualdad. Ni más ni menos que
como había sucedido con la revolución burguesa, que liberó a la propiedad privada capitalista
de las trabas que suponían a su desarrollo, las ya perimidas relaciones de producción feudales: <<Claro está, nadie sabía cómo se podía conseguir esto (de la igualdad real entre los
seres humanos). Pero la reivindicación misma, por vaga que fuese la manera de
formularla, encerraba ya una amenaza al orden social existente; los obreros que la
plantearon aún estaban armados; por eso, el desarme de los obreros era el primer
mandamiento de los burgueses que se hallaban al timón del Estado. De aquí que
después de cada revolución ganada por los obreros estalle una nueva lucha, que
termina con la derrota de éstos>>. (F. Engels: Introducción a la obra de Marx: “La
Guerra civil en Francia”. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros)
En setiembre de 1870, Marx pensaba que la insurrección anticapitalista era todavía
prematura. Esto mismo es lo que su amigo, el Dr. Ludwig Kugelmann, le dijo en carta del 15 de
abril de 1871 acerca de los obreros de la Comuna, que se estaban por lanzar a una lucha, en su
opinión desesperada con casi ninguna perspectiva de éxito, dada la correlación de fuerzas
totalmente desfavorable. La previsión de lo que puede pasar en una eventual lucha, es el resultado
de una mera actividad del intelecto y del método de pensamiento adecuado a las condiciones
previas del probable enfrentamiento. El problema radica en que la decisión de actuar es política
y no solo depende de la correlación de fuerzas en pugna —que se puede conocer con toda
certidumbre—, sino de las propias circunstancias diversas, algunas de ellas tan imprevisibles
como decisivas, dado que surgen durante la propia lucha. Pero, sobre todo, depende de lo que
implica el propio desiderátum de luchar o claudicar. El heroísmo está, pues, contenido como
posibilidad de resolver la cuestión ante tal alternativa. Teniendo en cuenta estos factores, dos días
después Marx contestó a Kugelmann el 17/04/1871 diciéndole que: <<Desde luego, sería sumamente cómodo hacer la historia universal, si solo se
emprendiera la lucha cuando todas las probabilidades fueran infaliblemente
favorables. Por lo demás, la historia sería totalmente mística, si las “casualidades” no
desempeñaran en ella ningún papel. Naturalmente, estas casualidades entran en el
marco de la evolución general y son, a su vez, compensadas por otras casualidades.
Pero la aceleración o lentitud del movimiento (histórico), dependen mucho de
“casualidades” de este tipo. Y entre ellas figura también esta otra “casualidad”: el
carácter de la gente que se encuentra a la cabeza del movimiento, al principio.
La lamentable casualidad que jugó un papel decisivo, esta vez no debe buscarse
en modo alguno en las condiciones generales de la sociedad francesa, sino en la
presencia en Francia de los prusianos, apostados a las puertas de París. Los parisinos
lo sabían muy bien. Pero tampoco lo ignoraban los canallas burgueses de Versalles.
Por eso pusieron a los parisinos ante la siguiente alternativa: aceptar el reto y luchar
o entregarse sin luchar. En este último caso, la DESMORALIZACIÓN DE LA
CLASE OBRERA hubiera sido una desgracia MUCHO MAYOR que la pérdida de
un número cualquiera de “jefes”. París ha llevado a una nueva fase la lucha de la
clase obrera contra la clase capitalista y su Estado. Cualquiera sea el resultado
inmediato, ha permitido conquistar un nuevo punto de partida de una importancia
histórica universal. Adío>>. (Op. cit. Lo entre paréntesis nuestro)
El día 21 de marzo los resistentes a la invasión emitieron el siguiente comunicado: <<Los proletarios de la capital, en medio de las debilidades y traiciones de las clases
dominantes, comprendieron que había llegado el momento de salvar la situación
haciéndose cargo de la gestión de los asuntos públicos”>>. [Journal officiel de la
Commune de Paris (París, Ressouvenances, 1997, 3 vols.)].
El 23 de marzo tuvo lugar en París una reunión mixta entre la Internacional parisina y la
Cámara Federal de las Sociedades Obreras. Allí Leo Frankel propuso la redacción de un
manifiesto con el fin de reforzar el Comité Central de la Comuna “con toda nuestra fuerza moral”,
donde se dice: <<Los últimos acontecimientos demostraron la fuerza del pueblo de París;
estamos convencidos de que un entendimiento fraternal demostrará bien pronto su
prudencia.
El principio de autoridad vigente es en lo sucesivo impotente para restablecer el
orden en la calle, para hacer renacer el trabajo en el taller, y esta impotencia es su
negación.
La división de los intereses creó la ruina general, engendró la guerra social.
Es a la libertad, a la igualdad y a la solidaridad, a las que hay que pedir que
aseguren el orden sobre nuevas bases, que reorganicen el trabajo que es su condición
primera.
Trabajadores:
La revolución comunal afirma sus principios, suprime toda causa de conflicto en
el porvenir. ¿Vacilaréis en darle vuestra sanción definitiva?
La independencia de la Comuna es la garantía de un contrato social cuyas
cláusulas libremente debatidas harán cesar el antagonismo de las clases y
asegurarán la igualdad social.
Hemos reivindicado la emancipación de los trabajadores y la delegación Comunal
es la garantía, porque debe proporcionar a cada ciudadano los medios para defender
sus derechos, controlar de una manera eficaz los actos de sus mandatarios
encargados de la gestión de sus intereses y determinar la aplicación progresiva de
las reformas sociales.
La autonomía de cada comuna priva de todo carácter opresivo a sus
reivindicaciones y afirma la República en su más alta expresión.
Hemos combatido, hemos aprendido a sufrir por nuestro principio igualitario, no
podríamos retroceder cuando podemos ayudar a colocar la primera piedra del
edificio social.
¿Qué hemos pedido? La organización del crédito, del cambio, de la asociación, a
fin de asegurar al trabajador el valor integral de su trabajo.
La instrucción gratuita, laica e integral.
El derecho de reunión y asociación, la libertad absoluta de la prensa y la del
ciudadano.
La organización desde el punto de vista municipal de los servicios de policía, de
la fuerza armada, de la higiene, de la estadística, etc.
Hemos sido juguetes de nuestros gobernantes, nos hemos dejado incorporar a su
juego, cuando acariciaban sucesivamente a todas las facciones cuyos antagonismos
aseguraban su existencia.
Hoy, el pueblo de París es clarividente, rehúsa ese papel de niño dirigido por el
preceptor, y en las elecciones municipales, producto de un movimiento del que él
mismo es autor, recordó que el principio que preside la organización de un grupo,
de una asociación, es el mismo que debe regir la sociedad entera, y, como rechazó
todo administrador o presidente impuesto por un poder, fuera de su seno, rechazará
todo alcalde, todo prefecto impuesto por un gobierno extraño a sus aspiraciones.
Un entendimiento fraternal demostrará la sabiduría de París… el principio de
autoridad es en lo sucesivo impotente… El trabajo es la condición primera del
orden…la independencia de la Comuna es la garantía de un contrato cuyas
cláusulas, libremente debatidas, harán cesar el antagonismo de las clases y
asegurarán la igualdad social… La delegación comunal es la garantía de la
emancipación de los trabajadores… la garantía para el trabajador del valor integral
de su trabajo… La organización del crédito, del cambio, de la instrucción>>. Libro-
comuna-2edicoin-IMPRENTA.pdf Pp. 33 y sgtes.
El 26 de marzo fueron elegidos los representantes a cargo de la Comuna de París. Un
mandato al que se le decidió conferir un carácter político revocable en cualquier momento por
el pueblo, aplicable a cualquiera de sus miembros. Fue esta una facultad democrática todavía
desconocida, que la burguesía jamás se atrevió a poner en vigor ni lo hará, porque atenta contra
su estabilidad como clase dominante frente a las mayorías sociales, a las que necesita dominar,
precisamente por su interés en que prevalezca la desigualdad social que es el suelo nutricio de
su existencia como tal clase dominante24. A diferencia de los políticos al uso que todavía
perduran, con esta medida y aunque por un momento, la Comuna quebró esa continuidad
burocrática, evitando que los aspirantes a representar los intereses generales, pudieran ocultar
sus verdaderas ideas y propósitos, tal como desde la caída de la Comuna, sí han podido seguir
haciéndolo sistemáticamente y de modo impune25.
24 Así lo permite, por ejemplo, en España, el artículo 92 de la Constitución urdido en 1976, que la ciudadanía de este país aprobó con los ojos cerrados
en 1978, consintiendo que todo referéndum deba ser convocado por el Rey, a propuesta del Presidente del Gobierno de turno y previa autorización del
Congreso de los diputados. Un triple filtro a modo de obstáculo, para impedir el pleno ejercicio de la soberanía popular, que es la esencia de la
democracia. Así lo denunciamos a propósito de la abdicación del Rey Borbón Juan Carlos I a principios de junio de 2014. 25 Sin ir más lejos, el caso del Partido Popular en España es proverbial. Tras alzarse con la mayoría absoluta de los votos durante las elecciones
generales el 20 de noviembre de 2011, orientó su acción de gobierno en sentido descaradamente opuesto a todo lo que prometió.
Dos días después, el Comité Central de la Guardia Nacional, que hasta entonces había
ejercido el gobierno, dimitió en favor de la Comuna. El día 30, se abolió la conscripción y el
ejército permanente, declarando como única fuerza armada a la Guardia Nacional, en la que
debían enrolarse todos los ciudadanos capaces de empuñar las armas.
La verdadera libertad y auténtica emancipación del trabajo asalariado, es
absolutamente incompatible con la propiedad privada de los medios de producción, fundamento
económico de la diferencia de status vital entre clases sociales, y del consecuente dominio
político de unas sobre otras, lo cual convierte el trabajo de muchos en riqueza de unos pocos. Así
lo comprendieron los miembros de la Comuna y por eso se propusieron reducir los medios de
producción a “simples instrumentos del trabajo libre y asociado”
Consecuentemente y ante la deplorable situación sanitaria y económica que afrontaba el
país, la Comuna decidió la distribución de “bonos de pan”, la apertura de “hornos económicos”
y “ollas” para alimentar a la ciudadanía todavía bajo asedio militar de las tropas prusianas; se
prohibió desalojar a los inquilinos deudores entre octubre de 1870 y abril de 1871, abonando a
futuros pagos de alquileres las cantidades ya pagadas durante ese período; estas medidas
permitieron suspender el empeño de objetos en el Monte de Piedad y la extensión de la moratoria
a los títulos comerciales, para evitar la quiebra de los comerciantes que no podían pagar sus
deudas.
El 1 de abril se aprobó que el sueldo máximo a percibir por cada funcionario de la Comuna
—y todos sus demás miembros—, no excediera los 6.000 francos (4.800 marcos). Al día
siguiente, la Comuna decretó la separación entre la Iglesia y el Estado, así como la supresión de
todas las asignaciones estatales para fines religiosos, y la transformación de todos los bienes de
la Iglesia en propiedad pública nacional; como consecuencia de esto, el 8 de abril se ordenó
eliminar de las escuelas todos los símbolos religiosos, imágenes, dogmas, oraciones, en una
palabra, "todo lo que pertenece a la órbita de la conciencia individual", orden que fue
aplicándose gradualmente.
La educación pasó a ser laica, gratuita y obligatoria. Los programas de estudios fueron
confeccionados por los propios profesores. Se creó una escuela de Formación Profesional en
donde los obreros daban clases prácticas a los alumnos. Se abrieron guarderías para cuidar a los
hijos de las trabajadoras. También en el plano educativo se destacó la Asociación Republicana
de Escuelas con el propósito de crear en las universidades un estímulo basado en el pensamiento
libre y el conocimiento científico. En el mundo del arte y cultural aparecieron una gran cantidad
de asociaciones para la promoción del teatro y las bibliotecas
Los ciudadanos extranjeros fueron reconocidos como nacionales e incluidos en este
proceso de emancipación. Muchos de ellos habían luchado junto a las tropas francesas luego de
la proclamación de la Tercera República el 4 de septiembre de 1870. Por ejemplo: Garibaldi y
sus “camisas rojas”, pero también belgas, polacos, rusos, etc. Y los que de ellos fueron elegidos
para integrar el Comité central de la Comuna, el día 30 de marzo, como fue el caso de Leo
Frankel, fueron todos ellos ratificados en sus cargos: <<Considerando que la bandera de la Comuna es la de la república universal;
considerando que toda ciudad tiene derecho a dar el título de ciudadanos a los
extranjeros que la sirven […], la Comisión considera que los extranjeros pueden ser
admitidos>>. (“Informe de la Comisión Electoral” 30 de marzo de 1871).
En la Comuna se demostró, además, que la lucha por la emancipación del pueblo incluyó
la emancipación de las mujeres, para elevar sus derechos al mismo nivel que los derechos de los
hombres en un solo combate. De este modo, la distinción por sexo fue cuestionada por la Unión
de Mujeres para la Defensa de Paris, dirigida por Elizabeth Dmitrieff y Nathalie Le Mel,
argumentando que tal discriminación jurídica: <<…se crea y se sostiene sobre la misma distinción y el odioso antagonismo en el que
descansan los privilegios de las clases dominantes…>> (“Programa del 11 de abril de
1871”. Citado por Maïté Albistur y Daniel Armogathe en: “Histoire du féminisme
français”. París, Des Femmes, 1977, tomo 2).
Los comuneros también se ocuparon de las artes. Por iniciativa del pintor Gustave
Courbet, tras una reunión pública que congregó a más de cuatrocientas personas, el 13 de abril
se creó una Federación de Artistas de París, en cuyo “manifiesto” se declaró que: <<Este gobierno del mundo de las artes por parte de los artistas” (tiene la misión de)
conservar los tesoros del pasado, concretar y poner de relieve todos los elementos del
presente, para regenerar el futuro a través de la educación>> (Citado por Gérald
Dittmar en: “Histoire de la Commune de Paris de 1871”, París, Ed. Dittmar/2008)
Tanto la dirección de la Comuna como la del Comité Central de la Guardia Nacional y el
Consejo Comunal, estaban integradas por una minoría de la Primera Internacional y una
mayoría de blanquistas y seguidores de Proudhon. Louis Auguste Blanqui pensaba que las masas
del pueblo por sí mismas, eran incapaces de toda iniciativa para llevar adelante una revolución
social y que, por tanto, necesitaban de una elite revolucionaria que las dirigiera, a través de la
agitación social y la conspiración. Esta idea conspirativa y burocrática de la práctica política, le
sugirió a Blanqui crear organizaciones secretas, como la “Sociedad de Familias”, la “Sociedad
de amigos del pueblo” y la “Sociedad de Estaciones”. Su participación en diversas intentonas
insurreccionales le condujo durante breves temporadas a la cárcel en 1831 y 1836. Por su parte,
Pierre-Joseph Proudhon, fue uno de los padres del pensamiento anarquista junto a Bakunin y
Kropotkim, contrarios a cualquier asociación obrera o Estado. Durante los episodios de la
Comuna, a Marx y Engels les resultó irónico y curioso comprobar que, tanto en la dirección del
Comité Central de la Guardia Nacional, como en la del Concejo Comunal, la mayoría de
anarquistas y blanquistas hubieran aceptado someterse a las directivas democráticamente
impulsadas por la abultada mayoría de integrantes en ambos organismos, a los cuales
implícitamente reconocieron en contra de sus propias ideas elitistas y anarquistas.
La Comuna convirtió al parlamento tradicional en una corporación de trabajo, al mismo
legislativa y ejecutiva. Tanto la policía como el ejército dejaron de ser instrumentos en manos
del poder ejecutivo de turno, para depender directamente de la Comuna, pasando a ser
responsables ante ella. Y sus mandos revocables en todo momento:
Lo mismo se hizo con los funcionarios de las demás ramas de la administración.
Desde los miembros de la Comuna para abajo, todos los servidores públicos
debieron devengar salarios de obreros. Los intereses creados y los gastos de
representación de los altos dignatarios del Estado desaparecieron con los altos
dignatarios mismos. Los cargos públicos dejaron de ser propiedad privada de los
testaferros del Gobierno central. En manos de la Comuna, se puso no solamente la
administración municipal, sino la provincial e incluso la central ejercida hasta
entonces por el Estado.
Una vez suprimidos el ejército permanente y la policía, que eran los elementos de la
fuerza física del antiguo Gobierno, la Comuna tomó medidas inmediatamente para
destruir la fuerza espiritual de represión, el "poder de los curas", decretando la
separación de la Iglesia y el Estado y la expropiación de todas las iglesias como
corporaciones poseedoras. Los curas fueron devueltos al retiro de la vida privada, a
vivir de las limosnas de los fieles, como sus antecesores, los apóstoles. Todas las
instituciones de enseñanza fueron abiertas gratuitamente al pueblo y al mismo
tiempo emancipadas de toda intromisión de la Iglesia y del Estado. Así, no sólo se
ponía la enseñanza al alcance de todos, sino que la propia ciencia se redimía de las
trabas a que la tenían sujeta los prejuicios de clase y el poder del Gobierno
También los funcionarios judiciales debían perder aquella fingida independencia
que sólo había servido para disfrazar su abyecta sumisión a los sucesivos gobiernos,
ante los cuales iban prestando y violando, sucesivamente, el juramento de fidelidad.
Igual que los demás funcionarios públicos, los magistrados y los jueces habían de ser
funcionarios electivos, responsables y revocables>> (K. Marx: “La Guerra civil en
Francia” Cap. III Pp. 64).
¿Cómo explicó Marx en términos generales lo actuado por la Comuna de París hasta este
punto de nuestro relato?: <<La clase obrera no esperaba de la Comuna ningún milagro. Los obreros no
tienen ninguna utopía lista para implantarla par décret du peuple26. Saben que para
conseguir su propia emancipación, y con ella esa forma superior de vida hacia la que
tiende irresistiblemente la sociedad actual por su propio desarrollo económico,
tendrán que pasar por largas luchas, por toda una serie de procesos históricos, que
transformarán las circunstancias y los hombres. Ellos no tienen que realizar
ningunos ideales, sino simplemente dar rienda suelta a los elementos de la nueva
sociedad que la vieja sociedad burguesa agonizante lleva en su seno. Plenamente
consciente de su misión histórica y heroicamente resuelta a obrar con arreglo a ella,
la clase obrera puede mofarse de las burdas invectivas de los lacayos de la pluma y
de la protección pedantesca de los doctrinarios burgueses bien intencionados, que
vierten sus ignorantes vulgaridades y sus fantasías sectarias con un tono sibilino de
infalibilidad científica>>. (K. Marx: “La Guerra civil en Francia” Cap. III Pp. 71)
El 27 de abril, en un hipócrita y taimado gesto de aparente intención conciliatoria, desde
la tribuna de la Asamblea Nacional Adolphe Thiers pidió a los sublevados que abandonaran su
actitud prometiéndoles indulgencia: <<…¡que aquellas manos suelten las armas infames que empuñan y el castigo se
detendrá inmediatamente mediante un acto de paz del que sólo quedará excluido un
puñado de criminales! Y como los "rurales" le interrumpieran violentamente,
replicó: "Decidme, señores, os lo suplico, si estoy equivocado. ¿De veras deploráis que
yo haya podido declarar aquí que los criminales no son en verdad más que un
puñado? ¿No es una suerte, en medio de nuestras desgracias, que quienes fueron
capaces de derramar la sangre de Clément Thomas y del general Lecomte sólo
representan raras excepciones?>> (Op. cit.)27.
Sin embargo, puesta a consideración de la Comuna, esta engañosa oferta de paz de Thiers
fue rechazada por amplia mayoría: <<De los 700.000 concejales elegidos en los 35.000 municipios que aún conservaba
Francia, los legitimistas, orleanistas y bonapartistas coligados no obtuvieron siquiera
8.000. Las diferentes votaciones complementarias arrojaron resultados aún más
hostiles. De este modo, en vez de sacar de las provincias la fuerza material que tanto
necesitaba, la Asamblea perdía hasta su último título de fuerza moral: el de ser
expresión del sufragio universal de la nación. Para remachar la derrota, los
ayuntamientos recién elegidos amenazaron a la Asamblea usurpadora de Versalles
con convocar una contra-asamblea en Burdeos>> (Ibíd).
26 Por decreto del pueblo. 27 La Asamblea de los "rurales " es el nombre despectivo que se le dio a la Asamblea Nacional Francesa de 1871, integrada en su mayor parte por
monarquistas reaccionarios: terratenientes de provincia, funcionarios, rentistas y comerciantes elegidos por los distritos rurales.
Desbaratada su maniobra, Thiers envió a Frankfort dos delegados plenipotenciarios, para
que aceptaran sin regateos las leoninas condiciones de paz con Alemania, impuestas por su
canciller y virtual vencedor, el mariscal Otto Von Bismarck. Se trataba de sufragar el gasto de
mantener el medio millón de efectivos militares alemanes en suelo francés, como garantía de
triunfo del contubernio aristocrático-burgués frente al más que seguro enfrentamiento con
el proletariado unido en la Comuna. Además del pago por indemnización en concepto de deuda
de guerra (siempre a cargo del perdedor) de cinco mil millones de Francos, más el 5 por ciento
de interés por los pagos aplazados. Todo ello, como una de las cláusulas del tratado preliminar
de paz concluido entre Francia y Alemania en Versalles, el 26 de febrero de 1871. En este punto
Marx pregunta y seguidamente responde: <<¿Quién iba a pagar esta cuenta? Sólo derribando violentamente la República
(sostenida exclusivamente por la Comuna) podían los monopolizadores de la riqueza
(en Francia) confiar en echar sobre los hombros de los productores de la misma (los
asalariados), las costas de una guerra que ellos, los monopolizadores, habían
desencadenado (por conservar o conquistar privilegios dinásticos). Y así, la incalculable
ruina de Francia estimulaba a esos patrióticos representantes de la tierra y del
capital, a empalmar ante los mismos ojos del invasor y bajo su alta tutela, la guerra
exterior con una guerra civil, con una rebelión de los esclavistas (deliberadamente
provocada)>>. (Ibíd. Cap. I. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros)
Esa cuenta que no debieron pagar pero finalmente pagaron las mayorías asalariadas
francesas (además de la sangre que derramaron sus hermanos de clase luchando hasta la muerte
por defender los ideales de la Comuna), incluyó, naturalmente, los doscientos millones de
francos que Thiers y demás secuaces suyos (Jules Favre, Ernesto Picard, Agustín Pouyer-
Quertier y Jules Simon), se repartieron en concepto de comisión por gestionar ante Alemania
un préstamo al Estado francés de dos mil millones de francos, bajo la condición de que tal coima
no se hiciera efectiva, hasta después de conseguirse la “pacificación de París” por las tropas
prusianas. ¿Cuántos crímenes y actos de corrupción política desde el poder —como éste—, se
han podido venir cometiendo impunemente en nombre de esa bendita palabra: naturaleza, cuyo
significado bajo el capitalismo tanto se parece a esta otra: facilidad?
Esto demuestra que los comuneros de Paris no solo debieron luchar por su emancipación
social como asalariados contra sus patronos franceses, sino también contra los alemanes,
obligados así a convertir, por primera vez, una guerra entre países en una guerra entre clases
sociales de esos países. O sea que Francia negoció su capitulación ante Alemania, a cambio de
que ésta le ayude en su lucha contra el pueblo francés insurrecto, lo cual significa que ambas
burguesías nacionales se comportaron como una clase social de carácter internacional.
Y, en efecto, estábamos en que Thiers había designado a dos enviados de su confianza
política personal: Jules Favre y Agustín Pouyer-Quertier (cobeneficiarios de la comisión por
el préstamo), para tratar con el máximo mandatario alemán las condiciones bajo las cuales, este
país apoyaría con sus fuerzas militares a la burguesía francesa, para que pudiera resolver
convenientemente su conflicto nacional con sus propios asalariados insumisos organizados en la
Comuna en París: <<A la llegada a Francfort de esta magnífica pareja de delegados plenipotenciarios,
el brutal Bismarck los recibió con este dilema categórico: "¡O la restauración del
Imperio (feudal napoleónico en Francia), o la aceptación sin reservas de mis
condiciones de paz!". Entre estas condiciones entraba la de acortar los plazos en que
había de pagarse la indemnización de guerra y la prórroga de la ocupación de los
fuertes de París por las tropas prusianas, mientras Bismarck no estuviese satisfecho
con el estado (político-institucional) de cosas reinante en Francia. De este modo,
Prusia era reconocida como supremo árbitro de la política interior francesa. A
cambio de esto, ofrecía soltar, para que exterminase a París, al ejército bonapartista
que tenía prisionero y prestarle el apoyo directo de las tropas del emperador
Guillermo. Como prenda de su buena fe, se prestaba a que el pago del primer plazo
de la indemnización se subordinase a la "pacificación" de París. Huelga decir que
Thiers y sus delegados plenipotenciarios se apresuraron a tragar esta sabrosa
carnada. El Tratado de Paz fue firmado por ellos el 10 de mayo y ratificado por la
Asamblea de Versalles el 18 del mismo mes>>. (Ibíd. Cap. IV. Lo entre paréntesis y el
subrayado nuestros)
En ese momento, al mando del ejército francés estaba otro aristócrata, el general Marie
Edmé Patrice Maurice de Mac-Mahon, conde de Mac Mahon, duque de Magenta y mariscal
de Francia, recién nombrado por Napoleón III. Todavía el día 8 de mayo, respondiendo a la
inquietud de una comisión integrada por conciliadores de clase media, Thiers respondía: <<Tan pronto como los insurrectos se decidan a capitular, las puertas de París se
abrirán de par en par durante una semana para todos, con la sola excepción de los
asesinos de los generales Clément Thomas y Claude Lecomte>>. (Ibíd)
Pocos días después, interpelado por los monarquistas reaccionarios —llamados
“rurales”—, acerca de tales promesas de reconciliación con el pueblo sublevado de Paris, Thiers
respondió: <<Os digo que entre vosotros hay hombres impacientes, hombres que tienen
demasiada prisa. Que aguarden otros ocho días; al cabo de ellos, el peligro habrá
pasado y la tarea estará a la altura de su valentía y capacidad>> (Ibid)
Cuando Mac-Mahón le garantizó estar en disposición de entrar en París, Thiers declaró
ante la Asamblea que: <<…entraría en París con la ley en la mano y exigiendo una expiación cumplida a
los miserables que habían sacrificado vidas de soldados y destruido monumentos
públicos>>. (Ibíd)
Pero llegado el proceso al momento decisivo, se dejó de medias tintas y anunció lo que
había venido escamoteando ante la Asamblea Nacional: <<“¡Seré implacable!”; a París, le dijo que no había salvación para él; y a sus
bandidos bonapartistas que se les daba carta blanca para vengarse de París a
discreción. Por último, cuando el 21 de mayo la traición abrió las puertas de la
ciudad al general Félix Douay, Thiers pudo desvelar el día 22 a los "rurales", el
verdadero "objetivo" de su comedia de reconciliación, que tanto se habían obstinado
en no comprender: "Os dije hace pocos días que nos estábamos acercando a nuestro
objetivo; hoy vengo a deciros que el objetivo está alcanzado. ¡El triunfo del orden, de
la justicia y de la civilización se consiguió por fin!">> (Ibíd)28.
Hay que leer el primer capítulo de esta obra de Marx, para conocer la trayectoria del señor
Thiers, de cuyos émulos en estos días tenemos ejemplares a punta de pala, ocupando los más
altos cargos en la sociedad civil y en los Estados Nacionales del Mundo entero. Todos ellos de
una hechura moral y política, a la exacta medida del sistema explotador, corrupto y genocida
que los diseñó. ¿Qué ha cambiado al respecto desde entonces?
El 7 de abril, después de tomar con sus tropas los fuertes de París venciendo la heroica
resistencia de la Guardia Nacional leal a la Revolución, Thiers acordó con Bismarck que éste
libere los 60 mil soldados franceses que había hecho prisioneros en Sedán, lo cual dio al Gobierno
de Versalles una superioridad decisiva. En la primera quincena de mayo el frente sur capituló. El
28 Félix Charles Douay: General francés. Comandante en jefe del VII cuerpo de ejército durante la guerra Franco-Prusiana. Tras sufrir la primera
derrota en la frontera con Alsacia, pasó a servir en las tropas al mando del General Mac-Mahón.
21, los Versalleses, dirigidos por el General Gastón de Galliffet, entraron en París por el norte a
través de una brecha abierta por el ejército prusiano.
Durante ocho días, los combates hicieron estragos en los barrios obreros; los últimos
combatientes de la Comuna cayeron como moscas en las colinas de Belleville y Ménilmontant.
Pero la represión sangrienta sobre los comuneros no paró allí. Faltaba todavía que la clase
dominante francesa pudiera disfrutar de su triunfo desatando su odio vengativo contra un
proletariado desarmado y vencido, contra esta “vil chusma” que había tenido la audacia de
rebelarse contra su dominación de clase: mientras las tropas de Bismarck ejecutaban la orden de
no dejar pasar a ningún fugitivo, las hordas de Galliffet perpetraban masacres masivas de
hombres, mujeres y niños indefensos: cientos fueron asesinados bajo metralla incluso sin previo
aviso. El balance final de la lucha entre el 03 de abril y el 31 de mayo, fue de unos 30.000 muertos
o ejecutados, 7.000 deportados a penales improvisados en Nueva Caledonia, y la ciudad de París
sometida a la ley marcial durante cinco años.
Hippolyte Prosper-Olivier Lissagaray (1838-1901), fue un filólogo e historiador francés,
republicano y socialista independiente coetáneo de Marx y Engels, cuyo nombre ha trascendido
por su participación activa en la Comuna de Paris y sus artículos periodísticos de oposición al II
Imperio Francés, razón por la cual debió exiliarse en Londres, donde contactó con el entorno de
Karl Marx. Su obra: “Histoire de la Commune de 1871”, editada en Bruselas por Henry
Kistemaeckers y que se prohibió en Francia, fue traducida al inglés por Eleonora, la hija
pequeña de Marx. A continuación presentamos el texto donde Hippolyte exhorta a responder los
siguientes interrogantes: << ¿He velado los actos, he ocultado las faltas del vencido? ¿He falseado los actos de
los vencedores?
Que el contradictor se levante, pero con pruebas. Los hechos sentencian: basta
resumirlos para extraer las conclusiones.
¿Quién luchó constantemente, solo a menudo, frecuentemente en la calle, contra el
Imperio, contra la guerra del 70, contra la capitulación del 71? ¿Quién sino el
pueblo?
¿Quién creó la situación revolucionaria del 18 de marzo, quién pidió la ejecución de
París, quién precipitó la explosión, quién sino la Asamblea rural y el señor Thiers?
¿Qué es el 18 de marzo sino la respuesta instintiva de un pueblo abofeteado? ¿Dónde
hay el menor rastro de complot, de secta, de cabecillas?
¿Qué otro pensamiento que el de: ¡Viva la República!?
¿Qué otra preocupación que la de erigir una municipalidad republicana contra una
asamblea realista?
¿Es cierto que el reconocimiento de la República, la promulgación de una buena ley
municipal, la derogación de los ruinosos decretos, en los primeros días, lo hubiera
pacificado todo, y que Versalles lo negó todo?
¿Es cierto que París nombró su Asamblea comunal con una de las votaciones más
numerosas y más libres que jamás se hayan emitido?
¿Es cierto que Versalles atacó a París sin haber sido provocado, sin intimación, y
que desde el primer choque Versalles fusiló a los prisioneros?
¿Es cierto que los intentos de conciliación procedieron siempre de París o de las
provincias, y que Versalles los rechazó siempre?
¿Es cierto que, durante dos meses de lucha y de dominación absoluta, los federados
respetaron la vida de sus prisioneros de guerra, de todos sus enemigos políticos?
¿Es cierto que, desde el 18 de marzo hasta el último día de la lucha, los federados no
tocaron los inmensos tesoros que tenían en su poder, y que se contentaron con una
paga irrisoria?
¿Es cierto que Versalles fusiló por lo menos a diecisiete mil personas, en su mayor
parte ajenas a la lucha, entre ellas mujeres y niños, y que detuvo a cuarenta mil
personas por lo menos, para vengar los muros incendiados, la muerte de sesenta y
cuatro rehenes, la resistencia a una Asamblea realista?
¿Es cierto que hubo millares de condenados a muerte, a presidio, a la deportación,
al destierro, sin juicio serio, condenados por los oficiales vencedores, en virtud de
órdenes cuya iniquidad fue reconocida por los gobiernos más conservadores de
Europa?
¡Que respondan los hombres justos! ¡Que digan de qué lado está lo criminal, lo
horrible, si del lado de los asesinados o de los asesinos, de los “bandidos” federados
o de los “civilizados” de Versalles!
¡Que digan cuál es la moralidad, la inteligencia política de una clase gobernante, que
pudo reprimir de esta suerte una sublevación como la del 18 de marzo!>>
La revista “Rebelión” ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una
licencia de creative commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
10. La Traición de los mencheviques al marxismo: 1905-1912 <<La gran burguesía, siempre antirrevolucionaria,
ha concertado una alianza ofensiva y defensiva con la
reacción (aristocrático-feudal) por miedo al pueblo, es
decir, a los obreros y a la burguesía democrática>> (K.
Marx en: “La Gaceta Renana” 18/03/1848. Texto citado por
V. I. Lenin en: “Dos tácticas de la socialdemocracia en la
revolución democrática”. Cap. III: El punto de vista burgués
vulgar y la concepción de Marx acerca de la dictadura
democrática. Junio-julio de 1905. Lo entre paréntesis
nuestro)
En este pasaje de su artículo —citado por Lenin—, Marx entendió por “burguesía
democrática” refiriéndose a los campesinos arrendatarios, interesados en sacudirse la explotación
y opresión de que eran objeto por parte de la minoría aristócrata-terrateniente rusa a cargo del
aparato estatal zarista, a través de la renta territorial y las cargas tributarias del Estado a su cargo.
Esas exacciones de carácter parasitario, despilfarradas por aquellos acaudalados parásitos
sociales en el poder, evitaban la mecanización del campo y el consecuente desarrollo de las
fuerzas productivas en el conjunto de la sociedad rusa.29
La revolución francesa de 1789 consistió, precisamente, en la alianza entre el proletariado
de Paris y los campesinos sin tierra que demandaban sus derechos. La confiscación de la tierra a
la nobleza y su distribución en propiedad privada entre la mayoría social campesina en Francia,
al combinarse con la libertad de comercio, acabó con el feudalismo y estimuló el desarrollo
capitalista en el campo. Como consecuencia de tal revolución agraria, la diferenciación social en
el agro entre propietarios de los medios de producción y asalariados rurales, combinada con el
normal progreso de la productividad del trabajo, determinó que buena parte de esa población
rural acabara siendo expulsada del campo y pasara a engrosar las filas del proletariado urbano al
servicio de la burguesía industrial incipiente, según la Ley general de la acumulación
capitalista30.
Para ilustrar acerca del distinto curso de la revolución burguesa en Francia respecto de
Alemania, Lenin sigue citando a Marx en otro artículo suyo, publicado por la Gaceta Renana
fechado el 29 de julio de 1848, donde dice:
29 Para comprender esto, hay que tener en cuenta que la renta territorial es una detracción parasitaria que los dueños de las tierras arrendadas, sustraen
a los propietarios de la masa de capital invertida en la explotación del trabajo agrícola-ganadero. 30 Dado que la tierra es el único factor material de la producción, geográficamente limitado por la propia naturaleza y que no se puede reproducir
a voluntad, como las maquinas, por ejemplo, el desarrollo capitalista de la fuerza productiva del trabajo sobre ella, determina que la población rural
disminuya absolutamente de forma creciente.
<<El 04 de agosto de 1789, tres semanas después de la toma de la bastilla, el
pueblo francés, en un solo día, acabó con todas las cargas impositivas feudales.
El 11 de julio de 1848, cuatro meses después de las barricadas de marzo, las
cargas tributarias feudales vencieron al pueblo alemán. Teste Gierke cum
Hansemanno31.
La burguesía francesa de 1789 no abandonó ni por un minuto a sus aliados, los
campesinos. Sabía que su dominación se basaba en la liquidación del feudalismo
en el campo, en la creación de una clase campesina de propietarios libres.
La burguesía alemana de 1848 (más débil y cobarde que la francesa en 1789),
traicionó sin ningún escrúpulo a los campesinos, sus aliados más naturales, que son
carne de su carne y sin los cuales es impotente contra la nobleza”. (Op. cit.)
Pues bien, tal como para Marx y Engels a mediados del siglo XIX, para Lenin y los
bolcheviques a principios del siglo XX en modo alguno se trataba de implantar el socialismo
en Rusia, sino la República burguesa democrática basada en la alianza entre el proletariado
urbano y los campesinos que aspiraban a la propiedad de las tierras sobre las que trabajaban,
todavía en manos de la nobleza terrateniente: <<El éxito de la insurrección campesina, la victoria de la revolución democrática,
solo desbrozará el camino para una (futura) lucha decidida y auténtica por el
socialismo sobre la base de la república democrática. Los campesinos como clase
poseedora de tierras, desempeñarán en esas luchas el mismo papel de traición, de
inestabilidad, que ahora desempeña la burguesía en la lucha por la democracia.
Olvidar esto es olvidar el socialismo, engañarse a sí mismo y engañar a los demás
respecto a los verdaderos intereses y objetivos del proletariado>> (V. I. Lenin: “Dos
tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática”. Epílogo. Punto III: El
punto de vista burgués vulgar y la concepción de Marx acerca de la dictadura
democrática. Pp. 312)
La diferencia entre mencheviques —precursores del stalinismo— y los bolcheviques,
aparece aquí meridianamente clara. Los mencheviques jamás se interesaron estratégicamente por
enlazar la revolución burguesa con la revolución socialista, en una dinámica de revolución
permanente. Su interés pasó siempre por la imposible tarea de eternizar al capitalismo,
pensando que, para eso bastaba con asumir la representación política del pequeño y mediano
explotador de trabajo ajeno. Como si la reproducción cíclica de tal sistema de vida, fuera
históricamente incompatible, con la concentración del capital global en cada vez menos
propietarios. Tal es el andrajoso concepto con que los socialdemócratas residuales de hoy,
siguen engañando a sus clientelas electorales de extracción asalariada, que todavía se dejan
embaucar con el cuento del capitalismo perfectible.
Para confirmar la identidad de propósitos entre los socialdemócratas a principios del siglo
XX con los de hoy, basta con remitirse al segundo Congreso del por entonces “Partido Obrero
Socialdemócrata” ruso (POSDR), celebrado entre los meses de julio y agosto de 1903. Aquí es
donde la pequeñoburguesía política plantó la semilla de la discordia que dividió al partido entre
dos tendencias, la tradicional o reformista —liderada por Georgii Plejanov—, y la efectivamente
revolucionaria liderada por V. I. Lenin, que rompió con aquella tradición al incorporar las
enseñanzas de la revolución europea en 1848, al proceso revolucionario ruso de principios del
siglo XX. Confrontación cuya deriva natural culminaría, con la ruptura orgánica definitiva del
movimiento político marxista ruso entre mencheviques y bolcheviques en 1912.
31 <<“Testigos: el señor Gierke y el señor Hansemann”. Hansemann fue un ministro del partido de la gran burguesía (en Rusia Trubeskoy o Rodichev,
etc.). Gierke: ministro de agricultura del gobierno Hansemann, elaboró un proyecto, un proyecto “audaz”, cuya aparente “abolición sin indemnización
de las cargas tributarias feudales”, en realidad abolía las cargas tributarias pequeñas y sin importancia, pero conservaba las cargas tributarias esenciales
o fijaba compensación para las mismas. El señor Gierke es algo así como los señores Kablukov, Manuilov y Guertsenstein rusos y similares amigos
liberales burgueses del mujik (campesinado medio), que quieren la “ampliación de la propiedad territorial campesina”, pero sin perjudicar a los
terratenientes. (Lenin: Op. cit.)
En ese Congreso de 1903, esas dos fracciones dirimieron sus discrepancias estratégicas
durante la discusión para definir los estatutos del Partido, en el sentido de si debía orientar su
accionar político según pautas de acción política científicamente fundamentadas y, por tanto,
inamovibles, o si debía primar en ella la plena “libertad de crítica” sin límites. Los mencheviques
se abrazaron a esta última posición. Los bolcheviques, por el contrario, sostuvieron que allí donde
un colectivo de personas se proponen revolucionar una sociedad decadente y con tal fin se
organizan, si allí se permite que prevalezca la “libertad de expresión y crítica individual” sin
límites, es inevitable que tal organización acabe diluyéndose, hasta desaparecer en el caos de la
múltiple diversidad de “libres” opiniones, donde finalmente acaban fatalmente gravitando las
ideas de la sociedad todavía dominante.
Para comprender estas discrepancias, es necesario distinguir entre lo que debe ser un
partido político y lo que es un Estado nacional. A un partido político pertenecen quienes, por
deliberada voluntad propia y pleno conocimiento de causa, adhieren a determinados principios
ideológicos y orgánicos. Unos principios que le caracterizan y no pueden ser objeto de revisión,
sin perder su identidad como tal partido. Por tanto, la libertad de pensamiento y acción política
democrática en su interior, está condicionada por esos principios políticos y organizativos
inamovibles. A un Estado nacional, por el contrario, pertenecen todos los sujetos nacidos en su
territorio, independientemente de sus ideales políticos, de modo tal que allí, tanto la libertad de
pensamiento y expresión, como de acción política, deben ser rigurosamente irrestrictas, y esto es
lo que distingue a un Estado democrático de otro que no lo es.
Pues bien, lo que por entonces palpitaba cada vez con más fuerza en el centro de esta
disputa aparentemente estatutaria dentro del Partido Socialdemócrata ruso, era precisamente,
que los mencheviques seguían abrazados a la tesis evolucionista del capitalismo, que Marx y
Engels habían sostenido en el “Manifiesto” hasta la Revolución europea de 1848. Tesis que,
tras haber hecho el balance de aquellos acontecimientos, ambos acordaron en revisar
autocríticamente en 1850 formulando los principios de la “revolución permanente”, es decir,
que el proletariado debería ser quien asumiera el poder político, para garantizar que se
complete el proceso de la revolución social burguesa sin nuevas interrupciones por parte de la
reacción aristocrático-feudal, como condición ineludible de asegurar el control de la posterior
transición del capitalismo al socialismo.
En ese Segundo Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata ruso (POSDR Ver Pp.
247), los mencheviques —futuros stalinistas en el poder soviético desde 1924 hasta 1989—,
optaron por ignorar esa lección de la historia que Marx y Engels aprendieron en el curso de
su experiencia personal durante los acontecimientos de 1848, muy especialmente los sucesos
de junio. Y esta enseñanza es, en el fondo, precisamente la que Lenin y los bolcheviques
trasladaron a las deliberaciones de ese Segundo Congreso a propósito de los estatutos del partido,
que giró en torno de los requisitos para considerar a una persona miembro del partido.
Los bolcheviques sostenían que para discernir sobre esta cuestión, había que trazar una
línea divisoria entre charlatanes y obreros conscientes. Por el contrario, los mencheviques
propusieron abrir las puertas de la organización tanto a unos como a otros. En la votación los
mencheviques ganaron por 28 votos a 22. En el fondo, lo que reprochaban estatutariamente a los
bolcheviques, era su propósito político que calificaron de “conspirativo”, acusándoles de
pretender consumar la revolución social proletaria sin esperar a que la burguesía lidere y
supuestamente complete por sí y ante sí su desarrollo económico, como condición no menos
presuntamente necesaria, para recién entonces encarar la realización del socialismo. Esto
mismo es lo que había venido sosteniendo el alemán socialdemócrata Eduard Bernstein desde
1898, en: “Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia”, que fue
seguramente quien reforzó las posiciones mencheviques en aquél congreso de 1903.
Por tanto, de lo que —según los mencheviques— había que convencer a los asalariados
rusos, es que apoyasen a la burguesía en su “lucha” contra la autocracia zarista en manos de la
nobleza terrateniente. Como si no hubiera quedado ya suficientemente demostrado, que para
garantizar políticamente el desarrollo del capitalismo incipiente en Europa desde 1789, la
gran burguesía liberal europea no hizo más que retardarlo políticamente, buscando apoyo —
una y otra vez— en los residuales aristócratas reaccionarios feudales todavía dominantes, contra
la pequeñoburguesía democrática y el proletariado: <<...La revolución alemana de 1848 no es sino una parodia de la revolución francesa
de 1789>>. (K. Marx: “Nueva Gaceta del Rin” 29/07/1848)
<<La gran burguesía, antirrevolucionaria (rusa) desde el comienzo mismo, concertó
una alianza defensiva y ofensiva con la reacción (aristocrático feudal) por miedo al
pueblo, es decir, a los obreros y a la burguesía democrática (encarnada en los
campesinos medios)>> (V. I. Lenin: “Dos Tácticas de la socialdemocracia en la
revolución democrática” Epílogo III: La vulgar exposición burguesa de la dictadura y el
concepto de Marx sobre ella. Junio-julio de 1905). Versión informática Pp. 311)
Volver a representar la misma parodia, tal es lo preconizado por los mencheviques en Rusia
desde principios del siglo XX. Tres años antes de aquél congreso de 1903 y como resultado del
proceso capitalista expansivo en la década de 1890, había estallado una crisis seguida de una
grave depresión económica que generó protestas obreras ante sus pésimas condiciones de vida.
Por tales circunstancias atravesaba Rusia, cuando los Zares decidieron invadir el territorio chino
de Manchuria que había pasado a manos del imperio Japonés, todo ello mientras sesionaba el
tercer Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR).
A principios de 1904, la disputa por Manchuria, desencadenó la guerra entre Rusia y Japón
que se saldó con la humillante derrota de los Zares. En esa sangrienta batalla que acabó en 1905,
los 350.000 hombres y 1.200 cañones rusos no pudieron con los 550.000 hombres y 1.500
cañones del victorioso ejército japonés. Aquél rotundo fracaso militar actuó como detonante de
la Revolución rusa en enero 1905.
Producida la matanza de obreros moscovitas sublevados el día 9 de ese año ante el Palacio
de Invierno —a manos del ejército zarista y con bayonetas empuñadas por campesinos—, el
movimiento revolucionario ruso fue cobrando fuerza durante la primavera y el verano,
alcanzando su punto culminante en octubre con una ola de huelgas y manifestaciones, momento
en el que el Zar prometió promulgar una constitución liberal.
En esos momentos y al calor de las movilizaciones, se constituyeron los primeros Soviets
de diputados obreros en Rusia, emulando a la Comuna de París. El primero de ellos se creó en la
ciudad industrial de Ivanovo-Voznesensk, llamado “el Manchester ruso”, en alusión a que esa
conocida urbe inglesa fuera la primera ciudad industrial del Mundo. Pero el soviet más importante
y de mayor trascendencia política, fue el de Petersburgo constituido el 14 de octubre, que duró
50 días con 550 delegados en representación de 250.000 obreros, donde para ejercer la
presidencia democráticamente se designó al —todavía por entonces— menchevique, Trotsky.
Fue aquella una revolución eminentemente obrera en lucha contra un ejército que, al estar
integrado casi exclusivamente por campesinos, el zarismo pudo controlar aplastando al
movimiento obrero. Esto demuestra que, el recurso a las armas por los sublevados en aquella
emergencia, fue una táctica equivocada aunque como parte de una estrategia correcta que
pasaba por la alianza obrero-campesina.
Pero el problema de la revolución a raíz de las discrepancias al interior del Partido
Socialdemócrata ruso en 1905, no estaba en la definición de su carácter: si burgués o socialista.
Había unanimidad en que la revolución era de carácter burgués, el mismo que durante la
revolución francesa de 1789. Las diferencias radicaban en que los bolcheviques sostenían —tal
como Marx y Engels a partir de junio de 1848— que la clase dirigente de esa revolución debía
ser el proletariado, mientras que los mencheviques pensaban, de acuerdo con Eduard Bernstein,
que debía ser la burguesía.
Por tanto, los mencheviques distinguían dos etapas temporalmente compartimentadas,
por las que debía discurrir la revolución desde su situación semifeudal hasta la victoria del
socialismo. Una primera etapa caracterizada como revolución burguesa y democrática dirigida
por los grandes capitalistas liberales con el apoyo del campesinado. Posteriormente, cabía
esperar una segunda etapa caracterizada como revolución socialista, dirigida por el
proletariado. En este proceso, los mencheviques preveían que las dos etapas revolucionarias
estarían forzosamente separadas por un lapso de tiempo indefinido más o menos largo, durante
el cual el proletariado debía permanecer expectante.
Semejante planteo llevado mecánicamente al terreno de la lucha de clases en Rusia,
suponía que durante la primera etapa, la Socialdemocracia rusa debía apoyar al partido Liberal-
burgués constitucionalista (KADETE). Ya hemos visto unos párrafos más arriba, por qué Lenin
—en coincidencia con Marx y Engels— sostenía que, dada la relativa menor cadencia o ritmo
del curso hacia la revolución socialista en países capitalistas relativamente atrasados —como
lo fue Alemania hasta mediados del siglo XIX y Rusia todavía en la primera década del siglo XX
lo era—, ese atraso económico determinaba que la revolución democrático-burguesa no
pudiera concretarse bajo la dirección política de la burguesía liberal. ¿Por qué? Pues, porque
tal atraso se manifestaba en el poco peso social relativo de la burguesía, lo cual se traducía en
debilidad política frente al peligro que suponía para ella, el posible bloque histórico de poder
obrero-campesino de mayoría social abrumadora. Y bajo las condiciones de semejante situación,
no es que a la burguesía liberal rusa le impidiera romper políticamente con la aristocracia
feudal terrateniente atrincherada en su sistema autocrático de gobierno. En realidad fueron
sus propios intereses e instinto de conservación, los que le obligaron objetivamente a mantener
su alianza política con ella. Por tanto, Lenin y los bolcheviques concluyeron que, bajo tales
condiciones económicas y sociales, la revolución democrático-burguesa en Rusia sólo podría
ser realmente posible, a instancias del bloque político revolucionario obrero-campesino,
dirigido por el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR), en lucha contra el bloque
político aristocrático-burgués. Y precisamente por esta necesaria instancia revolucionaria
científicamente aconsejada, los mencheviques se negaron a pasar.
Pero esa decisión contrarrevolucionaria que dividió al Partido Socialdemócrata sin duda
contribuyó a debilitar el movimiento revolucionario, debilidad que se puso de manifiesto en el
atraso ideológico del proletariado confundido por esas discrepancias. Tanto como para
impedirle liderar triunfalmente el Bloque político de poder con el campesinado, conduciéndole
así a una segura derrota. Tal como lo rememoró Lenin desde su exilio en Zúrich al cumplirse el
duodécimo aniversario de aquél “domingo sangriento”, en el discurso que pronunció durante una
reunión de la juventud obrera suiza en La casa del Pueblo de esa ciudad, donde comenzó diciendo:
<<Millares de obreros no socialdemócratas, sino súbditos fieles temerosos de Dios,
dirigidos por el cura Gapón, afluyeron al centro desde todos los rincones de la
capital, a la plaza frente al Palacio de Invierno, para entregar una petición al zar.
Su jefe de entonces, Gapón, en carta al Zar, le había garantizado su seguridad
personal pidiéndole que apareciera ante el pueblo.
Ese día fueron llamadas las tropas. Ulanos y cosacos se lanzaron sobre la
multitud con los sables desenvainados. Hicieron fuego sobre los obreros
desarmados que, de rodillas, suplicaban a los cosacos que les permitieran ver al
zar. Según el informa de la policía, hubo ese día más de mil muertos y más de dos
mil heridos. La indignación de los obreros era indescriptible.
Éste, en líneas generales, es el cuadro del 22 de enero de 1905, el Domingo
sangriento. Para que comprendan ustedes mejor la significación histórica de este
acontecimiento, leeré unos pasajes de la petición de los obreros. Comienza con estas
palabras: “Nosotros, obreros, habitantes de Petersburgo, acudimos a tí. Somos esclavos
desgraciados, escarnecidos, aplastados por el despotismo y la tiranía. Colmada
nuestra paciencia dejamos el trabajo y rogamos a nuestros amos nos diesen solo
aquello sin lo cual la vida es una tortura. Pero esto nos fue negado; para los patronos
todo es ilegal. Muchos miles nos hemos reunido aquí. Igual que todo el pueblo ruso,
carecemos en absoluto de derechos humanos. Por causa de los actos de Tus
funcionarios, nos hemos convertido en esclavos”.
La petición contenía las siguientes reivindicaciones: aministía, libertades
cívicas, salario justo, entrega gradual de la tierra al pueblo, convocatoria de una
asamblea constituyente sobre la base del sufragio universal e igual para todos.
Terminaba con estas palabras: “¡Señor! ¡No niegues ayuda a tu pueblo! Derriba el muro que se alza entre tú y tu
pueblo. Ordena que nuestros ruegos sean cumplidos. Promételo y harás la felicidad
de Rusia; si no lo haces, estamos dispuestos a morir aquí mismo. Sólo tenemos dos
caminos: la libertad y la felicidad o la tumba”.
Al leer ahora esta petición de obreros ignorantes, analfabetos, dirigidos por un
sacerdote patriarcal, experimentamos un sentimiento extraño. Involuntariamente
comparamos esa ingenua petición con las actuales resoluciones de paz de los
socialpacifistas, los supuestos socialistas que en realidad son charlatanes
burgueses. Los obreros no esclarecidos de la Rusia prerrevolucionaria no sabían
que el zar era el jefe de la clase dominante, precisamente de la clase de los grandes
terratenientes, ligados ya por miles de vínculos con la gran burguesía y dispuestos
a defender por toda clase de medios violentos, su monopolio (de la propiedad sobre
los medios de producción y de cambio), sus privilegios y beneficios. Los
socialpacifistas de hoy, que —no es broma— pretenden ser personas “muy cultas”,
no comprenden que esperar una paz “democrática” de los gobiernos burgueses,
que libran una guerra imperialista rapaz, es tan estúpido como creer que con
peticiones pacíficas se induciría al sangriento zar a otorgar reformas democráticas.
Pese a todo, hay una gran diferencia entre ambos hechos: los socialpacifistas de
hoy son en gran medida hipócritas que, mediante amables exhortaciones, tratan de
desviar al pueblo de la lucha revolucionaria, mientras que los obreros ignorantes
de la Rusia prerrevolucionaria, demostraron con hechos que eran personas
sinceras que por vez primera despertaban a la conciencia política.
Y es en este despertar de inmensas masas populares a la conciencia política y a
la lucha revolucionaria, donde estriba la significación histórica del 22 de enero de
1905>>. (V. I. Lenin: “Informe sobre la revolución de 1905” 22/01/1917. En “Obras
completas” Ed/ “Akal”/1977 Tomo XXIV Pp. 257. Versión informática: Pp. 2)
Lo que todavía desconocían aquellos obreros en movimiento —sumidos en la ignorancia
por la aristocracia y la gran burguesía terrateniente e industrial—, era la necesidad de cumplir
con las tareas que su naturaleza de clase absolutamente sometida y desposeída les exigía, a fin
de ir superando los sucesivos condicionamientos con un sentido de progreso. En ese momento,
la necesidad pasaba por superar la opresión económica y política de las minorías sociales
aristocrático-burguesas sobre las mayorías campesinas y asalariadas en general. Una
ignorancia que se vio reforzada, por la división entre las dos fracciones políticas al interior del
partido Socialdemócrata ruso, durante aquél congreso del partido Socialdemócrata en 1903.
Tras la matanza en enero de 1905 inducida por aquella ignorancia, los bolcheviques
siguieron insistiendo en la necesidad de ir removiendo democráticamente los términos políticos
de la relación dialéctica entre las clases sociales antagónicas, poniendo en cada momento del
proceso el motor y la dirección del movimiento histórico-social, en su componente
objetivamente revolucionario: el proletariado. Una clase social imposibilitada de explotar a
nadie y que solo puede perder sus cadenas.
De ahí que en el III Congreso del POSDR (Ver Pp. 67) celebrado en mayo de 1905, las
enseñanzas de experiencia de enero fortaleció la posición de los bolcheviques, que así
consiguieron aprobar por mayoría la proposición impulsada personalmente por Lenin, de que el
proletariado agrícola se organice políticamente con total independencia respecto del
campesinado pobre y medio. Proposición basada en una realidad que, por entonces, en Rusia,
era todavía inexistente, pero que, como hemos visto, había sido científicamente prevista y
anunciada por Marx en su ya citada Circular de Marzo de 1850 a la “Liga de los comunistas
alemanes”: la contradicción de intereses con la pequeñoburguesía agraria y el inevitable
enfrentamiento político del proletariado revolucionario con ella. Y así lo volvió a reiterar Lenin
tras ese Congreso de 1905: <<En el movimiento campesino habrá siempre aditamentos reaccionarios y
nosotros le declaramos la guerra de antemano. El antagonismo de clase entre el
proletariado agrícola y la burguesía campesina es inevitable, y nosotros lo ponemos
al descubierto con antelación, lo explicamos y nos preparamos para luchar sobre ese
terreno. Una de las razones de esta lucha puede ser muy bien la cuestión de a quién y cómo entregar las tierras confiscadas [a los grandes terratenientes]. Y nosotros no
velamos esta cuestión, no prometemos el reparto igualitario, la “socialización”, etc.,
sino que decimos: entonces lucharemos otra vez, volveremos a luchar, lucharemos
en un nuevo terreno y con otros aliados. Entonces estaremos al lado del proletariado
agrícola, de toda la clase obrera [agraria y urbana] contra la burguesía campesina.
En la práctica, esto puede significar el paso de la tierra a manos de pequeños
propietarios campesinos, allí donde predomine la gran propiedad opresora de la
servidumbre, y no existan aun las condiciones materiales para la gran producción
socialista; la nacionalización a condición del triunfo completo de la revolución
democrática, y la entrega de las grandes haciendas capitalistas a asociaciones de
obreros, pues de la revolución democrática comenzaremos a pasar enseguida, y
precisamente en la medida de nuestras fuerzas, de las fuerzas del proletariado
consciente y organizado, a la revolución socialista. Somos partidarios de la
revolución ininterrumpida. No nos quedaremos a mitad de camino. Si no
prometemos desde ahora e inmediatamente toda clase de socializaciones, es porque
conocemos las verdaderas condiciones de esta tarea y, lejos de velar la nueva lucha
de clases que madura en el seno del campesinado, la ponemos al descubierto. Al
principio apoyaremos hasta el fin, por todos los medios, hasta la confiscación, al
campesino en general [pobre y mediano] contra el terrateniente; después (e incluso
no después, sino al mismo tiempo) apoyaremos al proletariado contra el campesino
en general. Predecir ahora la combinación de fuerzas en el seno del campesinado “al
día siguiente” de la revolución (democrática) es una utopía vana. Sin caer en el
aventurerismo, sin traicionar nuestra conciencia científica, sin buscar popularidad
barata, podemos decir y decimos, solamente una cosa: ayudaremos con todas
nuestras fuerzas a todo el campesinado a hacer la revolución democrática, para que
a nosotros, a nuestro partido del proletariado, nos sea más fácil pasar lo antes posible
a un tarea nueva y superior; la revolución socialista>>. (V. I. Lenin: “La actitud de la
Socialdemocracia ante el problema campesino” 14/09/1905. El subrayado y lo entre
corchetes nuestro)
Tales fueron las directrices políticas que los bolcheviques retomaron de Marx —tal como
el testigo en una carrera por relevos—, llevándolas a la práctica entre febrero y octubre de 1917.
Aquí resplandeció la verdad del precepto según el cual, la vanguardia revolucionaria se
caracteriza, por ser la continuidad política de los principios científicos, dentro de la inevitable
discontinuidad de la lucha entre clases antagónicas. Principios cuya fuerza, a la postre, consigue
abrirse paso como resultante neta de las fuerzas contrarias en pugna por la supremacía, entre
una experiencia de la lucha de clases y la siguiente. Al influjo de esta fuerza resultante que
determina el sentido de la historia, nació el Partido revolucionario bolchevique ruso, que tanto
incordió a Stalin y sus secuaces socialdemócratas encubiertos.
Suplemento a este capítulo
El día 12 de enero de 2015 a las 11:26 hs. anunciamos a nuestros interlocutores la
publicación de este apartado diciendo: El presente mensaje, es para anunciar la publicación en: http://www.nodo50.org/gpm del
capítulo 10 correspondiente al trabajo que vamos editando por entregas periódicas titulado:
“Marxismo y stalinismo a la luz de la historia”. Allí bajo el título: “La traición de los mencheviques
al marxismo” nos referimos al proceso de la lucha de clases en Rusia —todavía bajo dominación
política de la aristocracia feudal—, en un contexto económico-social del capitalismo entre los años
1905 y 1912. Período en el que la personalidad política reaccionaria de Stalin, se puso por primera
vez en evidencia.
Un saludo: GPM.
A las 12:52 el señor Rafael Pla López respondió brevemente a este mensaje según el texto
siguiente: <<Vuestro análisis es poco serio al vincular a los mencheviques con Stalin, cosa que
supone una tergiversación histórica: Stalin estuvo desde el primer momento con los
bolcheviques, al lado de Lenin (que, por cierto, no propugnaba la "revolución permanente"), al
contrario de Trotsky, que inicialmente intentó una "tercera vía" entre mencheviques y
bolcheviques (aunque, como dijera Lenin, cuando finalmente optó por éstos fue "el mejor
bolchevique")>>.
El día 20 de enero a las 13:40 Hs., contestamos a este mensaje:
Señor Rafael Pla López:
Stalin jamás dejó de ser toda su vida un perezoso intelectual recalcitrante y oportunista,
inconscientemente adaptativo a las condiciones vigentes. Ni más ni menos que como Ud. lo ha
venido demostrando. ¿En qué puso Stalin de manifiesto su inveterada catadura ideológica y
política de someterse a lo aparente, ya desde el IVº Congreso del Partido Obrero
Socialdemócrata Ruso (POSDR) en abril de 1906? En que permaneció abrazado —en contra
de Marx y Lenin— a la concepción agraria pequeñoburguesa del reparto de tierras en propiedad
privada, entre la por entonces inmensa mayoría social de campesinos pobres.
La categoría socioeconómica y jurídica de propiedad privada se tornó históricamente
necesaria, en una determinada etapa del progreso de las fuerzas productivas de la humanidad,
cuando la producción de excedentes regulares respecto del consumo se hizo realmente posible
como condición de existencia de los seres humanos, progreso que aun no había sido alcanzado
en la etapa del comunismo primitivo. Por ese entonces, la propiedad privada no era posible,
porque el trabajo sobre la tierra no permitía obtener un producto de magnitud que excediera al
consumo para los fines del su intercambio habitual. No existía la categoría de mercancía. No
estaban dadas las condiciones históricas materiales para el comercio. Porque el atraso histórico
de las fuerzas sociales productivas en ese período respecto de la naturaleza ―que era necesario
transformar sólo para subsistir― imponía integrar o diluir el trabajo individual en el trabajo
comunal, aunque ya existiera una división del trabajo, como fue el caso entre los sexos al
interior de cada familia: <<Un ejemplo más accesible (y cercano a nosotros) nos lo ofrece la industria patriarcal, rural, de
una familia campesina que, para su propia subsistencia, produce cereales, ganado, hilo, lienzos,
prendas de vestir, etc. Estas cosas diversas se hacen presentes enfrentándose a la familia en cuanto
productos varios de uso familiar, pero no enfrentándose recíprocamente como mercancías
(relacionando a las distintas familias por mediación del trueque, lo cual puso de manifiesto la
desigualdad entre ellas según la respectiva disponibilidad de tierra y demás medios de producción). Los
diversos trabajos en que son generados esos diversos productos ―cultivar la tierra, criar ganado,
hilar, tejer, confeccionar prendas― en su forma natural (relación estrecha y directa del trabajo entre
individuos emparentados) son funciones sociales, ya que son funciones de la familia que practica su
propia división natural del trabajo, al igual que se hace en la producción de mercancías>>. (K.
