Cuadernos de Filosofía Latinoamericana
ISSN: 0120-8462 | e-ISSN: 2500-5375 | DOI: https://doi.org/10.15332/25005375
Vol. 42 N.º 124 | enero junio de 2021
La virgen de los sicarios:
conciencia colectiva y sujeto no
consciente
[Artículos]
Vladimir Sánchez Riaño
Lucero Tonkinson
Fecha de entrega: 21 de julio de 2020
Fecha de evaluación: 15 de noviembre de 2020
Fecha de aprobación: 15 de diciembre de 2020
Citar como:
Sánchez Riaño, V. y Tonkinson, L. (2021). La virgen de los sicarios: conciencia
colectiva y sujeto no consciente. Cuadernos de Filosofía Latinoamericana,
42(124). https://doi.org/10.15332/25005375.6603
Resumen
Desde una perspectiva sociocrítica, este artículo aborda la relación entre
literatura, historia y sociedad con el interés de realizar un acercamiento
al fenómeno del sicariato en Colombia a partir de la novela La virgen de
los sicarios de Fernando Vallejo. Para ello, se realizan tres grandes
acápites. Primero, una perspectiva general del fenómeno conocido como
“La violencia” en Colombia; segundo, una explicación breve del concepto
Profesor asociado II de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Doctor en Filosofía por la
Universidad Santo Tomás. Correo electrónico: [email protected]; ORCID: https://orcid.org/0000-0003-3166-9922 Magister en Lengua y Cultura Española por la Universidad Pontificia de Salamanca,
Chicago Public Schools Teacher. Correo electrónico: [email protected]
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de sociocrítica como método de estudio; y, tercero, un análisis de la
novela.
Palabras clave: sociocrítica, literatura, sicariato, violencia en
Colombia, La virgen de los sicarios.
Our Lady of the Assassins: collective
consciousness and non-conscious individual
Abstract
This article addresses, from a socio-critical perspective, the relationship
between literature, history and society in order to approach the
phenomenon of murder-for-hire in Colombia from the novel Our Lady of
the Assassins by Fernando Vallejo. To this end, three main sections are
presented. First, an overview of the phenomenon known as “the violence”
in Colombia; second, a brief explanation of the concept of sociocriticism
as a study method; and third, an analysis of the novel.
Keywords: sociocriticism, literature, murder-for-hire, violence in
Colombia, Our Lady of the Assassins
Introducción
El interés de este artículo es mostrar que la literatura puede entenderse
como un producto cultural en la que conviven el placer estético de la obra
de arte y el ethos de una sociedad. En efecto, la narrativa puede asumirse
como una expresión en la que se encuentra la sustancia de los procesos
históricos de las sociedades en términos de horizontes de comprensión del
mundo, formas de relación social, política, económica, simbólica y estética,
los cuales justifican un estudio de la narrativa y de su relación con las
diversas dimensiones socioculturales de los pueblos. Al respecto, la
novelista y crítica literaria colombiana Laura Restrepo sostiene que las
obras literarias contienen diversos niveles de realidad en los que conviven
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los intereses testimonial y literario (1985, p. 127). La novela, además de ser
una obra narrativa, también es un lienzo en el cual ha sido plasmada una
visión de mundo particular, de la cual ni su autor, ni la obra misma se
pueden “escapar”.
Hablar de violencia en Colombia es reflexionar sobre un fenómeno
sociológico de carácter ontológico que ha encontrado en la literatura un
espacio para contarse. Es un hecho que se encuentra enraizado en el ser
colombiano de los últimos decenios. Sus orígenes, sus causas y su
desarrollo hacen que tenga características únicas en la sociogeografía
latinoamericana y que, en efecto, ocupe un espacio privilegiado en las
letras de los últimos setenta años. El término violencia, en Colombia, tiene
una connotación vital, pues se origina por un proceso social de
desenraizamiento del campesino a causa de las rencillas bipartidistas, las
cuales posibilitaron el surgimiento de guerrilleros liberales, bandoleros,
organizaciones guerrilleras con aparataje sociopolítico y logístico propio y
grupos paramilitares. Por ello, “La violencia en Colombia”, más que una
expresión, es una categoría que comúnmente se usa para referirse a un
sustantivo propio acotado a la lucha bipartidista (liberales y
conservadores), que se fraguó entre 1948 y 1965. Posteriormente, con el
surgimiento de la guerra de guerrillas de corte marxista, castrista,
nacionalista o maoísta (dependiendo del grupo guerrillero), se empieza a
hablar no de “La violencia”, sino del conflicto interno. Este último abarca
históricamente los acontecimientos acecidos desde 1965 hasta la época
actual e incluye el conflicto armado con la guerrilla, el surgimiento de los
carteles del narcotráfico, el fenómeno del sicariato, la violencia paramilitar
y las bandas criminales emergentes.
La literatura, entendida como memoria colectiva y como archivo histórico
social, es el marco que permite realizar un acercamiento a la novela La
virgen de los sicarios al tomar como punto de referencia la visión
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sociocrítica de Lucien Goldmann presentada por Altamirano y Sarlo
(1980) y Edmund Cros (2010). A partir de esta, se intentará esbozar
algunas hipótesis de trabajo en torno a la visión de mundo y la ideología
que se encuentran en la obra, y que pueden convertirse en un primer
intento de comprender su valor social. A la luz de Altamirano junto a Sarlo
(1980), y Cros (2010) han planteado como posibilidades de análisis las
categorías conceptuales de visión de mundo, ideología, sujeto individual y
sujeto transindividual. En cuanto a esta última, en su acepción más simple
y general, puede definirse como aquello que “hace que los individuos
existan juntos”, lo que los “hace coincidir”, lo que los “hace comunicar […]
a través de las significaciones” (Simondon, 2009). Así mismo, como lo
apunta Heredia (2015), la categoría de lo transindividual permite conectar
sistemáticamente “la individuación interior (psíquica) y la individuación
exterior (colectiva)” (p. 456).
