1º BACHILLERATO. PILAR MÁRMOL 1
LITERATURA MEDIEVAL. SIGLOS XIII, XIV Y XV (TEMAS 4 Y 6).
1. LITERATURA EN LA EDAD MEDIA: SIGLOS XIII Y XIV.
1.1. LAS PRIMERAS MANIFESTACIONES: LA LÍRICA MEDIEVAL.
1.- Lírica culta: Los trovadores provenzales del siglo XII fueron los primeros en cultivar
poesía en una lengua románica. Surgió hacia el año 1100 en Provenza y floreció en los siglos XII y
XIII. Su influjo se expandió desde el sur de Francia a toda la lírica culta europea.
1.1. Lírica culta catalana. Los poetas provenzales catalanes cultivaron tres formas básicas: la
cansó (poema amoroso que representa el amor cortés), el serventés (de carácter satírico), y la tensó
(poemas ingeniosos).
1.2. Lírica culta galllego-portuguesa. (XIII-XIV). Supuso la versión hispana de la escuela
provenzal. Las cantigas de amor son herederas de la cansó. El yo poético es un hombre que se dirige
a una dama, ante la que se queja de su indiferencia o de su actitud hostil.
2.- Lírica popular: Eran composiciones que se cantaban para acompañar los trabajos
agrícolas, las fiestas, las bodas, los entierros, y, principalmente, para manifestar el sentimiento
amoroso.
2.1. Jarchas. (S.XI) Constituyen la muestra más antigua de la lírica tradicional hispánica. Son
poemillas de pocos versos, en lengua mozárabe, que los poetas cultos árabes y hebreos incluyeron en
sus moaxajas. El tema es casi siempre amoroso: el emisor, una muchacha enamorada, cuenta su
sufrimiento a su madre o hermana. El léxico es sencillo y abundan las exclamaciones y las
interrogaciones.
2.2. Cantigas de amigo gallego-portuguesas. (ss. XIII-XIV) El emisor es también una mujer
enamorada que toma como confidentes a la madre, hermana o a la naturaleza. La naturaleza cobra
gran importancia, ya como confidente, ya como marco referencial.
1.2. LA ÉPICA MEDIEVAL: EL MESTER DE JUGLARÍA.
Los cantares de gesta son obras de género épico que narran en verso hazañas de héroes. En
España aparecen hacia el siglo XIII. La difusión oral de estas historias correspondería a los juglares,
actores y cantores errantes que iban de pueblo en pueblo actuando en las plazas o castillos. El juglar
se dedicaba profesionalmente a la recitación y su espectáculo debía reunir diversos ingredientes:
música, mímica, dramatización, malabarismo, etc… para atraer y mantener la atención del público:
el oficio de los juglares se denomina Mester de Juglaría.
El Mester de Juglaría posee un estilo propio de expresión. Métricamente, sus obras empelan
la tirada épica, es decir, una serie indefinida de versos de arte mayor en torno a las 16 sílabas con
cesura o pausa interna y rima asonante. Los juglares usaban recursos específicos para la recitación
oral:
- Son frecuentes las llamadas de atención al público para ganarse su interés.
- Se emplean fórmulas juglarescas, como deícticos (aquí), referencias visuales, gesticulación
para ilustrar expresiones, imitación de voces de los protagonistas del relato…
- Las repeticiones son constantes, ya que facilitan la memorización y la comprensión por parte
del receptor.
- Predominio de las oraciones simples y coordinadas, que eran más fáciles de recordar y
permitían improvisar.
- Uso del presente de indicativo para acercar la acción a los oyentes.
- Petición final de “soldada”, es decir, un sueldo por la actuación.
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La épica popular castellana es muy escasa, sólo se conservan 5000 versos en los que sólo incluimos
las obras escritas en métrica tradicional: rima asonante, de longitud irregular aunque con término
medio de 14 a 16 sílabas.
