MIJAIL LERMONTOV
MIJAIL LERMONTOV
BAILE DE MSCARAS
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MIGUEL YUREVCH LERMONTOV (1814-1841)
Aos fecundos e inmortales debi vivir Rusia
cuando simultneamente escriban geniales poetas como
Gogol, Pushkin, Lermontov, crticos como Belinski y
apuntaba el genial adolescente Fedor Dostoievski.
La gratitud, sentimiento poco comn entre los
hombres, fue una de las cualidades preciosas de Miguel
Lermontov. Los que vemos con qu facilidad los
escritores saquean o desmedran a sus colegas sin tener la
gratitud de dar a conocer las fuentes inspiradoras, nos
admiramos de la valiente gratitud de Lermontov,
discpulo y continuador de Pushkin, que supo casi
jugarse la vida por defender su bandera civil y potica.
Talento fecundo y precoz, Lermontov no poda
adquirir un volumen independiente mientras Pushkin
como un astro absorba la fama y el odio de sus
contemporneos. Cuando el autor de Boris Godunov
cae herido en el trgico duelo-asesinato, Lermontov sale
a defender la gloria del poeta y acusar a los asesinos.
En copias manuscritas reparte una elega que fue
publicada en Rusia mucho ms tarde, pero que se
transmite en seguida de mano en mano. Llega hasta el
conde Benkendorf, virtual jefe de polica del zar, que la
califica de incitacin a la revuelta.
En una de sus estrofas dice:
Vosotros, orgullosos descendientes
De antepasados conocidos por su cobarda.
Vosotros, cuyo servil taln ha hollado los restos
de familias maltratadas por el capricho de la fortuna.
Vosotros, que en vida turba rodeis al trono,
Verdugos de la Libertad, del genio y de la gloria,
Amparados a la sombra de la ley!
Vuestra turbia sangre no alcanzar siquiera
A lavar la justa sangre del poeta.
Con estos versos retadores que le cuestan el
confinamiento y que decidieron tal vez su trgico
destino, entra el poeta en el corazn de Rusia como el
heredero inmediato de Alejandro Pushkin.
ELEMENTOS DE SU BIOGRAFA
De brevedad inverosmil, los veintisiete aos de su
vida comienzan de esta manera.
Su madre: Mara Mijailovna Arsniev, perteneciente
a una opulenta familia aristocrtica, se casa con el militar
retirado de escasos bienes Yuri Petrovich Lermontov, a
pesar de la oposicin de su madre. Al poco tiempo nace
en la ciudad de Mosc, el 2 de octubre de 1814, Mijail
Yurevich Lermontov. El nio pierde la madre a los tres
aos de edad y como el padre no gozara de la buena
voluntad de la abuela, que ama apasionadamente al
nieto, queda ste bajo su influencia y educacin.
Desde nio crece en la residencia de su abuela, cerca
de la aldea de Tarjan. Asiste a los continuos roces
enemistosos entre su padre y su abuela, que dividen su
cario y atormentan su niez, reflejada ms tarde en su
obra literaria.
Preparado por preceptores ingleses y franceses, que
le dieron mltiple instruccin, ingresa en el ao 1828 a
los estudios regulares. Pero sus conocimientos son
superiores a los de sus profesores, y despus de dos
aos de choques continuos, en que manifiesta su
temprana y brillante erudicin, abandona los estudios.
Intenta trasladarse a la Universidad de San Petersburgo,
pero no obtiene xito y decide elegir la carrera militar,
ingresando en 1832 a la escuela de los Caballeros de la
Guardia. Igual que Pushkin, comienza a escribir versos
desde muy temprano. Pronto es autor de El prisionero del
Cucaso, Los Corsarios y otras obras que reflejan la vida y
las pasiones de los hombres del Cucaso, ambiente que
conoci durante su infancia. Ya desde sus primeros
estudios el poeta adolescente demostr tener un gran
sentido moral de la vida, de la sinceridad de los
hombres, y reaccion siempre con gran sensibilidad ante
la hipocresa y la bajeza de sus compaeros.
Los choques con sus maestros afinaron y
fortalecieron la conciencia de su talento. Muy temprano
escribe poemas, dramas, encendidas protestas en contra
de la esclavitud, llamados a la accin, motivos sobre el
dolor castrador de la soledad, temas que ocupan el
primer perodo de su creacin y preocupan su corazn y
su mente.
El talento del lrico ingls, romntico y rebelde, que
entusiasma a todos los poetas de su tiempo, encuentra
en Lermontov, como encontr en Pushkin, a uno de sus
ms fieles admiradores. El credo revolucionario de
Byron atrae a la juventud liberal revolucionaria de su
poca; pero Lermontov, tanto como Pushkin, dueos
de una personalidad muy propia, no aparecen en las
letras como simples imitadores del romntico ingls.
Conociendo la diferencia que lo separaba de Byron,
Miguel Yurevich afirma en un poema, al que pertenecen
estas estrofas:
No, yo no soy Byron, yo soy otro
Elegido tambin por fuerzas desconocidas,
Y, como l un vagabundo perseguido por el mundo,
Pero con el alma rusa...
El joven corneta del regimiento de Hsares de la
Guardia adquiere fama como poeta recin en el ao
1837, con sus poemas acusadores de la sociedad en que
viva, y penetrados de desprecio por la ruindad que lo
circunda. Su poema dedicado a Pushkin, La muerte del
poeta, termin por inquietar a la corte del zar y
decidieron que su sospechoso autor deba ser confinado
a un regimiento de castigo del Cucaso.
All se pone en contacto con los revolucionarios
liberales confinados despus del fracaso de la revolucin
decembrista de 1825 y traba amistad con A. Odoievski.
Ese ao de permanencia en el Cucaso es fecundo y
tiene una importancia decisiva en su obra. Las
vinculaciones de su abuela con figuras de la Corte le
permiten, despus de varios pedidos, volver a San
Petersburgo, en cuya sociedad vuelve a hallarse a
disgusto, pues cada vez es mayor el odio que le inspiran
los crculos del zar.
Anatematiza en sus poemas a esa multitud
interesada que rodea al trono, deseando con cada verso
romper la alegra frvola que lo rodea y arrojarle a los
ojos, valientemente, "poemas de hierro templados de
amarguras y de odio.
En los aos treinta y nueve y cuarenta escribe su
clebre triloga novelada, El hroe de nuestro tiempo.
En 1840, tres aos despus que Pushkin fuera
retado a duelo por un contrarrevolucionario francs
refugiado en Rusia, Lermontov es retado tambin a
duelo por el hijo del embajador francs, acusado de
divulgar calumnias sobre su persona. Durante el duelo,
Lermontov tira al aire y su contrincante no pega en el
blanco. Aunque el entredicho pareci concluir
felizmente, las consecuencias fueron harto penosas para
el poeta. Despus de analizar el duelo, un tribunal
militar decide condenar a Lermontov a un regimiento de
castigo. La intervencin de su abuela nuevamente hace
que el confinamiento no sea tan riguroso, pero, con
todo, es trasladado a un regimiento del Cucaso.
All vuelve a encontrarse con los revolucionarios de
su tiempo y conoce personalmente al que sera entonces
el primer crtico de Rusia. El encuentro de Belinski con
el poeta fue inolvidable para ambos. En una carta que
escribi despus de esta visita, Belinski dice:
Hace poco estuve en la reclusin de Lermontov y
por primera vez hablamos de corazn a corazn. Qu
profundo y poderoso espritu tiene! Con qu justeza
trata los problemas vinculados al arte y qu gusto puro y
profundo tiene... !
Durante su permanencia en el Cucaso, Lermontov
se ve obligado a participar en los choques de las tropas
zaristas en contra de los pueblos montaeses oprimidos.
Pero su conducta es rebelde y le gana el odio del zar
Nicols I, que trata de deshacerse del poeta, ordenando
que lo ubiquen en la primera lnea del frente. Rodeado
de intrigas y de persecusiones que van cercando su vida,
termina por ser ofendido y burlado por uno de sus
compaeros que lo reta a duelo y lo mata el 15 de julio
de 1841.
OBRA DEL POETA
La Revolucin Francesa, saludada jubilosamente por
su pluma en varios poemas, como tambin el
movimiento revolucionario de julio de 1830, no
alcanzan a reponerlo de la desesperacin motivada por
la derrota de los decembristas de 1825. La generacin de
los liberales revolucionarios no ve la posibilidad de una
nueva ofensiva en contra de la Rusia de la servidumbre
feudal. Un clima de depresin y de calumnia asfixiante
lo rodea y le inspira aquellos versos inolvidables:
Adis, Rusia,
Pas de esclavos, pas de seores.
Y adis a ustedes, uniformes celestes,
Y a vosotros, pueblo obediente.
Tal vez, tras la cordillera del Cucaso
Me librar de vuestros pajes,
De vuestros ojos vigilantes
Y de vuestras orejas siempre alertas.
Su odio no puede transformarse en accin y por ello
sufre. Vive en aos cuando la reaccin impone otros
caminos de lucha
y la historia exige un largo perodo preliminar para
crear las fuerzas de una nueva etapa de lucha.
Lermontov comprende con claridad su situacin trgica
y exclama:
Y como el delincuente ante la condena,
Miro el futuro con temor,
Miro el pasado con angustia,
Busco a mi alrededor un alma hermana.
Destinado histricamente a actuar en un perodo
que no le permita la solucin de los conflictos sociales,
penetrado de esa imposibilidad, a menudo se
preguntaba si el futuro comprendera el horror de la
existencia de su generacin que en los momentos de
mayor jbilo no poda olvidar la angustia de su tiempo.
Su generacin es, como deca Lunatcharski, el eco
sincero y profundo de la insurreccin de los
decembristas.
La obra mltiple de Lermontov ha dejado para la
literatura rusa poemas, dramas y novelas, de las cuales
El hroe de nuestro tiempo es tal vez su obra fundamental.
La novela consta de tres partes y su personaje principal
es Pechorin.
Escrita casi al mismo tiempo que la novela en verso
de Pushkin Eugenio Onguin, su personaje central tiene
ciertas caractersticas comunes que lo unen sin que el
personaje de Lermontov sea de ninguna manera la
imitacin del hroe pushkiniano. Pechorin es el joven
representante de la sociedad dirigente, con las
caractersticas y enfermedades sociales y psicolgicas de
su tiempo. Simboliza la culta juventud de la nobleza con
todas sus contradicciones. Lermontov presenta al
personaje con este retrato: tena una pequea mano
aristocrtica, una alta y noble frente despejada, cabello
claro y cejas y bigotes oscuros". Adems describe su
vestuario, presentando su resplandeciente y blanca ropa,
su elegante chaqueta de terciopelo. Cuando describe su
psicologa lo hace con brevedad, sealando que sus ojos
sonrean burlonamente, mientras l no sonrea, pues su
mirada penetrante y pesada pareca atrevida si no fuera
por su aspecto general tan indiferente. Su figura es de
complexin recia y de cintura fina, capaz de sufrir los
cambios de clima y una vida de trajn. Por otra parte,
sufra del sistema nervioso y segn expresin del propio
Lermontov tiene similitud con algunos personajes de
Balzac. Su fortaleza le permite permanecer largas horas
de caza, le sobra coraje para enfrentar un jabal, y al
mismo tiempo es de los que se resfran a la menor
corriente de aire o palidecen cuando golpean las puertas
y ventanas.
Lermontov pone en boca de su personaje estas
palabras: En m viven dos personas al mismo tiempo.
Una acta y otra la juzga... Toda mi vida -reconoce el
propio Pechorin- fue un eslabonamiento de
contradicciones lamentables entre el corazn y la
razn.
