E N N O M B R E D E E S E L A U R E LMANUEL ACUÑA
P O E M A S C I E N T Í F I C O S , C Í V I C O S , F I L O S Ó F I C O S Y H U M O R Í S T I C O S
O B R A P O É T I C A , 2
E N N O M B R E D E E S E L A U R E LO B R A P O É T I C A , 2
Lic. Rubén Moreira ValdezGobernador del Estado de Coahuila de ZaragozaLic. Ana Sofía García CamilSecretaria de Cultura de CoahuilaLic. Carlos Flores RevueltaDirector de Actividades Artísticas y Culturales Lic. Miguel Gaona HernándezCoordinador Editorial
© Gobierno del Estado de Coahuila de Zaragoza© Secretaría de Cultura de CoahuilaJuárez e Hidalgo s/n. Zona CentroCP 25000. Saltillo, Coahuila de ZaragozaCorreo electrónico: [email protected]
© Evodio Escalante© Diana Garza Islas© Ernesto Lumbreras
Edición: Miguel GaonaDiseño: Estefanía Nicté Estrada
Impreso y hecho en MéxicoISBN Obra completa: 978-607-96210-6-3
ISBN Tomo 2: 978-607-96210-7-0Saltillo, Coahuila de Zaragoza, 2013
Directorio
Para los coahuilenses, el 2013 ha sido un año de importantes conmemo-
raciones: celebramos el centenario de la firma del histórico Plan de Gua-
dalupe; recordamos el 170 aniversario luctuoso del padre del federalismo,
Miguel Ramos Arizpe, y asimismo el sesquicentenario de la Batalla de
Puebla, en la que el general Ignacio Zaragoza cubrió de gloria a la nación y
a nuestro estado. Finalmente, el 6 de diciembre, tras un año de actividades
y festejos de nivel internacional en su memoria, conmemoramos el 140
aniversario luctuoso del poeta Manuel Acuña Narro.
Esta publicación, EN NOMBRE DE ESE LAUREL, reúne su poesía
completa y nos presenta de nuevo al autor y al personaje; es el testimonio
material de la devoción y orgullo con que el Gobierno del Estado se ha
planteado la celebración del saltillense, cuya existencia trágica, breve, le dio
tiempo bastante para confeccionar una obra literaria imprescindible en la
cultura mexicana.
Esta edición no cierra, sino que abre permanentemente el homenaje y
las vías de acceso a la obra de Manuel Acuña, reiterando asimismo el com-
promiso del Gobierno de Coahuila por fortalecer la imagen y la calidad de
vida en nuestro estado a través de la poesía, de capitalizar en beneficio de la
sociedad los valores culturales que nos pertenecen.
El inminente reencuentro de Acuña con los lectores representa en sí
mismo un motivo de festejo, pues no sólo el poeta, sino también los que
entendemos su obra como parte de nuestra identidad, vemos enriquecer con
ello la generosa herencia cultural que recibimos. Sirva como regalo para los
lectores del presente y del futuro la obra poética de Manuel Acuña, orgullo
coahuilense y joya del siglo XIX mexicano.
LiC. RUbéN MoREiRA VALdEzGobernador ConstituCional
del estado de Coahuila de ZaraGoZa
La segunda mitad del siglo XIX, imprescindible para entender el devenir
y el pensamiento del México naciente, fue la cuna del poeta coahuilense
Manuel Acuña. En ella vivió de forma apresurada, casi siempre en circuns-
tancias adversas, dejando tras de sí una biografía brevísima, colmada de
palmas, triunfos, laureles, como expresó su amigo Justo Sierra; la promesa
de un porvenir feliz que no llegó a cumplirse para él pero sí para su obra.
Manuel Acuña representa un ideal romántico. Durante mucho tiempo ha
sido, para el público, como la flor que espera entre las páginas de un libro para
desmoronarse en nuestras manos. Sin embargo, hace falta todavía mucho más
para asistir al desmoronamiento de una obra que, bien leída, tiene importantes
asideros en la historia, la cultura y la imaginación de nuestra lengua.
A 140 años de la muerte de Acuña, sus poemas son, todavía, nuestro or-
gullo, y la clave para revalorar su historia, novelada por la imaginación colec-
tiva; para entender el reconocimiento de maestros como Ignacio M. Altami-
rano o Menéndez y Pelayo, y las impresionantes muestras de cariño popular
que recibió a su muerte, en la Ciudad de México, a los 24 años de edad.
A ello han dedicado su inteligencia, su tiempo y su talento los autores
que colaboran en esta nueva edición de la obra poética de Manuel Acuña,
reforjando la espada que se encontraba rota, ya fuera por la sobreexposición
o por el abandono. La defensa, en algunos casos, pero, ante todo, la generosa
relectura que realizan de la poesía del coahuilense, nos regala el encuentro
con un autor imprescindible cuyo instante de gloria no acaba todavía, y al
que el Gobierno del Estado de Coahuila ha brindado un homenaje mayús-
culo llevándolo de nuevo a los reflectores internacionales en este 2013, pero,
ante todo, a las manos de sus lectores para este nuevo siglo.
LiC. ANA SofíA GARCíA CAMiLseCretaria de Cultura de Coahuila
Contenido
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Manuel Acuña y los abismos del pensamientoEvodio Escalante
obra poética, 2Poemas científicos, cívicos, filosóficos y humorísticos
El libro de hueso Juan de Dios Peza
Ante un poema, un cadáver después Nota de Diana Garza Islas
Manuel Acuña: el poeta y el suicida Ernesto Lumbreras
eVodio esCalante
MANUEL ACUÑAY LoS AbiSMoSdEL PENSAMiENTo
Sobre el suelo de la tradición, la ola de las generaciones destruye y edifica,
descarta y selecciona, deforma y entroniza. Lo mismo estatuye prestigios
que los borra. Lo mismo encumbra venerables figuras del pasado inme-
diato que las sepulta en el descrédito o en el más pavoroso de los olvidos.
Hay que tener en mente el automatismo de este doble movimiento que
singulariza la actividad, o si se prefiere, el activismo cultural de las gene-
raciones en el momento de abordar una figura singular del romanticismo
mexicano como lo es Manuel Acuña.
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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
Me parece que incluso habría que retroceder un poco y someter a
consideración nuestra visión de conjunto. Es decir: los teneres previos que
se nos han heredado, aquellos en los que hemos crecido y que a menudo
reciclamos sin parpadear. El movimiento romántico es esa visión de con-
junto cuya valoración solicita una nueva mirada crítica. Por razones que
sería demasiado prolijo explorar, pero de cuya eficacia hermenéutica existen
pruebas más que sobradas, el romanticismo mexicano pasa por ser una de
las etapas más discutidas, más endebles y más saturadas de defectos de toda
la historia de la literatura mexicana. Se entiende de inmediato por qué. La
conquista de la independencia política lograda por Iturbide en 1821 lleva-
ba aparejada la exigencia de obtener una segunda independencia de tipo
espiritual cuyas consecuencias habrían de sentirse en el plano de la cultura
y de la creación artística y literaria. Al principal promotor de esta segunda
independencia, Ignacio Manuel Altamirano, se atribuye haber declarado en
una de las sesiones del Liceo Hidalgo que “así como en México había ha-
bido un Hidalgo, el cual en lo político nos hizo independientes de España,
debía haber otro Hidalgo respecto del lenguaje”.1 Lo anterior presupone un
momento auroral. La exigencia de Altamirano implica que una literatura
propiamente nacional todavía no existía, por lo que se hacía necesario pro-
ceder a su constitución.
La génesis o la formación de una literatura nacional precisaba un cam-
bio de actitud, adoptar una nueva posición de valor. En su diagnóstico del
estado de salud de las letras patrias, Altamirano no vacilaba en indicar la
causa del atraso: la propensión a la imitación. La copia servil de los modelos
tanto españoles como franceses nos hacía extraviar el rumbo. Observaba
1 Citado por José Luis Martínez (“México en busca de su expresión”, 1060).
13L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O
al respecto Altamirano: “Éste no es un defecto exclusivo de nuestra actual
generación literaria; es un vicio hereditario, es una manía adquirida en el
colegio, o inspirada por consejeros poco ilustrados o meticulosos” (Obras
completas, XII, 191). Cuando menos en una ocasión, por los términos en
que lo formula, se diría que el diagnóstico de Altamirano se convierte casi
en una invectiva: “Nosotros todavía tenemos mucho apego a esa literatura
hermafrodita que se ha formado de la mezcla monstruosa de las escuelas es-
pañola y francesa en que hemos aprendido” (37. Énfasis mío).2
No debe perderse de vista, por otro lado, que nuestro siglo XIX es un
periodo de convulsión incesante. No bien habíamos salido de la guerra de
Independencia, se dieron en intrincada sucesión las calamidades de la gue-
rra civil entre liberales y conservadores, la invasión del ejército estadouni-
dense que tomó la Ciudad de México, hizo ondear su bandera en Palacio
Nacional y, a través de ciertos contratos de compraventa, anexionó una par-
te sensible de nuestro territorio; la guerra con Francia, el fugaz imperio de
Maximiliano de Habsburgo, sin dejar de contar los avatares de la República
restaurada. En estas fragorosas condiciones, juzga el lugar común, era difícil
que nuestros escritores se pusieran en serio a hacer literatura.
Divididos entre las exigencias de la política y la supervivencia, envueltos
en una lucha interminable de facciones que los inclinaba de modo inmedia-
2 No sería remoto que esta estentórea declaración de Altamirano haya sido la fuente que
llevó a José Gorostiza a sostener, en semejante plan autocrítico, y utilizando palabras muy
similares, que esta misma compulsión imitativa tendría que ser la causa del estancamiento del
grupo de los Contemporáneos, lo que contribuye a que “[...] todavía en la actualidad, a ciento
veinte años de la independencia política, la inteligencia bizca de México tenga un ojo en la
tradición española y otro en la francesa, y trate de caber un poco idealmente en ellas, en lugar
de esforzarse por ir haciendo, ya que no la hay, una tradición mexicana”. (Véase “Hacia una
literatura mediocre”, Prosa, 154)
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to a la diatriba y el panfleto, a la exaltación de la bandera propia y a la de-
nostación de la del enemigo, mal podían los escritores mexicanos trabajar de
manera fructífera en lo que se supone era lo que tenían que hacer: una litera-
tura de alta calidad estética. Se diría que en el pecado llevaban la penitencia.
Si bien esto obliga a los críticos y estudiosos a elogiar la actitud política de
nuestros románticos, que destacan en tanto formadores de la conciencia na-
cional, como contraparte estiman, de modo general, que sus esfuerzos litera-
rios resultaron erráticos y poco afortunados. Tal opinión canónica, revestida
de un prestigio inercial, la articula Octavio Paz en el ensayo con el que inicia
Las peras del olmo (1957). No me queda más remedio que citarlo en extenso:
El siglo XIX es un periodo de luchas intestinas y de guerras exteriores. La na-ción sufre dos invasiones extranjeras y una larga guerra civil, que termina con la victoria del partido liberal. La inteligencia mexicana participa en la política y en la batalla. Defender el país y, en cierto sentido, hacerlo, inventarlo casi, es tarea que desvela a Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto, Ignacio Manuel Altamirano y a muchos otros. En ese clima exaltado se inicia la influencia romántica. Los poetas escriben. Escriben sin cesar, pero sobre todo combaten, también sin descanso. La admiración que nos producen sus vidas ardientes y dramáticas –Acuña se suicida a los 24 años, Flores muere ciego y pobre– no impide que nos demos cuenta de sus debilidades y de sus insuficiencias. Nin-guno de ellos –con la excepción, quizá, de Flores, que sí tuvo visión poética aunque careció de originalidad expresiva– tiene conciencia de lo que signifi-caba realmente el romanticismo. Así, lo prolongan en sus aspectos más su-perficiales y se entregan a una literatura elocuente y sentimental, falsa en su sinceridad epidérmica y pobre en su mismo énfasis. (“Introducción a la poesía mexicana”, Las peras del olmo, 19-20)
La radicalidad del dictamen de Paz, tal y como consta en las últimas líneas
de la cita, podría deberse no tanto a las virtudes de una exotopía bajtiniana,
15L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O
es decir, a un exceso de conciencia que trabajaría –dada la distancia temporal
transcurrida– en favor riguroso del crítico, sino a que no cuesta demasiado
trabajo llevar hasta sus extremos un lugar común aceptado por todos. Pero
me pregunto, ¿se podría sostener de verdad que ni Ramírez, Altamirano,
Prieto, Acuña, Flores ni Rodríguez Galván tenían “conciencia de lo que
significaba realmente el romanticismo”? ¿No es esto convertirlos en unos
pobres fantasmas carentes de razón y de objeto? Con todos sus altibajos,
como sin duda los tuvieron, no me parece tampoco que podamos calificar-
los sin más como escritores superficiales, cuando menos no a todos ellos, ni
que podamos decir que estaban entregados a “una literatura elocuente y
sentimental, falsa en su sinceridad epidérmica y pobre en su mismo énfasis”.
No intentaré rebatir estas afirmaciones. Basta con consignarlas para
dejar testimonio de una actitud extremosa que acaso sería adecuado revisar,
siempre que lo que nos importe sea comprender los impulsos y los alcances
que marcan el horizonte de nuestra, a veces tan calumniada, generación
romántica.
Si la visión de conjunto está sujeta a estas inercias de la crítica, que son
producto cuando menos en parte –aventuro esta hipótesis– de la tajante
reacción de ciertos poetas modernistas, quienes habiéndose iniciado como
románticos tuvieron que renegar de esta estética como parte misma de su
proceso de maduración, según lo indican los casos muy connotados de Ma-
nuel José Othón, y sobre todo, de Salvador Díaz Mirón, quien desconoció
todo lo que había publicado antes de Lascas (1901), no corre con mejor
suerte la figura solitaria de Acuña. Bastaría con decir que incluso quienes
se han tomado el cuidado de redactar su biografía o de recopilar su obra
poética, a la hora de escribir los prólogos pertinentes o de abordar los ve-
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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
ricuetos de su existencia, no han dejado de señalarle sus defectos emotivos,
sus pretendidas confusiones intelectuales y hasta –por si esto no fuera sufi-
ciente– sus ocasionales y también supuestas fallas de métrica y musicalidad.
Sea el caso de José Rojas Garcidueñas. En su libro Manuel Acuña, poeta
y hombre de su tiempo, el autor sostiene que al “pobre muchacho” de Salti-
llo le tocó formarse en una época caracterizada por una extrema penuria
intelectual, lo cual volvería explicables sus desaciertos y confusiones en el
terreno del pensamiento. Razona de esta manera el autor del libro: “Le tocó
una de las peores épocas del Colegio de San Ildefonso: aquella absoluta de-
cadencia que, afortunadamente, acabó por una reforma total, la que realizó
don Gabino Barreda al crear la preparatoria comtiana” (XXI). El secreto ha
sido revelado. La inconsistencia de la poesía de Acuña, su falta de solidez
ideológica, su nerviosa movilidad que denota ausencia de criterio, se debe-
rían todas ellas a una falla escolar muy propia de la época. Como el Colegio
de San Ildefonso estaba en crisis, sus egresados tenían que ser poco menos
que un fraude. Rojas Garcidueñas se engolosina citando unos recuerdos de
Justo Sierra, condiscípulo del poeta:
Los colegiales cantábamos las canciones de guerra reformistas, urdíamos para las sabatinas toscos argumentos patrióticos en latín de seminario –¡perdón, padre Horacio; padre Virgilio, perdón!–, y todo ello andaba mezclado con jirones viejos de metafísicas escolásticas, aprendidas de coro. (XXII)
La conclusión de Rojas Garcidueñas se antoja impecable: “Sobre esos ma-
los cimientos no era posible edificar nada bueno, y Acuña no tuvo tiempo ni
empeño en mejorarlos”. Llevado por la incuria y por su agnosticismo, “iner-
me para capear los temporales y recias corrientes de una época intelectual
a n t i G u o C o l e G i o d e s a n i l d e F o n s oG a b i n o b a r r e d a
Como primer director de la Escuela Nacio-nal Preparatoria, antiguo Colegio de San Ildefonso (del que Acuña fue alumno antes de ingresar a la Escuela Nacional de Medi-cina), Gabino Barreda luchó por lograr una educación liberadora e introdujo la doctrina positivista que propugnaba Augusto Com-te, misma que él conoció en París mientras terminaba sus estudios de Medicina. La in-fluencia de dicha doctrina puede apreciar-se en distintas composiciones de Manuel Acuña, como los poemas dedicados a la Sociedad Filoiátrica e incluso en “Ante un cadáver”.
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en violenta transformación, pronto habría de perder el timón y la brújula y
su barco quedó al garete”.
De cualquier forma, uno podría preguntarse, creo que con algo de sen-
satez: ¿si la culpa la tuvo la escuela, por qué Justo Sierra, en lugar de malo-
grarse, fue la lumbrera que fue? ¿No estaremos incurriendo en un grosero
reduccionismo? Por otra parte, ¿no es esto concederle demasiada eficacia a
la institución escolar? Antes y después del Colegio de San Ildefonso, Acuña
era también un producto del ambiente en que vivía. De manera particular,
habría que tomar en cuenta que en ese ambiente ambulaban figuras tre-
mendas como Altamirano, como Guillermo Prieto, y quizá de manera to-
davía más decisiva, como Ignacio Ramírez El Nigromante, quien sorprendía
a propios y extraños con sus rutilantes tesis materialistas sustentadas en la
Academia de Letrán, y de las que todos se hacían voces. Hay indicios muy
claros de que este último personaje lo influyó muchísimo, como lo podría
mostrar uno de sus poemas más celebrados por la crítica, “Ante un cadáver”.
Aunque hay otros textos en los que puede documentarse la adscripción
materialista del autor, como la décima que titula simplemente “Dios”, el
primer texto citado no sólo es una pieza maestra desde el punto de vista
literario, sino una de las formulaciones más convincentes acerca del auto-
telismo y la perennidad de la materia cósmica. Nada impide pensar, más
bien al contrario, que “Ante un cadáver” es la versión poética de la tesis de
inspiración científica que Ramírez defendiera en la Academia y que versaba
toda sobre este escueto principio: No hay Dios; los seres de la naturaleza se
sostienen por sí mismos.3
3 Éste fue, según la reseña de don Hilarión Frías y Soto, que Altamirano recoge, el lema que
defendió Ignacio Ramírez en su discurso de ingreso a la Academia. Véase Obras completas, XIII
(111-112). Ahí mismo el reseñista comenta: Ramírez dedujo “de una serie inflexible de verdades
e s C u e l a n a C i o n a l d e M e d i C i n a
Tras convertirse en Nacional –luego de haber nacido como Real y Pontificia–, la Universidad de México unió los Esta-blecimientos de Ciencias médico y qui-rúrgico, lo cual dio pie a la creación del Establecimiento de Ciencias Médicas, que sería luego Colegio de Medicina, Escuela de Medicina del Distrito Federal y, a partir de 1842, Escuela Nacional de Medicina, instalándose en el antiguo Pa-lacio de la Inquisición. Ahí habitó, cur-só sus estudios y murió Manuel Acuña, siendo prefecto del establecimiento el Dr. Manuel Domínguez, a quien el poe-ta le dedica un par de poemas donde muestra su respeto y amistad. Domín-guez fue además presidente de la Aca-demia Nacional de Medicina.
d r . M a n u e l d o M Í n G u e Z
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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
Tampoco pienso que la tesis ad hominem de Rojas Garcidueñas pueda
sostenerse. ¿Acuña, un tipo inerme? ¿Un medroso incapaz, un desprotegido
al que las exigentes musas o bien los vendavales de la época lanzaban de una
orilla a la otra, como si se tratara de un trapo? No parece haber testimonios
de estos supuestos bandazos en su bullente poesía.
De alguna forma, José Luis Martínez se hace eco de las afirmaciones
de Rojas Garcidueñas, aunque hay que reconocer que amplía, en cuando
menos tres planos, el espectro de sus inconformidades. Para empezar, sos-
tiene que Acuña se quedó en mera posibilidad. Al suicidarse cuando apenas
contaba con veinticuatro años, Acuña habría frustrado de manera trágica la
promesa del gran poeta que ya empezaba a anunciarse. Para decirlo con una
metáfora de Hegel: Acuña se habría quedado en la noche de las promesas,
sin pasar al día de los logros. Así lo explica José Luis Martínez en el pró-
logo de su Poesía romántica: el Liceo Hidalgo “dio dos frutos, uno de ellos
reducido a posibilidad, y otro con características de gran poeta: el primero
era Manuel Acuña, y el segundo Manuel María Flores”. Para mala fortuna,
Acuña murió, puntualiza el crítico literario, “cuando su obra iniciaba los
primeros brotes seguros que presagiaban la aparición, tarde o temprano, de
un gran poeta” (XVI).
A esto hay que agregar una valoración general del Romanticismo que
sin duda afecta también a Acuña, el más desesperado y a la vez el más
precoz de sus representantes en nuestro país. Según José Luis Martínez,
el romanticismo mexicano no resiste la comparación con su homólogo es-
experimentales la conclusión, inaudita hasta entonces, de que la materia es indestructible,
y por consiguiente eterna: en este sistema, podía suprimirse, por tanto, un Dios creador y
conservador”. Es muy probable que la tesis de Ramírez se base en los descubrimientos de
Lavoisier, uno de los fundadores de la ciencia moderna.
21L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O
pañol. El nuestro –derivativo, mimético, acaso hasta titubeante– no hace
sino medrar a la sombra de los logros de los poetas peninsulares, a los que
en vano pretende emular. De aquí se deduce un axioma de tipo general: el
mexicano es “un romanticismo frenado; nunca extrema las notas y no añade
por su cuenta ningún tema propio” (XXIV).4
Al igual que Rojas Garcidueñas, Martínez también propone que Acu-
ña era desde el punto de vista ideológico un desorientado, un confuso, un
adolescente que habría perdido la brújula y el timón. Por eso asegura, sin
titubear: “Acuña ha llegado a representar en su obra el tipo ideal del poeta
estudiantil, con su peculiar indigestión científica y filosófica” (“Prólogo”,
Obras: poesía y prosa, XVII).5
Aunque más peyorativo no podía ser Martínez al denunciar una pre-
tendida “indigestión científica y filosófica” que mantendría colapsada la
mente del poeta, ahí mismo agrega, matizando y hasta suavizando un tanto,
la afirmación de que Acuña se habría quedado en una pura posibilidad ca-
rente de resultados: “Tenía evidentemente un vigoroso sentido poético y un
don de versificador, pero su corta vida no le bastó para madurar totalmente
sus concepciones en poesía”.
¿Qué juicio le merece Acuña desde un estricto punto de vista poético?
No le va muy bien que digamos. “Le faltó tiempo”, este es el dictamen de la
época al que José Luis Martínez se acoge sin mayor dilación. Si el crítico se
4 Un romanticismo frenado, quiere decir, detenido, como quien aplasta el pedal del freno en
el automóvil. La terminología mecánica de que hace uso Martínez es ya bastante sintomática.
Pero no sólo se trata de un asunto de frenos, de cautela discursiva para evitar la aceleración;
Martínez va mucho más allá cuando tajante dictamina que “no añade por su cuenta ningún
tema propio”. Lo que quiere decir que le parece repetitivo y a la vez estéril.
5 Me pregunto si en el caso de que Acuña hubiera sido un clerical consumado, apegado a los
dogmas de la jerarquía católica, el crítico mantendría tan tajante opinión.
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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
conformara con repetir y acaso con dilatar este dictamen, no me parecería
nada del otro mundo. Parto de lo que todos saben. Al suicidarse cuando
contaba apenas con veinticuatro años, Acuña truncó de un golpe aquello
que le reservaba el porvenir. Esto da pie a conjeturas casi infinitas. ¿Qué
hubiese sucedido si Acuña hubiera vivido otros veinte años? ¿Qué obras no
hubieran surgido de su talento indiscutible? ¿Qué textos esmerilados por
la fuerza de la experiencia y el tesón del estilo no hubieran brotado de su
numen? Estas especulaciones, empero, acerca de lo que pudo haber escrito
y no llegó a escribir son completamente ociosas. Por otra parte, la existencia
meteórica de Acuña, lejos de ser la excepción, no hace sino hermanarlo con
algunos de los más conspicuos artistas del periodo. José María Heredia, el
poeta cubano avecindado en México que todos consideran como el primer
promotor del romanticismo en nuestro país, murió cuando tenía treinta y
dos años. Nuestro infortunado Ignacio Rodríguez Galván, murió de fiebre
amarilla en Cuba a los veintiséis. Juan José Díaz Covarrubias, poeta y pa-
sante de medicina, murió fusilado en Tacubaya por los conservadores cuan-
do tenía veintidós. La lista puede continuar.6
Según José Luis Martínez, al poeta Acuña le habría faltado madurar.
Aunque reconoce, en términos muy positivos, la amplia variedad de metros
y de formas estróficas empleadas en sus composiciones, aspecto en el que lo
reconoce superior a la mayoría de sus contemporáneos, también atreve una
severa censura relacionada con el métier, al afirmar que su oído literario no
era muy bueno y que pueden detectarse en algunos de sus versos fallas téc-
nicas relacionadas con la métrica. Cito en extenso el dictamen del crítico:6 En el texto “México en busca de su expresión”, José Luis Martínez (1037-1038) menciona
otros tantos infortunados que cayeron víctimas de la enfermedad, los asaltos de los bandoleros
o las discordias civiles.
23L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O
Su versificación revela esa misma precocidad que se advierte en sus concep-ciones poéticas. El repertorio de las formas que empleó es más extenso que los de la mayoría de sus contemporáneos y, aunque no llegó, por ejemplo, a dominar las formas estróficas más cerradas, casi nunca le faltó habilidad y soltura. En sus poemas más ambiciosos usó la silva, los tercetos y los quinte-tos alejandrinos; y sus demás poemas los compuso en sonetos, serventesios, décimas, quintillas, coplas de pie quebrado, romances octosílabos, octavillas, estrofas sáfico-adónicas y estrofas sueltas. Su oído no era muy fino y le hacía in-currir a menudo en errores en la cuenta silábica. (“Prólogo”, Obras: poesía y prosa XVII. Énfasis mío)
No se trata, por supuesto, de defender a ultranza las habilidades técnicas de
Acuña. ¿Fallas de oído? Acaso en alguna rara ocasión, sí, ¿por qué no? En el
verso final de uno de sus mejores poemas, “A Laura”, dedicado a su amante,
la también poeta Laura Méndez, los críticos agudos han señalado que hay
una palabra que desdora la música del verso, una palabra que estiman más
propia de la tribuna o del periodismo que de la santa poesía. Me refiero a
la voz “oscurantismo”. Reproduzco la estrofa de referencia para ilustrar al
lector en la prédica exhortativa a que podía entregarse Acuña:
Sí, Laura... que tu espíritu despiertepara cumplir con su misión sublime, y que hallemos en ti a la mujer fuerteque del oscurantismo se redime.
(Obras, 62; En nombre…, I, 152)7
¿Acaso el joven poeta debió emplear otra palabra mejor? Pero, ¿la había?
“Oscurantismo” es sin duda una palabra de ideólogos y hasta de panfletistas,
7 Las citas de poemas fueron originalmente tomadas de Obras: poesía y prosa. (Para facilitar el
acceso a ellos hemos añadido la ubicación de dichos poemas en la presente edición. N. del E.)
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pero también era el término que subsumía el credo progresista e ilustrado
del poeta, que lo empujaba en contra de la Iglesia y del fanatismo en todas
sus manifestaciones. No me parece fácil encontrarle un sinónimo capaz de
sustituirlo con ventajas. Paso a otro ejemplo. En uno de sus poemas más
célebres, “La ramera”, y más del gusto del populacho, habría que agregar,
también podría detectarse otra falta en contra del oído. Transcribo el ora-
torio arranque del poema:
Humanidad pigmea,tú que proclamas la verdad y el Cristo, mintiendo caridad en cada idea;tú que, de orgullo el corazón beodo, por mirar a la alturate olvidas de que marchas sobre lodo.
(Obras, 19; En nombre…, II, 68)
La expresión que subrayo me suena a un rechinido de trombones...; el mal
gusto es evidente aquí. Con todo, en mínima defensa de Acuña debo recor-
dar dos cosas: primero, que los románticos mexicanos, a diferencia de noso-
tros, no habían educado sus oídos leyendo a las cumbres del simbolismo y
de la poesía pura, llámense Mallarmé, Valéry o Juan Ramón Jiménez, que sí
leyeron, por ejemplo, los poetas de la generación de Contemporáneos, que
son los que marcan una pauta de excelencia para todos nosotros. Segundo,
que la fealdad intrínseca del tema –una humanidad hipócrita, pigmea, que
disgusta moralmente al poeta– invitaba, de algún modo, a este uso chirrian-
te de la expresión. El mal gusto, hasta cierto punto, estaba justificado.
Por lo demás, habiendo muerto tan joven, varios de los poemas que
integran la desigual obra de Acuña no son, hay que reconocerlo, otra cosa
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que ejercicios de estilo, trabajos de aprendizaje para afinar la pluma. Exis-
te un agravante que hay que reconocer: un sector no despreciable de su
producción literaria intenta moverse dentro de los esquemas de un cos-
tumbrismo extraño a la idea que hoy tenemos de la poesía y que lo obliga
a incorporar, sin anteponer un filtro, palabras vulgares, términos callejeros
carentes de todo prestigio, frases hechas, voces comunes de la conversa-
ción que no tendrían por qué parecernos refinadas. Algunos de estos tex-
tos, para colmo, tienen una obvia contextura irónica. Como el poema “La
vida del campo”, en el que se burla de la tradición pastoril en poesía y da
a entender lo obsoleto que resultan esas prédicas trasnochadas que nos
invitan a renegar de la vida citadina y a que nos regresemos a vivir en el
campo, conviviendo con los rudos pero sanos campesinos y durmiendo en
la proximidad de los cerdos y las vacas, como si esto representara el ideal
de una vida superior, más armónica y perfecta. O como la composición
titulada “Los beodos”, en la que reproduce la insensata discusión entre dos
borrachos en las inmediaciones de una pulquería. Otras composiciones,
mal podía dejar de hacerlo siendo romántico, cantan la vida de un persona-
je de la guerra de Independencia, o bien, adoptan temas cívicos y patriotas,
como la composición “Cinco de mayo”; entronizan la gloria de un liberal
ilustrado como Ocampo, utilizando versos de un explicable didactismo,
como cuando dice:
Ya es tiempo de rasgar el negro abismo que oculta la verdad a la existencia,y cambiar por el dios del fanatismoel dios de la razón y la conciencia
(Obras, 35; En nombre…, II, 96)
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o bien simplemente constituyen salutaciones en verso a alguna asociación
de médicos, como lo atestigua su texto titulado “A la Sociedad Filoiátrica en
su instalación”, donde por cierto da muestras de una certera visión antiauto-
ritaria que se niega a llamar reyes a quienes no son otra cosa que verdugos.
Entiendo muy bien que los oídos contemporáneos exigen una distinción,
y me atengo a ella: una cosa es ser un versificador, y se puede ser excelente, y
otra muy distinta ser de verdad un poeta. Muchas de las composiciones que
hoy conservamos de Acuña pertenecen sin ninguna duda al primer género.
Hay muchos, quizá demasiados versos “de ocasión”, es cierto. Pero también
es cierto que en unos pocos pero definitivos poemas sigue brillando la fuerza
de su indiscutible talento. ¿Errores en la métrica? ¿Errores en el conteo silá-
bico de los versos, como asegura José Luis Martínez? La acusación es grave,
pero por más que reviso los textos no le encuentro justificación. Me parece
incongruente que el mismo crítico que reconoce la extensa variedad tanto
métrica como estrófica de las composiciones de Acuña, en las que casi no
hay nadie que pueda hacerle competencia, detecte unas supuestas fallas en
lo que es sin duda lo más elemental: el conteo silábico. Hubiera sido muy
oportuno que Martínez pusiera al menos un ejemplo de estos errores, tan de
primaria, que no los comete ni un versificador de pueblo. Como no es así,
no nos queda a los lectores más que hacer conjeturas. O bien desestimar ese
dictamen al que no acompaña ninguna prueba.
De entrada, lo que hay que dejar muy en claro es el carácter inédito
del poeta. Debe recordarse que Acuña no publicó un solo libro en vida. Su
fama de poeta romántico le venía de las veladas bohemias con sus amigos
artistas y de lo que publicaba en los periódicos. Esto quiere decir que Acuña
no pudo cuidar la edición en libro de sus poemas, no tuvo tiempo para ello y
27L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O
quizá tampoco interés; lo cual abre el espectro a la corrupción de los textos.
Puedo decirlo con todas sus letras: no contamos con una edición crítica
de la poesía de Acuña, y las que circulan tienen algunas manchas onerosas
que tendrían que atribuirse a obvios descuidos de los linotipistas… o de los
responsables de la edición. Entre ellas, de manera muy destacada, la que
preparó el propio José Luis Martínez que es la que utilizo para redactar
este ensayo. El siguiente ejemplo no me deja mentir. En el poema titulado
“El hombre”, que Acuña dedica a Ignacio Manuel Altamirano, uno de sus
admirados mentores, el cuarto verso presenta una anomalía. Cito el arran-
que del texto para que se capte mejor el infarto métrico que quiero mostrar:
Allá va… como un átomo perdido que se alza, que se mece,que luce y que después desvanecidose pierde entre lo negro y desaparece.