Conservamos tres poemas de épica popular: Cantar de Mio Cid (incompleto), Las mocedades de
Rodrigo (incompleto) y Roncesvalles (sólo nos ha llegado un breve fragmento de 100 versos). Si
tenemos en cuenta la diferencia con los conservados en la épica francesa, que asciende a un millón
de versos, comprobamos claramente esa escasez, que se debe a que estos manuscritos estaban
destinados a los juglares que eran los que los recitaban. No iban a las bibliotecas o a lectores
particulares y los juglares no se preocupaban de guardarlos, por lo que se podían perder con facilidad.
Sin embargo, en Francia si existían copias dirigidas a lectores privados que llegarían a conservarse.
EL POEMA DE MÍO CID.
Fecha y autoría.
Se conserva en setenta y cuatro hojas de pergamino de mediados del siglo XIV. Consta de 3730
versos, aunque faltan uno o dos folios del principio y otros tantos del interior, que se han podido
reconstruir gracias a las Crónicas de los veinte reyes (por Menéndez Pidal).
En el explicit se lee que Per Abbat le escrivió en el mes de mayo. En era de mill CC XLV. La era es
la del César, que se inicia en el 38 a.C., de modo que se fecha en 1207 de la era cristiana. Era normal
que los copistas dieran su nombre, como hace Per Abbat, de modo que su copia dataría de mediados
del XIV, fecha del pergamino. Sin embargo, son muchas las dudas que presenta tanto su datación
como su autoría.
Respecto a esta polémica, Menéndez Pidal, en principio, dice que fue compuesto en 1140 por un
juglar mozárabe de Medinaceli. Posteriormente revisa esta teoría y propone una doble redacción: la
primera parte compuesta en 1110 por un nativo de San Esteban de Gormáz, y la segunda parte
compuesta en 1140 por un juglar de Medinaceli, que añade los elementos más imaginativos. Pero hay
que corregir la fecha de 1140, pues los elementos históricos nos demuestran lo contrario: por ejemplo,
en esa fecha no se había descubierto el sello de las cartas (descubierto a finales del siglo XII). Al final
del escrito aparece la fecha de 1245 (era hispánica) Se lee muy mal porque está en números romanos
y queda en medio un vacío, lo que ha llevado a pensar que es de 1345. Si lo trasladamos al calendario
actual (era cristiana – restándole 38 años), equivaldría a 1207 o 1307.
Contenido y estructura.
El tema de la obra es el honor. El poema comienza “in media res” (en medio del asunto). Se divide
en tres partes o cantares:
1) Cantar del destierro. El Cid es desterrado de Castilla por el rey Alfonso VI y pierde su
honra. No se menciona la causa de esta desgracia, pero es sabido que se vierte una serie de acusaciones
contra el héroe, del que se dice que se había apropiado de los tributos de los moros al rey de Castilla.
En esta situación, el Cid se ve obligado a abandonar a su mujer, doña Jimena, a sus hijas, doña Elvira
y doña Sol, y todas sus pertenencias. Así, deja Castilla acompañado sólo de sus soldados más fieles.
Pronto participa en una serie de batallas para recuperar su honor y poder retornar a su tierra.
2) Cantar de las bodas. El Cid conquista Valencia, hecho que supone su principal victoria.
Desde allí, envía regalos al rey para ganar su favor y se conciertan las bodas de sus hijas con los
infantes de Carrión. El Cid recupera así su reputación militar y pasa a disfrutar de una situación
honrosa, tanto en el ámbito público como en el familiar.
