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Taller de Expresión I (cátedra Reale)
curso 2019
AARRGGUUMMEENNTTAACCIIÓÓNN
¿La era de la posverdad?
cuaderno de trabajo preparado por Analía Reale
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Índice
El programa retórico……………………………………………………………………………………. 5
Invención………………..........………………..…………………………………………………………. 5
La situación de argumentación……………………………………………………………… 5
Las premisas de la argumentación………………………………………………………… 10
Argumentos y tesis………………………………………………………………………………… 20
La controversia: argumentos y contra-argumentos…………..…………………… 20
La organización del discurso: la dispositio……………………………………………………. 26
La puesta en texto: la elocutio……………………………………………………………………… 27
Brevísimo glosario de figuras retóricas………………………………………………….. 27
Las caras de la posverdad……………………………………………………………………………. 31
Cómo funciona la máquina retórica…………………………………………………………….. 42
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El programa retórico Argumentamos para defender nuestras creencias, nuestras ideas, nuestras opiniones, o para refutar las de
otro. Argumentamos para convencer a un auditorio de la validez de nuestras posiciones. La argumentación
se presenta, entonces, como un trabajo de justificación de elecciones éticas, sociales o políticas. Como tal,
esta práctica cuenta con una tradición de veinticinco siglos que, codificada por la retórica, está vigente aún
hoy.
Las consignas que integran este cuaderno de trabajo se plantean como pequeños ejercicios retóricos:
reconocer los componentes de la situación argumentativa; distinguir tesis, argumentos y premisas; construir
una refutación, elaborar un texto de opinión; argumentar utilizando la ironía y el sarcasmo; intervenir en una
polémica.
Algunos de estos ejercicios apuntan a descubrir el andamiaje sobre el cual se sustenta toda
argumentación, otros se detienen en aspectos relacionados con la estructuración del texto persuasivo, otros
se centran en procedimientos como la ironía o la concesión. En suma, el trayecto que proponemos enfoca
distintas cuestiones involucradas en el proceso de elaboración del texto argumentativo tal como fue diseñado
por la retórica: desde la generación de ideas y la búsqueda de argumentos operaciones características de la
inventio hasta la organización del discurso la dispositio y la puesta en texto la elocutio en la que se
definen las decisiones que determinarán el estilo verbal del escrito.
Invención La puesta en marcha del proceso retórico es tarea de la inventio. En esta etapa el escritor/orador debe
ocuparse de dos tareas básicas: evaluar y caracterizar la situación de argumentación en la que va a
desarrollarse su discurso y encontrar argumentos eficaces para lograr sus objetivos. De la definición
adecuada de las condiciones en las que va a argumentar dependen todas las decisiones que modelarán el
texto y, por supuesto, el éxito de la empresa persuasiva. Con una imagen clara de la situación, el escritor
puede establecer las premisas sobre las que fundará su argumentación y lanzarse a la búsqueda de los
argumentos que sostendrán su posición.
La situación de argumentación Toda situación de argumentación presupone, como punto de partida, la existencia de un desacuerdo en
torno de un objeto de discusión (que constituye el problema o cuestión argumentativa) y la voluntad de un
enunciador de convencer al destinatario del discurso de que su tesis (la posición sostenida en el discurso) es
digna de ser aceptada. El conjunto de estos factores (problema, enunciador, destinatario y tesis) diseña una
escena argumentativa que es imprescindible evaluar con justeza para poder comprender y producir textos
persuasivos adecuados y eficaces.
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Leer el texto siguiente y determinar cuál es el objeto de controversia, quiénes son los oponentes, a qué destinatario se dirige y qué argumentos emplea para convencer.
Confusión. La ciencia puede brindarnos evidencias acerca de que la verdad sigue siendo clave. A veces, los medios se hacen eco de miedos ancestrales de los seres humanos. El efecto puede llevar a decisiones como el Brexit.
Para muchos, el año 2016 estuvo marcado por dos hechos políticos: la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos y el
referéndum de Brexit en el Reino Unido. Pero, para algunos de nosotros, el hecho fundamental fue que el diccionario Oxford eligió posverdad como palabra del año. Definida como “las circunstancias en las que los hechos
objetivos influencian menos a la opinión pública que las apelaciones a la emoción o a las creencias personales”, la palabra posverdad empezó a
aparecer por todos lados, como una explicación mágica y teleológica. “Claro, estamos en la época de la posverdad, y por eso pasó esto”. Pero ese tipo de
explicación de la posverdad es apenas una forma más de la posverdad. No explica nada. Más parece una justificación ex post que ni siquiera busca intentar entender el fenómeno a fondo.
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Claro que hay una relación entre Trump y Brexit, y la posverdad. Los ciudadanos de ambos países tenían a su disposición información correcta,
hubo varios expertos alertando acerca de que no era cierto que Gran Bretaña ahorraría dinero si se separaba de la Unión Europea, ni que los inmigrantes
mexicanos fueran responsables de los crímenes en Estados Unidos. Pero, aparentemente, los votantes se sintieron más convocados por eslóganes que demonizaban al otro, por campañas en las que abundaron las informaciones
falsas o las frases grandilocuentes, vagas y vacías de contenido.
Hemos sobrevivido a cosas peores que Trump o Brexit. Pero la posverdad, que está presente en el discurso de los políticos, de los medios y
de muchos activistas sociales, es aún más peligrosa que cualquier coyuntura: pone en peligro nuestra supervivencia como sociedad civilizada, y quizás
también como especie.
El fenómeno que hoy llamamos posverdad dista mucho de ser reciente. Un buen ejemplo de esto es el caso de las vacunas. Las vacunas son unas de
las medidas de salud pública más costo-efectivas que existen, y permiten prevenir enfermedades de manera extremadamente efectiva (funcionan) y
segura (no hacen daño). Desde que se vacuna regularmente a nivel mundial, la humanidad logró erradicar del planeta a la viruela, una enfermedad muy contagiosa y responsable de muchísimas muertes a lo largo de la historia.
Gracias a esto, ya dejamos de vacunar contra la viruela: los de cuarenta estamos vacunados y nuestros hijos no, porque ya no lo necesitan. Estamos también cerca de eliminar del planeta otras dos enfermedades peligrosísimas:
la poliomielitis y el sarampión. Enfermedades infectocontagiosas que antes eran muy comunes, hoy se han vuelto raras. Todo gracias a las vacunas.
Es cierto que, como cualquier intervención médica, las vacunas tienen un pequeño riesgo (por ejemplo, alergias), pero es un riesgo extremadamente bajo, sobrepasado con creces por sus beneficios. Dado que la alternativa es
no vacunar y correr los riesgos de sufrir enfermedades que hoy son prevenibles, debemos evaluar no sólo los riesgos de hacer algo, sino también los riesgos de no hacerlo.
Sin embargo, siempre hubo, hay y seguirá habiendo personas opuestas a la vacunación. Hace casi dos décadas, un médico inglés, Andrew Wakefield,
hizo renacer el movimiento antivacunas al publicar un trabajo científico que tuvo enorme influencia en la opinión pública, porque además fue difundido por todos los medios de comunicación. En él afirmaba que la vacuna triple
viral, la que protege contra sarampión, paperas y rubéola, provocaba autismo en los niños. ¿En qué se basaba para decir esto? En muy pocos casos de
niños en los que, poco después de haber sido vacunados, se les había diagnosticado autismo. Metodológicamente, es apenas un ejemplo de un error tan elemental como frecuente: atribuir una relación de causa y consecuencia
entre dos eventos sólo porque ocurren uno después del otro. Un razonamiento básicamente equivalente a creer que si lavamos el auto y llueve, entonces llueve porque lavamos el auto. Peor aún: en el caso de
Wakefield, se descubrió que las evidencias que había usado eran fraudulentas y que además había cobrado dinero de abogados que litigaban
casos ligados a las vacunas. Pero el daño ya estaba hecho. A partir de ese
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trabajo, muchos padres dejaron de vacunar a sus hijos. Por supuesto, todos los padres intentan hacer lo mejor para sus hijos, y el miedo al autismo es
entendible. Pero, a pesar de que se demostró, mediante muchísimas investigaciones científicas, cuidadas, controladas e independientes, que las
vacunas no provocan autismo, muchos siguen sin vacunar a sus hijos. Estos miedos se propagan, y las consecuencias son nefastas. Europa y Estados Unidos, sobre todo, están teniendo nuevos brotes de sarampión y otras
enfermedades debido a este comportamiento. No son enfermedades inocuas. Algunos niños morirán o sufrirán por esta decisión. El miedo al autismo sigue, aunque la investigación científica dejó clarísimo que es absolutamente
infundado.
Acá es donde aparece la posverdad: contra toda evidencia seria, el miedo
sigue. Y lo curioso es que no depende de un argumento u otro. Cuando se mostró que la vacuna triple viral no tenía ningún vínculo con el autismo, se empezaron a escuchar argumentos atribuyendo el daño inexistente al
aluminio o al mercurio que hay en algunas vacunas. Esto fue refutado también, pero algunos siguen creyendo que las vacunas son peligrosas.
Hablamos de posverdad cuando el discurso público (el de las personas, el de los estadistas, el de los medios) se inunda de prejuicios por motivos sentimentales, políticos o económicos que, en vez de ser confrontados con lo
que sabemos, se consideran una verdad alternativa.
La lucha es desigual. Por un lado, el conocimiento, que es árido, difícil de conseguir, y a veces no satisface nuestros deseos. Por el otro, la fantasía
inconmovible apoyada por la pseudoneutralidad de muchos medios, que consideran que verdad y opinión injustificada son equivalentes y
acríticamente iguales. Si Jim Carrey tuitea diciendo que es fascista que el gobierno norteamericano quiera vacunar a todos los niños, y que lo que se busca con ello es envenenar a la población, sus 15 millones de seguidores lo
leen. Cuando Robert de Niro decide proyectar, en su festival de cine, el “documental” Vaxxed (las comillas son adrede), en el que Andrew Wakefield,
que ya no puede ejercer la medicina pero sigue viviendo de crear miedo respecto de las vacunas y el autismo, dice mentiras, sale en todos los medios del mundo.
¿Qué tiene que ver lo de las vacunas con la verdad y la posverdad, con Brexit y Trump? A la ciencia no le gusta hablar de verdad, porque la verdad absoluta, vista desde el punto de vista de la filosofía o de la matemática, no
existe en el “mundo real”. Las respuestas que da la ciencia a los distintos problemas que aborda no pueden nunca llegar a ese tipo de verdad, ni es su
interés hacerlo. La verdad científica es otra cosa, y se relaciona con lo que ocurre efectivamente y podemos comprobar. Es una versión más operacional y menos esencialista de verdad. Y es la versión que necesitamos para resolver
los problemas de la humanidad en esta época: cómo alimentar a miles de millones, cómo combatir las enfermedades infecciosas, cómo mantener la
biodiversidad, cómo detener el calentamiento global, y tantos otros. Quizás, cuando la ciencia se comporta con prudencia y elige no hablar de verdad, lo cual es correcto, está dejando campo libre para que otros sí hablen de sus
fantasías como si fueran verdad, para que inventen una “verdad” sin
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evidencia, que no es otra cosa que la posverdad: un montón de miedos y esperanzas, de creencias y anhelos, pero ni un gramo de verdad.
Las vacunas no producen autismo. Esa es la verdad. Del otro lado, la posverdad: no importa cuántas evidencias demos de algo, esa postura seguirá
ignorándolas. Por eso no funciona, como quedó demostrado con investigaciones y con políticas públicas que no fueron efectivas, informar a las personas acerca de la seguridad y efectividad de las vacunas. Como
tampoco funcionaron las voces que alertaban acerca de las mentiras o inexactitudes en las campañas de Brexit y Trump. La mayoría de las personas que optan por no vacunar a sus hijos, o que votan a Trump o
Brexit, probablemente no tengan malicia ni sean fundamentalistas. Están genuinamente preocupados por algo (el desempleo de los obreros
industriales, la inmigración, el autismo) y deciden según lo que creen mejor. La descalificación en masa de todos ellos es también un acto de ignorancia, un acto fundado en la posverdad. Sí, también las buenas causas pueden
contaminarse con la posverdad y volverse dañinas. Entender que las estrategias de comunicación y de construcción de consenso alrededor de la
verdad son necesarias, también requiere de una actitud científica.
Siempre habrá quienes, para resolver los problemas del mundo, apelarán a la emoción en vez de a la verdad. ¿Cómo podemos protegernos? Los
ciudadanos somos responsables de pelear. Busquemos los datos, las pruebas. Pidamos las evidencias que sostienen lo que se afirma, y aprendamos a entender el valor de la evidencia.
La posverdad no es un síntoma de otra cosa. Es una enfermedad que destruye la posibilidad de construir diálogos racionales y consenso. La
investigación científica puede parecer que se ocupa sólo de cuestiones relacionadas con las ciencias, pero no es así. Es en realidad una metodología de búsqueda de evidencias, con experimentos y con observaciones que
permiten responder preguntas. Cuando nuestras preguntas se relacionan con cómo es el mundo real, con cuestiones fácticas, esa metodología nos es útil. Y es la primera y la última línea de defensa contra los que intentan hacernos
comprar sus fantasías como si fueran hechos.