(Obras, 23; En nombre…, II, 75)
El último verso, en lugar de tener once sílabas como exige la métrica de la
estrofa... tiene doce, lo cual da al traste con el ritmo y con la musicalidad.
¿Esto confirma que Acuña, un verdadero ignaro, no sabía calcular las sí-
labas? No, lo que esto quiere decir es que el tipógrafo y el editor estaban
pestañeando cuando pasaron por el verso. Lo puedo decir abusando de la
retórica: el error no es de Acuña sino de José Luis Martínez, que agregó
sin darse cuenta una sílaba de más, o que repitió sin reparar en ello un error
anterior que se pierde en la oscuridad de los tiempos.
Muy simple: en lugar de desaparece, el verso debió decir desparece. Basta
este cambio ligerísimo que elimina una “a” para que la métrica del endeca-
28
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sílabo quede restituida y todo vuelva a su lugar. ¿Y cómo sé yo que esta es
la opción correcta? No sólo por sentido común, sino porque unas páginas
atrás el mismo Acuña había redactado este otro endecasílabo que puede
servirnos de modelo: “que hasta la infamia misma desparece” (“A la Socie-
dad Filoiátrica...”, Obras, 5; En nombre…, II, 64).8
No es pues que Acuña, reprobado por Pitágoras, no supiera contar: es
que las ediciones de sus textos exhiben descuidos que sería cruel atribuir a
una falta o un exceso de inspiración. Estos descuidos infestan no sólo sus
poemas, sino incluso su única obra de teatro, El pasado, por la que recibió
unos laureles de reconocimiento, también incluida por José Luis Martínez
en la edición que menciono. Doy un ejemplo de diálogo dislocado, carente
de sindéresis, que pasó inadvertido para el editor: “DAVID: Tú no eres tan
miserable para dejarte vencer por la preocupación. MANUEL: Prescindo
del qué dirán”. Léase con cuidado: no hay enlace entre un parlamento y el
otro. La errata salta a la vista. En lugar de “preocupación” el texto debe decir
“murmuración”, que es la palabra que vuelve a emplearse más tarde en la
8 Otro poema en el que surge a primera vista un aparente problema métrico es el que se
titula “Ocampo”. Este texto rima “fulgores” con “condores”. La última palabra, en un uso
que no estimo arbitrario, y que podría documentarse en otros poetas del siglo XIX, es para
Acuña (cuando menos en este contexto) una palabra grave. Sólo de esta manera puede existir
una rima consonante entre los términos mencionados que constituyen cada uno de ellos
final de verso. El tipógrafo, o bien el editor, o los dos juntos, al dar por buena la acentuación
esdrújula de la palabra, y transcribir “cóndores” en lugar de “condores”, arruinan no sólo la
rima sino también la métrica del endecasílabo. La “Oda” dedicada a la muerte del Dr. José B.
de Villagrán, documenta otro verso corrupto. “Sigue viviendo aún en el ocaso”, tendría que
decir el endecasílabo; los tipógrafos añaden una palabra totalmente ociosa que desarticula la
métrica, por lo que el verso queda así: “Sigue viviendo aún en el mismo ocaso” (Obras, 98;
En nombre…, II, 135). Muy parecido es el caso del verso “ni la pálida nube que importuna”
de la “Oda” que Acuña dedica a la notable poeta cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda; el
descuido del editor rompe el endecasílabo al transcribir “ni la pálida nube que inoportuna”.
Aquí lo único “inoportuno” ha sido el descuido del editor (Obras, 133; En nombre…, II, 203).
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página 318, y la que exige el contexto del diálogo que he citado. Manuel
asegura que él prescinde del qué dirán, esto es, de las murmuraciones de la
gente. Por supuesto que sería una aberración que con base en este obvio
error de tipografía los críticos concluyeran que Acuña desconocía los rudi-
mentos de la sintaxis.
La fama de Acuña se debe al “Nocturno” (a Rosario). En este texto se
traban el impulso amoroso, llevado hasta la exasperación, la nostalgia por el
solar natal, y su conocida obsesión por el suicidio, que no era sólo una pose
literaria, como podría llegar a pensarse, sino el eje ciertamente macabro sobre
el que giraba su atormentada cosmovisión. Pocos poemas tan citados y tan
maltratados como éste, que además ha dado lugar –como una prolongación
a menudo aberrante de su fama– a innumerables imitaciones y parodias. Su
música es pegajosa y su sentido ha sido calificado por muchos como intras-
cendente y banal. Según un crítico destacado “carece estrictamente de au-
téntico temblor lírico; sus versos están desprovistos de belleza formal” (“Pró-
logo”, Poesía romántica, XIII). El suicidio de Acuña, pocos meses después de
conocido el poema, le otorga un aura adicional: con él Acuña se despide a la
vez del amor, de la literatura y de la vida. Hay además un facilismo discursivo
en él que aborrecen los críticos. No es extraño que muchos piensen que se
trata de un texto retórico y superficial, carente de médula pero también de
forma artística. Nada más fácil que tacharlo de cursi y sensiblero. El poeta
y crítico Marco Antonio Campos, en un estudio reciente en el que invita a
una revaloración, ha escrito:
El “Nocturno”, leído a partir del suicidio, ha impedido leer con ojos críticos la poesía de Acuña y ha dejado una imagen maltrecha de un poeta de corazón oscuro y de alma rota que por otras vías consiguió lo que en vida le fue negado:
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que Rosario fuera suya en el infinito vacío de la posteridad. (Manuel Acuña, La desdicha fue mi Dios, 31)9
Empero, la extraña permanencia del poema en nuestra memoria literaria,
algo ha de significar. Por eso el mismo Marco Antonio Campos se pregunta
(y le pregunta al lector) en seguida:
[…] ¿de veras usted cree que el “Nocturno”, con su sortilegio rítmico, con su sinceridad desgarrada y con esa continua conciencia pavorosa que crea en el lector de la próxima precipitación del joven poeta al fondo del abismo, usted cree, de veras, que el poema es cursi?10
Ésta es la acuciante pregunta que formula al aire Campos, y a la que los
renglones que siguen no quieren ser sino una contestación. Sí, sin duda es
un poema sensiblero y cursi, empalagoso e infestado de lugares comunes, sin
embargo, a pesar de los pesares, sigue siendo un poema sumamente efectivo.
Quiero decir que no puede uno leerlo despacio y no acabar sintiendo esca-
lofríos.
La superficialidad del texto es sólo aparente, un resultado de la facili-
dad retórica que transpira. El texto, de hecho, encierra complejidades que
han pasado inadvertidas incluso por críticos competentes. Sin dar un solo
antecedente, de modo abrupto e inesperado, Acuña introduce en el poema 9 Esta edición de Campos recoge un texto de José Martí del que reproduzco tres líneas: “Hoy
lamento su muerte: no escribo su vida; hoy leo su ‘Nocturno a Rosario’, página última de su
existencia verdadera, y lloro sobre él, y no leo nada. Se rompió aquella alma cuando estalló en
aquel quejido de dolor”.
10 En otro estudio de eminente naturaleza historiográfica, el propio Marco Antonio Campos
sostiene: “La pieza supera todos sus defectos, sobre todo de cursilería profusa, de pobreza de
lenguaje y de rimas comunes”. (Véase Manuel Acuña en Ciudad..., 40; En nombre…, I, “Manuel
Acuña en Ciudad…”, 60).
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la densidad del sueño. Empieza a ver visiones: imagina la ceremonia ma-
trimonial, ahí, en el terruño; a la vez que se le aparecen jirones de la amada
provincia en la que transcurrió su infancia. La imagen de su madre se in-
corpora a esta visión del deseo cumplido para santificar esta unión que es
también de modo enfático un retorno al solar natal, siempre añorado por el
poeta. Tan se trata de un sueño, que se atreve a llamar a Rosario “mi santa
prometida”. Se supone que el verso molestó a la mujer de carne y hueso,
quizá con razón, pero la expresión sólo tiene sentido si se entiende que el
poeta tuvo un sueño y que Rosario jugaba en este sueño el papel de la novia
aquiescente. Es a esta mujer del sueño a la que se refiere Acuña.
La ominosa presencia de la madre, cuyo cuerpo parece interponer-
se entre la pareja de recién casados, ha sido interpretada como una trama
edípica no resuelta por el autor. Es fácil ridiculizar esta presencia que por
supuesto daría al traste con la relación amorosa, al menos desde la perspec-
tiva moderna en la que nos movemos. Pero quizá se trata de algo más. José
Rojas Garcidueñas ha observado que:
Por debajo de los gestos arrebatados del romántico vivía el muchacho sencillo, anheloso de regresar a la burguesa medianía de su pequeño y sosegado mundo familiar, fuera del cual todo le resultaba oscuridad, tristeza y desorientación. (Manuel Acuña, poeta... XXI)
Si lo que se escucha en el poema es la nostalgia por el solar natal y por el
ambiente de la familia a la que había abandonado para venirse a estudiar a
la capital, los rasgos edípicos quedan un tanto relativizados. O agigantados,
como podrían decir Deleuze y Guattari, pues no es la madre el objeto parti-
o b r a s r e l a C i o n a d a s
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cular del deseo, sino el bloque familiar en su totalidad.11 De este apego casi
desmesurado a la familia profesado por el autor, y en especial, a la figura de
los padres, hay prueba en otros poemas. Baste constatar el sentido texto que
escribe Acuña con motivo del fallecimiento de su padre, al que ni siquiera
puede acompañar durante su sepelio, para advertir hasta qué punto los lazos
de familia eran en él especialmente fuertes. Esto me lleva a sugerir que si
el padre no estuviera por entonces muerto, el “Nocturno” no sólo aludiría
a la madre, sino de igual manera al padre, lo que quizás escandalizaría por
partida doble a los lectores de hoy.
Transcribo dos de las estrofas más conocidas del poema:
¡Qué hermoso hubiera sido vivir bajo aquel techo,los dos unidos siempre y amándonos los dos; tú siempre enamorada, yo siempre satisfecho, los dos una sola alma, los dos un solo pecho,y en medio de nosotros, mi madre como un dios!
¡Figúrate que hermosas las horas de esa vida!¡Qué dulce y bello el viajepor una tierra así!
11 Según Marco Antonio Campos, una lectura atenta del “Nocturno” tendría que desplazar
la importancia de la mujer amada: “Si se analiza bien el ‘Nocturno’ se percibirá una segunda
lectura donde Rosario pasa a un segundo plano. Es un poema de la culpa: el hijo no ha vuelto
al terruño ni ha visitado a su madre en ocho años”. (Véase Manuel Acuña en Ciudad..., 41; En
nombre…, I, “Manuel Acuña en Ciudad…”, 62).
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Y yo soñaba en eso, mi santa prometida,y al delirar en esocon la alma estremecida,pensaba yo en ser bueno, por ti, nomás por ti.
Para que no quede duda de que lo anterior es una visión fantástica, producto
de los delirios o las imaginaciones del personaje, Acuña escribe en seguida:
“¡Bien sabe Dios que ese era/ mi más hermoso sueño...!” Mas como la espe-
ranza queda trunca, y como a sus fulgores “se opone el hondo abismo/ que
existe entre los dos” el poeta decide despedirse de todos y de todo. “Adiós
por la vez última”, exclama, y así se despide con un solo gesto, que resultará
trágico, del amor, de la poesía y de la vida.
Este poema de Acuña ha tenido la suerte (o la desgracia) de merecer
múltiples parodias, muchas de ellas ridiculizando su contenido y su dicción.
Toda parodia es, sin embargo, bivalente e implica también un homenaje
oblicuo. José Luis Martínez incluye en su edición de las poesías de Acuña
un “Apéndice” en el que recoge varias de estas parodias escritas en el siglo
XIX. Por alguna extraña razón, deja fuera del catálogo la única verdadera-
mente memorable, quiero decir, la única que tiene un auténtico valor artís-
tico: la que escribiera Eduardo Lizalde con el título de “Para una reescritura
de Acuña”, y que incluyera en su libro Al margen de un tratado, publicado
en la década de 1980. Que uno de los poetas mexicanos más importantes
de la segunda mitad del siglo XX haya escrito este texto, es un indicio que
lleva a pensar que el romanticismo exacerbado de Acuña es algo más que
un ejemplo de cursilería trasnochada (Nueva memoria del tigre, 267-268).
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Es curioso, pero Acuña no cesaba de anunciar su suicidio. Registró tal
cantidad de alusiones, unas veces abiertas y otras veladas, en poemas del
más diverso talante, que puedo asegurar que se trataba de una obsesión.
Acuña no desaprovecha oportunidad para declarar su disgusto con la exis-
tencia y para sostener la inminencia de su partida. Varias veces se considera
a sí mismo como un muerto, como un cadáver viviente, carente de objeto en
esta tierra. Otras, afirma que hay en él el valor para cortar los lazos que lo
ligan a la existencia terrenal. En otras tantas, producto de una imaginación
macabra, a la que no es ajeno, sin embargo, un poeta enorme como Rilke,
imagina de plano lo que sería una vida de ultratumba. El muerto, amorta-
jado en su sepultura, se da todavía aliento para emprender nuevos viajes en
compañía de la amada.
Comienzo con uno de sus poemas más logrados: los tercetos “A Laura”.
Se trata de una sentida exhortación a que la amiga cumpla con el destino de
poeta que la vida le ha deparado. La escritora tiene un talento enorme y sería
muy cruel que lo desperdiciara o que lo dejara languidecer. A mayor talento,
mayor responsabilidad. Laura está obligada a escribir, a seguir adelante, a
referirle al mundo sus experiencias siderales. Prohibido abandonarse ni a la
incuria ni a las estrecheces de algún oscurantismo. Pues bien, el terceto con
el que se abre la composición contiene una enfática cuanto inusitada decla-
ración en primera persona, en la que Acuña declara, para darle mayor peso a
sus ideas, que se lo dice alguien que “encierra en su pecho/ valor para romper
el yugo necio/ de las preocupaciones de la tierra”. Que yo sepa, los críticos no
han advertido la importancia estratégica de esta declaración.
En el poema “Gracias” encuentro una doble toma de posición. Por una
parte el poeta se declara muerto: “Yo que hace tanto tiempo que no llevo/
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más que luto y tinieblas en el alma”. El de la voz cree en la verdad de lo que
dice, por eso insiste aportando un nuevo matiz: “que mi espíritu muerto ya
no espera”. Hasta aquí se diría que se trata de una muerte simbólica, decla-
rada en palabras por alguien que todavía tiene aliento. El “muerto en vida”
sigue estando vivo, y por eso puede hablar de su “espíritu muerto”. De otro
modo no sabríamos nada de él. La segunda toma de posición, por increíble
que parezca, avanza un paso en el abismo, desbordándose en lo inverosímil.
Ahora el poeta se asume realmente como muerto. Si la niña de sus amores
solicita su consuelo, él acudirá presto a consolarla… sí, pero desde el rei-
no de sombras de los muertos. Aparece aquí con toda claridad la referida
visión escabrosa de ultratumba que impregna una parte de su poetización.
Demuestro lo anterior citando el fragmento final de este poema tramado
en endecasílabos:
[…] llámame entonces, y a tu blando lecho, mientras que tú dormitas y descansas yo iré a velar tranquilo y satisfechoy a encender en el fondo de tu pecho la estrella de las dulces esperanzas; llámame… y cuando en vanotiendas la vista en tu redor sombrío, yo iré a llevarte en el consuelo míolos besos y el cariño de un hermano.
(Obras, 66; En nombre…, I, 155)
La destinataria del poema estará imposibilitada para descubrir con su vista
el cuerpo de su amigo, por eso tenderá la vista en vano… sin encontrar a
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nadie, por la sencilla razón de que el amigo estará ahí, auxiliándola, conso-
lándola, pero en calidad de espectro, de alma en pena salida de una tumba.
Esta novelería de ultratumba es todavía más complicada en el poema “Re-
signación”, que parece escrito a partir de una ruptura amorosa. ¿La destina-
taria es Laura Méndez? Nada permite decirlo con certeza. El texto dice así:
Los dos hemos concluido,y de tristeza y aflicción cubiertos,ya no somos al fin sino dos muertosque buscan la mortaja del olvido.
(Obras, 74; En nombre…, I, 164)
Esta toma de posición ya la conocíamos; la novedad es que ahora se trata de
una posición compartida, de una mortandad a dos. Tanto ella como él están
muertos. La imaginación tétrica de Acuña no se resigna con ello. Aunque
fallecidos, aunque tendidos en el sepulcro, continúan empero con sus aven-
turas, como si fuera posible vivir una vida más allá de la vida, descubriendo
con ello regiones inesperadas del cosmos. Espíritus intangibles pero a la vez
voluntariosos, emprenden un vuelo hacia el fondo del mundo sideral. Exhor-
ta el poeta:
[…]lancémonos entonces a ese mundo en donde todo es sombras y vacío, hagamos una Luna del recuerdosi el Sol de nuestro amor está ya frío;volemos, si tú quieres,al fondo de esas mágicas regiones, y fingiendo ilusiones y placeres,
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y fingiendo esperanzas e ilusiones, rompamos el sepulcro, y levantando nuestro atrevido y poderoso vuelo, formemos un cielo entre las sombras,y seremos los duendes de ese cielo.
(Obras, 76; En nombre…, I, 167)12
Otro texto, “Dos víctimas”, también aborda el suicidio de un par de novios
frustrados, pero ahora lo hace desde una perspectiva jocosa, quitándole toda
seriedad al asunto. En otro retoma el tema de la madre ausente: “Mi madre,
la que vive todavía/ puesto que vivo yo” Este extraño verso quizá contenga
una referencia velada a su suicidio próximo: puesto que ahora vivo. ¿Insinúa
que la madre también morirá tan pronto como él desaparezca, y ya no pueda
evocarla? En este mismo poema se reitera en otro tono la noción, sin duda
patética, del poeta muerto en vida:
Mi alma es como un santuario en cuyas ruinas, sin lámpara y sin Dios,evoco a la esperanza, y la esperanza penetra en su interior,como en el fondo de un sepulcro antiguo las miradas del Sol
(Obras, 85; En nombre…, I, 177)13
En un soneto de 1873, el año de su muerte, se lee esta conclusión que reitera
lo que ya sabemos: “si la vida a los goces es ajena,/ mejor es el sepulcro que
12 Si se me permite parodiar un poco la terminología de Deleuze-Guattari, diría que en ese
verso de Acuña se anuncia el devenir-duende de los amantes, el convertirse en trasgos del más
allá.
13 Encuentro aquí una alusión al persistente ateísmo de Acuña: “Sin lámpara y sin Dios”.
Adviértase que el poeta se define a sí mismo incorporándose a la imagen de un sepulcro antiguo.
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la vida” (Obras, 115; En nombre…, II, 176). Para septiembre de ese mismo año,
ya se está despidiendo de la vida, como lo demuestra su poema “Adiós”. En
este texto declara premonitoriamente:
Mañana que termine mi vida oscura y breve, ya sólo tus recuerdos palpitarán sobre él.
(Obras, 118; En nombre…, I, 182)
También de 1873 son dos sonetos que dedica a su amiga Rosario de la Peña.
El primero se llama “A una flor”, y es una especie de carpe diem invertido.
Transida de dolor por una pérdida de la que no sabemos nada, la mujer ha
caído en una depresión espantosa. Es esto, al menos, lo que se adivina en el
texto. La reacción del poeta consiste en decirle que no es justo que cuando
apenas se entreabría el broche de su existencia, se doblegue abatida y sin
ganas de continuar viviendo. “Resucita y levántate”, le dice. Su actitud mor-
tecina es injusta con el Sol que ilumina su vida: “Injusto para el Sol es tu
reproche,/ que esa sombra que pasa y que te ciega,/ es una sombra, pero aún
no es la noche” (Obras, 119; En nombre…, I, 184).14
Rudo contraste: el poeta que ya desde hace mucho se siente un cadáver
en vida, le exige a la mujer que recobre el buen ánimo y que disfrute de los
dones de la existencia, prodigados de modo simbólico por la presencia del
padre Sol. La contraparte, o cuando menos el complemento funerario de
este texto, es el siguiente soneto que el propio Acuña habría escrito en el ál-
14 Cabe la posibilidad que este último verso se haya corrompido en el proceso de impresión,
pues se aparta de manera notoria del ritmo endecasilábico del texto. La restitución del verso al
ritmo indicado daría: “es una sombra, pero no es la noche”.
41L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O
bum de versos de su amiga. Se trata de una nueva despedida, o mejor dicho,
de un nuevo anuncio de que pronto ya no estará en compañía de los vivos.
Rosario no sólo ha declinado la declaración amorosa del poeta; también ha
rechazado, al parecer de modo cortante, los laureles que Acuña había recibi-
do en ocasión de la triunfal puesta en escena de su obra de teatro El pasado,
y que el poeta a su vez había tratado de poner sin éxito en las manos de su
adorada amiga. Este último y drástico rechazo es el asunto del soneto. Acu-
ña le insiste que acepte los laureles, que los tome, que ellos habrán de ser el
único recuerdo en el quebranto que le producirá su ausencia, anunciada por
enésima ocasión sin que la dama se dé por enterada. Nuevo prodigio de la
imaginación ante mortem, vale la pena reproducir el soneto:
A Rosario
Esta hoja arrebatada a una corona que la fortuna colocó en mi frente entre el aplauso fácil e indulgentecon que el primer ensayo se perdona.
Esta hoja de un laurel que aún me emocionacomo en aquella noche, dulcemente,por más que mi razón comprende y siente que es un laurel que el mérito no abona;
tú la viste nacer, y dulce y buenate estremeciste como yo al encantoque produjo al rodar sobre la escena;
guárdala, y de la ausencia en el quebranto, que te recuerde, de mis besos llena,al buen amigo que te quiere tanto. (Obras, 120; En nombre…, I, 193)
42
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Todavía el poema “La gloria”, extensa composición de cuatrocientos cuaren-
ta versos, teje de nuevo el tema del desdén amoroso que esta vez enmascara
a través de dos personajes, Pablo, el poeta desdeñado, y Elena, encarnación
de la mujer que alguna vez, así sea en un momento de ofuscamiento o de
debilidad, le dispensó al poeta la miel de sus favores (no supongo nada, así lo
indica el texto muy a la letra: “De manera que Pablo, que en su anhelo/ espe-
raba soñando con el cielo,/ que su amante por fin le volvería/ todo el cariño y la
pasión de un día”) y que ahora por el contrario desdeña incluso la corona que
éste le ofrece, la corona que se había otorgado a esa obra que ella vio nacer
(expresión de cierto modo comprometedora, podría pensarse: ¿indicaría esto
que Acuña tramó la obra dramática de referencia en casa de su amiga, y bajo
su mirada?), termina con una nueva despedida. Dado que la mujer rechaza
la corona, el poeta optará, remedio heroico, por... ¡mandarle su alma! (en el
entendido de que a ésta no podrá rechazarla). ¿Podía haber otra alusión más
clara a su suicidio próximo?15
Quizás el valor artístico de “La gloria. Pequeño poema en dos cantos”
no tenga especial relieve. Lo menciono empero porque creo encontrar en él
una clave inadvertida acerca de su suicidio trágico: que la dama de referen-
cia, más allá de lo que ella misma se empeñó en divulgar entre sus conoci-
dos, habría cedido alguna vez a los reclamos del pretendiente, para recobrar
luego una fría distancia que acaba por propiciar el derrumbe del escritor.
La obra maestra de Acuña, “Ante un cadáver”, no tiene nada que ver
empero con los arrebatados deliquios de la poesía amorosa. Se trata del
poema riguroso, científico del autor, para más señas un estudiante de medi-
15 “Pablo, pensando en la que estaba ausente,/ en lugar de un laurel, ¡le mandó el alma!”
(Obras, 203; En nombre…, I, 246).
i C o n o G r a F Í a
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cina en el que las ideas de los ilustrados, a los que se acercaba, habían pro-
ducido un poderoso efecto, grabándose en su pensamiento con una notable
fuerza de convicción. Menéndez Pelayo, que conoció ese texto, se desvivió
en elogios hacia él. La visión de Acuña le pareció tan audaz, tan convin-
cente y plena en su circularidad, que creyó encontrarle un parentesco con
las filosofías de Leibnitz y de Hegel. Algunos comentaristas señalan su
cercanía con Lucrecio, aunque no sería nada extraño que el ideologema de
fondo derivara de modo directo de Lavoisier, quien habría llegado a esta
sintética conclusión que quizás el día de hoy continúa siendo motivo de
escándalo entre ciertas conciencias: “La materia no se crea ni se destruye,
sólo se transforma”.
Como se sabe, éste es el axioma materialista de la ciencia moderna, y
es el axioma que Ignacio Ramírez, El Nigromante, había proclamado en su
discurso de ingreso a la Academia de Letrán, como mencioné al principio de
este trabajo.16 Todo indica que Acuña, un poeta al que no le iban las medias
tintas, hizo suyas las ideas más radicales del sector ilustrado de su época, y
que a esta radicalidad se debía en gran parte su innegable popularidad.17
Cuando hablo de su radicalismo ideológico, no me refiero sólo a su concep-
ción atea del universo, de la que hay suficientes pruebas en varios pasajes de
su obra, ni a su notoria simpatía por algunas de las figuras más destacadas
dentro del liberalismo de la época, como Ocampo o el mismo Ignacio Ma-
nuel Altamirano, sino incluso a su visión sumamente crítica de lo que por
16 Véase nota 3 acerca de los efectos del discurso de Ignacio Ramírez.
17 Una prueba de ello es la multitud apoteósica que acompañó al cuerpo de Acuña al
cementerio de Campo Florido, en el que desfilaron más de 30 carruajes. En el cortejo iban
varias de las figuras mayores de la literatura mexicana de la época: Altamirano, Riva Palacio,
Luis G. Ortiz y, por supuesto, Justo Sierra, quien despidió al amigo recitando unos versos.
46
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entonces se llamaría el problema social. Un claro testimonio literario de ello
lo tenemos en su famoso poema “La ramera” y en la celebrada obra de teatro
El pasado, que aunque no tratan exactamente del mismo tema, exhiben una
simpatía por los caídos, por los orillados de la sociedad. Enfrentando la moral
hipócrita de la época, haciendo burla incluso del moralismo estrecho de la
alta sociedad, Acuña encuentra que la prostituta no sólo no es una figura
reprobable, sino que es la víctima de una sociedad enferma que primero
mancilla a la mujer y después se asusta de lo que ella misma le ha hecho.
En el poema “La ramera”, Acuña articula una voz de protesta social,
impregnada de romanticismo, es cierto, y hasta de un patetismo que aho-
ra parece ingenuo pero que en su momento tuvo una enorme efectividad.
¿Piedad para los humillados? ¿Conmiseración? Sí, puede ser, pero también
una visión de escándalo, un arrojar en cara a la sociedad hipócrita esa misma
hipocresía vuelta conciencia de sí. Ahora podemos intuir por qué los versos
de Acuña causaban revuelo y conmoción:
¡Pobre mujer, que abandonada y sola sobre el oscuro y negro precipicio,en lugar de una mano que la salvesiente una mano que le impele al vicio.
(Obras, 19; En nombre…, II, 68)
Los filósofos mienten, son los apóstoles engañosos de la idea, pues ellos no
sólo no comprenden el sufrimiento de la prostituta, sino que han contri-
buido a hundirla en el fango. Para que el contraste sea más brutal, el poeta
propone un cambio total: se trata de una reversión que va del ángel a la pros-
tituta, del ser alado y celeste... a la mujer que rueda enfangada en el pecado:
47L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O
¡Te acuerdas...! Lo arrancaste de la nube donde flotaba vaporoso y bello,y arrojándole al hambre,sin ver su angustia ni su amor siquiera, le convertiste de camelia en lodo:¡Le transformaste de ángel en ramera!
(Obras, 21; En nombre…, II, 70)
Después de este dicterio, y por si no bastara, el poeta lanza una maldición
que seguro cimbró a las buenas conciencias de su tiempo: “¡Maldito tú que
pasas/ junto a las frescas rosas,/ y que sus galas sin piedad les quitas!”
Aunque la heroína de El pasado no es una prostituta, es considerada
como tal por la clase burguesa debido a que, siendo sumamente pobre, tuvo
la debilidad de entregarse a un hombre mayor a cambio del dinero con el
que compraría las medicinas para curar a su madre enferma. La madre, de
cualquier modo, muere, como mostrando con ello la inutilidad del sacrificio
de la hija, y para acentuar también de modo romántico lo tremendo y lo in-
justo de la situación. La mujer, de nombre Eugenia, se enreda con un pintor
que se enamora de ella sin importarle estos turbios antecedentes, y que se la
lleva con él a Europa durante cinco años en que se dedica a perfeccionarse
como artista. El drama comienza al regreso de la pareja, que es por supuesto
objeto de intrigas y murmuraciones de alguien que en el fondo no quiere
sino volver a gozar de los favores de la mujer. Acuña convierte con gran
habilidad este asunto de costumbres en una invectiva en contra del orden
social en su conjunto. La tesis, de algún modo incendiaria del autor, la co-
nocemos a través del parlamento de David, del que ahora transcribo unos
fragmentos:
48
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
[…] ¡Yo no condeno como la sociedad al presidiario que ha robado un pedazo de pan para sus hijos, yo no condeno a la pobre mujer sin educación y abando-nada, que el día que se muere de hambre se vende en el vértigo de la miseria, por unas migajas de mendrugo!... Yo a quien condeno es a la sociedad que no da trabajo al artesano!… ¡Al que no educa a la mujer!…¡Al que la compra! ¡Yo a quien condeno es a la sociedad que se enfanga y después se asusta de sí misma!… ¡A esa madre que arroja a sus hijos en el albañal y que después no quiere reconocerlos! (Obras, 296)
Su adscripción materialista, lo que Menéndez Pelayo llama “el novísi-
mo sentido de las escuelas naturalistas”, campea en sus composiciones de
manera que se podría decir casi sistemática. Acuña es un ateo consuma-
do, lo que sin embargo, como he subrayado antes, no le impide elaborar
tortuosas visiones de ultratumba. En un texto de 1869 parece admitir la
existencia de Dios, pero no lo hace sino a través de una torsión retórica
que concluye afirmando la divinidad del amor. El poema titulado “Amor”
así lo certifica:
Amor es Dios, el lazo que mantiene en constante armoníalos seres mil de la creación inmensa; y la mujer la diosa,la encarnación sublime y sacrosantaque la pradera con su olor inciensay que la orquesta del Supremo canta.
(Obras, 227; En nombre…, I, 126)
En “Hojas secas”, otra de sus composiciones, sostiene enfático, hablándole
a la amada: “En Dios le exiges a mi fe que crea,/ y que le alce un altar den-
50
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
tro de mí./ ¡Ah! ¡Si basta no más con que te vea/ para que yo ame a Dios,
creyendo en ti!” (Obras, 181; En nombre…, I, 212).
Más allá de estas sublimaciones amorosas, la verdadera posición del
poeta ante el asunto de Dios queda registrada en la siguiente décima titu-
lada precisamente “Dios”.
Sublime y oscuro mito, hijo del miedo del hombreque en todas partes tu nombreimagina ver escrito,si tú eres el infinitoy es infinita tu esencia,si, mostrando tu existencia, todas las formas revistes,¿por qué, si es cierto que existes,no existes en mi conciencia?
(Obras, 235; En nombre…, II, 154)18
“Ante un cadáver” es una enfática meditación naturalista, inspirado sin duda
por los descubrimientos de la ciencia moderna. El escenario inicial es el de
la mesa de disecciones, lugar donde el cadáver, convertido en objeto, queda
sometido a la minuciosa inspección del escalpelo de los estudiantes de me-
dicina, quienes vulnerando el secreto de la existencia, exponen y analizan
cada una de sus piezas, como si se tratara de un frío mecanismo de relojería.
El presupuesto inmediato son las conquistas de la ciencia, que ensancha
constantemente el horizonte del saber, eclipsando los viejos velos de la su-
perstición y la fábula, que mantienen al hombre sumido en la ignorancia.
18 La versión que transcribo, empero, es la que da por buena Francisco Castillo Nájera
(Manuel Acuña).
51L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O
El presupuesto mediato: la visión de la naturaleza como una fuerza vital
inmanente, que no cesa de renovarse y de dar nuevos brotes dentro de la
infinidad de un círculo que puede suponerse eterno. El sentido militante
del texto se torna patente desde los primeros versos. Acuña forma filas entre
los ilustrados, está convencido de que su tarea es combatir las cadenas de la
credulidad y del oscurantismo que mantienen encerradas en un calabozo a
las conciencias de su tiempo. El grito del saber y el de la libertad son uno y
el mismo. Tan es así, y de modo tan absoluto, extremando las cosas, que la
muerte misma es concebida como una liberación:
¡Y bien! Aquí estás ya... sobre la plancha donde el gran horizonte de la cienciala extensión de sus límites ensancha.