Marx: “El Capital” Libro I Cap. I Punto 4. Lo entre paréntesis y el subrayado son nuestros)
La diferencia entre la simple producción para la propia subsistencia familiar y la
producción de mercancías, consiste en que, bajo esta última forma social, lo que excede al
consumo se produce para el mercado, lo cual determina un cambio de carácter en la división
del trabajo que, de social-natural (dentro de cada familia), pasa a ser social-mercantil, donde
los productos (excedentes) resultantes en cada unidad productiva, se confrontan como
valores económicos fuera de ellas, en el mercado, dando pábulo a las relaciones sociales-
mercantiles entre distintos grupos familiares propietarios. En este caso, estamos ante una
nueva formación social que se corresponde con un determinado desarrollo de las fuerzas
productivas, conocido como “producción mercantil simple”, antecedente lógico-social, que
desde el esclavismo y el feudalismo precedió históricamente al más moderno y actual modo de
producción capitalista, donde los antiguos pequeños propietarios quedan inevitablemente
reducidos a una irrisoria minoría, convertidos por la Ley económica del valor a la condición
mayoritaria de trabajadores asalariados.
Que los “intelectuales” de raigambre populista con su “método sociológico subjetivista”
—como fue el caso de Stalin—, vieran todavía en 1905 el lado bueno “ideal” de la pequeña
propiedad privada sobre los medios de producción, ello se explica por su extracción de clase
pequeñoburguesa, que les imponía observar la realidad desde la perspectiva inmediata “ad
óculos” supuestamente inamovible, del “productor mercantil simple” más pobre. Stalin
comenzó a salir de su inveterada ignorancia recién corriendo el año 1932, cuando las nuevas
circunstancias le obligaron a decidir violenta y dictatorialmente la colectivización forzosa de
las tierras de labor en todo el país. Saliendo de un error que recién confesó en 1946: << ¿Sabíamos nosotros, los bolcheviques dedicados al trabajo práctico, que Lenin sostenía
entonces el punto de vista de la transformación de la revolución burguesa en Rusia en revolución
socialista, el punto de vista de la revolución ininterrumpida? Sí, lo sabíamos. Lo sabíamos por su
folleto “Dos tácticas” (1905), así como por su famoso artículo «La actitud de la socialdemocracia
ante el movimiento campesino», [también escrito ese mismo año], en el que Lenin declaraba que
“nosotros somos partidarios de la revolución ininterrumpida”, que “no nos quedaremos a mitad
de camino”. Pero nosotros, los militantes dedicados al trabajo práctico, no ahondábamos en este
asunto y no comprendíamos su alta importancia debido a nuestra insuficiente preparación teórica
y también a la despreocupación respecto a las cuestiones teóricas, propia de los militantes
entregados a la actividad práctica. Como es sabido, Lenin, por algún motivo, no expuso entonces
ni utilizó en el Congreso, para razonar la nacionalización, los argumentos de la teoría relativa a
la transformación de la revolución burguesa en revolución socialista. ¿Acaso porque consideraba
que la cuestión no había madurado aún y no esperaba que la mayoría de los delegados
bolcheviques dedicados al trabajo práctico estuviesen preparados para comprender y aceptar la
teoría de la transformación de la revolución burguesa en revolución socialista?
Sólo pasado algún tiempo, cuando la teoría leninista de la transformación de la revolución
burguesa en Rusia en revolución socialista pasó a ser la línea dirigente del Partido Bolchevique,
las discrepancias en cuanto a la cuestión agraria desaparecieron en el Partido, ya que se vio
claramente que en un país como Rusia, donde las condiciones especiales del desarrollo habían
creado un terreno favorable para la transformación de la revolución burguesa en revolución
socialista, el Partido marxista no podía tener otro programa agrario que no fuese el de la
nacionalización de la tierra>> I. V. D. Stalin: “Prólogo al primer Tomo de sus Obras Completas”
Enero de 1946 Pp. 4. El subrayado y lo entre corchetes nuestro)
Lo cierto es, que el proceso de concentración de la propiedad territorial en Rusia se
venía dando desde la reforma agraria del Zar Alejandro II en 1861. Y en 1906 los pequeños
propietarios todavía subsistían o, por mejor decir, a duras penas sobrevivían. Pero para el
sistema económico capitalista, aquella situación había pasado a ser “lo indeseable”. Y hacía
tiempo que esa ley económica había ya empezado a transformar la inmensa mayoría de
“productores mercantiles simples” en asalariados al servicio de los terratenientes para la
producción y acumulación de plusvalor. Esto de atribuir propiedades “deseables” e
“indeseables” a las categorías económicas,—férreamente determinadas por leyes objetivas muy
precisas— es otra de las mistificaciones teóricas de los subjetivistas, verdadero armamento
ideológico que perezosos intelectuales oportunistas como Stalin, a falta de más instrucción,
utilizaron en 1906 contra los revolucionarios conscientes, arrullando los deseos prejuiciosos
pequeñoburgueses de los campesinos pobres, atados a la propiedad privada sobre su terruño.
Tanto como para que siguieran ilusionándose con esas fantasías; lo cual impedía que conocieran
la verdad de su propia situación y el aciago destino que les tenía deparado la ley económica del
valor personificada en los campesinos medios y ricos.
Así fue cómo tras la estela de Proudhon en su “Filosofía de la miseria”, el sociólogo
subjetivista Mijailovsky Ver: Op. Cit. Pp.3, también seguía atribuyendo a la propiedad
privada capitalista un lado bueno y un lado malo, prometiendo que los populistas eliminarían
de ella el lado malo “Indeseable” de la concentración en pocas manos, para conservar sólo el
lado bueno “deseable” del minifundio. Todo ello como resultado de la política del reparto de
tierras, revelando así que, además de subjetivista, Mijailovsky poseía la bendita virtud religiosa
del maniqueísmo dualista entre lo malo y lo bueno, por completo ajena al concepto de
necesidad objetiva: <<El objetivo esencial de la sociología ―razona, por ejemplo, el señor Mijailovsky―
consiste en el estudio de las condiciones sociales en que tal o cual necesidad de la naturaleza
humana es satisfecha”. Como se ve, a este sociólogo sólo le interesa una sociedad que satisfaga
a la naturaleza humana, pero en modo alguno le interesan las formaciones sociales que, por
añadidura, pueden estar basadas en fenómenos tan en pugna con la “naturaleza humana” [de
hoy día] como la esclavización de la mayoría por la minoría. Se ve también que, desde el punto
de vista de este sociólogo, ni hablar cabe de concebir el desarrollo de la sociedad como un proceso
histórico natural. (“Al reconocer algo como deseable o indeseable, el sociólogo debe hallar (sin
saber a ciencia cierta de donde sacarlas) las condiciones necesarias para realizar lo deseable o para
eliminar lo indeseable”, “para realizar tales y cuales ideales” ―razona el mismo señor
Mijailovsky). Más aún, ni hablar cabe, siquiera, de un desarrollo, sino de desviaciones de lo
“deseable” [la propiedad privada sobre los medios de producción], de “defectos” que se han
producido en la historia como consecuencia.....de que los seres humanos no han sido inteligentes,
no han sabido comprender bien lo que exige la naturaleza humana, no han sabido hallar las
condiciones para realizar estos regímenes racionales. (V. I. Lenin: “Quienes son los amigos del
pueblo y cómo luchan contra los socialdemócratas” Parte I. 1894. Lo entre corchetes nuestro)
O sea, que los sucesos de la historia no son el resultado necesario de determinadas
relaciones que los seres humanos establecen entre ellos en cada momento independientemente
de su voluntad, sino que son deseables o indeseables según el mayor o menor grado de
inteligencia con que se comportan de acuerdo a una supuesta naturaleza humana ejemplar o
paradigmática.
En abril de 1906 tras el reciente fracaso de la revolución, las peores consecuencias de la
derrota recayeron sobre los miembros de la fracción política bolchevique del POSDR, muchos
de cuyos miembros debieron exiliarse, fueron muertos o encarcelados. Ese año se reunió en
Estocolmo el IV Congreso llamado de unificación. Allí Por la capital georgiana de Tiflis acudió
Stalin como representante bolchevique, junto con otros 15 mencheviques: <<Los bolcheviques son minoritarios en el congreso. En la cuestión agraria, Koba (Stalin) se
enfrentó con Lenin, (quien un año antes en “Dos tácticas de la Socialdemocracia en la revolución
democrática”, había ya explicado por qué razón era) favorable a la nacionalización (estatal
confiscatoria) de las tierras de los grandes propietarios y de la Iglesia. Koba es partidario del
reparto (en minifundio). El tema le interesa especialmente, y en marzo le dedica cuatro
artículos firmados como Beroshvili: insiste en la voluntad de los campesinos que “exigen el
reparto de tierras […] y debemos, pues, apoyar la confiscación total y el reparto”>>. (Jean-
Jaques Marie: “Stalin” Ed. “Palabra” 2003/Pp. 104. Lo entre paréntesis nuestro)
Insistir en hacer seguidismo de la “voluntad mayoritaria de los pequeños campesinos
propietarios”. Esto es o que preconizó Stalin desde 1906 hasta 1932. Como si esa voluntad no
estuviera por entonces siendo quebrantada subrepticiamente por la Ley económica del valor
Una ley que culmina en el latifundio, cuya fuerza está oculta contenida en el concepto de
propiedad privada sobre la tierra, que presupone la competencia y que, como todas las demás
leyes que hacen a la naturaleza de las cosas, hay que descubrirla interesándose por la verdad
sobre la realidad, porque sus tendencias jamás se anuncian, piden permiso ni llevan escrito en
la frente por qué causa se imponen, publicadas en el Boletín Oficial de ningún Estado nacional
del Mundo, sino al contrario, proceden por vía escamoteada de los hechos consumados.
Es Ud. doctor en matemáticas y ejerciendo ese título es de suponer que se ha venido
ganando la vida. Pero los aparatos ideológicos de la burguesía en todo el Mundo, están para
algo más que difundir las ciencias exactas. Su propósito esencial pasa por introyectar en la
conciencia de los explotados, lo que desde 1964 Erbert Marcuse al respecto de las ciencias
sociales denominó pensamiento unidimensional, por no decir totalitario.
A propósito de esto último, en una carta a su amigo Kugelmann fechada el 11 de julio de
1868, Marx le explicaba que cuando a cualquier profesional del intelecto al uso en economía
política se le ponía ante las conexiones internas no manifiestas del sistema capitalista, éste
creía estar haciendo un gran descubrimiento al ver que las cosas tal como aparecen presentan
un aspecto diferente, jactándose de su apego a la apariencia por considerarla como el único y
absoluto criterio de verdad. Y seguidamente redactó el epílogo de su carta diciéndole: <<Pero hay en este asunto otra intención. Una vez que se ha visto claro en estas conexiones
internas (del sistema capitalista), cualquier creencia teórica en la necesidad permanente de las
condiciones existentes, se derrumba antes de su colapso práctico. Las clases dominantes, pues,
tienen así en este caso un interés absoluto en perpetuar esta confusión y esta vacuidad de ideas.
De otro modo ¿por qué razón se les pagaría a estos psicofantes charlatanes, que no tienen más
argumento científico que el de afirmar que, en economía política está terminantemente
prohibido pensar?>> (Op. cit. Ed. ciencias sociales. La Habana/1975 El subrayado y lo entre
paréntesis nuestro. Versión digitalizada.)
A juzgar por su nueva diatriba —que ya es obsesiva contra el GPM— y sin haber
demostrado fehacientemente nada de lo que nos ha venido imputado en sus mensajes, todavía
hoy sigue Ud. atacando al marxismo. Pero sin arremeter directamente contra las obras de Marx,
sino indirectamente contra quienes difundimos ese pensamiento aplicado a la realidad actual.
Actúa Ud. con fines políticos precisos tendentes a confirmar la ideología del capitalismo en la
conciencia de los explotados. Se comporta como todos sus demás colegas haciendo méritos
ante la burguesía. Aferrados a la miseria filosófica de lo aparente que consagran y predican
como si fuera real. Un pensamiento andrajoso con muy precisos fines pragmáticos
individuales, seguidista del cultivado por vulgares intelectuales como Sismondi, Proudhon,
Mijailovsky, Lassalle y tutti cuanti. Que le aproveche, señor Rafael Pla López.
Un saludo: GPM.
11. El carácter internacional de la revolución proletaria en la etapa
imperialista del capitalismo tardío.
En el “Manifiesto Comunista” Marx y Engels previeron que la revolución socialista sería “nacional por su forma (idiomática y cultural distinta en cada país) e internacional por su contenido (de clase
social proletaria común a todos los países)”. Habiendo comprendido su trascendental importancia desde
fines del siglo XIX, a sus 23 años, Lenin actualizó políticamente la significación teórica de este
concepto en 1916, al destacar que el capitalismo de libre competencia correspondió a la etapa
ya pretérita del desarrollo económico capitalista temprano incipiente, todavía bajo regímenes
políticos precapitalistas de tipo feudal. Un desarrollo que acabó con el dominio de la aristocracia
y dejó expedito el camino hacia la formación de los modernos Estados nacionales
independientes, sobre base económica de tipo capitalista.
Durante esta etapa, el proceso de producción y acumulación de plusvalor en cada país,
no pasaba de ser compartimentado y estanco respecto de los demás; en el sentido de que estaba
reservado exclusivamente a su respectiva burguesía nacional. Solo tenía un carácter
internacional el intercambio de mercancías. En este período, pues, la lucha por la emancipación
social del proletariado como clase social, no podía pasar de tener un carácter nacional; era una
lucha que se limitaba a las fronteras de cada país. Y en lo que respecta a la autodeterminación
nacional, la lucha por alcanzarla se restringía a los países colonizados por las potencias
imperiales bajo el dominio político de distintas estirpes monárquicas residuales. Esta realidad
explica que Engels y Marx en sus escritos sobre Irlanda, propusieran a los obreros ingleses que
apoyaran a la burguesía irlandesa en su lucha por emanciparse de la corona británica. Y por
eso mismo Lenin acusó a los socialdemócratas rusos de servir a los retrógrados intereses de la
aristocracia, al no apoyar la autodeterminación de las distintas nacionalidades al interior del
imperio de los zares. El concepto de autodeterminación fue actualizado por Lenin entre febrero
y mayo de 1914, reivindicado por él como el más poderoso argumento para la emancipación de
la sociedad respecto de todo resabio feudal, como parte de la revolución democrático-burguesa: <<Ni es la primera vez que surgen movimientos nacionales en Rusia, ni le son
inherentes a ella sola. La época del triunfo definitivo del capitalismo sobre el
feudalismo estuvo ligada en todo el mundo a movimientos nacionales. La base
económica de estos movimientos estriba en que, para la victoria completa de la
producción mercantil, es necesario que la burguesía conquiste el mercado interior,
es necesario que territorios con población de un solo idioma adquieran cohesión
estatal, eliminándose cuantos obstáculos se opongan al desarrollo de ese idioma y a
su consolidación en la literatura. El idioma es el medio principal de comunicación
entre los hombres; la unidad de idioma y el libre desarrollo del mismo es una de las
condiciones más importantes de una circulación mercantil realmente libre y amplia,
correspondiente al capitalismo moderno, de una agrupación libre y amplia de la
población en cada una de las diversas clases; es, por último, la condición de un
estrecho nexo del mercado con todo propietario, grande o pequeño, con todo
vendedor y comprador.
Por ello, la tendencia de todo movimiento nacional es formar Estados nacionales,
que son los que mejor cumplen estas exigencias del capitalismo contemporáneo.
Impulsan a ello factores económicos de lo más profundos, y para toda la Europa
Occidental, es más, para todo el mundo civilizado, el Estado nacional es por ello lo
típico, lo normal en el período capitalista.
Por consiguiente, si queremos entender lo que significa la autodeterminación de
las naciones, sin jugar a definiciones jurídicas ni "inventar" definiciones abstractas,
sino examinando las condiciones históricas y económicas de los movimientos
nacionales, llegaremos inevitablemente a la conclusión siguiente: por
autodeterminación de las naciones se entiende su separación estatal de las
colectividades de otra nación, se entiende la formación de un Estado nacional
independiente. (V.I. Lenin: “El derecho de las naciones a la autodeterminación” Cap.
1. (Obras completas T. XXI Ed. Cit. Cap. I. Pp. 316/17)
Lo que demostró Lenin en este trabajo, es que la autodeterminación nacional en modo
alguno entorpece u obstaculiza el desarrollo del capitalismo a escala internacional, sino que lo
apuntala y favorece su desarrollo, preparando las condiciones para la revolución mundial: <<Por consiguiente, el ejemplo de toda la humanidad civilizada de vanguardia, el ejemplo
de los Balcanes y el ejemplo de Asia demuestran, a pesar de Rosa Luxemburgo, la absoluta
justedad de la tesis de Kautsky: el Estado nacional es regla y "norma" del capitalismo, el
Estado de composición nacional (idiomática y culturalmente) heterogénea (al interior de los
imperios) es atraso o excepción. Desde el punto de vista de las relaciones nacionales, el Estado
nacional (puro sin resabios aristocráticos) es el que ofrece, sin duda alguna, las condiciones
más favorables para el desarrollo del capitalismo. Lo cual no quiere decir, naturalmente,
que semejante Estado, erigido sobre las relaciones burguesas, pueda excluir la explotación
y la opresión de otras naciones (el colonialismo). Quiere decir tan solo que los marxistas no
pueden perder de vista los poderosos factores económicos que originan las tendencias a crear
Estados nacionales. Quiere decir que "la autodeterminación de las naciones", en el
programa de los marxistas, no puede tener, desde el punto de vista histórico-económico, otra
significación que la autodeterminación política, la independencia estatal, la formación de un
Estado nacional (sobre la base de un idioma y una cultura comunes a las mayorías de su población
que facilitan las relaciones mercantiles)>>. (Op. cit.)
Otra es la problemática que se planteó pasada ya la etapa temprana del capitalismo entre
los siglos XVII y fines del siglo XIX, donde los medios idiomáticos y culturales para la vida en
sociedad bajo condiciones económicas de la llamada “competencia perfecta”, dieron sentido
y razón de existir a los modernos Estados nacionales puros. Y en efecto, desde el último lustro
del siglo XIX ha venido prevaleciendo la explotación y opresión que unos países ejercen sobre
otros. Pero no directamente por medios políticos y/o bélicos, como en las antiguas colonias, sino
a través de la superioridad económica de países más desarrollados sobre otros de menor
desarrollo, como es el caso que se ha verificado en la etapa tardía del capitalismo imperialista
todavía en curso, época en la cual la competencia entre los países económicamente más
poderosos, dieron pábulo a las grandes guerras de reparto territorial por el dominio sobre los
Estados económicamente dependientes, como se pudo verificar en las dos últimas guerras
mundiales.
Es en esta etapa donde se puso de manifiesto semejante forma de explotación y opresión,
entre fines del Siglo XIX y mediados del XX. Aquí es donde se reveló al mundo el contenido
internacionalista del socialismo previsto magistralmente por Marx y Engels en 1848. Ocurrió
cuando la originaria competencia perfecta entre muchos pequeños capitales dentro de cada país,
generó una gran masa de capital acumulado en determinados países —convertidos así en
potencias económicas—, cuyos excedentes en poder de sus minorías sociales propietarias cada
vez más minoritarias, exportaron a otros países. Así fue cómo el capitalismo, de ser un sistema
global caracterizado por el intercambio internacional de mercancías, pasó a funcionar en base
a la internacionalización del flujo de capitales, especialmente desde los países de mayor
desarrollo económico relativo, hacia los de menor desarrollo.
Esta nueva realidad dio pábulo a que, la competencia perfecta al interior de cada país,
sea sustituida por la competencia monopólica entre grandes capitales de distintos países, no sólo
ejercida al interior de los países económicamente dependientes, sino también de los países
económicamente poderosos entre sí, que a la postre acaban dirimiendo la supremacía de sus
intereses mediante guerras genocidas, creando así todas las premisas objetivas que activaron la
tendencia histórica irresistible del proletariado, a su unidad política internacional, es decir, a la
internacionalización de su lucha, no ya por su emancipación política como clase social
nacional en cada país, sino por su emancipación social como clase internacional sin distinción
de nacionalidades, a la vez emancipadora de la humanidad respecto de la pertenencia de los
individuos a determinadas clases sociales. En suma, el hermanamiento en la sociedad sin clases: <<El imperialismo es la fase superior del desarrollo del capitalismo. En los países
adelantados, el capital sobrepasó los marcos de los Estados nacionales y colocó al
monopolio en el lugar de la competencia, creando todas las premisas objetivas para
la realización del socialismo. Por eso, en Europa occidental y en Estados Unidos se
plantea en la orden del día la lucha revolucionaria del proletariado por el
derrocamiento de los gobiernos capitalistas y por la expropiación de la burguesía.
El imperialismo empuja a las masas hacia esta lucha al agudizar en grado enorme
las contradicciones de clase, al empeorar la situación de las masas, tanto en el sentido
económico —trusts, carestía— como en el político: ascenso del militarismo, mayor
frecuencia de las guerras, recrudecimiento de la reacción, afianzamiento y
ampliación de la opresión nacional y de la rapiña colonialista. El socialismo
victorioso debe necesariamente realizar la democracia total; por consiguiente, no
sólo tiene que poner en práctica la absoluta igualdad de derechos entre las naciones,
sino también realizar el derecho de las naciones oprimidas a su autodeterminación,
es decir, el derecho a la libre separación política. Los partidos socialistas que no
demostraran en toda su actividad, ahora, durante la revolución, como luego de su
victoria, ser capaces de liberar a las naciones avasalladas y construir las relaciones
con las mismas sobre la base de una unión libre —y una unión libre, sin libertad de
separación, es una frase mentirosa—, esos partidos cometerían una traición al
socialismo>>. (V. I. Lenin: “La revolución socialista y el derecho de las naciones a la
autodeterminación” Enero-Febrero de 1916. Pp. 2 Enero/febrero 1916. Obras
completas. T. XXIII. Ed. Cit. Pp. 241).
Así fue cómo la política del derecho a la autodeterminación nacional de los países
oprimidos por los países opresores, pasó a estar en el centro de la tendencia objetiva del
capitalismo, a unificar la lucha de los asalariados como clase explotada sin distinción de
fronteras nacionales: el internacionalismo proletario32:
<<Sin esto no es posible defender la política independiente del proletariado [ruso]
y su solidaridad de clase con el proletariado de otros países, en vista de todos los
engaños, traiciones y fraudes de la burguesía. Pues la burguesía de las naciones
oprimidas siempre trasforma las consignas de liberación nacional en engaño a los
obreros: en la política interna utiliza estas consignas para los acuerdos reaccionarios
con la burguesía de las naciones dominadoras (por ejemplo, los polacos de Austria
y Rusia, que entran en componendas con la reacción para oprimir a los judíos y
ucranianos); en política exterior, trata de concertar negociaciones con una de las
potencias imperialistas rivales, para realizar sus fines de rapiña (la política de los
pequeños países de los Balcanes, etc.)>>. (Op. cit. Pp. 8)
12. Primera Guerra Mundial
En nuestro trabajo titulado: El móvil de las guerras en el Medio Oriente y Ucrania, que
publicamos en enero de 2015, hemos venido incidiendo sobre la incontrovertible idea de que las
guerras en la más moderna sociedad —tanto las nacionales como las internacionales— son la
continuidad de la competencia inter-capitalista por medios bélicos. Es éste un concepto que vio
por primera vez la luz durante el Congreso del movimiento socialista internacional celebrado en
París a principios de 1889, ratificado por los de Bruselas, Zúrich y Stuttgart celebrados en 1891,
1893 y 1907 respectivamente.
Durante ese período, el triunfo de Japón sobre el colonialismo de los Zares rusos en 1905,
indujo a la revolución en Persia que obligó al monarca de ese país, a promulgar una constitución
y crear el primer Parlamento en su historia. Fue éste un efecto demostración, que amenazó con
derribar todas las “zonas imperialistas de influencia” conquistadas en esa zona por las potencias
europeas, como fue el caso del movimiento constitucional en Turquía, Macedonia, Asia Central
y el Extremo Oriente, que propició los movimientos nacionalistas en la India, Indochina,
Birmania e Indonesia, país este último donde, en 1908, nació la asociación nacionalista Budi
Utomo.
Fue precisamente en este contexto geopolítico mundial, donde Lenin destacó el
íntimo vínculo de las guerras entre países con el sistema capitalista y su consecuencia
directa: la competencia económica. Con tal finalidad, en julio de 1908 escribió un breve
32 El concepto de tendencia objetiva significa, que es una fuerza económica sistémica, o sea, que surge de las relaciones sociales bajo el capitalismo con independencia de toda voluntad humana. Todo comienza donde los individuos al intercambiar sus diversos productos como valores, equiparan entre sí el trabajo contenido en ellos. “No
lo saben pero lo hacen” dice Marx en “El Capital”, apdo. 4 del capítulo I titulado: El fetichismo de la mercancía.
artículo publicado por la Revista “Proletari”, donde citó un pasaje de la Resolución
aprobada en el Congreso de Stuttgart que dice: <<Las guerras entre los estados capitalistas son, por lo general, consecuencia de
su competencia en el mercado mundial, ya que cada Estado procura no sólo
asegurarse una zona de venta, sino conquistar nuevas zonas, desempeñando el
principal papel en ello el sojuzgamiento de otros pueblos y países. Estas guerras son
engendradas, además, por el constante armamentismo a que da lugar el
militarismo, instrumento principal de la dominación de clase por parte de la
burguesía y del sometimiento político de la clase obrera.
Terreno propicio para las guerras, son los prejuicios nacionalistas
sistemáticamente cultivados en los países civilizados por el interés de sus clases
dominantes, con el propósito de distraer a las masas proletarias de sus propios
objetivos de clase, obligándoles a olvidar el deber de la solidaridad internacional
entre ellas.
Por lo tanto, las guerras tienen sus raíces en la propia naturaleza del capitalismo;
sólo cesarán cuando deje de existir el régimen capitalista, o cuando los inmensos
sacrificios humanos y monetarios que origina el desarrollo técnico y militar, así
como la indignación popular que provocan los armamentos, conduzcan a la
eliminación de este sistema.
La clase obrera, primordial proveedora de soldados y sobre la que recae el peso
fundamental de los sacrificios materiales, es, en particular, enemiga natural de las
guerras, ya que éstas contradicen sus objetivos: la instauración de un régimen
económico basado en los principios socialistas, que convertirá en realidad la
solidaridad entre los pueblos>>. (V. I. Lenin: “El militarismo belicoso y la táctica
antimilitarista de la socialdemocracia” Obras Completas T. XIII Ed. Akal/1977 Pp. 195.
El subrayado nuestro)
Solidaridad entre los pueblos de distintos países contra el carácter belicista del
capitalismo en su etapa postrera. Esto explica la razón contenida en el capítulo 11 que precedió
a éste titulado: “El carácter internacional de la revolución proletaria en la etapa imperialista
del capitalismo”.
La primera guerra mundial, pues, tuvo sus antecedentes históricos en los distintos
intereses económicos de expansión geopolítica que, a partir de 1882, dividió y enfrentó a los
imperios asentados en el Occidente europeo y parte de Asia, todos ellos gobernados por el
contubernio entre la moderna clase social burguesa y la vieja nobleza de origen feudal, temerosas
ambas de la alianza política entre proletarios y campesinos. En vísperas de la primera
conflagración bélica mundial, por un lado estaba la llamada “Entente cordiale” entre el
Imperio británico y la República francesa, a la que en 1907 se adhirió el imperio Ruso y así pasó
a llamarse “triple entente”. Por otro lado conspiraba la Triple Alianza entre el imperio alemán,
el de Austria-Hungría y el Reino de Italia. Así las cosas, el 28 de setiembre de 1914 Lenin dejó
dicho negro sobre blanco lo siguiente: <<La guerra europea, preparada durante decenios por los gobiernos y los
partidos burgueses de todos los países, se ha desencadenado. El aumento de los
armamentos, la exacerbación extrema de la lucha por los mercados en la época de
la novísima fase, la fase imperialista, de desarrollo del capitalismo en los países
avanzados y los intereses dinásticos de las monarquías más atrasadas, las de Europa
Oriental, debían conducir inevitablemente y han conducido a esta guerra.
Anexionar tierras y sojuzgar naciones extranjeras, arruinar a la nación
competidora, saquear sus riquezas, desviar la atención de las masas trabajadoras de
las crisis políticas internas de Rusia, Alemania, Inglaterra y demás países, desunir y
embaucar a los obreros con la propaganda nacionalista y exterminar su vanguardia
a fin de debilitar el movimiento revolucionario del proletariado: he ahí el único
contenido real, el significado y el sentido de la guerra presente.
A la socialdemocracia le incumbe, ante todo, el deber de poner al descubierto este
verdadero significado de la guerra y denunciar implacablemente la mentira, los
sofismas y las frases “patrióticas” propagadas por las clases dominantes, por los
terratenientes y la burguesía en defensa de la guerra.
A la cabeza de un grupo de naciones beligerantes se halla la burguesía alemana,
que engaña a la clase obrera y a las masas trabajadoras, asegurándoles que hacen
la guerra en aras de la defensa de la Patria, de la libertad y de la cultura, en aras de
la emancipación de los pueblos oprimidos por el zarismo, en aras del derrocamiento
del zarismo reaccionario. Pero en realidad, precisamente esta burguesía, servil
lacayo de los junkers (terratenientes) prusianos encabezados por Guillermo II, fue
siempre la más fiel aliada del zarismo y enemiga del movimiento revolucionario de
los obreros y campesinos de Rusia. En realidad, esta burguesía, juntamente con los
junkers, orientará todos sus esfuerzos, cualquiera sea el desenlace de la guerra, a
sostener la monarquía zarista contra la revolución en Rusia>> (V. I. Lenin “La
guerra y la socialdemocracia de Rusia”. Lo entre paréntesis nuestro)
A pesar de haber incorporado a su industria incipiente los más recientes adelantos técnicos,
por seguir siendo un país de desarrollo medio el Imperio zarista ruso carecía todavía de
suficiente capacidad económica, como para sostener una guerra de tal magnitud. Sólo corría con
la ventaja de integrar el bloque beligerante de países imperialistas, pero muy detrás de los más
poderosos: <<La burguesía rusa (semi-compradora) tenía [en esa guerra] intereses mundiales
imperialistas, a la manera como el agente que trabaja en comisión, comparte los
intereses de la empresa a la que sirve>>. (L. D. Trotsky: “Historia de la revolución
rusa” T. I. Pp. 54)
Así las cosas y tras 18 meses de guerra, en el ejército ruso el bajo nivel cultural de sus
combatientes reclutados entre los campesinos pobres —incapaces de adaptarse con eficacia al
uso de las técnicas militares del momento—, se combinaba con la desidia y venalidad
irresponsables de sus altos mandos, hechos a la molicie propia de su parasitaria condición
aristocrática. Esto explica que a mediados de 1915, las bajas rusas entre muertos, heridos y
desaparecidos, alcanzara los cinco millones de víctimas. Y la destrucción material sumó diez mil
millones de rublos. En tales condiciones y como resultado de la guerra, se produjo un
desmembramiento del imperio ruso cuyo anterior territorio soberano dejó lugar a nuevos Estados
extranjeros: Finlandia, Polonia, Estonia, Livonia, Curlandia, Lituania, Ucrania y Besarabia,
una soberanía territorial perdida por la Rusia soviética a raíz de la obligada firma del tratado de
paz en Brest Litovsk a que se vieron obligados los revolucionarios el 3 de marzo de 1918.
Que fue ésta una guerra interimperialista de rapiña, dio fe la Conferencia de Paz celebrada
en París el 18 de enero de 1919, entre los aliados triunfantes en el conflicto bélico y las potencias
centrales, de la cual resultó una profunda reestructuración geopolítica en el mapa de Europa.
Antes de la Primera Guerra Mundial, en el centro del continente había un gran país llamado
Imperio Austro-Húngaro, que después de la guerra dejó lugar a distintos países: Austria,
Checoslovaquia, Hungría, y unas pequeñas partes de Yugoslavia y Serbia. Antes del conflicto, al
lado de Albania había dos pequeños países llamados Serbia y Montenegro que después de la
guerra se convierten en uno sólo: Yugoslavia. El Imperio Alemán, que ocupaba un gran territorio,
después de la guerra su nombre se convirtió en Alemania, perdiendo un trozo que pasó a llamarse
Prusia. También a expensas de Alemania, pudo Dinamarca incrementar un poco el suyo. Y la
burguesía griega, que también poseía una gran extensión, después de la guerra Bulgaria le rapiñó
una parte. En cuanto a Rusia, antes de la Primera Guerra Mundial era el imperio más extenso de
Europa. Después de la guerra, este gran país, perdió muchísimo terreno, dejando lugar así, a la
creación de los siguientes países: Polonia, Lituania, Letonia, Estonia y Finlandia. Rumanía
también ganó extensión a expensas del Imperio Ruso. La parte restante recibió el nombre de
Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Para ver los mapas pichar en el aspa X. ANTES DESPUÉS
13. La Revolución rusa en Febrero de 1917 <<El cuidadoso, sabio, democrático y valiente genio
convincente de Lenin. El atropellado, ignorante,
oportunista y burocrático arbitrio personal de
Stalin>> G.P.M.
Poniendo en valor la teoría científica que la vanguardia revolucionaria rusa presidida por
Lenin se ocupó de actualizar —enriquecida por la experiencia de 1905—, los obreros
comprometidos en la revolución de 1917 se unieron a los campesinos pobres y esta vez no
presentaron ninguna petición al zar ni le suplicaron que prometiera nada. Combatieron a su
régimen despótico hasta derrocarlo.
Y así como en 1905 el detonante de la insurrección obrera de Moscú había sido la guerra
ruso-japonesa, la causa inmediata —aunque no fundamental— de la revolución rusa en febrero
de 1917, fue la participación de ese país imperialista en la Primera Guerra Mundial. A principios
de aquel mes, la penuria de la población a raíz de la destrucción provocada por la contienda
bélica, derivó en el desplome del poder adquisitivo de su moneda provocado por la inflación
galopante y el desabastecimiento de alimentos. A ello se sumó el hartazgo del pueblo llano ante
la prolongación del conflicto, potenciado por la propaganda de los partidos revolucionarios. Las
protestas comenzaron el 23 de febrero en Petrogrado, donde las obreras del textil y los asalariados
metalúrgicos en Viborg, así como los de las fábricas de municiones en Petrogrado, salieron en
manifestación con pancartas que reclamaban el final de la guerra y el derrocamiento del Zar,
llegando a sumar entre 80.000 y 90.000 manifestantes, produciéndose saqueos en tiendas de
comestibles.
Al día siguiente, las manifestaciones se extendieron por toda la capital y recrudecieron los
enfrentamientos entre la policía y las masas obreras, una multitud de 160.000 personas. Más de
200.000 contando con los estudiantes, tenderos y amas de casa que se habían sumado al
movimiento maldiciendo al gobierno y exigiendo reformas. La situación se agravó el sábado 25,
cuando el Zar Nicolás II ordenó cerrar el parlamento y hacer uso de las armas. Pero según los
efectivos militares encargados de reprimir veían caer las víctimas entre sus filas, comenzaron a
desmoralizarse. Hasta que los mandos perdieron el control sobre sus tropas y se mostraron
incapaces de acabar con la revuelta.
El domingo 26, el monarca decretó el estado de sitio y la disolución del parlamento,
rechazando el plan para formar un nuevo consejo de ministros. Empezaron los motines en los
distintos destacamentos militares, al tiempo que los parlamentarios decidieron indisciplinarse con
el gobierno y apoyar la rebelión popular. Ese día una parte de los soldados del regimiento
Volynski decidieron desobedecer las órdenes de disparar contra los sublevados y se unieron a los
parlamentarios. Y aun cuando al principio no contaron el apoyo del resto de sus compañeros, sí
consiguieron que el gobierno perdiera capacidad represiva y que no pocos oficiales abandonaran
sus puestos o no acudieran a ocuparlos, lo cual contribuyó a difundir la desafección de las tropas
por sus mandos, sentimiento que se prolongó durante todo el desarrollo de los acontecimientos.
A mediodía del lunes 27, mientras las tropas zaristas se amotinaban contra el régimen y
los obreros se armaban, los miembros de la Duma (parlamento) se constituyeron en Comité
Provisional nombrando presidente a Mijail Rodzianko, quien pidió permiso al Zar para formar
un nuevo gobierno en sustitución del Zar. Por la tarde, el Estado Mayor de las FF.AA. fue
informado por el Ministro de Defensa, de que la situación estaba fuera de control, pidiendo el
envío de tropas provenientes del frente de guerra. Por la noche, Miguel Románov, hermano del
Zar, le rogó que aceptase la petición de Rodzianko, que el monarca rechazó, diciéndole que se
disponía a resolver la crisis de gobierno, marchando personalmente con los destacamentos
militares hacia la capital y acabar con la revuelta. Para ello ordenó al general Nicolai Ivánov —
consejero militar suyo— que hacia allí se dirigiera con varias unidades de tropas procedentes de
los frentes norte y occidental, confiriéndole poderes dictatoriales. Parte de esas tropas desertaron
durante el trayecto ferroviario, cuando al cruzarse con un tren proveniente de la capital, sus
viajeros —entre civiles y militares— comunicaron la incontrolable situación que allí se vivía, a
raíz de lo cual, resultaron vanos los esfuerzos del general Ivánov por restablecer la disciplina
entre sus propias tropas. Pero a pesar de las desalentadoras noticias provenientes de la capital y
de experimentar la deserción en sus propias filas, el general Ivánov decidió proseguir el viaje.
El martes 28, los revolucionarios pasaron a controlar Moscú y la base naval en Kronstadt,
a 30 Km. de San Petersburgo. En ese momento el 16% de los 160.000 soldados que habían sido
destacados por el Zar para controlar la capital, habían desertado pasándose a las filas de la
rebelión, mientras los 130.000 que seguían obedeciendo las órdenes de sus mandos naturales, se
veían desbordados por los obreros y soldados sublevados, superiores en número. Soldados,
marinos y trabajadores de Výborg, Helsingfors, Reval, Pskov, Dvinsk y Riga se unieron a la
revolución.
El 1º de marzo, Petrogrado cayó en manos de los sublevados y el Sóviet de esa ciudad —
que se disputaba el poder de decisión con el Comité de la Duma—, acordó en formar un
Gobierno Provisional. En esas circunstancias y tras sucesivos escarceos, idas y venidas con los
ya ex miembros de su régimen —que se prolongaron hasta el día siguiente—, al comprobar que
sus mandos militares le habían retirado el respaldo, el Zar en un principio acepto ceder el poder
en favor de su hijo, Alexis Nikoláievich, Pero al saber por los médicos que no viviría más de seis
años —sufría de hemofilia—, optó por delegarlo en su hermano, el duque Miguel Románov,
quien temiendo por su seguridad en semejantes circunstancias, lo rechazó. Finalmente, por la
tarde el Zar acabó abdicando sin condiciones en su nombre y el de su heredero.
Así fue como la Revolución de Febrero derivó en una situación de doble poder. A un lado,
estaba el ejercido por el Gobierno Provisional, integrado por parlamentarios de la Duma, todos
ellos representantes políticos de la burguesía, interesados en una política arquitectónica
miserable, que en Europa se había venido practicando desde mediados del siglo XIX: apuntalar
el aparato de Estado semifeudal zarista y, sobre esa base, encauzar la revolución con vistas a
construir otro de nuevo de cuño capitalista. No tenían ningún interés por las aspiraciones del
pueblo ruso, ni en materia de libertades cívicas ni de reivindicaciones sociales. Al contrario.
Querían prolongar la guerra de rapiña anexionista entre los países imperialistas beligerantes. Al
otro lado estaban los Soviets de diputados, obreros y soldados, genuinos parlamentos
democrático-revolucionarios elegidos en los barrios y en las fábricas de las ciudades. Eran
contrarios a proseguir la guerra; pero seguían confiando en el Gobierno Provisional y querían
llegar a un acuerdo con él. ¿Por qué? Porque el proletariado ruso, sin advertirlo, se estaba
dejando conducir por la pequeñoburguesía, temerosa de romper amarras con la burguesía y
los terratenientes cuyos representantes políticos predominaban en el Gobierno Provisional, de
modo que así, el poder se había escorado hacia el chovinismo: <<Desde estos dos órganos (antagónicos) de poder se vieron enfrentadas dos
concepciones de la democracia: la representativa y la directa. Y detrás de ellas dos
clases: la burguesía y el proletariado, que la caída del zarismo puso frente a frente>>
(Pierre Broué: Op. cit. Pp. 114. Lo entre paréntesis nuestro. Digitalizada)
En los Soviets, la mayoría la ostentaban los mencheviques y los socialistas revolucionarios.
Para ellos, solo la burguesía podía ocupar el lugar del zarismo. E inmediatamente proclamaron
el Gobierno Provisional que ellos pasaron a copresidir. Sus prejuicios de clase pequeñoburguesa
subordinada a la gran burguesía terrateniente, comercial, industrial y financiera, pudieron
más que la memoria histórica trasmitida desde 1789. Toda esa experiencia anterior no les había
servido para nada. En ese momento, desde el 5 de marzo se había reanudado la publicación del
periódico bolchevique “Pravda” (la verdad). Y para dirigir su consejo de redacción, el 13 de ese
mismo mes habían sido designados los dirigentes: Matvei Muranov, Lev Borísovich Kámenev
y Iósif Stalin.
Alarmado por la política oportunista y conciliadora que —según percibía estaban llevando
adelante estos dirigentes del partido bolchevique con el Gobierno Provisional a través de su
órgano de difusión—, cuando todavía permanecía en Zúrich Lenin dirigió a “Pravda” cuatro
cartas, conocidas luego como “Cartas desde lejos”. En la primera de ellas fechada el 7 de marzo,
propuso que el proletariado en alianza con el campesinado pobre y medio, debía tomar el poder,
destituyendo al Gobierno provisional que se proponía restaurar la monarquía y proseguir la
guerra imperialista de rapiña en curso. Y debía hacerlo enarbolando las consignas de “paz,
pan y libertad”: <<Quien diga que los obreros deben apoyar al nuevo gobierno en interés de la
lucha contra la reacción zarista (y aparentemente esto han dicho los Potrésov, los
Gvózdiev, los Chjenkeli y también Nicolai Chjeídze, pese a su ambigüedad), traiciona
a los obreros, traiciona la causa del proletariado, la causa de la paz y de la libertad.
Porque, en realidad, precisamente este nuevo gobierno ya está atado de pies y manos
al capital imperialista, a la política imperialista de guerra y de rapiña; ya ha
comenzado a pactar (¡sin consultar al pueblo!) con la dinastía; se encuentra ya
empeñado en la restauración de la monarquía zarista; Ya auspicia la candidatura de
Mijáil Románov como nuevo reyezuelo. ¡No!. Si se ha de luchar realmente contra la
monarquía zarista se ha de garantizar la libertad en los hechos y no solo de palabra;
no solo con las promesas versátiles de los Miliukov y Kérenski; no son los obreros
quienes deben apoyar al nuevo gobierno, sino es el gobierno quien debe apoyar a los
obreros. Porque la única garantía de libertad y destrucción completa del zarismo,
reside en armar al proletariado, en consolidar, extender, desarrollar el papel, la
importancia y la fuerza del sóviet de diputados obreros>> (V.I. Lenin: “Cartas desde
lejos”. En Obras Completas. Ed. Akal/1977. Tomo XXIV Pp. 343. Versión
digitalizada: ver Pp. 10).
Y ese gobierno que debe apoyar a los obreros y a los pequeños campesinos —apoyándose
a la vez en ellos—, no es el Gobierno provisional, —sostenía Lenin en contra de la opinión que
parecía dominante en el Partido bolchevique— sino el gobierno de los Soviets de obreros y
soldados.
En la “Segunda carta”, Lenin fue más allá advirtiendo que: <<La designación de un Louis Blanc ruso, Kérenski, y el llamado a apoyar al nuevo
gobierno, son, se puede decir, un ejemplo clásico de traición a la causa de la
revolución y a la causa del proletariado, traición que condenó a muerte a muchas
revoluciones del siglo XIX, independientemente de lo sinceros y leales al socialismo
que hayan sido los dirigentes y los partidarios de tal política>>. (V. I Lenin: Op. cit.
Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).
Las cuatro primeras “Cartas desde lejos” fueron escritas por Lenin entre el 7 y el 12 de
marzo. La primera fue publicada en los Nos. 14 y 15 de “Pravda” con modificaciones que
Kámenev y Stalin decidieron introducirle para desmerecer las proposiciones de Lenin en ese
texto. Las cartas segunda, tercera y cuarta no fueron publicadas en 1917. Al respecto Pierre
Broué dice lo siguiente: <<Sólo la primera de las cuatro cartas será publicada, pues los dirigentes
bolcheviques, asustados por el carácter radical de este punto de vista, prefirieron
suponer que Lenin estaba mal informado>> (Pierre Broué: Op. cit. Cap. IV. Subrayado
nuestro.)
Kámenev y Stalin, pues, como militantes del partido bolchevique no solo actuaron contra
el Partido Bolchevique sino, además, contra las aspiraciones del pueblo Ruso. Según E. H.
Carr, en el Nº 15 del “Pravda” Kámenev introdujo en primera plana una proclama chovinista
(patriota) del Sóviet de Petrogrado dirigida “A los pueblos de todo el mundo”, donde se
apuntalaba la política belicista del gobierno diciendo que: “defenderemos resueltamente
nuestra propia libertad” (la suya según él la entendió, naturalmente) y que: “la Revolución
rusa no retrocederá ante las bayonetas de los agresores”. Y seguía un artículo firmado por él,
donde acentuó el chovinismo imperialista que alentaba diciendo: <<Cuando un ejército se enfrenta con otro, sugerir a uno de esos ejércitos que
deponga sus armas y se retire sería la política más inane. No sería una política de
paz sino una política de esclavitud, que sería rechazada con disgusto por un pueblo
libre>> (Eduard Hallett Carr: “La Revolución bolchevique” Ed. Alianza
Universidad/1985. T.1 Aptdo. 4. Ed. Cit. Pp. 92)
Como si los soldados que hasta ese momento habían venido siendo en esa guerra carne de
cañón —y podían seguir contándolo—, se hubieran podido sentir libres alguna vez en su vida
antes de abatir a la autocracia zarista, y proponerse convertir esa guerra imperialista en guerra
civil revolucionaria contra los belicistas rusos. Aquí tenemos al desnudo la política vacilante
y de término medio propia de los socialdemócratas oportunistas: <<En el curso de la discusión, Stalin y Muranov (viendo que la autoridad de Lenin
había calado en las bases del partido) desautorizaron las opiniones de Kámenev, quien
se sometió a las decisiones de la mayoría y pasó a adoptar en la organización una
‘posición moderada’. Pero el resultado de la discusión fue más bien un punto muerto
que un compromiso: si bien Pravda no publicó más artículos como el de Kámenev,
que propugnaran abiertamente la defensa nacional, también se abstuvo de atacar al
Gobierno Provisional o a su política de guerra. La diferencia entre Kámenev y los
demás editorialistas (como Stalin), es que estos últimos adoptaron una postura
neutral de no apoyar ni combatir al Gobierno provisional, mientras que el primero
consideraba “imposible” esta actitud y deseaba (que se le diera) un apoyo franco>>.
(E. H. Carr: Op. cit. Pp. 100. Lo entre paréntesis nuestro)
Ante semejante torbellino de confusión arrojado sobre las masas por aquellos dirigentes
“bolcheviques”, Lenin no vio otra forma de resolver el problema que regresar de inmediato a
Rusia, momento propicio en el cual el partido bolchevique había vuelto a la legalidad. Cuando
se dispuso a dejar Suiza, los Aliados le negaron todo tipo de visado de tránsito por Alemania,
viéndose obligado a negociar su pasaje con los servicios consulares de ese país “enemigo”. Lo
hizo por mediación del socialista suizo Patten. Así fue como Lenin y sus compañeros pudieron
atravesar Alemania en un vagón “extraterritorializado”, comprometiéndose a cambio, gestionar
la entrega de un número igual de prisioneros alemanes: <<Con esta concesión, el Estado Mayor alemán creyó introducir en Rusia un nuevo
elemento de desorganización de la defensa que terminara por facilitar su victoria
militar, cuando lo que hizo en realidad, es permitir involuntariamente el retorno y
el triunfo de un hombre que dirigió todos sus esfuerzos a la destrucción de los
imperialistas (malográndoles sus planes de continuidad bélica)>>. (Pierre Broué: “El
Partido bolchevique” Op. Cit. Pp. 117. Lo entre paréntesis nuestro. Digitalizada)
Mientras tanto, el Congreso Nacional del Partido Bolchevique se había reunido en
Petrogrado el 27 de marzo. Allí Stalin, designado poco antes para integrar el comité ejecutivo
central de los soviets y sabiendo de antemano lo que Lenin pensaba sobre la situación en Rusia
y lo que había que hacer sin pérdida de tiempo, presentó un informe donde falseó totalmente la
realidad y la visión de Lenin en sus cartas remitidas desde Suiza: <<De hecho, el Soviet (de Petrogrado) ha tomado la iniciativa de los cambios
revolucionarios […] controla al Gobierno provisional […]. El Soviet moviliza las
fuerzas, controla; el Gobierno provisional, tropezando, vacilando, adopta el papel
de consolidador de las conquistas del pueblo que, en realidad, éste ya ha
alcanzado33>>. (Jean-Jaques Marie en: “Stalin” Ed. Palabra/2008 Pp. 152).
Lo hizo con la inocultable intención de lograr que se apruebe una precursora “división del
trabajo” entre las dos organizaciones políticas: <<Consecuente con su análisis, el 1º de abril, Stalin se declara favorable a la
reunificación con los mencheviques y añade: “No hay que adelantarse y anticipar
los desacuerdos; sin desacuerdos no hay vida en un partido; los pequeños
desacuerdos se resolverán en el interior del partido34”. […] Él es quien presenta la
moción a favor de la unificación adoptada por 14 votos contra 13, en el congreso que
le nombra para ocupar la cabeza de la delegación bolchevique encargada de
negociar las condiciones>>. (Op. cit.).
Según el relato de David Shub, al apearse del tren procedente de Zúrich aquél 3 de abril de
1917, hacía diez años que Lenin no pisaba suelo Ruso. Allí le aguardaba una comitiva de obreros
presididos por el menchevique georgiano Nicolai Chjeidze, entonces presidente del Sóviet de
Petrogrado, quien pronunció una tan breve como inconsistente alocución de bienvenida diciendo
que: <<…la tarea primordial de la democracia revolucionaria hoy, es defender nuestra
revolución de cualquier clase de ataques, vengan de dentro o de fuera…Esperamos
que te unas a nosotros en nuestros esfuerzos por lograrlo>> (David Shub: “Lenin:
1917-1924” Ed. Alianza 1977 Tomo II Pp. 290)
33 Acta de la Conferencia pan-rusa (de marzo) de los militantes bolcheviques en: “Voprossy i Istorií”. Nº 5, 1962 Pp. 112 34 “Voprossi i Istorii”. KPSS Nº 6, 1962 Pp.40.
Seguidamente, desde la Estación de Finlandia el amplio cortejo le acompañó al Cuartel
General del Partido bolchevique, instalado en el palacio de la Ksheninskaya (una bailarina de
ballet que fuera favorita del zar), desde uno de cuyos balcones del segundo piso Lenin habló a
los presentes, asegurándoles que: <<…se avecinaban revoluciones socialistas en Alemania, Inglaterra y Francia. La
Revolución rusa —les dijo— ha marcado el comienzo de un levantamiento general
de todas las masas oprimidas del Mundo>> (Op. cit.)
Y tras hacer este optimista pronóstico, comenta Shub que: <<Ya de vuelta al amplio salón donde se habían reunido los dirigentes bolcheviques,
Lenin escuchó, con una leve sonrisa desdeñosa en los labios, los sucesivos discursos
de unos y otros, esperando a que terminase el último. A continuación se levantó y
reconvino ásperamente a todos por haber apoyado de algún modo al Gobierno
provisional mientras él estaba en Suiza. “No hay que sostener al Gobierno
provisional” fueron prácticamente sus primeras palabras. Aun antes de regresar a
Rusia ya había insistido en carta a Lunacharsky y Ganetski, que se imponía huir de
todo acercamiento a cualquier otro partido, y que era imposible confiar en Chjeidze
o en los socialistas de izquierdas Sujanov y Steklov. Aquella ruptura contundente y
completa con la línea de moderación seguida por Stalin y Kámenev como directores
de “Pravda”, dejó boquiabiertos a sus más inmediatos colaboradores>> (Ibíd.)
Lenin había vuelto a Rusia dispuesto a combatir por los mismos principios revolucionarios
que Marx y Engels habían sostenido en su momento contra las asechanzas del oportunismo,
donde pudo comprobar que sus previsiones acerca de la opinión política predominante
radicalmente opuesta a la suya, se confirmaban. Y en efecto: <<A despecho del entusiasmo previo a su llegada en la estación de Finlandia, cuando
las circunstancias del retorno de Lenin a Rusia llegaron al conocimiento general,
amplios sectores de trabajadores, marinos, soldados y estudiantes de Petrogrado se
sintieron heridos y decepcionados. Los marinos de la II Flota del Báltico que habían
participado desde lugar preferente en la manifestación de bienvenida a Lenin,
aprobaron el 17 de abril una resolución en la que se le condenaba por haber
aceptado la ayuda de Alemania. En los cuarteles del Regimiento Volynski, el
destacamento que con su insurrección había hecho posible el derrocamiento de la
monarquía, se llegó a discutir la conveniencia de arrestarle; también entre los
soldados del (regimiento) Moskovsky y del Preobrazhensky cundió el resentimiento
contra el líder repatriado, y en muchas reuniones de tropas revolucionarias, se
resolvió pedir al Gobierno provisional, que investigase las circunstancias del viaje
de Lenin a través de territorio alemán. La Asociación de estudiantes de los liceos
organizó una manifestación contra Lenin frente al palacio Kshensinski, y una
representación de soldados y marinos heridos de guerra, hizo acto de presencia con
pancartas en las que podía leerse: “Lenin y compañía, ¡volveos a Alemania!”. Estos
veteranos, muchos de ellos con muletas, se dirigieron a continuación al palacio
Tauride para pedir que “se pusiese coto inmediato y por todos los medios a las
actividades de Lenin”. Por añadidura se negaron a escuchar a Tsereteli y Skobelev
cuando intentaron hablar en defensa de Vladimir Ilich. Finalmente, la sección de
soldados del Sóviet presentó una moción a favor de entablar “una batalla sistemática
contra los leninistas”>>. (D. Shub: Op. cit. Pp. 294. Lo entre paréntesis nuestro)
Lenin se vio desautorizado por el Soviet de Petrogrado que votó en contra de sus
proposiciones calificadas de anarquistas: <<La mayoría de sus miembros eran del parecer que el concepto de “destrozar el
aparato estatal” (destituyendo al Gobierno Provisional para reemplazarlo por los
soviets,) representaba la anarquía, y que el sistema leninista de la “revolución
permanente” era irrealizable. Gran parte del Comité Central bolchevique se
declaró partidario de una nueva unión con los mencheviques>>. (Steffan T. Possony:
“Lenin”. Ed. Iberia. Barcelona 1970 Pp. 242/43).
Lenin no consiguió que sus tesis llamadas “de abril”, fueran aprobadas por la conferencia
bolchevique ni por el Comité central del Partido reunido el 6 de abril. Fue cuando Stalin dijo
secamente: <<Estas tesis no son más que un esquema que carece de hechos>> (Burdjalov: “Sobre
la táctica de los bolcheviques en marzo-abril 1917” Voprossy i Istorii Nº 4, 1956 Pp. 51.
Citado por Jean-Jaques Marie en Op. cit. Pp. 154)
Lenin había salido de su exilio en Ginebra, con plena conciencia de que esto era lo que le
esperaba en Rusia y no solo debería soportar, sino superar logrando que los obreros y campesinos
rusos se sobrepusieran a la ignorancia que alimentaba sus prejuicios políticos urdidos por los
mencheviques.
El primer acto del drama revolucionario que le tocaba protagonizar al proletariado ruso en
aquellas cruciales circunstancias, consistía en salir de su atraso ideológico y organizarse dotado
de un mayor grado de conciencia acerca de lo que era necesario hacer junto al campesinado
pobre, para lograr su emancipación política realizando esa imprescindible tarea. Así lo expuso
al redactar la primera de sus famosas “Tesis de Abril” al día siguiente de volver a pisar suelo
ruso: <<La peculiaridad del momento actual en Rusia consiste en el paso de la primera
fase de la revolución, que ha dado el Poder a la burguesía por carecer el proletariado
del grado necesario de conciencia y de organización, a su segunda fase, que debe
poner el Poder en manos del proletariado y de las capas pobres del campesinado.
Este tránsito se caracteriza, de una parte, por el máximo de legalidad (Rusia es
hoy el más libre de todos los países beligerantes); de otra parte, por la ausencia de
violencia contra las masas y, finalmente, por la confianza inconsciente de éstas en el
gobierno de los capitalistas, de los peores enemigos de la paz y del socialismo.
Esta peculiaridad exige de nosotros, habilidad para adaptarnos a las condiciones
especiales de la labor del Partido entre masas inusitadamente amplias del
proletariado, que acaban de despertar a la vida política>> (Op. cit.)
De la ingenua confianza del proletariado ruso en el Gobierno provisional, ya estaba
informado Lenin desde marzo, discutiendo por escrito del asunto con Kámenev, según lo que
había leído de él en el Nº 26 del “Pravda”. Confundiendo el concepto de revolución política
con revolución social, “de un modo abstracto y simple” Kámenev acusaba falsamente a Lenin,
de haber propuesto que el proletariado pasara a concretar la revolución socialista, afirmando que
la revolución democrático-burguesa ya se había consumado.35 Lo que venía diciendo Lenin
es que, al abdicar el Zar, el poder político había pasado a manos del Gobierno Provisional, es
decir, de la burguesía. Esto es lo que, para Lenin, significaba el hecho de haberse consumado la
revolución política democrático-burguesa. Lo cual estaba muy lejos de que la revolución social
burguesa se hubiera podido realizar, como para que se justifique proclamar el socialismo en
Rusia. Esa era una tarea que recién comenzaría con la consolidación del poder político en la
sociedad rusa por el proletariado.
Por eso mientras redactaba el artículo de respuesta a Kámenev publicado en “Pravda” el
13 de abril, Lenin preguntaba:
35 La revolución política en cualquier país, tiene por objeto y finalidad sustituir a una clase social por otra a cargo de la dirección política de su
respectivo Estado nacional. La revolución social apunta a que la clase social sustituta cambie el sistema de relaciones económico-sociales vigente,
por otro radicalmente distinto al interior de dicho Estado.
<< ¿Cubre esta realidad (la que en esos momentos estaba ante los ojos de cualquier
ciudadano ruso desprejuiciado y sincero que quisiera verla) la vieja fórmula
bolchevique del camarada Kámenev, que dice que la revolución (política)
democrático burguesa no se ha consumado?>> (V.I. Lenin: “Cartas sobre tácticas”
en Obras Completas. Ed. Akal/1977. Tomo XXIV Pp. 455. Lo entre paréntesis nuestro.
Versión digitalizada en Pág. 111)
Lenin tenía razón. Esa revolución política democrático-burguesa en febrero de 1917, se
había efectivamente realizado por el hecho de que el poder político había pasado a manos de
la gran burguesía, a través de sus representantes en el Gobierno Provisional. Ni más ni menos
que como se dio por consumada la revolución política de la burguesía en Francia con la toma de
la Bastilla en 1789 por el proletariado de París. ¿Significa esto que se hubiera consumado por
entonces en Francia la revolución social capitalista? En absoluto. Esa revolución recién había
comenzado. Para consumarla había que acabar con el feudalismo, en tanto que sistema social
todavía dominante. Pero tras derrocar a la nobleza, en vez de encargarse de realizar esa tarea, la
pequeña y mediana burguesía francesa delegó el poder que había conquistado —a instancias del
proletariado y el campesinado pobre—, en manos de la coalición política de grandes burgueses
y terratenientes. ¿Y qué hizo ese bloque histórico de poder en el gobierno a través de sus
representantes políticos? Pues, volverlo a poner en manos de la nobleza para garantizar la
estabilidad de sus propios intereses por temor al pueblo.
¿Debía, pues, el pueblo Ruso repetir en 1917 la misma experiencia, entregándole el poder
a la burguesía después de habérselo arrancado a la autocracia rusa? Esto es lo que desde febrero
de 1917 preconizaba torticeramente Kámenev —reconvertido al menchevismo— ante la opinión
pública Rusa en su disputa con Lenin a principios de abril. Esto mismo es lo que muy astuta y
embozadamente también sostenían desde un segundo plano Muránov y Stalin, desde que el 13
de marzo se hubieran encaramado a la dirección del Comité de redacción del diario “Pravda”.
El tan sorprendente como valiente y severo discurso de Lenin en la sala Ksheninskaya, sin duda
solo se explica porque, todavía estando en Suiza, sabía ya lo que sucedía en Rusia.
Si como es cierto que los obreros y los campesinos pobres habían venido combatiendo
abnegadamente contra la monarquía zarista, por la libertad, por la tierra para los campesinos,
por la paz para toda Rusia y contra la matanza de los imperialistas beligerantes en esa guerra
de rapiña, contemporizar con el Gobierno Provisional suponía renunciar a los propósitos de esa
lucha que, hasta ese momento, habían conseguido con la caída del zarismo. Porque tanto el jefe
del partido burgués constitucionalista, Kerenski, como el Zar Nicolás II, querían proseguir con
esa guerra. Y el Gobierno Provisional también. Pero entre el pueblo había calado ya la consigna
“Pan, paz, tierra y libertad” que los bolcheviques adoptaron en un momento en que los soldados
desobedecían a sus oficiales, una consigna a la que Lenin había apelado en su “Segunda Carta
desde Lejos” dirigida al pueblo ruso el 07 de marzo de 1917, pero que no fue publicada36: <<La revolución (de febrero) ha sido obra del proletariado, que ha dado muestras
de heroísmo, que ha vertido su sangre, que ha sabido llevar a la lucha a las más
amplias masas trabajadoras y a las más amplias capas de la población; que exige
pan, paz y libertad, que exige la república y simpatiza con el socialismo. Y un puñado
de capitalistas encabezados por los Guchkov y los Miliukov, quiere burlar la
voluntad y los anhelos de la mayoría de la población; cerrar trato con la monarquía
tambaleante para sostenerla y salvarla: ponga vuestra majestad, el gobierno en
36 La primera carta apareció en los números 14 y 15 de Pravda, 21 y 22 de marzo (3 y 4 de abril), con considerables recortes y ciertos cambios
realizados por el comité editorial, que desde mediados de marzo incluía a L.B. Kámenev y J. Stalin. El texto completo de la carta fue publicado por
primera vez en 1949, en la cuarta edición de las Obras Completas de Lenin. La segunda carta no se conoció hasta que fue publicada en octubre de
1924 por la revista “Bolshevik”. La tercera y cuarta cartas tampoco fueron publicadas en 1917. Tal fue el “aporte” de Stalin y Kámenev a la revolución,
todavía por entonces desde sus puestos de dirección editorial de la revista “Pravda”. Las ideas básicas de la quinta carta incompleta, fueron
desarrolladas por Lenin posteriormente en sus “Cartas sobre táctica” (Pp. 113) y en “Las tareas del proletariado en nuestra revolución” (Pp. 27).
manos de Lvov y Guchkov y nosotros estaremos con la monarquía, contra el pueblo.
¡Éste es el sentido, ésta es la esencia de la política del nuevo gobierno!>> (Op. cit.