Guadalupe Nogués Doctora en Ciencias Biológicas, UBA. Docente. Editora
del blog de ciencia Cómo sabemos.
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Las premisas de la argumentación Para tener éxito en su propósito, el orador debe partir de tesis ya aceptadas por su auditorio sobre las cuales
podrá edificar nuevos acuerdos. Estas bases de acuerdo constituyen las premisas sobre las que se funda la
argumentación. Las premisas son opiniones, creencias, juicios y valores que se presuponen compartidas con
el destinatario del discurso y que, por lo tanto, no están sujetas a discusión.
Estos acuerdos básicos varían en función de los destinatarios a los que buscan convencer. Si el discurso
se dirige a un auditorio no especializado, el enunciador apelará al sentido común y a principios y valores muy
generales (los lugares comunes). El recurso a valores universales como el bien, la verdad, la justicia, la razón
y la libertad, por citar algunos ejemplos, no son rechazados por ningún auditorio pero su definición es tan
vaga e imprecisa que las consecuencias que pueden extraerse de ellas variarán con el significado que cada
individuo les asigne. Por eso, un acuerdo sobre valores comunes debe ir acompañado de un esfuerzo por
interpretarlos y definirlos para que el orador pueda adaptar ese acuerdo a sus fines.
Si el discurso se dirige a un grupo especializado como sucede con la argumentación en el marco del
discurso académico, por ejemplo las bases del acuerdo serán más específicas. En efecto, cada disciplina
define no sólo sus objetos de estudio sino también los acuerdos y argumentos sobre los que fundamenta la
racionalidad que le es propia.
Analizar los textos que siguen. Identificar y comparar las premisas sobre las que se sostienen los
acuerdos con sus destinatarios en cada uno de los artículos e indicar si estas premisas aparecen en forma explícita o no.
La polémica sobre la ortografía española
Botella al mar para el dios de las palabras*
por Gabriel García Márquez
A mis doce años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: ¡Cuidado! El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: ¿Ya vio lo que es el poder de la palabra? Ese día lo supe. Ahora sabemos, además, que los mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor, que tenían un dios especial para las palabras.
Nunca como hoy ha sido tan grande ese poder. La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté desplazándolas ni que pueda extinguirlas. Al contrario, está potenciándolas: nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual. Palabras inventadas, maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros desechables, por los carteles de publicidad; habladas y cantadas por la radio, la televisión, el cine, el teléfono, los altavoces públicos; gritadas a brocha gorda en las paredes de la calle o susurradas al oído en las penumbras del amor.
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No: el gran derrotado es el silencio. Las cosas tienen ahora tantos nombres en tantas
lenguas que ya no es fácil saber cómo se llaman en ninguna. Los idiomas se dispersan sueltos
de madrina, se mezclan y confunden, disparados hacia el destino ineluctable de un lenguaje
global.
La lengua española tiene que prepararse para un ciclo grande en ese porvenir sin
fronteras. Es un derecho histórico. No por su prepotencia económica, como otras lenguas hasta
hoy, sino por su vitalidad, su dinámica creativa, su vasta experiencia cultural, su rapidez y su
fuerza de expansión, en un ámbito propio de diecinueve millones de kilómetros cuadrados y
cuatrocientos millones de hablantes al terminar este siglo. Con razón un maestro de letras
hispánicas en los Estados Unidos ha dicho que sus horas de clase se le van en servir de
intérprete entre latinoamericanos de distintos países. Llama la atención que el verbo pasar
tenga cincuenta y cuatro significados, mientras en la república del Ecuador tienen ciento cinco
nombres para el órgano sexual masculino, y en cambio la palabra condoliente, que se explica
por sí sola, y que tanta falta nos hace, aún no se ha inventado. A un joven periodista francés lo
deslumbran los hallazgos poéticos que encuentra a cada paso en nuestra vida doméstica. Que
un niño desvelado por el balido intermitente y triste de un cordero, dijo: «Parece un faro». Que
una vivandera de la Guajira colombiana rechazo un cocimiento de toronjil porque le supo a
Viernes Santo. Que Don Sebastián de Covarrubias, en su diccionario memorable, nos dejó
escrito de su puño y letra que el amarillo es el color de los enamorados. ¿Cuántas veces no
hemos probado nosotros mismos un café que sabe a ventana, un pan que sabe a rincón, una
cereza que sabe a beso?
Son pruebas al canto de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempos no cabe en
su pellejo. Pero nuestra contribución no debería ser la de meterla en cintura, sino al contrario,
liberarla de sus fierros normativos para que entre en el siglo veintiuno como Pedro por su casa.
En ese sentido, me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la
gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus
leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen
todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y
científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los
gerundios bárbaros, los ques endémicos, el dequeísmo parasitario, y devolvamos al subjuntivo
presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en vez de
cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos. Jubilemos la ortografía,
terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de
límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al
cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver con revólver. ¿Y qué
de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si
fueran dos y siempre sobra una?
Son preguntas al azar, por supuesto, como botellas arrojadas a la mar con la esperanza de
que le lleguen al dios de las palabras. A no ser que por estas osadías y desatinos, tanto él
como todos nosotros terminemos por lamentar, con razón y derecho, que no me hubiera
atropellado a tiempo aquella bicicleta providencial de mis doce años.
*Discurso pronunciado por Gabriel García Márquez en la apertura del Primer Congreso Internacional de la Lengua Española que tuvo lugar en Zacatecas, México, en 1997. Reproducido por el diario La Jornada, México DF, 8 de abril de 1997.
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¿Eskrivir komo se abla?
Lourdes Penella
El español ha librado numerosas batallas en distintas líneas de fuego. De los rótulos
escritos exclusivamente con mayúsculas a Internet, el camino de nuestro idioma no ha
sido fácil. Su riqueza, sin embargo, parece estar hoy nuevamente amenazada, y por
extraño que parezca, en el frente universitario.
El adecuado empleo de la lengua española, entre otras habilidades, expresa hoy la estatura
profesional de un graduado. Pero las universidades se enfrentan a un enorme problema: el
vacío creado en la enseñanza del español desde hace más de 50 años en las primarias
nacionales.
Aunque de manera tardía e incompleta, el problema se ha empezado a
subsanar. Incluso, en algunas instituciones los resultados han sido halagüeños. Sin embargo,
un maestro universitario que enseña a dividir en sílabas una palabra, se enfrenta a una fuerte
resistencia por parte de sus alumnos. «¿Cómo yo, ingeniero de tercer semestre, filósofo de
primero, o contador en ciernes, voy a ponerme a dividir en sílabas?», exclaman. «¿A mi edad?
¿Y para qué me va a servir? ¿Cómo es posible que mi carrera me mande tres horas a la
semana a conjugar verbos, a distinguir las ideas principales de un texto o a colocar diéresis
sobre la u? ¿Qué se cree esta profesora, que me puso un 7, según ella porque "no están
justificados mis argumentos en el ensayo del examen final"?».
De modo que un curso universitario de redacción no se inicia con el primer tema, sino
con una abierta hostilidad, pues los estudiantes no le encuentran utilidad para su vida
profesional. «Pero en mi carrera sólo necesito matemáticas e inglés, los dos
idiomas universales…». Y al decirles que en algún momento tendrán que escribir una tesis en
correcto español, la respuesta es: «Pues entonces ya me preocuparé» o «Para eso están los
correctores. Profe, yo sé lo que le digo: hágale caso a García Márquez».
¿LA ORTOGRAFÍA NO ES RAZONABLE?
En efecto, Gabriel García Márquez propuso durante el primer Congreso Internacional de la
Lengua Española, celebrado en Zacatecas hace cinco años, la supresión de los acentos, un
indistinto uso para la Z y la C y para la G y la J, la desaparición de la V y de la H y el exterminio
de la Q.
Santiago de Mora, presidente del Instituto Cervantes, destacaba cómo, curiosamente, el
escritor colombiano criticó a la gramática con un discurso gramaticalmente perfecto. «Hizo —
dijo— un discurso lírico muy poco comparable con una propuesta práctica, y lo hizo desde la
imaginación y la libertad de un novelista» [1] .
De hecho, García Márquez no hizo sino recoger una propuesta en la que
diversos especialistas llevan años investigando: la de simplificar la ortografía española. Uno de
ellos, Raúl Ávila [2] declaró abruptamente en el Congreso que «la ortografía académica no es
razonable». Y agregó: «Cuando una ley puede ser infringida involuntariamente por alguien que
puso todo su empeño en cumplirla, la culpa no es del infractor, sino de la ley». Opinión de la
que no participan muchos profesores; en especial dudan de que los alumnos «ponen todo su
empeño en cumplirla…».
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Raúl Ávila ha dedicado su vida a trabajar con escolares mexicanos de todo el país, y
sus estudios le han permitido conocer las dificultades de los niños para aprender las normas
ortográficas: las haches puestas al azar, las confusiones entre B y V, los problemas con la S, C
y Z y las mezclas de la LL y la Y. [3]. En efecto, en México los escollos
están fundamentalmente en aquellos grupos de letras que suenan igual, pero se
escriben diferente. El objetivo central es, pues, fonologizar la escritura, es decir, atribuir una
sola letra a cada sonido. Ávila ha propuesto, de hecho, un «alfabeto internacional hispánico».
Éste quedaría integrado por sólo 25 letras excluyendo a la C, la H, la Q, la W y la X. Aceptar
esta oferta representaría un grave empobrecimiento del idioma.
Sin embargo, si consideramos que a partir del año 2000, 90% de los hispanohablantes
somos latinoamericanos, la propuesta cobra interés.
Inmediatamente después de la oferta del colombiano, los argumentos en contra
brotaron como hongos. El principal sostiene que adaptar la ortografía a las distintas
pronunciaciones locales, acabaría dificultando la comunicación escrita entre los
hispanohablantes. Además, si un idioma hablado en 20 países se empieza a modificar, se va
a adaptar de manera distinta en cada país. Unos dirán que no quieren la H, pero sí la V, otros
dirán que quieren mantener la G y la J, pero no la Q, y así sucesivamente.
Este planteamiento tiene la aparente ventaja de que los niños aprenderían con mayor
rapidez, pero luego no sabrían leer los millones de libros que ya están editados con las letras
actuales.
Octavio Paz, ausente de Zacatecas por su ya delicado estado de salud, explicó en el diario
Reforma: «Sería como si quisiéramos imponer la fonética del siglo XIX al habla del siglo XX. El
habla evoluciona sola, no se tiene por qué proclamar ni declarar la libertad de la palabra, ni
tampoco su servidumbre. Muchas de las expresiones que García Márquez propuso para
sustituir las conjugaciones actuales, son arcaicas. Tampoco estoy de acuerdo con la supresión
de la hache. Si queremos saber adónde vamos, hay que saber de dónde venimos» [4] […]
¡AH, Y LAS ETIMOLOGÍAS!
Este es otro de los argumentos esgrimidos por los enemigos de andar tocando el alfabeto. «No
se hicieron por capricho las reglas ortográficas, tienen una razón de ser. Las palabras tienen
un sentido etimológico», decía otro Nobel, el gallego Camilo José Cela. «Cuando yo era
catedrático, a los alumnos que tenían una sola falta de ortografía los suspendía. En eso hay
que ser inexorables…». [8]
Raúl Ávila contraataca, esta vez con una frase de Andrés Bello: «Conservar letras
inútiles por amor a las etimologías me parece lo mismo que conservar escombros en un edificio
nuevo para que nos hagan recordar el antiguo». [9]
Es lo que ocurre al filólogo español José Antonio Millán [10] con la hache: «higuera,
hierro, almohada, alhelí… qué quieres que te diga, yo les tengo cariño con hache… Es como
unos zapatos viejos que no valen para nada, pero que no te animas a tirarlos porque te
recuerdan por dónde has caminado con ellos».
El congreso de la lengua de Zacatecas se abrió con la propuesta de un Nobel de
Literatura para jubilar la ortografía. Y concluyó con la voz de Fernando Pessoa, que trajo a
colación Martín Mayorga cuando afirmó: «Decía Pessoa que la ortografía también es gente. Y
García Márquez, como algunas empresas, quiere jubilar a la gente antes de tiempo». [11]
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Urge que en las universidades se siga enseñando redacción y ortografía de acuerdo con
la grandeza del idioma, porque es éste el único vehículo por el que se conoce el valor de cada
persona. Si no se escribe claro y se habla bien, es imposible conocer el pensamiento
del hombre.
Notas
[1] El País. «Congreso de la lengua castellana: la polémica de la ortografía». Sección La Cultura, p. 28. Madrid, 13 abril de 1997.