Aquí donde la rígida experiencia viene a dictar las leyes superiores a que está sometida la existencia.
Aquí donde derrama sus fulgores ese astro a cuya luz desaparecela distinción de esclavos y señores.
Aquí donde la fábula enmudecey la voz de los hechos se levantay la superstición se desvanece.
(Obras, 92; En nombre…, II, 129)
La construcción anafórica, tan de su predilección, enfatiza la gloria de esta
liberación gracias a la cual el ser mortal puede ya fundirse en el ser impere-
cedero de la naturaleza, esa nueva diosa ensalzada por la ciencia a la que el
poeta rinde tributo: “Aquí estás ya... tras de la lucha impía/ en que romper
52
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
al cabo conseguiste/ la cárcel que al dolor te retenía” (Obras, 92; En nom-
bre…, II, 130). Aquí Acuña proyecta un platonismo sincero, con el que sin
duda comulga: todo ser humano, según esto, libra una lucha desigual pero
quizá también condenada desde el punto de vista moral (y por eso la llama
lucha impía) por liberarse de la prisión del cuerpo que lo ata a la rueda de
sufrimiento. Todos, empero, tarde que temprano, habremos de salir victorio-
sos de esta confrontación, lo que nos permite reintegrarnos al seno natural,
fuente eterna de vida. Por eso concluye Acuña sin ninguna dubitación:
La tumba sólo guarda un esqueleto, mas la vida en su bóveda mortuoria prosigue alimentándose en secreto.
Que al fin de esta existencia transitoria a la que tanto nuestro afán se adhiere, la materia, inmortal como la gloria,cambia de formas; pero nunca muere.
(Obras, 95; En nombre…, II, 133)
A Marcelino Menéndez Pelayo esta composición le parece “una de las más
vigorosas inspiraciones con que puede honrarse la poesía castellana de nues-
tros tiempos”. A diferencia de algunos críticos mexicanos, que piensan en
Acuña como un poeta confuso e inconsistente, falto de solidez y carente
de bases firmes, Menéndez Pelayo escribe en el prólogo de su Antología de
poetas hispanoamericanos (1893) lo que es para mí el más alto de los elogios
que ha merecido el saltillense:
Acuña era tan poeta que hasta la doctrina más áspera y desolada podía convertirse para él en raudal de inmortales armonías. Sentía aquel mismo
53L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O
género de embriaguez naturalista que es el alma de la inspiración de Lucrecio y de la de Diderot en su Sueño de D’Alembert. La materia no concebida me-cánicamente sino de un modo dinámico, y abarcándola en toda la plenitud y complejidad de su desarrollo y evoluciones, no es sujeto refractario a la poesía, y puede existir y existe sin duda un género de monismo poético, que tiene de poesía lo que tiene de metafísica, menos distante que pudiera creerse, ya de la concepción de Leibnitz, ya de la de Hegel, puesto que realmente esa materia parece viva y llena de almas, y su incesante ebullición como que se somete y disciplina a un proceso dialéctico.19
Por el empuje de su construcción, y por las rigurosas bases materialistas que
sostienen su trama, me gustaría decir que el único texto del siglo XX mexi-
cano que resiste y solicita una comparación con “Ante un cadáver” de Acuña
es el “Canto a un dios mineral” del químico y también poeta Jorge Cuesta.
Mostrar las significativas afinidades entre estos dos poemas es algo que por
supuesto excede los límites del presente trabajo, por lo que me conformo
con sugerir su proximidad. A riesgo de que se piense que hago demasiadas
concesiones a la imaginación macabra del poeta estudiado, no me gustaría
concluir este trabajo sin transcribir la cuarteta que escribiera Acuña sobre
un cráneo que tenía en su buhardilla, y en el que, durante una velada con sus
amigos, todos anotaron un pensamiento. El que anotó Acuña reza así:
Inscripción en un cráneo
Página en que la esfinge de la muerte con su enigma de sombra nos provoca:¿Cómo poderte descifrar, si es poca toda la luz del Sol para leerte?
19 Contrástese esta opinión con el dicterio de José Rojas Garcidueñas: “Una simple hojeada a
sus poemas nos muestra la absoluta falta de solidez y bases firmes en sus ideas” (XXII).
en cuanto a textos, en noMbre de ese laurel contempla prácticamente toda la poesía escrita por Manuel acuña de la que se tiene conocimiento. incluye la primera edición recopilatoria de sus “Versos”, realizada por amigos a partir de publicaciones diversas, y los que añade José luis Martínez en sucesivas apariciones de obras: poesía y prosa (1949 y 2000). en la presente recopilación se excluyen, sin embargo, los poemas dedicados a su hermana Guadalupe (“a lupe” y “a lupita”), pues, tomando en cuenta las fechas y la calidad que muestran, suponemos que, o bien no pertenecían realmente a la obra del poeta (según José Farías Galindo, el primero fue dictado de memoria por su hermana dolores), o no fueron escritos o acabados para su publicación (el otro, con inconsistencias verso a verso, fue supuestamente escrito después de “ante un cadáver”). Por otra parte, la romanza “lejos de ti”, del compositor rafael Gálvez león, lleva una letra de Manuel acuña (no incorporada hasta el momento en otras ediciones), y en este libro se encuentran tanto su partitura como la transcripción del texto literario.
en el verdadero Manuel acuña (1984), Pedro Caffarel Peralta se dio a la tarea de consignar las modificaciones (unas ínfimas, otras sustanciales) que sufrieron algunos poemas al aparecer en diarios, suplementos de la época e incluso en diversos manuscritos. tales variantes han sido incorporadas en esta nueva edición, a manera
EN NoMbREdE ESE LAURELPresentaCiÓn
de glosas, para facilitar una lectura completa, holográfica, de cada uno de esas obras, y al mismo tiempo una visión más precisa de las cuestiones de estructura, ritmo y contenido que preocupaban a su autor.
el objetivo de esta recopilación es agrupar el material existente sobre Manuel acuña, presentarlo de forma más organizada –más atractiva incluso– y ofrecer un conjunto de obra, crítica e iconografía para los lectores del siglo XXi.
la primera diferencia importante, respecto a las recopilaciones anteriores, es su nueva organización. se respeta e incluso se vuelve más explícito el orden cronológico usado en sus principales ediciones, pero, ante todo, se separa a los poemas en dos bloques temáticos: “De amor y biográficos”, en el primer tomo, y “Científicos, cívicos, filosóficos y humorísticos” en el segundo, con la intención de hacer mucho más visibles las múltiples facetas de su poesía. Podemos decir que esta edición de la obra de Manuel acuña es como un anaglifo, una imagen alterada para verse en tercera dimensión a través de dos lentes de colores distintos, correspondientes, quizá huelga decirlo, a cada uno de estos tomos, con su organización y contenidos particulares.
en cuanto a material crítico, esta edición incluye algunos textos publicados previamente y otros inéditos. destacan los ensayos de
Marco antonio Campos y evodio escalante, que prologan cada tomo, además de artículos y materiales complementarios –dos poemas de eduardo lizalde, una traducción de samuel beckett, artículos diversos– que enriquecerán sin duda la lectura de su obra y el conocimiento de su fugaz y luminosa trayectoria vital.
Contra lo que suele suponerse, la obra de Manuel acuña es particularmente vasta en temas e interpretaciones. tratamos de ofrecer una edición personalizada, con anotaciones al margen, y nos hubiera gustado incluir además fragmentos resaltados, y los signos de nuestra admiración al lado de un gran número de versos, mas tal exceso quizá hubiera arruinado esos hallazgos para los lectores futuros. tenemos fe, y paciencia: aunque la leyenda ha extendido y deformado su interpretación, y aunque la métrica tradicional (o cierta formación declamatoria) vuelve engañosamente simple el acceso a ciertos textos literarios, cuyo fondo se oscurece tras el brillo de la forma, en los últimos quince años un acercamiento más atento y generoso de la crítica le ha concedido o regresado a acuña algunas de esas hojas de laurel que obtuvo en vida. Por ello la presente edición, además de un homenaje para el autor coahuilense, es una ocasión nueva y oportuna para el encuentro entre la obra, sus críticos y sus lectores.
de aQuÍ sÓlo sale indiana
a la soCiedad FiloiÁtriCa en su instalaCiÓn
una liMosna
la raMera
el hoMbre
los beodos
en la aPoteosis del aCtorMerCed Morales
oCaMPo
uno Y Quinientos
la soÑadora
a lauro
oblaCiÓn
rasGo de buen huMor
en el terCer aniVersario de la soCiedad FiloiÁtriCa Y de beneFiCenCia
60
61
66
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101
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112
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1864
1868
1869
1870
1871
obra PoÉtiCa, 2
PoEMAS CiENTífiCoS, CíViCoS, fiLoSÓfiCoS Y HUMoRíSTiCoS
¡salVe!
el Poeta MÁrtir Juan dÍaZ CoVarrubias
soneto (a Manuel doMÍnGueZ)
hiMno
ante un CadÁVer
oda. ante el CadÁVer del doCtor JosÉ b. de VillaGrÁn
al ruiseÑor MeXiCano
al Cielo
a un lirio
insCriPCiÓn en un CrÁneo
a dios
en alas del PensaMientoestroFa Para asunCiÓn
la Vida del CaMPo
oda. a la MeMoria del eMinente naturalista,el doCtor leonardo oliVa
soneto
nada sobre nada
CinCo de MaYo
soneto (a ViCente Fuentes)
118
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124
125
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155
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171
176
177
184
200
1873
1872
oda
a la luna
el reo de Muerte
a JoseFina PÉreZ
a la eMinente aCtriZ salVadora CairÓn
adiÓs a MÉXiCo
roManCero de la Guerra de indePendenCiael Giro
a la Patria
hidalGo
15 de sePtieMbre
la MuJer
en la biblioteCa PoPular
en este CaMPo do el PlaCer rePosa
a un arroYo
letrilla
todo se aCaba
historia de un PensaMiento
de aCuÑa
202
209
216
221
222
223
226
235
242
243
248
251
252
254
257
263
264
267
S/F
60
De aquí sólo sale indiana,
de aquí sale manta y lona,
de aquí sale la ladrona
que se robó la manzana.
¿186
4? De aquí sólo sale indiana…*
*Según una anécdota recogida por Farías y por José Luis Martínez, esta es la primera composición, improvisada,
que su familia le escuchó recitar a Manuel Acuña.
61
Sombras gigantes de Escipión y Ciro,
de César y Alejandro,
no os alcéis de la tumba a mis acentos;
que si es verdad que vuestra gloria admiro,
me espanta vuestra gloria resonando
entre ayes de dolor y entre lamentos.
Yo no canto a vosotros, cuyos lauros
en la sangre crecidos
respiran con el aire de la muerte;
yo no canto a vosotros los temidos,
los que formáis las leyes con la espada
sin tener más derecho que el del fuerte.
Vuestros nombres sublimes
no hacen arder la sangre de mis venas;
yo canto a Atenas enseñando a Roma,
no canto a Roma conquistando a Atenas.
Como el águila audaz que surca el viento
en pos de espacio que bastante sea
para dar a sus alas movimiento,
lo mismo mi alma cuando hallar desea
A la Sociedad Filoiátrica en su instalación 18
68
¿Hasta cuándo llegará el díaen que se aprecie más al hombre
que enseña que al hombre que mata?M. Ocampo
62
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
la luz de la poesía,
no busca sus raudales en la noche
sino en la aurora al despuntar el día;
y al encontrar la llama indeficiente
de la verdad sagrada,
mi pecho entonces se electriza y siente,
y de mi lira tosca y olvidada,
brotan cantares que sonar quisieran
desde el nuevo hasta el viejo continente.
Era la sombra: entre su negro manto
vegetaban los hombres,
nutriéndose con penas y con llanto,
sin otra ciencia que sufrir humildes
del infortunio las amargas leyes,
y sin otros señores que verdugos
con el pomposo título de reyes.
Esqueletos del cuerpo
y esqueletos del alma,
los seres como Dios, no eran entonces
el Adán pensador del primer día,
sino siervos que ató con mano airada
a su carro triunfal la tiranía.
Momias vivientes que al dejar el mundo
para volver al hueco del osario,
legaban a sus hijos en recuerdo
la cicuta del Sócrates profundo
[el yugo de los bueyes]
[el pensador Adán del primer día,]
[sino brutos, que iguales a los otros]
[solamente el hablar los distinguía]
63O B R A P O É T I C A
y la sangre del Cristo del Calvario.
Y así pasaron siglos y más siglos
que de su inmensa huella en la distancia
sólo dejaban sombras y vestiglos,
vagando entre las nieblas
de la noche sin fin de la ignorancia.
Mas de pronto la luz del pensamiento
iluminó vivífica y radiante
de la santa Razón el firmamento,
y Dios apareció, bello y gigante,
haciendo despeñarse en el abismo
al soplo de sus labios soberanos
el sangriento puñal de los tiranos
y la máscara vil del fanatismo.
Entonces fue cuando la Europa vía,
trémula y espantada,
la mansión ignorada
que la voz de Colón le predecía,
y a Franklin elevándose al espacio
de su genio atrevido tras la huella,
para robar a la rojiza nube
el fuego aterrador de la centella.
Entonces fue cuando se alzó la ciencia
disipando las sombras
que huyeron en tropel a su presencia;
y entonces cuando México miraba
en la mansión maldita
[brilló pura y radiante]
[en la vasta extensión del firmamento]
[el manchado puñal de los tiranos]
[de su genio coloso tras la huella,]
64
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
del crimen y del miedo,
en vez de la cadena y del levita
la figura grandiosa de Escobedo.
Y no tembléis al recordar la historia
del lugar maldecido,
donde el buitre feroz de la ignorancia
ocultó sus polluelos y su nido;
no tembléis a la tétrica memoria
del calabozo inmundo
repitiendo los últimos lamentos
del mártir moribundo;
ya está lavada de su impura mancha
la guarida del crimen,
que hasta la infamia misma desparece
donde las huellas del saber se imprimen.
En vez de los verdugos,
y del hirviente plomo y el veneno,
la Medicina que consuela y sana,
y los hijos de Herófilo y Galeno.
Sublime redención, misión sublime
la del que sufre al consolar las penas,
la del que llora y gime
al enjugar las lágrimas ajenas;
misión de caridad y bienandanza,
empezada por Cristo en el calvario,
que redime y que canta en su santuario
[empezada por Cristo en el madero,]
[y que lava y en ángeles convierte]
65O B R A P O É T I C A
los himnos del amor y la esperanza.
Seguidla, pues, vosotros, que impasibles
desafiáis a la muerte y los pesares;
y si queréis que el mundo agradecido
conserve vuestro nombre en la memoria,
y que os levante altares,
seguid vuestro sendero bendecido,
que al fin de ese sendero está la gloria;
y continuad sin dirigir la vista
al espinado y escabroso suelo,
y si ansiáis la conquista
del lauro inmarcesible de la fama,
elevad vuestros ojos hasta el cielo
donde está quien os mira y quien os llama.
Y no penséis en la escarpada roca,
ni en la espina punzante
que atraviesa la planta que la toca;
no cejéis ni un instante
en vuestra noble y celestial carrera,
¡Adelante…! ¡Adelante…!
aún está muy distante
la corona de rosas que os espera.
[a la ramera vil y al bandolero.]
[Seguidla, pues, vosotros, que contentos]
66
¡Entrad!... en un aposento
donde sólo se ven sombras,
está una mujer muriendo
entre insufribles congojas…
Y a su cabecera tristes
dos niñas bellas que lloran,
y que entrelazan sus manos
y que gimen y sollozan.
Y la infeliz ya no mira
ni tiene aliento en la boca,
y cuando habla sólo dice
con voz hueca y espantosa:
“¡Yo tengo hambre! ¡Yo tengo hambre!
Por piedad, ¡una limosna!”.
Y calla…y las niñas gimen…
y calla… y el viento sopla…
y llora… y nadie la escucha,
¡que nadie escucha al que llora!
¿Y la oís?… “¡Ay!, hijas mías
vais por fin a quedar solas…
solas… y sin una madre
Una limosnaA mi querido amigo Agustín F. Cuenca
1869
67O B R A P O É T I C A
que os alivie y que os socorra…
solas… y sin un mendrugo
que llevar a vuestra boca...
Adiós…adiós… yo me muero…
yo tengo hambre...,
y la mísera espiraba
¡Una limosna!”
entre angustias y congojas,
mientras que las pobres niñas
casi locas, casi locas
la besaban y lloraban
envueltas entre las sombras.
Después… temblando de frío
bajo sus rasgadas ropas,
caminaban lentamente
por la calle oscura y sola,
exclamando con voz triste
al divisar una forma;
la una…
… “¡Me muero de hambre!”,
y la otra...
… “¡Una limosna!”.
68
Humanidad pigmea,
tú que proclamas la verdad y el Cristo,
mintiendo caridad en cada idea;
tú que, de orgullo el corazón beodo,
por mirar a la altura
te olvidas de que marchas sobre lodo;
tú que diciendo hermano,
escupes al gitano y al mendigo
porque son un mendigo y un gitano:
allí está esa mujer que gime y sufre
con el dolor inmenso con que gimen
los que cruzan sin fe por la existencia;
¡escúpela también…! ¡anda…! ¡no importa
que tú hayas sido quien la hundió en el crimen,
que tú hayas sido quien mató su creencia!
¡Pobre mujer, que abandonada y sola
sobre el oscuro y negro precipicio,
en lugar de una mano que la salve
siente una mano que le impele al vicio;
y que al fijar en su redor los ojos
y a través de las sombras que la ocultan
no encuentra más que seres que la miran
y que burlando su dolor la insultan…!
1869 La ramera
A mi querido amigo Manuel Roa
69O B R A P O É T I C A
Y antes era una flor... una azucena
rica de galas y de esencias rica,
llena de aromas y de encantos llena;
era una flor hermosa
que envidiaban las aves y las flores,
y tan bella y tan pura,
como es pura la nieve del armiño,
como es pura la flor de los amores
y como es puro el corazón del niño.
Las brisas la brindaban con sus besos,
y con sus tibias perlas el rocío;
y el bosque con sus álamos espesos,
y con su arena y sus corrientes el río;
y amada por las sombras en la noche,
y amada por la luz en la mañana,
vegetaba magnífica y lozana
tendiendo al aire su purpúreo broche;
pero una vez el soplo del invierno
en su furia maldita,
pasó sobre ella y la arrancó sus hojas,
pasó sobre ella y la dejó marchita;
y al contemplar sin galas
su cáliz antes de perfumes lleno,
le arrebató implacable entre sus alas
y fue a hundirla cadáver en el cieno.
70
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
¡Filósofo mentido…!
¡apóstol miserable de una idea
que tu cerebro vil no ha comprendido!
Tú que la ves que gime y que solloza,
y burlas su sollozo y su gemido…,
¿qué hiciste de aquel ángel
que amoroso y sonriente
formó de tu niñez el dulce encanto?
¿Qué hiciste de aquel ángel de otros días,
que lloraba contigo si llorabas
y gozaba contigo si reías…?
¡Te acuerdas…! Lo arrancaste de la nube
donde flotaba vaporoso y bello,
y arrojándole al hambre,
sin ver su angustia ni su amor siquiera,
le convertiste de camelia en lodo:
¡Le transformaste de ángel en ramera!
¡Maldito tú que pasas
junto a las frescas rosas,
y que sus galas sin piedad les quitas!
¡Maldito tú que sin piedad las hieres,
y luego las insultas por marchitas!
¡Pobre mujer…! ¡Juguete miserable
de su verdugo mismo…!
Víctima condenada
a vegetar sumida en un abismo
71O B R A P O É T I C A
más negro que el abismo de la nada
y a no escuchar más eco en sus dolores,
que el eco de la horrible carcajada
con que el hombre le paga sus amores.
¡Pobre mujer, a la que el hombre niega
el sublime derecho
de llamar hijo a su hijo!
Pobre mujer que de rubor se cubre
¡cuando le escucha que la grita madre!
Y que quiere besarle, y se detiene,
y que quiere besarle, y calla y gime,
porque sabe que un beso de sus besos
¡se convierte en borrón donde lo imprime!
Deja ya de llorar, pobre criatura,
que si del mundo en la escabrosa senda
caminas entre fango y amargura,
sin encontrar un ser que te comprenda,
en el cielo los ángeles te miran,
te compadecen, te aman,
y lloran con el llanto lastimero
que tus ojos bellísimos derraman.
¡Y que te burle el hombre, y que se ría!
¡Y que te llame harapo y te desprecie!
Déjale tú reír, y que te insulte,
72
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
que ya llegará el día
en que la gota cristalina y pura
se desprenda del lodo
para elevarse nube hasta la altura.
Y entonces en lugar de un anatema,
en lugar de un desprecio,
escucharás al Cristo del Calvario,
que añadiendo tu pena
a tus lágrimas tristes en abono,
te dirá como ha tiempo a Magdalena:
Levántate, mujer, yo te perdono.
tixtla, 1834san remo, 1893
JUAN DÍAZCOVARRUBIAS
desde niño estuvo inmerso en el ambiente cultural, pues sus padres organizaban frecuen-temente veladas literarias. al trasladarse a la Ciudad de México ingresó al Colegio de letrán. en este periodo hizo amistad con ignacio Manuel altamirano y fue discípulo de ignacio ramírez. al igual que acuña, ingresó a la escuela de Medicina, en cuyo internado habitó el cuarto número 13, el mismo donde vivió y murió el poeta saltillense. lo atrajo la doctrina liberal y publicó su obra en periódicos afines. Al enterarse de la inminencia de un enfrentamiento entre libe-rales y conservadores en ta-cubaya fue a ofrecer su apoyo como médico a los republica-nos. la batalla fue ganada por el bando conservador, cuyos soldados, frenéticos por la vic-toria, ejecutaron a los oficiales capturados pero también a los médicos y civiles que ahí se encontraban; Covarrubias y su amigo Manuel Mateos esta-ban entre ellos. su muerte fue lamentada por varios autores, incluyendo a Manuel acuña, quien le dedicó un poema en que lo llama “el poeta mártir”.
Xalapa, 1837tacubaya, 1859
uno de los más renombrados escritores y docentes del siglo XiX, altamirano nació en una familia chontal. hasta los 14 años ignoraba el castellano. hizo sus primeros estudios en el instituto de toluca gracias a una beca otorgada por ignacio ramírez, el nigromante, y fue ascendiendo hasta lograr el tí-tulo de maestro, que llevó con dignidad hasta el fin. Desde su juventud tomó parte en la vida política del país, y combatió durante la Guerra de refor-ma y la intervención Francesa. Fundó varios periódicos y re-vistas. en su obra se advierte el amor por el paisaje, por la naturaleza, por las leyendas. también frecuentaba las vela-das literarias en casa de rosa-rio de la Peña. Fue maestro de Manuel acuña y apoyó algu-nas de las sociedades literarias en las que participaba, como la sociedad netzahualcóyotl. Fue él quien corrió a avisarle a rosario del suicidio de acuña, apenas hora y media después de que ocurriera. Murió en ita-lia durante una misión diplo-mática.
IGNACIOMANUEL
ALTAMIRANO
tixtla, 1834san remo, 1893
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Allá va... como un átomo perdido
que se alza, que se mece,
que luce y que después desvanecido
se pierde entre lo negro y desparece.
Allá va… en su mirada
quién sabe qué fulgura de profundo,
de grande y de terrible…,
allá va, sin destino y vagabundo,
tocando con su frente lo invisible,
con sus plantas el mundo…
¿De dónde vino…?
Preguntadlo al caos
que dio forma a los seres
de su potente voz al “levantaos”;
decídselo a la nada,
que ella, tal vez, sabrá cuál fue la cuna
de ese arcángel vestido con harapos
a que llamamos hombre;
que ella, tal vez, sabrá de dónde vino
ese titán pigmeo
tan grande y tan mezquino,
¿del lodo? puede ser; pero su frente
El hombre 1869
Al señor don Ignacio M. Altamirano Homenaje
…Où va l ’homme sur la terre? V. Hugo
76
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
está demasiado alta para el lodo;
¿del cielo? puede ser; pero la tumba,
donde concluye todo,
no dista de sus plantas más que un paso,
y si fuera del cielo, debería,
ya que tiene un ocaso,
tener también su oriente cada día.
Aborto incomprensible de la nada
que lo lanzó, destello de su abismo,
esperad, esperad a que las sombras
entre sus negros pliegues os cobijen,
que allí tal vez, escrito entre esos pliegues
encontraréis su origen…,
esperad el momento en que se os abra
negro y aterrador ante los ojos,
ese libro de sangre donde labra
la triste muerte en caracteres rojos
de sus calladas víctimas el nombre,
y allí veréis, acaso, la palabra
que os ayude a saber quién es el hombre.
Y entre tanto… allá va…
Solo… en el mundo
que tiembla con su peso de gusano
y que al mirarle se estremece y duda;
sobre la tierra inmensa
que le siente su rey y le saluda,
77O B R A P O É T I C A
que le siente su dios y que le inciensa.
Allá va… soberano cuya frente
circunda por diadema el infinito,
monarca cuyo trono omnipotente
es el trono de mármol y granito
tallado por los buitres en la roca;
y que marcha, y que marcha dominado
lo mismo en lo que ve y en lo que toca,
desnudo y mendigando
un pedazo de pan para su boca.
Polluelo de ese cóndor de lo oscuro
que se llama el misterio,
y que sin alas y sin luz se lanza
por el supremo espacio de la idea
en pos de una esperanza...
polluelo que adormido entre la noche
sueña ver una estrella,
y enamorado de ella, y atrevido,
se escapa de su nido
creyéndose capaz de ir hasta ella;
quién sabe anoche en su delirio blando
qué luz o qué ilusión distinguiría,
en medio de esas nubes caprichosas
que pueblan, al soñar, la fantasía;
quién sabe lo que en su alma
durante la embriaguez germinaría;
78
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
pero capullo que despierta rosa
con los halagos de la brisa amante,
él, creciendo de formas en el sueño,
durmió pequeño y despertó gigante.
Y “El Universo es mío”
clamó al sentirse poderoso y fuerte,
y agitando su cráneo en el vacío,
sin escuchar la ruda carcajada
que como eco a su voz daba la muerte.
“¡Adelante —se dijo— ¡El mundo es poco
para encerrar mi espíritu… hasta el cielo!”
Y sin mirar si quiera por donde iba,
se lanzó despeñado como un loco,
con la mirada arriba… siempre arriba.
Sonámbulo que duerme y deja el lecho
al supremo mandato
de yo no sé qué voz grande y divina
que alzándose en su pecho
le sorprende y le grita poderosa:
“¡Levántate y camina…!”
Pisando aquí una espina y una rosa,
y más allá una rosa y una espina,
el hombre con un cielo de esperanzas
germinando en montón en su cerebro,
sigue a tientas y a oscuras por la senda
desde antes a sus pasos señalada,
79O B R A P O É T I C A
soñando… y en los ojos una venda
que con sus pliegues lóbregos y espesos
le impide que comprenda
su marcha entre sepulcros y entre huesos.
Y allá va… ¡pobre niño que aún suspira
como en los dulces tiempos de la infancia!
Mas dejadle seguir, y será hombre
que haga nacer la vida del osario,
el apóstol sin nombre,
que Dios admire y que mortal asombre
lo mismo en el Tabor que en el Calvario.
Dejadle caminar, dejad que siga
el vuelo de su genio por los mares,
y mañana ese niño
será el anciano pálido y fecundo,
que, moderno criador, haga que brote
del seno de las olas otro mundo.
Allá va… con un tronco por apoyo
y un jirón miserable por abrigo,
valiente y ambicioso y soberano,
bajo su mismo harapo de gitano
y su corteza sucia de mendigo.
¿Qué busca? ni aun él sabe
lo que busca en su loco devaneo…
ni aun él acierta a definir ese algo
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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
que le hace encontrar siempre su deseo;
pero titán del sueño que en la sombra
forja un espacio y a escalarlo sube,
él, mientras pisa en el inmundo cieno,
se duerme con el pie sobre una nube.
Soñar… ésa es la vida, ése es el puente
que entre la cuna y el sepulcro media,
el papel miserable del viviente
de la existencia vil en la comedia:
soñar un cielo en que revueltos vagan
hermosos y magníficos vapores,
la esperanza, la dicha,
la gloria y el placer y los amores.
¡Ondinas que se tienden por el aire
al despuntar la vida, allá a lo lejos
y que con ella crecen y con ella
mueren entre los últimos reflejos!
Y, hermoso cisne que en el limpio lago
agitando las olas con su pluma,
ve brotar de su juego al dulce halago
mil copos blancos de rizada espuma,
y arroja un canto dolorido y vago
al mirarlos perderse entre la bruma;
el hombre en su tristeza,
al ver rodar sus blancas ilusiones,
81O B R A P O É T I C A
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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
sin colores, sin luz y sin belleza,
de la noche que empieza
por yo no sé qué lóbregas regiones;
suspirando y en lágrimas deshecho
ante la triste realidad que asoma,
arranca un ¡ay! terrible de su pecho,
y luego, al dar un paso, se desploma.
Atleta del dolor, de nuevo emprende
la lucha formidable
con ese gladiador de las tinieblas
que se llama el destino;
y cantando y sonriendo
para insultar la palpitante pena
que le destroza el corazón mezquino,
lanza un grito feroz y entra a la lucha…
pero, vencido al fin, rueda en la arena
que su alma es poca y su amargura es mucha.
Y entonces… cuando hambriento de placeres
soñándolos su presa,
se mira débil y abatido y solo
sobre el oscuro borde de la huesa,
recuerda el Dios a quien por darle culto
él se fingiera omnipotente y bueno;
pero al sentir dentro del alma oculto
del pesar y el dolor todo el veneno,
83O B R A P O É T I C A
en su miseria misma
lo ve pequeño, pobre,
y cogiendo del cieno en que se arrastra
miserable reptil con su congoja,
burlándose de su ídolo, a la frente
como un supremo insulto se lo arroja.
Después… el aire de la muerte zumba
con su bramar inquieto,
el átomo vacila, y…se derrumba…
la tierra es una tumba…
el hombre un esqueleto.
Todo acabó... la noche de la nada
confundiendo en sus pliegues
todo eso grande que la mente forma
y que en el cráneo encierra,
sólo dejó al pasar, como en recuerdo,
un pedazo de tierra…
Y allí… ¿qué hay más allá…?
¿Qué encuentra el hombre
tras ese velo negro que separa
la luz de las tinieblas…?
¿Es en la tumba, acaso, donde toca,
viéndola cara a cara,
esa ilusión que en su carrera loca
convertida en vapor se le escapara?
84
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
¿Es allí donde encuentra los perfumes
y las notas dulcísimas y suaves,
que no pudieron darle en sus encantos
las flores ni las aves…?
O luminoso punto que camina
partiendo de la nada,
por un círculo estrecho, y que termina
su existencia mezquina
allí donde ha empezado la jornada,
¿concluye en el sepulcro
que sus despojos últimos recibe?
¿Es allí donde muere para siempre?
¿Es allí para siempre donde vive?
¡Quién sabe…! Nuestra mente
no alcanza a descifrar esos arcanos
escritos entre huesos y mortajas
por yo no sé qué fétidos gusanos…
Remueve y busca en el inmundo hueco
donde ha visto rodar un ser inerme,
y sin hallar a sus preguntas eco,
sólo ve un cráneo seco
que entre sus antros asquerosos duerme.
Y entre tanto… allá va…,
luz tenebrosa
cuyo destino y cuyo ser esconde
la impenetrable niebla del abismo…
85O B R A P O É T I C A
Allá va… tropezando y caminando,
¡Sin comprender adónde,
sin comprenderse él mismo…!
86
Junto a una pulquería
cuyo título es “Los Godos”
disputaban dos beodos
la tarde de cierto día.
Yo que pasaba por fuera
de la taberna predicha,
me detuve y por mi dicha
oí la disputa entera.
—Oiga, amigo, no me abroche
tan horrenda tontería,
yo le digo que es de día.
—Pos yo digo que es de noche.
—Pos yo el Sol es lo que miro
y no hay estrella ninguna.
—Pos yo digo que es la Luna
y muy grandota dialtiro.
Es que asté ya se le escapa
toditito don Perfeuto
porque ya siente el efeuto
del maldecido Tlamapa.
Los beodos(Cuadro de costumbres)18
69
87O B R A P O É T I C A
—¡Qué Tlamapa, ni qué nada!
A mí el pulque no me aprieta.
—Pos yo apuesto una peseta.
—Pos yo apuesto mi frezada.
—¿Pos con quién nos arreglamos?
—Pos con cualesquiera, vale.
—Bueno, pero no me jale.
—Bueno, pus entonces vamos.
Y entre diciendo y haciendo
este par de tercos beodos,
se salieron de “Los Godos”
casi, casi que cayendo.
Y viendo pasar un coche
al cochero se acercaron,
y presto le preguntaron
si era de día o de noche.
Pero el salvaje cochero
movió triste la cabeza
y respondió con torpeza:
Señores: ¡soy forastero!