Aunque el periodo histórico concreto en el que se desenvuelve la historia
de La virgen de los sicarios es el final de la década de 1980 y principios de
1990, este artículo presenta una visión panorámica sobre las causas de la
violencia en Colombia como antecedente y escenario en el cual surge el
narcotráfico y, con él, el sicariato. Así mismo, ofrece una visión general
sobre el problema del sicariato en Colombia. Posteriormente, presenta una
exposición sucinta del método sociocrítico como herramienta de análisis.
Y, por último, hace un análisis de la novela en sí misma.
Causas de la violencia en Colombia
A finales del siglo XX, Colombia había pasado de ser una sociedad agraria
a una sociedad urbana, los índices de la década de 1940 muestran un 70 %
de la población rural por un 30 % de población urbana, mientras que los
indicadores de finales de siglo mostraban un porcentaje inversamente
proporcional. Esto hoy se ha visto en aumento por los más de seis millones
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de campesinos desplazados desde el año 2002; solo entre 2002 y 2010 se
dice fueron desplazados más de cuatro millones de campesinos1. Las
causas de esta situación, según los autores de este artículo, son de carácter
político, económico y social, y van desde las guerras civiles de finales del
siglo XIX y principios del XX, pasando por el surgimiento de las guerrillas
revolucionarias, hasta llegar al narcotráfico y el paramilitarismo.
Causas políticas
Las causas políticas se pueden rastrear desde el origen mismo de la
República, en el conflicto entre Santander y Bolívar, originado por el
pensamiento utilitaristas de Jeremías Bentham, y también en las
concepciones federalistas y centralista, que adquirirían mayor relevancia
en la segunda década del siglo XIX con el conflicto entre románticos y
tradicionalistas, escenario propio en el que se consolidan los dos partidos
tradicionales: liberal y conservador (Tirado, 1996). Sin embargo, se
analizará el problema solo desde la década de 1930 del siglo XX, al tener
en cuenta el marco temporal que la mayoría de los autores le dan al
fenómeno de la violencia, comprendido entre 1946 y 1964, el cual Darío
Fajardo (1985) divide en cuatro períodos.
El período conocido como hegemonía conservadora termina en 1930 con
el triunfo de Enrique Olaya Herrera y da paso a la República Liberal, que
iría hasta 1946. Durante los primeros años de dicho periodo, se gestan a
partir del gobierno de Alfonso López Pumarejo algunas políticas de
transformación social con la “reforma en la educación, relaciones entre
iglesia y Estado, movimientos laboristas, seguridad social y uso de la
propiedad de la tierra” (Molina, 1982). Sin embargo, dichas políticas
comenzaron a provocar rencillas con los grupos conservadores, por lo que
1 Ver datos en: Rueda Rincón (2014).
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en la década de 1940 se comienza el movimiento reaccionario de represión
contra las organizaciones obreras y campesinas. Igualmente, el factor
externo que se desarrolló a partir del hundimiento del fascismo y del
nazismo y el consecuente surgimiento del socialismo hizo que Colombia
entrará en el área de influencia norteamericana y que se implantará con
ello la guerra fría en el país, persiguiendo a las organizaciones populares
(Fajardo, 1985).
Estas medidas reaccionarias desalentaron a las masas liberales y, como
consecuencia, el partido conservador recuperó el poder en 1946 bajo la
figura de Mariano Ospina Pérez (1946-1950). Es en este período donde se
agudiza la violencia, ya que los grandes terratenientes sobre todo en el
Valle del Cauca, apoyados indirectamente por el Gobierno, crean los
ejércitos conservadores paramilitares conocidos como “los pájaros”
(Guzmán et al., 2019)2. En este contexto, el partido comunista organiza las
autodefensas campesinas como mecanismo contestatario a las políticas
reaccionarias del Gobierno y al avance y accionar sangriento de “los
pájaros” contra los campesinos. Son memorables las autodefensas
campesinas del Tequendama y en especial de Viotá (regiones del
departamento de Cundinamarca), que resistieron con armas hechizas y
palos a los ataques de los ejércitos paramilitares oficiales. Estos procesos
llevados a cabo durante la presidencia de Mariano Ospina Pérez empiezan
a mostrar el camino para el conflicto entre izquierda y derecha, unido al
desdén causado por el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán el 9 de abril de
1948 en Bogotá y cuyo magnicidio dio origen al Bogotazo3.
En un ambiente de estabilización conservadora, de persecución por parte
de la policía oficial y de resistencia civil por parte de los liberales surgen
2 Ver capítulo cinco “Los grupos en conflicto”. 3 Ver la novela Estaba la pájara pinta sentada en su verde limón, de Alba Lucía Ángel.
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las guerrillas liberales en los departamentos de Tolima, Boyacá, Antioquia
y en los Llanos orientales. Estas guerrillas posteriormente darían origen al
fenómeno del “bandolerismo”, que asoló los campos colombianos y dejó
tras de sí una estela de muerte y sangre sin control4. Ahora bien, con la
llegada del presidente conservador Laureano Gómez (1950), se fortalece la
política reaccionaria del conservatismo a través del apoyo velado a la
“pajarería” en el Valle del Cauca y del fortalecimiento de un ejercito de
policías denominado “chulavita”.