[2] Raúl Ávila es lingüista mexicano. Profesor e investigador del Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México. Coordinador de la Comisión de Difusión Internacional del Español por radio, televisión y prensa.
[3] Véase Raúl Ávila. «Hacia un diccionario internacional hispánico», en Nueva Revista de Filología Hispánica. 1998.
[4] Reforma. «La academia mexicana: limpia, fija y da esplendor». Sección D, p. 1. México D.F., 2 de abril de 1994.
[8] «Transgresiones gráficas», en El cajetín de las lenguas. www.ucm.es/info/
especulo/cajetin/tr_grafi.html
[9] Véase Raúl Ávila. «Lengua hablada y estrato social: un acercamiento
lexicoestadístico», en Nueva Revista de Filología Hispánica. Tomo 36. México,
1988. pp. 144-146. Y sus artículos: «La lengua española en América cinco siglos
después», en Estudios Sociológicos. El Colegio de México. 1992. p. 690, y «La
lengua española en el quinto 92 y el primer 98», en Actas del IV Congreso
Internacional de «El español de América». Del 7 al 11 de diciembre de 1992. Tomo 1. Santiago de Chile, Universidad Católica de Chile, 1995. p. 496. El planteamiento de una norma lingüística hispánica también ha sido hecho por J. M. Lope Blanch en su artículo «El español de América y la norma lingüística hispánica», en su libro
Nuevos estudios de lingüística hispánica. UNAM. México, 1993. pp. 127-136.
[10] Filólogo español. Autor del prólogo al Glosario básico inglés-español para
usuarios de internet, de Rafael Fernández Calvo. www.comfia.net/documento/estudio/ajenos/glosario.htm#intro
[11] Daniel Martín Mayorga. «El idioma español y la sociedad de la información», en Centro Virtual Cervantes: Congreso de Zacatecas. www.cvc.cervantes.es/obref/congresos/zacatecas/tecnologias/ponencias/dmayorga.htm
publicado en revista electrónica Istmoenlinea.com.mx, año 45, no 264, febrero 2003 (texto adaptado).
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JAVIER MARÍAS LA ZONA FANTASMA
Discusiones ortográficas I
JAVIER MARÍAS 30/01/2011
No sé si una de las funciones, pero desde luego uno de los efectos y grandes ventajas de la ortografía
española era, hasta ahora, que un lector, al ver escrita cualquier palabra que desconociera (si era un
estudiante extranjero se daba el caso con frecuencia), sabía al instante cómo le tocaba decirla o
pronunciarla, a diferencia de lo que ocurre en nuestra hermana la lengua italiana. Si en ella leemos
“dimenticano” (“olvidan”), nada nos indica si se trata de un vocablo llano o esdrújulo, y lo cierto es que no es
lo uno ni lo otro, sino sobresdrújulo, y se dice “diménticano”. Lo mismo sucede con “dimenticarebbero”
(“olvidarían”), “precipitano”, “auguro” y tantos otros que uno precisa haber oído para enterarse de que
llevan el acento donde lo llevan: “dimenticarébbero”, “prechípitano”, “áuguro”. Del francés ni hablemos: es
imposible adivinar que lo que uno lee como “oiseaux” (“pájaros”) se ha de escuchar más o menos como
“uasó”. El inglés ya es caótico en este aspecto: ¿cómo imaginar que “break” se pronuncia “breic”,
pero “bleak” es “blic”, y que “brake” es también “breic”? ¿O que la población que vemos en el mapa como
“Cholmondeley” se corresponde en el habla con “Chomly”, por añadir un ejemplo caprichoso y extravagante,
y hay centenares?
Este considerable obstáculo era inexistente en español –con muy leves excepciones– hasta la aparición
de la última Ortografía de la Real Academia Española, con algunas de sus nuevas normas. Vaya por delante
que se trata de una institución a la que no sólo pertenezco desde hace pocos años, sino a la que respeto
enormemente y tengo agradecimiento. El trabajo llevado a cabo en esta Ortografía es serio y responsable y
admirable en muchos sentidos, como no podía por menos de ser, pero algunas de sus decisiones me parecen
discutibles o arbitrarias, o un retroceso respecto a la claridad de nuestra lengua. Tal vez esté mal que un
miembro de la RAE objete públicamente a una obra que lleva su sello, pero como considero el
corporativismo un gran mal demasiado extendido, creo que no debo abstenerme. Mil perdones.
Lo cierto es que, con las nuevas normas, hay palabras escritas que dejan dudas sobre su
correspondiente dicción o –aún peor– intentan obligar al hablante a decirlas de determinada manera, para
adecuarse a la ortografía, cuando ha de ser ésta, si acaso, la que deba adecuarse al habla. Si la RAE juzga una
falta, a partir de ahora, escribir “guión”, está forzándome a decir esa palabra como digo la segunda sílaba de
“acción” o de “noción”, y no conozco a nadie, ni español ni americano (hablo, claro está, de mi muy limitada
experiencia personal), que diga “guion”. Tampoco que pronuncie “truhán” como “Juan”, que es lo que
pretende la RAE al prohibir la tilde y aceptar sólo “truhan”. De ser en verdad consecuente, esta institución
tendría que quitarle también a ese vocablo la h intercalada (¿qué pinta ahí si, según ella, se dice “truan” y es
un monosílabo?), lo mismo que a “ahumado”, “ahuyentar” y tantos otros. O, ya puestos, y siguiendo al
italiano y a García Márquez en desafortunada ocasión, ¿por qué no suprimir todas las haches de nuestra
lengua? Los italianos escriben “ipotesi”, “orrore”, “eresia” y “abitare”, el equivalente a “ipótesis”, “orror”,
“erejía” y “abitar”. Y dado que la Academia parece inclinada a facilitarles las cosas a los perezosos e
ignorantes suprimiendo tildes, no veo por qué no habría de eliminar también las haches. (Dios lo prohíba,
con su hache y su tilde.)
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En cuanto a “guié” o “crié”, si se me vetan las tildes y se me impone “guie” y “crie”, se me está
indicando que esas palabras las debo decir como digo “pie”, y no es mi caso, y me temo que tampoco el de
ustedes. Hagan la prueba, por favor. Tampoco digo “guió” y “crió” como digo “vio” o “dio”, a lo que se me
induce si la única manera correcta de escribirlas es ahora “guio” y “crio” (en la Ortografía de 1999 poner o
no esas tildes era optativo, y no alcanzo a ver la necesidad de privar de esa libertad). En cuanto a “riáis” o
“fiáis”, si yo leo “riais” y “fiais”, como ordena la RAE, me arriesgo a creer que he de pronunciar esas formas
verbales igual que la segunda sílaba de “ibais”, lo cual, francamente, no es así. Y si leo “hui” en vez de “huí”,
nada me advierte que no deba decir esa palabra exactamente igual que la interjección “huy” (tan frecuente
en el fútbol) o que “sí” en francés, es decir, “oui”, es decir, “ui”. Si un número muy elevado de hablantes
percibe todos estos vocablos como bisilábicos con hiato, y no como monosilábicos con diptongo, ¿a santo de
qué impedirles la opcionalidad en la escritura? La RAE parece tenerle pánico a la posibilidad de elegir en
cuestión de tildes (que es algo menor y que no afecta a la sacrosanta “unidad de la lengua”). Pero es que
además es incongruente en eso, porque sí permite dicha opcionalidad en “periodo” y “período”, “policiaco”
y “policíaco”, “austriaco” y “austríaco” (yo siempre las escribo sin tilde), lo mismo que en “alvéolo” y
“alveolo”, “evacúa” y “evacua” y otras más. ¿Por qué no permitir que cada hablante opte por “truhán” o
“truhan”, como aún puede hacerlo (por suerte) entre “solo” y “sólo”, “este” y “éste”, “aquel” y “aquél”? La
posibilidad de seguirles poniendo tildes a estas palabras no es para mí irrelevante. ¿Cómo saber, si no, lo que
se está diciendo en la frase “Estaré solo mañana”? Si se la escribe en un mail un hombre a su amante, la
diferencia no es baladí: sin tilde significa que estará sin su mujer; con tilde que mañana será el único día en
que estará en la ciudad. No es poca cosa, la verdad. Por menos ha habido homicidios.
JAVIER MARÍAS LA ZONA FANTASMA
Discusiones ortográficas II
JAVIER MARÍAS 06/02/2011
Además de las expuestas el pasado domingo, hay algunas objeciones que quisiera hacer a las nuevas normas
de la reciente Ortografía de la Real Academia Española y de las otras veintiuna, sobre todo americanas, que
la han acordado por unanimidad.
a) Mayúsculas y minúsculas. En realidad no entiendo por qué tal cosa ha de ser regulada, ya que, a mi
parecer, pertenece al ámbito estilístico personal de cada hablante –o, mejor dicho, de cada escribiente–.
Habrá ateos que escriban siempre “dios” deliberadamente, y todo creyente optará por “Dios”, por poner un
ejemplo extremo. Según la RAE, supongo, habría que escribirlo en toda ocasión con minúscula, ya que ha
decidido que todos los nombres que sean comunes (“rey”, “papa”, “golfo”, “islas”, etc.) han de ir así
obligatoriamente aunque formen parte de lo que para muchos hablantes funciona como nombre propio. Así,
“islas Malvinas”, “papa Benedicto”, “mar Mediterráneo” o “rey Juan Carlos”. E, igualmente, al referirse a un
rey concreto, omitiéndole el nombre, habría que escribir “el rey” y nunca “el Rey”. Yo no pienso seguir esta
norma, porque considero que algunos títulos y nombres geográficos funcionan como nombres propios y
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topónimos, o son sustitutivos de ellos. Cuando en España decimos “el Rey” –y dado que sólo hay uno en
cada momento–, utilizamos esa expresión como equivalente de “Juan Carlos I”, algo a lo que casi nadie
recurre nunca. De la misma manera, “Islas Malvinas” funciona como un nombre propio en sí mismo,
equivalente a “República Democrática Alemana”, que era el oficial del territorio también conocido como
Alemania Oriental o del Este. Según las últimas normas, deduzco que nos tocaría escribir “la república
democrática alemana”, con lo cual no sabríamos bien si se habla de un país o de qué. Si yo leo “el golfo de
México”, ignoro si se trata de una porción de mar o de un golferas mexicano –tal vez del golferas por
antonomasia, ¿acaso Cantinflas?–. Y si leo “príncipe de Gales”, dudo si se me habla del tejido así llamado o
del heredero a la corona británica.
b) Zeta. La RAE ha decidido que el nombre de esa letra se escriba sólo con c, porque con ésta se
representa ese sonido –en parte de España– antes de e y de i. Siempre me pareció tan adecuado que el
nombre de cada letra incluyera la letra misma que durante largo tiempo creí que la x se escribía “equix”,
aunque todos digamos “equis” y así se escriba de hecho. Pero es que además el reciente Diccionario
panhispánico de dudas, de la misma RAE, valida grafías como “zebra” (aunque la juzga en desuso), “zinc” o
“eczema”. Y, desde luego, no creo que se oponga a que sigamos escribiendo “Ezequiel” y “Zebulón”. No veo,
así pues, por qué “zeta” pasa a ser ahora una falta. No está mal que haya algunas excepciones o
extravagancias ortográficas en las lenguas, y en español son tan pocas que no veo necesidad de suprimirlas.
c) Qatar. La RAE decide que este país y sus derivados –“qatarí”– se escriban con c. El origen de esa
peculiar grafía –aceptada en casi todas las lenguas– está, al parecer, en la recomendación de arabistas, que
distinguen dos clases diferentes de fonema /k/ en árabe. Por eso, arguyen, se escribe “Kuwait” y se escribe
“Qatar”, pese a que nosotros percibamos el fonema en cuestión de una sola manera. La representación
gráfica de las palabras –eso lo sabe cualquier poeta– tiene un poder evocativo y sugestivo que las nuevas
normas desdeñan. Si yo leo “Qatar”, en seguida se me sugiere un lugar exótico y lejano. Si leo “Catar”, en
cambio, lo primero que me viene a la imaginación es una cata de vinos. Pero es que además, para ser
consecuente, la RAE tendría que condenar la ortografía “Al Qaeda” y proponer “Al Caeda” o quizá “Al Caida”
o quién sabe si “Al Caída”. Los internautas iban a tener graves problemas para encontrar información sobre
esa organización terrorista, desconocida en el resto del mundo, y de la que lamentablemente hoy se habla a
diario.
d) Ex. Decide la RAE que no se separe ese prefijo del vocablo que lo acompañe, y que se escriba
“exmarido”, etc. Sin embargo, y dado que en español hay numerosas palabras largas que empiezan por “ex”
sin que esa combinación sea un prefijo, un estudiante primerizo de nuestro idioma puede verse en
dificultades para saber si “exayuntamiento” es un vocablo en sí mismo o si “exacerbación” o “execración” se
componen de dicho prefijo y de las inexistentes “acerbación” y “ecración”.
e) Adaptaciones. Las grafías “mánayer” o “pirsin”, que la RAE propone, son tan irreconocibles como lo
fue “güisqui” en su día (fea y además mal transcrita, como si escribiéramos “güevos”). En cuanto a “sexi”, es
directamente una horterada, siento decirlo.