Ver Pp. 89).
Contra ese objetivo contrarrevolucionario de la burguesía rusa en alianza con la
aristocracia terrateniente, lo que propuso Lenin en su tercera carta fue, en primer lugar, armar a
los Sóviets como órganos del poder popular, para derrocar al Gobierno Provisional e implantar
la Dictadura Democrática del proletariado y los campesinos pobres, esto es, un gobierno
decidido a realizar la consigna de “Pan, Paz y Libertad”. Y para ello, inspirado en la experiencia
revolucionaria del proletariado parisino en 1871, Lenin esclareció diciendo: Necesitamos un Estado. Pero no la clase de Estado que ha creado la burguesía en
todas partes, desde las monarquías constitucionales hasta las repúblicas más
“democráticas”. Y en ello nos distinguimos de los oportunistas y de los Kautskistas,
de los viejos y decadentes partidos socialistas [de la IIª Internacional], que han
olvidado o deformado las enseñanzas de la Comuna de París y el análisis que, de
estas enseñanzas, hicieron Marx y Engels.
Necesitamos un Estado, pero no del tipo que necesita la burguesía, con
organismos de gobierno —en forma de policía, ejército y burocracia (altos
funcionarios públicos) separados del pueblo y en contra de él. Todas las
revoluciones burguesas se han limitado a perfeccionar esa maquinaria del Estado, a
transferirlas simplemente de manos de una partido a las de otro.
Si el proletariado quiere defender las conquistas de la presente revolución y
seguir adelante, si quiere conquistar el pan, la paz y la libertad, debe —empleando
la expresión de Marx— destruir esa maquinaria del Estado “prefabricada” y
reemplazarla por otra nueva, fusionando la policía, el ejército y la burocracia con
“todo el pueblo armado”. Siguiendo el camino señalado por la experiencia de la
Comuna de París en 1871 y de la Revolución rusa en 1905>>. (V. I. Lenin: “Cartas
desde lejos” Tercera Carta. Publicada por primera vez en 1924: Revista “Internacional
Comunista” Nº 3-4. Lo entre corchetes nuestro. Versión digitalizada Pp. 83).
Sin embargo y a pesar de todos estos argumentos, según reporta Schapiro en “The
Communist Party” Pp. 164 citado por Possony: <<Numerosas organizaciones locales del partido, siguieron siendo de composición
menchevique-bolchevique hasta la toma del poder por los bolcheviques, pese a los
esfuerzos de Lenin>>. (Op. cit.)
¿Qué consecuencias habían sacado los Piatakov y los Kámenev, los Stalin, los Ríkov y
los Noguín, de los análisis de Marx y Engels sobre las enseñanzas de la Comuna de París? Se
cagaron en ellos. Pierre Broué ha dicho que: “Stalin, al parecer, adoptó inmediatamente las
tesis de Lenin”. Sí. En la Conferencia Nacional del Partido que se reunió el 24 de abril, Stalin
—junto a Zinóviev, Bujarin y 147 delegados más—, votó a favor de las “Tesis” de Lenin. Pero,
¿por qué? La respuesta en los siguientes hechos: Seis días antes, Pavel Miliukov, por entonces
ministro de relaciones Exteriores del Gobierno Provisional, declaró públicamente que: “Todo el
pueblo aspira a proseguir la guerra mundial hasta conseguir un triunfo decisivo", ante lo
cual y por toda respuesta entre el 20 y el 21 de abril y de modo espontáneo, 100.000 obreros
recorrieron las calles de San Petersburgo enarbolando carteles donde se exigía: “Que se
publiquen los tratados secretos”, “Abajo la guerra” y “Todo el poder a los soviets”. En tales
circunstancias, el general Lavr Kornílov, comandante en jefe del ejército, ordenó disolver la
manifestación a tiros pero las tropas se negaron a ejecutarla. De no ser por la determinación
política de aquellos soldados, la escrupulosa “discreción” de Stalin hubiera quedado enterrada en
su euforia contrarrevolucionaria, y el curso de su biografía política no sería tan tortuoso como
fue, sino más directo en dirección hacia donde había venido insinuándose, compartiendo la
dirección del “Pravda” junto a los ya mencionados Kámenev y Muranov.
Una cosa fue, pues, lo que había venido votando la mayoría de los representantes
bolcheviques en los órganos del partido contra Lenin entre el primero de marzo y el 17 de abril,
y otra muy distinta lo que las masas hicieron desde el 20 de abril en adelante: <<El 18 de abril, una nota dirigida por Miliukov a los aliados, Ministro de Asuntos
Exteriores, en la que afirma que Rusia continuará la guerra hasta la victoria final,
prende fuego a la pólvora. Los días 20 y 21 de abril, decenas de miles de obreros y
de soldados apoyados por los bolcheviques, desfilan por las calles de la capital
exigiendo la dimisión de Miliukov. Stalin bolchevique conciliador, firma un
telegrama del Comité Ejecutivo Central “pidiendo” a los manifestantes que “se
abstengan” de continuar su movimiento a causa del “prejuicio que provocan todas
esas manifestaciones dispersas y desorganizadas”.37
Sin embargo, en el informe que pronunció sobre la cuestión nacional —y que dejó
indiferentes a los delegados— durante su intervención el último día en el Congreso
nacional, se alió a “la orientación hacia la revolución socialista”. Salió elegido para
el comité Central en tercera posición por 97 votos sobre 109, detrás de Lenin (104)
y Zinoviev (101), pero delante de Kámenev (95 votos). En 1925 escribirá en su
Prólogo a “Los Caminos de octubre”: <<El Partido se había detenido a mitad de camino en los temas de la paz y del poder de
los Soviets […] Yo compartí esta posición errónea con la mayoría del Partido y a
mediados de abril me separé de ella adhiriéndome a las tesis de abril de Lenin38. Este
pasaje desaparecerá de las ediciones posteriores, y Stalin pondrá bajo el celemín
(haciendo desaparecer) el acta del congreso de abril, que solo se editará en la URSS
después de su muerte>> (Jean-Jaques Marie: “Stalin” Ed. Palabra/2003 Cap. VII Pp. 155).
A propósito de este significativo y esclarecedor episodio de la lucha entre clases en torno
a la taimada semblanza de Stalin, Trotsky llama la atención de que, en su obra autobiográfica no
se haya referido a la Revolución de 1917: <<Dondequiera que interviene como autobiógrafo, Stalin no menciona aquel año
grande, que dio personalidad y moldeó a los más distinguidos líderes de la vieja
generación. Esto debiera tenerse siempre presente, pues dista mucho de ser
accidental en su autobiografía, que el siguiente año revolucionario de veras, 1917,
habría de constituir un punto tan nebuloso como el de 1905. Nuevamente
encontramos a Koba, ahora Stalin, en una modesta oficina de redacción, esta vez
Pravda, de San Petersburgo, escribiendo sin apresuramiento comentarios insípidos
sobre hechos llenos de sabor. Aquí hay un revolucionario constituido de manera que
una revolución auténtica de las masas le trastorna haciéndole saltar de su rutina y
despidiéndole a un lado. Nunca fue tribuno, ni estratega o dirigente de una rebelión,
sino tan sólo un burócrata de la revolución. Por eso, para encontrar campo adecuado
a sus peculiares talentos, se vio condenado a pasar el tiempo en un estado
semicomatoso (desapercibido) hasta que se aplacaron los furiosos torrentes de aquel
acontecimiento>>. (L. D. Trotsky: “Stalin” Cap. III Pp. 82. Lo entre paréntesis y el
subrayado nuestros)
Ya en setiembre de 1905, Lenin había actualizado magistralmente ante su partido y ante
la sociedad rusa, lo que Marx propuso al proletariado europeo llevar a la práctica en marzo de
1850: <<La actitud del partido obrero revolucionario ante la democracia
pequeñoburguesa (encarnada en los campesinos medios y pobres), puede expresarse
así: marcha con ella en contra de la fracción que se propone derrocar (la aristocracia
terrateniente); (pero) se enfrenta a ella en todo lo que haga o pretenda para afianzarse
por sí misma (limitándose) simplemente a modificar las (sus) condiciones sociales, de
modo que la sociedad actual resulte lo más rentable y cómoda posible para ellos>>.
37 “Izvestia” 22 de abril de 1917.
38 Stalin: Na Putiaf Oktiabria. Moscú 1925 Pp. VIII-IX.
(K. Marx: “Circular al Comité Central de la Liga de los Comunistas”. Londres, marzo
de 1850. En: Marx-Engels: Los grandes fundamentos. Ed. FCE/México 1988 Pp. 357)
He aquí el concepto de “revolución permanente”. Un derrotero por el que debía discurrir
y discurrió en Rusia la lucha entre las distintas clases y sectores de clases entre 1905 y 1917,
objetivamente trazado por la dialéctica de sus distintos y específicos intereses económicos en
cada momento. Así lo anticipó Lenin a los miembros del partido socialdemócrata bolchevique,
55 años después de Marx parafraseando sus propias palabras: <<Apoyamos al movimiento campesino por cuanto es un movimiento democrático
revolucionario. Nos preparamos (ahora mismo, inmediatamente), para luchar
contra él cuando comience a actuar como un movimiento reaccionario, anti-
proletario. Toda la esencia del marxismo está en esta doble tarea que solo quienes
no comprenden el marxismo pueden simplificar o reducir a una sola y simple tarea.
(V. I. Lenin: “La actitud de la socialdemocracia ante el problema campesino” Ver Pp.
67)
Además de los terratenientes y la gran burguesía que todavía ejercían el poder avalado
por el aparato estatal zarista y los partidos liberal constitucionalista y socialdemócrata
menchevique —integrantes del Gobierno Provisional—, las otras clases (subalternas) eran
entonces, según su importancia numérica: el campesinado medio y pobre dirigido por el partido
de los socialistas revolucionarios y, en segundo término, el proletariado dirigido por el partido
socialdemócrata bolchevique.39 Ante este cuadro de situación, Lenin formuló y fue
respondiendo a los siguientes interrogantes: 1) ¿A qué aspira el actual movimiento campesino en Rusia? A la tierra y a la libertad.
2) ¿Qué significará la victoria completa de este movimiento? Acabará con la dominación
política que los terratenientes venían ejerciendo sobre la mayoría social explotada a través de
los altos funcionarios del Estado, repartiendo la tierra entre los campesinos.
3) ¿Acabará esta revolución con la economía mercantil? NO, no acabará con ella.
4) ¿Suprimirá el profundo abismo existente entre el campesino rico propietario de muchos
caballos y vacas, y el peón, el jornalero, es decir, entre la burguesía rural y el proletariado
agrícola? No, no lo suprimirá. Por el contrario, cuanto más completa sea la derrota y la
liquidación del estamento [feudal] superior (los terratenientes), más profunda será la discordia
de clase entre la burguesía agraria e industrial y el proletariado.
5) ¿Qué importancia tendrá la victoria completa de la insurrección campesina, por su
significación objetiva? Esta victoria barrerá todos los restos del régimen [feudal], la
servidumbre. Pero no suprimirá el régimen burgués de economía, no suprimirá el capitalismo,
la división de la sociedad en clases, en ricos y pobres, en burguesía y proletariado.
6) ¿Por qué el actual movimiento campesino es un movimiento [político] democrático-
burgués? Porque al acabar con el poder de los funcionarios y terratenientes, crea un régimen
democrático en la sociedad, sin modificar la base burguesa de esa sociedad democrática, sin
suprimir la dominación del capital.
7) ¿Cuál debe ser la actitud del obrero con conciencia de clase, del socialista, ante el actual
movimiento campesino? Debe apoyarlo, ayudar con la mayor energía a los campesinos,
ayudarlos hasta el fin a desembarazarse, tanto del poder de los funcionarios como de los
terratenientes [acabar con la componenda entre los aristócratas y los burgueses, entre el capitalismo
y el feudalismo]. Pero al mismo tiempo, debe explicar a los campesinos, que no basta
desembarazarse del poder de los funcionarios y terratenientes. Es necesario prepararse al
mismo tiempo para destruir el poder del capital, el poder de la burguesía; y para este fin, hay
que propagar sin demora la doctrina plenamente socialista, es decir, marxista, y unir,
39 Lenin distinguía entre el campesino medio y el kulak o terrateniente, en que aquél no recurre a la explotación de trabajo ajeno: “El kulak roba
dinero y trabajo de otros. Los campesinos pobres, los semiproletarios, son los que sufren esa explotación; campesino medio es el que no explota
a otros, el que vive de su propia hacienda; tiene aproximadamente el cereal necesario para vivir él y su familia, pero no llega a kulak ni puede
ser incluido entre los pobres. Esos campesinos vacilan políticamente entre nosotros y los kulaks. Un pequeño número de ellos, si les sonríe la
fortuna, pueden llegar a ser kulaks, por eso aspiran a ser como ellos. Pero la mayoría jamás podrá llegar a serlo”. (V.I. Lenin: “Informe sobre
la política interior y exterior del Consejo de Comisarios del Pueblo ante la sesión del Sóviet de Petrogrado” 12/03/1919. Obras Completas Ed.
Akal/1978 Pp. 369). Versión digitalizada ver Pp.109.
cohesionar y organizar a los proletarios rurales para la lucha contra la burguesía agraria,
industrial y financiera en su conjunto.
8) ¿Debe el asalariado con conciencia de clase olvidar la lucha democrática en aras de la lucha
socialista o viceversa? No. El asalariado consciente se llama socialdemócrata precisamente,
porque ha comprendido la relación que existe entre una y otra lucha. Sabe que el único camino
para llegar al socialismo pasa por la democracia. Por la libertad política. Por eso tiende a la
realización completa y consecuente de la democracia a fin de alcanzar el objetivo final, el
socialismo.
9) ¿Por qué no son iguales las condiciones de la lucha democrático-burguesa y las de la lucha
socialista? Porque en una y otra lucha los asalariados tendrán infaliblemente aliados distintos.
Despliegan la lucha democrática aliándose con una parte de la burguesía, sobre todo con la
pequeñoburguesía. Sostienen la lucha socialista contra toda la burguesía. La lucha contra los
funcionarios y los terratenientes podrán y deberán libarla los asalariados junto con todos los
campesinos, incluidos los ricos y los medianos. Mientras que la lucha socialista contra la
burguesía y, por tanto, contra los campesinos ricos, los asalariados deberán librarla con la
mayor seguridad junto con el proletariado rural. (Cfr. V. I. Lenin: "El socialismo
pequeñoburgués y el socialismo proletario”. Página 73. Setiembre de 1905)
Tal es el concepto de “revolución permanente” que Marx anunció y propuso llevar a la
práctica en marzo de 1850, como una exigencia de la ley general de la acumulación capitalista
descubierta por él. Una exigencia que se insinuó por primera vez en Rusia durante aquél
“domingo sangriento” en 1905, y que recién se pudo concretar entre febrero y octubre de 1917.
Revolución “ininterrumpida” al decir de Lenin, que en ese momento atravesaba en Rusia su
primera fase democrático-burguesa. Se trataba de confiscar las tierras en manos de los
aristócratas latifundistas y entregarla a la mayoría social campesina pobre y media, para que la
ley objetiva del valor hiciera lo suyo alumbrando en la conciencia de los explotados devenidos
en mayoría absoluta de la población, la exigencia de pasar a la fase última de la revolución
democrático-socialista.
¿Fue democrática pues, la lucha del proletariado y los campesinos rusos en general contra
los altos funcionarios, los terratenientes y la gran burguesía industrial de ese país a principios del
siglo XX? Sí, porque fue la lucha de una gran mayoría consciente, contra una irrisoria
minoría. ¿Es democrática hoy día la proposición de que el proletariado urbano y rural luche por
el poder contra el conjunto de la burguesía en todo el Mundo? Sí, porque es más que nunca la
lucha de una apabullante mayoría social absoluta explotada, contra una cada vez más reducida
minoría relativa explotadora, genocida y decadente.
14. El papel de Stalin en la revolución. Febrero-octubre 1917 <<Y tenemos miedo de nosotros mismos. No nos decidimos a quitarnos la
camisa sucia (del capitalismo) a la que estamos “habituados” y a la que hemos
tomado apego…Mas ha llegado la hora de quitarse la camisa sucia, ha llegado
la hora de ponerse ropa limpia>>. (V. I. Lenin: “Las tareas del proletariado en
nuestra revolución” Pp. 43. 10 de abril 1917. Lo entre paréntesis nuestro).
<<Independientemente de lo que se piense sobre el bolchevismo, es
innegable que la revolución rusa es uno de los grandes acontecimientos
de la historia de la humanidad, y la llegada de los bolcheviques al poder
un hecho de importancia mundial. Así como los historiadores se
interesan por reconstruir, en sus menores detalles, la historia de la
Comuna de París, así mismo desearan conocer lo que sucedió en
Petrogrado en noviembre de 1917, el estado de espíritu del pueblo, la
fisonomía de sus jefes, sus palabras, sus actos. Pensando en ellos, he
escrito yo este libro. Durante la lucha, mis simpatías no eran neutrales.
Pero al trazar la historia de estas grandes jornadas, he procurado
estudiar los acontecimientos como un cronista concienzudo, que se
esfuerza por reflejar la verdad>>. John Reed: “Los diez días que
estremecieron al Mundo”
El concepto: “dictadura del proletariado” fue acuñado y prevista su necesaria realización
política por Marx en 1850, cuando escribió “Las luchas de clases en Francia (1848-1850”): <<El proletariado de París fue obligado por la burguesía a hacer la insurrección
de Junio. Ya en esto iba implícita su condena al fracaso. Ni su necesidad directa y
confesada le impulsaba a querer conseguir por la fuerza el derrocamiento de la
burguesía, ni tenía aún fuerzas bastantes para imponerse esta misión. El "Le Moniteur"
hubo de hacerle saber oficialmente que habían pasado los tiempos en que la república
tenía que rendir honores a sus ilusiones, y fue su derrota la que le convenció de esta
verdad: que hasta el más mínimo mejoramiento de su situación es, dentro de la república
burguesa, una utopía; y una utopía que se convierte en crimen tan pronto como quiere
transformarse en realidad. Y sus reivindicaciones, desmesuradas en cuanto a la forma,
pero minúsculas e incluso todavía burguesas por su contenido, cuya satisfacción quería
arrancar a la república de Febrero, cedieron el puesto a la consigna audaz y
revolucionaria: ¡Derrocamiento de la burguesía! ¡Dictadura de la clase obrera!>>.
(Capítulo 1: La derrota de junio de 1848. (Versión digitalizada Pp. 34).
En esta obra, Marx vinculó inseparablemente la “dictadura del proletariado” con la
“revolución permanente”, como una identidad de conceptos: <<Mientras que la utopía, el socialismo doctrinario, que supedita el movimiento total
a uno de sus aspectos, que suplanta la producción colectiva, social, por la actividad
cerebral de un pedante suelto y que, sobre todo, mediante pequeños trucos o grandes
sentimentalismos, elimina en su fantasía la lucha revolucionaria de las clases y sus
necesidades; mientras que este socialismo doctrinario, que en el fondo no hace más
que idealizar la sociedad actual, forjase de ella una imagen limpia de defectos y quiere
imponer su propio ideal a despecho de la realidad social; mientras que este socialismo
(ingenuo y utópico) es traspasado por el proletariado a la pequeña burguesía; mientras
que la lucha de los distintos jefes socialistas entre sí pone de manifiesto que cada uno
de los llamados sistemas se aferra pretenciosamente a uno de los puntos de transición
de la transformación social, contraponiéndolo a los otros, el proletariado va
agrupándose más en torno al socialismo (efectivamente) revolucionario, en torno al
comunismo, que la misma burguesía ha bautizado con el nombre de Louis Auguste
Blanqui. Este socialismo es la declaración de la revolución permanente, de la dictadura
de clase del proletariado como punto necesario de transición para la supresión de las
diferencias de clase en general, para la supresión de todas las relaciones de producción
en que éstas descansan, para la supresión de todas las relaciones sociales que
corresponden a esas relaciones de producción, para la subversión de todas las ideas
que brotan de estas relaciones sociales. (Op. cit. Cap. III: “Las consecuencias del 13 de
junio de 1849”. Versión digitalizada Pp. 81. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).
Como hemos visto, todavía entre 1905 y febrero de 1917 el ala oportunista (menchevique)
del "Partido Obrero Socialdemócrata Ruso" (POSDR), siguió dando la espalda a estos dos
conceptos identitarios, sosteniendo que si la revolución era de carácter burgués —lo cual era
cierto— la clase llamada a formar gobierno en la revolución antifeudal debía ser la burguesía,
proposición teórica que desde 1789 se demostró prácticamente falsa e inconducente hasta la
saciedad. Ergo, para los mencheviques al proletariado le tocaba esperar no sólo a que esa utopía
sucediera, sino a que el capitalismo se desarrollara “lo suficiente como para convertirle en la
clase más numerosa de la sociedad, única condición que haría realmente posible la revolución
socialista democrática. Como si por entonces no hubiera suficientes pruebas históricas, de que
los capitalistas se apoyaban en la nobleza, temerosos de la posible alianza abrumadoramente
mayoritaria de asalariados y campesinos; y como si el campesinado pobre y medio todavía
sometidos hereditariamente a la gleba40, no contaran en la formación de esa mayoría social
suficiente para llevar adelante la revolución antifeudal-burguesa bajo la dirección política del
proletariado. O sea, que los mencheviques seguían las tesis contrarrevolucionarias formuladas
por el teórico reformista burgués alemán, Eduard Bernstein, publicadas en 1899.
Por su parte, los "socialistas revolucionarios", basándose en la supuesta intangibilidad de
la Comuna rural rusa, seguían sosteniendo que en ese país era posible pasar sin solución de
continuidad, del feudalismo al socialismo a través de las solas luchas del campesinado, es decir,
de la pequeñoburguesía rural. A pesar de que en "El desarrollo del capitalismo en Rusia"
(1899), Lenin ya había demostrado de forma incontestable, que las antiguas estructuras
comunitarias del campo en Rusia, estaban en franca disolución desde la reforma del zar
Alejandro II en 1861, con tendencia a transformarse en estructuras puramente capitalistas. Y
a Eduard Bernstein le recordó, que todavía en Rusia el Estado seguía en manos de la aristocracia
feudal y que la burguesía se apoyaba en ella, tal como había venido sucediendo en el resto de
Europa desde 1789. Dos conceptos que Kámenev y Stalin se negaron a comprender y aceptar.
Tres años después, en 1902, Lenin publicó su obra: “¿Qué Hacer?”, donde arremetió
contra los “marxistas legales” apelando a la memoria histórica del movimiento proletario
europeo, comprendida en los textos de Marx y Engels. Allí recordó la incapacidad de la
burguesía alemana frente a una emergencia parecida a la que Rusia enfrentaría en 1905. Fue
durante esos acontecimientos cuando Lenin le advirtió al proletariado ruso, que la tarea
democrático-revolucionaria de desalojar del poder social a la nobleza —y a su burocracia
zarista enquistada en el Estado teocrático Ruso—, no pasaba por aliarse con la burguesía, sino
con los campesinos pobres. Y para eso era necesario reemplazar al gobierno zarista por un
gobierno provisional de carácter obrero campesino, que por su composición no dejaría de ser un
gobierno burgués, aunque sin burguesía. Por tanto, se imponía implantar la dictadura
democrática de los obreros y los campesinos sobre la entente conformada entre el zarismo y la
burguesía.
A todo esto Stalin había cumplido 24 años, y los mencheviques se negaban a luchar por la
dictadura democrático-burguesa obrero-campesina contra la coalición entre la aristocracia y la
burguesía, haciendo oportunismo con el argumento de que la supuesta ausencia de claridad
política de los sectores del movimiento más impacientes —influenciados por los "socialistas
revolucionarios"—, desacreditaría al POSDR ante esa parte de los asalariados más
revolucionaria. Lenin respondía que ese hipotético descrédito hacia el POSDR, solo podía
imperar en la cabeza de quienes —como los dirigentes socialistas revolucionarios— pensaban
que Rusia estaba en condiciones de pasar sin solución de continuidad, del régimen semifeudal
aristocrático al socialismo, saltándose fases de la revolución democrático-burguesa de necesario
recorrido, que sólo debía y podía llevar a la práctica la alianza de los obreros y de los campesinos
dirigida por los primeros: <<Esta argumentación [la sostenida por los socialistas revolucionarios] se basa en un
error: confunde la revolución democrática con la revolución socialista, [es decir,] la lucha
por la república [burguesa] (incluyendo todo nuestro programa mínimo) con la lucha por
el socialismo. En efecto, la socialdemocracia sólo conseguiría desacreditarse si se trazase
como objetivo inmediato la revolución socialista [y en esta idea debía el POSDR educar a
esos sectores más impacientes]. Pero la socialdemocracia ha luchado siempre contra estas
ideas oscuras y confusas de “nuestros socialistas revolucionarios”. Precisamente por ello
insistió siempre en el carácter burgués de la revolución inminente en Rusia, y por ello
sostuvo la necesidad de distinguir de forma rigurosa entre el programa mínimo
40 Gleba: parcela de tierra sobre la cual estaban confinados a trabajar los siervos y sus descendientes para su ocasional amo, el señor feudal propietario.
democrático y el programa máximo socialista>>. (V.I. Lenin: "La dictadura democrática
del proletariado y los campesinos" 12/04/905. En “Obras Completas” E. Akal/1976 T. VIII
Pp. 304. Lo entre corchetes y el subrayado nuestros).
Esta distinción que Lenin hizo en 1905 entre el programa mínimo y el programa máximo,
es decir, entre la revolución democrático-burguesa y la revolución socialista, había sido el
producto de lo que él mismo había asimilado y propuso ya en1902 estudiando los textos legados
por Marx y Engels, en el sentido de que sin teoría revolucionaria no puede haber movimiento
revolucionario: <<Nunca se insistirá lo bastante sobre esta idea en un tiempo en que a la prédica en
boga del oportunismo va unido un apasionamiento por las formas más estrechas de la
actividad práctica, Y, para la socialdemocracia rusa, la importancia de la teoría es
mayor aún, debido a tres circunstancias que se olvidan con frecuencia, a saber:
primeramente por el hecho de que nuestro partido sólo ha empezado a formarse, sólo
ha empezado a elaborar su fisonomía, y dista mucho de haber ajustado sus cuentas con
las otras tendencias del pensamiento revolucionario, que amenazan con desviar al
movimiento del camino justo. Por el contrario, precisamente estos últimos tiempos se
han distinguido (como hace ya mucho predijo Axelrod a los “economistas”) por una
reanimación de las tendencias revolucionarias no socialdemócratas [practicistas]. En
estas condiciones, un error [teórico] “sin importancia” a primera vista, puede causar los
más desastrosos efectos [en la práctica política], y solo gente miope puede encontrar
inoportunas o superfluas las discusiones [teóricas] fraccionales y la delimitación
rigurosa de los matices. De la consolidación de tal o cual “matiz”, puede depender el
porvenir de la socialdemocracia rusa por años y años>>. (V. I. Lenin: “¿Qué hacer?”
Cap. I Engels sobre la importancia de la lucha teórica. Ed. Progreso Moscú Pp. 25. Lo entre
corchetes nuestro. Versión digital. Publicado por primera vez en “Iskra”).
Uno de los apasionados por tales formas estrechas de la actividad práctica, que no ven
ni aspiran a ir con su lucha más allá de la táctica en pos de objetivos políticos inmediatos, fue
durante toda su vida el georgiano apellidado Stalin, quien durante su militancia práctica en el
PSDR adoptó once seudónimos antes de hacerse llamar “Koba”: <<Koba se introduce en la militancia cuando se constituye en Tiflis un comité
socialdemócrata que imprime y reparte panfletos entre los obreros, crea círculos
ilegales y coordina la actividad. Se integra enseguida. Los miembros del `“comité”, un
nombre nuevo en el vocabulario político, son jóvenes entusiastas, embriagados por las
esperanzas de derrocar al zarismo, seguros de caer rápidamente en manos de la policía
y de conocer la prisión y el exilio. Su trepidante existencia clandestina envía cualquier
proyecto de futuro individual a un futuro incierto.
Como los demás, Koba distribuye clandestinamente unos panfletos multicopiados,
reúne a algunos obreros, impulsa uno o dos círculos de militantes o simpatizantes,
prepara el 1º de mayo clandestino y luego, a partir de enero de 1901, hace circular los
números de Iskra que llegan a Batum>>. (Jean Jaques Marie: “Stalin” Ed. Cit. Cap. III Pp.
69)
Pero como muchos militantes “prácticos” e inmediatistas del movimiento, Stalin nunca se
esforzó por comprender la trascendencia de los textos publicados en esa revista. Pasaba sobre
las palabras como sobre un felpudo. Y lo cierto era que la Rusia de 1917 era una sociedad
capitalista, pero todavía eminentemente agraria produciendo en condiciones semi-feudales, con
una industria próspera pero todavía incipiente y un proletariado urbano relativamente
minoritario, en un Estado teocrático absolutista sostenido por una nobleza terrateniente
económicamente poderosa y políticamente dominante. Según la estrategia revolucionaria
resultante de aplicar el materialismo histórico a la realidad social rusa, en 1917 no estaban
dadas aún todas las condiciones sociales objetivas para que los asalariados procedieran a luchar
políticamente por su emancipación social —como clase, es decir, por el socialismo—, sin
transiciones políticas de ninguna naturaleza al interior del capitalismo. Pero sí podían y
debían luchar por su emancipación política en alianza con los campesinos pobres, con vistas a
sustituir el despotismo de la Monarquía absoluta por una dictadura democrática obrero-
campesina, como condición sine qua non para poder luchar —en un segundo momento
exitosamente—, por la emancipación humana de toda la sociedad, incluyendo a la propia
burguesía y al campesinado medio y rico, humanizándoles al despojarles de su propiedad sobre
los medios de producción y de cambio. Todos estos presupuestos políticos adoptados por Lenin
tras una muy atenta lectura de los textos de Marx y Engels, no estaban en las mentes de sujetos
como Stalin y Kámenev.
Eran los tiempos en que, entre la emancipación política obrero-campesina y la
emancipación humana de toda la sociedad, había un trecho histórico que el proletariado
urbano debía recorrer liderando un bloque de poder político en alianza con el conjunto del
campesinado, en una dinámica de revolución ininterrumpida o permanente que, durante un
primer acto, hiciera posible una dictadura democrático-burguesa sobre el régimen explotador
y despótico de la nobleza coaligada con la gran burguesía —tal como se había demostrado en
Europa desde 1789— a fin de ir creando las condiciones económicas que hicieran exitosamente
posible un segundo acto político, en el que sin solución de continuidad la lucha del bloque
político revolucionario —esta vez entre asalariados y campesinos pobres—, impusieran su
dictadura democrática sobre el todavía subsistente bloque político ultra minoritario entre la
burguesía industrial y los aristócratas terratenientes. Comprender esta necesidad histórica
era absolutamente primordial y a semejante tarea debían entregarse los revolucionarios en ese
momento, decía Lenin insistiendo una y otra vez.
A esta conclusión llegó entre junio y julio de 1905 al escribir: “Dos tácticas de la
socialdemocracia en la revolución democrática”, que podemos resumir con más precisión literal
en el siguiente pasaje de esa obra: <<El proletariado debe llevar a término la revolución democrática, atrayéndose
a la masa de los campesinos (de todos), para aplastar por la fuerza la resistencia de la
autocracia y paralizar la inestabilidad de la burguesía. (Luego) El proletariado (urbano
y rural) debe llevar a cabo la revolución socialista, atrayéndose a la masa de los
elementos semiproletarios de la población, para destrozar por la fuerza la resistencia de
la burguesía y paralizar la inestabilidad (política) de los campesinos y de la pequeña
burguesía. Tales son las tareas del proletariado, que los partidarios de nueva Iskra
conciben de un modo tan estrecho en todos sus razonamientos y resoluciones sobre
la amplitud de la revolución.
Sólo que no hay que olvidar una circunstancia que se pierde frecuentemente
de vista cuando se discurre sobre esta "envergadura". No hay que olvidar que no
hablamos aquí de las dificultades del problema, sino de la vía en la cual hay que
buscar y procurar su solución. No se trata de que sea fácil o difícil hacer que el
alcance de la revolución sea potente e invencible, sino de cómo hay que proceder
para que su alcance sea mayor. El desacuerdo se refiere precisamente al carácter
fundamental de la actividad, de su misma orientación. Lo subrayamos, porque
gentes negligentes o poco escrupulosas confunden con harta frecuencia dos
cuestiones diferentes: la cuestión del camino a seguir, es decir, de la elección entre
dos caminos diferentes, y la cuestión de la facilidad o de la proximidad del fin a
alcanzar por el camino emprendido. (Op. cit. Cap. 12. El subrayado y lo entre
paréntesis nuestro).
Pues bien, lo que seguían sosteniendo los pequeñoburgueses mencheviques en febrero
1917, es que ni si quiera estaban dadas las condiciones para la emancipación política del
proletariado y el conjunto del campesinado, es decir, para luchar por la dictadura democrática
sobre la coalición feudal-capitalista. Porque no se imaginaban que eso pudiera llegar a ser
históricamente necesario y menos aún posible. Eran tan inmovilistas respecto de la realidad que
vivían entonces, como o siguen siendo sus sucesores ante la dictadura de la gran burguesía
imperialista en el mundo de hoy. Como si desde 1789 no hubiera pasado nada suficientemente
aleccionador, que a las clases subalternas les sugiriera ensayar un comportamiento distinto
en aquellas circunstancias, efectivamente democrático y revolucionario. Tal como fuera
planteado insistentemente por Marx y Engels desde 1848 y los bolcheviques desde 1902,
apuntalado por la experiencia histórica. Y entre esa caterva de oportunistas se encontraba el
perezoso intelectual, taimado y escurridizo Joseph Stalin.
Todavía el 15 de marzo de 1917, desde el periódico “Pravda” Kámenev seguía
sosteniendo la posición menchevique defensista en la guerra. La misma que sostuvo Stalin en el
número del día siguiente cuando propuso no ir más lejos de: <<...presionar al gobierno provisional para que se declare de acuerdo con la
apertura inmediata de conversaciones de paz>> Charles Bettelheim: “Las luchas de
clases en la URSS. Primer período 1917-1923” Parte IV. Sección V Cap. 1 Ed. Siglo
XXI 1976 Pp. 339.
Lo cual suponía adoptar el punto de vista menchevique de apoyar a ese gobierno, al mismo
tiempo que le presionaba débilmente desde la retaguardia del movimiento en pos de la paz,
buscando conciliarse con el clamor antibelicista cada vez más tonante que se iba apoderando de
las masas obreras y campesinas, en lugar de colocarse a su vanguardia para la toma del poder.
Esta última decisión se adoptó la víspera de la llegada de Lenin a Petrogrado, cuando tuvo
lugar en esa ciudad una reunión de directivos del Partido bolchevique, en la que Stalin votó
favorablemente junto con Kámenev. Así lo dejó Trotsky negro sobre Blanco en el capítulo de su
Obra titulada “Mi vida”: <<No en vano se han mantenido secretas las actas de aquella asamblea. Stalin votó
en ella por sostener al Gobierno Provisional de Gutchkof y Miliukof y por la unión
de los bolcheviques con los mencheviques. Una posición semejante si no más
oportunista todavía, adoptaron Rykov, Kámenev, Molotov, Tomsky, Kalinin y
todos los demás caudillos y sotacaudillos de hoy, Jaroslavsky, Ordchonikidze,
Petrovsky, actual presidente del Comité Central ejecutivo Ucraniano y otros, que
en unión con los mencheviques, publicaban en Jakutsk durante la revolución de
febrero un periódico titulado “El socialdemócrata”, en el que no hacían más que
desarrollar las banales doctrinas del oportunismo provinciano (…) Que me digan
el nombre de uno (entre los) que figuran en sus filas, de uno solo, que hubiera sido
capaz de acercarse por cuenta propia a aquella posición adoptada por Lenin
(todavía) en Ginebra o en Nueva York por mí (en aquellos momentos). Difícil será
que puedan hacerlo. La “Pravda” de Petrogrado dirigida por Stalin y Kámenev
hasta la llegada de Lenin, quedará siempre como un documento probatorio de la
limitación mental, la miopía y el oportunismo de aquellos hombres. Sin embargo,
la masa del partido y la clase obrera en conjunto iban desplazándose por la fuerza
de las cosas, en la dirección acertada, que era la lucha por la conquista del poder.
No había otro camino, ni para el partido ni para el país.
Para defender en los años de la reacción (1905-1916) la perspectiva de la
revolución permanente, hacía falta tener una penetración teórica de la que ellos no
eran capaces. Para alzar en el mes de marzo de 1917 la consigna de la lucha por el
poder, les hubiera bastado con un poco de instinto político. Ni uno solo de los
caudillos de hoy (setiembre de 1929) —ni uno siquiera— tuvo la penetración ni el
instinto necesarios>>. (León Trotsky: Op. Cit. Ed. Tebas/1978 Pp. 344/345. El
subrayado y lo entre paréntesis nuestros. Versión digitalizada del capítulo).
Así ha explicado Trotsky la incómoda deriva (para muchos todavía hoy) de Stalin, en el
Prólogo a su obra: “La revolución Permanente” que subtituló: “Dos concepciones”: <<Fue necesario que llegase Lenin a Petrogrado —3 de abril de 1917— y abriese el
fuego implacablemente contra los "viejos bolcheviques" infatuados a los que tanto
fustigó y ridiculizó, para que Stalin, cautelosa y calladamente, se deslizase de la
postura democrática a la socialista. En todo caso, esta "conversión" interior de
Stalin que, por lo demás, no fue nunca completa, no sucedió hasta pasados doce años
del día en que se demostrara la "legitimidad" de la conquista del poder por el
proletariado ruso, antes de que estallara en el Occidente la revolución proletaria>>.
(L. D. Trotsky: Op. Cit. Versión digitalizada. Lo entre paréntesis nuestro).
Para dar fe de la doble personalidad política que siempre caracterizó a Stalin hasta su
muerte, decir que de las cinco “Cartas desde lejos” remitidas por Lenin al POSDR, la segunda
y tercera no fueron publicadas en 1917, y en esto, obviamente, estuvo la solapada voluntad
política "democrática" de Stalin y abiertamente conspirativa de Kámenev. Durante todo ese
período, el todavía "durmiente" Stalin —que jamás dio a conocer públicamente su pensamiento
en aquellas circunstancias— secundaba desde la sombra la posición centrista —que Lenin
calificó de "Kautskismo"— proponiendo la fórmula de sostener al gobierno provisional
presionándole "con la exigencia de comenzar inmediatamente negociaciones de paz". A esto
contestó Lenin en su cuarta comunicación al partido: <<El gobierno zarista empezó e hizo la guerra actual como una guerra imperialista,
de rapiña, para saquear y estrangular a las naciones débiles. El gobierno de los
Guchkov y los Miliukov, que es un gobierno terrateniente y capitalista, se ve
obligado a continuar y quiere continuar precisamente esta misma guerra. Pedirle a
este gobierno que concluya una paz democrática es lo mismo que predicar la virtud
a guardianes de prostíbulos>> (V.I. Lenin: "Cartas desde Lejos" Cuarta carta
fechada12/03/1917 en Obras Completas de Lenin. Ed. Akal/1977 Pp. 372).
Tal fue la situación al interior del POSDR (b) siete meses antes de que el proletariado
derrocara en octubre al gobierno provisional y se hiciera cargo del poder en Rusia apoyado por
el campesinado, confirmando así la "teoría de la revolución permanente". En esos momentos, la
conspiración de los kautskistas para abortar la estrategia revolucionaria diseñada por Lenin desde
Suiza ya estaba en marcha: << La principal cuestión en litigio, a cuyo derredor giraban las demás, era la de si
se debía luchar por el Poder y asumirlo, o no. Eso basta para demostrar que no
estábamos en presencia de aparentes divergencias episódicas, sino al frente de dos
tendencias de principio. Una de ellas era proletaria que conducía a la Revolución
Mundial; la otra era democrática, de la pequeña burguesía, y comportaba en último
término la subordinación de la política proletaria a las necesidades de la sociedad
burguesa en su proceso de reforma (de la sociedad feudal residual). Estas dos
tendencias chocaron violentamente en todas las cuestiones del año 1917, por poco
importantes que fuesen>>. (L. D. Trotsky: "Lecciones de Octubre". Lo entre paréntesis
nuestro)
Esgrimiendo como único fundamento su todavía secreta decisión inconfesable y
claramente tendenciosa, de no haber dado a conocer las cartas de Lenin, en 1924 Stalin pudo
convencer a una mayoría partidaria del el PCURSS, diciendo en "Trotskismo o leninismo" que
los testimonios de Trotsky fueron una pura fantasía, "Noches Árabes y similares cuentos de
hadas" imaginados por los trotskystas. En ese folleto, Stalin ofreció su versión de lo ocurrido en
vísperas de la insurrección de Octubre del 17, dedicándose a exaltar las figuras de Kámenev y
Zinóviev. Habiendo mentido acerca de lo sucedido entre marzo y octubre, Stalin pudo mentir
también sobre lo que ocurrió durante las secciones del Comité Central celebradas el 10 de este
último mes, donde se decidió por mayoría organizar la sublevación que echó abajo el gobierno
provisional e implantó la dictadura del proletariado: <<Trotsky afirma que en Octubre nuestro Partido tuvo la derecha en las personas
de Kámenev y Zinóviev, que, dice él, eran casi Social-Demócratas. Lo que uno no
puede comprender entonces es como, bajo esas circunstancias, ocurriría que el
Partido evitó una fisura; como ocurriría que los desacuerdos con Kámenev y
Zinóviev duraron sólo unos días; como ocurriría que, a pesar de esos desacuerdos,
el Partido nombró a estos camaradas para altos e importantes cargos, los elegidos
para el centro político de la sublevación, etcétera. La implacable actitud de Lenin
hacia los socialdemócratas es suficientemente bien conocida en el Partido; el Partido
sabe que Lenin no habría estado de acuerdo ni por un momento en tener camaradas
considerados Social-Demócratas en el Partido, y dejarlos solos en puestos altamente
importantes. ¿Cómo, entonces, explicamos el hecho de que el Partido evitó una
fisura? La explicación es que a pesar de los desacuerdos, estos camaradas eran los
viejos Bolcheviques que resistieron en el interés común del Bolchevismo. ¿Cuál era
el interés común? La unidad de perspectivas sobre las cuestiones fundamentales: el
carácter de la revolución Rusa, las fuerzas impulsoras de la revolución, el papel del
campesinado, los principios de liderazgo de Partido, etcétera. De no haber habido
estos intereses comunes, habría sido inevitable una fisura (...)
Trotsky se regodea maliciosamente en los desacuerdos pasados entre los
Bolcheviques y los retrata como una enconada lucha como si hubiera habido casi
dos partidos dentro del Bolchevismo. Pero, primeramente, Trotsky exagera e infla
vergonzosamente la cuestión, dado que el Partido Bolchevique vivió estos
desacuerdos sin el más ligero choque. Segundo, nuestro Partido sería una casta y no
un partido revolucionario si no hubiera permitido diferentes cambios graduales de
opinión en sus filas. Además, es bien conocido que hubo desacuerdos entre nosotros
incluso antes de, por ejemplo, el período de la Tercera Duma (1906-1907), pero no
hicieron temblar la unidad de nuestro Partido>>. (J. V. Stalin: "Trotskysmo o
leninismo" 19/11/1924. Lo entre paréntesis es nuestro)
Para poder decir esto logrando que parezca verosímil, además de las "Cartas desde lejos"
Stalin debió hacer pasar por inexistentes las dos cartas que Lenin envió al Comité Central (C.C.)
del partido el 18 y 19 de octubre, donde denunció el "acto particularmente infame" de
Kámenev y Zinóviev, hablando de ellos como de sus "ex camaradas" y proponiendo que fueran
de inmediato expulsados del partido: <<La declaración de Kámenev y Zinóviev en la prensa ajena al partido, fue un
acto particularmente infame por la razón adicional de que el partido no está en
condiciones de refutar abiertamente su mentira calumniosa (...) No podemos refutar
la mentira calumniosa de Kámenev y Zinóviev, sin perjudicar todavía más a la causa.
Y la inmensa infamia, la verdadera traición de estos dos individuos consiste,
precisamente, en que han revelado a los capitalistas el plan de los huelguistas, puesto
que si nada decimos en la prensa, todos adivinarán cómo están las cosas. (...) A esto
no cabe ni puede caber más que una respuesta: una resolución inmediata del C.C.:
“El CC, considerando que la declaración de Zinóviev y Kámenev en la
prensa ajena al partido es una actitud de rompehuelgas, en el estricto
sentido de la palabra, expulsa a ambos del partido".
No me resulta fácil escribir esto sobre viejos camaradas íntimos, pero consideraría
como un crimen toda vacilación al respecto, pues un partido revolucionario que no
castiga a rompehuelgas notorios, está perdido>> (V.I. Lenin: "Carta al Comité Central
del POSDR" 19/10/1917. En Obras Completas T. XXVII Ed. Akal/1977 Pp. 334. Ver en:
“Carta al Comité Central del POSDR” 19/10/1917 Pp. 239.)
Como hemos dicho ya, hasta que la camarilla burocrática soviética que sucedió a Stalin
tras su muerte en 1953, ordenara la "desestalinización parcial" de las "Obras Completas" de
Lenin, estas cartas y la traición cometida por Kámenev y Zinóviev con el apoyo activo aunque
soterrado de Stalin, permanecieron como lo que ahora se conoce por "material clasificado". Esto
permitió al "gran organizador de derrotas" imaginar una historia de la Revolución Rusa inspirada
en intereses políticos facciosos compartidos con ocasionales adláteres, como Kámenev y
Sinóviev al interior del aparato partidario-estatal desde abril de 1923. Nada que ver con la verdad
histórica. Para poder desmentir la versión de Trotsky, Stalin se tuvo que inventar la presunta
composición de un supuesto "Buró Político" o comisión ejecutiva, supuestamente votada en la
misma reunión del C.C. celebrada el 10 de octubre, integrada por los mismos que votaron contra
la resolución e inmediatamente intentaron abortar la insurrección: <<En esta misma reunión del Comité Central se eligió un centro político para dirigir
la sublevación; este centro, se llamó el Buró Político, constituido por Lenin,
Zinóviev, Stalin, Kámenev, Trotsky, Sokolnikov y Bubnov. Así son los hechos. (J.V.
Stalin: "Trotskysmo o leninismo" I Los hechos sobre la insurrección de octubre.
19/10/1924)
Los hechos fueron que Lenin no consiguió expulsar del partido a Kámenev y Zinóviev,
gracias a la tenaz labor de oposición que Stalin y demás integrantes de la fracción kautskysta en
el C.C. hicieron en torno a este asunto, logrando convertirse en mayoría contra de la voluntad de
Lenin y en ausencia suya. Así fue como se llegó con ellos a una "solución de compromiso", por
la cual, Kámenev y Zinóviev siguieron conservando su condición de miembros del partido, pero
fueron sustituidos del C.C. y, por supuesto, excluidos de toda alta responsabilidad ejecutiva,
prohibiéndoles "hacer cualquier tipo de declaración contra las resoluciones del Comité
Central y la línea de trabajo aprobada" (Ver nota 24 de los editores del PCURS en la "era
Kruschev" a las dos cartas de Lenin). Así, Stalin no sólo se inventó la composición del comité
militar excluyendo a Trotsky e incluyendo a Kámenev y Zinóviev, sino que omitió decir que
Trotsky fue su presidente, según testimonio de Isaac Deutscher en "Trotsky: el profeta desarmado".
Trotsky dice que, desde abril hasta octubre, los únicos de esta fracción "kautskysta" que
dieron la cara manifestando su resistencia a las famosas "Tesis" donde Lenin se pronunció por
resolver el doble poder en Rusia, imponiendo la dictadura del proletariado, fueron Kámenev y
Rykov. Los otros dos conciliacionistas con los mencheviques, Zinóviev y Stalin, mantuvieron un
prudente y solapado silencio: <<No hay un solo artículo de aquella época en que Stalin intente siquiera analizar
su política pasada y abrirse un camino hacia la posición adoptada por Lenin. Se
limitó a callar. Había asomado demasiado la cabeza con sus desdichadas
orientaciones en el primer mes de la revolución, y era mejor recatarse en la sombra.
No alzó la voz ni puso la pluma sobre el papel en parte alguna para salir en defensa
de Lenin. Se hizo a un lado y esperó. En los meses de mayor responsabilidad, en que
se preparó teórica y políticamente el asalto al poder, Stalin no existió
políticamente>> (L. D. Trotsky "Mi vida" El Trotskysmo en 1917. Ed. Giner/1976 Pp.
343. Ver en:)
Kámenev tenía en esto un antecedente más grave que Stalin. Pero en octubre de 1917
demostró el valor político de volver a dar la cara. A principios de la primera guerra mundial fue
sometido a "proceso por traición" contra los diputados bolcheviques a la Duma, y desde el
banquillo de los acusados ratificó ser contrario al "derrotismo revolucionario" de Lenin frente a
la guerra. A ver si los acólitos de Stalin aportan al esclarecimiento de este crucial período de la
Revolución Rusa, desmintiendo con solvencia intelectual estas afirmaciones. A ver si son capaces
de remitirnos a un escrito o a una reunión del partido —entre marzo y octubre de 1917—, donde
Stalin aparezca diciendo esta boca es mía para defender las "Tesis" de Lenin y aportar en tal
sentido a esa tarea crucial de la revolución.
La conclusión de todo esto es que, entre febrero y octubre de 1917, Stalin se sumó, como
pudo, al peso muerto de la historia hecha por otros, aferrándose a la pasada etapa democrático-
burguesa de la revolución, oponiéndose subrepticiamente a la irrefrenable tendencia histórica
hacia la dictadura del proletariado que caracterizó la segunda etapa de ese proceso. Actuó tratando
de conciliar al proletariado con la burguesía "democrática" apoyándose en la pequeñoburguesía,
políticamente representada por los partidos menchevique y socialista revolucionario, del mismo
modo que antes de la revolución de febrero, los mencheviques actuaron tratando de conciliar a la
nobleza con el pueblo en general, apoyándose en la burguesía representada por el partido de los
demócratas constitucionalistas. Confrontemos esto con lo que dijo Stalin en 1924, es decir, “a
toro pasado y sin estocada”, porque es muy elocuente e instructivo en cuanto a la digna y
necesaria actitud de respeto, que todo revolucionario genuino debe observar ante la verdad
científica, antes de ser confirmada por la historia: <<En el período de la lucha contra el zarismo, en el período preparatorio de la
revolución democrático-burguesa (1905-1916), el apoyo social más peligroso del
zarismo era el partido liberal-monárquico, el partido de los demócratas
constitucionalistas. ¿Por qué? Por ser un partido conciliador, el partido de la
conciliación entre el zarismo y la mayoría del pueblo, es decir, el campesinado en su
conjunto. Es natural que el Partido dirigiese entonces sus principales golpes contra
los demócratas constitucionalistas, pues sin aislarlos no podía contarse con la ruptura
de los campesinos con el zarismo, y sin asegurar esta ruptura no podía contarse con
la victoria de la revolución. Muchos no comprendían entonces esta particularidad
de la estrategia bolchevique y acusaban a los bolcheviques de excesiva "inquina a
los demócratas constitucionalistas", afirmando que la lucha contra los demócratas
constitucionalistas hacía que los bolcheviques "perdieran de vista" la lucha contra
el enemigo principal: el zarismo. Pero estas acusaciones, infundadas, revelaban una
incomprensión evidente de la estrategia bolchevique, que exigía el aislamiento del
partido conciliador para facilitar y acercar la victoria sobre el enemigo principal.
En el período de la preparación de Octubre, el centro de gravedad de las fuerzas en
lucha se desplazó a un nuevo plano. Ya no había zar. El partido demócrata
constitucionalista se había transformado, de fuerza conciliadora, en fuerza
gobernante, en la fuerza dominante del imperialismo. La lucha ya no se libraba entre
el zarismo y el pueblo, sino entre la burguesía y el proletariado. En este período, el
apoyo social más peligroso del imperialismo lo constituían los partidos democráticos
pequeñoburgueses, los partidos eserista y menchevique. ¿Por qué? Porque estos
partidos eran entonces partidos conciliadores, partidos de la conciliación entre el
imperialismo y las masas trabajadoras. Es natural que los principales golpes de los
bolcheviques fueran dirigidos entonces contra estos partidos, pues sin el aislamiento
de estos partidos no se podía contar con la ruptura de las masas trabajadoras y el
imperialismo, y sin conseguir esta ruptura no se podía contar con la victoria de la
revolución soviética. Muchos no comprendían entonces esta particularidad de la
táctica bolchevique, acusando a los bolcheviques de "excesivo odio" a los eseristas y
a los mencheviques y de "olvido" del objetivo fundamental. Pero todo el período de
la preparación de Octubre evidencia elocuentemente que sólo gracias a esta táctica
pudieron los bolcheviques asegurar la victoria de la Revolución de Octubre>>. J. V.
Stalin: "La revolución de octubre y la táctica de los comunistas rusos" 12/12/1924. Ver
PP. 115)
¿Qué diferencia hay aquí entre esta correcta versión de Stalin —a la luz de los hechos ya
manifiestos— y su actitud oportunista especuladora y pacata cuando esos hechos estaban
sucediendo? Este hombre se comportó como un ladino, es decir, como si durante la segunda etapa
de preparación para la toma del poder por el proletariado, él hubiera estado en el bando de Lenin
combatiendo a los indecisos y a los oportunistas; como si no hubiera estado entre ellos;
conspirando por omisión y hasta por manipuladora ocultación desde la dirección de "Pravda"
contra la orientación revolucionaria de Lenin; alentando la misma felonía que Kámenev y
Zinóviev urdían a la luz del día; como si entre bambalinas no hubiera conspirado con ellos; como
si no se hubiera opuesto a la expulsión de estos dos traidores —aliados oficiosos suyos— durante
todo ese período; como si no hubiera actuado en cohecho encubierto con los mencheviques y
socialistas revolucionarios; como si el necesario propósito bolchevique de aislar y neutralizar
políticamente a mencheviques y socialistas revolucionarios, no se hubiera conseguido en contra
de su voluntad política. Marx solía decir de Lassalle que era "un sicofante", un impostor, "una
persona que engaña con apariencia de verdad". Por lo visto, desde febrero de 1917 en que —
hasta su muerte— vivió de la mentira y de la suplantación de personalidad política, Stalin dejó a
Lassalle convertido en un querubín.
La historia ha demostrado, pues, que entre abril y setiembre de 1917, dos tendencias se
disputaron el poder al interior del partido bolchevique: una liderada por Kámenev de forma más
o menos torticera según la circunstancias, proclive a contemporizar con el gobierno provisional;
la otra proclamando abiertamente la necesidad de su derrocamiento, a la vista de su alianza con
las potencias imperialistas comprometidas en la guerra. Y aunque sin plantear la acción para tal
derrocamiento a la orden del día o como algo inmediato, sí prepararse para esa necesaria tarea.
Esta fue la forma en que, durante la Conferencia del partido bolchevique de Petrogrado celebrada
en abril, <<Lenin tendió a Kámenev una rama de olivo, diciendo que, aunque el Gobierno
Provisional debería ser derribado, esto no se produciría “de inmediato o con
procedimientos ordinarios”. Las principales resoluciones fueron aprobadas por la
abrumadora mayoría de los 150 delegados. La Conferencia aprobó, con solo siete
abstenciones, una moción declarando que la instauración del Gobierno Provisional
“no ha cambiado ni puede cambiar”, el carácter imperialista de la participación de
Rusia en la guerra (….). A esta declaración seguía una resolución aprobada con solo
tres votos en contra y tres abstenciones, condenando al Gobierno Provisional por su
“abierta colaboración” con la “contrarrevolución burguesa y latifundista”, y
pidiendo que se iniciaran activos preparativos entre los “proletarios de la ciudad y
el campo”, para llevar a cabo “el rápido paso de todo el poder del Estado a manos
de los Sóviets de Diputados de Obreros y Soldados y de otros órganos (de la
administración local, asamblea constituyente) que expresen directamente la
voluntad de la mayoría del pueblo>>. (E. H. Carr: Op. cit. Pp. 100)
A todo esto, en Alemania y pesar del secretismo desinformativo de sus autoridades, el
sufrimiento continuado de los explotados de ese país durante los últimos dos años de guerra,
también les había empujado desde principios de 1917 a ponerse en movimiento, aspirando a
lograr la paz con Rusia cuando la situación en territorio soviético por la misma causa bélica, no
estaba mejor que Alemania. La caída del imperio zarista en febrero de ese año, se había
producido precisamente por la lucha de obreros y campesinos a raíz de las penurias que padecían,
como consecuencia del conflicto bélico y las derrotas militares.
Pero a despecho de la inmensa mayoría del pueblo ruso que anhelaba la paz, el nuevo
gobierno provisional del Partido Demócrata Constitucionalista (KDT) —coaligado con el SPD—
, cuyo presidente era Kérenski, bregaba en sentido contrario queriendo seguir con esa guerra
interimperialista de rapiña, atribuyendo los fracasos bélicos a la ineptitud de los mandos rusos
bajo el gobierno déspota de los zares. Tan es así que, ante la insistente renuencia del pueblo, el
gobierno decidió decretar la pena de muerte para todos aquellos soldados que se negaran a seguir
combatiendo en el frente de guerra: <<En efecto, veamos cuales eran las aspiraciones de los obreros y campesinos
cuando hicieron la revolución. ¿Qué esperaban de la revolución? Esperaban, como
se sabe, libertad, pan, paz y tierra.
¿Y qué vemos hoy?
En vez de la libertad retorna la vieja tiranía. Se implanta la pena de muerte para
los soldados en el frente41. Los campesinos que se apoderan por propia iniciativa de
las tierras de los terratenientes son llevados ante los tribunales. Las imprentas de
los periódicos obreros son asaltadas. Los periódicos son clausurados sin juicio
previo. Los bolcheviques son arrestados, a menudo sin acusación alguna o bajo el
peso de acusaciones evidentemente calumniosas>>. V. I. Lenin: “Las enseñanzas de
la revolución”. 06/09/1917. Ver Pp. 108
Esto que Lenin relata sucedió en julio de ese año durante la llamada ofensiva de Kérenski,
cuando el control de las fuerzas armadas rusas había pasado ya a manos de los Soviets de obreros
y soldados, bajo la dirección política de los bolcheviques, lo cual hizo fracasar ese
emprendimiento, preparando las condiciones para la revolución de octubre. Mientras tanto, con
el propósito táctico de agudizar la inestabilidad política en Rusia y malograr dicha ofensiva, el
Estado alemán había permitido en abril que Lenin regresara a su país, facilitándole un tren
blindado con el que pudo atravesar Dinamarca, llegar a Finlandia, por entonces Gran Ducado
en territorio ruso, como así fue, acarreando las graves consecuencias para el nuevo régimen
contrarrevolucionario del Gobierno provisional, que acabamos de relatar aquí.
Estas fueron las dos causas de que, en setiembre de 1917, el General contrarrevolucionario
ruso Lavr Kornílov —tras un confuso malentendido con Kérenski causado por el procurador del
Sínodo Sagrado, Vladimir Nikolayevich Lvov— planeara y ejecutara un golpe de Estado que
resultó fallido, porque los Soviets de diputados, obreros y soldados recibieron el apoyo del
pueblo ruso. Una iniciativa que desencadenó la revolución de octubre, cuya dirección militar
estuvo a cargo del Comité Revolucionario Militar, creado por el Sóviet de Petrogrado el 16
de ese mes, bajo la dirección política del Partido Bolchevique.
En efecto, los bolcheviques, que a principios del verano en el Primer Congreso de sóviets
de toda Rusia fueron minoría (con solo 105 representantes respecto de los 822 presentes con
derecho a voto), tras el fallido golpe de Estado de Kornílov conquistaron la mayoría en los de
Petrogrado y Moscú, mientras en las zonas rurales los soldados desmovilizados por propia
decisión regresaban a sus hogares, el hambre de tierras se hacía más agudo y los desórdenes
campesinos con ocupaciones de tierras y saqueos de fincas más frecuentes. En tales
circunstancias y estando Lenin en la clandestinidad, Kérenski convocó en Moscú a una
“Conferencia estatal democrática” de todos los partidos, para discutir y resolver sobre la situación
nacional.
Reunido el Comité Central del POSDR (CC), Kámenev y Ríkov se pronunciaron por
participar y la mayoría votó a favor, mientras que Stalin y Trotsky votaron en contra. En el
postcriptum de su artículo que tituló: “La crisis ha madurado” Ver Pp. 111, tras aludir a los
serios desbarajustes sociales, políticos y militares en los países beligerantes —con motines en el
ejército y la flota alemana— donde se veían confirmadas sus previsiones anteriores ya
comunicadas, el 29 de setiembre Lenin acusó a la mayoría del CC de hacer seguidismo —de lo
propuesto por los mencheviques en la conferencia Democrática convocada por Kérenski—,
ignorando sus advertencias y previsiones para sumarse a la decisión de esperar a lo que resolviera
el Congreso de los sóviets de toda Rusia previsto para el 1 y 2 de noviembre. Lenin declaró que
postergar la toma del poder a las espera de ese Congreso, a sabiendas de que los revolucionarios
ya contaban con todas las posibilidades favorables para el éxito de esa prevista iniciativa, sería
tanto como traicionar a la revolución. Porque estaba claro que, en medio del caos del gobierno
41 El 12 (23) de junio, el gobierno provisional implantó la pena de muerte en el frente. Se instituyeron tribunales militares adjuntos a las divisiones
revolucionarias; las sentencias entraban en vigor tan pronto eran dadas a conocer y debían cumplirse sin dilación (Ed.)
ruso en sus frentes de guerra y la creciente sublevación de una mayoría de campesinos que
desertaban anhelando la paz —confiados en que esa era también la línea política del POSDR y
de los asalariados en todas las fábricas del país— esperar daría tiempo a los mencheviques,
socialistas revolucionarios y al propio gobierno de Kérensky, para reagrupar y utilizar las fuerzas
cosacas sobre las que todavía mandaba42. Y frente a ese peligro Lenin decía: <<En efecto, dejar pasar un momento como éste y “esperar” al Congreso de los
sóviets es una perfecta estupidez o una completa traición.
Una completa traición a los obreros alemanes. ¡¡No esperaremos a que comience
su revolución!! En ese caso, hasta los “Liberdán” (apodo irónico que Lenin dio a los
líderes mencheviques Mikhail Líber y Fiódor Dan) estarían dispuestos a “apoyarla”.
Pero esa revolución no puede comenzar mientras estén en el poder Kérensky, Nikolai
Mijailovich Kishkin y Cía.
Una completa traición a los campesinos rusos. Tolerar la represión del
levantamiento campesino cuando controlamos los Soviets de ambas capitales, sería
perder, y perder merecidamente, toda la confianza de los campesinos (que formaban el
grueso de la milicia sublevada en el ejército zarista); ante los ojos de los campesinos
apareceríamos identificados con los Liberdán y demás miserables. Op. cit. Ver Pp.
204>>. (El subrayado y lo entre paréntesis nuestro).
Seguidamente, en ese postcriptum que Lenin decidió no publicar condicionándolo al
resultado de la próxima reunión del CC, redactó su renuncia para que, en caso de que allí se votara
favorablemente la propuesta de Kámenev y Sinóviev, poder él tener la libertad de dirigirse a los
afiliados de base del partido, así como al posterior Congreso de la organización, añadiendo: <<…porque estoy profundamente convencido de que si “esperamos” al Congreso de
los Soviets y dejamos ahora pasar el momento, hundiremos la Revolución>>.