La dualidad de la enfermedad espiritual que aqueja al
personaje se manifiesta en su actitud frente a la vida.
Pechorin es un desencantado con apariencias de
indiferente. El pesimismo de Pechorin tiene un sentido
profundamente escptico. Pechorin dice de s mismo
que su alma est arruinada por la sociedad; la
imaginacin siempre inquieta, el corazn insatisfecho;
todo es poco, me acostumbr a la tristeza con la misma
facilidad que al goce y mi vida se torna cada vez ms
vaca. Y ms adelante agrega: mi juventud descolorida
transcurri en lucha con la sociedad y los mejores
sentimientos deb guardarlos en la profundidad de mi
corazn temiendo la burla. Y all ocultos murieron... Al
conocer bien la sociedad y sus resortes me hice hbil en
el manejo de esta ciencia de la vida... Y entonces en mi
pecho naci la desesperacin fra, impotente, cubierta
de amabilidades y sonrisas bondadosas. Yo me he
vuelto moralmente un invlido; la mitad de mi alma dej
de existir secndose, evaporndose, y muerta yo la
arranqu para arrojarla y me qued con la otra parte
dispuesta a vivir al servicio de cada uno, y nadie saba
siquiera de su existencia. Este estudio psicolgico es
acusador. Es la sociedad cruel de la tercera dcada del
siglo XIX que en Rusia deformaba y mutilaba las
mejores energas de la intelectualidad joven. El camino
penoso de los Pechorin fue abriendo la ruta para las
nuevas fuerzas que ms tarde actuaran en Rusia. De
aqu que, en efecto, la imagen de Pechorin fuera la
imagen del hroe de la sociedad dominante de su pas.
La composicin de esta novela, las imgenes y el
idioma son brillantes, teniendo en cuenta especialmente
que, hasta Lermontov, Pushkin apenas haba abordado
el relato o la novela corta y casi no existan traducciones
al ruso de las primeras novelas francesas. Gogol
consideraba que nadie haba escrito en Rusia con una
prosa tan perfecta y perfumada como Lermontov.
Sus obras de teatro El baile de mscaras, Los espaoles,
El hombre raro, Los dos hermanos, lo han consagrado en la
literatura rusa como dramaturgo de primera agua. El
camino abierto en el teatro mundial por el insuperado
genio dramtico de Shakespeare encontr en el espritu
de Pushkin y Lermontov a sus continuadores ms
respetuosos.
El baile de mscaras, que por su ttulo podra creerse
que slo encierra la conocida intriga de carnaval, es en
realidad el mero marco para desarrollar una tragedia
profunda de sentimientos universales. Adems de
reflejar con maestra diferentes tipos de la sociedad,
Lermontov aborda un carcter humano aun no reflejado
en literatura. Arbenin, el personaje central, encarna la
tragedia de los celos.
Podra decirse que despus de Otelo, el escritor ruso
no poda aportar ninguna novedad psicolgica a las
caractersticas del celoso marido de Desdmona. Sin
embargo, la diferencia entre Otelo y Arbenin es enorme
como la que hay entre el general moro y un hombre de
la alta sociedad rusa. Si bien es cierto, en ambos existe el
mismo prejuicio sobre la dependencia emocional
absoluta de la esposa al marido y el sentimiento de los
celos es universal, las condiciones histricas, la situacin
y sobre todo las caractersticas raciales y nacionales
imprimen rasgos propios a la tragedia de Lermontov. A
diferencia del general moro, primitivo, inculto y
colrico, Arbenin es escptico, culto, fino y fro.
Hombre acostumbrado a vencer los corazones
femeninos, de postura wildeana como la mayora de los
personajes de Lermontov, Arbenin ama, sufre, cela y
mata a su manera.
Su calculada aparente frialdad y autodominio
desafiante, esconden un subsuelo volcnico que se
manifiesta de otra manera. La elegancia y el
individualismo, sumados a un egosmo implacable,
hacen que la figura de Arbenin sea una creacin. El
dilogo antes de la muerte de Nina, que perece
envenenada por su celoso marido, es de un dramatismo
que pasma la sangre. La indeclinable decisin del
asesino es fra e inalterable, a pesar de las palabras de
inocencia de la vctima. La locura, castigo final que da el
autor al personaje por su crimen, continan esa
atmsfera de misterio que tiene la enigmtica psicologa
rusa, sobria, trgica y convulsiva hasta el extremo.
Es realmente asombroso que el autor haya podido
escribir este drama a los veinticuatro aos de edad,
creando personajes cuya comprensin requiere la
sabidura de los grandes dolores.
Otros sentimientos universales aparecen tratados en
la obra dramtica de Lermontov. Y si bien es cierto que
su obra El demonio no pertenece exactamente a este
gnero, es un poema dramtico de profundo contenido
filosfico, de gran vuelo, al que tal vez no fue ajena la
lectura en alemn del Fausto de Goethe.
Imgenes gigantescas se debaten en la accin
buscando el bien y la belleza.
El demonio viva para s mismo, aburrindose de s
mismo, y su egosmo le pesaba fatalmente. La vida sin
objeto, la falta de ideal, la penosa soledad, le hacen
exclamar:
Qu amargura angustiosa
Vivir todo este siglo,
Slo para gozar o sufrir...
Vivir para uno mismo,
Aburrirse de s mismo
Y en esta eterna lucha
No encontrar la victoria.
Compadecer siempre y no desear.
Ver, sentir y saberlo todo,
Tratar de odiar todo lo que existe
Y despreciar todo en el mundo.
Este pesimismo satura toda la obra de Lermontov,
pero no es un pesimismo descorazonador, es un
pesimismo acusador. Sus personajes estn condenados a
la inaccin por las condiciones histricas en que viven y
sufren de ello. Tambin revelan las causas que
disminuyen su energa y crean esa postura psicolgica
que ha denominado muy bien Mximo Gorki: .
El pesimismo de Lermontov es un sentimiento
real: en ese pesimismo vibra claramente el desprecio a la
sociedad que lo origina y lo condena; manifiesta una sed
de lucha como tambin de angustia y la desesperacin,
al tener conciencia de la soledad y la impotencia. Su
pesimismo est dirigido ntegramente en contra de la
sociedad dominante.
En los poemas lricos de sus primeros aos,
Lermontov afirmaba:
Yo debo actuar todos los das.
Yo debo hacer que cada da sea inmortal;
Como la sombra de un gran hroe, no puedo
comprender
Qu significa descansar
Con este espritu, esta energa y voluntad de accin,
al poeta le toca vivir la dramtica derrota de los
decembristas y la condena personal del confinamiento
riguroso. Todo esto explica la amargura de sus
personajes, condenados a la soledad en un pas de
esclavos y seores.
En su desafo a la Rusia de Nicols I, Mijail
Yurevich usa el tono lrico-social que le confiere el
derecho de ser uno de los precursores del lirismo
combativo en la poesa rusa. En uno de sus poemas dice
que su generacin envejecer por falta de accin; ante
el peligro, los jvenes vergonzosamente mezquinos, y
ante el poder, simples esclavos despreciables.
La nobleza qued reflejada en sus estrofas con sus
pequeas pasiones e intenciones mseras, clase que no
dejar al futuro ni ideas fecundas ni el genio de trabajos
comenzados.
Este poeta ruso quera salir del crculo que lo
rodeaba. Lermontov comprendi el papel humano, civil
y no slo literario del poeta. El lirismo de sus poemas El
profeta, El poeta y otros, lo demuestra. Al romper con esa
sociedad caduca, al despreciarla, marcha por el
verdadero camino y, como Pushkin, encuentra en el
pueblo, en los revolucionarios liberales de vanguardia, a
sus verdaderos amigos. En la descripcin de ciertos
personajes de Mziri, La cancin sobre el zar Ivn Vasilievitch
y otros de su novela El hroe de nuestro tiempo, aparecen
hombres del pueblo, montaeses o caucasianos, dotados
de la psicologa opuesta a la de los hroes de la sociedad
dominante. Sanos, viriles, audaces, tal vez ms
primitivos pero llenos de vitalidad optimista e imbuidos
de un amor pagano. Ya no son figuras cansadas y
anmicas. Son hombres temperamentales, apasionados y
resueltos, sensuales y pintorescos como la maravillosa
tierra del Cucaso, grandiosa y virgen, leal y voluptuosa.
Cuando el talento de Lermontov recin suba al
cenit, su vida fue quebrada definitivamente, dejando
para la literatura rusa una herencia sugestiva y
perdurable. Una serie de personajes de Turgueniev y de
Chejov ahondaron ms tarde los rasgos de los hombres
intiles de la sociedad y tienen raz en la psicologa del
hroe de su obra.
Junto con Pushkin y Gogol, Lermontov afirm la
orientacin crtica de la literatura de su tiempo,
educando al pueblo en el amor y el respeto de los
mejores sentimientos, en una prosa o verso de sutil
encanto y elegancia.
BAILE DE MASCARAS
1834-1835
DRAMA EN CUATRO ACTOS
PERSONAJES
Arbenin, Eugenio Alexaxidrovich. Nina, su esposa.
Prncipe Zviezdich. Baronesa Shgral. Kazarin, Afanasio
Pav1ovich. Shprij, Adam Petrovich. Mscara.
Funcionario. Jugadores. Visitas. Lacayos y sirvientes.
ACTO PRIMERO
ESCENA PRIMERA
SALEN PRIMERO: JUGADORES, EL PRNCIPE
ZVIEZDICH, KAZARIN Y SHPRIJ
(Sentados alrededor de una mesa y jugando a los naipes,
rodeados de curiosos).
JUGADOR 1 - Ivn Ilich, hago juego.
BANQUERO. - Comience noms.
JUGADOR 1 - Van cien rublos.
BANQUERO. - Aceptado.
JUGADOR 2 - Yo contino.
JUGADOR 3 - Usted tiene que mejorar su suerte,
pues no le ha ido muy bien.
JUGADOR 5 - Hay que doblar las apuestas.
JUGADOR 3 - De acuerdo.
JUGADOR 2 - Juegas toda la banca?... No creo
que resistas!
JUGADOR 4 - Esccheme, querido amigo: el que
hoy no se inclina no lograr nada.
JUGADOR 3 - (En voz baja al 1). Mucho
cuidado.
PRINCIPE ZVIEZDICH. - Banca!
JUGADOR 2 - Eh, Prncipe! La ira arruina la
sangre; juegue sin enfadarse.
PRNCIPE. - Deje por esta vez de darme consejos.
BANQUERO. - Cubro!
PRNCIPE. - Demonios!
BANQUERO. - Permtame recoger.
JUGADOR 2 - (Burlonamente). Veo que con esa
pasin est dispuesto a perder todo. Qu valen sus
galones?
PRNCIPE. - Los he logrado con honor y usted no
podr comprrmelos.
JUGADOR 2 - (Sale murmurando entre dientes).
Deba ser ms modesto con esta desgracia y a su edad.
(El prncipe bebe un vaso de limonada y se sienta
aparte, pensativo).
SHPRIJ. - (Acercndose, comprensivo). No le
hace falta dinero, prncipe? Puedo ayudarlo en seguida.
No es mucho el inters... Estoy dispuesto a esperar cien
aos.
(El prncipe inclina framente la cabeza y no le
responde. Shprij se aleja, disgustado. Salen Arbenin y
otros. Arbenin entra, saludando; se acerca a la mesa y
haciendo una seal se aleja con Kazarin).
ARBENIN. - Qu tal? Ya no juegas, Kazarin, eh?
KAZARIN. - Estoy mirando, hermano, cmo
juegan los dems. Y t, queridsimo, te has casado, eres
rico, te has vuelto un gran seor y has olvidado a tus
camaradas!