88
…¡Mentira el más allá! ¡Mentira el alma
que el retroceso impuro
hace nacer llenando lo futuro,
del triste cementerio entre la calma!
¡Engaño esa creación que el fanatismo
hace brotar del último lamento
que nos lleva al abismo!
¡Mentira ese ad terrorem que el convento
lanza a la humanidad mezquina y necia
que, oyendo a la razón y al pensamiento,
no abarca esa mentira y la desprecia!
El hombre es sólo el hombre,
pobre criatura de miseria y lodo,
que sueña, que delira, y que en la fosa
mira rodar con su existencia todo;
pobre ser que termina la jornada
con el eco de su último latido,
para volver en sombra convertido
a su punto de origen, a la nada.
Es un astro-misterio que atraviesa
la curva de la vida y se derrumba
al concluir la carrera de ese cielo
que en el Oriente de la cuna empieza
y acaba en el Ocaso de la tumba;
En la apoteosis del actorMerced Morales18
70
89O B R A P O É T I C A
molécula que, oculta entre la gasa
de la noche, sin ruta y sin destino,
como una exhalación flébil y escasa,
nace, se mece y pasa
sin dejar una huella en su camino,
y que a veces llegándose valiente
hasta el Sol de la gloria,
se enciende en él y vuela,
pero dejando entonces, donde acaba,
el germen de otra luz sobre su estela.
Luz-inmortalidad con que deliran
el sabio y el artista y el guerrero,
en medio a esos éxtasis soberanos
que son la hora suprema
en que el genio prepara con sus manos
para ceñir sus frentes la diadema;
hora en que el hombre alcanza,
por el zodiaco de la fe y del arte,
llegar hasta el zenit de su esperanza,
para robarle el rayo que algún día
sobre su pobre lápida mortuoria,
caiga a encender, sublime de poesía,
la antorcha fulgurante de la gloria.
Luz-inmortalidad con que soñaban
sonriendo de placer en su delirio,
el mártir-libertad en el cadalso
y el espectro-conciencia en el martirio;
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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
fulgor que, en la conquista
del saber y el talento, se levanta
descorriendo grandioso ante la vista,
el soñado horizonte de una tierra
donde bendita y mágica se encierra
la tierra prometida del artista;
esplendor auroral que era el ensueño
consolador y grato en su pobreza
del actor inspirado,
que aún ayer se encontraba circundado
con la aureola del genio en la cabeza;
del audaz fingidor que ayer hacía
sollozar o reír bajo este techo,
y que hoy, cadáver, duerme
de un pedazo de tierra sobre el lecho.
Cayó… sobre su tumba
gime el arte, y la patria inconsolada
con sus hermosos besos maternales
deposita una lágrima adorada,
en tanto que la fama que abandona
de la muerte en los antros funerarios
al despojo… y al hombre,
vuela augusta a escribir en sus santuarios
las letras de su nombre.
91O B R A P O É T I C A
¡Muerto, reposa en paz! y si en la fiebre
de tu ambición y tu querer fecundo
soñaste con un mundo más risueño
que este pequeño y miserable mundo;
si astro que cruza la extensión vacía
soñaste con dejar escrito en ella
algo como la luz que en ti vivía
para hacerte inmortal con esa huella,
tu sueño está cumplido… tus cenizas
ya no son más que escoria;
pero el azul radioso de tu patria
cuenta otra luz, la luz de tu memoria.
Los hombres como tú, jamás perecen
al tocar los umbrales
de la oscura región de lo ignorado;
los hombres como tú, mueren y crecen
con la figura inmensa del granito
que de pie y majestuosa se levanta
de entre el polvo impalpable que la planta
envuelve al resbalar en lo infinito.
Para ti no hay sepulcro, que el reflejo
de tu luz poderosa
te basta en la caída,
para seguir viviendo en otra vida,
no en la estrechez de tu escondida fosa…
Tú como el astro hermoso de la aurora
que rueda en el ocaso,
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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
dejando como huella de su paso
la Luna brilladora,
caíste en el abismo,
nítido Sol del mexicano cielo:
pero dejando al terminar el vuelo,
la Luna de ti mismo.
Sacerdote titánico del arte,
envuélvete sonriendo en la mortaja
que te arropa en la huesa…
Envuélvete inmortal bajo la losa
donde tu cuerpo mísero reposa
y se alza el pedestal de tu grandeza.
¡Adiós, muerto sublime!
¡Sublime y noble atleta del proscenio!
Descansa en paz mientras tu patria gime
sobre el recuerdo que tu gloria abona,
y mientras teje en su santuario el genio,
para rodear tu nombre, una corona.
93O B R A P O É T I C A
Fue en el Colegio Josefino donde Manuel Acuña realizó sus prime-ros estudios, antes de partir a la Ciudad de México preparándose para iniciar la carrera de medicina.
En el mural pintado por la maes-tra Elena Huerta en el Centro Cul-tural Vito Alessio Robles, puede apreciarse a Manuel Acuña junto a otros destacados poetas coahui-lenses como Otilio González y José León Saldívar.
94
“¡Allá!”, se dijo, y extendiendo al aire
las gigantescas plumas,
con la mirada fija en los fulgores
que a través de las brumas
conducen en su vuelo a los condores,
subió asentado la atrevida garra
sobre la cumbre inmensa,
donde el mundo genésico concluye
y se levanta el mundo del que piensa;
sobre la blanca cima de esa roca
cuyas piedras de mármol y granito
se alzan, entre lo azul del infinito,
del pedestal sublime al que las toca;
allí donde se encienden los tabores
con su grandiosa y santa refulgencia
al resonar del cántico que entona
con un grito de alarma la conciencia.
Subió, llegó, y al extender los ojos,
sobre la turba de hombres
que germinaba de sus pies debajo,
anhelando mirar lo que es un pueblo
que marcha por la senda del trabajo,
en vez de la ilusión de su utopía,
Ocampo1870
95O B R A P O É T I C A
halló un pueblo de libres
envuelto del incienso entre el aroma,
y enlazando a su cuello esa cadena
cuyo eslabón primero empieza en Roma;
halló la libertad aprisionada
entre los negros muros del convento,
y un más-allá de luto y de tinieblas
marcando el hasta-aquí del pensamiento;
al dios-dulzura convertido en otro
de sangre y de venganza,
al dios creador entrando en la pelea
con el rojo puñal de la matanza;
y gozando al murmullo de los salmos
y gozando al gemir de la agonía,
al dios que sólo quiere en sus altares
los himnos del amor y la poesía.
Y “¡No!”, dijo él, ardiendo
en esa inspiración sencilla y santa
que hizo del vagabundo de Judea
el muerto más sublime de los muertos
en el martirologio de la idea;
“ya es tiempo de volver a su santuario
el dulce amor de la familia humana,
sustituir el hogar al relicario,
sustituir la violeta al incensario,
y el trino del turpial a la campana;
96
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
ya es tiempo de rasgar el negro abismo
que oculta la verdad a la existencia,
y cambiar por el dios del fanatismo
el dios de la razón y la conciencia”.
Dijo, y abandonando las remotas
cumbres de la esperanza y de la vida,
bajó a la tierra entre las dulces notas
de esa cántiga tierna y bendecida
cuya primera vibración se escucha
brotando de las arpas del delirio,
y la última en la lucha
con el ¡ay! estertóreo del martirio.
Bajó, y apóstol de la buena-nueva,
de la luz y el Derecho,
su palabra de paz sonó en los aires
anunciando al Mesías
que el porvenir en su ilusión espera,
y de quien son augustas profecías
las protestas del mártir en la hoguera.
Bajó, y envuelto entre el vapor espeso
de los blancos perfumes conventuales
el pueblo suyo, por el monje opreso,
escuchó la palabra de progreso
salida de sus labios inmortales;
y al buscar al apóstol atrevido
donde su airado grito resonara,
97O B R A P O É T I C A
oyó el nombre de Dios… luego un gemido,
el incienso quedó desvanecido…
y allí estaba el cadáver junto al ara.
La lucha fue un instante…
un instante no más, y aquel vidente,
misionero de luz entre los ciegos,
se hundió en la sombra y ocultó la frente.
Fue el cóndor que se lanza de las nubes
sobre el tigre feroz que le arrebata
los polluelos hermosos de su cría,
y que baja, se mece,
lucha, se aparta, vuelve, le provoca,
y en el punto de herirle se estremece
cayendo a agonizar sobre una roca.
Murió... su apostolado
hizo temblar en su poder al fraile,
y el fraile en nombre de ese dios maldito
que vive entre la noche y lo encubierto,
armó su mano entre la niebla impía,
y después, al nacer el otro día,
halló el mundo… un patíbulo y un muerto.
Ese muerto allí está… dentro el sepulcro
cavado para ahogar en su silencio
98
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
la gigante protesta de sus labios…
Esqueleto sublime y majestuoso
más grande y elocuente en el reposo
de su lecho eternal y soberano,
que en medio de la grita atronadora
que alzara en su redor el Vaticano.
Allí está… en ese túmulo sombrío
regado con el llanto de los libres…
santa reliquia que la edad presente
guarda de su cariño
en el inmenso y dulce relicario,
como un recuerdo de tristeza y gloria,
que evoca del pasado en la memoria
su camino de sangre y su calvario.
Allí está… murmurando una esperanza
de miel y libertad para el futuro,
precursor auroral de esa lumbrera
tanto soñada y esperada tanto
y a cuya luz en hoy vienen tus hijos
a arrullar tu dormir en sus canciones,
a gemir en tu polvo, y a decirte
sus nobles y sentidas bendiciones.
¡Mártir!, descansa ya de la tarea,
y duérmete en el lecho de perfumes
con que la gratitud cubre su fosa…
Duérmete ya… mientras la fe y el templo
99O B R A P O É T I C A
cuyo poder al cabo se derrumba,
vienen a despertarte en su caída,
de tu sueño inmortal bajo la tumba.
100
Pensando las quinientas unidades
que un número quinientos componían,
que si quinientas eran
al uno y nada más se lo debían;
en sociedad se unieron, y los miembros,
sin vacilar ni protestar alguno,
levantaron un templo y en sus aras
pusieron como dios al número uno.
Mientras que unidos todos le adoraron
a nadie aquello le causó extrañeza;
pero cierta ocasión en que uno de ellos
llegó solo del templo a los umbrales,
a pesar de la fe y el fanatismo,
se halló con que él y dios eran lo mismo,
puesto que el uno y él eran iguales.
Después de recorrer estos renglones
que tantas reflexiones nos ofrecen,
deduzco entre otras muchas conclusiones,
que en materia de Dios y religiones
los quinientos y el mundo se parecen.
Uno y quinientos1870
101
Pueblo: tú que prorrumpes en gigantes
himnos de admiración y de entusiasmo
ante el arte y lo bello;
tú, de cuya alma toma
la vestal de la gloria y de la fama
fuego para encender a su destello
de su lámpara mística la llama;
tú, que eres soñador y eres artista,
lo mismo entre la paz que entre la lucha,
prepara una guirnalda de tus flores
más queridas y… escucha.
Era una cuna, un lecho entretejido
de gasas y jazmines…
pequeño, vaporoso, recogido…
una forma de nido
como esos que se ven en los jardines.
Y en este nido columpiado al aire
con el vaivén arrullador del viento,
era una niña hermosa que soñaba
con yo no sé qué blanco pensamiento;
una niña inocente que dormía
entre los chales de su tibia cuna,
como una de esas hadas misteriosas
La soñadoraOda 18
70
102
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
que fingen las tinieblas y la Luna
entre el húmedo cáliz de las rosas;
virgen del amor en cuya casta frente
el Sol de lo inmortal resplandecía
majestuoso y ardiente,
con su rayo de luz grabando en ella
esa chispa radiosa que, más tarde,
ante el sepulcro abierto se alza estrella
y en la vía-láctea de los genios arde.
Y la noche era negra, era una noche
que flotaba impalpable como un velo
prendido en las montañas,
sin la luz de un zig-zag entre las sombras
ni la luz de un cocuyo entre las cañas;
negro y vasto ropaje
que cobijaba al átomo del mundo
como al grano de arena el oleaje,
quedando aquella niña en el vacío
de las tinieblas, escondida y sola,
como queda la gota de rocío
cuando cierra la brisa una corola…
Mas de pronto la curva de los cielos
recogió su gigante vestidura,
y libre de los pálidos fantasmas
que rodaban informes en la altura,
103O B R A P O É T I C A
el aire se cubrió de resplandores
que se acercaron tibios y temblantes,
circuyendo la frente de la niña
como un laurel inmenso de diamantes;
y entonces una voz cuya cadencia
sonaba arrulladora
como el canto de amores de la virgen,
se oyó que repetía
en su dulce cascada de gorgeos:
—Duérmete, vida mía,
gozando con la luz y la poesía
de la región que pueblan tus deseos…
Duérmete, flor del arte,
a la que el beso de las auras mece…
Duérmete…y cuando venga a despertarte
la voz de tu destino,
yo, el ángel de tu cuna,
regaré de perfumes y de galas
la áspera cumbre que tu genio adora,
y a donde tienden las inmensas alas
tu ambición y tu fe de soñadora.
Dijo la voz: y la corona ardiente
ensanchando su cerco luminoso
de estrellas inmortales,
se perdió en los lejanos horizontes,
mezclada con el fuego de la aurora
que asomaba su luz tras de los montes.
104
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
Después, aquella niña
despertó de su mágico letargo,
y emprendiendo el camino
de la jornada que a la gloria lleva
entre el dolor y el desaliento amargo,
el mundo la miró sobre el proscenio
arrancando un laurel a su destino
y esculpiendo su busto peregrino
sobre el augusto pedestal del genio.
Blanca y tierna paloma
que hasta el templo del arte alzó las alas
para robar al arte sus secretos,
descendiendo después sonriente y bella
entre el aplauso universal de un mundo
lleno de amor y admiración por ella.
Por ella, que eres tú, la que hoy recoges
el ideal de tus sueños infantiles
entre el incienso embriagador del triunfo…;
por ti que haces latir entusiasmado
el corazón del pueblo que hoy arranca
la cadencia más dulce y más sentida
del arpa de su gloria,
para arrojarla con su flor más blanca
sobre el gigante altar de tu victoria.
105O B R A P O É T I C A
Por ella, que eres tú, la más querida
esperanza de México, la virgen
a quien el porvenir desde la cuna
prometiera su espléndida guirnalda,
y que hoy viene al rumor de las conquistas
que tu celeste inspiración abona
a ceñir en tu frente esa corona
que hace iguales a Dios y a los artistas.
106
Tuvo Paco un burro flaco
que mantener no quería,
y que hizo matar un día
porque tenía un humor bellaco.
Mas después el pobre Paco
su burro empezó a llorar;
y al no poder remediar
su mal, hubo de entender:
“que es mejor pensar y hacer,
que no hacer para pensar”.
A Lauro1870
107
Cuando la aurora enciende las montañas,
y el águila que duerme
se siente acariciada por sus besos,
el águila se agita entre las rocas
de su salvaje y solitario nido,
tiende la vista al cielo
dominio de su empuje soberano,
y desatando el poderoso vuelo,
cruza la selva, el llano,
del llano se levanta hasta las cumbres
que la extensión corona,
y allí, fuerte y robusta,
en pie sobre la nieve y el granito,
se alza de nuevo y sube hasta que incrusta
sus formas de gigante en lo infinito.
Cuando el Sol de la gloria,
surtiendo en el espacio-inteligencia
baña a un niño en su luz, el niño se alza
sobre el desierto oscuro de la vida;
y guiado por la fe que en su conciencia
lleva como una lámpara encendida,
desterrado del cielo sobre el mundo
y entreviendo su patria
OblaciónA los muertos de la Sociedad Filoiátrica
1871
108
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
a través de la bruma de su ensueño,
se lanza de su ensueño por la vía,
dejando al confundirse con la nada,
de su carrera de astros como huellas,
las letras de su nombre,
que son como las mágicas estrellas
que brillan al crepúsculo del hombre.
Letras que al proyectar sobre la tumba
sus luces inmortales,
son la más grande historia
que pudiera grabar en sus anales
la virgen soberana de la gloria.
En la cuna de aquellos
que hoy tienen nuestras almas por santuario,
y por incienso, el de las rosas blancas
que nacen en los bordes del osario,
también surgió con su fulgor de aurora
la chispa de la idea; también ellos
sintieron palpitar sobre su frente
los ósculos de ese ángel que en la noche
baja a inspirar sus sueños al creyente…
Sueños blandos y dulces como todos
los que su ánfora encierra,
y que al fundirse con el hombre lo hacen
la encarnación de Dios sobre la tierra.
[se alza de su sueño por la vía,]
109O B R A P O É T I C A
El ideal de sus almas, el que en ellos
infiltraba la luz de sus caricias,
era el amor bajo la doble forma
del espacio y del mundo,
del mundo, en la expresión de sus dolores
marcados por la faz de un moribundo,
y del espacio, como la hostia blanca
en donde oculta su divina esencia,
ese Cristo del pobre y del que sufre,
que se llama la Ciencia.
Y ésa fue su visión, ésa la doble
senda en que dividieron el camino,
señalado en su afán supremo y noble
por la sonrisa de ángel del destino,
ésa la ardiente cima en que se alzaron
pensadores y apóstoles a un tiempo,
buscando la verdad mientras vertían
la miel de sus virtuosos corazones…,
iguales a esas nubes que se lanzan
tras la huella del Sol por el vacío,
derramando a la vez sobre la tierra
las caricias de amor de su rocío.
Y así fueron en tanto que la vida
latió bajo sus cráneos;
fe y corazón, estrellas y perfumes;
[Y ésa fue su misión, ésa la doble]
[señalado a su afán supremo y noble]
110
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
sublime dualidad de una alma misma
que en distinta región alzando el vuelo,
¡arriba, era la forma de la idea,
y abajo, era la forma del consuelo!
Así fueron... constante sacrificio
sobre el altar del bien, mártires prontos
a morir por sus creencias en el ara
de la impiadada suerte:
¡Grupo de caridad que aparecía
fiel en cumplir su augusto pensamiento
donde quiera que hallaba un sufrimiento
o el buitre de la muerte se mecía!…
Y cuando llenos de ese santo orgullo
que la virtud derrama en la conciencia,
tocaban ya la cumbre brilladora
de su visión querida,
¡la vida los dejó!… pero las frases
que al dolor arrancaron con su muerte,
fueron bajo el destello sacrosanto
que irradiaba al fulgor de su memoria,
las primeras estrofas de ese canto
que hoy los arulla en su mansión de gloria.
Allí duermen, y allí como un perfume
se alzan las bendiciones por la noche,
[donde quiera que hablaba un sufrimiento]
111O B R A P O É T I C A
flores del corazón que agradecidas
bajo el ojo de Dios abren su broche:
allí duermen, y allí los que en el mundo
les dijimos hermanos,
depositando la oblación sencilla
de nuestro amor, hacemos de sus nombres
el grito de entusiasmo que en la lucha
dará al cobarde animación y brío;
y del radioso albor de su recuerdo
un astro suspendido en el vacío,
que será en los instantes de la prueba,
cuando el cansancio nuestra frente amague,
la antorcha sideral en donde el alma
encenderá su fe cuando se apague.
112
¿Y qué? ¿Será posible que nosotros
tanto amemos la gloria y sus fulgores,
la ciencia y sus placeres,
que olvidemos por eso los amores,
y más que los amores, las mujeres?
¿Seremos tan ridículos y necios
que por no darle celos a la ciencia,
no hablemos de los ojos de Dolores,
de la dulce sonrisa de Clemencia,
y de aquella que, tierna y seductora,
aún no hace un cuarto de hora todavía,
con su boca de aurora,
“No te vayas tan pronto”, nos decía.
¿Seremos tan ingratos y tan crueles,
y tan duros y esquivos con las bellas,
que no alcemos la copa
brindando a la salud de todas ellas?
Yo, a lo menos por mí, protesto y juro
que si al irme trepando en la escalera
que a la gloria encamina
la gloria me dijera:
Rasgo de buen humor1871
113O B R A P O É T I C A
—Sube, que aquí te espera
la que tanto te halaga y te fascina;
y a la vez una chica me gritara:
—Baje usted, que lo aguardo aquí en la esquina;
lo juro, lo protesto y lo repito,
si sucediera semejante historia,
a riesgo de pasar por un bendito,
primero iba a la esquina que a la gloria.
Porque será muy tonto
cambiar una corona por un beso;
mas como yo de sabio no presumo,
me atengo a lo que soy, de carne y hueso,
y prefiero los besos y no el humo,
que al fin, al fin, la gloria no es más que eso.
Por lo demás, señores,
¿quién será aquel que al ir para la escuela
con su libro de texto bajo el brazo,
no se olvidó de Lucio o de Robredo
por seguir, paso a paso,
a alguna que nos hizo con el dedo
una seña de amor, así… al acaso?
¿O bien, que aprovechando la sordera
de la obesa mamá que la acompaña,
nos dice: —¡No me sigas!
Porque mamá me pega y me regaña?
[si me pasara semejante historia,]
114
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
¿Y quién no ha consentido
en separarse del objeto amado
con tal de no mirarlo contundido?
¿Quién será aquel, en fin, que no ha sentido,
latir su corazón enamorado,
y a quien más que el café lo ha desvelado
el café de no ser correspondido?
Al aire, pues, señores,
lancemos nuestros hurras por las bellas,
por sus gracias, sus chistes, sus amores,
sus perros y sus gatos y sus flores
y cuanto tiene relación con ellas.
Al aire nuestros hurras
de las criaturas por el ser divino,
por la mitad del hombre,
por el género humano femenino.
[por el ser de los seres más divino,]
El desaparecido Teatro Acuña, cuya construcción se inició nue-ve años después de la muerte del poeta, en 1882. Para su inaugu-ración, en 1886, se llevó a cabo una representación de la obra El pasado. Construido en gran parte de madera, fue consumido por un incendio seis años después.
El mural “Historia de Coahuila” ubicado en el Palacio de Gobier-no de este estado, fue realizado en 1979 por el pintor Salvador Almaraz, originario de Irapuato. En él se reproduce una de las imágenes más representativas de Manuel Acuña.
116
Falange de soñadores
que de tu delirio en pos,
marchas entre los negrores
de la vida, a los fulgores
que en tu alma refleja Dios.
Juventud grande y ardiente
que a la luz que centellea
tu porvenir esplendente,
muestras ceñida la frente
con el laurel de la idea.
Tú, que llevando contigo
cuanto hay de noble y humano
al que miras sin abrigo,
en vez del nombre de amigo
le das el nombre de hermano.
Tú, que siguiendo la huella
que a tu conciencia se ajusta,
has atesorado en ella
la virtud que te hace bella,
y el saber que te hace augusta.
En el tercer aniversariode la Sociedad Filoiátricay de Benef icencia
1871
117O B R A P O É T I C A
No cejes en tu camino
aunque el destino te mande
luto y pena de contino,
que si es muy fuerte el destino
tú también eres muy grande.
Y si en tu alma inspirada
hay fuerza y valor de sobra
para concluir la jornada,
ya que tu obra está empezada,
juventud, completa tu obra.
Sigue, sigue tras el vuelo
de esa virgen cuyo encanto
forma tu vida y tu anhelo;
sigue tu marcha hacia el cielo
de tus delirios, y en tanto,
recibe de quien te admira
proclamando tus victorias,
los acentos de una lira
que con tus glorias se inspira,
porque hace suyas tus glorias.
118
Hoy que radiante de vida,
de ensueños y de placer,
vienes, juventud querida,
a palpar estremecida
tus ilusiones de ayer.
Hoy que la gloria sonriente
que con sus gracias te atrajo,
te acaricia dulcemente,
ciñendo sobre tu frente
las coronas del trabajo.
Hoy que a la luz que destella
la estrella de la victoria
sobre tu empezada huella,
veo surgir al cabo de ella
todo un porvenir de gloria;
gózate mientras agite
tu noble alma la emoción,
y entre sus goces, permite
que a tus plantas deposite
mi lira y mi corazón.
¡Salve!En unos premios
1872
119O B R A P O É T I C A
Y mañana que a seguir
tus pasos vuelvas triunfante,
recuerda hasta sucumbir
que el lema del porvenir
es marchar siempre adelante.
Y graba en tu pensamiento
si tu valor se rebaja
porque se agote su aliento,
que en el taller del talento
quien triunfa es el que trabaja.
120
I
Hoy que de cada laúd
se eleva un canto a tu muerte,
con la que supiste hacerte
un altar del ataúd;
unido a esa juventud
que tu historia viene a hojear,
mientras ella alza el cantar
que en su pecho haces nacer,
yo también quiero poner
mi ofrenda sobre tu altar.
II
En la tumba donde flota
tu sombra augusta y querida,
descansa muda y dormida
la lira de tu alma, rota…;
de sus cuerdas ya no brota
ni la patria ni el amor;
pero en medio del dolor
que sobre tu losa gime
ese silencio sublime,
ése es tu canto mejor.
1872 El poeta mártir
Juan Díaz Covarrubias
121O B R A P O É T I C A
III
Ése es el que se levanta
del arpa del patriotismo;
ese silencio es lo mismo
que la libertad que canta;
pues en esa lucha santa
en que te hirió el retroceso,
al sucumbir bajo el peso
de la que nada respeta,
sobre el cadáver del poeta
se alzó cantando el progreso.
IV
Un monstruo cuya memoria
casi en lo espantoso raya,
el que subió en Tacubaya
al cadalso de la historia,
sacrificando tu gloria
creyó su triunfo más cierto,
sin ver en su desacierto
y en su crueldad olvidando,
que un labio abierto y cantando
habla menos que el de un muerto.
V
De tu existencia temprana
tronchó la flor en capullo,
matando en ella al orgullo
122
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
de la lira americana.
Tu inspiración soberana
rodó ante su infamia vil;
pero tu pluma gentil
antes de romper su vuelo,
tomó por página el cielo
y escribió El once de abril.
VI
La patria a quien en tributo
tu santa vida ofreciste,
la patria llora y se viste
por tu memoria, de luto…,
y arrancando el mejor fruto
de su glorioso vergel,
te erige un altar y en él,
corona tu aliento noble
con la recompensa doble
de la palma y el laurel.
VII
Si tu afán era subir
y alzarte hasta el infinito,
ansiando dejar escrito
tu nombre en el porvenir;
bien puedes en paz dormir
bajo tu sepulcro, inerte:
123O B R A P O É T I C A
mientras que la patria al verte
contempla enorgullecida,
que si fue hermosa tu vida,
fue más hermosa tu muerte.
124
Sabiendo, como sé, que en esta vida
todo es llanto, tristeza y amargura,
y que no hay ni siquiera una criatura
que no lamente una ilusión perdida.
Sabiendo que la dicha apetecida
es la sombra y no más de una impostura,
y que la sola aspiración segura
es la que al sueño eterno nos convida:
Mi voz no puede levantar su acento
para desearte, a más de los que tienes,
otros años de lucha y sufrimiento;
pero mi voz te da sus parabienes,
porque sé que hasta el último momento
brillará la honradez sobre tus sienes.
1872 Soneto
A mi querido amigo y maestro Manuel Domínguez
125
Coro
Hoy es nuestro cumpleaños,
hoy es la luz del día,
la misma de aquel día
que nos sintió vivir,
cuando era nuestra gloria
la niña que nacía,
cuando era el Sol la ciencia,
y el cielo el porvenir.
I
Viajeros de la gloria,
que en fe de vuestra creencia
buscáis dónde a la ciencia
rendir adoración,
ni os hace falta un templo
teniendo la conciencia,
ni os hace falta una arpa
teniendo el corazón
II
Que libres y tranquilos
se mezcan en el viento
la tímida violeta
HimnoA la Sociedad Filoiátrica
1872
126
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
y el pálido azahar;
teniendo en vuestras almas
las flores del talento,
ningunas son más propias
ni dignas de su altar.
III
Para esa nueva Vesta
que exige del que la ama
velar constantemente
de su ara junto al pie,
¡ni antorchas ni perfumes!…
soplad sobre la llama
y que jamás se extinga
la luz de vuestra fe.
IV
Así es como a la ciencia
se deben los cantares;
así es como a la ciencia
se debe la ovación;
cambiando para el culto
del mundo en sus altares,
al hombre en sacerdote,
y al libro en oración.
JUSTOSIERRA
también conocido como “Maestro de américa”, nació en Campeche en 1848. a la muerte de su padre se trasla-da a la Ciudad de México don-de cursará sus estudios. ahí, se relaciona con los mejores li-teratos y poetas de su tiempo, como ignacio M. altamirano –de quien era admirador y des-pués se consideró discípulo–, Guillermo Prieto, luis G. ur-bina, y el mismo acuña, entre otros. Fue altamirano quien lo invitó a aquellas reuniones en las que pronto destacó. se re-cibió de abogado e incursio-no en la política, impulsando proyectos como la fundación de la universidad nacional de México. Fue prolífico escritor de historia, epístolas, narra-tiva, ensayo, cuento y poesía. Fundó publicaciones literarias y educativas. el mismo gene-ral Porfirio Díaz lo reconocía como un “hombre superior”. Posteriormente, Madero lo nombró Ministro de México en españa, donde murió en 1912. sus restos se encuentran en la rotonda de los hombres ilus-tres del Panteón Francés, crea-da, por cierto, a iniciativa suya.
Campeche, 1848 Madrid, 1912
Más conocido por su sobre-nombre, el nigromante fue uno de los más claros intelec-tos de su época. era sarcásti-co y demoledor en sus argu-mentos. nació en 1818, fue periodista e incursionó en la política: fue secretario de go-bierno de sinaloa, miembro del gobierno de benito Juárez y luchó por el triunfo de la re-forma; fue ministro de Fomen-to y Justicia y fundador de la biblioteca nacional. Poseedor de una gran cultura y de ideas liberales, cultivó una poesía clásica, pulida y fría. tanto su poema “Por los gregorianos muertos” y su famosa tesis de que “no hay dios; los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos”, influyeron visible-mente sobre Manuel acuña, lo cual se hace patente en el poema “ante un cadáver”.
Fue hasta sus días de ancia-nidad, que el amor que le tuvo a rosario de la Peña le inspi-ró a escribir poemas de corte amoroso. al enterarse del sui-cidio del melancólico poeta, atinadamente comentó: “es una estrella que se apaga”.
san Miguel el Grande, 1818Cd. de México, 1879
IGNACIORAMÍREZ
129
¡Y bien! aquí estás ya… sobre la plancha
donde el gran horizonte de la ciencia
la extensión de sus límites ensancha.
Aquí donde la rígida experiencia
viene a dictar las leyes superiores
a que está sometida la existencia.
Aquí donde derrama sus fulgores
ese astro a cuya luz desaparece
la distinción de esclavos y señores.
Aquí donde la fábula enmudece
y la voz de los hechos se levanta
y la superstición se desvanece.
Aquí donde la ciencia se adelanta
a leer la solución de ese problema
cuyo solo enunciado nos espanta.
Ella que tiene la razón por lema
y que en tus labios escuchar ansía
la augusta voz de la verdad suprema.
Ante un cadáver 1872
[¡Y bien! ya estás aquí… sobre la plancha]
[viene a rectificar de sus errores]
[la mentirosa y vaga consecuencia]
[que cada cual a su manera planta]
[ese sol ante el cual desaparece]
130
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
Aquí estás ya... tras de la lucha impía
en que romper al cabo conseguiste
la cárcel que al dolor te retenía.
La luz de tus pupilas ya no existe,
tu máquina vital descansa inerte
y a cumplir con su objeto se resiste.
¡Miseria y nada más!, dirán al verte
los que creen que el imperio de la vida
acaba donde empieza el de la muerte.
Y suponiendo tu misión cumplida
se acercarán a ti, y en su mirada
te mandarán la eterna despedida.
Pero, ¡no!... tu misión no está acabada
que ni es la nada el punto en que nacemos,
ni el punto en que morimos es la nada.
Círculo es la existencia, y mal hacemos
cuando al querer medirla le asignamos
la cuna y el sepulcro por extremos.
La madre es sólo el molde en que tomamos
nuestra forma, la forma pasajera
con que la ingrata vida atravesamos.
[Ya estás aquí... tras de la lucha impía]
[el yugo en que el dolor te retenía.]
[la máquina vital descansa inerte]
[los que creen que las horas de la vida]
[acaban con las horas de la muerte.]
131O B R A P O É T I C A
Pero ni es esa forma la primera
que nuestro ser reviste, ni tampoco
será su última forma cuando muera.
Tú sin aliento ya, dentro de poco
volverás a la tierra y a su seno
que es de la vida universal el foco.
Y allí, a la vida en apariencia ajeno,
el poder de la lluvia y del verano
fecundará de gérmenes tu cieno.
Y al ascender de la raíz al grano
irás del vegetal a ser testigo
en el laboratorio soberano.
Tal vez para volver cambiado en trigo
al triste hogar donde la triste esposa
sin encontrar un pan sueña contigo.
En tanto que las grietas de tu fosa
verán alzarse de su fondo abierto
la larva convertida en mariposa,
que en los ensayos de su vuelo incierto
irá al lecho infeliz de tus amores
a llevarle tus ósculos de muerto.
