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LA ESTRELLA MIRELLA Un cuento estelar
Moisés Estévez Morales
LA ESTRELLA MIRELLA Un cuento estelar
Moisés Estévez Morales
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Érase que se era una vez, una estrella que vivía en el infinito cielo. Y no
se trataba de una estrella cualquiera, no. Era una estrella muy, pero que muy
especial. No era una simple estrella, era más que estrella, era una estelar
estrella. Era la hermosa, brillante y bella Estrella Mirella.
Era una estrella superlativa. Era una estrella más que luminosa,
luminosísima. Era una estrella más que brillante, brillantísima. Era una estrella
más que bella, bellísima. Y a esta estrella, que desde ahora la vamos a tomar
por nuestra, lo que más le gustaba en el mundo, era pasear por el firmamento y
saludar, al mismo tiempo, a todo ser celestial que a su paso encontraba, ya
fuera una estrella fugaz, ya fuera un cometa distraído o un planeta enano.
Cada día, con luna y sin sol o con sol y sin luna, salía nuestra estrella
Mirella, orgullosa y coqueta, a pasear más allá de las nubes, entre las demás
estrellas, y paseando saludaba y, saludando paseaba. Todos le correspondían
también con su saludo y le decían: “¡Adiós Estrella Mirella, adiós guapa
Mirella!”. Y ella, gentilmente, devolvía el saludo y se sentía regocijada y
henchida de ver que todo el mundo la saludaba también a su paso. Unos le
decían lo guapa que estaba, otros le alababan lo brillante que era y, los más, la
piropeaban por el garbo que lucía al andar.
Uno de esos estelares días en que nuestra querida estrella Mirella
estaba muy tranquila, ocupada en su quehacer habitual de pasear por el cielo
infinito, mientras todo el mundo le decía “¡Adiós Estrella Mirella, adiós guapa
Mirella!”, se dio la fatalidad de que, paseando y saludando, saludando y
paseando, ¡de repente!, se cruzó en el camino con un extraño objeto cuyo
estruendo ensordecedor (¡brrrrrrrrrrooooom!) la obligó a esquivarlo con un
rápido salto y, ésta, en un reflejo gesto, llevándose las manos a la cabeza
exclamó “¡uy!, ¿qué ha sido eso?” Se trataba, ni más ni menos, que de un
enorme cohete metálico que, de camino a la luna, la asustó de tal manera que
la estrella Mirella, después de que se hubiera repuesto del susto, se apagó un
poquito. Si, si, como digo, la estrella se apagó un poquito. Entonces, la Estrella
Mirella dejó de ser tan luminosa, tan brillante y tan bella. Pero, a pesar de este
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triste acontecimiento, a la Estrella Mirella poco le importó, y continuó su paseo
habitual saludando a todos y a todas y recibiendo elogios y suspiros.
Y en eso estaba ese mismo celestial día, continuando con su paseo
estelar, mientras todo el mundo le decía lo de “¡Adiós Estrella Mirella, adiós
guapa Mirella!”, cuando, ¡de repente!, otra vez, se cruzó en su camino un
nuevo y desconocido objeto que, haciendo un estrepitoso y desagradable ruido
ensordecedor (¡brrrrrrrrummmmm!), la asustó de tal manera que se llevó de
nuevo las manos a la cabeza exclamando “¡uy!, ¿qué ha sido eso?” En esta
ocasión, se trataba de un sólido meteorito supersónico que la asustó de tal
forma que, la Estrella Mirella, después de reponerse del susto como
buenamente pudo, se apagó esta vez otro poquito más. Fue así que la Estrella
Mirella dejó de ser tan luminosa, tan brillante y tan bella como antes. Pero a
pesar de este lamentable episodio, a la Estrella Mirella poco le importó y
continuó con su paseo saludando a todos y a todas y recibiendo alagos y
piropos.
Y en eso estaba ese accidentado día, continuando con su paseo,
mientras todos le decían “¡Adiós Estrella Mirella, qué guapa y hermosa y bella
andas hoy!” cuando, ¡de repente!, se cruzó en su camino un nuevo y veloz
objeto no identificado que, haciendo un ruido atronador (¡brrrrrrrrrrooooooom!),
la amedrentó de tal manera que, en un gesto evasivo, se llevó las manos a la
cabeza exclamando “¡uy!, ¿qué ha sido eso?” Era un peligroso misil perdido
que se había cruzado en su camino rumbo a no sé dónde y, tal fue el impacto
que le causó que, esta vez, la Estrella Mirella, no sólo se apagó un poquito sino
que ¡oh, fatalidad del destino!, se apagó del todo. Si, si, como digo, la Estrella
Mirella dejó de ser luminosa, dejó de ser brillante y dejó de ser,
definitivamente, la estrella más bella. Pero, a pesar de este triste hecho, a la
Estrella Mirella poco le importó y continuó con su paseo saludando a todos y a
todas. Sin embargo, en esta ocasión, para desagradable sorpresa de la Estrella
Mirella, nadie le devolvía el saludo, nadie le decía cosas bonitas, nadie la
alababa, ninguno al pasar le lanzaba piropos o suspiraba por ella.
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A pesar de tanta fatalidad, en contra de lo que todos nosotros
pudiéramos pensar, la Estrella Mirella seguía andando en su camino, recta y
orgullosa, sin perder el rumbo ni la esperanza, saludando sin obtener respuesta
ni atrayendo las miradas de los demás. Y así andaba y anduvo hasta que,
cercano ya el horizonte infinito, comenzó a apreciar que el cielo se encendía y
una cálida luz le iba devolviendo poco a poco el brillo antiguo. Fue entonces
cuando la Estrella Mirella se dio de bruces con el inmenso sol, se tropezó con
el resplandeciente sol que tras el horizonte había estado escondido y
agazapado. Mirella alzó las manos en un gesto de tocar lo intocable y recuperó
la luz perdida y confió en continuar haciendo lo que más le gustaba hacer,
pasear y saludar a todo el planetario e inmenso mundo.
Y, así, la Estrella Mirella, nuestra querida y admirada Estrella Mirella,
volvió a confirmar que el sol siempre sale cada día y cada día sale para todos.
Y colorín colorado, este estelar cuento se ha terminado.
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