Los mitos indígenas según Civrieux
Venezuela fue el lugar de llegada de muchos extranjeros, entre los cuales se encontraban los
franceses, quienes pisaron nuestras tierras en busca de nuevos horizontes, de nuevas historias
y para fundirse con el paisaje de estos mundos maravillosos, que un día deslumbraron a Colón
y a Humbolt, así como a tantos otros.
Maravillados en su hallazgo, algunos de ellos se quedaron de por vida, siendo uno de ellos Jean
Marc de Civrieux, quien llegó a Venezuela con la adolescencia y amó tanto la tierra, que eligió
la Geología para frecuentarla por dentro. Pero su pasión por las culturas arcaicas fue mayor.
Convivió con los Ye'kuana del río Cunucunuma, un afluente del Orinoco, y transcribió al
castellano su universo cosmogónico, dejándonos como reliquia sus obras desbordantes de
leyendas llenas de magia y mitos.
Jean-Marc de Civrieux vivió en permanente estado de encantamiento. Trasmite sus
experiencias de tal modo que nos lleva a imaginar al punto de sentir en carne propia sus
experiencias en su "conuco celestial":
Una tarde de 1999 le oí exclamar unas frases chamánicas en su biblioteca de La Mucuy Baja,
ese musgoso jardín del aledaño merideño: "¡El paují, el paují! Uno siente, entiende y
comprende el espíritu". Era la voz de quien habita muy alto, allá, en el sur de un Orinoco
estelar, donde se eternizan los hombres de la casa cósmica (Crespo, 2000: 98).
El fragmento citado es una muestra de ese encantamiento de Marc de Civrieux ante esa vida
mítica que le rodeó en sus pasajes y vivencias con el hombre nativo de las diferentes etnias en
las que convivió
.
Fueron muchas las obras y testimonios que nos dejó Civrieux. Obras que nos permiten conocer
sobre ese mundo mágico que subyace en las culturas del hombre indígena de nuestra tierra, y
que muchos de nosotros, nacidos en Venezuela, ignoramos.
Los misterios de los mitos y y la interpretación de las leyenda fueron centro de atención para
Cibrieux, al menos así se puede interpretar en el siguiente texto:
El mito es la tradición oral de las sociedades ágrafas naturales o preurbanas de la antigüedad y
de las muchas regiones todavía alejadas de las ciudades actuales. Se cuenta y se repite
incansablemente cada vez que los miembros de una misma tribu se reúnen para el rito
(Civrieux, 1985).
Entre las diferentes obras de Civrieux mencionaré una que bien vale la pena analizar, pues
engloba las leyendas épicas de la historia y de la creación del Makiritare, o Yekuana, gente que
vive a lo largo del banco norteño del río superior de Venezuela, una región de Orinoco de las
montañas y de bosques inexplorados. En ella se hallan temas como: la creación, la etnología, el
folklore, la mitología, las leyendas América Latina, leyendas de América del Sur, Antropología
Cultural, Indios de Yecuana, mitología de Yecuana, entre otros.
Para ilustrar mejor es mundo propongo la lectura del capítulo Marahuaka, correspondiente a
la mencionada obra, el cual se transcribe a continuación y posteriormente, la cual analizaré
posteriormente. Este canto es referido al el árbol de la vida, recurrente en otras mitologías de
las etnias americanas y de otras etnias de la tierra.
Marahuaka
“La gente antigua era muy pobre. No tenía árboles en la Tierra. Sólo comían cuando la Dueña
de la Yuka se apiadaba de ellos y les mandaba del Cielo, casabe y agua para todos. Un día
Wedama (la golondrina azul) y Kuchi (el cuchi-cuchi) decidieron subir al Cielo y encontrar el
camino que sólo conocía la hormiga 24, la enviada de la Dueña de la Yuca. Iban en busca del
árbol que ahora llamamos Marahuaka.
Era un árbol de frutas. Todas sus ramas daban frutas diferentes. El mismo árbol daba toda
clase de frutas. La madre de este árbol era la Yuca. La Yuka era su Dueña.