En este contexto de desestabilización, ocurre en 1953 un golpe militar que
llevaría al teniente coronel Gustavo Rojas Pinilla al poder y a plantear
como tarea fundamental el llamado a la conciliación para neutralizar el
problema de la pérdida de control de los dirigentes liberales en las
guerrillas de resistencia. Sin embargo, al lado de esta política, se desplegó
otra de corte anticomunista que ejercía acciones contra grupos de
resistencia en zonas rurales de los departamentos de Tolima y
Cundinamarca (Villarica y Sumapaz). Esto previno a los sectores de
orientación comunista, quienes se negaron a entregar las armas, lo que
desató entonces la persecución y muerte de los principales dirigentes
populares. Esta coyuntura fue utilizada por la dirección bipartidista
(liberales y conservadores), quienes hicieron que las masas actuaran en
contra de la dictadura, y determinaron así su fin. Ante la ambigua política
del dictador Gustavo Rojas, que por un lado desplegaba cursos de acción
de carácter populista y, por otro lado, desarrollaba acciones
anticomunistas, la burguesía colombiana, unida en el bipartidismo. se
decidió a recuperar el poder y obligó al general a salir del país. Se crea así
un pacto entre liberales y conservadores llamado Frente Nacional, bajo la
4 Ver la novela Manuel Pacho, de Eduardo Caballero Calderón.
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excusa de pacificar el territorio colombiano y cuyo primer mandatario fue
Alberto Lleras Camargo.
La acción más reaccionaria del Frente Nacional contra las masas populares
se dio durante la presidencia de Guillermo León Valencia, quien
implementó el plan LASO (Latin American Security Operation). Una
operación de ascendencia norteamericana que no fue otra cosa que la
conformación de grupos para ocupar las llamadas repúblicas
independientes. Esta actúo directamente el 27 de mayo de 1964, cuando se
inició el ataque contra Marquetalia en donde se encontraba un grupo de
campesinos que resistían los embates del Gobierno, dicho grupo era
liberado por Manuel Marulanda Vélez, más conocido como “Tiro Fijo”,
fundador y líder de las extintas FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias
de Colombia) (Alape, 1994). En ese mismo año se crearían el Ejercito de
Liberación Nacional (López, 1989) y el Ejercito Popular de Liberación.
Este recorrido histórico permite ver que lo político se consolidó como una
de las causas más relevantes de la violencia en Colombia. Lo que ocurre
posteriormente, se encuentra en la novela que es objeto de análisis en este
artículo y que tendrá un poco más de desarrollo en el acápite
correspondiente. Baste decir, por lo pronto, que este fenómeno enrarecido
y de conflicto interno fue el escenario perfecto para que en las décadas de
1970, 1980 y 1990 surgiera y se desarrollará el flagelo del narcotráfico en
Colombia. El cual es el origen y patrocinador del sicariato, fenómeno de
interés en este trabajo5.
Causas económicas
Autores como E. J. Hobsbaw (1983) no le dan relevancia estructural al
factor económico como causa de la violencia en Colombia; sin embargo,
5 Al respecto ver Duzán (1992).
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hay que considerar el problema de la tierra como un a causa fundamental
en el fenómeno de la violencia. El legado del proceso de conquista y
colonización de América y su impacto en la apropiación y manejo de la
tierra por parte de la corona española generó una especie de modelo feudal
en el nuevo continente, el cual tendría un impacto significativo en la
sociedad y en la economía colombiana. Este modelo llega hasta el siglo
XXI en forma de terratenientes y gamonales (Sánchez y Meertens, 1983)
con un uso y tenencia de grandes extensiones territoriales para la
ganadería extensiva (Fajardo, 1985).
Otro factor económico a resaltar lo constituye la presencia de empresas
foráneas como la United Fruit Company, causante de la masacre de las
bananeras, nefasto episodio de exterminio narrado por Gabriel García
Márquez en Cien años de Soledad (2018). Si bien es cierto que el problema
político se puede rastrear como la causa formal más relevante para la
violencia, también es cierto que el trasfondo que movió las luchas
bipartidistas fue en gran medida la tenencia y apropiación por vías
“legales” de la tierra, por parte de los terratenientes. Una visión clara de
este fenómeno, visto desde la literatura, la ofrece la novela Siervo sin
tierra de Eduardo caballero calderón (2003).
Terminada la década de 1970, la guerra de guerrillas se encontraba en
pleno auge con la existencia de al menos cuatro grandes grupos armados:
las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) de corte
marxista, el M-19 (Movimiento 19 de abril) de corte nacionalista, el ELN
(Ejercito de Liberación Nacional) de corte castrista y el EPL (Ejercito
Popular de Liberación) de corte maoista. Por esta época el mundo
atravesaba el conflicto de la guerra fría, acaba de terminarse la guerra de
Vietnam (1975) y surgía una generación de jóvenes que gritaban en contra
de la guerra. Los jóvenes en Europa, especialmente en Francia, dejan oír
sus voces (Mayo del 68) y en Estados Unidos de América la cultura hippie
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emerge con fuerza tras Woodstock en 1969. Estos jóvenes además de sus
ideales políticos y ecologistas se caracterizan por el uso de sustancias
psicotrópicas, en especial la marihuana y las drogas sintetizadas como el
LSD y los opiacidos.