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3) Cantar de la afrenta de Corpes. Los infantes de Carrión son objeto de las burlas de los
hombres del Cid por su cobardía. En el episodio del león, el animal aparece suelto en palacio mientras
don Rodrigo duerme. Los infantes se esconden aterrados. Cuando el Campeador despierta, atrapa al
león y lo reduce, pues estaba amaestrado. La cobardía de los infantes queda en evidencia. Al sentirse
humillados, deciden vengarse de las hijas del Cid, a las que llevan al robledal de Corpes, donde las
maltratan y abandonan. Vuelve así la deshonra a la vida del héroe. El guerrero pide ayuda al rey y
consigue que se celebren cortes en Toledo. Allí, los infantes son vencidos por dos hombres de
confianza del Cid. Las hijas del Cid se casan con los infantes de Navarra y Aragón, de modo que el
héroe queda emparentado con los Reyes de España. Así, el Campeador recupera su honra.
Estilo.
La obra posee voluntad de estilo, de ahí la multitud de detalles: anáforas, cultismos, tecnicismos
jurídicos, exclamaciones… Sus rasgos de estilo son los de la oralidad épica:
- Fórmulas: grupo de palabras repetidas en las mismas condiciones métricas y que expresan una
misma idea esencial, como los epítetos épicos: el que en buen ora nasció.
- Expresiones formulaicas: son fórmulas no expresadas en las mismas condiciones métricas.
- Motivos: partes de un tema frecuente repetidos: el correr de la sangre.
- Temas: lugares comunes: la descripción de una batalla.
- Fórmulas fáticas: oíd, viéredes,...
- Fórmulas exclamativas: Por ejemplo ¡Dios + que + adjetivo!
- Es una marca de oralidad, por lo que de mnemotécnico supone la parataxis y la esticomitia, o
ausencia de encabalgamiento.
- Binomios inclusivos: por ejemplo hombres e mugieres por todo el mundo.
1.3. EL MESTER DE CLERECÍA.
En la primera mitad del Siglo XIII, surge el Mester de Clerecía. Se llama así a la escuela de los
escritores cultos (clérigos) que eligen el romance como lengua literaria. Estos harán una literatura
mucho más regular que la juglaresca, con mayor cuidado en los aspectos formales.
La cuaderna vía será la nueva estrofa: cuatro versos alejandrinos (con cesura tras la séptima sílaba)
que riman entre sí en consonante: AAAA. Los temas tratados son eruditos y se basan en la tradición
escrita, a la que los clérigos tenían acceso. Los más abundantes son los religiosos, aunque no faltan
los históricos, como sucede en el Libro de Alexandre, los novelescos, como en el Libro de Apolonio,
o los de temática nacional, como el Poema de Fernán González.
OBRAS DE CLERECÍA EN EL SIGLO XIII.
Durante este siglo, el Mester de Clerecía emplea exclusivamente la cuaderna vía. Todas las obras son
anónimas, excepto las de Gonzalo de Berceo, el primer escritor con conciencia de autor. Obras:
- Libro de Apolonio. Se ha considerado como la obra más antigua del Mester de Clerecía
(hacia 1240). Es anónimo. Trata las aventuras y viajes de Apolonio, rey de Tiro, que al cabo de
muchos años y complicadas peripecias, recobra a su mujer Luciana y a su hija Tarsiana, a la que
encuentra convertida en juglaresa.
- Libro de Alexandre. El poema refiere la vida de Alejandro Magno, que interrumpe para
intercalar diversos episodios, como el relato de la guerra de Troya.
- Poema de Fernán González. Cuenta la historia del conde que fundó Castilla.
- Castigos y ejemplos de Catón. Era un tipo de libro que venía a enseñar el saber medieval
mediante los consejos que Catón le da a su hijo.
- Historia troyana polimétrica. Resumen en prosa del Román de Troyes, una de las múltiples
versiones francesas sobre la Historia de Troya.
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El autor que brillará en este siglo será Gonzalo de Berceo, con obras de índole religioso. Su obra
más importante es Milagros de Nuestra Señora, formado por 25 milagros realizados por la Virgen
María. En todos los milagros destaca la intervención de la Virgen en favor de sus devotos para salvar
su alma o protegerlos de algún mal. Lo más importante es la finalidad didáctica. Tratan de mover a
los lectores-oyentes a una vida recta por mediación de la Virgen María. Además, muchas de las obras
de Berceo, tienen una clara función propagandística: buscar fama e ingresos económicos para los
monasterios en los que vivió. Por eso escribe obras sobre vidas de santos ligados a ellos: Santo
Domingo de Silos, San Millán de la Cogolla y Santa Oria.