Wedama y Kuchi iban escondidos a buscar frutas. Pero, al sentirlos, las avispas se alborotaron,
y al escuchar el alboroto la Dueña de la Yuca fue a ver qué pasaba. -Se están robando la
comida, se están robando la comida-, decían las avispas con su alboroto. La golondrina se
escondió. Kuchi corrió, guardando un pedacito de ese árbol debajo de la uña. La Dueña de la
Yuca agarró a Kuchi y lo colgó por el pellejo. "Voy a morir", se dijo Kuchi. Y se puso a pensar en
su hermana, ella era una sabia que vivía en el Cielo. Se llamaba Lumakawa. "¡Ayúdame,
hermana!, así pensaba. Lumakawa bajó y le dijo: ¡Ahjá!, estás castigado por robar la comida".
Robé porque teníamos hambre aquí en la Tierra, ayúdame hermana, no quiero morir.
-Debe morir-. Dijo la Dueña de la Yuca, Faltó, robó comida.
-Tenía hambre, es mi hermano, te suplico, perdónalo. La Dueña de la Yuca lo perdonó, y él
volvió a la Tierra, con la astillita de yuca bajo su uña. Llegó, se convirtió en hombre otra vez. Se
sentó en su banco de piache y pensó.
Pensó, pensó: voy a hacer comida para todos los hombres. En la madrugada sacó la astilla de
su uña y la plantó. Al amanecer ya había un árbol muy alto, con muchas ramas y frutas de
todas las clases.
-Está hecho-. Dijo Kuchi, y comió.
Ese fue el principio de nuestra comida: al árbol Dodoima (Roraima.)Todavía se ve allí como una
montaña muy alta. Allí crecen todavía las frutas. Solas crecen. Nadie las siembra. Brotan como
recuerdos. Pero había gente que vivía lejos de Dodoima y no tenía comida. Era la gente que
vivía en la sabana de Kamaso. Kamaso envió una mujer a buscar una estaca. Caminó tres días y
habló con Kuchi. El le dio la estaca para que sembrara la comida de su gente. Pero sembraba la
estaca y apenas brotaba un retoñito con tres hojas. No crecía. Estaban tristes. Kamaso
cantaba, para que creciera la yuca, pero la Tierra no era buena. Mucho tuvo que caminar hasta
que encontraron Tierra buena. Tierra negra era. Había una mujer llamada Maduñawe. Ella
plantó la primera estaca. Y ahora si creció. Era de noche. De allí nació todo lo verde que hay
ahorita.
Al amanecer vieron el árbol altísimo. Lo llamaron Marahuaka. Sus ramas cubrían toda la Tierra.
Era un gran techo. Sus ramas estaban siempre retoñando.
Todos acudieron a mirar aquel Marahuaka. Iban todos, flacos y enfermos, llenos de hambre.
- ¡Llegó nuestra comida!- así gritaron, unos riendo, otros llorando. Eso cuentan los viejos, yo no
lo he visto. Pero el árbol era demasiado alto no sabían como coger las frutas. Todos esperaban
que cayeran. Cuando comenzaron a caer, caían los pesados racimos sobre ellos. Los mataban.
De todas partes caían frutas. No hallaban dónde esconderse. Morían aplastados. Fueron
llorando a pedir ayuda a Wanadi, el dios bueno, el resplandeciente.
Wanadi dijo: -Bueno, haré gente nueva, haré pájaros para ayudarlos. Tendrán alas para volar
hasta las ramas; cogerán las frutas. Así fue como nacieron los pájaros. Eran hombres también,
cuando querían. Wanadi clavó en la Tierra una hilera de estacas. Se sentó en su banco y cantó.
Fumaba, tocaba su maraka, cantaba, pensaba.
Así hizo esos hombres nuevos llamados pájaros.
Pero pasó lo mismo. Eran pesadas las frutas, se resbalaban, se caían, aplastaban a la gente.
Un pájaro dijo: -Así no sirve. Vamos a sembrar. Vamos a cultivar la Tierra.