ARBENIN. - S, es cierto, hace mucho que no
juego con vosotros.
KAZARIN. - Siempre ocupado?
ARBENIN. - Ms con amores que con asuntos.
KAZARIN. - Concurres con tu esposa a los bailes?
ARBENIN. - No.
KAZARIN. - Juegas?
ARBENIN. - No... Me he calmado. Pero veo aqu
a mucha gente nueva. Quin es ese pituco?
KAZARIN. - Shprij, Adam Petrovich... Se lo
presento en seguida. (Shprij se aproxima y saluda). Aqu
le recomiendo a este amigo: Arbenin.
SHPRIJ. - Yo a usted lo conozco.
ARBENIN. - Yo, sin embargo, no recuerdo
haberlo encontrado antes, ni haber conversado con
usted.
SHPRIJ. - He odo hablar tanto de usted, que hace
mucho que deseaba conocerlo!
ARBENIN. - De usted no he odo hablar nada, por
desgracia, pero desde luego ya me enterar. (Secamente
responde al saludo, y Shprij, haciendo una mueca agria,
se aleja). No me gusta... He visto muchas caras, pero
sta es difcil de inventarla. A propsito: la sonrisa mala,
los ojos vidriosos. Mirndolo no parece un hombre y,
sin embargo, no parece un demonio.
KAZARIN. - Ay, hermano mo!; qu vale el
aspecto exterior? Que sea el mismo demonio... pero es
un hombre necesario. Si te hace falta, te dar un
prstamo. De qu nacionalidad ser? Es difcil
responder. Habla en todos los idiomas y lo ms seguro
es que sea judo. A todos los conoce, est en todas
partes, todo lo recuerda, todo lo sabe, tiene presente a
todo nuestro siglo. Fue vencido ms de una vez; pero
con los ateos es ateo, con los creyentes, jesuita; entre
nosotros, jugador perverso, y entre la gente honrada, el
hombre ms honrado. Para ser ms breve, ya lo amars,
te lo aseguro.
ARBENIN. - El retrato es bueno, pero el original
es malo. Y aquel alto, con bigotes, y de mejillas
rosadas? Seguramente mercader de una tienda de moda;
amante preferido, venido de tierras lejanas. Seguramente
un hroe, pero no en los hechos; maestro en el manejo
de la pistola.
KAZARIN. - Casi... fue licenciado de su regimiento
por un duelo, o quiz porque no asisti a l; tema ser
muerto; adems tiene una madre muy severa; cinco aos
despus fue retado a otro duelo y esa vez tuvo que
pelear en serio.
ARBENIN. - Y aquel de pequea estatura?
Despeinado y con sonrisa sincera, con una cruz y esa
tabaquera?
KAZARIN. - Truschov. Oh! Es un chico
inapreciable. Creo que estuvo de servicio siete aos en
Georgia o fue enviado con algn general; creo tambin
que con alguien all se ha peleado y recibi cinco aos
de castigo y una cruz colgada al cuello.
ARBENIN. - Oh! Es usted muy meticuloso en
elegir a sus nuevos conocidos.
JUGADORES. - (Gritando). Kazarin! Afans!
Pavlovichl Aqu!
KAZARIN. - Voy! (Con aparente inters). Voy
como un terrible creyente. Ja, ja, ja, ja!
JUGADOR 1 - Rpido!
KAZARIN. - Es que pasa una desgracia?
(Los jugadores conversan animadamente, luego se
calman. Arbenin observa al prncipe Zviezdich y se
acerca a l).
ARBENIN. - Prncipe! Qu hace usted aqu? Me
parece que no es la primera vez...
PRNCIPE. - (Disgustado). Eso mismo quise
preguntarle a usted.
ARBENIN. - Me voy a anticipar a su pregunta.
Hace ya mucho tiempo que los conozco y antes sola
frecuentar a menudo esta compaa; miraba con mucha
inquietud cmo giraba la rueda de la suerte y cmo
algunos salan victoriosos y otros vencidos. Yo no los
envidiaba y tampoco participaba con ellos de ese
camino. He visto a muchos jvenes llenos de esperanza;
ignorantes y muy dichosos en la ciencia de la vida; de
almas muy ardientes, para quienes el amor era el
objetivo de la vida. Los vi perecer muy pronto ante mis
ojos... Y he aqu que mi destino me trae nuevamente!
PRNCIPE. - (Tomando sus manos, conmovido).
He perdido!
ARBENIN. - Ya veo. Y qu hacer? Ahogarse?
PRNCIPE. - Oh! Estoy desesperado!
ARBENIN. - Hay slo dos remedios: hacer un
juramento y no jugar jams, o sentarse inmediatamente
de nuevo. Pero, para ganar aqu una jugada, usted
deber arrojar todo: la familia, los amigos y el honor;
usted deber probar, sentir framente su capacidad y su
alma, y por partes entregarla y acostumbrarse a leer
claramente en los rostros apenas conocidos por usted,
todos los impulsos y pensamientos, utilizar varios aos
en el hbil manejo de las manos y despreciar todo: las
leyes de la gente y las leyes de la naturaleza; de da
pensar, de noche jugar, jams estar libre de torturas y
que nadie adivine sus tormentos. No estremecerse
cuando junto a usted est un rival, maestro como usted
en el juego; esperar un fin feliz a cada instante y no
sonrojarse cuando abiertamente le digan Canalla!.
(Pausa. El prncipe, angustiado, apenas pone
atencin a sus palabras).
PRNCIPE. - No s qu hacer, ni cmo proceder.
ARBENIN. - Qu desea?
PRNCIPE. - Tal vez la felicidad...
ARBENIN. - Oh, la felicidad no est aqu!
PRNCIPE. - Es que yo he perdido todo... Ay,
deme un consejo!
ARBENIN. - Yo no doy consejos.
PRNCIPE. - Entonces... me sentar de nuevo...
29
ARBENIN. - (De pronto, tomndolo del brazo).
Espere un poco! Me sentar yo en su lugar. Usted es
joven, yo tambin fui joven y sin experiencia como
usted, engredo, y si... (Haciendo una pausa) alguien me
detena, entonces... (Mirndolo fijamente y luego
cambiando de tono). Deme usted valientemente la
mano, desendome buena suerte. De lo dems no se
preocupe, es asunto mo. (Acercndose a la mesa y
ocupando un lugar). No rechacen a este invlido.
Quiero probar tambin ahora mi destino. Veremos si
ahora la suerte proteger a su antiguo esclavo.
KAZARIN. - No pudo resistir... Se encendi aquel
viejo fuego. (En voz baja) Y ahora no hagas mal papel y
demustrales qu significa enfrentarse con un viejo
jugador.
JUGADORES. - Permiso! Los naipes son suyos;
usted es el dueo; nosotros somos ahora las visitas.
JUGADOR 1 - (Al odo de su compaero).
Cudate, y muy listos los ojos. No me gusta este Can.
Me va a cubrir el As con otro As suyo.
(El juego comienza. Todos se agrupan alrededor de
la mesa; se oyen algunas exclamaciones. Al final de la
conversacin varios de los presentes se alejan de la mesa
con aspecto sombro. Tomando del brazo a Kazarin,
Shprij se adelanta hacia el primer plano del escenario).
SHPRIJ. - (Con sorna) Se agruparon todos como si
comenzara la tempestad.
KAZARIN. - Me va a dejar aterrorizado por un
mes.
SHPRIJ. - Se ve que es un maestro.
KAZARIN. - Fue.
SHPRIJ. - Fue? Y ahora... ?
KAZARIN. - Y ahora?... Se cas y es muy rico, se
ha vuelto hombre de alta posicin; parece un corderito y
de verdad es aquel mismo animal... Alguien me dir que
se pueden perder las costumbres y vencer la naturaleza.
Es un imbcil el que afirma eso. Aunque aparente ser un
ngel, sigue llevando el demonio en el alma. Y aunque
t eres slo un nio, amigo mo (Golpendole el
hombro) comparado con l, tambin t ocultas un
demonio.
(Dos jugadores se acercan conversando en voz alta).
JUGADOR 1 - Yo te deca.
JUGADOR 2 - Qu hacer, hermano! Por lo visto
han chocado dos potencias. Tal vez es muy astuto. Pero
no, a todos los ha vencido uno por uno. Hasta da
vergenza recordarlo...
KAZARIN. - (Acercndose) Qu tal, seores, es
que ya no tienen fuerzas? Eh?
JUGADOR 1 - Arbenin es un crack.
KAZARIN. - Y? Qu tal, seores?
(Reina inquietud entre los jugadores).
JUGADOR 3 - De esta manera creo que llegar
hasta los diez mil!
JUGADOR 4 - (En voz baja) No resistir...
JUGADOR 5 - Veremos.
ARBENIN. - (Ponindose de pie) Basta!
(Recoge todas las monedas de oro y se aleja; los
dems quedan junto a la mesa; tambin Kazarin y
Shprij. Arbenin toma del brazo al prncipe y en silencio
le entrega el dinero. Arbenin est plido).
PRNCIPE. - Oh! Jams lo olvidar!... Usted me
ha salvado la vida...
ARBENIN. - Y su dinero tambin. (Con amargura)
Y en verdad es difcil decir qu vale ms.
PRNCIPE. - Qu gran sacrificio ha hecho por
m!
ARBENIN. - Ninguno. Estoy contento de tener la
ocasin para inquietar mi sangre y nuevamente encender
con ardor mi mente y mi pecho. Me he sentado a jugar
como si usted hubiera partido a un duelo.
PRNCIPE. - Pero poda haber perdido!
ARBENIN. - Yo? No!... Aquellos das
placenteros han pasado. Yo veo todo y conozco todas
las maas; es por eso que ahora ya no juego.
PRNCIPE. - Usted elude mi agradecimiento.
ARBENIN. - Para decirle la verdad, no lo soporto.
Jams, ni a nada ni a nadie le debo algo yo en la vida; y
si a alguien he pagado con el bien, no ha sido por
quererle demasiado, sino simplemente porque he visto
utilidad en eso.
PRNCIPE. - No le creo.
ARBENIN. - Quin lo obliga a creerme? Estoy
acostumbrado a eso desde hace mucho tiempo y si no
fuera por pereza me volvera hipcrita... Pero
terminemos esta conversacin. (Pausa). Si nos furamos
a divertir un poco, no nos hara mal ni a usted ni a m...
Hoy es fiesta y creo que hay baile de mscaras en la casa
de Engelhardt.
PRNCIPE. Es cierto.
ARBENIN. - Vamos.
PRNCIPE. - Estoy contento.
ARBENIN. - (Consigo mismo) Entre la multitud
descansar un poco.
PRNCIPE. - All hay mujeres, una maravilla!... Y
hasta dicen que suelen ir...
ARBENIN. - Que digan, a nosotros qu nos
importa. Bajo el disfraz, todas las clases son iguales; las
mscaras no tienen alma, ni nombre; tienen cuerpo; y si
la mscara esconde sus facciones, hay que quitarle el
antifaz con audacia. (Salen).
(Los mismos, menos Arbenin y el prncipe
Zviezdich).
JUGADOR 1 - Se ha declarado en huelga a
tiempo. Con l es intil jugar
JUGADOR 2 - No nos dio siquiera tiempo de
levantar cabeza.
LACAYO. - (Entrando) La cena est lista!
DUEO. - Vamos, seores! El champaa os
consolar de vuestras prdidas. (Salen).
SHPRIJ. - (Solo) Quisiera hacer amistad con
Arbenin... Pero tambin quiero cenar gratuitamente.
Cenar aqu..., averiguar an algo, y lo seguir al baile
de mscaras.
(Sale murmurando).
