28 de noviembre, 2011
Las lecciones del territorio Ricardo Rubio
Para los especialistas geógrafos y también para otros profesionales
afines al estudio del territorio, cada día pasa, en cualquier parte del
mundo, va dejando una lección geográfica cuyos aprendizajes son
relevantes de manera más o menos directa para las condiciones de vida
de las personas. Dichos aprendizajes tendrían (deberían tener) el claro
propósito de aportar recursos útiles para mejorar la calidad de vida de las
personas, por ejemplo, mediante una mejor incorporación de la
dimensión territorial al diseño de las políticas públicas y el accionar de
instituciones públicas y privadas.
Al parecer, en Chile es mucho más fácil obtener o identificar una mayor
cantidad y una mayor diversidad de situaciones a partir de las cuales
será posible elaborar dichas lecciones y motivar estos aprendizajes. La
diversidad geográfica del territorio nacional bastaría para explicar esto,
pero no es suficiente, ya que el territorio es mucho más que el medio
geográfico físico. Por ejemplo, desde el 27 de febrero de 2010 hasta hoy,
en nuestro país hemos observado numerosas situaciones, muchas de
ellas poco frecuentes, pero no excepcionales, que nos obligan a redoblar
esfuerzos en materias tales como el ordenamiento y la gestión territorial
a escala regional, la planificación y gestión de los espacios urbanos y la
legislación ambiental, entre otras.
Todo lo anterior es un asunto relativamente bien conocido, pero no hace
evidente un hecho esencial: la urgencia de mejorar la educación
geográfica de la población
Todos sabemos que Chile tiene una base territorial rotunda, con gran
diversidad de recursos naturales, con una gran riqueza paisajística y un
modelo de ocupación que ha privilegiado la localización de la población
en ciudades. Pero, pocos atendemos a la necesidad de respetar las
distintas formas en que cada comunidad (e incluso cada individuo)
establece profundas relaciones con los lugares en que desarrolla su
vida. Cada uno de nosotros experimenta un proceso más o menos
consciente de apego y de verdadera filiación con los lugares en que
hemos crecido, en que hemos decidido emprender un negocio, en que
hemos podido desarrollar un proyecto profesional, personal o familiar.
Cada vez que hemos tomado una decisión a lo largo de nuestras vidas,
el territorio siempre ha estado allí estimulando o limitando nuestra
capacidad de tomar dichas decisiones, favoreciendo una trayectoria,
restringiendo posibilidades, aportando información que valoramos con
más o menos recursos técnicos. El documento más directo mediante
el cual el territorio nos cuenta parte de su historia es el paisaje y,
con preocupación, vemos que la población no tiene interés en
aprender a descifrar su singular lenguaje.
El territorio no es una estructura material inerte formada por rocas, ríos y
vegetación. No es un mero continente.
Los componentes del medio geográfico físico no agotan la noción de
territorio, porque esta última implica la consideración del rol activo de los
grupos humanos en la organización del espacio geográfico. Un
sobrevuelo por el sector costero de gran parte de la Región del Biobío
debería servir como ejemplo de este argumento, ya que el paisaje que
verá el observador, en gran medida será el resultado condicionado por
años de trabajo realizado por empresas dedicadas a la silvicultura, aparte
de los procesos históricos de conformación de núcleos poblados.
En definitiva, el territorio es un producto social cuyas formas son el
resultado de complejos procesos sociohistóricos, sociopolíticos y
técnicos. La organización del territorio será una manifestación material de
la forma en que una sociedad concibe su relación con el medio físico.
También es la forma concreta en que una sociedad resuelve el problema
ecológico de la subsistencia, proceso en el cual no solo obtiene recursos
materiales sino que también construye significados, imaginarios e
identidades.
Las acciones de las autoridades públicas durante la reciente erupción del
volcán Hudson, las dificultades que enfrentan los agricultores para
controlar los efectos negativos de las heladas sobre diferentes cultivos en
la zona central, la localización de atrapanieblas en la costa de Atacama,
el patrón espacial de cierto tipo de delitos al interior de las ciudades de
mayor tamaño y las decisiones que la policía toma en materia de
seguridad, el conflicto entre distintos actores sociales por el uso del
recurso agua en la cuenca de los ríos Huasco y Copiapó, las protestas
en Punta Arenas a principios de 2011 por el alza del precio del gas, la
búsqueda de soluciones a la urbanización no regularizada en las
quebradas de Valparaíso…. La lista de asuntos territoriales que vale la
pena discutir es larguísima y se incrementa diariamente.
Pero, hay una buena cantidad de otras situaciones que no debemos
olvidar como parte de estos asuntos territoriales: la presión de distintos
grupos que deciden manifestarse por hacerlo en lugares muy específicos
dentro de la ciudad, aquellos con mayor peso simbólico. Entre ellos, las
dificultades con que se enfrentan sucesivos gobiernos en la lucha contra
la delincuencia; la tragedia de la asbestosis que viven vecinos de
Cerrillos y Maipú; los conflictos de uso del suelo al interior de los
espacios urbanos y la presión de los agentes inmobiliarios sobre los
instrumentos de planificación urbana; el rechazo por parte de la
comunidad a la localización de una cárcel en Alhué, de vertederos y de
proyectos de generación termoeléctrica e hidroeléctrica; el desdeñoso
comportamiento de nuestra sociedad respecto del patrimonio
arquitectónico; la sorpresiva y vergonzosa llegada de patrullas militares a
una escuela en Longotoma.
Este último hecho motivó la redacción de este escrito. Sobre todo porque
a muchos sorprendió la torpeza de profesionales que reconocemos como
parte de aquellos que mejor conocen el territorio. Al parecer, falta
incluir en las lecciones geográficas de los militares el concepto
lugar, porque de esa forma se podría considerar la dimensión
inmaterial del espacio que contiene la localización de los
sentimientos, los significados, los recuerdos y los sentidos sociales
que las personas y las comunidades construyen a diario. La
profundidad social del lugar exige a las instituciones ser cuidadosas y
respetuosas.
Hay que poner atención a las consecuencias de los hechos aquí
comentados. El diseño de política pública territorialmente sensata es
el resultado de una mayor conciencia política del individuo, porque
las instituciones públicas se verán obligadas a responder a una
ciudadanía activa, beligerante, consciente de sus derechos y
responsable respecto de sus deberes, los cuales no están situados en la
nada, sino localizados en el territorio. Y, por otra parte, la conducta
territorialmente sensible por parte de actores poderosos como las
grandes empresas o algunas instituciones públicas, será el resultado de
una mejor sintonía con el espacio geográfico de las personas, de los
lugares, de los significados y las identidades sociales.
* Por Ricardo Rubio González. Geógrafo. Jefe de Carrera de Pedagogía
en Historia y Geografía, Universidad Católica Silva Henríquez
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