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En la Academia hay quienes consideran que discutir y objetar a estas cosas es perderse en minucias.
Puede ser. Pero habrá de concedérseme que también lo es, entonces, dictaminar sobre ellas y aplicarles
nuevas normas. Si la Ortografía se ha molestado en mirarlas, no veo por qué no debamos hacerlo quienes
estamos en desacuerdo con sus modificaciones. Termino reiterando lo que ya dije hace una semana: mis
modestas objeciones no me impiden reconocer el gran trabajo que, en su conjunto, supone la
nueva Ortografía, obra admirable en muchos sentidos. Habría sido redonda si no hubiera querido enmendar
lo que quizá ya estaba bien, desde su versión de 1999. Porque para mí nuestra lengua es ahora un poco
menos elegante y menos clara.
JAVIER MARÍAS LA ZONA FANTASMA
Dos postdatas
JAVIER MARÍAS 06/03/2011
Postdata ortográfica. Hace unas semanas expuse aquí mis objeciones a las nuevas normas de
la Ortografía de la Real Academia Española, y señalé algún inconveniente de la obligatoriedad de escribir el
prefijo "ex" adosado a cada palabra: así, "exapóstata" o "exahorcado", que, como muchas otras, dan pie a
vocablos confusos y poco reconocibles, al menos al primer golpe de vista. La base para esta caprichosa regla
es el deseo de "homologar" todos los prefijos. Y, puesto que escribimos "anticomunista", "proamericano" y
"metaliterario", juntemos también "ex" con cualquier término al que decidamos aplicarle la condición de "ya
no". Pero no todos los prefijos se prestan al mismo juego, y nuestros ortógrafos no parecen haberse dado
cuenta de que, con tal medida, han optado por formar una combinación o grupo de letras inexistente en
español y que además es redundante, impronunciable e incorrecto. Ocurre cada vez que "ex" precede, sin
guión ni espacio, a un vocablo que empiece por s: "exsacerdote", "exsuegro" o "exsoldado". A mi modo de
ver, ese grupo constituye un disparate ortográfico, porque la s jamás puede seguir a la x y esa secuencia es
una falta. La letra x engloba dos sonidos en nuestra lengua: k+s. Quien bien pronuncia dice "eksakto" cuando
lee "exacto", o "ekskisito" cuando lee "exquisito". Así, la manera adecuada de escribir "exsacerdote" o
"exsuegro" sería "exacerdote" y "exuegro" -como no se escribe "exsudar", sino "exudar"-, pero en este caso
nos encontraríamos con unas palabras aún más irreconocibles. Por último, la única forma de pronunciar
cabalmente lo que la RAE pretende que escribamos ("exsacerdote" y "exsantidad", junto con varios
centenares de absurdos) sería haciendo una pausa entre el prefijo y el nombre, es decir, no como si se
tratara de una sola palabra, sino de dos: "ex" y "sacerdote", justamente lo que nuestra admirable institución
acaba de borrar de un plumazo. Para este viaje no hacían falta tantas alforjas. Claro que aún hay algún caso
más chistoso. ¿Qué me dicen de "exxenófobo", en el colmo de la impronunciabilidad y la redundancia?
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Postdata sintáctica. Asombra cómo cada vez más se concede importancia a lo que no la tiene y se
resta a lo que sí. Por supuesto, el párrafo anterior no la tiene, pero el defecto está en origen: si carece de
importancia dictaminar sobre cómo debemos escribir "ex" a partir de ahora -no veo qué falta hacía-, mal
puede tenerla objetar al dictamen. Recurro a la vieja alegación infantil: "Yo no he empezado". Pero a otra
cosa: de las numerosas mentiras que salpican nuestra vida pública, no son las del valenciano Camps ni las de
ningún corrupto o desfachatado las que han suscitado mayor indignación, sino la supuesta que el Profesor
Rico deslizó en su post-scriptum a un artículo de este diario. Ya recuerdan: "En mi vida he fumado un solo
cigarrillo". Como el infantilismo nos atenaza, los inquisidores bucearon en Internet y allí encontraron, con
gran satisfacción e índices extendidos, toda clase de pruebas gráficas de que Rico no sólo había mentido,
sino que había faltado a la verdad, que para algunos es más grave y solemne. La Defensora del Lector lo
llamó a capítulo, lo amonestó, le dio con la regla y lo puso cara a la pared, con argumentos -para mí, lo
siento- bastante cómicos, aunque no tanto como los de algunos no fumadores airados; bueno, esto último
es ya una redundancia en España, donde todo lo que encoleriza el humo, no molestan lo más mínimo los
venenos de los coches -que padecemos sobre todo los que sólo somos peatones- ni el ruido en aumento,
que esos mismos no fumadores, con su prohibición adorada, han agravado hasta límites insoportables, al
enviar a la calle a unos catorce millones de apestados, ya verán cuando llegue el buen tiempo.
El caso del Profesor ha dado varias vueltas más, y se ha convertido en objeto de doctas y enconadas
polémicas: ¿es ético inventar algún dato o detalle cuando se escribe en prensa? ¿Es lícito mezclar realidad y
ficción? A ver qué gracia le hace a usted que le atribuya en mi columna una felonía sin que se sepa dónde
empieza lo verdadero y dónde lo fantaseado. ¿A que no gusta? Pues ahora lo denuncio, por calumniador.
Atrévase, en sus propios argumentos tengo mi defensa, etc. Lo cierto es que Rico ha seguido sorteando, con
buen criterio y elegancia, a cuantos se le han cruzado, incluidos varios redactores, la Defensora con su
palmeta y un señor ya talludo que hace unas semanas paseaba parsimonioso ante la puerta de la Academia
con una pancarta amarilla en alto, que rezaba: "La lengua, para ser veraz, fuera Rico, fumador falaz". Todo
un logro, no de otro modo pienso llamar al Profesor a partir de ahora. Rico se avino a darle algunas
desganadas explicaciones a la Defensora, y prefirió llevarse una regañina antes que aducir lo que quizá lo
habría exonerado, y descubrirse. No parece que otros, pero desde que yo leí su infame post-scriptum,
sabedor de que me bate a cigarrillos, lo entendí no como una mentira, sino como una agudeza sintáctica. "En
mi vida he fumado un solo cigarrillo" (el orden es fundamental) significa para mí eso literalmente: "Uno solo,
jamás. En la vida. Siempre han sido varios". O bien: "Siempre ha sido el mismo, uno solo. Es decir, han sido
uncontinuum". Si uno aplica la sintaxis escrupulosamente -que vengan un abogado y un gramático y lo vean-,
cuantos han llamado embustero a Rico lo han difamado. Tal vez sea él, a la postre, quien haya de
denunciarlos.
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Argumentos y tesis En una argumentación, las tesis –es decir, las posiciones que son defendidas en el discurso– se distinguen de
los argumentos los datos que se ofrecen para sostener la tesis por medio de los conectores lógicos que se emplean para introducir unas y otros. Por ejemplo, en el enunciado siguiente:
"La pena de muerte es injusta porque comete el mismo crimen que pretende castigar" el segmento del enunciado introducido por "porque" señala el argumento que sostiene la tesis "la pena de muerte es injusta". En efecto, conectores como "porque", "puesto que", "dado que" son empleados para introducir argumentos, mientras que "por lo tanto", "por consiguiente", "en consecuencia", "entonces" presentan tesis o conclusiones.
La lista que se presenta a continuación reúne una serie de proposiciones que pueden ser empleadas como tesis o bien como argumentos. Relacionarlas armando secuencias conectadas por el nexo que corresponda.
En la escena mediática y política, las creencias y los prejuicios pesan más que los hechos.
El discurso populista apela a la pasión y obtura la razón.
Las redes sociales desprecian el valor de la verdad.
La verdad fáctica se ha vuelto irrelevante en nuestra cultura política.
La veracidad de una afirmación depende de su capacidad para viralizarse.
La posverdad es un fenómeno inseparable del populismo.
Los candidatos dicen solo aquello que el electorado quiere escuchar.
Las consultoras de opinión son las que en última instancia definen la suerte de una elección.
La controversia: argumentos y contra-argumentos
Oponer una nueva tesis a cada una de las tesis identificadas en la consigna anterior y elaborar un argumento que la sostenga.
Escribir un artículo de opinión sobre el tema al que se refieren las tesis y argumentos de las dos consignas anteriores. Además de los argumentos elaborados en las actividades previas, el artículo debe incluir por lo menos un ejemplo con valor argumentativo. Antes de escribir es conveniente elaborar un plan que defina claramente:
a. el objeto de la controversia,
b. la tesis principal sostenida en la argumentación,
c. las características del enunciador y del destinatario, los argumentos y contrargumentos que se
articularán en el texto
d. el medio en el que se publicará.
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En los textos que se presentan a continuación, identificar las tesis que se plantean y los argumentos
que se proponen para sostenerlas.
Elegir uno de los dos artículos y escribir una refutación de sus posiciones. Antes de escribir es
conveniente elaborar un plan que contemple las mismas cuestiones consideradas en la consigna
anterior.
Españoles quemando indios en un grabado propagandístico flamenco.
SÁBADO, 11 DE FEBRERO DEL 2017 - 16:59 CET
Nada hay de especialmente nuevo u original en la práctica de la posverdad, hoy tan presente en
todas las discusiones porque se atribuye a ella una parte importante de la elección de Donald
Trump. Esos hechos alternativos o datos alternativos a los que se refiere Kellyanne
Conway, asesora de la Casa Blanca, no son muy diferentes a los disparates, deformaciones o
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mentiras puestos en circulación desde tiempo inmemorial por profesionales del engaño. Siglos
antes de que los algoritmos llevaran a los gestores de las redes sociales a privilegiar unas
informaciones sobre otras, aunque se tratara de falsedades, hubo quien vio en
la desinformación una herramienta poderosa para vencer a sus adversarios e hipnotizar a sus
adeptos.
En opinión de George Steiner, “lo que no se puede conceptualizar no se puede decir; lo que
no se puede decir no puede existir”. En sentido contrario, cuanto se puede decir tiene
posibilidades de arraigar en el ánimo de los receptores como algo que en verdad existe. Citar con
gesto convencido el atentado de Bowling Green, que nunca se produjo, tiene grandes
posibilidades de incorporarse al imaginario colectivo como un ataque terrorista del que nadie
informó, pero la intoxicación perpetrada por Conway carece de originalidad. En la Apología de
Guillermo de Orange –siglo XVI, guerras de Flandes– la leyenda negra española se concreta
en un ejercicio de información envenenada y de propaganda, pero tuvo tal poder de convicción
entre los flamencos sometidos a la autoridad de Felipe II en la lejanía y del duque de Alba in situ,
que el propio Montesquieu acudió a la Apología para ahormar parte de sus Cartas persas, y aun
en el siglo XVIII seguían los ilustrados apegados al arquetipo español del panfleto orangista,
anticipatorio de la posverdad.
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Mucho antes de que cobrara vida la verdad posfactual, un concepto nacido en Alemania
–verdad alterativa la llama el cómico Stephen Colbert–, mucho antes de la invención en 1992 del
término posverdad por el dramaturgo Steve Tesich, se respiraba una atmósfera cargada de
indecorosas falsedades. Después de la guerra civil de Estados Unidos, el Partido Demócrata hizo
denodados esfuerzos para demostrar que la población negra, recién liberada de la esclavitud, no
estaba preparada para votar (recurrió incluso a argumentos pseudocientíficos). En realidad, la
campaña apenas ocultó el hecho de que el partido estaba gobernado por políticos sureños
esclavistas, derrotados en las elecciones de 1868 por la candidatura republicana del general
Ulyses S. Grant, a quien votaron los muy pocos negros que aquel año pudieron hacerlo.
“La democracia tiene mucho más que temer de las perversiones o desvíos del proyecto
democrático que vienen del interior”, dijo el sociólogo Tzvetan Todorov, fallecido esta semana.
Entre estas perversiones figuran episodios tan resaltables como la intoxicación informativa
desencadenada por los periódicos sensacionalistas de William Randolph Hearst a raíz
del hundimiento del acorazado Maine (febrero de 1898), que fue el pretexto apoyado por la
Casa Blanca para desencadenar la guerra contra España. Pasados los años, aquella posverdad
quedó al descubierto: la explosión que hundió el Maine no fue un sabotaje organizado por las
autoridades españolas, sino un accidente en el interior del buque, que se fue a pique.
Sostuvo Barack Obama poco antes de dejar la presidencia que las prácticas de muchos
medios de comunicación “amenazan la democracia al permitir que la gente se retire a sus propias
burbujas de conocimiento”. Tales burbujas pueden ser tan nuevas e influyentes como las
articuladas en redes sociales como Facebook o tan viejas como la propaganda antisemita que
forma parte inseparable de la historia de Europa.