Diez días después de dar a conocer ese postcriptum al partido y ante el silencio del C.C.,
el 9 de octubre ocultando su identidad bajo un disfraz, Lenin se trasladó a Petrogrado. Al día
siguiente se personó en la prevista reunión del CC, donde con su voto y nueve más de Trotsky,
Stalin, Yákov Sverdlov, Moisei S. Uritski, Félix Edmúndovich Dzerzhinski, Aleksandra
Kollontái, Andréi Búbnov, Grigori Sokólnikov y Grígori Lómov (sin referencias biográficas),
se aprobó iniciar los preparativos para una insurrección inmediata.
El 16 de octubre hubo otra reunión del CC ampliada a la participación de bolcheviques del
Comité del Partido de Petrogrado, de la organización militar del Sóviet de Petrogrado y de los
sindicatos y comités de fábricas. Allí volvió Lenin a remachar el clavo de la impostergable
insurrección, diciendo: <<La situación es clara: o dictadura kornilovista o dictadura del proletariado y de
los sectores pobres del campesinado. Es imposible guiarse por el estado de ánimo de
las masas, pues es voluble y no se puede calcular; debemos guiarnos por el análisis
y la apreciación objetivos de la Revolución. Las masas han dado su confianza a los
bolcheviques y exigen de ellos no palabras sino hechos>>. (V. I. Lenin: Acta de la
reunión del 16/10/1917. Ver Pp. 241)
La propuesta de Lenin sumó esta vez diecinueve votos contra dos de Kámenev y Zinóviev,
que se ratificaron en seguir apoyando al gobierno provisional. Al finalizar esa reunión, Kámenev
dimitió de su cargo en el Comité Central. Dos días después, publicó en un periódico de izquierdas,
el “Novaya Zhizn” —no adscripto a ningún partido—, una carta en nombre propio y en el de
Zinóviev, protestando contra la decisión bolchevique de insurreccionarse contra el gobierno. Esa
denuncia pública que alertaba a los enemigos de la revolución, fue calificada por Lenin de
42 Tsereteli, uno de los líderes de los mencheviques, ministro del Gobierno Provisional burgués en 1917, durante el discurso que pronunció en la sesión
del Comité Ejecutivo del Sóviet de Petrogrado de diputados obreros y soldados el 11 (24) de junio de 1917, declaró que se adoptarían medidas enérgicas
para desarmar a los obreros petrogradenses que apoyaban a los bolcheviques. Esto también lo sabían ya Kámenev, Sinóviev
“esquirolaje criminal” en una carta que dirigió a los miembros del partido, declarando que no los
consideraba ya como camaradas y pedía su expulsión.
En la siguiente reunión celebrada el día 20 de octubre en ausencia de Lenin, Sverdlov leyó
la carta. Puesta a discusión la dimisión presentada por Kámenev, fue admitida por cinco votos
contra tres, requiriéndole que no reincidiera en hacer declaraciones públicas sobre las decisiones
adoptadas por el CC del partido. Y en cuanto a la petición de Lenin, fue rechazada y tanto
Kámenev como Zinóviev siguieron siendo miembros del Partido.
Cinco días después las fuerzas revolucionarias entraron en acción y los puntos claves de la
ciudad fueron ocupados. Los miembros del derrocado Gobierno Provisional fueron apresados o
huyeron derrocado. En las primeras horas de la tarde en una reunión del Sóviet de Petrogrado,
Lenin anunció el triunfo de la revolución obrera y campesina. Horas después, el Congreso de
Sóviets de toda Rusia proclamaba el traspaso del poder político en el territorio del país, a los
Soviets de Diputados Obreros, Soldados y Campesinos. El 26 de octubre, durante la segunda y
última reunión del Congreso fueron aprobados los decretos de promover la paz y socializar la
tierra, así como la formación de un Consejo de Comisarios del Pueblo en su carácter de nuevo
Gobierno Obrero y Campesino, popularmente conocido por el nombre de Sovnarkom.
El Sóviet de Petrogrado y su Comité Militar Revolucionario, fueron los órganos
responsables de organizar la acción casi incruenta que acabó victoriosamente el 25 de octubre.
En este acto se hizo realidad en la URSS la hipotética posibilidad real científicamente prevista,
de unificar al proletariado de distintas nacionalidades al interior del territorio soviético, en lucha
revolucionaria contra el régimen zarista y la gran burguesía.
Una unidad internacional que todavía palpita en la actual Rusia capitalista tras la debacle
del régimen stalinista en 1989, y que sin duda volverá sobre sus fueros tantas veces como sea
necesario, reactivada por las contradicciones del capitalismo decadente, cada vez más
agravadas, hasta conseguir la victoria socialista definitiva a escala planetaria. Sucederá tal como
antes con las contradicciones del feudalismo y el esclavismo, que acabaron forzando a la unidad
política de las clases explotadas, arrojando esos tipos de sociedad caducos al basurero de la
historia.
15. La revolución alemana 1918-1919 <<No hemos sabido qué hacer ni cómo ante la realidad
en que todavía permanecemos sometidos, porque nos
adaptamos a la tan interesada como falsa idea, de ver al
sistema capitalista con los ojos apologéticos engañosos
de nuestros mandatarios. Como si fuera una realidad
reformable y siempre perfectible. Un hábito que nos
impide saber cuál es el verdadero fundamento de esa
realidad fatalmente provisoria, para poder concluir en
que es necesario y cada vez más urgente
revolucionarla>>. GPM.
Desde la contrarrevolución burguesa triunfante en junio de 1848, la política
“revolucionaria” en Alemania había venido discurriendo bajo la tutela preservativa de la
alianza entre la nobleza y la burguesía. La derrota del movimiento revolucionario alemán y
europeo aquél año, retrotrajo la dialéctica entre las clases antagónicas a la situación
inmediatamente anterior. Si entre 1840 y 1848 prevaleció la crítica radical a la propiedad privada,
desde mediados de 1848 se impuso entre los explotados la tendencia a buscar mejoras al interior
del capitalismo. Y la forma organizativa con que se conjugó semejante filosofía política
contrarrevolucionaria, fue el movimiento cooperativista bajo el patronato del Estado burgués,
cuyo adalid entre los asalariados desde 1860, se llamó Ferdinand Lassalle, precursor de segundo
orden —después de Pierre Joseph Proudhon— del reformismo político burgués como antídoto
del socialismo revolucionario propugnado por Marx y Engels. Dos íntimos amigos y
correligionarios todavía en plena juventud.
El reformismo de Lassalle fungió, pues, como nexo de unión entre la fase artesanal más
antigua y la fase más moderna del movimiento asalariado al interior del capitalismo temprano
en expansión. En ese momento, las cooperativas (subvencionadas por el Estado) y los
sindicatos, fueron las dos formas de organización obrera actuantes en el cuerpo social
capitalista, al modo como las células de un organismo humano lo son, esencialmente, con fines
preservativos de su crecimiento y supervivencia. No cuestionan el sistema sino que lo integran
como asalariados que se explotan a sí mismos, repartiéndose los beneficios según el capital
que —bajo la forma de ahorros— cada uno de ellos aporta en su respectiva empresa. Y al respecto
de lo que atañe a su participación política, se asumen como un factor de poder en interacción
democrática con los demás partidos burgueses, que hacen a la constitución de cada Estado
nacional. En su discurso de 1862 acerca de este asunto, Lassalle dijo que: <<…la verdadera Constitución de un país, reside en los factores reales y
efectivos de poder que en (en la sociedad civil y política de) ese país rigen, y (donde)
las Constituciones escritas no tienen valor ni son duraderas más que cuando dan
expresión fiel a tales factores de poder imperantes en la realidad social (dentro del
mismo sistema capitalista global) , de ahí los criterios fundamentales que deben
ustedes retener>>. (Lo entre paréntesis nuestro)
Por eso Lassalle se arrimó en Alemania al por entonces todopoderoso Otto von Bismarck,
conocido como el “canciller de hierro”, quien entre 1862 y 1890 actuó en nombre del monarca
Guillermo II (1859-1941), cuando en Alemania la nobleza ejercía todavía el poder dominante
y la burguesía era subalterna política suya. Un contexto en el que cupo a Lassalle la tarea de
engrilletar el movimiento obrero al Estado feudal de ese país, poniendo en valor los mismos
principios del poder real y efectivo ejercido por el más fuerte, como único “fundamento” de
las constituciones promulgadas en todos los países europeos, independientemente de cualquier
razón histórica que pudiera justificar su existencia. Ni más ni menos que como se verifica en
cualquier manada de fieras: <<Se sabe que su correspondencia secreta no ha sido revelada hasta después de su
muerte, pero los otros socialistas no han dejado de denunciar la colusión de Lassalle
con el Estado (burgués tutelado por la nobleza feudal). Lassalle describe su
organización (cooperativista) a Bismarck como “mi imperio” (diciendo): “las clases
trabajadoras están predispuestas por instinto hacia la dictadura, si se sabe
convencerlas bien, de que dicha dictadura se ejerce en su interés>>. (Jean Barrot y
Denis Authier: “La izquierda comunista en Alemania” Ed. Zero, S.A./1978 Pp. 50. Lo
entre paréntesis nuestro)
La historia del Lassallismo comenzó en 1863, cuando ese sujeto creó la “Unión General
de Trabajadores Alemanes” o “Allgemeine Deutsche Arbeiterverein”, organización sindical que
dará origen al Partido Social Demócrata Alemán. Ese mismo año Lassalle conoció en Berlín a
Helene von Dönniges, hija de un diplomático bávaro residente en Génova, con quien se casó
durante el verano. Fue aquel un año que acabó siendo fatídico para él, cuando supo que su
flamante esposa estaba siendo presionada, para que rompiera su vínculo matrimonial y se uniera
sentimentalmente al Conde von Racowitz. Furioso y dispuesto a saldar la disputa amorosa según
sus propios principios de que prevalezca el poder del más fuerte, tras escribirle varias cartas a
Racowitz le retó a un duelo, en el cual murió el 31 de agosto de 1864: <<Parece ser que Lassalle ni siquiera levantó su pistola, sino que sonrió enigmáticamente
cuando su rival le apuntó. ¿Había llegado a pensar en su propia invencibilidad? ¿O acaso había
decidido que una romántica y prematura muerte le aseguraría la inmortal fama? Todo estuvo
rodeado de un gran misterio. Como comentó Engels: “Esas cosas sólo podían ocurrirle a
Lassalle, con su extraña y originalísima mixtura de frivolidad y sentimentalismo de judío y de
caballero>>. (Francis Wheen: “Karl Marx” Ed. Debate)
En 1875, como resultado de la fusión entre el “Partido de Eisenach” (dirigido por Karl
Liebnekcht y August Bebel), la “Unión General de Trabajadores Alemanes” bajo el influjo de
los sucesores de Lassalle, durante el Congreso de Gotha —reunido entre el 22 y el 25 de mayo
de 1875—, nació el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), cuyo programa —
previamente redactado y aprobado por los discípulos de Lassalle— fue votado y aprobado
durante sus deliberaciones. Una grosera tergiversación del “Manifiesto Comunista” que Marx se
encargó de reprobar severamente en su “Crítica del Programa de Gotha”.
En ese momento, Rosa Luxemburgo era una niña que había cumplido cuatro años. Nació
el 5 de marzo de 1871 en la ciudad polaca de Zamosc, por entonces bajo el dominio ruso. Dos
años después, en 1876, Bismarck ilegalizó al SPD. El tan prestigioso como inteligente sociólogo
y economista burgués, Max Weber (1864-1920), siempre le censuró esa decisión —nunca
revocada por Bismarck mientras estuvo a cargo del gobierno alemán hasta 1890— de haber
proscrito a ese partido. Le reprochaba haber impedido que los asalariados alemanes se
integraran pacífica y consensualmente en el Estado, o sea, permitiendo que conservaran su
independencia política. Y cuando el emperador Guillermo II destituyó al “Canciller de Hierro”
—no casualmente un año después de fundada la IIª Internacional— y volvió a legalizar al SPD,
sus dirigentes consiguieron escaños en el Reichstag (parlamento), donde a pesar de su retórica
comunista se ocuparon, primordialmente, de obtener ventajas parlamentarias para su
enriquecimiento personal, mientras Weber saludaba la medida pronunciando estas palabras: <<Se puede uno preguntar quién tiene más que perder en ello: ¿la sociedad
burguesa o la socialdemocracia? En cuanto a mí, yo pienso que pierde la
socialdemocracia. Concretamente, aquellos de sus adherentes portadores de la
ideología revolucionaria>> (Cfr. Jean Barrot y Dennis Authier: “La Izquierda
Comunista en Alemania” Cap. II. Ed. cit. Pp. 65. El subrayado nuestro)
La lucha de clases es flujo y movimiento, pero también cristaliza en organizaciones
revolucionarias y contrarrevolucionarias. Y aun cuando el movimiento proletario es
impulsado por las contradicciones del capitalismo hacia la revolución, si está dirigido por una
organización política en cuyos dirigentes ha cuajado ya la contrarrevolución —como producto
de su compromiso continuado con el Estado burgués y la Bolsa—, no hay perspectiva
revolucionaria posible. Sí, la Bolsa de valores. Una institución desde la cual, la burguesía en todo
momento ha venido rigiendo férreamente los más importantes asuntos de Estado en todo el
Mundo. Un poder subjetivo institucional, que sin embargo está objetivamente predeterminado
por la anarquía sistémica del aparato económico capitalista productor de ganancia en las
empresas, cada una independientemente de las demás: <<Considerad el parlamento burgués. ¿Puede admitirse que el sabio
Kautsky no haya oído decir nunca que los parlamentos burgueses están tanto
más sometidos a la Bolsa y a los banqueros cuanto más desarrollada está la
democracia? (…). En el más democrático Estado burgués, las masas oprimidas
tropiezan a cada paso con una contradicción flagrante entre la igualdad formal,
proclamada por la “democracia” de los capitalistas, y las mil limitaciones y tretas
reales que convierten a los proletarios en esclavos asalariados. Esta contradicción
es lo que abre a las masas los ojos ante la podredumbre, la falsedad y la hipocresía
del capitalismo>>. (V. I. Lenin: “La revolución proletaria y el renegado Kautsky”
Noviembre de 1918. Pp. 17.)
“Transparency International” es actualmente una organización dedicada a denunciar la
corrupción política en el Mundo. El Índice de Percepción de la Corrupción que presentó para el
año 2001, clasificó a 91 países. Este índice ha sido elaborado basándose en el grado de corrupción
percibido por empresarios, académicos y analistas de riesgo. Se mide por una escala que se
extiende entre el 100 (altamente limpio) y 0 (altamente corrupto). En la percepción para el año
2001 sobre 90 países, casi dos tercios obtuvieron una puntuación menor a 5, todos ellos
pertenecientes al llamado tercer mundo. El índice para 2012 mantuvo esos mismos baremos.
A primera vista, este resultado sugiere la engañosa idea de que, en los países de mayor
desarrollo económico y de más “democracia” en las instituciones políticas, se verifica una menor
corrupción. Este engaño se desvela comprobando que los altos índices de corrupción que
registran los países económicamente dependientes del imperialismo en el llamado “tercer
mundo”, se explican por la presencia e incidencia en ellos, del gran capital multinacional
excedentario acumulado en los países económicamente más poderosos, que emigran desde las
más grandes metrópolis capitalistas hacia su periferia menos desarrollada, cotizando en las bolsas
de esos países y sobornando a destacados personeros de los partidos políticos “democráticos”
eventualmente a cargo de sus respectivos gobiernos, que así se lucran mutuamente con la
realización de jugosos proyectos de inversión en las diversas ramas de esas economías nacionales
dependientes. Todo a expensas del trabajo asalariado.
Entre las formas de soborno a partidos políticos, una de las más utilizadas es la financiación
de las campañas electorales. Y cuanto mayor es la masa del gran capital extranjero invertido
en la sociedad civil de esos países, mayor es la irresistible presión política que ejerce sobre sus
aparatos estatales a través del soborno a los políticos profesionales que se enriquecen actuando
en función de gobierno, cuando no alternan esas funciones —ya sea en el poder ejecutivo, en el
parlamento o en la magistratura— con altos cargos en grandes empresas privadas nacionales
participadas por capital extranjero. Un fenómeno que actualmente se ha dado en llamar “la
puerta giratoria”. Así es cómo tras haber sido altos burócratas con información privilegiada e
influencia sobre el aparato estatal de sus países de origen, pasan a ejercer como intelectuales
orgánicos al servicio del capital imperialista. De este modo, la dependencia económica de los
países subdesarrollados respecto del gran capital multinacional, indirectamente y hasta cierto
punto de modo subrepticio, se traduce en dependencia diplomática y política.
Aunque tan alto grado de corrupción estaba todavía lejos de ser alcanzado por los partidos
políticos de la IIª Internacional estatizados antes de la Primera Guerra Mundial, Rosa
Luxemburgo pudo comprobar cómo en Alemania, el SPD se deslizaba ya cada vez más hacia ese
abismo de inmoralidad reaccionaria por la pendiente de las instituciones del Estado, que eran
el medio natural de actuación política de sus dirigentes. Pero para combatir esta prevista deriva
del SPD y demás partidos políticos europeos en tanto que organizaciones política burguesas
estatizadas, regidas desde la sombra por el gran capital internacional, Rosa siempre confió en
que tal desviación reaccionaria sería espontáneamente corregida por la supuesta fuerza
revolucionaria de las masas, tras la próxima explosión de las contradicciones cada vez más
agudizadas del sistema.
Pues bien, los hechos históricos están ahí para quien tenga interés en conocerlos. En 1914,
la mayoría de los representantes del SPD en el parlamento, revelaron todo el peso de su corrupta
lógica contrarrevolucionaria, cuando el 3 de agosto decidieron en bloque votar a favor de los
créditos para financiar al ejército alemán en la primera guerra mundial.43
El 2 de diciembre, Karl Liebnekcht fue el único diputado socialdemócrata que se negó a
votar los nuevos créditos de guerra. Por esa época Rosa Luxemburgo en nombre del Grupo
Espartaco pronunció su famosa frase: <<Después del 4 de agosto de 1914, la socialdemocracia no es más que un cadáver
nauseabundo>>.
Pero siguió utilizando todos los recursos de su retórica y su autoridad, para evitar que ese
partido se debilitara fragmentándose por la izquierda y los obreros revolucionarios cortaran sus
lazos con ese “cadáver”, pretextando que las masas se encuentran a ese nivel y no hay que aislarse
de ellas. Rosa nunca dejó de profesar el culto al fetichismo de las mayorías sociales
ideológicamente más atrasadas, presa como permaneció de la inconcebible y pueril creencia en
la posibilidad de educarlas para la revolución al interior de Partidos políticos
contrarrevolucionarios como el SPD.
A raíz de la opción socialimperialista de su voto a los créditos de guerra, al interior del
SPD surgieron a su izquierda tres fracciones. Una de ellas fue el grupo conocido por “Liga
Spartacus”. Sus miembros conformaron un cuerpo ideológico y político compacto movido por
un espíritu auténticamente revolucionario que negaron en la práctica, al no concebir la
revolución fuera del SPD.
Otra fracción al interior del “Partido Socialdemócrata de Alemania” (SPD), sintetizó en
el “Partido Socialista Independiente de Alemania” (USPD), con su propia organización
sindical: los “Hombres revolucionarios de confianza” (R.O.). Este partido se constituyó en
oposición a los métodos burocráticos del SPD, pero esencialmente por haber votado los créditos
de guerra, decisión que adoptaron después de que 20 de sus miembros fueran expulsados de la
fracción parlamentaria en marzo de 1917. Disponía de una izquierda de composición obrera que
actuaba en la calle, y una derecha que maniobraba en el parlamento. Fue la expresión alemana de
lo que Lenin designó con la palabra “centrismo” a nivel internacional. Cuando el USPD se
constituyó, en abril de ese año, la “Liga Spartacus” ingresó al SPD como grupo supuestamente
autónomo.
Finalmente estaban los “Socialistas internacionalistas de Alemania” (ISD), dirigidos por
Anton Pannekoek; coincidían en el mismo ideario revolucionario con la gente de la “Liga
Spartacus”, pero a diferencia de éstos —que junto con el USPD fueron expulsados en 1919—
los grupos oposicionistas que conformaron el ISD rompieron definitivamente con el SPD en
diciembre de 1916, dejando de pagar todas sus aportaciones a esa formación política. Querían
una nueva organización efectivamente revolucionaria que evitara la formación de una casta de
burócratas corrompidos. El 23 de noviembre de 1918, reunido en Brena, el ISD adoptó la sigla
IKD: “Internationale Kommunisten Deutschlands”. Tras su conferencia nacional realizada el 24
de diciembre en Berlín, se acordó la fusión con la “Liga Spartacus”, siempre que esta
organización abandonara el USPD. Así nació el Partido comunista de Alemania (KPD).
43 Los bonos de guerra son un instrumento financiero “patriótico” que emplean los Estados nacionales para financiar las operaciones militares durante
una guerra en la que sus clases dominantes deciden intervenir. Al igual que cualquier bono devenga intereses. Y el Estado que los emite y vende,
adquiere una deuda con el particular o institución que los compra, debiendo devolverle al acreedor su dinero prestado más los intereses
correspondientes. Estos bonos pueden estar garantizados o no, y tener una duración de corto, mediano o largo plazo. Pero aún estando garantizados, si
el Estado emisor pierde la guerra y se arruina, el comprador de esos bonos corre el riesgo de perder el dinero invertido.
Anton Pannekoek profundizó en el análisis acerca de la aparente traición cometida por los
burócratas arribistas dirigentes del SPD. Y lo explicó diciendo que, estos dirigentes aupados a la
máxima representación política de los asalariados en la IIª Internacional, se transformaron en
burócratas entre 1894 y 1913 durante los estertores del capitalismo nacional de libre
competencia en expansión, que durante ese período se convertiría en capitalismo oligopólico
internacional dando pábulo a la etapa imperialista. Un período en el cual el sistema permitió
que los asalariados con sus luchas pudieran mejorar sus condiciones de vida. En este contexto, la
IIª Internacional fue la instancia superior de las negociaciones que fructificaban en tales mejoras.
Pero todo ese castillo de naipes construido durante la expansión de los negocios, se vino abajo
con el desastre de la guerra. Como todas las guerras entre clases dominantes, aunque los
socialchovinistas o patriotas quisieron presentarla como una guerra por la defensa de la patria,
aquella guerra no dejo de ser una guerra interimperialista de rapiña. Y a semejante impostura se
prestó la Socialdemocracia europea. De lo cual Pannekoek concluyó que: <<El partido se adaptó tan bien a esta función [bucólica transitoria], que la
[necesaria] acción revolucionaria (de las masas que intervienen directamente sin que
haya necesidad de actuar en su lugar, es decir, en que ellas no son ya masas sino
clase y, tendencialmente la humanidad), se presenta ante [los burócratas ya
consolidados de] la organización socialdemócrata, como una perspectiva peligrosa en
general y, sobre todo, para su propia conservación [como casta privilegiada]>> (Jean
Barrot y Denis Authier: Op cit. Cap. IV Ed. Cit. Pp. 87/88. Lo entre corchetes nuestro)
Rosa —junto a Liebnektch— no dejó de luchar contra esa guerra. Pero sin haber
comprendido, que la condición de eficacia de esa lucha, pasaba por romper con la disciplina
no solo de los partidos políticos contrarrevolucionarios que integraban la IIª Internacional, sino
con la propia Internacional. El punto central de sus tesis adoptadas por la conferencia de Die
Internationale el 1 de enero de 1916, había sido formulado en la tesis número 12, tras el análisis
sobre el fracaso de la II Internacional. Decía ella que: <<Dada la traición cometida por los representantes oficiales de los partidos
socialistas de los principales países, contra los fines e intereses de las clases
trabajadoras, con la intención de desviarlas de la base de la Internacional proletaria
hacia una política burguesa imperialista, es para el socialismo una necesidad vital
crear una nueva Internacional obrera que tendría como tarea guiar y unificar la
lucha de la clase revolucionaria contra el imperialismo en todos los países>> (Pierre
Broué: “La Revolución en Alemania” Pp. 75. El subrayado nuestro)
Pero sin cortar sus vínculos con la vieja, creyendo en la posibilidad de reciclarla por
dentro, pero desde fuera, es decir, por el efecto demostración de las luchas sociales
espontáneas supuestamente resultantes de las dolorosas consecuencias de la guerra. Tal era la
tesis de Rosa. Por eso la carta de presentación del grupo pacifista Spartakus en el Reichstag el 30
de marzo de 1916 decía: <<Ni partido nuevo ni partido viejo sino reconquista del partido de abajo a arriba
por medio de la rebelión de las masas (directamente contra la guerra e indirectamente
contra los dirigentes del SPD que habían votado a favor de participar en ella>> (Op. cit.
Pp. 54. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros)
Lenin respondería que esta tesis teórica capital expuesta por Rosa, estaría desprovista de
toda trascendencia práctica si no iba presidida por la decisión previa de romper a tiempo en
cada país, no sólo con las organizaciones que habían aceptado participar en esa guerra, sino con
la IIª Internacional contrarrevolucionaria, a fin de reunir orgánicamente en la lucha, a los
elementos revolucionarios de la Internacional ¡todavía por construir! A fines de diciembre de
aquél año, esta tesis de Lenin recusando a Rosa, fue avalada por Karl Radek desde las columnas
de su “Arbeiterpolitik” (Política obrera):
<<La idea de construir un partido común con los centristas es peligrosamente
utópica. Los radicales de izquierda, tanto si las circunstancias son favorables, como
si no lo son, deben, si quieren realizar su misión histórica, construir su propio
partido>>. (Op. Cit. Pp. 55)
Su culto al fetichismo de la lucha elemental espontánea del proletariado (por
reivindicaciones sindicales inmediatas al interior del capitalismo), le hizo creer a Rosa que una
ruptura con el SPD antes de que las masas en su conjunto hubieran tomado conciencia de la
traición de sus dirigentes, sería ineficaz y desembocaría en el aislamiento de los revolucionarios.
Permanecía ciega frente a la realidad de que los fuertes vínculos de ese partido con el bloque
histórico de poder entre la burguesía y la aristocracia, impedían en él y, por tanto, fuera de él,
toda libertad de movimiento, en tanto que como condición de pertenencia se exige ajustarse a su
disciplina partidaria, convirtiendo así la idea de concienciar a las masas desde ahí, en una labor
ilusoria44. Ella misma lo pudo comprobar cuando en junio de 1916 intentó la realización de una
huelga general, razón por la cual el día 28 ella y Liebnektch fueron sentenciados a dos años y
medio de cárcel sin que su partido moviera un dedo. Fue en esas circunstancias cuando ratificó
la ingenuidad de su concepción política pronunciando la célebre frase: “La libertad es y siempre
ha sido la libertad de los que piensen diferente”.
El invierno de 1915-1916 había sido muy duro y las provisiones se helaban en los
almacenes, al tiempo que la cosecha de patatas —que antes de la guerra había promediado los 46
millones de toneladas, en 1916 no alcanzó a sobrepasar los 23 millones. Mientras el mercado
negro se limitaba a satisfacer la demanda de los más pudientes y enriquecía a los especuladores,
el hambre se extendía entre los barrios obreros. Si los almacenes estaban aprovisionados, las
cartillas de racionamiento daban “derecho” a 1,5 kg de pan, 2,5 kg de patatas, 80 gr de
mantequilla, 250 gr de carne, 180 gr de azúcar y ½ huevo por semana, un total que alcanzaba
solo a la tercera parte de las calorías necesarias.
Ante semejante situación agravada por las noticias provenientes de la guerra en las
trincheras, reflejada en los hospitales abarrotados de heridos, jóvenes mutilados, listas cada vez
más largas de muertos o desaparecidos, el deseo de paz habría podido llegar a realizarse de no
ser por la represión votada en el “Reichstag” o Parlamento del Sacro Imperio Romano
Germánico, decisión que los antecesores de sus colegas socialdemócratas de hoy apoyaron. No
obstante, el 28 de mayo de 1.915 más de mil mujeres se manifestaron por la paz frente a ese
edificio.
Las batallas de 1.916 habían sido muy costosas. Entre febrero y diciembre 240.000
soldados alemanes cayeron en Verdun, sin que el Estado Mayor obtuviera el resultado previsto.
Ante las pérdidas en sus tropas, los generales alemanes desde el frente reclamaron los medios
que creyeron necesarios para la victoria. En tales circunstancias, la revolución rusa de febrero
en 1917, tendría en la opinión pública de Alemania una repercusión enorme. A primera vista, se
puede interpretar como si esa victoria del Proletariado ruso sobre la coalición aristocrático-
burguesa de su país, hubiera sido posible por causa del esfuerzo de guerra alemán. Esto es lo que
sostuvo en su momento el revisionista Eduard David. Pero pronto pudo saberse que la autocracia
zarista había caído a manos de una sublevación popular.
44 El SPD recién decidió hacerse cargo del poder en solitario obligado por las circunstancias, cuando la derrota de Alemania en la Primera Guerra
Mundial se llevó por delante a la Aristocracia gobernante del Sacro Imperio Romano Germánico.
En febrero de 1917, el spartakista Fritz Heckert declaró que: “el proletariado alemán
debe sacar las lecciones de la revolución rusa y tomar en sus manos su propio destino”,
mientras que Clara Zetkin desde Rusia, en una carta dirigida al congreso del USPD, afirmó: <<Frente a vuestro congreso se inscribe en letras de fuego la acción del pueblo de
Rusia, una acción cuya alma ardiente y motor está constituido por el joven
proletariado, bajo la dirección de una socialdemocracia que ha sabido, también
durante el tiempo de guerra, mantener alta y sin tacha la bandera del socialismo
internacional. ¡Espero, deseo que vuestras deliberaciones y vuestras decisiones sean
dignas de este excelente acontecimiento del siglo! Vayamos a la escuela de la maestra
heroica de todos los pueblos y de todos los tiempos: La Revolución>>. (Op. cit. Pp.
61)
Durante la primera quincena de Enero en 1918, Spartakus difundió una octavilla
llamando a la huelga general. El partido centrista USPD se dividió entre partidarios y contrarios
a su convocatoria. El círculo de delegados revolucionarios se reafirmó en la necesidad de su
convocatoria y la propagó con gran acogida en las fábricas, mientras Spartakus hacía circular una
octavilla informando sobre la ola de huelgas en Austria y Hungría, donde se reclamaba: “¡lunes
veintiocho de enero, huelga general”. Ese día por la mañana, 400.000 obreros de Berlín se
declararon en huelga. Y al mediodía, 414 delegados aprobaron provisoriamente un programa de
siete puntos, tal como fue diseñado en Brest-Litovsk por la delegación rusa presidida por Trotsky,
según los siguientes puntos: 1) paz sin anexiones ni indemnizaciones, sobre la base del derecho
de los pueblos a disponer de ellos mismos; 2) representación de los trabajadores en las
conversaciones de paz; 3) mejora del reavituallamiento y derogación del estado de sitio; 4)
restablecimiento de la libertad de expresión y de reunión; 5) leyes que protejan el trabajo de
mujeres y de niños; 6) desmilitarización de las empresas; 7) liberación de los detenidos políticos
y democratización del Estado a todos los niveles, comenzando por la concesión del sufragio
universal prusiano.
Allí mismo se decidió invitar al USPD a que envíe tres de sus representantes (minoritarios)
al comité de acción. Un spartakista propuso extender la invitación a los mayoritarios para
“desenmascararlos”. Primero desestimada por dos votos, la propuesta fue finalmente aprobada,
para evitar que el movimiento pudiera ser acusado de “disgregador”.
En la siguiente reunión, en representación de los minoritarios acudieron Hugo Haase,
George Ledebour y Wilhelm Dittman. Por los mayoritarios: Friedrich Ebert, Philipp
Scheidemann y Otto Braun. Ebert pidió la palabra para declarar inaceptables algunas de las
reivindicaciones que habían sido adoptadas. Proposición que fue rechazada por mayoría, a raíz
de lo cual los tres representantes del USPD mayoritarios abandonaron el lugar.
Durante la noche del treinta al treinta y uno de enero, la comandancia militar hizo colocar
grandes carteles rojos anunciando el refuerzo del estado de sitio y el establecimiento de cortes
marciales extraordinarias. Ese día, 5.000 suboficiales fueron llamados para reforzar a la policía
de la capital. Por la mañana estallaron los primeros incidentes entre obreros huelguistas y
tranviarios no huelguistas. Se respiraba un aire de guerra civil. Los tranvías fueron saboteados y
se produjeron las primeras detenciones. En el mitin del parque Treptow y a pesar de la
prohibición militar, Ebert tomó la palabra y pronunció la siguiente arenga patriótica: <<Es un deber de los trabajadores sostener a sus hermanos y padres del frente y
forjarles las mejores armas (…) como lo hacen los trabajadores ingleses y franceses
durante sus horas de trabajo. (…) La victoria es el deseo más querido de todos los
Alemanes>> (Pierre Broué: “La Revolución en Alemania”/1: De la guerra a la
revolución. Pp. 72)
Abucheado, tratado de “amarillo” y de “traidor”, Ebert se ratificó solidario con los
huelguistas, pero no en su acción sino sólo en sus reivindicaciones sindicales. Y naturalmente,
no fue detenido. Pero sí Dittman, que fue acusado de subversivo y condenado a cinco años de
prisión. El día 3 el gobierno anunció que militarizaría en las fábricas a los asalariados que no
reanudaran su trabajo al día siguiente, mientras los diputados mayoritarios del USPD en el comité
de acción, insistían sobre la necesidad de abandonar la huelga: <<Los peligros —dicen— son inmensos para los obreros, ya que las autoridades
militares se preparan para la represión; la peor política es proseguir la huelga>>.
(Op. cit.)
A pesar de que los Spartakistas siguieron presionando para el endurecimiento de la huelga,
el Comité de acción acordó finalmente la orden de levantarla el mismo tres de febrero. Las
consecuencias de semejante decisión no se hicieron esperar: la policía persiguió a los
revolucionarios y cincuenta mil obreros berlineses —uno de cada diez huelguistas—, vieron su
asignación especial anulada y fueron movilizados.
El dieciocho de febrero, el ejército alemán lanzó una ofensiva sobre el frente del este, y
sus rápidos éxitos en territorio ruso permitieron a los generales asegurar el abastecimiento de las
tropas con el trigo de Ucrania. En el Oeste, la ofensiva comenzó el veintiuno de marzo. Entre ese
mes y noviembre, la guerra le costó a Alemania 192.447 muertos, 421.340 desaparecidos y
prisioneros, 860.287 heridos y 300.000 muertos civiles más que en 1917, al tiempo que la tasa de
mortalidad infantil se duplicaba. Pero: <<Desde el 18 de julio de 1918, el Estado Mayor sabe que el ejército alemán se bate
a la defensiva por el ataque del Mariscal de campo francés Ferdinand Foch y la
intervención de los carros de combate sobre el frente occidental, sin posibilidades
razonables de conseguir la victoria. El mismo Erich Ludendorff se convence de que
hay que poner fin a la guerra>>. (Op. cit. Pp. 85)
En agosto, Alemania llegó al borde del colapso militar y económico. Ante la ofensiva del
ejército aliado en las postrimerías del conflicto, la burguesía alemana seguía sin controlar el
poder político en un Estado propio, todavía en manos de la aristocracia feudal remanente de los
Hohenzollern bajo el reinado del emperador prusiano Guillermo II. Ese mes, las derrotas
sucesivas del ejército germánico provocaron las primeras revueltas de soldados. El fracaso de
Montdidier (batalla del Marne) en el frente del Oeste, el día ocho, dio la pauta de que toda
esperanza de victoria militar era vana y que los jefes ya no tenían control sobre el desarrollo de
la guerra, transformada en un “juego de azar”.
Mientras todo esto sucedía en Alemania, los socialistas revolucionarios en Rusia preparaban
un atentado contra Lenin, que perpetraron el día 30 de ese mismo mes de agosto, cuando tras
pronunciar un discurso en la fábrica de armamento “Mijelson”, una mujer militante de ese partido
le disparó tres tiros, uno de los cuales le atravesó el abrigo, el segundo dio en su hombro y el
tercero le atravesó el pulmón, herida esta última de la cual no se pudo volver a recuperar y sería
el principio de su muerte, acaecida el 21 de enero de 1924. Su asesina, Fanni Kaplan, nació el
año 1887 en la provincia ucraniana de Zhytomir, con el nombre de Feiga Jaimova Roitman.
Poco después del episodio, en setiembre de 1918 el jefe del Estado mayor alemán, Paul von
Hindenburg, informó a Guillermo II que la situación en el frente del Este era crítica,
aconsejándole que abandonase Rusia, al mismo tiempo que, en acuerdo con su lugarteniente,
Erich Ludendorff, propuso ampliar el Gobierno para permitir la negociación con las potencias
triunfantes en la guerra, sobre la base más sólida posible:
<<Ambos coincidían con el Secretario de Estado, Paul Von Hintze, en que “es
necesario prevenir el desmoronamiento desde abajo, con la revolución (burguesa)
desde arriba”. El objetivo es constituir un Gobierno conforme a la mayoría del
Reichstag, integrando en el gobierno a ministros socialdemócratas>> (Op cit. Pp. 86.
Lo entre paréntesis nuestro)
Ese mismo mes, el canciller George von Hertling dimitió, y Guillermo II nombró en su
lugar al Príncipe Max de Bade, quien propuso al presidente norteamericano Thomas Woodrow
Wilson acordar un armisticio con el enemigo de guerra sobre la base de catorce puntos. Mientras
el ocho de noviembre la delegación del gobierno viajaba para acordar el armisticio, los jefes
militares consideraban tal situación como inaceptable. Pero en todos los ámbitos de la sociedad
civil alemana, era notorio que sobre la burguesía teutona ya pesaba el oprobio del proletariado,
por el doble fracaso que le suponía no haber podido ahogar en sangre la revolución de octubre
en Rusia, sumada a la derrota de su aventura militar en territorio francés, que debieron abandonar
a solo 100 Km. de París. Para prevenirse de las más que probables consecuencias políticas, la
pequeñoburguesía encarnada en los dirigentes del SPD, apelaron a su órgano de difusión, el
Vorwärts, para que organice una campaña propagandística insistiendo en que las “soluciones
rusas” son impracticables en Alemania: <<La revolución rusa ha anulado la democracia y establecido en su lugar la
dictadura (sobre las clases dominantes minoritarias) de los consejos de obreros y
soldados. El partido socialdemócrata rechaza, sin equívocos, la teoría y el método
bolcheviques para Alemania y se pronuncia por la democracia (bajo el poder real de
la burguesía)>>. (“Vorwärts”, 21 octubre 1918: “dictadura o democracia”. Op. cit. Lo
entre paréntesis nuestro)
Mientras tanto, en la base de la sociedad alemana se manifestaron claros signos de una
radicalización popular creciente. La atmósfera política que se respiraba en Berlín era de huelga.
Pero entre los dirigentes políticos del movimiento, los que no vacilaban retrocedían. En la
conferencia del partido independiente, Haase y Rudolf Hilferding —que en el SPD habían
ambos votado a favor de los créditos de guerra— junto a Wilhelm Dittmann (que en enero de
1919 se desmarcaría de los marinos durante la sublevación en el puerto de Kiel), a duras penas
lograron detener la consigna de “dictadura del proletariado”, y se prodigaban en denunciar el
“gusto romántico por la revolución bolchevique”. Karl Kautsky se sumó a estas medias tintas
desde sus escritos en el Vorwärts. Haase confesó a Ernst Däumig que no tenía ninguna idea de
lo que pasaría, mientras Lenin escribía a la dirección de “Spartakus”: “Ha llegado el momento”,
y se prodigaba en aportar en todo lo posible por ayudar a la revolución alemana.
El siete de octubre se celebró en Berlín una conferencia del grupo “Spartakus”, en la que
participaron los delegados comunistas de Bremen. Se analizó allí la situación de Alemania
caracterizándola como “revolucionaria”. Y después de poner a consideración todos los problemas
que la burguesía alemana fue incapaz de resolver en la revolución de 1848, se presentó un
programa que propuso la amnistía para todos los adversarios a la guerra, civiles y militares; la
abolición de la ley sobre la mano de obra y el estado de sitio; la anulación de todas las deudas de
guerra; la incautación de la banca, minas y fábricas; la reducción del tiempo de trabajo; el
aumento de los salarios bajos; la incautación de las propiedades rurales, grandes y medianas; la
concesión a los militares del derecho de organización y reunión; la abolición del código militar
y su reemplazo por la función disciplinaria a cargo de delegados elegidos por los soldados; la
abolición de los tribunales militares y la liberación inmediata de los que han sido condenados; la
abolición de la pena de muerte y de trabajos forzados por supuestos “crímenes” políticos y
militares; la entrega de los medios de abastecimiento a los delegados de los trabajadores; la
abolición de los Länder (comunidad autónoma o provincia) y la destitución de las dinastías reales
y principescas. Para la realización de este programa, se convocó a crear “consejos de obreros y
soldados allí donde aún no existan”, para cuya dirección se ofrecieron los más destacados
revolucionarios.
A todo esto, Karl Liebnekcht permanecía encarcelado en Luckau. Para impedir que se
agrande su aureola de mártir, los ministros socialdemócratas trataron de dar a la opinión pública
obrera una prueba de buena voluntad “democrática”, planteando en el consejo de gobierno que
sea rápidamente decretada la amnistía para los presos políticos, y que Liebnekcht sea liberado.
Aun contando con la reticencia de los militares, la liberación del dirigente spartaquista se decidió
el 21 de octubre. Pero Liebnekcht estaba casi sólo. En Berlín, quienes pudieron ayudarle eran
“jefes sin tropa” que no pasaban de cincuenta: <<La verdadera vanguardia de las tropas de las fábricas está (mayoritariamente
influenciada y) organizada en las filas del partido socialdemócrata independiente
(USPD), bajo la dirección de los centristas, contra los que Liebknetch ha luchado
tanto, y particularmente en el núcleo de delegados revolucionarios de las fábricas.
Con ello se plantea el problema de una conexión directa (entre el USPD y la
contrarrevolución)>> (Op. cit. Pp. 88. Las comillas y lo entre paréntesis nuestro).
El caso de Wilhelm Pieck —que había regresado de Holanda para reanudar su
militancia— es elocuente. Cuando el 23 de octubre el USPD le ofreció a Liebnekcht incorporarse
a la dirección del partido, éste pidió que se convoque a un congreso donde se condene el pasado
centrista de esa organización, y autocríticamente reconozca que los spartaquistas han tenido razón
durante los últimos años. Pero los dirigentes “independientes” solo aceptaron redactar una
“declaración de intenciones, reconociendo que su punto de vista se ha venido aproximando
al de Spartakus”. Ante lo cual Liebnekcht declinó la cooptación ofrecida, pero aceptó ser un
invitado del ejecutivo en las reuniones donde ese partido adopte decisiones trascendentes.
Ese mismo día 23, los ministros del gobierno aconsejaron que el Kaiser Guillermo II
abdique. Los altos dirigentes socialdemócratas Scheidemann y Ebert, insisten sobre la misma
idea el día treinta y uno de octubre, a la que se adhirió una delegación del partido y los
sindicatos el tres de noviembre. Konrad Haenisch fundamentó los motivos de tal proposición
en una carta privada: <<Se trata de la lucha contra la revolución bolchevique que asciende, siempre más
amenazante, y que significaría el caos (para la burguesía, naturalmente). La cuestión
imperial está estrechamente ligada a la del peligro bolchevique. Es necesario
sacrificar al emperador para salvar al país. Esto no tiene absolutamente nada que
ver con ningún dogmatismo republicano>> (Eberhard Kolb: “Los consejos obreros en
la política interior alemana” Citado por Pierre Broué en Op. Cit. Pp. 91. Lo entre
paréntesis nuestro)
El 26 de octubre, el núcleo directivo de las bases obreras que decidieron erigirse en consejo
obrero provisional de Berlín, contaba con tres spartaquistas: Liebnekcht, Wilhelm Pieck y Ernst
Meyer: <<Esta dirección revolucionaria, improvisada, pasó enseguida a la discusión de la
situación y a sus perspectivas, para concluir en que era necesario estar preparados
para una acción inmediata, en caso de que el gobierno de Max Baden rehusase
proseguir las conversaciones de paz y lanzase una llamada a la “defensa
nacional”>>. (Op. Cit. Pp. 89)
No satisfecho con este análisis que juzgó puramente pasivo y expectante, sometido a la
iniciativa del adversario, Liebnekcht rehusó seguir la idea de los delegados según la cual, las
masas no estaban preparadas para batirse, excepto por una provocación gubernamental. Y vio la
prueba de lo contrario en las iniciativas que se producían en todas partes, y en la combatividad
de los jóvenes que habían celebrado su Congreso precisamente en Berlín, los días 26 y 27: <<El 26 por la tarde, ha habido dos mil manifestantes en Hamburgo, el 27 el doble
en Friedrichshafen. El 27 por la tarde, a la salida de un mitin independiente durante
el cual ha tomado la palabra Andreas Festsäle, arrastra tras de sí hacia el centro de
la ciudad, a varios centenares de jóvenes y de obreros, que chocan con la policía>>.
Op. Cit. Pp. 89
Para Intentar convencer de ello a los dirigentes de los delegados revolucionarios, durante
la jornada del veintiocho de octubre Liebnekcht sostuvo una larga discusión con Ernst Däumig
y Emil Barth. Según él, en todos los casos, e incluso si el Gobierno no intentara prolongar la
guerra en nombre de la “defensa nacional”, los revolucionarios tienen el deber de preparar la
movilización de masas mediante mítines y manifestaciones, que le harán tomar conciencia de su
fuerza, elevarán su nivel de conciencia y su voluntad de victoria: <<Däumig y Barth dudan, están a punto de acusar a Liebnekcht de confundir deseos
con realidades, sólo consienten, finalmente, en la organización de mítines,
rechazando categóricamente las manifestaciones en la calle. En la reunión plenaria
de la tarde, Wilhelm Pieck hace adoptar su propuesta de difundir una octavilla,
invitando a los obreros a rehusar las llamadas de movilización que les están
llegando>>. (Op. Cit. Pp. 89)
He aquí el espíritu pequeñoburgués, siempre temeroso, vacilante y acomodaticio a “lo que
hay”. Como el falso dado que va de un lado a otro del tapete hasta detenerse sobre su base más
pesada. El cuatro de noviembre, Friedrich Ebert telefoneó al secretario de Estado, Arnold
Wahnschaffe, asegurándole que los sindicatos estaban empleando toda su autoridad en apaciguar
a los obreros. Dos días antes se había celebrado una reunión con los dirigentes del USPD y con
los delegados revolucionarios de las fábricas. Allí, Georg Ledebour introdujo a un oficial del
2° batallón de la Guardia, el teniente Waltz, puesto él mismo y su unidad a disposición del Estado
Mayor revolucionario para la insurrección. La mayoría de los presentes acogieron con
entusiasmo a este recién llegado con capacidad de aportar fuerzas armadas y material, haciendo
al fin concebible una victoria. Waltz, bajo el seudónimo de “Lindner”, es adjunto de Ernst
Däumig en los preparativos técnicos —militares y estratégicos— de la próxima insurrección.
Pero, ¿es razonable plantearse la insurrección sin pasar exitosamente la prueba de la huelga
general? Haase propone impaciente fijar la fecha de la insurrección armada para el 11 de
noviembre. Ledebour todavía más la adelanta al día cuatro. Karl Liebknecht, tras haber
conversado de este problema con los rusos en la embajada, desacuerda con uno y con otro.
Rechaza categóricamente cualquier propuesta tendente a desencadenar la insurrección armada
sin preparación ni certeza acerca de cuál es la real predisposición de quienes dependerá el triunfo
o la derrota de la iniciativa: <<Es necesario, según él, lanzar la consigna de huelga general, y que decidan los
mismos huelguistas la organización de manifestaciones armadas para la paz
inmediata, el levantamiento del estado de sitio, la proclamación de la república
socialista y del gobierno de los consejos de obreros y soldados. Afirma que sólo
durante la huelga general “la acción debería ser seguida (o no) de medidas cada vez
más atrevidas, hasta la insurrección”>> (Op. cit. Pp. 90)
A falta de un partido efectivamente revolucionario, fuertemente cohesionado en torno al
materialismo histórico y con influencia de masas, ya constituido, todos estos escarceos previos
serán desbordados por el desenlace incontrolable de los acontecimientos.
En Stuttgart, los spartaquistas ocupaban sólidas posiciones en el USPD, donde uno de ellos,
Fritz Rück, no solo presidía el ejecutivo, sino que también formaba parte del consejo de
redacción del periódico “Der Sozialdemokrat”, en cuya sección titulada “Diario de un
spartaquista” escribió: <<Se trata de poner a las masas en movimiento. Esto sólo puede hacerse a partir
de las fábricas. La adhesión oficial al partido independiente, por antipática
políticamente que nos sea, nos deja las manos libres y nos permite construir en las
fábricas, bajo la cobertura de un trabajo de organización del partido legal, un
sistema bien soldado de hombres de confianza>>. (Op. Cit. Pp. 91)
El dos de noviembre, el comité de acción de Stuttgart que participó en la discusiones con
los delegados revolucionarios de Berlín, informaron que la insurrección fue decidida para el día
cuatro simultáneamente con la huelga general. También se decidió allí la publicación inmediata
de un periódico, Die Rote Fahne (La Bandera Roja), que se pronunció inmediatamente por el
establecimiento en Alemania de una República de consejos obreros.
A todo esto, el 28 de octubre entre la tripulación de los barcos de guerra anclados en
Wilhelmshaven, cunde la inquietud al saberse que el Estado Mayor se dispone a librar un
combate con la flota rusa en el Mar del Norte. Recordando el motín de 1917, los marinos
inmediatamente pidieron el apoyo de los obreros, y durante las manifestaciones un millar de
hombres fueron detenidos, mientras cinco navíos zarpaban hacia Kiel. El 1º de noviembre se
reunieron en la sede sindical de esta ciudad, decidiendo una manifestación por las calles al día
siguiente. Allí tomó la iniciativa Karl Artelt sobre un torpedero, proponiendo que se forme un
consejo de marinos, el primero de la revolución alemana: <<Por la mañana temprano, se encuentra encabezando un comité designado por
veinte mil hombres. Los oficiales están desbordados. El almirante Wilhelm Souchon
que manda la base, claudica frente a todas las reivindicaciones que le presenta Artelt
en nombre de sus camaradas: supresión del saludo, disminución del servicio,
aumento de los permisos, liberación de los detenidos. Por la tarde, toda la guarnición
está organizada en una red de “consejos de soldados”, la bandera roja ondea sobre
los navíos de guerra, muchos oficiales son arrestados por sus hombres. En tierra,
socialdemócratas independientes y mayoritarios han llamado juntos a la huelga
general, después a la designación de un consejo obrero que se fusionará con el de
marinos. El socialdemócrata Gustav Noske, nombrado gobernador de Kiel por el
gobierno, se apresura a reconocer la autoridad del nuevo consejo de obreros y
soldados para calmar a los marinos y localizar el incendio>> (Op. Cit. Pp. 92).
En Hamburgo, el cinco la policía prusiana descubre abundante material de propaganda en
la valija diplomática rusa, y el gobierno del Reich da seis horas a Adolf Ioffe y a los
representantes de la embajada de ese país en Berlín para abandonar el territorio alemán. La
revolución se propagó rápidamente por todo el país. Ese día, tras la revuelta en Kiel, estalló en
Hamburgo una huelga general, en cuyo puerto la multitud se apoderó de los barcos de guerra, de
los sindicatos, de la estación central del ferrocarril y del regimiento principal, donde los
huelguistas se armaron. Durante la noche, cien hombres entraron en la sede de los sindicatos y
llamaron a una manifestación central para el mediodía siguiente. En la mañana del día 6, algunos
militantes planificaron la acción y un consejo obrero provisional se constituyó en la sede de los
sindicatos. A la hora prevista, se reunieron más de cuarenta mil manifestantes. Un dirigente
independiente hizo aclamar la toma del poder político por el consejo de obreros y soldados. El
radical de izquierda Fritz Wolffheim propuso aprobar la consigna de la República de los
consejos. Por la tarde se formó el consejo de obreros y soldados presidido por el radical de
izquierda Heinrich Laufenberg. Durante este tiempo, Paul Frölich, a la cabeza de un grupo de
marinos armados, había ocupado los locales y la imprenta del periódico “Hamburger Echo”,
donde se imprimió el primer número del periódico del consejo de obreros y soldados de
Hamburgo llamado “Die Rote Fahne” que proclamó: ¡Es el principio de la revolución alemana, de la revolución mundial! ¡Salud a la más
poderosa acción de la revolución mundial! ¡Viva el Socialismo! ¡Viva la República
alemana de los trabajadores! ¡Viva el bolchevismo mundial! (Op. cit. Pp. 94)
En Bremen, el día cuatro, un mitin de masas reclamó el armisticio, la abdicación del
emperador y el levantamiento del estado de sitio, mientras la policía en todas las ciudades, tiraba
de sus informes y se dedicaba a detener a los obreros prontuariados que habían participado en las
huelgas de enero. En Wilhelmshaven, el día seis un incidente mecánico en un tren que
transportaba marinos detenidos, bloqueó la estación de Bremen, Los marineros escaparon por la
ciudad dispersándose entre los astilleros y pidiendo socorro a los trabajadores. Se organizó
espontáneamente una manifestación encabezada por dirigentes del USPD que acudió a las
cárceles y, después de abrir sus puertas y liberó a los presos, proponiendo la elección de consejos
de obreros y de soldados y aclamando la consigna de “República socialista”. Pero el mitin se
dispersó sin tomar ninguna decisión. Una manifestación de marinos organizada por el maquinista
Bernhard Kuhnt, permanente del partido antes de la guerra en Chemnitz, desencadenó la
huelga general. Por la tarde, obreros y marinos eligieron un consejo donde los socialdemócratas
eran mayoría, mientras en Düsseldorf los obreros luchaban contra la policía en torno a un tren
de prisioneros detenido en una estación. Allí mismo se constituyó un consejo de obreros y
soldados. El siete la huelga surgida en los astilleros a orillas del río Weser se generalizó, y los
consejos de obreros fueron elegidos en todas las fábricas. El nueve fue designado el consejo
central local de los obreros y soldados.
En Baviera, el movimiento de los marinos fue creado por un grupo de revolucionarios
actuando en las filas del partido independiente. Kurt Eisner, hijo de un acomodado hombre de
negocios judío, nunca pasó de ser socialdemócrata y un revisionista del marxismo, que se
radicalizó durante la guerra luchando por la paz, sin llegar a superar sus condicionamientos
políticos de clase media burguesa; organizó en Munich un círculo de discusión en el que
participaron unos cien obreros e intelectuales, que sumaron los primeros cuatrocientos afiliados
al centrista partido “independiente” (USPD) de Baviera, quienes ejercieron una influencia
determinante entre los trabajadores de la fábrica Krupp y de otras empresas, forjando estrechos
vínculos con el ala socialista de la Liga campesina dirigida por el ciego Ludwig Gandorfer.
Apoyando sistemáticamente la aspiración de las masas por acabar con la guerra, Eisner
contribuyó sin duda a preparar la revolución burguesa en Baviera. El siete de noviembre,
encabezó en las calles de Munich una manifestación por la paz, durante la cual se decidió la
huelga general y el asalto a los cuarteles, que provocó la huida del Monarca y la proclamación de
Eisner ese mismo día, como presidente del consejo de obreros y soldados, de la República bávara.
En el gobierno del Consejo tenían una considerable influencia revolucionaria los
anarquistas liderados por Erik Mühsam y Gustav Landauer. Pero la aspiración política de
Eisner no era esa, sino que Alemania pasara a ser gobernada por su partido socialdemócrata, que
no bregaba por la ruptura con el poder compartido hasta ese momento entre aristócratas y
burgueses, comprometido como estaba con estos últimos. Precisamente por eso y a pesar de haber
venido exaltando hipócritamente el poder de los consejos de obreros y soldados, Eisner días
después convocó a elecciones “democráticas”.
En medio de una situación revolucionaria, donde la lucha por el poder entre dos fuerzas
en pugna se inclinaba a favor de una de ellas: los consejos de obreros y soldados —pero no estaba
todavía resuelta y definitivamente consolidada—, el voto depositado en las urnas por buena
parte de las mayorías explotadas, en ausencia de una organización revolucionaria con
influencia de masas, no puede sino ser la expresión de una voluntad colectiva fuertemente
condicionada por los enemigos de esa mayoría social. Y el caso es que, entre esos enemigos que
conspiraban contra la revolución, estaba el reaccionario partido socialdemócrata alemán, con el
que ni Rosa Luxemburgo, ni Liebknetch, ni tantos otros como Ledebourg y Haase, decidieron
romper a tiempo y combatirle abiertamente. Esta renuncia explica que sujetos como el
periodista del “Vorwärts”, un tal Stampfer, pudiera decir que los obreros y los soldados no debían
conservar el poder conquistado desde los Consejos, argumentando que solo representaba a una
parte de la población alemana: el proletariado. Así lo inyectó en la opinión pública el día 13 de
noviembre, haciéndose pasar como un consejista: <<Hemos vencido, pero no lo hemos hecho para nosotros solos. ¡Hemos vencido para
el pueblo entero! Por eso nuestra consigna no es: ‘¡todo el poder a los soviets!’, sino:
¡Todo el poder al pueblo entero!>> (Op. Cit. Pp. 108)
Los centristas bávaros (USPD) procedieron, pues, según los intereses del SPD, es decir, de
la burguesía, al contrario de lo que había sucedido en Rusia un año antes, donde los
revolucionarios bolcheviques tuvieron este fundamental y decisivo detalle muy en cuenta. De
aquí que no cometieran el error por el que se deslizó el flamante gobierno revolucionario alemán
en Baviera y demás landers alemanes. Los bolcheviques optaron, en cambio, por no abdicar el
poder militar arrancado al zarismo en 1917; se resistieron a soltarlo irresponsablemente
dejándolo al albur de unas elecciones inmediatas. De esta trascendental experiencia
revolucionaria no aprendió Eisner. Su democratismo formal —típico del centrismo político
neutralizante— le impidió decidirse por el polo de la contradicción dialéctica que pugna
objetivamente por resolverla en el sentido del progreso histórico-social. Y el instrumento
político que utilizó, temiendo que la balanza del poder se inclinara demasiado en detrimento de
uno de sus dos polos, fueron las elecciones: <<Así fue cómo el día 10 de enero, Eisner no dudó en ordenar la detención de los
partidarios del boicot a esos comicios [miembros del Partido comunista alemán (KPD)
y del Consejo obrero revolucionario animado por Mühsam]. Y como consecuencia de
ello, el día 12 el USPD (su propio partido) obtuvo solo el 2,5% de los votos>> (Jean
Barrot y Dennis Authier: “La izquierda comunista en Alemania”. Ed. Cit. Pp. 125-126.
Lo entre corchetes nuestro)
El inconveniente de toda posición política a medio camino entre los dos extremos políticos
de la contradicción social, está en que bajo determinadas condiciones de inestabilidad, las
mayorías silenciosas que temen cambios, le puedan confundir con cualquiera de ellos. De esta
confusión habría de ser víctima el propio Eisner, no solo por haber perdido en el terreno electoral,
sino fatalmente su propia vida tres meses después45.
En la ciudad sajona de Chemnitz, el ocho de noviembre los cuarteles fueron tomados por
asalto y simultáneamente, Fritz Heckert consiguió organizar una huelga durante la cual, se
procedió a crear un consejo de obreros y soldados, en el que figuraron socialdemócratas
mayoritarios por el sindicato de la construcción que él presidió, y el partido independiente del
que era dirigente máximo de hecho; fue designado presidente el nueve de noviembre.
Ese día en Berlín, desde el amanecer se distribuyeron volantes en las fábricas convocando
a la insurrección, al tiempo que la bandera roja, emblema de la revolución mundial, flameaba
sobre los edificios públicos de todas las regiones alemanas. Sorprendidos ante la enorme
45 <<Eisner es un bolchevique, un Judío que no es alemán, no se siente alemán, subvierte todos los pensamientos y sentimientos patrióticos.
Es un traidor a esta tierra>>. Así le definió un joven aristócrata —austríaco de nacimiento—, que había vuelto del frente de guerra en Francia,
frustrado ante la derrota de su patria adoptiva. E hizo público el epitafio para justificar haberle asesinado el 21 de febrero de 1919, por ser pacifista.
magnitud de la población obrera marchando hacia el centro desde todos los barrios
industriales del Norte y del Este, sin distinción de mayorías y minorías políticas fraccionales
partidarias, los socialdemócratas mayoritarios se cuidaron muy bien de ponerse frente a un
movimiento al que sabían que no podrían vencer: <<Sus hombres de confianza reunidos aún de madrugada en torno a Ebert, fueron
categóricos: las masas siguen a los independientes, escapan totalmente a los
mayoritarios. Lo que hay que evitar a cualquier precio, es la resistencia de los
cuarteles y que haya combates en las calles; (porque) entonces, lo peor sería posible,
es decir, una revolución sangrienta, y (como resultado) el poder en manos de los
extremistas>>. Pierre Broué Op. Cit. Pp. 97. Lo entre paréntesis nuestro)
Pero la sorpresa parecía no haber dejado margen de tiempo suficiente, cuando desde
Sajonia un oficial del regimiento de cazadores de Naumburg, informó que sus hombres estaban
dispuestos a disparar sobre las masas y esperaba órdenes. Es lo que los SPD mayoritarios querían
evitar. Fue cuando Otto Wels acudió al cuartel Alexandre, en Berlín, para convencer a los
soldados que “no deben disparar sobre el pueblo, sino al contrario, ir con él en esta
revolución pacífica” Los demás regimientos de la guarnición siguieron el ejemplo de los
cazadores. Un oficial de Estado Mayor, el teniente Colins Ross, hizo saber a Ebert que el
comandante en jefe había dado la orden de no disparar. El Vorwärts lanzó una octavilla especial
que decía: “No se disparará”. Finalmente ante la pasividad del ejército los edificios del
Reichstag (parlamento) fueron ocupados testimonialmente por la muchedumbre sin recibir un
solo disparo.
Poco después, frente al palacio imperial, subido al techo de un auto Liebnektch proclamó
la “república socialista alemana”. Y después, desde un balcón de la residencia de los
Hohenzollern dijo a la muchedumbre: <<La dominación del capitalismo que ha convertido a Europa en un cementerio, está
rota de ahora en adelante. Nos acordamos de nuestros hermanos rusos. Nos habían
dicho: “Si en un mes no habéis hecho como aquí, rompemos con vosotros”. Nos han
bastado cuatro días. No porque el pasado esté muerto debemos creer que nuestra
tarea está terminada. Debemos aprovechar todas nuestras fuerzas para formar el
gobierno de los obreros y soldados y construir un nuevo Estado proletario, un
Estado de paz, de alegría, y de libertad para nuestros hermanos alemanes, y nuestros
hermanos de todo el mundo. Les tendemos la mano y les invitamos a completar la
revolución mundial. ¡Los que quieran ver realizadas la república libre y socialista
alemana y la revolución alemana levanten la mano!”. Un bosque de brazos se
levanta>>. (Ed. Cit. Pp. 98)
Pero esta exaltación no era más que un espejismo político, porque a la hora de las
votaciones en los órganos donde las voluntades políticas contaban realmente, la mayoría de los
representantes —tradicionalmente socialdemócratas— seguían siendo mayoría, tanto en el USPD
como en el SPD. Y todos ellos jugaron sus cartas ocultando sus verdaderos propósitos
contrarrevolucionarios, apelando a la consigna de la “unidad socialista para la defensa de la
revolución, la paz, la fraternidad”, etc., etc. Pero siempre en alianza con el gobierno provisional
y un tipo de Estado, que a partir del día siguiente, se convertiría en permanente.