En este contexto, Colombia se convierte en el segundo productor de
marihuana del mundo y en el primero en cuanto a su calidad. haya mayor
demanda aparece la oferta, y hace que el país se convierta en uno de los
más grandes productores en el mundo. A este fenómeno se lo conoce como
la bonanza marimbera, la cual generará los grandes carteles de la droga en
Colombia, del cual saldrá el cartel más grande dirigido por pablo Escobar y
conocido como Cartel de Medellín. Este generó más violencia y, en
concreto, el fenómeno del sicariato. En resumen, “el problema del
narcotráfico es el problema de la violencia” (Camacho, 1985, p. 438).
El sicariato en Colombia
Para la década de 1980, se da una especie de sofisticación del sicariato,
según Juan Miguel Álvarez (2013) los adolescentes de Medellín eran
iniciados en el oficio matando indigentes; así, los jóvenes marginados de
doce o trece años eran entrenados, armados y reclutados por los carteles
para que fueran sus asesinos a sueldo (Álvarez, 2013). En la época del
narcotráfico en Medellín, era usual ver a adolescentes en automóviles y
motocicletas con sofisticadas armas para matar por encargo y sin
miramientos o remordimientos morales. En efecto, como se verá en el
análisis de la novela, estos niños entendían el sicariato como un trabajo
más y por ello incluso rezaban rosarios a La Virgen para que les fuera bien
en el trabajo del día. Dice Álvarez (2013) que los niños de escasos recursos
eran “feroces y arriesgados”, dado que no tenían nada que perder, porque
no habían “nacido pa´ semilla” (Salazar 2018). Se contentaban con el
hecho de que si morían, entonces sus “patrones” les regalaban a sus
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familias casa y dinero para que vivieran diez años sin trabajar (Álvarez,
2013). Los crímenes se hicieron mucho más sofisticados y sanguinarios,
pues los “empresarios” de los carteles empezaron a perfeccionar los
métodos tanto de contratación como de ejecución de las misiones.
La sociocrítica
Lucien Goldmann
La sociocrítica procura poner de manifiesto las relaciones existentes entre
las estructuras de la obra literaria (o cultural) y las de la sociedad en la que
está profundamente arraigada. Su método es el estructuralismo genético,
según el cual los actos individuales o colectivos del hombre tienden hacia
la totalidad, es decir, constituyen unas respuestas globales y más o menos
coherentes a situaciones dadas. En primer lugar, se parte del conjunto de
escritos (obra de un autor) que permiten captar la coherencia del conjunto
de la obra; en segundo lugar, y como corolario, se debe aprehender la
estructura significativa inscrita en los textos. Dicha estructura que
“subyace y le da sentido a la obra no se explica poniéndola en relación con
la personalidad del autor ni con la totalidad social” (Altamirano, 1980 p.
151.), sino que se debe acoplar la organización significativa de la obra en el
marco de unidades sociales, grupos y clases de la sociedad dada.
La sociocrítica es un método de los llamados “trascendentes”: aquellos
críticos que analizan las obras en virtud de una clave interpretativa que
está más allá de la configuración lingüística del texto; es decir, la
configuración de una disciplina hermenéutica que está determinada por
las vicisitudes del lenguaje y que, por lo general, conduce a conclusiones
diferentes en lo que se refiere al significado de los textos. La sociocrítica
trata de establecer conclusiones que parten de la consideración de la
literatura como una realidad con una tarea social. La sociocrítica apela a
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las circunstancias de la sociedad para relacionar las obras literarias y sus
creadores, con los hombres como exponentes de la sociedad y el momento
histórico en el que nacen. La sociología de la literatura requiere un estudio
de las relaciones entre el texto y el contexto que plantee en el plano
metodológico, el problema de la tensión entre el análisis interno (la
estructura de la obra) y el análisis externo (función social). El superar esta
división se ha centrado en las mediaciones entre la obra y sus condiciones
de producción (Sapiro, 2016, p. 20). A través del concepto de visión de
mundo, Goldmann propone relacionar la estructura de la coherencia de un
grupo o de una clase con la estructura significativa de la obra (Altamirano,
1980, p. 151).
Edmond Cros
En su ensayo “Sociología de la literatura”, Cros (2010) hace un recorrido
teórico por las sociologías empíricas, experimentales y el análisis de los
contenidos para llegar al concepto de sociocrítica. Para esto, empieza su
reflexión en torno al análisis propuesto por Escarpit para estudiar a fondo
la composición del público que acoge la obra. Además, plantea que esta
sociología ha sido retomada por “el círculo de Praga y más concretamente
por Mukarovsky quien distingue en el fenómeno sociológico constituido
por el texto literario, la obra material, por una parte y, por otra, su
interpretación por una conciencia colectiva” (Cros, 1994, p. 191-192). Cros
(2010) considera que los análisis propios de las sociologías
experimentales, empíricas y el análisis de los contenidos se alejan del
objeto mismo de estudio, ya que se interesan por el aspecto sociológico del
fenómeno literario y no por la literatura en cuanto tal, pues estas
sociologías no consideran la especificidad del texto de ficción. En relación
con la sociología de los géneros literarios, Cros (2010) sostiene que no se
pueden omitir los primeros análisis de Lukács en la medida en que ellos
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han alimentado la reflexión de Goldmann. Cros (2010) considera que el
lenguaje literario no solo es ficticio, sino específico y, más que ello, que la
especificidad del lenguaje está vinculada con un aparato ideológico del
Estado dominante. Así mismo, plantea que estos elementos participan en
la institución de una matriz discursiva que, en un primer nivel, conforma a
la escritura a modo de una marca genérica de la que la palabra no tiene la
posibilidad de sustraerse; y, por último, que la escritura abre en la
textualidad estratificaciones semióticas diversificadas, las cuales si no
están mediadas por sentidos predeterminados le proporcionan su libertad.