Hasta llegar el Holocausto, transcurrieron siglos de posverdades encadenadas que
justificaron pogromos, persecuciones, juicios amañados y la célebre frase sobre el poder de la
mentira atribuida a Joseph Göebbels: “Repetida mil veces se convierte en verdad”. Ni siquiera
el compromiso moral de personajes como el escritor Émile Zola, autor del artículo J’accuse sobre
el caso Dreyfus, publicado en la portada del diario L’Aurore el 13 febrero de 1898, pudieron
reventar la burbuja. ¿Puede reventarse hoy o el temido final del orden liberal desposeerá de valor
la verdad y minimizará el papel de los medios solventes para contrarrestar el auge de la mentira?
http://www.elperiodico.com/es/noticias/opinion/posverdad-una-mentira-muy-antigua-5799041#
(consultado en línea el 17 de marzo de 2017)
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IDEAS
Cómo combatir la posverdad Las mentiras en las redes marcaron de forma decisiva la campaña
electoral en EE UU. Existen mecanismos para evitar esta deriva DAVID ALANDETE 27 NOV 2016 - 14:55 ART
¿Quién puede criticar a 62 millones de norteamericanos por haber votado a Donald Trump, si el
Papa pidió a los católicos que lo hicieran para que “América sea fuerte y libre”; si durante la
campaña se supo que Bill Clinton abusó de una menor de 13 años, y sobre todo si el auge de su
mujer, Hillary, venía misteriosamente acompañado de varias muertes, entre ellas las de un agente
del FBI que investigaba a la candidata y un empleado del partido demócrata que iba a testificar
contra ella ante un juez?
Son todos bulos, pero a millones de personas les llegaron con apariencia de hechos a través de
Facebook, una plataforma que el 60% de norteamericanos empleó para informarse durante la
campaña, según el Pew Research Center. Doce años después de su creación, esa red social, con
1.800 millones de usuarios, es ya el mayor diario y la mayor televisión del planeta, con unas ventas
publicitarias de 27.000 millones de dólares al año y sin más regulaciones que las que se
autoimpone.
En los primeros momentos de estupor tras la victoria de Trump el 8 de noviembre, muchos
dedos apuntaron a Facebook, donde la jerarquía informativa no la dicta un editor, con estudios y
trayectoria periodística, sino un algoritmo que ante todo premia la interacción del lector. Y como ha
quedado claro en estas elecciones, a muchos lectores les da igual que una información sea
verdadera o falsa para leerla, valorarla y, sobre todo, compartirla, convirtiéndola en un fenómeno
viral.
Tres meses antes la empresa había despedido a un equipo de 18 editores que seleccionaba
noticias que luego se destacaban en un espacio de tendencias informativas. Medios conservadores
como el Wall Street Journal habían acusado a ese pequeño equipo de promocionar noticias con un
claro sesgo izquierdista y los responsables de Facebook, siempre preocupados por ser neutrales,
actuaron con rapidez: dejaron esa selección a los algoritmos. En días, la mayoría de noticias en
ese espacio destacado eran vídeos virales de animales domésticos o falsedades.
Hasta que el fenómeno viral pasó del muro de Facebook a la Casa Blanca. Alarmados, varios
directivos de la empresa preguntaron en la noche electoral si la automatización completa de la
selección de noticias le había dado la presidencia a Trump. Fue en pequeñas localidades de
Florida, Ohio o Pensilvania donde el republicano logró ganar, no en grandes ciudades como Nueva
York o Los Ángeles, donde las cadenas de televisión y las portadas de los diarios aún ayudan a
discernir qué es cierto y qué no.
Los medios han perdido el poder de distribuir sus noticias. Durante siglos, el reparto de la
información estuvo en manos de quienes la creaban, que luego la enviaban a las masas para su
consumo a través de diarios impresos, emisiones de radio y televisión o en los primeros años de
Internet, en portales web. Hoy, la vida de las noticias la dictaminan muchos factores, entre los que
la veracidad es solo uno más.
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Los libelos han existido siempre. Pero en la era de las plataformas sociales, medios veteranos
que emplean a periodistas curtidos en comprobar hechos compiten con impostores que disfrazan
las mentiras de rigor, buscando publicidad, dinero o influencia. Mark Zuckerberg no cree que sea
un gran problema, ya que después de la victoria de Trump dijo que “la idea de que noticias falsas
influyeron en las elecciones es una locura”.
Locura o no, días después Zuckerberg se unió a Google en impedir el acceso a la publicidad a
páginas web con noticias falsas. Es en realidad un parche, porque el dinero no es lo único que
genera esas mentiras. Hay quien las difunde para sacar partido político, como el propio Trump. En
2012, cuando ya tenía su mirada puesta en la Casa Blanca incorporó a sus discursos y por tanto
dio pábulo al bulo de que el presidente Barack Obama no había nacido en EE UU sino en Kenia o
Indonesia.
En Facebook, cuando una mentira se comparte cientos de miles de veces y logra colarse en el
ciclo informativo, se crea una burbuja. Usuarios que siguen a Trump o que se declaran
republicanos pueden ver en sus muros solo informaciones falsas y no otras reales, como las
maniobras del candidato para no pagar impuestos o sus muchas declaraciones racistas y
machistas, que pudieran haber incentivado una abstención o un cambio de voto.
El reino del algoritmo, de los automatismos y de la falta de periodismo abren el camino a la
dictadura de la posverdad, un neologismo elegido por el diccionario Oxford como palabra de 2016,
el del auge del populismo. Su definición se adapta a la perfección a las falsedades con las que
nace la primera presidencia viral: “Circunstancias en las que los hechos objetivos son menos
decisivos que las emociones o las opiniones personales a la hora de crear opinión pública”.
Cuando Trump recibió en Nueva York al primer jefe de Gobierno extranjero como presidente
electo, sus asesores le advirtieron a Shinzo Abe, primer ministro de Japón, que no se tomara sus
palabras literalmente. La realidad nace muerta en esta presidencia, y con ella, cualquier
compromiso. Días ha tardado Trump en desdecirse de promesas de campaña incendiarias como
encarcelar a Clinton, romper los acuerdos contra el cambio climático o fomentar la proliferación
nuclear.
Facebook y el resto de grandes plataformas de Internet aún están a tiempo de intentar salvarse
y salvarnos de esta deriva. Es tan fácil como incorporar a sus algoritmos excepciones para medios
que invierten en información, son sometidos a controles de calidad y rinden cuentas. Un algoritmo
nunca podrá hacer periodismo, pero puede aprender a identificar a aquellos que lo hacen, por el
bien de todos.
Publicado en El País de Madrid
URL: http://internacional.elpais.com/internacional/2016/11/25/actualidad/1480100158_950698.html
(consultado en línea el 17 de marzo de 2017)
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La organización del discurso: la dispositio
De acuerdo con la dispositio clásica, cuya función consistía en organizar los materiales elaborados en la etapa de la inventio, la estructura del discurso argumentativo consta de cuatro partes principales, gobernadas, a su vez, por dos objetivos básicos: conmover y convencer . Estas cuatro partes son:
1) el exordio, la apertura del discurso, en la que el orador se presenta e intenta captar la adhesión del auditorio a la vez que introduce en forma resumida la el objeto de discusión;
2) la narratio, el momento en el que se exponen los hechos relacionados con el tema a tratar,
3) la confirmatio, en la que se presentan los argumentos que sostienen la posición del orador y
4) el epílogo, cuyo objetivo es reforzar el acuerdo alcanzado en la fase anterior movilizando las emociones del auditorio.
Este orden codificado por la retórica no es ni universal ni necesario. Ya Aristóteles había observado que no hay más que dos partes indispensables en el discurso argumentativo: la enunciación de la tesis que se ha de defender y los medios para probarla. Sin embargo, el orden de presentación de los argumentos es fundamental para construir las condiciones de recepción más favorables para la aceptación de la tesis. En todos los casos, la organización de un discurso argumentativo debe tener en cuenta la situación en que se desarrolla: el destinatario al que se dirige, el objeto del discurso, la posición del enunciador, deben ser considerados en el momento de la elección y presentación de los argumentos. Analizar la organización de las partes del discurso (la dispositio) en el texto de Gabriel García
Márquez “Botella al mar para el dios de las palabras”
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La puesta en texto: la elocutio Una vez encontrados los argumentos y organizados en las distintas partes del discurso, el orador tiene por delante la tarea de "ponerles palabras". Tradicionalmente, la elocutio corresponde al momento de la escritura propiamente dicha del texto argumentativo y en ella se concentran las preocupaciones concernientes a los aspectos estéticos del discurso: la construcción de la frase y la belleza del estilo. Estas cuestiones no son de ningún modo accesorias ni debe entendérselas como meros ornamentos del decir. En efecto, para que una argumentación sea eficaz no solo es importante encontrar argumentos adecuados y convincentes sino que las cualidades estéticas del discurso también contribuyen a lograr la adhesión del auditorio a las tesis del orador.
En el modelo retórico clásico, la elocutio abarcaba tanto el conocimiento de la gramática como de ciertos procedimientos o “figuras” tendientes a intensificar la función estética de la palabra argumentativa. Las figuras suelen agruparse, por lo general, atendiendo a distintos tipos de criterios: de sentido (metáfora, metonimia y sus formas asociadas); de dicción (que concierne la materia fónica de la lengua como la rima, la aliteración, la paronomasia entre otros); de construcción (elipsis, repetición) y de pensamiento (ironía, oxymoron, paradoja).
Brevísimo repertorio de figuras retóricas
I. Figuras de sentido o “tropos” Metáfora El mecanismo metafórico se asienta sobre una operación de sustitución. Un mismo significante, por ejemplo “nieve”, puede ser usado para hacer referencia a varios significados distintos según los contextos en los que se emplea. Cuando alguien dice, en medio de una pista de esquí: “Hoy la nieve está perfecta para esquiar”, el uso de este signo es puramente denotativo, hace referencia al sentido primario de esta palabra que encontramos en el diccionario. Sin embargo, en el verso “Las nieves del tiempo platearon mi sien” del tango “Volver”, la palabra refiere a otra realidad, en este caso, los cabellos que se han vuelto blancos con el paso del tiempo. La sustitución de un sentido por otro es posible gracias a ciertas similitudes percibidas entre los dos objetos (el color blanco de la nieve y las canas, en este caso). A su vez, esta similitud de base evoca otras semejanzas posibles entre las cualidades propias de los objetos vinculados por la relación metafórica: la sensación de frialdad (reforzada por el verbo “platear”), el invierno (a menudo metáfora también de la vejez), etc.
Algunas otras figuras asociadas con la metáfora son la comparación, la alegoría y la parábola. En la comparación los dos términos semejantes están presentes en la frase y relacionados a través de nexos o giros (“como”, “es parecido/igual/semejante a”): “Las canas se parecen a la nieve”.
La alegoría es una metáfora expandida. Cuando un presidente o un líder político dice, por ejemplo, en referencia a una situación de crisis social: “Soy un piloto avezado y sabré capear el temporal con mano firme para conducirlos a todos a buen puerto.” está desplegando la metáfora crisis/temporal a partir del análisis de varios de sus componentes.
En la parábola, la alegoría se extiende hasta alcanzar la dimensión de un relato.
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Metonimia Mientras que en la metáfora el efecto de sentido se produce por la sustitución de un signo por otro que guarda cierta semejanza con él, en la metonimia una o varias cualidades de un signo se proyectan (se desplazan) sobre las de otro.
Por ejemplo, cuando decimos de alguien que “no tiene cabeza” no estamos afirmando que ha sido decapitado sino que carece de juicio o razonamiento. El elemento reemplazado (razonamiento) guarda una relación de contigüidad con el reemplazante (cabeza). Sabemos que la cabeza es la sede del cerebro, órgano responsable de las facultades cognitivas; en la relación metonímica se proyectan las cualidades del objeto evocado (razonamiento) sobre el que efectivamente está presente en el discurso (cabeza) de acuerdo con una lógica de contigüidad: la razón tiene su sede en el cerebro que, a su vez, se encuentra en la cabeza (razóncerebrocabeza). La integración de estos términos en una secuencia es la que hace posible la comprensión de la frase no en su sentido literal sino en el “figurado”. Son ejemplos de metonimia: la corona (=el rey), los grilletes (=la esclavitud),
Una figura cuyo mecanismo es comparable con el de la metonimia es la sinécdoque aunque en este caso el desplazamiento se produce entre elementos que conforman un todo y que se relacionan por inclusión (la parte por el todo): el Hombre en lugar de la Humanidad (“El Hombre llegó a la Luna en el siglo XX.”); el “pan” en lugar del “alimento” (“nuestro pan cotidiano”); las “velas” en lugar de los “barcos” (“una armada de cuatrocientas velas”).