Y en efecto, el 10 de noviembre, durante la decisiva reunión de delegados de los consejos
en la región de Berlín, el revolucionario Ledebour, quien también confiaba en que tras el
impacto de los acontecimientos en las calles los revolucionarios contarían con una mayoría
entre los representantes de las bases obreras, al descubrir el fiasco se manifestó partidario de
rechazar cualquier forma de colaboración con los mayoritarios del USPD y SPD. Los que
según parece volcaron la balanza en las votaciones, fueron los representantes de los consejos de
soldados, entre quienes tenía predicamento el representante Max Cohen-Reus, otro
pequeñoburgués —consecuente con su extracción de clase—, hijo de un comerciante. Otras
delegaciones de obreros reclamaron que Liebknecht integrara el gobierno: <<Cuando llega Liebknecht, al final de la tarde, afirma que es imposible rehusar
categóricamente toda colaboración con los mayoritarios (del SPD), como propone
Ledebour, sin correr el riesgo de no ser comprendido y aparecer ante las masas como
enemigo de la unidad a la que aspiran. Apoyado por Richard Müller y Däumig, puso
seis condiciones: proclamación de la República socialista alemana, entrega del poder
legislativo, ejecutivo y judicial a los representantes elegidos por los obreros y
soldados, no a los ministros burgueses, participación de los independientes limitada
al tiempo necesario para la conclusión del armisticio, ministerios técnicos sometidos
a un gabinete puramente político, paridad en la representación de los partidos
socialistas en el seno del gabinete>> (Op. cit. Lo entre paréntesis nuestro)
Finalmente, esa reunión de delegados —a propuesta de Paul Eckert—, acabó aprobando
una proclamación dirigida al “pueblo trabajador”, publicada al día siguiente por el periódico
de derechas liberal-burgués, “Vossische Zeitung”, donde decía: <<Ya no existe la vieja Alemania. (…) Alemania se ha transformado en una
República socialista. Los detentadores del poder político son los consejos de obreros
y soldados>> (Op. cit.)
Pero ante los hechos consumados esa proclama era todo un sarcasmo político, porque se
aprobó después de que, en esa misma reunión, se aprobara el nombramiento de un consejo
ejecutivo de “comisarios del pueblo”, integrado por 6 representantes del SPD, otros 6 del USPD
y 12 soldados, todos ellos favorables al SPD y contrarios a entregarle el poder a los Consejos,
dejando esa proclama en papel mojado; un hecho que se vio ratificado en la segunda quincena
del mes siguiente durante el Congreso pan-alemán de Consejos Obreros. La contrarrevolución
política estaba servida. Para más inri, ese mismo día 10 de noviembre, el General Wilhelm
Groener llegó a un acuerdo secreto con el presidente socialdemócrata Friedrich Ebert, por el
que éste se comprometía a mantener la autonomía del ejército y a inutilizar a los Consejos de
Soldados, a cambio del apoyo del ejército a la república burguesa46: <<A escala nacional, el congreso pan-alemán de los consejos de obreros y soldados
(16-20 de diciembre de 1918 llamado “consejo imperial”), otorgó el poder al consejo
de comisarios del pueblo, en el que sobre los 485 delegados, 375 estaban ya en el
gobierno y eran SPD y USPD de derechas. Liebknetch y Luxemburgo no fueron
aceptados como delegados por ser spartaquistas; y dado que los comunistas
internacionalistas de Alemania (IKD), decidieron no asistir, la única oposición (al
oficialismo del SPD) en ese congreso, fueron hombres revolucionarios de confianza
como Richard Müller, Ledebour y Däumig por el USPD no spartaquista. Su
oposición consistió en que se conceda una mayor importancia a los consejos en la
próxima constitución>> (Jean Barrot y Dennis Authier: Op. cit. Cap. VII Pp. 118. El
subrayado y lo entre paréntesis nuestros)
Todo este tinglado contrarrevolucionario fue posible, porque los consejos de obreros y
soldados alemanes se habían suicidado al dejar intangibles los partidos políticos y demás
instituciones de Estado burguesas preexistentes. A diferencia de los sóviets en Rusia, que
fueron concebidos, creados y esgrimidos como formas de organización política nacional
permanentes, alternativas y sustitutas de tales organizaciones estatales burguesas hechas a
la medida del capitalismo. Y si los asalariados en la Rusia soviética pudieron barrer con toda esa
escoria política, fue porque su vanguardia —los bolcheviques—, decidieron romper a tiempo no
46 Tras la revolución rusa de febrero (1917), el General alemán Groener conspiró con el General ruso de origen cosaco Pavló Skoropadski, quien
después de que los bolcheviques tomaran Kiev, el 23 de abril de 1918 dio un golpe de Estado en Ucrania, organizando ambos la defensa de esa región
contra la ofensiva soviética. Todo un paradigma de internacionalismo militar burgués.
sólo ideológica y políticamente con la contrarrevolución encarnada en sujetos como Bernstein,
Kautsky, Scheideman, Ebert y Noske, sino con partidos burgueses como el SPD y con las
instituciones políticas de Estado que dichos sujetos y partidos integraban.
Una vez constituido el “Consejo imperial de comisarios del pueblo” que neutralizó el
poder de los Consejos, este es recién el momento en que los miembros de la Liga Spartakus
decidieron romper con el SPD disolviéndose en el Partido Comunista de Alemania (KPD). Al
mismo tiempo en que Ebert y la plana mayor del SPD, creyeron oportuno asestarle a la revolución
alemana el golpe de gracia, decidiendo atacar a su reducto militar: la Volksmarinendivisión
integrada por 3.000 marinos acantonados en Kiel, pero que se habían trasladado a Berlín “para
defender las conquistas de la revolución contra los ataques de la reacción”. Se decidió
provocarlos dejando de pagarles sus sueldos de diciembre. Los marinos respondieron ocupando
la cancillería el día 24. Ebert inmediatamente tomó contacto con el General Arnold Lequis,
quien al mando de los cuerpos de seguridad ordenó cercar a los marinos en torno al palacio real
que les servía de acantonamiento. La batalla se saldó a cañonazos con 60 muertos y heridos entre
los marinos, que resistieron hasta que una manifestación de obreros radicales rodeó a las tropas
de Lequis obligándoles a retroceder, y cuyos oficiales no fueron linchados gracias a un discurso
hipócritamente conciliador de Ebert. Los manifestantes ocuparon por primera vez el “Vorwärts”
recuperándolo fugazmente para la revolución durante algunos días publicado con el nombre de
“Vorwärts Rojo”, donde los marinos declararon no ser spartaquistas, ante lo cual la “Rothe
Fane” replicó: <<El espíritu de esta tropa es el espíritu de nuestro espíritu, espíritu de la revolución
socialista mundial>>. (Op. cit. Pp. 120)
Tras esta ofensiva fallida del Estado alemán y ante la presión que venía soportando desde
el día 21 de diciembre por los “hombres de confianza” del USPD, sus miembros en el gobierno
provisional, renunciaron a sus puestos en el “Consejo General de comisarios del pueblo”. Este
vacío fue ocupado por miembros del SPD, entre ellos el ya citado Gustav Noske, quien se hizo
cargo del aparato militar y el día 4 de enero de 1919 destituyó al prefecto de policía Eichhorn,
miembro del USPD, creador de las Sischerheitswehr (fuerzas de seguridad), a raíz de lo cual el
día 5 de febrero, una manifestación de 700.000 personas exigió su restitución en el cargo. Ése
mismo día, el centrista USPD formó un “comité insurreccional”, al que se sumaron los
spartaquistas recién llegados al Partido Comunista Alemán (KPD) liderados por Rosa
Luxemburgo y Liebknecht. Una insurrección que apuntó contra el gobierno pero no contra el
Estado. Todo se iba quedando en casa. Ese mismo día, el KPD, los “hombres de confianza (RO)
y el USPD, difundieron una octavilla convocando a una manifestación para abolir el “despotismo
del gobierno”.
Por la noche, al mismo tiempo que el comité insurreccional elaboraba un plan de acción
para el día siguiente, Noske ordenaba evacuar sus tropas de la ciudad de Berlín y agruparlas en
la periferia con un plan de reconquista. El día 6, las masas ocuparon los puntos estratégicos de la
capital, y un Comité revolucionario integrado por Liebknecht, Ledebourg y un hombre de
confianza llamado Scholze, declaró la destitución del gobierno. Pero en el ínterin, el USPD no
dejó de negociar con Noske, mostrando toda su claudicación de principios. La reconquista
comenzó el día 7: <<La burguesía niega la lucha de clases en la teoría, pero la reconoce (y asume)
mejor que los obreros en su práctica. Luxemburgo persistió en continuar hasta el
final al lado de los sublevados (en un partido político contrarrevolucionario. Y en tales
circunstancias decisivas) la idea de “fundirse” con las masas es tan falsa como la de
“dirigirlas”. Detenidos el día 15 de febrero, Liebknecht y Luxemburgo fueron
brutalmente asesinados (el cadáver de Rosa fue arrastrado por las calles de Berlín)>>
(Op. cit. Pp. 121. Lo entre paréntesis nuestro)
Leo Jogiches, compañero sentimental de Rosa, fue asesinado el 10 de mayo de en la
prisión donde permanecía confinado. Durante todo ese mes de enero, los muertos en la revolución
alemana superaron a los de las dos revoluciones rusas juntas: la de febrero y la de octubre. Y aquí
es necesario insistir en que, el error de Rosa Luxemburgo, Liebknetch y demás líderes políticos
revolucionarios alemanes durante los sucesos entre 1918 y 1919, radicó en hacer seguidismo del
presunto espontaneismo revolucionario de las luchas protagonizadas por las masas explotadas,
un prejuicio nunca debidamente fundamentado porque caree de todo fundamento, que hasta el
fracaso inevitable les mantuvo sometidos a la disciplina contrarrevolucionaria del SPD, en la
creencia de que esas luchas impulsarían a ese partido hacia posiciones de ruptura con el
capitalismo.
Los bolcheviques en Rusia, por el contrario, comprendieron a tiempo la necesidad de
que la teoría revolucionaria se deba y pueda expresar políticamente con toda libertad para
educar al proletariado en la práctica de la revolución, evitando que se ilusione con el discurso y
las promesas de los partidos políticos y las instituciones “democráticas” de la burguesía. Pero
para eso era necesario crear un partido efectivamente revolucionario y preservar su
independencia organizativa, única garantía de que su militancia se mantenga férreamente
unificada e instruida en torno a la teoría revolucionaria, tal como lo viniera predicando Lenin
desde 1902 en su ¿Qué hacer?”: <<Sin teoría revolucionaria no puede haber tampoco movimiento revolucionario.
Nunca se insistirá lo suficiente sobre esta idea, en un momento en que, a la prédica
en boga del oportunismo, va unido un apasionamiento por la actividad práctica. Y,
para la socialdemocracia rusa, la importancia de la teoría es mayor aun, debido a
tres circunstancias que se olvidan con frecuencia, a saber: primeramente por el
hecho de que nuestro partido sólo ha empezado a formarse sólo ha empezado a
elaborar su fisonomía, y dista de haber ajustado sus cuentas con las otras tendencias
del pensamiento revolucionario, que amenazan con desviar al movimiento del
camino correcto. Por el contrario, precisamente estos últimos tiempos se han
distinguido (como hace ya mucho predijo Axelrod a los “economistas”), por una
reanimación de las tendencias revolucionaras no socialdemócratas. En estas
condiciones, un error, “sin importancia” a primera vista, puede ocasionar los más
desastrosos efectos, y sólo gente miope puede encontrar inoportunas o superfluas las
discusiones fraccionales y la delimitación precisa de los matices. De la consolidación
de tal o cual “matiz”, puede depender el porvenir de la socialdemocracia rusa por
años y años.
En segundo lugar, el movimiento socialdemócrata es, por su propia naturaleza,
internacional. Esto no solo significa que debemos combatir el chovinismo nacional.
Esto significa, también, que el movimiento incipiente, en un país joven, únicamente
puede desarrollarse con éxito a condición de que aplique la experiencia a otros
países.>> [V.I. Lenin: “¿Qué hacer?” Cap. I. Aptdo. d). El subrayado nuestro]
De ahí que, desde 1903, los bolcheviques se opusieran radicalmente a cualquier
compromiso de partido con todo tipo de personas carentes de principios teórico-científicos
firmes. Así como su distinta naturaleza biológica impide a los renos relacionarse con los bueyes
almizcleros al interior del mismo hábitat, Lenin fue inflexible con todo tipo de militante proclive
a implicarse orgánicamente con los enemigos de la revolución, sea por ignorancia o por pura
inclinación oportunista, consciente o inconsciente. Y a propósito rememora David Shub en su
biografía de Lenin, la discusión que mantuvo con Nicolai Valentinov, a raíz de que éste le
observara su tolerante indiferencia frente a la conducta de un miembro del Partido, a quien
provisto de un pasaporte se le facilitó dinero para regresar a Rusia de su exilio, que decidido
malversar en un prostíbulo: <<La explicación de Lenin fue reveladora: “Seguramente tú no habrías ido a ese
burdel ni te gastarías el dinero del Partido en una taberna. Tu debilidad no es la
bebida, pero estás en camino de llegar a cosas peores. Eres capaz de intrigar con
Aleksandr Samoylovich Martynov, ese menchevique, enemigo recalcitrante de
nuestra ortodoxia revolucionaria, ya desde los tiempos de “Iskra”. Eres capaz de
aprobar la reaccionaria teoría burguesa de Ernst Mach, hostil al materialismo
dialéctico. Eres capaz de admirar la supuesta ‘búsqueda de la verdad’ de Serguéi
Nikoláievich Bulgákov. Y todo esto suma un burdel muchas veces peor que ese
prostíbulo de chicas desnudas que visitó el camarada “X”. Tu burdel envenena y
nubla la conciencia de clase de los trabajadores. Y si comparamos tu conducta con la
del compañero “X” desde este punto de vista, el único válido para un
socialdemócrata, las conclusiones serán bastante diferentes: tú mereces el oprobio
por haber tratado de sustituir el marxismo por una turbia doctrina, mientras que la
conducta de “X” puede perdonarse fácilmente. Como miembro del partido, “X” es
un revolucionario leal, adicto y maduro, que se ha conducido como tal antes del
congreso, durante el congreso y después del congreso (Se refiere al IIº Congreso del
POSDR, celebrado entre el 30 de julio y el 23 de agosto de 1903), lo cual es de suma
importancia…”. Y más adelante le confesó: “Tienes razón en eso, tienes toda la
razón: todo aquél que vaya contra el marxismo es mi enemigo; rehúso estrechar su
mano y sentarme a la misma mesa con los filisteos.”>> (David Shub: “Lenin” T.I Cap.
4: El nacimiento del bolchevismo. Lo entre paréntesis nuestro)
Ni Rosa Luxemburgo ni Leo Jogiches, Liebknecht, Ledebourg y demás compañeros de
partido —que intentaron poner en práctica la revolución alemana sin abandonar el SPD—
siguieron esta norma política elemental ni supieron reparar su error a tiempo, obnubilados como
permanecieron, aprisionados por el falso, engañoso e inocuo espontaneismo revolucionario de
masas explotadas inconscientes en movimiento. Un fenómeno al que atribuyeron la virtud
mágica tan poderosa, como para inducirles a confiar en que, sin más requisitos, el partido
socialdemócrata, ese “cadáver maloliente” que lo fue para Rosa desde que sus máximos
dirigentes votaron los créditos de guerra en agosto de 1914, pudiera dejar de ser
contrarrevolucionario no se sabe por qué raro sortilegio para trasmutar en revolucionario y,
por el mismo arte de birlibirloque, la sociedad capitalista se pudiera convertir en socialista. Que
nosotros sepamos, jamás un partido político de cuño burgués ha variado el rumbo de su acción
contrarrevolucionaria. ¿Qué lectura hicieron los spartaquistas de la deriva experimentada por la
socialdemocracia tradicional en Rusia entre 1900 y 1917? Por lo visto, ninguna que hubiera sido
de provecho a la humanidad durante la revolución en Alemania.
Su filosofía política se redujo esencialmente, a la idea según la cual, la conciencia
revolucionaria de los explotados surge directa y espontáneamente de su lucha elemental
contra los explotadores. Es decir, sin un partido cuyos integrantes cumplan con tres requisitos
previos que para el Materialismo Histórico son insoslayables: 1) comprender la racionalidad
histórica que justifica el proyecto político socialista; 2) adoptar las preceptivas formas de lucha
para procesarlo y 3) garantizar la independencia política de ese partido. Este último requisito
es el que los spartaquistas soslayaron convirtiendo la lucha espontánea de los explotados en un
fetiche. Así lo dejó sintetizado la propia Rosa en su obra de 1904 titulada: “Problemas
organizativos de la socialdemocracia”: <<…el ejército proletario es reclutado y adquiere conciencia de sus objetivos en el
curso de su lucha (espontánea. Da igual en qué tipo de organización política milite)>>.
(Op. Cit. Cap. I. Lo entre paréntesis nuestro)
Si consideramos, como es incontrovertiblemente cierto, que toda lucha se asimila a
cualquier proceso de trabajo, comparemos el concepto inmediatista y empírico del vocablo
“conciencia” —que adoptaron los spartaquistas al interior del SPD—, acudiendo al esclarecedor
pasaje de la obra de Marx, donde distingue entre el proceso de trabajo propio de los animales y
el de los seres humanos: <<Una araña ejecuta operaciones que semejan a las manipulaciones del tejedor, y la
construcción de los panales de las abejas podría avergonzar, por su perfección, a
más de un maestro de obras. Pero, hay algo en que el peor maestro de obras
aventaja, desde luego, a la mejor abeja, y es el hecho de que, antes de ejecutar la
construcción, la proyecta en su cerebro. Al final del proceso de trabajo, brota un
resultado que antes de comenzarlo existía ya en la mente del obrero; es decir, un
resultado que tenía ya existencia ideal. El obrero no se limita a hacer cambiar de
forma la materia que le brinda la naturaleza, sino que, al mismo tiempo, realiza en
ella su fin, fin que él sabe que rige como una ley las modalidades de su actuación y
al que tiene necesariamente que supeditar su voluntad>> (K. Marx: El Capital” Libro
I Cap. V. El proceso de trabajo. El subrayado nuestro)
Otro tanto es preceptivo que suceda, sin duda, a la hora de construir una organización
revolucionaria, cuyo carácter objetivamente transformador también deber ser necesariamente
producto de un proceso de trabajo presidido por un proyecto teórico previo, ajustado a la
finalidad que se persigue.
En “Reforma o Revolución”, Rosa en modo alguno pasó por alto la importancia de la
teoría en el proceso revolucionario. Acordando con Lenin, señaló allí la importancia de la teoría
como primordial condición para la práctica política revolucionaria, acusando a oportunistas como
Eduard Bernstein de: <<…mellar el arma de la crítica con la cual, aun siguiendo materialmente sujeto al
yugo de la burguesía, el obrero la derrota, puesto que la convence del carácter
efímero y temporal de la sociedad actual, de la inevitabilidad del triunfo proletario,
hecha ya la revolución en el reino del espíritu>> (Op. Cit. Pp. 90)
Pero descuidó pensar, en que, para no mellar el arma de la crítica teórica revolucionaria,
ésta debe unificarse con la práctica política consecuente. Dos categorías distintas pero
esencialmente compatibles y contrarias a que cualquiera otra tercera parte interfiera y desbarate
su afinidad electiva. Por ejemplo, el ácido sulfúrico es un compuesto químico altamente
corrosivo, formado por la unión entre dos átomos de hidrógeno y cuatro de azufre que así
permanece estable: <<Si se pone un trozo de piedra caliza en (contacto con) una solución diluida de
ácido sulfúrico, éste toma la cal y resulta yeso; en cambio, ese ácido (ya) débil de
forma gaseosa se desprende. Aquí hay una separación, se ha dado una nueva síntesis
y resulta justificado usar el término “afinidad electiva” (entre la cal y el ácido
sulfúrico), puesto que realmente parece que una relación resulte preferida a la otra
y se elija aquella en lugar de esta>> (Johann Wolfgang von Goethe: “Las afinidades
electivas” Cap. I. Ed. “Icaria” S.A./1984 Pp. 56. Lo entre paréntesis nuestro, Cfr. Versión
digitalizada)
Goethe apeló a la química para explicar lo que suele suceder entre las personas, cuando en
la relación previa entre dos afines irrumpe una tercera que destruye tal afinidad. Y ante la
observación de uno de los personajes de su obra, quien no veía en el experimento una elección
sino una necesidad natural, objetiva, ajena a la voluntad de las partes comprometidas en el
experimento, Goethe explica que, en la química, como entre los seres humanos: <<La ocasión crea relaciones, igual que hace al ladrón (“y ¿cómo es él, en qué lugar
se enamoró de ti…”); y si hablamos de vuestros cuerpos naturales, me parece que la
elección está meramente en las manos del químico que (deliberadamente) reúne estas
(tres) substancias. Pero una vez que están juntas, ¡Dios tenga compasión de ellas! En
el caso presente, solo me duele por el pobre ácido gaseoso, que tiene que volver a dar
vueltas por el infinito>>. (Op. cit. Lo entre paréntesis nuestro)
O sea, que según la naturaleza de las sustancias que se unan o relacionen, resulta una cosa
u otra. Pues bien, los “químicos” que sin previsión alguna experimentaron con esa mezcla entre
el Partido político marxista de Eisenach y el Sindicato de trabajadores alemanes, de la cual
sintetizó el Sozialdemokratische Partei Deutschlands (Partido Socialdemócrata Alemán), fueron
el marxista Wilhelm Liebknecht y el socialdemócrata August Bebel, quienes quisieron ver en
esa mezcla una afinidad electiva proclive a la revolución socialista. Dos conceptos de la práctica
política en modo alguno afines el uno al otro, sino al contrario, cuya síntesis resultante de mezclar
ambos, permitió al Sindicato de trabajadores alemanes actuar con el partido marxista, como la
piedra caliza con el ácido sulfúrico, convertido así en un gas evanescente sin eficacia política
ninguna, condenado a vagar sin oficio ni beneficio por el éter.
Y si quisiéramos ver el experimento de esta misma relación desde el punto de vista físico-
mecánico —donde cada producto es el resultado de relacionar el trabajo humano colectivo con
instrumentos idóneos y adecuados a una finalidad específica—, decir que los revolucionarios de
la Liga “Spartacus” procedieron tan errónea e infructuosamente, como lo harían unos
empresarios capitalistas que decidieran emplear el trabajo asalariado en mover medios técnico-
mecánicos propios de una fábrica de embutidos, queriendo producir automóviles.
Liebknecht y Bebel no repararon en que un partido político verdaderamente
revolucionario, con un proyecto político teóricamente diseñado para una finalidad
científicamente prevista, no se puede construir vinculándose orgánicamente ningún sindicato, no
apto para destruir la relación capitalista entre obreros y patronos, sino para conservarla. Porque
esa es, precisamente, la condición de existencia de cualquier sindicato: limitarse a luchar dentro
del sistema por mejores condiciones de vida y de trabajo de sus afiliados, dejando intacta la
relación con sus patronos. Una organización que así, solo puede reclutar mayorías obreras
contrarrevolucionarias, tal como resultó siendo el caso en el SPD.
El instrumento idóneo para la lucha efectivamente superadora de la sociedad capitalista
es, por tanto, el partido revolucionario sin más aditamentos. Un partido verdaderamente
independiente que siga sus propios principios fundamentados en la moderna ciencia social,
donde prevalezca un criterio de reclutamiento basado en la calidad ideológica y política de sus
militantes, en su comprensión de la teoría revolucionaria basada en la moderna ciencia social, no
en la mera cantidad de adeptos formados en la tradicional concepción burguesa de la sociedad.
Unos militantes que participen y actúen no como meros asalariados y sindicalistas, sino como
teóricos del partido revolucionario ante los de su misma condición asalariada, convirtiendo la
cantidad en calidad: <<Por eso, todo lo que sea rebajar la ideología socialista, todo lo que sea alejarse de
ella equivale a fortalecer la ideología burguesa. Se habla de espontaneidad. Pero el
desarrollo espontáneo del movimiento obrero marcha precisamente hacia su
subordinación a la ideología burguesa, marcha precisamente por el camino del
programa del “Credo”, pues el movimiento obrero espontáneo es tradeunionismo
(sindicalismo), es Nur-Gewerkschaftlerei (sólo sindicalismo), y el tradeunionismo
implica precisamente la esclavización ideológica de los obreros por la burguesía. Por
esto es por lo que nuestra tarea, la tarea de la socialdemocracia, consiste en combatir
la espontaneidad, consiste en apartar el movimiento obrero de esta tendencia
espontánea del tradeunionismo a cobijarse bajo el ala de la burguesía y atraerlo
hacia el ala de la socialdemocracia revolucionaria>>. (V.I. Lenin: “¿Qué Hacer?”
Cap. II.)
Tal es la función propia de un partido revolucionario; la imprescindible tarea tiende a
destruir políticamente la relación económica y social desigual entre patronos y obreros, como
conditio sine que non para construir una verdadera sociedad entre iguales. Y la organización
hecha a la medida de esta función, es el único medio o instrumento que garantiza la suficiente
libertad de acción, para convertir la crítica teórica científica en práctica política
revolucionaria aplicada sobre los cimientos del edificio ideológico y político de la sociedad
burguesa.
De este razonamiento cabe concluir, que Rosa Luxemburgo y demás colegas de la “Liga
Spartakus”, sin duda destacaron con insuperable brillantez, tanto en haber comprendido el
proyecto político marxista, como en su hábil, sincera y honesta intención de realizarlo. Su fatal
error consistió, en haber errado en su concepción organizativa; en no haberse puesto a tiempo
manos a la obra para romper sus vínculos políticos con la contrarrevolución enquistada en el
SPD. Independizarse de él y crear el instrumento adecuado a los fines de guiar el proceso de la
lucha de clases en dirección al socialismo era lo correcto y preciso. Pero para tales objetivos
proclamados, optaron en cambio por seguir usando el “arma mellada” de la socialdemocracia
burguesa. Lo intentaron infructuosamente desde el cepo de un partido reaccionario. Y no es
ninguna paradoja sino la consecuencia de una imprevisión teórica, que como resultado de esa
errónea opción política, acabaran brutal y vilmente asesinados por sus propios “camaradas” de
partido, los máximos dirigentes de ese engendro: Philipp Scheidemann, Friedrich Ebert y Gustav
Noske, quien pasó a la historia como “el perro sangriento de la revolución alemana”.
Tras la derrota definitiva de Alemania en 1919 y ser declarado el armisticio, los Aliados
(Francia, Reino Unido y Estados Unidos), se reunieron el 18 de enero en la Conferencia de Paz
de París para acordar sus términos con Alemania, el desaparecido Imperio austrohúngaro —
entonces ya dividido en la República de Austria, Hungría, Checoslovaquia, Polonia y
Yugoslavia—, el decadente Imperio otomano y el Reino de Bulgaria. Para tales efectos, los
Aliados vencedores redactaron y firmaron tratados con cada una de las potencias vencidas; el
Tratado de Versalles que se le impuso a Alemania, fue asumido por la llamada República de
Weimar, que entró en vigor en 1920 y, según el artículo 231, este país y sus aliados fueron
declarados responsables de la guerra de acuerdo con el siguiente texto: <<Los gobiernos aliados afirman, y Alemania acepta, la responsabilidad de
Alemania y sus aliados por haber causado todos los daños y pérdidas a los cuales los
gobiernos aliados y asociados se han visto sometidos como consecuencia de la guerra
impuesta a ellos por la agresión de Alemania y sus aliados>>.
Creada una “Comisión de reparaciones de guerra” cuyo monto quedó por definir, Alemania
fue conminada a entregar todos los barcos mercantes de más de 1.400 Tm. de capacidad y la
cesión anual de 200.000 Tm. de nuevos barcos, en sustitución de la flota mercante que las
potencias triunfantes perdieron durante el conflicto; se le obligó, también, a entregar anualmente
44 Tm. de carbón, 371.000 cabezas de ganado y la mitad de su producción química y farmacéutica
durante cinco años. Además de afrontar el pago de 132.000 millones de marcos alemanes. Pese
a que los militares alemanes se negaron a aceptar la derrota y los acuerdos impuestos por los
vencedores de la contienda, el gobierno comenzó a cumplir los costes que le impuso el tratado,
lo cual fue causa de la hiperinflación que acabó implantando el régimen totalitario nazi en ese
país.
Los bolcheviques en Rusia comprendieron que a la hora de marcar el curso de la historia
en un determinado país, cumplir con la condición de independizar organizativamente el
ejercicio político de la teoría revolucionaria, es decisivo. Este principio ha sido confirmado por
la experiencia histórica durante la revolución alemana. De otro modo no se explica que los
obreros de ese país tomaran el poder construyendo sus propios organismos de democracia directa:
los consejos de fábrica, para delegarlo mansamente inmediatamente después, en la democracia
burguesa de la Constituyente dominada por el SPD. El estado de ánimo de los obreros alemanes
en octubre de 1918 era revolucionario, pero su conciencia política y firme determinación para
completar la revolución, permanecieron paralizados por su sometimiento a la disciplina política
de ese partido contrarrevolucionario, tal como se demostró. Esto es lo que la burguesía en
alianza con la nobleza no pudo conseguir en Rusia, dado que las masas de ese país estaban
teóricamente instruidas en los principios básicos del marxismo, comprobando que esos mismos
principios animaban la política del partido revolucionario bolchevique. Y es que la lucha de los
explotados es flujo y movimiento, pero, según la distinta concepción de esa lucha asumida por
determinados grupos políticos de vanguardia al principio de la acumulación de fuerzas
políticas de los explotados, ese movimiento también cristaliza en organizaciones dirigentes
revolucionarias y contrarrevolucionarias.
Una vez que el proletariado alemán decidió estúpidamente volver a confiar en la burguesía,
delegando en la Constituyente burguesa el poder que habían conquistado luchando desde su
doble poder en los Consejos Obreros, el jefe del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD),
Friedrich Ebert, en ese momento presidente de la nueva República Alemana, declaró terminada
la revolución y, haciendo suyo el pensamiento de Eduard Bernstein declaró: <<Al estar el partido de la clase obrera en el poder, la clase obrera ha tomado
el poder político, la transformación de las relaciones sociales (llamada socialización)
es, de ahora en adelante, cuestión de tiempo: se trata de un proceso progresivo y
pacífico. Hay que desarrollar todavía el capital, pues sólo un capital llevado al último
estadio de su desarrollo, podrá ser "socializado". Para ello hay que hacer reinar el
orden y aplastar a los "spartaquistas"...>> (Jean Barrot y Denis Authier: "La izquierda
comunista en Alemania" Cap. VI. Ed. Zero, S.A./1978 Pp. 107. Subrayado nuestro).
¿Quién puede negar que aquél error teórico deslizado por Engels en ese texto de su
‘Introducción’ a “La lucha de clases en Francia”, prolongado por Eduard Bernstein en 1899, no
fuera el que motorizó la acción política de la contrarrevolución dirigida por socialdemocracia
alemana desde el poder conquistado en 1918 gracias al voto de los asalariados? ¿Quién puede
negar que tal error teórico sirviera a ese partido para justificar la contrarrevolución en Alemania?
Para nosotros no cabe duda que quienes en el curso de aquellos acontecimientos asesinaron a
Rosa Luxemburgo arrastrando su cadáver por las calles de Berlín antes de arrojarlo junto con el
de Karl Liebnektch al río Spree, han llegado al colmo de la vileza sintiéndose respaldados por la
autoridad intelectual y moral de Engels a instancias teóricas de Bernstein .
De haber podido protagonizar aquellos decisivos acontecimientos en Alemania que signaron
también el mismo destino a la Revolución rusa de Octubre, estamos seguros de que Engels
hubiera enmendado políticamente aquel desliz teórico suyo hacia el revisionismo político
reformista, optando por luchar hasta las últimas consecuencias junto a Rosa Luxemburgo y
Liebnektch.
Como hemos visto, Engels publicó su Introducción a “Las luchas de clases en Francia”,
poco antes de morir el 5 de agosto de 1895. La Obra de Eduard Bernstein (1850-1932): “Las
premisas del socialismo y las tareas de la Socialdemocracia”, apareció tres años y medio
después, el 14 de marzo de 1899, publicada por la revista “Die Neue Zeit” dirigida por Karl
Kautsky. No sería casual que el revisionismo de Bernstein y Kautsky se hubiera inspirado en los
errores teóricos que Engels deslizó en ese texto póstumo suyo. En su “¿Qué Hacer?” publicado
en 1902, Lenin aludió a las consecuencias prácticas de los errores teóricos, precisamente en el
apartado del Cap. I donde se refiere a la importancia de la lucha teórica: <<Sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario.
Jamás se insistirá bastante sobre esta idea en unos momentos en que a la prédica de
moda del oportunismo se une la afición a las formas más estrechas de la actividad
práctica. Y para la socialdemocracia rusa, la importancia de la teoría es mayor aún,
debido a tres circunstancias que se olvidan con frecuencia. En primer lugar, nuestro
partido sólo empieza a organizarse, sólo comienza a formar su fisonomía y dista
mucho de haber ajustado sus cuentas con las otras tendencias del pensamiento
revolucionario que amenazan con desviar el movimiento del camino justo. Por el
contrario, precisamente los últimos tiempos se han distinguido (como predijo hace
ya mucho Axelrod a los "economistas") por una reanimación de las tendencias
revolucionarias no socialdemócratas. En estas condiciones, un error "sin
importancia" a primera vista puede tener las más tristes consecuencias, y sólo gente
miope puede considerar inoportunas o superfluas las discusiones fraccionales y la
delimitación rigurosa de los matices. De la consolidación de tal o cual "matiz" puede
depender el porvenir de la socialdemocracia rusa durante muchísimos años>>. (Op.
cit. Cap. I: Engels sobre la importancia de la lucha teórica.)
<<¿En qué descansa su carácter inevitable en la sociedad capitalista? ¿Por qué es
más profundo que las diferencias de las particularidades nacionales y el grado de
desarrollo del capitalismo? Porque en todo país capitalista existen siempre, al lado
del proletariado, extensas capas de pequeña burguesía, de pequeños propietarios. El
capitalismo ha nacido y sigue naciendo, constantemente, de la pequeña producción.
Una serie de nuevas "capas medias" son inevitablemente formadas, una y otra vez
por el capitalismo (apéndices de las fábricas, trabajo a domicilio, pequeños talleres
diseminados por todo el país para hacer frente a las exigencias de la gran industria,
por ejemplo de la industria de bicicletas y automóviles, etc.). Esos nuevos pequeños
productores son periódicamente arrojados, de modo no menos infalible, a las filas
del proletariado. Es muy natural que la concepción del mundo pequeñoburguesa
irrumpa una y otra vez en las filas de los grandes partidos obreros. Es muy natural
que así suceda, y así sucederá siempre hasta llegar a la revolución proletaria. Y sería
un profundo error pensar que la revolución socialista debe postergarse, hasta que
la mayoría de la población se proletarice "por completo". La experiencia que hoy
vivimos, a menudo sólo en el campo ideológico, es decir las discusiones sobre las
enmiendas teóricas a Marx; lo que hoy surge en la práctica sólo en problemas
aislados y parciales del movimiento obrero, tales como las diferencias tácticas con
los revisionistas y la división que se produce en base a ellas, todo ello lo
experimentará en escala incomparablemente mayor la clase obrera cuando la
revolución proletaria agudice todos los problemas en litigio, concentre todas las
diferencias en los puntos que tienen la importancia más inmediata para determinar
la conducta de las masas, y en el fragor del combate haga necesario separar los
enemigos de los amigos, echar a los malos aliados para asestar golpes decisivos al
enemigo. (V. I. Lenin: “Marxismo y revisionismo” Pp. 39)
16. El comunismo de guerra en Rusia (1918-1921). <<Stalin jugó con millones de hombres y mujeres. No hace tanto
que dejara de “desenmascarar” a los “individuos de dos caras”,
acusados (por él) de haberse pasado la vida disimulando su
auténtico rostro. Esta imputación de sus propias maniobras contra
quienes se oponían a él, real o imaginariamente, confirma que la
naturaleza de su poder difería radicalmente de la imagen que
ofrecía. Esta es la realidad de su vida. Y esta es la vida que me he
propuesto contar>>. (Jean-Jaques Marie: “Stalin” Ed. Palabra/2008
Prefacio Pp. 9. Lo entre paréntesis nuestro)
Desde la caída del zarismo en febrero de 1917, los obreros y soldados rusos —estos últimos
en su mayoría de condición campesina pobre— a medida que fueron esclarecidos por el partido
bolchevique pudieron ir comprendiendo, que la política de conciliación con el Gobierno
Provisional a cargo de socialdemócratas-mencheviques y kadetes, no hacía más que prolongar la
guerra. Y la conclusión que sacaron es que para esgrimir una política de paz activa y eficaz, había
que derrocar a ese gobierno aristocrático-capitalista beligerante, y hacerse cargo del poder
expropiando a terratenientes y grandes burgueses47. Fue en mayo de ese año cuando Lenin
convenció a los militantes de su partido, acerca de cómo Rusia podía y debía contribuir a la
revolución socialista internacional, diciendo:
<<Sólo hay un internacionalismo efectivo, que consiste en entregarse por completo
al desarrollo del movimiento revolucionario y de la lucha revolucionaria dentro del
propio país, en apoyar (por medio de la propaganda, con la ayuda moral y material)
esta lucha, esta línea de conducta y sólo ésta, en todos los países sin excepción”. Todo
lo demás es engaño e inmovilismo>>. (V. I. Lenin: “Las tareas del proletariado
en nuestra revolución” 28/05/1917. Pp. 34. Subrayado nuestro)
O sea: es imposible consumar la revolución proletaria internacional, sin ajustar cuentas
previamente con la propia burguesía nacional.
Así fue como, en ese corto período de tiempo, los asalariados rusos junto a los campesinos
medios y pobres —impulsados por el común anhelo abrumadoramente mayoritario compartido
hecho consigna—, de conquistar la paz, el pan y la libertad, todos ellos mancomunados
protagonizaron uno de los más gloriosos virajes de la historia: El 27 de febrero derrocaron a la
monarquía. El 21 de abril derribaron el poder único de la burguesía rusa imperialista para ponerlo
en manos de la pequeñoburguesía, partidaria de conciliarse con la gran burguesía, que no quería
la paz sino seguir la guerra. El 3 de julio, durante una gran manifestación espontánea, el
proletariado urbano consiguió tambalear al gobierno de los conciliadores. Finalmente, el 25 de
octubre lo derribó implantando la dictadura democrática de la clase asalariada y los
campesinos, sobre las ínfimas minorías sociales explotadoras de trabajo ajeno: los terratenientes,
la burguesía en general y los campesinos arrendatarios ricos. He aquí apretadamente resumido en
términos de actos políticos, el concepto de revolución permanente acuñado por Marx en 1850
y ratificado por la historia.
Desde el año 1916, Lenin había previsto la victoria del proletariado en uno o más países,
así como la posibilidad de guerras ofensivas de los países en tránsito al socialismo contra los
países capitalistas. Decía por entonces que: <<El proletariado victorioso..., después de haber expropiado a los capitalistas y de
haber organizado en su país la producción socialista, se alzaría contra el resto del
mundo capitalista, llamando a su lado a las clases oprimidas de los demás países,
haciendo que se levantasen contra los capitalistas, e interviniendo en caso necesario
con la fuerza de las armas contra las clases explotadoras y sus Estados>>. (V. I.
Lenin: “Acerca de la consigna de los Estados Unidos de Europa”. Publicado por primera
vez en “El socialdemócrata de Zurich” el 23 de agosto de 1916. Citado por Víctor Serge
en: “El año I de la Revolución Rusa” Pp. 150)
Más arriba dejamos dicho que la etapa tardía del desarrollo capitalista, se distingue de su
etapa temprana por la exportación de capitales. Desde principios del siglo XX, el viejo Imperio
47 “Kadetes”. Expresión popular alusiva a los miembros del Partido Demócrata Constitucionalista (KDT) presidido por el contrarrevolucionario
Alexander Kérenski, por entonces ministro de la guerra
ruso era una de las cinco grandes potencias europeas junto a Inglaterra, Alemania, Francia y
Austria-Hungría. Pero al igual que el imperio austro-húngaro, Rusia seguía siendo un país de
atraso relativo, cuya burguesía no estaba en condiciones de exportar capitales. Al contrario,
era exclusivamente receptor procedente de esas otras tres grandes potencias imperialistas en el
sentido más moderno y desarrollado de la expresión: <<Hay cifras que revelan con una elocuencia impresionante la dependencia casi
colonial en que se hallaba Rusia con respecto al imperialismo extranjero y
principalmente del francés. La Banca de Petrogrado en vísperas de la guerra,
disponía de un capital aproximado de 8.000 millones y medio de rublos; la
participación extranjera en este capital era la siguiente: banca francesa, 55%;
inglesa, 10%; alemana, 35%48. Los establecimientos financieros del extranjero
controlaban, por medio de los grandes bancos rusos, la metalurgia rusa en
proporciones que oscilaban entre el 60 y el 88%; la fabricación de locomotoras, en
la proporción de... 100%; los astilleros, en un 96%; la fabricación de máquinas en
un 68%; la producción carbonífera en un 75%, y la petrolífera en un 60%.
También salta a la vista el carácter casi colonial de la industria rusa por el
siguiente hecho: la producción de los medios de producción —máquinas y equipo—
ocupaba un lugar secundario.49 La guerra no hizo sino aumentar la dependencia en
que se encontraba Rusia con respecto a los imperialismos aliados, a los que durante
las hostilidades tuvo que pedir prestados 7.000 millones y medio de rublos oro (más
de 20.000 millones de francos)>>. (Op. cit. Pp. 140/41)
El “imperio” ruso era, pues, el eslabón más débil de la cadena imperialista. Y por ahí,
precisamente, debió romperse y se rompió esa cadena en 1917. Pero justamente por eso, en enero
de 1918 la Rusia soviética fue el primer país en acusar con más intensidad el desgaste de haber
sufrido la destrucción material y la muerte durante 40 meses de conflicto bélico internacional
entre países capitalistas: <<El ejército se desmovilizaba por sí mismo, los soldados se reintegraban a sus
hogares. Las masas no querían seguir combatiendo. La insurrección de octubre se
había hecho en nombre de la paz. Los transportes no podían más, la producción se
hallaba profundamente desorganizada, el avituallamiento se encontraba en un
estado lamentable. El hambre era más amenazadora que nunca. Un informe del
décimo ejército decía: “La infantería y la artillería han abandonado el 15 de enero
sus posiciones para retirarse más a retaguardia. Una parte de los cañones han sido
abandonados.” “No existe ya zona fortificada —escribían desde el tercer ejército.
Las trincheras se hallan cubiertas de nieve. Se emplean como combustible los
elementos de fortificación. Los caminos han desaparecido bajo la nieve; no se ven
sino senderos que van a parar a los abrigos, a las cocinas y a los tenduchos alemanes;
en un área de más de cien kilómetros han quedado como únicos ocupantes el estado
mayor y el comité del regimiento”50. “Habían quedado abandonados en el frente
más de dos mil cañones”, hace notar M. N. Pokrovski. Para los rusos la guerra se
había terminado>> (Ibíd.)
Tal fue el caldo de cultivo de la revolución rusa. Pero una vez alcanzado el poder, el
proletariado y los campesinos debieron afrontar más destrucción y muerte causadas por la guerra
civil. Bajo tales circunstancias, los objetivos económicos del poder de los soviets se vieron
reducidos a sostener las industrias de guerra y a malvivir de las raquíticas reservas en bienes de
48 V. Nevski: “Historia del P.C.R.” Consultar a este propósito el interesante librito de N. Vanag: “El capital financiero en Rusia, en vísperas de la
guerra mundial” (en ruso, Moscú, 1925). Decía Lenin en los comienzos de la revolución de marzo de 1917: “El capitalismo ruso no es más que una
sucursal de la firma universal que manipula centenares de miles de millones de rublos y que se llama Gran Bretaña y Francia.” 49 Por esta y por algunas otras razones, a pesar de un desarrollo económico tan rápido como el de 1890 a 1900 —luego se hizo más lento—, continuó
siendo Rusia un país netamente retrasado. Esas razones a que nos referimos eran: el atraso de su agricultura, la importancia que ésta tenía en relación
con la industria, el desarrollo de la población, que era más rápido que el de la producción, y la insuficiencia de su industria para responder a las
necesidades de su población (la población ascendía al 10.2% de la de todo el mundo, antes de la guerra, y la producción de fundición al 6.2% de la
producción mundial). 50 Citado por A. Anichev: “Ensayo de historia de la guerra civil”, según un curso de la Academia de Guerra.
consumo existentes, para poder seguir combatiendo por la libertad y salvar del hambre a las
poblaciones de las ciudades. Tal fue lo que se dio en llamar “comunismo de guerra”, definido
como una reglamentación del consumo y la producción en una fortaleza sitiada.
¿Y qué pasaba mientras tanto en Alemania? Que la revolución allí no progresaba. ¿Por
qué? Pues, porque los líderes revolucionarios de ese país, en vez de esgrimir la teoría científica
como guía para su práctica política, proyectando ese mismo método en la conciencia de las
mayorías sociales explotadas, procedieron al revés. Pensando que la directriz de la revolución
iba implícita en la lucha espontánea de esas mayorías no instruidas en el arte de la revolución.
Descuidaron el hecho de que esas luchas se estaban librando con el “arma mellada” de ideas
imperantes en organizaciones políticas contrarrevolucionarias, donde optaron por
permanecer hasta ser ellos mismos víctimas de sus propios errores políticos, que pagaron, incluso,
con sus propias vidas.
Volviendo sobre la idea marxista de que la revolución proletaria es nacional por su forma
e internacional por su contenido, el cumplimiento de esta doble y simultánea tarea política por
parte de los revolucionarios rusos, se vio confirmada con carácter de imperiosa necesidad a poco
de iniciado el proceso de transición del capitalismo al socialismo, cuando en noviembre de 1917
la dictadura democrática del proletariado triunfante debió enfrentarse al cerco armado de las
potencias imperialistas, con una parte de su territorio invadido por el ejército alemán.
a) Paz con Alemania y organización del Ejército Rojo en la Guerra civil.
Como hemos dicho, a principios de 1918, Rusia estaba sumida en la devastación económica
y la miseria extrema se había extendido a gran parte de su población, al mismo tiempo que las
tropas del ejército sobrevivientes, extenuadas y desprovistas de medios materiales, a fines de 1917
se desmovilizaban espontáneamente siguiendo la consigna de “Pan, paz y libertad”, propugnada
por los bolcheviques: <<El ejército está agotado por la guerra; los caballos están en tal estado que en caso
de una ofensiva no podremos desplazar la artillería; los alemanes ocupan una
posición tan buena en la islas del Báltico, que en caso de una ofensiva podrían
apoderarse de Reval y Petrogrado sin disparar un solo tiro. Si continuamos la guerra
en tales condiciones, reforzaremos extraordinariamente al imperialismo alemán, y
entonces será necesario firmar la paz, pero esta será más dura, porque no seremos
nosotros quienes la concertemos. Es claro que la paz que nos vemos obligados a
firmar ahora es una paz infame. Pero si comienza la guerra nuestro gobierno será
barrido y la paz será firmada por otro gobierno>>. (V. I. Lenin: “Discursos sobre la
guerra y la Paz” 24/01/1918. En Obras completas T. XVIII Pp. 129 Ed. Cit.)
No era éste el caso de Alemania, que no había sufrido pérdidas de guerra en su propio
territorio. Pero en esos precisos momentos, entró en liza EE.UU. a favor de la Entente. Aunque
al principio este país se limitó a colaborar en logística facilitando alimentos y demás medios a
través de su intercambio con Gran Bretaña, la decisión alemana de atacar a sus buques mercantes,
determinó que este país acabara participando militarmente, como así sucedió en la gran ofensiva
de agosto. Atender a este nuevo frente de guerra, fue, en buena parte, la causa de que los alemanes
aceptaron negociar con Rusia una paz por separado.
Tales negociaciones habían sido precedidas por la campaña del nuevo gobierno
revolucionario ruso, que habiendo podido acceder a la documentación clasificada en manos del
Gobierno provisional, derrocado en octubre, se había venido empeñando en difundir entre los
obreros de los países beligerantes, todos los tratados secretos entre los dos bloques de países,
enfrentados unos con otros en esa guerra de rapiña por el reparto del botín, para que sus pueblos
salieran del engaño y comprendieran la verdadera naturaleza del conflicto: <<Hemos publicado y seguiremos publicando los tratados secretos. Nada nos
disuadirá de esto, ni la ira ni la calumnia de nadie. Los caballeros burgueses están
fuera de sí, porque el pueblo comprende por qué lo lanzaron a la matanza. Asustan
al país con la perspectiva de una nueva guerra, en la cual Rusia se encontrará
aislada. Pero el odio furioso de la burguesía hacia nosotros y hacia nuestro
movimiento por la paz ¡no nos detendrá! ¡Será completamente inútil que trate de
incitar a un pueblo contra otro en este cuarto año de guerra! ¡No lo conseguirá! No
solo en nuestro país sino en todos los países beligerantes, madura la lucha en contra
de los propios gobiernos imperialistas>>. (V. I. Lenin: “Discurso pronunciado en el
primer congreso de toda Rusia de la marina de guerra”. 22/10/1917. Obras Completas
Ed. Cit. Pp. 452)
Entre el 5 y el 18 de enero de 1918, la delegación rusa había ido a las conversaciones de
paz, confiando en que el ejemplo de la revolución rusa se propagaría por Europa potenciado por
esa campaña, sobre todo en Alemania, un movimiento que según lo previsto haría presión sobre
la delegación de ese país en las conversaciones de paz. Fue cuando, según E. H. Carr, Lenin dijo: <<No confiamos lo más mínimo en los generales alemanes, pero sí en el pueblo
alemán>>. (Op. cit. T. 3 Cap. XXI: De octubre a Brest Litovsk. Pp. 47)
El decreto sobre el tratado de paz fue aprobado el 26 de octubre. El 7 de noviembre y en
su condición de Comisario Relaciones Exteriores del gobierno ruso soviético, Trotsky se dirigió
por radioteléfono a los dos bloques beligerantes, para proponerles un armisticio a los fines de
negociar una paz general entre las partes. Los aliados dieron su callada por respuesta. El 22 de
noviembre ordenó la suspensión de las hostilidades en todo el frente oriental, desde el Báltico
hasta el Mar Negro. El comandante en Jefe del ejército, Nicolai Dujonin, desacató esa orden y
dos días después fue destituido. Las conversaciones de paz dieron comienzo el 09 de diciembre.
Y cuando el negociador Max Hoffmann declaró que su país solo firmaría la paz por separado,
pero sin comprometerse a sacar sus tropas de los territorios rusos ocupados en Polonia, Lituania,
Letonia, la Rusia blanca y las islas del estrecho de Moon, Lenin comprendió que esa paz debía
ser necesariamente anexionista, como única posibilidad de salvar la revolución. Así lo explicó
magistralmente el 7 de enero de 1918 demostrando que no había otra alternativa. Porque si la
Rusia soviética no firmaba esa paz humillante con Alemania, debería desangrarse guerreando con
esa fracción del imperialismo, para que la otra acabara inevitablemente con la revolución: <<En otros términos: el principio que debe constituir la base de nuestra táctica no
es establecer a cuál de los dos imperialismos nos conviene ayudar en estos momentos,
sino determinar el medio más eficaz para garantizar a la revolución socialista la
posibilidad de afianzarse o, al menos, de sostenerse en un país, hasta el momento en
que otros países se adhieran a él>>. V.I. Lenin: “Para la Historia de una paz
infortunada” 07/01/1918. En Obras Completas. Ed cit. T. XXVIII Pp. 121. El subrayado
nuestro)
La posición de Lenin fue, pues, alargar en todo lo posible las negociaciones con Alemania
y firmar esa paz humillante solo ante un ultimátum de su parte, a la vista de que los soldados
rusos no estaban dispuestos a continuar el conflicto, y que no perdonarían a los bolcheviques el
haberles traicionado, después de agitar la consigna de “pan, paz y libertad”. Bujarin se inclinó
por la posición extrema de continuar la guerra, mientras que Trotsky, a mitad de camino entre
una y otra posición, propuso no firmar, confiando en que los obreros alemanes se rebelaran contra
su gobierno en caso de reanudar los ataques. Finalmente, durante la reunión del comité central,
el 22 de febrero y por seis votos a favor y cinco en contra, los bolcheviques decidieron firmar la
paz con Alemania y los imperios centrales el 03 de marzo.
Cuatro días después, durante las sesiones del Séptimo Congreso Extraordinario del todavía
Partido Socialdemócrata Bolchevique Ruso —y mientras las tropas alemanas invadían el
territorio soviético de Ucrania Letonia y Finlandia según el artículo 4 del tratado—, Lenin se
lamentó de que la revolución en Alemania se hubiera estancado, consciente de que, sin ella, la
revolución rusa no tenía posibilidades de consolidarse y, muy probablemente, se vería
interrumpida y lanzada hacia atrás en el tiempo, con un nebuloso futuro por delante: <<La revolución no llegará (en Alemania) tan pronto como esperábamos. La
historia lo ha demostrado y hay que saber aceptarlo como un hecho, hay que
aprender a tener en cuenta que la revolución socialista en los países avanzados no
puede comenzar tan fácilmente como en Rusia, país de (déspotas como) Nicolas y
Rasputín, donde para gran parte de la población (no debidamente instruida, aislados
e incomunicados unos de otros), era completamente indiferente saber qué clase de
pueblos viven en la periferia y qué es lo que allí ocurre. En un país de esta naturaleza,
comenzar una revolución era tan fácil como levantar una pluma.
Pero en un país donde el capitalismo se ha desarrollado y ha dado una cultura
democrática y una organización que alcanzan hasta el último hombre, comenzar
una revolución sin la debida preparación es un desacierto, es un absurdo. En este
caso, no hacemos sino abordar el penoso período del comienzo de las revoluciones
socialistas (a escala internacional).
Quizá esta revolución —y es plenamente posible— triunfe dentro de pocas
semanas. Dentro de unos cuantos días. Nosotros no lo sabemos ni nadie lo sabe, y no
podemos jugárnoslo a una sola carta. Es preciso estar preparados para dificultades
enormes, para derrotas extraordinariamente duras y que son inevitables, porque la
revolución no ha comenzado aún en Europa, aunque puede comenzar mañana y,
naturalmente, cuando comience ya no nos atormentarán más nuestras dudas, ya no
se planteará la cuestión de la guerra revolucionaria, sino que no habrá más que una
marcha triunfal ininterrumpida. Esto ocurrirá, esto tiene que ocurrir
inevitablemente (porque así está determinado que ocurra por la naturaleza de las cosas
bajo el capitalismo), pero no ha ocurrido todavía. Este es un hecho simple que nos ha
enseñado la historia, es un hecho con el que la historia nos ha pegado fuerte>>. (V.
I. Lenin: “VII Congreso extraordinario del PC(b) de Rusia” 07/03/1918. Ver Pp. 2)
Bajo tales condiciones, la Rusia soviética debió pasar a consolidar la revolución en el
propio país, al mismo tiempo que a internacionalizarla en todo lo que fuera posible. Los
bolcheviques se entregaron, pues, a esas dos tareas simultáneas: combatir a las fuerzas militares
representativas de la burguesía y los terratenientes rusos en la guerra civil, al mismo tiempo que
a organizar sobre nuevas bases económicas el trabajo social en la nueva república soviética,
implantando el control obrero de la producción, tanto en la industria urbana como en el campo.
Una política que Lenin ya había previsto en el punto 8 de sus Tesis de Abril durante el mes de
febrero de 1917, donde decía desmintiendo a Kámenev que: <<8. No “implantación” del socialismo como nuestra tarea inmediata, sino pasar a
la instauración inmediata del control obrero de la producción y de la distribución
de los productos por los Soviets de diputados obreros>>. (Op. cit.)51.
Lenin distinguía entre confiscación y socialización de la propiedad, explicando que sin la
primera era completamente inútil aspirar a la segunda. Confiscar significa apropiarse en nombre
de los intereses generales, de los medios productores de riqueza, mientras que socializar significa
distribuir o repartir equitativamente esa riqueza:
51 Aunque bien es cierto que en ese momento se había procedido a expropiar algunas empresas entre las más grandes, sobre todo industriales y
comerciales, el aspecto central de la política interior en aquellas circunstancias para los bolcheviques no era ese, sino el de pasar a intervenir en las
empresas capitalistas, es decir, a controlar su producción. A esto Lenin le llamó Capitalismo de Estado proletario.
<<La diferencia entre la socialización y la simple confiscación, está en que es
posible confiscar sólo con “decisión” (y poder suficiente para ello, claro está), sin la
capacidad de calcular y distribuir correctamente, mientras que sin esta capacidad
no se puede socializar>> (V. I. Lenin: “El infantilismo ‘de izquierda’ y la mentalidad
pequeñoburguesa” 05/05/1918. Publicado el 9, 10 y 11 por el periódico “Pravda”. En
“Obras completas” Ed. Cit. T. XXIX Pp. 87. Ver Pp. 65) El subrayado y lo entre
paréntesis nuestros).
El programa del partido bolchevique adoptado en 1919 decía: <<En el terreno de la distribución, el poder de los soviets perseverará
inflexiblemente en la sustitución del comercio por un reparto de los productos
organizado a escala nacional, sobre un plan de conjunto. Pero el conflicto se señalaba
cada vez más entre la realidad y el programa del comunismo de guerra: la
producción no cesaba de bajar y esto no se debía solamente a las consecuencias
funestas de las hostilidades, sino también a la desaparición del estímulo del interés
individual entre los productores. La ciudad pedía trigo y materias primas al campo,
sin darle a cambio más que trozos de papel multicolor llamados dinero por una vieja
costumbre. El mujik enterraba sus reservas y el Gobierno enviaba destacamentos
de obreros armados para que se apoderaran de los granos. El mujik sembraba
menos. La producción industrial de 1921, año que siguió al fin de la guerra civil, se
elevó, en el mejor de los casos, a una quinta parte de lo que había sido antes de la
guerra. La producción de acero cayó de 4,2 millones de toneladas a 183.000, o sea,
23 veces menos. La cosecha global cayó de 801 millones de quintales a 503 en 1922.
Sobrevino un hambre espantosa. El comercio exterior se desmoronó de 2.900
millones de rubios a 30 millones. La ruina de las fuerzas productivas sobrepasaba
todo lo que se conoce en la historia. El país, y junto con él, el poder, se encontraron
al borde del abismo>>. (L. D. Trotsky: “La revolución traicionada” Cap. II Pp. 14/15).
Y en materia de política exterior, ocurrió que tras la toma del poder en octubre de 1917, la
Rusia soviética pasó a ser enemiga de los ejércitos coaligados de EE.UU., Japón, Francia y el
Imperio Británico, Países que hasta ese momento habían sido aliados en guerra contra el Imperio
Alemán y los imperios centrales. Así las cosas, el 20 de febrero de 1918, el gobierno
revolucionario decidió crear un “Ejército Rojo” formado por voluntarios e inexpertos Guardias
Rojos de extracción obrera y campesina, capaces de custodiar una fábrica o un almacén, pero no
de combatir, a los que se sumó un contingente de marginados: << “[…] ciertamente el Ejército rojo cuenta con un gran número de combatientes
heroicos y llenos de abnegación, pero también con unos elementos indeseables de
inútiles, de vagos, de desechos”52. Un núcleo de partisanos indisciplinados, más
inclinados hacia el vodka y al merodeo que hacia el combate. Así, un decreto del 9
de junio decide la movilización obrera que, enseguida, se muestra insuficiente.
A falta de un enrolamiento militar comunista competente, Trotsky pretende
formar la estructura del Ejército rojo con el cuerpo de oficiales del ejército zarista,
unos profesionales políticamente inseguros, a los que rodea de comisarios políticos
bolcheviques, encargados de comprobar la inocuidad política de sus órdenes. El
ejército rojo resulta ser realmente heterogéneo. En él se encuentran obreros y
militantes comunistas (medio millón en tres años de guerra de los que perecerá la
mitad), “especialistas militares zaristas” (de 60.000 a 75.000 según la estadísticas).
Una masa flotante de campesinos (de 1 a 3 millones según la época [del año],
voluntarios reclutados a la fuerza y decenas de miles de marginados. Sin contar con
más de 300.000 húngaros, coreanos y chinos, que luchan por convicción>>. (Jean
Jaques Marie en: “Stalin” Cap. IX Ed. “Palabra”/2008 Pp. 191. Lo entre corchetes
nuestro).
52 L. D. Trotsky: “Comment la révolution s’est armée, París L’ Herne. T. I Pp. 162. Jean Jaques Marie en: “Stalin” Cap. IX Ed. “Palabra”/2008 Pp. 191.
El tratado de paz con Alemania se firmó el 3 de marzo de 1918 en Brest Litovsk, mientras
su ejército invadía Ucrania y, en Pekín, se formaba un gobierno ruso de Extremo Oriente
presidido por el Príncipe Lvov. En abril, los japoneses desembarcaron en Vladibostok. A finales
de mayo, entre 35.000 y 40.000 soldados checoslovacos del ejército austríaco, hechos prisioneros
en tiempos del Zar, se enfrentaron al soviet de Cheliabinsk, y unos destacamentos anglo-
franceses desembarcaban en Murmansk. Rodeada por todas partes e invadida, la Rusia soviética
parecía perdida.
A todo esto, ¿Qué hacía Stalin? En esos momentos, además de Lenin que era el máximo
dirigente del partido, Yakov Sverdlov estaba a cargo del aparato político, Trotsky había sido
designado al mando del Ejército rojo en carácter de comisario del pueblo para la Guerra y la
Marina, Bujarin presidía el Consejo de redacción del “Pravda” y Stalin limitado a ser director
general de avituallamiento (intendencia) al sur de Rusia. El 29 de mayo de 1918, Lenin lo envió
a la ciudad de Tsaritsyn ubicada en la ruta del Cáucaso, junto con el Comisario de trabajo
Alexandre Chliapnikov, ambos con poderes extraordinarios para garantizar el paso de trigo y
carbón procedentes del sur con destino a Moscú. Tales nombramientos fueron la prueba elocuente
del grado de confianza política que, según sus capacidades y antecedentes, le asignó Lenin a unos
y a otros.
Un mes antes, el 04 de mayo, para hacer frente a la ya iniciada guerra civil, Trotsky había
ordenado constituir el frente militar del Cáucaso norte, designando como comandante a Andrei
Evgénevich Snesarev, uno de los primeros generales zaristas que se ofreció voluntario al servicio
del ejército soviético. En ese momento, la línea de ferrocarril en Tsaritsyn estaba siendo objeto
de frecuentes asaltos por bandas de campesinos anarquistas, cosacos, y guardias blancos, cuando
ya se sabía que el peligroso socialista revolucionario Boris Savinkov preparaba en Moscú el
asesinato de Lenin y de Trotsky, además de un levantamiento en Rybinsk, Yaroslavl, Kazan y
Murom, esta última ciudad sede del cuartel general bolchevique. A todo esto: <<Stalin —a quien nadie trata de asesinar— y que permanece alojado en el vagón-
salón de su tren, dispuesto a remontar hacia el norte (…) exige plenos poderes para
el tráfico fluvial. Lenin ordena por teléfono a la dirección de transportes fluviales
que se obedezcan todas sus decisiones y órdenes. A pesar de que su misión se refiere
al abastecimiento, se inmiscuye inmediatamente en la dirección de los temas
militares, tratando de hacerlo siempre en beneficio propio. El 22 de junio telegrafía
a Lenin y a Trotsky “atareado hasta la locura […] no deseaba hacerme cargo de
ninguna misión militar, pero el Estado Mayor del distrito me ha implicado en sus
asuntos. Presiento que es imposible actuar de otro modo, sencillamente imposible”53.
Por primera vez en su vida, este eterno ejecutivo se encuentra en situación de
decidir; goza del poder sobre la vida y la muerte de miles de hombres. Esta primera
experiencia de un poder discrecional modificará radicalmente su comportamiento,
como el de decenas de militantes políticos (en iguales circunstancias)>> (Op. Cit.)