A través de lo anterior, Cros (2010) llega al punto central de su análisis al
plantear que la sociocrítica, como heredera del estructuralismo genético,
se distingue de la sociología de la literatura porque: 1) se limita al análisis
del texto literario y su interés está en el adentro del texto; 2) considera que
por la escritura la realidad referencial sufre un proceso de transformación
semántica; 3) al hacer suyas las nociones de texto y de escritura puede
plantear el problema de la mediación y del proceso de producción
ideológico de sentido; 4) se ha dedicado al estudio de los microespacios
polifónicos y conflictivos que se descubren en la materia pretextual y
textual, así como a las modalidades de inscripción de lo social en el texto.
Para Cros (2010), desde lo pretextual se analiza en qué se convierten los
fenómenos discursivos por medio de la escritura, se constata que, dentro
de un mismo texto, los sintagmas estereotipados son deconstruidos según
las regularidades significativas, es decir, mediante un mismo juego de
interferencias discursivas que, por lo mismo, puede verse como uno de los
elementos activos de la producción de sentido. Las reglas que presiden el
funcionamiento de estas interferencias discursivas pueden considerarse
indicios de estructuras profundas que operan en el marco de la genética
textual.
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Así pues, en la teoría de Cros (2010), el texto ficticio se construye en
función de un ajuste intrincado de representaciones. Por esto, el texto
literario se organiza en torno a un sistema complejo de estructuraciones y
al ir de representación en representación, más allá del texto, se tropieza
con la ideología materializada, a la que se considera como la puesta en
imagen de diferentes campos sociales problemáticos, organizados en
discursos icónicos o verbales susceptibles de ser captados tanto desde la
óptica semiológica como desde la semántica. En este marco, Cros (2010)
introduce el concepto de ideosema como elemento articulador a la vez
semiótico (estructura sistemas de signos icónicos, gestuales o verbales) y
discursivo (trasladado al texto garantiza una función estructurante de la
misma naturaleza) (Cros, 2010, p. 219-220).
Análisis de La Virgen de los sicarios
El autor
Fernando Vallejo nació en 1942 en Medellín (Colombia), estudió durante
un año Filosofía y Letras en la Universidad Nacional de Colombia,
posteriormente se graduó de Licenciado en Biología de la Pontificia
Universidad Javeriana. Sus intereses por la música clásica y el cine lo
llevaron a Europa, particularmente a Italia, en donde estudio cine. A partir
de 1971 se radicó en México, en donde vivió con su pareja David Antón, un
escenógrafo mexicano. Tras la muerte de su compañero de vida, en 2018,
regreso a Colombia. Durante los últimos cuarenta años ha sido un escritor
prolífico de novelas, tales como Los días azules (1985), El fuego secreto
(1987), Los caminos a Roma (1988), Años de indulgencia (1989), Entre
fantasmas (1993), La Virgen de los sicarios (1998), El desbarrancadero
(2001), La rambla paralela (2002), Mi hermano el alcalde (2004), El don
de la vida (2010), Casablanca la bella (2013), ¡Llegaron! (2015) y
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Memorias de un hijueputa (2019), en esta última muestra su visión (que
es la de muchos colombianos) sobre la figura del expresidente colombiano
Álvaro Uribe Vélez.
Se autoproclama como el último de los gramáticos, sus obras se
caracterizan por tener un estilo ácido, mordaz y crítico con la religión
católica, la política, las clases dirigentes de la economía y la política, así
como con el moralismo. Utiliza un estilo fluido en sus obras,
frecuentemente con narradores en primera persona de carácter
intradiegético. Su clara y abierta preferencia sexual le permite cierto
desparpajo en su narratividad, además de darle un conocimiento desde
adentro del mundo de los jóvenes que recrea de forma magistral en su
universo narrativo. Actualmente, está radicado en Medellín, su tierra
natal, en donde dice ha llegado a morir. Algunos estudiosos de su obra lo
han catalogado como un “escritor maldito” (Díaz, 2007).
La obra
La virgen de los sicarios es la historia de la certeza que los colombianos se
niegan a aceptar, es la manifestación del thanatos o pulsión de muerte
como sujeto “no consciente” que no se quiere reconocer, aunque ha sido
forjado por el sujeto colectivo y convive en el alma de la nación desde hace
más de quinientos años. Es la evidencia de la imposibilidad de construir
una conciencia posible que evite el contrasentido de la ley humana, según
la cual los jóvenes deben sepultar a los viejos y no estos a los jóvenes.
A partir de un narrador intradiegético, la novela refiere el
resquebrajamiento de una sociedad que ha trasmutado sus valores y su
pasado, una sociedad que gracias a un proceso histórico dialéctico ha
convertido a los niños en sicarios, guerrilleros y ladrones. Lo anterior
induce a concluir que la novela es solo la ficcionalización de una
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problemática sociológica desprovista de cualquier otro factor
determinante; sin embargo, el mismo proceso creador y narrativo de la
obra muestra que va más allá de lo sociológico, que lo que atraviesa
transversalmente de la problemática social es un estado existencial que
aboca a los sicarios y, más que ello, que los ubica en una situación de
violencia porque ellos mismos son el resultado de esta.