II. Figuras de dicción Las figuras de dicción explotan el material fónico del lenguaje: juegos de palabras, similitudes, paralelismos y repeticiones son los mecanismos principales sobre los que se apoyan las expresiones propias de este grupo. Esta clase de figuras fundan su poder de persuasión no solo en su capacidad para llamar la atención y quedar grabadas en la memoria sino también en el principio que induce a identificar la similitud en el plano del significante con una equivalencia en el plano del significado. Así, por ejemplo, juegos de palabras como el famoso “Traduttore, tradittore” en el que se establece una identidad entre el traductor y el traidor, refuerzan su poder de convicción precisamente gracias a esta consonancia.
Algunos procedimientos típicos de este grupo son la creación de palabras (“diputrucho”, “yomagate”, “ecololo” –ecologista + cholulo–); la anfibología (el “doble sentido”: “Salió de la cárcel con tanta honra que le acompañaron doscientos cardenales, sino que a ninguno llamaban ‘señoría’ ...” Quevedo, Buscón); la antanaclasis (la repetición de una palabra con dos sentidos diferentes: “El corazón tiene sus razones que la razón desconoce“, Pascal); la aliteración (“Vine, vi y vencí”, Julio César), entre otros.
III. Figuras de construcción Las figuras de construcción se apoyan en la sintaxis y, de manera menos precisa, en la colocación de palabras en el discurso. Algunas operan por sustracción de significantes como la elipsis (“Lo bueno, si breve, dos veces bueno.” ); otras por adición como la repetición y otras por permutación como el quiasmo (“Algunos creen que la ciencia es un lujo y que los grandes países gastan en ella porque son ricos. Grave error. No gastan en ella porque son ricos y prósperos, sino que son ricos y prósperos porque gastan en ella.”, B. Houssay).
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IV. Figuras de pensamiento Lo que caracteriza a las figuras de pensamiento, según la retórica clásica, es el hecho de que no recurren ni a la sustitución, ni a los juegos léxicos, ni a la sintaxis. Entre las más productivas se cuentan la ironía (que consiste en significar lo contrario de lo que denotan las palabras empleadas en el discurso); el oxímoron (que reúne en una misma frase dos términos de significado opuesto: “proletario mundano”, “nieve ardiente”) y la paradoja (una afirmación autocontradictoria en superficie pero que encierra una verdad: “¡Qué pena que la juventud se desperdicie en los jóvenes!”, G. Bernard Shaw).
Señalar en este texto siguiente los pasajes en los que se emplean figuras retóricas y explicar el efecto de sentido que producen.
JASON TANZ
EL PERIODISMO LUCHA POR SOBREVIVIR EN LA ERA DE LA
POSVERDAD
Los medios de comunicación están en problemas. El modelo de negocios basado en la publicidad
está a punto de colapsar. La confianza en la prensa está en el punto más bajo de todos los
tiempos. Y ahora, a esas dos preocupaciones que han venido cocinándose a fuego lento, se ha
unido otra crisis existencial todavía mayor. En una era post fáctica de noticias falsas y burbujas de
filtros, en la que el público elige la información y las fuentes que concuerdan con sus propios
prejuicios y descarta el resto, los medios de prensa parecen haber perdido su poder de modelar la
opinión pública.
Vale la pena recordar, sin embargo, que hace apenas treinta años, a la gente le preocupaba el
excesivo poder de la prensa. En 1988 Edward Herman y Noam Chomsky publicaron un libro
titulado Manufacturing Consent (“Fabricar el consenso”)1, donde sostenían que la prensa
norteamericana le ponía una camisa de fuerza a la discusión nacional. Las noticias, argumentaban,
estaban determinadas por un pequeño puñado de corporaciones mediáticas capaces de alcanzar
públicos masivos –una enorme barrera que mantenía fuera de la conversación a las voces más
pequeñas e independientes. El modelo de las corporaciones descansaba sobre la publicación de
marcas de nivel nacional que tendían a no apoyar publicaciones o historias que juzgaban
controvertidas o carentes de buen gusto. Y los periodistas contaban con la cooperación de fuentes
de alto rango, una relación simbiótica que garantizaba que la prensa no publicara nada demasiado
opositor. Como resultado, Chomsky y Herman decían, “el material crudo de la noticia debe pasar
sucesivos filtros que dejan solo el residuo depurado apto para publicar”. El resultado era un falso
consenso nacional que ignoraba hechos, voces e ideas subyacentes.
Tres décadas después de que Herman y Chomsky alzaran su crítica, casi todos los aspectos de
la industria de la noticia han cambiado. Las campañas de publicidad de marcas nacionales
cedieron ante los intercambios que colocan avisos a través de miles de sitios sin tener en cuenta
sus contenidos. Los políticos ya no necesitan depender de los periodistas para llegar a sus públicos
1 N. del T.: Este libro fue publicado en español con el título Los guardianes de la libertad. Propaganda,
desinformación y consenso en los medios de comunicación de masas (Barcelona: Crítica, 2000).
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y, en cambio, pueden hablar directamente con sus votantes en Twitter. De hecho, la habilidad para
llegar a públicos a nivel nacional ahora les pertenece a todos. No hay nada que impida que ideas y
argumentos de la periferia puedan ingresar en el torrente sanguíneo de la información y nada
puede impedir que se difundan.
Estos cambios han trastocado la lógica comercial que antes empujaba a los periodistas a un
consenso moderado. Cuando sólo existían tres cadenas de noticias nacionales, cada una competía
para atraer la audiencia más amplia y para alejar a la menor cantidad posible de espectadores.
Pero con infinitas fuentes de noticias, las audiencias siguen a los medios que les hablan casi
exclusivamente a sus intereses, creencias y emociones. En lugar de apelar al amplio centro de la
opinión política norteamericana, más medios informativos buscan nichos de pasiones. Como
sostiene el investigador Clay Shirky, no pueden contar con espectadores cautivos sino que deben
salir permanentemente a cazar nuevos “reclutan públicos en lugar de heredarlos”.
Estas tendencias se han establecido desde el surgimiento de Internet, pero se vieron
sobrecargadas durante los últimos años cuando las redes sociales –y especialmente Facebook—
emergieron como fuentes principales de noticias. El poder ya erosionado de los profesionales de
los medios para dirigir la conversación nacional ha desaparecido hace tiempo. Antes de las redes
sociales, el editor de un diario tenía la última palabra para decidir qué historia se publicaba y
cuándo aparecía. Hoy, los lectores han usurpado esa función. Un editor puede publicar una historia
pero si nadie la comparte, bien podría no haberse escrito nunca.
Si los lectores son los nuevos editores, la mejor manera de lograr que compartan una historia
es apelar a sus sentimientos, habitualmente no a los mejores. Un artículo reciente de investigación
en comunicación social, descubrió que la ira es el “mecanismo de mediación clave” para determinar
que alguien compartiera información en Facebook; cuanto más partidista y enojado esté alguien,
más posibilidades tendrá de compartir noticias políticas en Internet. Y las historias que comparte
tienden a hacer que la gente que las lee se enfurezca todavía más. “Es necesario que seas muy
radicalizado para ganar tu cuota de mercado” dice Sam Lessin, el ex-vicepresidente de gestión de
producto en Facebook. “La razonabilidad no te hace ganar puntos”.
En otras palabras, hemos pasado de un modelo de negocio que manufactura consenso a otro
que manufactura disenso, un sistema que atiza el conflicto y la ira en lugar de ponerle paños fríos.
Suena terrible. Y sí, es terrible, Pero la respuesta no es sentir nostalgia por los días en los que
un puñado de publicaciones definían los límites del discurso público. Eso ya no va a volver y
tampoco deberíamos desear su regreso. En cambio, operaciones informativas inteligentes como la
que perfilamos en estas páginas consisten en encontrar nuevas manera de escuchar y responder a
las audiencias en lugar de sólo decirle a la gente qué pensar. Están usando tecnología para crear
un panorama más completo del mundo y encontrar la manera de que la gente pague por un buen
trabajo. Y los mejores de ellos están creando realmente muy muy buenos trabajos. Como lo
muestran los últimos treinta años de la historia de la prensa, todo cambia. El gran periodismo nos
ayuda a entender cómo y por qué cambian las cosas y hoy lo necesitamos más que nunca.
Publicado en Wired, 14 de febrero de 2017
URL: https://www.wired.com/2017/02/journalism-fights-survival-post-truth-era/
[consultado el 17 de marzo de 2017]
Traducción de Analía Reale
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Analizar las figuras retóricas a partir de las cuales se construyen el proverbio siguiente y la cita de Jonathan Swift que se presenta a continuación:
a. Una gran mentira es como un gran pez en tierra; podrá agitarse y dar violentos
coletazos, pero no llegará nunca a hacernos daño, no tenemos más que conservar la calma y acabará por morirse.
b. La falsedad vuela y la verdad viene rengueando detrás, de tal modo que cuando el hombre descubre el engaño ya es demasiado tarde; la broma se acabó y el cuento tuvo su efecto: como un hombre al que se le ocurre una buena réplica cuando la conversación cambió de tema o los otros interlocutores se han ido; o como un médico, que descubre un remedio infalible después de que el paciente ha muerto. Jonathan Swift
Elegir una de estas frases y escribir un texto argumentativo que plantee una reflexión sobre la verdad y la mentira y en el que se inserte el pre-texto elegido. Indicar el medio en el que se publicará el escrito y el género al que pertenece.
Las caras de la posverdad Los textos que siguen exploran distintas cuestiones y aspectos del fenómeno de la “posverdad”. Cada uno de ellos se enmarca en un campo de discusión diferente y construye problemas también muy distintos. Tras su lectura, resolver las consignas que se plantean a continuación. 1
El trasfondo cínico de la posverdad
María Márquez Guerrero Universidad de Sevilla Cuando Eric Alterman y David Roberts aplicaron el término posverdad (R. Keyes 2004) al discurso
político, se referían a los actos de manipulación por parte de los representantes políticos, quienes,
sin ningún escrúpulo, mentían para conseguir sus objetivos. La invención de la existencia de armas
químicas en Iraq o la negación del cambio climático eran claros ejemplos de posverdades. En su
origen, por tanto, el término apareció como eufemismo. Concebida de este modo, como disfraz
de la mentira, la posverdad aludía a una realidad discursiva tan antigua como la Retórica clásica.
Efectivamente, desde que aparece la Retórica en el siglo V a.C., la verdad fue desplazada por la
verosimilitud, auténtico objetivo del discurso político, pues la finalidad de la retórica política es el
poder, para cuya conquista pueden ser más eficaces las falacias que los silogismos (Gallardo-
Paúls y Enguix Oliver)
Como es sabido, la política es una realidad mediática (que conocemos a través de los
medios) y mediatizada (condicionada por ellos), hecho que condiciona su inmersión en una
lógica comercial (P. Charaudeau): como trata de dirigirse a un blanco constituido por la mayor
cantidad posible de receptores, debe formular lo que se denomina una “hipótesis baja” sobre el
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grado de saber de este; como consecuencia, buscará conmover emocionalmente al destinatario
con un discurso muy simple que, a ser posible, active primitivas estructuras mentales (G. Lakoff)
que refuerzan la identificación, el sentido de pertenencia. De ahí que, con mucha frecuencia, el
discurso político abandone el plano argumentativo, las pruebas racionales y la descripción objetiva
de los hechos para vestirse de relato. Entonces ya no se rige por las reglas de la lógica,
presentación de datos-pruebas, y verificación mediante el contraste con la realidad, sino que se
conforma según las pautas del relato de ficción, donde la exigencia de verdad ha sido sustituida por
cierta coherencia interna que hace creíbles, una vez situados en el plano de lo ficticio, la acción y la
propia creación de los personajes. En esta labor de narrativización juegan un papel muy importante
todo tipo de recursos retóricos, como la metáfora, la metonimia o la hipérbole. De hecho, el
discurso político es, en sí mismo, una gran operación metonímica en la medida en que los medios
seleccionan (Teoría de la agenda-setting) aquellas zonas de la realidad que desean iluminar y
ocultan el resto. Hipérboles, metáforas, metonimias contribuyen a la configuración de ese mundo
intermedio o pseudorrealidad mediática donde vivimos.
Aceptada la mentira como herramienta discursiva con una finalidad persuasiva (G. Lakoff),
puede ocurrir que el divorcio entre el discurso de los políticos y lo que ocurre en la vida real de los
ciudadanos sea tan radical que conduzca a su “desarticulación” o “dislocación” (E. Laclau y Ch.