OBRAS DE CLERECÍA EN EL SIGLO XIV.
En el siglo XIV, vemos obras en cuaderna vía, pero en ella se irán dando cabida a determinadas
irregularidades métricas que rompen con una de las ideas básicas del XIII, de la definición propia del
Mester de Clerecía. Ya no es un mester “sin pecado”, sino que en él se incluyen tachas e
irregularidades.
Entre las obras del siglo XIV compuestas en este metro, encontramos algunas de escaso valor literario
y otra serie de obras que, apartándose del modelo de la cuaderna vía, brillan por su originalidad y
mérito. Entre las primeras encontramos: Vida de San Ildefonso, compuesta por el Beneficiado de
Úbeda, a finales del XIII (hacia 1303), de la que apenas conservamos 1000 versos y de una forma
muy corrompida; Libro de la miseria de omne, del siglo XIV (hacia 1375) y Proverbios de Salomón.
Entre las segundas, destacan: el Libro de Buen Amor y Rimado de Palacio, con una ampliación de
formas métricas. A estas obras se añaden el Poema de Alfonso Onceno, compuesto por Rodrigo
Yáñez (hacia 1348), y los Proverbios morales de Sam Tob de Carrión.
El Libro de Buen Amor, cuyo autor es el Arcipreste de Hita, posee contenidos diversos y su hilo
argumental es tan vago que a veces llega a desaparecer. Está escrita en forma autobiográfica. Se han
podido distinguir hasta siete elementos: relato amoroso, en forma autobiográfica, donde se narran
una serie de experiencias amorosas en primera persona que terminan con el desprecio de la amada;
fábulas orientales, siempre vinculadas al tema central como refuerzo didáctico; digresiones
didácticas, paráfrasis del Panfilus, a la que dedica más de 300 coplas; la alegoría de la Batalla de
don Carnal y doña Cuaresma, episodio extenso en forma de debate que culmina con el triunfo de
don Carnal y la llegada de un amor; composiciones líricas (Gozos de Santa María, las cuatro cantigas
de serrana,..) y la parte introductoria del libro que se trata de un prólogo en prosa en el que señala
la intención de la obra y añade varias coplas para explicar cómo se ha de entender el libro (mediante
la fábula de la pelea de griegos y romanos).
1.4. LA PROSA EN LOS SIGLOS XIII Y XIV.
PRIMERAS MANIFESTACIONES DE LA PROSA.
Las primeras manifestaciones de prosa castellana aparecen en textos jurídicos latinos, y son las
conocidas “glosas” silenses y emilianenses. Frecuentemente se escapaban en los escritos oficiales
palabras en lengua vulgar. Otras veces, alguien iba anotando la traducción vulgar de ciertos vocablos
al margen de los textos: son las llamadas glosas. Las primeras glosas aparecieron en el Monasterio
de San Millán y en el de Santo Domingo de Silos, y corresponden al siglo X.
Pero la verdadera prosa surge en la Edad Media por las escuelas alfonsíes. Hasta entonces,
todos los documentos se siguen redactando en latín, pues al romance no se le conocía aún categoría
para esa especie de escritos. La maduración del idioma tendrá lugar a principios del siglo XIII.
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ALFONSO X EL SABIO Y LA ESCUELA DE TRADUCTORES DE TOLEDO.