ESCENA II
MSCARAS, ARBENIN, LUEGO EL PRNCIPE
ZVIEZDICH.
(La multitud se pasea en el escenario. A la izquierda, un
canap)
ARBENIN. - (Entrando) En vano busco
distraccin en todas partes. Vivaz y ruidosa es la
multitud ante mis ojos, pero sigue fro mi corazn y
duerme mi fantasa. Son todos extraos para m y yo
tambin un extrao para ellos. (Se acerca el prncipe,
bostezando) He aqu la nueva generacin... y yo tambin
fui alguna vez joven como ellos, por lo visto. Qu tal,
prncipe? No conquist todava alguna aventura?
PRNCIPE. - Qu hacer? Hace una hora que
estoy buscando.
ARBENIN. - Ah!, usted quiere que la felicidad lo
busque a usted? Eso es muy nuevo... habra que hacerle
conocer...
PRNCIPE. - Todas las mascaritas son muy tontas.
ARBENIN. - Las mscaras nunca son tontas; si
calla, es misteriosa; si habla, es encantadora. Usted
puede siempre imaginar una sonrisa, una mirada que
adorne sus palabras... Por ejemplo, mire usted all, cmo
se yergue noblemente esa alta mscara disfrazada de
otomana... Qu gordita! Cmo respira su pecho, con
pasin y libremente! La conoce? No sabe usted quin
es? Tal vez una orgullosa condesa o baronesa. Una
Diana en la sociedad y una Venus en el baile de
mscaras. Tambin podra ser que esa hermosura lo
visitase esta noche por media hora en su casa. En
ambos casos, no pierda el tiempo. (Se aleja).
EL PRNCIPE Y LA MASCARITA
(Un domin se acerca y se detiene; el prncipe, de pie,
muy pensativo).
PRNCIPE. - Todo eso est muy bien... pero, sin
embargo, yo contino bostezando... Pero he aqu que
llega una... Ojal, Dios mo, que tenga suerte!
(Una mascarita, separndose del grupo, le golpea el
hombro).
MASCARITA. - Yo te conozco!
PRNCIPE. - Pero, por lo visto, poco.
MASCARITA. - Y hasta s qu es lo que ests
pensando.
PRNCIPE. - Entonces eres ms feliz que yo.
(Tratando de mirar debajo del antifaz) Si no me
equivoco, tiene una boquita esplndida.
MASCARITA. - Te gusto? Tanto peor.
PRNCIPE. - Para quin?
MASCARITA. - Para alguno de los dos.
PRNCIPE. - No veo por qu... No me asustars
con tus adivinanzas, y aunque no soy nada astuto, ya
averiguar quin eres.
MASCARITA. - As es que crees estar seguro del
fin de nuestra conversacin...
PRNCIPE. - Hablaremos y nos separaremos.
MASCARITA. - Ests seguro?
PRNCIPE. - T hacia la izquierda, yo hacia la
derecha...
MASCARITA. - Pero si yo estoy aqu con el nico
propsito de verte y de hablar contigo; si te dijese que
dentro de una hora me jurars que jams podrs
olvidarme; que seras feliz de entregarme la vida aunque
sea slo por un instante. Oh!, cuando yo desaparezca
como un fantasma sin nombre y escuches de mis labios
slo: hasta la vista...
PRNCIPE. - Eres una mascarita inteligente, pero
pierdes mucho tiempo hablando. Ya que me conoces,
dime quin soy yo.
MASCARITA. - T? Un hombre sin carcter, sin
moral, ateo, engredo, malo y dbil; en ti se refleja todo
nuestro siglo. Nuestro tiempo es brillante, pero
miserable. Quieres llenar tu vida, pero huyes de las
pasiones; quieres tener todo, pero no sabes sacrificarte;
desprecias a la gente sin corazn y sin orgullo, pero t
mismo eres juguete de esa gente. Oh, yo te conozco!...
PRNCIPE. - Eso me halaga mucho.
MASCARITA. - Tambin has hecho mucho mal...
PRNCIPE. - Sin querer, tal vez.
MASCARITA. - Quin sabe! Lo nico que s es
que no deberan quererte tanto las mujeres.
PRNCIPE. - Yo no busco amor.
MASCARITA. - No sabes buscarlo!
PRNCIPE. - Mejor dicho, estoy cansado de
buscarlo.
MASCARITA. - Pero si ella de pronto aparece ante
ti y dice: eres mo, acaso eres capaz de quedar
insensible?
PRNCIPE. - Pero quin es ella?... Desde luego,
un ideal...
MASCARITA. - No, una mujer... Y lo dems, qu
importa?
PRNCIPE. - Pero mustramela, que aparezca, y
sea valiente
MASCARITA. - T quieres demasiado. Piensa lo
que has dicho. (Breve pausa) Ella no exige ni suspiros,
ni declaraciones, ni lgrimas, ni ruegos, ni discurso
apasionado.
Pero dadme el juramento de abandonar todo
intento, de .averiguar quin es ella... y de todo, callar!...
PRNCIPE. - Juro por la tierra y por todos los
cielos y por mi honor!...
MASCARITA. - Mira, ahora vamos! Y recuerda
que no pueden haber bromas entre nosotros... (Se van
del brazo).
ARBENIN Y DOS MSCARAS
(Arbenin arrastra del brazo una mscara).
ARBENIN. - Usted me ha dicho tales cosas, seor
mo, que mi honor no me permite soportarlo... Usted
sabe quin soy yo?
MSCARA. - Yo s quin ha sido usted.
ARBENIN. - Qutese inmediatamente el antifaz.
Usted procede con falta de honradez.
MSCARA. - Por qu? Usted desconoce mi rostro
y es como una careta; yo lo veo a usted por primera vez.
ARBENIN. - No creo. Me parece que usted me
tiene demasiado miedo. Me da vergenza enfadarme.
Usted es un cobarde! Fuera de aqu!
MSCARA. Adis, entonces!... Pero cudese! Esta
noche le ocurrir una desgracia. (Desaparece entre la
multitud).
ARBENIN. Espere un poco!... Desapareci!...
Quin ser? Vea la nueva preocupacin que Dios me
ha dado. Ser algn enemigo cobarde, y yo tengo tantos.
ja, ja, ja, ja! Adis, amigo, que te vaya bien!
SHPRIJ Y ARBENIN
(Entra Shprij. Sentadas en el canap conversan dos
mascaritas; alguien se acerca, intrigndolas, y trata de
tomar a una de ellas de la mano... Esta,
desprendindose, se aleja, dejando caer sin darse cuenta
una pulsera).
SHPRIJ. A quin trataba usted sin piedad,
Eugenio Alexandrovich?
ARBENIN. - Nada, bromeaba con un amigo.
SHPRIJ. - Por lo visto, la broma era muy en serio,
pues se alejaba insultndolo.
ARBENIN. - A quin?
SHPRIJ. - A otra mscara.
ARBENIN. - Tiene usted un odo envidiable.
SHPRIJ. - Yo escucho todo, pero guardo completo
silencio, y jams me meto en asuntos ajenos...
ARBENIN. - Se ve. Entonces no sabe usted quin
es?... Pero cmo puede ser, no tiene usted vergenza?
De esto...
SHPRIJ. - De qu se trata?
ARBENIN. - No es nada, lo dije en broma...
SHPRIJ. - Diga no ms.
ARBENIN. - (Cambiando de tono) Sigue
visitndolo aquel morocho con bigotes? (Se aleja,
silbando una cancin).
SHPRIJ. - (Solo) Que se le seque la garganta... Se
re de m... pero t tambin andars pronto con cuernos.
(Confundindose entre la multitud).
MASCARITA 1 SOLA
(Aparece caminando rpidamente la 1 mascarita y muy
agitada se deja caer sentada sobre el canap).
MASCARITA. - Ay!... Apenas respiro... No hace
ms que seguirme. Y si... me arranca el antifaz!... Pero
no, l no me ha reconocido!... Cmo podra sospechar
de una mujer que la sociedad admira y envidia, que
olvidndose de todo se arroja a su cuello, rogndole
instantes de dulzura, sin exigir amor y slo compasin y
que le dice: soy tuya!. Este secreto jams lo
conocer... Que as sea!. .. Yo no quiero... Pero l desea
guardar de m algn objeto de recuerdo..., un anillo...
Qu hacer?... El riesgo es terrible... (Advierte una
pulsera en el suelo y la levanta) Qu dicha! Dios mo!
Una pulsera perdida. Esmalte y oro... Se la dar...
Esplndido!... Que me encuentre despus con ella.
LA 1 MSCARA Y EL PRNCIPE ZVIEZDICH
(El prncipe, con monculo, se acerca con paso
apresurado).
PRNCIPE. - Es la misma... Es ella!... Entre miles
la reconocera! (Sentndose en el canap y tomndola de
la mano) Oh, no te escapars!...
MASCARITA. - Yo no me escapo. Qu es lo que
quieres?
PRNCIPE. - Quiero verte.
MASCARITA. - La idea es ridcula! Estoy delante
tuyo...
PRNCIPE. - Es una broma perversa! Tu fin es
bromear, pero mi fin es otro... Si no me descubres
inmediatamente tus rasgos celestiales, te arrancar por la
fuerza ese pcaro antifaz...
MASCARITA. - Vaya una a comprender a los
hombres!... Est insatisfecho... Le es poco saber que yo
lo amo... Pero no, usted quiere todo; usted necesita mi
honor para mancillarlo. Para encontrarme despus en
un baile o en un paseo y poder contar esta alegre
aventura a los amigos, y para quitarles las dudas,
decirles, sealndome con un dedo: es ella.
PRNCIPE. - Yo recordar su voz.
MASCARITA. - Eso s que es gracioso. Encontrar
cien mujeres que hablen con esta misma voz; lo
avergonzarn cuando se acerque, y eso no estara mal.
PRNCIPE. - Pero mi felicidad no es completa.
MASCARITA. - Vaya a saberlo! Tal vez usted
deba bendecir a la suerte que no me haya quitado el
antifaz. Tal vez soy vieja y fea...
PRNCIPE. - T quieres asustarme, pero
conociendo la mitad de tus maravillas, cmo no
adivinar las dems?
MASCARITA. - (Intentando alejarse) Adis para
siempre.
PRNCIPE. - Oh, espera un solo instante! No me
has dejado nada de recuerdo, no tienes ninguna
compasin para este pobre loco.
MASCARITA. - (Alejndose) Tiene razn... me da
lstima... Tome esta pulsera.
(Arroja la pulsera al suelo; mientras l la levanta, ella
desaparece entre la multitud).
EL PRNCIPE Y LUEGO ARBENIN
PRNCIPE. - (Buscndola en vano con la mirada)
Me he quedado con un palmo de narices. Es como para
perder el juicio!... (Viendo a Arbenin) Ah!
ARBENIN. - (Acercndose pensativo) Quin ser
ese mal adivino?... Debe conocerme... y seguramente no
es una broma.
PRINCIPE. - (Acercndose) Me ha servido muy
bien su leccin de hoy.
ARBENIN. - Me alegro en el alma.
PRNCIPE. - Pero la felicidad lleg volando sola.
ARBENIN. - S, la felicidad es siempre as.
PRNCIPE. - Apenas cre que ya la tena, pens:
esto es todo, cuando de pronto como un soplo (sopla
en la palma de la mano) ha desaparecido. Ahora puedo
estar seguro que si no ha sido un sueo soy un gran
idiota.
ARBENIN. - Como yo no s nada, no puedo
discutir.
PRNCIPE. - Usted siempre bromeando. No
podr ayudarme en esta desgracia. Le contar todo... (Le
habla al odo). Qued completamente asombrado. La
pcara se arranc de mis brazos... y he aqu el lamentable
fin y todo como un sueo. (Mostrndole la pulsera)
ARBENIN. - (Sonriendo) No comenz tan mal...