Mouffe), a una desconcertante “espiral del cinismo” (J. N. Capella y K. Jamieson), que despierta la
desconfianza y el distanciamiento. Todos somos testigos recientes de cómo la verdad es sustituida
por secuencias narrativas (verdaderas “retahílas” que venden humo, intrigas dosificadas en serie,
con los correspondientes recuerdos de capítulos anteriores) donde casi todo vale, incluida la
mentira en todas sus manifestaciones: la contradicción entre las palabras y los hechos, o entre
enunciados presentes y otros anteriores; la falta de verdadera intencionalidad en los compromisos;
la oscuridad o el silencio (cfr. “La espiral del cinismo”, Público 20/03/2016)
Hace ya, pues, muchos siglos que la mentira, en todas sus formas, es parte constitutiva del
discurso político. Entonces… ¿qué hueco expresivo viene a cubrir la palabra posverdad? Si el
eufemismo puede explicar el nacimiento del término, cabe preguntarse por las causas recientes de
su recuperación después de 12 años de vida silenciosa. La conmoción social producida por la
victoria de Trump o el Brexit han encontrado en el término, elegido como palabra del año por el
Diccionario de Oxford, una expresión capaz de dar cuenta de las “circunstancias en que los
hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los
llamamientos a la emoción y a la creencia personal”. Parece interesante analizar si en el uso
actual de la expresión se ha producido algún desplazamiento semántico con respecto a su valor
original.
En principio, la mayoría de los artículos de prensa sobre el tema justifican la necesidad de
recuperar el neologismo por la gran diferencia cuantitativa que se observa en nuestra época
con respecto a otras anteriores en el uso de la mentira. De hecho, se ha convertido en lugar
común hablar de época de la posverdad. No parece creíble, sin embargo, que los políticos de hoy
mientan más que sus antecesores. La clave no parece estar en una sorprendente mutación de la
naturaleza humana, sino más bien en los medios tecnológicos que tenemos a nuestro alcance. En
este sentido, hoy el término aparece invariablemente asociado al uso de las redes sociales,
que tienen la potencialidad de amplificar y expandir al infinito una noticia cualquiera gracias
a la utilización de un criterio algorítmico en la selección, y como consecuencia de un ritmo tan
vertiginoso en la producción que hace imposible su verificación.
Viendo las cosas con más detalle, se observa que los cambios en la designación no son solo
cuantitativos. Para empezar, a diferencia de la definición original, que ponía el foco en el
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carácter del discurso (verdadero/falso) y en los sujetos que lo producían (la Administración
Bush, los políticos que negaban el cambio climático), la de Oxford centra la atención en los
receptores, esa opinión pública movida más por las emociones y creencias que por las
razones. Ahora no se destaca el acto de la mentira en sí misma, sino la actitud de la población,
para quien la verdad habría dejado de ser algo relevante, comportándose al modo del “electorado
fascinado” de U. Eco, que no solo admite el engaño como parte natural de la política, sino que
además parece aceptarlo gustosamente. En nuestra opinión, esta teoría del “receptor cínico”
proyecta el cinismo de los representantes a los representados, pues la falta de interés por los
aspectos racionales y objetivos del discurso puede explicarse por otros factores, entre ellos, la
citada espiral del cinismo, que ha generado desconfianza, indiferencia y apatía en la población.
Desprovisto el discurso político de todo apoyo argumentativo y desarraigado de lo real, no es nada
extraño que la intención de voto se vea determinada por motivaciones irracionales: “Las creencias
no necesitan ser coherentes para ser creíbles” (Bauman)
Por otra parte, la gran cantidad de publicaciones sobre el tema, que se han sucedido justo tras
la victoria de Trump, revelan un cambio en la naturaleza del sujeto “posverdadero”, esto es, en el
agente de la mentira. En principio, el término se refería al discurso elaborado por los medios de
comunicación del sistema, que difundían las consignas del poder (E. Alterman). “La diferencia
ahora consiste en que el Diccionario Oxford no sitúa la posverdad como un arma a disposición de
la clase política dominante, sino como un poderosísimo y descontrolado recurso de los súbditos”
(R. Amón, El País, 17/11/2016) A estas alturas, se diría que el tema en cuestión no tiene que ver
con la reivindicación de la verdad, sino más bien con el monopolio de la mentira. Efectivamente, si
leemos con detalle las publicaciones, observamos que la alarma social que lleva al reconocimiento
del neologismo nada tiene que ver con el hecho mismo de mentir o con el aumento escandaloso de
las mentiras, sino con la naturaleza del actual sujeto de la posverdad, las redes sociales: “… en el
pasado las grandes mentiras eran una construcción nacional que sólo podían ser creadas por los
aparatos de propaganda estatales. Mientras que la actual fragmentación de las fuentes de
información, especialmente las promovidas por las redes sociales, permite mentir en gran escala a
provocadores, agitadores, mercenarios y activistas…” (J. Fontevecchia, Perfil, 25/09/2016).
Es sabido que las redes sociales suponen un enorme apoyo, pero también una gran amenaza
para los medios tradicionales, los cuales han perdido la exclusividad como fuentes primarias de
información. Internet supone la transformación de las relaciones de poder (Gallardo-Paúls y Enguix
Oliver), la instauración de una nueva lógica política (Innerarity). Las redes establecen marcos de
debate, y, en esta medida, intervienen también en el establecimiento de la agenda, y, frente a los
medios tradicionales, ofrecen inmediatez, rapidez y acceso directo a los datos, desintermediación.
Todo esto supone la alteración del sistema comunicativo, y, en definitiva, del control discursivo que
permite el acceso al poder. Ciertamente, puede afirmarse que los medios han perdido gran parte
del poder de distribuir sus noticias. Doce años después de su creación, Facebook, con 1.800
millones de usuarios y unas ventas publicitarias de 27.000 millones de dólares al año, puede
considerarse como el medio de información por excelencia del planeta, y, en principio, no dispone
de límites o regulaciones externas.
La posverdad renace justo en el momento en que las redes se van consolidando cada vez más
como actores políticos que producen información, generan debate social y logran movilizar a la
población de forma imprevisible. Ante tal subversión en el mundo de la comunicación, los medios
tradicionales han actuado culpando a Facebook del triunfo de Trump, lo cual supone una
sobrevaloración del poder de las redes y una minusvaloración de la libertad y capacidad de
reflexión del electorado. ¿De verdad puede afirmarse que el triunfo de Trump se debe simplemente
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a la difusión de mentiras por Facebook? Causas más profundas, como la gran crisis económica y
social que afecta al país, la tasa creciente de paro por la destrucción del tejido industrial o la
precarización de la vida en todos los niveles han podido condicionar un voto “antisistema”, una
reacción negativa contra lo establecido. No obstante, ante la presión del grupo dominante que
ostenta el poder, Zuckerberg ha anunciado un plan de siete puntos contra las noticias falsas en
Facebook (R. Jiménez Cano, El País, 21/11/2016) en el que se contempla la actuación de grupos
humanos externos (especialmente procedentes de los medios de comunicación tradicionales) que
intervendrían en la selección y verificación de las noticias. Nada se dice, sin embargo, acerca de
los criterios que se utilizarán para determinar el carácter verdadero o falso de un texto. Hay quien
ha propuesto incorporar a sus algoritmos “excepciones para medios que invierten en información,
son sometidos a controles de calidad y rinden cuentas” (D. Alandete, El País, 27/11/2016). En el
fondo, “se trata de corregir el rumbo de la promoción de noticias” (R. Jiménez Cano, El País,
16/11/2016), esto es, de seguir monopolizando la selección de temas y su enfoque discursivo.
Lógicamente, quienes defienden la existencia de una época de la posverdad presuponen una
anterior en la que lo objetivo, lo racional y la verdad eran criterios dominantes. El término,
claramente valorativo, opone una hipotética Edad de la luz, ya agotada, frente a la actual Edad
Oscura. En este sentido, la necesidad de recuperar el concepto no tiene que ver tanto con el deseo
de reivindicar la verdad como con la frustración de ciertas expectativas: “el Brexit o la victoria de
Donald Trump constituyen dos posverdades en la medida en que “una y otra noticia han
sobrepasado cualquier expectativa ortodoxa o racional…” (R. Amón, El País, 17/11/2016)
A la vista de todo esto, se diría que la actual cruzada por “la verdad” de los medios tradicionales
esconde el intento desesperado de mantener el control de la información y la continuidad en el
poder. Tampoco esto es nada nuevo. En la base de toda esta teorización late la imagen de un
electorado primitivo, nada reflexivo, apático y fácilmente manipulable que se mueve ligero por las
redes sociales sin la necesidad de depender de la intermediación del periodismo profesional para
comunicarse con la sociedad. La palabra posverdad da forma al temor por la falta de
intermediación, que puede dejar las decisiones políticas relevantes al “errático e histérico humor de
las masas que hasta hoy creen controlar” (J. Fontevecchia, Perfil, 25/09/2016). No hablamos de la
verdad, sino del monopolio en la distribución de la información, de límites a la libertad de expresión
y comunicación. Del mismo modo, la permanente descalificación de lo emocional, que sirve de
base al ataque contra el populismo y a las iniciativas plebiscitarias, no deja de ser una coartada
para la censura. Los espectaculares avances de la neuropsicología no nos permiten ya hoy
mantener la dicotomía razón/emoción, ideas/sentimientos. Ya lo decía Gabriel Miró, “Nadie burle de
estas realidades de nuestras sensaciones donde reside casi toda la verdad de nuestra vida”.
Publicado en Diario digital Público el 11 de diciembre de 2016 URL: http://blogs.publico.es/dominiopublico/18745/el-trasfondo-cinico-de-la-posverdad/
Última visita el 13 de marzo de 2017
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2 Ciencia y posverdad
Ya se habrán dado cuenta en las últimas semanas: posverdad es la
palabra de moda, al menos entre los pocos lectores de periódicos que
vamos quedando. No está en el diccionario de la RAE, pero su
equivalente inglesa ha sido elegida palabra del año por el diccionario de
Oxford. Varios fenómenos políticos muy significativos han llevado a una
preocupación generalizada por la propagación indiscriminada de noticias
falsas y de teorías de corte conspirativo sin fundamento en la realidad,
pero de alcance creciente. Esta preocupación comienza a dirigir sus
miradas hacia las compañías más poderosas del planeta (Facebook,
Google etc.) y su controvertido papel en la promoción y difusión de la
desinformación.
En realidad, aunque el problema esté ahora en la primera plana, hace años que está sobre la
mesa de muchos científicos, en relación con el fenómeno de las cámaras de eco: comunidades
de usuarios con fuerte polarización ideológica y sentimental que apenas entran en contacto con
el "mundo exterior" a ellas, lo cual refuerza la mencionada polarización y aumenta la exposición
a la desinformación y la posverdad. Recientemente, Investigación y Ciencia publicó
un interesantísmo artículo de Walter Quattrociocchi donde se resumen los resultados que su
grupo de investigación en la Escuela de Estudios Avanzados sobre Instituciones, Mercados y
Tecnolog Lucca
, como
Facebook, Twitter y YouTube". Se trata de un grupo de científicos altame
, Guido Caldarelli y Antonio Scala , Alessandro
Bessi , Michaela Del Vicario , Fabiana Zollo y el
propio Quattrociocchi. Esta combinación de habilidades matemáticas, físicas y
computacionales es la adecuada para el análsis de este tipo de fenómenos.
Tras la publicación del artículo en IyC, han seguido apareciendo resultados de la máxima
urgencia e interés. Bessi, junto con Emilio Ferrara de la University of Southern California,
analizó más de 20 millones de tuits emitidos por más de 2,8 millones de usuarios sobre las
elecciones presidenciales en Estados Unidos en las semanas previas a la votación. Sus
conclusiones publicadas en la revista First Monday y basadas en técnicas de "aprendizaje de
máquinas" (machine learning) muestran que había unos 400.000 robots activos en la
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discusión, que produjeron casi 4 millones de tuits, es decir, cerca de un 20 % del total. El
número de robots produciendo mensajes positivos a favor del candidato Trump fue muy
superior al de aquellos que producían mensajes a favor de la candidata Clinton, lo cual
evidentemente pudo distorsionar artificialmente la percepción sobre el apoyo real a los dos candidatos.
En otro estudio, realizado por el grupo de Quattrociocchi para Il corriere della sera antes del
reciente referendum realizado en Italia, los investigadores volvieron a confirmar la aparición de
dos comunidades diferentes en Facebook, sin apenas contacto entre sí, repartidas
aproximadamente entre un 70-80 % para una y 20-30 % para la otra. El estudio muestra que
el 20 % de las interacciones con noticias sobre el referendum, eran interacciones con noticias
falsas, que se relacionaban sobre todo con la comunidad minoritaria. Teniendo en cuenta que
Facebook es la fuente principal de información para un número creciente de personas (el 35 %
de los italianos, por ejemplo), los resultados son especialmente preocupantes, ya que sugieren
que una cantidad nada despreciable de la población se informa casi exclusivamente con
noticias falsas.
En azul, interacciones con noticias falsas sobre el referéndum en Italia. En rojo y en verde,
las dos comunidades. (Fuente: estudio realizado para Il Corriere della Sera).
Si esta tendencia continúa, la amenaza para los cimientos de la democracia es obvia: ¿tiene
sentido que los habitantes de universos paralelos voten en las elecciones y referendos
convocados en sólo uno de los universos? ¿No sería justo que usted, mi prudente lectora, y yo
pudiéramos votar también en ese universo alternativo en el que las vacunas causan autismo, la
wifi y los transgénicos dan alergias, el Papa pide el voto para Trump, y Clinton dirige una red
de pederastia desde una pizzería? Me objetarás, oh lectora, que ese universo no existe. Y era
exactamente eso lo que quería decir.