Sucedió en el trono a su padre Fernando III en 1252 y reinó hasta 1284. Su importancia literaria
radica en haber sido el creador de la prosa castellana. Siendo aún infante había patrocinado la versión
al castellano del Lapidario (1250) y del Calila e Dimna (1251), y apenas hereda el trono, emprende
la redacción del Setenario. Movido por su intenso castellanismo, amplió la orden de su padre
Fernando III, de que todos los documentos escritos en otra lengua se tradujesen al español. Él lo
extendió por todos los reinos que él fue conquistando
Alfonso X no fue el escritor de todas sus obras, pero sí el director. Mantuvo un grupo de
colaboradores que elaboraban las obras mediante su dirección. Muchos fragmentos parecen ser del
mismo rey que debió escribirlas o dictarlas porque contienen un aire muy personal. No obstante, el
mayor peso recae en los colaboradores. La selección de los hombres que formaron su equipo fue un
gran acierto. Dado que no había discriminación, dejaba las puertas abiertas para que obras de
cualquier cultura se pudieran incluir en la obra alfonsí. Este grupo de traductores se conocía con el
nombre de Escuela de traductores de Toledo.
En torno al monarca se congregan juglares y trovadores, jurisconsultos, historiadores y hombres
de ciencia. Prosigue la costumbre de que en las versiones de lenguas orientales trabajen emparejados
judíos y cristianos, y fruto de su labor conjunta son varias traducciones latinas, pero es más frecuente
que la obra quede en romance y que el cristiano ponga en castellano más literario la versión oral de
su compañero. Esta preferencia por un texto romance, absteniéndose de pasarlo al latín, respondía a
los afanes del monarca de la difusión de la cultura.
Lo único que tenemos verdaderamente literario de Alfonso X son las Cantigas de Santa María,
pero están escritas en gallego, puesto que aún no se consideraba al castellano como una lengua para
la poesía. Cuando llega la influencia provenzal del amor cortés, el castellano se impone. Él impone
la prosa en el español.
DON JUAN MANUEL Y EL CONDE LUCANOR.
Sobrino de Alfonso X, nace en el año 1282, y muere probablemente en 1348. Desempeñó
importantes cargos políticos. Ya con avanzada edad, se retiró al Monasterio de Peñafiel, fundado por
él, para entregarse al reposo y cuidado de su obra.
Es el primero que tiene conciencia de escritor, el primero preocupado por la posteridad,
conservación y transmisión de sus escritos. Así, en su introducción a El Conde Lucanor, nos facilita
la lista de sus libros y nos dice que ha depositado los originales en el Monasterio de Peñafiel, donde
los puede consultar cualquiera que haya encontrado errores de estilo o significado en su copia. Pero
se produjo un incendio en el monasterio, por lo que no se guardaron los originales y las copias que
nos han llegado son peores de lo que él criticaba.
Su mejor obra es sin duda El conde Lucanor, también conocida como Libro de Patronio
(1335). Se trata de 51 cuentos levemente enmarcados en una conversación que mantienen el Conde
Lucanor y su consejero Patronio: Lucanor platea un problema, Patronio le da consejo mediante una
historia, y se expone la conclusión.
Los cuentos reunidos en El Conde Lucanor son de muy diversa procedencia, tanto oriental
como occidental. Los hay que le han llegado al autor por medio de recopilaciones vertidas al árabe,
como el Calila o el Barlaam, y que se encuentran en las Mil y una noches. Otros proceden de los
fabularios esópicos y de Fedro, y un buen número de ellos aparecen recogidos en los repertorios
latinos de ejemplos para uso de predicadores. Pero, al lado de estos asuntos, el cuento situado en
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tiempos contemporáneos o adscritos a un personaje actual o reciente alterna con lo que era conocido
desde siglos.
Un aspecto curioso de la obra es el fenómeno especular: son historias que se reflejan unas en
otras. Hay un juego de metaficción. Por una parte, está don Juan Manuel, personaje real que escribe
el Prólogo con el yo narrativo; después, tenemos la relación Lucanor-Patronio; y luego, el exemplo
en el que también se pide consejo. Cuando se menciona a don Juan Manuel al final de cada cuento,
nos encontramos con el mismo que ha escrito el Prólogo, pero para el don Juan Manuel real, el prólogo
es ficción. Por tanto, hay cuatro planos: uno de realidad (don Juan Manuel) y tres de ficción (Don
Juan Manuel narrador, Patronio y Lucanor, y el exemplo).