132
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
Y en medio de esos cambios interiores
tu cráneo lleno de una nueva vida,
en vez de pensamientos dará flores,
en cuyo cáliz brillará escondida
la lágrima, tal vez, con que tu amada
acompañó el adiós de tu partida.
La tumba es el final de la jornada,
porque en la tumba es donde queda muerta
la llama en nuestro espíritu encerrada.
Pero en esa mansión a cuya puerta
se extingue nuestro aliento, hay otro aliento
que de nuevo a la vida nos despierta.
Allí acaban la fuerza y el talento,
allí acaban los goces y los males,
allí acaban la fe y el sentimiento.
Allí acaban los lazos terrenales,
y mezclados el sabio y el idiota
se hunden en la región de los iguales.
Pero allí donde el ánimo se agota
y perece la máquina, allí mismo
el ser que muere es otro ser que brota.
133O B R A P O É T I C A
El poderoso y fecundante abismo
del antiguo organismo se apodera
y forma y hace de él otro organismo.
Abandona a la historia justiciera
un nombre, sin cuidarse, indiferente,
de que ese nombre se eternice o muera.
Él recoge la masa únicamente
y cambiando las formas y el objeto
se encarga de que viva eternamente.
La tumba sólo guarda un esqueleto,
mas la vida en su bóveda mortuoria
prosigue alimentándose en secreto.
Que al fin de esta existencia transitoria
a la que tanto nuestro afán se adhiere,
la materia, inmortal como la gloria,
cambia de formas; pero nunca muere.
[Le abandona a la historia justiciera]
[La tumba es una sombra y un secreto,]
[pero del hombre en la terrible historia]
[no es el punto final el esqueleto.]
134
Si la vida es un cielo, y si la muerte
es la noche más negra de ese cielo,
cuando el hombre al morir deja encendida
la luz inmaculada de sus huellas;
cuando igual a la tarde,
sucumbe coronándose de estrellas
y haciendo en su caída
de un astro nuevo aparecer la cuna,
entonces esa sombra maldecida
que se alza del abismo de la nada,
si es la noche en el cielo de la vida,
en el cielo del triunfo es la alborada.
La tumba se convierte
en el primer peldaño de esa escala
que los Jacob del genio sueñan tanto;
la lira de la muerte
en lugar de un gemido ensaya un canto;
y la cripta mortuoria
se cambia ante la losa que la cierra,
en la última jornada de la tierra
y en la primer jornada de la gloria.
OdaAnte el cadáver del doctor José B. de Villagrán
[cuando el hombre al nacerdeja encendida]
1872
135O B R A P O É T I C A
Allí es donde comienza ese paisaje
con que a su fe y a su destino fieles,
deliran en su afán los soñadores;
donde está la partida de ese viaje
que tiene por bellísimo miraje
todo un mundo de palmas y de flores…
allí es donde el Colón-inteligencia,
divisando en la playa de su anhelo
la santa realidad de su creencia,
se alza en todo el vigor de su conciencia
gritando al verla y al tocarla… ¡cielo!
La muerte no es la nada,
sino para la chispa transitoria
cuya luz ignorada
pasa, sin alcanzar una mirada
de la pupila augusta de la historia;
pero la flor que muere y que se inclina
falta de aliento y de vigor al suelo,
sigue viviendo aún en el ocaso
que de sus ricas galas la despoja,
cuando al rodar del vaso la última hoja
queda su esencia perfumando el vaso.
Tú sucumbiste así; y aunque el abismo
al mundo robe con tu cuerpo un hombre,
[queda la esencia perfumando el vaso.]
[le robe al mundo con tu cuerpo a un hombre,]
136
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
tú para el mundo seguirás el mismo
mientras viva el perfume de tu nombre;
por eso el sentimiento
que en torno a este ataúd nos ha reunido,
no es el dolor hipócrita que al viento
lanza la inútil queja de un gemido;
no es el pesar que apaga su lamento
en el silencio ingrato del olvido,
sino el placer que brota y se levanta
sobre la eterna marca de tus huellas,
y que del himno que escribiste en ellas
hace el himno inmortal con que te canta.
Venimos a ceñir sobre tu frente
la corona de luz que tú querías;
a recoger para tu fe naciente
la llama que en tu espíritu escondías…
y al mundo triste y de dolor cubierto
que aguarda a que la tumba te devore,
venimos a decirle que no llore,
venimos a decirle que no has muerto…
Que hoy es cuando tú naces
a la luz de la gloria y de la vida,
y hoy cuando te despiertas y cuando haces
tu entrada por la tierra prometida;
que en vez de ser testigos
[a recoger para la fe naciente]
137O B R A P O É T I C A
[del crepúsculo débil que se apaga,]de un crepúsculo débil que se apaga,
los que hoy venimos a entregar un hombre
al antro de las sombras eternales,
venimos a encender en su desierto
el Sol que se alza de ese libro abierto
donde quedan tus hechos inmortales.
138
Hubo una selva y un nido
y en ese nido un jilguero
que alegre y estremecido,
tras de un ensueño querido
cruzó por el mundo entero.
Que de su paso en las huellas
sembró sus notas mejores,
y que recogió con ellas
al ir por el cielo, estrellas,
y al ir por el mundo, flores.
Del nido y de la enramada
ninguno la historia sabe;
porque la tierra admirada
dejó esa historia olvidada
por escribir la del ave.
La historia de la que un día,
y al remontarse en su vuelo,
fue para la patria mía
la estrella de más valía
de todas las de su cielo.
Al ruiseñor mexicano1872
139O B R A P O É T I C A
La de aquella a quien el hombre
robara el nombre galano
que no hay a quien no le asombre,
para cambiarlo en el nombre
de Ruiseñor mexicano.
Y de la que al ver perdido
su nido de flores hecho,
halló en su suelo querido
en vez de las de su nido
las flores de nuestro pecho.
Su historia... que el pueblo ardiente
en su homenaje más justo
viene a adorar reverente
con el laurel esplendente
que hoy ciñe sobre tu busto.
Sobre esa piedra bendita
que grande entre las primeras,
es la página en que escrita
leerán tu gloria infinita
las edades venideras.
Y que unida a la memoria
de tus hechos soberanos,
se alzará como una historia
[la página donde escrita]
[que será cuando tú mueras]
140
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
hablándoles de tu gloria
a todos los mexicanos.
Porque al mirar sus destellos
resplandecer de este modo,
bien puede decirse entre ellos
que el nombre tuyo es de aquellos,
que nunca mueren del todo.
[Pues al mirar tus destellos]
141
¡Sin lágrimas, sin quejas,
sin decirle adiós, sin un sollozo…
cumplamos hasta el último… la muerte,
nos trajo aquí con el objeto mismo…
los dos venimos a enterrar el alma
bajo el sepulcro del escepticismo!
¡Las lágrimas!, las lágrimas no pueden
devolverle a un cadáver la existencia,
que cargan nuestras flores y que rueda;
pero al rodar siquiera que nos queden
seca la vida y firme la conciencia.
¡Ya lo ves, para tu alma,
los espacios y el mundo están desiertos…
los dos hemos concluido…
y de tristeza y aflicción cubiertos,
ya no somos al fin sino dos muertos
que buscan la mortaja del olvido!
Niños y soñadores, cuando apenas
de dejar acabábamos las armas,
y nuestras vidas al dolor apenas
se deslizaban dulces y serenas,
Al cielo 1872
142
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
como el ala de un cisne en la laguna;
cuando la aurora al primer cariño
no asomaba a desgarrar el velo,
que la ignorancia angélica de niño
oculta ante sus párpados el cielo;
tu alma como la mía,
al sentimiento y al placer precoces
forjaron en su virgen fantasía,
todo un mundo de ensueños y de goces;
y sintiendo el amor de aquel paisaje
las alas de un aliento soberano.
¡Temprano las abrimos, y temprano
nos trajeron el término del viaje…
¡aquí es donde la luz de la esperanza,
en el santuario lúgubre, encendida
derrama un resplandor que ya no avanza
para esa noche eterna de alabanza
sobre el cielo sin luz de nuestra vida!
143
Pasó el tiempo en que las flores crecen,
y en quienes se profuscan la mejor gala,
que las campiñas a la vida ofrecen;
el seno de la tierra ya no exhala,
ese aroma fugaz e indefinido,
que sobre el cielo del abril resbala.
A un lirio 1872
144
Página en que la esfinge de la muerte
con su enigma de sombra nos provoca:
¿Cómo poderte descifrar, si es poca
toda la luz del Sol para leerte?
1872 Inscripción en un cráneo*
*En el mismo cráneo, Acuña escribió, sobre el borde de la cavidad de un ojo: “Dios y Compañía, ópticos”. [Nota
de José Luis Martínez, en Obras, 233]
Una tarde lluviosa y tristísima del mes de julio de 1872 entré al cuarto número
13 del primer piso del segundo patio de la Escuela de Medicina, en busca de
mi constante compañero de ensueños; de mi admirado y fraternal confidente
en las aciagas luchas de la vida; de mi amigo del alma, cuyo nombre escrito con
caracteres de luz, campea y resplandece en el cielo de las glorias patrias: del poeta
Manuel Acuña.
Había en aquel cuarto un catre de hierro, con delgado colchón envuelto en
viejo y hermoso sarape del Saltillo y con una gran almohada que servía más bien
de respaldo a cuantos allí querían en moruna postura leer versos o escuchar los
del autor del El pasado. Había también algunas sillas desvencijadas y cojas que
obligaban a estudiar las leyes del equilibrio, y una mesa de noche sustentando
enorme cafetera que pocas veces dejaba de estar en ebullición; una cómoda negra
que hospedaba muchos papeles y poca ropa; una tosca mesa de pino, sin pintura
ni carpeta, sobre la cual, entre una botella de tinta, una fila de libros y un enma-
rañado conjunto de folletos, se destacaba un cráneo humano, es decir, lo que el
vulgo llama una calavera.
Aquel cráneo, que alguno debe de guardar todavía, era el tesoro, la principal
riqueza del dueño del cuarto. Su historia no deja de ser interesante. Acuña se en-
contró un día en el anfiteatro de la escuela un cadáver recién traído del hospital y
que le sorprendió por sus enormes dimensiones.
—Mira —le dijo al Pelón (así llamábamos al criado encargado de traer del
145
El libro de huesoJuan de Dios Peza
hospital a la escuela y llevar luego de la escuela al cementerio los muertos destina-
dos a la plancha)—, mira qué ejemplar tan hermoso; prepárame este cráneo y yo
te lo pagaré como quieras.
Al cabo de algunas semanas, el Pelón entregó al inolvidable estudiante un
hermoso cráneo, limpio, blanquísimo, casi pulimentado y que, como vulgarmente
se dice, daba gusto mirarlo.
Acuña me lo enseñó y me dijo:
—¡Éste será mi mejor álbum! Ya verás cuántos envidiosos ha de tener antes
de dos meses.
Páginas de la muerte A las pocas noches –me acuerdo como si lo viera–
nos reunimos en el cuarto ya descrito varios amigos íntimos del poeta.
Dos o tres tazas toscas sirvieron para que todos tomáramos café, aquel espe-
so café que llamábamos “el néctar negro de los sueños blancos” con sus gotas de
aguardiente catalán que era a su vez “el néctar blanco de los sueños negros”. Cuan-
do nuestras imaginaciones ya estaban excitadas, Acuña sacó de su cómoda, con la
gravedad de un mago que va a enseñar un amuleto, el cráneo concebido y nos dijo:
—Aquí está mi álbum, blanco y limpio. Nadie saldrá de este cuarto sin haber
escrito sobre él un pensamiento.
—Comienza tú —gritó alguno.
—Gracias, venga una pluma y daré el ejemplo.
el
lib
ro
de
hu
es
o
Antes de diez minutos el cráneo ostentó sobre su desnudo frontal la siguiente
cuarteta: Página en que la esfinge de la muerte con su enigma de sombra nos provoca: ¿Cómo poderte descifrar, si es pocatoda la luz del Sol para leerte?
Un aplauso estridente resonó en la estancia y Acuña lo interrumpió, diciendo:
—Pero esto es muy serio y es preciso que haya también algo que rompa la
monotonía de lo fúnebre.
—Tienes razón —contestó Cuenca—. Inicia tú el estilo festivo en ese libro
de hueso.
Y Acuña, arrojando una bocanada de humo, volvió a tomar el cráneo y con
letra muy clara escribió sobre el borde de la cavidad de un ojo: “Dios y Compañía,
ópticos”.
Entre las risas y los comentarios, alguno le arrebató el álbum y escribió:
Aquí donde libre el viento cruza con triste gemido, se albergaron el sonidoy la luz y el pensamiento.
Hueso tosco que en mis manoscausas tristeza y horror: ¿qué son la fe y el amor entre el polvo y los gusanos?
—¡Ah! —exclamó alguien—, esto es muy filosófico —y tomando el álbum
escribió sobre el maxilar superior:
el
lib
ro
de
hu
es
o
Los besos de amor que di en dulce y lasciva red, con carne y todo perdí: y esto que me pasa a mí tendrá que pasarle a usted.
—Bravo, eso es verdad; bravo, chico.
Otro escribió dentro de las cavidades de los ojos, abarcando las dos órbitas:
“¡Apaga y… vámonos!”.
Un festivo escribió con grandes trabajos en la bóveda palatina: “Dentaduras
automáticas a perpetuidad. ¡Se ponen gratis…!”.
Y en un abrir y cerrar de ojos se llenó de pensamientos aquel despojo humano.
Manuel Flores, hoy médico insigne, sabio filósofo y erudito polemista, escri-
bió con grandes letras: “Mi porvenir”. Y Manuel M. Flores, el gran poeta, puso
más tarde: “Mañana: espérame”.
Aquella noche se improvisaron versos, se dijeron discursos extravagantes,
se habló de la gloria, del porvenir, de la vida… de tanto.
Todo se transforma Cuando se dispersó el grupo ya muy pasada la media
noche, Acuña quedó solo conmigo; vertió un poco de borato de sosa en la lámpara
de alcohol, la encendió luego y la puso junto a su álbum.
¡Cómo se destacaban en la blancura del cráneo pulido tantos pensamientos
recientemente escritos y cuyos caracteres parecían danzar con las oscilaciones de
la verdosa llama!
—Todo se transforma —exclamó el poeta—. Antes le hervirían por dentro
los pensamientos, ahora los tiene por fuera… Mira cómo saltan, cómo suben,
cómo se deslizan, cómo se van...
el
lib
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de
hu
es
o
Cogió después entre sus manos aquel objeto extraño y me dijo:
—Mira, Juan: tiene flojo un diente; podría yo arrancárselo, pero se quedará
riendo y además le hará falta. ¿No es verdad que es un tesoro esta poliantea de
hueso? Siempre me decido a arrancarle el diente flojo; tómalo, guárdalo; es un
fragmento de este hermoso libro.
Creo que en esa noche escribió Acuña aquella composición tétrica de la que
yo conservo algunos fragmentos en la memoria:
Oye, ven a ver, las naves están vestidas de luto, y en vez de las golondrinas están graznando los búhos… El órgano está callado, el templo solo y obscuro; sobre el altar… y la virgen¿por qué tiene el rostro oculto? ¿Ves? En aquellas paredes están cavando un sepulcro, y parece como que alguien solloza y gime allí junto.
¿Tú sabes quién es el muerto? ¿Tú sabes quién fue el verdugo? Respóndeme y ya no tiembles, responde: ¿ese niño es tuyo?
Mucho tiempo estuvo a la vista de todos, el curioso cráneo, pero sucedió con él lo
que con todo álbum: que no faltó quien se lo llevara para escribir con todo reposo
y no volvió a aparecer en el cuarto del poeta.
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de
hu
es
o
Reliquias del sepulcro Corrieron los años; murió Acuña; el cuarto en que
vivía desapareció al modificarse el patio de la escuela; pocos sabíamos la historia
del cráneo y yo conservaba entre muchos vejestorios del pasado el diente aquel
arrancado por la mano del poeta.
Se trasladaron los restos del autor del “Nocturno” del panteón del Campo
Florido al de Dolores; algunos de sus amigos tuvieron en sus manos el cráneo
de Acuña que tan bellas concepciones encerrara y uno advirtió que tenía flojo, a
punto de caérsele, un diente.
Agapito Silva lo cogió entre sus dedos y sin esfuerzo ninguno se le quedó en
la mano. Sin duda recordando la escena que describo, le ocurrió enviármelo como
reliquia de mi amigo tan llorado y con una auténtica, firmada por varios testigos.
Al recibir tan raro obsequio surgieron en mi memoria los recuerdos de la
noche en que se inauguró el libro de hueso; pensé en todo lo dicho y sentido
entonces, y con los ojos húmedos, el ánimo enfermo, la imaginación poblada de
fantásticas visiones, envolví aquel diente, lo puse dentro de un sobre y escribí una
carta que decía así poco más o menos:
A ti que amaste al poeta y te cautivaste con su genio, corresponde esta reliquia que ha estado guardada en el sepulcro cerca de veinte años. De aquella boca encendida y ardiente que fue para ti un nido de arrullos y de ósculos, no queda ya más que polvo; y entre ese polvo los huesos helados que no pueden ser indiscretos. Guarda el que te envío, acércalo a tu corazón y no temas que te sorprenda esa reliquia el más celoso de tus amigos. ¿Quién inquiere la historia de un despojo nada poético y tan miserable? Guárdalo como algo material de un poeta que te amó mucho, tanto quizás como a su inmaculado recuerdo y a su fulgente gloria ama tu antiguo confidente y amigo.
Iba yo a firmar la carta, cuando una voz me dijo muy alto en la conciencia: —El
amor que se enciende en la juventud es fugaz y concluye.
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hu
es
o
—¿Nada dura en el pecho femenino? —pregunté alucinado.
—¿Y qué? —me respondió mi conciencia— ¿no vive aún la madre del poeta?
¡Ah, sí! Nadie ama como una madre: ¡ya sé dónde puedo mandar esa reliquia!…
el
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o
J u a n d e d i o s P e Z a
154
Supremo y oscuro mito
hijo del miedo del hombre,
que piensa encontrar tu nombre
en todas partes escrito:
si tú eres el infinito,
si es infinita tu esencia,
si probando tu existencia
todas las formas revistes,
¿por qué si es verdad que existes
no existes en mi conciencia?
CA
. 187
3A Dios*
[Sublime y oscuro mito]
[imagina ver escrito,]
[hijo del miedo del hombre]
[si tú eres el infinito]
[que en todas partes tu nombre]
[y es infinita tu esencia,]
[¿por qué, si es cierto que existes,]
[si, mostrando tu existencia]
*Según la versión transcrita por Evodio Escalante en el ensayo que abre este volumen, este poema se llamaría
únicamente “Dios”
155
I
Dormía el mundo la siesta de los siglos
y el continuo sueño de ignorancia,
jamás el hombre contempló vestiglos
ni rindió por tributo su ignorancia;
dormía entonces el mundo
sin luz del pensamiento,
sin altares, ni ciencia, ni poesía,
y el hombre vagabundo
no alentaba más fe ni sentimiento
que vivir con el hombre que moría;
la tierra era su hogar, su techo el cielo,
ora estuviera en tempestad o en calma,
y por sola ambición era su anhelo
reposar a la sombra de la palma;
en el fondo del bosque disputaba
su presa palpitante
a la iracunda fiera,
y sintiendo tan sólo que luchaba
y sin sentirse pensador siquiera
iba adusto salvaje sin temores
a rendir la altivez de su fiereza
en la ardiente embriaguez de sus amores
En alas del pensamientoEstrofa para Asunción
CA
. 187
3
156
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
al abrigo de espléndida maleza;
Amor era su Hoy... y Amor podía
y amando al fin sintió que se movía
encendiendo su ardiente fantasía
algo en su mente y al buscarle nombre
“pensó” al fin que pensaba…
Balbuciente sus labios entreabría
y la “idea” en sus ojos centelleaba…
Nunca más dulce sonrïó la amante,
jamás el pecho suspiró tan blando,
como en aquel instante
de lucha y embeleso,
de indefinible y plácida agonía,
en que a la púdica efusión de un beso
toda la gloria humana se encerraba
en el placer que la mujer sentía
y el hombre pensador idealizaba...
La madre al fruto de su amor salvaje
de las hambrientas fieras
oculta en la espesura del ramaje…
Del padre inquieto la pupila baña
una lágrima, y corre en pos de asilo;
piensa en el valle, deja la montaña,
y después de la gruta, en la cabaña
llega por fin a reposar tranquilo.
157O B R A P O É T I C A
Las chozas aparecen y a millares
en los llanos y bosques y laderas,
se extienden por el mundo los hogares,
se convierten en templos las praderas,
las rocas en altares
donde se rinde al luminar del día
en los más horrorosos sacrificios
suprema idolatría
y variando el temor los sacrificios
el hombre instituyó la Teología,
las artes y las ciencias que nacían
el crimen y la guerra,
en el mar, en el cielo y en la Tierra
homenaje a los dioses ofrecían
ora lanzando sobre la ola inquieta
del viento a la ventura
nave ligera que el timón sujeta,
ora hundiendo el arado que asegura
el grano en la fecunda sementera;
o bien labrando al carro y la guadaña,
el arco y la saeta silbadora
que empaparan de sangre la campiña,
y troncharan la mano labradora…
158
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
II
Siglos heroicos de exterminio y luto,
de horrores y quebranto,
en la Historia el orgullo os dio tributo
y una lira inmortal os dio su canto.
Ante la diosa Libertad ufana
se eclipsaron las glorias del verdugo...
¡Siglos, pasad... la nota de Quintana
vibra en l ’alma-verdad de Victor Hugo!…
No del guerrero la sangrienta historia
ni del incierto goce de la orgía
pronuncie el labio la fatal memoria.
¿Qué del estrago y del festín nos queda?
¡Nada son las estrofas de Tirteo
ni las notas paganas de Espronceda
donde reinan Lucrecio y Galileo!
¡Franklin del pensamiento,
inmortal Gutenberg!, mientras la imprenta
prosiga infatigable su tarea,
será tu culto cuanto el hombre inventa
y la luz de tu altar será tu idea.
159
Yo no sé si el señor Horacio Flaco
fue quien se alzó el primero,
echando a noramala la cultura
y hablando de la dicha y la ventura
que se goza viviendo a lo ranchero;
yo no sé si el buen vate poseería
quinta o hacienda, o lo que allá se estile,
ni si viviendo en ella se hallaría
cuando dio en escribir su Beatus ille;
pero el hecho y el caso
es que desde él a Rosas,
sin contar a Fray Luis y a Garcilaso,
no hay poeta que no hable a cada paso
de la vida del campo y de sus cosas;
y tanto de magnífico y de bueno
nos dicen de esa vida,
y tanto nos repiten la escondida
senda, y la fruta del cercado ajeno,
que ganas dan de veras
de comprar unas buenas chaparreras,
de abandonar el fieltro por el ancho,
el bastón por la reata,
y adiós diciendo a la ciudad ingrata,
a caballo o a pie lanzarse a un rancho.
La vida del campo 1873
Beatus ille qui procul negotiis...Horacio
160
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
Y como esos señores
saben decirlo y presentarlo todo
con ese meomodeodo
exclusivo a los buenos escritores,
de aquí resulta en consecuencia clara,
que ante cuadros tan bellos y felices,
más de cuatro lectores
se quedan con un palmo de narices
y soñando en rediles y pastores.
De estos cuatro entusiastas, el que menos
es seguro que exclama:
“¡Oh, la vida del campo! ¡Cuán hermoso
debe de ser en la abrasada siesta
gozar de la frescura y del reposo,
cabe la margen del riachuelo undoso
que corre serpenteando en la floresta!”.
O bien si se halla cerca la señora
con la que piensa dar en el busilis,
y que tiene por fuerza que ser Filis
desde el momento en que entre a labradora,
le dirá: “Por la tarde, Filis mía,
nos iremos al monte, y desde el monte
verás cuán grato es al morir el día
el cuadro que presenta el horizonte”.
Y esto, que ciertamente
es de una grande y poética belleza,
161O B R A P O É T I C A
le parece al señor tan convincente
que sin andarse en chicas,
ni pensarlo primero,
se mete de ranchero en la confianza
de que el dolor no puede ser ranchero.
¡Ah, si yo refiriera una por una
las víctimas que debe
este error que en el siglo diez y nueve
va haciéndose tan raro por fortuna!
Sin caminar más lejos,
yo que conmigo aún no me reconcilio
por haberme buscado esa desgracia;
yo soy el más completo verbigracia
de un mártir de su amor por el idilio.
Diome hace tiempo ya por la manía
de leer y releer cuanto a mis manos
sobre la vida pastoril caía,
y tanto di en pensar de noche y día
sobre los bienes rústicos y urbanos,
que convencido al fin de que la corte
sólo es del mal y del dolor la senda,
exclamé: “¡que el demonio te soporte…!”
Y después de pedir mi pasaporte
me puse en dirección para una hacienda.
[exclamé: –¡Que el demonio la soporte…!]
[Y después de pedir un pasaporte]
162
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
Aún no asomaba el rubicundo Febo
poniendo el universo como nuevo,
y el saltador y alegre jilguerillo
aún no alzaba su canto entre las breñas,
cuando yo y mi tordillo,
un animal muy bruto por más señas,
atravesando cerros y asustando
aquí un conejo y más allá a una liebre,
íbamos ya en vereda y caminando
yo en busca de un hogar y él de un pesebre.
Después de una hora larga
de correr y correr a la ventura,
a despecho y pesar de mi andadura
que protestaba ya contra la carga,
más que pesada, dura,
y más dura y que pesada, amarga,
pues era nada menos mi amargura;
después de una hora impía
de correr y de andar inútilmente
sin poder distinguir ni aun vagamente
las señales de alguna ranchería,
dimos por fin con una
donde cansados ya de correr tanto,
mi animal se alzó y dijo: ¡qué fortuna!
Y yo me bajé y dije: ¡aquí me planto!
164
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
Hacerlo, y que tres perros
se me echaran encima, fue todo uno;
pero a la voz de alarma,
salieron de la choza unos pastores,
y cogiendo unas piedras, que son la arma
de que se valen siempre esos señores,
a su sola presencia fue acabando
del canino furor hasta el residuo,
¡y yo pude por fin en eco blando
cantar la instalación de mi individuo!
—¡Oh habitantes felices
de esta comarca rústica y tranquila…!
—les dije yo tan luego
que vi a los canes en lugar seguro.
—Yo vengo aquí tras del feliz sosiego
que en la alma del labriego
derrama este aire embalsamado y puro,
cansado de la vida
que se lleva en la corte aborrecida;
yo vengo con el mal que me destroza
y que gimiendo mi zampoña exhala,
a que me deis un sitio en vuestra choza,
media torta de pan… y una zagala—.
Así fue, sobre poco más o menos,
el pequeño y tristísimo discurso
[y cogiendo unas piedras que es el arma]
165O B R A P O É T I C A
que improvisé al mirarme entre el concurso
de aquellos hombres rústicos y buenos;
y media hora después, una pastora,
no Flérida ni Arminda,
pero eso sí, tan linda
que casi era una chica encantadora,
se presentó a mi vista completando
con un trozo de pan que me traía
las tres cosas aquellas,
y haciéndome gozar con todas ellas,
de modo que yo dije: ¡aquí es la mía!
Nunca lo hubiera dicho,
o por mejor decir, no lo hubiera hecho,
pues apenas sintió ella sobre su hombro
un beso que le di en mi desvarío,
cuando con triste asombro,
¡cayó de mi ilusión sobre el escombro
un bofetón de Dios y Señor mío…!
Después de que comí aquel pan amargo
al que hizo más amargo este detalle,
de mi fe y de mis creencias en descargo
pronuncié suspirando un sin embargo
¡y me puse en camino para el valle…!
Allí, pensaba yo, mientras seguía
el mejor y más cómodo sendero,
allí bajo de un olmo
166
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
encontraré un consuelo en mi tristeza,
ya que la pérfida esa
a mi pena y dolor ha puesto colmo.
Bajo sus verdes y brillantes hojas
iré a llorar la pena que me mata;
y si la muy ingrata
va a reírse aún allí de mis congojas,
pues que en mi tierno y ardoroso ahínco
ni una sonrisa de su amor merezco,
o le hago comprender lo que padezco,
o le hago comprender ¡cuántas son cinco!
Pero, señor, en el bendito valle,
como en la alma de un poeta de veinte años,
todo estaba tan seco y tan marchito
como ella a los primeros desengaños,
los árboles sin ramas y sin hojas,
la hierba macilenta y amarilla,
y en medio de este cuadro y a lo lejos,
un arroyo estancado, a cuya orilla
rumiaban con afán dos toros viejos.
Ante tal panorama,
yo que soñaba coronar mi frente
con las flores cogidas a una rama
de las verdes y muchas de la fuente;
yo que soñaba en recrear mi oído
con la canción dulcísima y sabrosa
167O B R A P O É T I C A
del tordo filarmónico escondido
cabe las ramas de la selva umbrosa,
me senté sobre el tronco de un encino
y me puse a llorar con tantas ganas,
que los cielos al verme y al oírme
llorar con un dolor tan verdadero,
empezaron también recio y de firme
a gemir y a llorar un aguacero.
¡Ay, cómo, y cómo entonces
extrañé los simones de la plaza,
y cómo fue aquel líquido elemento
que entraba hasta mis huesos poco a poco,
el mejor y más sólido argumento
para obligarme a ver que estaba loco!
Cuando llegué a la choza, las estrellas
brillaban ya en el éter indeciso,
y en derredor del fuego
que alumbraba muy poco ciertamente,
me hallé con que a la ley de un uso añejo,
pero para ellos bueno y necesario,
bajo la voz de un viejo, un poco viejo,
rezaban todos juntos el rosario.
Esto sí no es conmigo,
me dije yo al primer Santa María,
viendo que no era aquella la más propia
ocasión de salvarme del infierno;
168
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
y encontrando en la fe que mi alma acopia,
que aquella copia era muy mala copia
para darle el valor de un Padre Eterno;
y como el sueño, gente que no reza,
me estaba ya doblando la cabeza
y yo empezaba ya a sentir en mi alma
sus primeras y dulces vaguedades,
me decidí a dormir en santa calma
para acabar con tantas necedades…
—El sueño por lo menos
me hará gozar de la ilusión que ansío
—pensaba yo temblando
¡y estremecido todo por el frío!
—Y como ellos me han puesto en este brete
que peor no puede ser según barrunto,
¡evocaré a Fray Luis y a Navarrete
y les diré lo que hay sobre el asunto…!
Y me dormí… pero una santa gota
que cayendo del techo
con una precisión constante y rara,
bajaba desde el techo hasta la cara
para seguir después por todo el pecho,
me obligó a despertar en el instante
en que soñaba yo, lleno de galas,
bailar bajo la luz de un Sol brillante
169O B R A P O É T I C A
entre un grupo magnífico y radiante
de blancas y bellísimas zagalas.
¡Ah, y lo que roncan esas buenas gentes
que a los más fuertes árboles destroncan,
y que hacen tanto ruido con los dientes
que parece mentira lo que roncan!
Nunca me hubiera yo ni sospechado
ver por aquellos mundos,
reunidos y durmiendo lado a lado
tantos bajos profundos…
Así es que hallando aquello peor que el rezo,
pues era una calumnia contra el arte,
le di gracias a Dios, y después de eso,
me largué con la música a otra parte.
Metido entre un trigal y decidido
a terminar con él lo que era fácil
no estando muy crecido,
me encontré al animal de mi caballo
tan dado y atareado en su faena,
que a no ser por un medio
muy usado y común entre animales,
probablemente no hallo otro remedio
de sacarlo de aquellos andurriales.
Y aún no asomaba iluminando al mundo
la dulce claridad del rubicundo,
170
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
y la pastora aquella
aún no se alzaba a ver la última estrella,
cuando cansado ya de ser tan loco
y de soñar en lo que ya no pasa,
rompí de mi ilusión las dulces redes
y me volví a la corte y a mi casa,
donde estoy a las órdenes de ustedes.
171
Si eso fuera verdad, si fuera cierto
que la última palabra de la vida
es la palabra débil y no oída
con que del mundo se despide un muerto;
si la existencia humana
sólo durara lo que dura el soplo
que la alienta y la empuja en su camino,
y si el límite negro de las tumbas
fuera el límite impuesto a su destino;
la majestad que su misión encierra
con su aliento vital se perdería,
y el cadáver de un sabio no sería
¡sino un cadáver más sobre la tierra…!
Pero, ¡no! que si el golpe de la muerte
es bastante a doblar bajo su peso
lo mismo que al idiota al varón fuerte,
jamás podrá la tumba
prestarles a los dos la misma talla,
como el destino ciego
jamás podrá bajo su golpe injusto,
igualar a la encina y al arbusto
que ruedan bajo el hacha del labriego.