Sus padres han venido huyendo de sus parcelas y han insertado la cultura
campesina en el imaginario de la ciudad. Esa es la combinación perfecta
para que estalle la bomba de la inconformidad como consecuencia de una
situación que se les sale de las manos. Situación caracterizada por la
carencia de todo; en especial las necesidades básicas. Este proceso dio luz
una nueva conciencia, una nueva forma de luchar contra la sociedad que
los ha marginado y los ha excluido. Las prácticas agrícolas ya no pueden
ser un sustento económico, por esto, es necesario adaptarse para conseguir
dinero de forma distinta, a través de formas violentas y fraudulentas.
Este descentramiento intempestivo produce niveles de represión que, en
muchos casos, son desfogados por vía del alcohol o las drogas. La
consecuencia de esto es la fragmentación del núcleo familiar y el
debilitamiento de parámetros sociales como la vida, el hogar y la
honestidad, a tal punto que el único valor que pervive es el amor maternal.
Estos jóvenes, frente a una cultura que les niega absolutamente todo, no
encuentren otra forma de realización que el ejercicio del sicariato, sin
importar que ello traiga como consecuencia la pérdida de sus vidas:
“gentecita humilde que traía del campo sus costumbres, como matarse por
chichiguas [...] Y matándose por chichiguas siguieron: después del
machete a cuchillo y después del cuchillo a bala y en bala están hoy cuando
escribo” (Vallejo, 1998, p 29). La historia transcurre en Medellín dividida
en dos mundos, en dos espacios micro semióticos que recortan y
categorizan la macrosemiótica, construida por representaciones en el
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imaginario social que se convierten en espacios e instrumentos de poder y
que constituyen una visión estereotipada de la sociedad en la que se
enuncian:
[...] bajo un solo nombre Medellín son dos ciudades: la de abajo,
intemporal... y la de arriba... rodeándola. [...] La ciudad de abajo nunca
sube... pero lo contrario sí: los de arriba bajan, a vagar, a robar, a atracar,
a matar. ... bajan los que quedan vivos, porque a la mayoría... tan
cerquita de las nubes y del cielo, antes de que alcancen a bajar en su
propio matadero los matan. (Vallejo, 1998, p. 82)
La ciudad de arriba constituye un mundo completamente distinto al
mundo de la burocracia, de la Alpujarra, un mundo con un sino trágico, un
mundo que ha construido su ser y quehacer a través de una experiencia
histórica de olvido, abandono y muerte. Un mundo que ha acomodado
para sí el lenguaje, que ha construido su propia micro semiótica desde la
cual se trasluce su visión de mundo, sus prácticas sociales y sus modos de
adaptación a las microfísicas de poder: “Cuarto de mariposas” significa
cuarto de homosexuales (Vallejo, 1998, p. 10); “Chumbimba”, matar
(Vallejo, 1998, p. 24); “mano de changón”, escopeta recortada (Vallejo,
1998, p. 25); “parcerito”, amigo a quien se quiere (Vallejo, 1998, p. 39);
“tote, fierro”, arma de fuego (Vallejo, 1998, p.55); “Un tombo está
enamorado de mí”, un policía que lo persigue y lo quiere matar (Vallejo,
1998, p. 56).
Y llegado aquí si me quito el sombrero ante el expresidente Barco. Tenía
razón, todo el problema de Colombia es una cuestión de semántica.
Vamos a ver “hijueputa” aquí significa mucho o no significa nada. “¡Qué
frío tan hijueputa!” [...] quiere decir ¡qué frío tan intenso! “Es un tipo de
una inteligencia la hijueputa” quiere decir muy inteligente. Pero
“hijueputas” a secas como nos dijo ese desgraciado, ah, eso ya si es otra
cosa. Es el veneno que te escupe la serpiente. (Vallejo, 1998, p. 48-49)
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Gracias al narrador, se constatan en la obra estas dos microsemióticas que
imponen ciertos instrumentos de poder para cada una de las dos ciudades.
En efecto, el narrador hace uso de su condición de gramático cuando cita a
Cervantes, Dostoievski, Balzac, etc., pero también utiliza el lenguaje de
arriba y, por ello, también hace uso de los instrumentos que le permiten su
legitimidad macrosemiótica o primera visión de mundo:
¡Los caballos no tienen porque trabajar, el trabajo lo hizo Dios para el
hombre, hijueputa!” Le grité al carretillero [...] Al oírse llamar como dije
y al volver la cabeza, le quedo en posición perfecta para Alexis, quien con
un tiro en la frente me le remarcó lo dicho y como quien dice le tomó la
foto. [...] Y perdón por la palabrita que grite arriba pero es castiza: son
los mismos “hideputas” que dijo Don Quijote aunque elevados a la
enésima potencia. (Vallejo, 1998, p. 75)
En la obra es claramente identificable la visión de mundo gracias a la
oralidad del sujeto colectivo o transindividual, el cual se manifiesta en la
micro semiótica utilizada por los sicarios y adaptada por Fernando en sus
prácticas discursivas al hacer referencia al lenguaje coloquial, al lenguaje
del populacho, a los relatos, adagios, refranes y ritos religiosos: “Muerto el
santo se acabó el milagro” (Vallejo, 1998, p. 34), “No señor, o sí Señor,
aquí la vida humana no vale nada” (Vallejo, 1998, p. 39), “somos una
pesadilla de Dios que es loco” (Vallejo, 1998, p. 40). Hay pues una
plurilingüística que presenta diversos matices de voces y niveles
semánticos, que encierran prácticas sociales y esquemas de pensamiento
que constituyen el imaginario colectivo y que denuncian la existencia de
una visión de mundo que demarca y categoriza el imaginario colectivo.