Mustremela! La pulsera es bastante delicada, y creo
que yo la he visto alguna vez. Espere un poco pero no,
no puede ser... He olvidado...
PRINCIPE. - Dnde la volver a encontrar?...
ARBENIN. - Arrglese con cualquiera; hay muchas
bellas, no cuesta mucho encontrar...
PRNCIPE. - Pero si no es ella...
ARBENIN. - Tal vez sea muy fcil. Acaso es una
desgracia... Imagnese...
PRNCIPE. - No, yo la escucho desde el fondo del
mar; la pulsera me ha de ayudar.
ARBENIN. - Qu le parece si damos unas
vueltas? Si ella no es del todo tonta, hace rato que se
habr ido sin dejar huella.
ESCENA III
SALE EUGENIO ARBENIN Y UN LACAYO
ARBENIN. - Pues bien, la velada ha terminado...
Qu contento estoy! Ya es tiempo de olvidarme un
poco, aunque en mi mente aun se agita toda esa
multitud pintoresca..., ese baile de mscaras. Pero para
qu estuve? No es acaso algo ridculo? A un amante le
he dado consejos, hice adivinanzas, compar pulseras y
he soado por otros, como hacen los poetas. Dios
mol, ese papel ya no est de acuerdo con mis aos. (Se
acerca el lacayo) Ha vuelto la seora?
LACAYO. - No, seor.
ARBENIN. - Cundo regresar?
LACAYO. - Prometi volver a las doce de la noche,
seor.
ARBENIN. - Ya son cerca de las dos de la maana
y aun no ha regresado. No se habr quedado a dormir
en algn lado?
LACAYO. - No s, seor.
ARBENIN. - Por lo visto. Puedes irte. Coloca una
vela sobre la mesa. Si me haces falta, te llamar.
(El lacayo sale, y Arbenin se sienta en un silln).
ARBENIN. - (Solo) Dios es siempre justo! Y yo
tambin estoy destinado a cargar con mi tristeza por
todos los pecados de mis tiempos idos. Hubo veces en
que esposas ajenas me estuvieron esperando, y ahora
soy yo quien espero a mi esposa... En un crculo de
adorables mujercitas infieles he perdido en vano y
tontamente mi juventud; fui amado con frecuencia, con
ardor y apasionadamente, y, sin embargo, a ninguna de
ellas la he querido de verdad. Al comenzar la novela ya
saba cmo deba terminar; y para muchas tena palabras
de amor para sus corazones, como cuentos tienen las
nodrizas... La vida se me ha hecho penosa y aburrida.
Alguien me dio un consejo muy astuto: csate..., para
tener el derecho sagrado de no amar a nadie ms que a
tu mujer, y he encontrado una esposa, humilde creacin
humana; era delicada y esplndida como un cordero del
Seor y la llev conmigo hacia el altar... De pronto se ha
despertado en m aquel olvidado sabor y mirando en mi
alma muerta he visto que la amo y vergenza me da -
qu horror!-, nuevamente los sueos, nuevamente el
amor se agita en mi pecho vaco y como un trompo
quebrado, de nuevo he sido arrojado al mar sin saber si
volver a la costa... (Queda pensativo).
ARBENIN Y NINA
(Nina entra en puntas de pie y desde atrs lo besa en
la frente).
ARBENIN. - Oh, salud, Nina!... Por fin! Ya era
tiempo.
NINA. - Acaso es tan tarde?
ARBENIN. - Hace una hora que te estoy
esperando.
NINA. - En serio? Ay, qu agradable!
ARBENIN. - Qu pensar el tonto. El espera y...
NINA. - Ay, mi Creador!... Siempre ests de mal
humor! Miras amenazante y nada te satisface; me
extraas cuando estoy lejos y cuando nos encontramos,
rezongas. Mejor dime sencillamente: Nina, abandona el
mundo, yo voy a vivir contigo y slo para ti. Para qu
te hace falta otro hombre? Algn pituco de boulevard,
vaco y sin alma, entallado en un corset que contigo se
encuentra desde la maana hasta la noche y yo slo
puedo decirte algunas palabras en todo el da? Dime
todo esto, estoy dispuesta a escucharte. Estoy dispuesta
a enterrar mi juventud en una aldea, dejar los bailes, las
fiestas y las modas y esta libertad aburrida. Dmelo
sencillamente como a un amigo... Pero para qu hacer
fantasas. Supongamos que me amas, pero creo que no
me celas a nadie.
ARBENIN. - (Sonriendo) Qu hacer? Estoy
acostumbrado a vivir sin preocupaciones y tener celos
es ridculo...
NINA. - Desde luego.
ARBENIN. - Ests enfadada?
NINA. - No, te lo agradezco.
ARBENIN. - Te has puesto triste.
NINA. - Yo slo digo que t no me amas.
ARBENIN. - Nina!
MINA. - Qu hay?
ARBENIN. - Escucha. El destino nos ha unido
para siempre... Ni t ni yo podemos juzgar si es un error
tal vez. (Atrayndola, trata de sentarla sobre sus rodillas
y besarla). Eres joven de alma y de cuerpo. En el
enorme libro de la vida, t has ledo nicamente la
portada, y ante ti se descubre un mar de felicidad y de
maldad. Marchas por cualquier camino con esperanzas y
sueos. Ms adelante todo te espera. El pasado de tu
vida es una pgina blanca. Sin conocer tu corazn ni el
mo te has entregado y me amas; yo te creo. Pero amas
jugando ligeramente con los sentimientos y haciendo
travesuras como una nia. Yo amo de otra manera; yo
he visto todo, he adivinado todo y todo he
comprendido y conocido. He amado con frecuencia,
ms a menudo he odiado y ms que nada he sufrido. Al
principio todo lo he deseado, luego lo he despreciado; a
veces yo mismo no me he comprendido y otras veces el
mundo a m. En mi vida he visto las huellas de la
maldicin y framente he cerrado el camino para mi
felicidad sobre la tierra... As pasaron muchos aos.
Aquellos das envenenados de inquietudes de mi viciosa
juventud, con qu repugnancia profunda los recuerdo
recostado ahora sobre tu pecho! Antes,
desgraciadamente, no conoca el valor que representabas
t para m. Pero por suerte, esa corteza ruda pronto fue
cayendo de mi alma, y nuevamente se descubri ante
mis ojos el mundo, y por cierto, esplndido; y he
renacido para la vida y para el bien. Pero sabes,
nuevamente a veces no s qu espritu maligno me atrae
a la tempestad de los das pasados y borra en mi
recuerdo tu mirada clara y tu milagrosa voz. En la lucha
conmigo mismo, bajo el peso de penosos pensamientos,
me vuelvo callado, severo y sombro; a veces temo
mancharte con mis manos; temo que te asuste un
quejido, el sonido de un tormento, y es entonces me
dices que no te amo.
NINA. - (Mirndolo cariosamente le acaricia la
cabeza). Eres un hombre raro. Cuando me hablas con
tanta elocuencia de tu amor, y tu cabeza arde y tus ideas
brillan en los ojos, entonces yo creo fcilmente en todo;
pero a veces... con frecuencia...
ARBENIN. - Con frecuencia?...
MINA. - No, a veces...
ARBENIN. - Yo tengo el corazn demasiado viejo
y t eres demasiado joven, pero podramos sentir igual.
Recuerdo que a tu edad yo crea en todo sin discusin.
NINA. - Nuevamente ests insatisfecho... Dios
mo!
ARBENIN. - Oh, no! Yo soy feliz, feliz... Yo soy
un calumniador cruel y enloquecido, alejado de la
multitud mala y envidiosa. Yo soy feliz... Yo estoy
contigo. Dejemos el pasado. Olvidemos los recuerdos
negros y penosos. Yo veo que el Creador te ha
bendecido y te ha enviado para m. (Le besa las manos y
de pronto advierte que le falta una pulsera; se detiene
bruscamente y palidece).
NINA. - Has palidecido, tiemblas... Oh, Dios mo!
ARBENIN. - (Ponindose bruscamente de pie)
Yo? No es nada! Dnde est la otra pulsera?
NINA. - Se ha perdido.
ARBENIN. - Ah! Con que se ha perdido?
NINA. - Qu tiene? No es una gran desgracia. No
ha de costar ms de veinticinco rublos, desde luego...
ARBENIN. - (Consigo mismo) Perdido... Por qu
estoy tan turbado? Qu sospecha tan extraa me asalta?
Oh! Aquello fue un sueo y recin he despertado?
NINA. - Yo realmente no te puedo comprender.
ARBENIN. - (Con los brazos cruzados, la mira
fijamente). La pulsera se ha perdido?
NINA. - (Ofendida). No, yo miento!
ARBENIN. - (Consigo mismo) Pero qu parecida,
qu parecida!
NINA. - Seguramente se me ha cado en la carroza.
Habra que ordenar que la revisen. Yo no me la hubiera
puesto si hubiera imaginado que podras...
(Entra el lacayo, respondiendo al llamado de
Arbenin).
ARBENIN. - (Al lacayo) Revisa la carroza de arriba
a abajo; se ha perdido una pulsera... Dios te libre volver
sin ella! (A ella) Se trata de mi honor y de mi felicidad.
(El lacayo sale. Despus de una pausa, dirigindose a
ella) Y si no encuentran all la pulsera?
NINA. - Quiere decir, entonces, que la he perdido
en otro lado.
ARBENIN. - En otro lado? Y dnde? T sabes?
NINA. - Es la primera vez que lo veo tan avaro y
tan severo; y para calmarlo rpidamente maana mismo
encargar una pulsera nueva. (Entra el lacayo).
ARBENIN. - Qu tal?... Habla, rpido...
LACAYO. - He revuelto toda la carroza...
ARBENIN. - Y no la has encontrado?
LACAYO. - No, seor.
ARBENIN. - Ya saba... Puedes irte. (Mirando
significativamente a la mujer).
LACAYO. - Seguramente la ha perdido en el baile
de mscaras.
ARBENIN. - Ah! Con que estuvo en el baile de
mscaras... (Al lacayo) Puedes irte. (A ella) Qu le
costaba a usted decirme eso antes? Estoy seguro que me
hubiera permitido el honor de acompaarla y traerla de
nuevo a casa. Yo no la hubiera importunado con mi
vigilancia severa ni con mi ternura y mi cuidado... Con
quin estuvo?
NINA. - Pregunte usted a la gente y ellos le dirn
toda la verdad y an agregarn algo. Le explicarn punto
por punto quin estuvo y con quin he hablado y a
quin le he regalado la pulsera de recuerdo. Se enterar
mil veces mejor que si usted mismo hubiera estado en el
baile de mscaras. (Riendo) Qu gracioso! Qu
gracioso, Dios mo! No le da vergenza?; si es un
pecado hacer tanto ruido por una bagatela.
ARBENIN. - Ruega a Dios que esa risa no sea la
ltima.
NINA. - Oh! Si su fantasa contina, seguramente
no ser la ltima.
ARBENIN. - Quin sabe? Tal vez... Escucha,
Nina!... Yo estoy ridculo, naturalmente, porque te amo
tanto, infinitamente, como slo puede amar un hombre.
Y no hay en todo esto nada de asombroso? Otros en el
mundo tienen un milln de esperanzas; algunos tienen
riquezas en objetos y otros viven entregados a la ciencia;
algunos viven logrando un ascenso, un puesto, una cruz
o la gloria; otros aman la sociedad, las diversiones; otros,
los viajes, y a los terceros el juego les calienta la sangre...