Acabemos con la recolecta. Somos fuertes, somos pájaros. Cortemos el árbol y sembremos. El
que habló fue Semenia, el jefe de los pájaros. Era sabio, nos enseñó los cultivos. Fue nuestro
primer jefe. Así se hacen los conucos en la selva: se tumban árboles y luego se siembra. Los
antiguos sólo sabían recoger frutas silvestres, como los monos. Semenia los enseñó a trabajar
para conseguir su comida. Pero había dos que no querían trabajar. Eran el jaguar y la danta
(Maro y Wached).Buscaban frutas caídas y se hartaban, escondían lo que sobraba.
-Nosotros somos grandes- decían -. No le vamos a obedecer a los pájaros, que son chiquitos.
Semenia decía: -Trabajemos juntos, celebremos y luego repartiremos las primicias.
Pero ellos no obedecían, no aceptaban jefe, no compartían. Todos los miraban y decían: -Se
burlan de nosotros, se olvidan que existimos, tendrán su castigo.
Entonces los rodearon. Maro y Wachedi sintieron miedo. Semenia les dio un cedazo y los
mandó a buscar agua en el río Casiquiare (Kashishari.). Eran unos tontos se dejaron engañar,
no se puede coger agua con cedazo. Eran gente de Odosha el oscuro. Están desunidos, no
conocían el orden ni la justicia. Eran egoístas, no tenían jefe. Todo lo hacían sin mirar a los
otros.
Semenia se hizo jefe para enseñarnos. Nos dio las señales del trabajo y la riqueza. Trajo la
lluvia, la fecundidad, la obediencia para todos. Semenia dijo: Ahora vamos a sembrar.
Muchos pájaros trataron de cortar el árbol pero era muy duro, se quebraban sus picos.
Vinieron los carpinteros y tampoco, como si nada. Porque lo que cortaban volvía a crecer en la
noche. Entonces Semenia decidió que cortarían sin parar; mientras unos dormían otros
cortaban, así toda la noche sin parar. Ahora vino uno y dio el último picazo: era Wanadi, estaba
alegre.
- Ya está hecho-gritó. - ¡Va a caer!- gritaron los otros. No sabían hacia que lado correr.
Marahuaka no cayó. Quedó derechito, colgando del Cielo. Ahí estaba. Tranquilo.
No se movía. Con los ojos entornados, todos miraban. -¿Para qué tanto trabajo? El árbol no
caía. No entendían. Semenia llamó a Kadilo, la ardilla. -Anda rápido, a ver qué pasa.
-La ardilla subió trepando, miró y volvió. Ahora dijo:
-Se enredó en el Cielo. Las ramas son como raíces. Por eso cuelga.
Era como un árbol al revés.
- Sube otra vez y corta -dijo Semenia. Subió y cortó a Marahuaka. Así cayó el gran árbol. Todo
la Tierra se estremeció. Ramas, frutas, palmas, semillas, todo cayó. Pareció el fin de nuestra
Tierra.
Todos se encerraron en las cuevas acuclillados, con los ojos cerrados, tenían miedo. Cuando
abrieron los ojos llovía. Fue la primera lluvia. Por las ramas del gran árbol caía el agua a
raudales. Chorreaba el agua desde el Cielo y buscaba sus caminos en la Tierra. Así nacieron los
ríos. Orinoco. Padamo, Kunukunuma, Kuntinamo, otro, otro, todos los ríos. La Tierra se puso
blandita para ser sembrada. Las mujeres recogían estacas, semillas, pimpollos, retoños. Bajo la
lluvia recogían, para sembrar. Nacieron las cascadas, cayeron en la Tierra verde, nació la selva,
nacieron los conucos. El tronco de Marahuaka se partió en tres pedazos. Ahora son montañas,
las montañas más altas de la Tierra. Allí están, como recuerdo del día que llegó nuestra
comida. Alegre estaba la gente. La yuca crecía rápido. Entonces los hombres descansaron y
trabajaron las mujeres. Así hacemos ahora. Los hombres, cortan, preparan el conuco. Las
mujeres siembran, cosechan como al principio.