El sujeto transindividual se muestra en el mundo del sicario, en su visión,
en sus amores y desamores, en su creencia religiosa, en últimas, en su
ideología. Podría pensarse incluso en una aparente antinomia en lo que
tiene que ver con la existencia humana, pues el sicario pareciera no valorar
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su propia vida y menos la del otro; pero, al mismo tiempo, tiene una
incapacidad semántica de conjugar el verbo morir. Su visión pareciera ser,
entonces, la de un crítico utilitario que ve al otro como un simple objeto de
trabajo y en algunos casos su mirada se torna casi compasiva cuando
decide eliminar a ese otro solo para salvarlo de su mísera condición
humana:
“Lo que sea. Yo a este mamarracho lo quisiera matar” “Yo te lo mato —
me dijo Alexis... —. Déjame que la próxima vez saco el fierro”. El fierro es
el revolver. ... Ah, y transcribí mal las amadas palabras de mi niño. No
dijo “Yo te lo mato”, dijo “Yo te lo quiebro”. Ellos no conjugan el verbo
matar. (Vallejo, 1998, p. 25)
El resultado social del pretérito proceso de la violencia en Colombia se
refleja en la visión de mundo del sicario, para quien puede ser más valiosa
la vida de un animal que la de un ser humano; y aunque parezca difícil de
creer, “el ángel” no puede matar a un perro, aunque si mata a cientos de
seres humanos:
—“Hay que matarlo”. “¿Cómo?” “Disparándole”. El perro me miraba. La
mirada implorante de esos ojos dulces, inocente, me acompañará
mientras viva, hasta el supremo instante en que la muerte, compasiva,
decida borrármela. “Yo no soy capaz de matarlo”, me dijo Alexis. “Tienes
que ser”, le dije. “Yo no soy”, repitió. Entonces le saque el revólver del
cinto, puse el cañón contra el pecho del perro y jalé el gatillo. (Vallejo,
1998, p. 77)
El único valor, lo único realmente importante en la vida del sicario quizá
sea la figura de la madre; esto se evidencia en la respuesta que le da
Wilmar a Fernando tras la propuesta de alejarse de Medellín:
“Simplemente tenía que ir antes a su barrio a despedirse de su mamá y a
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constatar que de veras le hubieran enviado la nevera” (Vallejo, 1998, p.
116).
El imaginario religioso también es una clave hermenéutica para
comprender la urdimbre de la visión de mundo que configura ese sujeto
transindividual y se manifiesta en la cultura de la muerte:
Entramos en la Iglesia, pasamos ante el señor caído, y seguimos hasta el
altar de fondo en la nave de la izquierda, el de María Auxiliadora, la
virgencita alegre con el niño... y cosa notable, muchachos con el corte de
pelo de los punkeros, rezando, confesándose: los sicarios. (Vallejo, 1998,
p. 52)
Los sicarios utilizan tres escapularios como parte de su creencia religiosa y
creen encontrar en ellos su salvación, su apoyo y la seguridad de cumplir a
cabalidad con su “trabajo”, sin importar que sea el de asesinar al prójimo.
Se pone así de manifiesto, un fetichismo del culto tradicional y un
sincretismo propio de América latina: “y se quedó desnudo con tres
escapularios, [...] y son: para que les den el negocio, para que no les falle la
puntería y para que les paguen” (Vallejo, 1998, p. 16).
Las balas rezadas se preparan así: Póngase seis balas en una cacerola
previamente calentada hasta el rojo vivo [...] Espolvoréense luego en
agua bendita obtenida en la pila de la Iglesia... y mientras tanto va
rezando [...] “Por la gracia de [...] (el santo de tu devoción) que estas
balas de esta suerte consagradas den en el blanco sin fallar y que no sufra
el difunto. Amén”. (Vallejo, 1998, p. 63)
Las prácticas sociales que aparecen en la ficcionalización literaria, insertas
en la visión de mundo del sicario de Medellín, muestran cómo el
sincretismo religioso, heredado de la imposición del cristianismo en la
época de la conquista y la colonia, pervive en la sociedad colombiana. Así,
los hijos de la cultura de la montaña, en donde se encuentra arraigada y
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enraizada la fe católica, adaptan las creencias tradicionales a sus
necesidades personales.
Así, en la visión de mundo del sicario aflora, sin la más mínima intuición
de antireligiosidad, una alteración de los valores religiosos tradicionales
que se demuestra cuando se asume que las figuras religiosas son
perfectamente capaces de ayudar al sicario para realizar correctamente su
“trabajo”. Hay una adaptación aparentemente antagónica de valores
religiosos con prácticas sociales que riñen con el espíritu del catolicismo.
El thanatos se empalma con el eros en una dualidad que vista desde el
occidente cristiano se evidencia como antinómica (muerte y vida). De
modo que la cultura de la muerte como sujeto transindividual (imaginario
colectivo) y el sujeto no consciente (la realidad que este sujeto crea y que
se niega a aceptar) se hacen presentes como claves de interpretación en el
resquebrajamiento social presentado en La virgen de los sicarios. Esto
permite que los jóvenes encuentren, en el recurso de la violencia heredada
y en el narcotráfico un medio para abrirse espacio en una sociedad que les
era ajena y que les hizo identificarse con una máxima inquietante: “no
nacimos pa’ semilla”.