Yo he viajado, he jugado, fui trivial y he trabajado, tuve
amigos y desgraciados amores; no busqu puestos ni he
logrado gloria; soy rico sin tener un centavo; acosado
por el hasto, he visto en todas partes el mal y,
orgulloso, jams me he doblegado ante l. T eres todo
lo que tengo en mi vida, un ser dbil, pero un ngel de
belleza. Tu amor, tu sonrisa, tu mirada y tu aliento... Yo
soy un hombre y mientras vivo, todo eso ser mo; sin
ello no existe para m la felicidad, ni los sentimientos, ni
me hace falta la existencia. Pero si he sido engaado... si
he sido engaado... si sobre mi pecho una vil vbora
encontr amparo durante tantos das... y si he
descubierto la verdad y por el cario que te tengo no la
he visto antes y he sido burlado por otro..., escucha,
Nina... Yo he nacido con un alma ardiente, hecho de
lava volcnica; mientras no se enciende es dura como la
piedra fra... Pero mala suerte si chocan contra mi
corriente. Entonces, entonces no esperes mi perdn; no
llamar a las leyes para cumplir mi venganza. Solo, sin
lgrimas, y sin piedad destrozar nuestras dos vidas!
(Quiere tomarla de la mano, pero ella retrocede).
NINA. - No te acerques!... Oh, qu horrible ests!
ARBENIN. - En serio estoy horrible? No;
bromeas. Estoy ridculo! Ranse, ranse ustedes, ya que
despus de haber conseguido vuestro fin palidecen y
estn temblando. Rpido! Dnde est l, el apasionado
amante, juguete de ese baile de mscaras? Que venga a
entretenerse. Usted me ha dado a probar casi todos los
tormentos del infierno y eso es lo nico que falta.
NINA. - Conque sa es vuestra sospecha! Y la
culpable de todo eso es la pulsera. Crame usted que su
conducta motivar no slo mi risa, sino tambin la de
todos mis amigos.
ARBENIN. - S! Reid, imbciles, maridos
desgraciados, que yo tambin los he engaado algn da,
mientras ustedes vivan como santos, sin saber nada, en
el paraso. Pero t, mi paraso celestial y terrenal, adis...
adis, yo ya s todo. (Dirigindose a ella) No te
acerques a m, hiena! Crea yo, muy tonto, que t,
conmovida, tristemente, confesaras todo, ponindote
de rodillas; entonces yo me hubiera ablandado al ver
aunque sea slo una lgrima... una... ; pero no, la risa fue
tu nica respuesta.
NINA. - No s quin me ha calumniado. Yo te
perdono, yo no soy culpable en nada. Me das lstima,
aunque no puedo ayudarte, pero para que te consueles,
desde luego, no puedo mentir.
ARBENIN. - Oh, cllate, te pido!... Basta!...
NINA. -Pero escucha... Soy inocente... Que Dios
me castigue, escucha...
ARBENIN. - S de memoria todo lo que t me
puedes decir.
NINA. - Me duele escuchar tus reproches... Yo te
amo, Eugenio.
ARBENIN. - Entonces, confiesa al fin...
NINA. - Escucha, por favor! Oh, Dios mo!, qu
quieres de m?
ARBENIN. - Venganza!
NINA. - Pero a quin quieres vengar?
ARBENIN. - La hora llegar y estoy seguro de
encontrarlo.
NINA. - Es para m la amenaza?... Y entonces,
por qu tardas?
ARBENIN. - El herosmo no te queda bien.
NINA. - (Disgustada) A quin?
ARBENIN. - Usted por quin teme?
NINA. - Ser posible que contines todava en ese
estado? Oh, deja! Con esos celos terminars por
matarme... Yo no s pedir y t eres implacable... Pero
esta vez tambin yo te perdono.
ARBENIN. - Est de ms.
NINA. -Sin embargo, hay un Dios... Y l no
perdonar.
ARBENIN. - Qu lstima! (Ella se va llorando)..
(Solo) Qu mujer!... Ya hace mucho que a ustedes
las conozco. Y a vuestras caricias y vuestros reproches.
Muy caro me ha costado esta leccin! Y por qu ser
que ella me quiere? Acaso porque tengo un aspecto y
una voz terrible? (Se acerca a la puerta de la habitacin
de su esposa y escucha) Qu hace ella? Tal vez est
riendo... No, llora... (Apartndose) Lstima que ya es
tarde...
ACTO SEGUNDO
ESCENA PRIMERA
(La baronesa est sentada en un silln, y algo fatigada
abandona el libro que est leyendo).
BARONESA. - Para qu ser la vida? Para
satisfacer siempre deseos ajenos, costumbres ajenas y
vivir esclavizada! Jorge Sand casi tiene razn. Qu es la
mujer ahora? Un ser sin voluntad, un juego de pasiones
o un capricho de los dems. Teniendo juicio vive sin
defensa en la sociedad, ocultando siempre el ardor de
sus sentimientos o bien sofocndolos en plena flor.
Qu es la mujer? Vende su juventud segn ciertas
conveniencias y como a vctima de un sacrificio la
preparan. La obligan a querer a un hombre solamente,
prohibindole todo otro afecto. En su pecho se agita a
veces la pasin, y el temor y la razn alejan los nuevos
pensamientos; y si alguna vez, olvidando la fuerza de la
sociedad, deja caer su honor entregndose con toda el
alma a sus sentimientos, entonces deber olvidar la
tranquilidad y la felicidad. El mundo es as; no quiere
conocer los secretos; juzga por el aspecto y por el
vestido a la honradez y al vicio y jams ofender a la
decencia y es muy cruel en sus castigos... (Intentando
leer) No, no puedo leer..., estoy turbada por todos estos
pensamientos y temo... Y al recordar lo sucedido, yo
misma me asombro. (Entra Nina).
NINA. - Paseando en una troika, tuve la idea de
venir a verte, mon amour.
BARONESA. - C'est une ide charmante, vous en avez
toujours. (Sentndose)
Me parece que ests ms plida que antes. Hoy, sin
embargo, a pesar del viento y del fro, tienes los ojos
colorados. Me imagino que no es de haber llorado?
NINA. - He pasado mala noche y no me siento
bien.
BARONESA. - Si tu mdico es malo, elige otro.
(Entra el prncipe Zviezdich).
BARONESA. - (Framente) Oh, prncipe!
PRNCIPE. - Estuve ayer en su casa para
comunicarle que nuestro pic-nic se ha postergado.
BARONESA. - Le ruego que se siente, prncipe.
PRINCIPE. - Acabo de discutir asegurando que la
noticia iba a disgustarle, pero veo que usted la ha
tomado con calma...
BARONESA. - Realmente me da lstima.
PRNCIPE. - Yo estoy muy contento. Yo dara
veinte pic-nics por un solo baile de mscaras.
NINA. - Usted estuvo ayer en el baile de
mscaras?
PRINCIPE. - Estuve.
BARONESA. - Con qu disfraz?
NINA. - Haba muchas mscaras?...
PRINCIPE. - S. Bajo el antifaz he reconocido all
a muchas damas nuestras. Naturalmente, ustedes
hubieran querido conocer sus nombres. (Riendo).
BARONESA. - (Apasionadamente) Yo debo
declararle, prncipe, que estas calumnias me resultan
completamente ridculas. Cmo puede admitir que una
mujer honesta se atreva a ir entre esa gente, donde
cualquiera puede ofenderla y atreverse... y arriesgar a ser
reconocida... Oh, usted debe avergonzarse y renunciar a
sus palabras!
PRNCIPE. - Renunciar no puedo, pero estoy
dispuesto a avergonzarme.
(Entra un funcionario).
BARONESA. - De dnde viene?
FUNCIONARIO. - Vengo de la administracin y
quera conversar sobre sus asuntos.
BARONESA. - Han resuelto algo?
FUNCIONARIO. - No, pero pronto se resolver...
Tal vez molesto?...
BARONESA. - De ninguna manera. (Apartndose
con l, sigue conversando).
PRNCIPE. - (Consigo mismo). Buen tiempo ha
elegido para venir con explicaciones. (Dirigindose a
Nina) Yo la he visto hoy en un negocio.
MINA. - En cul?
PRINCIPE. - En la tienda inglesa.
NINA. - Hace mucho?
PRNCIPE. - Recin.
NINA. - Es extrao que yo no lo haya reconocido.
PRNCIPE. - Usted estaba muy ocupada.
NINA. - (Animadamente) Elega una pulsera igual a
una que tuve. (Sacndola de la cartera) Es sta...
PRNCIPE. - La pulserita es preciosa, y la otra
dnde est?
PRNCIPE. - La he perdido.
PRNCIPE. - De veras?
NINA. - Qu tiene de raro?
PRNCIPE. - Si no es un secreto, puedo saber
cundo ha sido?
NINA. - Hace tres das, tal vez ayer o la semana
pasada. Para qu quiere saber cundo ha sido?
PRINCIPE. - Tengo una idea un poco rara tal
vez... (Aparte) Est algo turbada y mi pregunta la
inquieta. Oh, estas mujeres candorosas! (Dirigindose a
ella) Quera ofrecerle mis servicios... Tal vez podramos
encontrar la otra pulsera.
NINA. - Cmo no... Pero dnde?
PRNCIPE. - Dnde la ha perdido?
NINA. - No recuerdo.
PRNCIPE. - Seguramente en algn baile?
NINA. - Puede ser.
PRNCIPE. - O tal vez la ha regalado a alguien de
recuerdo?
NINA. - De dnde ha sacado semejante
conclusin? A quin podra regalarla? A mi marido,
por ejemplo?
PRNCIPE. - Como si en el mundo slo existiera
su marido! Tiene usted muchas amigas, no cabe la
menor duda. Imaginmonos que est perdida, pero
aquel que la ha encontrado, recibir de usted en pago
algn agradecimiento?
NINA. - (Sonriendo) Depende...
PRINCIPE. - Pero si l la ama, si l por haber
encontrado su sueo perdido, por una sonrisa suya dara
todo un mundo? Si usted alguna vez le ha sugerido
placeres futuros, si usted ocultndose detrs de un
antifaz, con palabras amorosas lo ha acariciado... ?
Oh!... Comprndame!...
NINA. - De todo esto he comprendido una sola
cosa: que usted se ha olvidado por primera y ltima vez
de hablar conmigo con el respeto necesario.
PRNCIPE. - Oh, Dios mo! Yo he credo... Ser
posible que usted se haya enfadado? (Aparte) Se ha
escapado muy bien... pero llegar la hora y yo lograr mi
propsito. (Nina se aleja en direccin a la Baronesa).
(El funcionario saluda y se va).
NINA. - Adieu, ma chre; hasta maana, debo irme.
BARONESA. - Espera un poco, mon ange; no tuve
tiempo de conversar contigo ni dos palabras. (Se besan).
NINA. - (Saliendo) Te espero desde la maana.
(Sale).
BARONESA. - El da me parecer largo como una
semana. (Todos, menos Nina y el funcionario).
PRNCIPE. - (Aparte) Ya me vengar. Vean a la
mosquita muerta. Quiz soy un imbcil y seguramente
renegar de lo pasado. Pero yo he reconocido la pulsera.
BARONESA. - Se ha quedado pensativo,
prncipe?
PRNCIPE. - S, tendr que pensarlo mucho.
BARONESA. - Por lo visto vuestra conversacin
fue muy animada. Sobre qu era la discusin?
PRNCIPE. - Yo afirmaba que encontr en el baile
de mscaras...
BARONESA. - A quin?
PRNCIPE. - A ella.
BARONESA. - Cmo, a Nina?
PRINCIPE. - S, se lo he demostrado.