En medio de su borrachera de poder, Stalin decide dirigirse a Lenin directamente saltando
por encima de la autoridad de Trotsky, para exigirle plenos poderes militares en su jurisdicción.
Y en clara referencia al reciente nombramiento del comandante militar Andrei Snesarev, el 10
de julio le remite una carta donde imperativamente le dice, que “meta en la cabeza” de Trotsky
que “no hay que hacer nombramientos locales a espaldas de quienes están en el lugar”, o
sea, él en Tsaritsyn: <<Y añade con desdén provocador: “La falta de un trozo de papel de Trotsky no me
detendrá…yo cesaré sin más formalidades a los mandos o a los comisarios que
malogren el asunto54. Lo repite y denuncia al Estado Mayor del frente,
53 “Bolchevitskoe Ruskovodstvo, Perepiska 1912-1927” (La dirección bolchevique: correspondencia 1912-1927, Moscú, Rospen, 1996, Pp. 16). 54 Stalin: “Oeuvres Complètes”. T.4 Pp. 116-117. Telegrama a Lenin.
“absolutamente inadaptado a las condiciones de la lucha contra la
contrarrevolución”, a sus miembros “completamente indiferentes a las operaciones”
y a los comisarios militares55. Todos unos ineptos excepto él.
Su ignorancia en materia militar hace que le resulten insoportables los oficiales
de carrera a los que, en el argot de la época se les llama “especialistas” o spetzy. Su
mandato exacerba en él un rasgo determinante de su comportamiento posterior:
está atormentado por una obsesión envidiosa y vengativa hacia las personas
competentes en el ámbito del que él se ocupa. A partir del 22 de julio telegrafía a
Lenin y Trotsky: “Los especialistas son fantasmas de oficina, absolutamente
incompetentes en el tema de la guerra civil”56. (…) No soporta a Snesarev que, en
pocas semanas, había organizado la defensa de Tsaritsyn, protegido la ruta de
aprovisionamiento del sur e impedido la unión de los cosacos de (Piotr Nikoláievich)
Krasnov con las tropas blancas del Este. (…) La seguridad en sí mismo de Snesarev
irrita a Stalin. El 16 de julio en un extenso telegrama a Lenin, le acusa de “sabotear
hábilmente la operación de limpieza” de una línea del frente y de “esforzarse con
igual delicadeza por arruinar la empresa”57. No existen hechos que confirmen esas
insinuaciones>> (Ibíd. Lo entre paréntesis nuestro)
A todo esto, el 15 de noviembre de 1917, una semana después de la toma del Palacio de
Invierno en Rusia, se constituyó en Bakú —ciudad de Azerbaiyán cuyo subsuelo era una de las
fuentes petrolíferas más importantes en ese momento— el Soviet de diputados de obreros,
soldados, campesinos y marineros. Ante la seria y cercana amenaza que suponían las fuerzas
mencheviques, en coalición con el ejército turco y británico en la zona al mando del General
Lionel Dunsterville, se decidió enviar de inmediato allí 6 batallones de refuerzo: <<Su ruta pasa por Tsaritsyn y Stalin los detiene. Dirigen la Comuna (de Bakú) dos
viejos bolcheviques a quienes Stalin detesta: Stepán Shaumián llamado “El Lenin
del Cáucaso”, un orador popular, y Prokopii Aprassínovitch Djaparidzé, un
agitador de masas (miembro del Partido desde 189858). Al carecer de aquél
indispensable refuerzo, Bakú cae unas semanas más tarde, a mediados de agosto.
Los ingleses, atraídos por el petróleo en esa región, capturan a 26 de los 27
comisarios del pueblo, y el 20 de setiembre de 1918 los fusilan. Más tarde, Stalin se
dedicará a acusar encarnizadamente a los muertos de cobardía. En 1937, amenazará
al único superviviente, Anastás Mikoyán, calificando de “oscuras y embarulladas”
las circunstancias de su supervivencia y le susurrará: “No nos obligues Anastás, a
aclarar esta historia”, una historia sobre la que Mikoyán jamás se explicará
claramente59. (Jean-Jaques Marie: Ibíd Pp. 198. Lo entre paréntesis y el subrayado
nuestros)
La historia en que se integra este episodio, fue que, entre febrero y octubre de 1917, los
territorios de Armenia, Georgia y Azerbaiyán que habían pertenecido a la Transcaucasia bajo
dominio del Imperio ruso, se independizaron creando la “República Democrática Federativa de
Transcaucasia”, gobernada por un “Consejo General de los pueblos del Cáucaso”. Pero
inmediatamente y por efecto demostración, la revolución rusa de febrero debilitó sus vínculos
políticos, lo cual dio pábulo a que el 15 de noviembre, la izquierda revolucionaria de esa
federación liderada por los bolcheviques Shaumián y Djaparidzé, decidió escindirse de la
Federación Transcaucásica proclamando la Comuna de Bakú adherida a la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas Rusas. Pero esto para Stalin no mereció reconocer ningún mérito.
55 Ibíd. Pp. 118 y 120-121. Cartas a Lenin. 56 “Bolchevitskoe Ruskovodstvo, Perepiska 1912-1927” (La dirección bolchevique: correspondencia 1912-1927, Moscú, Rospen, 1996, Pp. 42) 57 Lenin, “Biograficheskaia Jronica” (Crónica Biográfica), Moscú, 1974, T. 5, octubre 1917-julio 1918 Pp. 645-646. 58 Bajo la dirección de Stalin y de Djaparidzé, "hubo, en diciembre de 1904, una imponente huelga de los obreros de Bakú, que duró del 13 al 31 de diciembre y logró la conclusión del primer contrato colectivo -en la historia del movimiento obrero de Rusia- con los industriales del petróleo. "La huelga de Bakú marcó el inicio de un
auge revolucionario en la Transcaucasia. "Fue el `disparo de salida de los gloriosos movimientos de enero y febrero, que se desarrollaron por toda Rusia´ (Stalin) (1)".
Esta huelga, como se dice en la Historia del Partido Comunista (bolchevique) de la U.R.S.S., fue como un relámpago antes de la tormenta, en vísperas de la gran tempestad
revolucionaria en Rusia. (1) Lenin, Obras, t. XXVII, p. 238, 3ª edición rusa. 59 Roy Medvédev: “Oni okrujali Stalina” (Todos los hombres de Stalin), Moscú, Izdtelstvo politicheskoi literatury, 1990 Pp. 183. El mismo Mikoyán contó el incidente
20 años más tarde.
Finalmente, el 31 de Julio de 1918 los mencheviques y el Ejército Británico, apoyados por
tropas de la Commonwealth procedentes de Canadá, Australia y Nueva Zelanda, implantaron en
esas tierras la Dictadura del Caspio Central aliada del Reino Unido, hostil a los bolcheviques
de Rusia y también a los Imperios Centrales, cuyos efectivos fueron encargados de fusilar a los
27 Comisarios soviéticos. Todo ello a raíz de la criminal decisión de Stalin, movido por su tan
ignorante como irresponsable odio hacia los especialistas militares60. Siguiendo ese plan: <<Stalin y Kliment Voroshílov inventan un complot monárquico dirigido por dos
oficiales zaristas coligados, uno de ellos (el ex general zarista) llamado Anatolij
Leonidovitch Nossovitch y los arrestan. Trotsky los libera. Lenin expresa a Stalin su
desacuerdo con tales métodos expeditivos. A mediados de julio Stalin se hace con
todo el poder civil y militar en Tsaritsyn. Voroshílov y él ignoran las órdenes de
Trotsky. Se mueven por una aversión de plebeyos advenedizos hacia los oficiales
militares, y por la hostilidad política de los antiguos mandos bolcheviques (como el
propio Voroshílov) hacia Trotsky, (catalogado por Stalin como) el intruso que ocupa
el primer plano y pretende crear un Ejército rojo con oficiales de carrera>>. (Jean
Jaqués Marie Op. Cit. Pp. 199. Lo entre paréntesis nuestro).
Previendo que Stalin cebará su venganza con él, Nossovitch huye y se une a los guardias
Blancos. Días más tarde, tras reunir con engaños en una barcaza a varias decenas de antiguos
oficiales zaristas nombrados por Snesarev y Trotsky, Stalin ordenó fusilarlos. La fuga de
Nossovitch le permitió a Stalin convencer a Lenin del supuesto complot que le sirvió para
disfrazar ese crimen: <<Así lo recordará Lenin en el VIII congreso del Partido bolchevique en marzo de
1919: “Cuando Stalin fusilaba en Tsaritsyn, yo creía que cometía un error, pensaba
que se fusilaba a diestro y siniestro […] Y le envié un telegrama: se prudente. Me
equivoqué>>. (Ibíd)
Trotsky se refiere a este casi desconocido episodio que reflejó en las páginas de su obra
autobiográfica: “Mi vida”:
<<En los días de nuestros fracasos en el frente oriental, cuando Aleksandr
Kolchak se avecinaba al Volga, Lenin, durante la sesión del Consejo de Comisarios
del Pueblo, a la que yo había ido directamente desde el tren, me pasó esta esquela:
“¿No le parece a Ud., acaso, que debiéramos prescindir de todos los especialistas
(militares) sin excepción y poner a Laskhevich de general en jefe al frente de todos
los ejércitos?”. Laskhevich era un viejo bolchevique, que en la guerra “alemana”
había alcanzado el grado de suboficial. Le contesté en el mismo pedazo de papel:
“Dejémonos de tonterías”. Lenin”. Al leer aquello, me miró con sus ojos astutos de
abajo arriba, con un gesto especial y muy expresivo, como si quisiera decirme: ¡Qué
duramente me trata Ud.! En realidad Lenin gustaba de estas contestaciones bruscas
que no dejaban lugar a duda. Al terminar la sesión nos reunimos. Lenin me pidió
noticias del frente.
—Me preguntaba Ud. si no convendría que separásemos a todos los antiguos
oficiales. ¿Sabe Ud. cuantos (de esos ex oficiales zaristas) sirven al presente en nuestro
ejército?
—No, no lo sé.
— ¿Cuántos aproximadamente, calcula Ud.?
—No tengo idea.
—Pues no bajarán de treinta mil. Por cada traidor habrá cien personas seguras
y por cada tránsfuga, dos o tres caídos en el campo de batalla. ¿Por quién quiere
Ud. que los sustituyamos?
60 Turquía respondió con unas fuerzas muy superiores organizando sus tropas en el llamado Ejército del Islam, que se enfrentó triunfalmente a los
Aliados en la Batalla de Bakú, por lo que el Ejército Británico se vio forzado a replegarse sobre Persia y la Dictadura del Caspio Central fue abolida,
pasando ese territorio a manos de Azerbaiyán.
A los pocos días, Lenin pronunciaba un discurso acerca de los problemas
que planteaba la reconstrucción socialista del Estado, en el que dijo, entre otras
cosas, lo siguiente: “Cuando hace poco tiempo el camarada Trotsky hubo de
decirme, concisamente, que el número de oficiales que servían en el departamento
de guerra ascendían a varias docenas de millares, comprendí, de un modo
concreto, dónde está el secreto de poner al servicio de nuestra causa al enemigo...y
cómo es necesario construir el comunismo utilizando los propios ladrillos que el
capitalismo tenía preparados contra nosotros”61.
En el Congreso del Partido que se celebró por aquellos mismos días,
aproximadamente, Lenin —ausente yo (por estar) en el frente de batalla— hizo
una calurosa defensa de mi política de guerra contra las críticas de la oposición.
Versión digital Pp. 253.
Esa es la razón de que, hasta hoy, no se hayan hecho públicas las actas de
la sesión militar del VIIIº Congreso del Partido>>. (L. D. Trotsky: Op. cit. Ed.
Tebas/1978 Pp. 467-68. Lo entre paréntesis nuestro)
Y de hacer este vacío, naturalmente se ocupó, para decirlo irónicamente “con toda
meticulosidad y transparencia informativa”, el “camarada” Iósif Stalin. Unos hechos a los que,
quienes se ocuparon de compilar las Obras Completas de Lenin han omitido aludir. A falta de
esas actas y según reportan los redactores de Wikipedia sobre este VIIIº Congreso, durante sus
deliberaciones: <<Lenin y Stalin intervinieron resueltamente en contra de la "oposición
militar", que defendía la supervivencia de las guerrillas dentro del Ejército y
luchaba contra la creación de un Ejército Rojo regular, contra el empleo de los
técnicos militares, contra esa disciplina férrea, sin la cual no puede existir un
verdadero ejército. Saliendo al paso de la "oposición militar", Stalin exigía la
creación de un ejército regular, penetrado del espíritu de la más severa disciplina.
"O creamos —decía Stalin— un verdadero ejército obrero-campesino, y
predominantemente campesino, un ejército rigurosamente disciplinado y
defenderemos la República, o pereceremos">>.
Todo un sarcasmo. Porque sin haber sacado ninguna enseñanza de sus propis actos, Stalin
de hecho siguió aferrado a su estrecho primitivismo artesanal en todos los aspectos de su vida.
Carente por ociosa indiferencia de cualquier género de formación teórica, durante todo el tiempo
en que actuó a cargo del ejército en Tsaritsyn, procedió en base a unos hábitos que jamás sometió
a la prueba de sus resultados, de los cuales en octubre de 1919 le participó a su amigo, el médico
Grigory Ordjonikidzé. Una táctica empleada por ambos en 1921 para sofocar la sublevación de
los mencheviques en Georgia, y que tras lograrlo pasaron por las armas a miles de ciudadanos
georgianos: <<La tarea fundamental es la de vencer al adversario con un solo grupo masivo
enviado en una única dirección concreta62. Esta masiva ofensiva frontal que
impondrá durante la Segunda Guerra Mundial al precio de enormes pérdidas, es
la única que conoce>>. (Jean Jaques Marie: Op. cit. Pp. 202)
El 08 de diciembre de 1919, cuando la guerra civil estaba ya casi ganada, en la sección de
organización del partido durante el VII Congreso de los Soviets de toda Rusia, Lenin rindió un
justo homenaje a los especialistas militares que se prestaron a servir en el Ejército Rojo, antiguos
servidores del zarismo, señalando implícitamente que, como en todo aprendizaje, las
condiciones en que se debe realizar el esfuerzo para tal fin, vienen dadas. No se pueden ni elegir
ni evitar sus inconvenientes. Por tanto, la virtud de saber cómo actuar y con qué medios bajo
61 Esta cita de Trotsky corresponde al discurso que Lenin pronunció en la “Casa del Pueblo” de Petrogrado el 13 de marzo de 1919, cuyo texto fue
publicado como folleto y en “Obras Completas” T. XXX Pp. 394 Ed. Akal/1978 bajo el título: “Éxitos y dificultades del poder soviético”. Ver Pp.
115 62 “Voprossy Istorii” Nº 4 Pp. 92. “Cahiers du mouvement ouvrier”. Nº 10 Junio 2000 Pp. 92.
diversas condiciones para salvar sus obstáculos, es el requisito indispensable para la eficacia en
cualquier actividad. Esa virtud al interior del nuevo Estado soviético, paradójicamente seguía
siendo patrimonio de la clase social recientemente despojada de su poder económico y político.
Y al arrastrar sus propias concepciones de la clase enemiga, suponían un peligro permanente para
los fines de consolidar la nueva sociedad superior: <<No podemos rehacer el aparato estatal y preparar una cantidad suficiente de
obreros y campesinos que comprendan bien los problemas del gobierno del Estado,
sin contar con la ayuda de los viejos especialistas. Tal es la lección fundamental que
tenemos que sacar de nuestra labor de organización; y esta experiencia nos dice que,
en todos los terrenos, incluido el militar, los viejos especialistas —justamente por ser
viejos— no pueden salir más que de la sociedad capitalista. Esa sociedad hizo posible
la formación de especialistas provenientes de una capa de la población sumamente
pequeña, los que pertenecían a las familias de terratenientes y capitalistas […] Por
lo tanto, si tenemos en cuenta las condiciones en que creció esa gente y aquellas en
que hoy trabajan, es absolutamente inevitable que estos especialistas, es decir, estas
personas expertas en administración en una escala amplia, nacional, estén en sus
nueve décimas partes, imbuidos de viejos conceptos y prejuicios burgueses, e incluso
en los casos en que no son directamente traidores (y éste no es un fenómeno casual
sino regular), incluso, entonces no son capaces de comprender la nueva situación,
las nuevas tareas y las nuevas exigencias. Por esta razón en todas partes, en todos
los comisariatos, se observan fricciones, reveses y perturbaciones>>. (V.I. Lenin: VII
Congreso de Soviets de toda Rusia “Discurso en la sesión de organización”. 08/12/1919.
En Obras Completas Ed. Cit. T. XXXII Pp. 233)
b) Control obrero de la producción en la industria urbana.
Días antes de la toma efectiva del poder en octubre, Lenin ya estaba ocupado en poner los
cimientos económicos, sociales y políticos de la nueva sociedad soviética rusa en transición al
socialismo, combatiendo contra los obstáculos que los resabios del capitalismo oponían al curso
de la revolución en Rusia —tanto en la ciudad como en el campo—, en medio de la discusión
acerca de si el necesario control de la producción, debía ejecutarse centralizándolo en el Estado
soviético, o dejarlo en manos de los distintos sindicatos de fábrica y de los pequeños y medianos
propietarios agrícolas: <<La principal dificultad que enfrenta la revolución proletaria, es la instauración a
escala nacional, del sistema más preciso, meticuloso, de registro y control, de control
obrero sobre la producción y distribución de los productos>> (V. I. Lenin: “¿Se
sostendrán los bolcheviques en el poder?” 01/10/1917.Ver Pp. 117).
Y el caso es que el avance de las luchas del proletariado entre febrero y octubre de 1917,
condujo a que las consecuentes expropiaciones tendieran a debilitar económica y políticamente
a la burguesía. Pero al mismo tiempo, aquel control obrero de la producción —entendido por
Lenin como un necesario recurso político alternativo al mercado capitalista—, empezó a ser
de hecho asumido por los distintos comités de fábrica en cada empresa, unos
independientemente de los otros. Un “control” que al no poder garantizar la imprescindible
coordinación para el reparto de los productos según las distintas necesidades, tampoco podía
impedir el despilfarro del trabajo social asignado a las diversas ramas de la producción, y estaba
resultando ser casi tan anárquico e irracional, como el que se quería sustituir a cargo del mercado.
Había que plantearse y llevar a la práctica, pues, la regulación de la producción y la
distribución de los productos a través del control coordinado a escala nacional, un doble
cometido que solo podía ser alcanzado satisfactoriamente, no por los asalariados desde sus
comités de fábrica sino desde el Estado soviético. En esto reincidió Lenin una y otra vez entre
el 13 y el 26 de abril de 1918: alcanzar la regulación de la producción a través del control
coordinado de la producción y distribución. Una tarea que los asalariados debían aprender como
una prioridad absoluta y eso requería su tiempo. Pero: <<…en tanto el control obrero no sea un hecho, en tanto los obreros avanzados no
hayan organizado y llevado a efecto su cruzada victoriosa e implacable contra los
infractores de este control o contra los negligentes en este dominio no podremos,
después de haber dado este primer paso (el del control obrero), dar el segundo hacia
el socialismo, es decir, pasar a la regulación [consciente] de la producción por los
obreros>> (V.I. Lenin: “Las tareas inmediatas del poder soviético” Pp. 40. (Escrito entre
el 13 y el 26 de abril 1918. Lo entre corchetes y el subrayado nuestros)
Lenin se refiere aquí al control obrero de la producción, no bajo la dictadura de la
burguesía en un Estado capitalista, sino bajo la dictadura del proletariado en un Estado
socialista, es decir, no el que se había venido consagrando desde el punto de vista de los
capitalistas que mienten a los obreros haciéndoles creer que el Estado burgués sirve a los
intereses generales de la sociedad, tal como por entonces en Rusia era el servicio que cumplían
quienes llenaban las páginas de la revista menchevique “Nóvaia Zhizn” (Vida Nueva) dirigida
por Máximo Gorki: << Cuando los escritores de Nóvaia Zhizn nos acusaban de caer en el sindicalismo al
lanzar la consigna de “control obrero”, nos ofrecían un ejemplo típico de la
bobalicona aplicación escolar de ese “marxismo” no meditado sino aprendido de
memoria a la manera de Vasili Vasilievich Struve. El sindicalismo rechaza (y aleja
de la conciencia de los explotados la idea de) la dictadura revolucionaria del
proletariado, o la relega a último plano, lo mismo que al poder político en general.
Nosotros, en cambio, la ponemos en primer plano. Y si ateniéndonos al espíritu de
Nóvaia Zhizn dijéramos: “nada de control obrero sino control del Estado”
(capitalista), lanzaríamos una frase de contenido reformista burgués, una fórmula
que, en el fondo, sería democonstitucionalista, pues los militantes del Partido
Demócrata Constitucionalista no tienen nada que oponer a la participación de los
obreros en el (supuesto) control del “Estado”. Los democonstitucionalistas
kornilovistas saben muy bien que semejante participación es, para la burguesía, el
mejor método de engañar a los obreros (con el cuento de que el proletariado participa
de ese control votando en las elecciones periódicas), el método mejor de sobornar
sutilmente en el sentido político a los Gvózdiev, los Nikitin, los Prokopóvich, los
Tsereteli y toda esa pandilla (para que controlen a los obreros so pretexto de controlar
una producción realmente controlada por el mercado, es decir, por la burguesía)>>. (V.
I. Lenin: Op. cit. Lo entre paréntesis nuestro).
Tanta razón tenía Lenin al decir esto, como que el 29 de octubre de 1917, tres días antes
de la toma del poder por los bolcheviques, se demostró en qué consistía el control obrero de la
producción por parte de los sindicatos, cuando el líder del comité ejecutivo del sindicato nacional
de trabajadores de ferrocarriles, Vikzhel, amenazó con una huelga nacional a menos que los
bolcheviques renunciaran a tomar el poder y apartaran del gobierno a los máximos líderes
insurrectos, que eran Lenin y Trotsky, mientras Zinoviev, Kámenev y sus aliados en el Comité
Central Bolchevique, se sumaban a ese chantaje sindical, argumentando que los bolcheviques no
tenían otra elección que iniciar negociaciones para formar un gobierno de coalición, ya que —
según decían— una huelga de ferrocarriles podría mermar la capacidad de los revolucionarios en
su lucha contra las fuerzas todavía leales al Gobierno Provisional en Moscú. Así fue cómo
Zinóviev y Kámenev obtuvieron fugazmente el apoyo de la mayoría del Comité Central, y en
nombre de los bolcheviques pudieron iniciar negociaciones con los distintos partidos que habían
venido apoyando al Gobierno Provisional, mientras Lenin y Trotsky permanecían al mando de
las fuerzas revolucionarias en Petrogrado y Moscú.
Pero ante la rápida ofensiva de los marineros del Báltico y de los Guardias Rojos, que
ocuparon estaciones ferroviarias, edificios de correos y telégrafos centrales, estaciones
telefónicas, bancos e instalaciones de puentes levadizos, dieron al traste con el sindicato
ferroviario y consiguieron que la guarnición militar de San Petersburgo mantuviera la neutralidad
o se uniera a la revolución. Fue cuando en la madrugada del veinticinco de octubre, Lenin
apareció en un balcón del Palacio Smolny, sede del Estado Mayor de la revolución en esa ciudad,
desde donde anunció haber ordenado detener a los miembros del Gobierno Provisional, que
permanecían en el Palacio de Invierno.
Mientras tanto, en Moscú al sóviet de diputados de obreros y soldados —dominado por los
partidarios del Gobierno Provisional en contra de los bolcheviques— se habían sumado los
cadetes de las escuelas militares. El enfrentamiento armado se prolongó allí seis días, porque los
trabajadores ferroviarios de la línea Nikoláyevskaya que unía Petrogrado con Moscú, se habían
declarado en huelga, impidiendo así que los guardias rojos pudieran obtener refuerzos desde
Petrogrado. Pero cuando esos refuerzos llegaron, los contrarrevolucionarios se rindieron y el
rápido fracaso de las fuerzas anti-bolcheviques en Moscú, permitió que Lenin y Trotsky
convencieran a los “bolcheviques contemporizadores” del Comité Central, de que abandonaran
su intento negociador con mencheviques y socialistas revolucionarios, amenazándoles con
expulsarles del partido si persistían en sus intentos de formar un gobierno de coalición. Como
respuesta, Zinóviev, Kámenev, Alekséi Rýkov, Vladímir Milyutin y Víktor Noguín dimitieron
del Comité Central el 4 de noviembre.
Durante 1918, cuando los bolcheviques plantearon la necesidad de abandonar el control de
la producción a cargo de los sindicatos en cada empresa, para poner esa función en manos del
Consejo Superior de Economía Nacional (VSNJ) —creado en diciembre de 1917—, este criterio
objetivamente revolucionario chocó frontalmente con el “egoísmo de empresa”, inspirado en el
principio pequeñoburgués del “cada uno para sí”, muy arraigado en numerosos anarquistas y
anarcosindicalistas, quienes afincados en su “infantilismo de izquierdas” reivindicaban a los
comités de fábrica organizados de forma federativa, entendidos cada uno como autónomo y
soberano en su jurisdicción, viendo en la necesaria centralización económica del Estado
soviético, una despótica intromisión de los intereses generales en “sus” intereses particulares.63
Ni más ni menos que como ese mujik llamado Stalin, entendió que se estaba procediendo
con él en materia de organización militar durante la guerra civil.
Bajo tales condiciones, durante el IV Congreso Extraordinario de los Soviets de toda
Rusia celebrado entre el 13 y el 26 de abril de 1918, Lenin explicó que los asalariados habían
logrado derrotar a la burguesía, pero que una cosa es dominar y otra muy distinta gobernar,
única forma de sostener ese dominio para transitar con él a cuestas del capitalismo al
socialismo. Y que este último atributo no es innato sino que se adquiere por ciencia y no por
pura experiencia. La ciencia es lo que permite transitar de la ignorancia y el descontrol, al
conocimiento que es la condición de todo dominio: <<Nosotros, el partido de los bolcheviques hemos convencido a Rusia, se la hemos
ganado a los ricos para los pobres, a los explotadores para los trabajadores, ahora
debemos gobernarla. Y toda la peculiaridad del momento en que vivimos, toda la
dificultad consiste en saber comprender las particularidades de la transición de una
tarea principal, como la de convencer al pueblo y aplastar por la fuerza militar la
resistencia de los explotadores, (para poder así pasar) a otra tarea principal, la de
63 Uno de los más destacados líderes de esta “oposición obrera” a la línea de Lenin desde los sindicatos, fue Sergei Pavlovich Medvedev junto con
Alexander Schliapnikov y Alexandra Kollontay desde 1921.
gobernar>> (V. I. Lenin: “Las tareas inmediatas del poder soviético”. Lo entre
paréntesis y el subrayado nuestros)
O sea, para gobernar hay que saber qué y cómo hacerlo, más aun en medio de la ruina, la
desorganización y la pobreza más extrema. Y sin ciencia no puede haber experiencia provechosa
que valga. Este contundente pensamiento de cascote, es algo que a Stalin siempre le trajo al
pairo. El haber derrotado y empezado a expropiar a los explotadores, consiguiendo
inmediatamente después neutralizar sus actos de sabotaje combatiéndoles bajo las restricciones
económicas y sociales más adversas, es sin duda la condición necesaria para poder gobernar.
Pero con esto no basta: <<En general, fue esa una grandiosa tarea histórica, pero fue sólo el primer paso.
Aquí se trata de establecer para qué los hemos aplastado. ¿Será para decir que nos
posternamos ante su capitalismo, ahora que los hemos aplastado definitivamente?
No; ahora vamos a aprender de ellos, porque nos faltan conocimientos, porque no
tenemos esos conocimientos. Tenemos conocimientos de socialismo pero no tenemos
conocimiento de organización en escala de millones de personas. Conocimientos de
organización (del trabajo) y distribución de los productos, etc. Los viejos dirigentes
bolcheviques no nos enseñaron esto. El Partido bolchevique no puede jactarse de
esto en su historia. Todavía no hemos estudiado esta materia. Y por eso decimos que,
aun cuando ese hombre (burgués) sea un pillo redomado, debemos aprender de él, si
ha organizado un trust, si es un comerciante dedicado a la organización y
distribución de los productos para millones y millones, si ha adquirido esa
experiencia. Si no aprendemos esto no realizaremos el socialismo y la revolución se
estancará en la presente etapa>>. (V.I. Lenin: “Reunión del CEC de toda Rusia”
29/04/1918. En Obras Completas Ed. Akal/1978 Pp. 37. Lo entre paréntesis y el
subrayado nuestros)
c) El control de la producción en el agro.
Esta misma problemática política se repitió en el ámbito agrario, en medio de la crisis
económica, la desorganización social y la miseria a escala nacional, causadas por la guerra
mundial y la guerra civil que le sucedió, todo ello provocado por la burguesía en alianza con la
nobleza entre 1917 y 1923. Una dramática situación que los bolcheviques debieron afrontar
implantando el “comunismo de guerra”, medida que les condujo a su ruptura con los Socialistas
Revolucionarios de izquierda (SRi), quienes venían asumiendo la representación política de los
campesinos en el Consejo Ejecutivo Central de Toda Rusia (VTsIK).
Ya en abril de 1917, Lenin había insistido en la necesidad de que el proletariado logre
gestar una comunidad de intereses con los campesinos, animándoles a que se apoderen de la
tierra arrebatándosela a los terratenientes. Pero decía esto en la seguridad de que nunca
romperían sus vínculos con la burguesía, alertaba que nada se podía esperar que hicieran en
favor de la revolución socialista, cuando las necesidades de aumentar la productividad agraria,
exigieran convertir esas tierras expropiadas sin compensación, en un bien de propiedad colectiva
gestionada por el Estado soviético. Y a propósito decía: <<No podemos ocultar a los campesinos, y mucho menos a los proletarios y
semiproletarios del campo, que la pequeña explotación agrícola, bajo la economía
mercantil y el capitalismo, no puede librar a la humanidad de la miseria de las
masas; que es necesario pensar en el paso a la gran explotación agrícola por cuenta
de la colectividad y emprender inmediatamente esta tarea, enseñando a las masas, y a
la vez aprendiendo de ellas (de su iniciativa, inteligencia y audacia, una vez conscientes
de su propia situación y del necesario quehacer que tienen por delante), las medidas
prácticas para asegurar ese paso>> (V.I. Lenin: "El congreso de diputados
campesinos". 16/04/917 Obras completas Ed. Akal/1977 Pp. 95. Lo entre paréntesis y el
subrayado nuestros). Ver Pp. 33
A esta profundización de la política interior, que exigía la socialización de la riqueza —
y caracterizó a la revolución rusa en su etapa llamada “comunismo de guerra”—, se vieron
prematuramente obligados los bolcheviques ante las prácticas especulativas con sus productos
por parte de los agricultores, lo cual extendía y agudizaba la penuria de alimentos entre los
habitantes de las ciudades y los efectivos del ejército, en lucha contra la reacción interna y
externa.
En tales circunstancias, la forzada requisa de los excedentes de grano por parte del
gobierno soviético —medida que fue aprobada en el Congreso de Soviets de toda Rusia celebrado
en diciembre de 1919, provocó que los eseristas de izquierda, defensores de la
pequeñoburguesía agraria, rompieran con los bolcheviques y el gobierno revolucionario. De
dicha ruptura derivó la revuelta de Tambov en agosto de 1920, y la de Kronstadt en marzo de
1921. El 5 de julio de este último año, durante las sesiones del III Congreso de la Internacional
Comunista, Lenin puso de manifiesto el oportunismo acomodaticio de los campesinos rusos,
aquerenciados entre los dos extremos de la contradicción dialéctica bajo el capitalismo, a fuerza
de haberles escuchado decir: <<Somos bolcheviques, pero no comunistas. Estamos a favor de los bolcheviques,
porque han arrojado a los terratenientes, pero no a favor de los comunistas, porque
están en contra de la hacienda individual>> (V.I. Lenin: “Informe sobre la táctica del
P.C. de Rusia”).
Como trabajadores en tierra ajena donde habían venido sobreviviendo explotados y oprimidos
por los kulaks (terratenientes), los campesinos rusos lucharon por su emancipación junto a los
obreros urbanos; pero una vez liberados por la revolución de su yugo y desde su nueva condición
de propietarios, creyeron tener todo el privilegio de vender sus excedentes de grano libremente,
aun a expensas del hambre que padecían sus antiguos aliados en las ciudades, los asalariados: <<No hay modo de que los campesinos comprendan que el libre comercio de cereales
es un crimen de Estado. “Yo produzco, el grano es obra de mis manos, luego tengo
derecho a negociar con él”, así es como razona el campesino, por hábito, al viejo
estilo. Y nosotros decimos que eso es un crimen de Estado>>. (V.I. Lenin: Citado por
E. H. Carr: “La revolución bolchevique” T. II Ed. Alianza/1987 Pp. 177)
La revolución logró que a fines de 1920 las fincas de los grandes terratenientes
desaparecieran. Pero no consiguió que ocurriera lo mismo en el espíritu de los campesinos, con
su irracional y egoísta filosofía de vida predeterminada por el régimen de propiedad privada.
Y esto dio por resultado que el esfuerzo de unificar las pequeñas fincas en comunas agrícolas
tendentes al socialismo, encontrara una oposición tan firme y tenaz, que sus resultados fueron
insignificantes. Al no poder superar la contradicción económica entre una multiplicidad de
pequeñas unidades de producción ineficaces y la necesidad de una mayor producción de
alimentos, quedó también sin resolver el conflicto político entre asalariados y campesinos,
aletargando así el proceso revolucionario bajo permanente amenaza de que la sociedad soviética
involucione hacia condiciones contrarrevolucionarias: <<Como lo había previsto Lenin desde siempre, la distribución de la tierra entre los
campesinos, al reducir el tamaño medio de cada unidad de producción, se convirtió
en un obstáculo fatal para que aumentase el flujo de víveres y materias primas que
las ciudades requerían a los fines de sellar la victoria (política) de la revolución
proletaria>>. (E. H. Carr. Op. cit.)
Aun suponiendo hipotéticamente una situación, en la que el interés de los campesinos
propietarios de sus parcelas se pudiera ver realizado sin crear penuria de alimentos en las
ciudades, Lenin había previsto que por medio de las propias leyes irracionales del mercado, la
libertad de comerciar con sus granos conduciría a la total ruina de los campesinos, quienes no
podrían impedir el retorno a la concentración de la propiedad territorial en manos de los kulaks: <<Debemos decir a los campesinos: ¿Queréis retroceder, queréis restaurar por
completo la propiedad privada y la libertad de comercio? Eso significa deslizarse de
manera ineludible e irrevocable hacia el poder de los terratenientes y capitalistas.
Lo testifica toda una serie de hechos históricos y ejemplos de las revoluciones (como
según hemos dicho en el capítulo 04 de este trabajo siguiendo a Marx). Un sucinto
conocimiento del abecé del comunismo, del abecé de la economía política, confirma
que esto es inevitable. Vamos a ver. ¿Les conviene a los campesinos apartarse del
proletariado para dar marcha atrás —y consentir que dé marcha atrás el país—
hasta caer bajo el poder de los capitalistas y terratenientes, o no les conviene?
Pensadlo vosotros y pensémoslo juntos>>. [V. I. Lenin: “Informe sobre la sustitución
del sistema de contingentación por el impuesto en especie” Xº Congreso del P. C.(b) de
Rusia. 21/04/1921. Ver Pp. 30.]64
En esos tiempos, Rusia era un país de 140 millones de personas, de las cuales 113 millones
vivían en el campo, y donde según datos de Charles Bettelheim, en 1919 no había más de 2.100
comunas agrarias con unos 350.000 miembros, que durante la guerra civil, en 1920, se redujo a
1.520 establecimientos con clara tendencia regresiva hacia el minifundio, lo cual es indicativo
del repudio de los campesinos hacia el trabajo colectivo de la tierra: <<Hostilidad que, atizada por los kulaks, llega a veces, hasta el asesinato de
miembros de las comunas por los campesinos de las aldeas vecinas>> Bettelheim:
“Las luchas de clases en la URSS. Primer período 1917-1923” Ed. Siglo XXI/1974 Pp.
205).
Sin embardo, dado el respaldo mayoritario de la población al Estado soviético, a su
dominio sobre la tierra y demás medios de producción en la gran industria, bancos y ferrocarriles
del país, aun cuando la momentánea consolidación de la pequeña propiedad favoreciera la
reanimación del capitalismo en el agro y en la industria urbana, Lenin sostenía que la revolución
en tales condiciones políticas de apoyo a la revolución, el Estado soviético podía soportar ese
menoscabo a sus objetivos estratégicos. Por tanto, también podía asimilar sin gran perjuicio, la
sustitución de las requisas por el impuesto en especie. Medida esta última que el partido
bolchevique tenía pensado aplicar y decidió adoptar en octubre de 1918, aunque debió ser
suspendida en abril de 1921 ante la persistente penuria de alimento en las ciudades, extendida al
ejército durante los más cruentos enfrentamientos bélicos de la guerra civil. Pero que una vez
acabada la guerra mundial y casi controlada ya la situación interior en octubre de ese año, las
requisas dejaron de ser imprescindibles: <<Ahora, cuando pasamos de los problemas de la guerra a los problemas de la paz,
comenzamos a mirar el impuesto en especie de otra manera: lo miramos no solo
desde el punto de vista del Estado (especialmente de las necesidades de los habitantes
de las ciudades), sino también desde el punto de vista de que las pequeñas haciendas
campesinas estén abastecidas>>. (V. I. Lenin: Op. cit. Pp. 12).
17. Del comunismo de guerra al capitalismo de Estado proletario
(1921-1923)
64 En octubre de ese mismo año 1919, Lenin comprueba que:
<<La economía de Rusia en la época de la dictadura del proletariado, representa la lucha que, en sus primeros
pasos, sostiene el trabajo mancomunado al modo comunista —en escala única de un enorme Estado— contra la
pequeña producción mercantil, contra el capitalismo que sigue subsistiendo y contra el que revive sobre la base
de esta (pequeña) producción”>>. Ver: “La economía política en la época de la dictadura del proletariado” Pp. 2.
El subrayado y lo entre paréntesis nuestros).
Como hemos visto, una cosa es el control democrático de la producción y su reparto,
ejercido conscientemente por las mayorías sociales proletarias en perjuicio de nadie, es decir,
según el trabajo aportado a la sociedad por cada cual, y otra cosa es el control despótico de la
producción y su reparto desigual, ejercido a través del mercado por la minoría social
burguesa cada vez más irrisoria a expensas del proletariado, según el capital que cada fracción
de la burguesía aporta al muy selecto y común negocio de explotar trabajo ajeno: “Hic Rhodus,
hic salta”65.
Y el caso es que la posibilidad abstracta de la contrarrevolución en la Rusia soviética66,
con el consecuente peligro de retroceder hacia el control despótico de la burguesía bajo el
capitalismo por mediación objetiva del mercado, estuvo siempre planteada desde el día siguiente
a la toma del poder por el proletariado en octubre de 1917. Esta posibilidad la expuso Lenin
durante el XIº Congreso del PCURS (del 27 de marzo al 2 de abril de 1922), añadiéndole las
consecuencias de algunos errores cometidos durante la etapa del llamado "comunismo de guerra"
entre 1918 y 1920, de lo cual concluyó que la revolución atravesaba por enormes y diversas
dificultades de orden económico y político.
Entre esas dificultades, que nosotros sepamos Lenin vino destacando las que desde 1920,
debieron superar los explotados que se hicieron cargo de la sociedad en cada etapa de su
desarrollo, antes del stalinismo. Lo hizo en un discurso pronunciado el 31 de marzo de ese año
durante el IXº Congreso del P.C. (b), a propósito de una discusión sostenida con Alekxéi Rýkov,
por entonces Presidente del Consejo Superior de Economía Nacional: <<El camarada Rýkov objetaba aquí que yo pretendo rehacer la revolución
francesa, y que niego que la burguesía creciera dentro del régimen feudal. No dije
tal cosa. Lo que dije es que, la burguesía al sustituir al régimen feudal, tomó a los
señores feudales y aprendió de ellos a gobernar, lo cual no contradice de ninguna
manera el hecho de que la burguesía creciera dentro del régimen feudal. Ahora bien,
mis tesis según las cuales la clase obrera, después de conquistar el poder, empieza a
poner en práctica sus principios, no han sido refutadas absolutamente por nadie.
Después de conquistar el poder, la clase obrera lo retiene, conserva el poder y lo
fortalece, como todas las clases, modificando las relaciones de propiedad y
promulgando una nueva Constitución. ¡Ésta es mi primera tesis fundamental y es
indiscutible! La segunda tesis donde dice que toda clase aprende de su predecesora
y toma a su servicio a administradores de la vieja clase, es también una verdad
absoluta. Por último, mi tercera tesis afirma que la clase obrera debe aumentar el
número de administradores salidos de sus propias filas, crear escuelas y preparar
en escala nacional un conjunto de dirigentes (que reemplacen a los gestores burgueses.
De lo contrario, la revolución se burocratiza y corrompe ideológica, política y
socialmente). Estas tres tesis son irrefutables y se oponen radicalmente a las tesis de
los sindicatos>>. (V. I. Lenin: “Discurso sobre la construcción económica”. 31/03/1920.
Obras Completas Ed. Akal/1978 Pp. 56. Lo entre paréntesis nuestro)
65 Hic Rhodus, hic salta, o traducido: "¡Aquí está Rodas, salta aquí!". Son palabras de la fábula: “El fanfarrón” [1] de Esopo, así llamado porque se niega a
participar en un concurso de saltos, aunque sostiene que cuando estaba en Rodas había saltado mucho más lejos que todos los presentes. La frase pasó a usarse
para exigir la demostración de lo que se dice ser capaz de hacer. En el original griego reza así: ἰδοῦ Ῥόδος, ἰδοῦ και πήδημα. La versión habitual de esta frase
proviene de la obra de Karl Marx El 18 de brumario de Luis Bonaparte, quien reprocha a Hegel la creación del siguiente juego de palabras en alemán: "Hier ist
die Rose, hier tanze" (La rosa está aquí mismo, danza aquí mismo. Demuestra lo que dices haber sido capaz de hacer), que corresponde a Rhodus-rhodon
(Rodi-rosa) y saltus-salta (salto-danza). Hegel afirmaba en su Filosofía del Derecho que: "la Filosofía es La Rosa en la Cruz del Presente". Aludiendo así a la
frase de Martín Lutero que predicaba captar a Cristo recorriendo el “camino de la cruz”, es decir, cubriendo la distancia entre inmanencia y trascendencia.
66 En filosofía social, según Hegel, la expresión “posibilidad abstracta” de algo —de la emancipación del trabajo humano bajo el capitalismo, por ejemplo—
es sinónima de “realidad actual” en el sentido de que ese trabajo no es por sí mismo según su esencia humana, sino por un otro, es decir, la burguesía. Pero esa realidad
actual de las fuerzas humanas productivas es, al mismo tiempo, la propia realidad actual del capitalismo, porque sin fuerzas productivas explotadas no puede haber capital. Así, pues, cuando Marx y Engels hablan en el "Manifiesto" del "movimiento actual", se refieren a la sociedad burguesa en su conjunto, a la "realidad actual" de
las fuerzas productivas encarnadas en el proletariado, que no van siendo todavía por sí mismas, pero tampoco por la burguesía, sino por lo que determina objetivamente
el proceso de acumulación de capital a través del mercado, según la ley del valor, aun cuando tal realidad favorezca los intereses de la burguesía. Por eso Marx decía que: “Los capitalistas viven tan enajenados o distantes de su condición de seres humanos, como los asalariados, sólo que esa enajenación les hace sentir bien”. En la
Rusia que analizamos aquí se presentó una situación de sentido inverso que abrió el horizonte a la posibilidad abstracta de la contrarrevolución burguesa determinada por
el retroceso político que supuso la NEP, a raíz de la destrucción y la muerte masivas causadas por guerra civil que siguió a la guerra mundial.
La Nueva Política Económica (NEP) o capitalismo de Estado proletario, se inició un año
después, en mayo de 1921, tras haber sido sofocadas las rebeliones de Kronstadt y Tambov, en
un país devastado por las dos guerras sucesivas, como resultado de las cuales ciudades y campos
habían sido arrasados, gran parte de los ferrocarriles, puentes, edificios y maquinaria industrial
habían desaparecido, y apenas se producían herramientas y bienes de consumo final. Dicha
política fue puesta en marcha por un gobierno de firme vocación comunista, paradójicamente
forzado —por las circunstancias— a tomar decisiones que suponían cierto retroceso en su
estrategia socialista y favorecían el retorno al capitalismo.
Lo que puso más en evidencia la NEP en la Rusia Soviética por el revés de la trama histórica,
fue que el capitalismo hunde las raíces de su subsistencia como sistema de vida, NO en la
promoción del progreso material sostenido y pacífico, sino en el recurso periódico a la
destrucción sistemática de riqueza creada, a la miseria humana integral y a la muerte masiva,
es decir, al atraso o retroceso de las fuerzas sociales productivas, tal como se pone de manifiesto
durante las crisis y las guerras. Es un sistema de vida humana cada vez más autotanático.
El socialismo está en las antípodas de semejante lógica irracional. Sólo saca su fuerza vital
del desarrollo económico creciente y toda destrucción de riqueza y vidas humanas le impele a
retroceder económica y socialmente hacia etapas pretéritas. Esta distinción se ha podido
demostrar, categóricamente, por el hecho de que, ante los catastróficos efectos de la primera
guerra mundial y la subsecuente guerra civil, la revolución rusa en tránsito al socialismo, debió
hacer concesiones al capitalismo. A este fenómeno se refirió Lenin en marzo de 1923, un año
antes de su muerte: <<Las potencias capitalistas de Europa occidental, en parte deliberadamente y en
parte espontáneamente, hicieron cuanto estaba a su alcance para arrojarnos hacia
atrás, para aprovechar los elementos de la guerra civil de Rusia, y arruinar al país
en todo lo posible. Era precisamente esta forma de salir de la guerra imperialista la
que parecía tener más ventajas: si no logramos derribar el sistema revolucionario
en Rusia, por lo menos dificultaremos su avance hacia el socialismo; más o menos
así razonaban esas potencias, y desde su punto de vista no podían hacerlo de otro
modo. Como resultado solucionaron —a medias— su problema. No lograron
derrocar el nuevo sistema creado por la revolución, pero tampoco le permitieron
dar en seguida un paso adelante que justificara las previsiones de los socialistas, que
permitiera a éstos desarrollar con enorme rapidez las fuerzas productivas,
desarrollar todas las posibilidades que, en su conjunto, habrían producido el
socialismo, demostrar a todos y a cada uno en forma evidente y palpable que el
socialismo encierra gigantescas fuerzas, y que la humanidad ha entrado en una
nueva etapa de desarrollo, cuyas perspectivas son extraordinariamente brillantes>>.
(V. I. Lenin: “Mejor poco, pero mejor” 02 de marzo de 1923. Obras Completas. Ed, cit.
T. XXXVI Pp. 523. El subrayado nuestro). Versión digitalizada.
En vísperas del XII Congreso del Partido celebrado en abril de 1923, circuló una
premonitoria declaración anónima profusamente difundida, donde se denunciaban violaciones de
la democracia por parte del Comité Central, cuyo Secretario General ya por entonces era Stalin.
Como: <<la prohibición [aprobada en 1921] de grupos o fracciones internos, la distinción
[compartimentación conspirativa] entre las actividades y funciones del Partido [por un
lado] y de los sóviets [por otro], así como las del Comité Central y del Gobierno, y
[donde también se] pide el inmediato “alejamiento de uno o dos responsables del
grupo dirigente con propósitos fraccionarios más patentes (los que más
descomponen el Partido, contribuyendo al desarrollo de la burocracia so capa de
frases hipócritas) a saber: Zinoviev, Stalin y Kamenev”67>>. (Jean Jaques Marie:
“Stalin” Ed. Palabra/2008 Pp. 281-282. Lo entre corchetes y el subrayado nuestros).
La NEP en la industria urbana.
El restablecimiento de la actividad privada y el mercado fueron, efectivamente un obligado
paso atrás determinado por los desastres de la primera guerra mundial y la guerra civil que leds
siguió, para recuperar fuerza haciendo palanca sobre las bases fundamentales socialistas vigentes
conquistadas en octubre de 1917: la propiedad estatal sobre la tierra y las grandes empresas
industriales. Así lo explicó Lenin en su discurso durante las sesiones del IV Congreso de la
Internacional comunista el 13 de noviembre de 1922: <<Ya he dicho que nuestro capitalismo de Estado se diferencia de lo que se entiende
literalmente por esta expresión, en que nuestro Estado proletario posee no sólo la
tierra, sino también las ramas vitales de la industria. Ante todo, sólo hemos cedido
en arriendo algunas fábricas pequeñas y medianas; todo lo demás queda (sigue) en
nuestras manos>>. (Op. cit. El subrayado y lo entre paréntesis nuestro)
Pero dado el irrisorio número relativo de asalariados en Rusia —una isla social en un
mar de campesinos— y su casi nulo nivel de instrucción, los dirigentes bolcheviques se vieron
precisados a mantener en sus puestos a los empleados públicos del antiguo aparato de Estado
zarista, debiendo para ello pagarles sueldos por encima del salario medio, al tiempo que las
empresas privadas capitalistas rusas, convertidas por la Revolución en propiedad estatal,
muchas de ellas debieron ser arrendadas al capital privado y —aun cuando bajo un control
obrero formal— siguieron realmente administradas por sus antiguos dueños, quienes desde
su misma inclinación burguesa, pasaron a engrosar el funcionariado estatal soviético. Así las
cosas, aun cuando todavía de modo “abstracto” y contingente, la posibilidad de la
contrarrevolución burguesa se había insinuado ocupando posiciones estratégicas al interior de
la revolución.
Bajo semejantes condiciones agravadas por la ruina, el hambre y el caos durante la
postguerra mundial —seguida por la guerra civil y con intervención extranjera—, el poder obrero
en la Rusia soviética debió ceder terreno como un mal menor concediendo responsabilidades
de gestión a los antiguos burócratas zaristas y propietarios capitalistas, experimentados
conocedores de la técnica en administrar su Estado y sus empresas que les fueron expropiadas,
devenidos de tal modo en burócratas del nuevo Estado soviético. Y dado que el conocimiento
y la información es poder, esos antiguos altos funcionarios y burgueses reciclados, saboteaban
las funciones y competencias de las instituciones estatales y de los comités de fábrica, una forma
incipiente y solapada que tendía objetivamente a expropiar el poder político proletario.
Así las cosas y habiendo dejado de ser plenamente burgués, el nuevo Estado revolucionario
ruso tampoco representaba en plenitud los intereses del proletariado. Era un Estado
revolucionario híbrido, en realidad ni burgués ni proletario. Un todavía no que tiende a ser,
meramente transicional en cuyo interior seguía vigente la lucha de clases. Por lo tanto, si el
objetivo político inmediato de la lucha huelguística bajo el capitalismo había consistido en
contribuir a la destrucción del Estado burgués, en la nueva emergencia transitoria en dirección
al socialismo, el objetivo político inmediato al interior de ese Estado heterogéneo forzado por la
67 Voprossi Istory KPSS nº1, 1991 Pp. 53
circunstancias, la huelga seguía siendo un instrumento que fortalecía el poder proletario en
detrimento del capital: <<De aquí surge que, en este momento, no podemos renunciar a la lucha
huelguística, ni admitir por principio la ley sobre la sustitución de la huelgas por la
mediación obligatoria del Estado>>. (V.I. Lenin: “Proyecto de tesis sobre el papel y
las funciones de los sindicatos bajo la Nueva Política económica” 17/01/1922. “Obras
completas” Tomo XXXI Ed. “Akal/1978 Pp. 109. Versión digitalizada)
Pero mientras desde las filas del proletariado no surgieran elementos en número suficiente
y con acabados conocimientos, como para estar en condiciones idóneas que permitieran
sustituir a los antiguos funcionarios públicos y propietarios capitalistas en la dirección de la
nueva sociedad socialista, se imponía la necesidad perentoria o momentánea, de utilizarlos para
la administración del Estado y las antiguas empresas capitalistas, que habían pasado a manos de
la alianza obrero-campesina; En esto insistió Lenin durante el XIº Congreso del PCUS celebrado
en marzo de 1922, añadiendo que "hombres así, momentáneamente sólo podemos sacarlos de
la clase (burguesa) que nos ha precedido".
En un pasaje de su discurso de apertura a ese XIº Congreso del PCUS, Lenin comparó a los
4.700 miembros del partido que desempeñaban puestos de dirección dentro de la máquina
burocrática de Moscú, con el ejército de funcionarios ex empleados zaristas y propietarios
burgueses reciclados a burócratas estatales. Y ante esa emergencia Lenin contestó a la
pregunta: << (….) ¿quién dirige a quién? Me parece muy dudoso poder
afirmar que los 4.700 comunistas dirigen a ese gentío. Para decir la
verdad, no dirigen, son dirigidos. En este caso sucede algo semejante a lo
que nos relataban en nuestras lecciones de historia cuando éramos niños.
Nos enseñaban: sucede que un pueblo conquista a otro; y entonces, este
pueblo, el conquistador, es el vencedor. El otro, el vencido, es el pueblo
conquistado. Esto es sencillo y comprensible para todos. ¿Pero qué pasa
con la cultura de esos pueblos? Esto no es tan simple. Si el pueblo
vencedor es más culto que el pueblo vencido, impone a éste su cultura.
Pero en caso contrario, el pueblo vencido impone su cultura al vencedor.
¿No ha pasado algo parecido en la capital de la República Socialista
Federativa Soviética Rusa (RSFSR)? ¿No han caído los 4.700 comunistas
(casi una división completa, y todos los mejores) bajo la influencia de una
cultura extraña? Es cierto, se podría tener la impresión de que los
vencidos tienen un alto nivel de cultura. Nada de eso. Su cultura es
miserable, insignificante, pero, sin embargo, [en materia de administración
de empresas] es de un nivel más elevado que la nuestra. Por deplorable y
mísera que sea, es mayor que la de nuestros dirigentes comunistas
responsables, porque estos no tienen suficiente habilidad para dirigir.
Los comunistas ubicados al frente de instituciones —que delegan
funciones en esos hábiles saboteadores para utilizarlos como escudo—
son, con frecuencia, burlados. Es una confesión muy desagradable, o, por
lo menos, no muy agradable, pero que considero necesaria, pues en la
actualidad, este es el nudo del problema. (...) ¿Entenderán los [4.700]
comunistas responsables de la RSFSR y del PCR que no saben dirigir,
que ellos, que creen dirigir, son en realidad dirigidos? Si lo entienden
aprenderán, porque, como es natural, este trabajo se puede aprender.
Pero para aprenderlo es necesario estudiar con ahínco, y nuestra gente
no lo hace. Esparcen a derecha e izquierda órdenes y decretos, pero el
resultado es muy diferente de lo que quieren [“Querer y no poder por no
saber: creer, creer y creer”]>>. (V.I. Lenin: Op. cit. 27 de marzo de 1922.
En Obras Completas Ed. Akal/1978. Tomo Pp. 257 Cit. El subrayado y lo
entre corchetes nuestro)
Así fue como los explotadores burgueses rusos de antaño, en las ciudades y en el campo,
cambiaron de piel adoptando la figura del burócrata estatal soviético, pugnando por minar la
revolución desde dentro mismo de la revolución. A partir de ese momento y bajo tal condición
necesaria impuesta por las circunstancias post-revolucionarias, la posibilidad de la
contrarrevolución capitalista en la URSS, de abstracta por no previsible que lo había sido entre
1917 y 1918, se fue convirtiendo en real a medida que la burocracia estatal pro-capitalista de ese
país, estaba procediendo lenta, paulatina y subrepticiamente a expropiarle al proletariado el
poder político. Un proceso que, según veremos, culminó con el encumbramiento de Stalin y su
camarilla a la más alta jerarquía del poder partidario, en trance de férrea y despótica
centralización política, lo cual facilitó la tarea de absorción del partido revolucionario, por el
Estado soviético burocratizado en manos de esa camarilla. Un proceso cuyo resultado puede
verse hoy en lo que ha llegado a ser la vida social en ese país, bajo el gobierno presidido por el
multimillonario déspota y corrupto ruso, llamado Vladimir Putin; erigido sobre la voluntad
política de una base social igualmente corrompida ideológicamente: millones de asalariados rusos
que le votan, soñando con alcanzar ese tipo de paradigmas. Tal como sucede con los pescados,
que siempre comienzan a pudrirse por la cabeza.
El capitalismo de Estado en el campo
Durante el período de la NEP (Nueva Política Económica), presidida por la táctica de
alianza obrero-campesina, Lenin explicó por qué las cooperativas desempeñaban un papel central
para la construcción del socialismo en las condiciones objetivas de la URSS. Lo hizo en ese
mismo XIº Congreso del Partido. En su informa político al Comité Central, decía que la historia
de una revolución se hacía como una cadena, donde cada acontecimiento puede ser un eslabón.
Pero para conseguir que la cadena de la revolución no se rompa e interrumpa, no es cuestión de
elegir al azar añadiéndole cualquier acontecimiento y asirse a él. Cada uno de esos eslabones
debe ser un acontecimiento fundamental, el centro de gravedad histórico en torno al cual giraran
todos los demás en cada período. En esto consistía el arte político. Y explicaba: << ¿Cuál fue el acontecimiento central de 1917? La salida de la guerra (mundial. El
tratado de paz con Alemania). El pueblo entero lo exigía y esto eclipsaba todo lo demás.
La Rusia evolucionaria logró salir de la guerra. Costó tremendos esfuerzos, pero se
satisfizo la reivindicación principal del pueblo, y eso nos dio el triunfo por muchos
años. El pueblo entendió, los campesinos vieron, cada soldado que regresó del frente
comprendió que el poder soviético era un gobierno más democrático, el que estaba
más cerca de los trabajadores. Por muchas tonterías y torpezas que hayamos
cometido en otras esferas, el hecho de que entendimos cual era la tarea principal,
demostró que todo era acertado>> (Op. cit.)
Seguidamente formuló otra pregunta: ¿Qué era lo esencial en 1919 y 1920 durante la guerra
civil que enlazó con la guerra mundial, cuando detrás de los Guardias Blancos rusos del zarismo
seguían estando las potencias imperialistas, amenazando con aniquilar el proceso revolucionario?
Y contestó: <<La resistencia militar. La poderosa Entente marchaba contra nosotros, nos
estrangulaba. En cuanto a eso, no se necesitaba propaganda. Cada campesino
apartidista comprendía qué pasaba. Volvían los terratenientes. Los comunistas
sabían cómo luchar contra ellos. Por eso la mayoría de los campesinos siguió a los
comunistas, por eso triunfamos>>. (Ibíd)
En enero de l923, una vez pasado ese período traumático y turbulento de la guerra mundial
y la guerra civil, pero todavía bajo sus dolorosas consecuencias, la revolución, obligada por las
circunstancias, debía “retroceder ordenadamente”. Así fue como en la industria, el paso atrás se
dio arrendando parte de las empresas expropiadas a sus antiguos propietarios, en su mayoría
medianas y pequeñas; en cuanto a las grandes, la propiedad de una parte de ellas pasó a ser
compartida con el capital privado, al tiempo que para gestionar las que siguieron íntegramente
administradas por el Estado, a falta de personal cualificado fue creada la figura del “nepman”,
encarnada en ex propietarios capitalistas a sueldo.
Y en lo que compete a la industria rural, el Estado proletario avanzó sobre la idea de
reemplazar la confiscación de cosechas por el impuesto en especie, al mismo tiempo que se
promocionó el tipo de organización de la producción en cooperativas agrarias. A todo esto
aludió Lenin en mayo de 1923, demostrando que este tipo de organización social de la producción
es compatible con la táctica transicional que exige la alianza obrero-campesina, en dirección a
crear las condiciones históricas futuras para hacer realidad la estrategia del socialismo: <<Y el objetivo económico de este trabajo educativo entre los campesinos, es
organizarlos en cooperativas. Si se hubiera organizado a todos en cooperativas, ahora nos
afirmaríamos con ambos pies en terreno socialista>>. (V. I. Lenin: “Sobre el
cooperativismo” Obras Completas Ed. Cit. T. XXVI Pp. 502).
18. Los últimos combates de Lenin (1921- enero 1924)
En el apartado anterior, siguiendo a Lenin, nos dedicamos a exponer las causas ajenas y por
completo extrañas a toda racionalidad y a la lógica de la revolución, que amenazaban con disolver
el naciente socialismo en el ya decadente pero todavía vivo capitalismo ruso. Nos referimos a los
desastres económicos y humanitarios ocasionados por la guerra mundial y la guerra civil que le
sucedió, cuya conmoción política deliberadamente provocada por el capital imperialista para
derrotar la revolución en Rusia, se tradujo en desavenencias al interior del Partido bolchevique.
Según la teoría de la revolución permanente diseñada por Marx en 1848 —acorde con la
Ley General de la Acumulación capitalista a la cual aludimos ya en los capítulos 07 y 14—, el
primer momento de su desarrollo político pasaba por la dictadura democrática del proletariado
en alianza táctica con el campesinado pobre y medio, sobre la burguesía, una colaboración
política que debía mantenerse al interior de las estructuras del Estado, hasta tanto se crearan las
condiciones para pasar a su fase propiamente socialista. Y teniendo en cuenta que el carácter
transitorio del Estado democrático revolucionario, había sido concebido e instaurado bajo las
directivas políticas emanadas del Partido, ergo el Estado no podía dejar de ser un instrumento
suyo, cuya estabilidad, a su vez, dependía de la estabilidad en sus órganos de dirección,
especialmente del Comité Central, donde su democracia interna debía impedir toda desviación
política de la línea teórica revolucionaria científicamente trazada.
Pero dado que la guerra civil había sido desatada por el capitalismo imperialista,
precisamente para debilitar el proceso revolucionario con vistas a su derrota estratégica, pues
sucedió que toda esa presión bélica disolvente ejercida por el capitalismo imperialista desde
fuera, acabó trasladándose a las estructuras internas del Estado y, desde allí, a los órganos de
dirección del Partido. Nos referimos a la crisis general que reinó en Rusia a comienzos de 1921,
cuando la desmovilización de varios millones de soldados que retornaban tras el triunfo de la
revolución en la guerra civil, indujeron a las rebeliones campesinas en Siberia y en Tambov,
donde un ejército de 40.000 campesinos se insurreccionó contra el poder soviético, y las huelgas
obreras de enero de 1921 paralizaron Moscú y Petrogrado en febrero. Sin olvidar que durante ese
duro invierno, los habitantes de la desolada Petrogrado se quedaron sin calefacción y una dieta
alimenticia de 400 gramos de pan negro al día, padeciendo un hambre que asolo zonas enteras
del Volga medio, y que sólo en ese año afectó a cinco millones de personas, quienes en algunos
casos fueron empujados a incluso a practicar el canibalismo68. La miseria en cualquier sociedad,
la divide e induce al “sálvese quien pueda”.
Esta tendencia a al fraccionamiento en la base social rusa, explica que durante el X
Congreso del P.C. (b) R. celebrado entre el 8 y el 16 de marzo de 1921, se hubiera trasladado a
sus cúspides políticas, llegando al extremo de que el librepensador marxólogo David Riazanov,
un baluarte de la libertad incondicional de expresión, en esos momentos totalmente inconsciente
de las consecuencias prácticas de sus proposiciones teóricas69, desde la llamada “oposición
obrera” hiciera seguidismo de las posiciones adoptadas por Aleksandr Shliápnikov y
Alexandra Kollontai, proponiendo incluso la formación de sindicatos con políticas
independientes.