URL: http://www.investigacionyciencia.es/blogs/fisica-y-quimica/85/posts/ciencia-y-posverdad-
14801 (consultado en línea el 20 de marzo de 2017)
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3 Por qué la verdad importa cada vez menos en política (y no podemos hacer mucho)
JORGE DIONI 06 · 11 · 2016
Hace días, el analista Norberto Gallego se sorprendía de que Tim Cook, jefe de Apple, calificara de
“momento increíble” los resultados del cuarto trimestre del año fiscal. La realidad parecía otra: caída
de los ingresos (9%), del beneficio neto (14,4%), de las ventas del iPhone (5% en unidades y un 13% en
facturación) y batacazo en el mercado chino (30%). Norberto Gallego sostenía que quizá Cook sabe algo
que los demás desconocemos y su teoría es que Apple está pensando en comprar Netflix.
Otra explicación podría ser que Tim Cook es postfactual, como un hombre de su tiempo. Los datos
han dejado de ser tan relevantes como hace décadas y el objetivo de la cabeza visible de una empresa
no es gestionar o presentar los resultados, sino colocar su relato: “momento increíble”. Crear la
realidad en lugar de explicarla o transformarla.
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La campaña de Trump o la del Brexit han puesto de moda el adjetivo postfactual o el concepto
“política postverdad”, post-truth politics. No hace referencia al uso de la mentira en política, algo muy
viejo, sino a la irrelevancia de la verdad. La realidad, en forma de hechos o datos, importa menos que la
construcción de un relato o que las apelaciones a la emoción. “Los hechos no funcionan”, como
dijo Arron Banks, el mayor donante de la campaña a favor del Brexit, “tienes que conectar con la gente
emocionalmente”.
La mentira, o la intoxicación, tiene una larga tradición como arma política, pero antes era un
mecanismo que funcionaba de arriba abajo, desde el poder, un grupo organizado o los medios
(Goebbels, Lenin o Hearst) hacia la ciudadanía. Ahora la distribución se ha subcontratado. La propia
sociedad atomizada distribuye de forma gratuita los contenidos sectoriales, veraces o no, y crea islas de
pensamiento que después chocan con la realidad, por ejemplo, en las noches electorales. Compartir o
retuitear algo que confirma nuestros prejuicios es más sencillo que comprobar la fuente o leer algo
que nos hace dudar.
Parece extraño que esto ocurra en un momento en el que los datos están al alcance de cualquiera,
pero es un análisis que olvida el paso entre la posibilidad y la concreción. La transparencia requiere de
tiempo para ordenar los datos y contrastarlos y ni siquiera la industria especializada, los medios de
comunicación, dispone de dinero para hacerlo. Además, se produce un efecto psicológico parecido al
de la pornografía. Al estar en un mundo de cristal, tenemos tanto delante que ya no importa lo que
vemos.
La trampa de la narrativa
Hablar de esas dos campañas (Trump y Brexit) como las promotoras de la postverdad es bastante
injusto ya que es un concepto que una enorme cantidad de personas ha contribuido a crear y del que
participan muchos actores. Entre ellos, la mayoría de los propios denunciantes de la situación. A veces,
directamente, ofreciendo postales de Caracas sin confirmar o, indirectamente, anteponiendo la
pluralidad de voces a la exactitud de los datos.
La lista de recursos y herramientas de comunicación, política, empresarial o periodística, que han
contribuido a crear este clima de postverdad es amplia. Podría arrancar con el inofensivo storytelling,
una herramienta de marketing empresarial en la que el discurso narrativo prevalece sobre los datos de
la gestión, lo que hacía Tim Cook. El objetivo es influir emocionalmente sobre todos los actores,
trabajadores, proveedores, clientes y mundo en general. “La gente olvidará lo que dijiste, la gente
olvidará lo que hiciste, pero la gente nunca olvidará cómo la hiciste sentir”, resume la poetisa Maya
Angelou, en línea con Arron Banks. La biología les da la razón.
Además de la apelación a lo emotivo, el uso de la narración tiene un problema porque se basa en
retorcer la realidad, podarla hasta hacerla coherente. Por ejemplo, en lógica, existe un tipo de falacia
llamada post hoc que consiste en asumir que si un acontecimiento sucede después de otro, el segundo
es consecuencia del primero. Es decir, unir cronología y causalidad y cepillarnos el azar. Es algo normal
en la narrativa donde las cosas siempre pasan por algo, donde si alguien enseña una pistola es que va a
haber tiros. En la vida real, no. La leyenda, como se explicaba en 'El hombre que mató a Liberty Valance',
es más atractiva que los hechos y, además, permite construir héroes.
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Otra encarnación de la narrativa en periodismo o política es la teoría de la conspiración en la que los
hechos se acomodan o resumen para que funcionen como un relato en el que se recupera el personaje
del deus ex machina, una figura omnipotente que todo lo controla y, por tanto, todo lo explica. La
conspiración retuerce aún más la falacia post hoc al ofrecer saltos causales vertiginosos: luces en el
cielo + aviones averiados = extraterrestres.
La máquina del fango y el falso equilibrio
La narrativa es la parte más inocente. Durante años, la comunicación política, mano a mano con el
periodismo, ha ido asumiendo diversas técnicas. Por ejemplo, lo que Umberto Eco llamaba la máquina
del fango: lanzar informaciones, veraces o no, contra un rival político (Caso Trias) o hinchar una
anécdota para debilitarlo (los titiriteros detenidos en el pasado Carnaval en Madrid). Una aplicación
poco sutil de esta técnica es el swiftboating, creado por el equipo de George W. Bush en la campaña
contra John Kerry. Este último, veterano de guerra, vio cómo se creaba un fantasmal grupo de veteranos
para sembrar la duda sobre de su actuación en Vietnam.
Ese es el objetivo, sembrar oscuridad. Así es como actúan lo que un documental sobre el cambio
climático llamó “mercaderes de la duda” y que no sólo existen en este campo, sino en muchos otros,
por ejemplo, las pseudociencias. Su principal argumento es que la ciencia no tiene todas las respuestas.
Claro, porque no se las inventa.
Los mercaderes de la duda aprovechan, por ejemplo, el falso equilibrio que los medios se ven
obligados a adoptar en pos de la pluralidad. Las evidencias de un científico tras años de experimentos
quedan a la misma altura que los argumentos de cualquier iluminado que, además, suele presentarse
como víctima de algún poder oculto, con lo que ha desarrollado una hipersensibilidad que le permite
convertir la razonable duda en un furibundo ataque. Mark Okrent, editor del NY Times, además de
inventar las ligas deportivas virtuales, trató de luchar contra esto y dejó una frase que se conoce como
Ley de Okrent: “El objetivo del equilibro puede llevar al desequilibro porque, en ocasiones, algo
es verdad”.
La versión más sutil de la manipulación es lo que se conoce como herestética, palabra inventada
por el politólogo William Riker y que puede resumirse en marcar la agenda. Es decir, fijar la atención de
los ciudadanos en temas que benefician al gobierno para ocultar otros que podrían perjudicarle. Los
temas más relevantes para los ciudadanos suelen ser materiales, sueldos, vivienda, pensiones,
mientras que la agenda política prefiere los temas etéreos, como la discusión nacional o la
reformulación de la democracia.
Yes, we can also
Todas las prácticas anteriores, y otras, como los argumentarios políticos, se ven reforzadas por nuestra
propia implicación como camellos voluntarios de esos contenidos. Si somos animalistas, retuitearemos
con facilidad un contenido en el que se hable de las crueldad de las fiestas de un pueblo, sea o no
verdad. Si no lo somos, haremos lo mismo con otros contenidos que desprestigien a los animalistas,
sean o no verdad.
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Si no nos gusta Podemos, tendremos el dedo rápido para compartir las informaciones inveraces que
se han publicado sobre ese partido acerca de su financiación extranjera, desestimadas varias veces por
los tribunales. Si nos gusta Podemos, por ejemplo, habremos compartido la teoría de la conspiración
que Pedro Sánchez puso en circulación en Salvados, aunque no se ajuste a los hechos del pasado año.
Construir un relato a posteriori que justifique su inoperancia para ofrecer una alternativa es
beneficioso para los protagonistas, pero precisa torcer y podar la realidad. Como todo, el concepto de
postverdad indigna mucho cuando lo usa alguien que no nos gusta y es comprensible cuando es
uno de los nuestros.
Según The Economist, “el propósito de la mentira política era crear una falsa visión del mundo. Las
mentiras de los hombres como Trump no funcionan de esa manera. No pretenden convencer, sino
reforzar los prejuicios”. Es decir, dice lo que piensa mucha gente. Ya, pero es mentira. Pero lo piensa la
gente. Ya, pero es mentira. Pero lo piensa la gente. Ya, pero es mentira. Y así, hasta el infinito.
Porque esta nueva situación se desarrolla en un ecosistema informativo que se mueve en ciclos de
24 horas. No hay pausa. No existe un reloj biológico que permita digerir las informaciones, sino que hay
que producir constantemente algo, hay que reaccionar constantemente a algo. Los medios no necesitan
lectores; quieren clicks.
Es complicado combatir la postverdad con verdad porque requiere mucho trabajo, un compromiso
bastante generalizado con el juego limpio que nadie está dispuesto a asumir y, qué demonios, porque
funciona peor. (Ojo, por favor, que vienen curvas). De alguna manera, Trump es el reverso tenebroso
de la campaña de Obama de 2008. Ha logrado ilusionar a la gente, a otra gente, pero que también son
gente, dirigiéndose a sus emociones, diciéndoles que son importantes. Trump sólo ha dicho “yes, we can
also”.
URL: http://www.revistagq.com/noticias/politica/articulos/verdad-mentira-en-politica-
falacias/24870 (consultado en línea el 23 de marzo de 2017)
JORGE DIONI
Yugoslavo. Escribo. Tengo gafas y pelo en la cara
como Luis Carandell, Vázquez Montalbán y el Gato
Pérez.
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Consignas de trabajo 1. Indicar a qué género discursivo corresponde cada texto.
2. Caracterizar al enunciador y al destinatario en cada caso.
3. Señalar en qué campo se inscribe la discusión en cada uno de los textos.
4. Formular el problema argumentativo que se debate en cada uno de los artículos. 5. Escribir una cadena asociativa en la que el término “posverdad” se asocie con otros
términos, ideas, acontecimientos, nombres propios, etc. Por ejemplo: “posverdad-elecciones”, “posverdad-hechos”, etc.
6. Elegir una pareja de términos de la cadena asociativa resultante de la consigna anterior y escribir un juicio de valor que la incluya. Por ejemplo: “El signo más notable de los tiempos de la posverdad es el desprecio generalizado de los hechos”.
7. Problematizar el enunciado obtenido en 6.
8. Formular una tesis a partir del problema planteado en el paso anterior.
9. Hacer un punteo de argumentos capaces de sostener la tesis formulada en 8.
10. Escribir un texto a partir de esos materiales. Para la escritura, tener en cuenta la orientación que provee el programa retórico esquematizado en la página siguiente.
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CÓMO FUNCIONA LA MÁQUINA RETÓRICA Guía para la planificación de un texto argumentativo
SITUACIÓN ARGUMENTATIVA
KAIROS: elegir la ocasión oportuna, el contexto espaciotemporal adecuado DECORUM: seleccionar el tono adecuado al tema, a la circunstancia y al auditorio
Controversia: sobre un tema legítimo ¿Es razonable hablar de posverdad? ¿Se trata de un verdadero fenómeno social novedoso? ¿Es una moda intelectual?
Sujeto: legitimidad para tomar la palabra quiénes y en qué medida están habilitados para opinar.
Auditorio: es necesario conocer sus características, valores, principios dependerá del ámbito elegido para argumentar: (distinción entre especialistas y no especialistas)
Discurso: elección del género en función del ámbito carta de lectores, ensayo crítico, etc.
Finalidad: persuadir (orientar la conducta de un destinatario particular), convencer (apelar a la razón de un auditorio universal)
INVENCIÓN encontrar qué decir
2 problemas básicos
Cómo formular la quaestio
Cómo buscar argumentos
2 objetivos
Psicológico: conmover conocer al destinatario
Lógico: convencer presentar buenas pruebas
Pruebas
Extratécnicas dependen del objeto
Intratécnicas Inductivas Ejemplo Deductivas Lugares
DISPOSICIÓN ordenar lo que se ha encontrado
EXORDIO
captatio presentación benevolentiae
NARRATIO
descripción hechos
CONFIRMATIO
proposición argumentación discusión
EPILOGO
ELOCUCIÓN ponerle palabras, adornar con las figuras
figuras
sentido metáfora, metonimia
dicción (fónicas) rima, aliteración, paronomasia
construcción elipsis, repeticiones, simetrías
pensamiento ironía, oxymoron, paradoja
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