-Ahora vamos a bailar- dijo Semenia, -Vamos a cantar, comer, beber, recordar. Fue la primera
Fiesta de la Comida: Adahe Ademi Hidi, ese es su nombre. Como cantaron ellos, ahora
cantamos nosotros. Eso es Watunna; el recuerdo de nuestro principio. Nunca olvidamos. Para
no olvidar, cantamos. Siempre igual, ahora como antes. Así comemos una y otra vez.
Obedecemos, recordamos.
Comentarios sobre el texto
El texto comienza ubicándonos en los inicios, cuando no existía la comida, ni había árboles en
la tierra. Este sólo hecho nos transporta a la consideración de lo que podría ser el mundo sin lo
que tenemos actualmente. Imaginar que lo que existe hoy no ha existido siempre. Recordar
que hubo una primera vez. Nos encontramos también frente al primer árbol. Un árbol mestizo,
cargado de todas las frutas. Un árbol que todavía no se había "especializado". Imaginemos la
potencia de esta imagen en la mente infantil.
Pero, además era un árbol con madre: Yuca, el árbol madre por excelencia. El árbol primordial,
de donde proviene el pan de las etnias amazónicas (casabe, mañoco, mandioca) y su bebida
ritual más importante (yarake, kahiri, ire sari). La Yuca tiene su "dueña", su identidad
espiritual. Es una deidad vegetal y, como tal, vigila y castiga las infracciones de su reino.
Kuchi quien robó la astillita, tuvo la primera intuición: de aquella astillita podía retoñar el
arbusto de la yuca. Kuchi presintió el milagro de la reproducción. No obstante, Kuchi debe
morir porque robó comida. Ah, pero la Dueña de la Yuca es una deidad compasiva, tiene la
capacidad de ponerse en el lugar de todos los seres; por eso se apiada de él y lo perdona.
Los otros personajes que van apareciendo son animales de la fauna orinoquense: la hormiga
24, la golondrina azul, las avispas. Buena oportunidad para ver láminas de la flora y la fauna
Ye’kuana. Pero algunos seres tienen el poder de la transformación, así Kuchi en su condición
de shamán, se convierte en hombre y vuelve a la Tierra con su astillita de yuca bajo la uña y
trae la comida a su pueblo. Se sentó en su banco de piache y pensó. "Pensó, pensó: voy a
hacer comida para todos los hombres." ¿Qué significa pensar para los Ye’kuana? es una
pregunta que no podemos dejar de hacernos a lo largo de toda su mitología. Pensar y poder,
voluntad de crear.
Vemos aquí el referente mágico geográfico. El mito habla del famoso tepuy ubicado en la Gran
Sabana del Macizo Guayanés. Allí, en Dodoima, "crecen las frutas solas, nadie las siembra.
Brotan como recuerdos." La memoria sirve de metáfora a la prodigalidad de la tierra. Así como
los recuerdos siempre están naciendo, así como la memoria es eterna, así nacen desde
entonces los frutos del árbol mágico, Marahuaka.
"Kamaso cantaba, cantaba, para que creciera la yuca..." Se canta para que llueva o para que
pare de llover. Se canta para curar a un enfermo, para hacer la casa nueva, antes de sembrar el
conuco, al recoger la cosecha. Kamaso tenía el poder del canto. Pero por encima de su poder
estaba el poder de la tierra. Hacía falta tierra buena, pues la de la sabana está gastada y
empobrecida por el tiempo. Y de esa conjunción, canto-tierra, creció la estaca, nació el árbol.
Pero ahora era demasiado alto y aplastaba a la gente con el peso de sus frutos. Nada es fácil en
el aparentemente mundo paradisíaco de la selva.