OdaA la memoria del eminente naturalista,
el doctor Leonardo Oliva
[Si eso ocurriera así, si fuera cierto]
1873
172
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
Los hombres son iguales
ante el abierto fondo de un sepulcro,
porque del hombre en el cadáver frío
la creación inmortal no ve ni encuentra,
sino una estatua que al perder la forma
para otra forma en sus talleres entra;
pero allí donde se hunde
todo pie, y enmudece todo labio,
allí donde se pierde y se confunde
la huella del idiota y la del sabio,
si la tumba entreabierta
cubre a los dos bajo la misma calma,
y si al cruzar la inmensidad desierta
los dos encuentran una misma puerta
confundiendo en el cielo a una y otra alma;
la justiciera historia
dejando al uno vegetar perdido
alzar al otro un altar en su memoria,
marcando entre los dos la diferencia
que la Tierra y el cielo
borran ante la vida y la creencia,
y haciendo en el lugar aborrecido
donde acaba esta vida transitoria,
¡algo como otro cielo, de la gloria,
y algo como otro infierno, del olvido…!
Podrá el cincel hebreo
dar a Josué una estatua en sus talleres
[le alza al otro un altar en su memoria;]
[darle a Josué una estatua en sus talleres]
173O B R A P O É T I C A
y negar esa estatua a Galileo;
pero no podrá hacer que olvide el mundo
el robusto y divino e pur si muove
de su credo profundo;
que a pesar del fanático sombrío
que en el silencio del dolor lo encierra,
¡su grito sonará sobre la tierra
mientras ruede la tierra en el vacío…!
Podrá el templo cristiano
desdeñar para su aire otro perfume,
que el del incienso que en columnas blancas
sobre el dorado vaso se consume;
pero el santuario augusto de la ciencia
jamás tuvo en su altar mejor aroma,
que en aquel santo día
en que era un mundo entero el incensario,
y un loco, un pensador, un temerario,
quien aquel incensario le ofrecía.
La ciencia, como el cielo,
tiene también sus himnos y sus cantos,
y, lo mismo que Dios, tiene su culto,
y, lo mismo que Dios, tiene sus santos…
En vez de las suntuosas catedrales
que el suelo cubren con su inmensa mole,
ella tiene la escuela, donde unidos
por el amor sagrado de la idea,
sobre el arpa bendita del santuario
[y negarle una estatua a Galileo;]
174
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
levantan la oración del pensamiento,
el sabio contemplando el firmamento
y el niño deletreando el silabario.
Y allí es donde la gloria
tiene un altar y un busto
para cada escogido de la historia;
allí es donde la ciencia
va a repetir entre el clamor del mundo,
la palabra de luz del moribundo
que sucumbe en la fe de su conciencia.
Y allí es donde tú vives, varón justo,
al que ahora bendice en sus altares
la santa voz del porvenir augusto;
el que tu ciencia y tus virtudes premia,
consagrando a tu ciencia y tus virtudes
las canciones de todos sus laúdes
en el templo inmortal de la Academia.
Allí será donde tu boca, el libro,
nos seguirá enseñando las verdades
que al Universo le arrancó tu aliento;
y allí donde el progreso agradecido
cuando la historia de tus hechos abra,
llegará con tu nombre bendecido
a tocar a las puertas del olvido
para hacerte brotar de su palabra.
a l G u n a s i n F l u e n C i a s G a r C i l a s o / s a n J u a n / b Y r o n / l a V o i s i e r
a l G u n a s i n F l u e n C i a s G a r C i l a s o / s a n J u a n / b Y r o n / l a V o i s i e r
176
Porque dejaste el mundo de dolores
buscando en otro cielo la alegría,
que aquí, si nace, sólo dura un día,
y eso entre sombras, dudas y temores.
Porque en pos de otro mundo y de otras flores
abandonaste esta región sombría,
donde tu alma gigante se sentía
condenada a continuos sinsabores:
Yo te vengo a decir mi enhorabuena
al mandarte la eterna despedida
que de dolor el corazón me llena;
que aunque cruel y muy triste tu partida,
si la vida a los goces es ajena,
mejor es el sepulcro que la vida.
1873 Soneto
177
Pues señor, dije yo, ya que es preciso,
puesto que así lo han dicho en el programa,
que rompa yo la bendecida prosa
que preparado para el caso había,
y que escriba en vez de ella alguna cosa
así, que se parezca a una poesía,
pongámonos al punto,
ya que es forzoso y necesario, en obra,
sin preocuparnos mucho del asunto,
porque al fin el asunto es lo que sobra.
Así dije, y tomando
no el arpa ni la lira,
que la lira y el arpa
no pasan hoy de ser una mentira,
sino una pluma de ave
con la que escribo yo generalmente,
violenté las arrugas de mi frente
hasta ponerla cejijunta y grave,
y pensando en mi novia, en la adorada
por quien suspiro y lloro sin sosiego,
mojé mi pluma en el tintero, y luego
puse estas ocho letras: A mi amada.
Nada sobre nada 1873
Poesía leída en la velada literariaque celebró la Sociedad “El Porvenir”
la noche del 3 de mayo de 1873
178
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
Su retrato, un retrato
firmado por Valleto y compañía,
se alzaba junto a mí plácido y grato,
mostrándome las gracias y recato
que tanto adornan a la amada mía;
y como el verlo sólo
basta para que mi alma se emocione,
que Apolo me perdone
si dije aquí que me sentí un Apolo.
Ella no es una rosa,
ni un ser ideal, ni cosa que lo valga;
pero en verso o en prosa
no seré yo el estúpido que salga
con que mi novia es fea,
cuando puedo decir que es muy hermosa
por más que ni ella misma me lo crea;
así es que en mi pintura
hecha en rasgos por cierto no muy fieles,
aumenté de tal modo su hermosura
que casi resultaba una figura
digna de ser pintada por Apeles.
Después de dibujarla como he dicho,
faltando a la verdad por el capricho,
iba yo a colocar el fondo negro
de su alma inexorable y desdeñosa,
[hecha a rasgos por cierto no muy fieles,]
[si digo aquí que me sentí un Apolo.]
179O B R A P O É T I C A
[¡El Santuario!, muy bien… pero, y ¿qué cosa]
cuando al hacerlo me ocurrió una cosa
que hundió mi plan, y de lo cual me alegro;
porque, en último caso,
como pensaba yo entre las paredes
de mi cuarto sombrío,
¿qué les importa a ustedes
que mi amada me niegue sus mercedes,
ni que yo tenga el corazón vacío?
Si mi vida vegeta en la tristeza
y el yugo del dolor ya no soporta,
¿caeré de referirlo en la simpleza
para que alguien me diga en su franqueza:
si viera usted que a mí nada me importa…?
No, de seguro, que antes
prefiero verme loco por tres días,
que imitar a ese eterno Jeremías
que se llama el señor de Caravantes.
Y convencido de esto,
lo que era conveniente y necesario,
borré el título puesto,
y buscando a mi lira otro pretexto
escribí este otro título: El Santuario.
¡El santuario…! exclamé; pero y ¿qué cosa
puedo decir de nuevo sobre el caso,
180
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
cuando en cada volumen de poesías,
en versos unos malos y otros buenos
hay diez odas y media por lo menos,
sobre templos, santuarios y abadías?
Para entonar sobre esto mis cantares,
a más de que el asunto vale poco,
¿qué entiendo yo de claustros y de altares,
ni qué sé yo de sacristán tampoco?
No, en la naturaleza
hay asuntos más dignos y mejores,
y más llenos de encanto y de belleza,
y ya que he de escribir, haré una pieza
que se llame Los prados y las flores.
Hablaré de la incauta mariposa
que en incesante y atrevido vuelo,
ya abandona la rosa por el cielo,
y ya abandona el cielo por la rosa;
del insecto pintado y sorprendente
que de esconderse entre las hierbas trata,
y de la ave inocente que lo mata,
lo cual prueba que no es tan inocente;
hablaré... pero y luego que haya hablado
sacando a luz al boquirrubio Febo,
yo pregunto, señor, ¿qué habré ganado
con tratar lo que todos han tratado,
si al hacerlo no digo nada nuevo?…
[hay diez y media odas por lo menos,]
[y del ave inocente que lo mata,]
181O B R A P O É T I C A
Conque si esto tampoco es un asunto
digno de preocuparme una sola hora,
dejemos sus inútiles detalles,
ya que no hay ni un señor ni una señora
que no sepan muy bien lo que es la aurora
y lo que son las flores y los valles…
Coloquemos a un lado esas materias
que se prestan tan poco para el caso,
y pues esto se ofrece a cada paso
hablemos de la vida y sus miserias.
Empezaré diciendo desde luego,
que no hay virtud, creencias ni ilusiones;
que en criminal y estúpido sosiego
ya no late la fe en los corazones;
que el hombre imbécil, a la gloria ciego,
sólo piensa en el oro y los doblones,
y concluiré en estilo gemebundo:
¡que haya un cadáver más qué importa al mundo!
Y me puse a escribir, y así en efecto,
lo hice en ciento cincuenta octavas reales,
cuyo único defecto,
como se ve por la que dicha queda,
era que en vez de ser originales
no pasaban de un plagio de Espronceda.
Como era fuerza, las rompí en el acto
desesperado de mi triste suerte,
[que no hay virtud, ni creencias, ni ilusiones;]
[Conque si este tampoco es un asunto]
[ya no vale la fe en los corazones;]
182
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
viendo por fin que en esto de poesía
no hay un solo argumento ni una idea
que no peque de fútil, o no sea
tan vieja como el pan de cada día.
En situación tan triste
y estando la hora ya tan avanzada,
¿qué hago, me dije yo, para salvarme
de este grave y horrible compromiso,
cuando ningún asunto puede darme
ni siquiera un adarme
de novedad, de encanto o de un hechizo?
¿Hablaré de la mar yo que en mi vida
he viajado tan poco,
que en materia de charcos sólo he visto,
y eso una vez, el lago de Texcoco?
¿Hablaré de la guerra y de la gente
que enardecida de las cumbres baja
desafiando al contrario frente a frente,
y habré de convertirme en un valiente
yo que nunca he empuñado una navaja?
No, señor, que aunque estudio medicina
y pertenezco a esa importante clase
que no hay pueblo y lugar en que no pase
por ser la más horrible y asesina,
aparte de que en esto hay poco cierto,
[que no peque de tonta, o que no sea]
[de este grave y tremendo compromiso,]
[de novedad, de encantos o de hechizo?]
[por ser la más terrible y asesina,]
183O B R A P O É T I C A
como lo prueba y mucho la experiencia,
yo, a lo menos hasta hoy, me hallo a cubierto
de que se alce la sombra de algún muerto
a turbar la quietud de mi conciencia.
Sobre los libros santos, se podría
con meditar y con plagiar un poco,
arreglar o escribir una poesía;
pero ni esto es muy fácil en un día
ni para hablar sobre esto estoy tampoco;
porque en fiestas como ésta
donde el placer está como en un templo,
salir con el Diluvio, por ejemplo,
fuera casi querer aguar la fiesta;
y como yo no quiero que se diga
que he venido a tal cosa,
ya que en mi numen agotado no hallo
ni el asunto ni el plan a que yo aspiro,
rompo mi humilde cítara, me callo,
y con perdón de ustedes me retiro.
[de que se alce la voz de ningún muerto]
[escribir o arreglar una poesía;]
[era casi querer aguar la fiesta;]
184
I
Tres eran, mas la Inglaterra
volvió a lanzarse a las olas,
y las naves españolas
tomaron rumbo a su tierra,
sólo Francia gritó: “¡Guerra!”,
soñando, ¡oh patria!, en vencerte,
y de la infamia y la suerte
sirviéndose en su provecho,
se alzó erigiendo en derecho
el derecho del más fuerte.
II
Sin ver que en lid tan sangrienta
tu brazo era más pequeño,
la lid encarnó en su empeño
la redención de tu afrenta,
brotó en luz amarillenta
la llama de sus cañones,
y el mundo vio a tus legiones
entrar al combate rudo,
llevando por solo escudo
su escudo de corazones.
1873 Cinco de mayo
185O B R A P O É T I C A
III
Y entonces fue cuando al grito
lanzado por tu denuedo,
tembló la Francia de miedo
comprendiendo su delito,
cuando a tu aliento infinito
se oyó la palabra sea,
y cuando al ver la pelea
terrible y desesperada
se alzó en tu mano la espada
y en tu conciencia la idea.
IV
Desde que ardió en el oriente
la luz de ese Sol eterno
cuyo rayo puro y tierno
viene a besarte en la frente,
tu bandera independiente
flotaba ya en las montañas,
mientras las huestes extrañas
alzaban la suya airosa,
que se agitaba orgullosa
del brillo de sus hazañas.
V
Y llegó la hora, y el cielo
nublado y oscurecido
186
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
desapareció escondido
como en los pliegues de un velo.
La muerte tendió su vuelo
sobre la espantada tierra,
y entre el francés que se aterra
y el mexicano iracundo,
se alzó estremeciendo al mundo
tu inmenso grito de guerra.
VI
Y allí el francés, el primero
de los soldados del orbe,
el que en sus glorias absorbe
todas las del mundo entero,
tres veces pálido y fiero
se vio a correr obligado,
frente al pueblo denodado
que para salvar tu nombre,
te dio un soldado en cada hombre
¡y un héroe en cada soldado!
VII
¡Tres veces!, y cuando hundida
sintió su fama guerrera,
contemplando su bandera
manchada y escarnecida,
la Francia, viendo perdida
la ilusión de su victoria,
187O B R A P O É T I C A
a despecho de su historia
y a despecho de su anhelo,
vio asomar sobre otro cielo
y en otro mundo la gloria.
VIII
Que entre la niebla indecisa
que sobre el campo flotaba,
y entre el humo que se alzaba
bajo el paso de la brisa,
su más hermosa sonrisa
fue para tu alma inocente,
su canción más elocuente
para entonarla a tu huella,
y su corona más bella
para ponerla en tu frente.
IX
¡Sí, patria!, desde ese día
tú no eres ya para el mundo
lo que en su desdén profundo
la Europa se suponía,
desde entonces, patria mía,
has entrado a una nueva era,
la era noble y duradera
de la gloria y del progreso,
que bajan hoy, como un beso
de amor, sobre tu bandera.
[la Europa te suponía,]
188
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
X
Sobre esa insignia bendita
que hoy viene a cubrir de flores
la gente que en sus amores
en torno suyo se agita,
la que en la dicha infinita
con que en tu suelo la clava,
te jura animosa y brava,
como ante el francés un día,
morir por ti, patria mía,
primero que verte esclava.
¿Qué hay antes de un cuerpo muerto? Lo mismo que hay después. Con, contra,
de y desde él, hay lo mismo, todo menos mortandad. “Ante un cadáver” nos abre
la tapa del ataúd para que veamos que ahí no hay muerte, sino ojos abiertos, ya sin
cuerpo incluso; pura contemplación.
Si bien el poema a la muerte y, en específico, el poema frente a un cadáver,
fueron motivo recurrente de la poesía mexicana del romanticismo, en éste de Ma-
nuel Acuña se realiza de manera magistral. Podría rastrearse una tendencia hacia
cierta estética escatológica –centrada en el tópico de la muerte y la finitud de
las cosas– desde los primerísimos poemas que fundaron nuestra tradición lírica,
tendencia que se concretará durante ese movimiento literario decimonónico. En
nuestro país es Manuel Acuña quien, como ningún otro poeta, encarnó el ideal
romántico, tanto en su obra como en su forma de vida. “Ante un cadáver” es acaso
el mejor ejemplo de cómo consolidó ese ideal. Partiendo de un tópico típico de la
época el saltillense logra aquí un poema ceñido a su tradición y a la vez innovador
en su tratamiento, al ir más allá del retrato fenomenológico o emocional en el que
habían ahondado poetas anteriores, para realizar una verdadera reflexión sobre la
muerte, o mejor dicho, sobre la imposibilidad de morir, pues este poeta nos habla
de ella no como un cese, sino como transfiguración.
La originalidad de Acuña reside en esto, se puede decir que en este poema
acuñó incluso todo un género: el poema filosófico a la muerte, en el que incurrirán
un sinnúmero de poetas posteriores; acaso el de mayor consistencia, José Gorosti-
189
Ante un poema, un cadáver después
Diana Garza Islas
za con su emblemática Muerte sin fin, culmen de una tradición poética cuyo padre,
si quisiéramos darle alguno, podría ubicarse en Nezahualcóytl, con sus cantos a la
condición efímera de la vida.
Son muchos los aspectos que saltan a la vista en la traducción que hace
Samuel Beckett de este poema1. Como el gran atento al lenguaje que fue, logró no
sólo traducir eficazmente a Acuña, sino jugar puntualmente con ciertas construc-
ciones retóricas que enriquecen al texto. De entrada, el título: “Before a Corpse”. La
elección de la palabra before en lugar de in front of u otra frase sinónima, cumple
una función especial, pues nos sitúa no sólo ante el cadáver, sino antes del cadáver.
La doble función como preposición y adverbio que tiene esta palabra en inglés,
nos planta en una doble postura de dirección espacial y temporal, además de su-
gerirnos una postura filosófica, la que desarrolla justamente Acuña en el poema:
que no existe ningún antes ni después del cadáver, ningún antes y después de la
muerte, pues visto de alguna forma, todo lo es. Si bien en nuestro idioma la prepo-
sición ante remite también al adverbio antes, es una doble lectura que no aparece a
primera vista como sí sucede con la palabra before, que nos sitúa inmediatamente
en el ante a, y, paradójicamente, en un antes o atrás de. Es interesante leer en pa-
ralelo el original y la traducción para notar cómo se confunden preposiciones y
adverbios entre ambos idiomas: ante es before, que es antes, que es atrás, en lugar
de adelante. Lo que Acuña nos dice en su poema y Beckett nos sugiere en su tra-
ducción, gracias a estas sutilezas lingüísticas, es que las coordenadas temporales
y espaciales se igualan, los antónimos se anulan: “for out of nothingness we are not
born, / and into nothingness we do not die. / Existence is a circle, and we err / when we
assign to it for measurement / the limits of the cradle and the grave”.
1 Anthology of Mexican Poety. Compiled by Octavio Paz. Translated by Samuel Beckett. Preface by C. M. Bowra. Indiana University Press, United States of America, 1958.
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u n a a n t o l o G Í a d e P o e s Í a M e X i C a n a , 1 9 5 8
No hay opuestos, nos dicen el traductor y el poeta: el cadáver, como la madre,
son una misma zona liminar. Esta suerte de indiferenciación temporal podría ser
el umbral de la historia trascendida, la entrada al tiempo sagrado, puro, fuera
del ámbito cronológico, y al que finalmente desearía llegar cada poema. Como
dice Octavio Paz en la introducción a esta antología: “Every poem is a Fiesta, a
precipitate of pure time. […] There can be no poetry without history, but poetry has
no other mission than to transmute history. And therefore the only true revolutionary
poetry is apocalyptic poetry”. Esta visión apocalíptica de la poesía, que tiene más
que ver con la transformación que con la destrucción, puede incluso leerse en el
poema de Acuña como una alusión al principio de la conservación de la materia
de Lavoisier, realizado aquí de manera alegórica desde la traducción de esa pri-
mera palabra en el título, hasta sus últimos cuatro versos: “For when this transient
existence ends / to which with such solicitude we cling, / matter, inmortal as glory, is
endowed / with other semblances, but never dies”. Hay que reconocer el espléndido
trabajo de Beckett como traductor, que con la sola y sutil elección de un vocablo
completa el axioma químico-filosófico “la materia no se crea ni se destruye, sólo
se transforma”, escondido en este poema, llevándonos además a preguntarnos qué
hay delante de la muerte, para que nos respondamos que no hay tal, sólo esencia
transformante.
Resulta interesante advertir que en la estética beckettiana es patente una filo-
sofía de la muerte próxima a la que Acuña sostiene en su poética. Beckett, que en
sus entrevistas afirmaba tener recuerdos prenatales y creer en la reencarnación, tal
vez se permitió las que, para algunos, sería excesivas licencias, dado la cercanía que
podríamos suponer sentía hacia Acuña. Por ejemplo, su uso de la palabra alchemy
en lugar de laboratory. Al decidirse por esta palabra, más que por conflictos mé-
tricos, que hubiera resuelto fácilmente, él apela a extraernos del ámbito científico
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para instalarnos en el imaginario de los alquimistas, para quienes la creación se
lograba a partir de la nigredo, de un estado putrefacto de la materia o, justamente,
de la mortandad, que es finalmente el postulado de Acuña: “Yet in the same place
where the soul is spent / and spent the body, in that selfsame place / the dying being is a
nascent being”.
Beckett incurre en un atrevimiento aún mayor al traducir: “Allí acaban la fuerza
y el talento, / allí acaban los goces y los males, / allí acaban la fe y el sentimiento”, por:
There an end is made of strenght and talent, / there an end is made of pain and pleasure,
/ there an end is made of faith and feeling. Al transformar allí acaba en allí un final está
hecho (que podría remitirnos desde su there a la palabra therefore, por lo que podría-
mos leer incluso el verso como entonces un final…, al modo de un silogismo lógico)
niega la destrucción y afirma que un fin no es acabarse, que un fin está hecho de cosas.
La transformación que hace Beckett del primer verso en la estrofa que sigue es tam-
bién significativa: allí acaban los lazos terrenales se convierte en there and end is made
of earthly joys. El trueque de lazos por alegrías da un sentido inédito, acorde con el
fondo original del poema, reafirmándonos que los lazos no se acaban, sino que todo
está haciéndose.
Señalo finalmente otros trueques léxicos que llaman la atención por la in-
tencionalidad de Beckett en forzar desde ahí un cambio semántico. Traduce, por
ejemplo, otro organismo por the being to be (el ser a ser), alimentándose por its subs-
tance (su substancia), máquina por body (cuerpo), contribuciones que sin duda de-
forman al poema y lo enriquecen.
Sin dejar de vista la premisa filosófica del poema original, Beckett se toma
aquí sus licencias, y sin destruirlo ni crear uno nuevo, lo transforma maravillosa-
mente. Lo hace también con soltura en cada uno de los poemas reescritos por él
en esta antología donde se publicó la versión de Acuña; este traductor es, efec-
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tivamente, un licencioso. Podría decirse que Beckett traiciona “Ante un cadáver”,
como ocurre con toda traducción, pero también que al hacerlo lo tradiciona, lo
expropia apropiándoselo y lo vuelve algo de suyo propio.
Como ante la muerte, no queda mucho por decir ante un poema cuando
es un poema. Y éste verdaderamente lo es, por partida doble. Baste decir que la
versión de Beckett es valiosísima no sólo como curiosidad literaria, sino por los
méritos propios del poema en inglés; e indispensable, por supuesto, para todo
aquel interesado en la obra de Manuel Acuña, ícono indiscutible del romanticis-
mo mexicano y quien ha inspirado a no pocos epígonos en la ruta de una de las
más notables tradiciones líricas del país.
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Before a corpse
Well! there you lie already… on the boardwhere the far horizon of our knowledge dilates and darkens to a vaster verge.
Where implacable experienceunanswerably states the higher lawsto which existence is subservient.
Where that glorious luminary shineswhose light extinguishes the differencethat separates the master from the salve.
Ante un cadáver
¡Y bien! aquí estás ya… sobre la plancha
donde el gran horizonte de la ciencia
la extensión de sus límites ensancha.
Aquí donde la rígida experiencia
viene a dictar las leyes superiores
a que está sometida la existencia.
Aquí donde derrama sus fulgores
ese astro a cuya luz desaparece
la distinción de esclavos y señores.
Where the voice of fable is heard no moreand reality speaks out aloudand superstition vanishes away.
Where crisis presses on to where it may decipher the solution of the problemwhose mere enouncement fills us with dismay,
that which arises from a premised reasonand hangs upon your lips to be unsealedin the tremendous voice of final truth.
There you lie… beyond the ignoble strifein which it was vouchsafed to you at lastto break the bonds that held you fast to pain.
There is no more light within your eyes,lifeless and inert your tenement rests,its end forsaken and its means destroyed.
Vanitas! they seeing you will saywhose creed is that the empire of lifeends at the point where that of death begins.
And deeming that your mission is fulfilled, they will come to you and with their eyeswish you for eternity farewell.
But it is false!... your mission is not fulfilled,for out of nothingness we are not born,and into nothingness we do not die.
Aquí donde la fábula enmudece
y la voz de los hechos se levanta
y la superstición se desvanece.
Aquí donde la ciencia se adelanta
a leer la solución de ese problema
cuyo solo enunciado nos espanta.
Ella que tiene la razón por lema
y que en tus labios escuchar ansía
la augusta voz de la verdad suprema.
Aquí estás ya... tras de la lucha impía
en que romper al cabo conseguiste
la cárcel que al dolor te retenía.
La luz de tus pupilas ya no existe,
tu máquina vital descansa inerte
y a cumplir con su objeto se resiste.
¡Miseria y nada más!, dirán al verte
los que creen que el imperio de la vida
acaba donde empieza el de la muerte.
Y suponiendo tu misión cumplida
se acercarán a ti, y en su mirada
te mandarán la eterna despedida.
Pero, ¡no!... tu misión no está acabada
que ni es la nada el punto en que nacemos,
ni el punto en que morimos es la nada.
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Existence is a circle, and we err when we assign to it for measurement the limits of the cradle and the grave.
[…]
Yet a little and you, your last breath sped,will be restored to earth and to its wombwhich is the source of universal life.
And there your dust, in seeming so remotefrom life, will quicken once again beneath the fecundating might of rain and summer.
And with the springing up from root to grain,a witness to the plant you will ariseto the high realm of sovereign alchemy;
or it may be, converted into corn,returned to the sad hearth where the sad spouse,wanting for bread, is with you in her dreams.
What time the larva from your cloven grave’suncovered depths ascends, its being changed into the being of a butterfly.
and faltering in its first uncertain flight,comes to the desolate pillow of your love,bearer of your kisses from the dead.
Círculo es la existencia, y mal hacemos
cuando al querer medirla le asignamos
la cuna y el sepulcro por extremos.
[…]
Tú sin aliento ya, dentro de poco
volverás a la tierra y a su seno
que es de la vida universal el foco.
Y allí, a la vida en apariencia ajeno,
el poder de la lluvia y del verano
fecundará de gérmenes tu cieno.
Y al ascender de la raíz al grano
irás del vegetal a ser testigo
en el laboratorio soberano.
Tal vez para volver cambiado en trigo
al triste hogar donde la triste esposa
sin encontrar un pan sueña contigo.
En tanto que las grietas de tu fosa
verán alzarse de su fondo abierto
la larva convertida en mariposa,
que en los ensayos de su vuelo incierto
irá al lecho infeliz de tus amores
a llevarle tus ósculos de muerto.
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And in the midst of all this inner changeyour skull, instinct with an impetuous life,instead of thoughts will bring forth flowers, flowers
within whose chalice timidly the tear perchance will glisten that your loved one shedon your departure, bidding you farewell.
The journey’s end is in the grave, for in the grave the flame irrevocably diesthat in the cloister of your spirit burned.
And yet within that mansion at whose doorour breath is quenched, there breathes another breath by which we are awaked to life anew.
There an end is made of strength and talent,there an end is made of pain and pleasure,there an end is made of faith and feeling.
there an end is made of earthly joys,and the idiot and the sage together sink to the abode where all are equal.
Yet in that same place where the soul is spentand spent the body, in that selfsame placethe dying being is a nascent being.
The powerful and fecundating pitannexes to itself the being that wasand from it draws and shapes the being to be.
Y en medio de esos cambios interiores
tu cráneo lleno de una nueva vida,
en vez de pensamientos dará flores,
en cuyo cáliz brillará escondida
la lágrima, tal vez, con que tu amada
acompañó el adiós de tu partida.
La tumba es el final de la jornada,
porque en la tumba es donde queda muerta
la llama en nuestro espíritu encerrada.
Pero en esa mansión a cuya puerta
se extingue nuestro aliento, hay otro aliento
que de nuevo a la vida nos despierta.
Allí acaban la fuerza y el talento,
allí acaban los goces y los males,
allí acaban la fe y el sentimiento.
Allí acaban los lazos terrenales,
y mezclados el sabio y el idiota
se hunden en la región de los iguales.
Pero allí donde el ánimo se agota
y perece la máquina, allí mismo
el ser que muere es otro ser que brota.
El poderoso y fecundante abismo
del antiguo organismo se apodera
y forma y hace de él otro organismo.
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To unforgiving history it abandonsa name, indifferent and unconcerned whether it die or whether it endure.
It receives the clay and it alone,and, altering its form and destiny,ensure that it shall live eternally.
The grave holds nothing but a skeleton;and life within this mortuary vaultcontinues secretly to find its substance.
For when this transient existence endsto which with such solicitude we cling,matter, immortal as glory, is endowedwith other semblances, but never dies.
Abandona a la historia justiciera
un nombre, sin cuidarse, indiferente,
de que ese nombre se eternice o muera.
Él recoge la masa únicamente
y cambiando las formas y el objeto
se encarga de que viva eternamente.
La tumba sólo guarda un esqueleto,
mas la vida en su bóveda mortuoria
prosigue alimentándose en secreto.
Que al fin de esta existencia transitoria
a la que tanto nuestro afán se adhiere,
la materia, inmortal como la gloria,
cambia de formas; pero nunca muere.
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200
1873 Soneto
A mi querido amigo Vicente Fuentes
¡Oh, tú que a la llegada de mi santo
tu tarjeta y tus plácemes me envías
en prueba de las buenas simpatías
con que has sabido distinguirme tanto!
¡Oh, tú que en vez de música y de canto,
y en vez de bandolones y poesías,
vienes y llegas y me das los días
con un Vicente Fuentes que da encanto!
Párate, y sabe que, aunque no lo creas,
te he agradecido en mi ánimo infinito
el que tan bueno con tu amigo seas;
pero también que sepas necesito
que ya que tantos años me deseas,
debes darme el remedio y el trapito.
202
De los tres cielos que recorre el hombre
de la existencia en la medida impía,
cuando la gloria me enseñó tu nombre
yo estaba en el primero todavía.
La pena que del pecho
hasta el abismo lóbrego desciende,
y del cadáver de un amor deshecho
finge flotando en derredor del lecho
la aparición bellísima de un duende;
la sombra a cuyo peso aborrecido
muere el placer y el alma se acobarda,
tratando de evocar en el olvido
el recuerdo dulcísimo y querido
de los besos del ángel de la guarda;
todo eso que en la frente
deja un sello de luto y desconsuelo,
cuando en el alma pálida y doliente
no queda ni la fe, que es del creyente
la última golondrina que alza el vuelo;
todo eso que de noche
baja hasta el corazón como una sombra,
y que terrible y sin piedad ninguna
OdaLeída en la sesión que el Liceo Hidalgo
celebró en honor de doña Gertrudis Gómez de Avellaneda
[De los tres ciclos que recorre el hombre]
1873
203O B R A P O É T I C A
sus ilusiones todas despedaza,
¡aún no era sobre el cielo de mi cuna,
ni la pálida nube que importuna
se levanta enseñando la amenaza!
Dichoso con la dulce indiferencia
del que al amor de su callado asilo
ha vivido a la luz de la inocencia
acostumbrado a ver en la existencia
la imagen de un azul siempre tranquilo,
yo entonces ignoraba
que, más allá de aquel humilde techo
que sus caricias y su amor me daba,
clamando al cielo y suspirando en vano
desde el rincón sin luz de la vigilia,
hubiera en otro hogar una familia
de la que yo también era un hermano…
Mi amor no sospechaba que existiera
más ilusión ni cariñoso exceso,
que la mirada dulce y hechicera
de la santa mujer que la primera
nos anuncia a la vida con un beso…
Y hasta que al dulce y mágico sonido
del arpa que temblaba entre tus manos,
dejé mi rama, abandoné mi nido
y te seguí hasta ese árbol bendecido
donde todos los nidos son hermanos,
[ni la nube que pálida importuna]
[nos anunció a la vida con un beso…]
204
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
fue cuando despertando de la calma
en que flotaba la existencia mía,
sentí asomar en lo íntimo de mi alma
algo como la luz de un nuevo día.
Tu voz fue la primera
que me habló en la dulzura de ese idioma
que canta como canta la paloma
y gime como gime la palmera…
Las cuerdas de tu lira,
como la voz de la primera alondra
que llama a las demás y las despierta,
fueron las que al arrullo de tu acento
sonaron sobre mi alma estremecida,
¡como si siendo un pájaro la vida
quisieran despertarlo al sentimiento…!
Tu nombre va ligado en mi cariño
con los recuerdos santos y amorosos
de mis tiempos de niño,
con los placeres dulces y sabrosos
de esa época sonriente
en la que es cada instante una promesa
y en la que el ángel de la fe aún no besa
las primeras arrugas de la frente;
tu nombre es la memoria
del pueblo y del hogar adonde un día
205O B R A P O É T I C A
fue a estremecerme el eco de tu gloria
y el trino arrullador de tu poesía;
la evocación de todo lo más santo
en medio de mis noches desmayadas,
que aún tiemblan a las dulces campanadas
de aquellas horas en que amaba tanto…
Y así, cuando yo supe
que abandonada a tu dolor morías,
y que en tu muda y lánguida tristeza
renunciabas a ver junto a tu lecho,
quien, al rodar sin vida tu cabeza,
recogiera el laurel de tu grandeza
y el último sollozo de tu pecho;
cuando yo supe que en la huesa insana
te inclinabas por fin pálida y sola,
sin que al adiós de tu alma soberana
se enlutara la cítara cubana
ni gimiera la cítara española;
al darte mis adioses, los adioses
de la eterna y postrera despedida,
sentí que algo de triste sollozaba
de mi dolor en el oscuro abismo,
y que tu sombra que flotaba arriba,
al extinguirse y al borrarse se iba
llevándose un pedazo de mí mismo.