Lenin, por el contrario, plenamente consciente de que tales posiciones fortalecían la
estrategia burguesa contrarrevolucionaria de destruir la cohesión de la clase obrera para poder
volver a dominarla, propuso prohibir las fracciones políticas y no solo en los sindicatos, sino
al interior del Partido, muy especialmente en su Comité Central. Una necesidad
impostergable, cuyas causas excepcionales insinuó en su discurso de apertura: <<El paso de la guerra (mundial) a la paz —que ya saludamos en el anterior
Congreso del Partido y según el cual tratamos de organizar nuestro trabajo— está
aún lejos de haber terminado. Y todavía hoy nuestro partido se encuentra ante
tareas increíblemente difíciles, que no solo se refieren al plan económico —en el que
cometimos no pocos errores— o a las bases de la construcción económica, sino
también a las bases de las relaciones entre las clases que siguen existiendo en nuestra
sociedad, en nuestra República Soviética. Estas relaciones sufrieron un cambio, y
este debe ser —pienso que todos ustedes estarán de acuerdo—, uno de los principales
problemas para examinar y resolver aquí.
Camaradas, hemos atravesado un año excepcional; nos permitimos el lujo de
discusiones y controversias dentro de nuestro partido. ¡Para un partido rodeado de
enemigos, de enemigos muy fuertes y poderosos que agrupan a todo el mundo
capitalista, para un partido que lleva sobre sí una responsabilidad sin precedente,
éste fue un lujo verdaderamente asombroso! (…) Nuestra tarea ahora es mostrar
que, aunque acertada o desacertadamente, en el pasado nos hayamos permitido ese
lujo, debemos salir de esta situación, de tal manera que, habiendo examinado como
es debido la extraordinaria abundancia de plataformas, matices, pequeños matices
y semimatices de opinión que han sido formulados y discutidos, en el congreso de
nuestro partido podamos decirnos: de cualquier modo, por mucho que la discusión
se haya extendido hasta ahora, por mucho que hayamos disputado entre nosotros —
y estando enfrentados a tantos enemigos— la tarea de la dictadura del proletariado
en un país campesino es tan inmensa y difícil, que no basta la cohesión formal (la
presencia de ustedes en este Congreso es un índice de que tenemos mucha) . Nuestros
esfuerzos deben ser más cohesionados, más armónicos que antes, no debe existir ni
la más pequeña huella de fraccionalismo; cualquiera sea la forma en que se haya
manifestado hasta ahora no deben quedar ni rastros de él>>. (V. I. Lenin: Discurso
de apertura del X Congreso del Partido bolchevique. 08/03/1921. Obras Completas T.
XXXV Pp. 12/13)
En ese momento, la organización contaba con 730.051 miembros. Desde entonces, el 20%
de ellos fueron expulsados por arribistas, corruptos y prevaricadores. Las sucesivas purgas
redujeron sus efectivos a 514.800 en 1922, 485.200 en 1923 y 472.000 en 1924:
68 Por esos días los insurgentes llegaron incluso a plantearse desplazar al Partido Comunista Ruso del poder, mientras la revista “Times” desde Londres, en sus ediciones
de la tercera decena de marzo anunciaba la caída del bolchevismo y la huida de Lenin y de Trotsky del Kremlin. 69 Cfr. V. I. Lenin: “Informe sobre la unidad del partido y la desviación anarco-sindicalista”. 16/03/1921. En Obras Completas Ed. cit. T. XXXV Pp. 93.
<<En Bujará, al eliminar en 1922 a comerciantes y traficantes, el número de
afiliados se redujo de 16.000 a menos de un millar. Sin embargo, a finales de 1923
un miembro del partido de cada tres, era miembro de un comercio, de un taller o de
una granja>>. (Cfr. Jean-Jaques Marie: “Stalin” Ed. cit. Cap. XII Pp. 286)
Tras sostener una conversación con Lenin en la que éste le convenció de su equivocación,
pero que parece haber quedado olvidada entre las 800 páginas escritas en ruso sobre ese X
Congreso, Riazanov propuso prohibir indefinidamente la elección de delegados según distintas
plataformas electorales. Pero se volvió a equivocar, porque: <<Lenin pidió entonces la palabra y le respondió: "El presente congreso no puede
condicionar la elección de delegados (que siga siendo válida) para los próximos. ¿Y si
surgiera una cuestión como, por ejemplo, la paz de Brest [Litovsk]?". Lenin se
refiere al acuerdo de paz con Alemania (firmado en marzo de 1918) tras la toma del
poder, que provocó la aparición de tres fracciones internas en el partido, durante el
primer invierno del gobierno soviético. En su respuesta aparece expresado el
carácter condicional y temporario de la prohibición, hasta que las circunstancias la
hicieran innecesaria o la volvieran una traba para la libre discusión. La moción de
Riazanov fue rechazada>> (Diego Crenzel. Lo entre paréntesis nuestro).
He aquí ratificado el criterio científico-metodológico de proceder políticamente, según el
previo análisis teórico concreto de cada realidad concreta. Un año después, durante la primera
reunión del Comité Central del partido tras el XIº Congreso del PC (b) R., el 22 de abril de 1922
Stalin fue elegido Secretario General, conservando sus anteriores cargos de Comisario para los
asuntos de las nacionalidades y de la inspección obrero-campesina. Trotsky en “Mi vida”, dejó
dicho que: ese nombramiento de Secretario General se le otorgó “a iniciativa de Sinóviev y contra
la voluntad de Lenin”; otros afirmaron que: “a propuesta suya”. Un cargo del mayor rango que
Lenin no llegó a desempeñar jamás. Fue el momento en el que, paradójicamente, Lenin se hallaba
empeñado en una firme ofensiva contra el aparato del partido, al que veía en franca deriva hacia
la burocratización totalitaria destructiva de la revolución, habiendo concluido en que el
núcleo duro de la tendencia burocrático-totalitaria de la Rusia soviética, estaba en el Comité
Central.
Durante una reunión con la fracción comunista del sindicato metalúrgico de toda Rusia en
Moscú, el 6 de marzo de 1922, Lenin criticó duramente a los gestores estatales comunistas,
infectados por el virus burocrático y corrupto, informándoles a modo de advertencia que: <<La depuración ha expulsado del partido a unos cien mil timadores y ladrones.
Pero eso no basta>> (V.I. Lenin: “La situación internacional e interna de la República
Soviética” Obras completas Ed. Cit. T. XXXVI Pp. 172) Y seguidamente manifestó su firme deseo y propósito, de que en el próximo Congreso del
Partido: <<…sufran la misma suerte decenas de miles de militantes que, al día de hoy, sólo
saben organizar reuniones, pero no el trabajo eficaz. Nuestro peor enemigo interno
es el burócrata, y burócrata es el comunista que ocupa un puesto de tipo soviético
responsable (y también irresponsable) (…) que no aprendió a combatir la lentitud
burocrática, el papeleo; no es capaz de combatirla, la oculta. Debemos librarnos de
ese enemigo, y lo conseguiremos con la ayuda de todos los obreros y campesinos con
conciencia de clase. Toda la base de obreros y campesinos marchará como un solo
hombre tras el destacamento de vanguardia del partido comunista contra ese enemigo,
ese desorden y esa indolencia al estilo Oblómov ¡Hemos de desembarazarnos de este
enemigo! No debe haber la menor vacilación en este asunto>> (Op. cit.)
El problema de la tendencia a la rusificación imperial de la futura URSS.
Entre los años 1920 y 1921, la prevista estructuración de la URSS pasaba por el trance de
ser una relación indefinida, entre seis repúblicas nacionales: Ucrania, Bielorrusia, Georgia,
Azerbaidjan, Armenia y la Federación rusa. Una confederación que funcionaba en base a un
régimen igualmente provisorio de colaboración en materia económica, defensa y política con el
exterior al conjunto, actuando a través de los Comités Centrales de sus correspondientes Partidos
Políticos Nacionales que dirigían los gobiernos locales. Todos ellos con representación en —y
sometidos a— la autoridad de un Comité Central con sede en Moscú, donde las tres repúblicas
caucásicas: Abjasia, Osetia del Sur y Georgia, todavía no habían pasado a ser parte del régimen
soviético.
Y este fue el problema. Las dos primeras se incorporaron en 1920. En cuanto a Georgia, lo
hizo en 1921 tras ser conquistada en lucha contra los mencheviques por el Ejército Rojo con el
apoyo de su población obrera, dirigida por los comunistas locales organizados en el Partido
Kavbjuro, cuyo líder era el georgiano Sergó Ordzhonikidze: <<En 1921, Lenin, por razones de eficacia, apremia al Kavbjuro para que
proceda a la unificación económica de las tres repúblicas, sobre todo en lo que
respecta a las comunicaciones, los correos y el comercio exterior, dentro del marco
de una Federación Transcaucasiana, en que la dirección regional del Partido será
rebautizada con el nombre de Zakkrajkom. Ordjonikidze se consagra con celo a esta
tarea, en la que despliega toda la experiencia adquirida y algunos de los métodos
aprendidos en el curso de la guerra civil y las conquistas>>. (Moshe Lewin: Ed. cit.
Pp. 24)
Pero en los “comunistas” georgianos, su nacionalismo pequeñoburgués prevalecía sobre
el internacionalismo proletario, un prejuicio de clase capitalista que también había arraigado
en el espíritu de Stalin desde su adolescencia en ese, su país natal, que luego y según su propia
conveniencia y aspiraciones absolutistas, se convirtió en chovinismo gran ruso que condicionó
su comportamiento político hasta el fin de sus días.
Ese prejuicio tan íntimamente vinculado al concepto clasista burgués de la propiedad
privada, le impedía a los georgianos comprender, que el régimen soviético, en tanto que
integrador político de distintas nacionalidades pertenecientes a una misma clase de
extracción proletaria, no está reñido con el concepto geopolítico democrático del derecho a la
autodeterminación nacional, y que la vigencia de este derecho hace a la coexistencia pacífica y
democrática de distintos gobiernos dentro de un mismo país, en lo que se conoce por régimen
federal70: <<Deseosos de obtener apoyo popular en este Cáucaso donde los sentimientos
nacionales y nacionalistas eran tenaces y habían sido reavivados recientemente por
la experiencia de la independencia bajo un gobierno menchevique que acababa de
ser derrocado por la fuerza, los comunistas georgianos, con un equipo dirigente
valioso, afirmaban con más fuerza que cualquier otro grupo nacional del Partido, el
principio de la independencia dentro del marco del sistema soviético>>. (Moshe
Lewin: Ed. Cit. Cap. IV)
70 La doctrina burguesa de la autodeterminación nacional, se limita al reconocimiento del derecho de cada nación a su autodeterminación política formal, es decir, a separarse y decidir su vida respecto del resto. Pero dado que el poder político en todas partes no es más que el poder económico concentrado, y que la propiedad privada
sobre los medios de producción determina un reparto desigual de la riqueza entre los habitantes de cada nación, resulta que esa desigualdad económica inevitablemente
se traduce en una desigual libertad política entre ellos, convirtiendo así la autodeterminación nacional en un timo, un reducto dictatorial de sometimiento político por parte de las minorías más opulentas sobre las menos favorecidas, que precisamente por eso se les impide el derecho a la independencia. Esto es lo que hoy está sucediendo
en la relación entre el Estado Central español y Catalunya. En esta dinámica consiste el derecho burgués a la autodeterminación nacional. Para los bolcheviques, la
genuina autodeterminación de las nacionalidades residía en el pleno ejercicio democrático del derecho a la secesión. Cuanto más se acerca el Estado en su ejercicio democrático, a la plena libertad de secesión, más raros y débiles serán en la práctica los esfuerzos en pro de la separación, ya que las ventajas de los grandes Estados
son indudables desde el punto de vista del progreso económico y del interés general. Así lo daba a entender Lenin ya en julio de 1913 siguiendo a Marx, en su “Tesis
sobre el problema nacional”. Pero esta realidad es imposible bajo regímenes capitalistas, cuya lógica se basa en el cada vez más desigual reparto de la riqueza y el poder.
Sucedió, pues, con estos “comunistas” georgianos, que por no ser precisamente comunistas
prefirieron ignorar el concepto revolucionario de autodeterminación del proletario, es decir,
los derechos de una clase social que vivía en distintos territorios nacionales, pero que las
circunstancias le impulsaban a luchar unidos por alcanzar su emancipación como clase social
explotada y oprimida. Y para hacer valer esa estrecha preferencia suya de clase burguesa o, más
exactamente, pequeñoburguesa, esos “comunistas” decidieron poner el carro de la historia
delante de los caballos, proclamando el concepto de independencia de una población que, sin
distinción de clases sociales, vivía en un mismo territorio nacional.
Se rebelaron contra los tratados bilaterales entre la Federación rusa y cada una de las otras
cinco repúblicas, que sellaron la colaboración en materia económica, de defensa y política
exterior. En la misma vesánica propensión a invertir el signo político del proceso revolucionario
demostraba seguir Stalin, desde que —según hemos visto— conspirara con Kámenev estando a
cargo del Consejo de redacción del “Pravda” a principios de 1917. ¡En la misma! En este caso,
desde que el 11 de agosto de 1922 se creara la comisión encargada de redactar un proyecto de
reglamento que rigiera las relaciones entre las seis repúblicas autónomas. Al propio Stalin se le
encargó de redactar el texto del proyecto y así lo hizo, donde entre otras cláusulas se estipulaba, “que el gobierno de la República Rusa, su Comité Ejecutivo Central (V.C.I.K.) y su Sovnarkom,
conformarían en lo sucesivo el gobierno del conjunto”. O sea, que Rusia concedía a las demás
repúblicas una muy limitada autonomía. Toda una provocación al acendrado nacionalismo
pequeño burgués georgiano, en vez de combatir ese prejuicio concediéndoles plena libertad para
auto-determinarse dentro de la federación. E inmediatamente Stalin se apresuró a que el Buró de
organización aprobara ese documento, sin haberlo puesto previamente a consideración de Lenin,
con el falso pretexto de “ahorrarle trabajo”:
<<El texto de Stalin fue enviado a los Comités Centrales de cada Partido de las
Repúblicas; mereció la aprobación de los de Azerbaidjan y de Armenia, dirigidos
por hombres incondicionales, pero fue mal recibido por el resto. El Comité Central
de Bielorrusia respondió que prefería unas relaciones basadas como hasta entonces
en tratados bilaterales. Según nuestras fuentes, Ucrania no habría tomado posición,
pero no se nos explica el por qué. La respuesta de los georgianos fue clara: estaban
en contra. La sesión de su Comité Central del 15 de septiembre decidió: “La
unificación propuesta sobre la base de las tesis del camarada Stalin, bajo la forma
de una autonomización de las repúblicas independientes, debe considerarse
prematura. Por el contrario, la unificación de los esfuerzos económicos y de la
política común debe considerarse indispensable, pero salvaguardando todos los
atributos de la independencia”>>. (Moshe Lewin: Ibíd. Subrayado nuestro).
La República de Georgia naturalmente rechazó ese texto, con todos los votos a favor de
sus representantes menos uno. O sea, que según la literalidad de su respuesta, los georgianos no
se contentaban con ejercer el derecho a independizarse de la Confederación —que lo tenían—
sino que considerando “indispensable” la unidad en la adopción de los acuerdos económicos y
políticos, al reivindicar para sí todos los atributos de la independencia, es decir, plena y
absoluta para cada miembro de la Federación, exigían la unanimidad como condición para
ejecutarlos sin ruptura de la unidad. Nada de mayorías sobre minorías, vinieron a decir. Todo un
órdago a la grande lanzado indirectamente contra la camarilla de Stalin.
Cuando ese texto le llegó a Lenin, notó en él al leerlo un deliberado y provocador resabio
del chovinismo imperial ruso, muy poco oportuno y, además, sospechoso en quien pasara por ser
un acendrado patriota georgiano como Stalin: <<Durante su niñez, Iósif se maravillaba con las historias que leía sobre los
montañeses georgianos que luchaban valientemente por la independencia de
Georgia. Su héroe favorito en estas historias era un explorador montañés legendario
de nombre Koba, que fue el primer alias utilizado por Stalin como revolucionario>>.
(Wikipedia).
Vislumbrando sus posibilidades personales de promoverse a las más altas cotas del poder,
Stalin olvidó su anterior querencia y había mutado de nacionalista georgiano a burócrata
nacionalista Panruso Imperial precursor de una saga, cuyo culmen está hoy encarnado en su actual
mandatario, el magnate multimillonario Vladimir Putin.
Al dar su opinión en carta dirigida a L. B. Kámenev —con la recomendación de que la
participe con los demás miembros del Buró político del Comité Central del P.C. (b) R— Lenin
se contuvo diplomáticamente, limitándose a considerar poco edificante cualquier apelación a la
herencia imperialista del zarismo, y que no hay razón para precipitarse temiendo que las tensiones
nacionalistas amenacen el frágil equilibrio político en la naciente URSS. Con tal fin, le trasmitió
que había estado hablando con Stalin, al que le propuso revisar su texto y que: <<Stalin ya aceptó hacer una concesión (a los georgianos): en el § 1, en vez de
“incorporación” a la República Socialista Federativa Soviética Rusa (RSFSR),
decir: “Unificación formal, junto con la RSFSR, en la unión de repúblicas soviéticas
de Europa y Asia”.
Espero que el espíritu de esta concesión sea claro; nos declaramos iguales con la
República Socialista Soviética (RSS) de Ucrania y con las otras, y juntas, en igualdad
con ellas, entramos en una nueva unión, en una federación, la “Unión de Repúblicas
Soviéticas de Europa y Asia”.
En ese caso, el § 2 también debe ser modificado. Algo así como crear,
paralelamente con las sesiones del Comité Ejecutivo Central (CEC) de toda Rusia
de la RSFSR. (…)
Lo importante es que no demos motivos a los “independentistas”, que no
destruyamos su independencia, sino que organicemos otro nuevo piso, la Federación
de Repúblicas iguales en derechos….>> (V.I. Lenin: “Sobre la formación de la URSS”.
Obras Completas T. XXXVI Pp. 357-58)
El 6 de octubre de 1922, tras venir soportando durante días fuertes dolores en una muela
que flojeaba por su raíz infectada, Lenin remitió a Kámenev una nota manuscrita, donde con toda
intención metafórica le dice:
<<Camarada Kámenev: Declaro una guerra a muerte contra el chovinismo gran ruso. Lo comeré con
todas mis muelas sanas en cuanto me libere de la maldita muela.
Es indispensable insistir en que presidan por turno en el Comité Ejecutivo Central
(CEC) de la Federación,
un ruso
un ucranio
un georgiano, etc.
¡Indispensable!
Suyo: Lenin>> (Obras Completas. Ed. Cit. Pp. 360).
Finalmente, el tratado sobre la formación de la URSS fue aprobado y firmado el 30 de
setiembre de 1922 por todas las delegaciones, según las correcciones de Lenin al proyecto de
Stalin.
El intento de derogar el monopolio del Estado sobre el comercio exterior. <<La pequeñoburguesía opone resistencia a cualquier intervención
del estado, contabilidad y control, tanto capitalista de Estado como
socialista de Estado. Ese es un hecho de la realidad absolutamente
incontrovertible, en cuya incomprensión está la raíz de varios
errores económicos. El especulador, el merodeador del comercio, el
saboteador del monopolio (estatal): ése es nuestro principal enemigo
“interno”, el enemigo de las medidas económicas del Poder
Soviético>>. (V. I. Lenin: “El Impuesto en especie” Marzo de 1921
A fines de marzo de 1921, durante el XIº Congreso del PC (b) R Lenin decía que, desde el
punto de vista de los objetivos de la revolución socialista, la Nueva Política Económica (NEP)
suponía un retroceso hacia el capitalismo. Y paradójicamente citaba al liberal-nacionalista
burgués austríaco, Otto Bauer, cuando refiriéndose a la actualidad política en Rusia decía: <<“¡Vean cómo retroceden ahora hacia el capitalismo! Nosotros hemos dicho
siempre que la revolución era burguesa”…>> (V. I. Lenin: Obras Completas Ed. cit.:
T. XXXVI Pp. 251)
Burgués era el retroceso causado por la guerra de rapiña y la subsecuente guerra civil.
Bauer confundía el necesario y obligado retroceso económico táctico del Estado en Rusia, como
si fuera un retroceso político, ignorando que al adoptar la NEP y sus medidas de política
económica, como fue el caso del monopolio estatal sobre el comercio exterior, la revolución
socialista se fortalecía políticamente, no sólo táctica sino incluso estratégicamente. En realidad,
esa medida bajo las dificilísimas condiciones de vida en la Rusia soviética, fue una ofensiva
política prevista y calculada, en la medida que favorecía y preservaba la subsistencia del
Estado proletario, bajo las condiciones económicas determinadas por la Guerra mundial y la
guerra civil causada por las potencias imperiales. A continuación explicaremos el porqué de todo
esto.
En ese XIº Congreso del Partido Comunista Soviético Ruso, Lenin dio por terminado el
retroceso económico de la revolución tan celebrado por Bauer. Se trata ahora —dijo allí— de
reagrupar nuestras fuerzas. Con tal fin se había convocado ese Congreso, donde Lenin proponía
no filosofar, sino abocarse a demostrar la verdad sobre la realidad con “esfuerzos prácticos”;
aprender a trabajar con criterio y más eficacia política que los capitalistas. Y dirigiéndose a los
delegados asistentes explicaba el funesto significado y consecuencias de exponer la naciente
revolución al “libre comercio” burgués, sin interferencias estatales: <<Los capitalistas (extranjeros) crean un vínculo económico con los campesinos para
enriquecerse (mutuamente a expensas del Estado revolucionario y de los asalariados):
ustedes deben crear un vínculo con la economía campesina para reforzar el poder
económico de nuestro Estado proletario. Ustedes tienen una ventaja sobre los
capitalistas, pues el poder estatal está en sus manos; ustedes tienen a su disposición
una serie de medios económicos, sólo que no saben hacer uso de ellos. Miren las cosas
más serenamente, desdeñen el oropel, la solemne vestidura comunista; aprendan
sencillamente una cosa sencilla; entonces venceremos al capitalista privado.
Tenemos el poder político; tenemos una gran cantidad de medios económicos. Si
vencemos al capitalismo y creamos un vínculo con la economía campesina, nos
convertiremos en una fuerza absoluta invencible. Entonces la construcción del
socialismo no será cuestión de esa gota de agua en el mar llamada Partido
Comunista, si no tarea de todas las masas trabajadoras. Entonces los simples
campesinos verán que los ayudamos y marcharán con nosotros. Por consiguiente,
aunque su paso sea cien veces más lento, será en cambio un millón de veces más
firme y seguro>>. (V. I. Lenin: 09/11/1921. Obras Completas Ed. Cit. Pp. 254)
Con este discurso, Lenin destruyó todos los argumentos expuestos durante la Conferencia
Económica del Báltico, reunida en Riga entre el 28 y el 31 de octubre de 1921, donde se proclamó
la desnacionalización del comercio exterior y a la que asistió Vladimir Pavlovich Miliutin de
ascendencia menchevique como representante de la RSFSR, quien de regreso a Moscú
inmediatamente presentó un informe al Buró político del Comité Central sobre este problema,
donde propuso la derogación del monopolio sobre el comercio exterior.
Leído ese informe de Miliutin, el mismo día 09 de noviembre, Lenin cursó una nota
dirigida a V. M. Mijáilov71 con un proyecto de resolución del Buró Político del Comité Central
del P.C (b) R, donde le dijo: <<Camarada Mijáilov: Le propongo que haga circular ésta entre los miembros
del Buró Político.
Mi opinión personal: Debemos rechazar todo el plan de V. Miliutin, porque no
sirve para nada y es totalmente infundado. Lenin>>. (Obras completas Ed. Cit. Pp.
20)
El 10 de noviembre a proposición de Lenin, el Buró político rechazó la propuesta de
Miliutin. Cuatro meses después, a raíz de lo actuado durante la Conferencia Económica y
Financiera Internacional celebrada en Génova, entre el 10 de abril y el 19 de mayo de 1922, a la
que asistió Adolph Abramovich Ioffe como representante de la RSFSR, Lenin elaboró un
proyecto de resolución para ser aprobado por el Comité Ejecutivo Central, donde propone que la
República Soviética se pronuncie ante los foros internacionales, para que se reconozca: <<…la igualdad de derechos de los dos sistemas de propiedad (el capitalista de
propiedad privada y el de propiedad comunista, que existe por ahora solo en la
RSFSR) socialista (capitalista y socialista)>>. (V. I. Lenin: Obras Completas T. XXXVI
Pp. 340).
<<La legación rusa ha venido (a esta Conferencia) en interés de la paz y de la
reconstrucción. Rusia conserva los principios comunistas, pero admite la existencia
paralela de otros principios diferentes. La colaboración de los dos sistemas es
necesaria. Dice que las condiciones de Cannes imponen el respeto mutuo. Los
delegados (soviéticos) no harán propaganda. Quieren negociar prácticamente con
todos los gobiernos a base de reciprocidad e igualdad. La reconstrucción europea
exige coordinación de esfuerzos y sacrificios de todos los pueblos de Europa y aún
del mundo. La reconstrucción de Rusia es indispensable, y ella está dispuesta a abrir
sus fronteras y hacer concesiones mineras y agrícolas. La delegación presentará un
proyecto preciso y realizable. Rusia está dispuesta a contribuir a la consolidación de
la paz en la medida de la seguridad de sus fronteras y de la libertad interior>>.
(Subrayado nuestro. Cfr: “La Vanguardia”: 04/12/1922. Ver segunda columna).
En esos momentos, el nuevo Estado revolucionario estaba empeñado en hacer realidad el
Plan de electrificación de Rusia y la reconstrucción de la industria pesada, requisitos sin los
cuales era imposible superar el atraso económico y desarrollar la industria nacional en su
conjunto. Cabe recordar aquí que, en diciembre de 1920 durante el VIII Congreso de los Soviets
de toda Rusia, Lenin formuló allí una importantísima tesis: “El comunismo es el Poder soviético
más la electrificación de todo el país”. Las ideas de Lenin al respecto de la electrificación,
inspiraron el famoso Plan GOERLÓ.
En marzo de 1921, Stalin remitió a Lenin una carta laudatoria, que merece ser reproducida
íntegramente porque no tiene desperdicio: <<En los tres últimos días he tenido la posibilidad de leer la recopilación “Plan de
electrificación de Rusia”72. La enfermedad me ha ayudado (¡no hay mal que por bien no
venga!). Es un libro excelente, bien hecho. Es el esbozo magistral de un plan económico
realmente único y realmente estatal (sin comillas). Es el único intento marxista en nuestro
tiempo de colocar bajo la superestructura soviética de la Rusia económicamente atrasada
una base técnica y de producción efectivamente real y la única posible en las condiciones
actuales.
Recordará usted el “plan” de Trotsky del año pasado (sus tesis) para el resurgimiento
económico” de Rusia sobre la base de aplicar en gran escala a los escombros de la industria
71 V. M. Mijáilov (1894-1937): Miembro del Partido Bolchevique desde 1915. Después de la revolución democrático-burguesa de febrero de 1917, fue miembro del Soviet de diputados obreros de Moscú. Participó en a revolución socialista de octubre y en la guerra civil. Tras el X congreso del Partido pasó a ser Secretario del Comité
Central del P.C.(b)R. Desde 1922 Secretario del Comité de Moscú, secretario del Comité Revolucionario del P.C.(b)R de Zamoskvorechye; presidente del sindicato de
la provincia de Moscú. Desde 1929 ocupó cargos en organismo económicos.
72 La recopilación “Plan de electrificación de la R.S.F.S.R. Informe de la Comisión del Estado para la Electrificación de Rusia al VIII Congreso de los Soviets” fue
editada por la sección científico-técnica del Consejo Supremo de la Economía Nacional en diciembre de 1920.
de preguerra el trabajo de una masa obrera campesina no calificada (los Ejércitos del
Trabajo). ¡Qué mediocridad, qué atraso en comparación con el plan Goelró! Un artesano
medieval que se imagina ser un personaje de Ibsen, llamado a “salvar” a Rusia con una
vieja saga... ¿Y qué valor tienen las decenas de “planes únicos”, que aparecen
continuamente en nuestra prensa, para vergüenza nuestra? Infantil balbuceo de párvulos...
O el “realismo” pequeñoburgués (manilovismo en realidad) de Rykov, que sigue
“criticando” el plan Goelró y está hundido hasta las oreja en la rutina...
Mi opinión es:
1) no perder ni un instante más en habladurías sobre el plan;
2) comenzar inmediatamente a ponerlo en práctica;
3) subordinar a su puesta en práctica un tercio, por lo menos (dos tercios los llevarán las
necesidades “corrientes”), de nuestro trabajo de transporte de materiales y de hombres, de
restablecimiento de empresas, de distribución de la mano de obra, de aprovisionamiento, de
organización de las bases de abastecimiento y del abastecimiento mismo, etc.
4) En vista de que a los trabajadores del Goelró, con todas sus buenas cualidades, les falta
todavía practicismo sano (en los artículos se nota impotencia profesoril), hay que incorporar
forzosamente a ellos, en la comisión del plan, a hombres con práctica efectiva, de los que
actúan ajustándose al principio de “informar una vez terminada la misión”, “cumplir en el
plazo fijado”, etc.
5) Responsabilizar a “Pravda”, “Izvestia” y especialmente a “Ekonomícheskaia Zhizn”73 de
popularizar el “Plan de electrificación”, tanto en lo fundamental como en los detalles
concretos de los distintos lugares, recordando que sólo existe un “plan económico único”, el
“plan de electrificación”, y que todos los demás “planes” no son otra cosa que charlatanería
huera y perniciosa.
Suyo, Stalin>>.
Stalin pensaba como si para realizar cualquier proyecto, bastara con decidirse a ejecutarlo.
Para tal fin, proponía poner en movimiento recursos materiales y técnicos. Sí, muy bien. Pero en
las condiciones del país, como le dijera Bill Clinton a George Bush (padre) durante la campaña
electoral para las presidenciales de 1992: “Es la economía, estúpido”. Porque para todo eso,
había que disponer de recursos financieros suficientes de los que la Rusia soviética devastada
carecía.
En ese momento, Stalin ya había conseguido formar en torno suyo a una camarilla para
copar el poder del Estado en contra de los intereses del Partido y de la revolución, cuyo núcleo
duro estaba integrado, además, por Kámenev, Sinóviev, Miliutin, Nicolai Bujarin Sokólnikov y
otros menos relevantes. El primer paso en su intento de consumar tal estrategia de poder, lo dio
el 06 de octubre de 1922, cuando de modo sibilino el pleno del Comité Central decidió por
unanimidad, conceder la “autorización provisional” para la importación y exportación de
determinadas mercancías. Una estratagema que, para Lenin, constituía la punta de lanza tendente
a eliminar el monopolio del Estado sobre el comercio exterior.
A propósito, el día 13 de octubre de 1922, Lenin escribió un documento que, para darle al
mismo tiempo un carácter personal e institucional, tituló: “Carta a J. V. Stalin. Para los
miembros del CC del PC (b) R sobre el monopolio del comercio exterior. Al Secretario del CC.,
Camarada Stalin”, donde le bastaron pocas palabras para demostrar con absoluta rotundidad,
que sin esa medida fundamental de control sobre el comercio con el exterior, una parte de la
sociedad soviética se enriquecería a expensas del empobrecimiento del resto y, del propio
Estado en tanto que instrumento político de la revolución, impidiendo así conseguir esos recursos
que, según Stalin, parecían salir de la nada. ¿Cómo? Permitiendo que los campesinos exportaran
libremente mercancías que, en los mercados de países más desarrollados —dado el mayor tipo
de cambio de sus monedas respecto de la soviética—, se pagaban más caras que en el mercado
73 “Ekonomíchcskaia Zhizn” (“Vida Económica”): órgano diario de los Comisariados e instituciones de carácter económico y financiero de la R.S.F.S.R. Y de la U.R.S.S.
(Consejo Supremo de la Economía Nacional, Consejo de Trabajo y Defensa, Comisión Estatal de Planificación, Banco del Estado, Comisariado del Pueblo de Finanzas
y otros); se publicó desde noviembre de 1918 hasta noviembre de 1937.
interior ruso. Tal era el caso por entonces del lino, cuando el poder adquisitivo de la Libra era 3,5
veces mayor que el del Rublo74. Así: <<El lino cuesta en Rusia 4 rublos y medio, en Inglaterra cuesta 14 rublos. Todos
hemos leído en “El Capital” cómo el capitalismo se transforma interiormente y se
hace más audaz, cuando el porcentaje de interés y la ganancia crecen con rapidez.
Todos recordamos que el capitalismo es capaz de arriesgarse peligrosamente y que
Marx admitía esto mucho antes de la guerra (1914-17) y antes de que el capitalismo
comenzase sus “saltos” (desde la competencia perfecta hacia la competencia
monopólica). ¿Cuál es la situación ahora? ¿Qué fuerza es capaz de contener a los
campesinos y comerciantes ante negocios tan extraordinariamente ventajosos?
¿Cubrir a Rusia de una red de inspectores? ¿Agarrar al vecino de la oficina de
compras y demostrar que ha vendido el lino para la exportación clandestina? Las
paradojas del camarada Sokólnikov son siempre ingeniosas, pero debemos
reconocer la diferencia que existe entre las paradojas y la dura verdad. No hay en
absoluto en el campo ruso, posibilidad de “legalidad” ante un problema semejante
(…): una cosa es tratar con el contrabandista profesional de la frontera, y otra con
todo el campesinado que, en conjunto se defenderá y luchará contra las autoridades
que intenten privarlo de un beneficio “que le pertenece”.
Antes de haber tenido la posibilidad de comprobar el sistema de monopolio, que
apenas comienza a producirnos millones (y nos dará decenas de millones más),
introducimos un caos completo: estamos aflojando los soportes (económicos) mismos
que apenas hemos empezado a fortalecer>>. (V. I. Lenin: Obras Completas Ed. Cit. T.
XXXVI Pp. 364-65. El subrayado y lo entre paréntesis nuestros)
Lenin venía a decir aquí, que sin esos millones obtenidos al amparo del monopolio sobre
el comercio exterior durante la NEP, sería imposible abandonar la situación de atraso económico
causado en Rusia por la destrucción del imperialismo en su territorio durante la guerra mundial
y los guardias blancos en la guerra civil. Y hacer imposible tal propósito revolucionario era,
precisamente, el propósito contrarrevolucionario de los capitalistas y secuaces suyos, como Otto
Bauer, que acechaban a la revolución apelando a todos los medios posibles. Negándose a
comprender un problema tan simple, Stalin se negaba, pues, a que con la implantación del
monopolio sobre el comercio exterior, fuera resuelto en Rusia el problema de las pérdidas
derivadas de los intercambios, trasladándoselo a los ex capitalistas que actuaban de modo
contrarrevolucionario encubierto en la URSS, a través de los llamados “nepman’s” (hombres de
la NEP). Y Lenin reprochaba: <<Antes de haber tenido la posibilidad de comprobar el sistema de monopolio,
que apenas comienza a producirnos millones (y nos dará decenas de millones y más),
introducimos un caos completo: estamos aflojando los soportes mismos que apenas
hemos comenzado a fortalecer.
Hemos comenzado a organizar un sistema: tanto el monopolio del comercio
exterior como las cooperativas solo están en un proceso de organización. Dentro de
uno o dos años se verán algunos resultados. El beneficio proveniente del comercio
exterior proporciona elevados porcentajes; ya empezamos a recibir millones, decenas
de millones. Hemos iniciado la organización de sociedades mixtas; vamos
aprendiendo a recibir la mitad de los beneficios (monstruosos) que producen. Ya
podemos apreciar la perspectiva de un sólido beneficio para el Estado. ¡Y
renunciamos a esto con la esperanza de cobrar derechos arancelarios, que no pueden
proporcionarnos beneficios parecidos; renunciamos a todo para correr tras un
fantasma!>> (Op. cit.)
74 El poder adquisitivo de la moneda nacional en un determinado país, viene dado por la productividad promedio del trabajo en su territorio. Así, cuanto mayor es la
productividad del trabajo, menor es el valor de cada unidad de mercancía y menor su precio en términos monetarios. Por tanto, mayor será el poder adquisitivo de cada
unidad de su moneda respecto de otras, o sea su tipo de cambio. En octubre de 1922, el tipo de cambio del Rublo era 3,5 veces más barato que el de la Libra inglesa,
como producto de la relación entre 4 y 14, donde 4 x 3,5 = 14.
Según reporta Moshe Lewin, de este problema creado al imperialismo con la implantación
del monopolio sobre el comercio con el exterior en la Rusia soviética, ya se había hecho cargo
en diciembre de 1921 la fracción reaccionaria todavía encubierta, creada por Stalin,
insinuándose a través de la persona de Miliutin durante las anteriores negociaciones de Riga,
donde prometió que Rusia aboliría esa medida75. Todo esto sucedía todavía en medio de la
guerra civil: <<Riga, 29/12/1922. Las tropas anti bolcheviques del general Vladimir Kappel,
avanzan rápidamente hacia el Oeste rompiendo la resistencia de los efectivos
soviéticos, demasiado débiles para contener la ofensiva del adversario. El
movimiento que al principio no parecía rebasar los límites de una ofensiva local
toma actualmente las proporciones de una operación militar de gran importancia.
Trotsky ha reunido un gran Consejo de guerra para fijar las medidas a tomar contra
las tropas blancas de Kappel, que se evalúan en más de 150.000 hombres. En el
diario “Pravda” sostiene Radek que Japón alienta y sostiene la tentativa de
Kappel>>. (“La Vanguardia.com”)
Ante tales circunstancias, la ofensiva de Stalin contra la implantación del monopolio sobre
el comercio exterior ruso, era una tan grave como criminal interferencia que, de no ser
rápidamente combatida y eliminada, podía ocasionar al Estado revolucionario incipiente un
quebranto económico y financiero de tal magnitud, cuyas consecuencias políticas amenazarían
con interrumpir el proceso revolucionario por mucho tiempo. Así lo comprendió Lenin, quien
acabó por exasperarse hasta el punto de remitirle a Stalin la siguiente carta con carácter de
ultimátum fechada el 15 de mayo de 1922: <<Camarada Stalin: En vista de la situación creada propongo que, después de
consultar a los miembros del Buró político, se apruebe la siguiente directiva: “El
Comité Central ratifica el monopolio del comercio exterior y resuelve suspender en
todas partes, el estudio y preparativos vinculados con la fusión del Consejo superior
de Economía Nacional (CSEN) y el comisariato del Pueblo de Comercio Exterior.
Debe ser firmada por todos los comisarios”. Devolver el original a Stalin sin sacar
copia. Lenin 15/V>>. (Obras completas: Ed. Cit. Pp. 336)
A esta carta de Lenin respondió Stalin ese mismo día aceptando su proposición, pero
seguidamente respondió reafirmando su posición, dando a entender que la debilitación del
monopolio político sobre el comercio exterior era inevitable, y para eso apelaba al hecho de que
la balanza comercial rusa seguía siendo deficitaria: <<La carta del camarada Lenin no me ha hecho cambiar de opinión en cuanto a la
justeza de la decisión del pleno del Comité Central del 6 de octubre relativa al
comercio exterior. Los «millones» del comisariado del comercio exterior (por otra
parte deben establecerse y calcularse primero) pierden todo valor si se toma en
consideración que quedan compensados varias veces por las decenas de millones oro
que este comisariado hace salir de Rusia. Sin embargo, visto el carácter insistente de
la proposición del camarada Lenin al objeto de que se demore la puesta en práctica
del pleno del Comité Central, yo voto en pro, al objeto de que esta cuestión sea
discutida por el próximo pleno con la participación de Lenin>> (Archivos centrales
del Partido en el Instituto del Marxismo-Leninismo del C.C. P.C.U.S. Fuente: Fotieva:
“Iz vospominanij o Lenin” Pp. 28-29.)76>>. (M. Lewin: Ed. Cit.)
Claro que los ingresos por exportaciones de materia prima, como el lino, seguían siendo
todavía menores que los egresos por las importaciones de productos industrializados de mayor
valor. Éste era el problema creado por el atraso relativo de la Rusia devastada por la guerra
75 Durante el IXº Congreso del P.C. (b) celebrado en marzo de 1921, Miliutin ya se había opuesto a la resolución allí aprobada, sobre la organización de las fincas agrarias
pequeñas y medianas en régimen cooperativo llamadas “koljós”. 76 Carta de Stalin del 15/05/1922. Texto citado por Lydia Fotieva en: “Iz vospominanij o Lenine”, Moscú, 1964 Pp. 28-29
mundial y la guerra civil, que debía resolver la revolución. Un problema que la derogación del
monopolio sobre el comercio exterior no haría más que agravar. En este contexto, Stalin no tenía
en cuenta, que no habiendo acabado aun la guerra civil, la producción campesina estaba en trance
de normalizarse y, por tanto, también su aporte en concepto de impuesto en especie, al mismo
tiempo que se reanimaba la producción en la industria liviana, una parte de la cual estaba en
manos del Estado dirigida por sus empleados, y otra parte cedida en arriendo, lo cual en conjunto
se traducía en mayores ingresos. Tampoco tenía en cuenta Stalin, que en octubre de 1922 se
estaba procediendo al saneamiento de la moneda, aprobando la resolución de poner en circulación
el papel moneda de curso legal que se emitiría en 1923, donde un rublo de esos equivaldría a un
millón de rublos de emisiones anteriores sacadas de circulación, o a cien rublos de 1922.
Las proposiciones de Lenin fueron adoptadas por el Buró Político el 22 de mayo de 1922.
Días después, el día 26 y a raíz de aquél atentado del que fuera víctima el 30 de agosto de 1918,
Lenin sufrió una recaída de su enfermedad vascular, como consecuencia de la cual quedó
paralítico del brazo y la pierna derecha con pérdida momentánea del habla. Instalado en una finca
de Gorki situada a 40 Km. de Moscú, debió suspender su trabajo hasta el 02 de octubre,
reanudando su vida pública el 13 de noviembre ante el IV Congreso de la Internacional
Comunista, con un discurso lento y entrecortado: <<Alfred Rosmer, que le vio aparecer en la tribuna del IV Congreso de la
Internacional, el 13 de noviembre de 1922, aporta su testimonio: “Aquellos que le
vieron por primera vez dijeron: Es el Lenin de siempre. Los otros no podían hacerse
esta ilusión; en lugar del Lenin vigilante que habían conocido, el hombre que tenían
ante sus ojos había quedado duramente marcado por la parálisis, sus rasgos estaban
como congelados, su aspecto era el de un autómata; su habla habitual, sencilla,
rápida, segura de sí, se había convertido en un hablar vacilante, a trompicones. El
camarada que le había sido asignado le ayudaba mal, Radek lo apartó y le
sustituyó”77. (Moshe Lewin: “El último combate de Lenin”. Ed. Lumen
Barcelona/1970 Pp. 20)
La convalecencia de Lenin se había prolongado durante cuatro meses y medio, tiempo
suficiente para que los partidarios de Stalin volvieran a la carga, hasta que durante la sesión del
Comité Central del 6 de octubre de 1922, consiguieron que las medidas propuestas por
Sokólnikov tendentes a introducir notables derogaciones en el monopolio estatal sobre el
comercio exterior, fueron ratificadas por el pleno. Un golpe de importancia decisiva contra el
proceso de edificación del socialismo en la URSS, dado que sin ese control político sobre el
intercambio mercantil con el exterior, sería imposible proteger el desarrollo de la industria
nacional —todavía débil y vulnerable por entonces— de la intromisión por parte del capital
imperialista extranjero a instancias del campesinado. Como vimos, un recurso soberano esencial
para garantizar los réditos y el consecuente aumento de las reservas de oro por parte del Estado
proletario, imprescindibles para industrializar al país, devastado por la guerra mundial
imperialista y la subsecuente guerra civil. El antiguo principio del “libre comercio”, que permite
la relación directa del intercambio entre empresas de distintos países —sin interferencias políticas
de los Estados— siempre fue la punta de lanza utilizada por del capital nacional más poderoso,
para el expolio y consecuente dominio económico y político sobre los países de menor desarrollo
relativo. Un problema tan simple de comprender, que toda idea en contrario resultaba sospechosa.
Lenin, ausente de la sesión, al ser informado consideró esta decisión como un golpe por la
espalda. Según su costumbre, se lanzó a la batalla para exigir que el Comité Central revisara la
decisión, y empezó a preparar el terreno para tornar el desquite en la próxima sesión plenaria.
77 Alfred Rosmer: “Moscou Sous Lénine”, Ed. Pierre Horay París/1953 Pp. 151.
Pero el 13 de diciembre, un nuevo ataque le obligó a retirarse nuevamente de la vida pública.
Esta vez impedido por completo de redactar, dictó sus ideas y proposiciones a distintas secretarias
que le asistieron en la tarea de trasmitirlas al Partido. Este problema debía ser discutido y resuelto
durante la reunión en pleno del Comité Central, convocado para el 18 de diciembre de 1922, y
Lenin se esforzó en preparar su intervención, cuyo texto remitió a Stalin para que allí fuera
expuesto, donde polemiza con las posiciones esgrimidas el 15 de octubre por Bujarin en contra
de Krasin, proponiendo suplir el control del comercio exterior por una política aduanera de
aranceles, como si no supiera que en la guerra entre aranceles (impuestos) a la importación y
primas (recompensas) a la exportación, siempre llevan las de ganar los países más poderosos.
De manera irresponsable, rayana con el crimen contra los intereses generales de la población
perteneciente a la flamante Federación socialista soviética en gestación, el Comité Central
también aprobó “a título provisional”, la exportación e importación de ciertas mercancías, así
como la apertura de fronteras al comercio con el exterior. Una medida de naturaleza
directamente subversiva, contrarrevolucionaria. Se estaba cometiendo una criminal
ignominia contra el futuro de la humanidad: <<Bujarin no comprende —éste es su error más asombroso y, además,
puramente teórico— que ninguna política aduanera puede ser eficaz en la época del
imperialismo que amplía monstruosamente la brecha entre los países pobres y los
increíblemente ricos. Bujarin alude varias veces a la protección aduanera, sin
percatarse de que, en las condiciones mencionadas, cualquiera de los países
industriales ricos puede romper fácilmente esa defensa. Le basta con instituir al
objeto, una prima a la exportación para las mercancías que son gravadas en Rusia
con un arancel. A cualquier país industrial le sobra dinero para ello y, como
consecuencia de esta medida, puede quebrantar a tiro hecho nuestra industria
nacional.
Por eso todos los razonamientos en torno a nuestra política aduanera, no
significan más que la renuncia absoluta a proteger la industria Rusa y el paso,
encubierto con un velo sutilísimo, al sistema de librecambio. Tenemos que combatir
eso con todas nuestras fuerzas, incluso en el Congreso de nuestro partido, puesto
que hoy, en la época del imperialismo, no se puede hablar de ninguna política
aduanera seria (efectiva y eficaz), como no sea la del monopolio del comercio
exterior>> (V. I. Lenin: “Carta a J. V. Stalin para los miembros del CC del PC (b) R”
13/12/1922 Obras completas Ed. Cit. T. XXXVI Pp. 464)
Y el día 15 remite una nota donde se opone “categóricamente” a cualquier postergación
del Pleno donde deba tratarse “el problema del monopolio del comercio exterior”, señalando
expresamente que nada puede ser motivo para diferir algo de tanta trascendencia política: <<….me opondré a ello categóricamente, en primer término porque estoy seguro de
que Trotsky sostendrá mis puntos de vista tan bien como yo; en segundo término,
porque las manifestaciones que Usted, Zinoviev, y, según los rumores, Kámenev,
han hecho, demuestran que algunos miembros del CC ya han cambiado su anterior
opinión; en tercer término, y el más importante, porque cualquier vacilación
posterior sobre este problema extremadamente importante, es absolutamente
inadmisible y hará fracasar todo el trabajo.
Lenin>> (Ed. Cit. Pp. 470)
En su obra autobiográfica, Trotsky no hizo más que corroborar fielmente lo sucedido en
torno a esta maniobra contrarrevolucionaria de la camarilla liderada por Stalin, donde también
admite su fatal error personal de no haber sido del todo consecuente —por injustificable
indecisión suya—, en dar la batalla sin limitaciones para acabar con toda esa lacra burocrática
que, a la postre, malogró la revolución: <<Durante la convalecencia de Lenin, ausente éste del campo y ausente yo también
de Moscú, el Comité Central (ocupado por la camarilla de Stalin) en noviembre de
1922, tomó por unanimidad, el acuerdo que asestaba al monopolio del comercio
exterior una puñalada por la espalda. Lenin y yo, cada cual por su parte y sin previo
convenio, alzamos el grito contra aquello; luego nos pusimos de acuerdo por carta y
tomamos nuestras medidas combinadamente. A las pocas semanas el comité Central
derogaba el acuerdo con la misma unanimidad con que lo adoptara. El día 21 de
diciembre, Lenin me escribió una carta celebrando el triunfo en los siguientes
términos: “Camarada Trotsky: por lo visto, hemos conseguido tomar la posición sin
disparar un solo tiro, por medio de una simple maniobra. Mi parecer, es que no
debemos detenernos aquí. Sino seguir atacando…”. Es seguro que nuestra campaña
combinada contra el Comité hubiera terminado en una franca victoria a comienzos
del año 23. Y no me cabe la menor duda de que si en vísperas del duodécimo congreso
del partido yo hubiera roto por mi cuenta el fuego contra el burocratismo staliniano
—acogiéndome al “bloque” concertado con Lenin—, habría conseguido una victoria
completa sin necesidad de que éste interviniese>> (L. D. Trotsky: “Mi vida” Ed. Cit.
Pp. 504)
Sería Adolf Abramovich Ioffe, quien a punto de suicidarse corriendo el mes de noviembre
de 1927, se despidió de Trotsky poniendo énfasis en esta debilidad política suya, que definió
como carencia de inflexibilidad en momentos decisivos.
La lucha contra la burocratización del Estado. <<Para renovar nuestro aparato estatal debemos
asignarnos a toda costa la tarea siguiente: primero, instruirnos;
segundo, instruirnos más; tercero, seguirnos instruyendo. Después,
cuidar de que el saber no quede entre nosotros como letra muerta
o como una frase de moda (lo que, reconozcámoslo, nos sucede muy
a menudo); que el saber penetre auténticamente en el espíritu, se
convierta en parte integrante de nuestra vida, plena y
efectivamente. En resumen, es preciso que exijamos otra cosa que
lo que exige la burguesía de la Europa occidental, saber lo que es
digno y conveniente de exigir en un país que se propone convertirse
en un país socialista>>. (V.I. Lenin: “Más vale menos, pero mejor” (“Pravda” 04/03/1923. En: Obras Completas Ed. Cit. Pp. 523)
Al hablar aquí en primera persona del plural, Lenin se refería al Partido bolchevique. El
Estado soviético fue, para él, un instrumento que sin el Partido no podía ir a ninguna parte que
mereciera la pena. El Estado debía, pues, ser esgrimido y utilizado por el partido como sujeto de
la revolución en movimiento.
El palo entre las ruedas del Partido al que nos acabamos de referir en el apartado anterior,
fue puesto por la camarilla menchevique contrarrevolucionaria de Stalin, casi al mismo tiempo
que otro palo tan trascendental, como el de haber promovido la burocratización del Estado,
fortaleciendo sus estructuras organizativas en detrimento del Partido —que había sido concebido
para dirigir el proceso revolucionario— y así malograrlo.
El 15 de diciembre se reunió el Pleno del Comité Central, donde tuvo lugar a discusión
en que se resolvió el asunto del monopolio del Estado sobre el comercio exterior. Durante la
noche del 15 al 16 Lenin sufrió otro ataque cardiovascular. En ese momento, Stalin había logrado
ya una mayoría en aquél máximo órgano de poder ejecutivo, favorable a su estratégica burocrática
contrarrevolucionaria. El 18 se decidió allí mismo: <<…confiar (a Stalin) la responsabilidad personal de aislar a Lenin, tanto para las
relaciones personales como para la correspondencia78. El Comité Central entregó
así a Lenin, atado de pies y manos a la plena discreción de Stalin, al que otorgó el
derecho de ocultarle y prohibirle lo que quiera, de aislarlo, de controlarle el
78 L. Trotsky: “Ma vie” Ed. Cit. Pp. 487.
tratamiento, las actividades, los escritos, las visitas, la información… Los íntimos
amigos de Lenin, Zinoviev y Kámenev, hicieron de Poncio Pilatos sin inmutarse.
Trotsky no rechistó>> (Jean-Jaques Marie: “Lenin” Ed. Cit. Pp. 271).
Esto permitió a Stalin alejar de Lenin a tres secretarias suyas en quienes no confiaba —
entre ellas a Nadejda, su mujer. Pero lo único que pudo poner límites al genio revolucionario de
Lenin no estaría en la voluntad de nadie, sino en la naturaleza de su propia enfermedad. Ahí están
sus últimos escritos a los que aquí aludimos para probarlo. Teniendo en cuenta el acendrado
carácter de clase contrarrevolucionaria encarnado en la persona de Stalin —y que alrededor suyo
había logrado reunir una mayoría del Comité Central—, para combatir esta peligrosa deriva que
podía desestabilizar el partido por el mayor peso en su Comité Central de la tendencia
pequeñoburguesa, a fines de diciembre de 1922 Lenin dictó una carta a una de sus secretarias:
M. V. dirigida al Xº Congreso que se iba a celebrar en los próximos días, donde dijo: <<En primer lugar, propongo aumentar el número de miembros del Comité
Central a varias decenas, o incluso a un centenar. En mi opinión, sin esta reforma
nuestro Comité central correría grave peligro si en el curso de los acontecimientos
no nos fuera perfectamente favorable (y eso es algo con lo que no podemos contar).
Luego pienso proponer que el Congreso otorgue un carácter legislativo, en ciertas
condiciones, a las resoluciones del comité Estatal de Planificación, accediendo en este
punto a los deseos del camarada Trotsky, en cierta medida y en ciertas condiciones.
En lo que respecta al primer punto, es decir, aumentar el número de miembros
del comité Central, creo que es necesario para elevar su prestigio, para mejorar a
fondo nuestra aparato partidario y para impedir que los conflictos entre pequeños
sectores del Comité Central, adquieran una importancia excesiva para el futuro del
Partido.
Me parece que nuestro partido tiene todo el derecho de pedir para el Comité
Central 50 a 100 miembros de la clase obrera, y que podría obtenerlos sin imponer
un esfuerzo excesivo a las fuerzas de esa clase.
Semejante reforma aumentaría notablemente la estabilidad de nuestro partido y
facilitaría su lucha en medio de Estados hostiles, lucha que, en mi opinión, puede y
debe agudizarse mucho en los años próximos. Creo que la estabilidad de nuestro
partido será reforzada enormemente con esta medida>> (V. I. Lenin: 23/12/1922. En
Obras Completas Ed. Cit. Pp. 473)
Dos días después y tras meditar el asunto más detenidamente, en una nota complementaria
a esa misma Carta, Lenin volvió a insistir sobre la necesidad táctica de mantener la estabilidad
del Comité Central basada en su necesaria cohesión política, para evitar la debilitación
orgánica del Partido, entendido como verdadero baluarte y directriz política del Estado
soviético en tránsito a la revolución socialista, cuyas condiciones no estaban todavía maduras
para luchar por esa finalidad estratégica.
Teniendo en cuenta que la debilidad orgánica del Partido podía dar pábulo a la posibilidad
de que acabara disolviéndose al interior de las incipientes estructuras burocráticas del
Estado soviético, Lenin aconsejó a los suyos que, sin abandonar la perspectiva estratégica de la
revolución permanente, en esa coyuntura trataran, por todos los medios posibles, de convencer
para unir a las bases del Partido, en torno a la idea de mantener el imprescindible equilibrio
momentáneo entre las dos tendencias políticas divergentes al interior del Comité Central.
Y dicho esto, Lenin completó su carta al Congreso apuntando a la personalidad de los dos
líderes de ambas fracciones, para justificar la necesidad de que el respectivo peso político de
sus distintos argumentos y proposiciones, se distribuyera y balanceara democráticamente entre
un mayor número de miembros adscriptos a ese organismo ejecutivo:
<<Por estabilidad del Comité Central, de lo cual hablé antes, quiero decir medidas
contra una escisión, hasta donde tales medidas, en general, pueden ser tomadas.
Porque es claro que el guardia blanco “Rússkaia Misl” (parece que era S. F.
Oldenburg)79, tenía razón cuando, en el juego de la Rusia soviética, apostó en primer
lugar, a una escisión en nuestro partido y cuando, en segundo término, apostó a las
graves divergencias dentro del partido como causa de esa escisión.
Nuestro partido se apoya en dos clases y por lo tanto su inestabilidad sería posible
y su caída inevitable, si no pudiera establecerse el acuerdo entre esas dos clases. En
tal caso, esta o aquella medida, y generalmente argumentar sobre la estabilidad de
nuestro CC, sería inútil. En ese caso ninguna medida podría impedir tal escisión.
Pero confío en que ese es un futuro demasiado remoto y un hecho demasiado
improbable para hablar de él.
Pienso en la estabilidad como garantía contra la escisión en un futuro inmediato,
y me propongo tratar aquí varias ideas relativas a cualidades personales. Pienso que,
desde este punto de vista, los factores primordiales en el problema de la estabilidad,
son miembros del Comité Central tales como Stalin y Trotsky. Pienso que las
relaciones entre ellos constituyen la parte mayor de ese peligro de escisión, que se
podría evitar y, para lo cual, en mi opinión serviría, entre otras cosas, el aumento
del número de miembros del Comité Central a 50 o 100.
El camarada Stalin, convertido en Secretario General, ha concentrado en sus
manos un poder ilimitado, y no estoy seguro de que siempre sepa utilizar ese poder
con la suficiente prudencia. Por otra parte, el camarada Trotsky, como ya lo
demostró su lucha contra el Comité Central en el problema del Comisariato del
Pueblo de Transporte, no se destaca sólo por su capacidad sobresaliente.
Personalmente tal vez sea el hombre más capaz del actual CC, pero ha demostrado
excesiva seguridad en sí mismo y excesiva preocupación por el aspecto puramente
administrativo del trabajo. Estas dos cualidades de dos líderes sobresalientes del
Comité Central actual pueden llevar inadvertidamente a una escisión; y si nuestro
partido no toma las medidas necesarias para impedirlo, la escisión puede producirse
inesperadamente>>. (V. I. Lenin: Ed. Cit. Pp. 474/75. Subrayado nuestro). Versión
digitalizada Pp. 154)
Aunque no lo dejó explícito en esta carta, estaba claro lo que Lenin había venido
comprobando en el comportamiento de Stalin desde principios de 1917, cuando junto a Muranov
y Kámenev se posicionó en apoyo al gobierno contrarrevolucionario provisional de Kerensky,
donde puso en evidencia su marcado carácter propio de todo mujic, su peligrosa tendencia y
propósito a encarrilar la revolución por la vía involucionista pequeñoburguesa. Pero en ese
momento Lenin también sabía, que aún no estaban dadas las condiciones para romper la alianza
obrero-campesina y pasar de la revolución democrático-burguesa a la revolución socialista. Había
que mantener, pues, a toda costa, la estabilidad del Comité Central del Partido, como condición
de garantizar la consolidación del Estado democrático-burgués, al mismo tiempo que impedir su
burocratización. Esto último explica que, en esa misma carta, Lenin propusiera incorporar con
carácter de Ley, el texto de las resoluciones elaborado por Trotsky, para reforzar al comité Estatal
de Planificación, en paulatino pero seguro detrimento del mercado capitalista.
La edición de las “Obras Completas” de Lenin que nosotros disponemos, incluyen su
crónica biográfica en el Tomo 40, pero solo hasta el 15 de noviembre de 1922. Según los datos
79 Sergey Fyodorovich Oldenburg. Nació en Rusia el 26 de septiembre de 1863, en Byankino, Óblast de Transbaikal. Su padre era de la nobleza menor; su abuelo fue un
general del Ejército Imperial Ruso. Durante la década de 1880 participó en la Asociación científico-literaria de estudiantes, una hermandad que comparte los ideales
liberal-burgueses radicales. Allí conoció a Aleksandr Uliánov, hermano mayor de Lenin, quien planeó un atentado contra la vida del emperador Alejandro III. El intento
falló y tras la ejecución de Uliánov en 1887, su hermano, Vladimir Lenin visitó a Oldenburg en San Petersburgo en 1891. Oldenburg, integró el Partido Kadete en 1905. Sirvió como miembro del Consejo de Estado de la Rusia Imperial entre 1912 y 1917. Tras la Revolución de febrero de 1917 se desempeñó en el Gobierno Provisional
ruso como Ministro de educación. Creó la Comisión para el estudio de la composición Tribal de la población de las zonas fronterizas de Rusia en este momento. A
diferencia de sus colegas del partido democrático constitucional (Kadete), escogió pasar el resto de su vida en Rusia. Tras ser arrestado brevemente por la Cheka en 1919, se le permitió hacer carrera en la Academia de Ciencias hasta 1929, cuando a raíz de la Bolchevizacion de la Academia, fue destituido de sus cargos. Oldenburg dedicó
el resto de su vida a dirigir el Instituto soviético de estudios orientales, cuyo antecedente (el Museo asiático) había presidido desde 1916. Murió el 28 de febrero de 1934
en San Petersburgo.
recabados por las fuentes citadas en su obra en torno a este episodio póstumo en la vida de Lenin,
Jean Jaques Marie dice que: <<El 23 (de diciembre) sintiendo llegar su final, dicta a M. Voloditcheva una carta
al Congreso, en la que propone ampliar el Comité Central y aceptar en conjunto las
propuestas de Trotsky sobre la planificación (Gosplan). Aconsejada por Fotieva,
Voloditcheva se precipita a ir a Moscú, entra en casa de Stalin al que encuentra en
compañía de su mujer, de Bujarin y de Ordjonikidzé y le trasmite la famosa carta.
Stalin entra en una pieza contigua con sus dos invitados, vuelve con aire sombrío,
lleva a Voloditcheva a un rincón, le pregunta por el estado de salud de Lenin y luego
le devuelve la carta ordenando secamente: “¡Quémala!”. Ella obedece, pero sin
advertir a Stalin que la caja fuerte de Lenin contiene cuatro copias. Al día siguiente,
el enfermo le comenta que se fragua una conspiración. Pero ese mismo 24 de
diciembre Stalin contraataca. Reúne a los médicos junto a Kámenev y Bujarin, al
que ha hecho adoptar una resolución apremiante en nombre del Politburó, cuyo
texto llega inmediatamente a manos de los secretarios del enfermo: “1º. Vladimir
Ilitch tiene derecho a dictar cada día durante 5 a 10 minutos, pero las notas no
tendrán carácter de correspondencia y no debe esperar respuesta a ellas. Están
prohibidas las entrevistas. 2º. Los amigos y los parientes no deben comunicar a
Vladimir Ilitch novedad alguna de la vida política, a fin de no darle qué pensar y no
agitarlo80. De este modo, Lenin no puede discutir ni comunicarse con nadie. Stalin
lo tiene bajo su mano, de acuerdo con sus dos fieles amigos.