Su originalidad es la habilidad narrativa y una doctrina especial: “provecho, facienda y
estado” son términos de gran importancia, es decir, el estatus social y económico, así como el interés
personal. Lo está dirigiendo a una determinada clase social, la alta, aquella que tiene “estado” y
“facienda” y que le aprovecha mantenerla.
2. LA POESÍA DEL SIGLO XV.
2.1. LA LÍRICA TRADICIONAL. LOS ROMANCES.
Los romances son poemas épico-líricos que se cantan al son de un instrumento. La fecha exacta
de estos textos no se conoce con certeza, sobre todo a causa de su transmisión oral y a su actualización.
Tenemos constancia de que ya existían canciones de este tipo en algunos países de Europa en los
siglos XI y XII, aunque en otros no aparecerían hasta el siglo XIV. A lo largo de este siglo XIV hay
una decadencia de la cuaderna vía, que se va haciendo cada vez más irregular, de modo que van
naciendo los romances, en principio, como división de versos de 16 sílabas.
Podemos señalar las siguientes características:
Esencialidad: se elimina lo superfluo, lo menos artístico.
Naturalidad: al pasar de boca en boca va adquiriendo la forma de expresión de la
colectividad.
Intuición, lirismo y dramatismo: al eliminar las partes descriptivas y las
innovaciones, el poema queda reducido al mínimo; pero se le añaden reiteraciones, enumeraciones,
exclamaciones, que lo convierte en una obra intensa, dramática, a veces con diálogo, aunque un
diálogo entrecortado y rápido, mínimo.
Impersonalidad: el tema se hace intemporal. Se elimina todo aquello que pudiera dar
información de la época en que se escribió o quién lo escribió, es decir, las circunstancias concretas.
Se universaliza.
Fragmentarismo: al eliminarse tantos elementos se suele comenzar el romance “in
media res”, es decir, en medio del asunto, y concluyen con el final trunco.
2.2. LA LÍRICA CULTA. POESÍA DE CANCIONERO.
El siglo XV es un siglo de transición, en el que se enfrentan y se funden a un tiempo las formas
culturales de la Edad Media con las nuevas tendencias que han de desembocar en el Renacimiento.
Es un momento en que se toma conciencia del valor general de la cultura, que deja de considerarse
una actividad exclusiva para constituirse en parte integrante de la vida civil, aunque en círculos muy
minoritarios aún. Con ello, la nobleza, concentrándose en torno a la corte real, se aficiona a las letras
y a las artes: de ahí la denominación de poesía palaciega o cortesana. Especial importancia tuvo en
este sentido la corte de Juan II.
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Por el hecho de haber sido recogida en cancioneros, suele darse a la poesía de este siglo el
nombre de poesía de Cancionero. Un cancionero es una antología de diversas exposiciones poéticas
realizada por algún poeta de la Corte. Algunos autores recogían poesía religiosa, otros una
determinada etapa. Pero, otras veces, no seguían ningún orden porque se trataba de hojas sueltas: a
estas antologías se le llamaban Cancioneros de poesías varias. Todo esto estaba también
condicionado por la falta de papel y de escritores, lo que obligaba a reunir en un volumen géneros y
autores distintos.
Uno de los primeros cancioneros y más importantes es el Cancionero de Baena, llamado así por
el nombre del recopilador, Alfonso de Baena. Este cancionero recoge composiciones de poetas de
finales del siglo XIV y principios del XV. Es una excelente muestra de la vida cultural de las cortes
de la primera parte del XV, y nos ofrecen una rica galería de personajes que alcanzan notoriedad más
allá de los márgenes estrictamente literarios, como Macías el Enamorado.