Conclusiones
De esta forma, se ha intentado mostrar que la sociocrítica, como instancia
de análisis literario, permite que la obra no solo sea susceptible de ser
estudiada desde la perspectiva sociológica, sino que desde su literariedad y
las prácticas discursivas insertas en microsemióticas específicas se puede
comprender cómo estas circunscriben semánticamente los espacios
sociales y cómo en estos el sujeto individual adapta la visión de mundo del
sujeto transindividual, en sus acciones, pensamientos y valores concretos
como un proceso de socialización y de supervivencia.
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Ese sujeto transindividual se ve reflejado en la literatura colombiana, que
encontró una fuente viva y concreta para su desarrollo en los fenómenos
sociales relacionados con la violencia, el conflicto interno, los conflictos
políticos y los sociales. Así, la violencia y el conflicto interno han sido
material y fuente para la literatura que los ha contado y recreado. El sujeto
transindividual en La Virgen de los sicarios es un ethos que se encuentra
en las entrañas del ser colombiano de los últimos decenios y que convive
en él como lo hace el folclor, la música y el baile. El “carnaval” está en la
sangre del ser colombiano, así también el ser “verraco”, valiente, dispuesto
a morir si fuese necesario por defender su honor, su orgullo y lo que lleva
en la sangre. La violencia (esta vez genéricamente) se encuentra presente
en la historia del país, como lo está en los demás países de Latinoamérica,
del sur del río Bravo hacia abajo.
Como se ha dicho el término violencia, que generalmente denota una
acción que está fuera de su estado natural contra el modo innato de
proceder, en Colombia tiene una connotación vital, que implica un proceso
social de desgarramiento y desenraizamiento del campesino por las
razones antes mencionadas. El fenómeno de la violencia y el del conflicto
interno, así concebidos, son procesos sui géneris que denotan
concretamente unos periodos, unos actores y unos conflictos particulares.
La virgen de los sicarios permite revisar una parte concreta de estos
procesos no desde una perspectiva sociológica o historiográfica, sino desde
la particularidad de la literariedad, de la ficcionalización y de sus procesos
de verosimilitud que permiten aceptar que los hechos narrados, aunque
con nombres y seres del universo ficcional y personal de su autor, relatan
historias y procesos sociales de una forma que incluso podría ser más
creíble que la que muestra el archivo sociológico, antropológico e histórico
de los colombianos. Estos procesos de América llevaron al mundo a
admirarse con la literatura del “Boom latinoamericano” y, en especial, con
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la obra de Gabriel García Márquez, es esa realidad que sucede a diario en
la magia del trópico americano y que los críticos denominaron real
maravilloso.
Otro aspecto importante para resaltar de ese sujeto transindividual en La
virgen de los sicarios es el tema del sincretismo religioso, un fenómeno
que se hace latente en la obra de Fernando Vallejo, entendido como una
especie de mezcla de creencias y ritos provenientes del cruce de culturas de
las que somos el resultado. Ciertamente, corre por las venas de la mayoría
de los colombianos (como en la mayoría de los ciudadanos de América) la
sangre nativa, la negra y la europea; esto implica que hay también allí un
sustrato cultural que se ve reflejado en la sacralidad de nuestros pueblos.
El catolicismo popular es heredero de las visiones religiosas del
cristianismo, mezcladas con los sustratos del mundo sagrado de los
nativos y de los africanos.
En Colombia el sincretismo religioso está muy arraigado en la cultura del
pueblo, por esto, muchos católicos del país rinden un culto sagrado a
imágenes, les encienden velas, les llevan cuerpos de cera y hacen ritos en
conjuros de diversa índole con la firme creencia de que las imágenes les
van a hacer un milagro. Además de cargar en sus bolsillos la imagen
religiosa cristiana, también pueden llevar un amuleto propio de una
cultura animista, que pervive en armonía con el Dios cristiano. Una
muestra de ello es el fetichismo y religiosidad popular que se vive cada
domingo en una de las basílicas más concurridas de Colombia, la iglesia
del barrio 20 de julio en Bogotá. Allí miles de personas provenientes de
todas partes del país y del mundo llegan al santuario para realizar
diferentes ritos en los cuales se mezcla el sustrato animista de la cultura
nativa y africana con el Dios cristiano. En esta iglesia se rinde culto a una
advocación de Jesús en su infancia, traída a Colombia por el sacerdote
salesiano Juan del Rizo y tomada de el Niño Jesús de Praga, solo que se le
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ha cambiado su vestido de príncipe, por una manta rosada. Esta imagen es
conocida como el Divino Niño. La mayoría de los feligreses que asisten al
santuario realizan novenas, llevan sus imágenes y mezclan su culto con
prácticas no católicas. Usualmente los feligreses llevan a su casa la imagen
de yeso del Divino Niño, bendecida por un sacerdote para venerarla y
establecer procesos transaccionales de favores en cambio de ritos o
promesas del feligrés. Este fenómeno se convierte muchas veces en una fe
ciega, con particulares formas de apropiación del credo religioso, al
adaptarlo a las prácticas cotidianas de los creyentes. Esto es justamente
uno de los factores más relevantes del sujeto transindividual, que se ve
reflejado en la novela La virgen de los sicarios y que caracterizó a este
grupo social en la época concreta de la violencia ejercida por el cartel de
Medellín.
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