206
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
Y entonces al poder de los recuerdos
borrando la distancia
tendí mis alas hacia el nido blando
de los primeros sueños de la infancia;
llegué al rincón modesto
donde tus dulces páginas leía
a la fe y al amor siempre dispuesto
y allí de pie frente a la blanca cuna
donde en sus flores me envolvió el destino,
busqué en su fondo alguna
que aún no cerrara su oloroso broche,
y en él hallé dormida
ésta con la que el alma agradecida
viene a aromar las sombras de esta noche.
Deuda que en mi cariño
contraje desde niño con tu nombre,
esta flor es el cántico del niño
mezclada con las lágrimas del hombre;
esta flor es el fruto de aquel germen
que derramaste en mi niñez dichosa,
y que al rodar sobre la humilde fosa
donde tus restos duermen,
entre sus piedras ásperas se arraiga,
recogiendo su jugo en tus cenizas,
y esperando en su cáliz a que caiga
la gota de los cielos que le traiga
la esencia y el amor de tus sonrisas.
[esta flor con que el alma agradecida]
V i s ta e X t e r i o r d e l a C a s a d e l P o e tas a l t i l l o , C o a h u i l a
V i s ta i n t e r i o r d e l a C a s a d e l P o e tas a l t i l l o , C o a h u i l a
209
¡Oh Luna, blanca Luna,
que desde el cielo viertes tus fulgores
a despecho de todos los vapores
con que la negra noche te importuna;
yo sé que al permitirme la confianza
de que a abusar cantándote me atrevo,
antes que hablarte de otra cosa debo
darte una explicación de mi tardanza;
pero sabiendo, porque así lo he visto,
no recuerdo en qué parte,
que tú eres noble y generosa y buena
con todos los prosélitos del arte,
entre los que me inscribo al protestarte
que nada hay que sin ti valga la pena,
dejo los cumplimientos
y las excusas fútiles y vanas
a fin de aprovechar estos momentos;
que tú al ver que en mis labios
se agita el estro y mi silencio trunca,
recordarás que el vulgo y aun los sabios
dicen que vale más tarde que nunca!
No, y mira tú: desde hace mucho tiempo
pensaba yo en venir a saludarte,
A la lunaAl señor don Manuel J. Domínguez
[dejo de cumplimientos]
[recordarás que el mundo y aun los sabios]
1873
210
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
y hasta recuerdo que salí una noche
sin más objeto que ése;
pero aunque el muy ilustre Ayuntamiento
me hizo creer que en el cielo te hallaría,
tú, que probablemente estabas mala,
te ocultaste y me diste una antesala
que me pesa en el cuerpo todavía.
Esto no te lo digo
por lanzarte una pulla ni un reproche;
pero este negro bosque me es testigo
de que no más que por hablar contigo
me anduve por aquí toda la noche.
Lo mismo que otra vez, ya no recuerdo
si fue en abril o en mayo... suspirando
por verte frente a frente
y a tu lado pasar la noche entera,
de modo y de manera
de estar solos y lejos de la gente,
vengo, y tú que sin duda me creíste
algún gemidor de esos
que porque está desesperado y triste
ya quiere que le des un par de besos,
no bien tras de estos álamos me viste,
que escondiéndote en medio de las nubes
cerraste tu balcón y te metiste.
[de que tan sólo por hablar contigo]
[escondiéndote en medio de las nubes]
211O B R A P O É T I C A
Y la verdad que si ésta fue tu idea
ante mi aparición inoportuna,
por mi vida te juro y te respondo,
que te llevaste el chasco más redondo
que te has llevado desde que eres luna;
pues aunque ya a mis años
se usa entre los humanos corazones
contar los sufrimientos a montones,
y a montones también los desengaños,
yo que si algo he sufrido
de mi existencia en la carrera corta,
tengo la convicción íntima y grande
de que a nadie le importa,
porque si sufro no hay quien me lo mande;
si al pisar de la vida los abrojos
a verter una lágrima me atrevo,
la dejo que se escape de mis ojos
y al llegar a mis labios me la bebo.
Conque ya verás tú si yo sería
quien fuera a molestarte a tales horas,
para llamarte solitaria o fría
y cometer así una grosería
de esas que no perdonan las señoras;
aparte de que a ti, si no me engaño,
te debe de importar muy poca cosa
que en la vida enojosa
[la dejo que se escape de los ojos]
[y al llegar a los labios me la bebo.]
[para decirte solitaria o fría]
[de las que no perdonan las señoras;]
[te debe importar muy poca cosa]
212
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
camine el goce junto con el daño,
así como que al tiempo de las flores
siga el invierno nebuloso y frío,
o que en las tibias noches del estío
disminuyan de fuerza los calores,
cosa que a muchos saca de su casa
por tener de decírtelo el orgullo,
cuando todo eso en realidad no pasa
de ser una verdad de Pero Grullo.
Y sin mentar personas,
por allí anda la ilustre Avellaneda,
que en paz duerme en su lecho de coronas,
que sin mirar que tú, rueda que rueda,
maldito el caso que del tiempo hacías,
ella al son de sus mágicos bordones
te delataba a ese ladrón nefando
que tantos goces con pasar nos roba,
sin oír que su esposo despertando
la llamaba en un tono no muy blando
después de registrar toda la alcoba.
Y el sin igual Zorrilla,
el que nos regaló aquel mamarracho
que yo admiraba tanto de muchacho
creyéndolo la octava maravilla,
el que con una calma
cuyo molde es difícil que se encuentre,
[sigue el invierno nebuloso y frío,]
[cosa que de su casa a muchos saca]
[Y el amable Zorrilla,]
[la llamaba en acento no muy blando]
[que tantos goces con volar nos roba,]
213O B R A P O É T I C A
hizo aquí entre otros dramas el del vientre,
y hasta allá fue a acordarse del del alma.
Y Carpio, el que de turco disfrazado
sufrió tan honda pena
que por poco se arroja al mar salado;
pero que al fin se fue por otro lado
arrastrando el alfanje por la arena.
Y Tagle, el que te hablaba allá en los tiempos
de discordias civiles,
en que Rocha aún no andaba por el mundo
y en que aún eran de chispa los fusiles,
pues éstos y otros más, si no tan buenos
sí tan desocupados,
han emprendido de estusiasmos llenos
la imitación de sus antepasados,
por el placer de repetirte alguna
de esas necias e insulsas tonterías,
o porque hechos los tomos de poesías
no faltara en el índice —“A la Luna”.
Y si a lo menos fueran pasaderas
las tantas que en tu elogio se han escrito
y cuyas firmas por prudencia callo,
pues, señor, con trescientos de caballo,
muy puesto en su lugar y muy bonito;
[que por poquito se echa al mar salado;]
/ todos, cual más cual menos*
[o porque al fin del tomo de poesías]
*Este verso, que no aparece en ediciones previas de este poema, no
sustituye, sino que amplía la idea entre “…desocupados” y “…han
emprendido…”
214
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
pero, nada... que entre esas que no cito
porque no se me diga impertinente,
hay muchas (no agravio la presente)
que son un verdadero gregorito.
Lo digo y lo repito,
sí, señor, que ésta no es una indirecta,
pues aunque salte alguno
que deseando escapar a este reproche,
reclame la palabra y manifieste
cargado de razones y veneno,
que no se puede hacer nada de bueno
sobre un terreno tan vulgar como éste,
no habiendo obligación chica ni grande
de escribir sobre tal o cual materia,
se comprende y se ve muy a las claras,
aunque hable de ésta con tan poco aprecio,
que el culpable no es ella sino el necio
que se mete en camisa de once varas.
¿Quién obliga a ninguna
de las vivientes almas a que escriba,
ni menos a que suba tan arriba
que tenga que escribir sobre la Luna…?
Yo mismo, si mañana
a algún crítico ocioso y exigente
se le diera la gana
215O B R A P O É T I C A
de zurrar a esta silva la pavana,
y de hacerlo delante de la gente,
pues yo mismo, aunque fuera a mi despecho,
(no pudiendo olvidarme de que es mía)
mirando la justicia no tendría
más que decir a todo: muy bien hecho.
Y tan es cierto que lo encuentro justo,
y que me temo mucho una descarga
por haberme salido con mi gusto,
que con objeto de que el sabio adusto
no halle esta saliva demasiado larga,
una vez que tú, Luna,
no me has de consolar si tal sucede,
lo cual (aquí en confianza) muy bien puede
por un capricho cruel de la fortuna,
bien convencido de que en todo caso
francos y leales seguiremos siendo
tan amigos como antes,
te dejo preparándole a la aurora
el dulce néctar de los nuevos broches,
y sin más que decirte por ahora,
con el alma, tu humilde servidora,
me alegraré que pases buenas noches.
[de zurrarle a esta silva la pavana,]
[más que decir a todo –pues bien hecho.]
216
…Esa noche, ardiendo el pueblo
de animación y entusiasmo
bajo el influjo sublime
de tu genio soberano,
todo era bravos y dianas,
todo era vivas y aplausos,
todo cariño en los ojos,
todo cariño en los labios,
y todo flores, laureles,
admiración y… entretanto,
allá muy lejos, muy lejos,
sonando lento y pausado,
se alzaba entre las tinieblas
y entre el silencio un cadalso,
sin otro eco que el latido
del pecho del condenado
que en diálogo con la muerte
velaba en un subterráneo.
Aquel cadalso se alzaba
cada vez más y más alto,
como un espectro, sombrío,
como un vampiro, callado,
como una tumba, implacable,
y como un monstruo, inhumano;
El reo de muerteAl eminente actor don José Valero
1873
217O B R A P O É T I C A
se alzaba y sin que ninguno
oyera aquel ruido amargo,
por los sollozos de un hombre
solamente acompañado.
La humanidad impasible
bajo su mudo letargo,
miraba crecer y alzarse
las formas de aquel cadalso,
cuando tú, tú que escuchaste
sus ecos tristes y vagos,
te levantaste por ella
con la voz del entusiasmo,
y en presencia de aquel pueblo
y enfrente de aquel tablado
ceñida con tus laureles
la hiciste hablar por tus labios,
salvando al sol de aquel día
del rubor de aquel cadalso.
Yo no sé si ya habrá muerto
aquel que en su desamparo,
aún más que unos pocos días,
y aún más que unos pocos años,
pudo gozar la dulzura
de ver a su hijo en los brazos,
libre del infame nombre
de hijo del ajusticiado;
218
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
pero yo que desde niño
aprendí lleno de espanto
a aborrecer los verdugos
y a maldecir los cadalsos,
dejo a la gloria que entone
para ensalzarte su canto,
y del condenado a muerte
bajo los recuerdos gratos,
en nombre suyo, las gracias
de la humanidad te mando.
219
JOSÉMARTÍ
el escritor y político, autor del incendiario texto “nuestra américa”, nació en la haba-na en 1853. Fue alumno del poeta rafael María de Men-dive, quien estimuló la voca-ción literaria y revolucionaria del muchacho. a los diecisiete años fue encarcelado por sus actividades independentistas; después, fue deportado a es-paña, y después se avecindó en México. aquí, en 1875, co-noce a rosario de la Peña, y también él cae prendado de ella. escribió varias cartas lle-nas de admiración por ella en las que le confiesa empezar a amarla. sobre acuña, declaró haber podido ser su “herma-no” de haberlo conocido y tra-tado; dice haber sido un alma afín a la del, ya para entonces, finado poeta. En vano luchó Martí por el amor de rosa-rio, ésta no le correspondería como él hubiera querido. or-ganizó un grupo de patriotas cubanos para ir a luchar por la independencia de la isla; sucumbió ante las balas realis-tas. es, junto con bolívar y san Martín, uno de los liberadores de hispanoamérica.
la habana, 1853dos ríos, 1895
220
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
nació en saltillo en 1849, en una familia de pocos recursos que se dedicaba a la venta de mercería y telas. en sus estu-dios fue un alumno de exce-lencia. Muy unido a su fami-lia, al marchar a la Ciudad de México mantuvo una estrecha comunicación epistolar con sus padres. Por esto, la muerte del padre en 1871 fue un duro golpe para él. en la capital del país, traba amistad con varias personalidades importantes de la cultura de esos años. or-ganiza sociedades literarias, y discute sobre materialismo, doctrina a la que es afín. Co-noce a laura Méndez y procrea un hijo con ella, que muere al poco tiempo. Pero es rosario de la Peña la mujer de la que se enamorará irremediable-mente. es a ella a quien dedica el nocturno, acaso su compo-sición más famosa. en vano la pretendió, pues rosario nunca lo amó. Perpetuamente enfer-mo de melancolía, toma la de-cisión de ingerir una cantidad mortal de arsénico. la noticia de su muerte le dio la vuelta al mundo y estableció su le-yenda.
GUILLERMOPRIETO
Poeta liberal y defensor a ul-tranza de la república, su juventud está ligada a este periodo tormentoso del país. nacido en 1818, su carácter lo inclinó al romanticismo y sus primeras publicaciones aparecen en el Calendario de Galván de 1837 y el mosaico mexicano. durante la Guerra de reforma ejerció el cargo de ministro de hacienda en el gobierno itinerante de Juárez, y salvó la vida del presidente en Guadalajara gritando su célebre frase: “los valientes no asesinan”, cuando Juárez esta-ba a punto de ser fusilado. el resto de su vida estuvo ligado a los altibajos de la política nacional: fue ministro de Jus-ticia e instrucción Pública, de relaciones exteriores, diputa-do durante el porfiriato, entre muchos otros cargos. en su obra pinta tipos, costumbres y estampas mexicanas impreg-nadas de un fuerte sabor na-cionalista. Fue amigo cercano de rosario de la Peña e invi-tado frecuente a sus tertulias. ahí tuvo contacto con acuña, y alejó a laura Méndez del poeta.
Cd. de México, 1818tacubaya, 1897
221
En cambio de los cielos
de amor y sentimiento
que al alma adolorida
abrió tu inspiración,
y en cambio de las horas
de olvido al sufrimiento
que a tu arpa dulce y blanda
le debe el corazón.
En cambio, nuestros cantos
y todo lo que encierra
de bueno y amoroso
nuestra alma y nuestro ser…
Y en cambio, nuestras flores,
las flores de esta tierra,
tu nido como alondra,
tu altar como mujer.18
73A Josef ina Pérez(En su álbum)
222
Si del boscaje fecundo
no quise flores cortar,
cuando vi en mi afán profundo
que al robárselas al mundo
se las robaba a tu altar;
en mi ansia por tributarte
mi ofrenda de admiración,
acudo, señora, a darte,
si no las flores del arte,
las flores del corazón.
A la eminente actrizSalvadora Cairón18
73
223
Pues que del destino en pos
débil contra su cadena,
frente al deber que lo ordena
tengo que decirte adiós;
antes que mi boca se abra
para dar paso a ese acento,
la voz de mi sentimiento
quiere hablarte una palabra.
Que muy bien pudiera ser
que cuando de aquí me aleje,
al decirte adiós, te deje
para no volverte a ver.
Y así entre el mal con que lucho
y que en el dolor me abisma,
yo anhelo que por mí misma
sepas que te quiero mucho.
Que enamorada de ti
desde antes de conocerte,
yo vine sólo por verte,
y al verte te puse aquí.
Adiós a MéxicoEscrita para la señora Cairón
y leída por ella en su función de despedida
1873
224
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
Que mi alma reconocida
te adora con loco empeño,
porque tu amor era el sueño
más hermoso de mi vida.
Que del libro de mi historia
te dejo la hoja más bella,
porque en esa hoja destella
tu gloria más que mi gloria.
Que soñaba en no dejarte
sino hasta el postrer momento,
partiendo mi pensamiento
entre tu amor y el del arte.
Y que hoy ante esa ilusión
que se borra y se deshace,
siento, ¡ay de mí!, que se hace
pedazos mi corazón…
Tal vez ya nunca en mi anhelo
podré endulzar mi tristeza
con ver sobre mi cabeza
el esplendor de tu cielo.
Tal vez nunca a mi oído
resonará en la mañana,
[te debo la hoja más bella,]
225O B R A P O É T I C A
la voz del ave temprana
que canta desde su nido.
Y tal vez en los amores
con que te adoro y te admiro,
estas flores que hoy aspiro
serán tus últimas flores.
Pero si afectos tan tiernos
quiere el destino que deje,
y que me aparte y me aleje
para no volver a vernos;
bajo la luz de este día
de encanto inefable y puro
al darte mi adiós te juro,
¡oh dulce México mía!,
que si él con sus fuerzas trunca
todos los humanos lazos,
te arrancará de mis brazos,
pero de mi pecho, ¡nunca!
226
I
Medio oculta entre la selva
como un nido entre las ramas,
y medio hundido en el fondo
tranquilo de una cañada,
allá por aquellos tiempos
hubo en Landín una casa
que no por ser tan sencilla
ni de una fecha tan larga,
era menos pintoresca
ni tampoco menos blanca.
Sombreaba su puerta un olmo
de hojosas y verdes ramas,
punto de citas de todas
las aves de las montañas;
y en uno de sus costados,
brotando límpida y clara,
saltaba entre los terrones
y entre las hierbas el agua,
de noche siempre tranquila
y eternamente callada.
Apenas el Sol naciente
filtraba por sus ventanas,
cuando estremeciendo el aire,
1873 Romancero de la Guerra de Independencia
El giro
228
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
sonaban dulces y claras,
la voz de una cuna hablando
de cuanto los niños hablan;
la voz de una madre, rica
de sentimientos y de alma,
y la voz de un hombre que era
la eterna voz de la patria,
soñando ya con sus glorias
y ya con sus esperanzas.
Tez cobriza como aquellos
primeros hijos de Anáhuac,
que tantas veces hicieron
temblar de miedo a la España,
cuando la España atrevida
midió con ellos sus armas;
fuerte y ágil como todos
los hijos de las montañas;
como un labriego, robusto;
como un patriota, entusiasta;
como un valiente, atrevido,
y como un joven, todo alma,
el hombre de aquellas selvas,
el hombre de aquella casa,
era el eterno modelo
de esas figuras sagradas
que en el altar de los siglos
hacen un Dios de una estatua.
229O B R A P O É T I C A
Veinticinco años apenas
por ese tiempo contaba,
y de sus nobles heridas
la suma aún era más larga,
que no hubo por el Bajío
ningún combate ni hazaña
donde su ardor no estuviera,
donde faltara su lanza,
ni donde al grito de muerte
sus huellas no señalara
con el licor de sus venas
o el de las venas extrañas.
Y allí tranquilo y oculto
su triste vida pasaba,
lamentando en su impotencia
la esclavitud de la patria
que renunciando a la lucha,
renunciaba a la esperanza:
cuando una mañana, a la hora
que el último sueño marca,
despertó, oyendo a lo lejos
un ruido confuso de armas;
y adivinando al instante
la suerte que le amagaba,
bajó del lecho al influjo
de una decisión extraña;
besa en los labios a su hijo,
230
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
besa en la frente a su amada,
clava los ojos ardientes
en la entreabierta ventana,
y al ver por sus enemigos
ya casi envuelta su casa,
salta a las rocas, y entre ellos
se escapa por la montaña.
II
Aún no se alzaba del todo
la niebla de la mañana,
y aún no acertaban a darse
cuenta de tamaña audacia
los sitiadores furiosos
que sorprenderle esperaban,
cuando al galope y bajando
camino de la cañada,
vieron venir a lo lejos
un grupo de gente armada,
compuesto de ocho jinetes
y el hombre que los mandaba;
en mayor número que ellos
y con superiores armas,
seguros de la victoria
fácil que se les aguarda,
todos empuñan las riendas,
todos afirman la lanza,
todos ven al enemigo
231O B R A P O É T I C A
todos miden la distancia,
y en silencio y todos ellos
prontos a ponerse en marcha,
sólo esperan a que llegue
la hora de entrar en batalla.
Los insurgentes en tanto
viendo las huestes contrarias,
más de coraje la encienden
y más de amor la entusiasman,
y ansiosos de dar su sangre
por la salud de la patria,
sobre el caballo se inclinan,
la floja rienda adelantan,
y fijos los barboquejos
y el sombrero hacia la espalda,
entre la niebla y el polvo
corren, y vuelan y avanzan,
siguiendo entre los peñascos
al hombre de la cañada.
Y ya los de Bustamante
su primer paso avanzaban,
anhelando en su impaciencia
cómo acortar la distancia
que la interpuesta colina
con un recodo aumentaba;
cuando de pie en lo más alto
de las rocas escarpadas,
vieron alzarse a un jinete
232
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
que con voz sonora y clara,
—“Yo soy el Giro —les dijo,
—si al Giro es a quien aguardan;
y el que lo busque que venga
si tiene honor y tiene alma,
que a todos espera el Giro
frente a frente y cara a cara”—.
Dijo: y los fieros dragones
al grito de “¡viva España!”
como un solo hombre treparon
hasta donde el Giro estaba
dispuesto como los suyos
a sucumbir por la patria…
Y fue la lucha, y terribles
al dar la espantosa carga,
insurgentes y realistas
ardiendo en cólera y rabia,
se entremezclaron sedientos
de victoria y de matanza…
Quiso la triste fortuna
favorecer a la España,
el brillo de sus fulgores
negándole a nuestras armas,
que ya de los insurgentes
uno tan sólo quedaba
a caballo todavía,
pero ya herido y sin armas.
233O B R A P O É T I C A
Era el Giro, que entre doce
dragones que le rodeaban,
sin rendirse al desaliento
ni inclinarse a la desgracia,
luchaba y arremetía
contra el que más se acercaba,
convirtiendo a su caballo,
a un tiempo en escudo y arma.
Por fin un brazo atrevido
clavó en su pecho una lanza,
perder haciéndole el poco
aliento que le quedaba;
pero él aunque ya en el suelo,
con fuerza siempre y con alma,
coge la lanza, del pecho
sin vacilar se la arranca,
y estremecido y al grito
de independencia y de patria,
de pie sobre los peñascos
a sus contrarios aguarda;
y después de herir a todos
los que a acercársele ensayan,
hace huir a los restantes
que ante heroicidad tamaña
se alejan, y desde lejos
lo rematan a pedradas.
234
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
III
Mártir, que toda tu sangre
supiste dar por la patria;
tú, de los desconocidos
que murieron por salvarla,
¡gracias por tu fortaleza,
por tu sacrificio, gracias!
235
Ante el recuerdo bendito
de aquella noche sagrada
en que la patria aherrojada
rompió al fin su esclavitud;
ante la dulce memoria
de aquella hora y de aquel día,
yo siento que en la alma mía
canta algo como un laúd.
Yo siento que brota en flores
el huerto de mi ternura,
que tiembla entre su espesura
la estrofa de una canción;
y al sonoroso y ardiente
murmurar de cada nota,
siento algo grande que brota
dentro de mi corazón.
¡Bendita noche de gloria
que así mi espíritu agitas,
bendita entre las benditas
noche de la libertad!
Hora del triunfo en que el pueblo
A la patria 1873
Composición recitada por una niñaen Tacubaya de los Mártires,el 16 de septiembre de 1873
236
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
vio al fin en su omnipotencia,
al Sol de la independencia
rompiendo la oscuridad.
Yo te amo… y al acercarme
ante este altar de victoria
donde la patria y la historia
contemplan nuestro placer,
yo vengo a unir al tributo
que en darte el pueblo se afana
mi canto de mexicana,
mi corazón de mujer.
237O B R A P O É T I C A
El pasadoun ensayo dramático en tres actos
El 9 de mayo de 1872 se realizó el exitoso estreno de la obra El pasado, escrita
por Manuel Acuña, con la famosa actriz Pilar Belaval en el papel de Eugenia. En
dicho evento Acuña recibió al menos tres coronas de laurel, a las que luego haría
referencia en sus poemas y ofrendas a Rosario de la Peña. Se realizaron distintas
funciones, la mayoría de ellas con gran éxito; en otra de ellas la actriz española
Salvadora Cairón tomó el papel principal.
El pasado es una pieza dramática cuya acción total transcurre en doce horas;
inicia con el regreso a la ciudad de una pareja joven y feliz, y culmina con la pre-
cipitación de la mujer en la deshonra, asaltada por las sombras de su vida pre-ma-
trimonial, en el que tuvo que entregarse a un hombre tratando de salvar (aunque
sin éxito) a su madre moribunda. Encontramos en ella una relación temática con
el poema “La ramera”, también de su autoría, en donde alude a la novela La dama
de las camelias, de Dumas (“le convertiste de camelia en lodo”), otra de sus fuentes
de inspiración para este drama en tres actos.
Esta historia tuvo un gran éxito en su época. En 1926 se realizó su adaptación
para una película muda de Hollywood, dirigida por el canadiense Wilfred Lucas y
titulada Her sacrifice. Además, es perceptible su presencia como un hilo conductor
en la trama (mucho más moderna) con que Wilberto Cantón cuenta la historia de
la lavandera Soledad (empatándola con el personaje de Eugenia) en El Nocturno
a Rosario (1956).
En el segundo semestre del 2013 se realizaron tanto la adaptación como el
montaje de El pasado en distintos escenarios del estado de Coahuila, en el marco
del homenaje por el 140 aniversario luctuoso del poeta.
237
En 1849 se premiaron en Saltillo los Juegos Florales convoca-dos por el Centenario de Manuel Acuña, en donde resultaron triunfadores los poetas Miguel N. Lira (categoría principal) y Salvador Novo (laudanza de la provincia). Este último presentó además en la capital coahuilense la obra de teatro El pasado, con actores del Instituto Nacional de Bellas Artes, siendo Bea-triz Aguirre quien representó el papel de Eugenia.
El “Corrido de Manuel Acuña”, del poeta y editor tlaxcalteca Miguel N. Lira, logró cautivar al mismo tiempo la esencia popular del género y hacer un refinado retrato biográfico del autor saltillense: “Del aire van los suspiros / de amor, como contraseña, / y ya se los lleva el aire / a Rosario de la Peña”. Con él obtuvo el premio principal de los Juegos Florales, cuyo segundo premio fue para Elías Nandino con la obra “Dios poeta”.
Según narra el crítico y académico Francisco Monterde, la actriz Ligia de Golconda le solicitó adaptar la obra de teatro El pasado para el cine, pero él se apartó del proyecto cuando los productores norteamericanos decidie-ron introducir un elemento absurdo de comedia que contrariaba el drama original. La actriz mexicana aparece en pantalla junto a Gaston Glass, Bryant Washburn, Gladys Brockwell y el pro-pio director de la cinta, Wilfred Lucas.
La compañía teatral El Séptimo Cielo llevó la puesta en escena de El pasado a distintos escenarios durante el 2013. En la imagen,los actores Cristina Dávila y Juan Antonio Vi-llarreal interpretan a Eugenia y don Ramiro en el Teatro de la Ciudad Fernando Soler de Saltillo.
242
Sonaron las campanas de Dolores,
voz de alarma que el cielo estremecía,
y en medio de la noche surgió el día
de augusta Libertad con los fulgores.
Temblaron de pavor los opresores,
e Hidalgo audaz al porvenir veía,
y la patria, la patria que gemía,
vio sus espinas convertirse en flores.
¡Benditos los recuerdos venerados
de aquellos que cifraron sus desvelos
en morir por sellar la independencia;
aquellos que vencidos, no humillados,
encontraron el paso hasta los cielos
teniendo por camino su conciencia!
Hidalgo1873
243
Después de aquella página sombría
en que trazó la historia los detalles
de aquel horrible día,
cuando la triste Méxitli veía
sembradas de cadáveres sus calles;
después de aquella página de duelo
por Cuauhtémoc escrita ante la historia,
cuando sintió lo inútil de su anhelo;
después de aquella página, la gloria
borrando nuestro cielo en su memoria
no volvió a aparecer en nuestro cielo.
La santa, la querida
madre de aquellos muertos, vencedores
en su misma caída,
fue hallada entre ellos, trémula y herida
por el mayor dolor de los dolores…
En su semblante pálido aún brillaba
de su llanto tristísimo una gota…
A su lado se alzaba
junto a un laurel una macana rota…
y abandonada y sola como estaba,
vencido ya hasta el último patriota,
al ver sus ojos sin mirada y fijos,
15 de septiembre
[borrando a nuestro suelo en su memoria]
1873
244
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
los españoles la creyeron muerta,
y del incendio entre la llama incierta
la echaron en la tumba con sus hijos…
Y pasaron cien años y trescientos
sin que a ningún oído
llegaran los tristísimos acentos
de su apagado y lúgubre gemido;
cuando una noche un hombre que velaba
soñando en no sé qué grande y augusto
como la misma fe que le inspiraba,
oyó un inmenso grito que le hablaba
desde su alma de justo...
—Yo soy —le repetía—,
descendiente de aquellos que en la lucha
sellaron su derrota con la muerte…
¡Yo soy la queja que ninguno escucha,
yo soy el llanto que ninguno advierte!…
Mi fe me ha dicho que tu fuerza es mucha,
que es grande tu virtud y vengo a verte;
que en el eterno y rudo sufrimiento
con que hace siglos sin cesar batallo,
yo sé que tú has de darme lo que no hallo:
mi madre que está aquí porque la siento—.
Dijo la voz, y al santo regocijo
que el anciano sintió en su omnipotencia,
245O B R A P O É T I C A
—Si el indio llora por su madre —dijo—,
yo encontraré una madre para ese hijo,
—y encontró aquella madre en su conciencia.
A esta hora, y en un día
como éste, en que incensamos su memoria,
fue cuando aquel anciano lo decía,
y desde ese momento, patria mía,
tú sabes bien que el astro de tu gloria
clavado sobre el libro de tu historia,
no se ha puesto en tus cielos todavía.
A esta hora fue cuando rodó en pedazos
la piedra que sellaba aquel sepulcro
donde estuviste, como Cristo, muerta
para resucitar al tercer día;
a esa hora fue cuando se abrió la puerta
de tu hogar, que en su seno te veía
con un supremo miedo en su alegría
de que tu aparición no fuera cierta;
y desde ese momento, y desde esa hora,
tranquila y sin temores en tu pecho,
tu sueño se cobija bajo un techo
donde el placer es lo único que llora…
Tus hijos ya no gimen
como antes al recuerdo de tu ausencia,
ni cadenas hay ya que los lastimen…
[tú sabes bien que el astro de la gloria]
246
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
En sus feraces campos ya no corre
la sangre de la lucha y la matanza,
y de la paz entre los goces suaves
bajo un cielo sin sombras ni vapores,
ni se avergüenzan de nacer tus flores,
ni se avergüenzan de cantar tus aves.
Grande eres y a tu paso
tienes abierto un porvenir de gloria
con la dulce promesa de la historia
de que para tu Sol nunca habrá ocaso…
Por él camina y sigue
de tu lección de ayer con la experiencia;
trabaja y lucha hasta acabar esa obra
que empezaste al volver a la existencia,
que aún hay algo en tus cárceles que sobra
y aún hay algo que el vuelo no recobra,
y aún hay algo de España en tu conciencia.
Yo te vengo a decir que es necesario
matar ya ese recuerdo de los reyes
que escondido tras de un confesionario
quiere darte otras leyes que tus leyes…
Que Dios no vive ahí donde tus hijos
reniegan de tu amor y de tus besos,
que no es el que perdona en el cadalso,
que no es el del altar y el de los rezos;
[En tus feraces campos ya no corre]
247O B R A P O É T I C A
que Dios es el que vive en tus cabañas,
que Dios es el que vive en tus talleres
y el que se alza presente y encarnado
allí donde sin odio a los deberes
se come por la noche un pan honrado.
Yo te vengo a decir que no es preciso
que muera a hierro el que con hierro mate,
que no es con sangre como el siglo quiere
que el pueblo aprenda las lecciones tuyas;
que el siglo quiere que en lugar de templos
le des escuelas y le des ejemplos,
le des un techo y bajo dél lo instruyas.
Así es como en tu frente
podrás al fin ceñirte la corona
que el porvenir te tiene destinada;
él, que conoce tu alma, que adivina
en ti a la santa madre del progreso,
y que hoy ante el recuerdo de aquella hora
en que uno de sus besos fue la aurora
que surgió de tu noche entre lo espeso,
mientras el pueblo se entusiasma y llora
te viene a acariciar con otro beso.
248
Como el fantasma de una noche hiriente,
que desafiando al Sol se alza a su culto,
prolongando en la aurora del presente
tal tinieblas informes del pasado:
Como el negro eslabón de una cadena,
sola en pedazos al furor del preso…
que aúna y se adhiere y resuena
al fin del redimido del progreso;
hay un recuerdo lúgubre y sombrío,
que entre las brumas del ayer se elevan;
y el ánimo se queda ya sin brío.
ante las leyes que lo protervan,
La mujer*1873
*La transcripción de este poema o fragmento (incluido en Obras, 260) se antoja incompleta, y su puntuación
sin duda equívoca.
i n F l u e n C i a
Estrenada en 1955, en Saltillo, bajo la di-rección de Salvador Novo, esta obra fue publicada en 1956 por Juan José Arreola en Los Presentes. En ella Cantón atrapa la pasión que late en el “Nocturno”, nu-triéndose por igual de datos reales que de los mitos que rodean la vida y la muerte de Manuel Acuña.