Otros cancioneros son el Cancionero de Stúñiga, el Cancionero de Colombia y el Cancionero
de Herberay de Essarts, Cancionero de Fernández de Ixas y Cancionero musical de Palacio
(llamado así porque acompaña con música cada composición).
MARQUÉS DE SANTILLANA.
Fue uno de los cortesanos más influyentes del reinado de Juan II. Fue además un gran humanista,
llegando a reunir una de las más importantes bibliotecas de su tiempo. Era un gran conocedor de
los escritores clásicos e italianos (Dante y Petrarca).
La producción poética de este autor puede clasificarse en tres bloques:
a) Poemas italianizantes (Sonetos fechos al itálico modo), de tema amoroso en su mayoría.
b) Obras doctrinales: obras religiosas, dedicadas a la virgen y a los santos.
c) Obras populares: Refranes que dicen las viejas tras el fuego.
d) Piezas de diversión y pasatiempo: aquí se incluyen sus canciones, decires líricos y
serranillas. En ellas no aparecen alegorías ni contenidos profundos. En sus canciones
(breves y sencillas) se hace transparente los tópicos del amor cortés.
JUAN DE MENA.
Este escritor es la verdadera encarnación del intelectual del momento. Fue un gran hombre de
letras. Estaba muy familiarizado con la cultura medieval y con el humanismo italiano (Dante,
Petrarca, Boccaccio). En sus obras intenta integrar la cultura clásica y el humanismo italiano con la
tradición castellana. Pero aun así, mantiene usos medievales en el recurso constante a los mitos
clásicos con el “exemplum”.
Su composición más célebre es Laberinto de Fortuna. Consta de 297 coplas en arte mayor.
Es un escrito alegórico, dedicado a Juan II (en cuya corte trabajó como secretario de cartas latinas y
cronista mayor), con una intencionalidad moral y política. Mena ofrece en esta obra una serie de
vicios y virtudes con el fin de presentar al rey unas pautas de comportamiento político, y a cualquier
caballero castellano del momento unas normas de correcta actuación ante situaciones de la vida.
JORGE MANRIQUE.
Es el más joven de los poetas del XV. Dedicó toda su vida al mundo de las armas. Manrique
era un noble y soldado que, al igual que otros muchos de su época, cultivaba la poesía en los ratos de
ocio, una poesía amorosa de salón, de estilo retórico. Su producción literaria no es extensa. En sus
escritos se muestra como un poeta cortesano, de cancionero. Sus poemas se distribuyen en tres grupos:
amorosos (la mayoría), burlescos (tres) y morales (Coplas a la muerte de su padre).
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Las Coplas a la muerte de su padre son su legado más importante. Debió de concluir su
redacción poco después de 1476, año del fallecimiento de Rodrigo Manrique, padre del poeta. Son
40 coplas de pie quebrado que constituyen una elegía a la muerte del padre. Manrique se lamenta
en ellas de la inestabilidad de la fortuna, de la fugacidad de las glorias humanas y del poder igualatorio
de la muerte. Sólo los méritos personales, la fama, vencen al tiempo. Constan de tres partes:
1) Consideraciones sobre la muerte en abstracto (coplas de la 1 a la 13). La voz del
poeta se diluye en la colectividad mediante la primera persona del plural. Nos invita a todos a
contemplar la fugacidad de la vida. Sin embargo, esa meditación con tono trágico se reviste de un
sentido liberador propio del cristianismo; esperanza de una vida posterior, la Eternidad.
2) Reflexión sobre la muerte de personajes históricos (coplas de la 14 a la 24).
Reflexiona mediante el tópico del “¿Ubi Sunt?” (¿Dónde están?), muy típico en el siglo XV. Aquí
se refiere a siete personajes concretos de la nobleza y realeza de la época. Se reflexiona sobre lo que
vamos dejando, no sobre los muertos del pasado, no sobre la muerte, sino sobre el morirse. No nos
da la imagen de un pasado frío y distante, sino como algo visto, imperioso, una realidad cercana.