Lenin continúa por su parte dictando unas notas destinadas a permanecer en
secreto hasta el Congreso, pero las secretarias trasmiten a Stalin el contenido (Jean-
Jaques Marie: Ed. Cit.: Pp. 273 Lo entre paréntesis nuestro)
Al margen de lo decidido por el Comité Central, Stalin decidió por su cuenta alejar de
Lenin a tres secretarias suyas, incluida su propia mujer: Narejda. Enterado de todas estas
despóticas maniobras conspirativas contra el Partido proyectadas sobre su propia libertad de
pensamiento y acción consecuente, el 04 de enero de 1923 Lenin decidió por primera vez
descalificar a Stalin de modo categórico y terminante, diciendo: <<Stalin es demasiado brusco, y este defecto, plenamente, tolerante en nuestro
medio y en las relaciones entre nosotros, los comunistas, se hace intolerable en el
cargo de Secretario General. Por eso propongo a los camaradas que piensen la forma
de pasar a Stalin a otro puesto, y de nombrar para este cargo a otro hombre que se
diferencie del camarada Stalin en todos los demás aspectos sólo por una ventaja, a
saber: que sea más tolerante, más leal, más correcto y más atento con los camaradas,
menos caprichoso, etc. Esta circunstancia puede parecer una pequeñez
insignificante. Pero pienso que, desde el punto de vista de prevenir la escisión y de
lo que he escrito antes acerca de las relaciones entre Stalin y Trotsky, no es una
pequeñez o se trata de una pequeñez que puede adquirir una importancia decisiva.
Dictado a L. F. 04 de enero de 1923>>. (V. I. Lenin: Obras Completas Ed. cit. Pp. 476.
El subrayado nuestro)
A la vista de los enconos entre Stalin y su camarilla —por un lado— y Trotsky junto a
Lenin por otro, quienes concluyan en la simpleza de que ambas fracciones hayan sido movidas
por exclusivas ambiciones personales de poder, son unos ignorantes o mienten miserablemente.
Porque la verdad es, que bajo esa aparente rivalidad personal, todavía prematuramente se agitaba
el magma de la contradicción de intereses políticos, entre la pequeñoburguesía campesina y
los asalariados, de cuya resolución dependía qué dirección adoptaría el curso futuro de la
revolución rusa.
80 Lenin: “Oeuvres Completes”, Ed. Cit. T.45 Pp. 710
Acabamos de citar la confesa indecisión de Trotsky ante la necesidad de dar la cara desde
el principio en la necesaria batalla contra el stalinismo incipiente, como condición ineludible de
preservar el curso revolucionario en la URSS. El origen de esta vacilación inhibitoria de Trotsky,
estuvo en sus propios escrúpulos morales ante los que no supo sobreponerse, queriendo
demostrarse a sí mismo en todo momento quién era él de verdad. Reparos sin duda estimulados
en su conciencia por las agresiones de Stalin contra su persona, quien falsamente le acusó, una y
otra vez, de ambicionar el poder sucesorio de Lenin sobre el Estado y el Partido, creyendo como
el ladrón, que todos son de su misma condición: <<El primer indicio de que se tramaba una acción concertada contra él, lo tuvo
en las primeras semanas de 1923 —todo un año antes de la muerte de Lenin—
cuando en las sesiones del Politburó se vio atacado por Stalin con una ferocidad y
una inquina del todo injustificadas81. Stalin lo fustigó por haber rechazado el puesto
subalterno de vice-primer Ministro (a propuesta de Lenin). Puso en tela de juicio los
motivos de Trotsky al insinuar que se negaba a cumplir con su deber de servicio al
país, porque su sed de poder le impedía contentarse con ser uno de los delegados de
Lenin. Después acusó a Trotsky de pesimismo, mala fe y hasta derrotismo,
basándose en las razones más endebles.
Stalin tenía varios propósitos en mente. Todavía contaba con la posibilidad (que
le aterraba) de que Lenin se repusiera volviendo a ocupar su puesto. Por eso insistió
en poner sobre el tapete la cuestión del nombramiento que Lenin había propuesto
para Trotsky, con la esperanza de introducir esa cuña entre los dos. Sabía que nada
podía ser más embarazoso para Trotsky, que sentirse acusado de ambicionar la
herencia de Lenin en la estructura del poder. El cálculo era sagaz. Trotsky se sintió
herido en lo vivo. Él tenía mejores razones para desear el regreso de Lenin, que
pondría en acción el “bloque” preparado por ambos. Tan seguro de su propia
posición en el Partido y en el país y de su superioridad sobre sus adversarios, que no
se sentía inclinado a luchar por la sucesión>>. (Isaac Deutscher: “Trotsky: el profeta
desarmado” Ed. Era/1989 Pp. 90. Lo entre paréntesis nuestro)
El propio Lenin había destacado en él esta última cualidad, como si fuera un defecto de
arrogancia. Tenía razón y el propio Trotsky era consciente de ello. Pero a diferencia de Stalin,
jamás ese sentimiento movió en él ningún afán de acumular poder: <<No trató de reclutar partidarios ni aliados, y ni siquiera se le ocurrió maniobrar
para asegurarse posiciones. Con todo, las acusaciones e insinuaciones (de Stalin) eran
tales, que Trotsky consideró tan absurdo refutarlas como peligroso ignorarlas. Lo
que Stalin buscaba era arrancarle a Trotsky las negativas y excusas que dan pie para
decir: Qui s’excuse s’accuse (quien se excusa se acusa)>>. (Ed. cit. Lo entre paréntesis
nuestro)
En esta circunstancia, Trotsky simplemente se limitó a demostrar, que el cargo de Vice-
primer Ministro era inútil, porque no hacía más que poner en evidencia la peligrosa deriva
burocrática, sobre la cual se iba deslizando el aparato de Estado soviético. Y a propósito dijo…: <<…no poder comprender qué papel provechoso podría él desempeñar como uno
de los Vice-primeros Ministros cuyas funciones coincidían, y que la división del
trabajo en el Gobierno era defectuosa, porque “cada Comisario desempeña
demasiadas tareas y cada tarea es desempeñada por demasiados comisarios”>>.
(Ibíd)
El testamento de Lenin <<Lenin está en cama, se encuentra en una pequeña habitación de su apartamento del
Kremlin, con la mano y la pierna derechas paralizadas, aislado casi por completo del
mundo exterior y, en apariencia, alejado de toda actividad gubernamental. Las
prescripciones de los médicos en este sentido son severas, reforzadas por las prohibiciones
formales del Buró Político. Pero las notas del “Diario”, por lacónicas que sean, bastan
81 The Trotsky archives.
para mostrarnos el combate intenso y apasionado que Lenin, paralizado y sin duda
consciente de su cercano fin, libra no sólo contra su decadencia física, sino también contra
el aparato rector de su partido (el Comité Central). Penosamente, traza un cuadro de
conjunto de la situación del país, elabora un programa de acción y se esfuerza en
imponerlo a sus colegas del Buró Político y del Comité Central. Este programa, que los
miembros del Buró no le han pedido, comprende cambios importantes que alteran los
métodos de gobierno, las personas y, en parte, los objetivos. La mayoría del Buró se
muestra reticente>>. (Moshe Lewin: El último Combate de Lenin Pp.6. Lo entre paréntesis
nuestro) En su obra titulada: “Literatura y revolución. Otros escritos sobre la literatura y el arte”,
Trotsky daba a entender con total claridad conceptual, que las grandes ideas que alumbraron el
camino hacia progreso de la humanidad, jamás pudieron ni pueden surgir de ninguna base social
de masas. Porque si así fuera no serían progresistas. Si algo caracteriza a los líderes de los
movimientos sociales y políticos que lo fueron, es la originalidad revolucionaria de sus ideas. Y
en el ámbito de las ciencias sociales, Lenin —junto a Marx y Engels—, fue uno de esos más
destacados líderes precursores de los grandes avances en la historia. Su profunda convicción
científica le orientó a pensar, que el proletariado es la única clase verdaderamente
revolucionaria por el lugar que ocupa en la sociedad capitalista moderna, y porque según la ley
general de la acumulación, descubierta por Marx, esa clase iba en trance de ser la más numerosa
en el Mundo entero. Tales fueron los principios económicos y sociales de la democracia
proletaria, que Lenin jamás traicionó dejándose llevar por determinadas mayorías
circunstanciales objetivamente contrarrevolucionarias y estratégicamente antidemocráticas, a las
que combatió por todos los medios y hasta las últimas consecuencias, sin concesiones de ninguna
naturaleza. Teniendo en cuenta que “el capitalismo es la sociedad del engaño y el pillaje mutuo”,
para Lenin la voluntad política de las mayorías sólo puede ser verdaderamente democrática, si
son plenamente conscientes de sus propias condiciones de clase, un logro necesario que la
burguesía siempre trató de impedir con el mismo empeño y tenacidad.
En el apartado anterior aludimos ya a las limitaciones de la libertad de expresión que
supuso la prohibición de fracciones al interior del Partido, votada en el X Congreso del P.C. (b)
R. a proposición de Lenin. Esa medida se implantó en medio de la discusión en torno al rol de
los sindicatos, pero en realidad tuvo su raíz y consecuencias políticas internas, en los devastadores
desastres de la Guerra Civil que, sin solución de continuidad sucedieron a la Guerra Mundial, y
cuyos efectos nunca antes había sufrido Rusia en su historia. Una medida que, para Lenin, tuvo
un carácter meramente coyuntural, según su riguroso criterio metodológico marxista, de
proceder políticamente según “el análisis concreto de circunstancias concretas”. Jamás Lenin
propuso implantar una sola medida política de carácter permanente. Fueron los stalinistas quienes
atribuyeron semejante totalitarismo antidemocrático a Lenin, para justificar el suyo propio.
Según el criterio y la actuación de los triunviros que se hicieron cargo del poder en el
Partido tras la muerte de Lenin, de su “Testamento” político sólo se limitaron a tomar en
consideración la carta que dirigió al Congreso, donde propuso la destitución de Stalin como
Secretario General.
En el apartado anterior ya hemos aludido al requerimiento suyo, en cuanto a que la
condición para que la URSS pudiera recorrer con éxito el primer tramo de su tránsito histórico
del capitalismo al socialismo, era imperativo que el Estado soviético fuera dirigido por el
Partido revolucionario, cuya función primordial consistía en evitar que se burocratice y
degenere, corrompiendo a sus estructuras orgánicas, desde sus máximos dirigentes hasta el
personal subalterno en todas las categorías de mando institucional. Y para Lenin, de semejante
centralización de las decisiones en un relativamente pequeño grupo de supuestos dirigentes
esclarecidos, no podía sino resultar una esclerosis parasitaria de las instituciones políticas y de
sus miembros, de tal modo sometidos a la noria de una rutina sin posibilidad alguna de desarrollo.
Tal como lo señalara Federico Engels en su “Introducción” a la obra de Marx: “La Guerra civil
en Francia”, refiriéndose al centralismo burocrático que Augusto Blanqui se dedicó a inculcar
en sus seguidores, contrastando con lo actuado por los obreros franceses que protagonizaron la
“Comuna de París” en 1871: <<Educados en la escuela de la conspiración y mantenidos en cohesión por la rígida
disciplina que esta escuela supone, los blanquistas partían de la idea de que un grupo
relativamente pequeño de hombres decididos y bien organizados, estaría en
condiciones, no sólo de adueñarse en un momento favorable del timón del Estado,
sino que, desplegando una acción enérgica e incansable, podría mantenerse hasta
lograr arrastrar a la revolución a las masas del pueblo y congregarlas en torno al
pequeño grupo dirigente. Esto suponía, sobre todo, la más rígida y dictatorial
centralización de todos los poderes en manos del nuevo gobierno revolucionario. ¿Y
qué hizo la Comuna, compuesta en su mayoría precisamente por blanquistas? En
todas las proclamas dirigidas a los franceses de las provincias, la Comuna los invitó
a formar una federación libre de todas las comunas de Francia con París, una
organización nacional que, por vez primera, iba a ser creada realmente por la nación
misma. Precisamente el poder opresor del antiguo gobierno centralizado —el
ejército, la policía política y la burocracia—, creado por Napoleón en 1798 y que
desde entonces había sido heredado por todos los nuevos gobiernos como un
instrumento grato y utilizado por ellos contra sus enemigos, era precisamente este
poder el que debía ser derrumbado en toda Francia, como había sido derrumbado
ya en París>> (Op. Cit. Pp. 7/8. Subrayado nuestro).
La centralización política de las decisiones en manos de una minoría burocrática. Este era
el peligro que Lenin veía cernirse sobre las instituciones del Partido y, consecuentemente, sobre
el propio Estado soviético en 1922/23. Por otra parte, dado que el Partido tenía por referentes
sociales insustituibles de su funcionamiento político a campesinos y asalariados, con el fin de
que esa alianza política no perdiera su carácter efectivamente directriz del Estado en sentido
revolucionario, Lenin propuso que su acción —la del Partido— debía estar orientada a conciliar
en todo momento los intereses económicos de ambas clases sociales; por consiguiente,
correspondía lógicamente a su máximo órgano de dirección ejecutiva, el Comité Central, velar
permanentemente por mantener con firmeza tal equilibrio político.
Hizo esta proposición, sin perder en ningún momento de vista, el hecho de que, durante la
etapa de transito del capitalismo al socialismo, la clase revolucionaria fundamental y, por tanto,
dirigente en su relación con los campesinos, era el proletariado. Y lo era predestinada como
estaba esta clase por su condición social específica, a educar a los campesinos en los valores de
la cooperación y la solidaridad social. ¿En qué consistía esa condición social específica de los
asalariados? Ya lo dijo Marx con total certidumbre y exactitud: en que “sólo tiene para perder
sus cadenas”, las que le someten al poder de sus patronos capitalistas. El campesinado, en cambio,
como clase intermedia o pequeñoburguesa entre la contrarrevolución y la revolución, seguía por
entonces y todavía sigue atado a la servidumbre de “su” propiedad privada, el de su terruño
familiar. Y de este resabio burgués solo le podía y le pudo en Rusia emancipar el proletariado
entre 1918 y 1926, educándole en los valores de la verdadera solidaridad humana, la solidaridad
basada en el trabajo colectivo, liberado de toda propiedad individual sobre la tierra, fundamento
económico de la explotación de trabajo ajeno en el agro.
Hecha esta importante precisión, el caso que nos ocupa en este capítulo, es que los
intereses de ambas clases sociales al interior del Estado soviético, tanto los que les unían como
los que les separaban, eran pues, esencialmente de naturaleza económica. Y a los fines impuestos
por la necesidad política táctica de mantener el equilibrio político entre ellas —incluyendo su
consecuente colaboración— no podía sino depender, en primer lugar de la disponibilidad
creciente de riqueza creada en términos de instrumentos para la producción y, en segundo
lugar de la distribución equitativa de su producto, es decir, proporcional a lo que cada cual
aporte al patrimonio colectivo, siendo este último un problema de política económica que no
podía tener solución, sin resolver el primero.
Y el caso era, que para resolver el problema de una mayor creación de riqueza, como
condición de todo progreso material, había que incrementar la productividad del trabajo,
incorporando una mayor eficacia técnica a los medios de producción y a los modos de producir
riqueza colectivamente. Habida cuenta de que la meta socialista y su consolidación, sólo se
alcanza como resultado del desarrollo de las fuerzas sociales productivas. El problema, pues,
consistía en mejorar el aparato productivo de la sociedad soviética, tanto en la industria urbana
como en el agro. Un problema entonces a cargo de la institución estatal llamada “Inspección
Obrera y Campesina”: <<Se nos plantean dos tareas principales, que constituyen la época. Una, reorganizar
nuestro aparato [estatal], que no sirve en absoluto y que recibimos íntegramente de
la época anterior [en alusión al despotismo zarista]; en cinco años de lucha [y el
consecuente desastre ocasionado por la guerra civil] no lo reorganizamos
drásticamente; y no podía ser de otro modo. Nuestra segunda tarea es el trabajo
educativo entre los campesinos. Y el objetivo económico de este trabajo, es
organizarlos en cooperativas. Si se hubiera organizado a todos en cooperativas,
ahora nos afirmaríamos con ambos pies en terreno socialista. Pero organizar a todos
en cooperativas presupone tal grado de cultura del campesino (precisamente del
campesinado como inmensa mayoría de la población), que sin una revolución
cultural esa revolución no puede lograrse>>. V. I. Lenin: “Sobre el cooperativismo”
06 de enero de 1923. Obras completas Ed. Cit. Pp. 502. Lo entre corchetes y el subrayado
nuestros).
Pero este trabajo era de imposible realización al interior de un aparato estatal en franco
proceso de burocratización. Un problema pendiente de resolución al que Lenin se dedicó en los
primeros días de marzo de 1923. Desde octubre de 1917 el aparato estatal en Rusia había
cambiado de sustancia social, es decir, de raíz. La base social aristocrático-burguesa sobre la
cual estaba erigido el Estado Zarista, había sido sustituida por otra: la coalición obrero-
campesina. Pero ese nuevo Estado seguía todavía cultivando resabios de aquél pasado reciente.
Imperceptiblemente, el Estado soviético se había adaptado al Estado zarista anterior. Seguía
conservando sus formas habituales o rutinarias de actuación. Era efectivamente el producto de
una revolución social. Pero a ese cambio de esencia social le faltaba emprender una revolución
cultural adecuada y consecuente, precisamente ajustada a esa nueva esencia social. O sea, el
Estado soviético aún estaba pendiente de adoptar formas de actuación acordes con ésa, su nueva
esencia social: <<Nuestro aparato estatal es hasta tal punto deplorable, por no decir detestable,
que primero debemos reflexionar profundamente de qué modo luchar contra sus
deficiencias, recordando que esas deficiencias provienen del pasado, que, a pesar de
haber sido radicalmente cambiado, no ha sido superado, no ha llegado a la etapa de
una cultura que ha quedado en un lejano pasado. Planteo aquí precisamente el
problema de la cultura, porque en esto solo debemos considerar como logrado, lo
que se ha convertido en parte de la cultura, de la vida diaria y de las costumbres.
Pero podemos decir que lo que hay de bueno en nuestro régimen social no fue
profundamente meditado, comprendido ni sentido; que fue tomado al vuelo, sin
haberlo verificado ni ensayado, sin haberlo confirmado mediante la experiencia, sin
haberlo consolidado, etc.. Es claro que tampoco podía ser de otro modo en una época
revolucionaria, dada la vertiginosa rapidez de su desarrollo que en cinco años nos
llevó del zarismo al régimen soviético. Es el momento de corregir esto>>. (V. I. Lenin:
“Mejor poco, pero mejor” 02 de marzo de 1923. El subrayado nuestro)
¿En qué consistía según el pensamiento de Lenin, esa rémora deficitaria que arrastraban
las instituciones del flamante Estado soviético y sus gestores, que les impedía realizar la tarea de
adecuar sus formas organizativas de funcionamiento a la nueva esencia social que ellos,
paradójicamente, personificaban? En la rutina que les aquerenciaba a unas ya caducas formas,
como si no hubiera otras. Como si ese nuevo instrumento revolucionario que se le suponía ser al
Estado soviético, debiera utilizarse de la misma forma en que los burócratas zaristas habían
venido manejando el suyo. Entonces, ¿en qué radicaba la causa de que no pudieran romper con
esa tradición cultural, totalmente inadecuada a la naturaleza social de ese otro más moderno
instrumento que era el nuevo Estado social? ¡¡En el desconocimiento!!: <<Ellos quisieran proporcionarnos un aparato mejor. Pero no saben cómo hacerlo.
No pueden hacerlo. No han alcanzado todavía el desarrollo y la cultura que son
necesarios para esto. Y precisamente hace falta cultura>> (Ed. cit.)
Por lo tanto y dado que toda nueva cultura social comienza por vencer la dificultad de
adaptarse a la todavía desconocida naturaleza de una nueva realidad distinta de la precedente,
va de suyo que para poder utilizar esa nueva realidad, es necesario saber cómo debe funcionar
acorde con su naturaleza y finalidad, ni más ni menos que como para utilizar cualquier
electrodoméstico de última generación. Y esa tarea de conocer el cómo de una nueva realidad
pasa inevitablemente por el esfuerzo de estudiarla, pasando seguidamente a la práctica de ajustar
el uso que se hace de ella, a su naturaleza específica y finalidad prevista: <<Para renovar nuestro aparato estatal es preciso que nos pongamos a toda
costa: primero, estudiar; segundo, estudiar y tercero, estudiar, y después comprobar
que este conocimiento no quede reducido a letra muerta o a una frase de moda (y
esto, no hay por qué ocultarlo, nos ocurre con demasiada frecuencia), sino que se
convierta realmente en parte de nuestro propio ser, que llegue a ser plena y
verdaderamente un elemento integrante de nuestra vida diaria. En una palabra, no
debemos plantearnos las exigencias que se plantea la burguesía de Europa
occidental, sino las exigencias que son dignas y adecuadas para un país que se ha
propuesto convertirse en un país socialista.
Las conclusiones que deben sacarse de lo antedicho son las siguientes: tenemos
que convertir a la Inspección Obrera y campesina en un instrumento para mejorar
nuestro aparato, en una institución realmente ejemplar.
Para que pueda alcanzar el nivel necesario, es preciso no olvidar la máxima: mide
siete veces antes de cortar>>. (Ibíd. El subrayado nuestro)
Cuarenta y dos días antes de redactar este texto, sin mencionar nombres Lenin puso en
conocimiento del Partido una objeción que —según previó y previno a sus miembros— estaba
seguro que señoreaba en el pensamiento y la intención política de ciertos dirigentes políticos,
para quienes esta revolución en el funcionamiento de las antiguas estructuras orgánicas del
Estado burocrático propuesta por Lenin, no haría más que “conducir al caos” y que: <<…Los miembros de la Comisión Central de Control deambularán por todas las
instituciones sin saber dónde, por qué y a quién dirigirse, produciendo
desorganización en todas partes, distrayendo a los empleados de su trabajo habitual,
etc., etc. Creo que el malintencionado origen de esta objeción es tan evidente, que ni
siquiera merece respuesta>>. (V. I. Lenin: “Cómo debemos reorganizar la Inspección
Obrera y Campesina” 23/02/1923. Obras Completas. Ed. Cit. Pp. 519)
Para quienes estaban consecuentemente comprometidos con esa revolución orgánico-
funcional en las instituciones políticas del Estado soviético —desde sus miembros directivos
hasta los más simples empleados—, tanto como para nosotros hoy día y no somos los únicos, no
hay duda de que con las últimas palabras que acabamos de citar, Lenin apuntó a la camarilla pro-
burocrática contrarrevolucionaria liderada por Stalin. Relata Trotsky que, un año antes de ser
elegido Secretario General, de él llegó a decir: <<Este cocinero no hará más que guisar platos picantes>>. (L. D. Trotsky: “Mi vida”.
Ed. Cit. Pp. 519)
Según Marx y Engels, el Estado ha venido siendo la síntesis resultante de la contradicción
histórica entre clases sociales minoritarias explotadoras y clases mayoritarias explotadas.
Contradicción que, mientras no desaparezca dialécticamente junto con la sociedad de clases,
se ha “resuelto” sintetizando en el Estado, como instrumento de dominación política de la
clase social minoritaria explotadora sobre la mayoritaria explotada, donde la primera para tales
fines de supervivencia, tiende naturalmente a fortalecer las estructuras de su Estado como
instrumento de dominio sobre las mayorías sociales explotadas y oprimidas. Tal como ha venido
sucediendo en la línea de desarrollo típica de la sociedad occidental con el esclavismo, el
feudalismo y el capitalismo. Esta concepción económica y política clasista de la sociedad
humana, ha permitido reducir así, de hecho, a la democracia en totalitarismo, sometiendo a las
mayorías por mediación del gobierno de las minorías. Pero para tal fin de dominio y explotación,
se ha impuesto fortalecer al Estado, no solo en medios materiales sino en personal a su cargo,
incorporando a sus estructuras administrativas un cada vez mayor número de miembros, al
contrario de lo que sucede en los máximos órganos de dirección política ejecutiva.
La táctica de los revolucionarios rusos consecuentes ante la camarilla burocrática en
gestación liderada por Stalin, fue justamente la contraria: reducir el personal de las instancias
puramente administrativas, aumentando el personal de alta dirección política ejecutiva,
precisamente para garantizar la máxima democratización del Estado, alejándolo del
absolutismo, haciendo depender sus decisiones en el mayor número posible de individuos con
facultades de decidir. Así procedió Lenin cuando en diciembre de 1922, aconsejó aumentar el
número de miembros del Comité Central, cuyo secretario General era Stalin. Otro tanto propuso
respecto del Órgano Central de Control de la Inspección Obrera y Campesina, para el que propuso
aumentar el número de sus miembros, al mismo tiempo que reducir su personal administrativo,
haciendo hincapié en el criterio universal de la elección basada en la virtud del compromiso
militante y, además, en sus conocimientos y preparación: <<Propongo al Congreso que elija de 75 a 100 nuevos miembros para la Comisión
Central de Control (dirección política); estos deberán ser obreros y campesinos, y
deberán pasar por la misma selección partidaria que los miembros ordinarios del
Comité Central, ya que gozarán de los mismos derechos de los miembros del comité
Central.
Por otra parte, el personal (administrativo) de la Inspección Obrera y Campesina
debe ser reducido a 300 o 400 empleados, especialmente escogidos por su honestidad
y conocimiento de nuestro aparato estatal. Deben también ser sometidos a una
prueba especial en cuanto a su conocimiento de los principios de la organización
científica del trabajo en general, y en particular del trabajo administrativo de
oficina>>. (V. I. Lenin: Obras Completas: “Cómo debemos reorganizar la Inspección
Obrera y Campesina” 23/02/1923. Ed. Akal/1978 T. XXXVI Pp. 518. Lo entre
paréntesis nuestro)
Y dos meses después, en: Mejor poco, pero bueno”, con estas cuatro palabras Lenin insistía
en la necesidad imperiosa, de privilegiar la calidad humana intelectual y la moral revolucionaria,
frente a la cantidad de individuos: <<Para ello debemos apelar a los mejores elementos que tenemos en nuestro sistema
social: en primer lugar los obreros avanzados (su vanguardia, los más comprometidos
con la revolución), y en segundo lugar, los más esclarecidos, por los cuales podemos
responder que no darán crédito a las palabras, que no dirán una sola palabra contra
su conciencia, que no temerán reconocer cualquier dificultad, que no temerán
ninguna lucha para lograr el objetivo que seriamente se han propuesto>> (Ed. Cit.
T. XXXVI Pp. 525. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).
En síntesis, que Lenin apostó por la democratización del conocimiento científico, para
garantizar que las instituciones del Estado revolucionario funcionen, de tal modo que en la
voluntad mayoritaria a la hora de decidir qué hacer, los mejores y más avanzados criterios de
racionalidad científica prevalezcan siempre, sobre los estrechos, atrasados, corruptos e
irracionales intereses particulares (burgueses) de fracción. Y por Estado revolucionario
entendió, al orientado a que las clases sociales desaparezcan y, con ellas, el propio Estado.
Según Marx, el ámbito de actuación propio de la burocracia en cada Estado, es el Poder
Ejecutivo actuando supuestamente a favor del interés general. Pero su reducto específico es el
aparato administrativo. Y dado que el poder se sustenta en el conocimiento, es en ese ámbito
donde se incuba el doble espíritu jerárquico y complementario de las dos partes que constituyen
toda corporación: la superior y la inferior, donde la primera se reserva el conocimiento del todo
corporativo, relegando a cada estrato inferior o subalterno sólo el conocimiento de una de sus
partes: <<Su jerarquía es una jerarquía del saber. La cúspide confía a los círculos
inferiores el conocimiento de lo singular, mientras que los círculos inferiores confían
a la cúspide el conocimiento de lo general…>> K. Marx: “Crítica de la Filosofía
hegeliana del Estado”
Por lo tanto, la condición para conservar el poder jerárquico de la corporación superior
sobre la inferior, radica en mantener entre sus iguales el secreto de un saber restringido a su
círculo privilegiado: apropiarse de ese saber, como de algo particular y exclusivo. Tal como había
sucedido con la secta de los pitagóricos en la Grecia clásica, Pero dado que al poder del Estado
se le supone representar el interés general de la sociedad, resulta que la corporación superior
acaba traicionando su propio principio formal proclamado82.
Lenin se propuso revolucionar toda esta sinrazón elitista y sectaria propia del burocratismo
estatal, predicando con el ejemplo de poner sus propios conocimientos al servicio de la sociedad
soviética, sin secreto para nadie en particular y sin compartimentos estancos entre distintos
organismos estatales:
<<Los obreros que incorporemos como miembros de la Comisión Central de
control, deben ser comunistas irreprochables; y pienso que será necesario hacer
mucho todavía para enseñarles los métodos y objetivos de su trabajo. Además debe
haber un número determinado de secretarios para ayudar en este trabajo, a quienes
debemos someter a una triple prueba antes de designarlos para esos cargos. Por
último, los funcionarios que, en casos excepcionales, decidamos incorporar en
seguida como empleados de la Inspección Obrera y Campesina tendrán que
responder a las siguientes condiciones:
Primero: deben ser recomendados por varios comunistas;
Segundo: deben pasar un examen para comprobar sus conocimientos sobre
nuestro aparato estatal;
Tercero: deben pasar un examen sobre los fundamentos de la teoría de nuestro
aparato estatal; los fundamentos de la dirección, el trabajo de oficina, etc.
Cuarto: trabajar en armonía con los miembros de la Comisión Central de Control
y su secretariado, de manera que (los funcionarios de cada departamento estatal y hasta
82 Un método que la propiedad privada sobre los medios de producción indujo en la burguesía proyectar sobre la sociedad civil, bajo la forma del llamado secreto
comercial, patentes de fábrica, copyright, etc., etc.
de cada oficina) podamos responder por la labor de todo el aparato>> (V. I Lenin:
“Mejor poco…” Ed. Cit. Pp. 527)
Marx fue el primero en comprender, contra Hegel, que la burocracia es una sociedad
corporativa, donde el interés particular está reñido con el interés general, es decir, que el espíritu
corporativo del Estado hecho al concepto burgués de la propiedad privada, determina que cada
dependencia o departamento estatal se contraponga a las demás e incluso al Estado —como la
parte al todo—, reclamando su independencia, su propio y particular interés, es decir, su
competencia corporativa: <<Ciertamente tampoco hay corporación que no quiera su interés particular contra
la burocracia (del Estado en general); pero quiere la burocracia (la suya propia,
incluso) contra la otra corporación, contra el otro interés particular (dentro del
Estado)>> K. Marx: “Crítica de la filosofía hegeliana del derecho estatal” Cap. I b Pp.
75).
El origen de la burocracia estatal está en la separación corporativa de poderes desde los
tiempos de Montesquieu. Un método valido para la investigación científica, pero que en materia
política encubre el espíritu totalitario de clase burguesa. Después de reconocer que había
burócratas no solo en el aparato estatal sino hasta en el Partido, para combatir democráticamente
esa inveterada tendencia a la separación de poderes competenciales y al consecuente secretismo
sectario y burocrático en cada corporación o departamento —tanto en el Estado como en el
Partido— Lenin propuso vincular transversalmente unas instituciones con otras mediante la
colaboración y el intercambio de información entre ellas: <<¿Cómo se puede combinar una institución del partido con una institución
soviética? ¿No hay en esto algo inadmisible?
No planteo estos interrogantes en mi nombre, sino en el de aquellos a los que aludí
antes, cuando dije que hay burócratas no solo en nuestras instituciones soviéticas,
sino también en las instituciones del partido.
¿Por qué, entonces, no combinar unas con otras, si es en interés de nuestro
trabajo? ¿Acaso no advertimos todos, que en el caso del Comisariado del Pueblo de
Relaciones Exteriores, donde desde el comienzo mismo tal combinación se ha hecho
y ha sido extraordinariamente útil? ¿Acaso no se discuten en el Buró político,
desde el punto de vista del partido, muchos problemas grandes y pequeños, relativos
a las “jugadas” con que respondemos a las “jugadas” de las potencias extranjeras,
para evitar, digamos, sus ardides, por no emplear una expresión menos decorosa?
¿No representa esta flexible combinación de lo soviético con lo partidario una fuente
de extraordinaria fuerza para nuestra política? (V. I. Lenin: “Mejor Poco…” Ed. Cit.
Pp. 531. Ed. digitalizada Pp. 171)
Lenin venía batallando contra esta limitación de la democracia muy arraigada en el espíritu
del movimiento asalariado de la URSS, desde marzo de 1919, señalando que la victoria definitiva
contra la burocracia se alcanzaría mediante una inteligente y tenaz labor educativa. Y advertía
que, dado el atraso cultural de las mayorías sociales obreras y campesinas, si bien el Estado
soviético se había puesto a su servicio, no había pasado aun el peligro de que sufriera una
involución política, en tanto y cuanto esas mayorías sociales no estaban en condiciones de
completar la democracia, haciéndose cargo ellas mismas de administrar sus instituciones: <<Combatir el burocratismo hasta el fin, hasta la victoria plena, solo será posible
cuando toda la población tome parte en la administración. En repúblicas burguesas
no solo no ha sido esto posible, sino que incluso las mismas leyes constituían un
obstáculo. Las mejores repúblicas burguesas, por muy democráticas que sean,
tienen miles delimitaciones creadas por la ley, que impiden la participación de los
trabajadores en la administración. Nosotros hemos eliminado esas limitaciones, pero
no hemos conseguido todavía que las masas trabajadoras tomen parte en la
administración. Y es que, además de la ley, está el nivel cultural que no se deja
someter a ninguna ley. Este bajo nivel cultural es la causa de que los Consejos, que,
según su programa, debían ser órganos de la administración para los trabajadores,
llevada a cabo por la capa adelantada del proletariado, pero no por la masa misma
de trabajadores. Tenemos aquí una tarea por delante, que sólo puede ser realizada
mediante un dilatado trabajo educativo. En el momento actual esta tarea es
enormemente difícil para nosotros, porque —y sobre esto ya he tenido ocasión de
llamar la atención— la capa de los trabajadores que se ocupa de la labor
administrativa es extraordinariamente, increíblemente reducida. Necesitamos
refuerzos. Según todas las apariencias, ya va surgiendo en el país una tal reserva. El
potente anhelo de saber, el enorme progreso en la formación, conseguido la mayor
parte de las veces fuera de la escuela, el gran adelanto en la formación de las masas
trabajadoras, están fuera de toda duda. Se trata de un gran progreso que no se
produce en el marco de ningún tipo de marco escolar, pero que es efectivamente
enorme. (…) De todos modos, nuestra situación actual es extraordinariamente
difícil. La burocracia (zarista) y los explotadores han sido vencidos, pero el nivel
cultural no ha crecido y por eso se encuentran los burócratas en sus antiguos puestos.
Y sólo pueden ser expulsados mediante una organización del campesinado y del
proletariado mucho más amplia que antes, así como con medidas simultáneas
efectivas de capacitación de los trabajadores para la tarea administrativa…>> V. I.
Lenin: Informe al VIIIº Congreso del P.C.R (b). 25/03/1919. Ed. Cit. T. XXXI Pp. 51)
He aquí, perfeccionado por la experiencia de la revolución rusa, el espíritu verdaderamente
democrático de la Comuna de Paris, que también forma parte del testamento político de Lenin.
Una herencia que la burguesía mantiene todavía sepultada en la falsa conciencia de los
explotados, bajo toneladas de basura ideológica totalitaria y chantajista.
El 9 de marzo de 1923 le sobrevino otra crisis que volvió a paralizar sus extremidades
privándole definitivamente del habla, aunque siguió conservando “claras y nítidas” sus facultades
cognitivas. Según reporta Jean Jaques Marie, “no queriendo vivir más tiempo”, el 17 Lenin le
pidió imperiosamente a Stalin que le administrase una dosis mortal de cianuro: <<Stalin lo confirmó, añadiendo que, para obtenerlo, Lenin no podía dirigirse a su
mujer ni a su hermana, y le había dicho: “Tú eres el miembro más cruel del
Partido83, frase que repitió con aire satisfecho>>. (Ed. cit. Pp. 281)
Como si acabara de saborear el bocado más exquisito de su vida. Para Marie, este relato fue una
invención de Stalin. Un regusto suyo, puesto que desde ese fatídico 9 de marzo, por completo
esclerosado, Lenin ya no volvió a pronunciar ni escribir una sola palabra. En tal estado vegetativo
permaneció ese año, hasta que se le agravó repentinamente y expiró el 24 de enero de 1924.
19. El “cuento de la lechera” en la cabeza de Stalin, pero a lo bestia. « ¡Déjalo, Koba! No te pongas en ridículo. Todo el mundo sabe muy bien que la
teoría no es tu fuerte». David Riazanov.
«Una lechera llevaba en la cabeza un cubo de leche recién ordeñada y caminaba
hacia su casa soñando despierta. “Como esta leche es muy buena, se decía, dará
mucha nata. Batiré muy bien la nata hasta que se convierta en una mantequilla
blanca y sabrosa, que me pagarán muy bien en el mercado. Con el dinero, me
compraré un canasto de huevos y, en cuatro días, tendré la granja llena de pollitos,
que se pasarán el verano piando en el corral. Cuando empiecen a crecer, los
venderé a buen precio, y con el dinero que saque me compraré un vestido nuevo
de color verde, con tiras bordadas y un gran lazo en la cintura. Cuando lo vean,
todas las chicas del pueblo se morirán de envidia. Me lo pondré el día de la fiesta
mayor, y seguro que el hijo del molinero querrá bailar conmigo al verme tan
guapa. Pero no voy a decirle que sí de buenas a primeras. Esperaré a que me lo
pida varias veces y, al principio, le diré que no con la cabeza. Eso es, le diré que
no: ¡así!”. La lechera comenzó a menear la cabeza para decir que no, y entonces
83 Reunión de escritores comunistas celebrada del 19 de octubre de 1932 en casa de Gorki. K. Zelinsky, “V. Iunie 1954” (en junio de 1954). Minuvchee, nº 5, 1991, p.
73. En A. VAKSVER, Le Mystère Gorki, París. Albin Michel, 1997, pp. 303-304. Vaksver relata la escena y cita la frase, pero las sitúa una semana después durante una
reunión de escritores comunistas y sin adscripción con Stalin y varios otros dirigentes del Partido, a la que no estuvo invitado Bujarin. (Cita de Jean Jaques Marie:
“Stalin” Ed. citada Pp. 281).
el cubo de leche cayó al suelo, y la tierra se tiñó de blanco. Así que la lechera se
quedó sin nada: sin vestido, sin pollitos, sin huevos, sin mantequilla, sin nata y,
sobre todo, sin leche: sin la blanca leche que le había incitado a soñar». (Esopo.
Siglo IV A.C).
Comenzamos a redactar el apartado anterior de este trabajo, diciendo que Lenin se había
propuesto firmemente orientar la acción del Partido bolchevique, sin apartarse un milímetro de
conciliar —provisoriamente—, los intereses económicos estratégicamente opuestos de
campesinos y asalariados al interior del Estado soviético. Por consiguiente, debía ser el máximo
órgano de dirección ejecutiva del Partido: su Comité Central, el que instruyera al proletariado
para que velara por mantener con firmeza tal equilibrio político en forma de colaboración con
el campesinado, hasta que las cambiantes circunstancias que hacen al devenir de la revolución
permanente, determinaran cuándo y cómo el proletariado debiera resolver definitivamente la
contradicción, poniendo punto final a la sociedad de clases.
Un proceso político en momentáneo equilibrio, que debía ser históricamente garantizado
y dirigido por el proletariado como clase revolucionaria fundamental en esa fase de su
cometido lógicamente predeterminado de su necesario desarrollo. Una clase que no surgió del
trabajo agrario sino de la industria urbana bajo el incipiente capitalismo. Una industria que, al
proporcionar medios de producción cada vez más eficaces al trabajo agrario, provocó
migraciones del campo a las ciudades convirtiendo cada vez más campesinos en asalariados
urbanos, que así pasaron a ser hoy la clase más numerosa de la población mundial, creando las
condiciones para pasar de la revolución democrático-burguesa obrero-campesina, a la revolución
democrático-proletaria.
Por tanto, el proceso político revolucionario en Rusia durante su primera fase democrática
obrero-campesina —prevista científicamente por Marx—, ha tenido también su fundamento
económico, en la explotación del trabajo asalariado por el capital. Proceso que orientó el accionar
revolucionario del Partido bolchevique, siguiendo la propia lógica objetiva del capitalismo que
Marx llamó “Ley general de la acumulación capitalista”.
Según esta ley, con cada progreso de la fuerza productiva del trabajo rural, la población
asalariada ocupada tiende a disminuir absolutamente, porque la tierra es el único medio de
producción que no se puede reproducir a voluntad, de modo que la creciente productividad del
trabajo actuando sobre ella, expulsa inevitablemente mano de obra rural hacia las ciudades en
flujo históricamente creciente, que así pasa a engrosar las filas del proletariado en la industria
urbana. Y allí ocurre que, según progresa la ciencia y la eficacia técnica toma cuerpo en los
medios de producción, se necesita un cada vez menor número de operarios para ponerlos en
movimiento. Ergo, el empleo de asalariados aumenta, pero cada vez menos, es decir, a un ritmo
constantemente decreciente, no solo respecto de los medios que se les obliga a poner en
movimiento, sino incluso respecto de su propio crecimiento vegetativo, creando así un ejército
permanente de desocupados; necesario para que la competencia entre ellos presione los salarios
a la baja incrementando las ganancias de la patronal. Esta dinámica determina el carácter de los
asalariados como clase revolucionaria fundamental, que en la sociedad burguesa lo único que
tiene para perder son las cadenas que le sujetan a su condición de explotados y oprimidos por el
capital, ya sea como empleados o como supernumerarios en paro.
El campesinado ruso, en cambio, había venido sobreviviendo en proceso social
descendente, aquerenciado a la propiedad sobre su terruño familiar. Y en esto divergía
estratégicamente respecto del proletariado. Pero durante toda una época, desde principios del
siglo XX y según discurría el proceso de desarrollo económico-social en países capitalistas
atrasados, como Rusia, su población de origen campesino todavía mayoritaria, era también
explotada por los kulaks en poder de las tierras que les arrendaban y a cuya propiedad aspiraban.
En ese momento sus intereses políticos coincidían, pues, con los del proletariado, que la vida
misma según la lógica del capital, pugnaba por unirles en una lucha común que, por eso, los
bolcheviques siguiendo a Marx, dieron en llamar “revolución democrático-burguesa”. Un
proceso que debía cumplir su necesario recorrido —en el que la burguesía rusa naturalmente no
estaba interesada—, y que durante su desarrollo el Partido revolucionario ruso debía tratar de
mantener el equilibrio político del poder entre esas dos clases, mientras no estuvieran dadas las
condiciones, para que el proletariado pudiera pasar de la fase democrática a la necesaria fase
socialista de la revolución.
Pues bien, lo que hizo Stalin y su camarilla menchevique tras la muerte de Lenin —en
pleno proceso de cumplimiento de esta Ley económica general de la acumulación capitalista—
fue romper prematuramente el necesario equilibrio político de la revolución democrática en
Rusia, dirigido hasta entonces por el proletariado; interrumpió el proceso de revolución
permanente, inclinando a contrapelo de la historia la balanza del poder soviético, volcándolo en
favor del campesinado y su organización cooperativa de los koljoses, en alianza con el Partido y
el incipiente Estado soviético —ambas instituciones en franco proceso de degeneración
burocrática contrarrevolucionaria—, que Stalin y sus secuaces se encargaron de consolidar
con la deliberada intención estratégica, de congelar la revolución en su fase capitalista de
Estado y, consecuentemente, malograr la revolución internacional: <<Todos los esfuerzos de Stalin, con quien estaban en ese momento Sinóviev y
Kámenev, tendieron, desde entonces, a liberar el aparato del partido del control de
sus miembros. En esta lucha por la “estabilidad” (burocrático-contrarrevolucionaria)
del Comité Central, Stalin fue más consecuente y más firme que sus aliados, pues no
lo desviaban (de semejante deriva) los problemas internacionales, de los que jamás se
había ocupado. La mentalidad pequeñoburguesa de la nueva capa dirigente era la
suya. Creía profundamente que la construcción del socialismo era de orden nacional
y administrativo; consideraba a la Internacional Comunista como un mal necesario
del que había que aprovecharse en la medida de lo posible, con fines de política
exterior. El partido sólo significó a sus ojos, la base obediente de sus oficinas.
Al mismo tiempo que la teoría del socialismo en un solo país, se formuló otra para
uso de la burocracia según la cual, para el bolchevismo, el Comité Central lo es todo,
el Partido, nada. En todo caso, esta segunda teoría fue realizada con más éxito que
la primera. Aprovechando la muerte de Lenin, la burocracia comenzó la campaña
de reclutamiento llamada de la “promoción de Lenin”84. Las puertas del partido,
hasta entonces bien vigiladas, se abrieron de par en par para todo el mundo: los
obreros, los empleados, los funcionarios (y demás escoria oportunista), entraron en
masa. Políticamente se trataba de absorber a la vanguardia revolucionaria en un
material humano desprovisto de experiencia y personalidad, pero acostumbrado, en
cambio, a obedecer a sus jefes. Al liberar a la burocracia del control de la vanguardia
proletaria, “la promoción de Lenin” dio un golpe mortal al partido de Lenin. Las
oficinas habían conquistado la independencia que les era necesaria (bajo el mando de
ese oficinista por excelencia llamado Stalin)>>. (L. D. Trotsky: “La revolución
traicionada” Setiembre de 1936. Cap. V: El Termidor soviético85. Ed. Fundación F.
Engels/1991 Pp. 115/16. Lo entre paréntesis nuestro).
84 “Stalin es el gran sacerdote del culto inaugurado con su juramento: el embalsamamiento del difunto y la erección del mausoleo. Al mismo tiempo, promulga el
reclutamiento en masa de una ‘promoción Lenin’, que en dos meses hace adherirse al partido a 240.000 miembros casi analfabetos, una masa maleable y dócil formada precipitadamente gracias a la difusión de las fórmulas contenidas en Las Bases del leninismo”. (J. J. Marie: Ed. cit. Pp. 305). 85 Con esta expresión Trotsky alude a la llamada Convención termidoriana de la Revolución francesa entre 1794 y 1795, que malogró la experiencia democrático-burguesa. La involución que acabó restaurando el absolutismo del Imperio, comenzó cuando tras la toma de la Bastilla, la burguesía moderada, representada por los
diputados de “La Llanura” en los escaños más bajos de la cámara de representantes, se hizo con el poder y llevó a cabo una política conservadora. La Convención adoptó
una serie de medidas reaccionarias para acabar con el Terror jacobino: liberación de los sospechosos, cambios en los comités y tribunales, supresión de la Comuna. En economía se regresó al liberalismo económico, derogando la ley del máximo y se restableció la libre circulación de mercancías. El asignado se depreció a causa de una
inflación galopante y el hambre y la miseria llevaron a una insurrección popular que fue sometida por el ejército. Comenzaron persecuciones y matanzas de jacobinos y
sans-culottes que alcanzaron gran violencia en las provincias. En 1795 se aprobó un nuevo ordenamiento constitucional conocido como “Constitución del año III”. Se
O sea, lo que hizo Stalin y su camarilla burocrática emulando al Termidor francés actuando
en el nombre de Lenin, consistió en contradecirle políticamente oponiéndose a la dinámica social
determinada por “Ley General de la Acumulación Capitalista”. Orientó al Partido bolchevique y
al Estado soviético, en el sentido contrario hacia el cual tendían las fuerzas económicas de la
sociedad. Puso el carro de la historia delante de los caballos que debieran tirar de ella.
En síntesis: el stalinismo implementó una acción política tendente a paralizar el proceso
revolucionario, procurando sostener al capitalismo en su estado germinal pequeñoburgués
encarnado en la categoría social del campesinado, o sea la suya propia como “mujic” que lo fue
al nacer y nunca dejó de serlo. Ignorando que desde allí hacia el tan vano eterno retorno
nietzscheano a la dictadura del gran capital oligopólico imperialista en Rusia, solo fue cuestión
de tiempo: el que todo germen parasitario y patógeno bajo condiciones óptimas de cultivo
necesita, para reproducirse como la parte constitutiva directriz más elemental de su cuerpo
natural orgánico específico, en proceso de irreversible corrupción precursora de su muerte.
Estamos, pues, ante una cuestión teórico-científica pendiente de resolverse políticamente,
que ya debiera ser hoy más que nunca algo de cascote para todo asalariado, pero que desde la
muerte de Lenin y tal como bien le dijera Riazanov, Stalin jamás pudo concebir, atado como
decidió permanecer a sus cerriles prejuicios pequeñoburgueses de origen campesino; un término
medio social extendido al ámbito urbano en el mundo, que pretendiendo engañosamente
justificar su existencia como presunto árbitro neutral, precisamente ha venido neutralizando
el conflicto entre los dos extremos antagónicos históricamente irreconciliables: un capitalismo
ya por completo decadente que se resiste a perecer, ante un cada vez más pujante socialismo
que —de tal modo inhibido por la pequeñoburguesía socialdemócrata menchevique—, todavía
tarda en nacer.
Según lo dicho hasta aquí, en realidad, lo que hizo el stalinismo al frente del PCUS, fue
patrocinar la alianza entre el estamento burocrático soviético ya consolidado y la
pequeñoburguesía agraria subsistente en la URSS, en contra de los intereses del proletariado y a
expensas de él. Lo que explica la síntesis política contrarrevolucionaria resultante de esta
contradicción, es que desde 1924 la URSS torció el camino que los Soviets habían elegido
transitar desde febrero de 1917, optando bajo la dirección de la camarilla de por recorrer otro
entre el capitalismo y el socialismo. Este dualismo se explica por las siguientes condiciones:
a. El desarrollo de las fuerzas productivas en Rusia era aún insuficiente para que categorías
económicas burguesas como los precios y el dinero empezaran a perder sentido y la nueva
realidad social adquiriera un carácter socialista.
b. La producción era de tipo socialista pero las normas de reparto seguían siendo de carácter
burgués propiciando la diferenciación social a instancias de la distribución desigual de la
riqueza.
c. El desarrollo económico fue mejorando lentamente la situación económica y social de los
trabajadores, pero no dejó de favorecer a la capa social burocrática de privilegiados.
En el terreno político, este dualismo entre el carácter socialista de la producción y el
remanente burgués de la distribución a instancias del mercado, se expresaba en la dualidad de
poder entre la burocracia estatal que representaba la tendencia a mantener la norma del reparto
desigual, por un lado, y, por otro, el PCUS hasta la muerte de Lenin, que pugnó infructuosamente
suprimió el sufragio universal masculino volviendo al voto censitario. El poder legislativo se dividió en dos asambleas: el Consejo de los Quinientos y el Consejo de
Ancianos. El poder ejecutivo se confió a un Directorio reducido de cinco miembros.
por quitarle a la burocracia y a la pequeñoburguesía rural, esa base sobre la que se
sustentaban sus privilegios. Una vez en el poder al interior del PCUS, el stalinismo contribuyo
históricamente a ir resolviendo esta contradicción a favor de la contrarrevolución burguesa en
detrimento del proletariado en su conjunto.
Este proceso pareció haber alcanzado la gloria durante la Segunda Guerra Mundial,
enlazando la lucha triunfante contra el fascismo invasor durante la Segunda Guerra Mundial, con
la política del socialismo en un solo país y la coexistencia pacífica respecto del capitalismo
imperialista. Se prolongó a caballo del auge económico mundial del capitalismo, inducido por la
destrucción jamás causada por un conflicto bélico en el Mundo. Hasta que se fue por el sumidero
de la historia con el agudizamiento de la nueva crisis a principios de los noventa, arrastrado por
la irresistible corriente privatizadora del neoliberalismo burgués, determinada por la
sobresaturación de capital.
Las condiciones objetivas de la Rusia soviética descritas hasta aquí, con un proletariado
relativamente poco numeroso respecto del campesinado —y además analfabeto—, no pudo evitar
que entre 1917 y 1924, la posibilidad de la contrarrevolución burguesa, en ese país, de abstracta
se convirtiera en real.
Esas condiciones están hoy ausentes en todos los países desarrollados de la actual cadena
imperialista y en numerosos países periféricos de atraso relativo. Y lo más trascendente, es que
esa experiencia ha dejado tras de sí una riquísima y aleccionadora experiencia, sin la cual no hay
duda que sería mucho más difícil encarar las luchas del próximo futuro.
De relativas minorías sociales incultas que fuimos durante el capitalismo temprano, en
virtud del progreso de las fuerzas productivas bajo el capitalismo, los asalariados hemos pasado
a ser desde hace ya décadas mayoría absoluta de la población activa en el planeta, con un nivel
de instrucción suficiente como para hacernos cargo de los asuntos económicos, sociales,
políticos y culturales de la sociedad con total garantía de eficacia. De hecho, millones de
nosotros en el mundo venimos gestionando la producción en las más importantes empresas
capitalistas transnacionales, así como en centenas de miles de sociedades anónimas que agrupan
capitales medios. Prueba evidente de ello, es que las universidades de elites en tiempos de Marx,
Engels y Lenin, pasaron a ser universidades de masas en todo el orbe.
Una de las dos principales características de las sociedades anónimas modernas, radica en
que mediante el sistema accionario, se establece una nítida separación entre quienes detentan la
mera propiedad de esas empresas en su condición de rentistas, (el accionariado) y quienes las
dirigen administrativa, técnica y comercialmente, que es personal básicamente asalariado. En
la medida en que este sistema de propiedad y gestión actualmente dominante en el mundo
empresarial, se ha generalizado, aumentó la masa de la burguesía industrial, comercial y de
servicios, que se recicló al mercado bursátil, convertida así en una clase parasitaria y, por tanto,
socialmente superflua, a igual título que los terratenientes y los prestamistas.
Estos burgueses negocian, especulan y deciden sobre algo que funciona, pero que no
administran ni dirigen, delegando esa función en otros con capacidad para ejecutar las técnicas
en administrar tanto empresas como gobiernos —a quienes pagan para que se ocupen de tales
menesteres— pero cuyo dominio ellos conservan en su condición de sacrosantos propietarios
privados. Pueden, por ejemplo, negociar y decidir la instalación de subsidiarias dentro y fuera de
un mismo país. Pero el trabajo de realizar las necesarias prospecciones de mercado que aconsejan
semejantes decisiones de inversión, lo delegan en expertos a cambio de un salario y
prebendas, verdaderos aristócratas obreros que las universidades del sistema han instruido en
esa técnica y se ganan muy bien la vida con ello. Lo mismo pasa en todos los niveles de la
administración pública. En tiempos de Marx y Lenin, los políticos institucionalizados eran
"intelectuales orgánicos", esto es, al mismo tiempo hombres de Estado y empresarios a cargo de
sus propias empresas, algo cada vez más raro de ver hoy día. Aunque sigan detentando el poder,
los capitalistas han perdido su lugar en la historia como gestores directos.
Como se ha visto muy resumidamente más arriba, desalojar del poder político y expropiar a
los grandes propietarios terratenientes y burgueses, para la clase obrera rusa fue un problema
menor, comparado con las enormes dificultades de administrar o gestionar el cambio
revolucionario efectivo en la sociedad de ese gran país. Uno de esos problemas fue la propiedad
sobre los medios de producción en el agro, por el arraigo a la tierra de la mayoría campesina rusa.
Una segunda dificultad —tampoco resuelta en la URSS— fue, como acabamos de ver en este
apartado, la incapacidad por atraso cultural de la clase obrera de ese país, para gestionar la
sociedad de transición hacia el socialismo. Tal fue, el caldo de cultivo de la burocracia soviética,
desde hace unas décadas reconvertida o reciclada al capitalismo puro y duro. Para los asalariados
de hoy es al revés, paradójicamente lo que les parece un objetivo inalcanzable hoy día en todo el
Mundo, es la toma del poder.
Sin embargo, la causa de que este objetivo no quepa todavía en la conciencia de los
explotados como una necesidad asequible sus reales posibilidades, radica en que siguen
magnificando los mismos problemas que realmente tuvieron los revolucionarios rusos en 1917,
hoy casi por completo inexistentes. Una imposibilidad que solo “existe” en el formidable
aparato propagandístico capitalista. Y todo esto, a pesar de que el capitalismo tardío decadente
les está poniendo, como nunca antes, la realización de esa necesaria y cada vez más urgente tarea,
casi en bandeja. Tal es la paradoja de la lucha de clases en este momento: los asalariados del
mundo, tan al alcance de hacer la revolución y al mismo tiempo tan lejos de ella.
Hasta qué punto el sistema capitalista empuja hoy cada vez más irresistiblemente a que
las mayorías sociales explotadas luchen por la verdadera democracia y la verdadera libertad,
se pone de manifiesto en que las minorías sociales propietarias de los medios de producción
dedicadas a explotar trabajo ajeno, no pueden ya ocultar el hecho de que mantengan trillones de
Euros en paraísos fiscales, mientras mantienen a cientos de millones de asalariados en la penuria
relativa, y que durante las crisis periódicas miles de millones pasen a sufrir la miseria absoluta.
El secreto de que tal cosa suceda, radica en que el sistema capitalista exija por imperativo
de los hechos, que los medios técnicos cada vez más eficaces en poder de los burgueses, sean
puestos en movimiento por un cada vez menor número de operarios al mismo tiempo durante
cada jornada de labor. De aquí surge la ganancia capitalista, como diferencia entre el valor
que los asalariados con empleo producen durante cada jornada entera, y el que durante ese
mismo tiempo crean, llamado salario, equivalente no más que a lo estrictamente necesario para
reponer su fuerza de trabajo diaria.
Así las cosas bajo el capitalismo, la medida para la introducción en el mercado de una mejora
técnica —que suponga un desarrollo de la fuerza productiva del trabajo social—, viene dada no
por la masa de trabajo vivo que ahorra esa mejora técnica durante el total de horas
trabajadas en cada jornada, sino por su parte paga, es decir por el equivalente al salario; O
sea, la mejora pasa a utilizarse efectivamente, solo bajo la condición de que lo que cuesta
producirla resulte ser menor que el costo de la mano de obra que desplaza. Este hecho
demuestra la superioridad potencial relativa del socialismo, donde el límite económico-social
para incorporar una mejora científico-técnica a los medios de trabajo, no está en el coste de la
parte de la jornada durante la cual los productores directos reproducen el equivalente a sus
medios de vida necesarios para reponer su fuerza de trabajo, sino en la jornada entera: <<Aquí, el modo capitalista de producción cae en una nueva contradicción. Su misión
histórica es el desarrollo sin miramientos, impulsado en progresión geométrica, de la
productividad del trabajo humano. Pero se torna infiel a esa misión no bien se opone al
desarrollo de la productividad, como sucede en este caso (fijando su límite absoluto en la parte
paga de la jornada de labor). Con ello demuestra nuevamente que se torna decrepito y que,
cada vez más, está sobreviviéndose a sí mismo>> (K. Marx: "El Capital" Libro III Cap. XV.
Lo entre paréntesis nuestro)
La productividad del trabajo en el capitalismo consiste, pues, en que cada obrero con una
capacidad promedio, ponga en movimiento la mayor cantidad posible de instrumentos por
unidad de tiempo empleado, para convertir salario en plusvalor. Puestos por el sistema en
este plan, según el progreso técnico determina que vaya disminuyendo el número de
asalariados necesarios para mover más instrumentos de creciente eficacia al mismo tiempo, el
número de obreros empleados no deja de aumentar, pero aumenta cada vez menos respecto de
la cantidad de instrumentos que se les obliga a poner en movimiento. De lo contrario, la
productividad del trabajo deja de progresar y la finalidad del sistema burgués: obtener réditos
crecientes, se malogra.
Esto es, precisamente, lo que sucede bajo tales condiciones objetivas: la ganancia de los
capitalistas aumenta como resultado de la creciente productividad del trabajo, dado que permite
reducir el coste de emplear un cada vez menor número de obreros necesarios para producir
valor incorporado a sus productos. Pero a medida que el proceso de acumulación de capital
prosigue según está lógica, las dificultades científico-técnicas para lograr nuevos incrementos
de productividad con medios más eficaces, se multiplican. Y el caso es que superar tales
dificultades se traduce, inevitablemente, en costes crecientes de esos medios, que la burguesía
debe solventar para seguir obteniendo más ganancia con sucesivos incrementos de
productividad a expensas del salario, incrementos que naturalmente resultan ser cada vez más
menguantes. <<Es decir, que cuanto más desarrollado está ya el capital, cuanto más
plustrabajo (ganancia) ha creado ya (y acumulado), tanto más formidablemente
tiene que desarrollar la fuerza productiva, para autovalorizarse en una pequeña
proporción, es decir, para aumentar la plusvalía, ya que su límite continúa siendo
siempre la relación entre la fracción del día de trabajo que expresa el trabajo
necesario (salario) y el día de trabajo completo>>. (K. Marx: “Grundrisse”
(Fundamentos) III. Lo entre paréntesis nuestro)
Hasta que el proceso de acumulación de capital llega a un punto crítico, en el que la
ganancia aumenta menos de lo que cuesta producirla, dejando sin sentido económico
continuar con él y se interrumpe. Tal es la explicación del fenómeno que, bajo el capitalismo,
se ha venido verificando a escala planetaria durante cada crisis periódica, en todos los sectores
del trabajo social desde hace 188 años, con tanta contundencia como cuando a cualquiera un
pedrusco le golpea en la cabeza.86
86 La primera gran crisis de superproducción de capital tuvo lugar en Europa corriendo el año 1825, con epicentro en Inglaterra. Que las crisis “surjan” o se pongan de
manifiesto en los mercados financieros, no quiere significar que ésa sea su causa, del mismo modo que ninguna enfermedad puede ser científicamente explicada ni comprendida por los síntomas que experimenta cada paciente. Una cosa es la sintomatología y otra muy distinta la etiología o causa de una enfermedad. Los teóricos y
demás intelectuales burgueses, son unos sintomatólogos contumaces por la cuenta que les trae. De eso viven predicando subliminalmente, que “en materia de economía
política está prohibido pensar”.
Las condiciones económicas y sociales del capitalismo actual no son las mismas que las
existentes en tiempos de la gran revolución rusa, donde era más fácil tomar el poder que
consolidarlo. Precisamente por el atraso histórico relativo material y, consecuentemente cultural
de aquellos tiempos. Aquél caldo de cultivo económico y social regresivo en el que pudo medrar
la burocracia soviética tras la muerte de Lenin, es hoy inexistente.
La socialización objetiva del trabajo típica del capitalismo tardío, evoca y auspicia de
modo casi natural la experiencia de la Comuna de París, con su democracia proletaria real
directa, frente a la irracionalidad selvática de la democracia formal burguesa de mercado y su
ineficiente, parasitaria y corrupta burocracia política. Antes de avanzar en la lectura de este
capítulo, se impone pues, detenerse en el texto de este último enlace como una cuestión de pura
humanidad, algo de lo que los políticos socialdemócratas al uso huyen como de la peste, y ni que
decir tiene de sus adversarios con quienes se alternan a cargo del gobierno en el Estado capitalista:
los ultra-liberales.
Mientras tanto, para quienes tenemos claras estas ideas, la tarea estratégica pasa por
difundirlas y comprender que lo más difícil de la próxima revolución, al contrario de lo que
sucedió en Rusia, está en la toma del poder político, cuyo primer paso hacia ella hay que darlo
construyendo una organización internacional realmente independiente, como expresión
política de la ciencia, que en todos los sitios luche por su programa máximo sin resignar ningún
objetivo estratégico a cualquier objetivo presente de la pequeñoburguesía remanente en esta
sociedad.
Según progresan las fuerzas productivas y la burguesía internacional se apropia de masas de
valor contenido en los salarios para convertirlas en capital acumulado, para sobrevivir la
burguesía internacional necesita llevar adelante ataques inauditos cada vez más inhumanos contra
nuestras condiciones de vida y de trabajo. Ante semejante realidad actual del capitalismo, los más
conscientes de nosotros debemos profundizar ese estímulo a que las mayorías rompan ideológica
y políticamente con la patronal burguesa y su Estado. Pero para esto más y más asalariados
debieran ocupar una parte de su tiempo libre abocados al estudio y comprensión de asuntos como
éste.
Los burgueses lo saben muy bien, de ahí que conviertan más y más tiempo de ocio de los
asalariados en mercancía, que les embrutece y limita su libertad política, no dejándoles más
alternativa que la de delegar el poder en los políticos profesionales que les engañan, para que
ellos en contubernio con los empresarios puedan seguir enriqueciéndose sin mayores dificultades.
Top Related