Galardonado con el Premio Lengua de Trapo por esta obra, Pepe Monteserín aborda en La lavandera el entendido de una relación cercana, acaso demasiado, entre Manuel Acuña y Soledad: Según Luis García Montero, se trata de “una ex-celente novela para aproximarse a la fi-gura del poeta mexicano Manuel Acuña, así como para asomarse a los intrincados caminos del azar y de la vida”.
En este libro de 2009, coeditado en 2013 por la editorial Alfaguara y la Secretaría de Cultura de Coahuila, César Güemes toma la muerte de Acuña, y sobre todo su escueta nota suicida, como pretexto para emprender una profunda investigación y desarrollar una novela policíaca en dos épocas distintas a la vez: ¿Quién y por qué mató a Manuel Acuña?
menino, del suicidio y de la certeza de que la tumba es el final de la jornada”, según apunta el periodista cultural Miguel Ángel Quemain. En Los tres García, filme de 1946 dirigido por Ismael Rodríguez, el personaje de Luis Manuel (interpretado por Víctor Mendoza), le declama a Lupita (Marga López) el ”Nocturno” de Acuña, pretendiendo que es de su autoría.
El mismo “Nocturno”, ha sido asimismo musicalizado e interpretado entre otros por Lorenzo de Monteclaro, Chalino Sánchez, Los Tepetatles, el uruguayo Héctor Numa Moraes, el Grupo Comanche de Guatemala y Los Alta-miranos, de Chile.
La influencia cultural que ha tenido Manuel Acuña como autor y personaje abarca muy distintas manifestaciones: vida, obra y muerte del poeta sirvieron, por ejemplo, de inspiración para la película Nocturno a Rosario, de 1991, dirigida por Matilde Landeta y protagonizada por Ofelia Medina, mientras que en el 2013, como parte del homenaje por el 140 aniversario luctuoso, el Festival de Cine de la Sección 38 del SNTE dio lugar al estreno de cinco cortome-trajes inspirados en la vida de Acuña.
El dramaturgo Héctor Mendoza publicó en 1975 la obra In Memoriam, espectáculo basa-do en la vida y obra de Manuel Acuña, “una visión extraordinaria del poeta, del eterno fe-
251
Iglesia y Biblioteca, Ayer y Ahora.
¡Qué inmensa diferencia entre las dos!
Ayer era la noche, hoy es la aurora,
hoy en su altar al Porvenir se adora:
¡Salud al nuevo Dios!
En la biblioteca popular Improvisación
1873
252
En este campo do el placer rebosa
y se alzan en dormidos espirales
los húmedos aromas que desprenden
de sus abiertas flores los rosales,
en estos sitios del placer morada
y de entusiasmo y gloria en un momento,
pequé contra el segundo mandamiento
por dejar satisfecha a mi adorada;
y aprovechando el rato
que empleaba su mamá cogiendo fresas,
le dije mil ternezas
de mi ferviente amor al arrebato.
Ella es de hueso y carne,
yo soy de carne y hueso,
su boca estaba cerca de la mía,
ninguno nos veía;
y ya podrá el lector hacerse cargo
que entre un ramaje espeso
jamás se nos ocurre un sin embargo
para plantar o recibir un beso.
Yo estaba medio loco,
ella casi lo mismo,
1873 En este campo do
el placer rebosaYo pecador.
Ripalda
253O B R A P O É T I C A
los dos nos acercamos poco a poco;
y cometido ya el primer pecado
y hallando en sus caricias un pretexto
llegué al cuarto, y al quinto delirante
a no llegar mi suegra en ese instante
estoy seguro que cometo el sexto.
254
Cuando todo era flores tu camino,
cuando todo era pájaros tu ambiente,
cediendo de tu curso a la pendiente
todo era en ti fugaz y repentino.
Vino el invierno, con sus nieblas vino
el hielo que hoy estanca tu corriente,
y en situación tan triste y diferente
ni aun un pálido Sol te da el destino.
Y así es la vida; en incesante vuelo
mientras que todo es ilusión, avanza
en sólo una hora cuanto mide un cielo;
y cuando el duelo asoma en lontananza
entonces como tú, cambiada en hielo,
no puede reflejar ni la esperanza.
A un arroyoA mi hermano Juan de Dios Peza
1873
[el hielo que hoy estanca la corriente,]
[en una hora lo que mide el cielo;]
255O B R A P O É T I C A
e s C u e l a n a C i o n a l d e M e d i C i n a
r o t o n d a d e l o s h o M b r e s i l u s t r e s
Vista original (1949) de la tumba de Manuel Acuña en la Rotonda de los Hombres Ilustres de Coahuila, y de la remo-delación realizada por María del Refugio Trejo, admiradora del poeta saltillense (2013).
257
Sí, mi amigo don Gregorio,
tiene usted mucha razón,
eso mismo que usted dice,
eso mismo digo yo…
I
Juzga usted que es una plaga,
que es un castigo de Dios,
esa turba de mocosos
sin quehacer ni ocupación,
que a falta de otra han tomado
la carrera de escritor;
que si hablan del Nigromante
no lo bajan de chambón,
que a Altamirano lo acaban,
que a Peredo le hacen fo,
que a Prieto lo ponen de asco,
que a Justo lo dejan peor,
y que llevando hasta Europa
su crítica erudición,
destrozan a Victor Hugo
y a Dumas y a Campoamor
y a cuantos hallan al paso,
con su hidrofobia feroz;
Letrilla 1873
258
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
y agrega usted que sería
muchisísimo mejor
que hacerles caso o echarles
un indigesto sermón,
dejarlos a que los oiga
la madre que los parió.
Pues sí, señor don Gregorio,
tiene usted mucha razón,
eso mismo que usted dice,
eso mismo digo yo.
II
Juzga usted que es un espanto
piensa usted que es un horror,
ver tantas composiciones
como se publican hoy,
en que después de salirnos
el imberbe trovador
con uno de esos ideales
que ya se hacen de cajón,
muy sonrosados los labios,
muy argentina la voz,
muy los cabellos de seda
(vaya una trasposición),
y muy llena de desdenes,
que los merece el autor,
termina éste con que la ama
con todo su corazón,
259O B R A P O É T I C A
cuando mejor que ocuparse
en hablarnos de su amor
y en pintarnos los efectos
de su estúpida pasión
según usted, debería,
aquí para entre los dos,
decirse bruto tres veces
con mucha circunspección,
alzar al cielo los ojos,
rezar el “yo pecador”
y en seguida dispararse
media pistola de Colt.
Pues sí, señor don Gregorio,
tiene usted mucha razón,
eso mismo que usted dice,
eso mismo digo yo…
III
Dice usted que ya da miedo
que vale lo menos dos,
ver a tantos que pretenden
demostrar su erudición
llenando de latinajos
su inconocible español,
y que tal verso de Ovidio
lo dan por de Cicerón,
cuando nunca escribió versos
260
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
el pobrecito orador,
que a despecho suyo tiene
que pasar por un ladrón
gracias al atrevimiento
de esos benditos de Dios,
y agrega usted, amigo mío,
que en su muy pobre opinión
debieran esos señores
fijarse en que escriben hoy
que son tan raros los sabios
en la lengua de Catón,
y en que cada cita de esas,
sépase la lengua o no,
viene a ser como un peñasco
donde el mísero lector
tiene a fuerza que pararse
y aguantarse un tropezón
que bien puede hacer a alguno
que mande al diablo al autor.
Pues sí, señor don Gregorio,
tiene usted mucha razón,
eso mismo que usted dice,
eso mismo digo yo…
IV
Concluye usted en su carta,
mi buen amigo y señor, [mi muy amigo y señor,]
261O B R A P O É T I C A
diciéndome que no acierta
a encontrar la explicación
de esas ínfulas de sabio
y ese aire de hombre de pro
con que se presenta alguno
por haber sido orador
y haber gritado en septiembre,
¡Viva la Constitución!
Lo que le aplaudieron mucho,
según dice él que lo oyó;
y protesta usted por su alma,
que no halla puesto en razón
que por sólo ese motivo
se le haga miembro de honor
de cuanta academia existe
dentro de la población,
ni que se inscriba su nombre
como colaborador
a la cabeza de todos
los diarios que salen hoy,
haciéndolo revestirse
de ese aire de protección
con que trata aun a los mismos
de donde el necio salió,
y a quienes usted querría
degollar de dos en dos
para acabar con la raza
262
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
y quedarnos usté y yo,
que somos tan campechanos
y hombres de tan buen humor
y que hacemos unos versos
que le gustan hasta a Dios.
Pues sí, señor don Gregorio,
tiene usted mucha razón,
eso mismo que usted dice,
eso mismo digo yo…
263
Soñando y reclinado en la pendiente
de la colina verde y matizada,
donde una noche sorprendí a mi amada
repitiendo mi nombre tristemente;
allí donde la virgen inocente
temblando en su rubor de enamorada
me hizo oír esa frase idolatrada
que aún hoy pienso escuchar en el ambiente;
allí me hallaba yo y allí lloraba
la dulce dicha de mi amor ya muerto,
la dulce dicha que tan pronto acaba,
cuando oyendo una voz, callo, despierto…
y era Nemesio el mozo, que gritaba:
“Se acaba el desayuno”… y era cierto.
[Tendido, recostado en la pendiente]
[repitiendo mi nombre dulcemente]
[Ahí donde la virgen inocente]
[me dijo, con la cara arrebolada,]
[que siempre me amaría.Eternamente.]
[Ahí me hallaba yo y ahí soñaba]
[y era Nemesio Icaza que gritaba:]
[¡Se acaba el desayuno!… ¡Y era cierto!]
S/FTodo se acaba
264
Cuando a su nido vuela el ave pasajera,
a quien amparo disteis, abrigo y amistad,
es justo que os dirija su cántiga postrera,
antes que deje, triste, vuestra natal ciudad.
Al pájaro viajero que abandonó su nido
les disteis un abrigo, calmando su inquietud;
¡oh! tantos beneficios, jamás daré al olvido,
durable cual mi vida será mi gratitud.
En prueba de ella os dejo lo que dejaros puedo,
mis versos, siempre tristes, pero los dejo así;
porque me pienso, a veces, que entre sus letras quedo,
porque al leerlos creo que os acordáis de mí.
Voy, pues, a referiros una sencilla historia
que en mi alma, desolada, honda impresión dejó;
me la contaron…, ¿dónde?… es frágil mi memoria…
acaso el héroe de ella… o bien, la soñé yo.
Era una linda rosa, brillante enredadera,
tan pura, tan graciosa, espléndida y gentil,
que era el mejor adorno de la feraz pradera,
la joya más valiosa del floreciente abril.
Historia de un pensamientoS/F
265O B R A P O É T I C A
Al pie de ella crecía un pobre pensamiento,
pequeño, solitario, sin gracia ni color;
pero miró a la rosa y respiró su aliento
y concibió por ella el más profundo amor.
Mirando a su querida pasaba noche y día,
mil veces, ¡ay!, le quiso su pena declarar;
pero tan lejos siempre, tan lejos la veía,
que devoraba a solas su pena y su pesar.
A veces le mandaba sus tímidos olores,
pensando que llegaban hasta su amada flor;
pero la brisa leve, al columpiar las flores,
llevábase muy lejos la prenda de su amor.
El pobre pensamiento mil lágrimas vertía,
desoladora lágrimas, de acíbar y de hiel,
mientras la joven rosa, sin ver a otras crecía,
y mientras más crecía, más se alejaba de él.
Llega un jazmín en tanto a la pradera bella,
también amó a la rosa al punto que la vio;
pero él fue más dichoso, pudo llegar hasta ella,
le declaró su pena y, al fin, la rosa amó…
¿Comprenderéis ahora al pobre pensamiento,
al ver correspondido a su feliz rival?
266
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
¿No comprendéis su horrible, su bárbaro tormento,
al verse condenado a suerte tan fatal?
Después lo trasplantaron; vivió en otras praderas;
indiferencia, olvido y hasta placer fingió;
miraba flores lindas, brillantes y hechiceras,
pero su amor, constante y fiel permaneció.
Por fin una mañana, estando muy distante,
el céfiro contóle las bodas del jazmín;
él escuchó sonriente, y ciego y delirante,
loco placer fingiendo, creyó olvidar al fin.
Pero al siguiente día con lágrimas le vieron
las flores, e ignorando su oculto padecer,
“Tú lloras, pensamiento, tú lloras”, le dijeron;
“No es nada, contestóles, es llanto de placer”.
Ved la sencilla historia que os ofrecí contaros,
acaso os entristezca, pero la dejo así;
adiós, adiós, ya parto; me atrevo a suplicaros
que la leáis a solas y os acordéis de mí.
267
De un pozo en el abismo
cayó don Blas y se rompió el bautismo.
Pero a pesar de esa desgracia rara
el agua de aquel pozo quedó clara
y los que la bebían
“está muy dulce” el agua me decían
y yo vine a sacar por consecuencia
que siempre no es amarga la existencia.
De Acuña(Inédito)
S/F
Víctima de su popularidad y de la leyenda desatada en torno a su no-
velesco suicidio, la azarosa obra de Manuel Acuña ha sobrevivido a los
gustos literarios de varias épocas y generaciones, a los movimientos y a
las escuelas poéticas que la eclipsaron o la descalificaron −del modernis-
mo a los vanguardias del siglo XX− así como al escrutinio de numerosos
críticos que, en el mejor de los casos, “le perdonaban la vida” por el mérito
de reunir dos o tres poemas de valía. El arco de tiempo de su producción
literaria es impresionantemente breve: cinco años. Como lo anota José
Luis Martínez “Acuña escribe su obra entre 1868 y 1873, es decir, entre
sus diecinueve y sus veinticuatro años…”1
1 Manuel Acuña, Obras. Poesía, teatro, artículos y cartas. Edición y prólogo de José Luis
Martínez, Editorial Porrúa, S. A., México, 1986, p. VI.
ernesto luMbreras
MANUEL ACUÑA:EL PoETA Y EL SUiCidA
En otras latitudes geográficas y estéticas, la obra de Arthur Rimbaud,
según refiere Verlaine, se escribió entre los dieciséis y veintidós años; la de
John Keats, que también fue estudiante de medicina como Acuña, se ges-
taría entre los dieciocho y veinticinco años. Sin embargo, a diferencia del
francés y del inglés, el mexicano dejaría una obra dispersa en periódicos y
revistas con la sola excepción de “La gloria” (1873), breve poema escrito en
dos cantos publicado en un fascículo pocos meses antes de su trágico final.
Con la estima y la tutela intelectual de las figuras del momento, Ig-
nacio Ramírez e Ignacio Manuel Altamirano a la cabeza, el joven poeta se
convertiría muy pronto en l ’enfant terrible de la poesía mexicana románti-
ca. ¿Cuáles fueron las pruebas y los escenarios para alcanzar tal reconoci-
miento? Coincidiendo con su entrada a la Escuela de Medicina en 1868,
Manuel Acuña ingresó a la vida literaria de aquellos años participando en
la Sociedad Filoiátrica y en la Sociedad Literaria Netzahualcóyotl y, más
tarde, en 1872, en calidad de socio titular en el prestigiado Liceo Hidalgo;
asimismo publicará poemas y artículos en los principales diarios y revistas
de la restaurada República: El Renacimiento, El Libre Pensador, El Federa-
lista, El Siglo XIX, El Búcaro, El Domingo, La Iberia, El Anáhuac, La De-
mocracia, El Eco de Ambos Mundos y en el periódico humorístico El Torito.
Sin embargo, el acontecimiento que colocaría la corona de laurel sobre sus
sienes sería, literal y simbólicamente, el estreno de su obra El pasado el 9 de
mayo de 1872 en el Teatro Principal; dicho drama tendría, en total, cuatro
representaciones siendo el escenario de la última el Teatro Nacional, el 26
de julio de 1873, a cargo de la compañía del famoso actor español José Va-
lero teniendo en el papel de Eugenia a la primera actriz Salvadora Cairón.2
2 Refiere José Luis Martínez que el drama de Acuña también se representó en Toluca y en
Puebla.
ernesto luMbreras
MANUEL ACUÑA:EL PoETA Y EL SUiCidA
Habría que destacar un coliseo más en la exhibición y la aprobación del
genio de las glorias líricas del México de finales del tercer cuarto del siglo
XIX: las tertulias literarias. En tales reuniones, Manuel Acuña fue una cele-
bridad. Convocadas por instituciones científicas, cívicas o sociales, la orden
del día incluía entre los discursos y los brindis inevitables, la lectura de una
o varias piezas líricas. En ese entendido, de los 82 poemas reunidos en sus
Obras pueden tomarse como piezas de ocasión, con los altibajos inevitables
que toda obra de encargo conlleva, cerca de la mitad de su producción.
Entre sus contemporáneos, el bardo saltillense gustaba de obsequiar, en
las tertulias de corte social, poemas autógrafos codiciados por los álbumes
nacarados o ebúrneos de las señoritas y señoras que se daban cita a estos
rituales decimonónicos. De aquellos “versos de salón” (Nicanor Parra dixit)
es posible rescatar algunos poemas como “Oda. A la memoria del eminente
naturalista el doctor Leonardo Oliva”, leída en sesión extraordinaria de la
Sociedad de Historia Natural el 17 de enero de 1873 con la presencia de
Sebastián Lerdo de Tejada, Presidente de la República tras la muerte de
Benito Juárez.
¿Cuáles son esos dos o tres poemas que sobreviven más allá del interés
¿arqueológico? ¿sentimental? ¿sociológico? de los historiadores de la litera-
tura mexicana del siglo antepasado? Para Marcelino Méndez y Pelayo, en
el balance de una antología de poetas de lengua castellana de 1892, eran
salvables de la criba solamente el “Nocturno” y “Ante un cadáver”. Un si-
glo después, Marco Antonio Campos anota: “…no deja de asombrarnos la
precocidad deslumbrante que lo llevó a escribir poemas como ‘A Laura’ su
primer gran instante lírico, a los 22 años; ‘Ante un cadáver’, la pieza maestra
del romanticismo tardío mexicano, apenas cumplido los 23; el ‘Nocturno’,
Ma
nu
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Po
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el
su
iCid
a
ramos de flores envenenadas, cuando estaba por cumplir los 24, y ‘Hojas
secas’, ya cerca del final de su vida…”3 En la antología, Poesía romántica
(1941), prologada por José Luis Martínez y seleccionada por Alí Chuma-
cero, la muestra del poeta coahuilense la integran ocho piezas: “La brisa”,
“La felicidad”, el soneto que comienza con “Porque dejaste el mundo de
dolores”, “A una flor”, “A un Arroyo”, “Gracias”, “Hojas secas” y “Ante un
cadáver”.
En su “antología de lector”, de “poemas y tipos de poesía, tanto o más
que de poetas”, es decir, en Ómnibus de poesía mexicana, Gabriel Zaid se
desentiende del gusto popular alrededor del “Nocturno”, ausente también
en la selección de Chumacero, y reproduce tan sólo algunos fragmentos
de “Ante un cadáver”, poema que también había escogido, décadas atrás,
Octavio Paz para una antología preparada para la UNESCO con traducción
al inglés de Samuel Beckett.4 Por supuesto, los frutos maduros y luminosos
del malogrado Manuel Acuña se cuentan con los dedos de una sola mano.
Desde un punto de vista literario, a nuestra lírica romántica le faltó ambi-
ción de límites más allá del desgarramiento emocional o del fragor nacio-
nalista. En la revisión a la antología citada, José Luis Martínez pone las
cartas al descubierto: “No es, empero muy rico el fruto de esta antología. De
ella salvamos la imagen de un romanticismo frenado, reducido a la propia
forma mexicana. De ella podrían salvarse, sobre todo, varios poemas y un
3 Manuel Acuña. La desdicha fue mi Dios. Compilación y estudio de Marco Antonio Campos,
Cuadernos de la Memoria. UAM, México, 2001, p. 29
4 En la versión beckettiana el título del poema es “Before a Corpse” y el primer terceto se lee
de la siguiente forma: “Well! there you lie already on the board / where the far horizon of our
knowledge / dilate and darkens to a vaster verge.”
Ma
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a Y
el
su
iCid
a
poeta.”5 Y por supuesto, no es Acuña la excepción romántica, sino el bardo
de la inspiración voluptuosa, el elegido por Rosario de la Peña, Manuel M.
Flores.
Pensando en una nueva edición de sus obras completas es deseable
que se tome en cuenta el trabajo de Pedro Caffarel Peralta, El verdadero
Manuel Acuña (1984, 1999), investigación rigurosa y legitimada por acudir
a testimonios y fuentes originales, incluidos los álbumes de Rosario de la
Peña y de su hermana Asunción, para fijar una importante colección de los
poemas de Acuña.
¿Termina o comienza una época para la poesía mexicana del siglo an-
tepasado con su suicidio? Las posibilidades de la lírica del vate coahuilense,
de no haber cedido a la tentación del cianuro, se abrían hacia dos dominios.
El primero, bajo el influjo de la poesía de Bécquer, perceptible en la serie
de poemas titulada “Hojas secas” y en el soneto “A un arroyo” dotaba a su
visión de varios elementos ausentes en su obra y en la de sus contempo-
ráneos: la naturaleza enigmática, la conciencia del poeta como parte de
un todo orgánico y la dualidad benéfica del amor y de la muerte. El otro
rumbo esbozado en su poesía se localiza en el territorio de la ironía y sus
diversas graduaciones; en poemas como “A la luna”, “Rasgo de buen humor”
y “En este campo do el placer rebosa” Acuña se desmarca de su habitual
patetismo y, en una suerte de monólogo, parodia los prestigios de la poesía
y de las buenas costumbres, adelantándose varias décadas a los “cuadros
en movimiento” de Gutiérrez Nájera y de López Velarde. Quizás, con una
dosis mayor de todos estos ingredientes, su poesía habría salvado al poeta
5 Poesía romántica. Prólogo de José Luis Martínez y selección de Alí Chumacero, Biblioteca
del Estudiante Universitario 30, UNAM, 1941, p. XXVI
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apartándolo del deseo, largamente añorado, de observarse como el objeto
de estudio de una plancha de disección en la Escuela de Medicina, a ima-
gen y semejanza del cuerpo de su más célebre y acabado poema, “Ante un
cadáver”.
A los pocos meses de su entierro6, con todos los honores laicos de un
vate de la nueva República, los amigos del malogrado Acuña dieron a la
imprenta la reunión de su poesía, dispuesta en un orden cronológico de
acuerdo a la aparición de cada pieza lírica en las múltiples publicaciones
periódicas. Después de esa edición vendrían otras, con el sello de editoras
francesas y españolas, como era costumbre en aquella época, incorporando
de tiempo en tiempo poemas no coleccionados. A lo largo y ancho del con-
tinente de la lengua castellana, la leyenda del poeta mexicano se divulgaba
con curiosa morbosidad, al tiempo que un ejército de declamadores reblan-
decía el alma de los asistentes en teatros abarrotados por devotos –de Ma-
drid a Buenos Aires, de México a Lima, de Barcelona a La Habana− que
repetían a coro los versos del “Nocturno (a Rosario)” que un actor al borde
del colapso desgranaba con voz de fatales y trágicas melodías.
6 Hasta ahora, la crónica ensayística mejor documentada, y por demás amena, en torno a la
tragedia de Acuña se encuentra en el capítulo III, “Un testamento de la ciudad romántica. (6
de diciembre de 1873)” del libro Elogio de la calle. Biografía literaria de la Ciudad de México
1850-1992 de Vicente Quirarte. Gracias a este estudio, conocemos los detalles de la víspera
de su encuentro con la del “rubor helado”así como del legendario cortejo de sus funerales,
otorgándonos mayores elementos para comprender el mito que comenzaba a gestarse alrededor
de la figura del poeta coahuilense.
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Figura 1. Inscripción sobre un cráneo(Manuel Acuña íntimo de Juan de Dios Peza)
Figuras 2-3. Antiguo Colegio de San Ildefonso(Retrato: La Escuela Nacional Preparatoria…, 1972;Antiguo Colegio: http://www.kiodigital.com/KIODIGITAL/contenidos/revistas/mexicanisimo/no37/final/files/assets/seo/page51.html)
Figuras 4-5. Escuela Nacional de Medicina(Retrato: Manuel Acuña íntimo de Juan de Dios Peza;Escuela: El palacio de la inquisición de Francisco de la Maza, 1985, cortesía del Archivo General de la Nación)
Figuras 6-9. Ediciones de su obra(Poesías de Garnier Hermanos, 1885; Poesías completas, Ediciones Papel de poesía; Obras de Manuel Acuña, Editoriales Maucci, 1898; Manuel Acuña: poesía y prosa)
Figuras 10-13. Obras relacionadas(Manuel Acuña visto a través de los Escritores Coahuilenses Actuales, 1974;Poesía reunida, 1999; Manuel Acuña íntimo de Juan de Dios Peza;Manuel Acuña en Ciudad de México de Marco Antonio Campos, 2001)
Figuras 14-17. Retratos de Manuel Acuña(Manuel Acuña de José Farías Galindo, 1971)
Figura 18. NocturnoGrabado de Miguel Canseco
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Figura 19. Manuel Acuña(Manuel Acuña de José Farías Galindo, 1971)
Figura 20. Juan Díaz Covarrubias(El parnaso mexicano, tomo II, 1886)
Figura 21. Ignacio Manuel Altamirano(El parnaso mexicano, tomo III, 1885)
Figura 22. Ondinas que se tienden por el aire(Obras de Manuel Acuña, Editoriales Maucci, 1898)
Figuras 23-24. Manuel Acuña en Saltillo(Colegio Josefino: Archivo Municipal de Saltillo;Mural: obra de Elena Huerta en el Centro Cultural Vito Alessio Robles. Fotografía: Gabriela Balleza)
Figuras 25-26. Manuel Acuña en Saltillo(Antiguo Teatro Acuña: Archivo Municipal de Saltillo;Mural: obra de Salvador Almaraz en el Palacio de Gobierno de Coahuila. Fotografía: Gabriela Balleza)
Figura 28. Guillermo Prieto(http://es.wikipedia.org/wiki/Guillermo_Prieto)
Figuras 29. Ignacio Ramírez(El parnaso mexicano, tomo II, 1886)
Figura 29-30. Dios y compañía, ópticos(Manuel Acuña íntimo de Juan de Dios Peza)
Figura 31. Juan de Dios Peza(Mil Personajes en el México del Siglo XIX: 1840 1870 de Enrique Cárdenas de la Peña, cortesía del Archivo General de la Nación)
Figura 32. La vida del campo(Obras de Manuel Acuña, Editoriales Maucci, 1898)
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Figura 33. Garcilaso, San Juan, Byron, Lavoisier(http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Retrato_de_Garcilaso_de_la_Vega.jpg; http://soloconamor.wordpress.com/2010/12/14/en-el-calendario-san-juan-de-la-cruz/; http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/a/a8/Lord_Byron_coloured_drawing.png; http://tyland.files.wordpress.com/2012/08/photo_lavoisier-antoine_laurent_de_001.jpeg)
Figura 34. Una traducción de Samuel Beckett(http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/0/09/Samuel_Beckett,_Pic,_1.jpg; Mexican Poetry, 1958 y 1965)
Figura 35. Ante un cadáver(Manuel Acuña íntimo de Juan de Dios Peza)
Figura 36. Retrato de Manuel Acuña(Obra de Manuel Muñoz Olivares, 1973. Fotografía: Gabriela Balleza)
Figura 37. Saltillo: la casa donde nació el poeta (Antigua: Manuel Acuña de José Farías Galindo, 1971; Actual: cortesía del arquitecto Arturo Villareal)
Figuras 38-40. La casa de Manuel Acuña(Cortesía del arquitecto Arturo Villareal)
Figura 41. José Martí(http://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Francisco_Mart%C3%AD _y_Zayas-Baz%C3%A1n)
Figura 42. Justo Sierra(http://www.inehrm.gob.mx/imagenes/jsierra/03.jpg)
Figura 43. El Giro(Obras de Manuel Acuña, Editoriales Maucci, 1898)
Figuras 44-45. El pasado(Obras de Manuel Acuña, Editoriales Maucci, 1898)
Figuras 46-47. Festejos del Centenario(Cortesía de Centro Cultural Vito Alessio Robles;El Corrido de Manuel Acuña de Miguel N. Lira)
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Figuras 48-49. Her Sacrifice(http://www.4shared.com/all-images/tajtBW0e/LIGIA_DE_GOLCONDA.html;http://www.amazon.com/Her-Sacrifice-Gaston-Glass/dp/B007NJTK34)
Figura 50. Obra de teatro El pasado(Cortesía de Gabriela Balleza)
Figuras 51-53. Influencia(Nocturno a Rosario de Wilberto Cantón, 1956; La lavandera de Pepe Monteserín, 2007; Cinco balas para Manuel Acuña de César Güemes, 2013)
Figuras 54-57. Influencia (Los tres García, de Ismael Rodríguez, 1946;Nocturno a Rosario, de Matilde Landeta, 1991;Acuña. La película, 2013)
Figuras 58-59. Escuela Nacional de Medicina(Placa: Archivo. Secretaría de Cultura de Coahuila; Patio: Fotografía de Lourdes Herrasti)
Figuras 60-62. Rotonda de los Hombres Ilustres(1949: Manuel Acuña de José Farías Galindo, 1971;2013: Archivo. Secretaría de Cultura de Coahuila)
Figura 63. Has sido AcuñaGrabado de Asis Jaramillo
Figura 64. Grabado de Navellier & L Marie SC (Poesías, Garnier Hermanos, 1885)
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Investigación:Saltillo: Alejandro Beltrán; Isabel Chávez Echeverri; René Gil GonzálezSaltillo, Monterrey, DF: Valeria Salas Carrillo
Transcripción y digitalización de textos:Alejandro Beltrán; Gonzalo Cárdenas
Semblanzas:René Gil González
Corrección:Alejandro Beltrán; José Antonio Santos Fernández
Apoyo administrativo y archivo digital:Denisse Alejandra Manzanares Vitela
Créditos
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Los editores (disculpándose por cualquier omisión involuntaria) agradecen
a las siguientes personas e instituciones por su apoyo, por las facilidades
brindadas para el desarrollo de este proyecto y/o por su confianza:
Agencia Literaria Carmen Balcells; Archivo General de la Nación; Archivo
Municipal de Saltillo; Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras de
la Universidad Autónoma de Nuevo León; Biblioteca Central y Centro
de Enseñanza para Extranjeros de la Universidad Nacional Autónoma de
México; Centro Cultural Vito Alessio Robles; Museo Miguel N. Lira del
Instituto Tlaxcalteca de Cultura;
Manuel Acuña Cepeda; Mirtea Acuña Cepeda; Juan Salvador Álvarez;
Mónica Álvarez Herrasti; Gabriela Balleza; Marco Antonio Campos; Álvaro
Canales Santos; Miguel Canseco; Patricia Carrillo Carrera; Alejandro Cortés
Cervantes; Edna Dávila Mata; Esperanza Dávila Sota; Evodio Escalante;
Eduardo Figueroa Orrantia; Julián Flores Olivares; Carlos Flores Revuelta;
Pedro García; Ana Sofía García Camil; Rafael García Sánchez; Mabel
Garza Blackaller, Diana Garza Islas; Julián Herbert; Lourdes Herrasti; Asis
Jaramillo; Román Luján; Ernesto Lumbreras; Lucas Martínez Sánchez;
Gerardo de Jesús Monroy; Guadalupe Muñoz; Jorge Palomares; Teresa
Pintó; Dolores Quintanilla Rodríguez; Lilia Rabiela; Guadalupe Ramírez;
Jorge Rangel; Jonathan Sandoval; Liliana Tanaka; Lucy Saucedo; Melissa
Torres; Marianne Toussaint Ochoa; Susana Veloz; Ignacio Valdez; Javier
Villarreal Lozano; Arturo Villarreal Reyes.
Agradecimientos
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
ObRA PoéTiCA, 2, editado en ocasión del CXL aniversario luctuo-so de Manuel Acuña, se terminó de imprimir en noviembre de 2013 en Saltillo, Coahuila de Zaragoza.
El tiraje consta de 2,000 ejem-plares. La impresión estuvo a cargo de Coordinación Editorial Dolores Quintanilla.
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M A N U E L A C U Ñ A E N C I U D A D D E M É X I C OM A R C O A N T O N I O C A M P O S
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“ L E J O S D E T I ” : U N A R O M A N Z A D E M A N U E L A C U Ñ AE D U A R D O F I G U E R O A O R R A N T I A
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R E L E Y E N D O A L I Z A L D E , R E L E C T O R D E A C U Ñ AG E R A R D O D E J E S Ú S M O N R O Y
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