3) Representación de la muerte concreta en la persona de Don Rodrigo (coplas de la
25 a la 40). Lo que encontramos aquí es el dolor personal de un hijo que acaba de perder a su padre.
Traza la figura del maestre, alabando sus virtudes y hazañas. Después habla de la muerte que afecta
sin estridencias, y que acepta con resignación cristiana. Describe la vida que se va. Pero, pese a todo,
la fugacidad de la vida deja de ser triste porque la muerte se convierte en fama y recuerdo, en otra
vida. La última estrofa termina con una nota de plenitud solemne que sugiere confianza y aceptación
de los límites de la existencia: «Nos dejó harto consuelo / su memoria».
2.3. LA PROSA DEL SIGLO XV. LA CELESTINA.
La Celestina es una trágica historia de amor. Calisto, joven burgués, rico e ingenioso,
persiguiendo a su halcón, entra en la huerta de Melibea y la ve. Melibea, joven y hermosa, hija única
de Pleberio y Alisa, pertenece a la clase privilegiada. Se enamora de ella y trata de obtener su favor,
pero es rechazado. Calisto le cuenta lo sucedido a su criado Sempronio, quien le recomienda tomar
los servicios de una vieja alcahueta, Celestina, pese a la opinión inicialmente contraria de Pármeno,
criado de menos edad. Ésta, mediante su sabiduría y sus hechizos, consigue unir a los jóvenes
enamorados. Después, los criados de Calisto, Pármeno y Sempronio, llevados por la codicia, matan
a Celestina que se niega a compartir con ellos la cadena de oro que Calisto le dio en pago de sus
servicios; a partir de ahí las acciones se suceden: Calisto muere al caerse desde el muro de la casa de
Melibea y ésta se suicida por amor. La obra finaliza con el llanto de Pleberio, padre de Melibea.
EDICIONES.
La obra se editó varias veces, pero las dos versiones principales son:
Comedia de Calisto y Melibea (Burgos, 1499). Es el título de la primera edición. Consta de
dieciséis actos y va precedida de la Carta del autor a un su amigo, en la que se exponen las
circunstancias que rodearon la creación del texto.
Tragicomedia de Calisto y Melibea (Sevilla, 1502). La obra se amplía hasta veintiún actos.
Aparece también un prólogo en el que se explica por qué se cambia el título y se incorporan
cinco nuevos actos, el Tratado de Centurio, incluidos entre el acto XIV y XIX.
AUTORÍA.
En la Carta del autor a un su amigo, se nos afirma que Fernando de Rojas no escribió el
primer acto, sino que se lo encontró y decidió continuarlo tardando quince días en terminarlo. Dado
que esto parece poco probable, se comenzó a cuestionar si la obra estaba escrita por una sola persona
o por dos. Hoy la doble autoría está comúnmente aceptada, aunque hay quien defiende a Rojas como
único autor.
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PERSONAJES.
Los personajes presentan un marcado carácter realista. No hay nada idealizado en ellos, ya
que poseen tantos defectos como virtudes. Aparecen todas las clases sociales.
Celestina es el personaje mejor trazado y más famoso de la obra. Es una vieja amoral, astuta
y codiciosa que vive de sus engaños y de los beneficios que éstos le reportan.
Calisto es un joven adinerado, enamorado de Melibea. Su única intención consiste en
conquistar a Melibea, de ahí que recurra a una alcahueta.
Melibea es una joven hermosa que, al principio, rechaza a Calisto. Va cambiando
gradualmente su opinión sobre él y, cuando se enamora, el amor será la razón de su vida. Vive con
sus padres y lleva su amor en secreto.
Pármeno y Sempronio son los criados de Calisto. Reflejan el fin del vasallaje medieval: no
buscan el bien de su señor, sino su propio beneficio y sólo son leales al dinero. Por ello, no dudan en
matar a Celestina.
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