BARONESA. - Yo veo que usted est dispuesto a
avergonzar a la gente.
PRNCIPE. - A veces, por lo extrao, no me
decido.
BARONESA. - Tenga piedad por lo menos a la
distancia. Adems, no tiene pruebas.
PRNCIPE. - No tengo? Ayer mismo me
entregaron una pulsera y hoy veo otra igual en sus
manos.
BARONESA. - Qu testimonio!... Qu lgica
respuesta! Si pulseras como sas hay en cada joyera.
PRNCIPE. - Hoy he recorrido todas y me he
convencido que no hay ms que dos iguales. (Breve
pausa).
BARONESA. - Maana le dar un consejo til a
Nina: Jams debes confesarte a un charlatn.
PRNCIPE. - Y el consejo para m?
BARONESA. - Para usted? Continuar con audacia
el xito obtenido y guardar con ms celo el honor de las
damas.
PRNCIPE. - Por esos dos consejos le agradezco
doblemente. (Sale).
BARONESA. - (Sola) Cmo se puede jugar con
tanta fragilidad con el honor de la mujer. Si yo me
confesara, a m me pasara lo mismo. As es que adis,
prncipe. No ser yo la que lo sacar de esa confusin.
Oh, no, Dios me libre! Lo nico que me extraa es que
yo haya encontrado su pulsera. Bien! Nina estuvo all,
he aqu la adivinanza descifrada... No s por qu, pero
yo lo amo; tal vez de aburrimiento, de despecho, de
celos... sufro y ardo y no encuentro en nada mi
consuelo. Me parece an or la risa de la multitud vaca y
el rumor de palabras perversas y compasivas. No, yo me
salvar... aunque sea a costa de la otra. Yo me salvar de
esta vergenza... aunque sea a precio del tormento de
tener que renegar de nuevo de mis actos... (queda
pensativa) Qu cadena de terribles intrigas! (Entra
Shprij. Saludando, se acerca).
BARONESA. - Ah, Shprij! T llegas siempre a
tiempo.
SHPRIJ. - Qu suerte! Yo estara muy contento de
poder serle til. Vuestro difunto marido...
BARONESA. - Siempre eres tan amable?
SHPRIJ. - A su sagrado recuerdo, el barn...
BARONESA. - Hace cinco aos, yo recuerdo.
SHPRIJ. - Me prest mil...
BARONESA. - Ya s. Te dar hoy mismo el
inters de los cinco aos.
SHPRIJ. - Yo no tengo apuro de dinero. No faltaba
ms; se lo he recordado por casualidad.
BARONESA. - Dime, qu novedades hay?
SHPRIJ. - En la casa de un conde he escuchado
una serie de historias... De all vengo.
BARONESA. - Y no sabe nada del prncipe
Zviezdich y de Arbenin?
SHPRIJ. - (Asombrado) No..., no he odo nada...
De eso han hablado algo y ya no dicen nada... (Aparte)
No me acuerdo de qu se trata.
BARONESA. - Si es ya del dominio pblico, no
hay por qu comentarlo.
SHPRIJ. - Yo quisiera saber cul es su opinin. .
BARONESA. - Ya han sido juzgados por la
sociedad. Por otra parte, yo les podra regalar algn
consejo; a l le dira que las mujeres valoran la tenacidad
de los hombres, ellas quieren ser heronas logradas por
encima de millares de obstculos. Y a ella le aconsejara
ser menos severa y ms modesta... Adis, seor Shprij,
mi hermana me espera a almorzar; si no, me quedara
conversando a gusto con usted. (Alejndose) Estoy
salvada. Ha sido una buena leccin.
SHPRIJ. - (Solo) No se preocupe, yo he
comprendido su insinuacin. No he de esperar que me
la repita. Qu rapidez de inteligencia y de imaginacin!
Aqu hay una intriga... Oh, s! Yo me meto en este lo; el
prncipe me quedar agradecido y le servir de agente...
Luego vendr aqu con nuevos datos y quiz entonces
reciba los intereses de los cinco aos.
8
ESCENA II
EL GABINETE DE ARBENIN
(Arbenin solo; luego el lacayo).
ARBENIN. - Es evidente que son celos, pero no
encuentro las pruebas. Temo caer en un error, pero no
tengo fuerza para soportarlo. Dejar las cosas como estn
y olvidar aquel delirio... Semejante vida es peor que la
muerte. He visto a gente con alma fra que duerme
tranquilamente durante la tempestad. Cmo la envidio!
LACAYO. - (Entrando) Abajo est esperando un
seor que ha trado una cartita para la seora, de parte
de la condesa.
ARBENIN. - De quin?
LACAYO. - No he comprendido.
ARBENIN. - Una cartita para Nina? (Sale. El
lacayo queda).
AFANASIO PAVLOVICH KAZARIN Y EL
LACAYO
LACAYO. - Recin acaba de salir el seor; esprelo
un poco.
KAZARIN. - Bueno. Est bien.
LACAYO. - Se lo voy a comunicar. (Sale).
KAZARIN. - Estoy dispuesto a esperar un ao, o
cuanto quiera; seor Arbenin; yo esperar. Mis asuntos
valen ms y estoy muy triste. Necesito un camarada muy
hbil. No sera malo que l, a menudo tan generoso, que
tiene ms de tres mil siervos, techo y escudo, me ayude
en esta ocasin. Habra que atraer nuevamente a
Arbenin al juego. Ser fiel a su pasado, sabr defender a
sus amigos y no se avergonzar ante los hijos. Para esta
juventud hace falta sencillamente un pual. Por ms que
le hables y te empees, no conocen ni la envidia, ni
saben detenerse a tiempo, ni a tiempo demostrar su
honradez. Mirad no ms cuntos viejos llegaron a
puestos importantes slo con el juego. Desde el barro se
vincularon con la sociedad y adelantaron; y todo eso
por qu es? Siempre saban conservar la decencia,
defender sus leyes, cumplir sus reglamentos, y vedlos
con honores y millones...
KAZARIN Y SHPRIJ
SHPRIJ. - Oh, Afanasio Pavlovich! Qu milagro!
Qu contento estoy de verlo! No pensaba encontrarlo
aqu.
KAZARIN. - Y yo tambin! Est de visita?
SHPRIJ. - S. Y usted?
KAZARIN. - Como siempre.
SHPRIJ. - No est mal que nos encontrramos;
tengo un asunto que resolver con usted.
KAZARIN. - T solas tener muchos asuntos, pero
jams te he visto ocupado en uno solo.
SHPRIJ. - (Aparte) Los buenos modos para
ustedes estn de ms. Sin embargo, me hace falta...
KAZARIN. - Yo tambin debo hablarte sobre algo
muy importante para m.
SHPRIJ. - Pues bien, nos ayudaremos mutuamente.
KAZARIN. - De qu se trata?... Habla.
SHPRIJ. - Permtame preguntarle slo una cosa: he
odo que su amigo Arbenin... (Haciendo un gesto
aludiendo a que su amigo es un cornudo).
71
KAZARIN. - Cmo?... No puede ser! Ests
seguro?...
SHPRIJ. - Dios lo sabe. Hace cinco minutos que yo
mismo he intercedido. Quin ha de saber sino yo?
KAZARIN. - El demonio est siempre en todas
partes.
SHPRIJ. - Ya ve; la esposa..., no recuerdo bien si
fue en la misa. o en un baile de mscaras se encontr
con un prncipe; ella le pareci bastante linda y muy
pronto el prncipe fue dichoso y querido; de pronto la
hermosa reneg de sus actitudes de la vspera y el
prncipe, enfurecido, fue a contarlo en todas partes, sin
tener en cuenta que poda pasar una desgracia. A m me
pidieron que arreglara ese asunto... Y comenzando, todo
viene a punto bien maduro. El prncipe prometi callar
y vuestro seguro servidor escribi una carta que
inmediatamente se entreg a la direccin necesaria.
KAZARIN. - Ten cuidado, no te arranque las
orejas.
SHPRIJ. - He estado en los aun peores y he salido
sin batirme en duelo.
KAZARIN. - Y no has sido jams herido?
SHPRIJ. - Para usted todas son bromas, risas... Yo
siempre digo que no debe arriesgarse la vida sin objeto.
KAZARIN. - Desde luego, una vida as, por nadie
apreciada, es un gran pecado arriesgarla sin utilidad.
SHPRIJ. - Dejemos esto a un lado; pues yo quera
hablar con usted de algo muy importante.
KAZARIN. - De qu se trata?
SHPRIJ. - Parece una ancdota, pero el asunto es el
siguiente...
KAZARIN. - Habr que aplazar todos los asuntos,
pues me parece que se acerca Arbenin.
SHPRIJ. - No hay nadie todava. Hace poco me
han trado de parte del conde Vrut cinco perros de raza.
KAZARIN. - Por Dios, que tu ancdota es
entretenida.
SHPRIJ. - Su hermano es cazador y poda hacer
una buena compra...
KAZARIN. - Entonces Arbenin ha quedado
burlado...
SHPRIJ. - Esccheme...
KAZARIN. - Cay en una trampa y fue
evidentemente engaado. Despus de esto, como para
casarse...
SHPRIJ. - Su hermano quedara encantado con esa
compra.
KAZARIN. - La fidelidad y el casamiento son cosas
incompatibles. No te vayas a casar, Shprij.
SHPRIJ. - Hace tiempo que estoy casado.
Esccheme, una de las cosas es importante.
KAZARIN. - La esposa?
SHPRIJ. - No, el perro.
KAZARIN. - (Aparte) Cmo lo tienen los perros!
Esccheme, mi querido amigo. No s cul ser la esposa
que Dios me dar, pero creo que t no venders
fcilmente esos perros.
(Arbenin entra con una carta en la mano, sin notar a
Kazarin ni a Shprij).
SHPRIJ. - Est pensativo leyendo esa carta; sera
interesante saber si...
ARBENIN. - (Habla solo sin notarlos) Qu
gratitud! No hace mucho que he salvado su honor y su
futuro casi sin conocerlo y he aqu que, como una
vbora, comete esta bajeza jams vista... Jugando como
un ladrn entr a mi casa, cubrindome de vergenza y
deshonor... Y yo, sin poder creer a mis propios ojos,
olvidando la amarga experiencia de tantos aos, como
un nio que no conociera la gente, no me atreva a
sospechar de semejante crimen. He credo que toda la
culpa era de ella... Pero no sabe l quin es esta mujer...
Como un extrao sueo lo obligar a olvidar esta
aventura nocturna. El no pudo olvidarla y ha empezado
a buscar hasta encontrarla sin poder detenerse... Qu
gratitud!... He visto mucho en el mundo y sigo
asombrndome. (Leyendo en voz alta la carta). La he
encontrado! Pero no ha querido usted reconocer... Su
candor fue muy al caso. Tiene usted razn... Qu puede
ser ms terrible que el ruego! Podran habernos
escuchado por casualidad. Entonces no es el desprecio
ni el horror lo que he ledo en vuestra ardiente mirada;
usted quiere que se conserve el secreto y as seguir
sindolo. Pero antes que renunciar a usted me dejar
matar.
SHPRIJ. - La carta! Eso mismo...; se ha perdido
todo.
ARBENIN. - Conque es un conquistador
realmente hbil. Tengo deseos de contestarle con un
duelo. (Notando a Kazarin)
Y t estabas aqu?
KAZARIN. - Estoy esperando hace una hora.
SHPRIJ. - (Aparte) Ir a la casa de la baronesa; que
se preocupe ella y haga lo que quiera. (Saliendo sin ser
notado).
KAZARIN. - Estoy con Shprij... Dnde est?
(Mirando a su alrededor) Ha desaparecido. Es la carta!