Tuvieron que pedir ayuda a Wanadi. Entonces él hizo pájaros para ayudarlos. Pájaros que
también eran hombres. Wanadi se sentó en su banco mágico, tocó su maraka, fumó y cantó,
pensó. Todas estas acciones, son acciones rituales, actos de poder. No son acciones comunes,
están llenos de una carga mágica, constituyen el rito del shamán que se conecta con la energía
cósmica para crear. Crear hombres nuevos, llamados pájaros, para ayudar a su gente, para
crear la comida. Por eso Semenia, el primer jefe, el sabio que los enseñó a cultivar. ¿Será
casual que sea justamente un hombre pájaro quien descubra el secreto de la agricultura? Los
pájaros, esparcidores de semillas, propagadores del mundo vegetal. Hay otras razones de
orden práctico, sólo los pájaros podían coger los frutos de un árbol tan alto. Pero Maro y
Wachedi (el jaguar y la danta) no quisieron trabajar, transgredieron la norma colectiva: "... no
obedecían, no aceptaban jefe, no compartían... eran gente de Odosha... estaban desunidos, no
conocían el orden ni la justicia."
Vemos pues que Semenia, fue jefe y sabio, también porque les dio "las señales del trabajo y la
riqueza... la obediencia para todos." Es decir, los fundamentos de la organización social y
política, en función del bienestar común.
Aún faltaba una prueba. El árbol era muy duro, no se podía cortar. Y finalmente cuando lo
lograron, después de cortar día y noche sin parar, el árbol quedó con las raíces colgando del
Cielo. Era un árbol al revés. Un árbol esotérico, un árbol de la vida. Un árbol que existe en
muchísimas culturas de la tierra, he aquí un referente mítico que en tanto que universal, nos
hace sentir partícipes de un mismo mundo. Finalmente Kadilo, la ardilla, fue enviado por
Semenia y con sus dientes lo cortó. Con gran estrépito cayó el Marahuaka. Que todavía está
allí, cortado en tres pedazos, se volvió montaña. Después del gran temblor vino la primera
lluvia. Por las ramas del árbol caía el agua a raudales y así nacieron los grandes ríos: Orinoco,
Padamo, Kunukunuma, Kuntiamo... Son los ríos que todavía hoy navegan los Ye’kuana.
Entonces se ablandó la tierra y estuvo por fin lista para ser sembrada. Así nacieron los conucos.
Así nació todo lo verde. Así nació la selva. Las mujeres, bajo la lluvia, recogían estacas para
sembrar. Hoy, como ayer, son las mujeres quienes siembran el conuco Ye’kuana.
El tronco de Marahuaka se partió en tres pedazos que ahora son montañas, las más altas de la
tierra Ye’kuana. Allí están como recuerdo del día que nació la comida. Siempre recuerdos,
señales de origen. Entonces los hombres descansaron y las mujeres sembraron, ellas son las
fertilizadas, como la tierra, por eso ellas siembran y cosechan, y ellos cortan y preparan el
conuco. Todavía es así, desde ese primer día. Semenia los invitó a celebrar: "Vamos a cantar,
comer, beber, recordar." Esa fue la primera fiesta ritual de la comida, el Adahe Ademi Hidi, que
todavía celebran cada año cuando hacen el conuco nuevo. En esa oportunidad los
"ahichuriaha", los cantantes de Watunna, cuentan y cantan esta historia, recordando,
agradeciendo, recobrando la fuerza primordial.
Así como este capítulo analizado, hay algunos otros en la obra Watunna que nos pueden servir
para sentir la otredad indígena, la propia vida indígena, desconocidas por el hombre urbano,
quien ha subestimado estas culturas y saberes, las cuales, sin saberlo él forman parte de ese
pasado de nuestra historia, han sido y son los que nutrieron la estética, la música, el arte y las
ciencias de nuestros orígenes.
BIBLIOGRAFÍA
DE CIVRIEUX, Jean Marc (1992). Watunna: Un Ciclo de Creación en el Orinoco.
Caracas, Venezuela Monte Ávila Editores
ARGIMIRO, Jesús (1995) Oriente Universitario. Estudio sobre Marc de Civrieux
Cumaná: Universidad de Oriente
CRESPO, Luis (2000) Soñadores del sur. Humanistas franceses en la selva
venezolana. Caracas: Atlántica.
Enviado por josefina19641 13/10/2014
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