Ahora comprendo todo. (A Arbenin) Estabas
preocupado
ARBENIN. - S, estaba pensativo.
KAZARIN. - Sobre la fragilidad de las esperanzas y
el bienestar terrenal...
ARBENIN. - Ms o menos... Pensaba en la
gratitud.
KAZARIN. - Sobre este asunto hay opiniones
diferentes. Pero por ms que haya diferencia de opinin,
el tema es digno de reflexin.
ARBENIN. - Y cul es tu opinin?
KAZARIN. - Yo creo, amigo, que la gratitud es una
cosa que depende del valor del servicio prestado y que
muchas veces o casi siempre el bien est en nuestras
manos. Por ejemplo, he aqu que ayer de nuevo Slukin
perdi casi cinco mil rublos y yo, por Dios, le estoy muy
agradecido; y mientras bebo, como y duermo no hago
ms que pensar en l.
ARBENIN. - Kazarin, t no haces ms que
bromas.
KAZARIN. - Escchame! Yo te quiero y vamos a
hablar en serio. Pero hazme el favor, hermano, de dejar
ese aspecto terrible, y yo abrir ante ti todos los secretos
de la sabidura humana. Quieres escuchar mi opinin
sobre la gratitud? Ten un poco de paciencia. Por ms
que expliquemos a Voltaire y Descartes, el mundo para
m es un juego de naipes y la vida el banquero; el azar
un faro y yo aplico a la gente las reglas del juego. Por
ejemplo, para explicarlas ahora me imagino que he
jugado al As; lo he hecho por presentimiento, porque
soy supersticioso para las cartas; supongamos que por
casualidad y sin engao, l haya ganado, yo estoy muy
contento, pero no le puedo agradecer al As y seguir
apostndole hasta cansarme; y luego, en conclusin,
quedar bajo la mesa una carta destrozada. Pero t no
me escuchas, mi querido.
ARBENIN. - (Pensativo) En todas partes reina el
mal y el engao. Y yo ayer, como un tonto, he
escuchado en silencio cmo ha sucedido...
KAZARIN. - (Aparte) Sigue pensativo.
(Dirigindose a Arbenin) Ahora pasaremos a otro caso y
lo analizaremos, pero poco a poco para no confundirlo.
Supongamos, por ejemplo, que t quieras nuevamente
abandonarte al juego o al libertinaje y tu amigo te dijese:
Eh, cuidado, hermano!, y te diese otros sabios
consejos; t le escucharas y le desearas buenas noches
y muchos aos felices. Y si tratase de curarte de tu vicio
por el vino, debes emborracharlo inmediatamente, y en
cuanto a los naipes, ganarle inmediatamente un partido
a cambio de sus consejos y si se salva en el juego debes
ir al baile y enamorar a su mujer y si no te enamoras,
por lo menos conquistarla para vengarte del marido, y
en ambos casos tendrs razn, amigo; le dars por el
consejo una leccin.
ARBENIN. - Eres un notable moralista. Todos te
conocen... Pero en cuanto al prncipe, le pagar por la
leccin con mi honradez.
KAZARIN. - (Sin prestar atencin a sus palabras)
El ltimo punto lo debo aclarar. T amas una mujer,
por ejemplo; le das en sacrificio tu honor, tu riqueza, tu
amistad y tu vida tal vez; la rodeas de honores y
diversiones, pero, por qu te debe estar ella agradecida?
T habrs hecho todo eso quiz no por pasin, sino en
parte por amor propio; para poseerla, t te sacrificas,
pero no es por su felicidad. S! Pinsalo framente y me
dirs que todo en el mundo es convencional.
ARBENIN. - (Disgustado) S, s, tienes razn; qu
es el amor para las mujeres? Ellas siempre necesitan
nuevas victorias y tal vez ruegos, llanto y tormentos, y le
parecer ridculo este aspecto y esta voz implorante.
Tienes razn: es tonto aquel que cree, que suea
encontrar en una sola mujer el paraso terrenal.
KAZARIN. - T piensas con mucha sensatez,
aunque eres casado y feliz.
ARBENIN. - En serio?
KAZARIN. - No te parece?
ARBENIN. - Yo, feliz... s...
KAZARIN. - Yo estoy contento, aunque lamento
que ests casado.
ARBENIN. - Por qu?
KAZARIN. - As no ms... Recuerdo nuestro
pasado... cuando contigo bebamos a cuenta de no
recuerdo quin y ramos dos muchachos sin cabeza.
Qu tiempos aqullos! A la maana descansando con
los recuerdos agradables de la vspera, luego el
almuerzo, el vino, Ral, el honor en copas talladas,
brillantes y con espuma desbordante, conversaciones
animadas de agudezas, luego el teatro..., el alma
estremecida pensando cmo atraer a las bailarinas o a
las actrices... No es verdad que antes todo era mejor y
ms barato? La obra ha terminado y corremos
apresurados a la casa de un amigo... entramos... el juego
est en su apogeo; junto a los naipes, columnas de
monedas de oro; unos arden y otros palidecen. Nos
sentamos y comienza de nuevo una batalla y parece
nuestra alma atravesada de pasiones y sensaciones
incontenibles, y con frecuencia una idea gigante como
un resorte levanta y enciende nuestra mente... y si
vences al enemigo con tu habilidad, te parecer que el
propio Napolen es lastimoso y ridculo, pues creers
que tienes el destino humildemente a tus pies.
(Arbenin se aparta).
ARBENIN. - Oh! Quin me devolver aquellas
tempestuosas esperanzas, quin me devolviera aquellos
das insoportables y ardientes! Por aquellos das yo dara
mi dicha ignorada y la tranquilidad; pero no son para
m... Acaso estoy hecho para ser marido o padre de
familia? Yo, a m, que he probado todas las debilidades,
los vicios y las perversidades y ante su rostro jams he
temblado? Fuera de m, ngel benefactor! Yo no te
conozco. Yo he sido engaado y nuestra breve unin
desde hoy queda rota, destrozada. Adis, adis... (Se
deja caer sobre una silla y se cubre el rostro con las
manos).
KAZARIN. - Ahora me pertenece!
ESCENA III
LAS HABITACIONES DEL PRNCIPE. LA
PUERTA QUE UNE LAS DOS HABITACIONES
EST ABIERTA; L SE HALLA ACOSTADO
SOBRE UN SOF
IVN Y LUEGO ARBENIN
(El lacayo Ivn mira el reloj).
IVN. - Ya son ms de las siete y me ha ordenado
despertarlo cuando suenen las ocho. Como duerme a la
rusa y no a la moda, tendr tiempo de ir hasta la cantina.
Cerrar la puerta con candado, es ms seguro, pero...
parece que sube alguien por la escalera; dir que no est
en casa y rpidamente los har marchar. (Entra
Arbenin).
ARBENIN. - Est el prncipe en casa?
LACAYO. - No est en casa, seor.
ARBENIN. - No es verdad.
LACAYO. - Hace cinco minutos que se acaba de ir.
ARBENIN. - (Escuchando) Mientes! Est aqu.
(Sealando el escritorio del prncipe) Y est durmiendo,
por lo visto, dulcemente; desde aqu se escucha su
pausada respiracin. (Aparte) Pero pronto dejars de
hacerlo.
LACAYO. - (Aparte) Qu odo tiene...
(Dirigindose a Arbenin) El prncipe me ha prohibido
despertarlo.
ARBENIN. - Le gusta dormir... tanto mejor, ya
dormir para siempre en paz, en sueo eterno. (Al
lacayo) Creo que ya le he dicho que deber esperar hasta
que se despierte. (El lacayo sale).
ARBENIN. - (Solo) Ha llegado el momento.
Ahora o nunca. Ahora pondr a prueba todo, sin trabajo
y sin temor; demostrar a nuestra generacin que por lo
menos hay un espritu que sabe responder con frutos
cuando le cae la semilla de la ofensa y la humillacin.
Oh! Yo no soy de ellos. Es tarde para m. Gritando
atraera al enemigo y ellos reiran..., pero ahora no
podrn hacerlo, oh, no! Yo no soy de sos. No
permitir ni una hora ms sobre mi cabeza esta
vergenza insoportable. (Acercndose a la puerta)
Duerme. Qu es lo que ver en sueos por ltima vez?
(Con sonrisa terrible) Yo creo que l morir del golpe.
Ha dejado la cabeza colgando... Yo le ayudar a la
sangre... Y todo a cuenta de la naturaleza. (Entra en la
habitacin. Despus de dos minutos sale con el rostro
plido) No puedo! (Pausa) S, es ms fuerte que mi
voluntad. Yo me he traicionado, he temblado por
primera vez en mi vida. Hace mucho que soy un
cobarde, acaso?... Un cobarde?... Quin lo ha dicho?...
Yo mismo, y eso es cierto... Qu vergenza! Huye,
avergnzate, hombre despreciable! A ti, como a los
dems, nuestro siglo te ha aplastado! Por lo visto te
vanagloriabas lastimosamente..., lastimosamente, por
cierto, y te has cansado y te encuentras bajo el yugo de
la civilizacin. No has sabido amar y has desviado la
venganza. Has llegado y... y no puedes, y no has podido.
(Pausa. Se sienta) He querido abarcar mucho; debo
elegir un camino seguro y el intento enciende
profundamente mi corazn atormentado. As es, as es!
El vivir, el asesinato ya no est de moda. A los asesinos
los castigan en la plaza pblica. As es, he nacido en el
seno de un pueblo instruido; el idioma y el oro son
nuestro pual y nuestro veneno!
(Tomando una hoja de papel y la pluma del tintero
que est sobre la mesa, escribe; luego toma el sombrero
y se dirige a la puerta, y en ese momento se enfrenta con
una dama con un velo).
DAMA. - (Con velo) Ay! Todo ha fracasado!...
ARBENIN. - Qu es esto?
DAMA. - (Arrancndose de sus brazos) Djeme
pasar!
ARBENIN. - No! Este no es un grito fingido de
una benefactora sobornada! (Dirigindose a ella)
Cllese! Ni una palabra, o si no en el instante... Qu
sospecha es sta?... Levante ese velo mientras estamos
solos.
DAMA. - Me he equivocado... He entrado aqu por
un error.
ARBENIN. - S, se ha equivocado en la hora y el
lugar.
DAMA. - Por Dios, djeme pasar! Yo a usted no
lo conozco!
ARBENIN. - Su turbacin me extraa... Usted
debe descubrirse. Levante el velo. El est durmiendo y
puede levantarse en cualquier momento. Yo lo s todo...
Pero debo convencerme...
DAMA. - Lo sabe todo?
(Levantando el velo de la dama, retrocede
asombrado; luego vuelve en s).
ARBENIN. - Agradezco al Creador, que me ha
permitido hoy no equivocarme.
BARONESA. - Oh! Qu es lo que he hecho?
Ahora todo ha terminado!
ARBENIN. - La desesperacin est fuera de lugar.
No es muy agradable, ni muy divertido, por cierto, en
una hora como sta, en vez de recibir abrazos
apasionados, encontrarse con una mano fra. Un
instante de temor no es todava una gran desgracia. Yo
soy modesto y sabr callar. Puede usted agradecer a
Dios que soy yo precisamente y no otro; si no, la noticia
correra por la ciudad como un reguero de plvora.
BARONESA. - Ah! El se ha despertado, habla!
ARBENIN. - Est hablando en sueos... Clmese,
yo ya me voy. Pero explqueme nicamente, qu poder
tiene Cupido que este hombre la ha embrujado y por l
todas las mujeres se encienden de pasin? Por qu no
es l el que est desesperado a sus pies rogndole con
juramentos y con lgrimas? Pero es usted, es usted
misma, esa mujer espiritual,
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